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EL CARÁCTER DES-INTRODUCTORIO DE LA

DOCTRINA DE LA CIENCIA1

THE DE-INTRODUCTORY NATURE OF THE


DOCTRINE OF SCIENCE
FRANCISCO ANTUÑA
UAM

Este texto presenta un modo de lectura de las Introducciones a la Doctrina de


la Ciencia de 1797 en las que se resaltan ciertos puntos que tocan al carácter seña-
lado en nuestro título, como también se asienta sobre algunos de los temas que
se escrutan en los capítulos particularmente tratados aquí2.

Des-introducirse en algo parece ser una contradicción en los términos, pues-


to que lógicamente parece indudable que antes debiéramos haber estado intro-
ducidos para perder luego ese «estado de introducidos’. Sin embargo, podemos
afirmar, que por medio de un sentido común, o bien por el conocimiento a veces
a oídas, u otras veces a primeras lecturas, etc., podemos aceptarnos —en ciertos
casos— como introducidos en algo. Y es acerca de esta forma, o mejor, de este
«estado-de-introducidos» que hablamos cuando pensamos —en este caso— en
el sentido de aquello que llamamos desintroducción, bajo esta clave hermenéuti-
ca, acerca de eso mismo que Fichte denomina: «introducción». Dicho de otra

1
A partir de este momento usamos las siglas castellanas DC, para abreviar lo que traducimos
por Doctrina de la Ciencia. Agradezco en especial a Jacinto Rivera de Rosales por las sutiles suge-
rencias y correcciones de este comentario, como también las observaciones de Salvi Turró y de Gus-
tavo Macedo; y a Emiliano Acosta su invitación a participar de este comentario conjunto.
2
Si bien mi trabajo debe ceñirse a la Segunda Introducción a la Doctrina de la Ciencia (I-VI) y
a los puntos específicos que destacan el carácter desintroductorio, esta característica puede usarse
para la lectura de más de un libro escrito por Fichte, esto es, para el desarrollo y re-desarrollo de
toda la obra.

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manera, la tarea previa o propedéutica para iniciarse en un sistema, debiera radi-


car negativamente en «salir» ante todo de aquello que no nos permitiría ingre-
sar. Ciertamente, con esto aún no sabemos nada de Fichte ni de su obra, pero
debiera servirnos la significación que le damos a este término dentro de la obra
de nuestro pensador.

Ahora bien, ¿por qué nos atrevemos a usar un término del que no se sirve la
DC?, ¿por qué no es algo introductorio, sino más bien algo des-introductorio?

Respondemos afirmativamente, que podemos utilizar ese término de «des-


introductorio» para las dos Introducciones publicadas por Fichte, dado que su
modalidad es meramente negativa, y porque apunta a la convicción y a la vida,
antes que a algún método o camino teorético a seguir; porque no precisa de una
lógica previa, sino de una «pre-disposición» para el pensar, de una actitud o aten-
ción para disponernos a la comprensión de la génesis de nosotros mismos; por-
que si la DC es un sistema cerrado en que se da todo de una sólo vez, entonces no
puede haber algo así como una introducción (Einleitung) sino más bien como
una preparación (Vorbereitung). Puede objetarse contra esta lectura, si tomamos
en cuenta la literalidad a la que se refiere nuestro autor con su título en 1797.
No obstante, el lema que Fichte inscribe en las puertas de sus lecciones como
primer mandato —que la misma filosofía nos hace a cada uno— ya ejecuta un
carácter claramente desintroductorio: «pon atención en ti mismo, a-parta tu mira-
da de todo lo que te rodea» (EE. GA I/4, 186).

Como perspectiva históricamente aledaña, indicada hace más de medio siglo


por X. Léon, sabemos que la determinación propia de la DC en las Introduccio-
nes tenía como una de sus metas el reforzar los puntos claves ante el riego que
corría ella misma ante los falsos comentarios del joven Schelling, quien por enton-
ces poseía la reputación generalizada de egregio y auténtico discípulo de Fichte.
Sin embargo el momento del vis-à-vis público entre los dos filósofos aún no había
llegado, aunque la rectificación comienza desde este período y no cesa hasta la
muerte de Fichte.3 Y en este sentido también se refuerza el carácter desintro-
ductorio, puesto que no sólo aquellos contemporáneos de Fichte podían mal-
introducirse o creer comprender el sistema de la DC mediado por las propias y
desapropiadas introducciones a través de las cuales eran insertados a ciertos comen-

