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Guia Nº1 Ciencias para La Ciudadanía
Guia Nº1 Ciencias para La Ciudadanía
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Edward Jenner fue un médico multifacético ya que desde niño mostraba una gran afición por la
historia natural, además de la música, y se dice que cantaba muy bien. Por si fuera poco, se le
tenía por buen poeta y en lo personal, irradiaba una simpatía desbordante. Eso lo ayudó siempre.
Desde que trabajando de aprendiz de cirujano con un médico local, este, notando sus cualidades
lo recomendó al famoso cirujano londinense John Hunter, para que continuara sus estudios de
medicina, ganándose la confianza de dicho excelente profesional, tanto que lo invitó a vivir en su
casa como pupilo. Desde ese momento, fue su protector.
La Inglaterra en la que Edward Jenner nació el 17 de mayo de 1749 era un país que, al igual que el
resto de Europa, venía sufriendo de mortales epidemias que periódicamente diezmaban su
población, como la peste bubónica, el cólera, el tifo, pero, entre todas ellas, sobresalía la viruela.
Esta enfermedad también era endémica, al igual que el sarampión, la difteria, la escarlatina, el tifo,
la tifoidea, es decir, que siempre estaban presentes, pero de vez en cuando estallaban brotes
epidémicos muy letales.
Aún en pleno siglo XVIII, la viruela era responsable de una décima parte de todas las defunciones
y la mayoría de la población sobreviviente, mostraba las marcas indelebles y desfigurantes de la
enfermedad. Se afirma (J.A. Hayward) que para dar las señas de un criminal en fuga, se decía
como rasgo dominante que no mostraba huellas de viruela en su cara. Además, la enfermedad era
muy incapacitante, ya que causaba ceguera. No es de extrañar entonces el temor que causaba
entre la población, especialmente de padres, los cuales veían con espanto la posibilidad que sus
hijos contrajeran viruela. Por ello, vivían una constante pesadilla.
Entre la patologías frecuentes que atendía el Dr Jenner, estaba una enfermedad benigna que
llamaban vacuna (en inglés, cow pox) caracterizada por una serie de pústulas, especialmente
localizadas en las manos, que curaban rápidamente, acompañadas de malestar general. La
particularidad radicaba en que las personas afectadas eran ordeñadoras de vacas, por lo que el
pueblo conocía que la trasmisión se hacía de las ubres enfermas de las vacas, a las manos de
estas trabajadoras. Existía además, una vieja creencia, que Jenner, como buen observador nunca
había olvidado, que afirmaba que las personas que contraían dichas enfermedad de las vacas
nunca padecían de viruela. Repetidamente volvió a escuchar personalmente lo que le decían las
mujeres de las lecherías. «Yo nunca tendré la viruela mala (smallpox) porque ya he tenido la de las
vacas (cowpox)».
Recordando los consejos de su maestro, pasó a la acción y así en 1775 comenzó a investigar la
posible relación existente entre las dos enfermedades (Jay E. Greene). Durante varios años recabó
información estadística la cual demostraba que la creencia popular tenía apoyo evidente, pero le
faltaba la prueba experimental. Fue tan insistente que hasta llegó a molestar a sus colegas y
amigos, siendo amenazado de ser expulsado de la Sociedad Médica Local, si continuaba
solicitando reuniones para que se escuchara sus descubrimientos (D. Guthrie).
En 1796 convenció a un granjero a dejar que su hijo de 8 años, de nombre James Phipps, fuese
inoculado con líquido de una pústula de vacuna que una moza de establo había contraído
recientemente durante el ejercicio de su oficio como ordeñadora de vacas. La historia recuerda su
nombre, Sarah Nelmes. Jenner muy seguro de lo que estaba haciendo, inoculó 8 semanas
después a James en sus dos brazos con líquido de una pústula de viruela, no desarrollando la
enfermedad. El niño había adquirido inmunidad frente a ese padecimiento.
Como una sola prueba en humanos no era suficiente para que la Real Sociedad aceptara su
brillante descubrimiento, Jenner continuó inoculando a personas sanas con la viruela de origen
vacuno, utilizando para ello la misma linfa de las personas que había vacunado previamente.
Posteriormente, exponía a estas mismas personas al contacto con pacientes de viruela o bien
inoculaba el líquido de sus pústulas, comprobando que no adquirían la enfermedad. Entre las
personas sometidas a esta prueba estaba su propio hijo de 11 meses de nacido. A todo este
proceso le denominó vacunación, por el término latino vacca.
Por fin, ahora sí podía presentar oficialmente sus descubrimientos. Ya no había forma de
rebatirlos. Las burlas y comentarios envidiosos continuarían por un tiempo, pero la verdad se
abriría paso por sí sola. Presentó el fruto de su trabajo en 1798, mediante un librito de 75 páginas
muy bien escrito, con un título muy largo, pero que resumido decía investigación sobre la causa y
efecto de la viruela vacuna. Sin embargo, aun así, el éxito no fue inmediato.
Por muchos fue recibido con incredulidad y desdén. De haber estado vivo para ese momento su
protector John Hunter, habría salido en su defensa y rechazado a los escépticos. Sin embargo,
afortunadamente otro gran médico de esa época, el también cirujano Henry Cline del hospital
Santo Tomás, mente abierta y desprejuiciada ante los nuevos descubrimientos, realizó
experimentos propios que apoyaban los presentados por Jenner y con determinación lo apoyó,
cesando la resistencia casi por completo. Al fin, el ser humano había encontrado una solución
sencilla y barata para abatir una monstruosa enfermedad que aniquilaba y deformaba a millones de
personas en todas las latitudes del planeta.
La noticia se esparció por doquier y muy pronto se conoció que, con la dichosa vacuna, la
enfermedad declinaba con fuerza. En todo el mundo se hablaba de la proeza de un médico rural
inglés. El reputado historiador británico Douglas Guthrie nos refiere que, como muestra del
impacto, en Rusia, por decreto real, se ordenó que el primer niño o niña vacunado llevaría el
nombre de Vaccinov.
OBSERVACIONES
HIPOTESIS:
EXPERIMENTO:(puede dibujarlo)
RESULTADOS:
CONCLUSION: