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La Historia de Izquierda en La Argentina
La Historia de Izquierda en La Argentina
Autor(es): Acha, Omar
Acha, Omar. Historiador y ensayista. Doctorado en la Universidad de Buenos
Aires y en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, es investigador
del CONICET y docente en el Departamento de Filosofía de la Facultad de
Filosofía y Letras. Ha publicado los libros El sexo de la historia (2000), Carta
abierta a Mariano Grondona: interpretación de una crisis argentina (2003), La
trama profunda (2005), La nación futura (2006), Freud y el problema de la
historia (2007), La nueva generación intelectual (2008), Las huelgas
bancarias, de Perón a Frondizi (2008), Historia crítica de la historiografía argentina, vol. 1, Las
izquierdas en el siglo XX (2009), Los muchachos peronistas (2011); ha compilado en
colaboración Cuerpos, géneros e identidades (2000) e Inconsciente e historia después de Freud
(2010), Integra los colectivos editores de las revistas Herramienta. Revista de Crítica y Debate
Marxista y Nuevo Topo. Revista de Historia y Pensamiento Crítico.
El balance
Este texto anticipa algunas conclusiones de un libro de próxima aparición:Historia crítica de la
historiografía argentina. Vol. 1, Las izquierdas en el siglo XX.[1] En dicho texto se reconstruyen
las principales tradiciones de interpretación histórica del pasado argentino elaboradas desde las
izquierdas. Son estudiadas las producciones históricas del socialismo, el comunismo, el
anarquismo, el trotskismo, la izquierda nacional y la izquierda peronista. Además se discuten las
perspectivas históricas de dos autores singulares: José Ingenieros y Osvaldo Bayer. De dicho
examen se deriva que los nudos temáticos cruciales para la historiografía de izquierda en la
Argentina del siglo XX fueron la estructura socioeconómica de la colonia, la revolución de mayo
de 1810, los caudillos del interior del país, el rosismo, la Guerra del Paraguay, los intelectuales
de la Generación de 1837, el roquismo y la crisis de 1890, la inmigración, el yrigoyenismo y el
primer peronismo.
Situación y perspectivas
Entre 1983 y 2001 ha transcurrido todo un ciclo. Las adscripciones ideológicas propias del siglo
XX perdieron vigor y se vieron asediadas por el vendaval liberal que avanzó sobre buena parte
del horizonte teórico de la historiografía. Las izquierdas historiográficas no fueron inmunes a ese
cambio epocal.
La identificación de izquierda, sin embargo, no fue completamente resignada en algunas franjas
intelectuales. Nuevas camadas de escritoras y escritores de orientación crítico-radical
desarrollaron una producción reconocible como de izquierda. ¿Cuáles son sus logros y sus
problemas? Es prematuro evaluar una bibliografía desigual. Con la certidumbre de la injusticia
de nuestro limitado conocimiento y el sesgo porteñista de la circulación de impresos, no
deseamos evadir algunas menciones.
El Centro de Documentación e Información sobre la Cultura de Izquierdas en la Argentina,
Cedinci, fundado en 1998 e inspirado por Horacio Tarcus junto a un grupo de intelectuales de
orientación crítica, ha sido reconocido como un valioso archivo. A pesar de su importancia, hasta
el momento no ha logrado devenir el espacio de investigación cooperativo que lo motivó desde
el comienzo. Además de Tarcus, son o fueron parte de una producción historiográfica ligada de
alguna manera al Cedinci estudiosas/os como Roberto Pittaluga, Fernando López Trujillo, Ana
Longoni y Gabriel Rot.[2] No existe una perspectiva historiográfica reconocible de una mirada
“cedinciana” más allá de la historia de la izquierda, una ubicación que se desdibuja en tanto la
cuestión fue legitimada en la agenda académica. El sesgo compartido, sin embargo, es la
vocación de elaboración de una historia no apologética de la izquierda, que posibilite una
revisión de sus certezas.
