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ERICH NEUMANN: TEÓRICO DE LA GRAN MADRE

Camille Paglia

(Traducción: Susana del Moral)

¿Cómo deben enseñarse las humanidades y como deberían formarse los especialistas en ellas? A estas cuestiones
esenciales han de enfrentarse hoy las universidades, en medio de las señales que difunden el acuerdo de que la era
del postestructuralismo y el posmodernismo ha llegado a su fin al cabo de tres décadas.
Mi opinión sigue siendo – como queda reflejado en mi extenso ensayo “Bonos basura y tiburones financieros”,
publicado por Arion en 1991 - que Jacques Derrida, Jacques Lacan y Michel Foucault eran falsos dioses, creados y
promovidos por académicos seculares de quienes se podría haber esperado un mayor grado de escepticismo. Al
institucionalizarse en los planes de estudio de licenciaturas y posgrados, el postestructuralismo se afianzó y se
convirtió en un dogma, y muchos profesores de humanidades perdieron la capacidad de respetar, valorar e incluso
reconocer cualquier sistema o hipótesis fuera de su propio marco de referencia. La insularidad tiene poco que ver
con el verdadero intelectualismo y es más afín a los fundamentalismos religiosos. Y más grave aún, el
postestructuralismo causó un daño manifiesto a dos generaciones de estudiantes que merecían una amplia y
generosa introducción a la riqueza de las humanidades y que, en su lugar, fueron alimentados a la fuerza con
cinismo e hipocresía. No veo que los estudiantes estadounidenses, incluso los de las universidades de élite, emerjan
hoy día con un bagaje de amplios conocimientos en artes y letras. Tampoco ha producido el postestructuralismo
ningún nuevo crítico de importancia – ciertamente ninguno de la imponente talla académica de los típicos
prominentes profesores que se educaron en la primera mitad del siglo XX.
El tema al que me refiero aquí es qué clase de teóricos o pensadores deben ponerse frente a los alumnos como
modelos académicos progresistas pero responsables. ¿Cómo pueden juzgarse y cultivarse la sensibilidad o el
desarrollo de las aptitudes académicas? ¿Acaso los escritores no proporcionan mejores frutos al cabo del tiempo
mediante el estimulo de un nuevo trabajo con una voz original en lugar de simplemente forzar la respuesta de los
aduladores?
Durante mis años de universidad, consideraba que la declinante Nueva Crítica, basada en la lectura atenta de los
textos literarios, era demasiado limitada para las fuerzas – sociales, históricas, psicológicas y sexuales – que
convergían en los años sesenta, por lo que decidí buscar modelos alternativos. Me sentí atraída por autores
inconformistas que habían transgredido las fronteras disciplinarias. Marshall McLuhan, Fiedler Leslie, Norman O.
Brown, Alan Watts.
En la universidad saqueé la biblioteca en busca de inspiración: fue como una excavación arqueológica. Hoy día,
debido a los catálogos on line y las webs especializadas, la información puede encontrarse con gran precisión y a
una velocidad impresionante. Por lo que dudo que ese tipo de desordenado y a veces incluso mugriento
compromiso con los viejos libros llame alguna vez la atención de los investigadores jóvenes. Pero fue mediante la
manipulación laboriosa de libros concretos como aprendí a estudiar materias, sopesar pruebas y emplazar
categorizaciones innovadoras o perlas de brillante penetración. Muchas veces, las mayores sorpresas se nos
aparecen en los estantes de al lado.
Uno de mis más importantes descubrimientos fue Erich Neumann, que nació en Berlín en 1905 y escribió durante
toda su vida en alemán. Yo diría que fue un producto de la última fase de la gran época de la filología clásica
alemana, la cual estaba animada por un ideal de profunda erudición. La educación superior de Neumann procedía
del entorno cultural de Weimar, con su fuerte y atrevido espíritu a pesar de la inestabilidad económica y el aumento
de la tensión política. Neuman cursó estudios de filosofía en la universidad de Erlangen, en Nuremberg, obteniendo
su doctorado en 1927. Investigó el hasidismo y la cábala del siglo XVIII, eligiendo como tema de su tesis a Johan
Arnold Kanne, un filósofo cristiano que había sido influido por la mística judía. En el subtítulo de dicha tesis,
Neumann denominó a Kanne “un romántico olvidado”.
