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Afrontamiento y Regulación emocional en víctimas de violencia de Género/ Coping and affect regulation with victims of gender violence View project
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Enrique Echeburúa
Paz de Corral
Avda. de Tolosa, 70
20018 San Sebastián
E-mail: ptpodece@ss.ehu.es
RESUMEN
Las terapias psicológicas han experimentado un gran desarrollo en diferentes áreas. La psicología
clínica basada en la evidencia implica la integración de la experiencia clínica con los resultados de la
investigación. En este artículo se describe una lista de los tratamientos de trastornos específicos que
cuentan con un apoyo empírico. Sin embargo, hay muchas discrepancias entre la investigación y la
práctica clínica: no siempre un tratamiento eficaz en un ensayo clínico resulta efectivo en la práctica
clínica habitual. A pesar de los grandes progresos en la validación de los tratamientos eficaces, su
difusión a los profesionales clínicos es aún muy limitada. Con el objetivo de reducir esta distancia entre
la investigación y la práctica, los ensayos clínicos deben complementarse con estudios sobre la
aplicabilidad de los mismos a la demanda terapéutica ordinaria con muestras diversas y con un coste
razonable. Se analizan también los últimos desarrollos para conseguir una mayor colaboración entre los
investigadores y los clínicos.
SUMMARY
Psychological treatments are maturing on a broad front. Evidence-based psychological practice involves
integrating clinical expertise with the best avalaible external evidence from systematic research. In this
paper a list of empirically supported psychological treatments for specific target populations is described.
However, there are lot of discrepancies between research and practice: not always an efficacious
treatment can be transported from the research clinic to community and private practice settings. Despite
the great strides in the development and validation of effective treatments, its dissemination to mental
health professionals is still limited. In order to reduce the research-practice gap, clinical trials should be
followed by research on effectiveness in clinical settings and with various populations and by cost-
effectivenesss research. Recent developments to foster a more productive collaboration between
clinicians and researchers are considered.
2
Introducción
No deja de ser sorprendente que haya inventariadas más de 250 terapias psicológicas
diferentes (Herink, 1980). Que en EE UU y en Europa florezcan actualmente una plétora de centros
de crecimiento personal, grupos gestálticos, seminarios de percepción extrasensorial, etcétera, no es,
como resulta fácil imaginarlo, una cuestión de creatividad científica. Esta variabilidad en la práctica
clínica no está relacionada con la evidencia científica o del juicio clínico.
En realidad, es inconcebible que, en términos de Ramy (cit. en Vallejo Ruiloba, 1998), “la
psicoterapia sea una técnica inidentificada, aplicada a problemas no especificados, con resultados
impredecibles, para la cual se recomienda (eso sí) una preparación rigurosa y exigente”. La
tendencia actual es a la búsqueda de programas de tratamiento estandarizados, centrados en la
solución de problemas concretos de aquí y ahora, más allá de las nebulosas psicoterapias basadas
en la escucha, el apoyo y el inútil buceo en la desgraciada infancia del paciente.
El desarrollo reciente de las terapias breves no es ajeno a los cambios sociales, y muy en
concreto a la primera crisis del petróleo en la década de los años 70, que renovó el interés por los
tratamientos cortos y efectivos (cfr. Holmes, 1991). La contención del gasto vigente en la Sanidad
Pública y en las Compañías de Seguros ha impulsado en los últimos años la investigación sobre la
eficacia de las terapias psicológicas. No es casual, por ejemplo, que hayan desaparecido
recientemente el psicoanálisis y la hipnosis de los servicios que presta la Seguridad Social en
España. Al margen de los posibles excesos cometidos por un enfoque meramente economicista de la
salud, no cabe duda de que esta orientación ha supuesto -y va a suponer aún más- un giro radical en
la investigación sobre los tratamientos psicológicos. Ya no se trata sólo de demostrar que una terapia
es eficaz para un determinado trastorno, sino que lo es más que otras alternativas y en unas mejores
condiciones (más breve, en un régimen ambulatorio, etcétera). No es razonable mantener,
especialmente en los centros públicos, terapias que no han mostrado ser eficaces más allá de un
efecto placebo o de los efectos inespecíficos de cualquier terapia.