3
X. LÉON, Fichte et son Temps, Paris, Libraire Armand Colin, 1954, p. 423.

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tarios que podían hacer tanto Schelling, como Jacobi, o algún otro filósofo, sino
que la historia misma del pensamiento filosófico también parece haber mal-intro-
ducido a Fichte una y otra vez hasta el punto de «borrarlo» de toda citación en
más de un libro de filosofía —tanto viejo como relativamente nuevo—, cuando
no, condenarlo al más craso solipsismo. Por otra parte, es de destacar que desde
que se intentó4 y se intenta pensar la DC como obra completa, reelaborada con-
tinuamente, las cosas han cambiado mucho más, aunque sólo e indudablemen-
te para unos pocos dedicados a la obra del Wissenschaftslehrer5.

1. La advertencia6 de las dos series del actuar inmaterial7

La primera cuestión que abre la ZE establece el cambio inmediato de las acla-


raciones para el «lector sin prejuicios», porque todavía no ha adoptado un siste-
ma filosófico, y se concentra en aquellos lectores que poseen un sistema filosó-
fico con el que se identifican. Fichte no está pensando en alguien que después
de leer la EE va a poseer ya un sistema, para poder —solo así— entrar en el segun-
do momento —aparentemente también introductorio—. Esto es, Fichte está
escribiendo sólo para aquellos filósofos que no comprenden aún si son ellos mis-
mos dogmáticos o idealistas, si comprendieron bien a Kant (y por lo tanto están

4
Ahora sí vale hacer cierto llamado a ese comienzo en las lecturas serias y lúcidas sobre la obra
de Fichte, y cuya referencia ineludible lleva el nombre de Martial Gueroult; quien —como dice
R. Lauth— con sus investigaciones sobre la estructura sistemática de la DC ha alcanzado, antes
que nadie, hasta nuestros días un trabajo completamente imperecedero (unüberholt), y al lado del
desarrollo magistral —pero predilectamente biográfico— elaborado por Xavier Léon. (Reinhard
Lauth. Vorwort. 5* en : M. GUEROULT, L’évolution et la structure de la doctrine de la science chez
Fichte, Hildesheim. Zurich. New York, Georg Olms Verlag, 1982).
5
Aunque este término alemán es inusual e intraducible, bien podríamos traducirlo por «el
hacedor de la DC».
6
Tras acabar el primer cap. así lo califica, de advertencia preliminar: «vorläufigen Erinnerung»
(ZE. GA I/4, 211).
7
La expresión que utiliza Fichte es: «die geistigen Handelns» (ZE. GA I/4, 210); traduzco «geis-
tigen» por «inmaterial» o «mental», para evitar el contenido peyorativo de aquello que entendemos
habitualmente por «espiritual», relacionándolo a lo religioso. Aunque en Fichte el vocablo puede
ser utilizado en varios sentidos —dada su inobjetable formación religiosa—, prefiero apartarlo aquí
de esa acepción, ya que el presente texto posee ante todo una finalidad teórico-estructural. Y aún
más, en este mismo parágrafo, nuestro pensador se opone al filósofo que fabrica un producto arti-
ficial (verfertigt ein Kunstproduct) para el que cuenta sólo con la materia «aislada» de toda fuerza
mental.

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aptos para ingresar en la diferencia que va a establecer la DC) o por lo contrario


se apoyan en un material al que toman como «concepto muerto». De ahí que en
este apartado la DC se declara separada del modo de pensar de aquellos que par-
ten de un concepto cualquiera «sin preocuparse en modo alguno de dónde lo han
tomado y a partir de qué lo han compuesto» (ZE. GA I/4, 209). Antes que par-
tir de ese «concepto muerto», la filosofía de la DC se considera como vida y acti-
vidad que engendra conocimientos por y para ella misma, cuyo acervo funda-
mental consiste en concebir esta vida del pensar y del hacer del Yo e interpretarla.
Aquella problemática irresuelta en 1790 en Los aforismos sobre la religión y el deís-
mo sobre la escisión entre la vida —que no halla su verdad sino en su mero cum-
plimiento— y el pensamiento —cuya única verdad se satisface sólo cuando con-
sigue la ejecución de sus razonamiento intelectuales8— no precisa llegar hasta
1804 —y ya mediado por las correspondencias con Jacobi— para explicitar que
el hombre de acción y el filósofo son uno y el mismo9. Pues, como acabamos de
ver, en 1797 ya fija un concepto adjetivado como muerto, y contrastando inme-
diatamente con la vida que engendra conocimiento y libertad. De ahí mismo
surge el establecimiento diferencial de las dos series del actuar inmaterial, que se
opone al pensamiento dogmático aferrado a toda objetualidad material o cosifi-
cada donde no funciona lo pensante, pues su objeto se identifica con el fenóme-
no mismo, pero no con el saber de este fenómeno. Así, dentro de la DC tene-
mos dos series: a) la serie del Yo —que el filósofo observa— y b) la serie de las
observaciones del filósofo (ZE. GA I/4, 210), pues al observar la génesis del Yo,
el filósofo sabe cosas que el Yo todavía no percibe hasta que al final se alza al pun-
to de vista del filósofo gracias a la DC. Fichte no explicita de modo directo el
funcionamiento de las dos series, sino que más bien lo realiza por vía negativa,
resaltando la común equivocación (Misverständnis) entre las dos series, o bien,