Cada vez más interesado en el psicoanálisis, Neumann comenzó estudios de medicina en la universidad Friedrich
Wilhelm de Berlín. Aprobó los exámenes en 1933 pero no pudo obtener una plaza como interno a causa de las
leyes raciales que afectaban a los judíos. Décadas más tarde, cuando ya era conocido internacionalmente, la
universidad le concedió un tardío título de médico. Neumann sintió un temprano interés por las artes: escribió
poesía, así como una extensa novela, Der Anfang (El Comienzo). Llevó a cabo un estudio crítico de las novelas de
Kafka en 1932, cuando Kafka aun era considerado una figura menor.
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A pesar del profundo impacto que Freud causó en él, la figura central en la trayectoria de Neumann sería Carl Jung,
a quien conoció en Zurich en 1934 y con el cual estudió. Neumann (treinta años más joven) sería designado con el
tiempo heredero intelectual de Jung. La relación entre estos dos prolíficos intelectuales era sin embargo
ambivalente a causa del esporádico antisemitismo de Jung. Neumann y su esposa Julia, quienes habían pertenecido
en su adolescencia a organizaciones sionistas, emigraron a Palestina en 1934.
Fue entonces cuando Neumann inició su carrera como psicoanalista junguiano en Tel Aviv. Su esposa también se
convirtió en analista (y curiosamente, obtuvo una gran reputación como quiromántica profesional). Más adelante,
Neumann se convirtió en presidente de la asociación de psicoanalistas de Israel. Durante la Segunda Guerra
Mundial, con la interrupción de las comunicaciones, Neumann resultó seriamente afectado por la falta de contacto
con sus colegas europeos. Sin embargo, a partir de 1948 y hasta el final de su vida (murió de cáncer de riñón en
1960, a los 55 años de edad) viajó frecuentemente a Europa a dar conferencias, especialmente en las reuniones de
la Sociedad Eranos en Ascona, Suiza. (Otros participantes en las conferencias de Eranos fueron Mircea Eliade,
Herbert Read, Heinrich Zimmer, y Carl Kerényi). Princeton University Press publicó una gran cantidad de sus
escritos sobre arte y psicología en cuatro volúmenes de su colección Bollingen Series.
El primer libro publicado por Neumann fue Psicología profunda y nueva ética (1949), donde interpretó la figura
del “chivo expiatorio” durante el nazismo como una proyección de fuerzas psicológicas y culturales reprimidas. En
el mismo año apareció su primera gran obra, Orígenes e historia de la conciencia, con un prólogo de Jung. En este
libro, mi favorito de todos los suyos, Neuman argumenta que el crecimiento psicológico de cada individuo es una
recapitulación de la historia de la humanidad. Expone aquí lo que denomina “etapas mitológicas de la evolución de
la conciencia”: el mito de la creación, el mito del héroe y el mito de la transformación, identificado con el dios
egipcio Osiris. También expone su peculiar teoría de la centroversión en la formación del yo – una fusión entre
extraversión e introversión. No obstante, la voluminosa obra por la que es más conocido es La Gran Madre:
Análisis de un arquetipo, un estudio sobre la Magna Mater que fue publicado por primera vez en inglés en una
traducción de Ralph Manheim. (La dedicatoria reza así: “A C. G. Jung, amigo y maestro en su 80 aniversario.“) En
capítulos con títulos tan sugerentes como “La Diosa Primordial”, “El Gran Círculo”, “La Señora de las Plantas” o
“La Señora de las Bestias” (todos antiguos epítetos), Neumann traza la genealogía y el simbolismo de la figura de
la diosa en las diversas culturas. Aunque Orígenes está profusamente ilustrado, La Gran Madre es un auténtico
festín visual, un texto realmente esencial con 74 ilustraciones y 185 fotografías de objetos prehistóricos y tribales
relacionados con la diosa madre, en yuxtaposición con sorprendentes pinturas y esculturas que van de la antigüedad
clásica al Renacimiento. La mayor parte de estas imágenes proceden del Archivo Eranos para la Investigación
Simbólica, creado por Olga Froebe-Kapteyn, la librepensadora que fundó la Sociedad Eranos y que fue una de las
primeras discípulas de Jung. Otros importantes escritos de Neumann son las dos monografías, Amor y Psique
(1952), una interpretación junguiana del mito que aparece en El Asno de Oro de Apuleyo, y El Mundo Arquetípico
de Henry Moore (publicado por primera vez en traducción inglesa por R. F. C. Hull en 1959), un estudio de las
monumentales esculturas de mujeres del artista inglés. Este último libro es otra de mis obras favoritas de Neuman:
Moore proporcionó algunas de sus fotos privadas y nunca antes publicadas para el libro, y Neuman añadió
imágenes comparativas de objetos egipcios, chipriotas, mayas, peruanos, africanos y del neolítico francés.
