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I. CONCEPTO Y ESTRUCTURA
Dentro de la categoría de los derechos patrimoniales, que implican
facultades de contenido económico, y junto con los de crédito y los que
recaen sobre bienes inmateriales, se encuentran los derechos reales.
Son derechos a los que se da esta denominación «por llevar el carácter
esencial, que los distingue, de recaer directamente sobre la cosa»; no
hay en ellos un «sujeto pasivo individualmente determinado», y dan
«lugar a una acción eficaz contra cualquier poseedor de la misma
(cosa)» (STS 21 noviembre 1929).
Son derechos que atribuyen a su titular un poder directo e inmediato
sobre una cosa; por ello, su titular puede obtener de las cosas sobre las
que recaen todas —o parte— de las utilidades a que pueden dar lugar; y
hacerlo directamente, sin intervención de otra persona. Implican,
además, un deber de respeto y abstención de todos quienes no son sus
titulares.
Así mismo suele insistirse en que la atribución de este poder sobre una
cosa —en que consiste el derecho real—, no debe hacer creer que este
derecho sea una relación entre persona y cosa; los derechos se dan
siempre entre personas, ya que en todas las relaciones jurídicas ha de
haber un sujeto activo (pretensor) y un sujeto pasivo (obligado). Lo que
ocurre es que en los derechos reales el sujeto pasivo es indeterminado,
toda vez que la obligación que engendran es un simple deber de
abstención que recae sobre todos; el sujeto se individualizará si se
lesiona el derecho: si se perturba, invade o priva del derecho a su titular
el que actúa de esta manera quedará obligado al resarcimiento del daño
que ocasione.
Del concepto y descripción anterior, resulta una estructura del derecho
real:
• Sujetos: el activo, individual o plural, titular del poder que atribuye;
no hay sujeto pasivo concretamente determinado, salvo en los
especiales términos en que lo son los propietarios de las cosas en las
que recaen los derechos reales limitados, y siempre, en todos, como
sujeto pasivo indeterminado, todos los que no son sus titulares.
• Objeto: las cosas sobre las que directamente recae el derecho, a las
que se les exige la naturaleza de existentes ya, lícitas por ser
susceptibles de tráfico, y determinadas, por estar especialmente
indicadas, y por suma o cantidad también precisada (MONTÉS).
• Contenido: el poder o señorío que atribuye sobre la cosa, consistente
en la manera en que se organiza el goce de la misma que
corresponde al titular del derecho (facultades de exclusión, de
disposición, de persecución y de disfrutar por sí mismo los aspectos
que se le hayan atribuido); que es, por otra parte, lo que determina
el tipo y además plantea el tema del numerus, abierto o cerrado, de
los derechos reales.
En las anteriores referencias quedan reflejadas distintas perspectivas
del derecho real, que no siempre tienen cohesión interna: buscando ésta,
se han formulado por la doctrina diversas concepciones, con las que se
pretende presentar la figura de manera unitaria y encajada en categorías
ya consagradas en la ciencia jurídica:
1) La teoría clásica, que pone el acento en el carácter de relación
inmediata entre la persona y la cosa. Con ello pretende deslindarlos
de los de crédito, en los que la relación constitutiva se da entre dos
personas (acreedor y deudor).
2) La concepción personalista u obligacionista: rechaza la anterior,
por estimar inaceptable la posibilidad de una relación, jurídica, entre
una persona y una cosa; y estimando que todo derecho implica
facultad, en el sujeto activo, de exigir algo del sujeto pasivo,
consideran que todo derecho lo es de obligaciones, por lo que el real,
dicen, debe configurarse desde el punto de vista negativo, de
abstención u obligación pasiva, que impone a todos el deber de
respetarlo (obligación cualificada, suele decirse).
3) La concepción unitaria, que pretende hacer desaparecer la
oposición entre derechos reales y de obligación, fundiéndolos en una
sola categoría, al considerar que no son esenciales las diferencias
entre ambos grupos de derechos patrimoniales.
Estas dos últimas concepciones suelen agruparse en una sola,
denominada «negadora de la distinción».
4) La concepción ecléctica, que distingue en el derecho real dos
aspectos bien diferenciados que son reflejo de una y otra categoría:
el interno, constituido por el poder directo e inmediato, y el externo,
constituido por la obligación pasiva universal de respeto y
abstención.
Todo esto deriva de la existencia de unas reconocidas diferencias entre
los derechos de crédito y los reales, y además explica la existencia de
unas figuras concretas de derechos, cuya pertenencia a una u otra
categoría resulta debatida.
I. ADQUISICIÓN Y TRANSMISIÓN
1. Los modos de adquirir y transmitir los derechos reales
Como se estudió en su momento, la adquisición de un derecho —
atribución a un titular concreto— se produce por virtud de ciertos
hechos a los que el Ordenamiento jurídico les atribuye esa virtualidad. E
igual ocurre con los derechos reales.
Hechos que pueden ser de índole muy variada, y que van desde el
simple suceso natural —como el arrastre de tierras por la corriente de
un río—, hasta decisiones de la autoridad —como una resolución
judicial— o de los propios particulares interesados —como actos o
negocios jurídicos—. Ello da lugar a una diferenciación entre los modos
de adquirir o transmitir basada en la circunstancia que provoca
directamente la adquisición. Y todo ello sin olvidar que unos y otros
son modos de adquirir porque la ley, previamente, les ha atribuido esa
eficacia.
Desde la perspectiva de la relación jurídica en la que están insertos, la
adquisición y transmisión se consideran como una modificación
estructural subjetiva de la misma, que a pesar de ello pervive con el
resto de sus circunstancias.
También conviene recordar que atendiendo a la existencia o no de un
titular anterior del derecho que se adquiere suelen también clasificarse
en modos derivativos y modos originarios. Distinción que tiene
trascendencia práctica, en cuanto que en el primer caso —existencia de
un titular anterior— el derecho se adquiere con las mismas
características que lo configuraban en su titularidad anterior (de la que
«derivan»); mientras que en el segundo caso (modos originarios) el
derecho se adquiere como nuevo en su integridad y no depender su
configuración de cómo pudiera ostentar ese derecho un titular anterior.
Y al hablar de configuración, me refiero a los aspectos positivos y
negativos del mismo, como son las facultades o las cargas o cualquier
otro tipo de restricciones o limitaciones respecto a su contenido típico.
Recuérdense, así mismo, otras clasificaciones que se hacen de los
modos de adquirir los derechos como son, dentro de los derivativos, la
de universales o particulares, según se transmita un conjunto de
relaciones activas y pasivas constitutivas de un patrimonio o de cuota
del mismo (habitualmente por causa de muerte, a los herederos, aunque
también hay casos inter vivos); o (los particulares) en que se transmite
un bien, o varios, en su consideración individual, sin la globalidad que
supone la contemplación de un patrimonio.
4. La tradición
A) Concepto
Para entender la tradición ha de hacerse referencia a los elementos
estructurales, diferenciados por los romanos, del corpus y del animus: el
elemento material y el elemento espiritual.
Se define la tradición como la entrega de una cosa a otro, con la
intención conjunta en ambos sujetos de transferir y aceptar la
transferencia de un derecho o titularidad que se tiene sobre ella. Son,
pues, dos los elementos que conforman esta figura jurídica: la entrega
(material en principio, y sucesivamente espiritualizada), que es el
corpus, y la intención o acuerdo entre transferente y adquirente de que
tal entrega se hace con la finalidad de trasladar de uno a otro una
titularidad sobre la cosa entregada, que es el animus específico de ella.
Es frecuente añadir un tercer elemento, que se da en la tradición tal
como la regula nuestro Derecho, que es la justa causa: razón jurídica
que justifica la transferencia, constituida por un negocio jurídico
antecedente, cuya ejecución lleva aparejada la tradición; y sin el cual,
ésta, la tradición, no tendría justificación para llevarse a cabo.
La tradición en nuestro Derecho se configura de esta forma como una
figura causal; una figura que se legitima en la existencia de una causa, o
razón de ser, existente y válida: la entrega de una cosa con la intención
de transmitir la propiedad necesitada de una justificación antecedente,
como es, por ej. un contrato de compraventa (en cuya regulación,
precisamente se reglamenta la tradición, arts. 1462 y ss. Cc), que crea
las obligaciones recíprocas de entregar la cosa vendida y el precio que
por ella se paga, o bien otro contrato traslativo de dominio o creador de
un derecho real.
Sin una razón de ser, sin una causa existente y valida, sin una «justa
causa» de la tradición, no tendría base jurídica la entrega de una cosa; y
esa es la razón del llamado enriquecimiento ilícito o sin causa, que
obliga a la restitución de lo indebidamente recibido
Es imprescindible, pues, junto a la tradición, un título que justifica y
que, a su vez se complementa con ella para operar la transferencia del
derecho real de que se trate. En nuestro Derecho la tradición no es
abstracta, desconectada de un negocio jurídico antecedente, como lo es
en el Derecho alemán, que solo requiere la entrega y el acuerdo de
entregar.
¿Se requiere, además de la existencia del título, que el mismo sea
válido? ¿Destruye la adquisición una posterior declaración de invalidez
del negocio que sirve de título, y que es, por ello, justa causa de la
tradición? Aunque la normativa referente a la nulidad, recisión y
resolución del contrato así como al cobro de lo indebido, al establecer
una mera obligación de restituir, hace pensar en que tales circunstancias
no afectan a la eficacia de la tradición-transmisión efectuada y, por ello,
no cabe reivindicar la cosa transmitida, sin embargo más
congruentemente con nuestro sistema de transmisión, se ha puesto de
relieve (GULLÓN) que debido a la invalidez del título, el adquirente
nada ha podido transmitir al tercero porque nada había podido
adquirir. La inatacabilidad de ese tercero, subadquirente, se produce
por la protección que merece atendida la buena fe con que ha confiado
en la titularidad, aparentemente correcta, del que le transmitió: tal es la
fórmula de la Ley hipotecaria (art. 34) y del propio Código civil (art.
1295, II, y 1124 in fine).
B) Clases
En cuanto a las variedades de tradición que se reconocen en nuestro
Derecho actual, son bastantes y producto, en su mayoría, de una
progresiva espiritualización de la figura.
La tradición, o entrega, tiene su manifestación más genuina en la
transferencia de la posesión de hecho, en la puesta de la cosa en poder y
posesión del adquirente (art. 1462-1). Es la llamada tradición real, a la
que también responde la puesta en poder y posesión de las cosas
mediante «la entrega de las llaves del lugar o sitio donde se hallan
almacenadas o guardadas» (art. 1463) que se denomina simbólica,
porque la posesión de hecho se transfiere mediante un objeto (en este
caso las llaves) que atribuye el poder efectivo sobre las cosas.
Junto a esta entrega material de la cosa, que se integra en el campo de
la posesión como hecho, se dan otras manifestaciones de la tradición
que son fruto de la progresiva espiritualización de la figura, y que se
integran en el campo de la posesión como derecho. Tal es el caso de la
tradición fingida, basada en la sustitución de la entrega material por el
acuerdo de las partes, en la que se comprenden los siguientes supuestos:
– Por el solo acuerdo o conformidad de los contratantes, en materia de
bienes muebles (aplicables también a inmuebles, según la
Jurisprudencia) de cuya circunstancia prevé el art. 1463 dos supuestos:
• El de que la cosa a transmitir (vendida) no pueda trasladarse a poder
del comprador en el instante de la venta, lo que lleva a la doctrina a
incluir el caso de que la imposibilidad sea momentánea y debido a
estar dada en arrendamiento, y a la Jurisprudencia, el que la cosa se
encontraba en otro pueblo, y en general que el traslado resulte
dificultoso.
• Y el de que la cosa la tuviera ya en su poder el adquirente
(comprador) por algún otro motivo (por ser arrendatario, p. ej.), que
es la tradicionalmente llamada traditio brevi manu; el adquirente
sigue siendo poseedor, como lo era antes, pero cesa la posesión
mediata del otro (porque por ej., era propietario-arrendador de ella).
Como destaca ALBALADEJO, no es realmente un caso de
transferencia posesoria, sino de sólo pérdida de la posesión mediata
que sobre la cosa tenía el enajenante.
Se invoca la analogía para situar entre estos supuestos el constituto
posesorio, que se da cuando el transmitente —poseedor de hecho— va a
seguir siéndolo, es decir, seguirá teniendo la cosa pero por otro título
distinto, al admitir que la posesión como derecho va a corresponder a
otro (al que vende la cosa, pero se queda con ella como arrendatario, p.
ej.). Aquí el acuerdo o conformidad se da sobre la relación jurídica que
permite al transmitente, no obstante la transmisión de su derecho,
continuar en la posesión de la cosa, aunque por distinto título:
arrendamiento, depósito, etc. Al no estar expresamente contemplado en
el Código civil, se fundamenta su admisión en nuestro Derecho (DÍEZ-
PICAZO y GULLÓN) con el supuesto (art. 1463) de que la cosa
vendida no pueda trasladarse a poder del comprador en el instante de la
venta y la siga poseyendo el transmitente.
– La tradición instrumental del art. 1462.II: «Cuando se haga la venta
(transmisión) mediante escritura pública, el otorgamiento de ésta
equivaldrá a la entrega de la cosa objeto del contrato, si de la misma
escritura no resultare o se dedujera claramente lo contrario».
Esta tradición instrumental (por derivarse del «instrumento público»
que es la escritura de esta naturaleza), es de las formas más frecuentes:
el otorgamiento de escritura notarial para formalizar los contratos
supone la tradición (instrumental), que unida al título, que es el propio
contrato que se contiene en la escritura, provoca la transmisión del
derecho real de que se trate, salvo que en la propia escritura se
establezca lo contrario (porque se diga en ella, por ej., una fecha
posterior hasta la que se aplaza la entrega; u otra manifestación de la
que resulte la voluntad de los otorgantes de desposeer a la escritura de
su normal efecto traditorio).
– Hay, finalmente una llamada cuasitradición que es la tradición de la
posesión de bienes incorporales, de derechos; lo que se entrega con ella
no es la cosa sobre la que está constituido el derecho que se pretende
transferir, sino la posesión del propio derecho: por ej. de una
servidumbre, en que no se entrega la posesión del fundo sirviente, sino
del derecho de servidumbre que recae sobre ella.
Viene regulada en nuestro Cc por el art. 1464 según el cual «respecto
de los bienes incorporales, regirá lo dispuesto en el párrafo segundo del
artículo 1462» (la que dejamos expuesta bajo el nombre de tradición
instrumental), y sigue «en cualquier otro caso en que éste no tenga
aplicación se entenderá por entrega el hecho de poner en poder del
comprador los títulos de pertenencia, o el uso que haga de su derecho el
mismo comprador (adquirente), consintiéndolo el vendedor»
(transmitente).
Además de una cuasitradición «instrumental», (por otorgamiento de
escritura pública, salvo que de ella resulte que no), prevé este precepto
una llamada «cuasitradición documental» consistente en la entrega de
los títulos de pertenencia del derecho (de los documentos en los que
consten tales títulos), y una «cuasitradición real» consistente en que con
el consentimiento del transmitente, el mismo adquirente haga uso del
derecho objeto de la transmisión.
C) Tradición y Registro
Un último aspecto que conviene tratar respecto de la tradición, es el
relativo a su relación con el Registro de la Propiedad.
De manera concisa podemos afirmar que respecto a la tradición, el
Registro no cumple función alguna; ni por otra parte tiene oportunidad
de cumplirla: la norma general en nuestro sistema registral es que al
Registro sólo tienen acceso documentos públicos; como, por otra parte,
la escritura pública en que se recogen los actos y contratos que sirven de
título de transmisión y adquisición de tales derechos, hemos visto que,
según el art. 1462.II, Cc son el modo necesario para que tal transmisión
y adquisición se efectúe (la llamada «tradición instrumental») resulta
que cuando se realiza la inscripción registral del acto transmisivo de que
se trate, éste ya se ha consumado, y la persona que en él figura como
adquirente, es ya (desde que se otorgó la escritura, en la que no se dijera
lo contrario) titular de tal derecho, y como tal lo inscribe. Inscripción
que despliega otros importantísimos efectos, propios de la protección
registral, pero que resulta innecesaria para la transferencia del derecho.
5. La usucapión
A) Concepto y fundamento
Entre los efectos de la posesión, que se exponen al estudiar esta figura,
uno de los más significativos por su repercusión jurídica y sus
consecuencias prácticas, es la usucapión.
Se trata de una figura en cuya virtud la posesión de un derecho, en
unas determinadas circunstancias —que veremos seguidamente—, tiene
la virtualidad de convertir al poseedor en titular jurídico del derecho
poseído. Eso es lo que significa el párrafo 3º del art. 609, cuando
establece que la propiedad y los demás derechos reales (poseíbles, claro)
«pueden también adquirirse por medio de la prescripción» (la
usucapión es la prescripción adquisitiva). Ratificado en el artículo 1930,
I, según el cual «por la prescripción se adquieren, de la manera y con las
condiciones determinadas en la ley, el dominio y demás derechos reales»
(su párrafo segundo se dedica a la prescripción extintiva).
Se suele decir que es una institución que cambia o transmuta un hecho
(la posesión) en un derecho (la titularidad poseída que se adquiere).
Planteado en estos términos y sin otras consideraciones, no resulta
extraño que cuando es objeto de estudio, uno de los aspectos que
primero se consideran es el de su fundamento: la razón, o razones, por
virtud de las cuales se produce ese cambio, importante aspecto
dogmático, que tiene la notable vertiente práctica de que la titularidad
que se adquiere es perdida por el que hasta entonces era su titular.
La doctrina clásica encuentra el fundamento, de tipo subjetivo, en el
abandono del propietario o titular del derecho que, como poco,
manifiesta una conducta de descuido, falta de interés, frente a la actitud
diligente del que realiza la usucapión. Argumento justificador que, aún
admitido frecuentemente en nuestra jurisprudencia, pierde fuerza, toda
vez que no se admite para impedirla la prueba en contrario, ni la
imposibilidad del titular de haberse opuesto.
También admitido reiteradamente en nuestra jurisprudencia, y con
mayor fuerza justificadora, es el argumento de tipo objetivo de que el
interés general y la seguridad del tráfico, en base a la eficacia de la
apariencia, aconsejan su admisión. Muy acertada y descriptivamente,
dice la STS 26 diciembre 1995 que la usucapión «se funda en razones de
orden público, al efecto de dar fijeza y estabilidad a las relaciones
jurídicas susceptibles de dudas y contradicciones, reduciendo la
inseguridad de las mismas a un período de tiempo determinado, para
que no queden indefinidamente en lo incierto, el dominio o el
patrimonio y los derechos de las personas interesadas en ellas».
A estos datos ha de añadirse también, aunque no sea exactamente un
fundamento, el papel de la posesión como prueba de la propiedad y la
legitimación que le presta (esto sí lo es) la publicidad de la tenencia y
ejercicio del derecho de que se trate.
B) Clases de usucapión
Se diferencia entre la usucapión ordinaria y extraordinaria, y de bienes
muebles y de bienes inmuebles.
La usucapión ordinaria, o manifestación natural de la misma, es la
que reúne el máximo de requisitos que el legislador ha estimado
conveniente exigir para que produzca sus efectos, ya que a los mínimos,
que son la posesión y el tiempo, se añade la necesidad de buena fe y
justo título. Mientras que la extraordinaria es la que no necesita de
estos dos últimos, y se produce sólo con base en la posesión y el tiempo
que ha de transcurrir, en ella más extenso que en la ordinaria: este
mayor tiempo es una compensación por la no exigencia de buena fe y
justo título.
Y en cuanto a la diferenciación que se produce en atención a la clase
de cosas sobre que recae el derecho que es objeto de usucapión,
tratándose de usucapión mobiliaria, se produce con plazos de tiempo
más cortos que si se trata de usucapión inmobiliaria, sin duda por
atribuírsele una mayor importancia a los bienes inmuebles que a los
muebles.
C) Elementos
Por lo que se refiere a los personales, están de una parte el
usucapiente, y de otra parte el titular del derecho que es objeto de
usucapión.
El usucapiente, es la persona que poseyendo en las condiciones
exigidas, adquiere el derecho objeto de la posesión. Y para que ello se
produzca, se han de dar en él las siguientes circunstancias, exigidas en el
Código:
a) Ser persona capaz «para adquirir por los demás modos legítimos»
(art. 1931), lo que implica la capacidad general de obrar, para
realizar en este caso una válida posesión en concepto de dueño o
titular del derecho que se usucape.
b) Si el que realiza la usucapión es persona que robó o hurtó una cosa
mueble, o fue cómplice o encubridor en ello, no podrá consumarla
(es la interpretación de MORALES MORENO, frente a quienes
entienden que no podrá iniciarla) hasta que haya prescrito el delito o
falta, o su pena, y la acción para exigir la responsabilidad civil (art.
1956).
c) Por otro lado, si no es propietario único, sino copropietario (o
comunero si es otro derecho real), dice el Código (art. 1933,
concordante con el 548) que la usucapión ganada por él aprovechará
a los demás; solución que se adecua a las normas que rigen la
comunidad de bienes.
d) Y, por último, se atribuye capacidad para beneficiarse de la
usucapión a la herencia yacente, esto es a la herencia antes de haber
sido aceptada, y durante el tiempo concedido para hacer inventario y
para deliberar (art. 1934).
En cuanto al titular del derecho usucapido, también se refiere el
Código a él cuando establece que la usucapión operará «en perjuicio de
toda clase de personas, incluidas las jurídicas, en los términos previstos
por la ley» (art. 1932).
Esta amplitud contrasta con las restricciones que se imponían en el
Derecho histórico a favor de menores o incapaces (que no pueden
valerse o actuar por sí mismos) y de ciertas personas jurídicas
privilegiadas (Tesoro público, Iglesia). Hoy, sólo queda de estas
excepciones, el remedio, para el primer grupo citado, que se prevé en el
mismo art. 1932-II: «Queda siempre a salvo, a las personas impedidas
de administrar sus bienes, el derecho para reclamar contra sus
representantes legítimos, cuya negligencia hubiese sido causa de la
prescripción».
Y, además, lo mismo que establece el que la usucapión opera a favor
de la herencia yacente, el ya citado art. 1934, dice también que la
usucapión se realiza en contra de ella.
Por lo que respecta al objeto, dice el Código civil que «son
susceptibles de prescripción (usucapión) todas las cosas que están en el
comercio de los hombres»; esto es, las cosas con las que, por sus
características o porque la ley lo establece, puede realizarse tráfico
jurídico. Y, por otro lado, siendo, como es, la usucapión producto de
una posesión, aunque el art. 609, III no matiza al decir que por
prescripción (usucapión) «pueden también adquirirse la propiedad y los
demás derechos reales» (que son los que regula el párrafo II al que se
refiere el III), está implícito en ello que sólo serán usucapibles los
derechos reales susceptibles de posesión (se citan como excluidos, por
ello, la hipoteca, el tanteo, el retracto y la opción, y se discute de la
superficie, y como declara el propio Código, en el art. 530, tampoco lo
son las servidumbres que no sean continuas y aparentes).
D) Caracteres
Como aspectos que caracterizan a la usucapión, podemos considerar:
a) Ser un modo originario de adquirir, ya que no se adquiere del
dueño o titular que lo era hasta el momento de producirse, ni en
base al derecho que éste ostentaba, sino que responde al tipo de
posesión por virtud de la cual se usucape.
b) Que hace adquirir el derecho «ipso iure», en cuanto transcurre el
tiempo necesario para ella. Y sólo habrá de lograr reconocimiento
judicial, si se producen actos de no reconocimiento, como en
cualquier otro caso análogo.
c) Que puede renunciarse a ella, cuando esté ganada, esto es al
derecho adquirido así, si el usucapiente tiene capacidad para
enajenar, pero no puede renunciarse al derecho de usucapir en lo
sucesivo; admitiéndose la renuncia tácita (art. 1935).
d) Que pueden los acreedores y cualquier otra persona interesada «en
hacerla valer», utilizarla a pesar de la renuncia expresa o tácita del
adquirente (art. 1937), en el caso de que como titular ya del derecho
se produzca renuncia, (art. 1935, en consonancia con el 6-II).
e) Que debe ser alegada para que se aprecie por los Tribunales, ya que
no se aprecia de oficio por ellos, y
f) Que tiene efecto retroactivo una vez cumplida: cuando ya la ha
adquirido, se estima que le pertenece el derecho desde el inicio de la
posesión que sirvió para usucapir.
E) Requisitos
Son esenciales a toda usucapión dos requisitos: posesión y transcurso
del tiempo poseyendo.
Sucede, sin embargo, que éste es un mínimo que se admite con unos
plazos de posesión más extensos (llamada usucapión extraordinaria)
que si concurrieran, además de ellos, buena fe y justo título, en cuyo
caso (al cual el Código llama usucapión ordinaria) los plazos a
transcurrir son más reducidos.
1º El primero, pues, de todos los requisitos para usucapir es la
posesión del bien, cosa o derecho de que se trate, y esa posesión es una
posesión cualificada: dice el art. 1941 que «ha de ser en concepto de
dueño, pública, pacífica y no interrumpida».
a) En concepto de dueño. Viene referida en el art. 432 Cc,
caracterizándose por una actitud del poseedor que trasciende al exterior
en su comportamiento, consistente en tener la cosa o derecho
conservándola o disfrutándola como suya propia. Esto es, no
reconociendo, con su comportamiento, la titularidad del mismo como
de otra persona. No es suficiente la intención, no puede entenderse en
sentido subjetivo, no puede referirse a la pura motivación volitiva, que
llegaría a amparar el despojo cuando se sabe que hay un legítimo
dueño.
Y por otro lado el mismo Código, a renglón seguido de exigir, en el
art. 1941, que la posesión sea a título de dueño, en el 1942 puntualiza
que «no aprovechan para la posesión los actos de carácter posesorio,
efectuados en virtud de licencia o por mera tolerancia del dueño»,
porque admite la titularidad del autorizante o porque la tolerancia
misma las priva del carácter de actos posesorios (ALBALADEJO).
Debe tenerse en cuenta que el término «dueño» que utiliza el
legislador en este precepto lo interpreta la doctrina, muy señaladamente
a efectos de usucapión, como «titular» tanto del derecho de propiedad
(dueño) como de cualquier otro de los derechos reales poseíbles que dan
lugar a ella (usufructo, servidumbre, etc.).
El Código ya había utilizado al exponer los efectos de la posesión este
concepto (art. 447) con referencia a la usucapión, y establece que «sólo
la posesión que se adquiere y se disfruta en concepto de dueño puede
servir de título para adquirir el dominio». Las cuestiones que suscita el
cambio, interversión, del título posesorio, y otras referidas a la posesión
a título de dueño, se estudian en este mismo manual, seguidamente.
b) Pública. También es congruente la exigencia del art. 1941 de que la
possessio ad usucapionem sea pública.
El rigor de las consecuencias de la usucapión para el titular del
derecho usucapido, su pérdida, obliga a que los actos a través de los que
se lleva a cabo tengan la notoriedad precisa para que, trascendiendo,
puedan ser percibidos por dicho titular, dándole la oportunidad de
oponerse: esta es la razón de la exigencia de publicidad en la posesión
para usucapir, notoriedad que debe extenderse a que la posesión es en
concepto de dueño. Y, además, a que dicha exigencia se prolongue
durante todo el período de posesión, lo que diferencia este concepto del
art. 1941, del rechazo de la clandestinidad por el art. 444 referido al
momento de adquirir la posesión.
c) Pacífica. Significa no violenta, que la posesión se desarrolle durante
el tiempo preciso para usucapir sin necesidad de imponerla por la
fuerza.
Ahora bien, ha de hacerse una distinción en el sentido de que la
exigencia del art. 1941, esto es que la posesión sea pacífica, es
compatible con la obtención violenta de la misma, que atribuye la
posesión como hecho, aunque el despojado la conserva como derecho; y
si continúa él poseyendo una vez cesada la violencia (es un vicio
transitorio), esa posesión le sirve para usucapir: mantenimiento de la
posesión como pacífica durante el tiempo preciso, es el alcance de la
exigencia, que implica, claro es, las restantes condiciones, pues si,
además no es en concepto de dueño, pública y no interrumpida,
carecerá de eficacia usucapiente.
d) No interrumpida. También es una exigencia acorde con la esencia
de la usucapión, el que la actuación posesoria, además de ser como
titular del derecho de que se trate, pública y pacífica, sea así mismo no
interrumpida; pues sin la continuidad que ello supone, no se crearía la
imagen de titularidad del derecho en el poseedor, que es lo que está en
la base del fundamento de la figura.
Por ello, la no interrupción no significa sólo que durante todo ese
tiempo se mantengan las exigencias dichas del art. 1941 (que no se
produzca el cese de la propia posesión o de alguno de los caracteres
exigidos para la misma durante más de un año, llamado interrupción
natural), sino que no se manifieste durante el mismo una reacción por
parte del titular del derecho que se está usucapiendo, en contra de tal
posesión, por medio de una reclamación judicial (llamada interrupción
civil, arts. 1943, 1944 y 1945).
Y tiene esta misma virtualidad interruptiva «cualquier reconocimiento
expreso o tácito que el poseedor hiciere del derecho del dueño», como
establece el art. 1948.
La interrupción civil, fruto de la reclamación judicial para hacer cesar
la posesión del usucapiente, recibe tal nombre porque no es preciso que
como consecuencia de ella se produzca una real interrupción (natural)
de la posesión, sino que es bastante con que se interponga para que,
desde ese momento se considere cesada, si la reclamación prospera; pues
si no, se tiene por no producida.
Se reglamentan en el Código aspectos de la interrupción civil de la
posesión usucapiente, como cuándo se produce («por la citación judicial
hecha al poseedor, aunque sea por mandato de juez incompetente»
según el art. 1945 y por el acto de conciliación según el 1947); cuándo
la citación judicial se considera no hecha, y dejará de producir
interrupción («si es nula por falta de solemnidades legales, si el actor
desistiere de la demanda o dejare caducar la instancia, y si el poseedor
fuere absuelto de la demanda»); y cuándo es eficaz a efectos de
interrumpir el acto de conciliación (siempre que la demanda se presente
dentro de los dos meses siguientes).
Sobre esta necesidad de que sea ininterrumpida la posesión, debe
tenerse en cuenta también: – que la continuidad en la posesión se
presume si se demuestra que se poseyó en un tiempo anterior y en el
actual (art. 1960, II); – que la posesión no se ve afectada por la muerte
del usucapiente (opera a favor de la herencia, art. 1934); y – que la
interrupción que debe producirse antes de cumplirse el plazo de
usucapión finaliza la posesión pasada y deberá iniciarse un nuevo
cómputo.
2º Es también requisito de toda usucapión el transcurso de un plazo
durante el que debe prolongarse la posesión con los requisitos vistos, o
con los que veremos han de añadirse para que se dé la usucapión
ordinaria (buena fe y justo título). Prolongación o duración que fija el
Código atendiendo a un triple criterio: por un lado, tratarse de
titularidades sobre bienes muebles o inmuebles; por otro, ser la
usucapión ordinaria o extraordinaria; y finalmente, por la respectiva
situación de usucapiente y usucapido respecto de la cosa soporte de los
derechos, que pueden ser presentes o ausentes. Circunstancias que
determinan un diferente rigor: más exigencia para la extraordinaria, que
se produce sin buena fe ni justo título, para los inmuebles, por tenérsele
de mayor valor, y para la entre ausentes, por la mayor dificultad para el
conocimiento o posible oposición por parte del titular del derecho que
se usucape.
Según los arts. 1955, 1957 y 1959 Cc, los plazos serán:
En la usucapión ordinaria
• si se trata de bienes muebles, tres años
• si se trata de bienes inmuebles: diez años entre presentes y veinte
años entre ausentes
En la usucapión extraordinaria
• si se trata de bienes muebles: seis años, y
• si se trata de bienes inmuebles: treinta años (sin distinguir, en este
caso, si es entre presentes o entre ausentes).
Hay unas normas sobre el cómputo, que da el art. 1960, en las que se
establece, además de la presunción de poseer en el tiempo intermedio
antes visto, que el poseedor actual puede completar el tiempo necesario
con el de su causante; y que el día en que se comienza a contar el tiempo
se tiene por entero, pero el último debe cumplirse en su totalidad.
A estos requisitos, y para la usucapión ordinaria, han de añadírsele
otros dos:
3º Buena fe en la posesión, tanto si se trata de muebles como de
inmuebles.
El Código considera la buena fe a estos efectos desde una doble
perspectiva: una de tipo positivo, consistente en «la creencia de que la
persona de quien recibió la cosa era dueño de ella, y podía transmitir su
dominio» (art. 1950); y otra negativa, según la cual «se reputa poseedor
de buena fe al que ignora que en su título o modo de adquirir exista
vicio que lo invalide (art. 433, I), precepto que lo mismo que el de la
presunción de buena fe (art. 434), y el de la continuidad en la buena fe
inicial salvo actos acreditativos contrarios a ella (art. 435), así como la
presunción de seguir poseyendo en el mismo concepto en que se
adquirió (art. 436), son citados en el art. 1951 como aplicables para la
determinación de la buena fe exigible en la possessio ad usucapionem
del dominio y demás derechos reales.
4º Justo título. Este es un requisito exigible sólo para la usucapión
ordinaria de inmuebles, dado que para la de muebles, el art. 464, I,
establece que «la posesión de los bienes muebles adquirida de buena fe,
equivale al título», lo que lleva al art. 1955, I, a exigir para la usucapión
(ordinaria, pues) de bienes muebles la posesión por tres años «con
buena fe».
Dice el Código que «entiéndese por justo título el que legalmente baste
para transferir el dominio o derecho real de cuya prescripción se trate»
(art. 1952). Esto es, una razón jurídica (habitualmente un negocio
jurídico transmisivo intervivos o mortis causa, elemento de concurrencia
necesaria para la adquisición del derecho, pero que por diferentes
razones no produce este efecto, aunque sí proporciona su posesión.
Como se ha dicho, el título es un acto de adquisición posesoria, con el
que normalmente debería coincidir la adquisición del derecho, pero que
no la produce por alguna razón; y aquí es donde reside la cuestión del
justo título necesario para la usucapión: si es, como lo es, un título de
adquirir y, además, se obtiene la posesión de lo adquirido, lo normal
sería que por concurrir título y modo, se adquiriera la titularidad. Pero
no es así. ¿Por qué? Pues porque a pesar de concurrir el título, justo,
que además ha de ser verdadero y válido (art. 1953), algo le ocurre (por
ej. el transmitente no era verdadero titular del derecho, aunque tuviera
la apariencia de tal, un non domino, o siéndolo (titular del derecho) el
negocio traslativo no fue eficaz, aunque tampoco absolutamente
ineficaz).
En base a la apariencia de titularidad del transmitente, que crea unas
expectativas merecedoras de protección, y de esa eficacia atenuada,
considera el ordenamiento justificado que la posesión continuada en las
condiciones vistas, sanando los vicios que puedan existir, termine por
atribuir definitivamente la titularidad del derecho cuya transferencia
inicial no cuajó plenamente.
Y esto es lo que ha desarrollado la jurisprudencia sobre el tema:
• Que el título ha de ser verdadero, en cuanto a su existencia y no en
cuanto a la veracidad de su contenido, y válido, porque significa que
siéndolo, aunque exista algún vicio o defecto originario, ello no
puede obstaculizar la operatividad de la usucapión, pues ésta existe
justamente para subsanar tales vicios o defectos, de lo contrario sería
una institución inútil. Así, el título absolutamente simulado ni es
verdadero ni es válido, por lo que no puede basar una usucapión
ordinaria.
• Que en el concepto de justo título entran los contratos anulables,
rescindibles, revocables, resolubles e incluso los otorgados por quien
no ostenta la disponibilidad jurídica de la cosa, pero no los que sean
inexistentes o radicalmente nulos.
F) La usucapión liberatoria
Es una forma de usucapión por virtud de la cual el dueño de una cosa
gravada, o el que la está usucapiendo (claro es, por no ser dueño de
ella), que la poseen como libre de gravámenes, recuperan las facultades
en que consistía el gravamen (en el caso del dueño) o adquiere la finca
gravada como libre (en el caso del tercero usucapiente). Esto es,
extinguen, en uno y otro caso, el gravamen, dejando por ello la finca, su
propiedad, libre: de ahí su denominación de usucapión liberatoria.
El efecto extintivo del gravamen es indiscutible; el mecanismo que lo
produce es el que suscita alguna duda: partiendo de que siendo los
gravámenes derechos reales limitados, en cosa ajena, el propietario no
puede llegar a tener un derecho real en su propia cosa; pero admitiendo
que esto sea así (y de ellos he tratado antes), lo que está claro es que el
propietario puede adquirir el derecho real de que se trate por negocio
jurídico inter vivos o mortis causa, aunque una vez adquirido, y de
forma automática, se embebe o integra el contenido que tuviera en la
propiedad, que se dilata en su contenido, produciéndose la
consolidación. Y si se puede adquirir, como quiera que la usucapión es
un medio de adquirir y transmitir, además de la propiedad, los demás
derechos reales (que sean poseíbles), no debe suscitar duda que el
gravamen lo adquiere el usucapiente de la cosa como libre, aunque por
hacerlo quien ya ostenta la titularidad dominical, o la adquiere en tal
momento por usucapión, lo que sucede es que no se mantiene como
derecho o carga diferenciada, sino engrosando hasta la plenitud del
dominio que se tenía o se adquiere. Salvo, como vimos, que la ley le dé
un tratamiento diferente a la posible adquisición de esa carga por el
propietario del bien.
En cuanto a las circunstancias de esta usucapión, liberatoria, serán las
correspondientes a la clase de usucapión que corresponda: de muebles o
inmuebles, entre presentes o entre ausentes, y ordinaria o
extraordinaria.
G) La usucapión y el Registro de la propiedad
Estudia cómo afecta la inscripción registral (con sus efectos a favor y
en contra de los titulares inscritos y no inscritos, y las divergencias entre
lo inscrito y lo real, en cuanto concierne al derecho objeto de la
inscripción), tanto la usucapión amparada en la posesión que se le
presume al titular de la inscripción (denominada secundum tabulas),
como la efectuada para adquirir un derecho cuyo titular lo tiene inscrito
en el Registro (llamada contra tabulas).
Los conceptos en que se basa la solución que adopta la Ley
Hipotecaria, en sus arts. 35 y 36, que son unas de las bases de la
institución registral, me inclinan a reenviar el estudio de la cuestión al
capítulo 29, apartado II de este libro, donde con detalle y profundidad,
estudia el tema el Profesor F. J. SÁNCHEZ CALERO. Con lo que,
además, se evitarán repeticiones.
