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Dentro de las múltiples maneras en que un ser humano puede perder la vida, el suicidio ha sido

objeto del mayor número de discusiones, juicios y análisis, ya que su controvertida naturaleza ha
sido considerada como un acto que atenta contra los principios de vida que han prevalecido en la
mayoría de las culturas.

El origen del término “suicidio”, no se remonta a la antigüedad helénica, pues este concepto no
existía para hablar de la auto-privación de la vida, en su lugar se describía directamente la manera
en la que el referido se quitaba la vida, o se usaban metáforas como en el caso de Platón. Para los
latinos, el término correspondiente era mors voluntaria, inventadopor Cicerón. Sin embargo, el
diccionario francés, en 1762 utilizó el término latino suicidium de la siguiente manera: sui –sí
mismo, caedere – matar. No obstante, algunos autores que abordaron el tema como van Hooff,
Hinojo o Ma. Regla Fernández, sostienen que dicho término no era posible en el latín, ya que: En
latín no se pueden hacer palabras que tengan un pronombre como prefijo. A oídos de Cicerón,
suicidium habría sonado como “matanza de cerdos”, (sus: swine, es decir, cerdo). (Van Hooff,
1937).

Se ha encontrado que este término fue utilizado por primera vez por Gauthier de Saint Victor, un
teólogo francés, en 1177-1178, refiriéndose al suicidio de Séneca, como una manera de atacar a
los que tomaban por ejemplo a los filósofos griegos. A partir de aquí, el término desaparece por un
lapso de 450 años y es entonces cuando se vuelve difícil definir en dónde aparece por primera vez
tras el cese de su uso. Algunos autores lo ubican en Thomas Browne en su obra Religio Medici de
1642-43. Por su parte, David Daube, lo ubicó en la obra de Walter Charleton. Hinojo, rastrea el
término hasta 1643 en J. L. Caramuel en su Theología moralis fundamentalis.

Cabe mencionar que a pesar de que, en 1656, el diccionario inglés Glossographia incorporaba
dicho término, seguía siendo considerado como una palabra de muy mal gusto, con connotación
bárbara y para muchos no era digna de ser mencionada en ningún diccionario, ya que causaba
repugnancia en la mayoría de las personas. Es hasta 1762 que la Academia Francesa de la Lengua
la incorpora a su diccionario, y hasta 1817 hace lo propio la Real Academia de la Lengua Española,
aunque ya había sido utilizada de manera no muy frecuente desde 1654.

Es así como el término se estandarizó ya bien entrado el siglo XX, cuando ya es utilizado en toda la
literatura médica, psicológica y sociológica. Ahora bien, pudimos notar que el término también
gozó de muy mala reputación durante muchos siglos, sin embargo, esto no fue siempre así, ya que
el concepto de quitarse la vida ha atravesado por muchas corrientes ideológicas, pasando por
aquellas que lo veían como algo honorable, hasta quienes lo condenaron como un acto brutal y
peor juzgado que cualquier clase de homicidio.

En este bagaje ideológico que versa acerca del suicidio podemos retroceder muy atrás en la
antigüedad, y encontrar sus primeros antecedentes en un documento egipcio que data del año
2000 a. C., cuyo título se interpretó como Dialogo entre un hombre desesperado y su alma, en el
cual se presenta a la muerte como un alivio para un hombre en extrema desesperación y dolor,
quien ve en la muerte una salida agradable. (Salman Rocha, 2011).

De igual manera, volteado a ver las culturas mesopotámicas, se pueden encontrar referencias
documentadas sobre el suicidio: en 2001, el historiador Giovanni Pettinato descubrió unas tablillas
en Irak que narran cómo el rey Gilgamesh, de Uruk, hacia el año 2650 a. C., resuelve morir junto a
su familia y miembros de su corte, anegándose para que “nadie tuviera noticias del sepulcro”.
(Andrés, 2003). Aunado a esta referencia se encuentra el mito de la creación, en el cual se
describe al dios Bel, quien se decapita para que con su sangre mezclada con barro crease al
hombre.

De esta manera podemos apreciar que, a lo largo de las culturas antiguas extendidas desde África
hasta Asia meridional, el suicidio era parte de su mitología y su astrología. Dejándonos ver que no
era propiamente mal visto ni repudiado este concepto, sino por el contrario, podía llegar a verse
como algo honorable o, en el caso del mito, fuente de nueva vida: el sacrificio propio para fertilizar
la tierra de donde surgirá nueva vida.

Más adelante, el concepto de quitarse a uno mismo la vida llegaría a la cultura helénica, donde, en
realidad no se pierde mucho la idea de que es un medio para salvar el honor y evitar la vergüenza
y el dolor. Ya en Homero, Herodoto, Xenofonte, y en otros autores, aparece dicho concepto,
recordando que no con el término tal cual, sino con descripciones tales como: “se clavó la espada”
o “ató un lazo al techo”; o bien por medio de construcciones metafóricas como: “darse la muerte a
sí mismo, “producirse el bien por propia mano” o “bajar con gusto al Hades”, todas dichas por
Platón. No obstante, no cualquier manera de morir es bien vista por los griegos, por ejemplo,
morir por ahorcamiento propio era considerado como algo sumamente vergonzoso y motivo de
castigo y ni siquiera un esclavo ameritaba practicar esta clase de muerte.

