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OBITUARIO | LUIGI LUCA CAVALLI SFORZA

El genetista italiano que desmontó


el concepto de raza
https://elpais.com/elpais/2018/09/03/ciencia/1535974124_908508.html
Luigi Luca Cavalli Sforza, autor de '¿Quiénes somos? Historia de la
diversidad humana', muere a los 96 años en su casa de Belluno, en el
norte de Italia 4 SEP 2018 - 02:52 COT

Luigi Luca Cavalli Sforza. CONSUELO BAUTISTA

“El racismo es un antiguo flagelo de la humanidad”. Esta frase la pronunció el genetista


italiano Luigi Luca Cavalli Sforza, junto a su compañera Mary-Claire King, genetista
estadounidense, delante de un comité del Senado americano el 17 de febrero de 1993.
No se podría sintetizar mejor el legado de este gran científico, muerto el sábado a los 96
años en su casa de Belluno, en el norte de Italia.
Cavalli Sforza, al que todo el mundo llamaba simplemente “Luca”, nació en Génova en
1922. Estudió medicina, primero en Turín, y después en Pavía, cuando su profesor de
anatomía Giuseppe Levi –que también tuvo como alumnos a los tres premios Nobel
Rita Levi Montalcini, Salvador Luria y Renato Dulbecco– fue expulsado de la
universidad en aplicación de las leyes raciales aprobadas por el régimen fascista en
1939. Se licenció en 1944 y, sin embargo, no era la medicina su verdadera pasión. Ya
había comenzado a trabajar en las relaciones sexuales de las bacterias antes de
licenciarse, pero fue la mosca de la fruta, la famosa Drosophila, la que le abrió el
camino hacia su verdadera pasión: la genética. i
MÁS INFORMACIÓN
 "Es posible enseñar ciencia a todo el mundo"
 El origen humano, en los genes de hoy
 El racismo, antigua plaga

No fue fácil trabajar en esos años –entre 1943 y 1945 Italia no


solo combatía una guerra mundial, sino también una sangrienta guerra civil– pero
Cavalli Sforza tuvo la suerte de encontrar a Adriano Buzzati Traverso, que se
convertiría años más tarde en el primer profesor de genética de Italia. Empezó a viajar
entre Italia, Reino Unido, Alemania y EEUU, donde, en Stanford, en 1970 acabaron
ofreciéndole una cátedra, que mantuvo más de 40 años, aún sin perder sus contactos
científicos y humanos con el viejo continente.

El poliédrico Cavalli Sforza entendió desde los primeros años de su carrera que la
multidisciplinaridad sería la clave para hacer avances significativos en la investigación.
Consciente de sus límites, se dio cuenta enseguida que tenía que aprender matemáticas,
y más específicamente estadística, que se fue a estudiar a Inglaterra con el más
importante en el campo de la época: Ronald Fisher. Y esa fue una de las decisiones más
acertadas de su vida, ya que el campo del cual devendría pionero, la genética de las
poblaciones, se sustancia fundamentalmente en herramientas estadísticas.

Fue de hecho cuando dejó de pensar en las moscas y se enfocó en los humanos que
empezó a emprender esa increíble odisea –le habría gustado esa expresión, pues Ulises
era uno de sus personajes clásicos preferidos– que le habría llevado a construir el
primer atlas genético de la humanidad.
Empezó estudiando qué factores
determinaban la diferente distribución de los
grupos sanguíneos entre las distintas
poblaciones humanas –entre las cuales,
estudió especialmente los vascos, que tienen
una incidencia de Rh negativo del 25%, la
más alta del mundo– para luego estudiar el
cromosoma Y, el trocito de cromosoma
común a todos los varones biológicos.
Gracias a este conocimiento, fue capaz por
primera vez de corroborar desde el punto de
vista genético la teoría paleontológica del
“Out of Africa”: el ADN confirmaba que los
primeros homínidas dejaron el continente
africano hace 100.000 años para colonizar el
resto del planeta. Para reconstruir el pasado
pues era necesario acudir a la genética. Cavalli Sforza llegó a este extraordinario
resultado mucho antes que se secuenciara el primer genoma humano.

Fue una verdadera revolución. La genética de las poblaciones era capaz de producir un
“árbol genealógico” de la humanidad que puede contar nuestra historia. El padre de
Cavalli Sforza intentó que su hijo se apasionara a la astronomía. No lo consiguió: sin
embargo, al igual que los astrónomos son capaces de mirar al pasado remoto cuando
observan estrellas y galaxias, hoy los genetistas pueden detectar huellas de
acontecimientos remotos dentro de nuestros genomas.

