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Jullien, Francoise - Filosofia Del Vivir
Jullien, Francoise - Filosofia Del Vivir
Filosofía
Fran90is Jullien
Octaedro
Fran(;:ois Jullien
Filosofía
del vivir
T rad u cció n de Elisenda Julibert
Colección Con vivencias
13. Filosofía d el vivir
© De esta edición:
Ediciones OCTAEDRO, S.L.
Bailén, 5, pral. — 08010 Barcelona
Tel.: 93 246 40 02 — Fax: 93 231 18 68
vvvvw.octaedro.com — octaedro@ octaedro.com
ISBN: 978-84-9921-244-9
Depósito legal: B. 30.320-2012
Impresión: Novagráfik
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F11. o S o F f A n i; L \ T. : R
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^ I Presentes; están ausentes
Todos hemos asistido alguna vez a una escena típica, fatal, que
se repite imperturbablemente. Pero tal vez no baste con sonreír
ante ella. Los turistas descienden del autocar y de un vistazo ya
advierten qué fotografiar, lo m eten en la cám ara y listo. Luego
claman, respiran, charlan entre ellos: «¡Qué bonito!». «Bonito»
funciona aquí como la etiqueta de un paquete, es un modo de
liberarse. Ya solo tienen que volver a lo suyo: están aliviados. En
suma, han hecho todo lo necesario para ausentarse del paisaje,
para pasar prudentemente de lado, pero con la m ejor voluntad
del mundo. ¿Acaso pueden tan solo sospecharlo? Y sin duda se
han ahorrado la exigencia dram ática de estar ahí, de observar
con atención. Pero ¿se trata solo de «observar»? ¿No sería mejor
que permitieran que aquello con lo que han tropezado los arre
batase (que se desprendieran de ellos mismos), que ese milagro
que los abruma de pronto los dejara en suspenso, interm ina
blemente, hasta el vértigo, sin poder sustraerse?
He afirmado que vuelven aliviados. Pero ¿«aliviados» de
qué? Se impone «prudencia» (frente al peligro presentido), pero
¿por qué? Está claro: les alivia haber conseguido evitar afrontar
lo que aparecía ante ellos, captaba toda su atención y los des
bordaba por todas partes. La fotografía se ha convertido en esa
herramienta propicia que les perm ite eludir eso inabarcable
que emerge ante ellos: m antenerlo a distancia, «a raya». Inten
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1. T érm ino filosófico acuñado por Leibniz, que señala el hecho de que todas las po
sibilidades o esen cias son com patibles en tre sí (a diferencia de lo que ocurre con las rea
lidades o existen cias). (N. de la t.)
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existe eso con lo que «me topo», pero que corro el peligro de
no tom ar en cuenta en mi «pensamiento» {phronein), es decir
que existe el peligro de que no conciba el encuentro «tal cual»,
dada su vivacidad, su carácter repentino que me deja desam
parado. O curre entonces, como era de prever, que me contento
con representarm e aquello con lo que topo según códigos ad
quiridos, proyectando imágenes convencionales sin permitir
le irrum pir y, eventualm ente, desgarrarme. Heráclito alude a
esta posibilidad con aquella expresión contundente, que ha
bitualm ente resulta complicado traducir (suele verterse como:
«lo creen» o, mejor, «se lo figuran», «se lo imaginan»). Pero leá
moslo literalm ente: a los numerosos «se lo parece» {heautoisi
dokeousi). Porque están sumidos en la «apariencia», es decir en
la opinión {doxa) que se han formado de las cosas, de modo que
giran en círculo en torno a sus habituales pensam ientos y a sus
adecuaciones (adaptaciones). Al m antenerse prudentemente
protegidos de cualquier posibilidad de confrontación, son in
capaces de perm itir que se abra el menor resquicio por el que
pudiera penetrar un presente efectivo. Pues el verbo griego no
oculta que sem ejante encuentro es un «choque» [enkiiresis, es
el térm ino que se usa, por ejemplo, en Homero, para aludir al
encuentro con las tropas enemigas), o lo que anteriormente he
denom inado com o «acoso» del presente. También leemos en
Eurípides que los cobardes en el com bate son como los «nume
rosos» o los «ininteligentes»: una vez más «aunque estén pre
sentes, están ausentes». ¿No es cierto que ausentarse del pre
sente im plica cobardía y renuncia?
Presencia-ausencia, presencia pero diluida en la ausencia:
este choque de contrarios es algo más que un oxímoron, e in
cluso que una tensión trágica. Porque efectivamente, para los
griegos, este choque am enaza con hacer fracasar a la vida; o
sintetiza la dificultad de vivir. Por lo demás, los griegos esta
ban tan convencidos de que vivir consistía en m antenerse en
el ámbito de la «presencia», en lugar de sucumbir a la «ausen
cia», que la fórm ula puede invertirse perfectam ente, aunque
solo para reafirm ar que únicam ente es positivo esperar de, y
para, la presencia, pues solo la presencia es preciosa. Pero no
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2. M artin Heidegger, Was ist Metaphysik?, Frankfurt, Vittorio K losterm ann, p. 17.
[Trad. cast.: ¿Qué es m etafísica? Madrid; Alianza, 2000].
3. M artin H eidegger, Die Physis b ei Aristóteles, Frankfurt, Vittorio K losterm ann.
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sión: perm itir a esta presencia tener lugar o, com o decía He-
ráclito, perm itir que se produzca un «despertar» tal cual. De
hecho, el «presente» es esa decisión.