Antes de continuar adelante hay dos conceptos polisémicos -los referidos a la mejoría y a la
eficacia- que requieren una aclaración previa. No se puede entender el significado de la mejoría
terapéutica sin aludir a los distintos momentos del proceso de intervención. En concreto, la reacción
de un paciente a un tratamiento, sea éste psicológico o psicofarmacológico, pasa por diversas fases
(figura 1) (Kupler, 1991):
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PÓNGASE AQUÍ LA FIGURA 1
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Sólo se puede hablar, en sentido estricto, de mejoría terapéutica, referida a la eficacia de una
terapia en un paciente, cuando éste se encuentra en la fase de recuperación.
1
determinado tratamiento -sea éste psicofarmacológico, psicológico o combinado-, tal término
puede tener diversos significados, que figuran expuestos en la tabla 1.
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PÓNGASE AQUÍ LA TABLA 1
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En los últimos 10 años se han producido tres avances muy importantes en el campo de los
trastornos mentales. En primer lugar, se han hecho grandes adelantos en la comprensión de las bases
biológicas de muchos cuadros clínicos (la esquizofrenia, la depresión o los trastornos bipolares, por
ejemplo). En segundo lugar, se ha desarrollado una nueva generación de psicofármacos (antidepresivos
y neurolépticos especialmente), con una mayor eficacia terapéutica y un perfil más favorable de efectos
secundarios. Y en tercer lugar -pero no menos importante-, se han creado tratamientos psicológicos
breves y efectivos para una amplia variedad de trastornos.
Sin embargo, la difusión de estos tres avances no ha sido simétrica. En los dos primeros casos
las compañías farmacéuticas multinacionales se han ocupado de difundirlos ampliamente mediante
diversas publicaciones gratuitas (folletos, revistas, libros, etcétera) y congresos financiados. Por el
contrario, en el tercer caso -el desarrollo de los tratamientos psicológicos-, al no contar con un órgano de
difusión tan poderoso como la industria farmacéutica (que, por motivos obvios, no está interesada en
este tema), los avances espectaculares habidos se han limitado a las revistas científicas y no han
llegado siquiera a los sectores profesionales implicados ni se les ha prestado la atención debida
(Echeburúa, 1998). Es más, el alcance de lo que es realmente importante entre lo mucho que se publica
queda a veces ensombrecido porque hay demasiadas revistas y apenas el 1% de lo que se publica tiene
relevancia clínica. El ruido de fondo del 99% restante impide prestar atención a lo que realmente la
merece (Vieta, 1999).
2
No deja de ser paradójico, sin embargo, que el establecimiento de un tratamiento simple
venga precedido siempre de investigaciones complejas que permiten delimitarlo y depurarlo (Marks,
1991).
Muchos terapeutas no actualizan la información, bien porque no tienen acceso a ella o porque,
simplemente, se resisten a cambiar sus métodos tradicionales. El embrión de la Colaboración Cochrane
se gestó en el Reino Unido en 1972, cuando se descubrió que administrar corticoides a una embarazada
con amenaza de parto prematuro reducía la mortalidad y el sufrimiento fetal, pero los médicos hicieron
oídos sordos. Sólo 17 años después se empezó a recomendar su uso sistemáticamente.
Desde la perspectiva específica de la psicología clínica, en los cinco últimos años ha habido un
intento riguroso -el más serio de los emprendidos hasta el momento- para evaluar la eficacia de las
terapias psicológicas. Ya no se trata de determinar la validez de las psicoterapias en su conjunto o como
aplicación a problemas psicológicos inespecíficos, como se hacía en las últimas décadas (por ejemplo,
Smith, Glass y Miller, 1980), sino de evaluar tratamientos eficaces para tratornos concretos en muestras
clínicas claramente especificadas (Barlow, 1994; Chambless y Hollon, 1998).
A iniciativa del Congreso de EE UU, se creó en 1989 una agencia federal -la Agency for Health
Care Policy and Research- que tiene como objetivo determinar la eficacia de los tratamientos
psicológicos para los trastornos mentales y establecer un directorio de las terapias de eficacia probada,
con la finalidad última de mejorar la calidad del sistema de salud. Las guías elaboradas sirven, además,
como criterio de financiación para las Compañías Aseguradoras, en cuanto al tipo y duración de una
terapia, y para resolver demandas judiciales en relación con una práctica profesional supuestamente
inadecuada. Se trata asimismo de orientar a los usuarios y de dotar de criterios a los responsables de los
Servicios de Salud Mental para promover en los Centros Públicos sólo aquellas terapias que estén
validadas empíricamente (Chambless, 1996).
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PÓNGASE AQUÍ LA TABLA 2
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PÓNGASE AQUÍ LA TABLA 3
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En los grupos experimentales los tratamientos deben equipararse en dimensiones tales como la
duración de las sesiones, el intervalo entre las consultas y la credibilidad de la terapia. La utilización del
placebo en un ensayo clínico sólo está justificada cuando no existe ningún tratamiento de eficacia
probada. A su vez, los sujetos en el grupo de control deben recibir la mejor terapia actualmente
disponible.
En las tablas 4, 5 y 6 figura una lista actualizada de los tratamientos psicológicos apoyados
empíricamente, que está sujeta a revisiones periódicas. Se trata de una verificación empírica
(experimental) y no meramente clínica (subjetiva), con una referencia clara al coste/eficacia. De esta lista
se pueden obtener varias conclusiones: a) la superioridad de las terapias cognitivo-conductuales como
tratamientos de elección; y b) la ausencia generalizada de las terapias psicodinámicas, a excepción de la
terapia interpersonal para la depresión y la bulimia y quizá algunas intervenciones psicodinámicas
breves. El tema no está, en modo alguno, cerrado. Una nueva generación de estudios debe centrarse en
los fracasos del tratamiento, es decir, de qué modo predecirlos y qué alternativas terapéuticas plantear
en esos casos (Wilson, 1996a).
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PÓNGANSE AQUÍ LAS TABLAS 4, 5 y 6
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Al margen de las limitaciones del informe (por ejemplo, las diferencias de rendimiento de los
terapeutas con una misma terapia, la variación de la gravedad de pacientes con un mismo diagnóstico,
la inexistencia de pacientes puros, etcétera) (Garfield, 1996; Havik y VanderBoss, 1996), no deja de ser
sorprendente que muchos psicológos clínicos en ejercicio no estén adiestrados en este tipo de
programas y que muchos programas de formación en psicología clínica se hagan aún hoy a espaldas de
estos conocimientos (Barlow y Hoffman, 1997).
4
Limitaciones de las investigaciones clínicas
Las investigaciones clínicas, dotadas de una gran validez interna, permiten determinar el
alcance terapéutico de un programa de intervención, es decir, su grado de eficacia. De este modo,
se puede saber si los cambios observados en la variable dependiente son atribuibles al tratamiento y
no a otras circunstancias (paso del tiempo, remisión espontánea, etcétera). Otra cosa es, sin
embargo, la efectividad de dicho programa en la práctica clínica habitual, que es lo que le confiere la
validez externa o ecológica. Un tratamiento deja de ser eficaz para convertirse en efectivo cuando se
pueden generalizar los resultados obtenidos en la investigación -sometida a un riguroso control y en
condiciones óptimas- a las situaciones clínicas reales (Becoña, 1999). Por último, la eficiencia, que
no puede limitarse a una mera contención del gasto, hace referencia al logro de los objetivos
terapéuticos con el menor coste posible (dinero, tiempo del terapeuta, sufrimiento del paciente,
etcétera) (Turner, Beidel, Spaulding y Brown, 1995) (tabla 7).
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PÓNGASE AQUÍ LA TABLA 7
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En la investigación los pacientes son homogéneos entre sí (en cuanto a edad y sexo, por
ejemplo) y puros, sin presentar comorbilidad con otros trastornos, y los terapeutas, que no suelen
tener una gran experiencia clínica y que el paciente no puede elegir, están muy motivados. A su vez,
los tratamientos, más bien cortos, se ajustan a una guía rígida y a un diario de sesiones. Por el
contrario, en la práctica clínica habitual los pacientes están aquejados de varios trastornos
simultáneamente, son heterogéneos y han sido sometidos, habitualmente, a tratamientos previos; los
terapeutas cuentan con una experiencia clínica amplia y son objeto de elección por parte del
paciente, al menos en la práctica privada; y, por último, los tratamientos son más largos y flexibles:
no hay un número limitado de sesiones, el contenido del tratamiento es flexible y está sujeto a
cambios, etcétera. En definitiva, no hay un isomorfismo entre la investigación y la clínica (Becoña,
1999) (tabla 8).
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PÓNGASE AQUÍ LA TABLA 8
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No se debe confundir, por otra parte, la significación estadística de una investigación con la
significación clínica. De este modo, y al margen de que el control de los errores de tipo I y de tipo II
en la significación estadística requiere el cálculo de la intensidad del cambio mediante el tamaño del
efecto -que sólo es adecuado cuando está por encima de 0,7/0,8-, la significación clínica se calcula
mediante las puntuaciones de cambio. En concreto, un paciente se considera significativamente
mejorado si en el postratamiento o en el seguimiento está por debajo de 2 desviaciones típicas de la
media de la muestra en el pretratamiento (Salaberría, Páez y Echeburúa, 1996).
