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índice
título original

Hazel Robinson Abrahams - Textos escogidos


Leer el Caribe
Banco de la República de Colombia, Observatorio del Caribe
Colombiano, Secretaría de Educación Distrital de Cartagena
de Indias, Red de Educadores de Lengua Castellana

© 2013, Hazel Robinson Abrahams


© de esta edición 9  Cuadernos del Caribe
2013, Banco de la República de Colombia, Observatorio del
Caribe Colombiano, Secretaría de Educación Distrital de
Textos y testimonios del archipiélago
Cartagena de Indias, Red de Educadores de Lengua Castellana
21  No Give Up, Maan!
coordinación general 105  Sail Ahoy!!!
Augusto Otero Herazo
¡Vela a la vista!
4gatos
183  El Príncipe de St. Katherine
edición

Nombres Apellidos
diseño de cubierta y maquetación

Marco Antonio Arango Jiménez


www.marango.com.co
foto cubierta

Nombres Apellidos, 2011


isbn

Impreso en Colombia
Printed in Colombia
Hazel Robinson: narraciones desde
las islas del Caribe occidental

Alberto Abello Vives1

La escritura de Hazel Robinson, la escritora escogida por el Programa Leer


el Caribe del año 2013, narra el mundo de unas islas colombianas en el mar
Caribe. Son las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, que con
un conjunto de cayos, conforman el archipiélago que lleva su nombre.
Su literatura es una literatura de navegantes, marinos, comerciantes,
pescadores…mujeres que esperan el regreso de las goletas. Es una litera-
tura para traer a presente la riqueza y los valores de la vida en esas islas.
Son narraciones desde el recuerdo para enriquecer la memoria. Le ofrece
a los lectores pasajes y paisajes insulares que invitan a pensar la relación de
Colombia, tantas veces distante, con ese archipiélago.
El archipiélago está a casi 800 km de la costa caribe continental, de
Cartagena, Barranquilla o Santa Marta. Está lejos de la costa y los isleños
se sienten que están aun más distantes del resto del país por la débil inte-
gración de Colombia con sus territorios de frontera. La isla más grande,
San Andrés, tiene apenas 27 km2 y alrededor de 60 mil habitantes. Algo
así como un barrio de cualquiera de nuestras ciudades.
Pero sus recursos valiosos son allí mucho más escasos y vulnerables que
en tantos otros lugares de Colombia. Y el crecimiento de la población, es-
pecialmente en la segunda mitad del siglo XX, a causa de la declaratoria de
Puerto Libre, afectó su medio ambiente y estableció tensiones muy fuertes
entre sus habitantes. Al convertirse en puerto libre se aumentó la migración

1
Alberto Abello Vives es experto en el Caribe. Investigador, profesor universitario y gestor cul-
tural. Ha estado vinculado al Programa Leer el Caribe desde su concepción al lado de Adolfo Meisel
Roca y Jorge García Usta. Fue director del Observatorio del Caribe Colombiano y del Laboratorio de
Desarrollo y Cultura (L+iD) de la Universidad Tecnológica de Bolívar (Cartagena de Indias). Ha sido ase-
sor para el guión museológico del Museo del Caribe y de la Casa Museo Gabriel García Márquez.

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hacia las islas, San Andrés se convirtió en un gigantesco centro comercial ropeos se las disputaron, especialmente Providencia por su agua y tierra
y los colombianos la visitaban, no tanto por sus atributos físicos naturales fértil. Colonos ingleses , puritanos de religión llegaron en el siglo XVII
y culturales, si no para traer al país electrodomésticos y enseres que no se a Providencia a hacer comercio y a dedicarse a la agricultura. Llamaron
conseguían fácilmente o eran más costosos en el continente. Henrietta a San Andrés y Old Providence a Providencia, pero su asenta-
Los isleños, que estaban en las islas antes del puerto libre, fueron despla- miento fracasó. El archipiélago estuvo en disputa hasta 1641 cuando desde
zados del uso de los recursos (tierra, mar, agua, paisaje) por continentales Cartagena se estableció su control por parte de los españoles y el Tratado de
y extranjeros y se quedaron con los empleos de menor remuneración. La Versalles de 1783 logró el reconocimiento a España por parte de Inglaterra.
economía que se establece es una economía basada en el comercio y la ho- Las islas hicieron parte de la independencia de la hoy Colombia. Ya en el
telería al servicio de esa actividad. siglo XX, en 1928 se firmó un tratado de delimitación de áreas marítimas
con Nicaragua, que sólo hasta el 19 de noviembre de 2012 fue alterada por
Luego de la apertura económica en Colombia en los años 90 de finales un fallo de la Corte de La Haya. Pero la soberanía de Colombia sobre el
del siglo XX y facilitarse con ella la importación de lo que antes se encon- archipiélago ya nadie lo discute.
traba en San Andrés, la isla sufrió una crisis al disminuir notablemente
los viajes de los colombianos. Por ello, para superar tales dificultades ha Durante el siglo XIX se producía algodón y tabaco, que dieron paso a
recompuesto su economía orientándola a consolidarse como un epicentro una importante producción de coco para la exportación. Pero al declinar
turístico. El turismo, al igual que las islas del Gran Caribe, emerge como la producción de coco, vino la crisis de las islas. Y para contrarrestar esa
tabla de salvación de la economía insular. situación el gobierno de Rojas Pinilla hace la declaración de Puerto Libre.

Desde al año 2000, el archipiélago fue incluido en la Red Mundial de Estas bellísimas islas sufren también de los problemas que sufren los
Reservas de la Biosfera por la Unesco. Seaflower es el nombre de esta re- colombianos (desempleo, pobreza, desigualdad social y concentración de la
serva: flor del mar. riqueza). Pero gozan de mejor calidad de vida que los habitantes de la costa
nicaragüense.
Hoy el archipiélago está habitado por una sociedad intercultural, lo que
se manifiesta en muchos ámbitos de su vida diaria: en la lengua y las for- Sin embargo, su posición privilegiada en el Caribe que fue importante
mas de hablar, de celebrar, en la arquitectura, en la gastronomía, entre otros para la ruta de los galeones y la piratería coloniales, hoy también lo es para
rasgos diferenciadores de su vida cultural. el narcotráfico. Y las islas lloran sus hijos que ante la falta de oportunidades
son cooptados para este negocio. Muchos han muerto, desaparecido o se
Pero cuando se habla de la población isleña, se piensa en un mundo encuentran presos en México, Centroamérica o Estados Unidos. La isla
distinto al resto de Colombia; se piensa en su lengua criolla, un creole de llora y sus lágrimas no llegan a Colombia. Hoy de sus nuevos problemas, el
base inglesa que se habla en el Caribe occidental, traído por los cimarrones país sabe poco, como ha ocurrido antes.
provenientes de Jamaica en el siglo XVIII; en sus casas elevadas de madera
y su ropa colgada al viento; en su rondón con el pescado, el fruto del pan, Leer el Caribe 2013 es una invitación a visitar las islas de la mano de
y pick tale; en el sorrel, esa refrescante bebida de Ibiscus o carcadé, llama- Hazel Robinson; a amarlas por que ellas, su naturaleza y su gente poseen
do flor de Jamaica; en esos apellidos como Hooker, Howard, Hawkings, una enorme belleza y merecen ser respetadas, valoradas y queridas. Porque
Abrahams, Archbold, Davis, Newball y Robinson, como los apellidos de las islas han de integrarse más al resto del Caribe colombiano y a Colombia,
Hazel Robinson Abrahams; pero también en ese mestizaje que se mani- con ello se enriquece la diversidad. Y porque Colombia necesita conocerse
fiesta en la combinación de los apellidos isleños con los del interior del país: más, conocer sus distintos territorios y a su gente. Así empezará a ser un
Rodríguez, González, Suarez o Martínez. mejor país para vivir.

Antes de la colonización europea eran unas islas despobladas, sólo


visitadas por indígenas misquitos de la costa centroamericana. Los eu-

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Cuadernos
del Caribe
Textos y testimonios
del archipiélago
El futuro no llega sin que
cada uno haga algo

Me llamo Hazel Robinson y nací en San Andrés en 1935, de padres isle-


ños. Estudié los primeros años en laisla, enel colegio de la Sagrada Familia.
A losquince años me internaron en Medellín en un colegio adventista.
Terminé el bachillerato en Barranquilla, en el Instituto Técnico Comercial.
Mi mamá me mandó a buscar y me vine a San Andrés cuando apenas em-
pezaba el Puerto Libre. Me ofrecieron puesto en la Caja Agraria y acepté.
Además, comencé a enviar notas a El Espectador y las titulé “Meridiano
81”. Administré el hotel Casablanca. Me casé con un norteamericano y nos
fuimos a Bogota. En la capital conocí otra formo de vida pues formába-
mos parte de lo embajada y de sus obligaciones. Allá estuve seis años hasta
cuando nos pasaron a Costa Rica. Simón González, que estaba de inten-
dente, me dijo que volviera y trabajara en la corporación de turismo. Me
vine por un año y me quedé. Cuando le propusieron a Simón González ser
gobernador, el me pidió que le llevara la campaña y me metí en eso. Ahora
estoy dedicada a escribir.
Uno no sabe cuánto miente hasta que le toca hablar de su vida. Pero
adentrémonos un poco en mi historia y mi mirada de la isla.

Estudio y religión: rebellion y discriminación

A los seis meses de nacida me bautizaron como católica, y el padre Carlos


—uno de los capuchinos— decía que no podía aceptar que mi nombre
fuera Hazel. Mi abuela, que era rebelde, dijo que mi nombre se quedaba así
y sólo le añadió María. Por supuesto en todos los libros del colegio y en las
notas aparezco como María. Crecí con esa abuela. Según ella los niños de-
bían verse pero no escucharse. Uno no participaba, observaba todo, miraba
todo pero nunca hablaba.
Estudié los primeros años en la isla, en el colegio de la Sagrada Familia.
No me gustó porque no se nos permitía hablar y las monjas eran muy ra-

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cistas. Mi mama había estudiado allá con las monjas, que llegaron en 1925 titulé “Meridiano 81”. A la gente de San Andrés no le gustaron mis notas.
a catequizar. Con ella se llevaban muy bien porque se había convertido al Pensaban que me estaba burlando de la isla y me hicieron la guerra.
catolicismo a los 21 años. Conmigo hicieron todo por afianzar mi devoción Después de cinco artículos El Espectador me invitó a Bogotá. Don
a la Iglesia y no lo lograron, porque yo vi cosas que mi mamá nunca vio en Gabriel Cano esperaba a una persona mayor y se llevó tremenda sorpresa.
el colegio y más que todo en la iglesia católica de San Andrés. Yo le conté que aprovechaba la invitación par ver si podía estudiar. Había
A los quince años me internaron en Medellín en un colegio de adventis- recopilado todos mis certificados y con una carta de don Gabriel me pre-
ta, sin haber nunca asistido a un culto de esa religión. Con los adventistas senté a la Universidad Nacional. El que me atendió me dijo que con esos
descubrí que tenía voz y eso me gustó. Pero también descubrí otra forma papeles no llegaba a ninguna parte porque no eran reconocidos por el
de discriminación. Si en el colegio católico tenían preferencia por las niñas gobierno, no tenían permiso de funcionamiento. Salí muy decepcionada.
de tez blanca, en el adventista la preferencia era por las más pudientes. Sentí que había pasado esos años haciendo nada. Me dijeron que hiciera un
Cambió la cosa, eso daba privilegios. Como en Medellín la educación era examen de validación pero ya no quería perder más tiempo. Don Gabriel
con adventistas americanos, recuperé mi nombre, aunque tuve problemas me dijo: pero si ya está trabajando ¿para qué quiere hacer algo más? Pero yo
con los certificados en donde aparecía como María. A medias terminé el no pensaba en estudiar comunicación sino psiquiatría.
bachillerato en Barranquilla, en el Instituto Técnico Comercial. Me volví a San Andrés sin gana de nada a trabajar a la Caja Agraria.
Mi papá, que era simpatizante de los adventistas, decidió que yo tenía Estando en eso, conocí a un ex miembro de la guardia real rusa y a su
que ir a la universidad en Jamaica pero yo no acepté. Esa era otra discrimi- esposa, que había sido dama de compañía de la Zarina, y que habían lle-
nación que no iba a aguantar. Tres hermanas hablan ido a Estados Unidos gado primero a Medellín y luego a San Andrés y eran dueños del hotel
y yo quería la misma oportunidad. Hoy me arrepiento de no haber ido a Casablanca. El me dijo: necesito que trabaje conmigo. Acepté administrar
Jamaica. No se si debí hacer mi protesta en esa forma pues me perdí la el hotel y terminé también administrándolos a ellos, su vida, su plata y la
oportunidad de recibir una educación más adecuada a mi cultura. señora me ponía hasta a leerle cuando ellos se iban a dormir. Yo seguía con
“Meridiano 81”, que, junto con el hotel, fueron mi universidad.
Los primeros trabajos y Meridiano 81
Amores y desamores
Mi mamá me mandó a buscar y me vine a San Andrés cuando apenas
empezaba el Puerto Libre. Yo había sabido de la llegada de Gustavo Rojas Allí conocí a un señor norteamericano que venía a atender la estación me-
Pinilla a la isla porque mi mamá era concejera intendencial y me contó teorológica. Y aunque en el hotel no querían residentes permanentes y al
que una commission encabezada por Velodia Tovar se habla reunido con el dueño no le gustaban los estadounidenses por muy exigentes, yo le rogué y
general para solicitarle un puerto libre con el fin de que los materiales de el gringo se quedó un año bajo mi responsabilidad.
construcción y las cosas de primera necesidad entraran sin impuesto. No oí El gringo regresó y decidimos casarnos. Vamos a la iglesia católica y le
que se hablara de turismo ni de grandes inversiones. Me ofrecieron puesto preguntan: ¿qué religión tiene? Y como responde que no tiene y no cree en
en la Caja Agraria y era maravilloso recibir un sueldo de 800 pesos cuando Dios, no nos pueden casar. Sugiere casarnos en Panamá o por lo civil, pero
en el colegio lo que más había manejado eran 20 pesos. mi mamá no va a resistir que en tres ocasiones se anuncie en la iglesia que
Un día estaba leyendo El Espectador y alguien se preguntaba: ¿qué hace por casarme por lo civil dejo de ser católica. Como yo no necesito que la
un fumador empedernido si en Colombia no hay picadura? Entonces com- iglesia ni nadie me diga con quién debo vivir, decidimos armar casa juntos
pré un paquete y se lo mandé al periódico. Después recibí una carta de hasta que, ya con dos hijos, la Iglesia decide después del concilio ecuménico
Guillermo Cano donde me agradecía la picadura y me pedía que le contara Vaticano II, que nos podía casar. Aunque no estaba dispuesta a aceptar el
algo de San Andrés. Le gustó, lo publicó y me dijo: cuénteme más. Así arrepentimiento y la exigencia del cura que los hijos tenían que ser católi-
seguí enviando notas con los aviones que venían cada quince días y las cos, terminé confesándome y firmando para no enredar más las cosas. Cuál

