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Tras asumirme como reencarnación periodística del Niño de Somosierra empiezo una

necesaria serie de artículos sobre una actualidad política que hoy alcanza su clímax de distorsión
valleinclanesca. La noticia no es que el perro muerda o abdique, sino que el perro sea mordido o
abdicado: ¿alguien puede escuchar sin risa floja la palabra de un Rey después de aquel “lo siento,
chicos, no volverá a suceder…”? Volver a suceder… ¿qué? Hay algo en la historia española que
vuelve a suceder, una y otra vez, repitiéndose hasta provocar una náusea sartreana contenida por un
pueblo del que no sabría decir si es paciente y leal, o directamente, tonto del culo.

La historia reciente de España es una cadena hereditaria de traiciones cobardes de monarcas, condes
trepas, hombres de estado, también políticos republicanos… desde la venta de España a la Troika
napoleónica por Carlos IV por un puñado de monedas (no mucho más valioso que el Pacto con el
Diablo que firmó Guindos en el apocalíptico 2012), siguiendo con su hijo “El Deseado”, traidor de
todo lo traicionable; su nieta, la reina que debería ser encarnada en la gran pantalla por Charlotte
Gainsbourg; su bisnieto, Alfonso XII, presunto descendiente de un rey sarasa que abdicó en Paris
en aquel célebre 68 (fecha más potente que la de la pantomima de la Sorbona del siglo siguiente). Y
después, tras regencias de reinonas madre, la historia conocida: la traición de un Alfonso XIII cuyo
único legado podemos valorar como el del primer pornógrafo español; seguido por el hijo, un conde
beodo cuya sangre sería azul tan sólo porque es un blues de John Lee Hooker (One Bourbon, One
Scotch, One Beer…) y finalmente el actual… la actualidad campechana que hoy quiere ser pasado,
quiere formar parte en vida de este panteón de trabajadores por la paz, la democracia y el bienestar
de los españoles. Dice que “Gracias”. Pues de nada, hombre, no hay de qué… a mandar…

Pero la noticia es el perro mordido, insisto: no se cambia un rey por otro rey, sino que se renombra
el reino. Nos guste o no, eso de “España” está pasado de moda. Como marca registrada, vale. Como
selección de futbolistas millonarios, pues vale. Como destino de turismo sanferminero e ibicenco
consistente en magrear muchachas y mear entre contenedores, también puede pasar. Pero más allá
de esto, es necesaria una actualización del término político. Felipe VI reinará en España como la
Reina de Saba reina en Saba, en un plano paralelo a la realidad, en “una dimensión desconocida”,
que diría el preclaro Iker Jiménez. Se finge estar buscando modelos de estado cuando la única
propuesta de modelo de estado decente la planteó -cómo no- la República Francesa a través de
Carla Bruni. No se trata de una abdicación, sino de un traspaso del negocio: algunos no se han
enterado de que eso de España era una sombrerería de tres picos que otrora estaba en el mismo local
donde hoy hay una verdulería. Por favor, no cometamos el error de llamar España a algo que ya no
es: de forma diferente, Emilio Castelar, Leopoldo María Panero, José Antonio Primo de Rivera,
Luis García Berlanga o Jon Idigoras, llegarían todos a una misma conclusión: España es pasado; el
presente y el futuro es esto otro, Tertulandia. Propongo cambiar el nombre del estado por
Tertulandia. Y a rey muerto, rey puesto. ¿Quién quiere ser el Rey de Tertulandia? Delfines no faltan

.¿Hay un modelo de estado? Claro que lo hay: el Estado como condensación de pulsiones de
hombre-masa disfrazados de ideales; el Parlamento como discusión entre vecinos del Bajo
Izquierda y el Bajo Derecha en la reunión de la comunidad del portal 240-B; la justicia basada en el
derecho que otorga conseguir más pulgares arriba en el Facebook; la Constitución como el scottex
sagrado de las diarreas espirales de los opinólogos profesionales; la vida pública como Reality
Show, 24 horas, vía satélite. Este es el modelo de Tertulandia, un estado en el que tienen cabida
todos los tertulianos, no importa su raza, su clase o religión… si tienes opinión, te dan carné con
chip RFID y entras en este melting-pot de la democracia, esta dulce macedonia de libertad política y
filosófica, este helado de sabor tutti-mierdi.