5. Consolidación
Supone la extinción de los derechos reales en cosa ajena por reunirse
en una misma persona la titularidad de tal derecho y la del dominio
sobre la cosa en que éste recae. No hay ya cosa ajena, y el contenido del
derecho real limitado corresponde al propietario como tal propietario
pleno, que es, al tener la totalidad de las facultades que integran la
propiedad, que al estar libre, tiene todas las posibles.
Suele recordarse que es figura correlativa a la confusión, modo de
extinguir las obligaciones por reunirse en un mismo titular las
cualidades de acreedor y deudor (arts. 1156 y 1192 a 1194 Cc).
La consolidación del pleno dominio, es referida como causa extintiva
por el Cc en el art. 513, 3º («reunión del usufructo y la propiedad en
una misma persona»), en el 546, 1º («por reunirse en una misma
persona la propiedad del predio dominante y la del sirviente» en las
servidumbres). También resulta aludida, si bien para excluirlo, en el art.
23, 4º de la referida Ley 4/2012 de 6 de julio, sobre el derecho de
aprovechamiento por turnos de bienes inmuebles.
Dos cosas más: de un lado, que la consolidación no puede operar en
perjuicio de terceros, por lo que si el derecho real que con ella va a
extinguirse está gravado con otro derecho real, «aquél frente al titular
de éste», subsistirá como si la consolidación no se hubiese producido
(art. 107, 1º LH) (DÍEZ-PICAZO y GULLÓN). Y de otro, que sólo hay
consolidación por la reunión del derecho real limitado y de la propiedad
en un mismo sujeto; pero no, si el derecho real desaparece por otra
causa (renuncia, no uso, etc.) aunque también se produzca el efecto de
integración de las facultades en que consista, en la propiedad
(ALBALADEJO).
6. Renuncia y abandono
Los derechos, y los reales lo son, pueden renunciarse y se producirá su
extinción, (derivada de la validez de la renuncia) «cuando no contraríen
el interés o el orden público ni perjudiquen a terceros» (art. 6,2 Cc). Y
ello se aplica concretamente al usufructo (art. 513, 4º) y a las
servidumbres (art. 546, 5º).
A lo que ya se estudió en su momento sobre la materia (ser unilateral,
irrevocable, no solemne, hecha por persona que puede disponer del
derecho), ha de añadirse:
– Que tratándose del derecho de propiedad y la cosa estaba en poder
del renunciante, a la declaración de voluntad en que consiste la
renuncia (el animus), ha de añadirse para que despliegue su eficacia
extintiva, un acto de abandono (el corpus) que la materialice
mediante la desposesión de la cosa (art. 610 Cc).
– Que la renuncia, que no debe olvidarse es siempre abdicativa, nunca
traslativa, produce como efecto la extinción del derecho de que se
trate y, en consecuencia, si es de la propiedad y, además es sobre
cosas muebles, éstas pueden ser adquiridas por ocupación (art. 610),
y si es sobre cosas inmuebles pasan a pertenecer a la Administración
General del Estado (art. 17, 1º LPAP), no pudiendo ocuparlas los
particulares. Si lo renunciado es un derecho real limitado, sobre cosa
ajena, lo que sucede es que, extinguido por la renuncia, las
facultades que eran su contenido, pasan a reintegrar la propiedad
que estaba disminuida por su existencia.
– Que lo mismo que sucede con la consolidación, y para que no
perjudique a terceros que sean titulares de derechos constituidos
sobre los derechos renunciados, no suponen la extinción de tales
derechos: así la renuncia a un usufructo no afecta a la hipoteca
constituida sobre él, pues según el art. 107, 1º LH subsistirá hasta
que se cumpla la obligación asegurada, o hasta que venza el tiempo
en que el usufructo habría naturalmente concluido a no mediar el
hecho de que le puso fin.
La renuncia y el abandono, son causas de extinción absolutas y
voluntarias.
I. INTRODUCCIÓN
El Cc dedica a la posesión el Título V («De la posesión») del Libro II
(«De los bienes, de la propiedad y de sus modificaciones»), integrado
por los arts. 430 a 466. No son éstos los únicos que afectan a la
posesión; también se han de considerar, los arts. 1940 a 1960,
contenidos en el Título XVIII («De la prescripción») del Libro IV («De
las obligaciones y contratos») y referidos a la usucapión y los preceptos
de la LEC relativos a la tutela sumaria de la posesión (arts. 250, 439,
447), los llamados tradicionalmente interdictos.
La posesión tiene merecida fama de ser una de las instituciones más
complejas y confusas dentro del Derecho Civil. La razón principal es de
carácter histórico: las normas, reglas y principios que regulan la
posesión en los diferentes Códigos civiles son el resultado de una larga
evolución que ha ido plasmando la influencia, en mayor o menor
medida, de Derechos antiguos portadores de sistemas sustancialmente
heterogéneos (Derecho romano, Derecho germánico y Derecho
canónico). La incorporación de elementos de distintas procedencias,
además de hacer difícil la tarea de interpretar coherentemente el
conjunto normativo regulador de la posesión, ha propiciado la
formulación de construcciones doctrinales de signo opuesto, como
ponen de relieve los numerosos estudios existentes al respecto.
La circunstancia descrita se puede constatar en el marco de nuestro
Derecho civil.
Por un lado, en la regulación legal de la posesión se mezclan normas
de clara influencia romana con otras que proceden del Derecho
germánico y del canónico. Es de ascendencia romana la distinción entre
posesión natural y posesión civil plasmada en el art. 430, así como el
concepto de posesión de buena fe (art. 433) y sus consecuencias en
orden a la liquidación del estado posesorio (art. 451 y ss.). La influencia
del Derecho germánico se aprecia, entre otros, en el art. 448 que
consagra, en favor del poseedor, la presunción de ser titular del derecho
que exterioriza a través de la posesión; también está presente en
aquellos preceptos que contemplan supuestos de posesión incorporal
(arts. 440 y 460-4º). Finalmente, la doctrina del Derecho canónico se
manifiesta en la posibilidad de posesión de derechos (art. 430), en la
extensión a todo poseedor de la tutela interdictal (art. 446) y en la regla
de la relevancia de la mala fe sobrevenida (art. 435).
A la razón histórica indicada, hay que añadir, como factor de
complejidad, la gran variedad de supuestos que se pueden reconducir al
ámbito de las normas legales reguladoras de la posesión. Esta
circunstancia entorpece el entendimiento de la figura, dificultando
incluso el punto de partida imprescindible en el análisis de cualquier
instituto jurídico: la delimitación conceptual de la posesión.
V. NATURALEZA DE LA POSESIÓN
La polémica acerca de la naturaleza de la posesión es tan antigua
como el origen mismo de la figura. Desde los jurisconsultos romanos ha
sido una constante en la historia de la figura. En particular, el debate se
ha centrado en la consideración de la posesión como un simple hecho o
como un derecho subjetivo.
Un sector de la doctrina (IGLESIAS CUBRÍA, COCA PAYERAS,
ROCA TRÍAS) mantiene la naturaleza exclusivamente fáctica de la
posesión. Para esta posición, la posesión es un simple hecho —la
detentación o poder de facto— al que se reconocen ciertos efectos
jurídicos, pero sin llegar a la categoría de derecho subjetivo. Son varios
los artículos que se citan en apoyo de esta teoría: el art. 438, que al
enumerar los modos de adquirir la posesión, menciona, entre ellos, el
hecho de quedar la cosa o el derecho sujetos a la acción de nuestra
voluntad. Igualmente, resulta útil para esta posición; el art. 443 («Los
menores y los incapacitados pueden adquirir la posesión de las cosas...)
que, al no exigir una capacidad determinada para adquirir la posesión,
demuestra que lo que se está llevando a cabo es un simple hecho: y el
art. 445 que, expresamente, califica la posesión como hecho. Fuera ya
del Cc, un argumento a favor se encuentra en el art. 5 LH que excluye
del acceso al RP «los títulos referentes al mero o simple hecho de
poseer».
Para otros autores (LACRUZ BERDEJO, HERNÁNDEZ GIL,
ALONSO PÉREZ), y es la tendencia dominante en la actualidad, la
posesión es un derecho subjetivo. La tenencia o el contacto con un bien
—en definitiva, el ser poseedor— inviste al sujeto de un derecho,
reconocido legalmente, a seguir poseyendo (ius possessionis), a no ser
privado de la situación de poder sino por los medios judiciales
oportunos, independientemente de que tenga o no título que legitime la
posesión. Si la tenencia cesa por voluntad del poseedor, cesa al mismo
tiempo su consecuencia jurídica (el ius possessionis). Pero si la tenencia
acaba por virtud de actos ajenos, y sin voluntad del poseedor, persiste el
ius possessionis facultando para reclamar la restitución mediante el
procedimiento previsto en la LEC. Los partidarios de esta posición
suelen utilizar como argumentos, en apoyo de la naturaleza defendida,
el inciso final del art. 438 Cc, que califica a la posesión como derecho;
la segunda parte del art. 443, precepto éste que exige para usar de los
derechos que de la posesión nazcan, en relación a los menores e
incapacitados, la asistencia de sus representantes legales; el art. 446, que
declara el derecho de todo poseedor a ser respetado en su posesión; y el
art. 460.4, en cuanto que contempla un supuesto de posesión —aunque
sea temporal— ajena al hecho de la tenencia del bien.
El ius possessionis —ese derecho que engendra la posesión—, dada su
eficacia excluyente y erga omnes, se cataloga de derecho real, si bien de
rango inferior a los restantes derechos de la misma naturaleza: como
derivado de un hecho, es un derecho provisional. El derecho de posesión
claudica o cede ante los considerados derechos definitivos (la propiedad
o los otros derechos reales), de manera que el poseedor tendrá que
entregar el bien a quien, en su caso y en el juicio correspondiente,
demuestre ser el legítimo dueño o titular del derecho a poseer (ius
possidendi). La provisionalidad es, precisamente, la circunstancia que
justifica que se niegue a la posesión, en cuanto tal, el acceso al registro
de la propiedad.
I. ADQUISICIÓN DE LA POSESIÓN
1. Formas y medios de adquirir la posesión
En el ámbito de la doctrina se suelen distinguir dos formas de adquirir
la posesión: originaria y derivativa. La primera se produce por acto
unilateral del adquirente y sin el concurso del poseedor precedente, si es
que lo había (ej.: por despojo). La adquisición derivativa supone, sin
embargo, la intervención del poseedor anterior, operándose por virtud
de una cesión o traspaso; esta circunstancia justifica algunas de las
normas previstas en sede de usucapión (v. art. 1960-1º Cc).
El planteamiento del Cc es, en cierta medida, diferente. El art. 438 se
limita a enumerar los medios de adquisición de la posesión; es decir, los
hechos o actos a los que se liga el efecto propio de hacer adquirir la
posesión. De tales medios, algunos sirven para consumar una
adquisición originaria, mientras otros generan una adquisición de
carácter derivativo.
De acuerdo con el art. 438 Cc, la posesión se adquiere:
1) «Por la ocupación material de la cosa o derecho poseído».
La ocupación, en el ámbito concreto de la posesión, constituye un acto
unilateral del adquirente consistente en la aprehensión física de la cosa,
siendo indiferente, a efectos adquisitivos (no a otros efectos), que la
cosa estuviese o no en poder de un anterior poseedor.
Aplicada a los derechos, carentes éstos de entidad corporal, la
ocupación equivale a actuación material o directa sobre la cosa a la que
se refiere el derecho de cuya posesión se trata.
La ocupación genera una adquisición originaria.
2) «Por el hecho de quedar éstos (la cosa o derecho) sujetos a la acción
de nuestra voluntad».
Una cosa (o derecho) queda sujeta a la acción de nuestra voluntad
cuando instauramos sobre ella un señorío efectivo, una relación de
dominación que, en la mayoría de los casos, se manifiesta a través de
una contacto físico directo.
En este apartado del art. 438 se incluyen, como instrumentos
concretos conducentes a aquella dominación, la tradición real, mediante
entrega efectiva del bien realizada por el anterior poseedor que se
desprende de la posesión transfiriéndola al adquirente, y la llamada
tradición simbólica, consistente también en una entrega del poseedor
precedente pero de una cosa que no es el objeto de la posesión si bien
permite acceder a éste (v. art. 1463 Cc). En ambos casos hay
adquisición derivativa de la posesión.
Ocurre que la ocupación material, mencionada separadamente en el
art. 438 como se ha visto, provoca el mismo efecto ahora descrito, de
manera que puede considerarse como una especie concreta dentro del
género más amplio representado por los hechos o actos a través de los
cuales se consigue un control inmediato sobre el objeto a poseer. Por
esta razón, la doctrina suele formar con los dos primeros medios
mencionados en el art. 438 un solo grupo en el que incluyen la
ocupación y los restantes actos que como aquélla, aunque por vía
distinta, sirven para entablar una relación de dominación directa
respecto de una cosa o derecho (MORALES MORENO, MARTÍN
PÉREZ).
3) «Por los actos propios y formalidades legales establecidas para
adquirir tal derecho».
Dentro de la fórmula empleada por el legislador se consideran
incluidos los actos y procedimientos previstos en la ley, a través de los
cuales una persona queda investida de la condición de poseedor, sin que
tenga que mediar una relación de dominación efectiva.
Es el caso de la adquisición de la posesión (civilísima) de los bienes
hereditarios que, de acuerdo con el art. 440 Cc, «se entiende
transmitida al heredero sin interrupción y desde el momento de la
muerte del causante, en el caso de que llegue a adirse la herencia». El
heredero, sin necesidad de aprehensión de los bienes hereditarios,
resulta investido de la cualidad de poseedor y, consiguientemente, de las
acciones que tutelan la posesión. Como sucesor que es a título universal,
el heredero no inicia una nueva situación posesoria sino que continúa la
misma posesión que tenía su causante y con las mismas característica, a
salvo la matización que introduce el art. 442.
Igualmente tienen cabida en este apartado del art. 438, la adquisición
de la posesión que tiene lugar por virtud del otorgamiento de escritura
pública relativa al acto de transmisión de la cosa o derecho objeto de
posesión, en los términos del art. 1462.2º, y la que se produce por
entrega de los títulos de pertenencia de aquéllos (v. art. 1464).
También se suelen incluir en el mismo grupo las llamadas
adquisiciones judiciales de la posesión, sujetas a los procedimientos
previstos en la LEC (v. art. 250.1.3º).
I. CONCEPTO
Definir el derecho de propiedad no es tarea fácil, pues como se ha
advertido el problema de la propiedad es un problema histórico: la
concepción de la propiedad y su regulación jurídica dependen de las
ideas políticas, sociales y económicas de cada momento.
Frente a la relación de subordinación personal, característica de la
época feudal, el liberalismo trajo una nueva concepción del Estado y de
la libertad: el hombre queda protegido contra toda injerencia del Estado
en su vida privada. Libertad que va a condicionar no sólo las
instituciones jurídicas, sino también el sistema político y económico. En
el plano jurídico, el individualismo eleva a categoría dogmática el
principio de autonomía de la voluntad, que se manifiesta de forma
contundente en la regulación del contrato y de la propiedad. Propiedad
y libertad forman un binomio inseparable: la propiedad es la persona
humana que se exterioriza, la libertad que se expresa e integra en el
mundo de las cosas. El Estado no tiene potestad alguna para intervenir
en el régimen de la propiedad, concentrando todos sus esfuerzos en su
garantía frente a los poderes públicos y frente a los particulares.
Estos principios informadores no afectan sólo a la atribución del
derecho, sino también a su ejercicio. El propietario ejerce su derecho
libremente, no teniendo más límites que la lesión de derechos de
terceros. La propiedad, como los demás derechos sagrados e inviolables,
es un derecho absoluto, de manera que su titular puede ejercitarlo a su
arbitrio, sin más limitaciones que la salvaguarda de los respectivos
derechos de los demás ciudadanos.
Enfoque distinto recibe el derecho de propiedad en las Constituciones
del Estado social de Derecho. Frente al individualismo, aparece el
aspecto social del derecho, que trata de compaginar los intereses
individuales con los de la colectividad. En el derecho de propiedad, el
aspecto social incide en el ejercicio del derecho, de forma que se
compatibilice el interés privado del propietario y el interés social.
Sobre las ideas expuestas, definir el derecho de propiedad en nuestro
ordenamiento supone analizar, de un lado, el art. 348 Cc, donde la
propiedad se nos presenta como un derecho individualista, fruto del
liberalismo, aunque con carácter atenuado, como lo demuestra el hecho
de que, aún inspirándose en el art. 544 del Code francés, no hace
referencia a la «manera más absoluta» como forma de ejercicio del
derecho; de otro, la multiplicidad de leyes especiales que, influidas por
el sentido social de la propiedad, han intentado paliar las consecuencias
del liberalismo mediante el establecimiento de límites y deberes; y, por
último, la Constitución de 1978, que define el Estado como social y
democrático de Derecho, y donde se consagra la función social como
criterio delimitador del contenido del derecho de propiedad (art. 33.2).
E) Conclusión
Analizados los preceptos constitucionales podemos concluir con
MONTÉS que:
a) La atribución de la titularidad del derecho de propiedad continúa
verificándose a favor de los particulares. Subsiste la propiedad
privada, y sus titulares, en cada caso, son tenidos en cuenta por el
ordenamiento jurídico como ciudadanos libres, no como
funcionarios, ni como personas vinculadas a un orden jerárquico
establecido.
b) Que la Constitución española ha previsto explícitamente la
posibilidad de que en el contenido de esos derechos de propiedad sea
diverso en cada caso en razón de una diversa función social, al
propio tiempo que ha establecido una relación de dependencia entre
el contenido del poder del propietario y esa función social.
c) Que ello no obstante, la intervención legislativa tiene como límite
un «contenido esencial» del dominio que es indispensable, a pesar de
la función social, para el legislador, salvo indemnización
(expropiación), so pena de inconstitucionalidad.
d) Que la legislación ordinaria prevé algunos supuestos (de modo que
ahora resulta coherente con la legislación constitucional) en los que,
continuando el particular en la titularidad del derecho, el ejercicio de
los poderes que tiene atribuidos viene coordinado a la consecución
de fines no individuales, ajenos al propietario, y generalmente
conexos a la comunidad. (Cfr. la Ley de Reforma y Desarrollo
Agrario, Ley de Fincas manifiestamente Mejorables, Ley de Reforma
Agraria para Andalucía, Ley de Expropiación Forzosa, Ley de
Minas, etc.).
II. CONTENIDO
Hemos definido el derecho de propiedad como el más amplio poder de
dominación que el ordenamiento jurídico permite tener sobre las cosas.
El contenido del derecho viene determinado, para cada tipo de bienes,
por la función social que éstos cumplan, y comprende, de un lado, todas
las utilidades económicas, permitidas por el ordenamiento, susceptibles
de proporcionar el bien sobre el que recae (facultades); y, de otro,
deberes.
Analizaremos ahora las facultades que corresponden al propietario; en
el capítulo siguiente se analizarán los límites, limitaciones y deberes que
delimitan, en cada caso, el derecho de propiedad.
1. Límites intrínsecos
A) El abuso del derecho
La teoría del abuso del derecho aplicada a la propiedad, viene a
recortar el poder omnipotente que se le otorgaba al propietario en el
liberalismo. Su antecedente se encuentra en la doctrina de los actos de
emulación, desarrollada en la Edad Media para solucionar los conflictos
de derechos a que daba lugar la coexistencia de fundos vecinos.
La aemulatio comprendía aquellos actos que, aun siendo realizados en el ejercicio de
un derecho de propiedad (en general, de todo derecho subjetivo, aunque normalmente
en el ejercicio de aquél), se ejecutan con la intención de causar daño a otro.
2. Servidumbres administrativas
A diferencia de las servidumbres civiles (voluntarias o forzosas), las
administrativas suponen el gravamen sobre una cosa ajena en beneficio,
no de un sujeto particular (servidumbre civil), sino en beneficio de la
comunidad, bien en utilidad directa de una cosa pública, bien en la de la
colectividad (servidumbre administrativa). Hace falta un acto especial
de imposición de las servidumbres administrativas (ALBALADEJO).
Son servidumbres administrativas las de camino de sirga cuando fuese
necesario ocupar terrenos de propiedad particular (art. 553.2º Cc),
estribo de presa y parada o partidor, para aguas destinadas a servicio
público (arts. 555, 556 y 570.3º Cc), acueducto para la conducción de
aguas destinadas a algún servicio público (art. 46 de la Ley de aguas).
Su estudio corresponde al Derecho administrativo.
3. Prohibiciones de disponer
A) Concepto
El titular de un derecho de propiedad puede verse impedido para
ejercitar su facultad de disposición por varias razones: a) Por carecer de
la capacidad de obrar necesaria. El titular del derecho, en cuyo
contenido está la facultad de disposición, no puede disponer de él por
falta de la capacidad necesaria. b) Cuando el titular del derecho contrae
la obligación de no disponer, de forma que su incumplimiento no hace
ineficaz el acto de disposición efectuado a favor de un tercero, sino que
genera exclusivamente la obligación de resarcir los daños y perjuicios
ocasionados por el incumplimiento. La obligación de no disponer en
este caso no afecta al tercer adquirente, quien adquiere íntegramente el
derecho de propiedad, incluida, por tanto, la facultad de disposición. c)
Cuando por distintos orígenes se reduce la libre disposición que el
titular del derecho tiene sobre una cosa, afectando dicha reducción no
sólo al titular actual sino a los sucesivos. Es decir, cuando la reducción
tiene efecto real, de manera que se permita que el derecho circule de
titular a titular sin la facultad de disposición.
Sólo en este último supuesto estamos en presencia de las prohibiciones
de disponer, verdaderas limitaciones al derecho, y que pueden ser
definidas como toda privación o restricción del poder de disposición
que lleva anejo un derecho subjetivo y que impide que éste pueda ser
enajenado, gravado o de otro modo ser objeto de disposición, con
mayor o menor amplitud o sin llenar determinados requisitos (ROCA
SASTRE).
B) Clases
Las prohibiciones de disponer así definidas pueden ser de distintas
clases:
a) Legales: cuando es la propia ley la que declara que determinados
derechos son indisponibles: así, entre otras, los arts. 525 Cc («Los
derechos de uso y habitación no se pueden arrendar ni traspasar a
otro por ninguna clase de título»), 196, párrafo segundo Cc (el cual
establece, en relación a los bienes del declarado fallecido adjudicados
a los herederos, que éstos «no podrán disponer a título gratuito
hasta cinco años después de la declaración de fallecimiento»), y la de
enajenar la cosa retraída que pesa en algún caso sobre el retrayente.
b) Judiciales y administrativas, cuando la ley faculta a la autoridad
judicial o administrativa para imponerlas.
c) Voluntarias. Las que tienen su origen en negocios jurídicos inter
vivos o mortis causa.
Las prohibiciones de disponer legales, las judiciales y administrativas
no presentan problemas respecto a su validez, como se desprende del
art. 26, reglas 1ª y 2ª de la LH.
«Las prohibiciones de disponer o enajenar se harán constar en el Registro de la
propiedad y surtirán efecto con arreglo a las siguientes normas: 1ª Las establecidas por la
Ley, que sin expresa declaración judicial o administrativa, tengan plena eficacia jurídica,
no necesitarán inscripción separada y especial y surtirán sus efectos como limitaciones
legales de dominio. 2ª Las que deban su origen inmediato a alguna resolución judicial o
administrativa serán objeto de anotación preventiva».
II. LA ACCESIÓN
1. Concepto
El art. 353 Cc dispone que «La propiedad de los bienes da derecho
por accesión a todo lo que ellos producen, o se les une o incorpora,
natural o artificialmente». Bajo la denominación genérica de accesión
engloba el Código, en realidad, dos supuestos distintos: a) El derecho
del propietario de un bien de hacer suyos los frutos que ella produce. b)
El derecho del propietario de adquirir lo que a la cosa objeto de su
derecho se le una o incorpore, natural o artificialmente.
La primera, denominada accesión discreta o por producción, permite
que el propietario de una cosa adquiera los frutos que ella produzca. La
segunda, llamada accesión continua por incorporación, extiende el
poder del propietario a todo aquello que, natural o artificialmente, se
une o incorpora al objeto de su derecho, formando un todo inseparable.
La doctrina ha criticado el concepto que de la accesión da el Código
civil, pues comprende supuestos muy dispares, imposibles de reconducir
a una categoría unitaria. Se ha observado, con razón, que la adquisición
de los frutos por el propietario no es un derecho de accesión, sino
consecuencia de la propiedad primitiva sobre la cosa, un ejercicio de la
facultad de disfrutar que corresponde al propietario, de forma que la
adquisición de los frutos y de los productos de una cosa pertenece al
régimen jurídico del disfrute de una cosa y es una consecuencia del ius
fruendi o facultad de disfrutar. De ahí que la mayoría de los autores
traten esta materia dentro de la relación jurídica y, en concreto, dentro
del contenido o del objeto del derecho subjetivo, si el objeto sobre el
que recae es susceptible de producir frutos (res fructífera).
La accesión, como modo de adquirir, queda circunscrita técnicamente
a los supuestos en que una cosa se incorpore a otra de modo
inseparable, de forma que el propietario de la más importante
(principal) adquiere la de menor relevancia (accesoria) que se le ha
incorporado.
Tres son los elementos necesarios para que se produzca la accesión: a)
La unión de dos cosas, pertenecientes a distintos propietarios, que se
unen de forma irreversible, formando una nueva. Si las cosas son
separables, no hay accesión. b) Una de las cosas tendrá carácter
accesorio respecto de la otra (principal). c) Desaparición de la
titularidad dominical independiente sobre la cosa accesoria. La
propiedad de la cosa principal absorbe la de la accesoria en virtud del
principio de que lo accesorio sigue a lo principal (accesorium sequitur
principale).
2. Naturaleza jurídica
Se ha discutido en la doctrina si la accesión es un modo de adquirir la
propiedad o si se trataba de una facultad del dominio. La accesión por
producción (discreta) es considerada como una facultad del dominio,
concretamente de la facultad de disfrutar, en virtud de la cual el
propietario hace suyos los frutos que la cosa produce. La accesión por
incorporación debe ser considerada como modo de adquirir, aunque el
Código civil no la mencione en el art. 609.
Este hecho nada tiene de particular, como afirma ALONSO PÉREZ,
pues dicho precepto acoge en su seno formas inauténticas de
adquisición dominical y olvida otras, pues se trata en todo caso de una
enumeración demostrativa o enunciativa, no exclusiva. La realidad es
que, a través de la accesión por incorporación, el propietario de la cosa
principal adquiere el dominio de la cosa nueva resultante de la unión
con la accesoria. Su fundamento se halla en que, por razones de índole
práctica, el legislador considera preferible, por un lado, no destruir las
cosas para obtener su separación, y de otro, atribuir a una sola persona
la propiedad del todo formado por las cosas unidas. Sobre este
presupuesto, lo más indicado es elegir, en principio, como propietario
único al que lo fuese de la cosa más importante (ALBALADEJO). Es
decir, el viejo principio de que lo accesorio sigue a lo principal.
Hay autores que consideran que la accesión, tanto la discreta como la
continua, es un modo de adquirir y una facultad del dominio
(ALBALADEJO), y otros que la consideran, en sus dos formas, como
facultad del dominio (DÍEZ-PICAZO).
Lo que significa, en síntesis, que la naturaleza jurídica de la accesión,
no es unitaria: o facultad de dominio (la accesión por producción) o
modo de adquirir (la accesión por incorporación).
La visión ambivalente de la naturaleza jurídica de la accesión aparece también en la
jurisprudencia, que ha afirmado que «la accesión integra un modo de adquirir o el
ejercicio de una facultad extensiva dominical cuyo uso presupone que la cosa que se
pretende adquirir por este medio se halle unida al terreno por obra de la naturaleza o del
hombre» (S de 22 de marzo de 1963). Si bien tradicionalmente nuestro Tribunal Supremo
(S de 31 de mayo de 1941 y otras posteriores) ha visto en el art. 353 Cc un
reconocimiento general del principio de que lo accesorio sigue a lo principal, afirmando
que su aplicación «exige como supuesto necesario una relación entre dos cosas, en cuya
virtud se presenta o aparece una como dependiente de la otra, y ésta con carácter de
preeminencia respecto a la subordinada, por lo que si las cosas son independientes entre
sí, no cabe la aplicación de aquella máxima jurídica reconocida en el art. 353».
Estudiaremos en este capítulo la accesión por incorporación.
2. Clases
Nuestro Código civil regula en los arts. 358 a 374 la accesión
inmobiliaria («accesión respecto a bienes inmuebles», dice), que es
aquélla que se produce entre bienes inmuebles. Dentro de ella se
comprenden dos tipos: a) La accesión natural inmobiliaria, que se da
cuando la unión o incorporación se produce por obra de la naturaleza,
sin intervención de actividad humana, y que, en muchos casos, se trata
de simples modificaciones de la propiedad privada por obra de las
aguas. Como tales el Código regula el aluvión, la avulsión, la mutación
de cauce y la formación de isla. b) La accesión industrial (o artificial)
inmobiliaria, en la que la incorporación se produce por la intervención
de la actividad humana mediante la construcción o plantación, etc.
Dentro de ella se comprenden distintos supuestos según que la
construcción o plantación se haya realizado: a’) En suelo propio con
materiales ajenos. b’) En suelo ajeno con materiales propios. c’) En
suelo ajeno con materiales ajenos.
Los arts. 375 a 383 Cc regulan la accesión mobiliaria («accesión
respecto a bienes muebles», en terminología legal), que se produce entre
cosas muebles. Dentro de ella regula la unión o adjunción, la mezcla o
conmixtión y la especificación.
1. Aluvión
Se entiende por aluvión el acrecentamiento que, por efecto de las
corrientes de las aguas, experimentan las heredades confinantes con las
riberas de los ríos, como consecuencia del arrastre paulatino de la
corriente de las aguas (art. 366 Cc). El arrastre de las aguas supone el
traslado de tierra, arena, etc. (cosa accesoria), que se va depositando
paulatinamente (incrementum latens) en los predios ribereños (cosa
principal), formando un todo inseparable con éstos. En virtud del
mecanismo de la accesión (lo accesorio sigue a lo principal), el
propietario del fundo ribereño adquiere el incremento que supone la
sedimentación de las sustancias que el agua arrastra. Si la finca está
usufructuada, el dominio lo adquiere el nudo propietario, pero el
usufructuario tiene el derecho de disfrutar del aumento que reciba por
accesión la cosa usufructuada (art. 479 Cc).
Como fundamentos de la adquisición de la propiedad por aluvión se citan, además del
expuesto, los siguientes: que las fincas ribereñas están más amenazadas y expuestas a los
estragos de las aguas; que como el aluvión supone un arrastre geológico imperceptible,
resulta prácticamente imposible determinar quienes serían los primitivos dueños de las
sustancias arrastradas por el curso apacible de la corriente fluvial. En todo caso, parece
evidente que los predios ribereños están sometidos a limitaciones, servidumbres en
beneficio de la pesca, flotación, pasos fluviales; afectados por erosiones, crecidas de ríos
o lagunas, y parece lógico que, a quien ha de soportar las desventajas, en justa
compensación se le atribuyan los beneficios (commoda cuiusque rei eum sequi, quem
secuntur incommoda) (ALONSO PÉREZ).
3. Mutación de cauce
El supuesto de mutación de cauce trata de dar solución a los
problemas que se presentan cuando, por obra de la naturaleza, una
corriente cambia de cauce, discurriendo por uno nuevo: a) ¿A quién
corresponde el cauce abandonado?, y b) ¿Quién adquiere los terrenos
invadidos por el nuevo cauce, y qué pretensiones asisten a su primitivo
dueño?
El art. 370 Cc da solución al primer interrogante afirmando que «Los
cauces de los ríos, que quedan abandonados por variar naturalmente el
curso de las aguas, pertenecen a los dueños de los terrenos ribereños en
toda la longitud respectiva a cada uno. Si el cauce abandonado
separaba heredades de distintos dueños, la nueva línea divisoria correrá
equidistante de unas y otras». La Dirección General de los Registros del
Notariado tiene establecido que «automáticamente e ipso facto que se
retiren las aguas, queda soldada y unida al predio la porción del lecho
abandonado en la parte especialmente delimitada que a cada ribereño le
atribuye el art. 370 Cc (Resoluciones de 20 de julio de 1922, 13 de
septiembre de 1922, 27 de septiembre de 1922 y 4 de octubre de 1922).
El Tribunal Supremo considera de aplicación el art. 370 Cc también en
el supuesto que el cauce del río sufra simplemente alguna variación (S
de 6 de octubre de 1987).
Respecto a los terrenos invadidos por el nuevo cauce de las aguas, el
art. 372 Cc dispone que «Cuando en un río navegable y flotable,
variando naturalmente de dirección, se abre un nuevo cauce en heredad
privada, este cauce entrará en el dominio público. El dueño de la
heredad lo recobrará siempre que las aguas vuelvan a dejarlo seco, ya
naturalmente, ya por trabajos legalmente autorizados al efecto». La
norma se aplica cuando la variación de cauce se deba a causas
naturales, y no a obras o actividades hidráulicas. Por otra parte, el
nuevo cauce que se abre es siempre de dominio público, con
independencia de si el río es navegable o flotable o no, pues el art. 407.
1º y 2º Cc, considera como de dominio público «los ríos y sus cauces
naturales», así como «las aguas continuas o discontinuas de
manantiales y arroyos que corran por sus cauces naturales, y estos
mismos cauces».
Ahora bien, el dueño de la heredad donde se sitúa el nuevo cauce lo
recobrará cuando las aguas vuelvan a dejarlo seco, ya naturalmente, ya
por trabajos legalmente autorizados al efecto. Cuestión lógica y que
tiene su fundamentación en el principio de la accesión: si el río, como
bien de dominio público y cosa principal, atrajo a su órbita dominical el
nuevo lecho ocupado en finca privada, una vez que la cosa principal
dejó de ejercer su atracción, es lógico que la heredad privada clame por
su dueño (ALONSO PÉREZ).
4. Formación de islas
El Código civil regula tres supuestos:
a) Islas formadas en el mar o en ríos navegables: pertenecen al Estado.
«Las islas que se forman en los mares adyacentes a las costas de
España y en los ríos navegables y flotables, pertenecen al Estado»
(art. 371 Cc).
b) Islas formadas en los ríos por aluvión. Se trata de la formación de
islas a través del arrastre y sedimentación que produce la acción
paulatina de las aguas. La accesión se produce en beneficio de los
propietarios de los predios ribereños: «Las islas que por sucesiva
acumulación de arrastres superiores se van formando en los ríos
pertenecen a los dueños de los márgenes u orillas más cercanas a
cada una, o a los de ambas márgenes si la isla se hallase en medio del
río, dividiéndose entonces longitudinalmente por mitad. Si una sola
isla así formada distase de una margen más que de otra, será por
completo dueño de ella el de la margen más cercana» (art. 373 Cc).
c) Por división en brazos de la corriente del río. No existe accesión,
pues el dueño del terreno conserva la propiedad sobre la heredad o
parte de ella aislada como consecuencia de la división en brazos del
río: «Cuando se divide en brazos la corriente del río, dejando aislada
una heredad o parte de ella, el dueño de la misma conserva su
propiedad; igualmente la conserva si queda separada de la heredad
por la corriente una porción de terreno» (art. 374 Cc).
4. Construcciones extralimitadas
Puede suceder que el dueño del terreno al edificar sobre su propiedad
invada parcialmente terreno ajeno, de forma que lo construido esté en
parte sobre terreno de su propiedad y, en parte, sobre terreno ajeno.
Supuesto no previsto en el Código civil, al que la jurisprudencia ha dado
solución, distinguiendo si el constructor que invade terreno ajeno actúa
de buena o de mala fe.
Si el extralimitante actúa de mala fe, el supuesto que comentamos se
resuelve aplicando el régimen general de la accesión, es decir, los arts.
361 y 363 Cc: el dueño del terreno invadido puede optar entre exigir
que se le abone el importe del terreno ocupado por la construcción
extralimitada o que sea ésta demolida, pudiendo exigir, en todo caso, la
indemnización de los daños y perjuicios ocasionados.
Si el constructor ha actuado de buena fe, el Tribunal Supremo valora
como un todo el suelo y edificación, y cuando su valor es superior al del
terreno invadido, considera como cosa principal la construcción y el
suelo propio, y accesoria la parte invadida; de forma que, en virtud del
principio de que «lo accesorio sigue a lo principal», el constructor hace
suyo el todo resultante, incluyendo, por tanto, el terreno invadido,
indemnizando al propietario del mismo.
La indemnización comprende no sólo el valor estricto del terreno
ocupado, sino «todo el quebranto y menoscabo económico que
repercuta sobre el resto por dicha segregación, por una consecuencia
necesaria del principio de equidad» (S de 26 de febrero de 1971).
En la construcción extralimitada, a diferencia de lo que sucede en el
supuesto de construcciones en suelo ajeno (el propietario del suelo hace
suya la obra: art. 361 Cc), es el edificante el que adquiere el suelo ajeno.
De ahí que la doctrina y la jurisprudencia la denominen accesión
invertida: se produce una inversión de la regla general de la accesión. Se
justifica, según el Tribunal Supremo, por la necesidad social y
económica de evitar la propiedad aislada de un trozo de edificio a veces
mínimo, o la situación de comunidad a que conduce la presencia de dos
propietarios de partes de una cosa indivisible (Cfr. S de 10 de diciembre
de 1980).
Ahora bien, el Tribunal Supremo la considera como un recurso
«excepcional, para colmar una laguna legal, de lo que se sigue la
exigencia estricta tanto del supuesto para el que fue creado como de los
requisitos que han de concurrir, por constituir una excepción a la regla
general y legal del artículo 361 del Código civil» (SS de 1 de octubre de
1984, 11 de marzo de 1985, 24 de enero de 1986, etc.).
La S de 6 de mayo de 1978 ha establecido los requisitos para que se dé
la accesión invertida: a) Que la construcción se haya realizado sobre
terreno propio y en parte sobre terreno ajeno. Si la edificación se
construye toda ella, o en mayor parte, en terreno ajeno, procederá la
aplicación directa del art. 361 Cc (S de 24 de enero de 1986). b) Que lo
construido en suelo propio y el terreno ajeno formen una unidad
inseparable. c) Que el suelo propio y lo en él construido tengan un valor
superior al del terreno ocupado, o como dicen las SS de 1 de octubre de
1984 y 11 de marzo de 1985, teniendo «un valor
desproporcionadamente superior lo construido en contraste con el
terreno ocupado o invadido». d) Que el constructor haya actuado de
buena fe.
