Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Capítulo 36 - 39
Capítulo 36 - 39
CAPÍTULO 39 EN LA PELUQUERÍA
Las tardes de frío transcurrían entre las callecitas de San
Sebastián de los Reyes y la peluquería. No habíamos empezado
la escuela todavía. Héctor trabajaba todo el día y apenas lo
veíamos, pero Marta no se separaba ni un minuto de nosotros.
Nos habíamos acostumbrado rápidamente a esa nueva vida sin
tíos, ni abuelos, ni primos. Solamente nosotros cuatro y los
nuevos amigos que cada vez eran más.
Saliendo por la calle Mayor, caminábamos solamente veinte
metros y estábamos en la avenida principal de San Sebastián de
los Reyes. Era un municipio muy particular. Lo llamaban la
pequeña Pamplona porque todos los años había corridas de
toros a las que acudían todos los vecinos. A una cuadra hacia la
izquierDa de la calle Mayor había una plaza, en el centro el
Ayuntamiento y a un costado la Iglesia. A la derecha estaba el
cine del barrio y una confitería.
En la avenida principal, la Avenida Real, estaban todos los
negocios donde Marta solía comprar: la panadería, el estanco, un
almacén y la carnicería. El carnicero ya conocía a Héctor de
antes, por lo cual Marta podía pedirle lo que quisiera, por
ejemplo matambres y asado, porque el Negro le había enseñado
al hombre como cortarlo.
Comprábamos siempre ahí. También nos fuimos acostumbrando
a comer cada vez más carne de cerdo. Al lado de la carnicería
estaba la fiambrería. Marta se había vuelto adicta al jamón crudo
porque había muchas variedades, al punto de que una vez tocó
el timbre el señor de la fiambrería para entregar por pedido de
Héctor, un jamón entero que el Negro colgó en un gancho de la
cocina.
- No compres más, le había dicho Marta.
- ¿Por qué? Si te gusta.
- Por eso mismo. Cada vez que entro a la cocina me corto una
porción.
La cuestión fue que cuando lo terminaron fue Marta la primera
en ir a encargar otro. Eso de colgarlo lo habían visto en la casa
de Paco cuya cocina estaba llena de ganchos de donde colgaban
todo tipo de embutidos.
Recuerdo nuestra cocina con todos sus olores. El jamón colgado,
el carbón, el dulce de leche que Marta trataba de preparar.
Como no se conseguía, hacía hervir una lata de leche
condensada y aunque no era el mejor, servía para rellenar los
panqueques.
Pero Marta no era nada aficionada a la cocina así que lo que solía
hacer era abrigarnos bien y salir a merendar a cualquier
confitería. Nuestras favoritas estaban en alcobendas.
Tomábamos un micro en la avenida Real que nos dejaba allí,
donde había muchos más negocios.
Héctor no venía nunca a comer. Al principio lo hacía pero luego,
cuando vio que estábamos bien instalados y acomodados, volvió
a almorzar con los compañeros de taller.
Plata no faltaba, al contrario, el trabajo del negro crecía de
manera exponencial y una vez por semana íbamos al correo a
enviarles un giro a los abuelos.
Mi lugar favorito ya dije que era la peluquería. Nos quedábamos
horas calentitos ahí adentro, mamá charlando las peluqueras,
con todos esos olores a spray y shampoo. La dueña me dejaba
acomodar todos los estantes con los frascos y los canastos con
revistas.
En una de esas tardes de peluquería, Marta volvió a escuchar
sobre los nuevos edificios que se acababan de estrenar.
- Vamos a tener que abrir una sucursal - había dicho la dueña-.
Con todos esos edificios nuevos va a llegar más gente al barrio.
- ¿Qué edificios?
- Los que están para el norte. Los hicieron más que volando.
Marta sintió un nudo en el estómago. Por un momento se
arrepintió de la vez que se había enojado con Héctor porque él
había dado la seña para uno de los pisos.
Cuando papá llegó a la noche le contó lo que había escuchado.
- ¿Viste que yo tenía razón? - dijo él - Vos no me diste ni pelota.
- No creí que los hicieran tan rápido y no me enojé por los
edificios sino por porque como siempre no me consultaste.
- Bueno, otra vez será.
- ¿Vos lo habías señado?- dijo ella esperando un milagro.
- Sí, pero me devolvieron la seña - contestó Héctor sin darle
importancia.
- Podríamos ir a verlos un día
- ¿Para qué? -dijo Héctor- ya están todos vendidos.
- Sí, eso escuché.
- Pero, si querés ver lo que te perdiste, vamos dijo. Fue a su
habitación y volvió con la campera en la mano.
La noche estaba hermosa y estrellada, el frío no se quería ir pero
se podía andar caminando a gusto. Recorrimos tres cuadras por
la Avenida Real para el lado del norte, donde nunca íbamos
porque para el sur estaban todos los negocios y el centro de
Madrid. Doblamos una calle a la derecha y así, de la nada, donde
meses antes había pasto y árboles, ahora se erguía imponente
un complejo de edificios nuevos. En una de las calles estaban
todos terminados, enfrente estaban en obra.
Nos acercamos y Héctor sacó un papelito del bolsillo. Edificio 2,
tercer piso -dijo mirando hacia los balcones. Luego miró a Marta
y siguió hablando:
- Menos mal que no te di bola flaca. Para eso soy el "macho" y
hago lo que quiero -dijo un poco en broma un poco en serio-.
Cuando Marta vio los ojos de Héctor entendió lo que pasaba.
Emocionada intentó taparse la cara para que no viéramos las
lágrimas que estaban a punto de salir
Él la alzó y le dio un beso. Luego, mirándonos mi y a Gaby dijo:
- Miren los balcones y cuenten, uno, dos, tres, ¿ven el tercer
balcón? Esa es nuestra nueva casa.