8
(SW, V.6-7, y la nota****)
9
Pero no sólo en la DC de 1804 es donde se sienta fuertemente que el pensamiento no es un
elemento despreciable en la vida [Ein nicht unwichtiger Bestandtheil des Lebens ist das Denken
(SW, X. 89 = GA II/8, 2)] y aún más a partir de la conferencia nº XXV, sino ya antes, en 1801
en Sonnenklarer Bericht an das Publikum encontramos claramente este pensamiento para el que
pensar, imaginar y saber no tienen significación alguna sino en la medida en que se relacionan con
lo que vive «Nada tiene valor y significado incondicionado más que la vida. Todo lo demás: pen-
sar, poetizar, saber, sólo tiene valor en cuanto se relaciona de algún modo con lo vivo; parte de ello
y se proyecta retrocediendo sobre eso mismo. Esta es la tendencia de mi filosofía. Esto mismo es
lo kantiano. (SW, II. 333-334 = GA I/7, 193-194)].

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la mezcolanza (Verwechselung) entre el idealismo y el realismo, entre lo especulati-


vo y el simple modo de pensar, entre lo fundante y lo fundado.

No obstante, debemos aclarar que las dos series refieren precisamente a la


dualidad entre lo que ve el filósofo y lo que va viendo el Yo en cada momento
(el Yo cree que… pero nosotros sabemos que…), y esa serie dual se da, nos dice
aquí Fichte, porque el objeto de su filosofía es un Yo, una actividad que conoce,
y no una cosa muerta. Ahora bien, también hay otro sentido de las «dos series»,
que nos sitúa dentro del mismo Yo, y consiste en su serie ideal (el autoconoci-
miento) y su serie real (el conocimiento de los objetos y del mundo).

2. ¿Ser-para-nosotros?

Pero la consecución de esa previa advertencia requiere otra instancia —tam-


bién de antesala— que debe satisfacer una pregunta tripartita: a) ¿de dónde pro-
cede el sistema de las representaciones acompañadas del sentimiento de necesidad?
o b) ¿cómo llegamos a asignar (beizumessen) validez objetiva a lo que sólo es sub-
jetivo?; o bien: c) dado que la validez objetiva se refiere al ser o se logra median-
te una referencia al ser ¿cómo llegamos a admitir un ser?

Saltando las dos primeras formas de la misma pregunta, se responde con los
términos de la última —luego irá respondiendo bajo las nociones de a) y de b)—
y debe leerse junto a la nota añadida al final del apartado I.

Siendo así que la cuestión parte del sujeto que cuestiona —de que la observa-
ción del objeto inmediato de la conciencia es sin más la conciencia misma— no se
podrá hablar de ningún otro ser más que de un «ser para nosotros». Pero bajo esa
perspectiva respecto de un «ser», no debe entenderse esta filosofía como relaciona-
da a un «no-ser» (NichtSeyn), pues ello significaría la negación del concepto de ser
o realidad. En la DC se hace un uso restringido y particular de «ser» — sólo apli-
cable a las cosas o fenómenos— como cuando decimos «la mesa es», de modo que
«ser» debe entenderse como «cosa», o algo «fijo» e «inactivo», contrapuesto a «acción»
o «agilidad», puesto que Fichte quiere explicar toda nuestra experiencia partiendo
de la actividad de Yo, que daría lugar también al ser o cosa. En ese sentido la pre-
gunta filosófica se refiere al fundamento del predicado del ser en general, pero dado
que el fundamento está siempre fuera de lo fundado —lo mismo vale decir que

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ambos son opuestos—, la respuesta debe ser independiente de todo ser. (ZE. GA
I/4, 211) El fundamento no es una cosa o un fenómeno, sino la acción originaria
del Yo. Y aparece nuevamente la constante discursiva de que no tenemos un sus-
trato puesto, que el Yo es actividad, y no una cosa o substrato que después hiciera
una acción, y que se debe abstraer de todo ser.