Nicolás Iñigo Carrera articula un espacio de investigación coherente sobre historia argentina en
el siglo XX. La producción del grupo PIMSA (Programa de Investigación sobre el Movimiento de
la Sociedad Argentina) es claramente reconocible por su reivindicación de explicaciones
“científicas” del acontecer histórico y de la práctica historiográfica. Propone una versión del
marxismo que aspira a definir el núcleo de la existencia histórica de las clases y sus fracciones
en los eventos de la lucha de clases. La dimensión ideológica y política de la experiencia es
sometida a una particular lectura de la tesis gramscianas, caladas por inflexiones engelsianas.
Su producción enhebra una sucesión de monografías sobre huelgas y otras formas de
combatividad social. El trabajo de PIMSA tiene el mérito de mostrar que una historiografía de
izquierda necesita nutrirse de la perspectiva teórico-metodológica y de un disciplinado trabajo de
archivo. Ese es el secreto de la atracción de La estrategia de la clase obrera entre las nuevas
hornadas de investigadoras/es con inquietudes de izquierda.[3] Numerosos lazos conceptuales
unen al PIMSA con las investigaciones fuertemente marcadas por las ciencias sociales de la línea
de CICSO, centro de estudios sociológicos que propuso algunas interpretaciones de corte
histórico-sociológico.[4]
Rosario cuenta con una importante producción a partir de un conjunto de investigadores
orientado durante un par de décadas por Alberto Plá, luego desarrollado en diferentes caminos,
aunque siempre desde una perspectiva crítica. Quizá la contribución más importante por el
momento sea la dedicada a la reconstrucción de la militancia de los años sesenta y setenta, así
como a las prácticas de represión ocurridas en la ciudad durante la última dictadura militar.[5] El
rosarino Grupo Hacer la Historia, parcialmente deudor de la perspectiva “cicsista”, se constituyó
en 1992. Desarrolla una producción relativa al conocimiento histórico y la política, con el
principio de que “no sólo es necesario estudiar la historia (historiografía) sino hacer (participar,
protagonizar) conscientemente la historia del presente”. El objeto de investigación es
identificado como los “enfrentamientos sociales” en la Argentina y América Latina.[6]
A partir de sus trabajos de historia del movimiento obrero, de la lucha armada de las décadas de
1960 y 1970, más el empleo de la historia oral, Pablo Pozzi articuló una producción vinculada a
jóvenes investigadores con diversas extracciones de izquierda. El rasgo compartido es la lectura
de clásicos de la historiografía de izquierda anglosajona, como E. P. Thompson y David
Montgomery. Los temas abordados son variados y en algunos casos exceden el espacio
argentino.[7]
Una orientación historiográfica “guevarista” se expresa en los diversos estudios de Néstor
Kohan. Sus numerosos ensayos conciernen a la historia de las ideas. El trabajo de Kohan no se
concreta meramente en su voluntad de recuperar a Ernesto “Che” Guevara como militante y
pensador. Se despliega en la construcción de retratos de políticos e intelectuales “heterodoxos” y
revolucionarios, enfrentándolos a otros “ortodoxos” o reformistas.[8]
El estudio más sólido producido por la corriente anarquista en los últimos años es el trabajo de
Fernando López Trujillo, centrado en la historia del propio movimiento ácrata. La novedad de su
estudio consiste en el cuestionamiento de la clausura histórica que la historiografía universitaria
dicta para el anarquismo hacia 1910 o 1915.[9] Christian Ferrer ha contribuido con sutiles y
apasionadas reflexiones que cincelan una preocupación histórica no historicista.[10]
El maoísmo historiográfico actual está representado por Eduardo Azcuy Ameghino. Los escritos
de Azcuy y sus colaboradores insisten en la caracterización feudal de las relaciones sociales de
producción de la época colonial.[11] La definición de su singularidad interpretativa se torna
perceptible en la historiografía de izquierda a la luz de la discusión emergida en los años 1980
sobre el lugar del gaucho como personaje de la historia social y económica rioplatense. Azcuy
objeta al debate sobre la mano de obra rural la elusión del hecho de la inexistencia de la fuerza
de trabajo libre y el “papel relevante” de la compulsión extraeconómica, que devela la
pervivencia de rasgos feudales.