1. Unión o adjunción
De los arts. 375 y ss. Cc se desprende que la unión o adjunción
requiere:
A) La unión o incorporación de dos (o más) cosas muebles
pertenecientes a distintos propietarios: «Cuando dos cosas muebles,
pertenecientes a distintos dueños...» (art. 375 Cc).
B) Que a través de la unión se forme un todo inseparable o cuya
separación no pueda producirse sin detrimento: «Cuando dos cosas
muebles... se unen de tal manera que vienen a formar una sola...»
(art. 375 Cc). El Tribunal Supremo ha establecido que se da
adjunción cuando, unidas dos cosas para formar un todo, si bien se
distinguen una de otra, no pueden separarse volviéndolas a su
primitivo estado sin perjudicar su naturaleza (S de 13 de diciembre
de 1946). De ahí que no exista accesión «cuando las cosas unidas
pueden separarse sin detrimento», pudiendo los dueños respectivos,
según el art. 378. 1º Cc, exigir la separación.
C) Que el resultado de la unión esté compuesto por una cosa principal
y por otra accesoria: «...el propietario de la principal adquiere la
accesoria...», dice el art. 375 Cc. Para determinar cuál de las cosas
incorporadas es principal o accesoria, el Código establece los
siguientes criterios:
a) Se considera como principal, entre las dos cosas incorporadas,
aquélla a la que se le ha unido otra por adorno, o para su uso o
perfección (art. 376 Cc).
b) En defecto de la regla anterior, se reputará como principal el
objeto de más valor, y entre dos objetos del mismo valor, el de
mayor volumen (art. 377 Cc).
c) En la pintura y escultura, en los escritos, impresos, grabados y
litografías, se considerará accesoria la tabla, el metal, la piedra, el
lienzo, el papel o el pergamino (art. 377, párrafo 2º Cc).
Ahora bien, para que se produzca la accesión (es decir, para que lo
accesorio siga a lo principal) la cosa accesoria debe incrementar a la
principal, debe ayudar a que ésta cumpla plenamente su destino
económico. De ahí que, cuando la cosa accesoria (la unida para el uso,
embellecimiento o perfección de otra) (criterio del art. 376 Cc) «es
mucho más preciosa que la cosa principal» no existe accesión, pues el
art. 378, párrafo 2º Cc, faculta a su dueño para «exigir su separación,
aunque sufra algún detrimento la otra (la principal) a que se
incorporó».
Si se dan los requisitos señalados, y la unión se ha producido «sin que
intervenga mala fe», es decir, creyendo fundadamente que no se lesiona
la propiedad ajena y que se está potencionando, en cambio, un derecho
o interés legítimo que se piensa propio (ALONSO PÉREZ), el dueño de
la cosa principal adquiere la accesoria, indemnizado su valor al anterior
dueño (art. 375 Cc). Aclarando el art. 380 Cc que «Siempre que el
dueño de la materia empleada sin su consentimiento tenga derecho a
indemnización, puede exigir que ésta consista en la entrega de una cosa
igual en especie y valor, y en todas sus circunstancias, a la empleada, o
bien en el precio de ella, según tasación pericial».
La intervención de la mala fe en la unión de las cosas muebles no
impide, en la mayoría de los casos, que la accesión se produzca; si bien
influye en la indemnización. El Código recoge distintos supuestos en el
art. 379:
a) Si el dueño de la cosa accesoria realiza la incorporación de mala fe,
pierde la cosa accesoria y tiene la obligación de indemnizar al
propietario de la principal los perjuicios que haya sufrido (párrafo
1º).
b) Si el que ha procedido de mala fe es el dueño de la cosa principal, el
que lo sea de la accesoria puede optar entre: exigir al dueño de la
principal que le pague su valor, o que la cosa que le pertenece se
separe, aunque para ello haya que destruir la principal; y en ambos
casos, además, habrá lugar a la indemnización de daños y perjuicios
(párrafo 2º). En este supuesto, la accesión no se produce cuando el
dueño de la cosa accesoria opte por la separación y la indemnización
de daños y perjuicios; si, por el contrario, opta por exigir el valor de
la cosa accesoria y la indemnización de daños y perjuicios, el
propietario de la cosa principal adquiere la accesoria por accesión.
c) Si existe mala fe por parte del dueño de la cosa principal y por parte
del propietario de la accesoria, o, en expresión del Código, «Si
cualquiera de los dueños ha hecho la incorporación a vista, ciencia y
paciencia y sin oposición del otro», el párrafo 3º del art. 379
determina que los derechos respectivos se determinarán en la forma
dispuesta para el caso de haber obrado de buena fe. La mala fe de
uno y otro se compensan, y se aplica lo dispuesto en el art. 375 Cc:
el dueño de la cosa principal adquiere la accesoria, indemnizado su
valor al anterior dueño.
2. Mezcla o conmixtión
La conmixtión consiste en la mezcla de dos cosas sólidas o líquidas de
igual o diferente especie de tal modo que no es posible diferenciarlas ni
separarlas sin detrimento (Cfr. arts. 381 y 382 Cc).
Si la mezcla es realizada voluntariamente por sus dueños, por
casualidad (art. 381 Cc), o por voluntad de uno de los dueños con
buena fe (art. 382, párrafo 1º Cc), cada propietario adquirirá un
derecho proporcional a la parte que le corresponde atendiendo el valor
de las cosas mezcladas o confundidas (art. 381 Cc), es decir, se establece
una copropiedad cuyas cuotas son proporcionales al valor de las cosas
mezcladas o confundidas. Se rige, por tanto, por las normas de la
comunidad de bienes (arts. 392 y ss. Cc).
Si la confusión la realizó uno sólo con mala fe, perderá la cosa de su
pertenencia mezclada o confundida, además de quedar obligado a la
indemnización de los daños y perjuicios causados al dueño de la cosa
con que hizo la mezcla (art. 382, párrafo 2º Cc). El dueño que no actuó
adquiere la propiedad de la parte del que actuó de mala fe.
Si los dos han actuado de mala fe, sobre la mezcla resultante se
establecerá un condominio cuyas cuotas serán proporcionales al valor
de las cosas mezcladas o confundidas (argumento art. 379.3º Cc).
3. Especificación
Según el art. 383 Cc la especificación consiste en el empleo de materia
ajena en todo o en parte para formar una obra de nueva especie. Supone
la creación de una nueva sustancia (no la simple reparación, por
meritoria que sea, excepto si la obra restaurada ha generado una
entidad radicalmente nueva) con valor superior a la primitiva materia,
debida al ingenio y a la maestría fundidas en el trabajo (ALONSO
PÉREZ). No es un supuesto de accesión, aunque sí un modo de adquirir
la propiedad.
Si el que realiza la obra actúa de buena fe, la hará suya, indemnizado
el valor de la materia al dueño de ésta. Pero si ésta es más preciosa que
la obra en que se empleó o superior en valor, el dueño de ella podrá, a
su elección, quedarse con la nueva especie, previa indemnización del
valor de la obra, o pedir indemnización de la materia (art. 383, párrafos
1º y 2º Cc).
Si en la formación de la nueva especie intervino mala fe, el dueño de la
materia tiene derecho a quedarse con la obra sin pagar nada al autor, o
exigir de éste que le indemnice el valor de la materia y los perjuicios que
se le hayan seguido (art. 383, párrafo 3º Cc).
Capítulo 9
Ocupación, hallazgo y tesoro
SUMARIO: I. LA OCUPACIÓN. 1. Concepto. 2. Requisitos. 3. Ocupación de animales.
A) La caza. B) Animales amansados o domesticados. C) Animales mansos o domésticos.
D) Otros supuestos. 4. Pesca. 5. Objetos arrojados al mar o que las olas arrojen a la
playa. II. EL HALLAZGO. 1. Objeto. 2. Obligaciones del hallador. 3. Obligaciones del
Alcalde. 4. Derechos del hallador. III. EL TESORO. 1. Concepto y caracteres. 2.
Adquisición de la propiedad por el descubridor.
I. LA OCUPACIÓN
1. Concepto
La ocupación es un modo originario de adquirir la propiedad (art. 609
Cc), es decir, se adquiere la propiedad sin necesidad de que otra persona
nos la transmita (modo derivativo). El art. 610 Cc afirma que «Se
adquieren por ocupación los bienes apropiables por su naturaleza que
carecen de dueño, como los animales que son objeto de la caza y pesca,
el tesoro oculto y las cosas muebles abandonadas».
La ocupación consiste en la toma de posesión de una cosa corporal
que carece de dueño (res nullius) con el ánimo de hacerla nuestra. Ha
sido definida como la aprehensión de una cosa corporal que no tiene
dueño con ánimo de adquirir la propiedad (CLEMENTE DE DIEGO).
Definición que ha sido matizada por PANTALEÓN que la define como
un modo originario de adquirir la propiedad de un bien mueble
apropiable por naturaleza, que el Derecho considera carente de dueño,
bien porque en verdad no lo tiene (res nullius, res derelicta), bien
porque, aun teniéndolo, es ya imposible que pueda presentarse y probar
su dominio (cosa de dueño inhallable), mediante la adquisición de la
posesión civil.
En contra de la tesis mantenida por MOREU, PANTALEÓN considera que ni el tesoro
ni las cosas pérdidas (hallazgo) se adquieren por ocupación.
2. Requisitos
La adquisición de la propiedad por ocupación requiere:
A) Posesión. La ocupación se integra por dos elementos: la
aprehensión material de la cosa objeto de la ocupación (corpus) y la
intención de hacerla propia (animus). La simple aprehensión de una
cosa, sin intención de adquirir la propiedad sobre ella, no entra
dentro de la regulación a que se refieren los arts. 609 y 610 Cc. Se
requiere, por tanto, que en un determinado instante se tenga la
posesión en concepto de dueño de una cosa susceptible de ser
adquirida por ocupación. No bastando ser el primero en ver la cosa,
ni manifestar públicamente la intención de apropiarse de ella, ni
siquiera intentar físicamente hacerlo.
B) Capacidad del ocupante. Ocupante es el sujeto que toma posesión
de la cosa con la intención de tenerla como suya. Basta la capacidad
natural de entender y querer exigida a todo poseedor, por lo que
pueden ser ocupantes los menores de edad y los incapacitados (art.
443 Cc).
C) Objeto. El objeto de la ocupación ha de ser una cosa apropiable
por naturaleza (es decir, susceptible de propiedad privada) y que
carezca de dueño (res nullius) (art. 610 Cc). No serían objeto de
ocupación, además de los no susceptibles de posesión, los bienes de
dominio público y los que estén fuera del comercio.
Ha de ser una cosa mueble, pues los bienes inmuebles, cuando dejan
de tener propietario, automáticamente pasan a ser propiedad exclusiva
de la Administración General del Estado (art. 17 de la Ley 33/2003, de
3 de noviembre, del Patrimonio de las Administraciones Públicas).
La adquisición por ocupación de bienes inmuebles carentes de dueño suscitó cierta
controversia en la doctrina a partir de la publicación de la Ley de Mostrencos de 9 de
mayo de 1835. La citada Ley atribuyó al Estado «los inmuebles que estuvieren vacantes y
sin dueño conocido por no poseerlos individuos ni corporación alguna». Al promulgarse
el Código civil, se discutió si la Ley de Mostrencos estaba derogada, no tanto por su
Disposición final derogatoria (art. 1976), sino porque su art. 610 regula la ocupación
como modo de adquirir la propiedad con generalidad y sin excepciones, y, por tanto,
aplicable tanto a la ocupación de bienes muebles como a la de inmuebles. La Ley del
Patrimonio del Estado, vigente hasta el año 2004, zanjó esta polémica al disponer que
«pertenecen al Estado como bienes patrimoniales los inmuebles que estuvieren vacantes
y sin dueño conocido». En la actualidad, el art. 17 de la Ley 33/2003, de 3 de noviembre,
del Patrimonio de las Administraciones Públicas, dispone que «1. Pertenecen a la
Administración General del Estado los inmuebles que carecieren de dueño. 2. La
adquisición de estos bienes se producirá por ministerio de la ley, sin necesidad de que
medie acto o declaración alguna por parte de la Administración General del Estado. 3. La
Administración General del Estado podrá tomar posesión de los bienes así adquiridos en
vía administrativa, siempre que no estuvieren siendo poseídos por nadie a título de
dueño, y sin perjuicio de los derechos de tercero. 4. Si existiese un poseedor en concepto
de dueño, la Administración General del Estado habrá de entablar la acción que
corresponda ante los órganos del orden jurisdiccional civil».
3. Ocupación de animales
A) La caza
Según el art. 610 Cc se adquieren por ocupación los animales que son
objeto de la caza, la cual se regula, de conformidad con lo dispuesto en
el art. 611 Cc, por las leyes especiales: actualmente la Ley de Caza de 4
de abril de 1970 y su Reglamento de 25 de marzo de 1971, así como
por la normativa de la correspondiente Comunidad Autónoma.
El art. 2 de la Ley define la caza, a los efectos que aquí interesan,
como la acción ejercida «por el hombre mediante el uso de las artes,
armas o medios apropiados para buscar, atraer, perseguir o acosar a los
animales definidos en esta Ley como piezas de caza, con el fin de darles
muerte, apropiarse de ellos...». La adquisición de la propiedad por
ocupación se produce desde el momento de su muerte o captura.
El derecho al ejercicio de la caza es «expresión de la libertad
individual que, en principio, corresponde a todos dentro de los límites
que impone el Derecho público, y siempre que sea ejercitado en terrenos
en los que, por ser libres, ello sea posible» (S de 3 de octubre de 1979).
Según la Ley de Caza (art. 3) corresponde a toda persona mayor de
catorce años en posesión de la licencia de caza. Para obtener esta
licencia, el menor no emancipado necesitará autorización escrita de la
persona que legalmente le represente. No obstante, para cazar con
armas de fuego o accionadas por aire u otros gases comprimidos será
necesario haber alcanzado la mayoría de edad penal o ir acompañado
por otro u otros cazadores mayores de edad.
Ahora bien, la caza debe practicarse en los terrenos apropiados para
ello según la Ley y el Reglamento. A tal efecto, se distingue entre
terrenos cinegéticos de aprovechamiento común y terrenos sometidos a
régimen cinegético especial.
Los terrenos cinegéticos de aprovechamiento común son los que no están sometidos a
un régimen cinegético especial, y los rurales cercados en los que, existiendo accesos
practicables, no tengan junto a los mismos carteles o señales en los cuales se haga
patente, con toda claridad, la prohibición de entrar en ellos. La condición de terreno de
aprovechamiento cinegético común es independiente del carácter público o privado de
su propiedad (art. 9 del Reglamento). Son terrenos de aprovechamiento cinegético
especial los parques nacionales, los refugios de caza, las reservas nacionales de caza, las
zonas de seguridad, los terrenos sometidos a régimen de caza controlada, y los cotos de
caza. Para cazar en ellos han de observarse determinadas prescripciones (Cfr. arts. 10 a
17 de la Ley y 10 y ss. del Reglamento).
En relación a las palomas, conejos y peces, dice el art. 613 Cc, que
cuando de sus respectivos criaderos pasen a otro perteneciente a distinto
dueño, «serán propiedad de éste, siempre que no hayan sido atraídos
por medio de algún artificio o fraude». El precepto se refiere a criaderos
artificialmente construidos (palomares, conejeras, piscifactorías) y no a
cualquier criadero natural (LACRUZ).
4. Pesca
Según el art. 610 Cc la pesca se adquiere por ocupación, remitiendo el
art. 611 Cc a la legislación especial estatal y autonómica.
Cfr. en lo que se refiere a la legislación estatal: Ley de 20 de febrero de 1942, por la
que se regula el fomento y conservación de la pesca fluvial, Ley 42/2007, de 13 de
diciembre, de Patrimonio Natural y Biodiversidad, Decreto 1095/1989, de 8 de
septiembre, por el que se declaran las especies objeto de caza y pesca, y Ley 3/2001, de
26 de marzo, de Pesca Marítima del Estado, modificada parcialmente por la Ley 33/2014,
de 26 de diciembre.
A diferencia de los productos del mar y de sus riberas que pueden ser
adquiridas por ocupación mediante la pesca, los objetos que se
encuentren en el mar sin dueño conocido no pueden ser objeto de
ocupación.
Sobre dichos bienes salvados de propiedad desconocida dispone, el art. 368 de la Ley
de Navegación Marítima, que quienes durante la navegación o desde la costa salvaren
bienes que encontraren desposeídos y fueren de propiedad desconocida estarán
obligados a comunicarlo a la Armada en el primer puerto de escala. La Armada incoará
un expediente tendente a la averiguación de los legítimos propietarios, en la forma que
reglamentariamente se determine, que necesariamente deberá incluir la notificación al
cónsul de pabellón si se tratare de buques o embarcaciones matriculadas. El salvador
podrá mientras tanto retener los bienes salvados, adoptando las medidas necesarias para
su adecuada conservación. Localizado quien fuere el propietario, el órgano competente
de la Armada procederá a notificar su identidad al salvador, ostentando éste el derecho
de retención, sin perjuicio de las acciones que le correspondan para resarcirse de los
gastos de conservación y para obtener el precio que por el salvamento proceda. En el
supuesto de que el propietario no fuere localizado en el plazo de seis meses desde el
inicio del expediente administrativo, la Armada adoptará las medidas pertinentes para la
tasación de los bienes salvados. Si el valor no excediera de tres mil euros, el salvador
hará suyos los bienes una vez pagados los gastos del expediente. Si el valor superase la
referida cantidad se venderán los bienes en pública subasta, siendo para el salvador, una
vez pagados los gastos del expediente, además de dicho importe un tercio de la parte del
precio obtenido que exceda de tres mil euros más los gastos en que haya incurrido. El
resto, si lo hubiere, se ingresará en el Tesoro Público. Las autoridades de los puertos
estarán obligadas a facilitar la entrada y estancia de los bienes salvados pudiendo no
obstante repercutir su legítimo titular los gastos en que hubiera incurrido. En todo caso,
los bienes salvados por buques de titularidad pública, armados y equipados para el
salvamento, estarán exentos de gastos y carga alguna.
II. EL HALLAZGO
Los arts. 615 y 616 Cc, dentro del ámbito de la ocupación, regulan el
hallazgo. El régimen del Código no se aplica a los hallazgos de
aeronaves y sus restos (Ley de Navegación Aérea, arts. 137-141),
hallazgos marítimos (Ley 14/2014, de 24 de julio, de Navegación
Marítima), etc.
1. Objeto
«El que encontrare una cosa mueble, que no sea tesoro, debe
restituirla a su anterior poseedor. Si éste no fuera conocido, deberá
consignarla inmediatamente en poder del Alcalde del pueblo donde se
hubiese verificado el hallazgo» (art. 615. 1º Cc). Objeto del hallazgo es,
pues, una cosa mueble perdida. Mientras que por ocupación se
adquieren las cosas que carecen de dueño (bien porque nunca lo
tuvieron o porque fueron abandonadas por sus propietarios), por medio
del hallazgo pueden adquirirse las cosas muebles que presumiblemente
tienen dueño, ocultas o no, vacantes de posesión.
La res nullius no puede ser objeto de hallazgo, aunque por su
naturaleza y circunstancias parezcan razonablemente perdidas, y por
tales las considere quien las encuentra. Las cosas perdidas son siempre
objeto de hallazgo, aunque el hallador las considere res nullius. En
definitiva, el momento de adquisición de la propiedad no depende de la
valoración del sujeto, sino de que la cosa aprehendida sea objetivamente
nullius o no.
Quien encuentra una cosa y la aprehende creyendo que es nullius, cuando en realidad
es perdida, no adquiere inmediatamente la propiedad. Podrá adquirirla por usucapión
ordinaria, o antes por ocupación, si se produce un abandono de la cosa por parte de su
propietario. Si el hallador cree que lo encontrado es una cosa perdida, pero en realidad
es res nullius, y, no obstante creyéndola perdida, la recoge con el ánimo de hacerla
propia, la adquirirá desde el momento en que se apodere de ella. Si la recoge con ánimo
de entregarla, adquirirá la propiedad cuando, poseyéndola aún, modifique su voluntad
posesoria y quiera tenerla como suya (PANTALEÓN).
III. EL TESORO
1. Concepto y caracteres
El Código civil establece un régimen jurídico especial para la
adquisición de la propiedad del tesoro, que se diferencia del hallazgo de
cosas muebles perdidas y de la ocupación de cosas muebles carentes de
dueño.
Según el art. 614 Cc, «El que por casualidad descubriere un tesoro
oculto en propiedad ajena, tendrá el derecho que le concede el artículo
351 de este Código».
El tesoro es definido por el art. 352 Cc como «depósito oculto e
ignorado de dinero, alhajas u otros objetos preciosos, cuya legítima
procedencia no conste». De la definición se deducen los siguientes
caracteres:
a) Cosas muebles ocultas e ignoradas. Aunque no lo diga
expresamente el art. 352 Cc, cabe deducir de su redacción («dinero,
alhajas u otros objetos preciosos») que el término tesoro es aplicable
sólo a las cosas muebles. Así lo entiende, también, la doctrina
mayoritaria. Cosas muebles que han de estar ocultas e ignoradas, es
decir, no basta que se desconozca su paradero sino que, además, es
necesario que estén escondidas. Es la ocultación, por tanto, y no la
antigüedad, lo que distingue, dentro de las cosas muebles carentes de
dueño, al tesoro de las cosas objeto de la ocupación: las cosas
muebles sin dueño que se encuentren ocultas son tesoros y las cosas
muebles de dueño inhallable que no se encuentren ocultas son objeto
de la ocupación.
La ocultación puede ser consecuencia de la intervención del hombre, o
por otras causas: por efecto de la naturaleza, por fuerza mayor, etc.
La antigüedad de los objetos ocultos (vetus depositio, afirmaban las
fuentes romanas) no es requisito esencial del tesoro, si bien cuanto
más antiguo sea más difícil resultará conocer o determinar la
existencia de su propietario.
b) Valiosas. Valor que puede ser tanto pecuniario, como histórico,
arqueológico o artístico.
c) Cuya legítima procedencia no conste. Lo cual debe ser interpretado
no en el sentido de que al hallarlo se desconozca si tiene o no
propietario y, en caso afirmativo, quién es, sino de que
razonablemente no pueda llegar a establecerse a qué persona
pertenece; lo que generalmente ocurre por la antigüedad del tesoro
(ALBALADEJO).
El tesoro es res nullius hasta que sea descubierto y ocupado, por lo
que al enajenar una finca no cabe que nadie se reserve derechos sobre
tesoros aún no descubiertos; sólo puede obligar al adquirente a
transmitirle los que eventualmente se descubran en el futuro (Cfr. S de
27 de junio de 1988).
2. Requisitos
El Tribunal Supremo, en numerosas sentencias, ha establecido que la
acción reivindicatoria sólo puede prosperar cuando el actor pruebe
cumplidamente: su título legítimo de dominio, la identificación de la
cosa reivindicada y la posesión injusta del demandado. Es decir, el
demandante ha de probar su derecho de propiedad; debe dirigir la
acción contra la persona que tenga la cosa en su poder; la cosa debe
quedar debidamente identificada, y no ha de concurrir ningún derecho
del demandado que justifique su posesión.
La S de 21 de febrero de 1941 afirma que «la prueba del derecho de propiedad, tanto
en la acción propiamente reivindicatoria como en la declarativa de dominio, exige la
demostración, por el propietario, de estos tres elementos o circunstancias: que media un
hecho jurídico apto para dar existencia a aquella relación entre persona y cosa en que la
propiedad consiste; que la persona que acciona es aquélla que es sujeto de la relación; y
que la cosa sobre la que se pretende la propiedad es aquélla que es objeto o substrato de
la indicada relación; habiéndose de agregar todavía a esta demostración, cuando se trate
de acción reivindicatoria propiamente dicha, la de que la persona contra la que acciona
tiene la posesión o tenencia de esa cosa sobre la que recae el derecho del actor.
3. Legitimación activa
La acción reivindicatoria puede interponerla el propietario único o
copropietario (si actúa en interés de la comunidad: cfr. SS de 18 de
mayo de 1975), el cónyuge para la sociedad de gananciales (Cfr. S de 27
de marzo de 1962), el nudo propietario, el enfiteuta, el propietario bajo
condición resolutoria o a término, y en los casos de dominio dividido
(censos) el dueño directo si no hay constancia de la existencia del dueño
útil (S de 28 de marzo de 1976). No le corresponde, porque, como dice
ALBALADEJO, no le hace falta, al propietario único y que, a la vez,
tenga la posesión inmediata (Cfr. S de 3 de junio de 1935).
El demandado tiene que poseer sin derecho para ello. De forma que el
poseedor puede oponerse a la acción probando que es dueño de la cosa,
o que, frente al actor, cuya propiedad reconoce, es titular de algún
derecho real (usufructo) o de crédito (ser arrendatario) que le permite
poseer la cosa. Si se opone a la reivindicación alegando un título que
resulta contradictorio con el que presenta el reivindicante, habrá que
determinar cuál de ellos es el válido y eficaz. En este caso, la
jurisprudencia, al exigir al reivindicante un «título justo, legítimo y
eficaz y de mejor condición y origen, y por ello preferente al que ostente
el demandado», le advierte que cuando el demandado «ampara su
posesión en que se encuentra en un título dominical más o menos firme,
no podrá prosperar la acción reivindicatoria mientras el demandante...
no pida y obtenga, en procedimiento previo o en el que haya promovido
con la finalidad de reivindicar, según que ambos títulos tengan el mismo
o distinto origen, la declaración de invalidez o ineficacia del que al suyo
se oponga» (S de 2 de enero de 1946). Esta exigencia es la misma que
establece el art. 38, párrafo 2º de la LH respecto a la solicitud de la
nulidad o cancelación de la inscripción correspondiente al dominio que
se reivindica.
7. Efectos
Mediante la acción reivindicatoria el actor pretende que se condene al
demandado a la restitución de la cosa. Sus efectos, por tanto, consisten
en la restitución de la cosa y, cuando proceda, la liquidación del estado
posesorio conforme a las reglas de los arts. 451 a 458 del Código civil.
8. Irreivindicabilidad
La acción reivindicatoria exige, para prosperar, que se den los
requisitos que hemos estudiado. No obstante, existen supuestos en los
que probándose por el actor todos ellos, la acción no tiene éxito por
oponerse a ella la situación jurídica creada a favor de un nuevo titular,
cuyo interés es protegido con preferencia al del reivindicante. Son los
supuestos de irreivindicabilidad.
Respecto a la reivindicación de los bienes inmuebles, el art. 34.1º de la LH, dispone «El
tercero que de buena fe adquiere a título oneroso algún derecho de persona que en el
Registro aparezca con facultades para transmitirlo, será mantenido en su adquisición, una
vez que haya inscrito su derecho, aunque después se anule o resuelva el del otorgante
por virtud de causas que no constan en el mismo Registro». La finalidad de este precepto
es proteger al tercer adquirente frente a cualquier pretensión de impugnación de su título
adquisitivo, nacida de un titular registral anterior, que pretenda la anulación o resolución
del derecho del transmitente.
2. La tercería de dominio
El Tribunal Supremo en algunas sentencias ha extendido los requisitos
de la acción reivindicatoria a las tercerías de dominio: la acción a través
de la cual el dueño no deudor pretende que se declare que la cosa
embargada es de su propiedad y se alce el embargo trabado sobre ella.
Así la S de 26 de octubre de 1976 afirma que «la finalidad de la tercería de dominio
integra la reivindicación de la propiedad de un determinado bien en favor de un tercero,
ajeno a la relación que motivó la traba o embargo de aquél sujetándole a las
responsabilidades exigidas en un proceso de ejecución, siendo consecuencia de ello que
para que pueda prosperar la tercería de dominio se exijan los mismos requisitos que para
el éxito de la acción reivindicatoria: título legítimo de dominio en favor del tercerista,
identificación de la cosa que se pretende reivindicar, y que ésta fue afecta mediante
embargo a una ejecución de responsabilidad ajena al tercerista» (Cfr. también las SS de
27 de junio de 1964 y 24 de octubre de 1973).
2. Requisitos
A) Legitimación activa
Puede entablar la acción el propietario único o copropietario, sea
poseedor o no. La S de 4 de mayo de 1963 concede el ejercicio de la
acción sólo al dueño de la finca cuya libertad se pide, por tratarse de un
derecho que afecta y limita al de propiedad. Sin embargo, parece que la
acción compete, además de al dueño, y en defensa de su derecho real
limitado, a cualquier titular de una facultad afectada por un gravamen
(LACRUZ).
Para ALBALADEJO, cabe afirmar que al decir la jurisprudencia que la acción negatoria
compete sólo al dueño (y, así que el que la interponga ha de probar su dominio), no es
porque a los titulares de otros derechos reales no se les conceda contra los que se
arroguen en su perjuicios derechos inexistentes sobre la cosa, sino porque se contempla
sólo el caso de defensa del derecho de propiedad.
B) Legitimación pasiva
La acción debe dirigirse contra la persona que perturbe parcialmente
el derecho de propiedad atribuyéndose un gravamen sobre la misma.
C) Prueba
El demandante deberá probar su derecho de propiedad y la
perturbación efectuada por el demandado. Como la propiedad se
presume libre de cargas y gravámenes, será el demandado quien haya de
acreditar la existencia del derecho que se irroga.
3. Efectos
El éxito de la acción negatoria produce los siguientes efectos: a)
Declaración de que la cosa objeto de propiedad del demandante no esté
gravada con el derecho que se irroga el demandado. b) La condena al
demandado para que cese en las perturbaciones y prevenir las futuras. c)
El resarcimiento de los daños y perjuicios ocasionados.
V. LA ACCIÓN PUBLICIANA
1. Concepto
Como ya hemos visto, la acción reivindicatoria tiene por finalidad la
defensa del ius possidendi (derecho a poseer), mientras que a través de
los interdictos o juicios posesorios el poseedor defiende su posesión (ius
possesionis). De acuerdo con lo establecido en el art. 460.4º Cc el
poseedor pierde su posesión por la posesión de otro, aun contra su
voluntad, si la nueva posesión hubiese durado más de un año. De forma
que si el despojado no ejercita el interdicto de recobrar en el plazo de un
año, pierde su posesión. Y el problema que surge es determinar si en
nuestro ordenamiento existe alguna acción que permita al poseedor
despojado, extinguida la acción interdictal (es decir, sin ius possesionis)
y sin título para poseer (sin ius possidendi), recuperar su posesión
alegando «mejor derecho a poseer que el demandado».
La existencia de esta acción operaría en un doble plano: a) Permitiría
al poseedor que reúne los requisitos necesarios para usucapir, pero que
aún no es propietario, reaccionar frente al despojo producido por un
tercero sin título, más allá del plazo de un año para el ejercicio de la
acción posesoria. b) Resolvería el conflicto entre dos títulos posesorios,
cuando uno otorgara a su titular mejor derecho a poseer. Y así el actor
podría recuperar la cosa de quien la posea probando, no que es
propietario, sino que tiene mejor derecho a poseerla. En definitiva,
tanto en la acción reivindicatoria como en la publiciana, el actor no es
poseedor actual, y trata de recuperar la posesión de la cosa. Pero
mientras en la primera, la recuperación tiene causa en el derecho a
poseer (ius possidendi), en la segunda la tiene en la peor condición del
poseedor actual.
La acción publiciana, era concedida en Roma por el Pretor al
poseedor que estaba próximo a adquirirla por usucapión, pero que no
había completado el tiempo necesario, y le permitía, mediante la ficción
de que el plazo para usucapir había transcurrido, recuperar la posesión
frente a cualquier poseedor de inferior condición.
2. Reglamentación de la copropiedad
La reglamentación de este tipo de comunidad, puede tener un triple
origen, según establece el art. 392, II: el acuerdo de los comuneros,
manifestado a través de un contrato, que es el preferente; a su falta, las
disposiciones especiales que, para algún tipo de comunidad, pueda
haber establecido el legislador; y a falta de ambos, las disposiciones que
se contienen en los arts. 393 a 406, constitutivos del título III, del libro
II del Cc.
A) Contenido
Se diferencia en la reglamentación del Cc lo que es el contenido de la
copropiedad (o comunidad de cualquier otro derecho real) en lo que se
refiere a la titularidad que tienen los comuneros respecto a la cosa que
es objeto de ella, de lo que se refiere a la cuota que a cada uno le
corresponde en la comunidad, y de lo que se refiere a las cuotas de los
demás.
a) Por lo que atañe a las relaciones que tienen por objeto la cosa
común, las disposiciones son las siguientes:
1) En cuanto al uso de la misma, cada uno de los comuneros podrá
servirse de la cosa siempre que lo haga conforme a su destino y de
manera que no perjudique el interés de la comunidad, ni impida a
los copartícipes utilizarla según su derecho (art. 394). Uso, en
principio total (solidario dice el TS), salvo que con ello se estorbe el
de los demás; y si no hay acuerdo (que puede haberlo en el sentido
que les parezca conveniente), se realizará adaptándose a la cuantía
que corresponda a la cuota de cada uno. Uso que, por otra parte,
implica la posesión de la cosa. Sin embargo, advierte la STS 9
diciembre 2015, en materia de uso de la cosa común cuando se
refiera a vivienda que «la aplicación de turnos de ocupación con uso
exclusivo por periodos sucesivos y recurrentes será considerada
como una fórmula justa y aplicable a los casos de comuneros de
viviendas cuando no sea posible o aconsejable el uso solidario o
compartido y la comunidad o algún comunero así lo inste».
2) En cuanto al disfrute, les atribuye el Código a los copropietarios la
plena propiedad de los frutos y utilidades que les correspondan
(según su respectiva cuota) por lo que pueden cederlo sin
restricciones a terceros ajenos a la comunidad (art. 399); lo que no
ocurre con el uso, o por lo menos no tan claramente, por suponer
éste una convivencia entre los usuarios, que puede resultar no
deseada por alguno o algunos de los demás.
3) En cuanto a la administración, y mejor disfrute de la cosa común,
serán obligatorios los acuerdos de la mayoría de los partícipes. Y el
mismo precepto que lo establece (art. 398) dispone también que no
habrá mayoría sino cuando el acuerdo esté tomado por los partícipes
que representen la mayor cantidad de los intereses que constituyan el
objeto de la comunidad: la mayoría es de cuotas, no de personas.
Está previsto, así mismo, que si no se consigue mayoría, o el acuerdo
de ésta fuera gravemente perjudicial a los interesados en la cosa
común, el Juez proveerá, a instancia de parte, lo que corresponda,
incluso nombrar un administrador.
4) En cuanto a actuaciones ante los Tribunales, cada partícipe puede
comparecer en juicio en asuntos que afecten a los derechos de la
comunidad, para ejercerlos o defenderlos: la sentencia favorable
aprovechará a los demás, sin perjudicarles la adversa.
5) En cuanto a los actos de alteración de la cosa común, ninguno de
los condueños podrá hacerlos sin consentimiento de los demás,
aunque de ellos pudieran resultar ventajas para todos (art. 397). Y
esta exigencia de unanimidad la aplica la Jurisprudencia,
lógicamente y con mayor motivo, a los actos de disposición (STS 30
junio 1993), que incluyen la enajenación de la cosa y la constitución
de otros derechos reales limitados sobre ella (el art. 597 Cc la exige
para imponer una servidumbre sobre el fundo indiviso).
6) En cuanto a los gastos y cargas, todo copropietario tendrá derecho
para obligar a los partícipes a contribuir a los de conservación (art.
395), lo que parece debe hacerse extensivo a los que se realizan para
mantener la cosa útil, productiva (MIQUEL); no se comprenden en
la regla, sin embargo, los gastos útiles (mejoras) y los suntuarios.
Sólo podrá eximirse de esta obligación el que renuncie a la parte que
le pertenece en el condominio (la llamada «renuncia liberatoria»).
Consecuencia de la renuncia será el acrecimiento de las
pertenecientes a los demás comuneros, entre las que se repartirá la
renuncia proporcionalmente a la cuantía de cada una de ellas.
La participación en las cargas, como también en los beneficios que
produzca la comunidad, será proporcional a sus respectivas cuotas.
Cuotas que, mientras no se pruebe lo contrario, se presumirán
iguales (art. 393 Cc).
b) En relación a su cuota. Como ya se adelantaba, la cuota,
representativa del interés de cada comunero en la comunidad, es de su
titularidad privativa, individual: dice el Cc (art. 399) que «todo
condueño tendrá la plena propiedad de su parte» (lo que se denomina
cuota), «pudiendo en su consecuencia enajenarla, cederla o hipotecarla,
y aún sustituir otro en su aprovechamiento, salvo si se tratare de
derechos personales», que por ser inherentes a la persona (pues a ellos
se refiere), no cabe sean desconectados de su titular,.
Lo que sucede es que mientras permanezca vigente la comunidad, la
cuota (en posesión de su primer titular o transferida a otro, es
indiferente) sigue siendo una representación intelectual de lo que, sólo
tras la división, concretará la porción material de cosa que le
corresponde a cada uno de los copropietarios; ésta es la razón de que el
mismo precepto citado añada que «el efecto de la enajenación o de la
hipoteca con relación a los condueños, estará limitado a la porción que
se le adjudique en la división al cesar la comunidad». Y otro efecto de la
actuación individual, vigente la comunidad, es el del art. 597, que tras
exigir la unanimidad para imponer servidumbre sobre un fundo
indiviso, añade que, no obstante ello, la concesión hecha por uno de los
copropietarios separadamente de los otros «obliga al concedente y sus
sucesores, aunque lo sean a título particular, a no impedir el ejercicio
del derecho concedido».
c) En relación con las cuotas de los demás copropietarios, cada uno de
ellos tiene un derecho de retracto, que le permite adquirirlas en el
supuesto de que sean enajenadas a un no propietario. Es una
consecuencia, junto con la división a ultranza que también consagra, de
la facilitación para terminar con los estados de comunidad, en este caso
reuniendo las titularidades en una sola mano, y en el de la división,
haciendo propietarios individuales, de sólo una parte de la cosa, a cada
uno de los que hasta ese momento eran copropietarios.
Consecuente con lo que se acaba de decir, añade el Cc (art. 1522) que
«cuando dos o más copropietarios quieran usar del retracto, sólo
podrán hacerlo a prorrata de la porción que tengan en la cosa común».