3. El funcionamiento de la doble serie y el empalme de la DC

Pues bien, ese «ser-para-nosotros» sólo se alcanza y se comprende en la serie del


razonamiento filosófico, a través del cual se activa prácticamente la abstracción de
todo ser. Con vistas a la objetividad o al valor universal, debemos entender que el
ser u objeto se resuelve en acto, en el acto del sujeto reflexionante. En el actuar del
sujeto, que es el actuante (Handelnde) en relación con el ser, el sujeto debe apre-
henderse a sí mismo y —alcanzado ese movimiento— funciona la doble serie,
movimiento que va siempre de lo fundante a lo fundado y en el que se ejerce una
conciencia de sí, así como una conciencia de algo que no es precisamente el yo. (ZE.
GA I/4, 212) Este movimiento no debe dar lugar a pensar en otro ser que no sea
el ser-para-sí (o ser-para-nosotros). Si el yo es de una naturaleza tal que se constru-
ye a sí mismo, entonces no se hablará de ningún otro ser.

4. Actuar no es ser, ni ser es actuar

La pregunta frecuente por el predicado del ser (la pregunta c del apartado II)
encuentra su respuesta en la autoafirmación del yo que reflexiona y que consis-
te en un actuar ideal sobre un actuar real y originario (actuar al que no precede
ningún otro actuar) y a través de esa acción ideal de saber de sí el yo llega a ser
originariamente para sí, esto es: no existe antes (aunque ese acto no se sitúa en el
tiempo para Fichte) de ese doble actuar.

¿Pero de qué se trata en este «volverse sobre sí»? No es un concepto, ya que este
surge por medio de la oposición de un no-yo; tampoco es una conciencia (de sí)10,

10
O bien, puede decirse que es una conciencia de sí, el fundamento de toda conciencia de sí,
pero no es una conciencia plena de sí, sino una primera noticia, el fundamento de toda concien-
cia y de toda autoconciencia, lo subjetivo último de toda conciencia.

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es más bien una intuición intelectual. La filosofía que proclama la DC precisa eje-
cutar ese yo para poder intuirlo, reproducirlo libremente. Y en esta acción hay obje-
tividad, puesto que «yo soy para mí, esto es un factum» (ZE. GA I/4, 214) y el yo
es siempre yo en todas sus acciones. Sin embargo, entre los kantianos se entiende
singular y lamentablemente que la objetividad corresponde a algo que va más allá
de la autoactividad del pensar del yo. También Fichte piensa que la objetividad es
ir más allá del pensar, puesto que se precisa el sentir (Gefühl), y también se postu-
la un No-Yo, sólo que desde el punto de vista práctico, desde la acción. En la repre-
sentación todo es ideal, y por tanto todo se ha de explicar desde la acción del Yo,
pues sólo así él lo elabora y se entera; es para él. La cuestión de fondo consiste en
depurar la noción de intuición intelectual de aquellos aspectos antikantianos, anti-
cipatorios de un romanticismo naciente, o de instancias místicas. Pero la objetivi-
dad de la acción del yo no podemos buscarla fuera de la acción productiva en una
instancia trascendente al propio pensamiento. Y esa objetividad se identifica con
el actuar interior cuya característica fundamental radica en la coincidencia que se
debe producir entre lo pensante y lo pensado (o fundante y fundado) según leyes
necesarias del pensar. Pues para esta doctrina, el Yo se contempla a sí mismo, intu-
ye inmediatamente su actuar y sabe lo que él hace porque él lo hace. Y ese saber de
sí mismo no puede confundirse con la referencialidad externa de cosas en sí, o a
algún ser fuera del actuar mismo.

«Actuar —dice Fichte— no es ningún ser; y ser no es ningún actuar» (ZE. GA


I/4, 215), es decir, el Yo no es una cosa, y la cosa no es ningún Yo; expresión que
da lugar a la caracterización distintiva de lo que se denomina intuición intelectual,
y que, aunque Fichte no conociera las Reflextionen del maestro de Könisgberg, está
—como él lo quiere, aunque allende la letra de las Críticas— totalmente de acuer-
do con Kant:

«intelectual es aquello que tiene por contenido un actuar (Thun)»11

5. La intuición intelectual

El acto (intelectual) de intuirse a sí mismo gracias al cual nace el yo, es lo


que se denomina intuición intelectual y es indemostrable conceptualmente.

