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La historia de izquierda en la Argentina

Autor(es): Acha, Omar
Acha, Omar. Historiador y ensayista. Doctorado en la Universidad de Buenos
Aires y en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, es investigador
del CONICET y docente en el Departamento de Filosofía de la Facultad de
Filosofía y Letras. Ha publicado los libros El sexo de la historia (2000), Carta
abierta a Mariano Grondona: interpretación de una crisis argentina (2003), La
trama profunda (2005), La nación futura (2006), Freud y el problema de la
historia (2007), La nueva generación intelectual (2008), Las huelgas
bancarias, de Perón a Frondizi (2008), Historia crítica de la historiografía argentina, vol. 1, Las
izquierdas en el siglo XX (2009), Los muchachos peronistas (2011); ha compilado en
colaboración Cuerpos, géneros e identidades (2000) e Inconsciente e historia después de Freud
(2010), Integra los colectivos editores de las revistas Herramienta. Revista de Crítica y Debate
Marxista y Nuevo Topo. Revista de Historia y Pensamiento Crítico.

El balance

 
Este texto anticipa algunas conclusiones de un libro de próxima aparición:Historia crítica de la
historiografía argentina. Vol. 1, Las izquierdas en el siglo XX.[1] En dicho texto se reconstruyen
las principales tradiciones de interpretación histórica del pasado argentino elaboradas desde las
izquierdas. Son estudiadas las producciones históricas del socialismo, el comunismo, el
anarquismo, el trotskismo, la izquierda nacional y la izquierda peronista. Además se discuten las
perspectivas históricas de dos autores singulares: José Ingenieros y Osvaldo Bayer. De dicho
examen se deriva que los nudos temáticos cruciales para la historiografía de izquierda en la
Argentina del siglo XX fueron la estructura socioeconómica de la colonia, la revolución de mayo
de 1810, los caudillos del interior del país, el rosismo, la Guerra del Paraguay, los intelectuales
de la Generación de 1837, el roquismo y la crisis de 1890, la inmigración, el yrigoyenismo y el
primer peronismo.

Los conceptos principales, sometidos a las coordenadas derivadas de la abcisa de la nación y la


ordenada del progreso, fueron el capitalismo y el feudalismo, la revolución, las clases sociales,
los caudillos, las montoneras, el nacionalismo, el imperialismo y las fuerzas productivas. Las
teorías más transitadas, el marxismo en sus diversas variantes, el positivismo, el nacionalismo
popular y tardíamente las teorías de la dependencia.
Las cohortes historiográficas de las izquierdas cubren todo el siglo. Sin embargo, pueden ser
reconocidas interpelaciones laxamente remitibles a generaciones, coaligadas por una
problemática definitoria. La del 1900, representada por Juan B. Justo y José Ingenieros, pero en
verdad, sólo el último de los cuales puede ser calificado de historiador. Su problema fue la
sociedad nueva e inmigratoria. La de 1930, con Diego Abad de Santillán, José Luis Romero y
Rodolfo Puiggrós, enfrentados a la situación instaurada por el golpe uriburista y el embate
católico-nacionalista, interrogaron el destino de una Argentina desgarrada. La generación de
1955, con Jorge Abelardo Ramos, Milcíades Peña y Rodolfo Ortega Peña, cuya imaginación
histórica se encendía ante las contrariedades del peronismo y de la liberación nacional, no
evadió la posibilidad del socialismo. Finalmente, la de 1970, tronchada por la represión,
orientada por la revolución socialista y la revolución nacional, según los casos, dejó una obra
incompleta.
El saldo general de un arqueo de las historias escritas por las izquierdas en la Argentina del siglo
XX es contradictorio. Los relatos históricos elaborados desde esa vereda ideológica fueron
exitosos en proveer sentido de mediana duración a los programas políticos de las corrientes
ideológicas en las que brotaron. Pero también en la mayoría de los casos, justamente eso
conspiró contra su utilidad para procurar elementos confiables para el debate de lo político.
Reducida a dócil instrumento de la estrategia, la historiografía reblandece su relevancia
intelectual. Decir esto es muy distinto de sostener la superficial defensa de la “objetividad” del
saber histórico, algo que no sólo es inadmisible desde el punto de vista epistemológico, sino que
es prácticamente inviable. El reproche que puede hacerse al magro resultado de las historias de
las izquierdas consiste en que anularon su servicio para la crítica radical. Al plegarse casi sin
problemas a la razón política, a los dictados de la estrategia, y peor aún a las contingencias de la
táctica, destruyeron su aporte a una visión más ajustada de las posibilidades y vías de una
transformación de la realidad. La domesticación de la historiografía por una concepción estrecha
de la política la maniata y esteriliza. Por ende, antes que un reclamo de imposible objetividad, lo
que la trayectoria de la historiografía de izquierdas permite observar es su paradójica
despolitización.
El signo más claro de la falta de seriedad del quehacer historiográfico se demuestra en la
frivolidad documental que salvo excepciones reinó en las prácticas de elaboración textual.
Incluso un proyecto novedoso como el de la revista comunista Argumentos (1938-1939)
muestras sus contradicciones al considerar una gama demasiado estrecha de base archivística
de primera mano para alimentar la edificación historiográfica anhelada. Pero que la pírrica
reducción utilitaria no era un destino lo muestra la mejor factura de la publicación Fichas de
Investigación Económica y Social que editó Milcíades Peña durante los primeros años sesenta.
Raramente se asumió que era preciso ofrecer una disputa en el plano historiográfico. Con
demasiada frecuencia, la exigencia de justificar y refutar se impuso sobre el pensar histórico. De
allí que la ilusión de una historia politizada sin mediaciones yugulara la construcción de una
política de la historia. Esto se observa en la extensión con que se utilizaron recursos
interpretativos moldeados por la derecha historiográfica, sin someter sus elementos a la crítica
conceptual y documental. Incluso esa actitud inhibió la lectura atenta de una textualidad
generalmente reaccionaria, pero que revelaba algunos problemas importantes de la experiencia
nacional.
Podemos detectar los efectos de su evolución historiográfica en la brecha existente entre las dos
vertientes de las preocupaciones tradicionales de la imaginación histórica de las izquierdas: por
un lado la historia de las estructuras económicas, sociales, demográficas, estatales, y por otro la
historia de las subjetividades, la cultura, las ideologías y los sentimientos involucrados en la
acción de individuos, clases y muchedumbres.