Con lo que se producirá también el efecto de disminuir el número de los
comuneros, que hubiera quedado inalterado de adquirir un extraño la
titularidad enajenada.
B) Extinción de la comunidad
Se produce como consecuencia de cualquiera de las causas que
provocan la extinción de la propiedad, referentes a la cosa (destrucción
material, salida del comercio, usucapión de la cosa por un tercero) o a
los titulares, si actúan conjuntamente (renuncia de todos, cesión a un
solo propietario), o por las específicas que atañen a la situación de
comunidad: dejar de ser varios los titulares (concentrándose la totalidad
de las cuotas en uno solo), o dejar de ser una sola cosa el objeto sobre
que recae, repartiéndose materialmente entre los distintos titulares, que
serán, entonces, propietarios individuales de cada una de las porciones
en que se haya dividido.
La división de la cosa común es la forma más frecuente de extinguirse
la copropiedad, y de cualquier otra comunidad, en la reglamentación
del Código, tributaria del sistema romano, de la comunidad incidental,
obligada. Su reconocimiento es contundente: «ningún copropietario
estará obligado a permanecer en la comunidad. Cada uno de ellos podrá
pedir en cualquier tiempo que se divida la cosa común» (art. 400, I). Y
lo remacha el art. 1965 al establecer que no prescribe entre condueños
la acción para pedir la división de la cosa común.
Corresponde el ejercicio de la acción de división (caso de que los
comuneros no acepten llevarla a cabo ante la directa petición realizada
para ello) a cualquiera de los copropietarios, y sólo por ellos; más que
un derecho subjetivo, es una facultad que se integra en el derecho
subjetivo de propiedad cuando éste tiene pluralidad de sujetos, esto es,
una de las llamadas res merae facultatis (O’CALLAGHAN). Y cumple
una función importante, que resalta ALBALADEJO: la de gran remedio
que tienen los condueños para cuando, desde su punto de vista, la
comunidad no marcha satisfactoriamente.
El ejercicio de la acción de división, por la alteración patrimonial que
representa, exige los requisitos propios de los actos de disposición y de
atribución patrimonial (capacidad, etc. según el art. 1.052 en relación
con el 406 Cc). Y se ejerce contra los que sean copropietarios en el
momento de llevarla a cabo. Como límites para ese ejercicio, se citan el
abuso del derecho, la buena fe y la oportunidad, discutida ésta, al no
recogerla específicamente nuestro Ordenamiento.
No procede el ejercicio de la acción de división cuando por ley o por
voluntad de las partes así se ha determinado:
La ley establece la indivisibilidad unas veces de forma inmediata,
directamente, y otras de forma mediata, a través de preceptos generales
que la prevén, precisándose en este caso que se den las causas de
indivisibilidad previstas en ellos (NÚÑEZ IGLESIAS).
La voluntad de los particulares puede hacer indivisible una
comunidad, ya de manera unilateral, imponiéndola el testador o el
donante, ya convencionalmente, mediante un pacto añadido al contrato
creador de la comunidad (contrato de comunicación de bienes), o por
medio de un acuerdo, contrato (de indivisión), dirigido directamente a
ello, en las comunidades incidentales reguladas en el Cc: es el caso
previsto en el art. 400-II.
Este contrato de indivisión (de conservar la cosa indivisa), que es
válido por tiempo determinado que no exceda de diez años prorrogables
por nuevo acuerdo, supone la suspensión del ejercicio de la facultad de
dividir, y en cuanto a la incidencia sobre la comunidad, es un acto de
mantenimiento, no constitutivo de una nueva figura jurídica. Su eficacia
para los comuneros partes en él, es la del compromiso de mantener la
cosa en su íntegra entidad material durante un determinado período de
tiempo, pero no el de permanecer en la comunidad, pues puede
traspasar su cuota, y respecto de terceros adquirentes de cuotas
(comuneros sobrevenidos), frente a los autores que atribuyen al acuerdo
un mero efecto obligacional, inter partes, una mayoría entienden que se
transmite la cuota ya afectada por la suspensión temporal de la facultad
de solicitar la división, lo que significa una alteración del derecho real
por consecuencia del contrato excluyente de la división; y, como tal,
relevante para el ulterior adquirente.
En cuanto al tiempo de vigencia de esta suspensión convencional del
ejercicio de la acción de división, debe ser por tiempo determinado, que
no exceda de diez años (art. 400-II Cc); esta exigencia de fijar un plazo,
es elemento esencial del contrato, y lo mismo que cabe entender
reducido a ella el que exceda a esa cifra como se considera
generalmente, será nulo el que no fije ninguno, y no quepa ser
interpretado como que se acepta el máximo establecido u otro menor.
Así lo exige la expresión «por tiempo determinado».
Hay también un caso de indivisión forzada («los copropietarios no
podrán exigir la división de la cosa común») cuando de realizarla
«resulte inservible para el uso a que se destina»; lo que se interpreta, de
acuerdo con los antecedentes italianos del precepto, en el sentido de que
se trate de cosas que no tienen valor para terceros (por lo que es inútil
pretender venderlas, colecciones de documentos familiares, por ej.), o de
cosas comunes al servicio de otras (vestíbulo común a dos viviendas).
Respecto a la práctica de la división, dice el art. 402 que «podrá
hacerse por los interesados o por árbitros o amigables componedores
nombrados a voluntad de los partícipes», a lo que ha de añadirse el
recurso al correspondiente procedimiento judicial.
– La división por los interesados, a través de un negocio divisorio
(CRESPO ALLUE), exige la unanimidad de los que sean
copropietarios en el momento de llevarla a cabo; se regirá por las
normas generales de la contratación, y las específicas de la división
de la herencia, que el art. 406 Cc declara aplicables a la división de
la cosa común, y no sólo en la realizada de esta forma, entre los
partícipes de la comunidad.
– La división por árbitros o amigables componedores. Aunque por el
origen del texto resulta claro que la referencia a los árbitros no lo es
en el sentido técnico de la ley especial, sino al de arbitradores
(aunque esta interpretación no pueda excluir, como es natural, que
para llevar a cabo la división pueda recurrirse a dicha institución,
mediante el oportuno contrato para el arbitraje); a ellos se les
encomienda, en lugar de realizarla los propios interesados, porque
éstos consideren que lo harán mejor por sus conocimientos sobre la
materia, confianza que les merecen, etc.
Deberán llevarla a cabo formando partes proporcionales al derecho de
cada uno, representado por su cuota, y evitando en cuanto sea
posible los suplementos a metálico, tal como dice, en su párrafo II, el
art. 402.
Tanto en un caso como en otro se requiere la voluntad unánime de los
comuneros, con las reglas de capacidad y otras circunstancias que le
resulten aplicables de acuerdo con la remisión notada a la división
hereditaria.
– La división por el ejercicio de la correspondiente acción judicial (la
llamada actio communi dividundo), prevista en el art. 400, que
podrá ejercitarse «en cualquier momento» (salvo la existencia de
indivisión, legal o voluntaria, en los términos vistos con
anterioridad)
Y en cuanto a las fórmulas para realizar la división, se distinguen:
– División material, para todos aquellos supuestos en los que sea
posible el fraccionamiento de la cosa, de tal manera que pueda
adjudicarse a cada comunero una parte diferenciada de la misma,
que como cosa nueva será objeto de propiedad individual por los
mismos.
Se prevén por el Código fórmulas determinadas para algunos casos a
las que se da una cierta preferencia en la división: así, el antes citado
(en el caso de la realizada por arbitradores) de formar partes
proporcionales de la misma cosa, evitando en los posible los
suplementos a metálico (art. 402-II). O también, que tratándose de
un edificio cuyas características lo permitan, a solicitud de
cualquiera de los comuneros, la división podrá realizarse mediante la
adjudicación de pisos o locales independientes, con sus elementos
comunes anejos, en la forma prevista por el art. 396 (art. 401-II).
– División económica, que es la que obviando los inconvenientes que
pueda presentar la división material (entre los cuales la
imposibilidad, por ser la cosa esencialmente indivisible, o no haber
acuerdo para hacerla), se lleva a cabo por uno de estos dos medios: o
mediante la adjudicación a uno de los condueños de la cosa entera,
indemnizando de alguna forma a los demás, siempre que sobre todo
ello alcancen la unanimidad; o imponiendo, a falta de ese acuerdo, la
venta de la cosa y el reparto del precio obtenido (ya fácil, por ser el
dinero un bien esencialmente divisible) (art. 404).
Se deduce de ello, y así lo ha puesto de relieve una reiterada
jurisprudencia, que son dos los requisitos para que proceda la venta
de la cosa a dividir: de un lado, ser indivisible jurídicamente (por la
indivisibilidad física del art. 404, y porque resultaría inservible para
el uso a que se le destina, previsto en el 401-I); y de otro, que no se
haya logrado el acuerdo para su distribución o adjudicación al que
estuviere dispuesto a abonar la correspondiente indemnización a los
demás (art. 404).
Respecto a los efectos de la división, suelen considerarse distinguiendo
según que se refieran:
– A los mismos copropietarios. Se convierten en propietarios
exclusivos de la parte que se les adjudica en la división (parte de la
cosa, dinero u otra compensación, art. 1068). Parte de la cosa que,
por otra parte, se entiende haber poseído exclusivamente mientras
duró la comunidad (art. 450), y a la cual se aplica la enajenación,
cesión o hipoteca que hubiera realizado de su cuota, que,
lógicamente, se limita a dicha parte (art. 399). Y, además, como en
la división de la herencia, los copropietarios estarán recíprocamente
obligados a la evicción y saneamiento de la parte que se les
adjudique (art. 406, en relación con el 1069). Y deben, además,
pagar la parte de gastos que les corresponda de los producidos para
la división.
– A los terceros. Se concretan en el sentido de que no les puede
perjudicar la división efectuada, conservando los derechos de
hipoteca, servidumbre u otros reales, así como los personales, que
tuvieran contra la comunidad (art. 405), no afectándoles
negativamente la división, a la que podrán haber asistido como
observadores para evitar que se les perjudique; y pudiendo impugnar
la división ya consumada, en el caso de haberse producido fraude, o
en el de haberse verificado no obstante su oposición (art. 403).
2. La comunidad de pastos
Entendida como una comunidad en la titularidad del derecho a los
pastos, se deriva de la puesta en común de los pastos de varias fincas,
para que en ellos pasten indistintamente los ganados pertenecientes a los
dueños de ellas, o adscritos a las mismas. No se considerará comunidad
de pastos, cuando el pasto en común se organiza como una
servidumbre, personal o predial, salvo que se establezcan
recíprocamente, caso en que, todo lo más, podría hablarse de
«comunidad (impropia) de pastos» (BELTRÁN DE HEREDIA,
OSSORIO MORALES, ALBALADEJO).
En cuanto a la comunidad, según opinión dominante, es del tipo de las
germánicas o en mano común, de que hablábamos al principio de este
Capítulo; conclusión que se basa en los condóminos están unidos por
un vínculo personal de vecindad, que su número es indeterminado y
variable, que la participación en ella es inalienable y que no procede la
acción de división.
Capítulo 12
Propiedad horizontal y complejos
inmobiliarios privados
SUMARIO: I. LA PROPIEDAD HORIZONTAL. 1. Concepto y naturaleza. 2. Fuentes de
regulación. 3. Constitución de la Propiedad Horizontal. Estatutos y Reglamento de
régimen interior. 4. Las cuotas de participación. 5. Derechos y obligaciones de las
partes. 6. Órganos de gobierno de la comunidad. 7. Extinción de la Propiedad
Horizontal. II. LOS COMPLEJOS INMOBILIARIOS PRIVADOS. 1. Introducción. 2.
Régimen jurídico establecido por la Ley 8/1999, como art. 24 de la de Propiedad
Horizontal.
I. LA PROPIEDAD HORIZONTAL
1. Concepto y naturaleza
Es una forma de propiedad en la que siendo su objeto los diferentes
pisos o locales de un edificio o partes del mismo susceptibles de
aprovechamiento independiente por tener salida propia a un elemento
común de aquél o a la vía pública, lleva inherente un derecho de
copropiedad, conjuntamente con los propietarios de los demás, sobre el
resto de los elementos del edificio necesarios para el adecuado uso y
disfrute de aquéllos.
Se trata de una ordenación de la propiedad que se adecua a las
necesidades crecientes de vivienda sentidas en la época del desarrollo
urbano, consecuente a la industrialización, y a su secuela de migración
de la población rural a los núcleos urbanos.
Después de diversos planteamientos doctrinales, tendentes a
incardinar esta forma de propiedad en alguna de las anteriores
manifestaciones de la misma, la Jurisprudencia ha tenido ocasión de
establecer, acerca de la naturaleza jurídica de esta figura, que la
propiedad horizontal es una institución de carácter complejo (ya que los
propietarios lo son, a la vez, en exclusiva de su piso o local, y
conjuntamente, por cuotas, de los elementos comunes del edificio que
permiten el mejor aprovechamiento de aquéllos); y, además, ha
declarado también, que es una figura singular e independiente (ver STS
1 febrero 2007, y las allí citadas).
Hay un dato relevante en esta naturaleza de la figura en estudio: la
comunidad de casas por pisos no tiene personalidad jurídica propia
diferente de la que tienen los comuneros individualmente, por lo que no
puede ser, por sí misma, sujeto de derechos y obligaciones; así la STS de
14 de mayo de 1992, en la que cita las de 29 noviembre 1950, 13 enero
y 23 junio 1951, 9 abril y 30 junio 1954, 18 junio 1970, 16 febrero
1971, 13 diciembre 1977, 30 noviembre 1982, 25 junio y 28 diciembre
1984 y 3 marzo, 14 febrero y 24 diciembre 1986. La principal
repercusión práctica de la cuestión, está en el tema de las deudas y de la
responsabilidad de la comunidad frente a terceros.
2. Fuentes de regulación
La normativa vigente en la materia, está constituida, además de por el
art. 396 del Código civil, por la Ley 49/1960, de 21 de julio, de
Propiedad Horizontal, objeto de distintas reformas entre las que
destacan la introducida en 1999, por la Ley 8, de 6 de abril. Le siguen
modificaciones introducidas por la Ley 51/2003 de igualdad de
oportunidades, no discriminación y accesibilidad universal de las
personas con discapacidad; por la Ley 19/2009 de 23 de noviembre de
medidas de fomento y agilización procesal del alquiler y de la eficiencia
energética de los edificios; la Ley 26/2011 de 1 de agosto de adaptación
normativa a la Convención Internacional sobre los Derechos de las
Personas con Discapacidad; o la ley 8/2013 de 26 junio, de
Rehabilitación y Renovación urbanas; la Ley 42/2015 de 5 de octubre,
de reforma de la Ley de Enjuiciamiento civil, referida al nombramiento
y relevo de presidente, y la más reciente operada por el Real Decreto-ley
7/2019, de 1 de marzo, de medidas urgentes en materia vivienda y
alquiler, que modifica los arts. 9.1f, 10.1b y 17, introduciendo un nuevo
apartado (el 12). Modificaciones que han afectado no sólo a la Ley
específica, sino también al texto originario del art. 396 Cc.
I. LA PROPIEDAD URBANA
1. Influencia de la legislación urbanística en el régimen de la
propiedad
Actualmente no es posible estudiar el régimen de la propiedad sin
acudir a los planteamientos, principios y reglas del Derecho urbanístico.
Desde la publicación del Cc hasta nuestros días, la propiedad
inmobiliaria ha experimentado una profunda transformación por obra,
principalmente, de las leyes urbanísticas que en su afán de ordenar
racionalmente el territorio han llenado de contenido las «limitaciones»
simplemente indicadas en el art. 348 Cc. Aun cuando el Cc no ha sido
reformado en esta materia concreta, el concepto individualista de la
propiedad que lo inspira se ha visto desplazado de su posición de
principio rector a medida que las nuevas necesidades reclamaban la
preponderancia de intereses superiores.
En el cambio de orientación ha tenido importancia decisiva la función
social de la propiedad, proclamada como principio básico en el art. 33.2
CE. Junto al reconocimiento de la propiedad privada, la función social
se ha convertido en la causa justificadora de tal derecho y en el criterio
que ha de servir al legislador para configurar los poderes del dueño,
señalando los límites concretos que le afectan en atención,
principalmente, a la categoría del bien y a su aptitud para satisfacer
intereses colectivos.
Desde que la función social fuera utilizada por la Ley del Suelo de
1956, no ha dejado de presidir las diversas leyes que se han ido
sucediendo en la materia, justificando, en todas ellas, los cambios
introducidos en cuanto se refiere a las facultades y posibilidades de
actuación de los propietarios, las condiciones para su ejercicio, así como
los deberes y obligaciones, de necesaria observancia bajo amenaza de
sanción o de pérdida de la tutela del Ordenamiento. El resultado último
perseguido es conseguir que el bien, objeto del derecho de propiedad,
reporte utilidad no sólo al dueño sino también a la comunidad general.
En la actualidad la normativa vigente, a nivel estatal, es la que recoge
el Texto Refundido de la Ley de Suelo y rehabilitación urbana,
aprobado por Real Decreto Legislativo 7/2015, de 30 de octubre
(TR/2015) que vino a derogar la Ley del Suelo 2/2008, de 20 de junio, y
los arts. 1 a 19, las disposiciones adicionales primera a cuarta, las
disposiciones transitorias primera y segunda, las disposiciones finales
duodécima, decimoctava, decimonovena y vigésima, y la disposición
derogatoria de la Ley 8/2013, de 26 de junio, de rehabilitación,
regeneración y renovación urbanas. La finalidad central del nuevo TR
ha sido la de evitar la dispersión normativa y el fraccionamiento de las
disposiciones en materia de suelo y rehabilitación.
El TR/2015, además de establecer las bases económicas y
medioambientales del régimen jurídico del suelo, su valoración y la
responsabilidad de las Administraciones Públicas en la materia, regula,
para todo el territorio estatal, las condiciones básicas que garantizan, de
acuerdo con su art. 1:
– La igualdad en el ejercicio de los derechos y en el cumplimiento de
los deberes constitucionales, relacionados con el suelo.
– Un desarrollo sostenible, competitivo y eficiente del medio urbano,
mediante el impulso y el fomento de actuaciones que conducen a la
rehabilitación de los edificios y a la regeneración y renovación de los
tejidos urbanos existentes, cuando sean necesarias para asegurar a
los ciudadanos una adecuada calidad de vida y la efectividad de su
derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada.
Sobre tales bases, el TR/2015 define cuatro estatutos básicos:
a) El estatuto básico del ciudadano, en relación con el suelo y la
vivienda.
Lo delimitan toda una serie de derechos y deberes de orden socio-
económico y medioambiental de toda persona con independencia de
cuáles sean su actividad o su patrimonio. Entre éstos, de acuerdo con
los arts. 5 y 6, el derecho a disfrutar de una vivienda digna, adecuada y
accesible, libre de ruido u otras inmisiones contaminantes de cualquier
tipo y en un medio ambiente y un paisaje adecuados; el derecho a
acceder, en condiciones no discriminatorias y de accesibilidad universal,
a la utilización de las dotaciones públicas y los equipamientos colectivos
abiertos al uso público; el derecho a participar en los procedimientos de
elaboración y aprobación de los instrumentos del ordenación del
territorio o de ordenación y ejecución urbanísticas; el derecho de ser
informado por la administración competente, de forma completa, por
escrito y en plazo razonable, del régimen y las condiciones urbanísticas
aplicables a una finca determinada; el deber de respetar y contribuir a
preservar el medio ambiente y el paisaje natural, absteniéndose de
realizar actuaciones que contaminen el aire, el agua, el suelo y el
subsuelo o no permitidas por la legislación en la materia; el deber de
cumplir los requisitos y condiciones a que la legislación sujete las
actividades molestas, insalubres, nocivas y peligrosas, así como emplear
en ellas en cada momento las mejores técnicas disponibles encaminadas
a eliminar o reducir los efectos negativos; el deber de respetar y hacer
un uso racional y adecuado de los bienes de dominio público y de las
infraestructuras y los servicios urbanos; y el deber de respetar y
contribuir a preservar el paisaje urbano y el patrimonio arquitectónico y
cultural.
b) El estatuto básico de la iniciativa y la participación en la actividad
urbanística.
En el TR la ordenación territorial y la urbanística son funciones
públicas no susceptibles de transacción que organizan y definen el uso
del territorio y del suelo de acuerdo con el interés general (art. 4). Si
bien la dirección y el control del proceso urbanístico, en sus distintas
fases, corresponde a las Administraciones Públicas, se garantiza, no sólo
la participación de la comunidad en las plusvalías generadas por la
acción de los entes públicos, sino también la participación privada en la
gestión pública.
A tal fin, el TR establece que la iniciativa para promover la
ordenación de las actuaciones de transformación urbanística y las
edificatorias podrá partir de las Administraciones Públicas, las entidades
públicas adscritas o dependientes de las mismas y, en las condiciones
dispuestas por la ley aplicable, los propietarios. Cuando se trate de
actuaciones sobre el medio urbano, la iniciativa podrá partir, además,
de las comunidades y agrupaciones de comunidades de propietarios, las
cooperativas de vivienda constituidas al efecto, los propietarios de
construcciones, edificaciones y fincas urbanas, los titulares de derechos
reales o de aprovechamiento, y las empresas, entidades o sociedades que
intervengan en nombre de cualesquiera de los sujetos anteriores. Todos
ellos son considerados propietarios a los efectos de ejercer dicha
iniciativa (art. 8.1).
Por otro lado, en lo que se refiere a la participación en las actuaciones
de transformación urbanística y en las edificatorias, se prevé
expresamente que las Administraciones Públicas podrán utilizar todas
las modalidades de gestión directa e indirecta admitidas por la
legislación.
En los procedimientos de iniciativa pública podrá participar, en la
ejecución de las actuaciones, tanto los propietarios de los terrenos,
como los particulares que no ostenten dicha propiedad en las
condiciones dispuestas legalmente, garantizándose que el ejercicio de la
libre empresa se sujete a los principios de transparencia, publicidad y
concurrencia.
c) El estatuto jurídico de la propiedad del suelo, definido como una
combinación de facultades y deberes, entre los cuales no se encuentra el
de urbanizar aunque sí el de participar en la actuación urbanizadora de
iniciativa privada.
El régimen urbanístico de la propiedad del suelo, como establece el
art. 11 TR, es estatutario y resulta de su vinculación a concretos
destinos, en los términos dispuestos por la legislación sobre ordenación
territorial y urbanística que es la que se encarga de determinar las
facultades y deberes del derecho de propiedad conforme al destino del
suelo y sin que ello confiera derecho alguno a exigir indemnización, tal
y como dispone el art. 4 de conformidad con el principio constitucional
de la función social.
Declara expresamente el art. 11 que la previsión de edificabilidad por
la ordenación territorial y urbanística, por sí misma, no la integra en el
contenido del derecho de propiedad del suelo, produciéndose la
patrimonialización de la misma únicamente con su realización efectiva,
estando condicionada en todo caso al cumplimiento de los deberes y el
levantamiento de las cargas propias del régimen que corresponda.
d) El estatuto básico de la promoción de las actuaciones urbanísticas.
Las actuaciones de urbanización (de transformación urbanística y las
edificatorias) comportan, como deberes legales (art. 18):
– La entrega a la Administración competente el suelo reservado para
viales, espacios libres, zonas verdes y restantes dotaciones públicas
previstas, con las matizaciones que el propio TR/2015 prevé.
– Entregar a la Administración competente, y con destino a
patrimonio público de suelo, el suelo libre de cargas de urbanización
correspondiente al porcentaje de edificabilidad que establezca la
legislación.
– Costear y, en su caso, ejecutar las obras de urbanización previstas en
la actuación correspondiente, así como las infraestructuras de
conexión con las redes generales de servicios y las de ampliación y
reforzamiento de las existentes fuera de la actuación que ésta
demande.
– Entregar a la Administración competente, junto con el suelo
correspondiente, las obras e infraestructuras que deban formar parte
del dominio público.
– Garantizar el realojamiento de los ocupantes legales que se precise
desalojar, así como el retorno cuando tengan derecho a él.
– Indemnizar a los titulares de derechos sobre las construcciones y
edificaciones que deban ser demolidas y las obras, instalaciones,
plantaciones y sembrados que no puedan conservarse.
3. Caracteres
Siguiendo a DÍEZ-PICAZO y GULLÓN, se destacan como caracteres
esenciales:
1º Es un derecho subjetivo: contiene pues una serie de facultades, de
posibilidades de actuación que permiten a su titular la satisfacción
de un interés legítimo.
2º Absoluto: su titular lo ejercerá de manera directa e inmediata sobre
el bien objeto del mismo, lo que lo aleja de cualquier asimilación a
las obligaciones, y lo aproxima a los derechos reales.
3º Limitado en el tiempo: Referido al contenido patrimonial y
económico de este derecho, su existencia está limitada
temporalmente, lo que lo diferencia del derecho de propiedad
ordinaria. No ocurre igual con el contenido moral, que sí goza del
carácter de perpetuidad.
4º Contenido económico y extrapatrimonial: junto al interés
puramente patrimonial y económico, se tutela un interés de
naturaleza personal o moral.
4. Sujetos
Titular del derecho de propiedad intelectual lo es el autor: la persona
natural que crea alguna obra literaria, artística o científica (art. 5 LPI).
Por la propia naturaleza del objeto, no cabe que una persona jurídica
pueda producir obras literarias, artísticas o científicas, ya que carece de
inteligencia; pero la Ley admite que, en determinados supuestos
expresamente previstos, dichas personas jurídicas puedan gozar de los
mismos beneficios que se han previsto para los autores.
Y se presumirá autor a aquél que aparezca como tal en la obra: es
decir, aparezca su nombre, la haya firmado o identificado con su signo
(art. 6.1 salvo prueba en contrario).
Si son varios los autores, por encontrarnos ante un supuesto de obra
en colaboración, que supone la colaboración de todos para un resultado
unitario, los derechos corresponderán a todos, requiriéndose la
unanimidad para decidir su divulgación o su modificación. El régimen
jurídico previsto será el de la comunidad de bienes previsto en el Cc
arts. 392 y ss. (art. 7).
Si la participación de varios autores lo es para alcanzar como
resultado una obra colectiva (considerándose como tal la creada por la
iniciativa y bajo la coordinación de una persona natural o jurídica que
la edita y divulga bajo su nombre y está constituida por la reunión de
aportaciones de diferentes autores cuya contribución personal se funde
en una creación única y autónoma, para la cual ha sido concebida sin
que sea posible atribuir separadamente a cualquiera de ellos un derecho
sobre el conjunto de la obra realizada) los derechos sobre ella
corresponderán, salvo pacto en contrario, a la persona, física o jurídica,
que la edite y divulgue bajo su nombre (art. 8).
Respecto a las obras anónimas y las seudónimas, la Ley, art. 6.2,
atribuirá la condición de autor, y consiguientemente los beneficios y
obligaciones que supone dicha condición, a aquella persona física o
jurídica que la saque a la luz con el consentimiento de su autor,
mientras éste no revele su identidad.
5. Objeto
Se recoge en los arts. 10 a 12 LPI:
Establece el legislador una fórmula general en la que prevé los avances
de la técnica: «son objeto de propiedad intelectual todas las creaciones
originales literarias, artísticas o científicas expresadas por cualquier
medio o soporte, tangible o intangible, actualmente conocido o que se
invente en el futuro», enumerando, ad exemplum, a continuación una
serie de ellos, entre los que incluye el título de la obra si es original.
Aunque no sean estrictamente obras originales, también son objeto de
propiedad intelectual, sin perjuicio de los derechos de autor: las
traducciones y adaptaciones, revisiones, actualizaciones, anotaciones,
compendios, resúmenes, extractos, arreglos musicales, y cualquier otra
transformación de una obra original (art. 11), reunidos bajo el concepto
genérico de obras derivadas.
Igualmente lo son las colecciones de obras ajenas, como las antologías
o las bases de datos (art. 12).
Y expresamente quedan excluidas del ámbito de esta Ley, por no ser
susceptibles de propiedad intelectual las resoluciones judiciales, las
disposiciones legales y los actos, acuerdos y dictámenes de organismos
públicos, así como sus traducciones oficiales (art. 13).
6. Contenido
«La propiedad intelectual está integrada por derechos de carácter
personal y patrimonial, que atribuyen al autor la plena disposición y el
derecho exclusivo a la explotación de la obra, sin más limitaciones que
las establecidas en la Ley» (art. 2). Aparece ya aquí, en esta declaración
inicial de la Ley, la dualidad de contenidos: facultades de orden
patrimonial y facultades de índole moral o personal.
8. Derechos patrimoniales
El autor tiene el derecho exclusivo de explotar económicamente su
obra, por cualquier medio, de tal forma, salvo que él lo autorice, nadie
puede reproducirla, distribuirla, comunicarla públicamente o
transformarla (arts. 17 a 23).
Al tener carácter patrimonial, estos derechos a reproducir, distribuir,
comunicar públicamente o transformar una determinada obra, son
transmisibles: mortis causa, por cualquiera de los medios admitidos en
Derecho, e inter vivos, si bien queda limitada la transmisión a las
modalidades de explotación expresamente previstos en el negocio
jurídico, al tiempo y ámbito territorial que se determine y al derecho o
derechos expresamente cedidos.
La mención del tiempo es fundamental (el derecho patrimonial de
autor es, por esencia, temporal), y de no aparecer en el negocio jurídico
de cesión, se entenderá hecho por 5 años (así se recoge en el art. 43 LPI
referido al contrato de gestión); si no se menciona ámbito geográfico, se
entenderá limitado al país donde se realice.
La cesión de derechos de explotación respecto obras futuras se
entenderá nula, al igual que serán nulas las estipulaciones por las que el
autor se comprometa a no crear alguna obra en el futuro.
Esta cesión podrá hacerse a título oneroso o gratuito, y en exclusiva o
no, y cabrá la posibilidad de ser, a su vez, transmitida por el cesionario
a un tercero.
Lo que sí se permite, y viene recogido en la Ley como un límite a los
derechos de explotación (art. 31), es la reproducción de la obra sin
requerir la autorización del autor para uso particular, que se asimilaría
al llamado ius usus inocui de la teoría general de la propiedad.
También como cumplimiento de la función social de estos derechos,
no requerirá autorización del autor, la reproducción en sistema Braille si
se hace para uso privado de invidentes, y no suponga actividad lucrativa
(art. 31 ter).
Los derechos patrimoniales durarán toda la vida del autor y setenta
años después de su muerte (art. 26). Si la obra es anónima o seudónima,
durarán setenta años contados a partir de su divulgación. Si se trata de
obra colectiva, los setenta años se computarán a partir de la muerte del
último que sobreviva.
Extinguidos los derechos de explotación por el transcurso del tiempo,
éstos pasarán al dominio público (art. 41), permitiéndose su utilización
por cualquiera siempre y cuando respete la autoría y la integridad de la
obra (que conforman parte del contenido del derecho moral de autor,
que es imprescriptible).
V. LA PROPIEDAD INDUSTRIAL
Bajo el nombre de propiedad industrial se agrupan una serie de
derechos sobre creaciones del espíritu, en materia de inventos técnicos
que puedan ser objeto de explotación, y de signos identificativos de
empresas y de sus productos.
Se trata con ello de proteger a quienes los crean, los adquieren de
ellos, e incluso a quienes los consumen; pues mediante la protección
otorgada se impide su utilización fraudulenta, asegurándose por un lado
el disfrute de lo que legítimamente se tiene, y por otro la identificación
de la autenticidad del autor, de la legitimación del productor y de la
identidad del producto. Y este poder, que es de naturaleza civil, es el
que justifica las referencias que a ella hacemos aquí; pues su estudio,
con más detalle es propio de mercantilistas, y en cierta manera también
de administrativistas
Se atribuye ese poder en que consiste la propiedad industrial, mediante
la concesión de una exclusiva de utilización y explotación, que hace la
Administración de acuerdo con lo que se regula para cada uno de los
casos o manifestaciones del derecho; en ella es característica, y en
general determinante, la inscripción en un Registro especial, de la
Propiedad Industrial, que depende del Ministerio de Industria y Energía.
Sus certificaciones constituyen los títulos de la propiedad industrial.
El 1 de abril de 2017 entró en vigor la Ley 24/2015, de 24 de julio, de
Patentes, que vino a actualizar la normativa, para adaptarla a una
realidad que ha cambiado sustancialmente desde la aprobación de la ley
de 1986. La internacionalización de las patentes y el desarrollo del
Derecho de patentes de la UE, la inclusión de las invenciones
biotecnológicas, la creación de certificados complementarios de
protección para medicamentos y productos fitosanitarios, facilitar la
tramitación y evitar la pérdida involuntaria de derechos por motivos
formales son algunos de los aspectos que se reflejan en la nueva norma.
Según recoge el Preámbulo, «la reforma que ahora se aborda
pretende... adecuar el marco legal a las necesidades actuales...
simplificar y agilizar la protección de la innovación mediante patentes y
reforzar la seguridad jurídica...».
Son cuatro las manifestaciones típicas de este tipo de propiedad
industrial:
Las patentes de invención. Reguladas en la Ley de Patentes: Ley
24/2015 de 24 de julio, en vigor desde el 1 de abril de 2017.
Son concesiones de inventos nuevos, que implican una actividad
inventiva, relativa al descubrimiento de lo que no existía (que puede ser
un producto o un procedimiento), y susceptibles de aplicación industrial
(ex art. 4).
Se obtiene la patente, esto es el reconocimiento y protección de la
titularidad del invento o creación, o modelo de que se trate, por medio
de su inscripción en el referido Registro, cuando reúne los requisitos de
ser nueva (lo es cuando no está comprendida en el estado de la técnica
accesible al público), y de ser susceptible de aplicación industrial (lo es
si puede ser fabricado o utilizado en cualquier clase de industria,
incluida la agrícola).
Consecuencia de la inscripción, y con certificación de ella, se concede
la patente con una duración de veinte años improrrogables.
Los modelos de utilidad. También regulados en la Ley de Patentes en
el Título XIII, arts. 137 y ss.
Son los modelos de utilidad «las invenciones que, siendo nuevas e
implicando una actividad inventiva, consisten en dar a un objeto una
configuración, estructura o constitución de la que resulte alguna ventaja
prácticamente apreciable para su uso o fabricación».
La protección de los modelos, que comprenden las mismas facultades
que atribuyen las patentes de invención, se concede por un plazo de diez
años, que es improrrogable.
Los modelos y dibujos industriales y artísticos
De especial relevancia en esta materia ha sido la Ley 20/2003, de 7 de
julio, de protección jurídica del diseño industrial, dictada con la
intención de culminar el proceso de reforma y actualización de la
normativa española sobre propiedad industrial, que se inició en la
década de los 80 del siglo XX. Se establece en ella el régimen jurídico de
la protección de la propiedad industrial del mismo, articulada a través
de tres figuras: 1) Diseño: la apariencia de la totalidad o de una parte de
un producto, que se derive de las características de, en particular, las
líneas, contornos, colores, forma, textura o materiales de un producto
en sí o de su ornamentación; 2) Producto: todo artículo industrial o
artesanal, incluidas las piezas destinadas a su montaje en un producto
complejo, el embalaje, la presentación, los símbolos gráficos y los
caracteres tipográficos, con exclusión de los programas informáticos; y
3) Producto complejo, un producto constituido por múltiples
componentes reemplazables que permiten desmontar y volver a montar
el producto; estableciéndose, como mecanismo de protección un
Registro de Diseños, llevado en la Oficina Española de Patentes y
Marcas, con una minuciosa reglamentación en dicha Ley. Advierte la
Exposición de Motivos de esta Ley que «la distinción entre modelos y
dibujos industriales, correspondiente a los diseños tridimensionales y
bidimensionales respectivamente, no se traduce realmente en un
tratamiento legal diferenciado, ...aplicado también a una figura distinta:
los modelos de utilidad». Ello justifica la incorporación del término
«diseño industrial», entendido como la forma proyectada para los
objetos de uso que serán fabricados en serie.
Los signos comerciales distintivos: Bajo esta rúbrica común, que
utiliza ALBALADEJO, se comprenden tres manifestaciones de ellos, que
vienen reglamentadas en la Ley 17/2001, de 7 de diciembre, de Marcas;
y que persiguen la diferenciación de los mismos, con el fin de obtener el
uso exclusivo de los referidos signos, que son los siguientes:
1) Las marcas. Determina la Ley que lo son «todo signo o medio que
distinga o sirva para distinguir en el mercado, productos o servicios
de una persona, de productos o servicios idénticos o similares de
otra persona». Tiene su titular la carga del uso de la marca en
España, que puede realizar otro, con su consentimiento expreso.
2) El nombre comercial. Se entiende por tal «el signo o denominación
que sirven para identificar a una persona física o jurídica en el
ejercicio de su actividad empresarial, y que distinguen su actividad
de las actividades idénticas o similares». En la solicitud de
inscripción en el Registro deberá especificarse la actividad
empresarial que pretende distinguirse con ella.
3) El rótulo del establecimiento. Es «el signo o denominación que sirve
para dar a conocer al público un establecimiento y para distinguirlo
de otros destinados a actividades idénticas o similares».
El registro de estos rótulos tiene efecto para un ámbito territorial
delimitado: el del término o términos municipales que se consignen en la
solicitud para la inscripción.
La normativa que en la Ley se establece para las marcas, es aplicable a
los modelos y signos distintivos, salvo en lo que a ellos resulten
incompatibles. Y en cuanto a la duración de estos derechos, que se
adquieren por inscripción en el Registro, se acreditan por Certificación
de la misma, y se pueden transmitir a otros, se fija en diez años
renovables.
D) DERECHOS REALES DE
GOCE
Capítulo 15
El derecho de usufructo
SUMARIO: I. CONCEPTO Y PROBLEMAS DE SU CONFIGURACIÓN JURÍDICA. II.
CARACTERES. III. SUJETOS. IV. OBJETO. V. MODOS DE CONSTITUCIÓN. VI.
CONTENIDO. 1. Derechos del usufructuario. 2. Obligaciones del usufructuario. A)
Antes de entrar en el goce de los bienes. B) Durante la vigencia del usufructo. C) Al
extinguirse el usufructo. 3. Derechos del nudo propietario. 4. Obligaciones del nudo
propietario. VII. LA CONSERVACIÓN DE LA FORMA Y SUSTANCIA Y SUS
EXCEPCIONES. 1. Usufructo sobre cosas deteriorables. 2. El usufructo de cosas
consumibles o cuasiusufructo. 3. Usufructo con facultad de disponer de los bienes
usufructuados. VIII. MODIFICACIÓN DEL USUFRUCTO. IX. EXTINCIÓN. X. LOS
DENOMINADOS USUFRUCTOS ESPECIALES. 1. Usufructo de minas. 2. Usufructo de
derechos. 3. Usufructo de plantaciones y de montes. 4. Usufructo de rebaño. 5.