Neumann llama deliberadamente a los conjuntos de madres e hijos de Moore “huérfanos” y los ve como una
evidencia profética del cambio cultural: “Hoy día se está comenzando a producir un cambio de valores, y con la
gradual decadencia del patriarcado podemos discernir una nueva emergencia del matriarcado en la conciencia del
hombre occidental.”
A pesar de que rechazó Totem y Tabú tildándolo de “etnológicamente insostenible”, Neumann vio a Freud como un
“Moisés” que había librado a su pueblo de la “servidumbre”: “Freud abrió el camino a la liberación del hombre de
la opresión de la vieja figura del padre, con la que él mismo estaba profundamente obsesionado”. Freud, no
obstante, percibió demasiado tarde que una “madre-tierra” había precedido al “Dios-Padre”: “Nunca llegó a
descubrir la decisiva importancia de la madre en el destino del individuo y de la humanidad”. Neumann encuentra
mayor variedad y flexibilidad en el sistema de Jung, con sus metáforas espirituales procedentes de la alquimia, el
ocultismo y el I Ching. En un tributo a Jung publicado en 1955, insistió en que Jung había superado a Freud:
“Ahora emerge lo que fue el mundo psíquico primario de la humanidad, el mundo de la mitología, el mundo del
hombre primitivo y de todas aquellas múltiples formas de religión y arte en los que el hombre está visiblemente
atrapado y por los que es conducido mediante el poder suprapersonal que sostiene y nutre todo desarrollo creativo.
La psique humana se ha revelado como una fuerza creativa en el aquí y el ahora.” Neumann entiende que la terapia
de Freud incide demasiado en la adaptación social y en que los pacientes eran presa de su pasado personal.

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La estrecha visión de Freud en lo referente a la mujer, basada en una limitada muestra de los tipos de finales del
siglo XIX, ha sido a menudo denunciada, y en algunos sectores del feminismo tradicional ha servido como fácil
excusa para desechar la totalidad de su revolucionario trabajo. Es cierto que la teoría de Freud acerca de los géneros
sueños, que llegó a transformar radicalmente el arte y el pensamiento modernos. Las relaciones de Jung con las
mujeres, incluyendo a una madre inestable, fueron abiertamente conflictivas, pero un considerable número de los
primeros analistas junguianos fueron mujeres fuertes y elocuentes, que tuvieron la capacidad de suministrar lo que
les faltaba a sus teorías. El trabajo de Neumann pertenece a esas generaciones posteriores, entre las cuales hubo una
considerable influencia mutua.
Neumann estableció una teoría según la cual existen cuatro etapas en el desarrollo psicológico de las mujeres.
Primeramente existe una matriz indiferenciada o unidad psíquica donde el ego y el inconsciente se encuentran
todavía indiferenciados. A esta etapa la denominó matriarcal y la consideró simbolizada por el uróboros, un antiguo
símbolo que muestra a una serpiente que se muerde la cola, es decir, devorándose y dándose a luz a sí misma al
mismo tiempo, una imagen tanto del solipsismo como de la fecundidad. En la segunda etapa se produce una
invasión espiritual y la dominación del arquetipo del Gran Padre (asociado con el racionalismo y el monoteismo), a
quien se percibe como destructor o violador. Esto podría ilustrarse con el peculiar e inquietante poema de William
Blake, “La rosa enferma”, donde un fálico e implacable “gusano invisible… vuela en la noche/en la aullante
tormenta” para “destruir” el “lecho/de alegría carmesí” de una virginal rosa encerrada pasivamente en sí misma. En
las ilustraciones de “Cantos de Inocencia y Experiencia” (1789 – 1794), Blake, al igual que Neumann, muestra el
desarrollo de una serie de estados espirituales y psicosexuales.