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las dos cam panas «se reúnan con todos los árboles, los tejados,
los perfumes, los sonidos, que distinguí de los otros a causa
de ese placer oscuro que me procuraron pero en el que jam ás
profundicé». Por lo demás, este aplazam iento del presente para
más tarde es un pensamiento que ya ha expresado (en boca de
Saint-Loiip), y consiste en una forma de evitar asum ir lo que de
pronto nos interpela: es la «procrastinación» (aplazamos para
«mañana»...). Pero es obvio, y nadie lo ha dudado jam ás, que
aplazar el encuentro es perder definitivam ente la posibilidad
del presente que se nos ofrece, un «presente» que por lo demás,
y por suerte, en francés tiene dos sentidos: el de m omento a c
tual y el de don.®
Todos conocemos perfectam ente este peligro. Pues escam o
tear el presente afecta a todas las empresas y a todos los in s
tantes. Por ejemplo, al leer: cuando leo, la tentación de a p la z a r
se debe a que puedo releer. Y lo m ismo ocurre cuando e scri
bo: puedo corregir. Cuento con que, apenas concluya esta fra
se, puedo volver sobre ella, lo que me perm ite una presencia
disminuida, debilitada, m enos atenta, m ientras actúo. Una vez
más podemos hacer intervenir la oposición de los contrarios:
al leer en este instante pero a sabiendas de que puedo releer,
estoy «presente-ausente». Dicho de otro modo, cuento con que
podré rehacer para evitar hacer; y con que podré leer para evi
tar leer. El horizonte de una segunda vez me perm ite pasar por
alto la primera, de modo que finalm ente ninguna de ellas se
produce jam ás. Ahora mismo espero la siguiente frase para ali
viarme de la precedente, y prosigo la lectura como si me desli
zara, eludiendo constantem ente lo que debo afrontar. Esquivo
así el choque del encuentro, el de un sentido imprevisible y su
exigencia: aplazan do, me preservo de un desamparo dem asia
do violento. Es decir que, precisam ente, eludo el esfuerzo ac
tual de hacerm e cargo de la experiencia prometiéndome estar
en mejores condiciones en algún momento posterior, en una
segunda oportunidad, para asum irla: pero ¿hasta qué punto
5. Por suerte, también en castellano la palabra «presente» tiene los dos sentidos que
menciona el autor. (N. de la t.)
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6. San Agustín, Confesiones, XI. Véase a este respecto Du «temps». Éléments d ’une
philosophie du vivre, Grasset, 2001, cap. IV. [Trad. cast.: Del «tiem po»: elem entos d e una
filosofía de vivir. Madrid: Arena, 2005.)
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con la solemnidad del poeta, sino que perm ito que aparezca: en
la medida en que abordo el tiempo como m om ento. De hecho,
«momento» viene de «movimiento» [m om entum viene de movi-
mentum), pero ya no como algo susceptible de m edirse (en lon
gitud), sino más bien susceptible de cavarse y de llenarse. Pero
¿de qué puede llenarse un momento si no es de presencia? De
lo que puede contener procede su capacidad. Hasta el punto de
que en ocasiones su contenido parece desbordar. Segiin Proust,
el acontecimiento (del trastorno amoroso) ya no cabe entero en
el momento en que ocurre. Un m omento no tiene principio y
fin, sino que atraviesa umbrales y grados en función de su in
tensidad. Se recorta despegándose del fondo, rom pe con su en
torno, se retira de lo ordinario, hace valer su cualidad (hasta
en lo más banal: un «buen momento»), se repliega en su unici
dad: un momento es siempre singular y, en la m edida en que lo
constituya un encuentro no sesgado, es decir, una confronta
ción, depende efectivamente de lo voluntario. «El m om ento de»
(partir, actuar, decidir...): se trata pues de una fórm ula im pera
tiva. De ahí el rechazo a l aplazam ien to que diluye el momento
al anticiparlo y aguardar el siguiente, en vez de perm itir que
acoja en su seno la presencia. Pero, por otro lado, acepto la de
mora, lo cual supone una contradicción que equilibra el recha
zo al aplazamiento, y entre esta aceptación y aquel rechazo se
abre la brecha donde vivir.
Con ello hago algo más que aceptar. Contar con la dem ora,
significa que no me limito a mi proyecto, que doy «tiempo al
tiempo», que sé esperar un resultado que ya no m e pertene
ce. Me desprendo de la im paciencia de acum ular: para poder
«atrapar» (de acuerdo con el célebre y m anido carp e diem ) ¿aca
so no hace falta haber dejado madurar? Lo cual im plica que no
me identifico enteramente con mi papel de sujeto con voluntad,
sino que sé reconocer que el proceso está abierto, se me escapa,
en m í mismo y en mi espíritu: que el discurrir inaugurado ya no
depende del «yo»; que interviene una operatividad que «hace su
camino», como se dice, y «me» sustituye discretam ente, sin que
sea capaz de darme cuenta ni de sospecharlo, incluso aunque
todo ello se produzca en mí y me concierna a m í (el «sujeto»).
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11. Friedrich N ietzsche, D er Willezur zur Macht, Stuttgart, Kroner, § 484, p. 338 (cf.
Trad. fr.: G eneviéve Bian qu is, L a Volonté d e puissance, Gallim ard, «Tel», I, § 147-148, pp.
64-65. [Trad. cast.: Eii torno a la voluntad d e poder. Barcelona: Planeta De Agostini, 1986].
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12. Lao Zi, Tao Te Ching: Los libros del Tao. Madrid: Trotta, 2006, (N. d é la t.)
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ción política (en Wang Bi) es: en vez de abatir ai tirano, dejadle
tiranizar hasta que el exceso term ine socavando su propia p o
sición y se hunda solo...