11
I. KANT. Reflexionen nº 968 AK XIV «Intellectuel ist das, dessen Begriff ein Thun ist» (Tam-
bién podemos traducir esto de este modo: intelectual es aquello, cuyo concepto es un hacer).

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Puesto que se trata de una conciencia inmediata, cada cual debe percibirla pro-
piamente. El principio de su génesis no es algo enseñable, nadie puede introdu-
cirnos a ese principio intuitivo mediante una introducción explicada a través de
silogismos formales o extra-lógicos al sistema, aunque sí debemos aceptar que la
génesis misma es enseñable y demostrable, puesto que sin ella no habría saber
sistemático de ella, la filosofía. Por consecuencia, no hay demostración de lo que
se intuye, sino más bien mostración de que esta intuición se da continuamente y
sin la cual jamás sé que hago algo cuando lo hago, por ejemplo que muevo mi
mano y que esa mano es mía.12

Ahora bien, en cuanto a la explicitación o acción des-introductoria de la DC


ha de destacarse una importante relación a la inseparabilidad crítico-trascendental
del funcionamiento de la intuición intelectual y de la intuición empírica (o sen-
sible).13 Ello vuelve a dirigir su óptica negativa en relación a la afirmación sche-
llinguiana —ya distintiva (pero no menos confusa para el lector desatento)— de
una intuición intelectual como órgano de conocimiento directo del Absoluto,
como re-incorporación ontológica en el pensamiento crítico, o —paradójica-
mente— como instauración del monismo contra el dualismo propio de la Crí-
tica. La particularidad de la intuición intelectual, en su inmediatez no se dirige
ni al Absoluto ni a ningún ser material estático, sino más bien a un progresar de
la actividad que se identifica con la vida. (ZE. GA I/4, 218) Pero no sólo se tra-
ta de distinguir la dinámica con la que se enfrenta la filosofía, ante la que debe
elegir, sino que además, para alcanzar su principio activo y absoluto, aquella intui-
ción intelectual deberá enlazarse con el deber o la «ley moral en nosotros» (Sit-
tengesetzes in uns) por la que no debemos ir más allá de ese actuar, esto es: «en mi
pensar yo debo partir –y pensar ese pensar absolutamente activo desde sí (selbstthä-

12
La génesis es indemostrable a diferencia de lo fáctico, sin embargo el funcionamiento cons-
tante debe consistir en la genetización radical de lo fáctico. En esa mecánica que se ejerce a lo lar-
go de la DC se encuentra una única verdad, en que aquél que debe (soll) poseerla, precisa o tiene
que (muss) producirla a partir de sí mismo. Pero esto alcanza su máxima explicitación en la DC de
1804.
13
Mientras que Schelling presenta en la octava de sus Cartas filosóficas sobre el dogmatismo
y el criticismo (1795) a la intuición intelectual como un estado en el que desaparecía toda obje-
tividad, y en definitiva toda conciencia, Fichte, sostiene en la ZE (GA I/4, 217) que si desa-
parece toda intuición empírica, no puede darse tampoco una intuición intelectual, y a la inver-
sa, que ambas van necesariamente enlazadas, pues la conciencia necesita distinción,
contraposición.

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tig)— no como determinado por las cosas, sino como determinante de las cosas»
(ZE. GA I/4, 219-220) Sólo así se procede a la unificación íntima entre intui-
ción intelectual (la que hace posible la acción y la especulación, la teoría y la prác-
tica) y libertad. O bien, sólo así podemos dar cuenta de que esta actividad inte-
lectual es la expresión —o resultado— de una necesidad ante todo práctica.

6. La exclusión de la cosa en sí y la génesis trascendental

Dadas esas pautas, si la DC se autocomprende como doctrina de la absolu-


ta espontaneidad del yo, no puede a-sentarse sobre nada previo a sí misma ni
sobre alguna autoridad o pensamiento o pensador externos a ella. Sin embargo,
la DC advierte —más fuertemente en esta época— su «perfecta concordancia
(volkommen übereinstimmen) con la teoría kantiana» (ZE. GA I/4, 221) y ello le
trae tantos problemas externos que la hacen discutir —no introducir— a lo lar-
go de su desarrollo con otras voces filosóficas. Pero esta vez, el caso es especial,
ya que Fichte acepta —a medias, puesto que es Forberg quien lo informa— el
que Kant mismo hubiera dado su opinión negativa acerca de esa concordancia.
Así, denegar esa no-concordancia será parte de la crítica que elabora Fichte con-
tra los kantianos14, exceptuando a Beck15, quien parece haber sido el único en
no afirmar que el criticismo buscaba el fundamento del contenido empírico de
la experiencia en algo externo al yo.

