Está en la página 1de 10

Calor

El calor es insoportable esta tarde, el sol me quema el cuello y una gota de sudor me resbala
por la espalda. Desde el colectivo todo es vida en movimiento, los autos pasan y parecen
quedarse, los árboles se despiden apenas saludarnos, quedan atrás agitando sus hojas por la
leve brisa, “vuelve pronto” parecen decir. Un perro persigue a un gato, y yo pienso en el
infinito.

-¿juegan a atraparse la cola, papá?- pregunta Abigail y me saca del ensueño. Adiós a los
problemas filosóficos de la vida, para un niño todo es tan simple y nuevo. Para nosotros
quedan los problemas y la rutina, ellos guardan celosamente el secreto de la magia,
permitiendonos a veces vislumbrar sus horizontes. Y hoy me toca a mí mantener ese mundo
de hadas bien a salvo.

-creo que juegan al gato y al ratón, princesa- sonríe satisfecha con la respuesta y volvemos
al silencio mirando por la ventanilla, el paisaje de las plazas quedó atrás y ahora todos son
árboles de concreto, inmensos, gigantes que tragan y escupen multitudes a esta hora.

-¿cómo voy a saber cuando sea grande?- la pregunta me sorprende y no sé cómo salir de
mis pensamientos “cuando los momentos de alegría duren menos y extrañes todo tiempo
pasado. Cuando el presente te parezca irreal y el futuro ya no exista” hoy no es un buen día
para cuidar un mundo de sueños, se lo dije a Carla, su madre, pero no quiso creerme. La
misma recomendación de siempre “no la pierdas de vista, que no se suba a los árboles y que
se mantenga abrigada” “y por favor, no le llenes la cabeza de ideas, los gatos no son los
dueños de la noche y las cucarachas patas arriba deben ser ignoradas” esa mujer tiene un
corazón de piedra cuando se trata de mis sentimientos, y bueno acá estoy frente a una
respuesta que no puedo dar.

-te vas a dar cuenta, princesa- y en éste instante quiero rodearla con los brazos y desear tan
profundamente que nunca le llegue el momento de derramar una verdadera lágrima de
amargura, no puedo hacerlo no podría contener la tristeza y ella lo sabría todo. En lugar de
eso vuelvo a mirar por la ventana y le señalo una golondrina inexistente, ella me describe
los colores maravillosos que tiene su plumaje y asegura que algún día podrá volar tan alto
como esa golondrina, yo solo deseo que pueda volar tan firme como hasta ahora.

-¿a dónde vamos hoy?

-al zoológico, solo te voy a pedir que no sueltes mi mano cuando entremos.

-¿Hay muchos animales?

-Bastantes

-¿jirafas?
-De cuellos larguísimos.

-¿Leones?

-Feroces con ganas de comer payasos.

-¿Por qué payasos?

-No sé cariño, se deben ver suculentos con tantos colores. ¿A vos no te dan ganas de comer
payasos?

-mamá dice que no te haga caso cuando haces preguntas raras.

-eso es porque a tu mamá le gusta mucho desayunar payasos y no quiere invitarte- Carla va
a agrandar su repertorio de recomendaciones después de esto, lo bueno es que yo no la voy
a escuchar toda la noche, eso le toca al nuevo marido, a mi los retos me tocan los fin de
semana y nada más que cinco minutos mientras Abigail vuelve corriendo y me tira su
mochila como si fuera una pelota, puedo notar la mirada de hielo de Carla “otra de tus
enseñanzas” diría con total desaprobación si no estuviera la niña. No puedo evitar pensar en
el gato y el perro en este momento y creer que en algún momento nos amamos tanto. La
verdad es que no la detesto, simplemente podría vivir sin verla otra vez y no me
preocuparía, se lo dije una vez y ella me aseguró que siempre soy así con todo menos con
Abigail, esta ratoncita acá a mi lado tiene un no sé qué pero me gusta y me preocupa, ¿será
que me estoy volviendo viejo? ¿O es que, como dijo Carla, siempre fui un cretino?.