Ya en la amplia literatura griega encontramos a diversos héroes y personajes que han cometido
suicidio, como es el caso de Yocasta, reina de Tebas, Ajax, en la tragedia de Sófocles, o el propio
Sócrates, quien fue condenado a suicidarse tomando Cicuta.

Así como el caso de Sócrates, el suicidio en Grecia era también implementado como un medio de
castigo, siendo más común el lanzarse al vacío o ahogarse. En todos los casos, estos castigos
generaban compasión en las personas, y al suicida se le veía como un héroe, digno de admiración.
Así mismo, una persona podría optar por morir antes de sufrir un gran dolor o de perder el honor,
y esto no era condenado, siendo más bien, motivo de ensalzamiento. Estas ideas fueron legadas
por los romanos, quienes legislaron a favor del suicidio en casos similares a los planteados por los
griegos, por lo cual no ahondaremos más en el tema de Roma.

Acercándonos a la cultura hebrea, encontramos que el suicidio, aunque se prohíbe al ser, el alma,
propiedad de Dios y no de uno mismo, tampoco es condenado o favorecido de manera global, y en
su lugar se aprobará o reprobará dependiendo de los motivos por los cuales se llevó a cabo dicho
suicidio, sin embargo, el respeto mismo que se tiene hacia la muerte y hacia Dios, hace que en
general haya una apreciación negativa hacia el concepto. Algunos textos indican que no se deben
observar ninguna clase de rito sepulcral o funerario hacia un suicida e incluso se enterraban
separados del resto de los difuntos.

Fue hasta la edad media, cuando el suicidio fue catalogado, dentro del cristianismo, como un
pecado mortal, y fue nada menos que San Agustín de Hipona quien categorizó de tal manera al
suicidio: “la venganza de Dios ha de ser más severa con estos asesinos de sí debido a la usurpación
cometida por ellos, del lugar que sólo a Él le corresponde”. (Van Hooff, 1939). Esta condena se da,
principalmente al infringirse el mandamiento que dice: “No matarás”. Sin embargo es interesante
señalar, que estos conceptos que se definieron ya entrada la edad media, eran diferentes a los que
se tenían en los inicios del cristianismo en donde el suicidio podía llegar a ser bien visto en ciertos
casos como el martirio o en el caso de las mujeres que defendían su propio honor. Ya para el
concilio de Arles, se denunció al suicidio como un acto de inspiración diabólica, y en el concilio de
Toledo se ordenó la excomunión a cualquier persona que muriera de esta forma, quedando así
fuera de la gracia de Dios y condenado al infierno.

Al mismo tiempo que la Iglesia condenaba radicalmente al suicidio, eliminando cualquier excusa
para llevarlo a cabo, la ley civil hacía lo propio, considerando de igual manera al suicidio algo más
grave que al homicidio, e imputando castigos severos sobre los cuerpos del suicida y en sus bienes,
los cuales le eran retirados incluso a la familia del suicida, llegando a colgar los cuerpos en caso de
ser hombres y quemarlos en el caso de las mujeres. La única excepción a estos castigos era que el
suicida hubiera padecido locura.

Como una excepción, se encuentran las justas y torneos de caballeros, en los cuales
constantemente se ponía en juego la vida y en ocasiones se llegaba a perder. A esto, Minois le
llamó “sustitutos nobles del suicidio”, y no eran mal vistos ya que estaba en juego el honor del
caballero, ya que era parte de sus obligations des chavaliers.

De manera similar, encontramos a los caballeros cruzados, quienes llegaron a cometer actos
suicidas antes de caer en manos de los turcos. Este tema está muy relacionado con el suicidio
militar del cual hablaremos más adelante.

Si avanzamos hacia los pueblos nórdicos, encontramos, en contraste, que, en su mitología, Odin,
dios principal, se suicida para obtener sabiduría, la cual le permitiría llegar a despertarse e
interrogar ahorcados y a brujas muertas para así poder obtener el conocimiento que poseían.
También existe una versión de la historia de Tristán e Isolda en donde se suicidan por amor. En
ambos casos, se aprecia una valorización del acto suicida, muy diferente a lo que se vivía en la
Europa central y occidental en la cual la Iglesia había permeado las ideas condenatorias del
suicidio.

Ahora bien, durante siglos, el suicidio también tuvo implicaciones bélicas y militares. Y en lo
general podemos decir que dentro de este contexto difícilmente se llega a condenar y a ver con
ojos de desdén, por el contrario, se llega a considerar como héroes o mártires a quienes cometen
suicidio por motivos militares, es decir: no morir a manos del enemigo, o de caer preso ante ellos.
Tales motivos están profundamente vinculados al tema del honor.

