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Un viejo problema
Hace más de veinte años, el periodista Darío Klein publicó una pionera
investigación cuya idea central fue la siguiente: tal como aparece en la prensa uruguaya,
la llamada "crónica roja" produce un sentimiento de inseguridad que guarda escasa
relación con la realidad delictiva del país. En los albores de la década del noventa, se
crea en los principales diarios una página de información policial con la obligación de ser
llenada. Además, aumentan los títulos en primera plana y las ilustraciones, y disminuyen
los textos. Desde las crónicas policiales, las adjetivaciones se vuelven negativas y se
apela a las generalizaciones: inseguridad, violencia, olas, peligros.
Este estudio también dejó al descubierto, a través del análisis de distintas
encuestas, la existencia de una opinión mayoritaria que percibía un aumento de la
delincuencia en el país y el uso de más violencia en la concreción de los delitos. Por si
fuera poco, esa "opinión pública" exigía mayor represión y penas más severas.
Mientras se expandían la seguridad privada y las armas de fuego en manos de la
población civil, y la estadística sobre criminalidad presentaba valores estables, era
posible advertir que la inseguridad crecía con mayor fuerza que el delito, lo que llevó al
autor a interrogarse lo siguiente: ¿no estaremos retornando a una suerte de
"sensibilidad bárbara"?
Por esos años, otros estudios iban en la misma dirección. En un país que hacía
poco tiempo había recuperado su democracia y que la crisis social y económica golpeaba
con dureza, eran habituales discursos, sensibilidades y reacciones sobre la violencia y la
criminalidad que delataban inseguridades más profundas. Del mismo modo, comenzaba
a gestarse un debate sobre los medios de comunicación y su creciente incidencia en la
conformación de una agenda de opinión pública. Tal vez en menor medida, algunos
investigadores empezaron a poner el ojo en los cambios potenciales y reales que pudiera
experimentar el delito en el país al ritmo de las transformaciones sociales y culturales.
Como en la gran mayoría de los países de América Latina, hoy en día la
inseguridad es el principal problema de preocupación de los uruguayos. Pero como
acabamos de reseñar, tal preocupación está instalada desde hace más de dos décadas,
cuando el delito estaba lejos de los valores actuales, lo cual nos dice muchas cosas sobre
nuestra propia sociedad.
Más aún, podríamos afirmar que la preocupación por el delito recorre toda
nuestra historia moderna. En 1906, José Batlle y Ordóñez advirtió sobre el "problema
cada vez más grave de la delincuencia y del abandono moral y material de los menores".
Tres años después, José Irureta Goyena constató "el descenso concomitante en la edad
de los delincuentes: sube la cifra de los crímenes y baja la de los años: por todas partes
el fenómeno es el mismo". Por su parte, un observador en 1930 no dudó en su juicio: "el
número y la audacia de los crímenes contemporáneos autorizan a creer en el aumento
de la delincuencia. La edad de los acusados permite afirmar que la precocidad en el
crimen se agrava en nuestros días en proporciones alarmantes".
1
Sin embargo, la preocupación actual tiene características muy definidas, entre
otras razones porque el sentimiento de inseguridad es un dato social y cultural
ampliamente consolidado. La expansión sin precedentes de los medios de comunicación
-al punto que nos podemos enterar al instante de cualquier hecho delictivo-, las
manifestaciones reales de criminalidad, los usos políticos y económicos del miedo, la
falta de confianza ciudadana hacia las instituciones estatales responsables de abordar el
fenómeno, y la vulnerabilidad de amplios sectores de la sociedad que focalizan sus
inseguridades existenciales en el problema del delito, son algunos de los motivos que
están detrás de tan profunda preocupación.
En una situación como la actual, apelar al pasado y señalar que inquietud por el
delito hubo siempre, genera muchas veces indiferencia o irritación. "¿Qué me importa el
pasado si el problema grande lo tenemos ahora?", se señala habitualmente. Es cierto
que tal apelación puede sonar a excusa, pero un abordaje público del problema que sólo
amplifique el presente corre el riesgo de idealizar el pasado ("antes estas cosas no
ocurrían") e intensificar la negatividad a la hora de definir la realidad del momento. Una
sociedad que comprende sus procesos y que está informada sobre las causas que
explican los fenómenos, tiene muchas más posibilidades de impulsar estrategias
integrales para el abordaje de la problemática.
Lo mismo ocurre con la comparación regional. En medio de un continente que
tiene las tasas de homicidios más altas del mundo, el Uruguay siempre se ha destacado
por sus niveles de seguridad. Cali, Medellín, Caracas, Ciudad de Guatemala, Río de
Janeiro, incluso zonas de la provincia de Buenos Aires, son invocadas como infiernos que
contrastan con las vicisitudes que se padecen cotidianamente en Montevideo. Pero la
gente vive en su ciudad y poco le importan esas referencias lejanas, ya que al fin y al
cabo sus juicios sobre la seguridad se los forma por lo que muestran los informativos,
por testimonios cercanos o por experiencias directas.
Es verdad que el Uruguay presenta tasas bajas de criminalidad en el contexto
latinoamericano. También es verdad que hay países y ciudades con cifras más bajas que
las nuestras (Chile, por ejemplo), del mismo modo que nosotros aportamos evidencias
que nos colocan tristemente en los primeros lugares, tales como la preocupación por la
seguridad, la cantidad de armas de fuego por habitantes, las tasas de población
carcelaria, el volumen de la violencia doméstica y la prevalencia de suicidios.