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no sería mi sorpresa cuando nos enteramos que el cura que nos casó ya puede asistir. Así que, a pesar de esa advertencia de mi marido, yo empecé
tenía dispensa y se casó el también. a construir casa aquí. En San Andrés encuentro viejitos que me cuentan
lo que ha pasado, recojo historias de sus vidas, y con internet intercambio
Política en Colombia o ciudadanía americana datos.
Antes de casarme yo había tenido una corta incursión en política como Cuando le propusieron a Simón González ser gobernador, el me pidió
candidata al concejo con un movimiento que decidió llamarse Dinámica que le llevara la campaña y me metí en eso. Simón hubiera ganado de todas
Liberal, pero nos ganó Alvaro Archbold. Después de armar casa y de criar formas, sin plata y sin publicidad. El es un tipo que sabe cómo comunicarse
tres hijos encontré que mi libertad estaba recortada. Así que decidí meterme con el señor que vende banano, con la maestra, con el abogado, con la seño-
en la política y me lancé a la Cámara. Era la primera vez que San Andrés ra que lava ropa, sin que ellos sientan que el es superior. Eso le significaba
iba a tener una representación nacional. La embajada norteamericana me a la gente respeto. Simón fue algo paternalista por eso le decían «Pa». Los
advirtió que no podía hacer eso, trató de instruirme sobre mis derechos y isleños han visto en el intendente un padre. Cuando salía a la calle la policía
deberes, y el día de las elecciones mandó a mi marido a Jamaica y amenazó tenía que protegerlo por la cantidad de gente que quería abrazarlo, salu-
con que, si yo ganaba, lo sacarían del país. Yo estaba con Misael Pastrana, darlo. Le ayudó también que él habla inglés y se inventó eso de la brujería
candidato del Frente Nacional, y nos fue bien, pero la mayoría de la isla y aquí la gente cree en eso y vieron que tenían algo común. En una marcha
votó por William Francis, liberal de Anapo, y por Adalberto Gallardo. contra él, rezó para que se disolviera y llovió.
En la capital conocí otra forma de vida pues formábamos parte de la Lamento que Simón no hubiera hecho nada que durara más allá de sus
embajada y de sus obligaciones. En esa vida estuve seis años hasta cuando cuatro años de gobierno, por ejemplo, un seguro para desempleados con la
nos pasaron a Costa Rica. Estando allí, surgió un viaje para la China por plata que estaba entrando. Tal vez no podía hacer cosas así. Pero donde la
tres meses, el cual no pude aprovechar por el hecho de no haberme nacio- gente supiera que trabajando está aportando a un seguro de empleo, eso
nalizado americana. Me arrepiento de no haber ido a la China pero no de ayudaría. Mis padres sabían que heredarían algo y yo también, pero mis
no haberme hecho americana. También decidieron que los niños debían hijos no van heredar nada; es a lo que han llegado las islas.
vivir determinado tiempo en Estados Unidos y me tocó vivir siete años allá.
Mi marido quería quedarse a vivir ahí pero yo no acepté. Simón González, Los problemas de la isla y sus soluciones
que estaba de intendente, me dijo que volviera y trabajara en la corporación De la religión bautista heredamos eso de que el que los dirige puede darles
de turismo y, como tres de mis hijos ya estaban en la universidad, me traje una vida mejor. Con la política se siguió con esa idea de esperar que otros
a la pequeña. Me vine por un año y me quedé. Volví otra vez a escribir en hagan pues el político promete y dice: vote por mi que yo le consigo em-
El Espectador aunque no fue muy frecuente porque las cosas habían cam- pleo, harina, madera, etc. Por eso a la gente poco le han enseñado a usar
biado mucho. Cuando uno está soltero tiene más disponibilidad, responde sus manos sino que religión y política los han acostumbrado a que la tenga
por lo que está escribiendo, pero casada, una tiene que pensar en la familia. tendida para que le den. La gente se enseñó a eso. Hay un señor que cuan-
Entonces decidí dedicarme a la escritura de una novela durante el poco tas veces me encuentra me saca una receta médica y me dice: vea, yo voté
tiempo que me quedaba después de atender a la familia. por Simón. Y desde hace ocho años me está repitiendo eso.
Un año después de su jubilación mi marido volvió a la isla, se vino pero Cada vez que regresaba a la isla veía que la gente no cambiaba, que se-
me advirtió que no nos quedábamos. Yo puedo vivir en Estados Unidos. guía ese sentimiento como infantil de que si a uno le regalan algo se queda
Todos mis hijos y nietos están allá y están bien. Pero llego allá y me dan tranquilo. Por eso es fácil engañar a los isleños y por eso cambian rápida-
ganas de regresar. No encuentro afinidad con la gente que he tratado allá, mente de la felicidad a la desdicha. Cuando llegué en 1986, era imposible
no encuentro qué hablar con ellos, no me interesa la parte comercial, sólo conseguir un lugar donde vivir. Todo el mundo estaba feliz porque había
lo cultural: los libros que se pueden conseguir, los conciertos a los que se plata por todos lados. Para el isleño no era nuevo ni era pecado que llegaran

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dineros de dudosa procedencia porque la isla ha vivido toda la vida de con- les dieron o ya la debían, o compraron un carro y luego se quedaron sin
trabandos. Además, no existían leyes contra el tráfico de estupefacientes, nada, o mandaron sus hijos a estudiar fuera.
había narcos en el congreso, era como natural que también llegaran aquí. No estoy de acuerdo con más autogobierno o mas autonomía. Tenemos
Otro problema es que nadie cree en nada, ni en los gobernantes locales, todas las herramientas que necesitamos para que esto se administre ade-
ni en el gobierno central, ni en los pastores. Aunque los pastores están tra- cuadamente. Con lo poco que he leído y visto creo que tenemos suficiente
tando de aprovechar la situación para que crean en ellos, por los engaños autonomía para hacer las cosas que queremos y de acuerdo a como creemos
recibidos y porque ellos mismos se engañaron, las gentes ya no creen ni que deben ser. Quieren autonomía con plata del continente, de papá go-
en si mismos ni en lo que pueden hacer. Se siguen lamentando porque los bierno. No van a salir a buscar la propia. Falta es liderazgo. Se necesita un
otros no les dieron y creen que esta situación vino porque no les cumplieron grupo dirigente que no tenemos, un think thank que piense alternativas,
las promesas. conformado no con personas que les interesa la política y que buscan solo
Tampoco hay optimismo, no hay planes. Los muchachos no tienen se- ser representantes, diputados o concejales, sino con gente que esté pensan-
guridad de un empleo, los padres no saben de dónde va a venir la plata si do y planeando el futuro de las islas para hacer o cambiar lo que se necesita.
llegan a enfermarse. Pero, a la vez, así esté con mucha necesidad, un isleño La parte de religión no es el problema. La protestante se impuso y llegó
no busca salida, no sale a pedir ayuda. Es imposible, el isleño es muy or- para dominar a los negros. Cuando llegaron los capuchinos empezaron a
gulloso. Claro que, uno de los grandes problemas es que el isleño no sabe imitar lo que hacían los bautistas y tomaron la misma estrategia: ser secre-
competir y no quiere competir en la búsqueda de empleo, ni en el trabajo. tarios de educación, distribuir becas y cargos solo a sus adictos, para acre-
Por eso los empresarios prefieren a otra persona. Si uno está mal, hasta centar su influencia, y el gobierno ayudaba a los católicos y conservadores
por un sueldo menor que el del continental se emplearía. Se piden puestos para que la tuvieran.
gubernamentales no para el que es mejor, sino para el isleño por ser isleño. En cuanto al idioma creo que la pérdida también vino de nosotros mis-
No tenemos tierra porque la fuimos vendiendo, es cierto, por necesidad, mos. En la Sagrada Familia sí se prohibía hablar inglés. Había un letrero
pero también por falta de visión, de ahorro. No se pensó que el puerto libre que decía que era para aprender mejor el español.
llegaría a terminar y no se acumuló para momentos críticos.
Yo no asistí a una sola clase de inglés cuando fui al colegio y todos mis
Esa misma persona que no sabe cómo va a comer es incapaz de ir a de- compañeros y los profesores en ese momento eran adventistas o bautistas.
cir que quiere limpiar su casa para conseguir unos recursos. El trabajo del En Medellín dijeron: todas las isleñas están exentas de inglés porque se
hotel no les gusta porque dicen que es un trabajo servil. Pero salen de aquí suponía que sabíamos hablarlo, pero la verdad es que yo lo aprendí a punta
para Estados Unidos o se embarcan y hacen lo que aquí no aceptan hacer: de leer novelas. En mi casa hablaban creole.
lavar platos, baños, limpiar. Es lo único de Estados Unidos que quisiera
importar para acá: que la clase media norteamericana trabaja en lo que sea Los jóvenes sí me preocupan. Qué se va a hacer con todos los bachille-
a la hora de necesidad. Si un ingeniero se queda sin trabajo no le importa res sin hacer nada y con esa cantidad de muchachitas con bebés. Veo que
ir a las cocinas públicas para que le den comida. Los drogadictos y unos algunos jóvenes están buscando a alguien que les de una respuesta sobre su
continentales son los que si, para conseguir lo que necesitan, tienen que futuro pues no se sienten capaces de hacerle frente solos. Pero yo me pongo
mendigar, pues lo hacen. El isleño no. Si hubiera solo gente rica nadie diría a pensar en mi persona a la misma edad y veo que tuve que decidirlo todo
nada porque no sentirían que les están quitando el empleo. sola. Y fue difícil. Afortunadamente, no me fue tan mal y encontré salidas.
Pero ellos no tienen cómo hacerlo, ni la ayuda necesaria. Existe ese orgullo
Con la reestructuración de la gobernación, todos piensan que les pro- errado que no los deja pedir apoyo sin que se sientan humillados.
metieron o les dieron algo y luego se los quitaron. No que no había con qué
seguir pagando tanta gente que no se necesitaba. No debió permitirse la En cuanto al turismo, los isleños dicen que no les gusta porque no ha
reestructuración administrativa sin un seguro de desempleo. La plata que sido muy grande el provecho que han sacado. Yo no creo en el turismo

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comercial y no me gustó la forma como se lo administró en el pasado. Pero Desde que los hombres iban al mar, las mujeres se encargaban de admi-
el turismo debería ser el eje económico, porque de eso vivimos, y la oficina nistrar la casa, y eso les dio más sentido de organización. En las iglesias se
no debía ser para organizar bailes sino para planear el desarrollo del sector. nota que son las mujeres las que organizan y lideran las iniciativas de los
Sin ilusionarse porque, actualmente, el turismo “chancletero” no gasta pues pastores y son ellas las que hacen las cosas. No porque yo sea mujer pero
no tiene con qué o ya pagó los tiquetes y no están dispuestos a gastar más. el futuro de San Andrés está en las mujeres. Son más responsables que los
Y los europeos cuentan sus centavos. El turismo de plata no viene a San hombres.
Andrés. Y no hemos desarrollado nada cultural que llame tanto la atención
de la gente como para atraerla a venir. Las actividades subacuáticas tampo-
co son muy seguras. Doscientos buzos no se podrían manejar y si alguien
se enferma no hay dónde llevarlo.
Pienso que debería estudiarse lo que hicieron con los indios en Estados
Unidos: les dieron la concesión de los juegos y eso los salvó. La gente va
a jugar y se va. A los nativos se les prohibe jugar. Eso a corto plazo podría
ser una salida porque no se necesitan playas y para reactivar la isla necesi-
tamos plata, el continente no nos la puede dar y aquí no tenemos con qué.
Necesitamos que venga gente y gaste plata.
Otras iniciativas tampoco las veo válidas. El proyecto del centro finan-
ciero es imposible. Los colombianos están sacando su plata del continente
y no la van a poner aquí. Eso de producir cosas para mandarlas al continen-
te o a Centroamérica tampoco lo veo fácil.
Yo no me hago ilusiones. Si la situación en Colombia no mejora, en diez
años la isla tendrá más problemas de salud, de barrios subnormales, robos,
delincuencia. Todo va a depender de la paz de Colombia. Porque si mejora,
la gente se va, pues la vida en el continente es más barata. No se quedarían
pagando el precio del turista. Puede pasar como en Colón, que se vació
cuando los gringos hablaron de entregar el canal.
Una de las cosas que creo que debíamos agradecer de la entrada de los
continentales a San Andrés es que aprendimos a ser afectuosos. Han logra-
do ayudar a romper la barrera de mostrar afecto. Ahora lo que los nativos
tienen que aprender es cómo buscar ayuda. El continental es rebuscador. A
diferencia del isleño, trabaja duro, busca papeles, hace peticiones, se emplea
en lo que sea. No se puede seguir esperando los ríos de leche y miel que le
predican constantemente. El futuro no llega sin que cada uno haga algo.
No se puede tener atadas las manos y no hacer nada porque ya viene el fin
del mundo.

