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Auque la Biblia da a entender que el


nacimiento de Cristo tuvo lugar en primavera.
Entre los siglos III y IV, los altos mandos de la
Iglesia Cristiana decidieron dar un giro de
tuerca a todas estas tradiciones y creencias
paganas. Por supuesto, no se podía tolerar
ningún rito que no estuviera recogido en las
santas escrituras, así que no hubo más
remedio que trasladar el cumpleaños de
Cristo a diciembre y sustituir con él las
antiguas Saturnalias,Yule, (leerse como yul) y
demás fiestas paganas.
De esta manera, la iglesia absorbió las
tradiciones paganas y las modificó a su antojo.
Así, el nacimiento pasó a ser la excusa perfecta
de todas estas celebraciones, el portal de Belén
se convirtió en el escenario principal y más
reconocible para el pueblo (un pesebre), los
regalos de los Reyes Magos, sustituyeron al
desvergonzado druida, vestido
indecorosamente con hojas del bosque, y los
banquetes se centraron en el sacrificio del
cordero, símbolo de la expiación de los
pecados.
Veamos un poco de estos orígenes paganos de
la navidad.

Susana Castellanos de Zubiría en su libro


‘Mujeres perversas de la historia’, relata la
historia de Semíramis, que fue una mujer
poderosa que vivió en el siglo VIII a.C. (otros la
sitúan en el siglo XXI a.C.). Fue una constructora
de muchas edificaciones, como los Jardines
Colgantes de Babilonia, que fueron una de las 7
Maravillas del mundo antiguo; además, fue
esposa del rey Nimrod.

Después de que Nimrod murió descuartizado por


animales, Semíramis quedó en cinta de Tamuz
(que obviamente no fue hijo de Nimrod, sino de
un sacerdote al que ella había buscado en
secreto para quedar embarazada). Tamuz nació
un 25 de diciembre, y la reina decía que ese niño
era el resultado de la reencarnación de Nimrod
en su ser.

De esta manera, Semíramis fue quien inventó la


idea de que cada 25 de diciembre,“Nimrod
visitaba la ciudad, viniendo en espíritu en un
frondoso árbol, al cual adornaban con diferentes
artificios brillantes, que simbolizaban al sol y
cuyo propósito era hacer una ofrenda a la
naturaleza para que fuera productiva”.
Si saltamos en el tiempo, al siglo VIII d.C.,
encontramos al poeta romano Ovidio
escribiendo sus ‘Metamorfosis’, una colección de
relatos que recogen lo complejo del mundo
griego y romano, de los romances de los dioses y
de las necesidades mortales. En este libro se
encuentra una historia dedicada a Faetón, hijo
de Helios (es decir el sol, que en ese momento es
la conjunción del antiguo Apolo con Febo), y sus
mundanas aspiraciones.

La historia de Faetón ejemplifica el idílico


romance entre el sol y el hombre. Tanto, que los
romanos hacían las fiestas más importantes del
año en su honor. Las saturnales llegaban a su
apogeo el 25 de diciembre, y para aclarar un
poco este tema, Francisco Valiñas, en su libro ‘La
estrella del camino’ dice que “las saturnales
romanas se prolongaban por varios días y la
nueva religión [el cristianismo] encontró grandes
dificultades para erradicarlas, eran días de
asueto y banquetes públicos gratuitos, se
intercambiaban regalos y se aliviaba del trabajo
duro y pesado a los trabajadores, campesinos y
esclavos”. Las saturnalia son famosas hoy en día
por ser unas fiestas dedicadas al desenfreno, la
diversión e incluso la locura.
Bastante parecido a lo que vivimos hoy en día,
pero no tenía nada que ver con el cristianismo.

Según William Tighe en su libro ‘Fechando la


Navidad’, algunas iglesias del Este del imperio
romano comenzaron a adoptar la práctica de
celebrar el 25 de diciembre como el nacimiento
de Jesús. En Constantinopla se comenzó a
celebrar el 25 de diciembre en el año 380 d.C.;
en Antioquía, en el año 386 d.C.; en Alejandría,
en 432; y en Jerusalén, un siglo después, en 532.

Fue el Papa Julio I, en el año 350 d.C., quien


resolvió tomar el 25 de diciembre para marcar el
nacimiento de Cristo, la nueva luz, en lugar del 6
de enero, fecha de la Epifanía, pues así se
facilitaba que los romanos se acercaran a Cristo,
dando un nuevo sentido a sus celebraciones
paganas.

El pastor uruguayo, Álex Donnelly, afirma que la


forma de la Navidad actual comenzó a celebrarse
en el siglo XIX. Para ese entonces, se retomó la
costumbre del árbol de Navidad alemán (que a
su vez recuerda el usado por Semíramis), cuya
popularidad invadió Europa hasta llegar a
Estados Unidos.
El árbol de Navidad, es otro de los símbolos de
la antigua mitología nórdica que ha llegado
hasta nuestras casas. El abeto, por tener
siempre las hojas verdes, simbolizaba la vida
eterna, y de él se colgaban diferentes adornos,
como piñas y frutos silvestres en
representación de los nueve
mundos entendidos por los antiguos celtas: el
de los muertos, los gigantes, las hadas y seres
de luz, los humanos, las tinieblas, los dioses, la
guerra, el fuego y el de los enanos. Pasadas
estas festividades, el árbol se quemaba.
En cuanto a todos los demás adornos, hojas de
acebo, hiedras, coníferas y otros ornamentos
hechos de metales, se utilizaban para proteger
los hogares de los malos espíritus en los días
más oscuros del año.
Después aparecieron Papá Noel, los regalos y el
mercadeo, pero eso es otra historia.
Si todo esto que les he narrado (una fiesta con
la familia y los amigos reunidos junto a un
árbol, comiendo cordero y ofreciendo
regalos) es porque la Navidad procede de esta
fiesta pagana llamada Yule. (leer como Yul).

Al igual que ocurrió con muchas otras


celebraciones paganas (el solsticio de verano-
San Juan, el equinocio de primavera-Pascua,
Samhain-La noche de todos los Santos) los
cristianos asimilaron las festividades locales del
solsticio de invierno para fijar el nacimiento de
Cristo: Yule en las tierras de los ‘bárbaros’ y
la Saturnalia (una fiesta pagana en honor a
Saturno) en el caso del Imperio Romano, que
justo culminaba el 25 de diciembre con Natalis
Invictis Solis, el nacimiento del sol invencible.

Pero en vano me honran;


enseñando como doctrinas mandamientos
de hombres. Mateo 15:9

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