Usufructo de patrimonio.
III. SUJETOS
Se llama usufructuario al titular del derecho, que es quien disfruta de
la cosa ajena, sin que existe ninguna regla legal de capacidad para serlo,
bastando para ello con tener personalidad (el niño de corta edad, o el
mayor incapacitado, podrán ser titulares de un usufructo, aunque, claro
está, necesitarán el concurso de sus representantes para ejercitar los
derechos que del mismo puedan derivarse).
Usufructuario puede ser, tanto una persona física como una persona
jurídica. En caso de ser una persona jurídica, el Código no permite que
se constituya por un plazo superior a treinta años (art. 515),
garantizando así esa nota de temporalidad que caracteriza al usufructo,
y a la que ya antes hemos aludido.
Seguramente, lo habitual en la práctica será que la condición de
usufructuario recaiga en una sola persona individualmente considerada;
pero nada impide que en el usufructo pueda darse una situación de
cotitularidad, de manera que la condición de usufructuario recaiga
sobre varias personas (varios cousufructuarios de una misma cosa), en
cuyo caso caben a su vez dos posibilidades distintas según la manera en
la que el usufructo se haya constituido: o simultánea o sucesivamente
(Vid. art. 469 Cc).
Se habla de usufructo simultáneo cuando los varios cousufructuarios
ostentan esa cualidad conjunta y simultáneamente, como sucede en
cualquier otro caso de cotitularidad de un derecho (supongamos que
una persona dispone en su testamento de la propiedad de una finca en
favor de cierta institución benéfica, al tiempo que constituye un
usufructo sobre ella en favor de sus tres únicos sobrinos). Para este
supuesto, de usufructo constituido en favor de varias personas vivas al
tiempo de su constitución, dispone el art. 521 del Código, que «no se
extinguirá hasta la muerte de la última que sobreviviere».
En esta situación, y salvo que del título constitutivo del usufructo pueda deducirse otra
cosa, conforme vayan falleciendo los cotitulares el usufructo va concentrándose en los
sobrevivientes, de modo que el último en morir llegará a ser usufructuario único de la
cosa. Se dice entonces que se ha ido produciendo un acrecimiento del usufructo en favor
de los cousufructuarios sobrevivientes.
IV. OBJETO
En general, el usufructo puede constituirse sobre cualquier cosa,
mueble o inmueble, corporal o incorporal, aunque no sea fructífera a
pesar de la dicción del art. 469 Cc, con tal de que sea apropiable y
transmisible, esté dentro del comercio de los hombres y sea susceptible
de proporcionar al usufructuario cualquier tipo de utilidad o
aprovechamiento (una finca rústica para cultivar, o un piso para que lo
habite el usufructuario, o el cuadro de un pintor famoso, que el
usufructuario disfrutará viéndolo colgado en el salón de su casa).
También podrá constituirse sobre un derecho (p. ej., el usufructo de
una obra intelectual), siempre que no sea personalísimo o intransmisible
(art. 469 in fine Cc).
El usufructo puede recaer sobre la totalidad de la cosa o sobre parte
de ella (art. 469 Cc).
V. MODOS DE CONSTITUCIÓN
Según el art. 468 Cc, «El usufructo se constituye por la ley, por la
voluntad de los particulares manifestada en actos entre vivos o en
última voluntad, y por prescripción». Por tanto, en atención a su origen
puede hablarse de usufructos voluntarios y legales. Son voluntarios los
que se constituyen merced a cualquier tipo de negocio jurídico, a título
oneroso o gratuito, inter vivos o mortis causa, y legales, los que la ley
concede a ciertas personas en determinadas situaciones sobre los bienes
de otras. Tal es el caso del art. 834 Cc (usufructo del cónyuge viudo).
Veamos ahora cómo se constituye el usufructo según de la clase que sea.
Como ya hemos dicho, los usufructos legales nacen por imperativo
legal, automáticamente, en el momento en que concurren las
circunstancias prevenidas en la ley, sin que sea preciso ningún actos
especial de constitución. De éstos, sólo perdura en nuestro Código el
usufructo del cónyuge viudo de los arts. 834 y ss., del cual se tratará
cumplidamente en Derecho de sucesiones mortis causa.
Mayor importancia tienen los usufructos voluntarios, que son los que
precisan de título para su constitución. Por título hay que entender
cualquier negocio jurídico inter vivos o mortis causa que sea suficiente
para llevar a cabo esa constitución. Se constituye el usufructo por
negocio jurídico inter vivos cuando el propietario de la cosa, o bien se
reserva la nuda propiedad constituyendo el usufructo sobre ella a favor
de otra persona, o, lo que es más común en la práctica, transmite a otro
esa nuda propiedad reservándose para sí el usufructo. Esto a su vez
puede tener lugar a título oneroso o gratuito, pues cabe que el
propietario lleve a cabo esa constitución a cambio de alguna
contraprestación (p. ej., cede la nuda propiedad de su finca a cambio de
un precio, o de una pensión vitalicia, reservándose el usufructo), o
también es posible que lo haga a título de liberalidad (el propietario
dona la propiedad de su cosa reservándose el usufructo de lo donado).
Más frecuente en la práctica es la constitución del usufructo mediante
título mortis causa, cuando en una disposición testamentaria se desglosa
la propiedad de una cosa, dejando a una persona su goce y disfrute (esto
es, el usufructo) y a otra su nuda propiedad.
En cualquier supuesto de constitución voluntaria del usufructo, cabe
hacerlo a término inicial o final, o bajo condición suspensiva o
resolutoria, toda vez que el art. 469 Cc admite expresamente todas esas
posibilidades, cuando indica que podrá constituirse «...en todo caso
desde o hasta cierto día, puramente o bajo condición».
Admite también el art. 468 que pueda constituirse por prescripción
(usucapión), a la que se le aplicarán las reglas generales, ya conocidas,
sobre tiempo necesario de posesión según se trate de usufructo sobre
bien mueble o inmueble, o concurra o no justo título, o sea una
usucapión ordinaria o extraordinaria, etc.
Naturalmente, lo que adquiere el usucapiente en este caso es el
derecho de usufructo sobre la cosa, y no la propiedad de la misma, toda
vez que la posee en concepto de usufructuario. Si llegase a poseerla en
concepto de dueño, lo que adquiriría es su propiedad, pues sabido es
que tantum praescriptum quantum possessum.
VI. CONTENIDO
En orden a su contenido —esto es, los deberes y facultades con que
cuentan el usufructuario y el nudo propietario— tiene vital importancia
el título de constitución del usufructo, pues ese contenido vendrá
condicionado por lo que los propios interesados hayan previsto en el
mismo, toda vez que la ley les confiere la facultad de acordar ese
conjunto de derechos y obligaciones conforme a sus propios intereses,
teniendo la normativa legal carácter supletorio en este punto. Sólo en
defecto de previsión específica incluida en el título de su constitución, se
aplicarán las normas contenidas en el Código civil para el usufructo.
Indica al respecto el art. 470 del Código, que «Los derechos y las
obligaciones del usufructuario serán las que determine el título
constitutivo del usufructo; en su defecto, o por insuficiencia de éste, se
observarán las disposiciones contenidas en las dos secciones siguientes».
Es decir, que establece en primer lugar como norma reguladora, lo que
los interesados hayan convenido en el título constitutivo, y sólo cuando
resulte insuficiente lo prevenido en el mismo, habrán de atenerse a lo
establecido en el Código civil para el usufructo.
Aclarado lo anterior, veamos ahora cuál es el contenido del usufructo
según la normativa del Código civil, para cuando falten o sean
insuficientes esas previsiones particulares reflejadas en el título.
IX. EXTINCIÓN
A diferencia de lo que ocurre con los modos de constitución del
usufructo, a los que nuestro Código presta una atención muy escasa, se
muestra extremadamente meticuloso, casuístico y pormenorizado con
sus causas de extinción, a las que dedica todo su art. 513.
Según el citado art. 513, el usufructo se extingue:
«1º Por muerte del usufructuario», pues lo normal es que el usufructo
se haya constituido con carácter vitalicio, para que dure la vida del
usufructuario, quien no podrá disponer mortis causa del derecho del
que era titular en vida en favor de otras personas, toda vez que se
extingue al ocurrir su fallecimiento (o al ser declarado su fallecimiento).
Como la persona jurídica no fallece nunca, nuestro Código civil no
permite constituir un usufructo a favor de una de ellas por un plazo
superior a treinta años (art. 515). Y para el caso de que el usufructo se
haya constituido simultáneamente a favor de varias personas físicas, la
muerte de la última de ellas lo extingue (art. 521 Cc). Y de tratarse de
usufructos constituidos sucesivamente en favor de varios usufructuarios,
de entre los que haya alguno o algunos todavía no nacidos, sólo serán
posibles dos de esos usufructuarios sucesivos que aún no hayan nacidos
(art. 781, por remisión de los arts. 640 y 787, todos ellos del Cc). Así
adapta nuestro Código civil esta causa de extinción del usufructo
(muerte del usufructuario) a los supuestos especiales en los que se hace
difícil una estricta aplicación de la misma, y de todos los cuales ya nos
hemos ocupado en otro lugar de esta misma Lección (vid. supra epígrafe
III: Sujetos).
«2º Por expirar el plazo por que se constituyó, o cumplirse la
condición resolutoria consignada en el título constitutivo». Significa ello
que si bien, como acabamos de comprobar, el usufructo por regla
general es vitalicio y se extingue a la muerte del usufructuario, hay
situaciones en las que puede finalizar antes de su fallecimiento, como
sucede cuando se haya constituido sometido a término final («hasta el 1
de enero de 2025») o a condición resolutoria («hasta que se case tu
hijo»), pues entonces se extinguirá, aún en vida del usufructuario, al
alcanzarse el plazo o cumplirse la condición. Naturalmente, a pesar de
haberse previsto plazo o cumplimiento de condición, el usufructo se
extingue si el usufructuario fallece antes de la llegada de aquél o el
cumplimiento de éste, en virtud de lo prevenido en el núm. 1º de este
mismo artículo.
«3º Por la reunión del usufructo y la propiedad en una misma
persona». Alude en este punto el art. 513 a la consolidación, que como
es sabido, es causa general de extinción de los derechos reales
limitativos de la propiedad ajena, y que tiene lugar cuando la titularidad
de uno de estos derechos llega a coincidir con la de la propiedad que
limitaba, pues nadie puede ser titular de un derecho real limitativo de su
propio dominio. Así que se extingue el usufructo si su titular llega a
hacerse propietario de la cosa usufructuada, o si el nudo propietario
adquiere por cualquier título el usufructo sobre su cosa, o incluso si un
tercero adquiere la propiedad de la cosa además del usufructo que la
grava.
«4º Por la renuncia del usufructuario». Como cualquier otro derecho,
cabe su renuncia por su titular, siempre que con ello no contraríe el
interés o el orden público ni perjudique a terceros (art. 6.2 Cc).
«5º Por la pérdida total de la cosa objeto del usufructo»
Evidentemente, la pérdida total de la cosa usufructuada extingue el
usufructo, pues el usufructuario no podrá continuar usando y
disfrutando de ella.
Pero para que la extinción se produzca, la pérdida ha de ser total, pues
si la cosa se pierde sólo en parte, el usufructo subsiste respecto a la que
quede (art. 514 Cc).
Con independencia de que el usufructo se extinga en caso de pérdida total de la cosa,
si ésta se produce por circunstancias imputables al nudo propietario, deberá de
indemnizar al usufructuario; y si es por causa de la actividad dolosa o culposa de un
tercero, también procederá la oportuna indemnización en estricta aplicación del art.
1902 Cc.
1. Usufructo de minas
En puridad, nuestro Código civil no hace referencia al usufructo de
minas, sino que de lo que trata es del usufructo de fincas en las que
existen minas (arts. 476 a 478), lo cual no deja de tener cierta lógica,
pues una mina no tiene ninguna especialidad como «cosa» sobre la que
pudiera constituirse un usufructo, al ser algo susceptible de
aprovechamiento. Por consiguiente, hay que partir de la base de que la
mina y el predio en la que se encuentre son dos cosas diferentes, de
modo que el usufructuario del predio puede que no tenga el de la mina,
o el de la mina no tenga el usufructo del predio.
El Código civil alude al usufructo de un predio en el que existan
minas, distinguiendo según se trate de un usufructo legal o voluntario.
En caso de tratarse de un usufructo voluntario, dispone el art. 476 que
al usufructuario no le corresponderán los productos de ellas, «a no ser
que expresamente se le concedan en el título constitutivo de éste, o que
sea universal» (esto es, constituido sobre la totalidad de los bienes del
nudo propietario), aunque podrá «extraer piedras, cal y yeso de las
canteras para reparaciones u obras que estuviere obligado a hacer o que
fueren necesarias».
Pero si se trata de un usufructo legal (de los que, recordemos, sólo
queda en nuestro Código el que el art. 834 Cc concede al cónyuge viudo
sobre parte de la herencia si concurre a ella con hijos o descendientes),
el art. 477 permite al usufructuario explotar las minas que haya en el
predio, «haciendo suya la mitad de las utilidades que resulten después
de rebajar los gastos, que satisfará por mitad con el propietario.»
Obviamente, la otra mitad de los productos obtenidos corresponderá al
nudo propietario.
Termina el Código refiriéndose a la legislación de minas, a cuyas
normas queda sometido en todo caso el usufructuario «para denunciar
u obtener la concesión de las que existan en los predios usufructuados,
en la forma y condiciones que la misma ley establece» (art. 478).
2. Usufructo de derechos
El art. 469 del Código admite expresamente que pueda constituirse un
usufructo sobre un derecho, «siempre —dice— que no sea
personalísimo o intransmisible» Por tanto, podrá ser objeto de un
usufructo otro usufructo, o un censo, o el derecho a percibir una
pensión periódica, etc., siempre que cumpla ese requisito de la
transmisibilidad.
Tradicionalmente, el problema que ha planteado esta figura ha sido el
de su construcción jurídica. A tal respecto, hay quienes entienden que el
objeto del usufructo es el propio derecho sobre el que recae. No
obstante, la doctrina más moderna (ALBALADEJO, DORAL) considera
que en tal caso no tiene lugar la constitución de un nuevo derecho sobre
el derecho que ha sido usufructuado, sino que lo que sucede es que el
objeto de éste pasa a convertirse en objeto de aquél, de manera que el
titular del derecho usufructuado cede al del usufructo que se constituye
sobre su derecho, las facultades que le correspondían como titular del
mismo.
En el Código civil se contienen las siguientes referencias expresas al
usufructo de derechos:
En primer lugar, su art. 507 regula el usufructo de créditos,
proporcionando unas reglas particulares en orden a la exigibilidad de
los mismos y al destino que haya de dar el usufructuario a las sumas
cobradas. Respecto a su exigibilidad, dispone que será el propio
usufructuario quien pueda «reclamar por sí los créditos vencidos que
formen parte del usufructo si tuviese dada o diere la fianza
correspondiente» (se refiere, claro es, a la fianza a la que alude al art.
491-2º Cc). Pero «si estuviese dispensado de prestar fianza o no hubiese
podido constituirla, o la constituida no fuese suficiente, necesitará
autorización del propietario, o del Juez en su defecto, para cobrar
dichos créditos». Y por lo que hace al destino que haya de dar a la suma
cobrada, si el usufructuario prestó fianza, dispone este mismo artículo
que podrá darle el «que estime conveniente». En cambio, si no la prestó
«deberá poner a interés dicho capital de acuerdo con el propietario; a
falta de acuerdo entre ambos, con autorización judicial, y, en todo caso,
con las garantías suficientes para mantener la integridad del capital
usufructuado», según finaliza diciendo ese mismo art. 507.
Por su parte, el art. 475 alude al usufructo constituido sobre el
derecho a percibir una renta o pensión periódica, sea ésta satisfecha en
dinero o en cualquier otra cosa, o sobre los intereses de obligaciones o
títulos al portador, señalando que en tales casos, «se considerará cada
vencimiento como productos o frutos de aquel derecho» (párrafo
primero); y que si el usufructo recae sobre los beneficios que produjese
la participación en una explotación industrial o mercantil cuyo reparto
no tuviese vencimiento fijo (por ejemplo, los dividendos de las acciones
de una sociedad anónima), «tendrán aquellos la misma consideración»
(párrafo segundo), esto es, que tales beneficios deberán ser considerados
también productos o frutos del derecho del que se trate. En ambos
casos, «se repartirán como frutos civiles, y se aplicarán en la forma que
previene el artículo anterior» (párrafo tercero), esto es, que se
entenderán «percibidos día por día» y pertenecerán al usufructuario «en
proporción al tiempo que dure el usufructo» (art. 474 Cc).
Por último, el art. 486 trata del usufructo de una acción procesal de
carácter real (p. ej., de una acción reivindicatoria, en cuya virtud puede
reclamarse una finca o cualquier otra cosa), diciendo que el
usufructuario «tiene derecho a ejercitarla y obligar al propietario de la
acción a que le ceda para este fin su representación y le facilite los
elementos de prueba de que disponga. Si por consecuencia del ejercicio
de la acción adquiriese la cosa reclamada, el usufructo se limitará a sólo
los frutos, quedando el dominio para el propietario.» O sea, que en
puridad, el usufructo no recae sobre la acción procesal de la que se
trate, sino sobre la cosa reclamada después de interpuesta con éxito la
acción, pues dice el precepto que el usufructuario hará suyos los frutos
producidos tras prosperar la reclamación, quedando para el nudo
propietario, como en cualquier otro usufructo, el dominio de la cosa
recuperada. Este artículo, lo único que otorga al usufructuario es la
posibilidad de exigir al propietario de la cosa su representación y los
necesarios elementos de prueba (títulos de dominio, manifestaciones
documentales, etc.), para llevar adelante en su nombre la acción de la
que se trate.
Aparte esos supuestos legalmente establecidos, es muy frecuente en la literatura
jurídica el examen de otros dos casos de usufructo de derechos, aunque de ninguno de
ellos se ocupe particularmente nuestro Código: me refiero al del propio usufructo y el de
la nuda propiedad. En el primero (esto es, en el usufructo constituido sobre otro derecho
de usufructo), el segundo usufructuario sería quien gozaría y disfrutaría directamente de
la cosa sobre la que recae el primer usufructo (el usufructuado), para lo que es preciso
que haya una cesión de aquél primer usufructo a ese segundo usufructuario. Y en cuanto
a un posible usufructo de la nuda propiedad de una cosa (ya usufructuada), parece no
discutirse su admisibilidad, aunque resulte difícil imaginar los beneficios que ese
usufructo reportaría en la práctica a su titular, habida cuenta de que disfrutaría de la
propiedad de una cosa absolutamente falta de contenido.
4. Usufructo de rebaño
Como el art. 355 del Código entiende que las crías de los animales son
frutos naturales, y el art. 471 faculta al usufructuario para percibir
todos los frutos, incluso los naturales, que produzca la cosa
usufructuada, resulta que de constituirse un usufructo sobre un rebaño
o piara de ganado, llegaría un momento en el que el usufructuario se
haría propietario de todo ese rebaño, al ir haciendo suyas la totalidad
de las crías e ir pereciendo los animales que originariamente lo
formaban.
Esa eventualidad la salva el Código en su art. 499, que con la
finalidad de conservar el rebaño obliga al usufructuario «a reemplazar
con las crías las cabezas que mueran anual y ordinariamente, o falten
por la rapacidad de animales dañinos» (párrafo primero). Las cabezas
sobrantes después de reemplazadas las perdidas, serán las que queden
para el usufructuario.
Los dos párrafos siguientes se ocupan del caso en que el rebaño
perezca, en todo o en parte, debido a circunstancias extraordinarias y
sin culpa del usufructuario (por accidente, contagio u otro
acontecimiento no común, dice el precepto). El usufructuario cumplirá
entonces entregando al dueño los despojos que se hubieren salvado de la
desgracia en caso de perecimiento total del rebaño (párrafo segundo),
continuando el usufructo en la parte que se conserve si el rebaño se ha
perdido sólo en parte (párrafo tercero).
Por último, para el caso de que el ganado que forma el rebaño fuese
estéril (el usufructuario carece absolutamente de la posibilidad de hacer
suyas las crías) dice en su párrafo cuarto el precepto que el usufructo
«se considerará, en cuanto a sus efectos, como si se hubiese constituido
sobre cosa fungible» (quiere decir consumible), al que se le aplicarán
por ello las reglas, ya vistas con anterioridad, prevenidas en el art. 482
Cc para esa modalidad de usufructo (usufructo de cosas consumibles o
cuasi usufructo).
5. Usufructo de patrimonio
Nuestro Código civil, en su art. 506, contempla expresamente la
posibilidad —ciertamente extraña en la práctica— de que se constituya
mediante un acto inter vivos, un usufructo sobre todo un patrimonio,
tratando sobre todo de determinar a quien corresponde el pago de las
deudas contraídas por el nudo propietario. Dice al respecto ese artículo,
que si «al constituirse tuviere deudas el propietario, se aplicará, tanto
para la subsistencia del usufructo como para la obligación del
usufructuario a satisfacerlas, lo establecido en los artículos 642 y 643
respecto de las donaciones» (párrafo primero); o sea, que si bien el
obligado a pagarlas, en general, es el deudor-propietario, deberá
satisfacerlas el usufructuario en los dos casos previstos en los arts. 642 y
643 en relación a la donación, esto es: si el usufructuario (en el art. 642,
el donatario) se comprometió a pagarlas, o si el usufructo se constituyó
a título gratuito en fraude de acreedores por no haberse reservado el
constituyente bienes suficientes para hacer frente al pago de sus deudas.
Por supuesto, no hay duda de que corresponde al propietario el pago de
todas las que pueda contraer después de haberse constituido el
usufructo, salvo pacto en contra en el título de constitución del mismo.
Finaliza ese artículo indicando que «esta misma disposición es
aplicable al caso en que el propietario viniese obligado, al constituir el
usufructo, al pago de prestaciones periódicas, aunque no tuviera capital
conocido» (párrafo segundo).
Supuesto especial de usufructo de patrimonio, es el constituido mortis
causa, mediante testamento, sobre la totalidad o parte alícuota de una
herencia, en cuyo caso se preocupa el Código de determinar a quien
corresponde el pago del pasivo de esa herencia. A tal respecto, dispone
el art. 510 que «el usufructuario podrá anticipar las sumas que para el
pago de las deudas hereditarias correspondan a los bienes
usufructuados, y tendrá derecho a exigir del propietario su restitución,
sin interés, al extinguirse el usufructo» (párrafo primero). Y de negarse
el usufructuario a llevar a cabo ese anticipo, «podrá el propietario pedir
que se venda la parte de los bienes usufructuados que sea necesaria para
pagar dichas sumas, con derecho, en este último caso, a exigir del
usufructuario los intereses correspondientes» (párrafo segundo). De
todo ello se deduce que, salvo disposición expresa en contra establecida
en el testamento, no es el usufructuario quien está obligado al pago de
esas deudas, pues si las abona se considera que anticipó las cantidades
de las que se trate, aunque si no las anticipa, el nudo propietario puede
optar entre exigir la venta de bienes de la herencia o pagarlas con
capital propio, pudiendo reclamar en este último caso al usufructuario
los intereses legales de la cantidad pagada.
Por su parte, y también para el caso de usufructo constituido mediante
testamento sobre una herencia, el art. 508 indica que, en su caso,
corresponde al usufructuario el pago de los legados de renta vitalicia o
pensión de alimentos: si el usufructo es universal (sobre la totalidad de
la herencia), por entero, y si es sólo sobre una parte alícuota de la
misma, en proporción a su cuota, sin que en ningún caso quede
obligado el nudo propietario al reembolso. Termina diciendo el
precepto que «el usufructuario de una o más cosas particulares sólo
pagará el legado cuando la renta o pensión estuviese constituida
determinadamente sobre ellas».
Capítulo 16
Los derechos de uso y habitación
SUMARIO: I. LOS DERECHOS REALES DE USO Y HABITACIÓN, EN GENERAL. II. EL
DERECHO DE USO. III. EL DERECHO DE HABITACIÓN. IV. RÉGIMEN JURÍDICO
COMÚN A ESTOS DERECHOS EN EL CÓDIGO CIVIL.
Por último, señala el art. 529 del Código que estos derechos se
extinguen «por las mismas causas que el usufructo y además por abuso
grave de la cosa y de la habitación». En consecuencia, además de
extinguirse si concurre cualquiera de las circunstancias contenidas en el
art. 513 Cc (muerte del usuario o del habitacionista, llegada del plazo
por el que se constituyó o cumplirse la condición resolutoria que se tuvo
en cuenta en el título, por consolidación, etc.), resulta que se extingue
también si el usuario o habitacionista abusa gravemente de la cosa
ajena, como si por ejemplo, el habitacionista daña dolosa o
negligentemente la vivienda que ocupa, o el usuario percibe mayor
cantidad de frutos de los que necesita para cubrir sus necesidades y las
de su familia.
Capítulo 17
El derecho real de servidumbre
SUMARIO: I. CONCEPTO Y CARACTERES. II. CLASES DE SERVIDUMBRES. 1.
Servidumbres voluntarias y legales. 2. Servidumbres continuas y discontinuas. 3.
Servidumbres aparentes y no aparentes. 4. Servidumbres positivas y negativas. III.
CONSTITUCIÓN DE LAS SERVIDUMBRES. 1. Constitución por la ley. 2. Constitución
por negocio jurídico. 3. Constitución por usucapión o prescripción adquisitiva. 4.
Constitución por destino del padre de familia o por signo aparente. IV. CAPACIDAD
PARA CONSTITUIR SERVIDUMBRES VOLUNTARIAS. V. CONTENIDO DEL
DERECHO DE SERVIDUMBRE. 1. Derechos del propietario del predio dominante. 2.
Obligaciones del propietario del predio dominante. 3. Derechos del propietario del
predio sirviente. 4. Obligaciones del propietario del predio sirviente. 5. Protección de
las servidumbres. VI. MODIFICACIÓN DE LAS SERVIDUMBRES. 1. Por la Ley. 2. Por
voluntad de los interesados. 3. Por efecto del tiempo y de la posesión. 4. Por el ius
variandi del dueño del predio sirviente. 5. Por variación del estado de los predios. VII.
EXTINCIÓN DE LAS SERVIDUMBRES.
I. CONCEPTO Y CARACTERES
El art. 530 es el primero de los que el Código civil dedica a las
servidumbres, y en él define a la servidumbre predial como «un
gravamen impuesto sobre un inmueble (llamado predio sirviente) en
beneficio de otro (llamado predio dominante) perteneciente a distinto
dueño». A continuación, el art. 531 formula el concepto de las
servidumbres personales: «También pueden establecerse servidumbres
en provecho de una o más personas, o de una comunidad, a quienes no
pertenezca la finca gravada».
La doctrina se manifiesta en el sentido de la dificultad, e incluso
imposibilidad, de dar una definición general de las servidumbres, que
sea reflejo de las distintas modalidades y contenidos de las mismas. Con
el fin de comprender en el concepto de las servidumbres las prediales y
las personales, LUCAS FERNÁNDEZ dice que la servidumbre «es un
derecho real en fundo ajeno que faculta a su titular a obtener del predio
gravado una concreta utilidad, distinta de la que primordialmente
proporciona éste conforme a su destino económico».
Los caracteres de la servidumbre, a la vista de la regulación del
Código civil, son los siguientes:
a) Es un derecho real de goce o aprovechamiento y, como tal, dotado
de eficacia frente a terceros y de reipersecutoriedad. Su contenido es
más limitado que el de propiedad; atribuye al titular de la
servidumbre un poder sobre el predio ajeno y, correlativamente, una
limitación para el propietario de éste, consistente en no poder excluir
la actividad de aquél y asumir el deber de no hacer o dejar hacer. La
doctrina está de acuerdo en afirmar que el aprovechamiento o
utilidad que se obtenga del predio sirviente ha de ser parcial, pues si
comprendiera todos los aprovechamientos de la finca estaríamos
ante un derecho real de usufructo.
b) Es un derecho real inmobiliario. El art. 530 dice que «la
servidumbre es un gravamen impuesto sobre un inmueble», el
sirviente, pero emplea la palabra inmueble, no en el sentido amplio
del art. 334 Cc, sino en el restringido de predio o finca, es decir, en
el de inmueble por naturaleza.
c) La inherencia es otra de sus características. En las servidumbres
personales la inherencia se manifiesta, como en todos los derechos
reales limitados, sólo respecto del predio sirviente; sin embargo, en
las prediales la inherencia afecta también al predio dominante. En
estas últimas, los sujetos activo y pasivo de las mismas son,
respectivamente, los titulares de los predios dominante y sirviente.
En este sentido, el art. 534 dispone que «las servidumbres son
inseparables de la finca a que activa o pasivamente pertenecen». Las
consecuencias de la inseparabilidad —como indica ROCA JUAN—
son: que el predio sirviente continúa gravado, aunque se transmita a
un tercero; que el dueño del dominante no puede transmitir la
servidumbre sin transmitir también la titularidad del predio, y, por
último, que no puede el dominante transmitir la propiedad del
predio conservando la titularidad de la servidumbre, la cual se
transmite sin necesidad de crear para su transferencia un título
especial y distinto del que produce la transmisión del predio. La
razón está en que la situación de poder que confiere al titular del
predio dominante se funda en la utilidad, o en su caso la necesidad,
que la servidumbre proporciona o satisface, precisamente, al fundo
que beneficia. La servidumbre cubre una específica utilidad o
necesidad del dominante, no de otro predio distinto.
d) Ha de recaer sobre fundo perteneciente a distinto dueño. Una
servidumbre sobre cosa propia, en el Código civil, es imposible
(criterio opuesto adopta el art. 566.3.1 del Cc de Cataluña). Así
resulta de los arts. 530 y 531, que ya conocemos, y del art. 546. 1º,
según el cual «las servidumbres se extinguen: 1º Por reunirse en una
misma persona la propiedad del predio dominante y la del
sirviente». La misma solución se aplica si el titular de una
servidumbre personal adquiere la propiedad del fundo gravado.
e) Las servidumbres son indivisibles (art. 535, inciso primero). Son
consecuencias de este principio:
1ª Que si el predio sirviente se divide entre dos o más, la
servidumbre no se modifica, y cada uno de ellos tiene que tolerarla
en la parte que le corresponda (art. 535. 1).
2ª Que si es el predio dominante el que se divide entre dos o más,
cada porcionero puede usar por entero de la servidumbre, no
alterando el lugar de su uso ni agravándola de otra manera (art.
535. 2).
1. Por la Ley
Así, por ejemplo, la modificación que se impone, con ocasión de la
concentración parcelaria, en el art. 230. 2 de la Ley de Reforma y
Desarrollo agrario: «Las servidumbres prediales se extinguirán, serán
conservadas, modificadas o creadas de acuerdo con las exigencias de la
nueva ordenación de la propiedad»; o con ocasión de la actuación
urbanística.
2. Régimen jurídico
El Código no regula con carácter general las servidumbres personales,
por lo que, en virtud del principio de la autonomía de la voluntad (art.
594), habrán de regirse por el título de su constitución y, en su defecto,
por las normas relativas a las servidumbres prediales, siempre que lo
permita la distinta naturaleza de unas y otras, pues muchas de esas
normas presuponen un servicio del predio sirviente al dominante,
mientras que las personales proporcionan al titular de la servidumbre
una utilidad que es personal. Con esta salvedad, son de aplicación a las
servidumbres personales las reglas relativas a la constitución,
modificación, extinción y protección de las servidumbres prediales.
Ahora bien, como las servidumbres personales son normalmente
discontinuas no podrán adquirirse por usucapión (art. 539); tampoco
podrán adquirirse por destino del padre de familia, pues en ellas no
pueden concurrir las circunstancias que exige el art. 541.
El principio de intransmisibilidad del art. 534 no es aplicable a las
servidumbres personales, pues éstas, desde el lado activo, son
transmisibles, salvo pacto en contrario o si se han constituido como
personalísimas; así lo avala su carácter de hipotecables reconocido en el
art. 107. 5º LH.
Por lo que se refiere al tiempo de duración de las servidumbres
personales, si el título de constitución no se manifiesta al respecto, la
doctrina discute si han de ser permanentes o temporales, normalmente
vitalicias. En principio, por aplicación supletoria de las normas de las
servidumbres prediales, las personales deben ser consideradas
permanentes. Otro dato en favor de la perpetuidad es la redimibilidad
de éstas, que el art. 603 establece para la de pastos, el art. 604, para el
aprovechamiento de leñas y demás productos de los montes de
propiedad particular, y que consideramos aplicable a cualquier
servidumbre personal perpetua (CLEMENTE MEORO).
3. Servidumbre de paso
A) Paso con carácter permanente
Según el art. 564. 1 «el propietario de una finca o heredad, enclavada
entre otras ajenas y sin salida a camino público, tiene derecho a exigir
paso por las heredades vecinas, previa la correspondiente
indemnización».
Aunque el precepto sólo se refiere al propietario, la doctrina y la
jurisprudencia están de acuerdo en reconocer que puede exigir la
constitución de una servidumbre de paso el titular de un derecho real —
usufructuario, usuario, enfiteuta— que le faculte para el cultivo y uso de
la finca.
Los requisitos necesarios para la constitución de la servidumbre son:
1º que la finca se encuentre enclavada entre otras ajenas y sin salida a
camino público, o con salida que sea insuficiente para atender a los
fines a que se destina la finca (STS de 13 de junio de 1989), y 2º que se
indemnice previamente al dueño del predio sirviente.
Para determinar el importe de la indemnización, el Código (art. 564. 2
y 3) distingue: Si la servidumbre se constituye de manera que pueda ser
continuo su uso para todas las necesidades del predio dominante
estableciendo una vía permanente, la indemnización consistirá en el
valor del terreno que se ocupe y en el importe de los perjuicios que se
causen en el predio sirviente. Pero, cuando se limite al paso necesario
para el cultivo de la finca enclavada entre otras y para la extracción de
sus cosechas a través del predio sirviente sin vía permanente, la
indemnización consistirá en el abono del perjuicio que ocasione este
gravamen.
Sin embargo, no procede la indemnización, conforme al art. 567,
cuando, adquirida una finca por venta, permuta o partición, quedare
enclavada entre otras del vendedor, permutante o copartícipe, pues
éstos están obligados a dar paso sin indemnización, salvo pacto en
contrario. Aunque la norma mencione los supuestos de «venta, permuta
o partición», debe aplicarse a cualquier transmisión. Si es el enajenante
el que se queda con la finca enclavada entre otras, caso no previsto por
el Código, y no es posible aplicar el art. 541 Cc, cabe acudir
analógicamente al art. 567, y el enajenante tendrá derecho a pasar por
la finca del adquirente (CLEMENTE MEORO).
La servidumbre de paso debe darse por el punto menos perjudicial al
predio sirviente y, en cuanto fuere conciliable con esta regla, por donde
sea menor la distancia del predio dominante al camino público (art.
565). La anchura de la servidumbre de paso será la que baste a las
necesidades del predio dominante (art. 566).
El art. 568 establece una causa específica de extinción de la
servidumbre: cuando el paso deja de ser necesario. Según dicho artículo,
«si el paso concedido a una finca enclavada deja de ser necesario por
haberla reunido su dueño a otra que esté contigua a camino público, el
dueño del predio sirviente podrá pedir que se extinga la servidumbre,
devolviendo lo que hubiera recibido por indemnización. Lo mismo se
entenderá en el caso de abrirse un nuevo camino que dé acceso a la
finca enclavada». Hay que entender que no procede la devolución de lo
que se dio para reparar los perjuicios definitivamente producidos
(PEÑA BERNALDO DE QUIRÓS).
B) Paso con carácter transitorio
«Si fuere indispensable para construir o reparar algún edificio pasar
materiales por predio ajeno, o colocar en él andamios u otros objetos
para la obra, el dueño de esta predio está obligado a consentirlo,
recibiendo la indemnización correspondiente al perjuicio que se le
irrogue» (art. 569). El paso o la ocupación ha de ser indispensable, no
la obra misma. El pago de la indemnización no es un requisito previo al
paso o la ocupación, porque el perjuicio irrogado sólo es determinable
una vez realizada la obra.
C) Paso para ganado
El art. 570, en sus dos primeros párrafos, se refiere a las vías pecuarias
existentes cuando se promulgó el Código, y las califica de servidumbres,
cuando en realidad son bienes de dominio público de las Comunidades
Autónomas. Según el citado precepto «las servidumbres existentes de
paso para ganados, conocidas con los nombres de cañada, cordel,
vereda o cualquier otro, y las de abrevadero, descansadero y majada, se
regirán por las ordenanzas y reglamentos del ramo, y, en su defecto, por
el uso y costumbre del lugar. Sin perjuicio de los derechos legítimamente
adquiridos, la cañada no podrá exceder en todo caso de la anchura de
75 metros, el cordel de 37 metros 50 centímetros y la vereda de 20
metros». En la actualidad, las vías pecuarias se regulan por la Ley
3/1995, de 23 de marzo, de Vías Pecuarias.
El párrafo 3º del art. 570 sí regula una servidumbre forzosa de paso
para ganados, y dispone lo siguiente: «Cuando sea necesario establecer
la servidumbre forzosa de paso o la de abrevadero para ganados, se
observará lo dispuesto en esta Sección y en los artículos 555 y 556. En
este caso la anchura no podrá exceder de 10 metros».
4. La medianería
A) Concepto y naturaleza
Los elementos divisorios o de separación entre dos fincas (rústicas o
urbanas) pueden pertenecer exclusivamente al propietario de una de
ellas (éste levanta un muro en su finca que la separa de la del vecino:
STS de 21 de noviembre de 1985) o puede que aquellos elementos se
hallen sobre la línea divisoria de las fincas, de forma que una parte
quede en una y otra en la contigua; en este caso, en principio, es de cada
uno de los dueños de las fincas la parte que está sobre su propiedad,
pero con ciertos derechos y deberes de ambos respecto del elemento
divisorio.
