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Deber de asistencia del administrador a la junta general

El objetivo de este trabajo es realizar un acercamiento legal y jurisprudencial al


deber de asistencia del administrador a la Junta General, así como de su
relación con el derecho de información de los socios. También se comentará la
STS 225/2016 de 19 de abril de 2016, una sentencia particularmente relevante
para el propósito de este trabajo.

El art. 180 de la Ley de Sociedades de Capital impone como norma de ius cogens
que es deber de los administradores la asistencia a las juntas generales. Esta
norma encuentra su justificación en la labor esencial que desarrollan los
administradores para el adecuado funcionamiento de la sociedad. Por un lado,
la Junta General posee una función controladora de las funciones del
administrador. Por otro, es en la Junta General donde tiene lugar el
desenvolvimiento del derecho de información de los socios. Este derecho tiene
una gran importancia: se reconoce en el art. 93 de la LSC, siendo irrenunciable e
imposible de derogar a instancia de los estatutos sociales. Sus particularidades,
dependiendo de si se trata de una sociedad de responsabilidad limitada o de
una sociedad anónima, se encuentran recogidos en los arts. 196 y 197 LSC. Es
relevante señalar que los administradores no pueden ser representados, al
contrario que los socios, pues sus competencias son indelegables.

Por lo tanto, la inasistencia del administrador puede conducir a la vulneración


del derecho a la información de los socios. Sin embargo, la propia Ley de
Sociedades de Capital no impone ninguna sanción a este incumplimiento.

En el caso de la STS 225/2016 de 19 de abril de 2016, los administradores no


estuvieron presentes en la Junta General, confiriendo a otras personas su
representación. Las instancias judiciales sucesivamente dieron la razón a la
demandante, una socia que había impugnado los acuerdos sociales. Tanto el
Juzgado de lo Mercantil como la Audiencia Provincial declararon que no era
posible prescindir del requisito de asistencia de los administradores a la Junta,
ya que no estaba previsto en la Ley.

Para el Tribunal Supremo, la ausencia del administrador no implica


necesariamente, de por sí, la nulidad de los acuerdos tomados en la Junta
General. Y esto se explica porque, de lo contrario: “podría dar lugar a la
imposibilidad de celebración de juntas generales por la sola voluntad de una o
varias personas [los administradores], que mediante el simple expediente de no
acudir a las juntas, paralizarían la sociedad.” De esta forma se evita que el
administrador vicie de nulidad intencionadamente la Junta General, provocando
así la parálisis de la sociedad.

Por lo tanto, es necesario efectuar una labor de ponderación en cada caso


concreto para determinar si se han vulnerado los derechos de los socios. En el
caso de esta sentencia, el tribunal entiende que sí debe dictarse la nulidad de la
Junta General, porque en la Junta “no solo se trataba genéricamente de
censurar la gestión social (contenido necesario de cualquier junta general
ordinaria, conforme al art. 164.1 LSC), sino que también había que deliberar y
votar sobre una delegación en el consejero delegado para la suscripción de
operaciones crediticias y novaciones de préstamos, y en su caso, negociación
para liberación a los socios de avales personales en préstamos.”

Por lo tanto, para el Tribunal Supremo, existe una limitación del derecho de
información desde la misma constitución de la Junta, una limitación que debe
traducirse en la nulidad de la Junta, ya que falta un requisito imprescindible
para su validez.

En cuanto a la representación de los administradores sociales, ni siquiera los


apoderados generales podrían sustituir a los administradores; hay que recordar
que al administrador lo nombra la Junta, mientras que al apoderado lo nombra
el administrador, y solamente este puede revocar su poder. Sus regímenes son
distintos, dada la gran relevancia del administrador en el desarrollo de la
actividad de la sociedad; una relevancia que en ningún caso se puede atribuir al
apoderado. Tampoco se pueden confundir las figuras de la representación
orgánica y la representación voluntaria. La primera hace referencia a la
actividad del consejo de representación como la sociedad misma, como su
voluntad social expresada. La representación voluntaria, en cambio, es la
representación del apoderado anteriormente mencionada.

Es importante señalar también que el derecho de información varía en función


de si se trata de una sociedad anónima de o una sociedad de responsabilidad
limitada. En este sentido, la reforma de la Ley 21/2004 ha incorporado un nuevo
apartado al art. 197 de la Ley de Sociedades de Capital, regulador del derecho
de información en la sociedad anónima: “La vulneración del derecho de
información previsto en el apartado 2 solo facultará al accionista para exigir el
cumplimiento de la obligación de información y los daños y perjuicios que se le
hayan podido causar, pero no será causa de impugnación de la junta general.”

Esta norma encuentra su motivación en una razón ya referida previamente: no


se puede supeditar el ágil funcionamiento de la sociedad a las demandas de
impugnación interpuestas por los socios. Este nuevo apartado afecta
exclusivamente a las sociedades anónimas. Hay que comprender que la
sociedad anónima requiere de un dinamismo mayor que la sociedad de
responsabilidad limitada. A mi juicio, esta modificación supone un gran acierto
por parte del legislador, que ha sido capaz de aunar el interés de la sociedad y el
derecho a la información de los socios.

La sociedad objeto de la sentencia del Tribunal Supremo es una sociedad de


responsabilidad limitada: si se hubiese tratado de una sociedad anónima, el
dictamen ofrecido por el Tribunal habría sido distinto, en virtud de esta nueva
redacción del art. 197.

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