Es cierto que la historiografía de las izquierdas aportó algunas discusiones y debates
importantes, a tal punto que la disciplina historiadora tiene con esa producción la deuda más
pesada. La izquierda instaló el diferendo sobre los modos de producción en América Latina, inició
la historia del movimiento obrero, problematizó el tema de la nación, planteó las hipótesis
raigales sobre el peronismo, forjó las conjeturas fundacionales de la historia económica, formuló
las síntesis constituyentes de la historia de las ideas. El despliegue de esa agenda, con sus
atolladeros y aciertos, delineó los temas principales de la historiografía académica
contemporánea. Pero esta transmigración del alma a un cuerpo tan lozano como desabrido
brinda un modesto consuelo.
El recorrido de las producciones historiográficas de las izquierdas en la Argentina revela una
pronunciada coherencia, ciertamente, en el seno de las amplias divergencias teóricas y
estratégicas. ¿Cómo es posible que los debates internos entre las distintas tradiciones
historiográficas desnuden semejante consistencia? Sucede que la reflexión histórica en la
izquierda se estructura entre dos polos de la imaginación ideológica. Uno de esos polos es la
noción de progreso. El otro es el de la nación. Progreso y nación son los conceptos que, con
anclajes políticos e imaginativos muchas veces antagónicos, abrigan el abanico de las
alternativas historiográficas argentinas en el siglo pasado.
La noción de progreso adquiere contenidos cambiantes. Para el socialismo, según los casos, es
de orden técnico-económico, cultural o institucional. Para el anarquismo constituye una matriz
temporal que exhibe la brutalidad innecesaria de una sociedad contemporánea que debe dar
paso a la igualdad y la justicia. Los atributos del progreso, coincidentes con la peculiar mezcla de
romanticismo y cientificismo que el pensamiento ácrata abraza, son ambiguos. En cambio, para
el comunismo el progreso supone una transformación básicamente económica. Ese es un
aspecto ideológico compartido con el trotskismo. No obstante, las similitudes se desmoronan
cuando el comunismo comienza a privilegiar los elementos de la institucionalidad democrática.
La izquierda nacional, a pesar de su visión romántica de la nación, es también partidaria del
progreso y, como las otras corrientes políticas mencionadas, apenas lamenta los sufrimientos
ocasionados por la introducción del capitalismo. La vertiente de la izquierda que, al menos en
algunos de sus autores, se distingue de este consenso progresivista, es el peronismo
revolucionario.
¿Qué decir del sitio para el progreso en una concepción historiográfica, hoy, cuando tal noción ya
no podría ser considerada como una realidad compacta e inexorable? ¿Cómo debería repensarla
una perspectiva histórica de izquierda? He aquí un nudo de la agenda teórica en la historiografía
por venir.
El concepto de nación es un objeto igualmente presente en casi todas las historiografías de
izquierda. La excepción es el anarquismo, si bien este no permanece siempre externo a la
reclamación nacional.
El socialismo aspira a una versión singular de la nacionalidad que se articule con una imagen de
ciudadanía virtuosa y laica. El comunismo experimenta un desgarramiento entre la admiración
irrenunciable por la Unión Soviética y un nacionalismo descentrado, justamente, por la atracción
ejercida por la Patria del Socialismo. Pero su idea de la historia está matrizada por una
evaluación de la estructura socioeconómica argentina y no por la sociedad rusa. El anclaje en la
situación local activa una tendencia nacionalista que, a partir de los años sesenta, contrapesa a
la dominante “línea Mayo-Caseros”.
El trotskismo también resguarda un ideario nacionalista, quizá inesperado para la más
internacionalista de las corrientes marxistas. No obstante, el permanentismo de lo revolucionario
lubrica el percutor que acciona el dispositivo socialista, anulando el anhelo restitutivo de la
radicalidad nacionalista en la izquierda peronista o la paciencia “etapista” del comunismo y la
izquierda nacional. Esa peculiaridad interesa para mostrar que el concepto de nación emerge de
un debate entablado en un campo de fuerzas ideológicas complejas. No es sorprendente que la
izquierda nacional y el peronismo revolucionario adopten a la nación como asunto crucial. Si
para las otras perspectivas es el sujeto virtuoso que enfrenta a un imperialismo opresor, ambas
corrientes transitan con comodidad dentro de un clima nacionalista anti-iluminista. Pero también
allí se perciben discrepancias. En efecto, la izquierda nacional considera a Latinoamérica
reunificada como la nación real, lo que la izquierda peronista recién tematiza en los años del
exilio, es decir, los de su desintegración como opción transformadora.
¿Qué vigencia historiográfica posee hoy una idea de nación tan presente, pero tan
diferentemente interpretada, dentro de la izquierda del siglo XX? ¿Puede ser empleada con
similares atributos en la época de la globalización? ¿Merece consideración cuando la
regionalización relanza la posibilidad de acuerdos internacionales a nivel latinoamericano o
sudamericano? Lo que es claro es que la nación no puede ser un concepto autoevidente para
una historiografía de izquierda crítica. Sin embargo, es preciso advertir que su mero rechazo
tampoco provee una respuesta adecuada a los dilemas actuales de la idea de nación y a las
dialécticas que el capitalismo contemporáneo impone a los estados nacionales.
La articulación entre progreso y nación recalca un efecto historiográfico decisivo: es la condición
de posibilidad para la asunción implícita o explícita de un modelo de desarrollo histórico. La
senda de una nación progresiva desplegada en el tiempo fue el arquetipo principal de la
normatividad historiadora. Se entendió por eso una economía pujante y sólida, un sistema
político democrático (salvo para el izquierdismo antiliberal) y la aparición de una estructura de
“clases fundamentales” que defienden sus intereses. Este conjunto de atributos redundan en una
sociedad libre de tutelas imperialistas. Ante el modelo ideal, el efectivo desarrollo histórico
argentino representa la deformación, la carencia y el error (volveremos sobre esto).
La historiografía de izquierda cimentó sus juicios históricos en el contraste del esquema y la
realidad. Así fue que la historia se plagó de espectros. No hubo una “verdadera” industrialización
porque la acontecida estuvo subordinada a las necesidades del colonialismo, ni una “verdadera”
clase obrera porque estaba disminuida por su origen extranjero o por la prisión ideológica del
peronismo.
Un desafío de una historiografía de izquierda por venir consiste en evitar la repetición de una
teratología historiográfica que encuentra “monstruos” detestables, sin por eso anestesiarse en
un empirismo apologético de lo ocurrido.