Y es más. En su famoso ensayo Genes, pueblos y lenguas (1996, traducido en el año


2000 al castellano; aquí un breve resumen) donde tira hasta de demografía, dibuja un
paralelismo entre las líneas filogenéticas de las poblaciones mundiales, la lingüística y
la arqueología para acabar reconociendo que las tres disciplinas cuentan la misma
historia. Es un “atlas genético” que habla de hombres y mujeres migrantes desde
siempre y que se mestizan entre sí. Un mal trago para connacionales suyos como el
ministro Salvini.
En sus investigaciones y alrededor de 300 artículos científicos, Cavalli Sforza llega a
una conclusión que le obsesiona desde cuando tuvo que enfrentarse al racismo que
expulsó a su profesor y que padeció como italiano al principio de su carrera en los
países nórdicos: las “razas” no existen, existen solo en las mentes de los racistas. En los
años en los que se estaba fraguando en EEUU el Proyecto Genoma Humano, él lidera el
“Proyecto Diversidad del Genoma Humano”, que fue el que presentó al Senado de ese
país en 1993: estudiando genomas de las poblaciones más remotas de la tierra pudo
demostrar que los seres humanos son bastante homogéneos genéticamente, que “los
grupos que forman la población humana no son netamente separados, sino que
constituyen un continuum. Las diferencias en los genes dentro de los grupos
acomunados de algunas características físicas visibles son prácticamente idénticas a las
entre varios grupos, y además las diferencias entre individuos son más importantes de
las que se ven entre grupos raciales”, como escribe en ¿Quiénes somos? Historia de la
diversidad humana (1995, en castellano 1999).
En otro escrito, cuando le concedieron el premio Balzan en 1999, decía que “aunque la
población humana posee una enorme variabilidad genética entre individuos, el 85% del
total de la variación es dentro de cada una de las poblaciones, y solo el 15% las divide.
Por lo tanto, no podemos utilizar para la comparación de las diferentes poblaciones
humanas la misma medida de distancia genética útil para comparar las especies
vivientes, para las cuales es suficiente un individuo de cada especie”. En otras palabras,
por mucho que sea genéticamente y hasta intuitivamente fácil distinguir las
características de dos poblaciones en dos continentes diferentes, no lo es hacerlo con
dos individuos, como puede pasar con dos perros. En una entrevista en El País de 1993
fue tajante: “Podemos hablar de población vasca, pero nunca de individuos de raza
vasca. Las diferencias genéticas no justifican, ni en éste ni en ningún otro caso, el
concepto de raza, y mucho menos el racismo”.
En su reflexión adquiere mucha más relevancia la cultura como motor para justificar las
diferencias entre las poblaciones humanas. Y a la interacción entre genética y cultura
dedica muchos escritos (aquí y aquí por ejemplo) explicando que los pocos años
(evolutivamente hablando) que la humanidad ha tenido para evolucionar desde cuando
un pequeño grupo de homínidas dejó África, no podrían haber permitido la evolución
de razas diferentes, más allá de pequeñas diferencias. Sin embargo, la cultura –que al
contrario de los genes se puede transmitir también horizontalmente entre individuos y
no solo verticalmente, de padres en hijos– sí que permite explicar mucho más las
innovaciones y las diferencias.
La divulgación de sus ideas era para Cavalli Sforza muy importante. Lo explicaba en
otra entrevista en El País en 1998: “Con un poco más de tiempo, definiendo lo
absolutamente necesario y reduciendo el número de términos científicos al mínimo
necesario, es posible explicar ciencia a todo el mundo”. Pero no era un iluso. También
escribía en ¿Quiénes somos? Historia de la diversidad humana: “Pensamos que la
ciencia sea objetiva. La ciencia está modelada por la sociedad porque es una actividad
humana productiva que necesita tiempo y dinero, pues está guiada y dirigida por
aquellas fuerzas que en el mundo ejercen el control sobre el dinero y sobre el tiempo.
Las fuerzas sociales y económicas determinan en larga medida lo que la ciencia hace y
cómo lo hace”.