Traduzco «primero», pero lo que dice el chino e xactam en
te es: de forma «inherente», «inmanente», «intrínseca» (ga). En
esto consiste, según Lao Zi, la «sutil inteligencia» (wei ming).
Sin embargo, cabe preguntarse si esta, al llevar tan lejos la idea
de que lo uno se encuentra implicado en lo otro y existe plena
mente por su contrario, no pone en peligro el cam po de per
tinencia, el «en sí» {kath'hautó, en griego), de cada uno de los
términos confrontados. ¿Puede tener algún significado el «ser»
cuando ninguna determ inación coincide ya consigo m ism a,
sino que encuentra su origen en su opuesto? Y ello nos llevará
a preguntarnos si los chinos, que jam ás pensaron en térm inos
de «ser» sino de proceso, no están en m ejores condiciones para
entender el fenómeno de la vida. Porque la vida es proceso. Y,
en efecto, tal vez habría que llegar hasta ese punto, hasta el
pensamiento de lo procesual, para ver finalm ente tam balearse
la fírme oposición entre la «presencia» y la «ausencia» que da
sentido al Ser, una oposición a la que Occidente, desde la época
de la Antigua Grecia, se aferra con fuerza, incluso en Heráclito
y su famoso «todo fluye».
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II La evidencia y la retirada
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13. Véase Sí parlerva sans dire. Du logos et ci'aiitres ressources, Seuil, 2006, cap. 5.
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14. M artin f leidegger, Identital und Differenz, K leti-C olta, p. 28 (cf. Trad. André Pré-
au, Questions l tU II, op. cit., p. 273-274). [Trad. cast.: Iden tidad y Di/pre;icííi.Barcelona:
Anthropos, 1988).
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espíritu alcanza así «la cosa misma», y que ello ocurre incluso
en un estadio antepredicativo (es decir, como «evidencia pri
mitiva»). En sentido estricto, antes de Descartes, no se exigía
la evidencia, sino tan solo la claridad, por una cuestión de ne
cesidad lógica (el deion oti de los griegos). Sobre la evidencia
«vivida» del «existo», Husserl fundó lo absoluto («apodíctico»)
del conocim iento. No obstante, desde el punto de vista que nos
preocupa en este caso, la pregunta no se ha resuelto y no hemos
conseguido avanzar. Porque seguimos sin entender cómo es
posible que esa evidencia «vivida», aprehendida exclusivamen
te en la intuición de un instante, llegue a dar cuenta del carác
ter efectivo de la vida, es decir, de la vida considerada como un
m ovim iento y alternancia de contrarios que hace que la vida
sea vida, desapropiación de lo propio, y escape a ella misma.
«Evidente» significa, en suma, la culm inación de lo «pro
pio», térm ino m ás allá del cual no es posible avanzar: ya no es
un axiom a establecido (como lo era en Aristóteles), sino (taño
en D escartes com o en Husserl) una presencia subjetivamente
experim entada. Pero ¿cómo es posible entonces estar segu
ro de poder congelar así la presencia, completamente aislada,
en nuestro espíritu? A ello responderá Heidegger de un modo
ejem plar, al desenclaustrar lo «propio» (Heidegger, en ¿Qué es
m etafísica?, donde inicia la ruptura); si es cierto que la ciencia,
en su «propia» determ inación (exclusivamente centrada en lo
viviente), de la «nada», no puede conocer nada, entonces se
descubre ella m ism a dependiente de esa «nada» a la que quiere
darle la espalda (pero que, no obstante, se encuentra incorpo
rada en su seno; y por lo tanto la ciencia se encuentra necesa
riam ente empujada, para aprehenderse a sí misma, m ás allá de
sí m ism a). Parece pues que ni siquiera la ciencia coincide con
sigo m ism a (es decir, que ella misma es zwie spciltig); que no
puede encerrarse en sí misma (en su «ser ahí») más que desbor
dándose; que el fundam ento no tiene fondo, que abre un «sin
fondo» abism al, A bgrund, en el que enraíza sin sospecharlo el
árbol cartesiano de la filosofía. Y así, resultará imposible esta
blecer un punto de partida radical; siempre estaremos obliga
dos a rem ontarnos m ás atrás para encontrar el origen (en busca
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16. Sobre todo en Das Ende der PhU osopfiieunddie Aufgabe des Denkens, en Zur Sache
des Denkens, Tübingen, Max Niemeyer, p. 72 (trad. fr.: Questions III y IV, G allim ard, «Tel»,
p.295). [Trad.cast.: El fin a l de la filosofía y ¡a tarea d el pensar. Madrid: T ecnos, 2000.]
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17. Jean Hyppolite, G enése et structiire d e «La Phenom énologie d e Vcsprit», París,
Aubier, 1946,1, p .l4 6. [Trad. cast.: Génesis y estructura d é la «Fenomenología d el espíritu».
B arcelon a: P enín su la, 1974.]
18. Fried rich Hegel, P hán om en ologie des Geistes, cap. IV, «Die Walirheit der
G ew issh eitsein er Selbst», F élix M einerVerlag, p. 122 y ss. [Trad. cast.: Fenom enología del
espíritu. M adrid: FCE, 2000.)
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familiarizado con este enunciado: que «el cam ino que avanza
parece retroceder», «el cam ino plano parece accidentado», etc.),
el Tao Te Ching no tiene inconveniente en establecer la no co in
cidencia que permite pensar la vida (§ 41): «el gran cuadrado no
tiene ángulo(s)». Se trata de una fórmula que inevitablem ente
pone en crisis la lógica del logos, pero ¿acaso apela al m isterio?