La actual situación de globalización capitalista instituye una constelación geopolítica de la
historiografía que es distinta a la vigente durante el siglo XX. Aunque es cierto que ese siglo fue
tan nacional como internacional, después del desmoronamiento de los socialismos burocráticos
en 1989-1991 la globalización contemporánea implica un tranco sustantivo en el proceso de
interrelación, desigual y conflictiva, de las regiones del mundo. De allí que la reflexión sobre la
historiografía es insuficiente si no realiza su balance fuera del espacio nacional. Por ejemplo, sin
un examen crítico respecto del legado de escuelas históricas de izquierda como el marxismo
historiográfico británico, la microhistoria italiana o los estudios de la subalternidad elaborados en
la India, o más extensamente sobre la historiografía marxista mundial (incluidas las prácticas de
los países socialistas), el análisis es incompleto. Sobre todo, es preciso realizar una revisión de
lo producido en América Latina. Es sabido que, a la vez que posee rasgos comunes, el
subcontinente es diverso y múltiple.
Un contraste con las trayectorias historiográficas de la izquierda latinoamericana aportaría
interesantes descubrimientos. Por ejemplo, la comparación con las lecturas de la Revolución
Mexicana permitiría aquilatar mejor las novedades y diferencias que supone en la Argentina la
inexistencia de una revolución social de la magnitud perceptible en el proceso mexicano. En el
sentido inverso, la ausencia de una ruptura independentista violenta, como en el Brasil,
condiciona una búsqueda distinta de la “revolución brasileña”, diferente del caso argentino, e
inspiradora de otras perspectivas históricas. Los distintos aportes historiográficos de valor
constituyen una materia de estudio de primera importancia. Para mencionar sólo un autor, el
peruano Alberto Flores Galindo es un historiador interesante para ser pensado en sus contextos,
en sus decisiones políticas, en sus vacilaciones. Estos ejemplos, tomados al azar, muestran los
sesgos posibles de una puesta en relación que es indispensable para la reflexión en vista de una
historia latinoamericana desde la izquierda.

Situación y perspectivas
 
Entre 1983 y 2001 ha transcurrido todo un ciclo. Las adscripciones ideológicas propias del siglo
XX perdieron vigor y se vieron asediadas por el vendaval liberal que avanzó sobre buena parte
del horizonte teórico de la historiografía. Las izquierdas historiográficas no fueron inmunes a ese
cambio epocal.
La identificación de izquierda, sin embargo, no fue completamente resignada en algunas franjas
intelectuales. Nuevas camadas de escritoras y escritores de orientación crítico-radical
desarrollaron una producción reconocible como de izquierda. ¿Cuáles son sus logros y sus
problemas? Es prematuro evaluar una bibliografía desigual. Con la certidumbre de la injusticia
de nuestro limitado conocimiento y el sesgo porteñista de la circulación de impresos, no
deseamos evadir algunas menciones.
El Centro de Documentación e Información sobre la Cultura de Izquierdas en la Argentina,
Cedinci, fundado en 1998 e inspirado por Horacio Tarcus junto a un grupo de intelectuales de
orientación crítica, ha sido reconocido como un valioso archivo. A pesar de su importancia, hasta
el momento no ha logrado devenir el espacio de investigación cooperativo que lo motivó desde
el comienzo. Además de Tarcus, son o fueron parte de una producción historiográfica ligada de
alguna manera al Cedinci estudiosas/os como Roberto Pittaluga, Fernando López Trujillo, Ana
Longoni y Gabriel Rot.[2] No existe una perspectiva historiográfica reconocible de una mirada
“cedinciana” más allá de la historia de la izquierda, una ubicación que se desdibuja en tanto la
cuestión fue legitimada en la agenda académica. El sesgo compartido, sin embargo, es la
vocación de elaboración de una historia no apologética de la izquierda, que posibilite una
revisión de sus certezas.
Nicolás Iñigo Carrera articula un espacio de investigación coherente sobre historia argentina en
el siglo XX. La producción del grupo PIMSA (Programa de Investigación sobre el Movimiento de
la Sociedad Argentina) es claramente reconocible por su reivindicación de explicaciones
“científicas” del acontecer histórico y de la práctica historiográfica. Propone una versión del
marxismo que aspira a definir el núcleo de la existencia histórica de las clases y sus fracciones
en los eventos de la lucha de clases. La dimensión ideológica y política de la experiencia es
sometida a una particular lectura de la tesis gramscianas, caladas por inflexiones engelsianas.
Su producción enhebra una sucesión de monografías sobre huelgas y otras formas de
combatividad social. El trabajo de PIMSA tiene el mérito de mostrar que una historiografía de
izquierda necesita nutrirse de la perspectiva teórico-metodológica y de un disciplinado trabajo de
archivo. Ese es el secreto de la atracción de La estrategia de la clase obrera entre las nuevas
hornadas de investigadoras/es con inquietudes de izquierda.[3] Numerosos lazos conceptuales
unen al PIMSA con las investigaciones fuertemente marcadas por las ciencias sociales de la línea
de CICSO, centro de estudios sociológicos que propuso algunas interpretaciones de corte
histórico-sociológico.[4]
Rosario cuenta con una importante producción a partir de un conjunto de investigadores
orientado durante un par de décadas por Alberto Plá, luego desarrollado en diferentes caminos,
aunque siempre desde una perspectiva crítica. Quizá la contribución más importante por el
momento sea la dedicada a la reconstrucción de la militancia de los años sesenta y setenta, así
como a las prácticas de represión ocurridas en la ciudad durante la última dictadura militar.[5] El
rosarino Grupo Hacer la Historia, parcialmente deudor de la perspectiva “cicsista”, se constituyó
en 1992. Desarrolla una producción relativa al conocimiento histórico y la política, con el
principio de que “no sólo es necesario estudiar la historia (historiografía) sino hacer (participar,
protagonizar) conscientemente la historia del presente”. El objeto de investigación es
identificado como los “enfrentamientos sociales” en la Argentina y América Latina.[6]
A partir de sus trabajos de historia del movimiento obrero, de la lucha armada de las décadas de
1960 y 1970, más el empleo de la historia oral, Pablo Pozzi articuló una producción vinculada a
jóvenes investigadores con diversas extracciones de izquierda. El rasgo compartido es la lectura
de clásicos de la historiografía de izquierda anglosajona, como E. P. Thompson y David
Montgomery. Los temas abordados son variados y en algunos casos exceden el espacio
argentino.[7]
Una orientación historiográfica “guevarista” se expresa en los diversos estudios de Néstor
Kohan. Sus numerosos ensayos conciernen a la historia de las ideas. El trabajo de Kohan no se
concreta meramente en su voluntad de recuperar a Ernesto “Che” Guevara como militante y
pensador. Se despliega en la construcción de retratos de políticos e intelectuales “heterodoxos” y
revolucionarios, enfrentándolos a otros “ortodoxos” o reformistas.[8]
El estudio más sólido producido por la corriente anarquista en los últimos años es el trabajo de
Fernando López Trujillo, centrado en la historia del propio movimiento ácrata. La novedad de su
estudio consiste en el cuestionamiento de la clausura histórica que la historiografía universitaria
dicta para el anarquismo hacia 1910 o 1915.[9] Christian Ferrer ha contribuido con sutiles y
apasionadas reflexiones que cincelan una preocupación histórica no historicista.[10]
El maoísmo historiográfico actual está representado por Eduardo Azcuy Ameghino. Los escritos
de Azcuy y sus colaboradores insisten en la caracterización feudal de las relaciones sociales de
producción de la época colonial.[11] La definición de su singularidad interpretativa se torna
perceptible en la historiografía de izquierda a la luz de la discusión emergida en los años 1980
sobre el lugar del gaucho como personaje de la historia social y económica rioplatense. Azcuy
objeta al debate sobre la mano de obra rural la elusión del hecho de la inexistencia de la fuerza
de trabajo libre y el “papel relevante” de la compulsión extraeconómica, que devela la
pervivencia de rasgos feudales.