Al igual que con las referencias temporales, es necesario ubicar a nuestro país en
el contexto regional de la violencia y la criminalidad. No sólo porque nos ayuda a
entender nuestras particularidades, así como nuestros avances y retrocesos, sino
además porque nos coloca en un espacio en el cual se gestan redes de criminalidad
organizada que siempre influyen sobre la dimensión doméstica. Olvidar el lugar en el
que estamos insertos puede ser tan nocivo como atribuir solo a factores "externos" la
gravedad de nuestros males.
A lo largo de este libro buscaremos describir y comprender una realidad que
lejos está de ser simple y que nos compromete emocionalmente a todos. Para poder
cumplir ese objetivo, y contribuir al debate público, también es importante la mirada
conceptual. Se ha señalado hasta el cansancio que nuestras sociedades producen
distintas violencias que golpean la vida de hombres y mujeres (tales como los suicidios o
los accidentes de tránsito) que no se consideran delitos, del mismo modo que hay
manifestaciones de criminalidad que no entrañan violencia física (hurtos, estafas,
corrupción, etc.). De igual forma, existen violencias invisibles que condicionan nuestras
acciones, y violencias institucionales, es decir, las que se ejercen cotidianamente desde
2
el Estado a través de abusos policiales, arbitrariedades penales, acosos y torturas en
centros de detención.
En definitiva, la violencia y la criminalidad son fenómenos que pueden ser
mirados de distinta manera según la matriz ideológica desde la cual se los defina. Si se
asume un enfoque de política pública, se habla de seguridad pública o seguridad
ciudadana.1 Si se parte de una perspectiva más analítica, se coloca la idea de protección,
la cual supone mantener bien lejos los peligros extremos que amenazan nuestro cuerpo
y sus extensiones, o sea, nuestras propiedades, nuestro hogar y lo que nos rodea.
Según el informe regional sobre seguridad ciudadana del Programa de Naciones
Unidas para el Desarrollo (PNUD), la noción de seguridad contempla múltiples
perspectivas "que pueden agruparse de acuerdo con el nivel de análisis que adoptan (el
individuo, la comunidad, el Estado, la región, el mundo), las amenazas que subrayan
(delito común, delincuencia organizada, guerras, hambre, pobreza) o incluso desde las
respuestas de política pública que implícita o explícitamente privilegian (prevención
frente a represión, por ejemplo)."
Lo cierto es que en toda América Latina la violencia, la criminalidad y la
inseguridad están instaladas como realidades que dañan el núcleo básico de derechos de
hombres y mujeres. Aún en un continente que ha fortalecido su democracia, que ha
hecho crecer su economía y que ha tenido Estados protagonistas en materia de
protección social, los homicidios siguen en cotas altas, los delitos contra la propiedad se
han multiplicado y la violencia de género -que afecta de forma excluyente a las mujeres-
adquiere una dimensión inédita. Si bien este deterioro no se ha dado de forma
homogénea entre los países (y al interior de los mismos), la violencia y el delito todavía
nos están señalando cosas fundamentales sobre nuestras propias sociedades.
De nuevo, el informe regional sobre seguridad del PNUD revela algunas
evidencias que debemos tomar en cuenta. En primer lugar, las tasas de homicidios
siguen siendo preocupantes, a pesar de que en los últimos años se han estabilizado, e
incluso han disminuido en algunos países que presentaban valores epidémicos. En
segundo lugar, la información disponible indica un claro crecimiento de los robos con
violencia, delito de alto impacto en la construcción de la inseguridad. En tercer término,
la percepción de la violencia muestra que toda la región está envuelta en altos índices de
temor. En cuarto lugar, los homicidios se concentran mayoritariamente entre los
varones jóvenes, lo que delata una clara vulnerabilidad para este segmento de la
población. Por último, el informe advierte sobre la necesidad de mejorar la producción,
recopilación y difusión de la información sobre violencia, criminalidad e inseguridad, a
los efectos de contar con datos confiables.
En este capítulo nos proponemos responder tres preguntas esenciales: ¿cómo ha
sido la evolución de la criminalidad y la inseguridad en el Uruguay? ¿Hasta qué punto
estas tendencias regionales se manifiestan en nuestro país? ¿Qué explicación puede
ofrecerse para echar luz sobre el crecimiento del delito y la inseguridad en un contexto
de crecimiento económico y mejora de los indicadores sociales?
1 En la más reciente doctrina regional, se define a la seguridad ciudadana como "aquella situación donde las
personas pueden vivir libres de las amenazas generadas por la violencia y el delito, a la vez que el Estado tiene
las capacidades necesarias para garantizar y proteger los derechos humanos directamente comprometidos
frente a las mismas. En la práctica, la seguridad ciudadana, desde un enfoque de los derechos humanos, es una
condición donde las personas viven libres de la violencia practicada por actores estatales o no estatales" (OEA-
CIDH, 2009).
3
¿Cuándo y cuánto aumentó el delito en el país?
4
Los principales rubros sobre los que trabajaremos serán los siguientes:
Sufrir un delito
5
En el marco del denominado Programa de Seguridad Ciudadana, el Ministerio
del Interior realizó entre 1999 y 2004 diversos relevamientos de opinión en los
departamentos de Montevideo y Canelones. Estas encuestas permitieron obtener
algunos indicadores sobre el clima de opinión de una buena parte de la ciudadanía a lo
largo del todo el periodo de crisis socioeconómica. Durante ese tiempo, la delincuencia y
la inseguridad se constituyeron para la opinión ciudadana en uno de los principales
problemas del país.