Tengo que prestar atención, casi nos pasamos la parada y eso no es bueno con este clima,
por supuesto Abigail lo primero que hizo al entrar fue sacarse el abrigo, y lo segundo
soltarme la mano y salir corriendo. Con ella me siento tan tonto a veces, tantas cuestiones
de seguridad “no me sueltes la mano” “no salgas corriendo” “no te alejes tanto” para que al
final los dos terminemos haciendo todo lo que ella quiere.

-¿Por qué los monos no hablan si son parecidos a nosotros?

-No sé, querida, nunca lo pensé. ¿Por qué no vamos a ver los pájaros?- dije para salir rápido
del problema, sin saber que me metería en uno mayor.

-Algunos pájaros sí hablan y no se parecen a nosotros.

-Eso es porque hablar no tiene nada que ver con la forma del cuerpo.

-¿y por qué hablamos nosotros?

-Te cambio todas las preguntas por un helado de chocolate y la jaula de los leones que
tenemos prohibido visitar.

-mamá se va a enojar mucho si le hablo de leones.

-se va a enojar pero conmigo, y yo voy a estar lejos lejos muy muy lejos, ratoncita.
-entonces sí quiero. ¿Puedo pedir un helado de menta?

-¿de menta?

-sí, es fresco y el sabor queda en la boca mucho tiempo. ¿Querés probar?

-No gracias, creo que me hago una buena idea sin tener que apoyar mi lengua en ese
helado. La imaginación de tu papá es excelente.

-mamá dice que tu imaginación funciona muy bien solo para molestarla.

-También para otras cosas, Abigail. Cuando termines vamos a seguir el paseo pero por
favor no salgas corriendo. Tu padre está viejo para seguirte el paso.

-¿No podemos ir mientras termino?

-no, ya sé cómo resulta eso y además los leones podrían querer helado, y no sería justo no
invitarles. ¿Verdad?

Del resto de la tarde no logro recordar detalles, solo vagos momentos, sé que estuvimos
corriendo de jaula en jaula, y perseguimos a un payaso hasta cansarlo tanto que nos regalo
un globo multicolor y que Abigail me preguntó de dónde vienen los colores, no supe
responder, hasta hoy no sé la respuesta, ni la busco por miedo a perderla en ese último
instante.

No sé por qué me soltó la mano, por más que intento no recuerdo que llamó tanto mi
atención como para dejarla ir, escuché la bocina a lo lejos, vi pasar la gente corriendo,
después de eso solo recuerdo a Carla despertándome en el hospital una mañana
particularmente gris, no paraba de llorar, ni de gritarme que todo había sido mi culpa,
tampoco dejaba de abrazarme y sostenerse. No supe qué hacer, la abracé y lloré como
nunca antes ni después, y la dejé, me fui para no volver, ya no quedaba nada que nos uniera
y lo lamentaba muchísimo, mi vida, mi corazón, mi alma, todo partió con Abigail, y solo
quedó esta cáscara vacía, la escafandra se abrió y la mariposa salió volando.

Nostalgias

El menor no pudo dejar su pueblo, su casa, las cosas de su vieja querida y así fue viviendo
humildemente en la casita de siempre.

La poquita plata que ganaba entre trabajo y trabajo se le iba en el bar donde sentado en un
rincón bebía casi melancólicamente su cerveza añorando tiempos pasados.

Nunca comprendió cómo sus hermanos, después de partir la vieja con Tata Dios, pudieron
irse y dejarlo todo atrás, olvidando hasta los recuerdos, se los dejaron toditos en el rancho.
Siempre tuvo esa sensación de que si sus hermanos podían se hubieran ido volando para no
llevar ni tantito de polvo que les recordara al viejo pueblo y a la humilde casita donde se
criaron tan a pesar de todo y bajo espalda de la madre, cuanta ingratitud! Pensaba mientras
pedía un trago más, mi viejita que se los dio todo.

