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Tilingos

Por Arturo Jauretche

CONFIRMADO me propuso este tema. Pensé


entonces que era la oportunidad para ofrecer una
respuesta, entre las muchas que pueden
articularse, a un interrogante que plantea José
Luis de Imaz en Los que mandan; "¿Por qué, no
obstante su peso económico, su rol en la
modernización, y haber sido innovadores
tecnológicos, los empresarios no pesan en la vida
del país?".

O pesan al revés. Este es el caso de ciertos tipos


de grupos económicos capitalistas, adscriptos a
la política de la Sociedad Rural, ya consolidados
dentro del viejo sistema agro-importador, que
prefieren un mercado interno pobre en
condiciones de monopolio a un mercado en
crecimiento en condiciones de competencia,
como los que apoyaron la política de contención
del progreso en las Juntas Reguladoras de la
Década Infame. Sólo que éstos sí saben lo que
quieren.

Pero no voy a hablar de economía, sino del tema


propuesto; de la forma en que la tilinguería
impone sus pautas, y cómo ellas están
perturbando el desarrollo de la inteligencia
nacional y sus impulsos creadores.
Y ésta es cosa de que debe tomar cuenta también
el político militante, si es que no sabe que el
comité ha muerto definitivamente. Porque los
estados de opinión, entre los cuales tiene
importancia fundamental el slogan que surge de
la cuestión de los status, pesan mucho más que
una recluta que sólo vale para las elecciones
internas.

En el Espasa Calpe se lee tilingo: "Argentinismo:


Insustancial, ligero, que habla muchas tonterías".
Segovia, en su Diccionario de Argentinismo",
expresa: "Dícese de la persona simple y ligera
que suele hablar muchas tonterías".

Los paisanos, de un tipo así, dicen; "Hombre sin


fundamento".

Don Hipólito -desde luego, Yrigoyen es el


Hipólito por antonomasia- decía "palangana".
Supongo a esta expresión tradicional y fundada
en la poca cosa y mucho ruido de la enlosada al
caer retumbante.

Usted lo conoce al tilingo. Y si no lo conoce, ahí


lo tiene al lado, en esta mesa de un café céntrico
donde se han sentado cuatro o cinco tipos con
portafolios.
Algún día habrá que escribir la historia del
hombre del portafolio. Hubo la etapa de la
posguerra con los "ingenieri" italianos recién
llegados que escondían bajo el cuero -con una
sugestión de planos y patentes de invención- el
sandwich de milanesa del almuerzo. Ahora es
posible que el portafolio contenga la cuarenta y
cinco persuasiva, o la concluyente tartamuda
portátil.

Pero esos que están en la mesa de al lado sólo


llevan allí sueños, proyectos, hipotéticas
transacciones. Andan a la búsqueda de
enganchar algo, intermediar en alguna operación
cualquiera para ganar una comisión, y muchas
veces intermediando entre intermediarios.
Generalmente se ayudan con el teléfono de un
amigo que tiene escritorio y al que han pedido
permiso para que les "dejen dicho". Ese teléfono,
la mesa del café y el portafolio constituyen su
establecimiento comercial.

Mientras llega "el asunto*', hablan de fútbol, de


carreras, de política, de economía.

Cuando tocan estos dos temas últimos, nunca


faltará quien diga: "Lo que pasa es que los
obreros no producen". Ahí está el tilingo.
No se le ha ocurrido averiguar qué es lo que él
produce y qué producen todos ellos, puntas
sueltas, mallas erradas en la enorme red de
intermediación que es Buenos Aires.

Que un tipo que no produce diga, en una reunión


de tipos que no producen, que no producen los
únicos que producen algo, es tilinguería. En esto
de producir, tenemos muchos productores
rurales por el estilo que creen que la condición de
productor la da la propiedad de una estancia,
unos breeches y unas botas de polo, que viven en
la ciudad -"porque mi señora dice que hay que
educar a los chicos"- y dan una vuelta por el
campo cada quince días. Productores rurales son
los que trabajan y producen en el campo, que
pueden ser patrones o peones, pero no los que no
intervienen en la producción sino como
propietarios, y que son rentistas aunque no
arrienden. Estos también son de los que dicen
que los "obreros" no producen. Y ya no desde la
posición marginal del tipo del portafolio, sino
empinándose como "fuerza viva" sobre la que
descansa la economía del país.