Pues, del mismo modo que la «virtud» que «no se libera de la
virtud» carece de «virtud», el cuadrado que no se libera de su
determinación de cuadrado, que se mantiene en su definición
de cuadrado («cuadrado-cuadrado»), se descubre limitado, es
téril, incapaz de desplegar su «amplitud» o «grandeza» de cu a
drado. Pero ¿qué quiere decir aquí «grande»? Es evidente que
no se trata de una cuestión de tam año (en este sentido, el tao
también puede declararse «pequeño»), sino de la definición an
terior; el «cuadrado», en vez de replegarse en su determ inación,
de cerrarse en su adecuación, se m antiene en el despliegue, en
la emergencia; en una determ inación que le evita suscribir una
definición de «cuadrado» y quedar an clad o en ella.
«Grande» significa pues que no se deja fijar a su determ i
nación sino que se sustrae a la clausura y evita quedar in m o
vilizado, detenido, establecido com o una esencia sujeta al c o
nocimiento (y de ahí, en consecuencia, el elogio taoísta de la
«ignorancia», la única que perm ite aprehender la vida). Cuando
se trata de caracterizar el tao, la «vía», Lao Zi reconoce que solo
es posible caracterizarlo como «grande» aunque «forzando»;
pero esta denominación, lejos de constituir un atributo estable,
se abandona tan pronto como se asigna. Se denuncia tan pron
to como se enuncia; la form ulación está som etida a constante
transformación:
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19. «Es lento p erfeccio n ar el gran Jarrón», traducen poetizando Pierre Leyris y Fran-
ío is Houang, Lao-tzeu. La Vote et sa vertii, Senil, p. 101; o «The Great Vessel takes long
to com plete» [Lleva tiem po term in ar el gran Jarrón], trad. D. C. Lau, retomada por R. G.
H enricks, Lao-tzu, Te-tao ching, Nueva York, B allan tin e books, 1989, p.l02.
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20. M artin Heidegger, U'ai ist Metaphysik?, op. cit., p. 15 (cf. fr.: Trad. Henry Corbin,
Questions I y II, op. cit., p. 33). Heidegger había emprendido, en 1943, la traducción al
alemán del Tao Te Ching, con la ayuda de un am igo chino, pero se detuvo a m edio ca m i
no... porque aquello se estaba convirtiendo en alem án.
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21. «Das Sich en tzieh en ist die VVeise, wie Sein west, d.h. ais An-vvesen sich zus-
chickt», D erS atz uom Gnind, Pfullingen, 1957, p. 122.
22. M artin Heidegger, Zeit iind Sein, en 7.iir S ache des Denkens, op. cit., p. 22 (cf. trad.
fr.: Questions l l l y IV, op. cit., p. 221). [Trad. cast.: El ser y el tiempo. Madrid: FCE, 1991.]
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III El e/zíre de la vida
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ser colm ado: aquí la falta no es solo falta sino carencia, y la vida
es aquello que no cesa de perseverar mediante su contrario.
Platón lo plantea de forma general: la «tarea» de todo ser vivo
{epichereisis), su trabajo constante, es ir «en sentido contrario
de los estados que experim enta» [Filebo, 35c). La vida, dicho de
otro modo, se sitúa en ese «entre»: entre el estado que se afirma
y el estado opuesto al que se aspira. Es un vaciamiento que no
obstante busca colm arse; un tonel que pierde, pero en el que no
dejam os de echar líquido, dice Sócrates, tal es la imagen anti
nóm ica de la capacidad de la vida.
Sócrates com para la vida con dos toneles (Gorgias, 492-494).
El filósofo se pregunta si debemos permitir que nuestra vida
sea tan solo un tonel agujereado que se vacía constantemente,
de modo que nuestra ham bre y nuestra sed —y por añadidura
todas nuestras pasiones en la medida en que son insaciables—,
nos obliguen continuam ente (aunque en vano) a llenarlo. En
ese caso, la vida consistiría en intentar llenar un tonel aguje
reado, puesto que nuestros deseos son tan ilimitados que dejan
escapar la satisfacción que persiguen. Con independencia de
nuestra esperanza de saciarnos, todo afán de llenar es im po
sible. Pero si supiéram os lim itar nuestros deseos, nuestra vida
consistiría en un tonel sin agujeros: sería entonces un tonel que
podríam os llegar a llenar definitivamente y que nos dejaría
descansar, del que podríam os dejar de ocuparnos. Y en efecto,
el sabio, según Sócrates, vive en paz porque sus toneles están
«llenos», porque ha conseguido dominar sus deseos, contener
su apetito y no esperar nada.
Sin em bargo, Calicles replica inmediatamente que ese hom
bre cuyos toneles están llenos, que ya no tiene necesidad de se
guir llenando, es un hombre muerto: al coincidir consigo m is
mo, al no estar dividido ni experim entar ninguna tensión en
su interior que lo proyecte fuera de sí, vive como si fuera una
«piedra». En el m om ento en que deja de «derramar» líquido en
el tonel, deja de vivir, se m archita; ya «no experimenta ni ale
gría ni pena», pues las penas tam bién forman parte de la vida
legítim am ente, la activan. Para Calicles, lo propio de la vida es
que nuestra ham bre y nuestros deseos sean insaciables, que no
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23. Véase La Félure du plaisir. Études sur le «Philébe» de Platón, dir. Monique Dix-
saut, Vrin, 1 9 9 9 ,1, p. 245s.
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25. Pascal, Pensées, ed. Brunschvicg, II, § 139. [Trad. cast.; Pensam ientos, trad. Xavier
Zubiri (M adrid: Espasa-Calpe, 2001.]