Machete en espalda y sombrero en mesa, en mano un vaso oxidado, con su único vicio y
tantos recuerdos en la memoria, así se le iba lenta y tristemente la vida, de a pasitos.

Nostalgias...

Se vive

Porque a fin de cuentas morir es despertar.

Lo sabe quien vive, lo sabe quien noche a noche

duerme para morir y muere para despertar.

Iba caminando con la vista en el piso por el barrio en penumbras. No prestaba atención a
nada en especial además del piso de piedra que se extendía bajo mis pies, pero aun así
podía notar como las casas iban apareciendo a los costados. Todas con una mata de
arbustos tapando la fachada principal, podía sentir su leve iluminación o su oscuridad total
y sobre todo su vacío.

En ese lugar solo lo que sentía formaba parte de la verdad y a él lo había comenzado a
sentir mucho antes de poder verlo caminando atrás mío. La respiración agitada, la sangre
agolpándose en mi cabeza y el deseo cada vez más fuerte de protegerme y defenderme, el
temor anticipado de su intención por hacerme daño, de saciar ese antojo que no acepta más
tiempo de demora. Lo veía a mi espalda acariciando la navaja que llevaba en su bolsillo
derecho, dispuesta a ser usada.

Sin darme cuenta entré en un negocio que vi al pasar, un cliente terminaba su compra y se
despedía mientras yo miraba indecisa los estantes, intentando prolongar mi presencia en ese
lugar que daba una sensación de leve seguridad momentánea. El sitio lo atendía un
matrimonio, él un tipo común, no llamaba la atención, estaba ahí casi como un relleno. Lo
que de ella hacía falta saber se evidenciaba en su rostro: una mujer de temperamento fuerte
y carácter dominante. No sé en qué momento el marido salió de la escena, simplemente ya
no estaba y entendí en ese preciso instante que él sabía lo qué iba a ocurrir y no pretendía
participar ni ayudar. Ella dejó el mostrador y vino hacia mí, tratando de suavizar la voz
preguntó qué me pasaba. Aunque sentía que todo era fingido quise saber si conocía al joven
que me venía siguiendo y se lo señalé con la mirada y un leve movimiento de la cabeza.

(y como jugando el azar)

Ella llamó a su hijo que me esperaba en el portón, lo sentí cruzar a mi lado mientras yo
salía.

Caminaba nuevamente por la vereda, siguiendo el mismo camino que antes, con mayor
ansiedad pero igual prisa. Sabía que no serviría de nada salir corriendo, en ese mundo el
destino es algo que no puede cambiarse ni evitarse. Escuchaba la voz de la madre
recordándole al chico lo importante que era respetar las costumbres, seguir las reglas y no
elegir chicas blancas porque al final siempre resultábamos un problema. “ahora vas, la
acabas y la traes que acá desaparece” terminaba diciendo ella.

En ese momento comencé a sentir de nuevo sus pasos atrás mío, ver la navaja viniendo
hacia mí, voltear y defenderme fue un solo movimiento. En un instante estábamos peleando
y ya había sentido varios cortes en la cara y en los brazos pero el decisivo fue en el
estomago, una puñalada profunda que no dejó sangre ni dolor, solo sus ojos clavados en los
míos. Sin rencor ni remordimientos, con el sentimiento de una tarea cumplida me dijo
“cien” y supe que yo era parte de una suma, un numero que se agregaba a los demás, que
esto viene pasando antes de mí y que va a seguir pasando sin haber logrado marcar una
diferencia.

Abrí los ojos y desperté en mi pieza mirando fijamente cada detalle, cada rincón visible
desde la cama donde me hallaba. Todo estaba normal, la luz encendida, los libros: el que
había terminado de leer la noche anterior y el que pensaba comenzar al día siguiente
estaban justo donde los había dejado. A mi lado el gato y mi hija descansaban
tranquilamente, todo de acuerdo con mi orden.