Hallada la primera hija fruto del sexo


entre dos especies humanas distintas
La secuencia genética de una adolescente que vivió hace más de
50.000 años en Siberia muestra que nació de una neandertal y un
denisovano
Richard Roberts, Vladimir Ulianov y Maxim Kozlikin en la cueva de Denisova
donde se encontraron los restos de la joven híbrida IAET SB RAS, SERGEI
ZELENSKYVÍDEO: GETTY-QUALITY DANIEL MEDIAVILLA 23 AGO 2018 - 08:58 COT

Hace más de 50.000 años, una mujer neandertal y un hombre denisovano practicaron
sexo y unos meses después ella dio a luz a una niña. Muchos siglos más tarde, en
una cueva siberiana junto a las montañas de Altái, se encontraron los huesos que
dejó aquella mujer híbrida, que tendría unos 13 años cuando murió. Desde hace casi
una década se sabe que neandertales, denisovanos y humanos modernos tuvieron
descendencia en algunas circunstancias, pero nunca se había encontrado a un hijo de
una pareja mixta.

Hoy, la revista Nature publica el genoma del primero de estos humanos. Un equipo


liderado por Viviane Slon y Svante Pääbo, del Instituto Max Planck de Antropología
Evolutiva de Leipzig (Alemania), analizó el ADN extraído de un fragmento de
hueso de la joven y concluyó que la madre era neandertal y el padre denisovano. La
primera vincula a la adolescente con el linaje de una especie muy conocida, a la que
se atribuyen las primeras expresiones artísticas conocidas y que dejaron sus huesos y
herramientas por toda Europa. Su padre la convierte en la descendiente de un
grupo mucho más misterioso, conocido sólo a partir de los análisis genéticos de
pequeños fragmentos de hueso encontrados únicamente en la cueva rusa de
Denisova.

Todos los habitantes del planeta, salvo los subsaharianos,


tienen genes de neandertal

Los genomas de las dos especies, secuenciados también por Pääbo y sus
colaboradores, indican que se separaron hace más de 390.000 años. Sin embargo,
siguieron procreando de forma puntual en los territorios donde ambas especies
compartían frontera. “Aunque todavía no conocemos la anatomía de los denisovanos
[solo se han encontrado fragmentos de huesos y dientes], yo creo que, aunque no
serían iguales, anatómicamente no serían muy diferentes”, explica Juan Luis
Arsuaga, codirector de Atapuerca. “Los denisovanos serían algo así como la versión
asiática de los neandertales”, añade.

MÁS INFORMACIÓN Los españoles se adaptan al aumento de temperaturas


 El enigma sin resolver de lo que nos hace humanos

Desde que los análisis genéticos permitieron reconstruir la vida sexual de los
humanos ancestrales, se ha comprobado que existieron relaciones ocasionales entre
las especies que compartieron el mundo hace decenas de miles de años. El genoma
de Denisova 11 o Denny, como se ha bautizado a la joven, muestra que la relación
de sus progenitores no era el primer cruce entre especies de su familia. El padre
también tenía neandertales entre sus antepasados.

Las relaciones no solo sucedieron entre estas dos especies tan cercanas. Los
humanos modernos copularon con neandertales en repetidas ocasiones desde hace al
menos 100.000 años y hoy, todos los habitantes del planeta, salvo los subsaharianos,
tenemos en nuestro genoma ADN de aquella especie extinguida. Lo mismo sucede
con los denisovanos. Aunque hace tiempo que se extinguieron, dejaron parte de sus
genes entre asiáticos y oceánicos, y tienen también en su genoma rastros de
fornicación con una especie arcaica de humanos que se separó de la línea evolutiva
humana hace más de un millón de años. Arsuaga trata de imaginar las
circunstancias en las que se podían producir aquellas relaciones entre especies y
recuerda lo que hacen otros mamíferos. “Que lobos y chacales o dos especies de
osos intercambien genes es relativamente frecuente en las fronteras de los territorios
que ocupan”, apunta. Pero estos animales no suelen fusionar sus grupos. “Yo no
creo que un grupo de neandertales y uno de denisovanos se uniese para formar un
solo grupo y ahí se diesen estos cruces”, explica el paleoantropólogo. Más bien se
trataría de individuos aislados, excluidos del grupo y que no tienen acceso a hembras
de su especie. “Un lobo marginal en California o uno joven pueden reproducirse con
una hembra de coyote que encuentren disponible”, afirma.