Un enclave institucional que propone construir un saber histórico desde la izquierda es el
Departamento de Historia del Centro Cultural de la Cooperación, de la ciudad de Buenos Aires. Si
bien este Centro tiene vínculos con el Partido Comunista, su política de producción
historiográfica articula a intelectuales de un diverso abanico de la izquierda.[12]
En el trotskismo filiado en Nahuel Moreno y sus derivas, a partir de 1995 se publican varios
volúmenes de El trotskismo obrero e internacionalista en la Argentina.[13] Es una reconstrucción
básicamente interna, en la que se observa una ambigüedad entre el juicio histórico de por qué
se falló en la cohesión revolucionaria de la clase obrera y las dificultades para la construcción de
una organización política. Muy recientemente, otra línea derivada ha propuesto una lectura de
los años setenta, revigorizando la pregunta por una explicación que exceda a la propia tradición
ideológica.[14]
El Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales que tutela Eduardo Sartelli constituye un grupo
peculiar. Dividido en varios programas de investigaciones, el CEICS sostiene el objetivo de
construir una historiografía marxista, a contramano de otras perspectivas renovadas, en las que
denuncia defecciones doctrinarias y políticas. Su producción comienza a pasar del plano de los
artículos al de libros con argumento completo, interesantes sobre todo cuando se concentran en
la historia económico-social.[15] Quizás lo más interesante del planteo programático del CEICS
consista en que no aspira a construir una historiografía endogámica sobre la izquierda ni sobre la
clase obrera. Si estos constituyen sus temas más caros, el objetivo concierne a toda la sociedad
o, para decirlo en sus términos, al “capitalismo argentino”.
La revista Nuevo Topo contiene a una diversidad de intelectuales de izquierda. La búsqueda
adrede de la heterogeneidad, dentro de límites demarcados por una “sensibilidad de izquierda”,
tiene como una de sus metas repensar y comenzar a proponer imprevistas articulaciones para
dar paso a innovaciones historiográficas sólidas y comprometidas con la época. La publicación se
encuentra en una etapa formativa y experimental. Parte de su producción ha alcanzado la forma
de libro. Un obstáculo para su desarrollo intelectual proviene de su elusión del sectarismo y del
deseo de un líder, pues la diversidad no produce automáticamente articulación ni orientación
político-cultural.[16]
La advertencia más general que suscita buena parte de las producciones historiográficas de la
izquierda académica y militante, según los casos y con diferencias a veces significativas, es el
peligro de constituirse en un discurso de consumo propio. Esto es particularmente dañino cuando
los grupos de investigación se configuran como círculos cerrados, con su pequeño público lector
o un cierto consenso académico, que deriva con frecuencia en lenguajes incomunicables más allá
de las universidades. La historia de la izquierda y del movimiento obrero es útil cuando se hace
“historia nacional”, es decir, cuando sus hallazgos iluminan de otro modo los relatos
establecidos, cuando los subvierten y transforman originando sustancias narrativas generales y
no sólo un relato particular.
Teorías y saberes
Junto y abrazada con la producción historiográfica es preciso analizar la situación de la teoría.