Cuando a los montevideanos y canarios se les preguntó si su hogar (el
entrevistado o alguien de su familia) había sufrido un delito en el último año, las
respuestas positivas tuvieron su valor máximo en el 2000 con 36%, y su mínimo en el
2001 con 28%. En esa línea, las víctimas reconocieron, en promedio para todo el
periodo, los siguientes tipos de delito: hurto (79%), robo con violencia (18%) y lesiones
(3%).
En cualquier caso, la victimización de hogares es más alta en Montevideo que en
Canelones: en el 2000, la proporción de hogares con víctimas fue de 40% en Montevideo
frente a 22% en Canelones, aunque en el 2004 las distancias se acortan (37% a 29%), lo
que puede estar revelando cambios importantes en la evolución del delito en la zona
metropolitana.
Hogares que fueron víctimas de delitos en los últimos 12 meses Montevideo y Canelones (en
porcentaje)________________________________________________
Proporción de Hogares 1999 2000 2001 2002 2004
Con víctimas 30 36 28 32 35
Sin víctimas 70 64 72 68 65
Fuente: Ministerio del Interior-PNUD (2008).
Más allá del llamativo dato de la encuesta de 2001, durante estos años de la
crisis socioeconómica la victimización de hogares se ubicó por encima del 30% en
promedio, pero en verdad no se pueden obtener demasiadas conclusiones pues se trata
de un serie corta y que abarca sólo dos departamentos del país.
Veamos ahora otra fuente de información. El denominado Latinobarómetro
realiza encuestas sobre distintos temas en la gran mayoría de los países de la región, que
incluyen preguntas sobre percepción de inseguridad y victimización. Los estudios del
Latinobarómetro tienen la ventaja de ofrecer una serie larga y permitir la comparación
entre los países. Frente a la pregunta "¿Ha sido Ud. o alguien en su familia asaltado,
agredido, o víctima de un delito en los últimos doce meses?", los porcentajes de
respuesta se presentan en el cuadro siguiente.
6
Año
Víctima de delito Región Víctima de delito Uruguay
1995 29% 17,5%
1996 36% 18,8%
1997 40% 24,6%
1998 42% 32,5%
2001 43% 29,6%
2002 39% 27,6%
2003 35% 26%
2004 33% 18,4%
2005 41% 38,6%
2006 32% 31%
2007 38% 34,6%
2008 33% 28,4%
2009 38% 31,2%
2010 31% 18,6%
2011 33% 30,4%
Tanto para la región como para el Uruguay, la serie no parece marcar una
dirección clara. Tal vez pueda sostenerse que, sobre finales de los años noventa, los
hogares con víctimas de delitos experimentaron un crecimiento que tuvo luego muchos
vaivenes. Durante los últimos trece años, el promedio regional alcanzó su valor máximo
en el 2001 con 43%, mientras que el mínimo se registró en el 2010 con 31%.
El comportamiento de la victimización de hogares en el Uruguay es mucho más
errático, y quizá nos esté señalando problemas de medición. En el 2004 y 2010, los
porcentajes apenas superaron el 18% cuando en el resto de los años los valores se
ubicaron en promedio en el 30%.
Con esta evidencia, ¿podemos afirmar que el volumen global de delitos es algo
menor en el Uruguay que en el promedio latinoamericano? Sí, dicha afirmación parece
tener sustento. A lo largo de toda la serie, nuestro país siempre presentó porcentajes de
victimización por debajo del promedio general.
Del mismo modo, ¿ha crecido el delito en el Uruguay durante la última década?
Con estos datos sobre la mesa, esa pregunta tiene una respuesta negativa. El porcentaje
de victimización ha subido y bajado de manera aleatoria, pero en ningún caso los valores
más recientes superan a los alcanzados diez años atrás. En medio de un debate con
constantes referencias al deterioro de la seguridad en el país, sería importante que esta
evidencia fuera incorporada como insumo de análisis.
Por su parte, otras investigaciones miden la victimización sólo preguntando al
entrevistado si sufrió algún delito en el último año (victimización individual). En el caso
de los estudios realizados entre 1999 y 2004 para Montevideo y Canelones, la
victimización individual fue la siguiente:
7
Proporción de víctimas de delitos en los últimos 12 meses por tipo de víctimas Montevideo y
Canelones_____________________________________________________________________
Posibles víctimas Montevideo Canelones
20 200 200 200 200 20 20 200
Sólo el entrevistado 00
2 1 1 2 1 4 1 0 1 01 02
9 4 1
8
Otro familiar 2
1 2
1 7
1 7
1 1
1 9 1 3
1
El entrevistado y otro familiar 26 5
4 5
4 6
4 0
1 3 0
5 3
3
Nadie 6 6 6 6 7 8 7 7
Total 0
1 9
1 4
1 3
1 8
1 100 6
10 1
1
0 de Política
Fuente: elaboración a partir de datos de la Dirección 0 0 0y Planificación
Institucional 0 0 0 0del
Estratégica-Ministerio
Interior
De nuevo, resultan llamativos -por lo bajos- los datos para le encuesta del 2001,
aunque de todas maneras la victimización individual en Montevideo desciende algo a lo
largo de la serie, y crece levemente en Canelones. En la misma dirección, cuando se
quiso saber cuántas de las víctimas del delito realizaron la denuncia, se obtuvo que en
Montevideo algo menos del 40% en promedio decidió no denunciar. 2
Un estudio de opinión pública encargado por el Ministerio del Interior a la
Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, reveló a principios de
2007 que la victimización individual no tuvo grandes variaciones con relación a las
mediciones anteriores. Por ejemplo, en el departamento de Montevideo las personas
entrevistadas que sufrieron algún delito no llegaron al 15% frente al 17% registrado en
2004.