Un enclave institucional que propone construir un saber histórico desde la izquierda es el
Departamento de Historia del Centro Cultural de la Cooperación, de la ciudad de Buenos Aires. Si
bien este Centro tiene vínculos con el Partido Comunista, su política de producción
historiográfica articula a intelectuales de un diverso abanico de la izquierda.[12]
En el trotskismo filiado en Nahuel Moreno y sus derivas, a partir de 1995 se publican varios
volúmenes de El trotskismo obrero e internacionalista en la Argentina.[13] Es una reconstrucción
básicamente interna, en la que se observa una ambigüedad entre el juicio histórico de por qué
se falló en la cohesión revolucionaria de la clase obrera y las dificultades para la construcción de
una organización política. Muy recientemente, otra línea derivada ha propuesto una lectura de
los años setenta, revigorizando la pregunta por una explicación que exceda a la propia tradición
ideológica.[14]
El Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales que tutela Eduardo Sartelli constituye un grupo
peculiar. Dividido en varios programas de investigaciones, el CEICS sostiene el objetivo de
construir una historiografía marxista, a contramano de otras perspectivas renovadas, en las que
denuncia defecciones doctrinarias y políticas. Su producción comienza a pasar del plano de los
artículos al de libros con argumento completo, interesantes sobre todo cuando se concentran en
la historia económico-social.[15] Quizás lo más interesante del planteo programático del CEICS
consista en que no aspira a construir una historiografía endogámica sobre la izquierda ni sobre la
clase obrera. Si estos constituyen sus temas más caros, el objetivo concierne a toda la sociedad
o, para decirlo en sus términos, al “capitalismo argentino”.
La revista Nuevo Topo contiene a una diversidad de intelectuales de izquierda. La búsqueda
adrede de la heterogeneidad, dentro de límites demarcados por una “sensibilidad de izquierda”,
tiene como una de sus metas repensar y comenzar a proponer imprevistas articulaciones para
dar paso a innovaciones historiográficas sólidas y comprometidas con la época. La publicación se
encuentra en una etapa formativa y experimental. Parte de su producción ha alcanzado la forma
de libro. Un obstáculo para su desarrollo intelectual proviene de su elusión del sectarismo y del
deseo de un líder, pues la diversidad no produce automáticamente articulación ni orientación
político-cultural.[16]
La advertencia más general que suscita buena parte de las producciones historiográficas de la
izquierda académica y militante, según los casos y con diferencias a veces significativas, es el
peligro de constituirse en un discurso de consumo propio. Esto es particularmente dañino cuando
los grupos de investigación se configuran como círculos cerrados, con su pequeño público lector
o un cierto consenso académico, que deriva con frecuencia en lenguajes incomunicables más allá
de las universidades. La historia de la izquierda y del movimiento obrero es útil cuando se hace
“historia nacional”, es decir, cuando sus hallazgos iluminan de otro modo los relatos
establecidos, cuando los subvierten y transforman originando sustancias narrativas generales y
no sólo un relato particular.
 
Teorías y saberes
 
Junto y abrazada con la producción historiográfica es preciso analizar la situación de la teoría.
Una dificultad aludida debe ser enunciada de manera explícita. Es la cuestión eminente del
marxismo como teoría explicativa del cambio histórico. La potencia argumentativa del marxismo
como crítica de la economía política y sus extensiones hacia lo social y lo político hicieron de la
obra marxiana, y de la estela de perspectivas en ella nutridas, una cantera decisiva de la
imaginación histórica de las izquierdas. Con excepción del anarquismo y parcialmente del
socialismo reformista, todas las ideologías de izquierda se vieron profundamente afectadas por
el marxismo. Durante el siglo XX, hacer historia desde la izquierda implicaba la frecuentación de
la biblioteca marxista. Hoy, en cambio, es imposible plantear una historiografía completa bajo la
sola observancia marxista. La frase de Sartre, que definía el marxismo como el “horizonte
insuperable de nuestro saber”, esto es, su reducción a filosofía especulativa de la historia, es
inaceptable.
Al margen de las reformulaciones más o menos graves que deben ser realizadas en el marxismo
como crítica de la economía política, está claro para cualquier colectividad que pretenda explicar
los procesos históricos la inviabilidad de una formulación puramente marxista, quizá con la
excepción de ramas muy especializadas del campo historiográfico. No es una casualidad que los
mejores ejemplos de historiografías marxistas durante el siglo lo dieran sus versiones
heterodoxas. En primer término, la historia marxista británica, nutrida también por la
antropología y la literatura, o la india de los estudios subalternos, que laboriosamente examinó
críticamente las hipotecas eurocéntricas y deterministas que asedian al pensamiento de Marx. Lo
que para el marxismo de derecha –esto es, un marxismo tradicionalista, conservador y
autoritario– constituyen violaciones al dogma inmodificable, pueden ser, en realidad, vigorosos
esfuerzos por inyectar nuevos impulsos a la crítica radical e incluso revolucionaria.
El pasaje antimarxista de la intelectualidad argentina, propia de los años 1980 de “transición
democrática”, ya ha concluido. El derrumbe de la Unión Soviética y la consolidación capitalista
de China cerraron la circunvalación de una era del marxismo. Las alternativas al socialismo real,
como el nacionalismo revolucionario o el eurocomunismo, no salieron mejor situadas en el
balance del siglo. Es hora, entonces, de una revisión equilibrada de la tradición marxista. Ha
llegado el momento de adoptar el ánimo libre para decir “esto sí” y “esto no”, de pensar las
bases mismas de la teoría y de la práctica que el marxismo alimentó durante largas décadas.