Nosotros somos los otros humanos


La hibridación entre distintas especies del género 'homo'
representa una lección de humildad para nuestra humanidad
26 AGO 2018 - 17:00 COT

Fragmentos de hueso de la mujer denisoviana híbrida. IAN


CARTWRIGHT AFP / OXFORD / MAX PLANCK
La prehistoria se está convirtiendo en un lugar cada vez más complicado. Cuando comenzaron los
estudios sobre la evolución humana se pensaba que a lo largo de millones de años se había
producido una transformación lineal desde los primeros homínidos hasta nosotros. Luego, las
cosas empezaron a hacerse más complejas cuando los científicos descubrieron que hasta
cinco especies humanas habían convivido a la vez en la Tierra, pero que todas se
extinguieron menos una: el Homo sapiens, nosotros. Y ahora ha empezado el
verdadero lío porque la posibilidad de secuenciar material genético fósil ha demostrado que los
cruces fueron tan frecuentes que algunos investigadores empiezan a creer que, en el caso de tres
representantes del género Homo —sapiens, neandertales y denisovanos— empieza a ser difícil
hablar de diferentes especies. Una de las formas de distinguir a una especie de otra es que pueden
cruzarse, aunque no tener descendientes fértiles. Pero no es el caso: esos descendientes somos
nosotros y seguimos aquí (por lo menos por ahora).

La semana pasada, investigadores del instituto Max Planck de Leipzig anunciaron que
habían descubierto un híbrido humano de primera generación, es decir, una joven de 13
años de madre neandertal y padre denisovano. Hasta ahora sabíamos que se habían
producido cruces porque tenemos material genético de otras especies, pero no se había
identificado a ningún humano híbrido de primera generación. De todas las especies
humanas desaparecidas, los denisovanos son de los que tenemos menos datos: solo se
han descubierto fragmentos muy pequeños de cinco individuos, todos en la misma cueva
de Siberia. No tenemos la más leve idea de su aspecto.

MÁS INFORMACIÓN
 Hallada la primera hija fruto del sexo entre dos especies humanas distintas
 Hija de dos especies
 El sexo entre especies y los secretos de Denny, la primera híbrida
 La difusa frontera entre las especies
El científico Svante Pääbo, del Max Planck, recibió este año el Premio
Princesa de Asturias precisamente por haber sido el responsable del primer
equipo que pudo extraer ADN de una especie humana extinta. En su libro El
hombre de Neandertal. En busca de genomas perdidos (Alianza) cuenta que
el descubrimiento era tan extraordinario que al principio pensó que podía
haber un error en los resultados. Sabía que las posibilidades que este avance
abría acabarían necesariamente planteando una pregunta: ¿Qué nos
convierte en humanos? Pääbo escribe en su muy entretenido ensayo: “De
una u otra manera, casi todos los investigadores del Max Planck estudian qué
significa ser humano, pero todos ellos se acercan a esta pregunta difusa
desde una perspectiva basada en los hechos, experimental”.

Las derivaciones filosóficas son enormes. Una forma de leer la historia de la


humanidad es como una lección de humildad, porque la ciencia ha ido
descubriendo a lo largo de los siglos que el presunto papel central en el
universo de nuestro planeta y de nuestra
especie en la Tierra eran solo
reconfortantes ficciones. Vivimos en un
planeta más y, lo que es más importante,
somos una especie humana más entre
muchas otras. La diferencia es que hemos
logrado sobrevivir por motivos sobre los
que no tenemos mucha idea. Pero la
lección más importante que nos
proporciona la genética prehistórica es
que nosotros somos los otros humanos.
Nosotros somos el otro, mucho más de lo
que nunca llegamos a imaginar.

La investigadora del Instituto Max Planck de


Antropología Evolutiva, Vivian Slon, autora principal del estudio

La posible relación entre aquel denisovano marginado y una neandertal que venía
del oeste quedó reflejada en la niña de Denisova, algo que, pese a que se supiese que
ambas especies habían tenido crías, resulta sorprendente. “Nunca pensé que
tendríamos tanta suerte como para encontrar a un descendiente directo de los dos
grupos”, asegura Slon. Pääbo también considera improbable el hallazgo y piensa
que, aunque “quizá no tuvieron muchas oportunidades para encontrarse, cuando lo
hicieron, debieron haber copulado frecuentemente, mucho más de lo que se
pensaba”.
Carles Lalueza, investigador del Instituto de Biología Evolutiva de Barcelona,
también ve “realmente sorprendente” que se haya encontrado un híbrido de primera
generación. “Esto podría sugerir que los cruzamientos eran frecuentes, pero no lo
sabemos, en parte porque todos los denisovanos proceden de la misma cueva”,
plantea. Aunque puntualiza que “lo que sería realmente revolucionario es encontrar
otro denisovano en otro sitio, porque quizá estemos estudiando una población
marginal”.