Apelaremos nuevamente a un estudio internacional. Se trata de las encuestas
del Proyecto de Opinión Públicas de las Américas (Lapop), las cuales también realizan
preguntas sobre victimización individual. La serie temporal abarca desde 2007 hasta
2014, y en todos los casos se verifica una clara estabilidad. Mientras que en el 2007 la
victimización llegó al 21,6%, durante el 2012 y 2014 alcanzó el 22,8%. A su vez, la
cantidad de personas que sufrió un delito y no lo denunció no llega al 40%, cifra
consistente con las ofrecidas en estudios anteriores. 3
También con esta observación puede asegurarse que el país ha tenido una
marcada estabilidad durante los últimos años en materia de victimización. Si bien estas
cifras están por encima de las observadas para Montevideo y Canelones entre 1999 y
2004, no debemos olvidar que se trata de encuestas diferentes, que pueden usar
metodologías y formas de preguntas que no las vuelven comparables. Lo cierto es que
nuestro país ha alcanzado un cierto umbral en la cantidad de delitos, aunque sin
demasiadas variaciones a pesar de lo que dicen las percepciones de inseguridad, las
respuestas mediáticas y el calor de la discusión política.
De todas formas, hay otro estudio que introduce algunas dudas sobre esta
hipótesis de la estabilidad. Sobre finales de 2011, el Ministerio del Interior publicó
algunos resultados de una encuesta nacional de percepción y victimización. Tampoco
2 Es posible que la victimización obtenida por encuestas tenga una precisión mayor para estimar los delitos
contra la propiedad frente a los delitos contra la persona en sus distintas modalidades. Por lo tanto, el
porcentaje general de delitos "no denunciados" puede tener mejor estimación para los casos de hurtos y robos
con violencia.
3 En la investigación del 2008, surge un dato llamativo: el 2,8% declaró haber sufrido un robo a mano armada
una vez, y un 0,7% dos o más veces. Por su parte, 2,3% manifestó maltrato verbal o físico por parte de la policía
en una oportunidad, y 1,9% en dos o más veces.
8
este estudio puede ser comparado con los anteriores, pues no coinciden ni las áreas
geográficas ni las formas de medición de la victimización. No obstante, el único
porcentaje global de victimización que fue publicado se refiere a los delitos contra la
propiedad: según esta encuesta, el 28% de los entrevistados sufrió uno de esos delitos
en el último año. Esto hace suponer que la "victimización general" está por encima del
30%, y que incluso en Montevideo ese porcentaje puede ser mayor.
¿Acaso esta última encuesta es más precisa que las anteriores a la hora de captar
la cantidad de delitos que sufre la población? No tenemos respuesta para eso, y
lamentablemente tampoco tenemos observaciones posteriores para construir una
tendencia. El Uruguay necesita con urgencia poder establecer una línea de base sólida y
real en materia de victimización para saber si el delito se ha mantenido en el último
tiempo -tal como indican las mediciones internacionales- o experimenta cambios que
exigen otras interpretaciones.
El delito denunciado
9
materia de violencia y criminalidad. Aunque por encima del promedio mundial, nuestras
tasas de homicidios son de las más bajas de la región. El valor mínimo de la serie se
obtuvo en 1985 con 4 homicidios cada 100.000 habitantes. Cinco años después, este
delito creció más de un 60%, manteniéndose relativamente estable en los años
posteriores. Los picos más altos se registraron en 1993, 1997 y 1998 con 7,4 cada
100.000 habitantes. Por su parte, los valores más bajos ocurrieron en 2005 (5,7) y 2011
(5,8).
Tal como se observa en el cuadro, a medida que avanzan los años el homicidio
comienza a gravitar con más peso en Montevideo y Canelones que en el resto del país.
La aplastante mayoría de los que matan son personas adultas, mientras que los que
mueren son predominantemente jóvenes. Los altercados, disputas y ajustes de cuentas
entre personas cercanas son los motivos más frecuentes de homicidios, seguidos por la
violencia doméstica y de género casi en la misma proporción que los homicidios en
contextos de robos con violencia.
Homicidio consumado
Montevi deo Canelones Resto país Total
1985 3,9 2,2 4,7 4,0
1986 5,4 2,2 6,7 5,5
1987 5,8 2,4 5,7 5,3
1988 4,2 3,1 5,9 4,8
1989 6,3 5,6 7,1 6,5
1990 6,3 6,5 7,3 6,7
1991 6,5 3,9 6,8 6,3
1992 5,6 5,0 6,5 5,9
1993 7,7 6,8 7,4 7,4
1994 7,1 2,5 5,9 5,9
1995 6,9 4,7 5,7 6,0
1996 7,4 5,9 5,4 6,3
1997 8,9 6,6 6,2 7,4
1998 7,9 8,2 6,6 7,4
1999 7,6 5,0 5,9 6,5
2000 7,4 4,9 5,9 6,4
2001 7,8 5,3 5,7 6,5
2002 9,0 5,8 5,3 6,9
2003 6,3 4,6 6,0 5,9
2004 6,4 6,0 5,6 6,0
2005 6,3 5,5 5,1 5,7
2006 6,6 6,0 5,5 6,0
2007 6,2 7,8 4,8 5,8
2008 7,6 6,2 5,7 6,6
2009 8,1 5,5 5,8 6,7
2010 7,8 4,5 5,0 6,0
2011 8,1 4,8 4,1 5,8
2012 11,3 6,2 5,2 7,8
2013 11,8 5,8 4,5 7,6
1
0
Durante el año 2012 se produce un salto significativo en la cantidad de
homicidios, alcanzado una tasa de 7,8 cada 100.000 habitantes, la más alta del todo el
periodo. Si bien este valor no se aleja de otros registrados durante los años noventa,
constituyó un quiebre importante en la tendencia de los últimos años, generó un intenso
debate público y dejó una cantidad de preguntas sin contestar. Desde la perspectiva
oficial, se alega que el aumento obedece a una mayor cantidad de situaciones vinculadas
con los ajustes de cuentas y las disputas dentro del mundo criminal, sobre todo en
relación al narcotráfico.