Compadezco a los que optan por ridiculizar a Pablo Iglesias como estrategia para hacerle frente. Me
apenan aquellos que creen que la difamación es un arma de fuego sin retroceso. Me apiado de los
que faltan el respeto a su rival, pues ya han perdido. Es una de las primeras máximas del arte de la
guerra: si quieres tener alguna opción de victoria, es menester respetar a tu enemigo. Si eres tan
estúpido como para reírte de él, mientras carcajees, te sacará los ojos. Interpreté las declaraciones
del cortito think-tanker Pedro Arriola “Todos los frikis acaban planeando sobre Madrid”, como
una indigna rendición de una derecha a la que no le queda ni un round (quizás la campana suene
este nueve de Noviembre) para acabar noqueada babando sobre la lona. A mí me trae sin cuidado:
cada uno es libre de inmolarse de la forma más ridícula que encuentre, y es bastante coherente que,
dadas sus historias particulares, un PP y un PSOE se suiciden colectivamente al estilo Jim Jones.
Por supuesto que Podemos no es un hatajo de frikis… si lo fuera, dentro de tres años, yo sería
ministro.

Del futuro Rey de Tertulandia sólo diré que es un enemigo demasiado perfecto para no amarlo
como tal. Es ese villano que sólo puede existir en la literatura, hecho carne, hueso y pelos. Una
delicia de caracterización de Aarón el Moro, que sólo puede llevarse a cabo a través de unos genios
del maquillaje de la socio-ingeniería. Quien dice que este Hombre Pálido es un producto del
Laberinto de los silvanos servicios de Inteligencia (o CNI, o CIA, o Mossad, o Inditex…, es que
sencillamente ignora lo incapaces que son estas inteligencias para proyectar algo tan bien definido.
Es demasiado perfecto para ser real… y sin embargo, lo es. Un inocente Anakin que, ante las
narices de los pánfilos de Intereconomía, el Mundo TV y Libertad Digital, se transfigurará en poco
tiempo (menos del que imaginan sus incautos rivales), en un odioso y fascinante Darth Vader.

Y como ocurre con los antagonistas paradigmáticos, el verdadero motor de maldad no reside en el
front-man, sino en su número dos. Bobby Fischer destruía con su Dama sin mover al Rey. Se sabe
que quien cortaba el bacalao en la campaña del Indo no era Alejandro sino Hefestión. Asimismo
mientras Franco era filmado abriendo pantanos con Doña Carmen Polo, quien hacía girar la
manivela del garrote vil era Manuel Fraga. Y es que por muy criminal que se les antoje a algunos
Felipe González Márquez, hay que reconocer que para cabronazo, siempre estaba por cerca, ese tal
Alfonso Guerra. Lo mismo ocurre con la nueva realeza: ¿Y si dentro de poco, en pleno reinado de
Felipe VI de Saba, los españoles se vieran gobernados por otro Juan Carlos, desde diferente sombra
pero igual de sombría? Un buen enemigo (y Podemos, no es que pueda serlo, es que lo es) va a dar
la cara siempre y cuando tenga bien protegida la cabeza, y esa cabeza que guarda un cerebro
prodigioso para la maldad, el resentimiento y la venganza, es la de Juan Carlos Monedero. Los
japoneses que se enfrentaban al Tôhô capitaneado por Mark Landers, durante el partido
comprobaban que quien les hacía el descosido era el gregario Danny Melo. Asimismo, los que
tenían la suerte de enfrentarse a los Chicago Bulls en donde el líder indiscutible era Michael Jordan,
sabían que si querían tener alguna opción, a quien tenían que parar como fuera durante todo el
partido, era a Scottie Pippen. Quizás John Stockton y Karl Malone tuvieron alguna opción en su
día… pero estos zascandiles de hoy (una derecha y una izquierda a las que no pertenezco por
situarme en la ubicuidad del neutrón que desencadena la explosión nuclear) van a perder por
goleada. Ya están perdiendo, ya han perdido: abran paso al Rey de Tertulandia.

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