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No Give Up,
Maan!
CAPÍTULO 1

La naturaleza se enfurece

Wen dem whe come ya, u no


Whe de ya yet
(Ellos llegaron antes que tú)

Blancos y negros, o en esos tiempos, amos y esclavos, acostumbrados a


escarbar el horizonte cuantas veces posaban la vista en él, descubrieron
la llegada de las huidizas nubes que coqueteaban con la calma que venía
acompañando el ofensivo silencio en la naturaleza. Un nuevo fenómeno,
nunca antes visto en la isla, inquietó también la gelatinosa superficie del
mar: la desaparición de las acompasadas olas de los arrecifes, reemplazadas
por las que ahora llegaban a intervalos largos arrastrándose cansadas.
En tierra, contadas palmeras presentaban sus ramas desafiando la gra-
vedad y el calor, elevadas en forma majestuosa por encima de las copas de
los cedros, los mangos, los árboles de tamarindo y fruta de pan. La gran
mayoría de los árboles estaban inertes en huelga de la vegetación. Las pre-
dominantes brisas del nordeste habían desaparecido por completo y un sol
canicular extendía sus rayos convirtiendo la tierra en brasa, al contacto de
los desnudos y rajados pies que laboraban en las plantaciones de algodón.
Los esclavos, obligados a convertir la mitad de un talego —el que antes
sirvió de abrigo a la harina traída a la isla— en una especie de abanico
para tapar su sexo, estaban ese día regados en los acres que no se conta-
ban, agachados entre las matas de algodón, mientras desyerbaban lo poco
que luchaba por vivir entre los surcos cuarteados. De cuando en cuando,
alguno se levantaba perezosamente y con el dedo índice barría el sudor
de la frente; luego levantaba el brazo y con el mismo dedo enhiesto como
el asta sin bandera de su vida buscaba determinar la dirección del viento.
Desilusionado, con sus callosas manos formaba un binóculo para escudri-

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ñar el horizonte. Desalentado por lo imperturbable del encuentro del cielo Los esclavos, perplejos, y como solitarias y pétreas estacadas de una que-
con el mar dejaba caer el brazo con todo el peso del cansancio. Con los pár- ma, miraban a su alrededor extasiados ante el éxodo de la fauna que habi-
pados aún fruncidos, miraba el sol y lo maldecía. Maldecía en una lengua taba en las matas de algodón. Los pájaros en desbandada, interrumpida a
que sólo ellos entendían. Lo único que sus amos les habían dejado conser- veces por las motas de algodón, chillaban impotentes ante la fuerza desco-
var y sólo porque no habían ideado la forma de extirparla de sus mentes. Su nocida que no cesaba de espantarlos.

lengua y su color, la gran diferencia, la catapulta que servía a la inseguridad A lo lejos, tratando de desafiar esta orquesta, un esclavo seguía entonan-
de sus dueños. do su letanía. Pero su voz ya no era un lamento de dolor como al principio;
Era un mes de octubre de algún año hace dos siglos. Durante semanas el tono era de franca alegría, una clara nota de victoria, el reconocimiento de
había prevalecido este tiempo opresivo y caliente que secó bruscamente que la naturaleza era su aliada y ella había triunfado. Las ráfagas siguieron
la cosecha de algodón. Las doradas cápsulas desafiaban ahora el silencio desalojando el calor hasta llegar a la falda de la loma. A su paso, los grandes
reinante entonando un delicado “tic-tac” por todos los campos, al abrir y cedros trataban en vano de imitar a las palmeras que se inclinaban en re-
exhibir sus blancas motas, contribuyendo a la desesperación de los esclavos, verencia para después elevar sus ramas al cielo en un frenesí incontrolable.
quienes esperaban impacientes la orden de la recolección, aunque aque- Contrastando con esta alegría de la naturaleza se escuchaba el seco gol-
llo representaba más trabajo y con el sol como el capataz más implacable. pe de puertas y ventanas que se cerraban, después de haber aguardado por
Hacía más de una semana que esperaban la orden, mas no llegaba y, ahora días la invitación al aire a invadir los aposentos.
de él no quedaba esperanza menos cuando ya se había ido a descansar casi
todo el día. Richard Bennet, que en aquella hora y tarde iniciaba el tradicional té de
las cuatro, se sorprendió del cambio repentino del tiempo y observando que
De improviso, en el campo vecino se escuchó un lamento. tante Friday luchaba por cerrar las ventanas, dejó a un lado el té a medio
—Ova yaaa… (allá…). consumir para acudir en su ayuda.
A lo que de inmediato se respondió con:
 Harold Hoag, en la plantación vecina, recorría con la vista los campos
—We de yaaa (estamos aquí).
 de algodón convertidos en la espumosa cresta de una gran ola, salpicada
de punticos negros. Maldijo su decisión de esperar dos días más para la
Y en esta letanía siguieron por horas. Eran los esclavos utilizando la for- recolección. Caminó hacia la puerta principal de su casa y del dintel tomó
ma ideada de comunicación por medio de la cual transmitían sus alegrías, su binóculo y lo coló entré el eterno fruncido entrecejo. Se puso a atisbar el
chismes y desahogaban todas sus emociones reprimidas por el cautiverio. horizonte y su descubrimiento le hizo exclamar:
Cuando más se necesitaba y menos se esperaba, irrumpió en el ambiente —God damned my luck! (¡Dios maldijo mi suerte!)

la respuesta a sus maldiciones —o la derrota a las enseñanzas del pa’ Joe—.
Despachadas de la nada, unas ráfagas de aire puro y limpio irrumpieron en En él, con seguridad y pasos majestuosos, llegaba del noreste de la isla
el ambiente cortando el calor a medida que abrían el paso a otras de mayor una brava cabalgata de nubes grises que parecían dispuestas a desafiar al
intensidad que sacudían las matas de algodón interrumpiendo el vals del sol su dominio sobre el lugar. Una amenazadora mancha negra que nada
“tic-tac” y obligando a los capullos a despojar sus preciosas motas y a bailar bueno presagiaba.

una loca melodía donde las secas cápsulas convertidas en maracas predo- Los esclavos de Richard Bennet también asistían al encuentro y ya apos-
minaban sobre el chillido de los pájaros y los insectos, pero impotentes taban al ganador. El sol, aunque con las sorpresivas ráfagas había perdido
ante el batir de los árboles más grandes en su afán de defenderse del ataque toda su fuerza calcinante, no parecía dispuesto a bajar a su lecho de agua,
inesperado.
 cediendo el lugar a la invasora gris.

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Cuando la llamada del caracol se dejó escuchar, contrariamente al alivio El pánico fue total cuando los esclavos quedaron a la intemperie en
que siempre significaba, hoy era una llamada inoportuna. Por primera vez pleno desafío del monstruo desconocido. Instintivamente, como los perros,
desde su llegada a esta isla la naturaleza había decidido hacer tantas cosas a los cerdos y demás animales domésticos, se dirigieron a la casa grande, y
la vez y a un ritmo tan acelerado. Como bandadas de pájaros negros, fueron debajo de ella la algarabía de los animales se completó con los gritos de los
subiendo la ladera de la loma. Desde ahí, pudieron observar que el océano aterrorizados esclavos.
se había sumado a la competencia, que el mar tapaba el muro coralino que Por su construcción sobre pilotes, la casa grande había resultado un re-
abrigaba la bahía con claras intenciones de abrazar la tierra. Sintieron una fugio. Ahí debajo, con el tacto más que con la vista, cada cual fue buscan-
extraña y nueva sorpresa, pero la inseguridad en un terreno tan elevado do un sitio donde guarecerse. Era el único lugar al que la lluvia no había
descartó de inmediato el desconocido sentimiento.
 logrado llegar por completo, pero desde donde se podía sentir y escuchar
Esa, como todas las tardes, irían a la choza mayor, ahí recibirían su ca- la obra demoledora del huracán que, como una gran escoba, barría todo,
labash (totuma) con la ración de la tarde que cada grupo cocinaría en su se estrellaba con todo, arrasaba todo. Nada parecía suficientemente fuerte
choza. Pero cuando llegaron al campamento los vientos habían comenzado para no ser arrollado.
a desenterrar las matas de algodón arrancándolas de raíz y elevándolas en El viento les silbaba a su alrededor, y para ellos era él intento del mons-
vuelos sin rumbo. Contrariamente a la rutina diaria, no esperaron afuera truo en su afán de sacarlos de su única guarida. Eran como las seis y treinta
de la choza, fueron empujados hacia el interior por esta mano como si qui- de la tarde pero estaban en medio de una oscuridad completa, que agravaba
siera defenderlos. Adentro y en completa oscuridad, dieron rienda suelta a la situación. Ben, el esclavo jefe, con el miedo que sentía por lo que estaba
sus sentimientos. Hablaban, gritaban, otros cantaban y no faltaron algunas ocurriendo, decidió hacer un conteo para saber si todos habían logrado
nerviosas carcajadas. Tal parecía que toda esta energía estaba dispuesta a escapar. Elevando la voz por encima del ruido de los árboles al caer, de los
desafiar igualmente a la tormenta. La choza, cuyo tamaño no fue concebido silbidos del viento, de la caída del torrencial aguacero, gritó el “número I” y
para protección de ellos, sino para almacenar y distribuir sus alimentos, se todos siguieron respondiendo hasta completar el “número 47”. Todos esta-
convirtió ese día en el calabozo de la nave donde todos habían iniciado este ban ahí, completos y aparentemente seguros por el momento. Habría que
obligado cautiverio y el disfraz de sus gritos, carcajadas y cantos se convir- dar gracias al pa’ massa. En el conteo faltaron solamente los números 26 y
tió pronto en suspiros y después en inconsolables llantos. 27, pero eran las encargadas de la casa grande. ¿Estarían ahí?
Afuera, el sol, agotado por los embates de viento, dejó de alumbrar, y —Pa’ massa quiera que sí —pensó Ben.
la llegada de relámpagos resquebrajando los cielos, seguidos por ensor-
decedores truenos obligó al astro a aceptar su derrota. Al ceder, llegaron Mientras tanto, a menos de un pie de sus cabezas, en el primer piso de
las primeras gotas de una llovizna que parecían lágrimas desahogadas por la casa. Richard Bennet se paseaba de un lado a otro de su sala.
frustración en apoyo de los esclavos. Nunca antes en sus treinta y cinco años en el Caribe había visto desatar
Por un momento parecía que la brisa se llevaría los nubarrones de agua, tal furia en la naturaleza. Trató de mirar por los cuadros que formaban las
pero a medida que se oscurecía, fueron cayendo gotas más fuertes y de una ventanas de vidrio, pero era imposible. La oscuridad, la lluvia inclemente,
abundancia nunca antes observada en la isla. habían convertido todo en un manto negro. Aprovechando los reflejos de
los relámpagos, logró vislumbrar algo del caos que reinaba fuera, un lugar
Por segundos, el viento adquiría más fuerza y la alegría convertida en fantasmagórico que no alcanzaba a reconocer. Según parecía, lo único in-
nostalgia que se había apoderado de los esclavos, se transformó en pavor. tacto hasta el momento era el lugar donde se encontraba, y se preguntaba
A las seis, un golpe sacudió la casa grande. Richard Bennet adivinó — hasta cuándo. Miraba en contorno a la frágil estructura de su casa en com-
más que saber— que la choza mayor, al sufrir igual suerte que las más pe- paración con la mole destructora que tenía afuera y, sin saberlo, sus pensa-
queñas, no había podido resistir la tempestad.

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mientos coincidían con los de sus esclavos. A esta isla le había llegado el fin. vidas Parecía que no habría fin. Pero, cuando perdían todas las esperanzas,
El fin que tanto les predicaba el reverendo Joseph Birmington. comenzó a amanecer y con la luz del nuevo día, el agua y el viento no fue-
Los esclavos, confundidos con los animales, unidos por el miedo de lo ron tan violentos. Sin embargo, sólo hasta las nueve de la mañana aclaró y
que reinaba en el antes apacible lugar, seguían debajo de la casa protegidos todos pudieron salir para apreciar la magnitud del desastre.
de la brisa y de todo lo que ahora volaba a su alrededor. Tante Toa y “la
muda” —la madre del ñanduboy—, se habían quedado atrapadas en la casa
grande convertidas en silentes espectadoras que acudían al llanto como
respuesta.
Aprovechando los relámpagos que se estrellaban contra las ventanas,
Richard Bennet buscó a las dos esclavas y las halló acurrucadas al pie de la
escalera que daba a las habitaciones del segundo piso de la casa. Las con-
templó abrazadas la una a la otra y vio en sus caras un miedo mayor, distin-
to a cualquier otro conocido por ellas. Caminó hacia donde se encontraban
y, a gritos, le preguntó a tante:
—Is this Birmington’s hell? (¿Es éste el infierno de Birmington?)
La anciana se limitó a sacudir la cabeza negativamente sin levantarse a
contestar como lo hubiera hecho en circunstancias normales. Bennet ca-
minó de nuevo hacia la esquina sur de la sala, lejos de las ventanas y de los
amenazadores rayos. Allí se acomodó encima de un barril que días antes
había canjeado. Contenía clavos que pensaba utilizar en la nueva cons-
trucción que ahora el huracán había definido. Pensaba que si los primeros
embates del fenómeno lo habían tomado desprevenido, ahora, con la furia
desatada, nada podía hacer por los cuarenta y siete esclavos que seguramen-
te encontrarían la muerte debajo de la casa. Ni siquiera sabía hasta qué hora
la casa resistiría la hecatombe uniéndolo a la suerte de ellos.
Eran como las diez de la noche cuando llegó lo que parecía el fin del
mundo. El agua en forma violenta y en cantidades alarmantes caía por toda
la casa, obligando a los tres a buscar nuevas formas de guarecerse. Por la es-
calera bajaba una cascada al no quedar más que las vigas del techo. Las tejas
de madera habían volado como si fueran de papel. Los truenos sacudían
la casa tratando de ayudar al viento en su afán de elevarla. Los árboles al
derrumbarse arrastraban otros y, sin que Bennet lo supiera, habían formado
un cerco alrededor de la casa.
Todo esto daba la impresión de que nada quedaría sobre la tierra. El res-
to de la noche lo vivieron debajo del arrume de muebles que el viento había
llevado en un loco recorrido por la casa. Fueron las horas más largas de sus