Inevitablemente, éstos y otros representantes de


la tilinguería son los que, ante la menor
dificultad, califican al país: "Este país . de m...",
colocándose fuera del mistao a los efectos de la
adjetivación. Y la verdad es que el país lo único
que tiene de eso son ellos: los tilingos.

El racismo es otra forma frecuente de la


tilinguería.

La tilinguería racista no es de ahora y tiene la


tradición histórica de todo el liberalismo. Su
padre más conocido es Sarmiento, y ese racismo
está contenido implícitamente en el pueril
dilema de "civilización y barbarie". Todo lo
respetable es del Norte de Europa, y lo
intolerable, español o americano, mayormente si
mestizo. De allí la imagen del mundo distribuido
por la enseñanza y todos los medios de
formación de la inteligencia que han manejado la
superestructura cultural del país.

Recuerdo que cuando cayó Frondizi, uno de esos


tilingos racistas me dijo, en medio de su euforia:
-¡Por fin cayó el italiano! Se quedó un poco
perplejo cuando yo le contesté:
-¡Sí!, lo volteó Poggi.

Muchos estábamos enfrentados a Frondizi; pero


es bueno que no nos confundan con estos otros
que al margen de la realidad argentina, tan
italiana en el presidente como en el general que
lo volteó, sólo se guiaban por los esquemas de su
tilinguería.

Ernesto Sábato, con buen humor, pero tal vez


respirando por la herida, ha dicho en Sobre
héroes y tumbas más o menos lo siguiente: "Más
vale descender de un chanchero de Bayona
llamado Vignau, que de un profesor de filosofía
napolitano". La cita me chocó en mi trasfondo
tilingo (fui a la misma escuela y leí la misma
literatura) porque tengo una abuela bearnesa
también Vignau, tal vez más que por lo de
Bayona, por lo de chanchero (vuelvo a recordar
que fui a la misma escuela, etcétera).

La verdad que ni el presidente ni el general son


italianos. Simplemente son argentinos de esta
Argentina real que los liberales apuraron
cortando las raíces.

Pero la idea liberal o sarmientina no era ésa. Ella


tenía, y tiene, una escala de valores raciales que
se identifican por los apellidos cuando son
extranjeros. Arriba están los nórdicos -con
escandinavos, anglosajones y germánicos-;
después siguen los franceses; y después los
bearneses y los vascos; más abajo los españoles y
los italianos, y al último, muy lejos, los turcos y
los judíos. Cuando yo era chiquilín nunca oí
nombrar a un inglés -que generalmente era
irlandés, pero la diferencia era muy sutil para
entonces- sin decir "Don", aunque estuviera
"mamao hasta las patas". El francés, a veces,
ligaba el Don; y en ocasiones, el vasco. Jamás el
español, que era "gallego de...", lo mismo que el
italiano "gringo de...". ¡Para qué hablar del turco
y del ruso.'

En La condición del extranjero en América,


Sarmiento parece revisar sus tesis sobre la
inmigración. Pero no nos engañemos: se sintió
defraudado por la misma porque vino del
Mediodía de Europa. El hubiera querido una
inmigración de arquetipos, y los arquetipos son
los que estaban en lo alto de su escalera
antiamericana y antiespañola.

Afortunadamente fracasó, y eso es lo que nos ha


salvado como nación. En algún lugar he
recordado las palabras de Hornero Manzi cuando
me dijo:
-Lo que nos ha salvado es la actitud del italiano y
el turco, que en lugar de proponerse como
arquetipos, propusieron como tal al gaucho; así,
en el ridículo del cocoliche se nacionalizaron en
lugar de desnacionalizarnos.
Sólo falta imaginar lo que hubiera ocurrido si las
pampas y las aldeas se hubieran poblado de los
ejemplares arquetipos deseados por ese racismo,
con la actitud de obsecuencia de las generaciones
liberales para todo lo foráneo.