Las incógnitas en torno a aquella etapa de la humanidad, cuando los humanos aún
no habían impuesto su ley y al menos tres especies tremendamente inteligentes
compartían planeta y flujos, son abundantes. No obstante, trabajos como el que se
publica hoy son una muestra de que la ciencia puede abrir ventanas inesperadas al
pasado. En 2006, el investigador de la Universidad de Chicago Bruce Lahn propuso
que neandertales y humanos habían intercambiado genes hace unos 40.000 años.
Según contó entonces a EL PAÍS, las revistas Science y Nature rechazaron publicar
el trabajo porque consideraban que ese cruce era imposible. En solo una década,
aquella visión sobre el sexo en el Pleistoceno y sus consecuencias ha quedado patas
arriba.

Hija de dos especies


El primer híbrido directo de una madre neandertal y un padre
denisovano arroja luz sobre los enredos sexuales de hace 50.000
años JAVIER SAMPEDRO 25 AGO 2018 - 04:07 COT
Ilus
tración de un grupo de homínidos. KENNIS&KENNIS SCIENTIFIC FILMS

Las personas actuales no tenemos la experiencia de cruzarnos con otras especies


humanas, ya que somos la única que existe en el planeta. A juzgar por los estragos
que ha producido y sigue produciendo no ya el sexo entre personas con distintas
formas de ojos o colores de piel, sino su mera convivencia, podemos imaginar la
escandalera que se montaría si tuviéramos relaciones con especies distintas de la
nuestra. Pero lo único que podemos hacer es eso, imaginarlo.

No siempre fue así, sin embargo. Hace unos 50.000 años coexistieron en Eurasia tres
especies humanas distintas: los neandertales en Europa, los denisovanos en Asia y
unos recién llegados desde tierras africanas: los humanos modernos. Y sabemos que
hubo sexo entre ellos, entre otras cosas por que nuestro genoma actual lleva
fragmentos de ADN neandertal o denisovano, según la procedencia geográfica de
cada individuo. Lo que nadie esperaba encontrar, ni en sus mejores sueños, era la
evidencia más directa concebible de aquellos encuentros: una adolescente híbrida,
hija directa de una madre neandertal y un padre denisovano. Y eso es lo que hemos
conocido esta semana, como puedes leer en Materia.

Los denisovanos son a la vez un misterio y una prueba del poder de la genómica. El
misterio es que nadie sabe cómo eran, porque solo se han conservado un puñado de
muelas y pequeños fragmentos óseos; además, todos esos restos provienen del
mismo sitio, la cueva rusa de Denisova. El genoma de esos restos, sin embargo, no
solo prueba que eran una especie humana, sino que era una especie distinta de los
humanos modernos y de los neandertales. Y también que hubo cruces entre
denisovanos y humanos modernos, puesto que las poblaciones asiáticas y oceánicas
actuales llevan fragmentos de ADN denisovano en sus genomas, al igual que los
europeos llevan trozos de ADN neandertal. Las comparaciones indican que
neandertales y denisovanos se separaron evolutivamente hace unos 400.000 años.
Ambos desaparecieron hace unos 40.000 años, tras la llegada de nuestros ancestros
sapiens a Eurasia. Salvo por su legado de ADN, por supuesto.

Las evidencias de que la niña Denisova 11, una adolescente de unos 13 años de la


que solo queda un trocito de hueso, era un híbrido de primera generación, son
indiscutibles. En cada uno de sus pares de cromosomas, uno viene de un progenitor
neandertal y el otro de un progenitor denisovano. Y el ADN mitocondrial, que solo
se transmite por vía materna, es neandertal. Luego madre neandertal y padre
denisovano. Por otro lado, los cromosomas del padre, aunque son esencialmente
denisovanos, muestran restos de cruces aún más antiguos con los neandertales.
Parece obvio por tanto que los encuentros de frontera entre las dos especies fueron
algo más frecuentes de lo que se venía pensando. El sexo mueve montañas, y cruza
la barrera de las especies.

La difusa frontera entre las especies


Parte de la comunidad científica cuestiona la extinción de los
neandertales y afirma que estos siguen vivos en los ‘Homo sapiens’
RAQUEL PÉREZ GÓMEZ 5 JUN 2018 - 09:55 COT

Reconstrucción de un 'Homo neanderthalensis'. P. PLAILLY / E. DAYNES


(SCIENCE PHOTO LIBRARY / AGE)
Los científicos han vivido históricamente afanados por catalogar el mundo
que nos rodea: las rocas y los minerales, las galaxias y las estrellas, las
plantas, los animales o los fósiles. Y cuando nos referimos a la clasificación de
la vida se genera un intenso debate a la hora de decidir si dos organismos
pertenecen o han pertenecido a la misma especie. Un ejemplo clásico que
suscita gran curiosidad es el de si nosotros, Homo sapiens, y los neandertales
pertenecimos a la misma especie; ¿tenemos que hablar de Homo sapiens
neanderthalensis o de Homo neanderthalensis?