Sin embargo, los datos ofrecidos no son concluyentes. Es posible que esos casos
hayan tenido un incremento, pero no se puede descartar lo mismo para otras
situaciones: altercados y peleas espontáneas, violencia doméstica y de género y
asesinatos por robos con violencia.
1
1
Rapiñas consumadas
Montevideo Canelones Resto país To
198 ta
5,
5 11,4 1,2 0,3 3
198 8,
6 18,3 1,8 0,8 7
198 5,
7 11,6 1,8 0,9 7
198 5,
8 9,7 2,8 1,0 1
198 6,
9 13,5 2,0 0,8 5
199 8,
0 16,7 2,9 1,7 4
199 8,
1 16,2 1,9 1,9 1
199 7,
2 16,7 1,4 1,3 9
199 20,8 2,6 1,5 9,
3 9
199 9,
4 20,6 2,8 1,4 8
199 14
5 31,0 3,8 1,5 ,4
199 16
6 35,9 4,4 1,3 ,4
199 17
7 36,7 9,0 1,4 ,4
199 12
8 24,8 9,5 1,4 ,4
199 15
9 33,0 8,8 1,5 ,8
200 42,8 20
0 12,2 1,2 ,2
200 18
1 38,9 10,6 1,5 ,3
200 25
2 55,8 10,5 1,8 ,3
200 20
3 45,1 9,2 2,0 ,8
200 20
4 46,6 8,1 1,6 ,9
200 24
5 54,8 11,0 2,0 ,9
200 26
6 57,6 13,5 2,1 ,4
200 27
7 57,8 17,9 2,5 ,3
200 31
8 67,5 20,7 3,0 ,8
200 33
9 69,1 26,4 3,8 ,7
201 40
0 84,4 32,9 3,3 ,7
201 44
1 89,9 38,1 3,9 ,0
201 45
2 91,2 42,5 3,6 ,0
201 98,5 40,5 6,0 48
3 ,6
Sea lo que fuere, hay que decirlo con claridad: es absolutamente imposible
determinar con algún grado de precisión la participación de menores de edad en el
total de denuncias de rapiñas (mucho menos de hurtos y daños). A lo sumo, eso puede
1
2
lograrse para los robos aclarados, y aún así con unos sesgos que inhabilitan cualquier
proyección, pues esos robos aclarados finalmente no son más que el resultado de la
selectividad del trabajo policial.
Otra de las modalidades violentas de delitos contra la propiedad, de alta
sensibilidad para la población, es el denominado "copamiento", que supone robo con
violencia más privación de liberad. Tipificado como delito en 1995, estas situaciones no
han superado los 150 casos anuales, representando un porcentaje mínimo dentro del
total de denuncias. Más aún, durante los últimos años -evidencia que nunca se maneja
en el debate público- sus tasas tienden a descender. Si en el 2005 hubo 4,7
copamientos cada 100.000 habitantes, durante el 2013 el valor fue de 3,2.
Cada 100.000
Copamientos
Montevideo Canelones Resto país Total
2005 5,3 9,1 2,8 4,7
2006 4,6 8,8 3,4 4,7
2007 4,0 9,7 2,8 4,3
2008 3,9 8,9 3,2 4,3
2009 3,6 10,7 2,4 4,2
2010 3,8 8,1 2,3 3,8
2011 3,4 7,1 2,0 3,4
2012 2,0 6,6 4,2 3,7
2013 3,4 5,4 2,2 3,2
1
3
últimos años las tasas de mortalidad en el tránsito aumentan (en especial, en el
interior), superando incluso en algún año a las registradas en 1999.
1
4
Mejorar sustancialmente la calidad de la información y promover
nuevas líneas de conocimiento, son caminos ineludibles para mantener
a raya los excesos del debate público.
Lo que no admite dudas es que nuestra sociedad ha revelado en
las últimas décadas un alto y consolidado "sentimiento de inseguridad"
(Kessler, 2009). La crisis socioeconómica que se manifestó en el tránsito
de siglos marcó un punto de inflexión, aunque dicho sentimiento
también aumentó en un contexto de mejora económica y social. Esta
realidad se observa en casi todos los países de la región, y deja en
evidencia las vulnerabilidades que acompañan la marcha de los
procesos actuales de desarrollo.
Es sabido que el sentimiento de inseguridad no se explica
solamente por la ocurrencia de delitos. Tal como lo hemos
mencionado, la victimización (cantidad de personas que declaran haber
sufrido un delito en el último año) se ha mantenido en niveles estables,
aunque es posible verificar en el último estudio de 2011 un aumento
para el caso de los delitos contra la propiedad. Pero los niveles de
preocupación, las percepciones de seguridad de la ciudad o el barrio, la
probabilidad de ser víctima de un delito, los porcentajes de confianza
en las instituciones responsables de la seguridad, etc. (indicadores que
habitualmente se usan para medir la "subjetividad" de la ciudadanía),
nos hablan de un deterioro más o menos independiente de las
oscilaciones del delito.