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CAPÍTULO 2 podía servir para algo. Miraba a tante Toa y “la muda” que subían la loma
Bennet cargadas de improvisados bultos de hojas. Cuando llegaron hasta él, baja-
ron de sus cabezas la preciosa carga y se sentaron. Tante Toa, sin muestras
de cansancio o rastro del miedo de hacía pocas horas, solicitó noticias de pa’
Joe, George y tante Friday. Ben le respondió:
—Te dije esta mañana, no tienes más que mirar. Todo está igual. Sí.
Dios los protegió; en cambio, a nosotros, por poco nos lleva a su caldera el
mismísimo ziza.
—¿Cómo está mi madre? La llegada de tante Friday y lo que sospechaba era algo para comer cui-
—Muy bien, muy bien —respondió Ben—. Ella y tante Toa se pasaron dadosamente guardado en los bultos de hojas, le hizo recordar que no había
la noche en la casa grande. Las tengo en el momento buscando algo de probado bocado desde el medio día anterior. Preguntó:
comer. —¿Encontraste algo para comer?
Sólo después de escuchar lo anterior, fue que George le informó sobre —God have merey! (iDios tenga misericordia!) —respondió tante— ¡Hay
los pronósticos de pa’ Joe, y la recomendación de trasladarse ala iglesia.
 mucho! Pero mucho para comer. Lo difícil es encontrar en qué cocinarlo y
El esclavo Ben —con la misma duda sobre la sentencia que George, y más aún un pedazo de leña seca. En los charcos de las rocas de High Rock
luego Bennet, dieron a las palabras de Birmington— se limitó a preguntar hay peces, y los cangrejos caminan como locos buscando un hueco sin agua
la opinión de su amo al respecto, y cuando George le informó, dijo:
 donde meterse. Los muchachos están salando pescado y buscando leña
seca para asar cangrejos y pescados. Yo haré lo mismo, buscaré tres buenas
—Estoy de acuerdo, si ese demonio se atreve a volver, tan pronto sien- piedras y pronto comeremos.
ta sus primeras pisadas nos iremos a los socavones del cliff—. George no
tuvo que preguntar si habían sufrido bajas entre los esclavos. Por la letanía —Toa —decía el esclavo Ben—, no tengo fuerzas para avisar. Di tú
que volvía a inundar el ahora nuevamente apacible ambiente de la isla, se que, al sentir las primeras brisas, igual que las de ayer, todos deben ir a los
había dado cuenta de que de mordiscos de insectos y de los animales que socavones del cliff. Pa’ Joe dice que el huracán volverá cuando el sol baje de
compartieron el refugio debajo de las dos casas, no sentían más que sueño. nuevo.
El dilema que se les había presenta- do era saber a quién dar gracias, si a Tante Toa, con la entrenada voz de tantos años de lamentarse y desde el
Dios o a ziza. mismo lugar donde momentos antes Richard Bennet los observaba, entonó
El esclavo Ben, su figura encorvada aún en su afán de defenderse del el mensaje que fue repetido de inmediato en el campo.
miedo y de la insólita situación en que tuvieron que pasar la noche vio ale- Harold Hoag escuchaba los lamentos sin comprenderlos, cosa que lo
jarse a George y pensaba: enfurecía cada vez más. Le decía a Bennet:
“... El condenado ñanduboy ya es un ñanduman, está sin un rasguño, y —A estos haraganes —y miraba a los esclavos regados por la falda de la
parece dormido como en una noche cualquiera». Él, en cambio, por prime- loma, hurgando entre los escombros— si no los necesitara, te juro que los
ra vez había sentido los sesenta y cinco años que el amo le había calculado. ahorcaba a todos. Creo que es lo único que recompensaría la ira que siento.
Nunca antes había conocido este cansancio. Tal parece que se regocijan de nuestro fracaso. —Mirando interrogativa-
Observó por un rato el tronco del árbol de fruta de pan que el venda- mente a Bennet—: ¿Qué han dicho de los Golden y Chapman?
val había sacado de raíz y se arrastró hacia él. Desde ahí podía vigilar el ir —Que estaban todos en el norte y que habían iniciado la recolección
y venir de todos los cuarenta y seis recogiendo cualquier cosa que creían cuando sintieron las primeras ráfagas. Incapaces de volver a los campamen-

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tos, se refugiaron en los socavones del cliff. Ahora andaban de nuevo en llos del vestido negro que resultaba un insulto al ambiente destrozado de la
camino al Gaugh y el Cove. Hoag, si trataras de entenderlos, los compren- naturaleza, pero a la vez, sin saberlo, era lo más apropiado para la despedida
derías, y como te he repetido en otras ocasiones, te rendirían mucho más. de una época y una política económica de la isla, que el huracán había
A lo cual Harold Hoag respondió con ira:
 iniciado. Sonrió al confirmar que después de treinta y dos años, su figura
parecía no haber cambiado. Un consuelo que provocó el tentativo regreso
—Bennet, tú te has dedicado a tratar de descifrar a esos salvajes por- de una vanidad que pensó haber dejado atrás.
que para ti el trabajo es un deporte y en los deportes es imprescindible
comprender y conocer el funcionamiento de los instrumentos. Para mí, el
trabajo es una desgracia que exige de mí todo. Y como hoy, su recompensa
puede ser nada. Me importa únicamente que rindan, no quiero indagar
en el funcionamiento de sus cerebros: o me sirven o los vendo. El único
trabajo que no les impondré es tratar de pensar, si es que esos salvajes son
capaces; y menos aún trataré de hacerles creer que sus pensamientos po-
drían coincidir con los míos.
Bennet dejó que el viento se llevara lo dicho y siguió mirando en lo que
se habían convertido las plantaciones de algodón. Observaba los troncos de
los árboles por el campo. Arboles que nacieron a más de una milla de dis-
tancia de allí fueron arrastrados hasta sus predios. Y, recordando el mensaje
enviado por Birmington, observó:
—Harold, yo he decidido poner en práctica la filosofía de Birmington,
te la recomiendo: nada podemos hacer, hemos recibido una bofetada y no
hay más remedio que ofrecer la otra mejilla, y según él, la tendremos que
ofrecer muy pronto. Como te dije al llegar, pronostica que el huracán vol-
verá a las veinticuatro horas.
—Bull shit de Birmington! (¡Pura paja de Birmington!) —respondió,
Hoag.
Harold Hoag, con su figura rechoncha, su calva de nacimiento y sus tu-
pidas cejas que tapaban completamente sus ojos al escudriñarlos; su nariz
ligeramente ancha y su boca obligada a encaracolarse para poder sostener el
eterno tabaco a medio consumir, después de su declaración sobre el pronós-
tico del reverendo Birmington, dio media vuelta y sin despedirse se dirigió
hacia su casa.
Richard Bennet, levantando un brazo en señal de despedida o de “allá
tú”, retomó el camino.

Bennet caminaba despacio escuchando con interés lo que ahora canta-
ban con éxtasis los esclavos. Sus manos seguían descansando en los bolsi-

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CAPÍTULO 3 seguro de que ustedes también lo han descubierto. De los esclavos no te
El naufragio preocupes, encontraré oficio para mis cuarenta y nueve esclavos.
—¡Pero hombre! —siguió Hoag—, aunque insistas con la locura de
sembrar coco, no vas a necesitar cincuenta esclavos. Hagamos un trato: te
los compro y te los prestaré cuando tengas que sembrar o cosechar.
—No —respondió Bennet—, mis esclavos no están en venta ni lo esta-
rán. Cuando no los necesite más, les daré libertad y si aún tengo tierra, la
repartiré entre ellos.
A Harold Hoag se le despegó de la boca el puro a medio consumir y es-
—Muy bien. Tus cartas están sobre la mesa. Lo que piensas hacer equi-
cudriñando los ojos para retener mejor lo que había escuchado miraba por
vale a desconocer completamente los acuerdos con los cuales te aceptamos
entre sus tupidas cejas con estupefacción. Pensaba que al fin comprendía la
como plantador en la isla, y aunque los Golden y Chapman votarán a tu
magnitud del enemigo que tenía como vecino y gritó:
favor, te juro que sólo impediré tu descalabrada idea en la única forma que
—¡Cocos! ¡Cocos! ¿Es que te has vuelto loco?, ¿sabes acaso cuántos años comprenderían tú y tus cincuenta esclavos.
se necesitan para recoger la primera cosecha de cocos? ¡Siete años! Si todos
Bennet, sin inmutarse por la amenaza de Hoag y su insistencia en el
decidiéramos los mismo, por siete años no veríamos una goleta aquí. ¡Dios
número de esclavos, se limitó a responder:
mío! ¿Pero no te das cuenta de que al saber que hemos perdido la cosecha
de algodón tampoco volverán hasta octubre del año entrante? —Veremos Harold, veremos... a lo mejor te toca hacer lo mismo más
pronto de lo que imaginas. Parece que se te olvida que no estás pisando
Bennet, sin la menor ofuscación por la furia de Hoag, dijo apenas:
tierras de las colonias del Reino Unido sino territorio de la Nueva Granada.
—Ellos vendrán, de eso no hay duda. Vendrán porque somos los com-
Antes de que Harold pudiera arremeter sobre la declaración de Bennet,
pradores de todo lo que se roban en la travesía de tierra firme a Jamaica.
para sorpresa de los dos llegó ante ellos un esclavo bañado en sudor y tra-
Más calmado, pensando sacar ventaja de lo que consideraba una atroci- tando de sostenerse sobre el mango de su machete y una rama utilizada
dad de Bennet, Hoag siguió:
 para facilitar el desmonte, mientras trataba de recobrar la voz. Sus ojos
—Bueno, vamos a suponer que tienes suficiente plata para vivir siete reflejaban la noticia que no lograba articular; entusiasmo que sólo se les
años esperando tus cocos. Mientras tanto, ¿qué harán tus cincuenta escla- conocía cuando aparecía en el horizonte una embarcación.
vos? Definitivamente eres hombre de ciudad. No sabes lo que significaría Por las marcas que llevaba en el brazo izquierdo pertenecía a las planta-
esa decisión. ciones del sureste.
Richard Bennet, que anticipaba la reacción de Hoag, le contestó sin —¡Habla negro! —le gritó Harold.
alterar la voz, con la impasibilidad que ellos acreditaban a su soltería
Pero el esclavo los seguía mirando incapaz de recuperar la respiración lo
descomplicada.
suficiente para enlazar las palabras, se dirigió a Bennet:
—Harold Hoag, no estoy loco, ni voy a empacar para volver a Inglaterra
—Massa Bennet, manda a decir massa Mosses: “Vengan. Goleta sobre
o lugar alguno, reconozco que es un reto al tiempo, mi edad, mi paciencia
rocas. Muchos muertos. Cien”.
y mi bolsillo. Y... muy posiblemente a la amistad de todos ustedes. Pero
como tal lo acepto, no estoy aconsejando a ninguno a que me siga; pero me Tan pronto entregó el mensaje se retiró tomando el camino que condu-
he dado cuenta de que esta tierra está cansada de algodón. Es más, estoy cía a los predios de Bennet y donde avisó al esclavo Ben. Luego, subió hasta
la Misión. Agotado, se desplomó en el rellano de la puerta de la cocina.

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Tante Friday lo miró y sin preguntar nada le pasó de inmediato un calabas instrucciones de quienes participarían, donde se repitieron los cuentos para
(calabaza) con agua. informar a los esclavos de Chapman en el Gaugh (barlovento).
Birmington, sin dejar de tomar sorbos del café que tante le acababa de Birmington, mientras tanto, alistaba su botiquín de remedios. En una
servir, preguntaba: caja y ayudado por tante, se empacó alcanfor con agua para dolores de es-
—¿Qué pasó? ¿Qué te trae así? ¿Qué viste? ¿Qué te hicieron? tómago, manteca de pollo derretida para contusiones, paregórico para do-
lores indefinidos y persistentes, vendajes de trapo y sulfa para laceraciones,
George, sin prisa para terminar su turno en el interrogatorio, miraba con gelatina de petróleo para quemaduras, una tetera para calentar agua, una
cierta lástima al esclavo aunque reconocía que no traía miedo sino sorpresa. palangana y la Biblia.
Cuando vio que era posible sacarle algunas palabras, le preguntó:
La noticia del naufragio la recibió Chapman de su peón jefe. Sin demora,
—What hapeen Grivent? (¿Qué pasó Grivent?) dio orden de que los veinticinco más descansados lo siguieran. Caminaron
—Cove, big boat, one hundred dead. Massa Mosses se tu com. (Cove, un por la playa hasta la primera subida a la loma (Harmony Hall Hill) pero la
bote grande, cien muertos. El amo Mosses dice que vengan.) encontraron impenetrable. Todos los árboles del sector habían caído sobre
ella. Se vieron obligados a seguir hasta otro más al norte y que los condu-
Luego, añadió que tuvo que hacer un rodeo distinto para llegar hasta
ciría a unos pocos pasos de la casa de Hoag. No bien habían iniciado el
ellos. Que todo el camino del Cove a la loma estaba cerrado por los árboles
ascenso, cuando fueron de- tenidos por una muralla de árboles igual a la
que se habían caído.

anterior.
Birmington escuchó con atención el relato del esclavo, pero conociendo
Árboles que antes, majestuosos como invencibles guardianes, bordeaban
la costumbre de exagerar los acontecimientos, aceptaba como cierta la mi-
la totalidad del recorrido. No era posible atravesar sin escalar. Los esclavos,
tad del relato. Siguió tomando, con su acostumbrada parsimonia, sorbo tras
imitados por Chapman, decidieron trepar ayudados por las cuerdas que
sorbo de café, acompañado con recién horneado journey cake.
llevaban. Animados por la noticia del naufragio la escalada fue casi una
Pensaba que de ser cierto el relato del negro, la ordalía del día no era diversión. Cuando faltaba la cuarta parte del recorrido donde se iniciaba la
solamente defender al nombre de Dios ante esclavos y amos, sino ante sí trinchera recortada en la ladera de la gran mole de piedra caliza que forma
mismo. Por lo menos iría bien alimentado. Cuando terminó acudió a tante el sector de la loma, encontraron este trecho convertido en un túnel oscuro.
para que cantara su recomendación a Bennet y Hoag. Les avisara que él y Los árboles que habían caído a través del nivel original de la tierra tapaban
George los esperarían en la Misión. Que él llevaría medicinas y que ellos completamente la entrada de la luz. Este trayecto, el último hasta ganar la
trajeran las herramientas; salió después hacía la casa principal caminando cima, era denominado Putty Hill (Loma de Masilla). Primero porque en
por el puentecillo que comunicaba la cocina con el resto de la casa, cuando tiempos de lluvia se convertía en un arroyo peligroso que había erosionado
la voz del esclavo lo detuvo: la tierra hasta dejar una zanja tres veces el tamaño original del desmonte de
—Pa’ Joe, da ju du hi? (Pa’ Joe, ¿quién lo hizo?) una superficie húmeda y resbaladiza. Por lo angosto, era obliga-