Existen diversas definiciones de la palabra “especie” y ninguna parece


universalmente satisfactoria. En la paleoantropología se han utilizado
tradicionalmente criterios morfológicos para definir las especies; los
especialistas cuentan con un registro fósil incompleto y fragmentado con el
que intentar reconstruir el pasado. Por todo esto, el debate sobre los
orígenes del ser humano se ha visto envuelto siempre de un halo de
controversia.

Al definir una especie, los genetistas lo tienen claro: si dos individuos pueden
generar descendencia fértil, pertenecen a la misma especie. La progenie entre perro
y lobo o entre burro y caballo es viable pero estéril, y la mezcla de sus genes termina
ahí; son especies diferentes. Conforme a esta definición, si no hay un aislamiento
reproductivo prolongado, persiste el flujo genético que mantiene las poblaciones de
la misma especie conectadas, impidiéndose la especiación [la formación de nuevas
especies].

Este concepto de especie no es sencillo de aplicar cuando hablamos del estudio de


los organismos fósiles y no parece que pueda ayudarnos a responder a las dudas
sobre los neandertales. Una buena parte de la comunidad de paleoantropólogos
apuntaba a que lo más factible era que constituyeran una rama extinta más de
homínidos arcaicos, e intuía que, dadas las diferencias físicas, Homo sapiens y
neandertales habitaron áreas solapadas, pero nunca se llegaron a cruzar. A esto se
añade el misterio que rodea a su desaparición hace unos 50.000 años y que ha dado
lugar a numerosas fantasías, novelas y especulaciones sin resolver que hablan de
mezcla o de extinción.

Las técnicas más punteras de análisis genético han


irrumpido en la paleontología para arrojar luz al puzle de la
evolución humana

Afortunadamente, los eventos que ocurren a lo largo de la evolución dejan indicios


en la secuencia de ADN que pueden ser rastreados para ayudarnos a desvelar las
relaciones evolutivas entre organismos y acabar con algunas viejas controversias; sin
ir más lejos, el análisis de ADN mitocondrial humano dio lugar a la formulación de
la Teoría de la Eva Mitocondrial y despejó todas las dudas de que la cuna de la
humanidad se encontraba en África.
Las técnicas más punteras de análisis genético han irrumpido en la paleontología
para quedarse y arrojar algo de luz al puzle de la evolución humana más reciente. La
sorpresa fue mayúscula cuando en 2010 se publicaron en la prestigiosa
revista Science los resultados de la primera secuenciación de ADN genómico
procedente de fósiles neandertales: el trabajo dirigido por Svante Pääbo, del Instituto
Max Planck de Leipzig, demostró que en torno a un 1%-3% del ADN de las
poblaciones actuales procede de los neandertales. Y la sorpresa fue aún mayor
cuando el pasado noviembre, también en Science, publicaron las conclusiones del
análisis de ADN procedente de un conjunto fósil más reciente, que arroja un
porcentaje del 10%-20%; un incremento del porcentaje en restos más modernos
implicaría que los encuentros entre poblaciones se hicieron frecuentes. Esta sería la
prueba definitiva de que hubo mezcla genética, reavivando la discusión de si los
neandertales eran o no una especie diferente al Homo sapiens.

Cuando es preguntado, el mismo Svante Pääbo es bastante reacio a pronunciarse a


este respecto, y esto se debe al histórico conflicto a la hora de definir el concepto de
“especie” en el campo de la paleontología. Sin embargo, encontrar genoma de
neandertal en los humanos actuales es una prueba irrefutable de que no eran especies
diferentes desde el punto de vista de la genética: hubo híbridos fértiles. Y un
porcentaje del 10%-20% de aquellos neandertales en las poblaciones actuales no
puede considerarse simplemente una contribución marginal ni accidental, sino la
consecuencia natural del encuentro de grupos reducidos de neandertales con los
amplios grupos humanos procedentes de África; la contribución genética de los
neandertales se diluyó en las poblaciones, pero no desapareció.

