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Ser honesto es ser verás, realista, auténtico, genuino. Ser deshonesto es ser falso, ficticio,
impostado, hipócrita. La honestidad expresa reverencia ante Dios, quien es Verdad (cf. Jn
14, 6), y respeto por uno mismo y por los demás. La deshonestidad no alaba a Dios, ni
respeta a la persona en sí misma ni a los demás. La honestidad tiñe la vida de apertura,
confianza y sinceridad, y expresa la disposición de vivir en la luz (cf. Jn 1, 4ss). La
deshonestidad busca la sombra, el encubrimiento, la oscuridad. Es una disposición a vivir
en la tiniebla (cf. 1ª Tes 5, 4-5).
Hay una gran diferencia entre educar para tomar en serio la verdad, y educar para “no
dejarse ver la cara”. Los padres a menudo decimos “que no te vean la cara de tonto”, y es
comprensible, pero una vida buena y honesta es más que eso. El desarrollo moral no es
un juego de “ver cómo parecemos gente buena”, sino de serlo realmente. Es la lucha por
ser fieles a la Verdad que es Cristo (cf Jn 14,6), y a la verdad de la razón. Conviene
concentrarse en lo que importa de verdad, la clase de persona que uno es, y la clase de
persona que uno responsablemente quiere ser. Con la honestidad, no hay medias tintas.
Reflexión