Birmington, sin voltearse, dijo: —Dile a George que te lea el Salmo 29. do entrar individualmente sosteniéndose de las paredes para ganar la su-
Es la forma como él da la respuesta. bida. Ese día los esclavos se negaron a entrar y, por un momento, Chapman
se encontró rodeado de veinticinco esclavos que desafiaban su orden. No
Los esclavos de Bennet y Hoag escucharon los cuentos del naufragio estaban dispuestos a enfrentarse a otra aventura en menos de veinticuatro
por la voz del viejo Ben, para quien el hambre y el cansancio dejaron de horas. Cuando logró con amenazas que reanudaran la marcha, lo hicie-
existir con la noticia. Luego, las instrucciones de Birmington por la entre- ron con cautela, profiriendo gruñidos amenazadores hacia la oscuridad. De
nada voz de tante Friday. Como era la costumbre, cuando de naufragios pronto, se escuchó un grito que inundó todo el túnel:
se trataba, todos se dirigieron a las casas de sus amos para recibir ahí las

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—Shet up —gritaron (está cerrado). de evitar a toda costa es pasar otra noche en una cueva de estalactitas con
El orificio de la salida estaba tapado. El pánico fue total, y se do-minó cincuenta negros.
con la misma rapidez con que llegó cuando Chapman disparó su rifle ha- —¿Estaba Gladys contigo?

cia el techo entre las hojas de los árboles. Después dio la orden de que se —Sí. Contra mi voluntad insistió en acompañarme a la recogida
acostaran, y caminando por encima de ellos, llegó hasta donde estaba la
abertura que ahora se encontraba tapada por el tronco de un árbol. Con de la cosecha en el norte. Ayer sus sospechas eran algo más exageradas
ayuda, logró hacer rodar el árbol lo suficiente para que unos pudieran subir que de costumbre.
y despejar del todo la salida. —¿Sigue con miedo de un hijastro ñandú?
Llegaron a los predios de Hoag en los momentos en que éste salía acom- —Miedo, no. ¡Pánico!
pañado de diez de sus setenta y cinco esclavos. Los amos se intercambiaron
Harry Chapman y Mosses Golden, eran los más jóvenes de los cinco
el mismo saludo de siempre, mientras Chapman miraba la casa de Hoag y
plantadores. Y mientras el uno en el occidente vivía tiranizado por los celos
observaba:
de su mujer, el otro en el oriente sembraba algodón a la par de hijos ñandú.
—She rode it ver well (cabalgó muy bien). La respuesta de Hoag fue un Aumentaba en esta forma en cinco por año los esclavos de la plantación.
gruñido. No los reconocía como sus hijos, pero le complacía saber que aumentaban
Mientras los esclavos despejaban el camino, los dos amos los observaban los brazos en el campo.
aparentemente satisfechos con los saludos iniciales. Pero Chapman había A la llegada de Hoag Chapman y Bennet a la Misión, donde Birmington
reconocido en Harold una preocupación algo más que la pérdida de la cose- y George los esperaban, el reverendo les deseó un mejor día que el anterior
cha de algodón y la oportuna noticia del naufragio. Hoag disimulaba algo. y aprovechó para repetirles que, por su experiencia con los huracanes debe-
Su sospecha se acrecentó más cuando notó la rigidez entre Hoag y Bennet rían hacer planes para enfrentarlo a la misma hora ese día. Ninguno prestó
y decidió que a la mayor brevedad tendría que averiguar con Richard lo que atención a la advertencia; más interesados estaban los tres en dar una ojea-
había sucedido con massa Cerdo, como se referían a él los esclavos. da rápida a las dos construcciones de la Misión. Se sorprendieron de lo bien
Bennet y veinticinco de sus esclavos salían hacia la Misión cuando los que se habían librado del infierno de la pasada noche y se repartieron elo-
alcanzaron Chapman y Hoag. Bennet se acercó a Chapman para decirle: gios por ser quienes habían dirigido la construcción de ambas estructuras.
—Harry, si en algo puedo ayudarte, no tienes más que decirlo. Según los Los esclavos, sin tregua, seguían despejando la selva en que se había
lamentos, has perdido todo. Lo mismo que los Golden. convertido el camino, y viendo sus amos que ya habían logrado despejar un
trecho bastante largo, el grupo de cinco hombres inició de nuevo la marcha.
—No. No todo está perdido. Tengo tierra, una mujer, cincuenta escla- Tante Friday, desde las piñuelas que cercaban el patio les gritó:
vos y lo que estos negros llaman “Ploks & Boloks” de todos modos pensaba
reconstruirlo. El huracán adelantó el desmantelamiento, es increíble, ese —No give (¡No se rindan!)

monstruo sacó los clavos de las tablas. Sólo faltó que me los recogiera para Ninguno se dio por aludido, pero recónditamente, de donde no se deja
que los contara. escapar sentimiento alguno, estaban de acuerdo con la vieja. No se podían
—¿Te informaron que, según Birmington, volverá a las veinti- cuatro entregar a la desesperación.
horas? Hoag, tratando de evadir el charloteo continuo que como una maldición
—Hog wash! (¡Lodo de puerco!) De ser cierto, tan pronto dé alguna llegaba de los esclavos desalojando árboles para abrir la senda, y porque le
señal mandaré los negros otra vez a la cueva. Gladys y yo nos quedaremos interesaba saber con urgencia la política de los demás plantadores después
por acá. Le daré a Birmington el honor de hospedamos. Lo que trataré de la sorpresa que les tenía Bennet, dijo a Chapman:

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—Tu mujer debe estar con el baúl listo para salir con la primera vela que CAPÍTULO 4

desgarre el horizonte. El entierro


—Pues todavía no. Que te parece que el baúl no lo hemos encontrado.
Pero no hay duda de que pronto iniciará de nuevo su campaña “I want to go
home” (“quiero ir a casa”).
—¿Y qué piensas hacer?

—Con respecto a Gladys, nada.

—¡No hombre! Con respecto a la tierra.
 —¿Qué contiene ese demi-john? —preguntó con fingida inocencia
—Lo que sé hacer muy bien. Montarla de nuevo. Birmington, mientras miraba con incredulidad a todos por igual.

—God damm it. Ride what? Rass cloth Harold (maldita sea. ¿Cabalgar —Drum stody! —respondió Harry.

qué? M... Harold) —dijo Hoag, casi colérico. —D-r-u-m-s-t-o-d-y! —repitió deletreando Birmington, haciéndose el
—¡La isla! Bien sabes que no puedo volver al viejo continente. Bennet, que no había entendido.
Birmington y George se habían adelantado para dirigir a los esclavos en A lo que repitió Bennet:
el desmonte. Hoag, más calmado, aprovechó la distancia entre ellos para —Bush rum (ron del monte).

preguntar a Chapman:

—B-u-s-h-r-u-m? —volvió a preguntar tratando de asimilar la
—¿Sabías que Bennet pensaba sembrar cocos después de esta cosecha
de algodón?
 verdad que tenía ante sus ojos.

—¡No, no lo sabía! —dijo el otro, mirándolo sorprendido—. Pero te juro Harry, exasperado, caminó hacia él y de frente le dijo:

que es lo más indicado. Yo no me puedo dar el lujo de ese cambio, no puedo —Puss piss! (¡Orina de gato!) Ni más ni menos, Birmington. ¡Pero
esperar siete años para la primera cosecha de cocos. Pero los cocos y los ár- del bueno! —Y en carcajadas añadió—: ¿Con que esas tenemos?... Los
boles de macadamia son lo más recomendable para estas tierras. ¿Acaso no Golden brothers tienen su propio semental de negros y su propia destilería?
te diste cuenta de la nube que se levantó cuando se arrancaron las matas de ¡Privilegio del carajo!

algodón? Con esa nube, massa Harold, se nos fue toda la tierra abonada que
teníamos. Estamos a muy pocos metros de pura piedra coralina y le tengo Los hermanos Golden, ajenos a lo que estaba sucediendo, llegaron de su
mucha desconfianza a la próxima cosecha. inspección del sitio del naufragio. Utilizaron para la travesía una canoa que
habían encontrado esa mañana cuando regresaban de los socavones del cliff.
—Yo no —gritó Harold. Por un momento, todos menos Birmington se olvidaron del motivo que los
—Te felicito —respondió Chapman a la vez que pensaba haber descu- había reunido en el lugar y todas las miradas estaban en el demi-john.

bierto la razón de la preocupación de massa Hoag. Los Golden trajeron a cuento que era apenas el segundo en
Harold había olvidado por completo el motivo de la caravana al Cove. veinte años. El primero sirvió de bienvenida a Bennet. Fue encontrado
Todo su pensamiento y su afán por llegar eran por indagar lo más pronto días antes, pero no se atrevieron a ingerirlo hasta que los tripulantes de la
posible los planes de los Golden. Y —¡líbrelos su Dios!— de que fueran los nave le dieron el visto bueno. Bennet también había participado. No tenía
mismos que los de estos dos locos aventureros. reparo en que lo supieran. Pensaba: “...las consecuencias de esa noche me
perpetuarán en la isla”.

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Todos menos Birmington miraban sin sorpresa a los esclavos llenar sus —De la tierra has venido, a la tierra os devuelvo. —Hizo una leve in-
totumas de líquido. Sólo gritos y amenazas lograron despegarlos del sitio clinación de cabeza y pa’ Hen ordenó a los esclavos tapar la fosa. Bennet,
donde se guardó el botellón. Repetía que miraran al sur y no al botellón. Hoag y Birmington, casi en silencio, desandaron el camino a la loma. Sus
Harry Chapman, el único —según él— diestro en el manejo de canoas, esclavos y los del Gaugh acompañados de Harry llegaron hasta la cima,
se encargó de transportar los cadáveres hasta la orilla norte. Lo hizo aco- más por la potencia impulsadora del drum-stody del demi-john que por su
modando como mejor cupieran cinco cuerpos en cada viaje, demorando voluntad. Los Golden con sus esclavos, ayudados por la brisa que llegaba
a la vez más de lo necesario en sus llegadas para acercarse al demi-john y ahora del sur, se retiraron a la cueva del North Cliff. En la ensenada del
llenar su calabaza que mantenía, como los esclavos, colgada al cuello. Cove quedó la tumba al arrullo de las olas que trataban en vano de llegar
hasta ella.
No había completado la quinta travesía cuando decidió hablar a sus
compañeros de viaje, seguido en otros viajes por cantos de despedida. Y Al despedirse Birmington de Bennet y Hoag frente a los predios de la
remedando al reverendo Birmington los despidió de la tierra como almas Misión, Bennet sonriendo le preguntó:
puras, aunque les decía:
 —¿Aseveras aún que el huracán volverá?
—No creo que seáis tan puros puesto que ...¡hip!, vais ...¡hip! a la otra —Sí.
vida demasiado enjoyados.
 Hoag estaba visiblemente contrariado con la tajante respuesta.
Hubo un momento en que Bennet, Hoag y Birmington decidie-ron —Por ese temor infundado enterramos mucho oro. Después de la ob-
quitarle la canoa y poner en ella a Mosses. Estupefactos quedaron cuando servación los dos plantadores siguieron su camino.

Harry en su afán de quitarle las botas de los cadáveres, casi se voltea en la
mitad de la laguna. Dijo al llegar: Birmington los siguió con la poca luz de la tarde hasta que se perdieron
tras la oscuridad y los árboles caídos. Después, elevando sus ojos al cielo en
—Este desgraciado se lleva unas botas, ... ¡hip!, muy nuevas y finas, y son actitud piadosa, dijo:
...¡hip!, de mi tamaño ...¡hip!, ...¡hip! —la mirada de Birmington nunca fue
más despreciativa pero Mosses demostró poco interés en reemplazarlo en —¡Pobres almas! En tus manos los dejo, Señor. ¡Yo no podré cuidar de
la travesía y él en dejarlo. ellos!
A medida que aumentaban los viajes y desaparecían los integrantes de la Cuando bajó su vista, la máscara de congoja y dolor fue reemplazada al
macabra obra teatral en la boca de la bahía, se ponía en duda la capacidad instante por una de desprecio, asco y rabia al encontrar frente a él a Harry
de Harry de permanecer a flote con la canoa. Y mientras se llegaba al nivel Chapman que, apoyado entre dos negros, se zarandeaba de lado a lado.
deseado de la fosa, fue bajando en la misma proporción el nivel del líquido Harry, quien se había detenido al escuchar los lamentos de Birmington le
del demi-john, desaparecían los pescados asados que pendían de un alambre gritó:
sujetado a dos árboles y subía la euforia entre los esclavos. —J. B., me pregunto ...¡hip! si de ...¡hip!, haber sido ciento siete negros
A las seis de la tarde, el reverendo Birmington, con solemnidad, daba ... ¡hip!, estarías ...¡hip!, tan afligido ...¡hip! ¡Santón hipócrita! ...¡hip!
muestras de cansancio y, sobre todo, de ira por lo que calificó de irreve- Tante Toa, despreciando la claridad de la noche, se había ido al encuen-
rencia imperdonable tanto de amos como esclavos. Miró a los ciento siete tro de su pa’ Joe con una linterna de kerosene. Al contrario de Birmington,
cuerpos en su improvisada, húmeda, fría, negra e incómoda tumba, y roda- miraba con compasión a Harry y éste atraído por la luz, le gritó:
ron por los surcos de su marchita mejilla unas lágrimas que solamente fue-
—Tante, …¡hip!, no give up!
ron compartidas por las de Emma, la mujer de Daniel Golden. Recobrando
a medias su compostura de predicador que a nada terrenal teme, dijo: Ella, entusiasmada por las palabras, depositó la linterna en el piso y ele-
vando las palmas en el aire le repitió:

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—No give up, massa Harry Chapman! fombra de retazos para llegar hasta la nave. Se acercó hasta tocarla y luego
Cuando la caravana de Harry y sus hombres llegó a la entrada del tú- subió al puente ayudándose, para no resbalar, de cuanto estaba a su alcance.
nel de Putty Hill, Harry —a pesar de su borrachera— observó en ellos de Miró por la cabina sin techo a las olas del mar que llegaban y entraban sin
nuevo el temor y la vacilación de iniciar el camino por el túnel. Se soltó de freno por la quilla destrozada. Él había notado que la parte de la quilla que
los que lo sostenían y arrastrándose hasta la entrada inició el descenso. Les sostenía la cabina estaba intacta pero que ellos habían insistido en que no
gritó que se tomaran de la mano. Poco después, Harry resbaló llevándolos encontrarían nada. Daniel aseveraba que había claras señas de que las olas
por el tobogán de yeso húmedo de la noche anterior habían barrido la nave de lo más pesado, que segura-
mente terminaría en el fondo. Él, en cambio, tenía el presentimiento de que
y oscuro hasta el final, donde los detuvieron los primeros árboles que tal vez aún hoy encontrarían algo de valor entre el desordenado arrumaje
atravesaban el camino. de tablas lavadas por el mar, que presentaban ante sus ojos un desafío. Tenía
Borrachos, atontados y golpeados, ahí se quedaron hasta el día siguien- la esperanza de encontrar alguna caja, un baúl que hubiese quedado atrapa-
te. Al amanecer, como serpientes, fueron descascarando el yeso que ha- do entre el enramaje de tablas sueltas y atascadas.
bían recogido alrededor de sus cuerpos y se fueron incorporando. Harry Llegó hasta la entrada de la cabina de pasajeros, se sentó en lo que for-
fue el único que no pudo sostenerse en pie. Se había fracturado una pierna. maba el dintel de la puerta que daba acceso al lugar descansando los pies
Después que pa’ Hen lo entablillara con astillas de un árbol, se pudo incor- sobre el caos que presentaba lo que antes era una cabina de lujo para alojar
porar y sus esclavos tuvieron que transportarlo como un fardo de algodón cincuenta pasajeros. Trataba de reconocer las distintas partes de lo que te-
hasta los predios donde antes estaba su casa. nía a su vista, pero era un inventario imposible. Difícil también, imaginar
George había insistido en quedarse otro rato en el Cove, a pesar de las que habían formado parte de algo concreto. Partes de camarotes, baúles,
amenazadoras advertencias de Birmington sobre el huracán, y la aparente cajas, divisiones, trapos, todo, revuelto y atascado entre sí, sometidos a un
preocupación de Bennet por dejarlo solo. Andaba sobre las afiladas rocas baño constante de las olas que reventaban contra el ya desalojado casco del
esquivando los charcos dejados por los rizos del mar, que ahora llegaban resto de la nave tratando con aparente éxito de despedazar la única parte
bañando al ritmo de antes toda la costa. Nada, fuera de la brisa que llegaba que aún permanecía increíblemente intacta. Sin herramientas era imposi-
del sur y una fina llovizna barrida oportunamente por los vientos, presagia- ble tratar de poner orden para revisar lo poco que tal vez hallaría. Pa’ Joe,
ban el retorno del huracán. Contempló por un rato la luna que había vuelto para obligarlo a dejar el sitio, se había llevado todo. Por lo general el mar se
a las islas, alegre y airosa, sin encargaba de despachar a las víctimas o solos abandonaban la isla. Hoy fue
todo lo contrario. Se quedaron sin la carga y el recuerdo de las víctimas se
disculpas por su ausencia la noche anterior. Parecía buscar en vano disi-
iría para siempre. Tal vez por eso, los amos despreciaron lo poco que posi-
par de su vida los recuerdos lúgubres de las pasadas horas.
blemente podrían haber encontrado. Decidió abandonar la empresa hasta
Toda la tarde se había limitado a dirigir con Daniel Chapman el le- el día siguiente y con satisfacción pensaba que tendría lo que rescatara;
vantamiento de los cadáveres. Lo hacía mecánicamente, descartando todo claro está, si Richard Bennet, el encargado ese año de los naufragios, no
sentimiento o pensamiento respecto a ellos, tal como si fuesen muñecos cambiaba la orden.
de trapo botados en la playa. Dominó así la repugnancia que sentía por la
Por última vez miró el arrumaje y le llamó la atención la figura de su
incomprensible tragedia. Ni por un momento había sentido el temor que
perfil que la luna proyectaba sobre todo, pero la luz desdibujaba algo que la
los esclavos demostraban por los muertos. Pero ahora, solo, con la alfombra
brisa hacia flotar como una bandera encima de la cabeza. Curioso buscó el
de retazos de sus ropas trenzadas entre las piedras, sintió que lo embarga-
objeto y lo encontró a menos de un metro a su izquierda, donde parte del
ba un sentimiento extraño. Hasta sintió frío. Y tuvo la sensación de estar
techo de la cabina se había unido contra el lado estribor de la nave. Alcanzó
acompañado. Miró hacia todos lados sin descubrir vida alguna y sonrió con
una mueca nerviosa pero que logró despejar su inquietud. Se alejó de la al-

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con su mano la tira y la jaló, mas ella no cedió y con indiferencia la soltó y —Te llevaré para que te ayuden.

caminó a gatas de nuevo a la salida. Cuando la alzó la sintió completamente desgonzada en sus brazos, sin
Las olas del mar, que sin cesar en su regular irregularidad se estrella- el menor lamento o gemido, y su única señal de vida, su único movimiento
ban aliviadas contra lo que quedaba de la nave, acababan de despedirse fue esconder su rostro entre el antebrazo y el cuerpo de George. Estudiando
dejando en el aire el rumor de las burbujas al escapar, cuando escuchó un bien sus pasos se acercó hasta el rellano de la puerta de la cabina. Sentado
lamento esclavo. Antes de reconocer el mensaje, otra ola llegó llevándose el se deslizó con ella en los brazos hasta ganar las rocas. Con la prisa que
eco. Acostumbrado a ponerse alerta ante estos “aullidos” —según Harold permitían las afiladas rocas caminó hasta la ribera donde había dejado la
Hoag—, se quedó quieto esperando, mas no le llegaba sino el murmullo de canoa para descubrir que había desaparecido. Miró a través de la superficie
la brisa en su afán de liberarse del casco de la nave, el baño de toda la costa de la bahía y la divisó en la mitad de la laguna zarandeándose al compás
oriental de las islas por las olas del mar y el resto de la nave acomodándose de las olas.
de nuevo en su improvisado lecho después de cada sacudida de olas. —Damn it! —exclamó. Los Golden le habían dejado dicho que soltara
¿Los esclavos? pensaba. No podía ser. Estaban demasiado lejos y además a la deriva el pequeño bote. Pero las olas se habían encargado de la tarea.
con la brisa llegando del sur, era improbable escucharlos. Sintió de nuevo Desesperado, decidió que su única salida era devolverse y surcar la ribera
la inquietud de los primeros momentos cuando se dio cuenta de que es- para buscar la senda que habían despejado ese día.
taba solo con los recuerdos de ese horrible día. Hablando en voz alta, en La luna, que tan oportuna y complaciente había llegado al caer la noche,
un inconsciente deseo de despejar la sensación extraña que él no quería ya parecía vacilar en su permanencia, escondiéndose cuando más la nece-
reconocer como miedo. La isla seguramente está llorando a los muertos... sitaba, dejándolo en completa oscuridad contra árboles caídos y ramas que
No había descartado el haber escuchado un lamento humano, cuando amenazaban a cada paso. Hubo momentos en los que, incapaz de adivinar
llegó esta vez hasta él un gemido, pero sintió cierto alivio cuando descubrió los obstáculos que tenía por delante, se veía obligado a esperar a que el astro
que no eran más que los resentimientos del casco de la goleta bajo las cari- dejara de jugar al gato y al ratón para proseguir la marcha. En su ayuda,
cias de las olas del mar; algún ángulo que se resistía a dejarse arrastrar por pero a la vez amenazante, llegó un rayo rasgando el cielo, calculó los veinte
las insistentes olas dio el último paso para subir de nuevo al puente cuando, segundos entre su caída y el trueno consiguiente para constatar que no ha-
esperando escuchar el crujir de todo cambiando de posición bajo su peso, bía caído muy lejos; y con la brisa ahora a su espalda, a su derecha entraría
un inconfundible suspiro de agonía de una persona a muy poca distancia la tormenta, o el posible huracán. Apresuró más el paso.
de él perturbó el silencio de mar. Ubicó de inmediato la procedencia de lo El constante rozar contra las ramas de los árboles hizo que la mujer ins-
que había escuchado. Miró el pedazo de techo de la cabina que, atascada tintivamente recogiera los pies, pero sus brazos seguían inertes y su rostro
con el casco de la nave parecía como una caja. Se aferró a él, y con toda su fuertemente aprisionado contra el pecho de George. Llegó un momento en
fuerza lo jaló, perdiendo su equilibrio para caer entre el arrumaje de cosas. que George, temiendo lo que significaría si dejara de sentir la presión del
Logró incorporarse rápidamente y se acercó a lo que antes era un cama- rostro contra su cuerpo, pensó en la posibilidad de iniciar un lamento como
rote. Atónito, miraba sin creer lo que estaba delante de él. Estaba ante la los esclavos en su afán de encontrar ayuda. Pero su garganta no respondió.
presencia de otra de las víctimas, una mujer con parte de su cuerpo en la Ben tenía razón cuando le dijo “se necesita estar impotente ante las injus-
mitad del camarote y la otra sosteniéndose en el aire, mientras la brisa que ticias de la vida para cantar como nosotros”. Siguió caminando, abriendo
llegaba por las rendijas seguía abanicando su vestido, el trapo que él había paso con su figura de seis pies, abrazando protectoramente lo que de lejos
tratado en vano de destrabar momentos antes. El rostro de la mujer estaba parecía un pequeño bulto de ropa.
ladeado hacia las costillas de la nave. Buscó el pulso en el brazo que caía
inerte. ¡Estaba viva! Tenía muy poco pulso, pero estaba caliente.
—¿Me escuchas?, ¿me entiendes? —le decía, mas ella nada respondía.

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CAPÍTULO 5 George no añadió nada a lo dicho; se limitó a escuchar que, compitien-
La niña ángel do con el rumor de los quehaceres iniciados en los campos, llegó hasta ellos
la inconfundible voz de tante Friday. Los dos escucharon con atención y se
copió en sus rostros la misma sonrisa de incredulidad. Tante informaba que
George había encontrado una niña en la nave, que ella la había cuidado
toda la noche ayudada por las oraciones del pa’ Joe. La cara de la niña era
igual a los que el pa’ Joe llamaba “ángeles”.
Richard Bennet miró a George y éste, comprendiendo la pregunta en el
Cuando llegó hasta la improvisada cama donde ocho horas antes había de- rostro de Bennet:
jado a la mujer, encontró un envoltorio que se parecía a los que describían —¡Exageraciones de tante! Aunque en la oscuridad de la noche, su
a Lázaro y sintió un leve sobresalto; pero antes de poder hacer la pregunta aparente debilidad y con la amenaza del huracán mi afán era entregarla
lógica —si aún vivía— aquello se retorció por la incomodidad y George, a alguien que pudiese ayudarla, no tuve la curiosidad de mirar su rostro.
apresurado por tante, sin más demora la alzó, y con tante a su lado cami- Apenas por sus cabellos y la vestimenta, supuse que era una mujer. Esta
nó por los pasillos de la iglesia hasta la salida, por el patio y luego subió mañana la trasladé, envuelta como Lázaro, a la casa.
los escalones de la entrada a la casa misional. Dio pocos pasos al balcón y
El esclavo Ben, que había llegado junto a ellos, miraba a George y son-
después a su habitación. En su cama la colocó cuidadosamente sin mirar
reía, dudaba que lo dicho fuera todo cierto. George fingía sin proponérselo.
aquello que seguía retorciéndose por la incomodidad.
Nunca se sabía lo que este muchacho pensaba. Veinte años al lado de pa’ Joe
Cuando salió de la habitación tropezó con Birmington. George le dio no habían pasado en vano, era igual a ellos. Su gran maestro había sido el
los buenos días y éste inmediatamente después de responder, exigió: —¡Ve pa’ Joe, pero él, Ben, había ayudado, sí. Él le había ayudado en cosas que el
donde Bennet y dile lo que pasó anoche. Eres el más indicado. Y siendo pa’ Joe jamás se hubiera atrevido y con seguridad los condenaría al infierno
él el encargado de las naves que zozobren durante este año, es también el de sólo sospecharlo.
indicado para instruimos respecto a este caso.
Richard Bennet, acompañado de los dos, salió de la casa hacia el patio,
Fue una noche demasiado corta para los que se habían saciado con el se quedó unos segundos mirando hacia el mar y después, caminando len-
contenido del demi-john, pero larga como la anterior para Birmington y tamente como quien no tiene apuro, se separó de ellos dejándose llevar por
tante. En general, todos amanecieron listos y decididos a emprender de el camino que conducía a los predios de Hoag.
nuevo la reconstrucción de la isla y de sus vidas, dejando el episodio del
Aprovechando la ausencia del amo, tante Toa y la madre de George
huracán como un evento que marcaría el final de una época en la isla.
salieron de la casa y se acercaron a los dos hombres que discutían sobre los
Richard Bennet desayunaba cuando apareció George. Escuchó con nombres de los cinco esclavos que acompañarían a George en el desmante-
atención el relato de la noche, pero sin aparentar sorpresa ni curiosidad, lamiento de la nave. George saludó a las dos viejas colocando sus manos en
más parecía interesarle la ropa que éste llevaba. Haciendo caso omiso a ambas cabezas a la vez, palmoteándolas, mientras les decía:
todo lo relatado, observó:
—Veo que ni el huracán logró quitar de sus cabezas los benditos trapos.
—No entiendo. Los dos recibimos la ropa de Nueva Orleans, pero usted
Tante Toa, la única que comprendió, no le hizo el menor caso, pero mi-
siempre logra mejor calidad en la tela y en el corte —enseguida añadió—:
rándolo fijamente le preguntó:
Llama a Ben, te daré cinco esclavos para que te ayuden a rescatar lo que se
pueda. Que lo traigan a la loma, pero a la Misión. Si hay sobrevivientes, no —¿Qué van a hacer con el ángel?

habrá nada que repartir —dijo con aparente satisfacción.