Ya se ha dicho que esa tilinguería racista viene de


lejos.

Pero se acentúa cuando se producen cambios


sociales. Entonces, la tilinguería se exacerba en
una peyorativa actitud racista. Pasó con el acceso
al poder del radicalismo. Los tilingos de entonces
cargaron el acento sobre los apellidos italianos de
la nueva promoción política suscitada con el
ascenso de la clase media: la pequeña burguesía
inmigratoria y los doctores de primera napa
nacional.

La oposición conservadora adoptó un aire


peyorativo que se tradujo en toda una literatura
política, que fue del periódico -La Mañana y La
Fronda, sucesivamente, fueron sus expresiones
más calificadas- hasta el discurso parlamentario.
Se jugaba, por ejemplo, con la equívoca
significación de algunos apellidos; así, la triple
fórmula Coulom-Coulin-Culacciatti, que
integraba, con la igual finalidad peyorativa hacia
los criollos desconocidos, don Julio del C.
Moreno -un personaje riojano- completaba el
ridículo en la imagen anal. Hasta cuando el
apellido era patricio se lo modificaba para
ponerlo a tono: así, padeciendo Yrigoyen de un
posible mal de las vías urinarias, el doctor
Meabe, su médico de cabecera, se convertía en el
doctor Meabene para adecuarlo a la cita siguiente
que era la de un correligionario de la 3a Don
Plácido Meo.

En realidad, para los que lo escribían no se


trataba de otra cosa que de un recurso
humorístico. Pero para el tilingo de entonces el
fundamento más real, el que más invocaba, el
que más jugaba, era ese de los "gringos", Y lo de
"gringos" sólo jugaba para los descendientes de
inmigrantes provenientes del Mediodía de
Europa. No para los otros.
Pasó mucha agua bajo los puentes, y vino otro
movimiento multitudinario: el de 1945. Ya los
gringos se habían incorporado y su presencia
política no lesionaba a la tilinguería, no sé si es
porque de las nuevas promociones ascendentes
habían salido también promociones de tilingos.
Sólo así puede explicarse que un hijo de italianos
-Sammartino- haya hablado despectivamente de
los "negros" al referirse al "aluvión zoológico", en
una caracterización evidentemente racial y
peyorativa, cuando aún estaba fresca la tinta que
lo había calificado a él también peyorativamente.

Que "el gringuito" de unos pocos años atrás se


sienta vieja clase frente a los descendientes de los
conquistadores en la confrontación de sus
apellidos no revela simplemente que "el
gringuito" se ha incorporado a la tilinguería. Lo
grave es que se ha frustrado como guarango. Y la
guaranguería es la espontaneidad de las nuevas
clases, de las promociones que irrumpen con
cada ascenso de la sociedad, porque los dos
grandes movimientos populares del siglo -el de
1914-16 y el de 1943-45- han sido la expresión de
eso: de ascensos masivos. 

No corresponde aquí desentrañar las raíces


económico-sociales de los dos hechos históricos;
ni siquiera la coincidencia con las dos guerras
mundiales que nos aislaron de los países
arquetipos en una neutralidad intolerable para
los tilingos, pero que dio las bases para una
consolidación propia.

Usted puede hacer un fácil test. Yo lo he hecho.

Sé que un fulano se ha gastado 15 millones de


pesos en un departamento de la Avenida del
Libertador. Nos encontramos y le adivino la
intención de informarme de su compra, como
corresponde al guarango. Pero yo quiero saber si
está frustrado como tal y lo madrugo diciéndole
antes de que me dé la noticia:

-Estoy muy afligido por un amigo que se ha


gastado más de 10 millones en un departamento
de la Avenida del Libertador...
-¿Y por qué se aflige? -me pregunta inquieto. Le
contesto:
-Y... porque la Avenida del Libertador no es
"bien"...
-Pero entonces..., ¿qué es "bien"? -pregunta
desesperado.
-"Bien" es de la plaza San Martín hasta la
Recoleta, de Santa Fe al Bajo. Y dentro de ese
radio. "bien", "muy bien", el codo aristocrático de
Arroyo, como dice Mallea: Juncal, Guido, Parera.
..