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26. Sigm und Freud, D as Unbehagen in d er Kultur, § 2 (trad. fr.: Le M alaise dans la
culture, PUF, «Quadrige», p. 18-19). [Trad. cast.: El m olestaren la cultura. Madrid: Alian
za, 2010.]
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31. Zhuang Zi, Zhuang Zi. «Maestro ChuangTsé». Barcelona: Kairós, 2007. (N. d é la t.)
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del anatomista, sino que más bien deja entrever cóm o un «m is
mo» sentim iento (o sensación o cualidad) puede situarse en el
entre, de modo que no está claro cuál de las dos orientaciones
rivales pesa m ás y la alternancia entre una y otra es posible (no
tanto por indeterm inación com o por reticencia a dejarse de
limitar y aislar como supuestos contrarios). Hasta el punto de
que determinado sentimiento, incluso explícito, no rom pe la
afinidad con su opuesto, e incluso jam ás se revela m ás próximo
a ningún otro sentim iento que a su opuesto. Un personaje está
«vivo» cuando su sentimiento cobra complejidad (una vez m ás la
mezcla) al dejar entrever (peligrosam ente para el pensam iento
claro que se aferra a las antinom ias) el fondo donde un térm ino
tiende hacia su contrario, un fondo que m antiene en diálogo a
los contrarios sin permitirles excluirse nunca com pletam ente:
por ejemplo, en Rojo y negro, nunca se resuelve definitivam ente
la tensión entre la ambición, es decir la revancha personal de
un rebelde solitario, y la ternura infinita dispuesta a sacrificar
se por otro (de Julien Sorel con respecto a M adam e de Renal).
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con el que inicia Más allá del bien y del mal, l, 2). Por ejemplo
¿qué vínculo oculto, qué túnel subterráneo, vincula íntim a
mente, bajo m ano, la acción «desinteresada» y el «egoísmo» (o
la verdad y el error, o la contemplación del sabio y la codicia,
etc.), y m antiene a cada una de estas parejas en la ambigüe
dad de lo inseparable, a pesar de la separación solemnemente
anunciada?
Pensar la vida im plicaría entonces este cambio radical de
perspectiva que perm ite pasar de la construcción m etafísica a
la sospecha genealógica: en adelante, las oposiciones no segui
rán fundam entándose en el Ser, sino que se admitirá que, al ob
servar con mayor atención los estadios extremos, congelados,
del fenómeno, se revelan de hecho graduales y reversibles. Lo
que interesa son esas cualidades de las que despreciamos los
grados, de las que ignoramos el delicado entre de la transición
y que así convertim os en esencias antagónicas, como si pro
cedieran de mundos opuestos: como si este entre matizado no
fuera m ás que la irisación de una apariencia (la que denuncia
la ontología); y com o si solo fuera posible hallar la verdad en los
contrastes. Pero, desde mi punto de vista, Nietzsche no distin
gue dem asiado entre los dos polos: por una parte señala el «so-
lapam iento» (m anteniendo la diferencia, verknüpft: de nuevo la
m ezcla); y, por otra parte, el «parentesco» e incluso la «identi
dad esencial» {uerwandt, wesensgleiclí) que reducen la separa
ción hasta la confusión que oscurece toda identidad. Nietzsche
m antiene la oposición en el «peligroso tal vez», gefahrliches vie-
lleicht, una audaz hipótesis que basta para hacer saltar el ce
rrojo de las antinom ias y para precipitar la transvaloración de
los valores, aunque sin querer (poder) profundizar m ás en ese
«fondo» com ún de ambigüedad —fuente o fundam ento, / o « 5 o
fu n d a s — de donde m ana la vida antes de empezar a escindirse
o de que la opongam os inadecuadam ente a ella misma.
A esta gran carga contra la metafísica, sin duda es posible
replicar que, desde su origen, la m etafísica contem plaba la
eventualidad de su subversión: que toda filosofía que se precie
evidencia la inquietud de lo que la am enaza (en eso se recono
ce precisam ente a una filosofía valiosa); y que Platón mismo, el
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em bargo, que haya que ir más allá de las antinom ias no signifi
ca que haya que reconciliar las diferencias; se trata más bien de
m antener a flor de piel la diferencia, m ostrar cómo cada una de
las posibilidades, al mismo tiempo que dialoga con su opuesta
en ese fondo com ún, se afirma y se desarrolla completamente
al m argen: y dada esta separación surge la vida.
A p artir de ahí, considerem os la disposición vital que que
ram os, singular y típica. Hagamos de esta concepción nuestra
herram ienta para analizar la vida, para realizar un análisis
distinto: que no separe ni «disocie» m ás los contrarios, como
exige tradicionalm ente el «análisis», sino que despeje un tér
m ino a través del otro (puesto que en su fondo común se di
suelven uno en el otro) m anteniéndolos no obstante confron
tados. Considerem os, por ejemplo, la «angustia del audaz», die
Angst des Verwegenen, desde este punto de vista. No es posible
in m ovilizarla en una oposición diam etral a la «alegría» o al
«placer agradable» (de una «actividad que se desarrolla apaci
blem ente», decía Heidegger).^- El bloqueo antitético que aísla
en la esen cia propia, lo sustrae a nuestra inteligencia. Pues, «al
m argen de estas oposiciones», la angustia m antiene una secre
ta alian za con su opuesto que se entenderá mejor en su rique
za, no solam ente contra, sino tam bién a partir d e ella: que no
sería otra que la «serenidad» y la «placidez de una nostalgia
creativa»...