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—No sé, tante, lo único que te puedo asegurar es que no volará. Sus alas las cosas habrían sido muy distintas. No solamente el trabajo sino los dos
están rotas —dijo George sonriendo y con poco interés en el asunto. Y sin mansas puestos en un saco, saldría massa Richard por ser el mejor”.
más explicaciones salió hacia la misión con intención de alistarse para el Él vivió la experiencia de la pelea de los dos hermanos, y él sabía que el
viaje al Cove. massa John fue injusto cuando dejó que massa Richard se llevara solamente
El esclavo Ben miraba como tante Toa se comunicaba con la mujer a él y los veinte esclavos que aún no habían bajado a tierra. Pero el massa
muda y le explicaba a su manera que George había encontrado un ángel. Richard no era tonto, tomó lo que le dieron en oro, contrató la embarcación
“Pobre —pensó— es la única que no tiene la cabeza en este mundo. Está y se vino a Henrietta. El massa Richard era joven pero tenía cabeza.
igual que la isla: el huracán la castigó pero olvida y sigue el mismo ritmo sin “Hasta ahora —repetía para sí— dice que sembrará cocos. ¡Cocos! ¡Qué
poder hacer preguntas”. Cuán lejos estaban ya los últimos gritos que, según locura!”
tante, se escucharon por días durante la travesía; es la única que no recibió
maltratos, pero aún así, grito día y noche hasta que se le acabaron los gritos. La niña ángel —como decía tante Friday— vivió durante diez días al
vaivén, como entre olas, consciente durante el poco tiempo que lograba
Cuando el massa Richard Bennet y él abordaron la goleta para el viaje a permanecer despierta; y luego se sumía en horas de completa inconsciencia
Henrietta, el capitán ofreció al massa su camarote. Cuando él fue a dejar el acompañadas de horribles sueños durante la mayor parte del tiempo. En
baúl, la vio por primera vez. Acurrucada en una esquina de la cabina dando sus momentos de lucidez siempre veía a su lado a la amable negra que la
gritos como en serie y ni siquiera se volteó para mirarlo. Cualquier día dejó exhortaba a “no give up”, y por las noches, alumbrada por la débil luz que
de gritar, seguramente por que ya no tenía nada que gritar. de alguna parte llegaba, velaba religiosamente el perfil del hombre que de
Y en más de treinta años no había vuelto a gritar. Ni siquiera gritó du- rodillas junto a su cama oraba despidiendo el día y rogaba con devoción por
rante el parto de su ñanduboy; resistió sin una lágrima un parto de tres días su recuperación.
con sus noches; como habían resistido todos ellos este otro parto de la isla, A la semana, George y los cinco esclavos habían logrado rescatar todo
en que todos casi se quedan igual que ella: mudos del miedo. lo encontrado en la cabina de pasajeros. De acuerdo con las órdenes de
—»Todo un hombre el ñanduboy”, —pensaba mientras miraba alejarse Richard Bennet, no se repartió como se acostumbraba, se almacenó en la
a George, hijo del capitán que también guardaba a la madre para él y sus bodega de la Misión, donde George se dedicó a inventariarlo todo. La ropa
amigos. Pero el ñanduboy era un hombre sin tribu; no era de los blancos y de mujer, y hasta una muñeca, cualquier objeto que creía le serviría a la niña
tampoco de los negros. Buscaba a Hatse, pero no habían engendrado hijos. ángel, se lo entregaba a la vieja Friday. Nunca preguntó por la inesperada
Él sospechaba la razón. Había dos caminos por andar en la vida de George: huésped, limitándose a asociarla únicamente con la ropa que tante sacaba a
uno oscuro y amargo, el otro prohibido y desconocido. Los que habían lle- lavar y colgaba a la vista de todos.
gado al mundo como él llegaban sin cuentos que contar. El despertar del décimo primer día encontró a Elizabeth completamen-
Después de su diálogo con el pasado y las circunstancias que rodeaban te despierta sin la somnolencia de todos los días y con la sorpresa de en-
el nacimiento de George, con el arrastrar lento que había adoptado después contrarse aún con vida. Había soñado que, como un ángel, había volado de
del huracán llegó hasta la construcción de la nueva cocina de la casa grande. su cama, pero incapaz de encontrar al velero con su familia, desesperada,
Seguía cansado, muy cansado. Llevaba treinta y cinco años de duro trabajo cansada y completamente agotada se había caído a la mar. Sorprendida
entre las dos islas, pero daba gracias a Dios de que los últimos días de su de la realidad, ya para asegurarse, emitió algunos sonidos como pequeñas
vida los estaba pasando en Henrietta. De haber sido en Jamaica, quien sabe quejas de dolor.
si hubiera resistido hasta esta edad. Siempre decía a los esclavos cuando En sus momentos de lucidez había preguntado por sus padres, la res-
se quejaban: «Dios es justo, de haberlos dejado en manos del massa John, puesta invariable era “dormidos”. No se extrañaba, ella tampoco lograba
mantenerse despierta. También, en uno de esos momentos conscientes, les

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había dicho su nombre y su edad. Ese día, de repente la necesidad de levan- Tante se enfureció con la respuesta de George y mirándolo fijamente le
tarse y despejar su mente de todos los sueños y abrazar la realidad la sentía dijo:
impostergable. Buscaba fuerzas para incorporarse cuando vio abrir la puer- —Sabes George, cuando tomas aire de sabido te detesto. No lo olvides
ta y por ella irrumpir una batea de madera seguida por tante que resoplaba nunca. No eres más que nosotros. Después de todo, sólo la mitad de tu
por la fatigosa tarea. No bien había instalado la batea en el piso al lado de semilla es nuestra.
la cama, cuando escuchó al viejo:
—Será por eso que no logro comprender de dónde obtienen la volun-
—Friday, Friday —repitió Birmington, más serio— no me gustan los tad y el ánimo para seguir obligados, como están, a esta castración —dijo
misterios cuando vienen de ti. ¿Qué piensas hacer con eso? ¡Exijo una George, en voz baja, hablando más para sí que para ella.
respuesta!
Tante, sin comprender, ofendida, agarró la cáscara de fibra suelta de un
—Pa’ Joe —respondió al fin tante, arrastrando las palabras— es un baño coco que acababa de pelar y la lanzó hacia él. George, esquivando ésa y las
de hierbas medicinales para la niña ángel. Birmington, aparentemente ali- demás que siguieron lloviéndole, salió corriendo, frente a la casa, y con la
viado con la respuesta, salió de la casa. agilidad de una pantera saltó los primeros cinco de los diez escalones de la
Elizabeth obedeció a tante sin pestañear. Se dejó bañar en el líquido escalera de la entrada. Se sentó en el piso del balcón descansando sus pies
viscoso, verde y oloroso a verde. Se lo dejó secar en su cuerpo y decidió más en la primera escalera. Miró el horizonte, y al no encontrar nada que llama-
tarde que algo tendría de bueno. Durmió todo el resto de la mañana; pero ra su atención, se acostó. Era su lugar favorito para dormir a cualquier hora.
sin los sueños aterradores de siempre, y al despertar se sintió extrañamente No se preocupó por la niña ángel. Ya se había dado cuenta de que sólo de
fuerte y con hambre. noche daba señales de vida.
Rompiendo el silencio que siempre llegaba a las doce del día se escuchó Elizabeth había escuchado lo que parecía una discusión de la anciana
de alguna parte del lugar el lamento característico de tante Toa que decía: negra con la otra persona a quien había entendido perfectamente pero,
—¡Georgieee...!
 por más que se esforzaba no lograba entender a quién le decían Tante. La
anciana parecía adivinar sus necesidades y siempre estaba atenta a ellas, sin
Elizabeth sonrió, y con la primera sonrisa en la isla, sintió despertar el embargo se limitaba a obedecer más por intuición que por comprensión.
sentimiento decidido de enfrentarlo todo. George recibió como plomo en
sus oídos el llamado que tanto detestaba. Dejando a un lado lo que había Ninguna de las tres mujeres blancas que vivían en la isla, y menos aún los
iniciado, salió de la bodega con dirección a la casa. Al encontrar a tante hombres, se acercó hasta la Misión para averiguar sobre la salud de la mujer
preguntó, no sin muestras de seriedad y mal humor: que había encontrado George. Tampoco demostraron el menor interés en
conocerla. Birmington aceptó la falta de educación y más sorprendido de
—¿Qué necesitas? que parecía no haber heredado el pecado de la curiosidad, tomó la actitud
—Necesito que dejes una oreja en la habitación de la niña ángel mien- como propia de personas que habían visto el trabajo de años destruirse en
tras yo vuelva. No me demoraré. un día. Estaban demasiado preocupados y afligidos por sus propias existen-
cias para añadir una más.
A George le extrañó sobremanera la solicitud, era la primera vez que
tante dejaba el cuidado de su niña ángel a otra persona. Vio la oportunidad Cuando tante tomó de nuevo el cuidado de su niña ángel, George seguía
de desquitarse y, atacado de la risa, respondió: en cuerpo pero completamente dormido. Pasó por encima de él y entró a la
habitación de su niña ángel.
—Me es imposible dejar la oreja en la habitación, estaré pendiente, pero
sin mutilaciones. —iCananapú! —exclamó. La niña ángel con una tijera trataba de cortar
la masa de cabellos enredados que se había formado en su…

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CAPÍTULO 7 jando atrás la estela de hedores casi visibles. Al llegar al balcón del primer
George & Elizabeth piso del espaldar de la casa buscó la concha de caracol que trancaba la puer-
ta. Tomándola la sumergió en el tanque de agua de pozo con ceniza que
tante Toa asentaba para utilizarla en el lavado de la ropa. Luego, soplando
el caracol larga y perezosamente, tocó la señal indicada para informar a los
esclavos que el día de trabajo de massa Bennet había terminado y podían
dedicar el resto de la tarde a sus propios quehaceres.
Hoag, los Golden y Chapman, habían seguido el ejemplo de Bennet y
Entre los plantadores se hablaba poco de la joven que vivía en la Misión, y reconstruyeron con troncos las chozas de sus esclavos, utilizando las hojas
cuando se referían a ella, lo hacían con pleno convencimiento de que se iría únicamente para el techo. Antes del mes del fatídico día, toda la isla estaba
de la isla con la primera goleta rumbo a tierra firme. Además, siendo mujer reconstruida y nada, fuera de la enorme cantidad de árboles caídos y arri-
y —según Birmington— muy joven, lo más indicado era dejarla comple- mados algunos, cortados en troncos otros, indicaba la tremenda catástrofe
tamente al cuidado del viejo. Los esclavos, en cambio, vivían obsesionados sufrida.
con la mujer que encontró George y con ella tejieron infinidad de cuentos Sentado en el balcón de su casa, Hoag llenaba pausadamente su pipa.
y leyendas. Miraba de vez en cuando a la concha de caracol y los binóculos que descan-
Desde el balcón del segundo piso de su casa, Richard Bennet miraba a saban a su lado, y aunque estaba solo, hablaba en voz alta:
través de los binóculos los progresos del día en la limpieza de la plantación. —Las brisas son favorables, mas esos hijos de perra, allá afuera no han
Pronto estaría lista y no tenía sino doscientas semillas de coco sembrables. querido asomarse... —escudriñaba con los ojos y miraba el horizonte por
Muy poco para iniciar una siembra, pero presentía que la situación cam- los binóculos, mas nada veía que interrumpiera la unión del mar con el
biaría aunque le preocupaba el silencio del caracol. Aguardaba con impa- cielo.
ciencia la llegada de una goleta para negociar con ellos un viaje a la costa de
Emma, su mujer, salió de la casa y se sentó en un fardo de algodón y
Talamanca en busca de semillas.
hojas de plátano que descansaba en las escaleras de la entrada. Miraba tam-
Sabía que la decisión de sembrar cocos comprometía su fortuna, pero bién el horizonte mientras decía:
tenía la corazonada de que era lo acertado. Una aventura para un hombre de
—¿Para qué quieres que vengan? No tenemos carga, y no necesitamos
sesenta años, pero él se sentía fuerte y además estaban ellos para heredarlo.
comida. Si vienen, Bennet los contratará en busca de sus malditas semillas
Muy bien que lo merecían. Observaba la ladera mientras seguía contando
de cocos.
los obstáculos a sus planes, cuando llegó a su lado el inconfundible hedor
de cansancio, calor y mugre, en fiero combate. Sin separar los binóculos de —Emma —decía Hoag—, tendremos que hacer algo. Bennet se ha
sus ojos comentó: vuelto completamente loco. Primero esa absurda decisión de sembrar cocos
y luego...
—Ben, mañana manda ocho esclavos donde Birmington, les dices que
los ponga a reconstruir la choza de tante Friday. Los que están almace- —No —interrumpió ella—. La primera señal de su locura nos la mostró
nando comida que sigan y el resto que se quede despejando la planta- hace veinte años cuando permitió que Birmington se llevara el ñanduboy a
ción. ¡Ah! Quiero que averigües quiénes han visto construir una canoa. la Misión y le enseñara a leer y escribir.
Aprovecharemos algunos árboles de cedro para convertirlos en canoas. —Sí. Tienes razón. Debimos intervenir desde entonces, pero aún no es
El esclavo Ben, acariciando con la vista el campo, como lo hacia el massa tarde. Te juro que evitaré que lleve a cabo sus negros propósitos de repartir
Bennet, escuchó las instrucciones; después, contando los pasos, se retiró de-

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la plantación a esos salvajes y largarse a Londres. Aquí se quedará con la —¿A quién iba dirigida la ofensa? ¿A tante o a mí? Ella sin duda te
única palma de coco que dejaré crecer, y será su lápida. regañó.