Le veo en la cara al hombre que está


desesperado. Y entonces, lo remato:
-La Avenida del Libertador es como tener un
leopardo de tapicería sobre el respaldo del
asiento trasero del coche.

El leopardo lo tiró a la vuelta. Del departamento


no sé.

Pienso que lo hecho es una crueldad, pero la


investigación "científica" es así... cruel como la
vivisección.

Yo quería saber si el hombre era un burgués con


toda la barba o un tímido burguesito en camino
de terminar en tilingo. El que es verdaderamente
burgués sigue adelante, cumple su gusto, se
realiza con la arrogancia del vencedor y compra
en la Avenida del Libertador, precisamente
porque es caro, porque acredita su victoria y la
prestigia ante los burgueses. Si quiere barrio,
compra; y si quiere apellido y mujer distinguida,
compra también. Podría citar casos. Pero no se
achica, se disminuye; no se acomoda a los
esquemas y limitaciones de los tilingos.

De aquí que mientras en Europa y en Estados


Unidos un banquero o un industrial miran a un
ganadero como un "juntabosta", aquí el ganadero
lo mira por arriba del hombro al empresario. Y el
empresario, que quiere ser "bien", se ve obligado
a comprar estancia, a tener cabaña -así sea de
perros-, porque sólo por la Rural, y tal vez por el
Kennel Club, puede lograr ascenso social que
apetece.

Lógicamente esta burguesía, desde que imita a la


vieja clase, se somete a todas sus normas y, por
consecuencia, también en política.
Ese sometimiento y esa adhesión a las viejas
clases -incongruente económicamente- no sólo se
ejerce verticalmente. También horizontalmente,
cuando contemplamos la geografía social del
país.

Así, los titulares de los intereses vitivinícolas de


Cuyo y los tabacaleros, azucareros y fruticultores
del Norte, que necesitan un mercado interno de
alto poder de compra -es decir, que el Litoral
desarrolle una política de alto nivel de vida-,
están ligados políticamente a los conservadores
del Litoral, gobernados por cabañeros e
invernadores cuya tendencia es producir a bajo
costo en un mercado de poco poder adquisitivo
para cumplir la función asignada en la división
internacional del trabajo como abastecedores
ultramarinos de las metrópolis. 

Esta incongruencia es difícil de explicar, pero no


son ajenos a ella el prestigio social del Litoral y la
incapacidad burguesa de los del interior en los
respectivos grupos patronales. Esta gente de
Cuyo y del Norte es muchas veces portadora de
apellidos españoles de abolengo arribeño, de
mucho mayor cotización histórica que los
abajeños del puerto. Pero queriendo asimilarse a
la alta clase del puerto se han sometido a las
normas políticas e ideológicas de los principales.
De "bien" provincianos, quieren ser "bien" en la
Capital. ¿Cómo extrañar entonces que los
guarangos frustrados del Litoral se hagan
tilingos, si la misma tilinguería la padecen
muchos aristocráticos descendientes de la
Conquista por el Perú?

La tilinguería cotiza una marca de vino, un


tabaco, un pomelo, o una palta, muy por debajo
de un toro lleno de medallas. Se entra muy bien
en la alta sociedad llevando de la rienda al toro,
pero es difícil mostrando una botella de vino por
lujosa que sea la etiqueta, por más sugestiones de
chateau que evoque, tanto en la presentación
como en la exquisita calidad del producto.