Fichte se distancia del aspecto paradójicamente a-trascendental de la mate-


ria de la intuición, o sea, de la sensación, en los términos que la considera Kant,
esto es: en su referencia a un ser-puesto por una cosa en sí. De ese modo, la DC
establece la negación de la cosa en sí y se erige sobre el actuar16, que es —ya lo

14
Fichte distingue entre dos ristras de kantianos. Los ortodoxos o los «devotos de una estricta
observancia del kantismo» (Carta a Schelling del 19 de noviembre de 1799. Briefwechsel 1796-1799.
GA III. 4, 158) que siguen al pie de la letra la obra de Kant sin distinguir propedéutica de sistema
(en esos primeros y en sus correspondientes groserías dogmáticas podemos descubrir el «Kantianis-
mus der kantianer», y los no-ortodoxos, de los cuales sólo Reinhold y Schulze, a pesar de sus errores,
deben tenerse —irónicamente— como nobles varones (ehrwürdigen Männer) (ZE. GA I/4, 237).
15
(ZE. GA I/4, 234).
16
«Die intelectuelle Anschauung, von welcher die Wissenschaftslehre redet, geht gar nicht auf
ein Seyn, sondern auf ein Handeln, und sie ist bei Kant gar nicht bezeichnet, (außer, wenn man
will, durch den Ausdruck reine Apperception).» (ZE. GA I/4, 225).

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indicamos en lo dicho arriba— el sentido propio que define a la intuición inte-


lectual como movilidad viviente, como apercepción de la «actividad inmaterial»,
para pensarla en un concepto.

Ahora bien, la aclaración de lo que se entiende por esa intuición, lleva a Fich-
te a discutir más de un concepto y a distinguirlo de aquellos pensadores que entien-
den respecto de ella otra cosa.

En esa línea —que cae fuera del sistema, pero que Fichte amarra una y otra vez
para distinguirse de los otros en su modo de pensar a lo largo de su obra— apare-
ce una larga lista de nombres a los que se refiere y de la cual recordaremos sólo a
dos de ellos.

Primeramente a Reinhold, cuya virtud es merecedora de un importante lugar


en la vida histórica de la Crítica, dado que él uno de los primeros que intentó,
con éxito, dar claves interpretativas del pensamiento de Kant. La voz de ese lec-
tor-antecesor también le objeta a la DC no sólo una traición con respecto a sus
propios principios, sino además una diferencia capital respecto del sistema kan-
tiano, a saber, que a la par del contenido trascendental (la forma) está funda-
mentalmente el contenido empírico que da objetividad y constituye al yo desde
fuera otorgándole «algo distinto». (ZE. GA I/4, 233-234) Pero el principio de
representación reinholdiano posee una tríada esencialmente inaceptable para los
fines de la filosofía trascendental: puesto que a) se apoya sobre un principio úni-
camente teórico –absorbido en la mera representación—, b) que trata de un prin-
cipio condicionado —en la medida que hace referencia a lo distinto (vía para sal-
var la objetividad), a la cosa en sí; y c) y en último término posee el carácter
especialmente fáctico (de dado).

Pero no sólo la DC niega la objeción reinholdiana cimentada sobre un princi-


pio de representación cuya aspecto tríadico muestra realmente estar contrariado en
sí mismo17, sino que más bien debe satisfacer «algo más» como representación com-

17
El principio de conciencia al que refiere Reinhold está contrariado puesto que para este suce-
de que en la representación se refiere a lo representado (y por eso el carácter trascendental de su
filosofía kantiana), a la vez que la misma representación guarda una opaca referencia a lo extra-
mental o cosas en sí. Esto lo explica suficientemente Juan Cruz Cruz, 2003.»Fichte. La subjetivi-
dad como manifestación del Absoluto». Navarra. Eunsa. Cap. I

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pleta (vollständigen Vorstellung) en el sentido de que la intuición intelectual no pue-


de darse en ningún momento como aislada de la intuición sensible. Este es el momen-
to en que Fichte toma también distancia de Schulze.18 La tríada que hay en toda
representación completa es la siguiente: la intuición sensible (incluso si soy yo el
objeto de la representación yo me convierto en algo estable en el tiempo, o sea, en
algo sensible, en fenómeno), la intelectual y el concepto —que unifica a aquellas
dos— son los puntos centrales del idealismo trascendental. (ZE. GA I/4, 227) La
interpretación dogmática es palmariamente contradictoria, pues no comprende
que la fundamentación del conocimiento no acontece en la representación del obje-
to, sino antes bien en la relación que va de la representación del objeto a la repre-
sentación de la representación del objeto o bien a las condiciones de posibilidad del
objeto.