Una dificultad aludida debe ser enunciada de manera explícita. Es la cuestión eminente del
marxismo como teoría explicativa del cambio histórico. La potencia argumentativa del marxismo
como crítica de la economía política y sus extensiones hacia lo social y lo político hicieron de la
obra marxiana, y de la estela de perspectivas en ella nutridas, una cantera decisiva de la
imaginación histórica de las izquierdas. Con excepción del anarquismo y parcialmente del
socialismo reformista, todas las ideologías de izquierda se vieron profundamente afectadas por
el marxismo. Durante el siglo XX, hacer historia desde la izquierda implicaba la frecuentación de
la biblioteca marxista. Hoy, en cambio, es imposible plantear una historiografía completa bajo la
sola observancia marxista. La frase de Sartre, que definía el marxismo como el “horizonte
insuperable de nuestro saber”, esto es, su reducción a filosofía especulativa de la historia, es
inaceptable.
Al margen de las reformulaciones más o menos graves que deben ser realizadas en el marxismo
como crítica de la economía política, está claro para cualquier colectividad que pretenda explicar
los procesos históricos la inviabilidad de una formulación puramente marxista, quizá con la
excepción de ramas muy especializadas del campo historiográfico. No es una casualidad que los
mejores ejemplos de historiografías marxistas durante el siglo lo dieran sus versiones
heterodoxas. En primer término, la historia marxista británica, nutrida también por la
antropología y la literatura, o la india de los estudios subalternos, que laboriosamente examinó
críticamente las hipotecas eurocéntricas y deterministas que asedian al pensamiento de Marx. Lo
que para el marxismo de derecha –esto es, un marxismo tradicionalista, conservador y
autoritario– constituyen violaciones al dogma inmodificable, pueden ser, en realidad, vigorosos
esfuerzos por inyectar nuevos impulsos a la crítica radical e incluso revolucionaria.
El pasaje antimarxista de la intelectualidad argentina, propia de los años 1980 de “transición
democrática”, ya ha concluido. El derrumbe de la Unión Soviética y la consolidación capitalista
de China cerraron la circunvalación de una era del marxismo. Las alternativas al socialismo real,
como el nacionalismo revolucionario o el eurocomunismo, no salieron mejor situadas en el
balance del siglo. Es hora, entonces, de una revisión equilibrada de la tradición marxista. Ha
llegado el momento de adoptar el ánimo libre para decir “esto sí” y “esto no”, de pensar las
bases mismas de la teoría y de la práctica que el marxismo alimentó durante largas décadas.
Sobre todas las cosas, es urgente emplear el materialismo histórico como punto de partida para
la invención teórica, y no paraíso en el que permanecer anclados.
El marxismo sigue siendo aun la teoría de la crítica radical del capitalismo, y su utilidad como
insumo para la recreación del pensamiento y la acción persistirá con la condición de no
permanecer intacto, como si nada hubiera ocurrido. Para la proyección de una futura
historiografía de izquierda es aconsejable olvidar las obediencias ortodoxas para insuflar aire
nuevo al empleo crítico del marxismo y de otras teorías sociales. Pensamos que una actitud
creativa, esto es, el deseo de balance e invención, se lleva mejor con una sensibilidad de
izquierda, que cuestiona toda autoridad y todo pasado recibido.[17]
Anexa a la crítica del capitalismo, hay otra faz del marxismo que mantiene su relevancia: la
perspectiva del estudio de las sociedades como formaciones complejas. En un lenguaje
problemático, esto puede decirse según la estipulación de Georg Lukács: “el punto de vista de la
totalidad”. Otra perspectiva acentuaría las ambigüedades de lo social, las discontinuidades de las
prácticas, las contradicciones irregulares de las relaciones sociales, sin perder la voluntad de
entender al conjunto. Este aspecto del marxismo es particularmente importante, hoy, que ha
cedido la seducción de la fragmentación que caracteriza al pensamiento postmoderno, pero
donde se impone la tendencia a la excesiva especialización temática inducida por la praxis
universitaria de la investigación.