En este último supuesto —dice O’CALLAGHAN— se da la
medianería, que consiste en una cierta comunidad de los propietarios de
los predios contiguos sobre los elementos medianeros de éstos (muros,
tapias, cercas, setos, etc.). EL Código civil la califica de servidumbre
(arts. 571 y ss.), pero ni es una servidumbre ni un caso de copropiedad,
ya que a cada propietario le corresponde la propiedad exclusiva de
parte del elemento medianero, si bien sometido a determinados límites
en interés del otro; existen ciertas reglas especiales para utilizar cada
uno la parte propia y la ajena, lo que origina una especie de comunidad
de utilización similar a las relaciones de vecindad.
El art. 571 Cc establece que «la servidumbre de medianería se regirá
por las disposiciones de este título y por las ordenanzas y usos locales en
cuanto no se opongan a él, o no esté prevenido en el mismo». Ahora
bien, teniendo en cuenta la especial naturaleza de la medianería, en
opinión de ALONSO PÉREZ, ésta se regirá: 1º por las reglas contenidas
en los arts. 571 a 579 Cc; 2º por las ordenanzas y usos locales relativos
a esta materia; 3º por los acuerdos a que lleguen los dueños de las fincas
colindantes; 4º por las reglas de las servidumbres, o las de la comunidad
de bienes (y también, en su caso, las de las relaciones de vecindad) en la
medida en que lo permitan su peculiar naturaleza y función propia.
B) Constitución y prueba de la medianería
El Código civil no contiene reglas específicas sobre constitución y
adquisición de la medianería, pero no ofrece duda que los dueños de
fincas contiguas pueden pactar construir o elevar en común, en la línea
divisoria de sus propiedades, una pared o seto medianero, o bien, si el
elemento divisorio estuviera ya construido, su dueño convenir con el
vecino la cesión de la mitad del mismo. En nuestro ordenamiento la
constitución de la medianería es voluntaria, no forzosa; al dueño de la
pared, por ejemplo, no se le puede obligar a ceder la medianería al
propietario vecino.
Puede adquirir la medianería por usucapión, a consecuencia de la
remisión del art. 571 a las normas de las servidumbres, el colindante
que durante veinte años se comporte como medianero. También puede
adquirirse la medianería por signo aparente o destino del padre de
familia del art. 541.
El Código civil facilita la prueba de la medianería estableciendo una
serie de presunciones favorables a su existencia. En efecto, el art. 572
dispone que «se presume la servidumbre de medianería mientras no
haya un título o signo exterior, o prueba en contrario: 1º En las paredes
divisorias de los edificios contiguos hasta el punto común de elevación.
2º En las paredes divisorias de los jardines o corrales sitos en poblado o
en el campo. 3º En las cercas, vallados y setos vivos que dividen los
predios rústicos». Presunciones similares se establecen en los arts. 574.
1 y 593.1; el primero dice que «las zanjas o acequias abiertas entre las
heredades se presumen también medianeras, si no hay título o signo que
demuestre lo contrario», y el segundo, que «los árboles existentes en un
seto medianero se presumen también medianeros».
Por el contrario, los arts. 573 y 574. 2 enumeran una serie de casos en
los que se entiende que hay signo exterior contrario a la medianería. En
todos esos supuestos la propiedad de los elementos divisorios se
considera que pertenece exclusivamente al dueño de la finca o heredad
que tenga a su favor la presunción (iuris tantum) fundada en cualquiera
de los signos enunciados en aquellos preceptos (art. 573, último
párrafo).
C) Derechos de los medianeros
1º Cada medianero puede usar de la pared medianera en proporción
al derecho que tenga en la comunidad; por lo tanto, puede edificar
apoyando su obra en la pared medianera, o introduciendo vigas
hasta la mitad de su espesor, pero sin impedir el uso común y
respectivo de los demás medianeros. Para usar el medianero de este
derecho ha de obtener previamente el consentimiento de los demás
interesados en la medianería; y, si no lo obtuviere, se fijarán por
peritos las condiciones necesarias para que la nueva obra no
perjudique a los derechos de aquéllos (art. 579).
2º Cada medianero puede alzar la pared medianera, haciéndolo a sus
expensas e indemnizando los perjuicios que se ocasionen con la
obra, aunque sean temporales (art. 577. 1). El medianero que haya
efectuado la elevación será el propietario único de la parte alzada,
pero el art. 578 concede a los demás la posibilidad de adquirir los
derechos de medianería, pagando proporcionalmente el importe de
la obra y la mitad del valor del terreno sobre el que se le hubiese
dado mayor espesor.
3º Adquirir los medianeros que no hayan contribuido a dar más
elevación, profundidad o espesor a la pared el derecho de
medianería, pagando proporcionalmente el importe de la obra y la
mitad del valor del terreno sobre el que se le hubiese dado mayor
espesor (art. 578).
D) Obligaciones de los medianeros
1ª Cada medianero ha de contribuir, en proporción a su derecho, a la
reparación, construcción y mantenimiento de la pared medianera
(art. 575. 1).
2ª El medianero que alce la pared medianera habrá de pagar los gastos
de conservación de la pared en lo que ésta se haya levantado o
profundizado sus cimientos respecto de cómo estaba antes; y se le
impone la obligación de indemnizar por los mayores gastos que haya
que hacer para la conservación de la totalidad de la pared medianera
por razón de la mayor altura o profundidad que se le haya dado. Si
la pared medianera no pudiese resistir la mayor elevación, el
comunero que quiera levantarla tendrá la obligación de proceder a
su derribo y reconstrucción a su costa, y, si para ello fuere necesario
darle mayor espesor, deberá darlo de su propio suelo (art. 577. 2 y
3).
3ª Ningún medianero puede, sin consentimiento del otro, abrir en
pared medianera ventana ni hueco alguno (art. 580).
E) Renuncia a la medianería
El Código contempla expresamente la renuncia a la medianería en los
arts. 575.2 y 576. Según el primero, todo medianero puede renunciar a
su derecho para liberarse del pago de los gastos de conservación, salvo
el caso en que la pared medianera sostenga un edificio suyo. De acuerdo
con el segundo, si el propietario de un edificio que se apoya en una
pared medianera quisiera derribarlo, podrá igualmente renunciar a la
medianería, pero serán de su cuenta todas las reparaciones y obras
necesarias para evitar, por aquella vez solamente, los daños que el
derribo pueda ocasionar a la pared medianera.
5. Luces y vistas
El Código civil dedica los arts. 580 a 585 a lo que llama servidumbre
de luces y vistas; pero, en realidad, no establece ninguna servidumbre
legal de luces y vistas y se limita a regular una serie de límites legales del
derecho de propiedad por razones de vecindad. Sólo el art. 585
contempla un supuesto de servidumbre voluntaria de vistas adquirida
por cualquier título. Por ello, en el estudio de esta materia, hemos de
distinguir esos dos aspectos:
A) Límites del derecho de propiedad
Los arts. 580 y 581 restringen la facultad de abrir huecos o ventanas
para recibir luces en pared medianera o en pared propia contigua a
finca ajena, ya sea la de una casa o una tapia o elemento divisorio
equivalente.
El primero de aquellos preceptos se refiere a la facultad de uso de la
pared medianera, y señala, como sabemos, que ningún medianero puede
sin consentimiento del otro abrir en pared medianera ventana ni hueco
alguno.
El segundo, el art. 581, en su párrafo 1º, establece la regla aplicable
para el caso de pared no medianera: «El dueño de una pared no
medianera, contigua a finca ajena, puede abrir en ella ventanas o huecos
para recibir luces a la altura de las carreras, o inmediatos a los techos, y
de las dimensiones de 30 centímetros en cuadrado, y, en todo caso, con
reja de hierro remetida en la pared y con red de alambre».
En estas condiciones pueden abrirse huecos en pared propia para
tomar luz, pero no vistas, cualquiera que sea la distancia existente entre
la pared y el predio vecino, incluso si aquélla estuviera junto a la linde
de éste. Ahora bien, como estos huecos son de mera tolerancia, no
constituyen gravamen alguno para la finca contigua, y pueden ser
cerrados por el dueño de ésta si adquiere la medianería, y no se ha
pactado lo contrario; también puede cubrirlos edificando en su terreno
o levantando pared contigua a la que tenga tales huecos o ventanas (art.
581. 2 y 3).
Los arts. 582 a 584 regulan el derecho a tener vistas sobre el fundo
ajeno. Establecen ciertos límites al derecho de propiedad por razón de
las relaciones de vecindad, con el fin de preservar la intimidad de las
personas (SSTS de 16 de septiembre de 1997, 30 de noviembre de
1999).
El art. 582 dispone que «no se puede abrir ventanas con vistas rectas,
ni balcones u otros voladizos semejantes, sobre la finca del vecino, si no
hay dos metros de distancia entre la pared en que se construyen y dicha
propiedad. Tampoco pueden tenerse vistas de costado u oblicuas sobre
la misma propiedad, si no hay 60 centímetros de distancia». El Tribunal
Supremo ha incluido en la expresión «otro voladizo semejante» a
azoteas, cubiertas varias y terrazas (SSTS de 17 de abril de 1995, 18 de
julio de 1997).
Vistas rectas son aquellas que se abren en pared paralela o casi
paralela a la línea que divide los predios, de tal modo que se ve la finca
vecina sin necesidad de sacar ni volver la cabeza, y por oblicuas o de
costado, las que se practican en una pared que forma ángulo con la
línea de división de los predios, siendo preciso, por consiguiente, para
ver el predio vecino, sacar la cabeza y mirar hacia la derecha o la
izquierda (CASTÁN).
Las distancias de que habla el art. 582 se cuentan en las vistas rectas
desde la línea exterior de la pared en los huecos en que no haya
voladizos, desde la línea de éstos donde los haya, y para las oblicuas
desde la línea de separación de las dos propiedades (art. 583). Para
medir las distancias ha de tenerse en cuenta siempre la línea divisoria de
las fincas.
Las distancias señaladas en el art. 582 no son aplicables cuando los
edificios están separados por una vía pública (art. 584). El Tribunal
Supremo ha considerado como tal no sólo las vías de dominio público,
sino cualquier vía o camino que sirva para el tránsito (SSTS 17 de
febrero de 1992, 22 de diciembre de 2000).
En cuanto a la utilización de materiales traslúcidos en la construcción
de muros y paredes, doctrina y jurisprudencia están de acuerdo en
afirmar que deben equipararse a los muros opacos, ya que dejan pasar
la luz pero no permiten la visión ni por supuesto asomarse, y, en
consecuencia, no quedan sometidos a los límites contenidos en los arts.
581 y 582.
B) Servidumbre voluntaria de vistas
«Cuando por cualquier título se hubiere adquirido derecho a tener
vistas directas, balcones o miradores sobre la propiedad colindante, el
dueño del predio sirviente no podrá edificar a menos de tres metros de
distancia, tomándose la medida de la manera indicada en el artículo
583» (art. 585).
«Por cualquier título», dice el artículo, lo que significa que la
servidumbre de vistas puede adquirirse por negocio jurídico, usucapión
y por destino del padre de familia, y, en consecuencia, que el alcance de
la servidumbre viene determinado, en primer lugar, por el título de
constitución de la misma. Si no resulta otra cosa de dicho título, el
titular del predio dominante puede abrir ventanas con vistas directas a
una distancia inferior a dos metros y el dueño del predio sirviente no
podrá edificar a menos de tres metros.
El art. 585 sólo se refiere de manera expresa a la servidumbre de
vistas; pero, sin duda, también podrá adquirirse «por cualquier título»
la servidumbre de luces, que consistirá en poder impedir que el dueño
vecino pueda tapar los huecos previstos en el art. 581 (PUIG BRUTAU).
I. EL DERECHO DE CENSO
1. Idea general
En el campo de las cargas constituidas sobre cosas inmuebles, que
facultan a su titular para la percepción de sumas de dinero del dueño de
ellas, y con orígenes históricamente muy diversos, se encuentran los
censos.
Nuestro Cc los define como el resultado de «sujetar algunos bienes
inmuebles al pago de un canon o rédito anual en retribución de un
capital que se recibe en dinero, o del dominio pleno... que se transmite
de los mismos bienes» (art. 1604).
Debe tenerse en cuenta que nuestro Cc incluye en la figura, y en la definición general,
de los censos, también a la enfiteusis (como censo enfitéutico), que la generalidad de la
doctrina actual disgrega de los mismos y estudia como figura de derecho real de goce
distinta a ellos. Que es lo que haremos aquí.
3. Contenido
Los censos, que pueden haberse constituido de cualquiera de los
modos en que pueden serlo los demás derechos reales limitados, y cuya
constitución no exige forma solemne, crean el habitual conjunto de
derechos y obligaciones entre el titular del derecho, censualista, y el
propietario de la finca sobre la que recae (censatario).
El censualista está facultado para percibir la pensión o canon, lo que
está respaldado por la garantía que supone, como derecho real que es,
la propia finca, sobre la que hemos visto que tiene acción real para
cobrarla; y además acción personal para el cobro de las pensiones
atrasadas (art. 1623-II); también para los supuestos de disminución del
valor de la finca, en cierta cuantía y por ciertas causas, podrá obligar al
censatario a que elija entre redimir el censo o a que abandone el resto de
la finca a su favor; y en el consignativo a que complete la garantía (arts.
1659, 1660 y 1664). Puede también, como hemos dicho antes,
transmitir su derecho de censo (art. 1617).
El censatario, que sigue siendo propietario de la finca gravada, y
obligado por el censo en los términos que resultan del párrafo anterior,
tiene además derecho a la redención del censo, mediante la entrega al
censualista de una vez y en metálico, del valor del mismo (arts. 1659 y
1662); salvo el caso de que se haya pactado la no redención, que como
plazo máximo tiene el de veinte años en el consignativo, y el de sesenta
en el reservativo (art. 1608).
La redención, que se acaba de exponer, es una causa de extinción de
los censos, que debe agregarse a las demás propias de los derechos
reales limitados, de entre las que se citan expresamente en su regulación,
la usucapión de otro y la prescripción extintiva (art. 1620), y la
destrucción (art. 1625) y la expropiación forzosa de la finca (art. 1627).
II. LA ENFITEUSIS
1. Concepto, naturaleza
Para el Código civil, que lo conceptúa como censo, la enfiteusis se da
cuando una persona cede a otra el dominio útil de una finca,
reservándose el directo y el derecho a percibir del enfiteuta una pensión
anual en reconocimiento de este mismo dominio (art. 1605).
Hay, pues, como en los censos consignativo y reservativo, el pago de
un canon o rédito anual, al cual se sujeta un bien; pero que en este caso,
de la enfiteusis, se asume como retribución del dominio útil de ese bien
inmueble que se le ha transmitido.
Hemos aludido antes a que el Cc regula esta figura entre los censos,
denominándola censo enfitéutico. Pero como se deduce de lo que se
acaba de decir, su verdadera naturaleza no es la de censo, derecho real
en cosa ajena (porque no hay escisión del goce respecto a la propiedad),
sino la de división de la propiedad en dos manifestaciones, que el propio
Código denomina dominio directo y dominio útil.
Esta es una tesis sobre la naturaleza jurídica de la enfiteusis, que se
extiende cada día más, pero que no es la única. Razones históricas, y el
apego a la terminología del Código, han abonado la teoría de ser un
derecho real limitado, en cosa ajena, si bien dentro de ella se discute
acerca de cual de los sujetos es el titular del dominio y cual el del
derecho real: mientras que atendiendo a lo que era la enfiteusis en el
Derecho romano, unos, los que defienden la llamada teoría romanista,
consideran que el enfiteuta o dueño útil es el titular del derecho real
limitado, y el del dominio directo, de la propiedad; otros, que defienden
lo que se denomina teoría moderna, estiman que el verdadero
propietario es el enfiteuta o dueño útil, que soporta una carga, derecho
real para el dueño directo, consistente en el pago de un canon.
Me parece que es más adecuada a la regulación del Código (y
ALBALADEJO obtiene de ella hasta nueve argumentos a su favor,
aunque también reconoce en la misma otros en contra), la tesis de la
propiedad dividida, que tiene además en su favor las nuevas corrientes,
cada vez más asentadas respecto a las disgregaciones de la propiedad.
Véase, si no, la figura de la propiedad dividida, como manifestación de
la copropiedad, que sin duda abarca también la enfiteusis. De mucho
interés, es lo que dice sobre el tema LINARES NOCI (ver también sobre
la naturaleza jurídica de la enfiteusis la RDGRN de 26 octubre 2004).
2. Elementos y caracteres
En cuanto a los elementos, de lo que llevamos dicho se desprende que
son los siguientes:
Personales: titular del dominio directo, también denominado en el
Código censualista, que es el que percibe la pensión, que le paga el
enfiteuta, titular del dominio útil, como compensación de no tener éste.
Y el titular del dominio útil, llamado también enfiteuta, que tiene el
aprovechamiento de la finca, razón por la que paga la referida pensión.
Requieren la capacidad necesaria para llevar a cabo el acto de
constitución de la enfiteusis, así como el poder de disposición sobre la
cosa por parte del que la constituya.
Reales: el objeto, que debe ser un bien inmueble por naturaleza, una
finca (arts. 1628 que lo concreta sólo a inmuebles, 1604 y 1605 que
hablan de finca, y el 1654 que prohíbe la subenfiteusis). Y la pensión o
canon, también llamado rédito, determinado por las partes al
constituirla, puede consistir en dinero o frutos (art. 1613-II), y en este
último caso en una cantidad determinada o en una parte alícuota de los
que produzca la finca (art. 1630), que es un rasgo de su naturaleza de
copropiedad. Se defiende también que puedan ser cosas ajenas a los
productos de la finca, e incluso servicios (ALBALADEJO).
Formales: de la constitución por medio de contrato (que es el único a
que se refiere el legislador, aunque cabe también que lo sean por
testamento, usucapión o adquisición a non domino de uno u otro
dominio), dice el Código que ha de establecerse en escritura pública,
fijándose en ella, bajo pena de nulidad, el valor de la finca y la pensión
anual (arts. 1628 y 1629).
Por lo que se refiere a los caracteres de la enfiteusis, además de los que
reflejan su naturaleza de comunidad, tal como defendemos, se deben
citar los siguientes, que son los mismos atribuidos a los censos, dada la
regulación común en este aspecto:
Crear una situación perpetua, o por tiempo indefinido (art. 1608), en
el sentido de que no se le marque limitación.
Ser determinada, ya que tiene que estar claramente establecida cuál es
la finca sobre la que recae, pues no cabe hacerlo globalmente sobre
varias (art. 1618-II)
También ser transmisible y prescriptible, tanto en lo que se refiere a
una como a la otra titularidad, el dominio directo con el derecho a
percibir la pensión, y el dominio útil en cuanto al disfrute de la finca
gravada, con la carga de pagar la pensión (art. 1617 y 1620).
3. Contenido
Son derechos del enfiteuta o titular del dominio útil:
El uso y disfrute de la finca, incluidos los derechos del propietario en
lo relativo a, los tesoros y minas que en ella se descubran (art. 1632).
Disponer de su derecho de dominio útil y gravarlo (arts. 1617 y 1633)
y dividir la finca (art. 1618), aunque necesita para esto, y para
supuestos especiales de gravamen, el consentimiento del dueño directo
(art. 1634)
Redimir la enfiteusis, abonándole al dueño directo el valor de la
misma, lo que convierte al dueño útil, en dueño único, total, de la finca
(arts. 1608 a 1612 y 1651).
Son obligaciones del enfiteuta:
Pagar el canon o pensión, y los impuestos, descontándole al dueño
directo al hacer el pago de aquél, la parte que en ellos le corresponda.
Son derechos del dueño directo o censualista:
Percibir la pensión, en la cuantía, plazos y lugar que correspondan
según el título de constitución; teniendo acción personal para
reclamarla, y real, contra la finca con el mismo objeto (arts. 1614 a
1616 y 1623).
Disponer de su derecho, dominio directo y cobro de la pensión, sobre
la finca compartida con el enfiteuta.
Que se le reconozca la enfiteusis cada veintinueve años (art. 1647), lo
que se ha establecido para evitar la prescripción a los treinta años (arts.
1959 y 1962).
Cobrar el laudemio, cantidad a que tiene derecho en los casos en que
se enajene el dominio útil de la finca a título oneroso, que en las
enfiteusis constituidas una vez entrado en vigor el Código, sólo le
pertenece si se estableció en el título constitutivo; su cuantía, salvo que
se establezca otra cosa, es del 2% del precio, que le deberá abonar el
adquirente.
Ejercer el comiso, consistente en recobrar el dominio útil, cuando se
den determinadas circunstancias de incumplimiento de deberes por su
titular (arts. 1648 y 1649). Con ello se consolida, en el dueño directo, la
propiedad plena, completa, sobre la cosa que hasta entonces
compartían.
Recibir ‘mortis causa’ el derecho del enfiteuta (por reversión) si éste
fallece intestado sin herederos que hayan de heredarle (art. 1653).
Fórmula de reversión que, con argumentos y razón, extiende
ALBALADEJO, a favor del dueño útil o enfiteuta, en el caso de que el
fallecido en esas circunstancias sea el dueño directo.
Y como importantes derechos, comunes a ambos y consecuente a la
naturaleza de propiedad dividida de la institución, están los de tanteo y
retracto, siempre que vendan o den en pago su respectivo dominio sobre
la finca enfitéutica (art. 1636, que exceptúa las enajenaciones forzosas
por causa de utilidad pública).
4. Extinción
Se extingue la enfiteusis por las causas comunes a todos los derechos
reales, que recayendo sobre cualquiera de los dos que coexisten en esta
situación jurídica, provocan con la extinción de uno, que el otro se
expanda hasta alcanzar el contenido completo de la propiedad
individual y plena. Y, además, las de la comunidad aplicables a esta
especial pro diviso, por lo que se termina también por venir a ser los dos
titulares uno solo, uno solo el derecho, atribuido uno solo o a dos
titulares, pero bajo la forma de comunidad proindiviso.
Junto a estas causas, hemos tenido ocasión de ver otras, específicas de
la enfiteusis, como son la redención, el comiso y la reversión mortis
causa.
Y a todas ellas deben añadirse algunas matizaciones que se dan, por
ej., para el caso de la destrucción total de la finca, en que se tiene en
cuenta la posible culpa en ello del enfiteuta, que si no existe, le exime de
responder y, claro es, de seguir pagando la pensión; y si sí hay culpa
suya, quedará sujeto al resarcimiento de daños y perjuicios. Si la
destrucción es parcial, sólo se eximirá el enfiteuta de pagar la pensión,
salvo en el caso de que prefiera abandonar la finca (lo que resta de ella)
al censualista (art. 1625).
Capítulo 20
El derecho de superficie. Los derechos de
sobreedificación y subedificación
SUMARIO: I. EL DERECHO DE SUPERFICIE. 1. Concepto y naturaleza jurídica. 2. El
derecho de superficie urbana. A) Regulación legal. B) Constitución. C) Contenido. a)
Facultades del superficiario. b) Obligaciones del superficiario. c) Facultades del
concedente, dueño del suelo. D) Extinción. 3. El derecho de superficie rústica. II. LOS
DERECHOS DE SOBREEDIFICACIÓN Y SUBEDIFICACIÓN.
I. EL DERECHO DE SUPERFICIE
1. Concepto y naturaleza jurídica
La doctrina define el derecho de superficie como el derecho real que
confiere a su titular el poder de edificar (en su variedad urbana) o
plantar (en la rústica), y mantener la edificación o plantación de su
propiedad, en suelo, subsuelo o vuelo propiedad de otra persona
(concedente del derecho).
Del anterior concepto se deduce que el derecho de superficie es un
derecho real autónomo, con sustantividad propia y del tipo de los de
goce, que atribuye al superficiario la facultad de realizar edificaciones o
plantaciones en una finca del concedente del derecho, quien conserva su
propiedad, manteniendo aquél la propiedad de lo edificado o plantado.
Por tanto, constituido el derecho de superficie concurren en él —como
indica O’CALLAGHAN— las siguientes clases de relaciones:
1ª Un derecho de propiedad sobre el suelo: derecho de propiedad
ordinario, cuyo titular es el concedente y que se halla gravado por el
derecho de superficie.
2ª Un derecho de propiedad sobre la edificación o plantación, cuyo
propietario es el superficiario.
3ª Un derecho real autónomo y sustantivo, derecho de superficie,
sobre cosa ajena, el suelo, de goce, que permite a su titular, el
superficiario, tener la edificación o plantación en aquel suelo.
El derecho de superficie constituye una excepción al principio romano
superficies solo cedit, consagrado en los arts. 350 y 358 Cc, al imponer
que lo edificado o plantado en un terreno no pertenezca al dueño del
mismo, sino al superficiario durante la vigencia del derecho de
superficie; es la llamada propiedad superficiaria, que se resolverá al fin
del derecho de superficie, momento en el cual el dueño del suelo hará
suyo lo que se halle edificado o plantado sobre o bajo el mismo.
I. CONCEPTO Y JUSTIFICACIÓN
Es un derecho en cuya virtud se atribuye a su titular la facultad de
disfrutar, con carácter exclusivo, durante un período específico de cada
año, consecutivo o alterno, un alojamiento susceptible de utilización
independiente, por tener salida propia a la vía pública o a un elemento
común del edificio en el que estuviera integrado, y que esté dotado, de
modo permanente, con el mobiliario adecuado al efecto, y el derecho a
la prestación de los servicios complementarios (art. 23 Ley 24/2012 de 6
de julio, de contratos de aprovechamiento por turno de bienes de uso
turístico, de adquisición de productos vacacionales de larga duración,
de reventa y de intercambio y normas tributarias).
El nacimiento de este nuevo derecho real, está conectado a la
necesidad de dar cobertura jurídica a un sistema de utilización temporal
y reiterada de alojamientos vacacionales: se ha recordado que con este
procedimiento se dispone con seguridad de un lugar fijo donde disfrutar
de las vacaciones anuales, o de una parte de ellas, por un coste muy
inferior al que habría de pagarse por la entera propiedad del inmueble,
del que no se tiene necesidad.
Surgió en la práctica, a mediados del siglo pasado, con variedad de
manifestaciones, y unas posibilidades de abuso por parte de quienes lo
ofrecían, derivadas de ser únicos y libres autores de la organización de
la figura, de muy difícil encaje en tipos jurídicos preexistentes, como
podían ser la comunidad de bienes, la propiedad dividida, el derecho de
habitación, el arrendamiento de temporada, etc.
Para designarlo se utilizó el término «multipropiedad», no siempre
adecuado a la forma utilizada (que muchas veces no iba más allá de
encerrar un derecho personal), ya que sugería contenidos más reales y
sólidos que aquéllos que realmente otorgaba a su titular.
4. Elemento formal
A) En lo que se refiere al negocio de constitución del régimen, la
norma jurídica es tajante sobre el particular: el régimen de
aprovechamiento por turno de un inmueble se constituirá mediante su
formalización en escritura pública, y se inscribirá en el Registro de la
Propiedad (art. 25,3); y lo reitera para las posibles modificaciones del
referido régimen (art. 27, 3 y 4).
Para poder otorgar la escritura de constitución del régimen, y como
actuaciones previas, debe el propietario haber obtenido: la inscripción
en el Registro, las licencias necesarias para ejercer la actividad turística
y de primera ocupación, y la correspondiente cédula de habitabilidad.
Y, además, haber celebrado, salvo que se vaya a ocupar de ello
personalmente, el contrato con una empresa de servicios para la
prestación de los necesarios al funcionamiento, así como otros de
seguros, aval bancario y caución, en garantía de las responsabilidades
en que pudiera incurrir.
Y al otorgar la escritura pública de constitución del régimen (sólo
posible si se han cumplido los requisitos que acabo de mencionar), a
cuyo acto debe concurrir la empresa de servicios que vaya a prestarlos,
deberán hacerse constar en ella las menciones que, como mínimas,
recoge el art. 26 (descripción de la finca, de los alojamientos, de los
turnos, las cuotas, los servicios que se prestarán, su retribución, la
duración del régimen, etc.)
B) En cuanto al contrato trasmisivo de derechos de aprovechamiento
por turnos, establece la Ley que deberá constar por escrito (art. 11.1),
debiéndose expresar en el mismo el derecho del adquirente a exigir el
otorgamiento de escritura pública y a inscribir su adquisición en el
Registro de la Propiedad (art. 30.10, y c) que no es sino aplicación del
sistema general del Derecho civil (arts. 1280,1º y 1279).
Y en el propio contrato trasmisivo, celebrado por toda persona física
o jurídica en el marco de su actividad profesional, deberán constar
asimismo unas menciones obligadas, recogiendo los referentes a la
escritura de constitución, naturaleza real o personal del derecho
transmitido, descripción de los elementos objetivos, precios, servicios,
posibilidad de intercambios, descripción de los diferentes elementos
personales, y demás que se recogen en el art. 30.
V. CLASES
Se contemplan dos manifestaciones del aprovechamiento por turnos
de bienes inmuebles con destino turístico: como derecho real limitado, y
como arrendamiento.
1. Como derecho real limitado (de goce, evidentemente); es el que se
regula con mayor detalle, y supone la opción principal que ha elegido el
legislador español; y a regularlo se dedican la mayor parte de las
disposiciones de la Ley de 2012.
Como problema suscitado por la regulación que la norma hace de esta
figura, podemos referirnos al hecho de que siendo un derecho real
limitado, porque así lo manifiesta el legislador que lo crea, no es
necesariamente durante toda su existencia un derecho real en cosa
ajena: porque 1º) queda constituido, por escritura e inscrito en el
Registro, como tal cuando todavía pertenece al mismo propietario del
inmueble sobre el que está constituido (art. 25), y 2º) la reunión de un
derecho real de aprovechamiento y la propiedad, o una cuota de ella, en
una misma persona, no implica extinción del derecho real limitado, que
subsistirá durante toda la vida del régimen (art. 23,4, pfo. 3º), esto es,
no opera en este caso la consolidación, causa normal de extinción de los
derechos reales limitados, por serlo sobre cosa ajena.
2. Como derecho personal, derivado de un arrendamiento por
temporada. Es la otra manera contemplada de configurar el derecho de
aprovechamiento de inmuebles por turnos, siempre que las temporadas
comprometidas sean más de una, hasta un máximo de cincuenta, y que
en ellos se anticipen las rentas correspondientes a algunas o a todas las
temporadas contratadas. Sobre los que dice que quedarán sujetos a la
propia Ley, sin perjuicio de lo prevenido en la Ley de Arrendamientos
Urbanos.
VII. DURACIÓN
Como derecho limitado que es, aunque no siempre recaiga en cosa
ajena, tiene que ser temporal, pues en ello se manifiesta la limitación.
Y, además, como indicaba la EM de la Ley reguladora de 1998, ya
derogada, la limitación en la duración del régimen es la que permite que
el propietario que lo ha constituido siga, durante la vida de éste,
vinculado al inmueble: vinculación que considera deseable a partir del
momento en que se considera que lo que ofrece el propietario no es sólo
una titularidad inmobiliaria, sino también un servicio durante la
existencia del derecho, que es lo que explica la naturaleza compleja de
la relación entre el titular de un derecho de aprovechamiento por turno
y el propietario del inmueble donde se sitúa el alojamiento objeto del
mismo.
Viene fijada la duración entre uno y cincuenta años (art. 24), que
deberán contarse desde la fecha de inscripción del régimen jurídico, o
desde la inscripción de la terminación de la obra, cuando el régimen se
haya constituido sobre un inmueble en construcción.
Termina la vigencia del derecho de aprovechamiento por turno, por
las causas generales que afectan a los derechos reales (pérdida de la
cosa, resolución del derecho del constituyente, nulidad del negocio
constitutivo, etc.), y en concreto a los limitados, con la salvedad ya
mencionada de la consolidación, que no opera en este supuesto, así
como por los específicos recogidos en la Ley, que resultan de las
facultades del titular y del propietario, que antes referí.
E) DERECHOS REALES DE
GARANTÍA
Capítulo 22
Los derechos reales de garantía en general.
El derecho real de prenda posesoria
SUMARIO: I. LOS DERECHOS REALES DE GARANTÍA EN GENERAL. 1. Disposiciones
comunes a la prenda y a la hipoteca. 2. Caracteres de los derechos reales de garantía.
3. La prohibición del pacto comisorio. II. EL DERECHO REAL DE PRENDA
POSESORIA. 1. Concepto y caracteres. 2. Constitución. A) Elementos personales. B)
Elementos reales. C) Elementos formales. 3. Contenido de derecho real de prenda. A)
Derechos del acreedor pignoraticio. B) Obligaciones del acreedor pignoraticio. C)
Derechos y obligaciones del dueño de la cosa dada en prenda. 4. Extinción del
derecho de prenda. 5. La prenda irregular.
2. Constitución
Hay que distinguir los elementos personales, reales y formales.
A) Elementos personales
Del contenido del Código civil se desprende que en la prenda pueden
intervenir tres personas: el acreedor, el deudor y el titular de la cosa
dada en prenda cuando no sea propiedad del deudor, sino de un tercero.
El art. 1857, numero 3 segundo párrafo señala que las terceras personas
extrañas a la obligación principal pueden asegurar ésta pignorando o
hipotecando sus propios bienes.
A la capacidad para constituir el derecho de prenda se refiere el art.
1857, numero 3 cuando señala que las personas que constituyen la
prenda o la hipoteca tengan la libre disposición en sus bienes o, en caso
de no tenerla, se hallen legalmente autorizadas al efecto, en definitiva
ser propietario y tener disposición de la cosa.
B) Elementos reales
La prenda tiene que recaer sobre cosas muebles en garantía de una
obligación principal, que esté en el comercio y que sea susceptible de
posesión. Los elementos reales son:
1) Son las cosas que pueden darse en garantía y 2) las obligaciones que
se puedan asegurar con el derecho de prenda.
2) De acuerdo con el art. 1864 del C. pueden darse en prenda todas
las cosas muebles que estén en el comercio, con tal que sean
susceptibles de posesión.
3) Por lo que se refiere a las cosas que pueden darse en garantía, el art.
1861 señala que los contratos de prenda e hipoteca pueden asegurar
toda clase de obligaciones, ya sean puras, ya estén sujetas a
condición suspensiva o resolutoria.
C) Elementos formales
La constitución del derecho de prenda no requiere una forma
determinada. En otras palabras no requiere más requisito formal que el
recogido en el art. 1280 del CC: documento privado si la cuantía excede
de 1500 pesetas (así lo dice expresamente el Cc); las partes pueden
compelerse a otorgarlo, de acuerdo con lo señalado en el art. 1279 sin
que afecte a su validez.
Por otro lado hay que señalar que en la constitución del derecho de
prenda, la forma dependerá del acto por el que se constituya. La
pignoración de la cosa mueble ha de tener eficacia frente a terceros, en
consecuencia requiere: 1) que la cosa sea entregada al acreedor o a un
tercer depositario (art. 1863 del Cc), 2) que el negocio de prenda se
haga constar por escrito, 3) que se haga constar el importe de la deuda
que se asegura con la prenda, 4) que la cosa pignorada se describa para
poder ser identificada.
El art. 1865 del Cc señala que «no surtirá efecto la prenda contra
tercero si no consta por instrumento público la certeza de la fecha», en
este sentido se pronuncia la sentencia del Tribunal Supremo de 26 de
marzo de 1997.
5. La prenda irregular
El dinero y demás cosas fungibles, en general, pueden darse en prenda,
así lo establece la sentencia del Tribunal Supremo de 27 de diciembre de
1985. Si se entrega dinero u otra cosa fungible para que sean devueltas
las mismas cosas, se constituye una verdadera prenda pecuniaria. Si, por
el contrario, se entrega el dinero u otra cosa fungible para que sean
devueltas no las mismas monedas o las mismas cosas, sino otro tanto de
la misma especie y calidad, se constituye una prenda irregular.
Es discutible su naturaleza, y su irregularidad consiste en transmitir la
propiedad de la cosa fungible, restituyendo, en caso de cumplimiento de
la obligación, una cantidad igual en especie y calidad. En aquellos casos
en que se da un incumplimiento de la obligación, la realización de la
garantía se produce sustituyendo la enajenación de la cosa o la
apropiación del dinero por la extinción de la obligación de restitución.
Capítulo 23
El derecho de hipoteca inmobiliaria
SUMARIO: I. CONSIDERACIONES GENERALES Y CONCEPTO DE LA HIPOTECA. II.
CARACTERES DE LA HIPOTECA COMO DERECHO REAL DE GARANTÍA. III. CLASES
DE HIPOTECAS. IV. ELEMENTOS PERSONALES DEL DERECHO REAL DE HIPOTECA.
CAPACIDAD PARA CONSTITUIRLA. V. LA CONSTITUCIÓN DE LA HIPOTECA
VOLUNTARIA Y LEGAL. VI. EL OBJETO DE LA HIPOTECA. 1. La obligación
asegurada. 2. Bienes hipotecables: regla general. A) No hipotecables. B) Hipotecables
con restricciones. 3. Extensión de la hipoteca sobre la cosa hipotecada. A) Extensión de
la hipoteca a las accesiones y mejoras. B) La extensión pactada de la hipoteca. C)
Extensión de la hipoteca cuando la finca pasa a manos de un tercero. VII. SUPUESTO
DE VARIAS FINCAS QUE SE HIPOTECAN EN GARANTÍA DE UN MISMO CRÉDITO.
VIII. EFECTOS PERSONALES Y REALES DE LA HIPOTECA LEGALMENTE
CONSTITUIDA. 1. La acción de devastación dentro de la fase de seguridad de la
hipoteca. 2. Derechos del acreedor hipotecario y venta de la cosa hipotecada. 3. Otras
modificaciones que pueden afectar a la hipoteca. X. LAS DENOMINADAS HIPOTECAS
ESPECIALES O SINGULARES. 1. La hipoteca en garantía de rentas o prestaciones
periódicas. 2. Hipoteca en garantía de títulos transmisibles por endoso y al portador. 3.
Hipoteca de garantía de obligaciones condicionales o futuras. 4. Hipoteca en garantía
de cuentas corrientes de crédito. 5. Otros tipos de hipotecas. A) La hipoteca de
máximo, global o flotante en la Ley 41/2007. B) La hipoteca inversa en la Ley 41/2007.
X. LAS HIPOTECAS LEGALES. 1. Hipotecas legales expresas. 2. Hipotecas legales
tácitas. XI. PROTECCIÓN Y REALIZACIÓN DEL DERECHO REAL DE HIPOTECA. 1. La
fase de seguridad o de protección. 2. La fase ejecutiva o de realización de valor. 3. La
prejudicialidad penal y/o civil como posibles causas de suspensión de la ejecución
hipotecaria. XII. LA PRESCRIPCIÓN DE LA ACCIÓN HIPOTECARIA. XIII. LA
SUBROGACIÓN Y MODIFICACIÓN DE LOS PRÉSTAMOS HIPOTECARIOS.