De hecho, han encontrado que el ADN neandertal está ausente en el África


subsahariana, confirmando el relato clásico de que hubo diversos movimientos
migratorios desde el continente africano; pero ahora además sabemos que, una vez
mezcladas con los neandertales, estas poblaciones no regresaron a África, sino que
se extendieron por el resto del planeta. A medida que dispongamos de más
información genética, podremos desvelar con mayor precisión muchos detalles sobre
nuestro origen.

Un interesante trabajo publicado en 2016 y dirigido por David Reich, catedrático de


la Escuela de Medicina de Harvard, sugiere la existencia de diversos episodios de
mezcla genética con los neandertales, sustentando de nuevo la idea de que el
aislamiento y la especiación no se llegaron a producir. Entonces, ¿se puede hablar de
su extinción? Si mezcláramos todas las razas actuales de perros, en unas décadas los
caracteres morfológicos más peculiares se irían homogeneizando y diluyendo.
¿Podríamos hablar entonces de la extinción de los dóberman o los caniches? La
ciencia no puede sostener una afirmación tal. Mientras hay flujo genético, hay
especie.

Al final todo se reduce a un debate conceptual entre lo que consideramos “especie”


y “extinción”; y quizá podríamos seguir dándole vueltas, sin esperanza de obtener
demasiados consensos. Pero ahora sabemos que los neandertales siguen vivos en
nosotros, es una obviedad a la luz de las nuevas y aplastantes evidencias genéticas.
Pese a presentar algunas destacables diferencias morfológicas, los neandertales son
antepasados nuestros, al igual que los grupos que migraron desde África y se
encontraron con ellos. El linaje evolutivo de los humanos modernos, como el de
otras tantas especies animales, debe entonces entenderse como una intrincada red de
encuentros y no como una simple línea recta. Parece que hemos encontrado en el
estudio del ADN fósil la clave que nos hacía falta para comprender un poco mejor el
pasado.

Raquel Pérez Gómez es bióloga especialista en genética, doctora en Ciencias


Veterinarias por la Universidad Complutense de Madrid.

ARCHIVADO EN: Hombre de Neandertal Evolución humana Antropología


 
 Prehistoria Ciencias sociales Historia Ciencia
EL PAÍS CIENCIA GENÉTICA Manuel Ansede 2 OCT 2018 - 14:25 COT

Una invasión borró del mapa a los hombres


de la península Ibérica hace 4.500 años
https://elpais.com/elpais/2018/10/01/ciencia/1538416630_736638.html

Los yamnayas conquistaron el territorio y tuvieron "un acceso preferente


a las mujeres locales, una y otra vez", según una investigación dirigida
por la Universidad de Harvard

Enterramiento humano en el yacimiento de La Bastida, en Totana (Murcia). ASOME/UAB


Hace más de 5.000 años, grupos de pastores a lomos de caballos se lanzaron desde las
estepas del este de Europa a la conquista del resto del continente. Los jinetes, conocidos
hoy como yamnayas, llevaban consigo una innovación tecnológica: carretas con ruedas que
facilitaban la rápida ocupación de nuevas tierras. Hace 4.500 años los descendientes de
estos habitantes de las estepas llegaron a la península Ibérica y borraron del mapa a los
varones locales, según una nueva investigación de un equipo internacional de científicos.
“La colisión de estas dos poblaciones no fue amistosa, sino que los hombres llegados del
exterior desplazaron a los hombres locales casi por completo”, según el genetista
estadounidense David Reich, que adelantó sus resultados el 22 de septiembre en un evento
organizado por la revista New Scientist.

La llegada de los invasores a lo que hoy es España y Portugal tuvo “un rápido y
generalizado impacto genético”, según afirmó el genetista español Íñigo Olalde hace dos
semanas en un congreso científico en Jena (Alemania). Las posteriores poblaciones de la
Edad del Bronce presentaban "un 40% de la información genética y el 100% de sus
cromosomas Y procedentes de estos migrantes”, según la charla de Olalde. Dado que el
cromosoma Y se hereda de los padres, “esto significa que los hombres que llegaron tenían
un acceso preferente a las mujeres locales, una y otra vez”, describió Reich en el acto de
New Scientist.