Sobre todas las cosas, es urgente emplear el materialismo histórico como punto de partida para
la invención teórica, y no paraíso en el que permanecer anclados.
El marxismo sigue siendo aun la teoría de la crítica radical del capitalismo, y su utilidad como
insumo para la recreación del pensamiento y la acción persistirá con la condición de no
permanecer intacto, como si nada hubiera ocurrido. Para la proyección de una futura
historiografía de izquierda es aconsejable olvidar las obediencias ortodoxas para insuflar aire
nuevo al empleo crítico del marxismo y de otras teorías sociales. Pensamos que una actitud
creativa, esto es, el deseo de balance e invención, se lleva mejor con una sensibilidad de
izquierda, que cuestiona toda autoridad y todo pasado recibido.[17]
Anexa a la crítica del capitalismo, hay otra faz del marxismo que mantiene su relevancia: la
perspectiva del estudio de las sociedades como formaciones complejas. En un lenguaje
problemático, esto puede decirse según la estipulación de Georg Lukács: “el punto de vista de la
totalidad”. Otra perspectiva acentuaría las ambigüedades de lo social, las discontinuidades de las
prácticas, las contradicciones irregulares de las relaciones sociales, sin perder la voluntad de
entender al conjunto. Este aspecto del marxismo es particularmente importante, hoy, que ha
cedido la seducción de la fragmentación que caracteriza al pensamiento postmoderno, pero
donde se impone la tendencia a la excesiva especialización temática inducida por la praxis
universitaria de la investigación.
La pasión por el detalle puede confundirse con una adecuada respuesta a la historia de las élites
y estructuras que se hizo sentido común en la izquierda. Hace tres décadas Perry Anderson
señaló la necesidad de una mejor historia desde arriba después del desarrollo de una historia
desde abajo, para un recíproco enriquecimiento.[18] La búsqueda de conexiones y el rastreo de
transformaciones globales es un rasgo de la episteme marxista que dificulta el fragmentarismo
de la especialización académica, que se conserva a pesar de las recientes prácticas de “historia
global”. Por lo demás, las nuevas concepciones del cambio histórico en la era de la globalización
capitalista renuevan el interés por la recreación de un marxismo crítico (o como se denomine
una original perspectiva crítico-revolucionaria). Un marxismo en permanente revisión es capaz
de aportar a la refiguración de un conocimiento histórico complejo. Un marxismo ileso es
doctrina y obstáculo.
La reconstrucción del marxismo es imprescindible para renovar la crítica del capitalismo. La
reconstrucción emerge como un programa más viable que la adopción de nuevas escrituras bajo
la forma de la moda. Esto es muy común en el mundo universitario: el consumo de atajos
dogmáticos que aparecen como respuestas o alternativas a los problemas de la izquierda. Es lo
que sucede actualmente con los autores postmodernos o post-postmodernos, útiles cuando
señalan las contrariedades de la izquierda del siglo XX, pero insuficientes para proveer nuevas
coordenadas teóricas y políticas. Sus recetas historiográficas concluyen con listados desgarbados
de temas de indagación, sin una vertebración histórico-filosófica coherente. El desenlace de la
discusión sobre el tema es por el momento desafiante: desde una perspectiva de izquierda la
deconstrucción terminal del marxismo es artificiosa sin la propuesta de una matriz teórica
superadora. El menoscabo de las posiciones elaboradas hasta el momento por el postmarxismo
consiste en que restringen su ánimo conceptual a un pluralismo poco convincente o identifican
lógicas discursivas incapaces de proveer una comprensión sofisticada de las prácticas sociales.
En los mejores casos son teorías sofisticadas que proponen un entendimiento simplificante de lo
real.
La utilización emancipada del marxismo tiene una significación propiamente historiográfica. Se
ha visto con qué insistencia los conceptos de progreso y de deformación socioeconómica (e
incluso político-cultural) organizaron buena parte de las representaciones históricas de la
izquierda. El progreso y la normalidad pertenecieron a un sistema fundado en el seguimiento
dócil de los modelos marxistas pensados en otras latitudes. Las monstruosidades historiográficas
eran el efecto de la postulación, a veces inconsciente, de formas nítidas y progresivas, frente a
las cuales las peculiaridades locales debían inexorablemente aparecer como insuficientes,
estancadas o incompletas. Antes que conclusiones de una investigación de las estructuras y
prácticas reales, resultaban de la aplicación mecánica de figuras externas.
En efecto, sólo la adopción de una representación preceptiva de la sociedad, basada en
experiencias históricas alógenas, es lo que posibilita la enunciación de la proposición
teratológica. El pensamiento histórico de las izquierdas fue dominado por el señalamiento de
anomalías, justificadas por la heteronormatividad teórica, y por lo que es su complemento
lógico: la rareza de asumir la historia adecuando los conceptos o sustituyendo las nociones
recibidas desde los centros mundiales del saber. Y el marxismo no debe ser excluido de esta
dinámica de subalternidad cultural. Desde esa perspectiva América Latina fue situada en la “sala
de espera de la historia”, según expresa Dipesh Chakrabarty para las regiones no europeas,
aquejadas, por su incongruencia con modelos europeos universalizados, de deformación y
carencia.[19] La concepción de un marxismo latinoamericano aparece como una promesa de
creatividad teórica liberada de una noción ingenua de totalidad, dispuesta a afrontar la
multiplicidad de las totalizaciones interminables que iluminan diferentes aproximaciones en la
faena contingente de la interpretación.
Otro continente de producción intelectual donde se encuentran perspectivas de producción
historiográfica crítica es el entramado de estudios de género, feministas, queer, gays, lésbicos y
trans (un campo en permanente expansión y disyunción). Como ninguna otra “especialidad”, el
desarrollo de este cuadrante de investigaciones parece decisivo para el despliegue crítico de una
historiografía de izquierda. El peligro mayor consiste en la especialización excesiva y en la
reclusión académica, que constituyen las maneras más eficaces para neutralizar su vocación
anti-statu quo. Igualmente relevante es el diálogo con las teorías y disciplinas que estudian las
dimensiones étnicas y las clasificaciones “raciales”. En Latinoamérica es imposible desdeñar la
importancia de inscribir el pensamiento de las diferencias étnicas. Sin embargo, a pesar de
antecedentes fundamentales en la izquierda (como Mariátegui), esta cuestión ha permanecido
hasta hace poco marginada de la agenda de problemas identificados por la historiografía crítica.