Con la imagen del sueño fija en mi cabeza volví nuevamente a esa realidad de ojos cerrados
buscando una revancha.

Él seguía ahí esperándome, lo empujé sin saber si retrocedía él o yo, pero logré sacar la
navaja de mi cuerpo.

Volvió a atacarme, ahora sí feliz, ahora sí con furia, y yo más valiente con el coraje y el
deber de defender esa vida que me tocaba ahí donde no era ésta que soy acá, mi aspecto era
otro y sin importancia pero era yo con toda la fuerza de mi ser, nunca me sentí tan real
como en ese momento cuando todo mi cuerpo se difuminaba y solo existía lo que se podía
percibir.

Ahora sus manos aferraban mi brazo y me llevaban hacia él. El destino no puede evitarse
pero se puede elegir cómo llegar a él, y yo no iba a rendirme ante lo inevitable, luché con
todas mis fuerzas para alejarlo, para ganar más tiempo, para llegar tarde. Con un solo
movimiento cortó mi garganta dos veces y todo terminó, lo oí decir “han pasado noventa y
nueve y sin embargo eres la primera. Simplemente digna” y desperté sin noción de ninguna
realidad.

Entre Ellos y Nosotros

Era una situación incómoda y algo confusa. Ellos vivían arriba en su árbol, entre las ramas
y el techo; nosotros abajo en nuestra casa, en la tierra, alrededor del fuego. Siempre
vigilándolos, teniéndoles cierto temor, y ellos controlando todo lo que hacíamos a cada
momento, desde allá arriba. Comíamos, dormíamos, vivíamos sintiendo sus miradas; esa
clase de vida se volvió nuestra desde muy pequeños. Siempre estuvieron ellos en su árbol y
nosotros en nuestra casa, todo tan junto que era de lo más extraño para los vecinos pasar
por el frente y ver una casa chica alrededor de un inmenso árbol, sin contar a los extraños
ocupantes de cada cual.

Muchos se preguntaban por qué no tirábamos ese maldito árbol y en su lugar construíamos
algo decente, por qué no echábamos a esos intrusos. A decir verdad, yo también me lo
pregunté muchas veces y siempre llegaba a la misma conclusión: en el principio estuvieron
ellos, y nuestros antepasados (vaya a saber por qué motivo) al llegar no tuvieron intención
de destruir nada, sino que simplemente, casi como si fuera un pacto o un tratado de paz
levantaron la vieja y eterna casa alrededor del árbol. Tiempo después, en algún momento,
alguien habrá cometido el error de atacar a la otra familia, y fue allí donde nació la
desconfianza entre nosotros, que desde ese día miramos con recelo todo lo que hace cada
uno.

Un día, hace poco, algunos vinieron a nuestra parte. El primero fue uno chiquito, un bebé,
por así decir. Nos impresionó al punto del espanto cuando lo vimos tan decidido
colgándose de rama en rama, llegar al techo y descender por la puerta. Nunca nadie había
traspasado el límite marcado por el techo de la casa. Todos estábamos parados a su
alrededor estupefactos y temerosos, como esperando algo. Una mujer de las nuestras se
acercó lentamente y le pasó un tazón con agua, casi en señal de paz y sumisión. Por algún
motivo esos primates allá arriba se creían superiores, y por algún motivo nosotros desde
abajo les dábamos la razón. Teníamos cierta certeza de que estaban un eslabón más arriba,
que podían exterminarnos cuando lo quisieran y a nosotros no nos quedaba más que
rendirnos y obedecer.

Ahora ya no me asusta decirlo: teníamos miedo. No podíamos defendernos, era nuestro


deber caer rendidos a sus pies.