En la tercera etapa del desarrollo, Neumann encarna lo masculino en una individualidad normativa, un héroe que
libera a la mujer joven del control paterno pero que la somete al yugo de un matrimonio convencional bajo la
autoridad de un nuevo hombre. Los roles sexuales se encuentran polarizados, con la masculinidad y la feminidad
excluyéndose mutuamente. La cuarta y última etapa tiene implicaciones feministas: aquí la mujer madura descubre
su verdadera voz y su auténtico yo. Según va tomando prestados elementos de lo masculino, los roles sexuales se
van difuminando.
Espero haber delineado las cuatro etapas de Neumann con precisión. Lo cierto es que este no es el aspecto de su
obra que más me llamó la atención o que me influyó más. Las teorías generales sobre la psicología femenina
perdieron rápidamente interés tras el resurgir de los movimientos feministas a finales de los años sesenta. Éstas
aparecían como arbitrarias y reaccionarias en la medida en que reflejaban una concepción de la mujer anterior a su
entrada masiva en el mundo del trabajo. Cuestiones relacionadas específicamente con la maternidad fueron ahora
evitadas y gradualmente abandonadas – lo que a largo plazo supuso un coste para el feminismo. Mientras que
grupos de mujeres ejercían presión dentro y fuera del campus en torno a cuestiones prácticas como flexibilidad
horaria y guarderías, la biología y la reproducción fueron purgadas de la discusión en la mayoría de los programas
de estudio de las mujeres – o más bien se redujeron a la única y todavía muy discutida cuestión del aborto (que yo
como feminista apoyo totalmente).
Si hubiera que juzgar por los planes de estudios sobre la mujer de la mayoría de los colegios y universidades
estadounidenses de los últimos treinta años, daría la impresión de que la maternidad hubiera sido relegada a un
lejano pasado, cuando las únicas funciones abiertas a las mujeres eran las de esposa o monja. La simbiosis entre
madres e hijas en los primeros estudios sobre la mujer, quedó relegada a causa de su potencial para transmitir
estereotipos negativos; el análisis se limitaba generalmente a las dinámicas sociales, poniendo poca o ninguna
atención a los factores biológicos. La maternidad contemporánea se desvanece totalmente con el
postestructuralismo, cuyo discurso ideológico excluye la naturaleza y la biología y no contempla otra cosa que
incida en la vida humana salvo la opresión del poder político. Hacia finales de los años ochenta y principios de los
noventa, con la aparición de la teoría queer, una rama del postestructuralismo, el género fue declarado una ficción
absoluta, nada más que una serie de gestos mediatizados por el lenguaje.
Lamentablemente, el enfoque junguiano no jugó ningún tipo de papel en el feminismo de perfil académico. Las
principales razones para ello fueron la orientación religiosa de Jung (su padre era sacerdote protestante) y su pasión
por la naturaleza. En su lugar, el feminismo académico norteamericano y británico asumió el freudianismo francés
a través de las pretenciosas y complejas tesis de Lacan. Sin embargo, Jung debería incluirse en cualquier programa
de humanidades que pretenda enseñar la “teoría”: sus arquetipos constituyen los tropos universales, las estructuras
básicas de la épica, el drama, el folklore y los cuentos de hadas. El trabajo de Erich Neumann, especialmente,
conecta sin ningún problema con las grandes obras de la literatura y el arte. Mientras que el postestructuralismo,
que se basa en la lingüística francocéntrica de Fernand de Saussure, sólo puede reclamar su éxito con la literatura
auto-reflexiva – es decir, los escritos auto-referenciales o auto-anuladores de la corriente irónica modernista. El

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postestructuralismo no tiene nada que decir sobre los grandes temas mitológicos y religiosos que han dominado la
historia mundial del arte.