Desde luego, la serie de diálogos truncos no termina aquí. ¿Qué decir de la indiferencia de la
izquierda historiográfica ante la teoría psicoanalítica? 
 
Cuestiones de la práctica
 
Un párrafo de reflexión debe ser dedicado a la inserción universitaria de toda futura
historiografía de izquierda. Si bien existen importantes espacios de investigación y producción
fuera de los muros universitarios, por razones de ecosistema intelectual y financiamiento, la
universidad es hoy un área central para toda historiografía de izquierda; lo es incluso si su base
operativa está fuera de la universidad.
La asunción de la necesidad de una investigación de largo aliento para sostener una tesis
histórica implica una dedicación al menos parcial que es difícil de proseguir sin becas o cargos
docentes. En buena parte de las prácticas historiadoras de las izquierdas en el siglo XX se
escribió historia durante las noches o los fines de semana, después del trabajo. Con el auxilio de
los textos clásicos y una revisión somera de algunas bibliotecas se lograba acopiar datos para
hilvanarlos en un relato coherente. Actualmente es casi imposible legitimar un trabajo histórico
sin concurrir a varios archivos y realizar interminables búsquedas en las ajadas y polvorientas
bibliotecas argentinas. Desde luego, las exigencias se multiplican si se aborda un tema
latinoamericano. En cualquier caso es necesario disponer de dinero y tiempo. Son numerosas las
personas que trabajan el doble, en sus empleos y en sus investigaciones, para avanzar en
trabajos históricos sin la ayuda universitaria. Pero esas prácticas no podrían generalizarse. La
inserción en el sistema universitario es decisiva para el futuro de las investigaciones desde una
perspectiva de izquierda, al menos hasta que un nuevo ciclo de radicalización social modifique
cabalmente la institucionalización hoy galopante.
La aceptación de las reglas del trabajo universitario ofrece distintos beneficios a los grandes
inconvenientes de las izquierdas historiográficas. Por un lado se encuentra el cumplimiento de un
estándar de investigación original, en los archivos, compulsando diversas fuentes. Por otra es
necesario conocer el conjunto de la bibliografía sobre el tema estudiado, elaborando hipótesis
claras y fundamentadas. También es obvia la confrontación pública con los pares del oficio,
discutiendo abiertamente las interpretaciones.
Es innecesario plantear por extenso los consabidos males de la vida universitaria para un
pensamiento crítico radical. Para mencionarlos concisamente: la ultraespecialización que
empobrece los análisis de conjunto, la reducción empirista, el espíritu de cuerpo acrítico de la
realidad extrauniversitaria, la defensa de los dogmas historiográficos impuestos, el rechazo de
toda perspectiva ideológica explícita, la formación de cofradías cerradas y la verticalidad ante las
figuras dominantes. Existe una extensa bibliografía al respecto. Pero la universidad es a pesar de
todo un territorio de ricas confrontaciones y debates. Su autonomía relativa de las fidelidades
políticas constituye un espacio fértil para el desarrollo de un programa de investigaciones
científicas de una historiografía de izquierdas.
¿Es el nuestro un proyecto meramente “político”? El denuesto es propio del saber universitario y
no carece de algún fundamento. En efecto, es parte de la pretensión universitaria de legitimidad
epistemológica y presupuestaria la defensa de una distancia respecto de las ideologías, incluso si
siempre es demostrable que hay mitos operantes en todo saber, tal como lo dice el ABC de la
sociología del conocimiento.
La postulación de una historia de izquierdas está destinada a ocupar un lugar incómodo en la
universidad, lo mismo que sucedería a una historia abiertamente de derechas. En cambio, la
historia de la izquierda ha sido integrada sin grandes dificultades y constituye un campo que
rinde sus buenos dividendos de becas y cátedras. Hoy, estudiar la historia de la izquierda puede
ser faena de intelectuales que poco o nada tienen que ver con la política de izquierda. 
Como sea, si existe una historiografía de izquierdas, ella vive en las universidades. Algunas
instituciones relativamente independientes logran prosperar, pero salvo casos singulares, poseen
innumerables lazos con la institución universitaria. Esto no significa que la universidad se
constituya en un destino fatal. Por el contrario, este producto de una derrota secular debe ser
interrogado, pensado y tramitado en nuevos horizontes de reflexión, producción y difusión. La
izquierda debe desarrollar una agenda de la actuación universitaria en estrecha interrelación con
la realidad extramuros. La conexión con los movimientos sociales y los partidos políticos, la
conversación con las diferentes militancias sociales y culturales, constituyen un arraigo
imprescindible que debe ser incluido en las exigencias primarias de toda historiografía futura. El
lenguaje y maneras académicas merecen una profunda revisión, para hacer accesible el
conocimiento elaborado, pero sobre todo para recuperar fórmulas de saber histórico en las
prácticas concretas de refiguración del pasado que circulan en los activismos que recorren lo
social.
     Nuestra expeditiva revisión de la producción actual de una historiografía de izquierda en la
Argentina sugiere que la orientación tiene alguna posibilidad de porvenir, siempre y cuando se
atreva a pensarse radicalmente. La creación de una obra crítica y relevante exige un esfuerzo de
innovación y reinvención. Si toda verdad es descubierta tanto como es construida, el futuro de
una historiografía de izquierda, esto es, su verdad, se decide tanto por la capacidad de conciliar
la recuperación de las posiciones aún válidas de la tradición como por la creación colectiva de
perspectivas fértiles para enfrentar los desafíos contemporáneos. De acuerdo al consejo
nietzscheano, demandará una historia que sea “útil para la vida”, es decir, para la acción.
     Pensar una historia nueva, como reflexionar y practicar una obra intelectual, implica hoy
construir un quehacer generacional. Hace tiempo que ha concluido el ciclo del siglo XX. En la
Argentina posterior al entramado crítico de los años 2001-2002, innumerables inquietudes
coinciden en plantear la refiguración de la praxis intelectual y política (a la realidad argentina
debemos añadir las dinámicas democrático-populares que agitan actualmente Nuestra América).
El paradigma historiográfico, y más ampliamente el intelectual, instituido desde 1984, es incapaz
de proponer una historia a la altura de los tiempos, sobre todo porque carece de deseos de
revisar sus frutos.