V. LA CONSTITUCIÓN DE LA HIPOTECA
VOLUNTARIA Y LEGAL
Cuando se trata de constitución voluntaria es posible bien en virtud de
negocio jurídico (contrato de constitución de hipoteca) o unilateral
(impuesta por disposición del dueño de los bienes, sin necesidad de la
aceptación del acreedor) conforme se desprende del art. 1857 y 1875
del Cc y artículos 138 y 141 de la LH. Y en virtud de la manifestación
de voluntad expresada de una u otra forma, nace el título que por si
solo es exclusivamente generador de obligaciones, ya que para el
nacimiento del derecho real de hipoteca, se exige, además, la inscripción
del documento público (escritura pública) en el Registro de la
Propiedad, tal y como establecen el art. 1875 del Cc y 145 de la LH. En
toda hipoteca voluntaria en tanto que el documento público no quede
debidamente inscrito en el Registro, sólo nacen obligaciones y,
lógicamente, el derecho a hacerlas cumplir (art. 1279 y 1280 Cc). Con
la inscripción nace el derecho real de hipoteca. El momento de la
inscripción es el que determina el rango hipotecario, considerando como
fecha de la inscripción la de presentación del título en el Oficina del
Registro (arts. 24 y 25 LH).
Como se ha indicado en líneas anteriores, la hipoteca puede nacer
tanto del acuerdo entre las partes interesadas como por disposición del
dueño de los bienes sobre los que se constituye la hipoteca. En tal caso
se habla de constitución de la hipoteca por acto unilateral de voluntad.
La figura se encuentra admitida en el art. 141 de la LH, siendo, eso sí,
necesaria la aceptación del acreedor hipotecario, en la forma establecida
por la Ley, para que adquiera la titularidad del derecho real y la
hipoteca pueda desplegar sus efectos naturales. Debe tenerse presente lo
dispuesto en el citado art. 141 de la LH.
En el art. 248, ap. 2º, del RH, se hace mención a una discutible
modalidad de hipoteca constituida unilateralmente mediante
testamento; es la llamada hipoteca testamentaria. No es que el testador
ordene a sus herederos constituirla, sino que la ordena el mismo
testador (que es el dueño del bien que grava y que tiene capacidad para
hacerlo), siendo el testamento «título suficiente para inscribirla» en
palabras del referido art. 248 del RH. Lógicamente será necesaria la
aceptación del beneficiario bien sea en documento «ad hoc» o en el
mismo cuaderno particional. Se discute que la hipoteca testamentaria
sea, en verdad, una hipoteca unilateral, sino más bien bilateral, pues
para su inscripción es necesario presentar en el Registro de la
Propiedad, al mismo tiempo, los consentimientos de hipotecante y
legatario [Pau Pedrón].
Por lo que se refiere a las hipotecas legales de entrada conviene hacer
constar que no las constituye la Ley, sino que simplemente concede en
determinados casos y a determinadas personas, el derecho a exigirla en
garantía de —como ya decía la Ley de 1861— ciertos intereses
necesitados de especial protección. Se encuentran reguladas en los
artículos 158 y ss. de la LH y en el artículo 1875,2º del Cc. De los
preceptos indicados queda claro que su constitución no nace por el
hecho de que la Ley las imponga en los casos taxativos en que lo hace
(art. 168 de la LH), sino que es necesario para poder hablar de derecho
real de hipoteca crear el correspondiente título e inscribirlo en el
Registro de la Propiedad (art. 159 de la LH), con la excepción, frente a
las legales expresas, de las legales tácitas que no exigen acto constitutivo
ni inscripción registral, como son las en favor del Estado, la provincia y
los municipios para el cobro de la anualidad (art. 194 LH), así como la
impuesta en favor de los aseguradores sobre los bienes asegurados, por
las primas del seguro de dos años, y si fuera seguro mutuo por los dos
últimos dividendos (art. 168,7º y 196 de la LH). Estas últimas plantean
—como ya dije— si se trata de verdaderas hipotecas o más bien son
simples preferencias de cobro de ciertos créditos.
Pueden exigir su constitución las personas que señala la Ley (art. 168
LH) bien personalmente si son mayores de edad y capaces o por quienes
legalmente les representen. En cuanto al procedimiento a seguir para la
constitución de estas hipotecas legales, existe un doble procedimiento:
extrajudicial y judicial. El primero mediante el otorgamiento de
escritura pública que debe inscribirse conforme a las reglas que
establecen los artículos 165, 166 y 167 de la LH.
En las legales expresas, al igual que en las voluntarias, es necesaria la inscripción
registral como se desprende del art. 159 LH. Y una vez constituida e inscrita, surte los
mismos efectos que las voluntarias (art. 161 LH) con las excepciones respecto de algunas
legales tácitas en relación con la exigencia de acto constitutivo e inscripción registral.
Estas hipotecas legales subsisten hasta la extinción de la obligación asegurada (art. 164
LH).
1. La obligación asegurada
Tanto del art. 1857 como del art. 1861, ambos del Cc y art. 105 LH,
pueden ser objeto de garantía hipotecaria toda clase de obligaciones, ya
sean puras o sujetas a condición suspensiva o resolutoria y a plazo
(Resolución de 15 febrero 1926 y Resol. de 30 octubre 2003).
Además la hipoteca garantiza los intereses si, claro está, se asegura
una obligación dineraria. Pero incluso no siendo la obligación principal
de naturaleza dineraria, como la hipoteca es —y ya se ha dicho antes—
un derecho real de realización de valor ello supone el que en caso de
incumplimiento se pueda pedir la venta de la cosa hipotecada y obtener
el precio («ius distrahendi»). Luego en cualquier caso se asegura
siempre una obligación dineraria. En este sentido el art. 114 LH,
apartado 3º, que ha sido de nuevo modificado por la reciente Ley
reguladora de los contratos de crédito inmobiliario hace referencia a los
préstamos concedidos a una persona física y a los intereses que se
devenga. Igualmente el reformado artículo 12 de la LH establece que en
la inscripción del derecho real de hipoteca se debe expresar el importe
principal de la deuda y los intereses pactados, y en su caso, el importe
máximo de la responsabilidad hipotecaria. En definitiva de lo que se
trata es de mejorar la protección del prestatario con carácter general y
en los casos de vencimiento anticipado cuando regula los intereses de
demora. Se debe tener en cuenta lo dispuesto en el apartado 2 del
artículo 693 de la LEC sobre reclamación de capital e intereses en los
casos de préstamos concedidos a personas físicas para la adquisición de
vivienda.
¿Pero hasta qué punto la garantía hipotecaria asegura los intereses que
vayan venciendo? La LH distingue dos supuestos, según que la finca
hipotecada se encuentre en poder del constituyente de la hipoteca o en
manos de un tercero. En el primer caso la garantía es ilimitada y en el
segundo limitada. Así se deduce del art. 146 LH que se remite al art.
114 de la LH reformado como ya queda dicho y a cuyo texto legal se
debe atener.
I. OBJETO DE LA LEY
La reciente Ley 5/2019, de 15 de marzo, reguladora de los contratos
de crédito inmobiliario (BOE núm. 65, de 16 de marzo de 2019) es una
nueva manifestación de la importancia que en el sistema económico
internacional y por lo mismo en el español desempeña un buen sistema
hipotecario y dentro del mismo la regulación de la concesión de
préstamos y créditos que con la habitual garantía hipotecaria se
conceden a miles todos los días, ya que como es sobradamente sabido
constituyen el mecanismo que permite que numerosas familias
españolas puedan disfrutar de viviendas en propiedad y que lo hagan en
una proporción superior a la de muchos países de nuestro entorno.
Garantizar un régimen jurídico seguro, ágil, y eficaz, que proteja este
tipo de operaciones es una exigencia que deriva no sólo de las
obligaciones impuestas por el Derecho de la Unión Europea, sino de los
indudables beneficios que supone para la economía de un país. Tanto la
protección de las transacciones como la seguridad jurídica generan
crédito para los individuos, lo que redunda en el crecimiento de la
economía. Así mismo, el acceso a la propiedad consolida la libertad y
responsabilidad de los individuos como ciudadanos. En este proceso el
acceso al crédito hipotecario es un elemento clave en el éxito del
régimen de propiedad de España. Estas son las consideraciones que hace
el Legislador en el apartado I del Preámbulo de la citada Ley que llega a
nuestro Ordenamiento jurídico como consecuencia —entre otras
razones— de la Directiva 2014/17/UE del Parlamento Europeo y del
Consejo, de 4 de febrero de 2014.
I. INTRODUCCIÓN
Con la anticresis se cierra el ciclo de las garantías reales que regula
nuestro Código civil. Esta es una figura en la que ha sido discutida
desde su naturaleza de Derecho real, a su utilidad; se ha controvertido
todo lo que a ella afecta, incluso su permanencia en el Código. Hoy no
cabe duda de que es una auténtica figura de garantía real, como
veremos más adelante, pues así lo establece el Código civil, la Ley
Hipotecaria, la jurisprudencia y la mayoría de la doctrina.
Supone la anticresis una modalidad de garantía peculiar, pues en ésta
la cosa pasa al acreedor para que la aproveche, total o parcialmente, y,
con los frutos, se haga pago de la obligación que con él contrajo el
deudor.
Su nombre proviene de la palabra griega anticresis que significa uso
mutuo o recíproco, y que se genera habida cuenta que el acreedor
disfruta de la cosa del deudor, y éste, a su vez, goza del dinero de aquél.
La posesión puede trasladarse al acreedor, o, quedar en el deudor; pero
lo que es fundamental es que el acreedor vaya reintegrándose,
haciéndose pago, con la producción de la cosa objeto de la obligación
principal.
En el Derecho romano, que seguía las directrices en este caso de la
anticresis que ya los griegos habían marcado, ésta no era un contrato
especial sino que se efectuaba mediante la anexión de un simple pacto
agregado por las partes a cualquiera de los otros contratos de garantía
real, el de prenda e hipoteca.
En el Derecho canónico se consideró a la anticresis como un pacto
usurario, y por lo tanto mantuvo un criterio prohibitivo acerca de ella;
lo mismo ocurre con Las Partidas, que de igual modo mantienen una
actitud negativa acerca de la misma. Sin embargo en el Derecho anterior
al Código se mantiene y se emplea, como simple pacto que se agrega a
las otras dos garantías reales; ello da lugar a que el Código la reciba y
regule.
II. CONCEPTO
Podemos definir la anticresis según dispone el art. 1881 del Código
civil como un derecho real, que se constituye en garantía de una
obligación y que concede a su titular la percepción de los frutos de un
bien inmueble del deudor, a fin de que los aplique al pago de los
intereses, si los hubiere, y una vez satisfechos éstos, aplique los frutos a
la satisfacción del capital de su crédito. («Por la anticresis el acreedor
adquiere el derecho de percibir los frutos de un inmueble de su deudor,
con la obligación de aplicarlos al pago de los intereses, si se debieren, y
después al del capital de su crédito»).
Nuestro Código civil, que como sabemos se inspira en otros europeos
y fundamentalmente en el francés de Napoleón, aporta dos
innovaciones de importancia: una la de tratar a la anticresis como un
contrato independiente con naturaleza y efectos propios; y otra, que es
la que establece que su aplicación sólo se hará única y exclusivamente a
los bienes inmuebles.
ROCA SASTRE, refiriéndose a esta garantía, dice que es un «derecho
real de garantía y de pago de una obligación pecuniaria, de carácter
accesorio, e indivisible y que recae directa e inmediatamente sobre
bienes inmuebles, fructíferos, ajenos y enajenables que pueden quedar
en poder del propietario». O’CALLAGHAN, la define diciendo que es
una garantía que se constituye para asegurar el cumplimiento de una
obligación, que otorga a su titular el poder sobre un inmueble que le
permite retenerlo, hacer suyos los frutos y realizarlo, si la obligación se
incumple.
III. NATURALEZA
Especial interés, por lo debatido, tiene dentro de la anticresis el tema
de su naturaleza de derecho real.
Y se había planteado el problema, sobre todo por influencia de la
doctrina italiana, que, en base al art. 1897 del Código de 1865 según el
cual «la anticresis no produce efecto mas que entre las relaciones entre
deudor y acreedor y sus herederos», venía manteniendo lógicamente el
carácter personal de este derecho: muy extendida también la posición en
los autores franceses en base al art. 2091 del Code, aunque la
interpretación por un sector de que tal precepto se refiere únicamente a
los derechos adquiridos por terceros antes de la transcripción de la
anticresis, la separa de aquella posición.
En aquella misma dirección se pronuncian entre nosotros ALGUER y
DALMASES, quienes defienden que nada autoriza en nuestro Código a
considerar la anticresis como un derecho real.
Pero ni el hecho de que en la Ley no se encuentre una clarificación
explícita como derecho real, es bastante a privarle de este carácter,
porque tampoco lo dice, expresamente con esas palabras, de la prenda
ni de la hipoteca, ni por otra parte sostiene en modo alguno que la
anticresis sea un derecho personal: ni la afirmación de que recae sólo
sobre los frutos del inmueble siendo aquéllos y no éste el fundamento
anticrético porque como ha subrayado ROCA SASTRE, es cierto que la
anticresis recae sobre los frutos, pero no concibiendo éstos como
elementos separados del inmueble que los produce, sino como partes
integrantes e inherentes a él.
En cambio, son argumentos convincentes a favor de su carácter de
derecho real: la posición sistemática que a la anticresis se reserva en el
Código civil, que al darle un trato conjunto con la prenda y con la
hipoteca demuestra que tiene de todas ellas un concepto unitario, como
manifestaciones diversas de la idea común de la garantía real; la
aplicación, lógica, a la anticresis de ciertos preceptos dictados para la
prenda y la hipoteca, según establecen en el art. 1886 respecto del
último párrafo del art. 1857, el párrafo 2º del art. 1866; el art. 1883 la
comparación con la prenda mobiliaria; las reiteradas y constantes
manifestaciones de la Dirección General de los Registros y del
Notariado en el sentido de que la anticresis tiene acceso al Registro de
la Propiedad y el absoluto acuerdo con que los hipotecaristas españoles
reconocen que la anticresis es un derecho inscribible. Todo ello unido a
que, como pone de relieve GARCÍA GRANERO, ninguna razón lógica
ni jurídica existe para negar el carácter real de la prenda de inmueble (o
sea la anticresis) y concederlo, en cambio, a la prenda mobiliaria: el
mismo fundamento existe en uno y otro caso para sostener la naturaleza
real del derecho establecido en la cosa; existe una absoluta identidad de
razón y fin en ambas instituciones, por lo cual no deja de ser bastante
arbitrario decir que una de ellas es un derecho real y la otra
simplemente personal.
Todo ello ha llevado a la generalidad de la doctrina, y sobre todo a la
española a considerar este derecho como real, en algunos casos
matizando, por ejemplo, que no concede prelación alguna para cobrar
el crédito que asegura, que es la tesis aceptada por CLEMENTE DE
DIEGO, CAMPUZANO y GAYOSA y propuesta por GUILLOUARD,
propia de una situación anterior menos evolucionada del instituto; o de
tenerlo por oponible a terceros y que concede a su titular una
preferencia atenuada, según BRUNCHSWIG, o que concede, al que
ostente su titularidad el derecho de cobrarse preferentemente, pero no el
perseguir la cosa; posición muy extendida en la doctrina francesa, como
por ejemplo, en PLANIOL y RIPERT, JOSSERAND y BONNECASSE.
Consideran sin paliativos a la anticresis como un derecho real pleno y
perfecto aparte de un cierto número de autores franceses entre los que
destacan COLIN y CAPITANT, casi todos los autores españoles que, de
una forma más o menos decidida o clara, reconocen claramente el
carácter real de la anticresis, a partir de la toma de postura de DÍAZ
MORENO, BERAUD y LEZON, SANZ FERNÁNDEZ, ROCA
SASTRE, y GARCÍA GRANERO que estudia con detenimiento cómo se
manifiestan en este derecho los que son elementos o condiciones
necesarias y suficientes a todo derecho real; la inmediatividad y la
oponibilidad erga omnes, que se descompone a su vez en la preferencia
y la persecución, BATLLE y CASSO.
En tiempos más recientes así lo consideran los tratadistas CASTÁN,
DÍEZ-PICAZO, ESPÍN, SANCHO REBULLIDA y ALBALADEJO.
IV. CARACTERES
Por ser, según establece nuestro Código civil, una garantía real sus
caracteres vienen determinados por las generales de las mismas, ya
expuestas, y las particulares que vamos a analizar, y que vienen
derivadas de las disposiciones del Código civil.
1º) Ser un derecho real de garantía que se constituye para asegurar
una obligación, al igual que ocurre con los otros derechos reales de
garantía como la prenda y la hipoteca. Así se confirma en el art.
1886 al remitirse al 1857, que es el general para esas garantías.
2º) Por ello y por ser una garantía, se configura como accesoria de una
obligación principal, y por lo tanto pendiente la anticresis de la vida
de aquella obligación a la cual asegura. Esta accesoriedad es de
esencia en la anticresis pues, mientras no se satisfaga la obligación
de que es consecuencia, los frutos que produzca el objeto de la
misma se aplicarán a la satisfacción de aquélla. Y como dice
LASARTE eventualmente desempeña una faceta más de la
capitalización de la situación dominical. Este principio de
accesoriedad viene determinado en el art. 1857 del Código civil
pues al hablar de la constitución de los contratos de prenda e
hipoteca, concretamente de sus requisitos esenciales, establece en su
apartado primero que se constituyan para asegurar el cumplimiento
de una obligación principal. Por otra parte, el 1881 al referirse a la
anticresis, establece que el acreedor adquiere el derecho a percibir
los frutos de un inmueble de su deudor con la obligación de
aplicarlos al pago de intereses. Y para mayor abundamiento en el
art. 1528, establece que la venta o cesión de un crédito comprende
la de todos los derechos accesorios, como la fianza, hipoteca,
prenda o privilegio.
En la Ley hipotecaria, los arts. 105 y 106 recalcan esta accesoriedad,
pues conforme al primero, la hipoteca se establece para el
cumplimiento de la obligación para cuya finalidad fue constituida.
Toda concepción legislativa de las garantías en nuestro Ordenamiento
gira en pro de la accesoriedad de éstas, cuya seguridad depende del
crédito al cual se adscriben, con todas las consecuencias que
naturalmente de ellas se derivan.
3º) Por su ámbito y objeto se circunscribe, única y exclusivamente, a
los bienes inmuebles con lo que se asemeja a la hipoteca
inmobiliaria; se distancia de ésta por una característica peculiar y
propia de la anticresis, y es que en la anticresis la posesión se puede
trasladar al acreedor durante la vigencia de la garantía, para que
éste, el acreedor, mediante el desarrollo o cultivo del inmueble,
según la naturaleza de éste, pueda obtener a través de la producción
del mismo la satisfacción de la obligación principal.
4º) Al conceder la titularidad de los frutos del inmueble al acreedor
anticrético, la anticresis se aproxima al usufructo, pero hay que
tener en cuenta que si en la práctica se suelen producir unos efectos
aparentemente similares, los fines de una y otra institución son
diferentes.
En esta figura de aseguramiento real, hemos de destacar que no se
obtiene el aseguramiento por medio de la posesión de la cosa, sino a
través, como hemos dicho, de sus frutos, que se imputan caso de
incumplimiento por parte del deudor, a los intereses, si se han
pactado, y después al capital del crédito, tenga o no el acreedor la
posesión de la cosa. La anticresis, como hemos visto anteriormente,
pasó, de ser un pacto meramente agregado a la prenda e hipoteca en
los viejos derechos, a ser un instituto sustantivo y con plena
autonomía.
5º) La indivisibilidad. Por la importancia que juega en la función
garantizadora, la indivisibilidad es una de sus características
fundamentales. Consiste en mantener intacto el vínculo jurídico de
la garantía, y evitar que se produzcan modificaciones que puedan
afectar a los bienes objeto de esta relación jurídico-real.
Por recaer las garantías reales en cosas concretas y determinadas, el
mantenimiento de éstas en el estado en que se aportaron en
garantía, conviniendo en ello el acuerdo de las partes, es
fundamental que la situación y régimen de la cosa se mantenga para
así poder cumplir el fin para el cual se aportó, la satisfacción
subsidiaria de una obligación principal.
Refiriéndose a ésta cuestión DORAL, estima que los riesgos más
gravemente amenazadores de la seguridad inherente a cualquier
forma de garantía real son, en líneas generales, estos tres: que
desaparezca la garantía antes de tiempo, que en el ínterin se
produzca un menoscabo de la cosa, por lo tanto de su valor, y que
la actividad del dueño en orden a la cosa se convierta en fuente de
disturbios.
La mayor o menor eficacia de la garantía depende, en definitiva, del
modo en qu e queden cubiertos dichos riesgos; la fijeza de la
garantía durante su vigencia, los remedios a adoptar frente a
menoscabos que merman el valor de la cosa y que se origine el
mínimo disturbio posible, son los principales resortes en que debe
apoyarse, si quiere ser eficaz, el régimen jurídico de la fase de
seguridad.
La indivisibilidad de la garantía se orienta a cubrir dichos riesgos por
lo que cabalmente significa una medida de conservación y
seguridad.
V. RÉGIMEN LEGAL
El Código civil le dedica a la anticresis los artículos 1881 a 1886, de
los cuales vamos a sacar la sistematización del desarrollo del contenido
de esta institución.
1. Constitución
El Código no exige ninguna forma de celebración especial para la
formación de esta garantía; mas por tratarse de un contrato que crea un
derecho real sobre bienes inmuebles, entra de lleno en el art. 1280, por
lo que deberá constar en escritura pública para que haga constancia
frente a terceros y tenga acceso al Registro de la Propiedad.
Se puede constituir por el deudor o por un tercero, que
necesariamente, aquel que lo constituya ha de tener la capacidad
necesaria y la de disposición sobre los bienes objeto del contrato.
El objeto de este derecho real tan sólo pueden serlo los bienes
inmuebles.
2. Contenido
A) Derechos y facultades del acreedor anticrético
– Este goza de la posesión y percepción de los frutos, según se
determina en el art. 1881, para aplicarlos al pago de los intereses si se
debieren, y, después, al pago del principal de la obligación garantizada,
si no se había pactado que los frutos se compensasen con los intereses,
según el 1885.
Tiene la obligación de conservar la cosa; en el art. 1882,2º se
determina que el acreedor anticrético está obligado a pagar los gastos
necesarios para la reparación y posesión de la cosa. En el art. 1883, en
su párrafo 2º, se establece que el acreedor anticrético, para librarse de
esas obligaciones puede obligar al deudor a que entre de nuevo en el
goce de la finca, salvo que se hubiere pactado lo contrario. Como vimos
con anterioridad la posesión de la finca puede ser transferida al
acreedor, caso de que se pacte, o por el contrario dejarse en posesión del
deudor cuando así se conviniere.
– Derecho de realización de valor; que se deriva del contenido del art.
1884 que establece que el acreedor no adquiere la propiedad del
inmueble por falta de pago de la deuda en el plazo convenido. También
establece que todo pacto en contrario será nulo. Pero el acreedor en este
caso podrá pedir, en la forma que previene la Ley de Enjuiciamiento
civil, el pago de la deuda o la venta del inmueble.
– Una preferencia para el cobro, sobre el precio del inmueble, del
crédito asegurado, en atención a lo dispuesto en el art. 1884,2º y por
analogía del 1923,3º.
Preferencia que, aunque no expresamente establecida en la ley, parece
evidente, y es admitida por la opinión común, ya que, de no existir,
sería inútil e irrisorio el «ius distrahendi» del anticresista, en cuanto que
la facultad de hacer vender cualquier bien del deudor para, sin
preferencia, obtener el cobro de su crédito, lo tiene ya a base del
artículo 1911.
El que aquella preferencia no esté acogida expresamente en el art.
1923,3º, se debe, sin duda, a que el legislador consideró la anticresis
como una especie de hipoteca a estos efectos. Por lo que hay que
entenderla comprendida en el espíritu de dicho precepto. Lo que parece
debe llevar a la conclusión de que la preferencia sólo tiene el pleno
alcance de la hipoteca, cuando la anticresis esté inscrita en el Registro.
– Derecho de retención, que se otorga salvo que el acreedor anticrético
no detente la posesión de la cosa de manera efectiva, viene configurado
en el art. 1883,1º, mientras no haya sido pagado el acreedor anticrético
no tiene por qué entregar o transmitir el goce del inmueble.
B) Posición del deudor anticrético
Según lo dispuesto en el art. 1883,1º, el deudor anticrético tiene ante
todo la obligación de pagar por completo, «enteramente», cuanto debe
para así dar por extinguida la obligación, causa de la anticresis y con
ello entrar de nuevo en el goce y recuperación del inmueble.
VI. EXTINCIÓN
La anticresis se extingue por las causas generales de los demás
derechos reales, y en particular por el cumplimiento de la obligación
garantizada que da lugar a la extinción de la misma.
Al extinguirse la anticresis, el acreedor debe devolver el inmueble a su
dueño, como se deduce del art. 1883,1º.
Capítulo 26
Las garantías reales mobiliarias sin
desplazamiento
SUMARIO: I. INTRODUCCIÓN. II. PRECEDENTES. III. LEGISLACIÓN VIGENTE. IV.
REQUISITOS PARA SU CONSTITUCIÓN. 1. Elementos personales. 2. Elementos reales.
3. Elementos formales. V. EXTENSIÓN DE LA GARANTÍA MOBILIARIA. 1. En general.
2. En casos concretos. A) Hipoteca de establecimiento mercantil. B) Hipoteca de
vehículos de motor. C) Hipoteca de aeronaves. D) Hipoteca de maquinaria industrial.
E) Hipoteca de propiedad intelectual o industrial. 3. Prenda sin desplazamiento. VI. EL
REGISTRO DE HIPOTECA MOBILIARIA Y PRENDA SIN DESPLAZAMIENTO. 1.
Competencia de estos registros. 2. Plazos. VII. PROCEDIMIENTOS PARA SU
EJECUCIÓN.
I. INTRODUCCIÓN
El valor que en los últimos tiempos han adquirido determinados
bienes muebles ha requerido, que los legisladores españoles sintieran la
necesidad de crear nuevas fórmulas jurídicas de garantía para dando
utilidad a ese valor de tales bienes, poder aportarlos como garantía o
avales de préstamos concedidos a sus dueños.
Por esta necesidad el 16 de diciembre de 1954 se promulga la Ley de
Hipoteca Mobiliaria y Prenda Sin Desplazamiento, que vino a llenar el
hueco o vacío que se había formado. Su Exposición de Motivos explica
que cuando el desplazamiento de la posesión era fácil, existía ya la
prenda desplazada regulada por el Código civil; cuando el
desplazamiento implicaba más dificultades, suponía la paralización del
negocio, el comercio o la industria que ejercía el deudor. Para ello se
habilitó en primer lugar, la hipoteca mobiliaria, que se refería siempre a
bienes fácilmente determinables y ser de cómoda creación y realización
en los momentos requeridos.
Pero quedaba un amplio espacio entre la hipoteca mobiliaria de bienes
muebles que llevaban en sí una versatilidad de desplazamiento y
determinación, y la prenda con desplazamiento; vacío que se producía
por la gama de bienes de difícil traslado ya que la naturaleza de los
mismos los configuraba de tal manera indesplazables, o que de hacerlo
podían sufrir un menoscabo o deterioro que aconsejaba no moverlos.
Este vacío se manifestaba cuando se necesitaba sujetar en garantía los
aperos de labor, las siembras y el ganado por un lado, y por otro las
maquinarias, naves o aeronaves, cuyo interés en la actividad del deudor
era fundamental para seguir produciendo. Bienes no sólo de difícil
traslocación, o traslado, per se, sino de una importancia vital en la tarea
productora del deudor.
Con la Ley de 1954 se crea para esta clase o especie de bienes la
Prenda sin desplazamiento; recurriendo a la prenda clásica, pero con un
matiz de gran importancia que es el de que no se trasladase la posesión
de la mano del dueño —deudor—, para que éste mediante el ejercicio de
la actividad lucrativa que con esos bienes ejerce logre, mediante el
crédito, la superación del mismo. La Ley ofrece un engranaje entre los
preceptos sobre la prelación de créditos que contiene el Código civil y el
de Comercio.
II. PRECEDENTES
En el Derecho romano y durante un largo periodo subsistió la garantía
personal como la única aseguradora del pago del crédito. Al paso del
tiempo se configura el «pignus» como una garantía añadida a la
personal del deudor. Se modela el concepto que aún subsiste en el
Derecho, de que el deudor responde de sus obligaciones con su persona,
con su patrimonio o con un bien determinado que se ha afectado
expresamente al cumplimiento de la obligación. Este bien determinado y
concretamente afectado a la garantía de una obligación, se transmitía,
en el Derecho romano primitivo, al acreedor que adquiría su propiedad
y la obligación de devolverla al cumplimiento de la obligación. Esto
suponía o implicaba unos riesgos para el deudor, lo que determinó el
sustituir la transmisión de la propiedad por la transmisión de la
posesión, y con ello se crea la figura del «pignus» que comprendía tanto
a los bienes muebles como a los inmuebles. Con posterioridad se
produce otra fase en la evolución que tratamos, fase que se concreta en
aplicar la palabra «pignus» sólo cuando la posesión de la cosa pasaba al
acreedor y la de «hipoteca», cuando la cosa quedaba en poder del
deudor. Esto da lugar a que por razón de la facilidad o no del
desplazamiento de la posesión, se entendiera en el devenir y futuro del
Derecho, y durante un largo periodo de tiempo, que los bienes muebles
eran susceptibles de prenda, y los inmuebles de hipoteca.
En el Derecho español, Las Partidas recogieron el Derecho romano
primitivo, de tal manera que cuando trata de los derechos reales de
garantía, no emplea la palabra hipoteca, sino la palabra romance
«peño» trasunto de la romana pignus. Son las Leyes de Toro, las
primeras en que aparece en nuestra Patria la palabra hipoteca aludiendo
a la afectación de bienes inmuebles al cumplimiento de una obligación.
Así llegamos a la Ley de 1954 que admite ya la Prenda sin
desplazamiento de posesión y la Hipoteca mobiliaria, que tuvo como
precedentes para el legislador el Real Decreto de Prenda agrícola y
ganadera de 1917, la Prenda aceitera (D. 29 nov. 1935, la Prenda
industrial de 1940, y los artículos 1863 al 1873 bis del Código civil, que
se dispusieron por la Ley de 5 de diciembre de 1941 que fue derogada y
sustituida, y con ella los artículos bis, por la reguladora mencionada de
16 de diciembre de 1954.
1. Elementos personales
La Ley no dispone nada concreto ni especial sobre los sujetos o
elementos personales que intervienen en estas hipotecas, por lo que hay
que estar a las disposiciones generales del Código civil; por tanto es
necesario que el deudor tenga plena capacidad para obligarse y la
disposición de los bienes que se afectan a la garantía. El art. 52 de la
LHM, habla de titulares legítimos de explotaciones agrícolas, forestales
y pecuarias, que unido a la disposición del Código civil contenida en el
art. 1857,3º «Que las personas que constituyan la prenda o la hipoteca
tengan la libre disposición de sus bienes o, en caso de no tenerla, se
hallen legalmente autorizados al efecto», determinan las condiciones
personales necesarias para la realización de estos contratos.
2. Elementos reales
En el art. 1º de la LHM, se establece que «Podrá constituirse hipoteca
mobiliaria y prenda sin desplazamiento de posesión sobre los bienes
enajenables que, respectivamente, se mencionan en esta Ley», y que son
los que siguen:
A) Con referencia a la Hipoteca mobiliaria: los establecimientos
mercantiles, automóviles y otros vehículos a motor, así como los
tranvías y vagones de ferrocarril de propiedad particular, las aeronaves,
la maquinaria industrial y la propiedad intelectual e industrial (art. 12
LHM). B) En la Prenda sin desplazamiento: los frutos pendientes y las
cosechas esperadas de explotaciones agrícolas, los frutos separados o
productos de dichas explotaciones, los animales, sus crías y productos, y
las máquinas y aperos de explotaciones agrícolas, las mercaderías y
materias primas almacenadas y las colecciones de objetos artísticos,
como cuadros, porcelanas, etc. (arts. 52, 53 y 54 de la LHM).
En su art. 12, pfo. 2º, la Ley aclara que «no podrá hipotecarse el
derecho real de hipoteca mobiliaria, ni los bienes comprendidos en los
arts. 52, 53 y 54, como dice LASARTE «por razones de congruencia del
sistema».
Otras limitaciones en relación al objeto de estos derechos vienen
señaladas en la Ley especial; concretamente en el pfo. 2º del art. 1 se
establece que «si los bienes estuvieren en proindivisión o pertenecieren
en usufructo y en nuda propiedad a distintos titulares, sólo podrán
hipotecarse o pignorarse en su totalidad y mediante el consentimiento
de todos los partícipes».
De igual modo en el art. 2 de dicha Ley, se establece otra limitación o
prohibición consistente en que en ninguna de las dos formas de garantía
que estamos estudiando podrán constituirse sobre «bienes que ya
estuvieran hipotecados, pignorados o embargados, o cuyo precio de
adquisición no se hallare íntegramente satisfecho, excepto en el caso de
que se constituya la hipoteca o la prenda en garantía de precio
aplazado».
Entran, dentro del objeto de esta relación jurídica que desenvolvemos
como elementos reales, las deudas garantizables, respecto a las cuales el
art. 7 de la Ley determina que «podrá también constituirse hipoteca
mobiliaria o prenda sin desplazamiento, en garantía de cuentas
corrientes de crédito o letras de cambio, con los requisitos que se
establecen en los arts. 153 y 154 de la Ley Hipotecaria». Estos artículos,
hacen referencia a los requisitos formales que vamos a tratar a
continuación; pero antes hemos de concluir que estas garantías se
pueden constituir para afianzar o asegurar cualquier clase de obligación.
3. Elementos formales
Están integrados por aquéllos que hacen referencia a la manera o
forma para constituir estas garantías. El art. 3 de la Ley establece que
tanto una como la otra (la prenda con desplazamiento y la hipoteca
mobiliaria) habrán de constituirse necesariamente en escritura pública.
Requisito esencial, es el documento público ya que, para su constancia
frente a terceros y para su ingreso en el Registro especial en que ha de
inscribirse es ineludible su realización.
Sin embargo la prenda sin desplazamiento podrá también formalizarse
mediante póliza intervenida por Agente de Cambio y Bolsa o Corredor
de Comercio Colegiado cuando se formalice su constitución mediante la
realización de operaciones bancarias. Hoy este último cuerpo integrado
en el del notariado.
Como ya hemos adelantado es necesario que se inscriban en el
Registro especial que la Ley ha creado y que se adscribe a los Registros
de la Propiedad correspondientes. La omisión de esta formalidad o
requisito la sanciona la Ley, con la privación al acreedor de los derechos
que les confiere ella (la Ley).
También se ha de tener en cuenta que si se trata de cesión de crédito
garantizado con hipoteca o con prenda y no de constitución, habrán de
cumplirse los requisitos marcados en los arts. 149 y 151 de la LH (en
casos de enajenación o cesión en todo o en parte, habrá de realizarse en
escritura pública y tendrá que dar conocimiento al deudor, e inscribir en
el Registro). Cuando se omitiere dar conocimiento al deudor de la
cesión del crédito hipotecario (art. 151) será el cedente responsable de
los perjuicios que pueda sufrir el cesionario como consecuencia de esta
falta.
En el art. 8 se dispone que «la notificación del deudor se hará siempre
en acta notarial». Esta notificación no es constitutiva; lo que con ella se
pretende es la vinculación del deudor al nuevo acreedor.
2. En casos concretos
Siguiendo la enumeración del art. 12 vamos a exponer los bienes que
pueden hipotecarse en este tipo de garantías y que vienen regulados por
la Ley de hipoteca mobiliaria y de prenda sin desplazamiento:
A) Hipoteca de establecimiento mercantil
La Ley ha estimado que debe consagrarse «preferente atención al
establecimiento como base física de la empresa, como elemento más
permanente de la misma y como bien, que en la vida real, es por sí sólo
objeto de posible transmisión y tienen un valor intrínseco y objetivo en
cierto modo independiente de la actividad del comerciante, y de los
demás elementos de la empresa». Su hipotecabilidad no deriva de ser
uno de los elementos de la empresa sujeto a gravamen como los demás,
sino que es la base del derecho real; es el soporte objetivo de la hipoteca
que, apoyada en él puede extenderse a otros elementos de aquélla.
Para que el establecimiento sea hipotecable se precisan según el art. 19
dos requisitos: a) que el hipotecante sea titular, dueño o arrendatario; y
b) que tenga la facultad de traspasar.
a) En el primer caso se permite al dueño del establecimiento que lo sea
también del local, con lo que aumenta también la posibilidad de
constituir esta garantía. La Ley no olvida que si bien la manera mas
frecuente de realización de esta actividad, es el arrendamiento de local,
se puede vetar al que sea dueño del local donde se establece su
actividad, para que tenga la posibilidad de efectuar esta garantía, como
se establece en los arts. 20 y 21.
En este tipo de hipoteca hay una nota marcada por la Ley, y es que la
hipoteca constituida por el dueño sobre el establecimiento «será por
completo independiente de la que pudiera constituir sobre el inmueble
de su propiedad», de ello se deriva lo dispuesto en el art. 28, «quien
adquiera el establecimiento mercantil hipotecado, en virtud de ejecución
tendrá el carácter de arrendatario del local en los términos establecidos
en la escritura de constitución de hipoteca».
De aquí, que a quién ejerce en su propio local se le ofrecen dos
posibilidades de garantía, la hipoteca inmobiliaria sobre la finca, y la
mobiliaria sobre el establecimiento.
b) En el segundo caso el requisito viene dado por la aplicación del
precepto general de que sólo los bienes enajenables son hipotecables.
Además del derecho de arrendamiento, que acabamos de ver la
hipoteca de estos establecimientos mercantiles comprenderá según el
art. 21, si no se dispusiere otra cosa en la escritura de constitución: el
nombre comercial, rótulo del establecimiento, marcas distintivas y
demás derechos de propiedad industrial o intelectual. Máquinas,
mobiliario, utensilios y demás instrumentos de producción y trabajo.