Tam bién podem os pensar en lo que muestra de una forma
elocuente el térm ino griego pharm akon , que significa tanto
«remedio» com o «veneno»: esta doble participación remite en
tonces al elem ento común, «médium de cualquier disociación
posible».^^ Si el p h arm ak on es «ambivalente», dice Derrida, es
para constituir el «medio» —digamos el entre— donde se opo
nen los opuestos, «el movimiento y el juego que los relacionan
entre sí», «invirtiéndolos» y haciéndolos pasar de un lado a otro
(se trata de «la diferancia [la différance] de la diferencia»): un
32. M artin Heidegger, Was ist Metaphysik?, op.cit., p. 38 (cf. trad. Fr.: Henry Corbin,
Q uestions I et //, op. cit., p. 66).
33. Jacqu es D errida, La D issém ination, «La Pharm acie de Platón», §5. [Trad. cast.: l a
disem inación . Madrid: Fundam entos, 2007.)
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valer la virtud del entre en los dos sentidos: la del vínculo donde
Lin térm ino se aproxima al otro (en ese fondo donde se disuelve
su identidad); y la de la separación y la tensión que revaloriza,
por contraste, los opuestos surgidos.
Dicho de otro modo, vivir, en el sentido de favorecer la
vida, im plicará dos cosas (ello hace que vivir sea una cu e s
tión estratégica): por una parte, no perder de vista ese punto
de coincidencia de los opuestos, en origen, donde un térm ino
dialoga íntim am ente con su contrario, en ese entre originario
de la ambigüedad, lo cual evitará que nos dejem os obnubilar
por uno u otro y olvidemos hasta qué punto son interdepen-
dientes; pero, por otra parte, igualm ente, im plicará escoger
(decisión política, decisión moral) desarrollar m ás un sentido
que otro y comprometerse más en un sentido, aunque sep a
mos que en el fondo el otro no ha desaparecido. Es preciso a
un mismo tiempo neutralizar las incom patibilidades para des
pejar los recursos perdidos en esas disyunciones y activar las
diferencias para ampliar el alcance del cam po de lo posible.
Entonces ya no habrá que seguir tem iendo la saciedad, que
desemboca en la decepción, pues la vida desarrollará en toda
su diversidad sus valores del m ism o modo que despliega sus
variadas fragancias, según el arom a que echem os al fuego, o al
Dios de Heráclito.
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Acuerdo y desacuerdo,
¿cuánta distancia hay entre ellos?
Bien y mal,
¿cuánta distancia hay entre ellos?
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> IV Adentrarse en una
filosofía de la vida
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37. Immanuel Kant, Kritik cler Urteilskraft, § I y 54. (Trad. cast.: Crítica del juicio.
Madrid: Espasa-Calpc, 2007.)
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(zóe aiónios, según san Juan: «Yo soy la vía, la verdad, la vida»).
Cualquiera estará de acuerdo en que «vivir» es lo que más nos
im porta, sin em bargo... Sin embargo, entre la ciencia y la reli
gión, entre el Progreso de la una y la Salud de la otra y, sobre
todo, en el entrecruzam iento de am bas, por el que la teología se
erige en saber deductivo y la ciencia en mesianismo de un nue
vo género, ¿qué lugar nos ha quedado en Europa para acoger
el vivir? ¿Acaso deberíamos abandonar el vivir a la conciencia
prim itiva (la de lo pre-filosófico)l ¿Deberíamos dejar que los sa
beres de la vida lo sepultaran (y en consecuencia lo acallaran)?
No bastará con m anifestar desdén (justificado, por lo de
más) hacia el auge del «desarrollo personal», del coaching y
otras cosas sim ilares; ni siquiera con alarmarse (sin duda jus
tificadam ente) al ver cómo, en las librerías de toda Europa, los
estantes se llenan de un nuevo vitalismo, de contenido mani
fiestam ente estúpido, que reduce el espacio que antes ocupa
ban los libros de filosofía (lo he comprobado en las librerías ge
nerales, tanto en Hamburgo o M ilán como en París). Tampoco
basta con constatar que la fe en lo Eterno pierde predicamento,
a pesar de que un día alumbró nuestra aspiración a vivir la vida
verdadera, puesto que cada vez som os más reticentes tanto al
gran Aplazam iento (en el Más Allá) como a la afirmación dog
m ática de cualquier gran Relato o mythos único. Frente a esta
transform ación, que se produjo silenciosa pero globalmente,
la filosofía se ve llam ada una vez m ás a intervenir. Finalmente
está obligada a salir del bosque, de la comodidad de su histo
ria: a reconsiderar la tradicional división del discurso y de los
papeles, a repensar sobre todo su propia condición de posibili
dad, e incluso de necesidad, o aunque solo sea de utilidad, pues
tam bién ella puede desaparecer... Yo diría que no puede seguir
de brazos cruzados, convencida de encarnar el racionalismo y
desentendiéndose de lo que la am enaza.
De modo que será necesario em pezar mostrando estas riva
lidades, y repensando detenidam ente las pertinencias. La filo
sofía está invitada pues a ocuparse una vez más de la relación
que m antiene con lo Otro. No solo con sus adversarios meno
res: la sofística y la retórica, que redujo al silencio o metió en
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40. Fried rich H einrich Jacobi, D avid Hume iiber den Glfíuben od er IdeaUsmus und
Realismus, op. cit., p. 191.
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41. F ried rich Hegel, Plierwm ennlogie des Geistes, cap. IV, «Die W ahrheit ciar Gewis
sh e itse in erS elb st» , op. cit., p. 122-125.