5
La difusión de los tratamientos psicológicos eficaces
No es exagerado afirmar que las terapias no validadas empíricamente se utilizan con más
frecuencia que los tratamientos basados en la evidencia y que, por tanto, hay un desfase entre lo que se
sabe y lo que se hace. Por chocante que pueda resultar, lo que parece hoy efectivo dista de estar
disponible para la mayoría de la población. De este modo, hacer que lo útil sea utilizado se convierte en
una prioridad de actuación (Echeburúa, 1998). La difusión no es algo que ocurre automáticamente, sino
que está ligada a tres factores importantes: innovación (la aportación real de la nueva propuesta),
canales de comunicación (el conocimiento de la nueva técnica por parte de los profesionales implicados)
y transcurso del tiempo (necesario para romper con la resistencia al cambio en los profesionales)
(Becoña, 1999; Rogers, 1995; Sobell, 1996). De hecho, los clínicos se muestran muy reticentes a
cambiar líneas de actuación y formas de abordar los problemas que tienen sobreaprendidas (Persons,
1995; Wilson, 1996a).
Los prejuicios acerca de la limitación de los ensayos clínicos para generalizar sus resultados a la
práctica clínica habitual explican también la infrautilización de las terapias basadas en la evidencia. Sin
embargo, algunas limitaciones de las investigaciones clínicas no son tales, al menos en muchas
circunstancias. Por lo que a la comorbilidad se refiere, por ejemplo, en algunos estudios recientes
está condición no ha afectado al resultado final obtenido en el tratamiento cognitivo-conductual del
trastorno de pánico (Brown, Antony y Barlow, 1995) o del trastorno de ansiedad generalizada
(Borkovec, Abel y Newman, 1995). Asimismo el grado de aplicabilidad de los tratamientos puestos a
prueba en ensayos clínicos a la práctica clínica habitual es más bien alto, con resultados similares en
uno y otro ámbito (Barlow, Levitt y Bufka, 1999).
La difusión de los tratamientos psicológicos eficaces depende, entre otras variables, del coste y
de la duración de los mismos, así como de la existencia de manuales de tratamiento, que suelen ser
bien aceptados por los clínicos (cfr. Addis, 1997; Wilson, 1996b). En general, entre 8 y 24 sesiones se
obtiene, según los cuadros clínicos de que se trate, una mejoría del 70% de los pacientes con
tratamientos psicológicos (Turner et al., 1995) . Prolongar la terapia más allá de 24 sesiones y alargarla a
12 meses aumenta muy poco el porcentaje de mejoría e incrementa enormemente el gasto (figura 2).
Huelga decir que las psicoterapias psicoanalíticas, que cuentan con 600 a 1000 sesiones por término
medio, quedan fuera por completo de este contexto.
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PÓNGASE AQUÍ LA FIGURA 2
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6
Por último, un tema de interés en la difusión de los tratamientos efectivos es la utilización del
correo o del ordenador en los programas de autoayuda (Baer y Greist, 1997). De hecho, se han
obtenido resultados satisfactorios con programas difundidos de este modo con la terapia de
autoexposición en el tratamiento de las fobias y del trastorno obsesivo-compulsivo (Gresit, Marks,
Baer et al., 1998; Marks, 1992), así como de las pesadillas recurrentes (Burgess, Gill y Marks, 1998),
y con la terapia cognitivo-conductual de la depresión sin ideación suicida (Selmi, Klein, Greist, Sorrell
y Erdman, 1990).
Conclusiones
La integración de las terapias psicológicas en el Sistema Nacional de Salud exige la
evaluación rigurosa de las mismas y debe hacerse al hilo del aumento de la calidad de los servicios y
de la reducción de costes (Barlow y Hoffman, 1997). Es más, la tendencia actual es a evaluar la
eficacia de todos los tratamientos disponibles en cada uno de los 366 trastornos incluidos en el DSM-
IV, así como los posibles efectos adversos generados por cada uno de ellos (Echeburúa et al., 1998;
Nathan y Gorman, 1998). En concreto, por lo que a los instrumentos de evaluación se refiere, las
entrevistas estructuradas, las escalas de evaluación heteroaplicadas y los autoinformes -cada vez
más breves, específicos y sensibles al cambio terapéutico- van a constituir los pilares del diagnóstico
clínico al servicio de esta tarea evaluadora. De hecho, ya ha surgido una revista electrónica (In
Session) que se ocupa de cuestiones clínicas relacionadas con la efectividad de los tratamientos,
sean éstos psicológicos o psicofarmacológicos, en los distintos trastornos.