A un cuarto de siglo de la entrada del país al


capitalismo, debemos recordar que el
capitalismo naciente en la Argentina fue ajeno en
sus hombres al hecho histórico que lo provocaba,
produciéndose la paradoja de que le
correspondiese a la clase obrera abrir la etapa del
desarrollo económico burgués. Más aún: la nueva
burguesía sigue aún incapacitada para jugar su
papel, y es precisamente porque en la medida
que asciende, pierde conciencia de su propia
realidad para hacer suya la imagen de
importancia que le presenta el tilingo. Se queda
en el "medio pelo" y, rechazando el triunfo
burgués, se adecúa al remedo, a la imitación de la
alta clase con la que cree tomar contacto cuando
se acomoda a la imagen de alta sociedad que le
brindan los declasados.

Hubo un tiempo en que los venidos a menos


económica y socialmente se jactaban de ser un
pequeño sector domiciliado en el "Palacio de los
Patos" de la calle Ugarteche. Ahora se han
multiplicado. desde detrás de la Recoleta hasta
San Fernando, a lo largo de las vías del Central
Argentino. (Lo designo así porque la nueva
nominación ferroviaria es completamente tilinga,
aunque la hayan hecho los guarangos, lo que
prueba que, en esta materia, todos tenemos
tejado de vidrio.)

Landrú ha identificado perfectamente los


personajes describiendo en el "gordi" y el
"mersa" la oposición tilinguería-guaranguería. El
botellero próspero, con su Valiant
resplandeciente, es feliz echándole soda al vino
de marca, ocupando las mesas de los
restaurantes caros, hablando fuerte de lo que
dijo-"su señora", mientras "cena". 

Está en el camino de constituir una burguesía.


Todavía no tiene conciencia de que constituye un
sector de la sociedad correspondiente a una
etapa de la economía, y no ha alcanzado a
comprender la correspondencia de sus intereses
personales con los intereses de su grupo. Hijo de
sus aptitudes capitalistas -aunque muchas veces
también más de la inflación que de su capacidad,
o de equívocas actividades comerciales-, está en
el camino de constituir una burguesía. Pero en el
momento de definirse como burgués y adquirir la
psicología correspondiente, nota el contraste de
sus gustos y normas con lo que es "bien". 

Desde que se ha mudado al barrio Norte, desde


Gerli o Quilmes, y la "señora" ha olvidado la
batea deslumbrada por la máquina de lavar, ha
hecho nuevos contactos que le dan la idea de una
meta social que tiene que alcanzar. Comienza él
también a añorar la época en que "el servicio
daba gusto" y en que el obrero -el "negro"- se
mantenía "donde debe estar". Olvida de
inmediato que es precisamente ese cambio el
padre de su prosperidad y de su posibilidad de
acceso a niveles más altos. Más aún. que el
mantenimiento de ese cambio y su
profundización es su única garantía. Quiere dejar
de ser "mersa" y sólo logra ser "gordi". E
inmediatamente tiene el complejo político del
"gordi", a quien comienza a imitar.

Y comienza a imitar a una imitación, tomando


por modelo las malas copias. Porque la
tilinguería constituida por las "gordis" no es ni
remotamente la alta clase a la que cree
aproximarse.

Desde la época en que los declasados se


refugiaban en la calle Ugarteche, todo el "Norte"
liminar se ha llenado de falsos declasados. Se ha
constituido un sector social entero que vive en la
convención de que "todo tiempo pasado fue
mejor" en aquella "Jauja" retrospectiva -"cuando
la tía Leonor tenía Lando"-; de miles de familias
que se aterran al recuerdo de un ascendiente que
figuró algo en la segunda y la tercera línea de los
amanuenses de la oligarquía, Descendientes de
militares -un oficio generalmente despreciado
por la alta clase-, de secretarios de juzgados,
directores de oficinas, bancarios pueblerinos y
hasta de conscriptos de Curu-malal, se han
construido imaginativamente un pasado señoril
que tratan de revivir en una vida forzada que
absorbe casi todos sus recursos en gastos de
representación. 
Fuente: El Ortiba | Revista Confirmado

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