Mariano Azuela
El hecho Revolucionario y la tesis “Antirrevolucionaria”
Mariano Azuela (MA) Es el novelista más
importante de la primera década del siglo XX, pues
enriqueció la novelística hispanoamericana y le abrió el
camino para el posterior boom hispanoamericano. Azuela
publicó Los de abajo en 1915 en El Paso, Texas, en plena
Revolución, y no recibió atención hasta mediados de la
década de 1920, cuando el pueblo mexicano comenzó a
interesarse en saber qué le había ocurrido. La novela en
sus inicios causo polémica por su mensaje, pero hoy en día
a trascendido tanto que hasta forma parte de la curricular
estudiantil mexicana. Lo artístico de su obra está en
dejarse atravesar por los hechos, en darnos la ilusión de
estar viendo lo que el autor vio. Sobriedad, desnudez,
imaginación para cifrar en una metáfora de poderosa
violencia iluminadora toda una situación social o todo un
conflicto psicológico. A el se le atribuye la clasificación
“Novela de la revolución”, y no es para menos, pues, supo
mantenerse por el tiempo y diferenciarse de sus
contemporáneos.
(RD) ¿Los de abajo se asemejan más a
víctimas o a delincuentes?
(MA) Es una mezcla de ambos. Los de abajo son
víctimas arbitrarias de los abusos, por mucho tiempo lo
fueron. Pero aparte, son víctimas de su propia ignorancia.
Son analfabetos y tienen una visión simple del mundo. No
luchan por sus principios, ni por algún fin claro y
concreto, ellos luchan por sobrevivir, por escapar, por
gozo. Y eso mismo también los hace delincuentes, que
contradicen sus ideas, y comenten los mimos abusos que
se cometieron contra ellos. Pero al final de esa máscara,
son también, humanos, hablan, se mueven y comenten
errores, no son tampoco héroes, solo son seres posibles.
(RD) ¿Con que fin expuso las contradicciones
de los ideales de la Revolución Mexicana?
(MA) Con el fin de concebir un pensamiento crítico a mi
nación, o un hecho que tenía que ser resaltado. Cuando vi
en que se transformaba la revolución, sentí que debía
analizarlo, dividirlo y exponerlo. Estábamos viviendo un
cambio bastante fuerte, pero detrás de lo que parecía un
movimiento ideológico complejo, solo habían hombres y
mujeres enfurecidos. Cuando por fin concebí la idea de la
obra, me decidí por usar el realismo, pues ganaba auge en
Europa, y acá apenas surgía, así que sería novedoso.
Además, me resulto particularmente interesante lograr
transmitir una tesis mediante la descripción física, pero
inteligentemente a través de los hechos.
(RD) ¿Qué rescata de la violencia en la
Revolución?
(MA) Pues en esta revolución no solo el falso heroísmo
se volvió legendario, sino también la brutalidad y el
bestialismo. Sabrá usted que durante décadas después, los
cronistas exageraron esos truculentos relatos que
provocaban shock, y sorpresa ante tal perversión, y es que
no es para menos, esos hechos fueron de cotidianidad
durante la revolución. La promiscuidad, la vulgaridad,
los placeres del guerrero, la libertad, la matanza, la
borrachera, el saqueo, los sueños macabros de venganza
son propias de la revolución, y terminada aquella, muy
pocos se atrevían a hablar de eso antes que se publicara mi
obra. Hoy en día no hay mucho problema en resaltar ese
aspecto, pero en aquellos tiempos, era bastante polémico
emitir un criterio así, pues inmediatamente te convertías
en un antirrevolucionario.
(RD) ¿La obra va dirigida a los de arriba o
los de abajo?
(MA) No es una dedicatoria, es un retrato y crítica de lo
que divisé en aquel frenesí de emociones, actos, pero sobre
todo, de ideas simples o ausentes. Había sangre, había
indios furiosos y molestos con los federales, sedientos de
venganza, pero al final, no pasaban de ser eso, indios
molestos. Pero a ellos nunca se las dediqué, ni a los de
arriba. Sé que se encuentra en mi obra un sentido crítico y
moralista hacia este conflicto, pero lo que busco en
realidad es exponer el pragmatismo ignorante de esta
revolución a través del retrato.
(RD) ¿Es su obra, una obra
antirrevolucionaria?
(MA) Creo que es necesario aclarar este punto una vez
más. Publiqué mi obra en diciembre de 1915, y pasó
desapercibida durante casi diez años. Cuando la saqué
aún se disparaban las balas, y por el contenido crítico e
incómodo era propiciador a lecturas diferentes. Pero
cuando la revolución se fue apaciguando y el juicio se
recuperaba, junto a aquellos nuevos sentimientos, también
el nombre de mi obra se fue divulgando, y la calificaron
de “antirrevolucionaria”. Era imaginable que sucediera
eso por el carácter naturalmente político de mi criterio, sin
embargo, insisto, yo nunca estuve en contra de la
revolución, por le contrario, participé de ella. Pero cuando
al fin me pregunté el para qué la revolución, comprendí
que estaba vacía, vacía de objetivos y pensamientos, y lo
que hice a continuación fue, no denunciarla, sino
criticarla, abrirla y analizarla, exponerla, cosa que muy
pocos de mis contemporáneo se hubieran atrevido a hacer
aquel entonces.
(RD) ¿Entonces, al final de su vivencia,
usted se considera algún tipo de
Revolucionario?