El pequeño tomó el tazón pero no se movió del lugar, llegó la noche y él seguía ahí, nuestro
desconcierto aumentaba a medida que el temor se aplacaba. Por la mañana, él seguía allí,
vigilándonos con la vista fija en cada paso, nos controlaba y esperaba…
Casi a medio día bajaron otros dos más, éstos eran adultos, descendían lentamente, con
cautela, y se inmovilizaban al más mínimo ruido, al llegar al suelo se sentaron junto al
pequeño. Nos quedamos en ese instante, que parecieron horas mirándonos. Hasta que
finalmente una de las mujeres (recuerdo haber pensado que ellas eran las más valientes
entre nosotros) les acercó agua, ellos retrocedieron espantados dejando al pequeño solo. La
mujer apoyó el tazón en el piso y se retiró caminando hacia atrás. Luego de un rato, los
nuevos volvieron y se sentaron junto al pequeño. Por primera vez en tantos años de
convivencia tortuosa entendimos que nos temían tanto como nosotros a ellos.

Al tercer día bajaron varios más y la escena volvió a repetirse. Al cuarto día ya había un
grupo numeroso sentado frente a la casa.

Ninguna de las dos partes hizo algún intento por comunicarse, solo nos controlábamos
mutuamente. Cada tantas horas les acercábamos comida y agua, ese era el único contacto
que manteníamos.

El jefe se imponía ante todos por su forma de andar entre decidido y protector. Él bajó al
quinto día, cuando la situación se tornaba ya muy incómoda para todos. Ellos ahí, siempre
tan quietos, observándonos, los niños que ni siquiera podían jugar tranquilos, y los vecinos
que se amontonaban y cuchicheaban frente al portón.

Era la primera vez que los veíamos tan detalladamente, antes no nos habíamos animado a
mirar hacia arriba, nos bastaba con saber que estaban ahí, no teníamos en cuenta su tamaño,
ni su cantidad. Viéndolos en el suelo, todos parados, recién nos dábamos cuenta de que no
eran diferentes a nosotros en cuanto a tamaño aunque sí eran muchos más de lo que
imaginábamos. Aun hoy no logro hacerme una idea de cómo lograron vivir tanto tiempo en
ese árbol.

Con el jefe al frente comenzaron todos a caminar lentamente, al principio, y con más
confianza a medida que los espectadores retrocedían temerosos. Cruzaron el patio, salieron
por el portón, y se alejaron como un solo cuerpo huyendo hacia la libertad.

Los vimos irse hasta perderlos de vista en el horizonte de la calle, y seguimos así: mirando
por si volvían, con esperanza de que vuelvan. Nos quedó un vacío que nunca más se llenó,
la casa sigue ahí, el árbol sigue ahí, nada cambió pero ya nada es igual.

Jugar

“Quieres morir? Quieres hacerlo esta misma noche? Cambiar el rumbo de la historia
finalmente y para siempre? Este es tu destino pero quién lo marca, tú o ellos, está en tus
manos la decisión, sea o no lo correcto hay que seguir hasta el final. No puedes morir, hay
mucho por delante, hasta el final, hasta la última caída” pensaba en esto mientras caminaba
por el túnel a oscuras, estaba cansado, muerto de hambre y sed, hace varios días se habían
apagado las luces y todo había quedado sumido en la oscuridad, el último fósforo se había
apagado y ahora iba a tientas pegado a la pared sintiendo que la tierra mohosa se le metía
entre los dedos , cayó varias veces impulsado por una piedra en el camino, pero volvió a
levantarse casi al instante no tenía sentido perder tiempo haciendo el recuento de las
magulladuras, eso quedaba para después. Las paredes se hacían angostas y tenía que
avanzar de costado conteniendo la respiración para que su cuerpo no raspara contra las
piedras filosas que formaban parte de las paredes. “Tania lleva tanto tiempo pidiéndome
que coma menos, que cuide mi alimentación, que una comida sana, el colesterol y tantas
otras cosas igualmente idiotas que me decía cada vez que nos sentábamos a la mesa. Se va a
alegrar mucho cuando vea que bajé de peso” pero no era cierto, Tania no se alegraría, Tania
nunca más le recriminaría por el plato desbordante.

