Está en la página 1de 3

La puerta roja

Mateo y Alma son una joven pareja que vive en un pueblito llamado Campana en la ciudad de
Buenos Aires; Tienen un hijito hermoso de seis meses llamado Cristian. Viven con la madre de
Alma. Es una casa humilde y sencilla.

Esa noche en la que recibirían un llamado inesperado llovía muy fuerte, y los relámpagos
iluminaban el cielo con un tono claro. Mateo estaba en su escritorio escribiendo un nuevo capítulo
para su novela cuando el teléfono empezó a sonar. Tomó el celular y respondió:

―Buenas noches, ¿Quién habla?

―Hola querido, ¿Cómo estás? Soy yo, tu tío favorito.

―¿Raúl?

―No. Ernesto, ¿No te acuerdas de mí?

―Ah sí, tío Ernesto, como olvidarme de ti. ―En realidad no se acordaba de él, la última vez que lo
había visto fue en el velatorio de su esposa hace casi seis años. En su infancia tampoco compartió
momentos con él ya que siempre fue muy raro y no era ese tipo de tíos que siempre estaba
presentes en los cumpleaños y venía a visitarlos de vez en cuando.

―Necesito pedirte un favor, sobrino ―su tono de voz se volvió serio.

―¿En qué puedo ayudarte? ―preguntó Mateo, que estaba intrigado por saber qué era lo que
pretendía su tío.

―Tengo que hacer un viaje a Europa, tú sabes, cosas de negocios, y no tengo con quien dejar la
mansión. No me gusta que se sienta sola. ¿Crees que puedas cuidarla? Te pagaré.

Mateo vio con buenos ojos la gran oportunidad que le estaba ofreciendo su tío, irse a vivir por un
tiempo a El Calafate, Santa Cruz, con su esposa e hijo. Su convivencia con su suegra lo estaba
asfixiando, nunca se llevaron bien, ni antes ni después de su convivencia.

―Necesito consultarlo con mi esposa, espérame un rato en el teléfono. ―Debatieron un largo


rato, y luego de unos minutos volvió al teléfono―. Está bien, iremos.

―Me alegra que aceptases. Yo me iré mañana a la noche, te dejaré la llave escondida en una
maceta verde de la entrada.

―Está bien, adiós tío.

―¡Espera! ―gritó―. Se me olvida decirte una cosa muy importante. Hay un sótano con una
puerta roja, está cerrada con llave, no cruces esa puerta por nada del mundo ¿Entendiste?

―¿Que hay ahí?

―No tienes por qué saberlo, solo no lo hagas.

El sábado por la mañana la pareja llegó a la mansión en Santa Cruz, y se decepcionaron al ver que
la casa no era tal y como imaginaban. Su tío había comprado esa propiedad por un precio
extremadamente bajo, incluso para la apariencia que tenía, lo era. La casa se alzaba en el centro
de una estancia de más de 12 hectáreas, entre la nieve y el frio que sucumbía la región. Una casa
enorme, a simple vista parecía de más de 200 años de antigüedad, por donde la vieran se veía
oxidada y demacrada, todos los rasgos que tenía la hacían tenebrosa y escalofriante.

Cuando entraron pudieron notar que la casa era igual de fea por dentro que fuera, o quizás peor.
Sobre las paredes quebrajadas y desteñidas colgaban unos cuadros pintados a mano de personas
con características del siglo XVII, las luces titilaban como si fuese que la casa tuviera
sobretensiones eléctricas, se sentía un olor putrefacto que venía de las tuberías que se
encontraban detrás de las paredes, el techo tenia agujeros que dejaban entrar el frio haciendo de
la casa un frízer. La atmosfera de la casa les hacía sentir como si no estuviesen solos.