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Por otra parte, que la vida sea «el reposo de lo m ism o como
infinitud absolutamente sin reposo» perm ite dejar de separar el
reposo y el movimiento en dos mundos o dos reinos opuestos,
como lo hacía hasta entonces la ideología de la modernidad.
Recordemos que Pascal establecía por una parte el m ovim ien
to de la «agitación», y por otra, el «Cielo», el reposo al que aspira
el alma. Pero aquí se cruzan finalm ente el m ovim iento y el re
poso, y «caen uno en el otro» {ineinander fallen ) para producir
una tensión interna, viviente y constantem ente dinam izadora.
V esto es fundamentalmente lo que nos aporta Hegel. Porque es
cierto que ningún concepto nos perm ite pensar el vivir de un
modo satisfactorio. Pero cuando un concepto, cualquier co n
cepto, ya no se satisface a sí m ism o sino que apela a su otro,
permite finalmente captar algo del vivir en vez de hallarse en
el vacío: porque vivir es precisam ente pasar a lo otro. De modo
que, aunque vivir no pueda esclarecerse a partir de un concep
to (lo que podría convencernos de la incapacidad irrem ediable
del concepto y obligarnos a renunciar a la com prensión filosófi
ca del vivir, condenándonos a una no-filosofía), sí es posible es
clarecer el vivir en el m ovimiento que origina la contraposición
de dos conceptos que se contradicen, como cuando se frotan
dos piedras; en ese movimiento puede surgir una filo so fía del
vivir.
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42. F ried rich N ietzsche, Also sprach Zarathustra, «Von der Selbstüberwindung».
[Trad. cast.: A sí h a b ló Zaratusira. Madrid: Alianza, 20U.)
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46. Friedrich Nietzsche, Die Fróhliche W issenschaft, I, § 4. (Trad. cast.; La gaya cien
cia. Barcelona: Círculo de lectores, 2002.]
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47. Véase Si parler ua sans dire, ScuW, 2006, p. IS9; y Pont des singes, GaUlée, § 10,p.36.
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> V La transparencia de la m añana
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48. A ristóteles, M oral, a N icóm aco, tracl. Patricio de Azcárate (Madrid: Espasa-
Calpe, 1992). fN .d e /«/.;
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Para empezar, es cierto que, al buscar ese aplazam iento del vi
vir en la «vida verdadera», así com o en la construcción m eta
física que la justifica, la sabiduría sonó com o una llam ada al
orden. Se dirige a nosotros en un tono que ya no es dem ostrati
vo sino familiar: «Ya sabes que vivir es en el fondo lo tínico que
importa. Al lado de su plenitud ¿qué m ás da todo lo demás?».
No obstante, si vivir tiene un propósito, solo puede hallarlo en
sí mismo: el vivir tiene en sí m ism o su propio fin y no debe de
jar que se lo duplique ni se lo aplace (este es el «autotelismo»
de los estoicos). «Acuérdate de morir», m em en to mori, dicen
los platónicos o los cristianos, apelando a la esperanza en otra
vida, la vida verdadera, aquella a la que la m uerte nos da acce-
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al futuro y al pasado, todo lo que es, pues, del orden del tem or o
de la añoranza, todo lo que, o bien no nos concierne aún, o bien
ya no nos concierne, y de lo que por lo tanto no m erece la pena
preocuparse (Marco Aurelio, IX, 6 y pássim). Entonces, queda
únicam ente el presente donde se despliega todo acto y donde
debe concentrarse todo. Pues en este instante presente, por
fugitivo que sea, lo tenemos todo: en el menor acon tecim ien
to y su concatenación causal, ¿no se encuentra involucrado el
mundo entero? Puesto que la cualidad de un m om ento no pue
de aumentar con la duración, un instante de felicidad equivale
entonces a la eternidad, de modo que el instante puede y debe
encontrarse en el acto: nunca serem os felices si no lo som os in
m ediatam ente... No aplazar es la regla de oro. Pero, al llegar a
este punto, el estoico solo es capaz de repetirse: m ultiplica los
imperativos. Pues no se trata tanto de com prender como de
convencerse: ¿qué más habría que explicar? De lo que se tra
ta es de no ir más lejos (de no necesitarlo), en el desarrollo del
pensamiento, y com pensar esta renuncia con el trabajo que de
bemos hacer sobre nosotros, cada día, cada hora, para no dejar
escapar cobardemente ese vivir que se presenta, ni traicionar
su mandato.
Como ya no cabe esperar ningún progreso en la enuncia
ción, bastará con progresar en la «práctica»: en el ejercicio (los
«ejercicios espirituales» sobre los que tanto escribió Pierre Ha-
dot), en la askesis. En efecto, en estos preceptos está en juego
la sabiduría, son formulaciones saturadas (satisfechas) que se
repliegan sobre sí m ismas, sin dejar ver ninguna fisura, y que
solo cabe memorizar, form ulaciones a las que nada puede a ñ a
dir la filosofía y que ya no esperan ninguna conclusión. Y en
este punto preciso es donde la filosofía se separa de la sabidu
ría: la primera se desarrolla en una historia y busca siempre
decir algo más, persigue ese fascinante reto de encontrar una
verdad; m ientras que la sabiduría «carece de historia»: habla lo
mínimo, no quiere hacerse notar y solo cada sabio tiene una
historia propia (pero no es posible crear una «historia de la sa
biduría»). Nos encontram os una vez más condenados a la tri
vialidad, y la filosofía solo puede erigirse a fuerza de sepultarla.
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dad para alcanzar ese simple «darse» del es gibt. De modo que
estas perfom ances, como cualquier otro dispositivo, aspiran
esencialm ente a una cosa: habilitar un m ínim o de m ediación
(negación) que atravesar (que sea necesario franquear para o b
tener) de modo que sea posible captar finalm ente el «aquí» y el
«ahora» del vivir, de ese vivir que se nos escapa a causa de su
inmediatez.