No obstante, ha habido una fuerte influencia junguiana en el feminismo no académico. Jung es un progenitor
cardinal del movimiento de la Nueva Era, que se desarrolló a partir de dos importantes líneas del pensamiento de
los años sesenta – el imperativo de la vuelta a la naturaleza (que podría considerarse un vestigio del Romanticismo)
y el multiculturalismo, sobre todo en lo relativo a las religiones de los nativos americanos y del Asia Oriental. (Me
gustaría definir mi propio trabajo como de la Nueva Era en este sentido; soy una atea que venera los sistemas
simbólicos de las religiones mundiales). Parte del legado junguiano es el culto feminista de la diosa, un fenómeno
casi totalmente exterior al campus, que alcanzó su cota máxima en los años ochenta pero que aún sigue
prosperando de manera menos visible.
Han existido diversos tipos de creencia en la diosa. En algunos casos ha sido considerada una metáfora, un símbolo
de la “diosa interior”, el espíritu femenino liberado. Los principales ejemplos de esta tendencia son Descent to the
Goddess: A Way of Initiation for Women (1981) de Sylvia Brinton Perera, donde se celebra a la diosa sumeria
Innana-Isthar, y Goddesses in Everywoman: Archetypes in Women’s Lives (1984) de Jean Shinoda Bolen. En otros
casos, la diosa ha sido adorada literalmente mediante el druidismo o los cultos brujeriles, como una sustitución
pagana de la corriente patriarcal judeocristiana con sus prejuicios acerca del sexo y la naturaleza. Una rama
teológica liberal del feminismo ha tratado de corregir o reformar la cristiandad mediante la implantación de
paradigmas femeninos (“Padre nuestro” se convierte en “Madre nuestra”).
El feminismo de la diosa cometió un grave error al aceptar y promover una equivocación cometida primeramente
por el escritor suizo Johann Jakov Bachofen en su libro de 1861 Der Mutterrecht (El Matriarcado). La presencia
por todo el mundo de figuras prehistóricas de la diosa llevó a Bachofen a la errónea conclusión de que las
sociedades primitivas fueron matriarcales, gobernadas literalmente por mujeres. Su teoría fue ampliamente
divulgada por la erudita británica de la antigüedad clásica, Jane Harrison, quien enseñó en la universidad de
Cambridge desde 1898 a 1922. Me encantan los libros de Harrison, y me siento especialmente influenciada por el
tema de lo ctónico (yo digo “ctoniano”), un extraño motivo de culto a la tierra. Pero lo cierto es que ella se
equivocó sobre la existencia del matriarcado prehistórico, acerca del cual no se han encontrado evidencias. Cuando
la hipótesis del matriarcado resurgió en el feminismo junguiano, terminó convirtiéndose en la telenovela de
Arcadia: Erase una vez una época en la que todo era paz, prosperidad e igualdad, donde los pueblos adoraban a la
diosa, que prosperó felizmente durante eones hasta que los hombres se hicieron con el poder – los codiciosos
agresores que inventaron la violencia, la guerra, las jerarquías sociales opresoras, y las injustas disparidades
económicas que sufrimos hoy. Esta ingenua visión de la historia política fue difundida por innumerables libros
feministas a lo largo de dos décadas (y todavía puede ser detectada en algunas denuncias ecofeministas de la
explotación capitalista de la naturaleza). El cáliz y la espada (1987) de Rianer Eisler, por ejemplo, ha logrado un
status casi canónico a pesar de su sentimentalismo partidista y sus frágiles reclamaciones históricas. Incluso puede
haber influido en el éxito del bestseller de misterio, El código da Vinci (2003), de Dan Brown, en el que se alega
una tradición de represión del poder femenino por parte del cristianismo primitivo y medieval.