1
5
diagnósticos coinciden en la necesidad de incidir sobre la percepción
social, y para ello se requiere de estrategias abarcadoras que no se
agotan en el combate material al delito. Del mismo modo, se afirma
que el sentimiento de inseguridad configura un claro indicador de
vulnerabilidad con consecuencias reales en materia de convivencia,
actitudes de autodefensa, abandono de espacios públicos y
agravamiento de los círculos negativos de violencia y criminalidad.
Pero en esta oportunidad nuestro foco no está puesto en la
inseguridad sino en los rasgos principales de la violencia y el delito. Y
aquí es necesario pensar en nuevas claves. Si extendemos la mirada al
proceso de las últimas décadas, observaremos que la crisis estructural,
el aumento de la desigualdad, la exclusión y la fragmentación socio-
territorial han pautado una nueva geografía en materia de convivencia
ciudadana.
A la instalación de fronteras sociales entre la inclusión y la
expulsión se le añaden infinidad de límites culturales que vienen
interpelando de forma contundente nuestra tradicional matriz de
integración. La escuela, el deporte, el barrio, los espacios públicos y
otros ámbitos de sociabilidad quedan recortados por tensiones y
conflictos que nacen de códigos y reglas que ya no logran una
conjugación colectiva.
Desde hace mucho tiempo, las ciencias sociales uruguayas
insisten con que la evolución del delito no se deja explicar con facilidad
por el comportamiento de un puñado de variables socioeconómicas
(como por ejemplo, la pobreza y el desempleo). Es un hecho que la
criminalidad se asocia con procesos más amplios vinculados con la
desestructuración del mundo del trabajo, el desempleo juvenil, la
desafiliación institucional, el deterioro del espacio urbano, la
segregación residencial, las políticas de control social, la prevalencia del
consumo de alcohol y drogas, la expansión del mercado de las armas
de fuego, etc.
Sin embargo, no podemos omitir el peso de nuevas realidades.
Desde la perspectiva del informe regional del Programa de Naciones
Unidas para el Desarrollo, "en la última década, América Latina ha sido
el escenario de dos grandes expansiones: la económica y la delictiva. La
región, en su conjunto, ha experimentado un crecimiento económico
notable, así como la reducción en sus niveles de desigualdad, pobreza y
desempleo. Pese a ello, han aumentado el delito y la violencia".
Con todos los matices y salvedades, el Uruguay también
participa de esta tendencia. Nuestro país es un típico caso en la región
que ofrece altos niveles de victimización general y relativamente bajas
tasas de homicidios, configurando un escenario de amplificación de los
temores en el cual los hechos más graves -pero no frecuentes- siempre
tienen como telón de fondo un sinfín de situaciones cotidianas menos
lesivas.
Aún asumiendo la mejor hipótesis -la de la estabilización de los
delitos-, el desarrollo económico y social en nuestro país no ha
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impactado con la fuerza suficiente sobre la evolución de la
criminalidad. Esta evidencia nos obliga a repensar las relaciones entre
la desigualdad y el delito.
¿Puede crecer el delito y disminuir la desigualdad (medida por
ingresos)? Es perfectamente posible que eso ocurra. ¿Quiere decir
entonces que lo "social" (desempleo, pobreza, exclusión, etc.) ya no
alcanza para explicar las nuevas manifestaciones de criminalidad? Se
necesitan explicaciones más completas, pero
bajo ninguna circunstancia se puede prescindir de los argumentos
"sociales" para entender una problemática eminentemente social.
Ensayemos algunos razonamientos. Cuando se señala que
muchos indicadores sociales y económicos han mejorado, no quiere
decir que no persistan importantes bolsones de marginalidad, exclusión
y privaciones. Los efectos negativos de un deterioro social acumulado
durante décadas pueden mantenerse aún en contextos de
recuperación en las condiciones de vida. Además, las desigualdades
siguen siendo importantes según determinados segmentos de la
población. Hay territorios que no logran salir de la exclusión, del mismo
modo que escasean las oportunidades para los jóvenes menos
calificados que residen en esas zonas estigmatizadas.
La violencia institucional, anclada en el acoso policial, el
maltrato y el encierro, también hace su trabajo: justificada por la
demanda ciudadana de "más seguridad", las respuestas de control y
represión del delito se despliegan sobre los espacios más vulnerables, y
lo que obtienen es más odio, resentimiento, desconfianza y alienación.
El deterioro social y el delito se asociaron con fuerza en el
pasado (sobre todo desde mediados de la década del noventa),
intensificaron su vínculo durante los años más agudos de la crisis, y es
muy probable que en tiempos más recientes el delito haya construido
su propia autonomía a partir de dinámicas que vienen de atrás. Las
nuevas generaciones reproducen prácticas ilegales, muchas veces
entrando y saliendo del mundo laboral o educativo, bajo la influencia
del grupo de pares o de fuertes carencias materiales, pero casi nunca
sucumbiendo a la manida idea de las "carreras delictivas".
Por otra parte, estimulados muchas veces por la propia
expansión de la economía, los mercados ilegales se consolidan, se
complejizan y se anudan a las redes institucionales mediante la
corrupción, la extorsión y la violencia. El narcotráfico, la explotación
sexual, el tráfico de armas, el contrabando, el robo de vehículos y la
venta de autopartes (en un mercado automotor que crece y multiplica
los servicios), etc., contribuyen al incremento de la violencia y la
criminalidad.