Al margen de las limitaciones de las investigaciones clínicas, éstas van a suponer -en
realidad, han supuesto ya- un camino sin retorno en la práctica profesional de la psicología clínica.
Por ello, las terapias psicológicas van a tender a estar estandarizadas, es decir, con una descripción
precisa de los instrumentos de evaluación, el programa de tratamiento, el formato de aplicación
(individual o grupal), el diario de sesiones, etcétera (cfr. Van Hasselt y Hersen, 1996). Las guías de
tratamiento efectivas se inscriben en el marco de terapias breves (10/15 sesiones) y específicas, lo
que no es incompatible con la necesaria flexibilidad en la aplicación de estos tratamientos en función
de las peculiaridades concretas de cada paciente. De hecho, y al margen de la dificultad de
aceptación de las terapias largas por parte de los pacientes (Pekarik, 1993), el alargamiento de un
tratamiento no aumenta necesariamente la utilidad o la eficacia del mismo (Bergin y Garfield, 1994).
Incluso hay una probabilidad muy alta de que la intervención clínica sea ineficaz para un problema
específico si el paciente no responde de forma satisfactoria tras las primeras sesiones (Echeburúa,
Corral, García y Borda, 1993).
Hay una superioridad clara de la terapia cognitivo-conductual -una de las aportaciones más
eficaces e ingeniosas del sentido común terapéutico- sobre otro tipo de tratamientos (terapia
psicodinámica, terapia sistémica, enfoque humanista y terapia ecléctica) en una gran variedad de
trastornos (Seligman, 1998). Algunas otras orientaciones clínicas (sistémicas, interpersonales, etcétera)
pueden ser a veces útiles en la medida en que incorporan técnicas procedentes del enfoque cognitivo-
7
conductual. Ello no obsta para que haya cuadros clínicos, como las psicosis, los problemas
somatomorfos y los trastornos de personalidad (a excepción quizá del tratamiento dialéctico conductual
para el trastorno borderline del grupo de Linehan, 1991), en que la terapia de conducta haya pinchado
en hueso y los resultados obtenidos sean aún escasos.
Desde esta perspectiva, es sugerente la investigación reciente sobre el efecto potenciador de los
tratamientos combinados (terapia cognitivo-conductual + psicofármacos) en diferentes cuadros clínicos
(cfr. Echeburúa et al., 1998; Labrador et al., 2000). Los fármacos pueden actuar sobre la reducción de
síntomas; los tratamientos psicológicos, sobre el aumento de competencias. Se trata, en último término,
de aprovechar, por un lado, la potencialidad terapéutica de los psicofármacos a corto plazo para
conseguir cambios de conducta rápidos, motivar al paciente al tratamiento y ponerle en disposición
conductual y cognitiva de asumir las tareas propuestas por la terapia psicológica; por otro, de hacer
desaparecer paulatinamente los fármacos y de integrar el tratamiento psicológico. De este modo, el
paciente puede atribuir los logros terapéuticos a sí mismo y evitar así la dependencia psicológica de los
fármacos y del terapeuta. Quedan aún, sin embargo, por determinar los cuadros clínicos tributarios de
estos tratamientos combinados y los parámetros significativos implicados en la interacción (dosis,
duración, desvanecimiento gradual, etcétera) (Nathan y Gorman, 1998).
Las combinaciones terapéuticas parecen sugerentes, pero no se deben soslayar los problemas
planteados, como la posibilidad de interacciones negativas, la atribución del éxito terapéutico al fármaco,
la inoculación de un mayor sentimiento de enfermo al paciente, el costo excesivo en términos
económicos y de dedicación terapéutica y, desde un análisis metodológico, la dificultad en el análisis
diferencial de los componentes del éxito terapéutico.
Desde otro punto de vista, la evaluación de los resultados de las terapias psicológicas (es
decir, del grado de eficacia) no debe soslayar la necesidad de evaluar el proceso de las mismas:
cómo funcionan y a qué tipo de factores se puede atribuir el cambio de comportamiento. Este
proceso no ha hecho sino comenzar (cfr. Caro, 1993; Hersen y Michelson, 1986).