A lo largo de la historia se encuentran documentados numerosos casos de suicidios masivos de


soldados o de grupos de gente que murieron antes de caer ante el hierro enemigo. Por ejemplo,
Bruto y Casio, homicidas, se suicidaron tras su derrota en la batalla de Filipos, en la antigua Grecia;
en Numancia, en el año 133 a. C. cuando los pobladores de la ciudad se suicidaron e incendiaron el
pueblo ante el asedio del ejército romano. O en el 67 a. C., cuando cuarenta judíos se aniquilaron
entre ellos para no caer en manos de los romanos. De manera similar, la resistencia judía del
pueblo de Masada cometió suicido antes de caer a manos de los romanos. Más adelante, como ya
mencionamos previamente, los Cruzados, preferían cortar su existencia antes de caer presos de
los turcos. En la edad media, en la cultura nipona, los samurái, guerreros nobles, tenían el código
Bushido, en donde se contemplaba la práctica del Harakiri o Seppuku, que se llevaba a cabo
cortando el vientre propio para evitar la pérdida del honor ante el enemigo.
Siglos más tarde, en la segunda guerra mundial, se retomaría el concepto de suicidio antes de
rendirse: el pueblo de Okinawa cometió suicidio masivo ante la victoria inminente del ejército
norteamericano. Por otra parte, se creó el escuadrón Kamikaze cuya táctica militar era impactar la
aeronave en objetivos enemigos para así inmolarse y destruir dichos blancos. Del lado de los nazis,
también existía el concepto de morir antes de caer en manos enemigas, de esta manera, todos los
soldados alemanes traían consigo una pastilla de cianuro la cual debían ingerir en caso de caer
presos o heridos de muerte.

Similar a lo ocurrido con los Kamikaze, los extremistas islámicos, practican la auto inmolación para
perpetrar actos terroristas, aunque, la ley islámica tiene prohibido el suicido, no obstante, dichos
grupos lo consideran un acto de martirio para glorificar la Jihad, o guerra santa.

Retomando el tema de la cultura oriental, cabe destacar, que las connotaciones del suicidio son
bastante diferentes a las que se tienen en la cultura occidental. Allá, como mencionamos
previamente, era una práctica bien vista por parte de los samuráis, en donde el seppuku, tenía
incluso un ritual que incluía la composición de un poema y el beber sake, como una manera de
honrar el acto. Las mujeres por su parte también podrían enfrentarse al suicidio por diversas
razones, como la pérdida del honor, no caer ante un enemigo, seguir en la muerte a su marido o
señor, o al recibir la orden de suicidarse. En este caso, no se le llama harakiri, sino jigai, o sea,
simplemente, suicidio. También, el harakiri podría ser utilizado como una condena penal, como en
el caso de los 47 Ronin, entre 1701 y 1703. Los Ronin eran samuráis que no obedecían a ningún
señor feudal. El caso de estos 47 guerreros que por cometer desobediencia fueron obligados a
cometer suicidio, convirtiéndose en el caso más conocido dentro del país nipón.

Conclusión personal.

Durante el transcurso de la historia, el suicidio ha formado parte de las diversas culturas y épocas.
Es curioso ver cómo han existido múltiples juicios de diversa categoría de acuerdo con los
conceptos ideológicos de cada cultura. Sin embargo, también es posible notar que, en la mayoría
de las culturas, el suicidio es aceptable cuando se trata de defender el honor, ya sea en el campo
de batalla o en la vida diaria, cuando se sufre un dolor inefable, cuando se es mártir o cuando es
por amor. Estos preceptos prevalecen en culturas como la griega, la hebrea, el cristianismo y las
culturas orientales. A pesar de ello, actualmente, y dado a que principalmente, la iglesia católica
condenó el suicidio como un acto peor que el homicidio, este se considera hoy en día, en la
mayoría de los casos como un acto de cobardía o de deshonra de tal magnitud que se ignoran las
causas por las cuales se cometió el acto.

A este respecto, me parece que, en general, los juicios que se le han aplicado han respondido a la
conveniencia y criterio de la sociedad, siendo en ocasiones tolerado o justificado por las
circunstancias, y en otras, severamente castigado. El problema aquí es que, se llegaba a caer en
incongruencias e inconsistencias en el ejercicio de un juicio, ya sea de valor o incluso penal, a un
suicida.

En efecto, el suicidio no puede ser considerado como un acto noble o positivo, sin embargo, lo que
la historia nos ha hecho ver es que no se debería ejercer un juicio definitivo hacia una víctima, ya
que muchas veces, la desesperación y el dolor son tales que no es posible para el afectado, pensar
en otra cosa que no sea en el suicidio, como una última solución o aparente solución al enorme
cúmulo de problemas que en un punto de su vida detonan y se derraman nublando así el
repertorio de posibles soluciones previas a la del escape suicida.

No obstante, vemos que en la sociedad actual, no se analiza caso por caso, por el contrario ya se
estandarizó la opinión sobre que el suicidio es un acto de débiles y de gente sin valor para
enfrentar sus problemas, visión que claramente contrasta con la de todas las culturas de la
antigüedad y de oriente.

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