En Kant se encuentra ya el concepto de un yo puro (la apercepción transcen-


dental y la libertad moral) tal como lo entiende la DC, pues en él hallamos que
toda conciencia está ya condicionada por la posibilidad de ese yo, de la conciencia
de sí, donde lo condicionante es antepuesto en el pensar a lo condicionado. Sin
embargo la diferencia entre las dos teorías gana distancia si se precisa la diferencia
entre bedingt (condicionado) y bestimmt (determinado). Pues, en la filosofía kan-
tiana, toda conciencia está condicionada por la conciencia de sí, mientras que en la
DC debemos entender más bien que toda conciencia está determinada por la auto-
conciencia. (ZE. GA I/4, 229-230) Fuera de las condiciones de la conciencia de
sí, no hay nada dado, nada en absoluto, y como dice Fiche, Kant no ha alcanzado
esta distinción, ni esta deducción. Pero Kant —refiere irónicamente Fichte, para
salvar al maestro de las malas interpretaciones— no podría pensar como funda-
mento último de la experiencia algo distinto del yo (indirecta referida a Reinhold y
al Enesidemo de Schulze) asentado sobre una cosa en sí y afectado por ella. El caso
es que los kantianos –guiados por una norma dogmática de interpretación— cre-
en poder levantar una arquitectónica a partir de pocos pasajes —innegablemente
confusos de Kant— olvidando que no se puede «hablar en absoluto de una influen-
cia (Einwirkung) de un objeto trascendental en sí mismo fuera de nosotros» (ZE.
GA I/4, 240) Nuevamente la misma recurrencia fichteana de cara a los kantianos:
lo que acabamos de explicitar ya está sugerido en el Criticismo de Kant y es lo que

18
También la WL coincide con la tesis de Schulze sobre la existencia de un poder de la intui-
ción no sensible, o intelectual. Sin embargo, Schulze no logra discernir entre la conciencia origina-
ria y la conciencia del filósofo.

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piensa la misma DC. «[…] todo nuestro conocimiento procede de una afección,
pero no de un objeto. Esta es la opinión de Kant y es la de la Doctrina de la Cien-
cia» (ZE. GA I/4, 241)

A partir de esta concepción se ha de llegar al concepto de la limitación primi-


tiva determinada, la situación de finitud, el ponerse como algo limitado. Pero la
determinidad de esta limitación no puede deducirse del yo, puesto que es el con-
dicionante de toda yoidad. Esta determinidad no es una limitación general, sino
determinada: p. ej: por lo que soy un ser humano o esta persona singular. Es la limi-
tación que abre a la filosofía las puertas de la facultad práctica, y cuya percepción
inmediata es la de un sentimiento (de lo dulce, lo frío). Sentimiento (Gefühl) que
otorga base a la filosofía idealista trascendental como realismo empírico, sabiendo
sin embargo que no podemos buscar nada detrás de ese sentimiento y procurarnos
la desdicha de una cosa en sí. (ZE. GA I/4, 242-243) Con todo, y girando en la
órbita fundamental que establece la «diferencia» que se da entre Fichte y los kan-
tianos de su época, será preciso recordar tres puntos claves sobre el pensar origina-
rio del que se habla en la ZE: el principio de la DC debe entenderse como un prin-
cipio activo productivo que es determinante de lo real y que no es receptivo o
determinado o limitado por los objetos (sino que siempre es limitante)19; y, fun-
damentalmente ese principio se tiene que comprender como un deber de carácter
práctico-trascendental.

Apéndice interrogativo

Ahora bien, el problema del sistema también parece consistir en preguntar-


nos cuándo estamos dentro y cuándo estamos fuera de él. Y ciertamente Fichte
abre —lamentablemente— esa laguna al lector. De todas maneras, si hacemos el
esfuerzo de detenernos sobre lo que el autor está diciendo aquí, entonces podemos
llegar a reflexionar acerca de que no hay instancia previa al sistema; que se está o
no se está directamente en él. Pero el problema se presenta porque Fichte abre y
cierra las tesis que constituyen su propio sistema, a la vez que denuncia aquello que
el sistema no es, se corrige incesantemente en referencia a Kant, y por consiguien-

19
«Limitante» en el sentido ideal o idealiter, pues en cuanto que realiter está también limita-
do por un No-Yo, de lo contrario, lo pensaríamos como un Dios creador del mundo ex nihilo. Y
el Yo es originario, pero finito.