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Hay que reconocer que ni este aquí ni este ahora que vis
lumbro, ni siquiera ese yo que soy frente al aquí y el ahora, per
manecen; cada uno de ellos se disocia de sí m ism o. De un lado
y del otro, en cuanto los nombro, aunque solo me los nom bre
a mí mismo, los veo sum irse en la abstracción. Pero ¿acaso la
inmediatez de la vida no se encuentra en la relación entre ellos,
más que en ellos mismos? Y entonces ¿no puedo atenerm e a la
inmediatez de la relación que los vincula, puesto que esa rela
ción es lo único fiable, lo único que me infunde la sensación
de certidumbre, a pesar de la inversión a la que está abocado
cada uno de los términos? Si m e atengo a la unidad de la re
lación misma, en su globalidad, encuentro en ella lo in m edia
to. No debemos dejarnos distraer, pues, de esa im presión que
vivimos, debemos aferram os a ella pertinaz y heroicam ente
(como Descartes, pero tomando las medidas opuestas): seguiré
concentrado en ese árbol sin pensar que podría m irar a otro
lado, ni que podría proyectarlo en una multiplicidad de aqui;
no compararé este aquí o este ahora con ningún otro, evitaré
pensar que otro yo verá otras cosas: en suma, me m antendré
sumido en este «puro intuir» {reines Anschauen).
Pero por más profundam ente que me deje absorber, aunque
nunca más allá del punto de dem arcación, la filosofía constata,
frente a esta certidumbre ingenua, que la diferencia está inevi
tablemente comprometida desde el principio. Aunque solo sea,
inicialmente, entre el «yo», por una parte, y «la cosa», por otra;
solo tengo certidumbre por la cosa, y la cosa solo puede in scri
birse en la certidumbre gracias a mí; de modo que uno y otra,
concluye Hegel, solo son tales gracias a la m ediación del otro
{vermittelt). Hasta el punto de que la m ediación se infiltra silen
ciosamente en la certeza que yo creía más inm ediata, de una
sola pieza, y la desplaza subrepticiam ente hacia su superación.
En esto, Hegel resulta muy convincente; toda inm ediatez que
se presenta, inicial, está resquebrajada, está ya socavada por la
escisión, amenazada por un prolongado trabajo de m ediacio
nes. Y puesto que la inmediatez, o el vivir, no es algo adquirido
de partida, solo podrá ser un resultado; no depende de lo dado
sino de un efecto. Del mismo modo, Hegel señala el desajuste
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49. VVang Wei, «Lin hu ting», Wang Youchengjijianzhu, Zhonghua shuju, I, p. 245.
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De Karasaki
más el pino que las flores
cubiertos de bruma
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53. M arcel Proust, A la recherche du tem ps perdu, op. cit., III, Le Tenips retrouvé, p.
866. [Trad. cast.: En bu sca d el tiem po perdido. El tiem po recobrado. Madrid: Alianza, 2010.]
54. /b„ pp. 871-872.
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tan por la vía [tao) que le perm itió seguir tan fresca, a pesar de
su avanzada edad, con una tez de chiquilla. Y ella relata el pro
greso en etapas, y lo presenta com o una lim pieza que perm i
te finalm ente aparecer. Explica que gracias a su capacidad de
acoger y m antener su vitalidad, al cabo de tres días adquirió
la capacidad de tratar el mundo como «exterior», es decir, de
despreocuparse; luego, al cabo de siete días, consiguió tratar
todas las cosas, todos los seres, com o exteriores; luego, al cabo
de nueve días, la vida m ism a com o exterior: y ya nada obsta
culizó su capacidad de vivir, ni siquiera la preocupación por la
vida. Entonces accedió a la «transparencia de la m añana», tras
lo cual fue finalm ente capaz de «ver» (Jian du). Y el comentador
precisa: «Cuando dejamos de preocuparnos por la vida, cesa
mos de temer la muerte; y al no temer la muerte, accedem os
en paz a cualquier cosa: de una forma repentinam ente clara,
la obstrucción se ha disipado {huoran wii zhi); encontram os un
recurso espontáneo que nos perm ite alzarnos y actuar. A eso lo
llamamos la "transparencia de la m añana”» {zh ao che: «atrave
sar la mañana»).*®
En relación con el vivir, la transparencia es ese resultado
donde la capacidad de vivir de pronto se agudiza porque ya
nada puede estancarla (ni el mundo, ni las cosas, ni la vida).
Pero ¿por qué se dice que esa transparencia es «de la mañana»?
Los que am an la luz lo saben: cuando am anece todavía no se
ha extendido el velo de brum a que acum ula el calor del día, ni
se ha levantado aún el polvo que levanta la actividad. La m a
ñana es el momento de la transparencia en que la luz es fresca
y atraviesa de un lado a otro: ilum ina y hace surgir las formas
oblicuamente, sin abrum arlas. Pero sobre todo, el mundo que
aparece por la m añana acaba de atravesar la noche. La m añana
no nos enseñaría nada si no surgiera del velo de las tinieblas: la
veríamos pero no la percibiríam os. Pues la m añana ya no es el
origen primero del mundo, no existe el origen del mundo, sino
que se experimenta como un origen por m ediación de la noche.
Si no fuera necesario acceder a la inm ediatez de la luz, no la
59. Cf. la expresión próxima en el capítu lo «Tiandi», del jia n x iao y an , Guo, p. 411.
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Obras publicadas
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Octaedro