     La historiografía no está exenta de este ambiente fundacional que requiere cooperaciones y
alianzas de una nueva generación, definida por la actitud ante la realidad problemática, y no por
el año de nacimiento. Pero la relatividad de la edad no puede suprimir la evidencia de dónde
reside la esperanza de la futura historia de izquierda y de una obra intelectual colectiva: en la
juventud estudiosa y militante, que piensa y vivencia este mundo con ideas frescas, sin miedos
viscerales, con la capacidad intacta para indignarse ante la desigualdad y la injusticia. Sobre
todo, la que comprueba el vigor de su simiente, el deseo de hablar en primera persona, sin
inocuas hipotecas jamás contraídas, sin excusas imaginarias de sueños resignados.
Indeclinablemente del lado de los condenados de la tierra.

  Enviado por el autor para su publicación en Herramienta.


 
[2] Horacio Tarcus, El marxismo olvidado en la Argentina. Silvio Frondizi y Milcíades Peña,
Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1996; del mismo autor,Mariátegui en la Argentina o las
políticas culturales de Samuel Glusberg, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 2001; Marx en la
Argentina. Sus primeros lectores obreros, intelectuales y científicos, Buenos Aires, Siglo
Veintiuno, 2007; H. Tarcus, dir., Diccionario biográfico de la izquierda en la Argentina, Buenos
Aires, Emecé, 2007; Ana Longoni y Mariano Mestman, Del Di Tella a Tucumán Arde. Vanguardia
estética y política en el 68 argentino, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 2000; Gabriel Rot, Los
orígenes perdidos de la guerrilla en la Argentina. La historia de Jorge Ricardo Masetti y el
Ejército Guerrillero del Pueblo, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 2000; Alejandra Oberti y R.
Pittaluga, Memorias en montaje. Escrituras de la militancia y pensamientos sobre la historia ,
Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 2006.
[3] N. Iñigo Carrera, La estrategia de la clase obrera: 1936, Buenos Aires, La Rosa Blindada,
2000; N. Iñigo Carrera, María Isabel Grau y Analía Martí,Agustín Tosco. La clase revolucionaria,
Buenos Aires, Ediciones Madres de Plaza de Mayo, 2006. Véase también N. Iñigo Carrera y Jorge
Podestá,Movimiento social y alianza de obreros y campesinos. Chaco (1934-1936), Buenos
Aires, Centro Editor de América Latina, 1991, y los estudios recogidos en PIMSA. Documentos y
Comunicaciones, publicado desde 1997. Podemos mencionar como ejemplos de jóvenes
estudiosos cercanos a esta mirada historiográfica: Gustavo N. Contreras, “El peronismo obrero.
La estrategia laborista de la clase obrera durante el gobierno peronista. Un análisis de la huelga
de los trabajadores frigoríficos de 1950”, enPIMSA. Documentos y Comunicaciones 2006, 2007;
Agustín Nieto, “Conflictividad obrera en el puerto de Mar del Plata: del anarquismo al peronismo.
El Sindicato Obrero de la Industria del Pescado, 1942-1948”, en Revista de Estudios Marítimos y
Sociales, año 1, n° 1, Mar del Plata, noviembre de 2008.
[4] Beba Balvé y Beatriz S. Balvé, El ´69. Huelga política de masas, Buenos Aires, Contrapunto,
1989; B. Balvé y otros/as, Lucha de calles, lucha de clases. Córdoba 1971-1969, Buenos Aires,
La Rosa Blindada, 1973; Juan Carlos Marín, Los hechos armados. Argentina 1973-1976. La
acumulación originaria del genocidio, Buenos Aires, PICASO/La Rosa Blindada, 2004 (1ª ed.,
1983); B. S. Balvé, Los nucleamientos político-ideológicos de la clase obrera. Composición,
interna y alineamientos sindicales en relación a gobiernos y partidos. Argentina, 1955-1974,
en Cuadernos de CICSO. Serie Estudios, n° 51, Buenos Aires, 1990; Pablo Bonavena, Mariana
Maañón, Gloria Morelli, Flabián Nievas, Roberto Paiva y Martín Pascual, Orígenes y desarrollo de
la guerra civil en la Argentina, 1966-1976, Buenos Aires, Eudeba, 1998.
[5] Gabriela Águila, “Los comunistas y el movimiento obrero en Rosario 1943-1946”, en Anuario
de la Escuela de Historia, n° 15, Rosario, 1991-1992; de la misma autora, Dictadura, represión y
sociedad en Rosario, 1976/1983. Un estudio sobre la represión y los comportamientos y
actitudes sociales en dictadura, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2008; G. Águila y Cristina Viano,
“Identidad política y memoria en los militantes de dos expresiones de la nueva izquierda
peronista en el Gran Rosario”, enSociohistórica, nº 13-14, La Plata, 2003; Gustavo Guevara, La
Revolución Mexicana y el conflicto religioso (1913-1938), Buenos Aires, Manuel Suárez, 2005.
[6] Irma Antognazzi, comp., Del Rosariazo a la democracia del 83, Rosario, Grupo de Trabajo
Hacer la Historia, 1995; ídem, Argentina: raíces históricas del presente, Rosario, Grupo de
Trabajo Hacer la Historia, 1997; I. Antognazzi y Luis Lobato, comps., Historia y memoria
colectiva. Dos polos  de una unidad, Rosario, UNR Editora/Managua, Departamento de Historia
de la UNAN, 2006.
[7] P. Pozzi, Oposición obrera a la dictadura (1976-1982), Buenos Aires, Contrapunto, 1988; del
mismo autor, Por las sendas argentinas. El PRT-ERP. La guerrilla marxista, Buenos Aires,
Eudeba, 2001; P. Pozzi y Alejandro Schneider, Los setentistas. Izquierda y clase obrera: 1969-
1976, Buenos Aires, Eudeba, 2000; de los mismos autores, Combatiendo el capital. Crisis y
recomposición de la clase obrera argentina (1985-1993), Buenos Aires, El Bloque, 1994; Rafael
Bitrán, El Congreso de la Productividad. La reconversión económica durante el segundo gobierno
peronista, Buenos Aires, El Bloque, 1994; R. Bitrán y A. Schneider, El gobierno conservador de
Manuel Fresco en la provincia de Buenos Aires (1936-1940), Buenos Aires, Centro Editor de
América Latina, 1991; P. Pozzi y Patricia Berrotarán, comps., Ensayos inconformistas sobre la
clase obrera argentina, Buenos Aires, Letrabuena, 1994; Hernán Camarero, P. Pozzi y A.