El desarrollo económico y social aumenta los bienes y servicios,
y por lo tanto de disponibilidad de objetos valiosos que son una
oportunidad para el delito. Dinero en efectivo, celulares,
computadoras, máquinas fotográficas, ropas de marca, vehículos, etc.,
son los signos más notorios de una cultura del consumo que
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incrementa la "privación relativa" de amplios sectores sociales que son
invitados a una fiesta a la que nunca pueden acceder. 6
Pero el delito no sólo debe ser comprendido desde la búsqueda
del beneficio económico o la satisfacción de una necesidad material. El
importante crecimiento de la violencia interpersonal pone en juego
otras motivaciones. Detrás del llamado "delito expresivo" -que puede
incluir también al delito común contra la propiedad- operan razones
vinculadas con el reforzamiento de una identidad, la construcción de
liderazgos en espacios sociales determinados, el ejercicio de poder, la
respuesta a humillaciones sistemáticas, etc. En casi todos los casos el
común denominador es una masculinidad violenta que se asienta en
pautas y valores tradicionales.
Estas breves reflexiones deben ser profundizadas. Y tienen que servir
para
evaluar las complejas relaciones entre la desigualdad y el delito. Es tan
importante saber qué variables sociales inciden sobre la criminalidad,
como conocer cuánto influyen los comportamientos violentos
(intencionales o no) y delictivos en la reproducción de la desigualdad.
La evidencia indica que hay mayores probabilidades de ser víctima de
un delito a medida que se desciende en la estructura social, y esto se
hace más claro para el caso de los homicidios.
En nuestro país, como quedó dicho líneas arriba, los riesgos de
sufrir una muerte violenta son mayores en el espacio privado y en
ámbitos de cercanía relacional. Los hombres jóvenes mueren en
homicidios y accidentes de tránsito, al tiempo que los hombres de más
edad se suicidan. Por su parte, las mujeres son la gran mayoría de los
casos conocidos de las tentativas de suicidios. Si bien en los últimos
años se advierte un incremento de los suicidios de adolescentes y
jóvenes (entre 15 y 24 años) y se sabe que los accidentes de tránsito
fatales se multiplican en momentos de expansión socioeconómica, la
mortalidad intencional registra mayores tasas en aquellas zonas donde
predominan la segregación residencial y los peores indicadores de
calidad de vida.
Las desigualdades socioeconómicas, generacionales y de género
son igualmente nítidas en los delitos contra la propiedad. Los
adolescentes y jóvenes varones de los sectores más vulnerables tienen
un vínculo complejo con los hurtos y las rapiñas, el cual agrava los
umbrales de violencia por el acceso a las armas de fuego. Del mismo
modo, esta franja es la más expuesta a la acción material y simbólica
del sistema penal con los correspondientes impactos en términos de
aislamiento, estigmatización y configuración de identidades negativas
proclives al desarrollo de trayectorias delictivas.
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Por otro lado, la violencia doméstica y de género revela que
gran parte de los problemas de la seguridad personal que afectan a la
mitad de la población uruguaya (las mujeres) no transcurren en el
espacio público, sino en el privado que se supone seguro y protegido.
Los mayores riesgos para la integridad física de las mujeres uruguayas
provienen de personas conocidas, parejas o ex parejas. Pese a su
magnitud, este fenómeno no parece ocupar el centro de las
preocupaciones de las autoridades ni de los medios de comunicación.
En los capítulos siguientes tendremos oportunidad de analizar
con más detalle muchas de las afirmaciones que hemos realizado. Lo
cierto es que el Uruguay presenta una serie de tendencias en materia
de violencia y criminalidad que todavía lo sitúa en un lugar positivo en
la región. No obstante, la evolución en el tiempo de los principales
indicadores de delito e inseguridad marcan un deterioro general tal
como se percibe en toda América Latina. Ciudades como Montevideo,
Santiago de Chile, Buenos Aires, Rosario o Córdoba ofrecen niveles
altos de victimización general y de temor frente al delito, lo que obliga
a mejorar los instrumentos de medición y las capacidades de análisis.
Las complejas relaciones entre las desigualdades socioeconómicas y la
criminalidad constituyen un reto para las ciencias sociales. Las políticas
públicas sobre seguridad que no sean sensibles a estos nuevos desafíos
interpretativos, sucumbiendo a los simplismos de moda, estarán
condenadas a la repetición de viejos fracasos.
Anexo 1
Sensaciones y emisiones
"Se nos dice que hubo una desaceleración de las rapiñas a nivel
nacional y que bajaron en Montevideo. No es así en nuestra opinión.
Pero nos podemos equivocar, podemos ser víctimas de aquello que se
inventó en el Ministerio de José Díaz, de la sensación térmica"
(diputado colorado Daniel García Pintos, 24 de agosto de 2009, portal
180.com.uy).
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(Ministro del Interior, Juan Andrés Ramírez, 1994, citado en Klein, p.
117).
"La exposición pública de los hechos, con todas las luces, con nombres y
apellidos, vecinos y parientes, mamá llorando, vecino tirando piedras en
el juzgado, prejuzgamiento del individuo frente a determinado hecho
delictivo. Eso, me parece, es un ejercicio incorrecto de la libertad de
prensa. Lo cual, si lo miro desde el punto de vista del negocio, es
bárbaro" (gerente de empresa de seguridad, Héctor Deambrosi, citado
en Klein, 1994, p. 111).
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A menor edad...
"En el caso de los menores que cometan delitos graves y muy graves
¿debemos seguir eliminando los antecedentes al cumplir los 18 años? Si
tenemos una justicia que realmente cumple con los acuerdos
internacionales, ..., me inclino a pensar que no es justo ni conveniente.
No se puede matar antes de los 18 años y comenzar limpio y con todos
los beneficios que ello implica" (periodista Esteban Valenti, La espina de
la seguridad, 2010, Montevideo.com.uy).