(MA) Como todo un patriota mexicano, sí, me considero
un revolucionario, pero no el revolucionario de 1910, de
aquellos que peleaban por un ideal falso, del de sentar
cara a los de arriba, cuando en realidad seguían siendo los
mismo indios dominados. Me considero como el
revolucionario de las letras, el revolucionario de lo
emocional y lo crítico. Empleo los hechos y sucesos, para
armar la revolución, mas no me equipo de vagas
ideologías y el corriente discurso político, lo cual me hace
más un naturalista que un culturalista.
(RD) ¿Se identifica con el personaje de su
novela: Solís?
(MA) En realidad, no es un personaje que me represente
por voluntad, cuando escribes una historia, sin querer
creas un reflejo inconsciente de tu criterio o tu
personalidad en la misma, y sucedió con Solís. Es un
revolucionario decepcionado a quien le hiere la falta de
sentido de su lucha pero es también un soldado rebelde.
Se podría decir que una parte de mí sí se identifica con el
pensamiento de Solís.
(RD) ¿Quiénes hacen la revolución, los
ideales individuales o colectivos?
(MA) Puede ser entendida de ambos modos, como
individual y colectivo a la vez. Cuando la revolución
surge, los individuos se levantan en voz unánime, aunque
no es una masa ideal e igualitaria en todos los planos, se
puede diferenciar una idea básica entre los gritos
dispersos, un movimiento popular. Pero al pasar el
tiempo, esta se deforma, quedando como al final, en un
desorden, un sinsentido de actos, sin propósito, sin fin
alguno, sin profundidad, y surgen contradicciones, y se
vuelve en un movimiento de caudillos primitivos,
oportunistas y a la vez inocentes. A ese punto es difícil
diferenciar un grito único entre toda la muchedumbre.
Demetrio por ejemplo, fue un guerrillero armado sin
ideas, en cambio Cervantes era educado y era mucho más
crítico. Solís, un seguidor desilusionado, la “pintada”,
conflictiva y violenta, el Gral. Pánfilo Natera, un líder que
manejaba gente, Güero Margarito, un militar cruel,
malvado y despiadado. Es una amalgama de sentimientos,
ideas y personalidades la que conforman la revolución de
los de abajo, pero paradójicamente, a la complejidad de su
diversidad está la ignorancia de su lucha.
(RD) ¿La violencia es la fortaleza o la
debilidad de una Revolución?
(MA) La violencia es un claro y simple mecanismo de
poder. La desatan los caciques y el ejército huertista
cuando ya no tienen más recursos de control sobre las
masas que la brutalidad ilimitada: el saqueo, las
violaciones, la destrucción se imponen como regla del
nuevo régimen. Ser menos violentos que los otros es
perder. Sin embargo, en la revolución, la violencia no solo
estaba en el sentido de no batalla, si no se daba por causas
n importantes: la crueldad por gusto, por desahogo, por
impune prepotencia que hay que gastar contra quien se
pueda, ya que el poder que no se ejerce no es poder. Pero
como revolución ideal, representa una debilidad, pues con
la violencia se destruye el verdadero sentido de una
revolución, se tergiversa el mensaje y no queda más que
luchas populares sinsentido.
(RD) ¿El realismo solo se limita a hacer
descripciones físicas de la Revolución?
(MA) Por ser realismo, no quiere decir que solo se limite
a la realidad. Con argumentos se puede dar profundidad
a los personajes, lo que los hace tridimensionales y reales.
Parece contradictorio, por ejemplo con el personaje de
Demetrio. Es un campesino de ideas vagas, un personaje
poco profundo al cual no se lo puede analizar más que a
sus acciones. Pero la crítica que hago se manifiesta a partir
de eso, de la misma realidad y los hechos que se producen
entre ellos, que transmiten lo que quiero expresar, pero no
directamente. Dicho de otra manera, no busco una imagen
plana para la contemplación meramente, sino una imagen
que produzca criterio y análisis, que se pueda estudiar, y
que exponga lo que realmente fue la revolución
Mariano Azuela
Nació en Lagos de Moreno, Jalisco, México, el 1 de enero
de 1873. Estudió medicina. Algunas de sus obras
tempranas son Los fracasados (1908), y Sin Amor (1912)
contienen todos los rasgos que caracterizan a su obra:
sátira social, crudo realismo expresivo y construcción
clásica de la novela. Durante el gobierno de Francisco
Madero, Azuela fue nombrado jefe político en Lagos, y
posteriormente director de Educación en Jalisco. En 1913
se incorporó como médico militar al ejército de Pancho
Villa con el fin de apoyar la revolución. Luego emigró a
los Estados Unidos y en El Paso, Texas, escribió su famosa
novela Los de abajo, que comenzó a publicar por entregas
en diciembre de 1915 en un periódico local mexicano, El
Paso del Norte. Años más tarde la novela alcanzó gran
difusión en el extranjero y se tradujo a ocho idiomas. En
1917 Azuela regresó a la ciudad de México y trabajó como
médico en un consultorio público, aunque siguió
escribiendo novelas: Los caciques (1917) y Las moscas
(1918). Azuela se interesó no solo por el realismo sino que
intentó conciliar el arte social con un estilo vanguardista.
También escribió ensayos de crítica literaria: Cien años de
novela mexicana (1947), así como algunas adaptaciones
teatrales de sus novelas. Recibió el Premio Nacional de
Literatura en 1949 y murió en la Ciudad de México en
1952.
Rodrigo Dávalos Alarcón 5A