La pasión por el detalle puede confundirse con una adecuada respuesta a la historia de las élites
y estructuras que se hizo sentido común en la izquierda. Hace tres décadas Perry Anderson
señaló la necesidad de una mejor historia desde arriba después del desarrollo de una historia
desde abajo, para un recíproco enriquecimiento.[18] La búsqueda de conexiones y el rastreo de
transformaciones globales es un rasgo de la episteme marxista que dificulta el fragmentarismo
de la especialización académica, que se conserva a pesar de las recientes prácticas de “historia
global”. Por lo demás, las nuevas concepciones del cambio histórico en la era de la globalización
capitalista renuevan el interés por la recreación de un marxismo crítico (o como se denomine
una original perspectiva crítico-revolucionaria). Un marxismo en permanente revisión es capaz
de aportar a la refiguración de un conocimiento histórico complejo. Un marxismo ileso es
doctrina y obstáculo.
La reconstrucción del marxismo es imprescindible para renovar la crítica del capitalismo. La
reconstrucción emerge como un programa más viable que la adopción de nuevas escrituras bajo
la forma de la moda. Esto es muy común en el mundo universitario: el consumo de atajos
dogmáticos que aparecen como respuestas o alternativas a los problemas de la izquierda. Es lo
que sucede actualmente con los autores postmodernos o post-postmodernos, útiles cuando
señalan las contrariedades de la izquierda del siglo XX, pero insuficientes para proveer nuevas
coordenadas teóricas y políticas. Sus recetas historiográficas concluyen con listados desgarbados
de temas de indagación, sin una vertebración histórico-filosófica coherente. El desenlace de la
discusión sobre el tema es por el momento desafiante: desde una perspectiva de izquierda la
deconstrucción terminal del marxismo es artificiosa sin la propuesta de una matriz teórica
superadora. El menoscabo de las posiciones elaboradas hasta el momento por el postmarxismo
consiste en que restringen su ánimo conceptual a un pluralismo poco convincente o identifican
lógicas discursivas incapaces de proveer una comprensión sofisticada de las prácticas sociales.
En los mejores casos son teorías sofisticadas que proponen un entendimiento simplificante de lo
real.
La utilización emancipada del marxismo tiene una significación propiamente historiográfica. Se
ha visto con qué insistencia los conceptos de progreso y de deformación socioeconómica (e
incluso político-cultural) organizaron buena parte de las representaciones históricas de la
izquierda. El progreso y la normalidad pertenecieron a un sistema fundado en el seguimiento
dócil de los modelos marxistas pensados en otras latitudes. Las monstruosidades historiográficas
eran el efecto de la postulación, a veces inconsciente, de formas nítidas y progresivas, frente a
las cuales las peculiaridades locales debían inexorablemente aparecer como insuficientes,
estancadas o incompletas. Antes que conclusiones de una investigación de las estructuras y
prácticas reales, resultaban de la aplicación mecánica de figuras externas.
En efecto, sólo la adopción de una representación preceptiva de la sociedad, basada en
experiencias históricas alógenas, es lo que posibilita la enunciación de la proposición
teratológica. El pensamiento histórico de las izquierdas fue dominado por el señalamiento de
anomalías, justificadas por la heteronormatividad teórica, y por lo que es su complemento
lógico: la rareza de asumir la historia adecuando los conceptos o sustituyendo las nociones
recibidas desde los centros mundiales del saber. Y el marxismo no debe ser excluido de esta
dinámica de subalternidad cultural. Desde esa perspectiva América Latina fue situada en la “sala
de espera de la historia”, según expresa Dipesh Chakrabarty para las regiones no europeas,
aquejadas, por su incongruencia con modelos europeos universalizados, de deformación y
carencia.[19] La concepción de un marxismo latinoamericano aparece como una promesa de
creatividad teórica liberada de una noción ingenua de totalidad, dispuesta a afrontar la
multiplicidad de las totalizaciones interminables que iluminan diferentes aproximaciones en la
faena contingente de la interpretación.