Cuando los reclutaron hace un año “un año o dos”? se lo dejaron bien claro, solo uno
llegaría al final. De los 30 solo podía quedar uno, y acá estaba él, Raul, el tipo al que menos
confianza le tenían, el tipo del que todos se burlaban por no ser atlético, ni ágil, ni grácil
como los demás. Y sin embargo había sido el primero en descubrir que todas esas
cualidades importaban muy poco, o nada, cuando se trataba de supervivencia del más apto.
Cuando estabas abandonado a por lo menos doscientos metros bajo tierra y debías llegar a
la superficie por un túnel que iba de norte a sur, y de éste a oeste constantemente, o arriba
y abajo, y no sabías a qué hora podrías comer tranquilo. Cuando se trataba de estar atento
en todo momento, de idear estrategias para poder dormir y no ser sorprendido en el último
suspiro de vida, lo único valioso era el verdadero deseo de vivir.

Por eso lo habían elegido, por su persistencia, por su voluntad para seguir siempre y a pesar
de las circunstancias encontrar la estrategia adecuada para lograr sus metas. Ésta vez la
meta era sobrevivir y las reglas eran básicas, vivir o morir y solo uno puede llegar al final.
Necesitaban una persona que fuera capaz de superar cualquier límite incluso los que
separan al hombre de la bestia. Para comenzar el experimento se hicieron sorteos, cada
número saldría con intervalos de una hora, él voluntariamente se quedó en último lugar
usando el número 30 y la mayoría se mofó de él por ser lento y cobarde “no te da la altura
para correr hasta el final? Me decían, eres un cobarde, morcillita, me dijo Paul que fue el
primero en salir. Es que no se daban cuenta que ellos tendrían que cuidarse por dos
frentes?” Cada uno de ellos tendría un enemigo atrás y otro adelante, y el número uno sería
el primero en morir, esa idea no le molestaba mucho, hasta podría decirse que le agradó.

Esta prueba no fue hecha para llegar hasta el final en un solo día, el número uno correría
con todas sus fuerzas para llegar a la salida lo más pronto posible, el dos correría aun con
más ganas para atrapar al primero, y todos habían entendido el mensaje, era matar o morir.
El primero en titubear no contaría el cuento. Raul lo había visto claramente, las reglas
presentes decían algo importante pero también lo hacían las reglas ausentes, el hecho de
que no hubiera fecha de llegada solo podía significar que no había tiempo límite y que por
lo tanto no había por qué cansarse el primer día. Él dejaría que se maten entre ellos, que se
eliminen uno a uno mientras avanzaba lentamente y mirando al frente, podría dormir a
intervalos, total no habría nadie que volviera para atrás en los primeros días. Al tercer día,
o lo que él consideró tres días, encontró el cuerpo de 1 “así que no estaba equivocado
después de todo” y a pasos suyos el de 2 “cómo se llamaba este? Rubén o Ramiro? Qué
importa, es el 2 y siempre estaba tan pegado a Paul que resulta algo cómico que tuvieran
que enfrentarse aquí” y siguió su camino, más adelante encontró los fósforos y prendió uno
antes de guardarse la caja en el bolsillo, ahora lo lamentaba ese fósforo le hubiera sido útil
para el último tramo.
En los días siguientes se encontró con más cuerpos estos ya estaban en estado de
descomposición “cuánto tiempo pasa antes que un cuerpo comience a fermentar? Será el
calor o es que llevo acá más tiempo del que creo? Comenzó a llevar la cuenta de los
compañeros y a dormir menos, el olor nauseabundo le impedía muchas veces comer y otras
también dormir, pero se obligaba igual, tenía que mantenerse lucido para cuando le tocara
defenderse.

