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CAPÍTULO 4

El encantador de serpientes.

La noche anterior, como casi todos los sábados luego de cenar, Julieta se
había puesto a preparar la comida para el domingo. Después de amasar
rellenó los ravioles y los acomodó sobre la mesa para dejarlos descansar
toda la noche. Por la tarde, con Marta, habían estado pasando viruta al
parquet. Ahora, ya encerados, los pisos brillaban con la luz del sol que
empezaba a asomarse en el patio.
Ramón no cambió su rutina de los domingos, se levantó temprano, calentó
el agua para el mate, y se puso a preparar la picada cinco horas antes del
mediodía. Entre mate y mate probaba un poquito de salamín, un poquito de
queso. Esta vez Beatriz no había venido así que era él el encargado de ir a
la panadería. Martita dormía. Compró el pan y tortitas negras para su hija.
Luego se sentó en el patio a leer el diario aunque no podía concentrarse.
No era un domingo como todos, no venían Marieta con Roberto, ni venían
Tito con Esther, tampoco la tía Tita era la invitada esta vez. Este domingo
venía "Él".
Cerca de las 9 Marta se levantó y se arregló. Le encantaban esos días de
invierno donde el sol se colaba por cada ventana y calentaba las mañanas.
El silencio era apenas interrumpido por el kerosenero que entraba por
Rivadavia, paraba en la esquina de Dominguez y esperaba a los clientes del
callejón.
Al mediodía estaba todo listo. Ramón cerró el diario y mirando a Marta dijo:
- Espero que el fulano sea puntual.
No terminó de decirlo cuando en el pasillo se escuchó una voz juvenil:
- Buenas...
La puerta del patio central estaba abierta y allí, parado, estaba Héctor, con
su amplia sonrisa, tranquilo, con su traje nuevo, su corbata de seda, los
zapatos recién lustrados y una caja de bombones en las manos.
Lo hicieron pasar, se presentaron y le ofrecieron una silla al lado de Ramón.
Luego de un rato Julia y Marta se fueron a la cocina y Ramón aprovechó la
oportunidad. Había repasado en su mente una y otra vez lo que le iba a
preguntar:
¿Trabaja usted de cómico? Porque cada vez que lo veo en la plaza con mi
hija, ella está riendo. Antes que nada, ¿Trabaja?, ¿Tiene pensado algo para
su futuro? ¿Qué intenciones tiene? ¿Cómo conoció a Martita? ¿Por qué se
pasa las noches en El Progresista? ¿Cómo hace después para levantarse a
trabajar?

Esas y mil preguntas más se le borraron en un segundo porque Héctor no lo


dejó ni hablar. Le contó que trabajaba en el correo y que lo habían
ascendido.
-¿Le aumentaron el sueldo?-preguntó Ramón-.
- No, pero me dieron una bicicleta para entregar las cartas y no se la dan a
cualquiera.
Contó también que ya sabía manejar, que cuando tuviera el registro
buscaría otro trabajo, que tenía pensado viajar por el mundo, comprarse una
casa, un auto Ford, cualquiera pero Ford...
Ramón no encontraba el momento de meter un bocadillo.
También dijo que había trabajado en la película Pelota de Trapo.
-¿En serio ?¿Qué papel hizo?
- Ninguno, estábamos jugando con los vagos en el potrero y vinieron a
filmar, entonces el director nos dijo que sigamos jugando como si nada.
- Ahhh...
Durante el almuerzo no se cansó de halagar a Julia por su mano en la
cocina, lo hermoso que era el departamento, lo interesante del trabajo de
rebobinar motores y mil cosas más.
- Eso de los motores no lo hace cualquiera Ramón, algún día me tiene que
enseñar.
Marta le había dicho que muy pocas personas le decían Julieta a su mamá.
Se llamaba Julia, pero Ramón la llamaba Julieta y así le decían los más
íntimos. Héctor lo más campante: Julieta ésto, Julieta lo otro. A Marta casi
ni la miró. Estaba ocupado con sus "futuros suegros".
El vermouth, los ravioles a la boloñesa, el postre de vainillas con licor, los
bombones, todo pasó con rapidez y cuando se hicieron las cinco, se paró de
repente y con total naturalidad dijo:
-Bueno gente, -gracias por la invitación- y se despidió. Marta lo acompañó
hasta la puerta y se quedó unos minutos con él. Luego entró corriendo y
miró a sus padres.
- ¿Y? ¿Qué les pareció? - preguntó con los ojitos iluminados
Ramón fue el primero en contestar.
-Tu noviecito no me dejó ni hablar.
- A mí me gustó - dijo Julia sonriendo-
- ¡Papá! ¿te gustó o no?
Hubo un silencio hasta que Ramón lanzó por fín una carcajada.
- ¡Como no me va a gustar! Un poco exagerado, un poco delirante, pero
encantador hija. ¡Encantador!

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