Una de las más famosas predicadoras del matriarcado fue la arqueóloga lituana Marija Gimbutas, que dio clases en
la Universidad de California. Por desgracia Gimbutas no eligió como mentor al erudito Neumann sino al más
popular Joseph Campbell, que había sido colega de éste en las conferencias Eranos de suiza y que había editado
seis volúmenes de los Anuarios de Eranos. Profesor durante treinta y ocho años en el Sarah Lawrence College,
Campbell llegó a ser conocido por el gran público gracias a su bestseller de 1949, El héroe de las mil caras (que
supuestamente inspiró la trilogía Star Wars de Georges Lucas) y por una serie de la televisión pública emitida en
1988, El poder del mito, en la que fue entrevistado por Bill Meyers. Campbell encontró la teoría del matriarcado de
Bachofen en Jane Harrison y la adoptó y transmitió de manera acrítica. Más tarde, apoyó oficialmente a Gimbutas
escribiendo el prólogo de su libro de 1989, El lenguaje de la diosa. Ambos han fallecido, pero su alianza es
conmemorada hoy por la Biblioteca Joseph Campell y Marija Gimbutas del Instituto de Posgrado de Pacífica en
California.
La antigua Gran Madre fue una figura peligrosamente dual, terrible y benevolente a la vez, como la diosa hindú
Kali. Neumann supo ver esto con claridad, pero Campbell y las feministas impulsoras de la diosa no: la depuraron
y simplificaron despojándola de los problemáticos residuos bárbaros y arcaicos. Neumann citó y elogió la labor
pionera de Bachofen sobre la prehistoria, pero tuvo la precaución de señalar que esta última idea del matriarcado
(como Neumann indica en La Gran Madre) ha de ser "entendida psicológicamente más que sociológicamente". Al
tiempo que cita a Bachofen en Orígenes e historia de la conciencia, insiste en que el período matriarcal “hace
referencia a una capa estructural y no a una época histórica”. Es a causa de esas sutiles distinciones por lo que

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admiro a Neumann – porque sus especulaciones se atienen escrupulosamente a las pruebas. Esta controvertida
cuestión del matriarcado, que sigue siendo una de las más dudosas del feminismo, es de especial importancia para
mí, ya que fue la causa de algunos de mis primeros enfrentamientos públicos con compañeras feministas cuando
comencé a dar clases a principios de los setenta.
Yo diría que Erich Neumann es la clave para una futura incorporación de Jung al feminismo académico. Pero las
investigaciones sobre el género son sólo una parte de su obra. Yo lo considero como un crítico de la cultura cuya
síntesis de arte, historia y psicología ofrece una dirección para los estudios culturales más prometedora que los
actuales modelos académicos, que se derivan principalmente de los marxismos británico y alemán (como, por
ejemplo, la Escuela de Frankfurt). La auténtica crítica cultural requiere de saturación académica, así como de
capacidad de imaginación receptiva. La forma en que Neumann manipula el material es más improvisada que
esquemática, realizando gráficos psíquicos ilustrativos que, inevitablemente, parecerán falsos o extravagantes a los
no junguianos. Debido a la destreza con la que despliega las evidencias arqueológicas y etimológicas, Neumann
pertenece, en mi opinión, a una dinastía de eruditos alemanes de unos 150 años de duración que siguieron el ideal
de Winckelmann, como Hermann Usener, Werner Jaeger, y Ulrich von Wilamowitz-Moellendorff, los cuales
pelearon duramente con el carácter y la metodología de los estudios clásicos. Yo llamaría a Neumann historicista,
de no ser porque el término “historicismo” resultó corrompido por el nacionalismo y el imperialismo alemanes,
algo con lo que el sionista Neumann obviamente no conectaba. En su gravitación hacia los estudios helenísticos y
orientales (es decir, del Cercano Oriente), cuyo auge comenzó a finales del siglo XIX, Neumann está en la línea de
Jacob Burckhardt y Friedrich Nietzsche, quienes, no sin controversia, habían extendido la definición de cultura
griega más allá del sereno alto clasicismo ateniense.