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EL CARÁCTER DES-INTRODUCTORIO DE LA DOCTRINA DE LA CIENCIA 469

te, en relación a las malversaciones que hacen de Kant y de la DC sus contem-


poráneos. A la par, Fichte nos está diciendo lo mismo que le dice a Spinoza20 en
esta «aparente introducción». El hombre de la Ética, que ya poseía un sistema rigu-
roso de la necesidad en el que cada paso labrado geométricamente parece demos-
trar la alergia al azar, no poseía a la vez la convicción de aquello mismo que él labra-
ba. Él podía pensar el determinismo, pero no creer en él, puesto que no se «le ocurrió
(fiel ihm nicht ein) reflexionar en el pensar sobre su propio pensar» (ZE. GA I/4,
264). Y aquí Fichte recurre a lo que recurrirá siempre: a denunciar aquel pensa-
miento que no actúa como vida que es.21 Y así como se refiere a Spinoza (por con-
traposición en esto respecto de Leibniz —quien sí parece haber mostrado cierta
convicción-) se refiere a todo aquél que se interesa por saber de qué trata el saber
del saber de la DC. Esto es, Fichte no nos introduce a nada, sino que más bien nos
quita, o des-introduce, de toda instancia introductoria y/o propedéutica en la que
nos encontramos como escindidos de eso mismo que pensamos; o bien, Fichte nos
introduce al sistema de Kant y, como doble golpe, nos desintroduce de la errada
interpretación de ese mismo sistema y, por ende, de la del propio.

En el apartado décimo de la Zweite… el sentido que podía tener el aceptar una


instancia previa e introductoria para incorporarse insospechadamente dentro de
un sistema, queda rebatida por el mismo Fichte. Refiriéndose al sistema dogmáti-
co —vulnerable en sus cimientos con el más leve soplo de libertad— se dice: «todos

20
La diferencia crucial con respecto a Spinoza, radica en que esa fuente de interioridad se
encuentra en su pensamiento, fuera del sujeto, e incluso fuera del pensamiento, y en la inteligibi-
lidad de Dios: «nuestro ser no existe por sí, no es autónomo, sino que expresa la espontaneidad de
algo que lo supera, es el autómata espiritual. Al contrario, la interioridad fichteana tiene por efec-
to exaltar el elemento que el Spinozismo borra» M. GUEROULT, L’évolution et la structure de la
doctrine de la science chez Fichte, Hildesheim. Zurich. New York, Georg Olms Verlag, 1982, p.165.
21
A partir de 1801, en su discusión ya explícita con Jacobi y —más precisamente— con Sche-
lling, Fichte explota dentro de su DC aún más el término de vida. En 1968 Bourgeois interpreta-
ba esto lúcidamente, en su libro, estructurado pertinentemente en dos partes: a) ‘El idealismo de
Fichte y la Vida; y b) ‘La vida del idealismo de Fichte’ : «analizándose y hablando de sí mismo, el
filósofo analizado no inventa; él habla bajo la precisión de una realidad que obra en él y el discur-
so que tiene modifica la conciencia real que él tiene de sí mismo. El contenido de su discurso es
la expresión de su ser y la realidad de su ser se realiza en su discurso. El análisis es interior a la vida
y la vida se realiza como discurso. El discurso, como todas las operaciones efectuadas es una pro-
yección interiormente inmanente. […] Es la vida la que en nosotros dice de ella misma aquello
que es, y «esta expresión interior de sí», vivida como una «emanación», es una salida de sí, regida
por la necesidad de hacer participar la conciencia concreta en la realidad viviente» B. BOURGE-
OIS, 1968 L’idéalisme de Fichte, Paris, PUF, p.18.

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nosotros hemos nacido en él, y cuesta tiempo elevarse por encima del mismo» (ZE.
GA I/4, 262)

¿Acaso esto significa que no hay que introducirse en nada, sino sólo saber si
estamos «encadenados» o somos «libres»? ¿Es posible introducirnos a la convic-
ción —eterna e inmutable— de algo? O acaso debiéramos hacernos un solo cues-
tionamiento definitivo:

¿La única tarea de la DC debe consistir en des-introducirnos una y otra vez


de la cosa en sí?

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