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UNIVERSIDAD DE GUAYAQUIL

FACULTAD DE JURISPRUDENCIA Y
CIENCIAS SOCIALES Y POLITICAS

ESCUELA DE DERECHO

MATERIA:

DERECHO PROCESAL PENAL

ALUMNA:

EVELYN DAYANNA SANCAN ASQUI

CURSO: MA 7-5

CICLO: 2021-2022 CII


Imparcialidad E Independencia Judicial.
A pesar de los progresos normativos y declarativos realizados hasta la actualidad, la
función judicial no ha sido capaz de garantizar su propia independencia y con ello su
imparcialidad. La inercia ha continuado y poco o nada se ha hecho para que la justicia deje de
ser un mito. Es más, continúan como ayer, dependientes de nuevos actores e intereses
particulares que obstaculizan la búsqueda del bien común.

En un Estado de Derecho son los jueces los responsables de que la autoridad de la ley
sea una práctica diaria y no un discurso vacío. Son los jueces los llamados a someter a
personas y autoridades al imperio de la ley y con ello garantizar la seguridad jurídica en la
sociedad. De allí su responsabilidad con la vigencia del estado de derecho y la inclaudicable
búsqueda por parte de la sociedad de «buena» función judicial comprometida con este
objetivo, sin olvidar que no puede existir una buena función judicial sin buenos jueces; esto
es, jueces que apliquen las leyes con honestidad, independencia, imparcialidad y capacidad.

Los Estados están obligados a proteger la independencia e imparcialidad de la función


judicial. En este nuevo marco, de reformas procesales penales y de reorganización de las
Fiscalías, las garantías independencia e imparcialidad adquieren un sentido más extenso. La
función judicial debe entenderse en sentido amplio para incluir tanto a fiscales como a jueces.
La independencia incluye la falta de condicionamientos que puedan interferir en la actuación
de fiscales y jueces, mientras que, la imparcialidad se refiere a la actuación objetiva apegada
a lo que el marco normativo y la jurisprudencia prescriben, ausente de preferencias o sesgos
personales, organizacionales o políticos. La independencia del funcionamiento del sistema de
justicia se refiere tanto a la institución de que se trate (Fiscalía o Judicatura) como a la
persona que la representa. Mientras que la imparcialidad siempre se materializa en la
actuación en casos reales y concretos. En suma, el combate a la corrupción requiere de un
orden jurídico e institucional en el que los sistemas, las leyes, las garantías y los
procedimientos prevalezcan sobre la voluntad de las personas. En donde los fiscales realicen
investigaciones serias (imparciales y objetivas) y los jueces cuenten con la posibilidad real de
determinar las responsabilidades que se derivan por la comisión de los ilícitos penales.

Resulta devastador para la Justicia el sistema de las puertas giratorias con la política,
el sistema de los nombramientos de jueces (y fiscales) en puestos políticos, o incluso, la
asunción de cargos de responsabilidad parlamentaria de jueces o magistrados. Es terrible
que jueces que “se pasaron a la política” sean promocionados poco tiempo después a los
puestos más altos de la jurisdicción. También lo es el sistema de aforamientos que permite
que ciertos investigados sean enjuiciados por Tribunales superiores, precisamente aquellos
sobre los que mayores sospechas de politización se acumulan.

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