Neumann tiene siempre un agudo sentido del contexto histórico, incluso cuando teje sus eclécticos detalles en un
tapiz denso. Se apropia de los hechos, pero no para desestabilizar y fragmentar a la manera postmoderna, sino para
resituarlos, conservando su peso histórico y otorgándoles un aura psicológica. Neumann acepta la cronología y
reconoce las causas y efectos en la historia - cosa que no hace el postestructuralismo. Pero también es capaz de
percibir ciclos profundos y repeticiones, al igual que Vico, Nietzsche y Yeats, para quienes la historia y la
naturaleza poseen ciertas similitudes. Esta perspectiva híbrida de Neumann me resulta muy interesante. Creo
firmemente que existe un tiempo lineal mensurable, pero que no es progresivo y ascendente al modo victoriano. Mi
libro Sexual Personae (cuyo título evoca el término junguiano “persona”, es decir, la máscara social) presenta el
arte y la historia como una imparable y casi compulsiva secuencia de crecimiento, pérdida y recuperación. Las
conexiones que realiza Neumann entre lo europeo y las demás culturas, continúa y expande la empresa de Jung,
cuya antropología sincretística se remonta a La Rama Dorada de Sir James Frazer. La épica obra de Frazer,
publicada en doce volúmenes entre 1890 y 1912, causó un enorme impacto en la primera generación de escritores y
artistas modernos, el ejemplo más famoso es el apocalíptico poema de T. S. Elliot La Tierra Baldía, de 1922. Yo
denominaría “frazeriana” a la filología de Neumann. Al igual que Frazer (cuya “acumulación de material
etnológico” cita), Neumann crea un vasto y ensoñador poema en prosa, con un sorprendente y en ocasiones extraño
material flotando tanto en el interior como en el exterior.
La erudición de Neumann es una forma de arte, debida en parte a que emana de sus profundos conocimientos en
materia de arte. Él es el máximo ejemplo de la inclinación junguiana por las imágenes. Freud, por el contrario, dio
prioridad al lenguaje: su caracterización de los contenidos del inconsciente era puramente verbal; de ahí, por tanto,
su interminable dispositivo de “curación por la palabra” para desentrañar las neurosis. En el análisis lingüístico
freudiano de los sueños, todos los detalles se resuelven mediante juegos de palabras, mientras que Jung considera
los sueños como visiones, que pueden o no ser simbólicas pero que resultan potentes por propio derecho.
Neumann encuentra la revelación y la inspiración en el arte. En su ensayo, La Gran Experiencia, dice que el
verdadero arte proporciona “una sensación estremecedora, tan fluida e incomprensible como la energía de la propia
vida”; “La infinita abundancia del arte en la humanidad presupone una abundancia correspondiente de respuestas
humanas.” Habla de “capacidad humana para la apertura y recepción del „verdadero arte‟ o, alternativamente, para
permanecer cerrado e inamovible ante él” (esto último abunda de manera alarmante en el mundo académico
actual).
Con notable catolicidad (algo raro en ese momento), Neumann abraza tanto el arte clásico como las modernas
vanguardias. Sus ensayos están repletos de alusiones a las artes visuales de todas las épocas - Giotto, El Bosco,
Grünewald, Titian, Rembrandt, El Greco, Goya, Hokusai, los impresionistas, Van Gogh, Cezanne, Rousseau,
Picasso, De Chirico, Klee, Chagall, Giacometti, Dalì. Interesado también por la música, dedica un ensayo a La
Flauta Mágica de Mozart y en otros lugares cita a compositores como Bach, Beethoven, Verdi, y Wagner. Cultiva

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de forma similar el gusto literario - Shakespeare, Cervantes, Goethe, Balzac, Poe, Baudelaire, Melville,
Dostoievsky, Zola, Thomas Mann, James Joyce.