Schneider, comps., De la Revolución Libertadora al menemismo, Buenos Aires, Imago Mundi,
2000; A. Schneider,Los compañeros. Trabajadores, izquierda y peronismo, Buenos Aires, Imago
Mundi, 2006; P. Pozzi y Fabio Nigra, Huellas imperiales. Estados Unidos de la crisis de
acumulación a la globalización capitalista (1930-2000), Buenos Aires, Imago Mundi, 2003.
      [8] Sus principales textos son N. Kohan, Marx en su (Tercer) Mundo. Hacia un socialismo no
colonizado, Buenos Aires, Biblos, 1998; del mismo autor, Deodoro Roca, el hereje. El máximo
ideólogo de la Reforma Universitaria de 1918 hoy olvidado por la cultura oficial, Buenos Aires,
Biblos, 1999; La Rosa Blindada. Una pasión de los ‘60, Buenos Aires, La Rosa Blindada,
1999; De Ingenieros al Che. Ensayos sobre el marxismo argentino y latinoamericano , Buenos
Aires, Biblos, 2000; Che Guevara: otro mundo es posible, Buenos Aires, Editorial Nuestra
América, 2003. En los últimos años, Kohan ha integrado su trabajo en el colectivo Amauta:
http://www.amauta.lahaine.org/.
[9] Fernando López Trujillo, Vidas en rojo y negro. Una historia del anarquismo en la “Década
Infame”, Buenos Aires, Letra Libre, 2005; Verónica Diz y F. López Trujillo, Resistencia libertaria.
La historia de la militancia anarquista en los años ‘70 en la Argentina, Buenos Aires, Colectivo
Editorial Madreselva, 2007.
[10] Ch. Ferrer, “Átomos sueltos, vidas refractarias”, en Cabezas de tormenta, Buenos Aires,
Anarres, 2004.
[11] E. Azcuy Ameghino, El latifundio y la gran propiedad colonial rioplatense, Buenos Aires,
García Cambeiro, 1995; del mismo autor, Historia de Artigas y la independencia argentina,
Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1993; La otra historia, Buenos Aires, Imago Mundi,
2002; Buenos Aires, Iowa, y el desarrollo agropecuario en las pampas y las praderas , Buenos
Aires, Universidad de Buenos Aires-Programa Interdisciplinario de Estudios Agrarios, 1997; La
carne vacuna argentina. Historia, actualidad y problemas de una agroindustria tradicional,
Buenos Aires, Imago Mundi, 2007; E. Azcuy y Gabriela Martínez Dougnac, Tierra y ganado en la
campaña de Buenos Aires según los Censos de Hacendados de 1789, Buenos Aires, Universidad
de Buenos Aires-Instituto de Investigaciones de Historia Económica y Social, 1989; Gabriela
Gresores y Carlos Birocco,Arrendamientos, desalojos y subordinación campesina. Elementos
para el análisis de la campaña bonarense en el siglo XVIII, Buenos Aires, García Cambeiro,
1992.
[12] Ver htttp://www.centroculturalcoop.org/.
[13] Ernesto González, coord., El trotskismo obrero e internacionalista en la Argentina, Buenos
Aires, Antídoto, 1995-2006. 4 vols.
[14] Ruth Werner y Facundo Aguirre, Insurgencia obrera en la Argentina 1969-1976. Clasismo,
coordinadoras interfabriles y estrategias de la izquierda, Buenos Aires, Ediciones del Instituto del
Pensamiento Socialista, 2007.
[15] Los trabajos más desarrollados en esta línea son: Eduardo Sartelli, “Rehacer todo lo
destruido. Los conflictos obrero-rurales en la década 1927-1937”, en Waldo Ansaldi, comp.,
comp., Conflictos obrero-rurales pampeanos (1900-1937), Buenos Aires, Centro Editor de
América Latina, 1993; del mismo autor, “Ríos de oro y gigantes de acero. Tecnología y clases
sociales en la región pampeana (1870-1940)”, en Razón y Revolución, n° 3, 1997; Marina
Kabat, Del taller a la fábrica. Proceso de trabajo, industria y clase obrera en al rama del calzado,
Buenos Aires, 1870-1940, Avellaneda, Razón y Revolución, 2005; Silvina Pascucci, Costureras,
monjas y anarquistas. Trabajo femenino, Iglesia y lucha de clases en la industria del vestido (Bs.
As. 1890-1940), Buenos Aires, Razón y Revolución, 2007; Damián Bil, Descalificados. Proceso de
trabajo y clase obrera en la rama grafica, 1890-1940, Buenos Aires, Razón y Revolución, 2008;
Verónica Baudino, El ingrediente secreto. Arcor y la acumulación de capital en la Argentina
(1950-2002), Buenos Aires, Razón y Revolución, 2008.
      [16] Hernán Camarero, A la conquista de la clase obrera. Los comunistas y el mundo del
trabajo, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2007: H. Camarero y Carlos Herrera, comps., El Partido
Socialista en Argentina, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2004; Gabriel Di Meglio, ¡Viva el bajo
pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y la política entre la Revolución de Mayo y el rosismo ,
Buenos Aires, Prometeo Libros, 2006; del mismo autor, ¡Mueran los salvajes unitarios! La
Mazorca y la política en tiempos de Rosas, Buenos Aires, Sudamericana, 2007; Ezequiel
Adamovsky, Euro-Orientalism. Liberal Ideology and the Image of Russia in France, c. 1740-
1880, Oxford,Peter Lang, 2006; del mismo autor, Historia de la clase media argentina, Buenos
Aires, Planeta, 2009; Omar Acha, La trama profunda. Historia y vida en José Luis Romero,
Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 2005: del mismo autor, La nación futura. Rodolfo Puiggrós en
las encrucijadas argentinas del siglo XX, Buenos Aires, Eudeba, 2006; Freud y el problema de la
historia, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2007; Las huelgas bancarias, de Perón a Frondizi
(1945-1962). Contribución a la historia de las clases sociales en la Argentina, Buenos Aires,
Centro Cultural de la Cooperación, 2008; Alejandro Belkin, comp., Relatos de luchas 1.
Contribuciones a la historia del movimiento obrero, Buenos Aires, Desde El Subte, 2009.
[17] Remitimos a nuestro ensayo: “El marxismo de derecha: elementos para su definición y
crítica”, en Herramienta. Revista de Teoría y Crítica Marxista, nº 37, marzo de 2008.
[18] Perry Anderson, El estado absolutista, México, Siglo Veintiuno, 1987, p. 5.
[19] D. Chakrabarty, Provincializing Europe. Postcolonial Thought and Historical Difference, 2ª
ed., Princeton y Oxford, Princeton University Press, 2008.

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