Mateo esa tarde salió a hacer unas compras. Alma aprovechó para recorrer toda la casa, observo
la cocina, 15 habitaciones, los dos baños, el cobertizo, y se detuvo. Se detuvo en el comienzo de
las escaleras que bajaban hasta una puerta roja. Intentó abrirla, pero no pudo porque estaba
cerrada con llave. De verdad estaba intrigada por saber que había tras esa puerta misteriosa.
Subió a la planta principal para buscar algo en el garaje que hiciera abrir la puerta, y al cabo de un
rato regresó con unas ganzúas y una llave de tensión, las introduzco en la cerradura y la manipuló
hasta abrirla.

Al entrar todo era oscuro, dio algunos pasos de forma poco convincente y se acercó hasta el
centro de la habitación, y de repente… Nada, no había absolutamente nada en la habitación, era
un cuarto común y corriente como cualquier otro de la casa, pero este estaba vacío. Salió un poco
decepcionada por no haber encontrado nada interesante, ya que la casa en si era aburrida. Era la
única puerta que estaba bloqueada. Mateo nunca le dijo que su tío le pidió de manera exhaustiva
que no abra esa puerta, a él no le pareció importante recalcarlo.

Después de la cena acostaron al bebe en la habitación que estaba al lado de la de ellos y se fueron
a dormir.

Alma se despertó en medio de la noche llorando. Se sentó en la cama

―¿Pesadillas? ―preguntó Mateo que se despertó con su llanto―. Tranquila, no fue más que eso.
―La abrazó.

―Soñé que nuestro hijo estaba siendo quemado ―tartamudeó ella.

Mateo esperó hasta que ella se duerma para volver a cerrar los ojos. Después de una hora Alma se
volvió a despertar escuchando gritos.

―¡Mateo!, ¿Escuchas esos gritos? Despierta, ¡Mateo! ―Lo sacudía para hacerlo despertar.

―Solo fue un sueño otra vez, amor ―dijo de manera sonámbula― Vuelve a dormir.

―¡Mateo! Es el bebé, está llorando.

Él se levantó de repente y fueron corriendo hacia la habitación del bebé. No estaba por ningún
lado del cuarto. Su llanto se iba alejando a través del pasillo de las habitaciones, fueron
desesperados siguiendo sus gritos que los llevaron hasta el sótano de la puerta roja, bajaron las
escaleras y pudieron notar que en el medio de la puerta había letras escritas que decían “NO
ABRIR”. El llanto del bebé se escuchaba tras la puerta, debían sacarlo como sea.

Abrieron la puerta a pesar de la advertencia, cuando entraron se cerró sola, pero por fin habían
llegado hasta su hijo, que estaba en el centro de la habitación, en una cuna, llorando. Alma se
percató de que la habitación había cambiado a diferencia de cuando entró en la tarde. Las
paredes y el suelo eran de color rojo.

De pronto, el bebé dejó de llorar durante unos segundos, y fue ahí cuando gritó unas palabras con
una voz monstruosa y demoniaca, como si algo se hubiese apoderado de él:

―¡No debieron haber abierto esta puerta, sufrirán las consecuencias!

Después de eso se durmió, y la habitación de golpe se empezó a incendiar. Mateo intentó volver a
abrir la puerta, pero fue imposible. De a poco el fuego se empezaba a expandir por los bordes de
la habitación y avanzaba lentamente al centro. Habían renunciado a la idea de salir vivos, se
acercaron hasta su hijo, que estaba dormido como si fuese un angelito, lo sujetaron en sus brazos
y se dijeron lo mucho que se amaban y que se alegraban de pasar sus últimos minutos de vida
juntos. Murieron carbonizados.

Solo la habitación se había quemado por dentro. La casa seguía intacta, y así seguirá durante
muchos años más, atrapando familias inocentes tras esa habitación de puerta roja, que nadie sabe
qué ni quien habita en ella.

Autor: Bruno Leandro Ludueña


Instagram: bruno_leandro_16
Facebook: Leandro Ludueña
Gmail: luduenab69@gmail.com
¡Si te ha gustado, házmelo saber en mis redes!

También podría gustarte