Había pasado tanto tiempo solo con sus pensamientos que casi gritó de alegría al ver venir
hacia él al 25, antes de ser un número en este experimento en el que estaban metidos había
sido Tania. Pero se dio cuenta a tiempo de que no era la misma con la que había compartido
tantas noches de amistad, cenas y amor, ella venía con la guardia levantada y dispuesta a
atacarlo con el machete de la mano izquierda “cómo lo habrá conseguido? Será parte del
experimento? No basta con tener que matarnos mutuamente después de haber vivido tanto
tiempo juntos y conocernos lo suficiente para sentir agrado o repulsión por el otro, también
quieren que nos bañemos en sangre del enemigo? O es que ésta es su forma de ayudarnos a
mantener nuestras manos limpias? Sea cual sea la respuesta no la voy a obtener de ella, ya
la perdí, la perdí ese mismo día en que aceptamos las reglas y decidimos jugar igual.

Fue una pelea bastante pareja, Tania era mucho más capaz de manejar su cuerpo a voluntad
pero ella llevaba mucho tiempo de vida agitada, corriendo, matando, defendiendo su vida,
comiendo poco y durmiendo menos aun. Todo lo contrario a él. Recibió varios cortes en la
cara, brazos y piernas pero de todas maneras no esperaba salir totalmente ileso, solo con
vida. Finalmente ella bajó la guardia lo suficientemente cansada como para que él se
acercara corriendo, tomara su cabeza y la golpeara contra la pared, una, dos, tres, cuatro
veces, primero con miedo, después con fuerza y finalmente con rabia. Siguió aun después
de matarla y de sentir la sangre corriéndole por los brazos, la golpeó por tanto tiempo hasta
tener en sus manos solo una pasta desfigurada, una pasta de la mujer que una vez amó y a la
que ahora lloraba mientras abrazaba y se dejaba caer con ella al piso.

No sabía en qué momento ni cuánto tiempo había dormido, cuando se despertó el cuerpo de
Tania no estaba, eso lo llenó de pavor “estuve soñando? Me estaré volviendo loco?” luego
vio sus brazos cubiertos de sangre, su ropa que se le pegaba al cuerpo y tenía un tinte rojo
“entonces se la llevaron. Para qué? Quién? Si fueron ellos entonces tienen puertas ocultas, y
cámaras. No se conforman con esperar en la meta, tienen que ver el proceso. Es necesario
saber con detalles cómo se creó su monstruo privado” porque para eso era esta prueba,
necesitaban al más apto, al más digno para el privilegio de ser elegido para el experimento
“eso nos hicieron creer, qué tipo de experimento sería? Ni siquiera nos lo dijeron, solo que
sería por el bien común, de quién? Nos vendieron aire y se lo compramos al doble del
precio”

Se levantó y siguió caminando, había perdido la cuenta. “Tania era el cuerpo numero 28 o
el 29?”.

Varios días después llegó a estar cerca de la salida, tan cerca que pudo sentir el calor del día
antes de caer al piso, sintió un dolor profundo cerca del vientre, se llevó la mano hacia ahí y
comprobó que tenía un gran corte de lado. Alguien acercó su rostro al suyo “Luis?”y le
mostraba el machete que había sido de Tania “no lo levanté, pensé que ya no serviría de
nada. Luis le dijo “-no te queda mucho tiempo ya, solo el suficiente para verme salir por
esa puerta y ganar. Deberías haberte dado cuenta, solo pasaste 28 cuerpos” Raul contestó
con dificultad “-nunca fui bueno con los números”

Luis se levantó y fue hacia la puerta, antes de salir se volteó y saludó a Raul con las manos,
cruzó la puerta y su cabeza reventó por el impacto de una bala. “al final nadie gana, no hay
final” fue el último pensamiento de Raul antes de soltar el arma que había encontrado al
caer.

También podría gustarte