Por último, conviene hacer una autocrítica, a modo de reflexión ante el futuro inmediato. Las
terapias biológicas han experimentado un avance espectacular. Se ha llegado incluso a calificar a los
años 90 como la década del cerebro. Pero no hay una correspondencia directa entre el
descubrimiento de los receptores sinápticos y de los nuevos fármacos con la mejoría real de los
pacientes con trastornos graves (esquizofrenia y depresión, por ejemplo). Todas las novedades
aportadas están bien sustentadas científicamente, pero no ofrecen unas repercusiones clínicas tan
claras (Kane, 1999). A veces pasa como con los malos nadadores: que salpican mucho, pero que
avanzan poco.
8
En cuanto a los tratamientos psicológicos, el avance en los últimos años ha sido claro. Ya no
se puede adoptar un ecumenismo políticamente correcto, según el cual todas las terapias son igual
de eficaces y, por ello, lo mejor es una visión integradora. Nada está tan lejos de la realidad como el
veredicto del pájaro Dodó en “Alicia en el país de las maravillas” (Lewis Carroll): “todos hemos
ganado, todos tenemos premio”. Sin embargo, los enfoques cognitivo-conductuales -sin duda, los
más efectivos- distan aún mucho de resolver problemas clínicos significativos: el incumplimiento de
las prescripciones terapéuticas; la falta de motivación para el tratamiento en algunos trastornos
(adicciones, parafilias, conductas violentas, etcétera); la terapia de los cuadros clínicos más graves
de la psiquiatría pesada (psicosis, trastorno bipolar, etcétera). Por otra parte, la mejoría lograda en
otros trastornos no siempre se corresponde con una calidad de vida similar a la de las personas
normales.
9
TABLA 1
¿QUÉ QUIERE DECIR "EFICACIA DEL TRATAMIENTO"?
(Marks y O'Sullivan, 1992)
COMPONENTES DE LA SIGNIFICADO
EFICACIA
10
TABLA 2
REQUISITOS CONVENIENTES EN LOS ENSAYOS CLÍNICOS SOBRE LA EFICACIA DE
TRATAMIENTOS
(Seligman, 1995, modificado)
• Asignación aleatoria de los pacientes (no sujetos análogos) a las condiciones experimentales y de
control. Mínimo de 30 sujetos por cada modalidad terapéutica.
• Evaluación detallada con arreglo a criterios diagnósticos operativos del DSM-IV. Medidas de
evaluación múltiples.
• Ensayo clínico concurrente (los tratamientos en las distintas condiciones se aplican al mismo
tiempo) y prospectivo (proyectado de ahora en adelante, no con datos anteriores).
11
TABLA 3
DIFERENCIAS ENTRE LOS PROTOCOLOS DE TRATAMIENTO Y LAS GUÍAS DE PRÁCTICA
CLÍNICA
12
TABLA 4
TRATAMIENTOS PSICOLÓGICOS EFECTIVOS (1)*
(Chambless et al., 1996, 1998, modificado)
TRASTORNOS DE ANSIEDAD
DEPRESIÓN
13
TABLA 5
TRATAMIENTOS PSICOLÓGICOS EFECTIVOS (2)*
(Chambless et al., 1996, 1998, modificado)
TRASTORNOS ADICTIVOS
TRASTORNOS PSICÓTICOS
14
TABLA 6
TRATAMIENTOS PSICOLÓGICOS EFECTIVOS (y 3)*
(Chambless et al., 1996, 1998, modificado)
TRASTORNOS INFANTILES
15
TABLA 7
CRITERIOS DE ÉXITO EN LA TERAPIA
CONCEPTOS DEFINICIÓN
Validez FUNDAMENTALES
interna Eficacia Resultados favorables
en un contexto de
investigación.
Efectividad Resultados favorables
en la práctica clínica
habitual.
Eficiencia Buenos resultados al
menor coste posible.
Validez
externa
16
TABLA 8
DIFERENCIAS ENTRE LA INVESTIGACIÓN Y LA PRÁCTICA CLÍNICA
17
FIGURA 1
FASES DEL TRATAMIENTO (Kupler, 1991)
Remisión Recuperación
Recaída Recurrencia
Normalidad
Recaída
Inici
o del
Severidad
Síntomas
trasto
Respuesta
rno
Síndrome
FIGURA 2
RELACIÓN Nº DE SESIONES-EFECTOS
TERAPÉUTICOS (Howard et al., 1986)
100
85
80
%de mejoría
70
60
50
% d e m e j o r ia
40
20
0 0
0 8 24 52
Número de sesiones
18
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