Otro continente de producción intelectual donde se encuentran perspectivas de producción
historiográfica crítica es el entramado de estudios de género, feministas, queer, gays, lésbicos y
trans (un campo en permanente expansión y disyunción). Como ninguna otra “especialidad”, el
desarrollo de este cuadrante de investigaciones parece decisivo para el despliegue crítico de una
historiografía de izquierda. El peligro mayor consiste en la especialización excesiva y en la
reclusión académica, que constituyen las maneras más eficaces para neutralizar su vocación
anti-statu quo. Igualmente relevante es el diálogo con las teorías y disciplinas que estudian las
dimensiones étnicas y las clasificaciones “raciales”. En Latinoamérica es imposible desdeñar la
importancia de inscribir el pensamiento de las diferencias étnicas. Sin embargo, a pesar de
antecedentes fundamentales en la izquierda (como Mariátegui), esta cuestión ha permanecido
hasta hace poco marginada de la agenda de problemas identificados por la historiografía crítica.
Desde luego, la serie de diálogos truncos no termina aquí. ¿Qué decir de la indiferencia de la
izquierda historiográfica ante la teoría psicoanalítica?
Cuestiones de la práctica
Un párrafo de reflexión debe ser dedicado a la inserción universitaria de toda futura
historiografía de izquierda. Si bien existen importantes espacios de investigación y producción
fuera de los muros universitarios, por razones de ecosistema intelectual y financiamiento, la
universidad es hoy un área central para toda historiografía de izquierda; lo es incluso si su base
operativa está fuera de la universidad.
La asunción de la necesidad de una investigación de largo aliento para sostener una tesis
histórica implica una dedicación al menos parcial que es difícil de proseguir sin becas o cargos
docentes. En buena parte de las prácticas historiadoras de las izquierdas en el siglo XX se
escribió historia durante las noches o los fines de semana, después del trabajo. Con el auxilio de
los textos clásicos y una revisión somera de algunas bibliotecas se lograba acopiar datos para
hilvanarlos en un relato coherente. Actualmente es casi imposible legitimar un trabajo histórico
sin concurrir a varios archivos y realizar interminables búsquedas en las ajadas y polvorientas
bibliotecas argentinas. Desde luego, las exigencias se multiplican si se aborda un tema
latinoamericano. En cualquier caso es necesario disponer de dinero y tiempo. Son numerosas las
personas que trabajan el doble, en sus empleos y en sus investigaciones, para avanzar en
trabajos históricos sin la ayuda universitaria. Pero esas prácticas no podrían generalizarse. La
inserción en el sistema universitario es decisiva para el futuro de las investigaciones desde una
perspectiva de izquierda, al menos hasta que un nuevo ciclo de radicalización social modifique
cabalmente la institucionalización hoy galopante.
La aceptación de las reglas del trabajo universitario ofrece distintos beneficios a los grandes
inconvenientes de las izquierdas historiográficas. Por un lado se encuentra el cumplimiento de un
estándar de investigación original, en los archivos, compulsando diversas fuentes. Por otra es
necesario conocer el conjunto de la bibliografía sobre el tema estudiado, elaborando hipótesis
claras y fundamentadas. También es obvia la confrontación pública con los pares del oficio,
discutiendo abiertamente las interpretaciones.
Es innecesario plantear por extenso los consabidos males de la vida universitaria para un
pensamiento crítico radical. Para mencionarlos concisamente: la ultraespecialización que
empobrece los análisis de conjunto, la reducción empirista, el espíritu de cuerpo acrítico de la
realidad extrauniversitaria, la defensa de los dogmas historiográficos impuestos, el rechazo de
toda perspectiva ideológica explícita, la formación de cofradías cerradas y la verticalidad ante las
figuras dominantes. Existe una extensa bibliografía al respecto. Pero la universidad es a pesar de
todo un territorio de ricas confrontaciones y debates. Su autonomía relativa de las fidelidades
políticas constituye un espacio fértil para el desarrollo de un programa de investigaciones
científicas de una historiografía de izquierdas.