Así mismo, y para que estos bienes queden afectos a la hipoteca, se
requiere: que sean propiedad del dueño del establecimiento; que su
precio de adquisición esté pagado, y que se hallen destinados a
satisfacer las necesidades de la explotación.
También podrá extenderse la hipoteca, y siempre que medie pacto, a
las mercaderías y materias primas destinadas a la explotación propia del
establecimiento, mientras que en ellas concurran los requisitos del
párrafo último del art. 21: ser propiedad del titular, y la totalidad del
precio pagado.
Se confiere, igualmente, al acreedor, siguiendo el dictado del art. 22, el
derecho a inspeccionar el giro y tráfico del establecimiento, en la forma
y plazo estipulados, sin estorbar, en ningún caso, su normal
desenvolvimiento.
B) Hipoteca de vehículos de motor
Se enuncia en el art. 34 de la Ley lo que se entiende por tales vehículos
para los efectos de esta hipoteca y que son además de los automóviles,
los camiones, autocares, autobuses, tractores, motocicletas y
cualesquiera otros susceptibles de matrícula en el correspondiente
Registro administrativo.
También podrán hipotecarse los tranvías, trolebuses y vagones de
ferrocarril de propiedad particular.
Hay que aclarar que esos Registros administrativos son muy diversos
y que vienen determinados en la Ley de vehículos a motor, entre otros
están los que se llevan en los Ayuntamientos para los vehículos
existentes en su jurisdicción. Ello facilita la identificación de la cosa
gravada, que como hemos visto, supone uno de los requisitos
primordiales para efectuar el gravamen.
En todas las hipotecas la conservación y mantenimiento de la cosa
gravada es uno de los requisitos necesarios, lo que no podía ser menos
en este tipo de hipoteca de que tratamos. En el art. 36 de la Ley se
establece que «los vehículos hipotecados deberán ser asegurados contra
los riesgos de robo, hurto, extravío, sustracción o menoscabo, por una
cantidad igual o superior al importe total de la responsabilidad
hipotecaria».
Será necesaria para la constitución de esta hipoteca escritura pública
que, según el art. 35 de la Ley deberá contener, aparte de las
circunstancias generales, las siguientes: clase de vehículo y marca de
fábrica; matrícula del mismo; número de cilindros y potencia en HP;
categoría y número del permiso de circulación y lugar y fecha en que fue
expedido; toneladas de carga máxima cuando se tratase de camiones.
Si se trata de vagones, habrá de expresarse si son abiertos o cerrados y
la clase de servicio a que se destinen. En los abiertos, si son de
plataforma o bordes; si son cerrados, si son cubas o jaulas o
simplemente cerrados.
Otro dato para la identificación, son la inclusión de la serie y del
número de ejes, número dentro de su serie, carga, casa constructora,
año de la construcción y, las demás circunstancias que en cada caso se
estimen precisas.
Cuando sea un tranvía, el objeto de la hipoteca, se hará constar su
serie y número, casa constructora, año de construcción, servicio a que se
destina, número que le corresponda y todas aquellas circunstancias que
contribuyan a su mejor identificación.
De igual modo, el Notario, en el momento del otorgamiento de la
escritura, hará la anotación correspondiente en el permiso de
circulación del vehículo.
Hay que señalar por último, que los vehículos que tuvieren anotada la
hipoteca en el permiso de conducir necesitarán el consentimiento del
acreedor para salir del territorio nacional, como dispone el art. 37; así
mismo en este artículo se dispone que las Aduanas españolas exigirán
ese permiso de circulación.
C) Hipoteca de aeronaves
Viene esta hipoteca configurada en los arts. 38 a 41 de la Ley de
hipoteca mobiliaria, y se asimila esta regulación en gran parte a la que
rige la hipoteca de buques y, es por ello, por lo que su inscripción y
constancia de datos en lo referente a esta hipoteca se llevará en el
Registro Mercantil de la provincia o demarcación correspondiente.
Son objeto de esta hipoteca, según el art. 38, las aeronaves de
nacionalidad española; las de otra nacionalidad para que se puedan
hipotecar en nuestro país habrá que estar a los Convenios
internacionales y al principio de reciprocidad.
Se podrán hipotecar también las aeronaves en construcción siempre
que se hubiera invertido en ella un tercio de la cantidad total
presupuestada. En este caso de aeronaves en su fase de construcción se
realizará una inscripción provisional en el Registro mercantil hasta que
concluya dicha construcción; que una vez finalizada, dará lugar a
transformar esa inscripción provisional, en definitiva.
Abarca esta hipoteca, según establece el art. 39, salvo que se pactare
otra cosa, la cédula, motores, hélices, aparatos de radio y navegación,
herramientas, accesorios, mobiliario, y en general todos los pertrechos
que sean destinados al servicio de éstas, aunque sean separables de las
mismas.
La escritura de esta hipoteca deberá contener, además de las
circunstancias generales, que ya hemos expuesto, las siguientes según
exige el art. 40 para el otorgamiento de la misma, y que son: número de
su registro de matrícula; en caso de encontrarse en construcción fase en
la que se encuentra. Marcas de fábrica, detalle de la nacionalidad, y
cualquier otra característica que sirva para su identificación. Así mismo
el domicilio de la aeronave, la especificación de los seguros concertados
y los de carácter obligatorio.
Una característica de esta hipoteca es la que hace referencia a todo lo
relativo a la prelación de cobros como son las remuneraciones debidas
por salvamento, y gastos absolutamente necesarios para la conservación
de la aeronave, habiéndose de guardar para ello un orden cronológico
inverso, y, siempre que se hayan anotado en el Registro mercantil
correspondiente, y en un plazo que esté dentro de los tres meses
siguientes a aquél en que dichas operaciones o reparaciones hubieran
concluido.
D) Hipoteca de maquinaria industrial
La regulación de la hipoteca de estos bienes se encuentra establecida
en los arts. 42, 43 y 44 de la Ley de hipoteca mobiliaria. En esta
regulación se disponen normas sobre los objetos susceptibles de este
tipo de garantía, así como de los efectos de la misma, datos que ha de
contener la escritura y obligaciones concurrente a las personas que
intervienen en esta garantía.
Según el art. 42, podrán ser hipotecadas las máquinas, instrumentos o
utensilios instalados y destinados por su propietario a la explotación de
una industria y que directamente concurran a satisfacer las necesidades
de la explotación misma. Estableciéndose como requisito fundamental
que la industria figure anotada en el censo industrial o minero y a
nombre del hipotecante.
Para los efectos de esta hipoteca se consideran también como
máquinas las calderas de vapor, los hornos que no formen parte del
inmueble, las instalaciones químicas y los demás elementos fijos afectos
a la explotación de la industria.
La escritura de esta hipoteca deberá contener, además de las
circunstancias generales de toda hipoteca: la reseña de las máquinas,
instrumentos, o utensilios, con sus características de números, tipos y
demás peculiaridades que contribuyan a su identificación; lugar del
emplazamiento, e industria a que se destinan; aplicación de cada
máquina o utensilio, así como también su estado de conservación o su
grado de deterioro.
El dueño de las máquinas y demás bienes hipotecados tiene la
obligación de conservarlos en el lugar y en el estado en que se
encontraren y responderá civil, y en su caso, criminalmente, del
incumplimiento de aquélla. Esto no obsta, sigue diciendo el art. 44, para
que se puedan usar los bienes según su destino, normalmente y sin
merma de su integridad.
Se concede al acreedor la facultad de dar por vencida la obligación
hipotecaria en los casos en que el deudor realice un mal uso de la cosa,
o cuando éste se niegue a que el acreedor según su derecho inspeccione
la misma.
E) Hipoteca de propiedad intelectual o industrial
A esta forma de hipoteca la Ley de hipoteca mobiliaria y prenda sin
desplazamiento dedica los arts. 45 al 51, dando un conjunto de
directrices para la comprensión y extensión del objeto de la misma, así
como para la escritura de constitución, y las obligaciones de las partes
que en esta garantía intervienen.
Son objeto de hipoteca mobiliaria, y por lo tanto pueden ser
hipotecados, siguiendo lo dispuesto en el art. 45, los derechos
protegidos por las Leyes de propiedad intelectual o industrial. Esta
hipoteca abarca como accesorio, según el art. 46 de la Ley: la
adaptación, refundición, traducción, reimpresión, nueva edición o
adición de la obra hipotecada, según dicta, el párrafo 1º de este artículo.
La adición, modificación o perfeccionamiento de una misma patente,
marca, modelo y demás derechos de propiedad industrial, según el
párrafo 2º del mismo artículo.
La escritura de constitución de esta hipoteca habrá de contener
necesariamente junto a las circunstancias generales, todas las referentes
a la identificación del bien que se hipoteca (como son su naturaleza,
especie y características, etc.); la fecha y número de inscripción,
renovación, rehabilitación o prórroga en el Registro especial; licencias,
autorizaciones o concesiones otorgadas por su titular a terceras
personas; y la justificación de hallarse al corriente en el pago del canon
si lo hubiere.
Igualmente se imponen unas obligaciones al titular, ya que según el
articulado de la Ley éste no podrá renunciar a su derecho ni ceder su
uso o explotación, total o parcial, sin el consentimiento del acreedor.
Contiene una regla especial para cuando se trate del dueño o titular de
una película que se da en el mismo art. 48 que establece una excepción,
ya que éste, el dueño, podrá hacer cesión parcial de su derecho de
explotación previa cancelación parcial del crédito hipotecario en la
proporción fijada en la escritura constitutiva, o en su defecto a la
señalada por la entidad oficial y organismos competentes.
Cuando la cesión se hiciere sin la previa cancelación parcial, no
perjudicará los derechos del acreedor, y hará al cedente y cesionario
responsables «in solidum» hasta el importe de la indicada proporción.
En los casos en que el acreedor adquiera mediante pacto, la facultad
de cobrar el importe de los derechos del titular en su totalidad, o una
proporción determinada, se imputaran las sumas que perciba al pago de
los intereses, y, en lo que excediere, al pago del capital. El pago
realizado para estos fines, se notificará de manera auténtica a la
Sociedad de Autores como dispone el art. 49.
El acreedor también cuenta con la facultad, concedida en el art. 50, de
renovación, rehabilitación y prórrogas necesarias para el mantenimiento
de los derechos hipotecados.
Así mismo el acreedor podrá dar por vencida la obligación hipotecaria
antes del cumplimiento del término en los dos siguientes casos: a) por la
falta de pago del canon correspondiente; y b) por la falta de explotación
de la patente en un periodo superior a seis meses, o por la falta de uso
de las marcas durante cuatro años consecutivos, si no se hubiere
estipulado nada en contra, como se dispone en el art. 51.
2. Plazos
Ya hemos indicado como la presentación de un título en el Registro,
provoca la extensión inmediata del asiento de presentación, y como éste
obliga al Registrador a despacharlo dentro de un plazo de treinta días.
Por lo que se refiere a las cancelaciones, además de aplicárseles los
preceptos generales que para éstas da la Ley Hipotecaria, se aplican las
disposiciones concretas que para cada una de estas figuras se preveen el
la LHM y PSD, que se contienen fundamentalmente en los arts. 77 y 79.
Esta Ley establece un plazo de caducidad que difiere de lo establecido
en las disposiciones generales de la Ley hipotecaria, ya que caducarán y
se cancelarán de oficio o a instancia de parte, una vez transcurridos seis
años en la hipoteca mobiliaria y por el transcurso de tres años en la
prenda desplazada.
La Ley establece otra especialidad que es la que hace referencia a la
prescripción de la acción hipotecaria o pignoraticia. Acción que
prescribe a los tres años desde que puedan ser legalmente ejercitadas.
También, la preferencia de que goza el acreedor para el cobro de su
crédito, que hemos estudiado, y que viene establecida en los arts. 192,2º
y 1926,1º, del Código civil.
I. CONCEPTO
Junto a las categorías doctrinales tradicionales que integran los iura in
re aliena —derechos reales de goce y garantía— la doctrina moderna ha
introducido una tercera categoría, los derechos reales de adquisición,
que responden a las características propias del derecho subjetivo, recaen
sobre cosas, obtienen tipificación legal y son oponibles erga omnes.
Los derechos de adquisición preferente se definen como aquellos que
confieren a una persona que se encuentra en una determinada situación
jurídica, —como por ejemplo la de ser arrendatario, colindante,
comunero, etc.— la facultad de adquirir una cosa determinada con
preferencia a otra persona, por el tanteo o precio que éste habría de dar,
cuando su propietario ha decidido venderla —tanteo: comprar una cosa
por tanto precio como ofrezca otro comprador—; o bien cuando la ha
enajenado a un tercero, en cuyo caso estaríamos ante la facultad de
dejar sin efecto en determinados casos, la venta de una cosa después de
efectuada y dentro del término legal o convenido, previo desembolso al
comprador del precio por él pagado, y en su caso, los demás gastos que
procedan —retracto—, convirtiéndose de esta forma en propietario de
la cosa sobre la que recaen cuando concurran los requisitos legales
establecidos a tal efecto. De esta forma comprobamos que existen una
cierto parecido entre el tanteo y el retracto, pero mientras el tanteo
actúa antes de la venta, el retracto lo hace con posterioridad.
II. NATURALEZA JURÍDICA
Los derechos de adquisición preferente, considerados en sí mismos, no
otorgan ningún poder directo e inmediato sobre la cosa, pero su titular
puede hacerlos efectivos no únicamente contra el propietario o contra la
persona que ha enajenado, sino también respecto a los sucesivos
adquirentes de ellos. Son por tanto simples facultades de adquisición
que determinan la posibilidad de decidir la configuración de una
situación jurídica y por ello se engloban dentro de los derechos
potestativos.
Sin embargo, esta eficacia frente a terceros ha hecho que un sector de
la doctrina considere que nos encontramos ante auténticos derechos
reales. En este sentido ALBALADEJO señala que el tanteo, el retracto y
la opción son derechos reales de adquisición porque autorizan a su
titular para obtener de otra persona, a la que pertenece la cosa, la
transmisión de la misma. Razón por la que pueden calificarse también
de pretensiones de transmisión o poderes encaminados a obtener ésta. Y
en ellos, siendo derechos reales, el poder directo e inmediato que
otorgan sobre la cosa ajena: 1º Limita el señorío del dueño de ésta, en
cuanto le quita la libertad (que tendría sin el derecho de adquisición del
otro) de enajenarla a quien quiera. 2º Siendo tal derecho un gravamen
sobre la cosa, que la sigue y pesa sobre ella, esté en poder de quien esté,
faculta al titular para obtener la adquisición de la misma, no sólo es del
primer dueño —o sea, no sólo frente a éste—, sino frente a cualquiera;
de forma que puede perseguir la cosa en manos de toda otra persona
que la haya adquirido, y exigirle que se la transmita.
No obstante, y en nuestra opinión que compartimos con DÍEZ-
PICAZO, se trata de derechos de adquisición con un ámbito de eficacia
que permite a su titular dirigirse contra terceros, pero ello no nos
faculta para calificar estos derechos como reales puesto que en ningún
caso otorgan a su titular un poder directo e inmediato sobre las cosas.
2. Tanteo
Este derecho confiere a su titular la facultad de adquirir una cosa
determinada con preferencia a cualquier otra persona en las mismas
condiciones, incluido el precio, que se hubiere fijado para la transmisión
que aun no ha sido realizada. Es decir, se trata de la facultad de adquirir
antes que nadie una cosa determinada, bajo unas circunstancias y
condiciones que no se modifican ni alteran por el mero hecho de ser él
el primero a optar a su adquisición, siendo el momento de ejercerla
antes de la enajenación.
El derecho de tanteo encierra como característica significativa una
limitación al «ius disponendi» o facultad de disponer del propietario en
cuanto no puede transmitir la cosa a quien desee, sino que de entre
todos los interesados, aquel que fije las mejores condiciones estará
determinando que, de igualarlas la persona con derecho de tanteo, el
propietario no puede optar a quien prefiere, porque está legalmente
obligado por el derecho de adquisición preferente a ceder el bien a éste
último.
3. Retracto
Por este derecho su titular puede obtener una cosa ya vendida con
preferencia al que la ha comprado siempre que le indemnice por el
precio pagado por ella más los gastos ocasionados en su adquisición.
Supone como vemos, ejercitar la facultad de preferencia adquisitiva una
vez que la enajenación ha sido ya realzada, colocándose así el retrayente
—titular del retracto— en la misma posición que el tercer adquiriente —
en todos sus derechos y acciones—, manteniéndose el resto de
circunstancias y condiciones de la enajenación realizada entre
propietario y tercero arts. 1511 y 1525 Cc.
Observamos también que son tres los momentos distintos en los que
operan tales derechos: opción, tanteo y retracto. Así mientras la opción,
funciona y opera antes del contrato de compra venta, y es precisamente
por tener este derecho por lo que el adquiriente está facultado para ser
él con quien celebre la venta el propietario o dueño de la cosa; el tanteo
confiere a su titular la facultad de adquirir una cosa determinada con
preferencia a cualquiera otra persona en las mismas condiciones,
incluido el precio, que se hubiere fijado para la transmisión —de
manera, que no se podrá modificar el precio ni las demás circunstancias
que se hubieren establecido, ya que sólo se extiende su derecho a poder
adquirir la cosa, con preferencia a cualquier otra persona, y en un
momento determinado entre el contrato encaminado a la transferencia
de la cosa del que sólo nace la obligación de transferirla y la
enajenación o transferencia de ésta mediante su tradición al comprador,
que es cuando este derecho funciona—; y el retracto que funciona
después del contrato de compra venta y después también de transmisión
de la cosa al comprador —tercero—. De ahí que autores como
ALBALADEJO recojan las llamadas «conversión» y «concesión
acumulativa» del tanteo y el retracto.
La primera —la conversión del tanteo en retracto— se produce
cuando violando el derecho de tanteo que alguien tuviese sobre una
cosa, el dueño de éste enajena a otro, sin respetar la preferencia de aquél
para adquirirla, diciéndose así que el tanteo se convierte en retracto, y
que entonces quien tenía aquel derecho pasa a tener éste. Tal conversión
se recogía en la LAU de 1964 en el art. 48.1. El retracto es el
complemento del tanteo insatisfecho.
La segunda —concesión cumulativa de tanteo y retracto—. El derecho
de adquisición preferente se debería establecer siempre como tanteo, en
vez de como retracto. Además de esto, la ley otorga a veces a la misma
persona un derecho de tanteo y otro de retracto cumulativamente, de
forma que si el interesado es notificado de la enajenación proyectada y
por tanto puede tantear, y así, adquirir la cosa con preferencia a aquél a
quien el dueño proyectaba enajenarla, más si no lo hace y permite que
se consume la enajenación a favor de tercero, puede todavía después
hacerla suya retrayéndola del poder de éste.
Contra semejante sistema de duplicidad de oportunidades militan
poderosas razones, siendo la opinión más extendida aquella que se
pronuncia contra la concesión cumulativa de tanteo y retracto.
V. FINCA REGISTRAL
Dice LACRUZ que en el Registro de la Propiedad se inmatriculan
fincas, se inscriben títulos y se publican derechos.
La finca es la unidad básica de nuestro sistema registral. Cuando una
finca ingresa por primera vez en el Registro de la Propiedad, se dice que
se inmatricula. En este primer asiento se hace constar no sólo la
descripción física y geográfica necesaria para la identificación de la
finca, sino también quién es su propietario.
Inmatriculada la finca, a continuación se toma razón de los actos o
negocios jurídicos, es decir, de los títulos en sentido material, en cuya
virtud se produce una mutación jurídica inmobiliaria. La inscripción de
los títulos materiales se realiza mediante la presentación en el Registro
de los correspondientes títulos formales en que aquéllos quedan
recogidos.
Inscritos los títulos materiales relativos a una finca previamente
inmatriculada, el Registro publica, frente a todos los posibles
interesados en conocer la situación jurídica de la finca, los derechos de
dominio y demás de naturaleza real existentes sobre la misma, en virtud
de la inscripción de aquellos títulos.
Nuestro sistema inmobiliario registral adopta el criterio de llevar el
Registro por fincas (art. 243 LH), con lo que la finca es el eje en torno
al cual gira aquella institución. Cada finca se inscribe en el Registro en
folio aparte, dándole el Registrador el número de hojas que estime
conveniente, y con un número especial y correlativo al de la finca
últimamente inmatriculada. Es el sistema llamado del «folio real».
Ha de tenerse en cuenta la disposición transitoria 19ª de la Ley
24/2001, de 27 de diciembre, de Medidas Fiscales, Administrativas y del
Orden Social, que impone el deber de trasladar el contenido de los
libros y asientos del Registro a un soporte informático.
En ese folio y bajo ese número se encuentra el historial jurídico de la
finca inmatriculada, de modo que en él se agrupan todos los actos y
negocios jurídicos que hacen relación al inmueble y determinan su
situación jurídica; razón por la que a los terceros les basta con examinar
el folio de la finca inmatriculada para quedar protegidos frente a las
limitaciones o causa de resolución que no figuren en dicho folio o que,
indebidamente, consten en el folio de otra finca.
De lo anteriormente dicho resulta la gran importancia de la finca
como elemento básico de nuestro sistema inmobiliario registral. Pero, a
pesar de ello, ni la Ley Hipotecaria ni el Código civil formulan un
concepto de la misma.
Ha sido la doctrina quien ha elaborado el concepto de finca, y suele
ser definida como un trozo de la superficie terrestre, edificado o no,
cerrado por una línea poligonal y que es objeto de derecho de
propiedad.
De los preceptos de la Ley Hipotecaria se puede deducir, sin embargo,
un concepto de finca más amplio, en el que cabe incluir todas aquellas
entidades inmobiliarias que tienen acceso al Registro. En definitiva, la
cualidad de finca registral viene determinada por una circunstancia
meramente formal: es finca toda entidad inmobiliaria que abre folio en
el Registro (p. ej., los pisos en régimen de propiedad horizontal, el
aprovechamiento urbanístico, el agua, las concesiones administrativas,
etc.). A este sentido amplio de finca responde el artículo 6 del Texto
Refundido de la Ley del Catastro Inmobiliario aprobado por RDLEG
1/2004, de 5 de marzo.
I. LA INMATRICULACIÓN DE FINCAS
Con carácter descriptivo, ROCA SASTRE dice que la inmatriculación
es el ingreso de una finca en la vida registral, realizado en virtud de una
primera inscripción de su dominio en favor del inmatriculante, la cual
abre folio de registro particular, es obtenida por medios peculiares y
surte efectos específicos.
Los medios de inmatriculación, es decir, los procedimientos a través
de los cuales se consigue el ingreso de las fincas, por primera vez, en la
vida registral, son los siguientes: a) El expediente de dominio (art. 203
LH). b) El título público de adquisición de la finca (art. 205 LH). c) La
certificación administrativa de dominio a que se refiere el art. 206 LH,
sólo en los casos que en el mismo se indican.
Además de los procedimientos anteriormente mencionados, podrá
obtenerse también la inmatriculación de fincas en el Registro de la
Propiedad en los supuestos particulares que enumera el art. 204.
A) El expediente de dominio. Es un procedimiento cuyo objeto es
proveer al propietario de una finca de una titulación adecuada a los
efectos de su inmatriculación en el Registro, reanudar el tracto sucesivo
interrumpido o rectificar la descripción, superficie o linderos de una
finca ya inscrita.
Está regulado en el art. 203 LH, pero aquí se contempla sólo en su
función inmatriculadora.
El expediente de dominio, como se acaba de indicar, persigue
proporcionar un tipo de titulación supletoria al propietario de la finca
que carece de la titulación adecuada para lograr la inmatriculación de la
misma. Ahora bien, el objeto del expediente no es la existencia del
derecho, sino la de su adquisición; por consiguiente, no se persigue
acreditar que el promotor del expediente es propietario de la finca, sino
simplemente que adquirió su propiedad. Por ello, la resolución del
mismo no contiene declaraciones de derecho de ninguna clase y no
atribuye ni niega el derecho dominical. Lo que el expediente de dominio
trata de justificar es la existencia de un acto o causa idónea para
adquirirlo.
El expediente se inicia mediante solicitud por escrito del promotor del
expediente y deberá tramitarse ante Notario hábil para actuar en el
distrito notarial donde radique la finca o en cualquiera de los distritos
notariales colindantes a dicho distrito.
El Notario levantará acta a la que incorporará la documentación
presentada, remitiendo copia de la misma al Registrador de la
Propiedad competente, solicitando la expedición de certificación
acreditativa de que la finca no consta inscrita en el Registro y que, en su
caso, practique anotación preventiva de la pretensión de
inmatriculación.
Recibida por el Notario la comunicación del Registro acreditativa de
la extensión de la anotación solicitada, acompañada de la
correspondiente certificación registral acreditativa de la falta de
inscripción de la finca y de la falta de coincidencia de la misma con otra
u otras previamente inmatriculadas, notificará la pretensión de
inmatriculación a todos aquellos que puedan estar interesados, así como
a los propietarios de las fincas registrales y catastrales colindantes y a
los titulares de derechos reales constituidos sobre ellas.
Si cualquiera de los interesados formulase oposición, con expresión de
la causa en que se funde, el Notario dará por terminado el expediente.
Contra todos los que se hubieran opuesto, el promotor podrá entablar
demanda en juicio declarativo ante el Juez de primera instancia
correspondiente al lugar en que radique la finca.
Si no se formulase oposición por parte de ninguno de los posibles
interesados, el Notario levantará acta accediendo a la petición del
solicitante, y remitirá copia al Registrador para que, si procede,
practique la inmatriculación solicitada.
Frente a la denegación de la anotación preventiva o la inmatriculación
por parte del Registrador, podrán los interesados interponer los
recursos previstos en la Ley Hipotecaria para el caso de calificación
negativa, quedando siempre a salvo la facultad de los interesados para
acudir al procedimiento correspondiente en defensa de su derecho al
inmueble, prorrogándose la anotación preventiva y manteniéndose la
vigencia del asiento de presentación.
Siempre que se entable juicio declarativo ordinario relativo al dominio
o cualquier otro derecho real inscribible relativo a la finca, se dará
inmediatamente por terminado el expediente.
B) El título público de adquisición. La inmatriculación de fincas en
virtud de título público de su adquisición se encuentra regulada en el
art. 205 LH. Para que el título tenga virtualidad inmatriculadora han de
concurrir en el mismo las siguientes circunstancias:
a) Que se trate de un título público traslativo otorgado por persona
que acredite haber adquirido la propiedad de la finca, al menos un
año antes de dicho otorgamiento, también mediante título público.
Es necesaria, por tanto, la concurrencia de dos documentos; uno, el
título público en que conste la adquisición de la finca por el
inmatriculante y, otro, también público, acreditativo de que quien
transmitió al inmatriculante había adquirido el derecho sobre la
finca al menos con un año de anterioridad a la fecha del primero.
b) Que, a juicio del Registrador, exista identidad en la descripción de
la finca contenida en ambos títulos.
c) Que, asimismo, exista identidad entre la descripción contenida en el
título inmatriculador y la certificación catastral descriptiva y gráfica,
que necesariamente debe ser aportada al efecto.
Las inmatriculaciones practicadas conforme al art. 205 LH no son
inatacables: Los que se crean con derecho a los bienes o parte de ellos,
cuya inmatriculación se haya practicado por este medio, podrán
alegarlo ante el Juzgado o Tribunal competente en juicio declarativo, y
deberá el Juez ordenar que de la demanda se tome la correspondiente
anotación preventiva (art. 298. 4, últ. párr., RH).
Estas inmatriculaciones no surten efectos respecto de tercero hasta
transcurridos dos años desde su fecha (art. 207 LH); es decir, que hasta
entonces los adquirentes del inmatriculante no pueden quedar
protegidos por la fe pública del Registro.
C) Otros títulos públicos inmatriculadores. El art. 299 RH dicta una
norma de remisión, al decir que «también podrán inscribirse sin el
requisito de la previa inscripción los títulos, cualquiera que sea su fecha,
que fueren inscribibles directamente con arreglo a las leyes o
disposiciones especiales». Supuestos de este tipo son los previstos en el
art. 204 LH.
D) Las certificaciones de dominio. Entre los medios de inmatriculación
de fincas que no esté inscritas a favor de persona alguna, el art. 206 LH
se ocupa de las certificaciones de dominio, sólo en los casos que en el
mismo se indican.
Para la práctica de este tipo de inmatriculación han de concurrir los
siguientes requisitos:
a) La finca cuya inmatriculación se solicita ha de pertenecer a las
Administraciones Públicas o a las entidades de Derecho público con
personalidad jurídica propia vinculadas o dependientes de cualquiera
de aquéllas.
En la actualidad, ha desaparecido la posibilidad que el art. 206, en su
redacción anterior, otorgó a la Iglesia Católica de utilizar este
procedimiento especial.
b) Las entidades de que se trata han de carecer de título inscribible de
dominio; en otro caso, habrán de servirse de los demás medios de
inmatriculación.
c) Es necesario que la finca no se halle inmatriculada y que en la
certificación se exprese el acto, negocio o modo de su adquisición y
demás circunstancias que preceptúa el art. 206. 1 LH.
d) La certificación ha de ser expedida por funcionario competente; es
competente el funcionario a cuyo cargo se encuentre la
administración de los bienes.
e) Las entidades referidas, además, deberán aportar certificación
catastral descriptiva y gráfica de la parcela o parcelas catastrales,
que se corresponda con la descripción literaria y la delimitación
geográfica de la finca cuya inmatriculación se solicita [vid. art. 9.b)
LH].
f) El Registrador ha de comprobar la falta de previa inmatriculación
de todo o parte del inmueble.
El asiento de inmatriculación, practicado en virtud de estas
certificaciones de dominio, está también sujeto a la suspensión de
efectos establecida en el art. 207 LH.
V. EL TRACTO SUCESIVO
Para la práctica de un asiento en el Registro, no basta con la petición
de inscripción y la presentación del correspondiente título en el
Registro, es necesario, además, que el derecho de la persona que
otorgue el acto dispositivo a inscribir se halle previamente inscrito o
anotado. Esta exigencia viene impuesta por el llamado principio del
tracto sucesivo o de previa inscripción. Así, si lo que se transmite es el
derecho de propiedad, el adquirente sólo puede inscribir su derecho si el
transmitente figura como último y, por tanto, actual titular de la finca
en el Registro.
Por consiguiente, lo que persigue el tracto sucesivo es que, en el folio
abierto a cada finca, figure de modo completo su historial jurídico, de
forma tal que todos los actos de transmisión y adquisición de derechos
sobre la finca formen una cadena perfecta, en el sentido de que los
sucesivos titulares se sigan los unos a los otros sin solución de
continuidad.
El tracto sucesivo, sin embargo, tiene carácter formal, va dirigido al
Registrador, le impone la conducta a seguir: practicar el nuevo asiento
si quien aparece como disponente en el documento presentado es, en ese
momento, el titular registral; en otro caso, rechazará la práctica del
asiento. Todo ello independientemente de que quien disponga del
derecho sea el verdadero titular. Este principio está sancionado en el art.
20 LH.
I. EL ASIENTO DE INSCRIPCIÓN
1. Concepto
ROCA SASTRE define el asiento de inscripción como «un asiento
principal, definitivo y de carácter positivo, que se practica en los libros
de inscripciones y en el que se hace constar de un modo completo la
constitución, transmisión o modificación de un derecho real
inmobiliario».
Es un asiento principal, porque tiene subsistencia propia. Es definitivo,
porque tiene una duración ilimitada en el tiempo. Y es positivo, porque
manifiesta el nacimiento o modificación de derechos.
3. Eficacia procesal
La presunción de la existencia y de la pertenencia del derecho en favor
del titular registral tiene una importante transcendencia en el orden
procesal, ya que el favorecido con la presunción queda exonerado de
probar aquellas circunstancias y se impone la carga de la prueba en
contrario a quien trate de desvirtuar dicha presunción registral.
Con el fin de determinar los efectos procesales de la presunción de
exactitud, la doctrina distingue las distintas posiciones que en el
procedimiento puede ocupar el titular registral: como demandante,
como demandado y como tercerista.
a) En cuanto demandante, está legitimado para ejercitar cualesquiera
acciones reales en defensa del derecho inscrito (reivindicatoria,
declarativa, confesoria, negatoria, de deslinde), con sólo aportar la
certificación del Registro en que se acredite la vigencia, sin
contradicción alguna, del asiento correspondiente.
Por otro lado, la presunción de exactitud del Registro justifica la
existencia de procedimientos especiales de la LEC para cuando el
titular registral pretenda la efectividad de su derecho mediante el
ejercicio de las acciones reales protectoras del mismo. A estos
procedimientos se remiten el art. 41 LH (redactado por el apartado
1 de la Disposición Final 9ª de la LEC), si se trata de acciones reales
en general, y el art. 129 (redactado por el apartado 4 de la
Disposición Final 9ª de la LEC y de nuevo modificado por la Ley
19/2015, de 13 de julio), también de la Ley (procedimiento especial
de ejecución de hipoteca), si se trata de la acción hipotecaria.
b) En cuanto demandado, el titular registral tiene a su favor,
igualmente, la presunción de existencia y pertenencia del derecho;
pero también es posible que la presunción opere en su contra. En
este sentido, cualquiera puede demandarle como titular del derecho
real inscrito a su favor en el Registro (p. ej., al propietario de un
edificio —conforme al art. 1907 Cc— para exigirle responsabilidad
por los daños que resulten de la ruina de todo o parte de él, si ésta
sobreviniere por falta de reparaciones necesarias).
c) En cuanto tercerista: Cuando al titular registral le hayan sido
embargados bienes inscritos a su favor, en un procedimiento seguido
contra otra persona, sin necesidad de acudir a la tercería de dominio,
cuyos trámites son los del juicio ordinario (vid. arts. 593 y ss. LEC),
puede interponer la tercería registral establecida en el art. 38.3 LH,
para lo que bastará con que presente la certificación registral
acreditativa de que el bien o derecho consta inscrito «a favor de
persona distinta de aquella contra la cual se decretó el embargo o se
sigue el procedimiento de apremio».
Presentada la certificación, se alza el embargo y se sobresee el
procedimiento de apremio.
V. LA PRESCRIPCIÓN Y EL REGISTRO DE LA
PROPIEDAD
La Ley Hipotecaria, en los arts. 35 y 36, procura armonizar la
prescripción con el Registro, pretendiendo equilibrar los intereses en
juego. Dichos artículos regulan la usucapión conforme al Registro (o
secundum tabulas), la prescripción adquisitiva y la extintiva contra el
Registro (o contra tabulas) y la usucapión liberatoria (o usucapio
libertatis). Se puede observar que la Ley Hipotecaria no se ocupa de la
prescripción extintiva conforme al Registro. En los siguientes epígrafes
procederemos a hacer un breve examen de cada una de estas
modalidades de la prescripción.
3. Usucapión liberatoria
La usucapión liberatoria se produce cuando el usucapiente posee
como libre una cosa gravada con un derecho real, adquiriéndola
plenamente y sin el gravamen; es decir, el usucapiente adquiere a la vez
la propiedad y el derecho real que la grava, por lo que éste se extingue
por consolidación.
El art. 36.4 regula el conflicto que se produce entre el tercero
hipotecario adquirente de un derecho real inscrito en el Registro y el
usucapiente que ha poseído la cosa (o derecho), sobre la que recae aquel
derecho, en concepto de libre. Estamos, pues, ante la usucapión
liberatoria contra el Registro, para cuya regulación el art. 36.4 distingue
tres supuestos:
a) Derechos reales que no lleven aneja la facultad de inmediato
disfrute de la cosa o del derecho sobre el cual se han constituido (p.
ej., hipoteca, censo, etc.). Si estos derechos son adquiridos por un
tercero protegido por la fe pública registral, no se extinguen por el
hecho de que la cosa (o derecho) sobre la cual recaigan haya sido
poseída en concepto de libre y consumado la usucapión.
b) Derechos reales que lleven aneja la facultad de inmediato disfrute
de la cosa o del derecho sobre el cual se han constituido, cuando el
disfrute de los mismos no sea incompatible con la posesión causa de
la prescripción adquisitiva (p. ej., las servidumbres personales o
reales). Estos derechos, como en el caso anterior, tampoco se
extinguen en perjuicio de un tercer adquirente protegido, aunque la
cosa sobre la cual recaigan se haya adquirido por usucapión como
libre de los mismos.
c) Derechos reales con facultad de inmediato disfrute de la cosa o del
derecho sobre el cual se han constituido, cuando ese disfrute sea
incompatible con la posesión causa de la prescripción adquisitiva (p.
ej., el usufructo, el uso o la habitación). En este caso, el tercero
quedará afectado por la usucapión liberatoria si no procede en la
forma y plazos que determina el apartado b) del art. 36.
Junto a la usucapión liberatoria contra tabulas, que acabamos de
estudiar, existe también la posibilidad de la usucapión liberatoria
secundum tabulas, siempre que el titular registral posea como libre
durante el plazo de la usucapión una finca gravada con cargas que no
figuran inscritas en el Registro.
3. Las cancelaciones
La cancelación es un asiento que tiene por objeto dejar sin efecto y
publicar la pérdida de vigencia de un asiento anterior (DÍEZ-PICAZO).
La extinción de los derechos, lo mismo que su nacimiento, tiene lugar
fuera del Registro; por ello, el asiento de cancelación se limita a publicar
la pérdida de vigencia jurídica actual de otro asiento, pero sin que se
produzca la destrucción material de éste.
La cancelación produce los efectos propios de la publicidad registral
en sus dos aspectos de legitimación y de fe pública registral. El art. 97
LH dispone que «cancelado un asiento se presume extinguido el
derecho a que dicho asiento se refiere». Esta presunción es una
consecuencia del principio de legitimación, tiene carácter iuris tantum y,
por tanto, admite prueba en contrario: se presume que el derecho que
publicaba el asiento cancelado se ha extinguido en la realidad jurídica,
pero la presunción se destruye si se prueba que ese derecho existe en la
realidad. A la inversa, respecto a los terceros protegidos por la fe
pública registral, tal presunción es iuris et de iure, no admite prueba en
contrario, se mantienen sus consecuencias aunque se demuestre que la
cancelación es indebida. En efecto, el art. 76 LH, al decir que «las
inscripciones no se extinguen, en cuanto a tercero, sino por su
cancelación», proclama no sólo aquel aspecto negativo de la fe pública
registral: lo cancelado no existe, sino también su aspecto positivo: lo
inscrito existe frente al tercer adquirente.