Las poblaciones de las estepas llegaron con una tecnología


superior,  mejores armas y caballos domesticados
El nuevo estudio, que analiza el ADN de los restos de 153 individuos desenterrados en la
península Ibérica, está pendiente de publicación en una de las revistas científicas más
importantes del mundo. Ni Reich ni Olalde, ambos de la Universidad de Harvard (EE UU),
quieren ofrecer más detalles por el momento. En el trabajo también ha participado el
genetista Carles Lalueza-Fox, del Instituto de Biología Evolutiva de Barcelona.
Hace tres años, otra investigación del equipo de Reich sugirió que las lenguas indoeuropeas
—la familia lingüística a la que pertenece la mayoría de los idiomas de Europa— se
propagaron sobre las ruedas de los yamnayas y sus descendientes. El prehistoriador
Roberto Risch, de la Universidad Autónoma de Barcelona, explicó entonces a este diario
que la excavación en el yacimiento murciano de La Bastida sacó a la luz una “inmensa
sorpresa”. “Nos hemos dado cuenta de que la península Ibérica no solo fue colonizada por
la primera migración neolítica de hace 8.000 o 9.000 años, sino también por otra muy
posterior, de hace 4.500 años, y portadora de una cultura muy diferente”, apuntó Risch. En
las capas de tierra de hace 4.500 años aparecen hachas de guerra y carros de cuatro ruedas.
“Las tumbas de los hombres acaparan desde entonces casi todo el armamento, los adornos y
las muestras de riqueza, y la arqueología revela marcados signos de una sociedad jerárquica
que rompió con el antiguo igualitarismo del Neolítico temprano”, describió Risch.

Los nuevos resultados del grupo de David Reich también concuerdan con otro estudio
previo. El año pasado, el equipo de los genetistas Dan Bradley, del Trinity College de
Dublín, y Rui Martiniano, de la Universidad de Cambridge, anunció “una discontinuidad”
del cromosoma Y durante la Edad del Bronce en la península Ibérica, tras analizar el ADN
de los restos de 14 personas hallados en yacimientos de Portugal. “En cuanto a por qué
sucedió este reemplazo del cromosoma Y, se podría especular que estas poblaciones de las
estepas tenían una tecnología superior, con mejores armas y también caballos
domesticados, lo que pudo haberles aportado alguna ventaja en la guerra”, hipotetiza ahora
Martiniano.

Los yamnayas, el pueblo que aniquiló


a los varones de la península Ibérica

Zalen Gades Yahoo Noticias3 de octubre de 2018

Hace más de cinco mil años, grupos de pastores llegaron del norte y el este de


Europaal resto del continente. Eran los yamnayas, un pueblo fantasma, que contaban
con varias señas de identidad
que determinaron el porvenir
del Viejo Continente y de la
península Ibérica. A ellos les
debemos la tolerancia a la
lactosa, una genética ancestral
y una de las grandes
innovaciones de la Historia: las
carretas con ruedas.

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Los yamnayas aniquilaron a los
varones de la península Ibérica.
Getty Images. Más
Sus descendientes ocuparon la península Ibérica 500 años después y eliminaron a
los varones locales, tal y como publicó El País. Esta teoría se difundió en el evento
New Scientist, donde el científico genetista, David Reich, fue más allá.

Allí explicó que los estudios actuales confirmaron que el cien por cien de los
cromosomas ‘Y’ en España y Portugal proceden de los yamnayas. Estos
cromosomas son transferidos por los padres. Eso indica que aquellos
invasores fueron tan innovadores y violentos que desplazaron a los machos
locales.

Ellos ganaron una cruenta guerra antes de la Edad de Bronce: la de seducir (o


poseer a la fuerza) a las mujeres. Y con ello cambiaron el mapa genético del
suroeste de Europa.

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Yacimiento humano en Murcia. Foto: ASOME/UAB Más
Los yamnayas fueron una cultura nómada que predominó en Rusia, concretamente
en la región de los Urales. Una de las características de esta población es cómo
enterraban a su fallecidos, ya que los colocaban en tumbas en posición fetal y los
cuerpos eran enterrados en ocre. 

Muchos científicos piensan que los yamnayas introdujeron la lengua indoeuropea,


idioma madre de muchas hablas de Europa. Aunque la característica más asombrosa
fue la importancia genética de su predominio. Tan solo se descubrieron 300
hallazgos de este pueblo, los suficientes como para determinar que los cromosomas
Y que se encuentran en los europeos en la actualidad provienen de ellos.

Los yamnayas fueron invasores y llegaron a distintos puntos de Europa, como


la península Ibérica, para quedarse en el mapa genético de la población, algo que
consiguieron tras borrar a los varones locales.

“La colisión de estas dos poblaciones no fue amistosa, sino que los hombres
llegados del exterior desplazaron a los hombres locales casi por completo”, sentenció
el genetista Reich.

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