2
1
"Lamentablemente el tema de los valores muchas veces o casi siempre
se daba en nuestras familias, padre o madre o lo que fuera hoy ha
descaecido. Uno lo ve en la violencia que hay en cuanto a los delitos. Si
vas 30 años atrás que no es tanto usted tenía que había hurto por
ejemplo, hoy hay hurto más violencia, que es rapiña, o violencia
directamente antes del hurto. Entonces eso significa que han
descaecido los principios y los valores en que nuestra sociedad se
basaba" (diputado blanco Gustavo Borsari, 7 de agosto de 2012, citado
en Fessler, 2014, p. 25).
2
2
elpais.com.uy).
"Yo percibo que aquí en Montevideo y desde hace años, viene dándose
una pérdida de valores, algunas personas y no sólo los indigentes,
tomaron la costumbre de hacer sus necesidades en la vía pública, de
tomar bebidas alcohólicas a la vista de todo el mundo, ¿quién no ha
visto a jóvenes y no tan jóvenes con botellas de cerveza y cajas de vino
caminando y bebiendo por las veredas? ¿quién no ha visto a otros
jóvenes pateando los tachos de basura y dañando teléfonos públicos? Y
últimamente poniendo fuego en los contenedores de basura. Y no pasa
nada, ¿cuál es el mensaje?...Cuando permitimos que nos convenzan de
que la pobreza justifica el aumento de la delincuencia, además de ser
sumamente injusto para la mayoría de los pobres, somos unos
imbéciles y nos merecemos lo que sucede" (carta de un lector defensor
de la "tolerancia cero", 7 de agosto de 2007, El Observador).
Ellos o nosotros
"Los valores que tienen ciertos compatriotas no son los mismos que los
nuestros, y no es el mismo idioma, y no son las costumbres, y no es el
concepto de familia, y no es el concepto de tuyo y mío, de la propiedad,
de los derechos, de la violencia" (Luis Alberto Lacalle, La República, 6 de
agosto de 2009).
"Las bocas de pasta base son expendios detallistas para pobres que no
vacilan en robar a otros pobres (asísean sus padres) con tal de poder
consumir...Propongo -es un decir- que se cometa a la Republicana
(cubiertos los rostros) la lucha contra las bocas de pasta base, para
evitar que los milicos seccionales (a menudo, vecinos de los criminales
indagados) puedan ser objeto de venganza o sufran ominosa
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3
convivencia. En fin, todo cuanto se haga por extirpar este cáncer social
nunca será suficiente" (José Luis Baumgartner, 22 de marzo de 2012,
Semanario Voces, contratapa, N° 334)
Vaivenes
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Policía apenas contaba y se pensaba que, con remover las causas
sociales, la seguridad iba a ser una consecuencia; y, por supuesto,
tampoco fue suficiente. Y también fracasó" (Ministro del Interior
Eduardo Bonomi, 10 de noviembre de 2011, citado en Búsqueda, p.
12).
"Si aumentan los delitos, no podemos dar la explicación social que tiene
el delito; tenemos que tratar de que no se afecte más la seguridad.
¿Cómo evitamos eso? ¿Diciendo a los delincuentes que sean buenitos?
No es ese el papel del Ministerio del Interior. Los que tienen mano dura
en este momento son los que están rapiñando, hurtando, copando
lugares. No respetan pobreza. Ahora se roba cada vez más al que tiene
menos” (Ministro del Interior, Eduardo Bonomi, 27 de junio de 2011,
observa.com.uy).
"No pedimos mano dura; esto no se arregla con mano dura. Esto es
como cuando uno se sube a un caballo: no lleva las riendas con la mano
dura, porque se le agarrotan los dedos a los dos minutos. Las riendas se
llevan con la mano firme, hacia donde tienen que ir el animal" (senador
Pedro Bordaberry, La República, 2 de junio de 2009).
"Desde el punto de vista estrictamente represivo creo que hay que tener
una represión eficaz. No hay que ser tan poetas de creer que no la
vamos a necesitar. El día que no precisemos represión no precisaremos
Estado" (José Mujica, Búsqueda, 4 de junio de 2009, p. 4).
2
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"La idea de que estas manifestaciones de violencia colectiva van a
desaparecer con una mezcla adecuada de represión e inclusión social es
comprensible, pero reposa en la ilusión de que es posible regresar a los
'viejos buenos tiempos'. Si es que fueron tan buenos" (periodista
Gerardo Sotelo, 19 de mayo de 2010,
http://blogs.montevideo.com.uy/cybertario).
"Si logramos efectivamente -y ese debe ser el objetivo- que el sistema
carcelario sea un factor en serio de rehabilitación, los que reincidan de
todas maneras deberían tener medidas más drásticas para evitar que
vuelvan a delinquir. Lo que está claro y la experiencia lo demuestra es
que aumentando simplemente las penas no se detiene la espiral de
delincuencia, pero este es un caso diferente y en algunos países ha
demostrado que es un importante factor disuasivo" (periodista Esteban
Valenti, 16 de agosto de 2010,
http://www.uypress.net/uc_7715_1.html).
"No quiero vivir en un país como el Far West, pero si está la familia de
uno en juego...; si llego a entrar a mi casa y veo que se la están dando a
mi mujer y tengo un arma, ¿qué hago? ¿Me pongo a conversar?"
(Carlos Gamou, Brecha, 29 de julio de 2011, p. 3).
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6
primero" (Subsecretario del Ministerio del Interior Jorge Vázquez,
Brecha, 29 de julio de 2011, p. 3).
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