¿Es el nuestro un proyecto meramente “político”? El denuesto es propio del saber universitario y
no carece de algún fundamento. En efecto, es parte de la pretensión universitaria de legitimidad
epistemológica y presupuestaria la defensa de una distancia respecto de las ideologías, incluso si
siempre es demostrable que hay mitos operantes en todo saber, tal como lo dice el ABC de la
sociología del conocimiento.
La postulación de una historia de izquierdas está destinada a ocupar un lugar incómodo en la
universidad, lo mismo que sucedería a una historia abiertamente de derechas. En cambio, la
historia de la izquierda ha sido integrada sin grandes dificultades y constituye un campo que
rinde sus buenos dividendos de becas y cátedras. Hoy, estudiar la historia de la izquierda puede
ser faena de intelectuales que poco o nada tienen que ver con la política de izquierda.
Como sea, si existe una historiografía de izquierdas, ella vive en las universidades. Algunas
instituciones relativamente independientes logran prosperar, pero salvo casos singulares, poseen
innumerables lazos con la institución universitaria. Esto no significa que la universidad se
constituya en un destino fatal. Por el contrario, este producto de una derrota secular debe ser
interrogado, pensado y tramitado en nuevos horizontes de reflexión, producción y difusión. La
izquierda debe desarrollar una agenda de la actuación universitaria en estrecha interrelación con
la realidad extramuros. La conexión con los movimientos sociales y los partidos políticos, la
conversación con las diferentes militancias sociales y culturales, constituyen un arraigo
imprescindible que debe ser incluido en las exigencias primarias de toda historiografía futura. El
lenguaje y maneras académicas merecen una profunda revisión, para hacer accesible el
conocimiento elaborado, pero sobre todo para recuperar fórmulas de saber histórico en las
prácticas concretas de refiguración del pasado que circulan en los activismos que recorren lo
social.
Nuestra expeditiva revisión de la producción actual de una historiografía de izquierda en la
Argentina sugiere que la orientación tiene alguna posibilidad de porvenir, siempre y cuando se
atreva a pensarse radicalmente. La creación de una obra crítica y relevante exige un esfuerzo de
innovación y reinvención. Si toda verdad es descubierta tanto como es construida, el futuro de
una historiografía de izquierda, esto es, su verdad, se decide tanto por la capacidad de conciliar
la recuperación de las posiciones aún válidas de la tradición como por la creación colectiva de
perspectivas fértiles para enfrentar los desafíos contemporáneos. De acuerdo al consejo
nietzscheano, demandará una historia que sea “útil para la vida”, es decir, para la acción.
Pensar una historia nueva, como reflexionar y practicar una obra intelectual, implica hoy
construir un quehacer generacional. Hace tiempo que ha concluido el ciclo del siglo XX. En la
Argentina posterior al entramado crítico de los años 2001-2002, innumerables inquietudes
coinciden en plantear la refiguración de la praxis intelectual y política (a la realidad argentina
debemos añadir las dinámicas democrático-populares que agitan actualmente Nuestra América).
El paradigma historiográfico, y más ampliamente el intelectual, instituido desde 1984, es incapaz
de proponer una historia a la altura de los tiempos, sobre todo porque carece de deseos de
revisar sus frutos.
La historiografía no está exenta de este ambiente fundacional que requiere cooperaciones y
alianzas de una nueva generación, definida por la actitud ante la realidad problemática, y no por
el año de nacimiento. Pero la relatividad de la edad no puede suprimir la evidencia de dónde
reside la esperanza de la futura historia de izquierda y de una obra intelectual colectiva: en la
juventud estudiosa y militante, que piensa y vivencia este mundo con ideas frescas, sin miedos
viscerales, con la capacidad intacta para indignarse ante la desigualdad y la injusticia. Sobre
todo, la que comprueba el vigor de su simiente, el deseo de hablar en primera persona, sin
inocuas hipotecas jamás contraídas, sin excusas imaginarias de sueños resignados.
Indeclinablemente del lado de los condenados de la tierra.
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