Para Neumann el arte existe como formas, materiales y técnicas, no sólo como contenidos – algo a lo que ha sido
reducido numerosas veces en las interpretaciones freudianas. La forma en que Freud analizó el psicodrama de la
familia burguesa fue inigualable, pero sus conclusiones sobre el arte fueron desiguales. A pesar de ser coleccionista
de piezas arqueológicas, tenía poca sensibilidad para las artes visuales y para la música, y tenía tendencia a
interpretar la obra de arte como un síntoma neurótico. El artículo de Neumann “Leonardo da Vinci y el arquetipo
de la Gran Madre”, un debido homenaje al importante ensayo de 1912 de Freud sobre Leonardo, es en realidad una
réplica vigorosa. Neumann refuta la tesis de Freud sobre el origen “patológico” del arte de Leonardo y afirma que
distorsiona los hechos de la infancia de éste. Para Neumann, Leonardo es un “fenómeno de occidente”, al igual que
Goethe, un ejemplo del artista titánico occidental debidamente elevado al rango de “héroe”, como Miguel Ángel o
Beethoven. En la línea de Jung, Neumann contempla al hombre creativo como “bisexual” o incluso “femenino”, a
causa de su elevada “receptividad”. Evoca maravillosamente la “soledad” de Leonardo y la compara con la de
Nietzsche. Este ensayo por sí solo bastaría para establecer el virtuosismo de Neumann como crítico cultural.
La adopción de Freud por parte del postestructuralismo lacaniano hizo más grave su problema de base, es decir, su
sobrestimación del lenguaje en nuestro maquillaje neurológico. El cerebro dispone de muchas cámaras: el homo
sapiens también piensa en imágenes intermitentes, algo que se ha convertido en primordial en lo que he
denominado en otra parte nuestra moderna Edad de Hollywood. Erich Neumann estaba exquisitamente sintonizado
con la evolución y las permutaciones de los estilos artísticos; era además consciente de la espiritualidad del arte y
poseía una sofisticada comprensión del proceso creativo, algo bastante olvidado hoy día. Por otro lado, el marco
temporal de Neumann era muy superior al del postestructuralismo. Foucault, por ejemplo, se centró en la
Ilustración y sus consecuencias en Europa y Norteamérica; pero supo muy poco acerca de las diversas culturas del
mundo e incluso sobre la antigüedad clásica europea hasta el final de su carrera.
Cualquier gran teoría sobre la cultura debe comenzar con la prehistoria y el desarrollo y transformación de las
sociedades nómadas en sociedades agrarias. Aquí es donde el enfoque junguiano, con su atención a la naturaleza,
demuestra su superioridad sobre el estricto construccionismo social del postestructuralismo. El olvido de la
naturaleza por parte de los estudios de género académicos ha sido algo desastroso. Sexo y género no pueden ser
entendidos sin hacer referencia, pese a lo calificativo, a la biología, las hormonas y el instinto animal. Y al eliminar
la naturaleza del plan de estudios de humanidades, no sólo inhiben la apreciación por parte de los estudiantes de
una gran cantidad de obras poéticas y pictóricas inspiradas en la naturaleza, sino que también desactiva en ellos la
capacidad de procesar las noticias sobre devastadores tsunamis y huracanes que asolan nuestro incierto mundo.
Un pasaje del excelente ensayo de Neumann, “Arte y tiempo”, muestra el alcance y la claridad de su mente:

¿Como puede el individuo, como puede nuestra cultura, integrar cristianismo y antigüedad, China e India, lo moderno y lo
primitivo, el profeta y el físico nuclear, dentro de una humanidad? Sin embargo, esto es lo que el individuo y la cultura deben
hacer. A pesar de las guerras y los pueblos que se exterminan unos a otros en nuestro mundo atávico, nuestra viva realidad
interior tiende, lo sepamos o no, lo queramos admitir o no, a un humanismo universal.

Esto es un conmovedor manifiesto para una nueva y completa enseñanza, una unión del arte y la ciencia, así como
un iluminado multiculturalismo.
Mientras redactaba este texto para las conferencias Mainzer, encontré (mediante la magia de la web) un detallado
artículo sobre la vida y la obra de Erich Neumann de la periodista israelí Aviva Lori publicado a primeros de año
[28 de Enero de 2005] en el diario Ha‟aretz. Fue encargado para que coincidiera con un simposio celebrado en el
kibutz Givat Haim Ihud para conmemorar el centenario del nacimiento de Neumann. Para mi sorpresa y deleite,
también se celebró, patrocinada por la Asociación Austriaca de Psicología Analítica, una conferencia sobre
Neumann en Viena el pasado Agosto con el mismo objetivo. Parece que el espíritu de la época – una fuerza que,
según Neumann, impulsa la creación artística – está preparando el camino para su retorno.

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