A los veintisiete días del huracán, Elizabeth se despertó con el olor de —Algo así. Ella interpretó mal mis palabras. Interesante, por cierto,
café, humo y pan recién horneado que impregnaba el ambiente. Escogió la pero no eran mis intenciones, en estos momentos por lo menos.
ropa con que pensaba vestirse y salió al patio y luego entró al cubículo de —Un momento George. Yo me limité a decir que me levanté tempra-
unos seis pies en cuadro donde tomaría el baño con una totuma sacando no con la intención de ayudar a tante con los oficios de la casa. Ella en su
agua de un tanque que se mantenía siempre lleno en una esquina del lugar. idioma respondió algo así como “me you George”, y tú le respondiste con “u
Al terminar, encontró a tante esperándola en la puerta de la cocina. again tante” a lo que ella muy seria te dijo “u nest”.
—Y u get up so suun? (¿Por qué te levantaste tan temprano?) George, atacado de la risa, contestó:

Elizabeth, sin comprender, se limitó a sonreír y desear los buenos días. —Te lo traduciré todo, pero antes me tienes que prometer que no te
Cuando tante unía más de dos palabras en una frase, la dejaba en babia. ofenderás. Te repito: no había intención de ofensa.

Colgaba su ropa interior en la cuerda que se extendía en un rincón de —George, es increíble cómo logras cambiar de un idioma a otro.
la caseta de baño a la esquina norte de la casa, cuando apareció llenando el
vano de la puerta, la figura de George. Éste la miró y después desvió la vista —No tiene ningún misterio, en unos días más tú lo harás también.
de lo que hacía ella, pero dijo: —¡Ni Dios lo quiera!

—Buenos días, Elizabeth. Tante te preguntaba por qué te habías levan- —Buenos días a todos —decía Birmington desde la ventana del comedor.

tado temprano.
—Escuché todo, y tú George, no te atrevas a hacer ninguna traducción
—Buenos días, George. Pienso ayudar a tante en los quehaceres de la a Elizabeth de ese juego de palabras Y, eso del idioma de Friday... dudo que
casa. después de treinta años Friday reconozca una palabra de su idioma. Todos
Tante, que pasaba por el puentecillo hacia el comedor, la escuchó y sol- ellos han decidido, en su incapacidad de asimilar su nueva vida, formar un
tando la risa que siempre anteponía como preludio a todo lo que divertía, y dialecto propio que no es más que la fusión de distintos dialectos africanos
cuyo eco se extendió por todo el ambiente, respondió: intercalados con palabras inglesas mal pronunciadas a propósito, entre los
esclavos hombres y mujeres
—Mi no need u, mebi George (yo no te necesito, tal vez George).
de no menos de veinte tribus distintas y, por consiguiente, la contribu-
George, sin pensarlo dos veces respondió: ción a ese dialecto que a través de los años se ha arraigado definitivamente
—U can se dat agen, tante? (¿Puedes repetir eso, tante?)
 es enorme. Tiene mucho de rebeldía, un ejemplo de él es la adaptación
La respuesta enfureció a tante hasta el punto de que caminó hacia él y del sentido del ritmo que nos despista por completo. Ellos nos entienden
amenazándolo con el dedo índice le dijo:
 perfectamente, y logran con facilidad hablar con nosotros, pero volunta-
riamente han escogido esa forma de hablar como su arma en contra de la
—I tink u flaying pas u nest! (¡Creo que estás volando fuera del nido!) esclavitud, despreciando la más poderosa y eficaz: la oración.
—¡George! ¡George! —llamaba mientras tanto Elizabeth. —Y tú, George, ¿cómo aprendiste a hablar como ellos?

—¿Me traduces?
 —Lo mismo que aprendí a respirar.

—Sé que se trata de mí y quiero saberlo.

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—¡Bah! —dijo Birmington—. George vivió con ellos únicamente hasta que Elizabeth estaba ofreciendo a tante. Respondí afirmativamente, y es la
los diez años, pero se pierde diariamente entre ellos, y lejos de corregirlos, verdad, la necesito, y con urgencia. Su presencia en la bodega es indispen-
los imita. sable, necesito que venga a recibir todas las joyas y dinero que tengo a mi
Propongo que dejemos el lingo isleño para otro día. Elizabeth, ¿qué pla- cuidado y que le pertenecen. Y si pensaba usted decir que la trato como mi
nes tiene usted para hoy? Amaneció hoy a la misma hora que OId Faithful igual, está usted en lo cierto. Sentí desde un principio que debía tratarla
(Viejo Fiel), el gallo de la casa. así, y ella no se ha molestado, todo lo contrario, me trata de igual forma.
Sinceramente, no veo motivos para su preocupación, pero creo que usted
—Hoy iré a la bodega a mirar lo que lograron ustedes salvar de la Mary tiene todo el deber de llamar la atención a la niña, no me importaría que
v. se dirigiera a mí como “Mr. George”, después de todo soy mucho mayor
—¡Muy bien, hija! Evitará muchos disgustos haciendo eso lo antes que ella.
posible. —¡No es una niña! —gritó Birmington— esa joven tiene veinte años.
—¿Disgustos? —preguntó ella, mirando a la vez a los dos. —¿Veinte años? No lo parece...
 —George mentía, él bien se había dado
—No, no se trata de nosotros, pero con el tiempo se dará cuenta. cuenta de la madurez de Elizabeth y le había calculado la edad, pero sabía
que no le convenía compartir sus observaciones con ninguno y menos con
Y mirando a George con seriedad de regaño, le dijo:
el pa’ Joe.
—Necesito hablar contigo después del desayuno.

Hubo un silencio que rompió George diciendo:
Sentados, uno detrás de un enorme escritorio de los que utilizan en
—Tengo la solución. Le preguntaré a Elizabeth cómo quiere que me
las naves para estudiar las cartas marinas y el otro a horcajadas sobre una
dirija a ella y quedará solucionado.
silla, con su barbilla descansando sobre los brazos cruzados y éstos sobre
el espaldar de la silla, esperaba lo que sabía era una orden bien meditada, Dicho lo anterior se levantó y colocando la silla en su lugar, salió de la
incluso de rodillas, algo como una sentencia. Lo esperaba sin impaciencia, oficina y la iglesia para dirigirse a la bodega.
con picardía en los ojos, pero Birmington parecía no encontrar palabra para La bodega era una imitación de los graneros que había visto Elizabeth
iniciar el diálogo. Al fin, después de algunos apuntes en un cuaderno, ya dibujados en las revistas, cuando estudiaba entusiasmada en Newquay todo
seguro de las frases por decir, y en un tono de voz más alto que lo necesario, lo relacionado con su futura vida en las colonias. Al entrar, vio a George con
dijo: su espalda hacia ella. Hojeaba un libro. Caminó hacia él, pero tan absorto
—George, no está usted demostrando el respeto debido a miss Elizabeth, estaba en lo que leía que no sintió su presencia. Como algo muy natural, en
debe usted tener en cuenta siempre que no solamente es nuestra huésped, puntas de pie colocó ambas manos en los lados de su cara con la intención
sino una mujer y... de sorprenderlo. George por un momento se quedó tenso. Indudablemente
lo había sorprendido. Luego se limitó a colocar el libro sobre el estante y
—¡Y qué! —exclamó George, pero Birmington se limitó a decir:
tomando las dos manos de ella en las suyas:
—Nada. Es una mujer y debes respetarla. Nada de palabras con
—¿De quién más sino de la niña ángel podían ser estas manos?
doble sentido.

—¡Niña ángel!—repitió ella con cierto sarcasmo— qué ocurrencia la de
—Muy bien, aclaremos las cosas. Si se refiere usted al incidente de esta tante, ¿verdad? —Ya George la tenía frente a él y sus manos seguían en las
mañana, si me lo permite, usted y tante fueron los que dieron un signifi- de él. Mirando sus manos completamente confundidas, observó mientras
cado contrario a la intención de mis palabras. Lo único que pudo haber trataba de rescatarlas.
escuchado es la sugerencia de tante de que tal vez yo necesitaba la ayuda
—¡Que manos tan grandes!

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—Para acariciarla mejor... dijo el lobo. —¡George! ¡George! ¡Ayúdame…!

—Absolutamente, no existe ese pasaje en el cuento —comentó ella George había notado los cambios en el rostro y estudiaba divertido su
riendo. comportamiento desde su llegada a la bodega, pero lejos estaba de esperar
Mientras los dos celebraban lo dicho, ella miraba a su alrededor las cosas que ahora se trataba de un desmayo y apenas tuvo tiempo de inclinarse y
distribuidas ordenadamente en repisas y algunos como baúles alineados en recogerla cuando vio que cerraba los ojos y dejaba caer el joyero al suelo,
el piso. mientras balbucía pidiendo ayuda y se desplomaba sobre el piso. La llevó
hacia una banca y se sentó con ella cercada completamente en sus brazos
—Dime George, todo lo que se encuentra aquí, ¿es del naufragio de la como lo había hecho en el recorrido del Cove a la Misión la noche en que
Mary v? la encontró. Pero ahora la llamaba con desesperación:
—Sí. Lo suficiente para un almacén de telas, un banco y una joyería. —¡Elizabeth, Elizabeth! —y con la mano la tomaba por la barbilla y le
Ella, con indiferencia en el rostro, siguió pasando su vista por todo aque- sacudía la cabeza, pero ella no respondía. Ya pensaba llamar a tante cuando
llo tal como lo haría en un almacén adonde había ido con la intención de ésta apareció y al darse cuenta, salió corriendo hacia el tanque que recibía
adquirir únicamente un objeto que por lo visto no existía. Pero a medida las aguas del techo de la bodega y remojando su delantal corrió de nuevo
que se familiarizaba con las cosas, fue encontrándose de nuevo con algunos hacia ellos. Pasando el delantal mojado por la cara de Elizabeth le decía:
objetos de la familia y amigos, y decidió convencida lo que haría con todo. —No give up, no give up!
Según el reverendo Birmington le pertenecían, por tanto estaba en libertad
de disponer de ellos a su antojo. Cuando lograron que reaccionara, ella aún semi-inconsciente recordaba
que se caía al suelo y se aferró al cuerpo de George y comenzó a llorar.
—George, si entre esto se rescató un joyero de piel con las iniciales “E. George, acariciando sus cabellos la atrajo más hacia él mientras le decía:
M.” en la tapa, es lo único que me interesa; pueden ustedes disponer de lo
demás como mejor les parezca. —Es lo que necesitabas: llorar.

George caminó algunos pasos y luego volvió con una caja y se la entregó. Elizabeth lloraba desconsoladamente, mientras, tante los miraba perple-
Ella visiblemente emocionada la acarició, pero al darse cuenta de que había ja y decía toda afanada:
sido alcanzada por la mar cuyas huellas como ondas habían cambiado su —¡Llevémosla a su cuarto! ¡George, llevémosla, George!

aspecto completamente, sintió lastima. Así también había cambiado la vida Pero George mirando a tante como quien ahora sobraba, dijo en tono
de ella. Al ver que había sido abierto, el pequeño candado ya no estaba, la amenazante:

embargó una tremenda desilusión, pero lo abrió decidida de nuevo para
sorprenderse con alivio. Todo estaba intacto: las joyas y el dinero, tal como —¡Váyase! Más bien traiga brandy con agua de azúcar.

lo había puesto su madre el día en que colocándolo en el fondo del baúl le Tante se ofendió, pero decidió mientras caminaba a la cocina que George
había dicho: “con esto iniciaremos una nueva vida en las colonias”. tenía razón. Les haría un té de yerbas, eso los calmaría.
Por un segundo se sintió de nuevo en la nave y le pareció que la luz que Cuando cedieron los sollozos y Elizabeth apartó su cara, toda turbada
entraba al lugar se iba desvaneciendo. Miró a George y creyó captar una miraba la camisa azul manchada de lágrimas.
sonrisa en su rostro, trató de caminar los dos pasos que la separaban de él y
—¡Qué pena contigo, no sé lo que me pasó, tal vez no soy tan fuerte
de encontrar las palabras para agradecerle el cuidado de todo, pero apenas
como pensé!
trató de salvar la distancia una nube la envolvió y la fue arrastrando contra
su voluntad y lo único que pudo decir mientras se sentía llevar irremedia- —Te admiro. Supiste ocultar muy bien tu dolor —dijo él sonriendo.
blemente fue:

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—Ahora te sentirás mejor. Por un momento temí por esas dos gotas de —A ti las gracias, niña ángel —y miró a tante, quien hacía para él la
mar. mueca más despreciativa.

Ella, al escuchar lo anterior se incorporó bruscamente diciendo: Para la hora del almuerzo Birmington se encontraba aún en “visitas
—Cállate. Te estás burlando de mí. de catequización” como las denominaba George. Elizabeth, encerrada en
su habitación, repasaba por última vez —se prometía— lo sucedido en la
George, atrayéndola nuevamente hacia él, la obligó esta vez con fuerza bodega. Había declarado a tante que no tenía hambre. Al llegar George,
a mantenerse en el cerco de sus brazos mientras le decía a poca distancia encontró a tante toda preocupada por su niña ángel y éste, sintiéndose en
de su rostro: parte culpable del comportamiento de la joven, se acercó a la ventana y la
—Aprende como yo, hay que distinguir entre la admiración sincera y la tocó quedamente.
burla. Ella se levantó y al abrirla se sorprendió al descubrir en todo el marco
La llegada de tante con las dos tazas de té de yerbas obligó a George a la figura de George.
soltar la presión que ejercía para mantenerla junto a él, y ella para disimu- —¿Inapetencia por confusión de sentimientos o rabia?

lar la posición cautiva en la que se encontraba, se incorporó lentamente.
George captó la complicidad en ocultar a tante el incidente y le fue difícil Ella no respondió, se limitó a indicarle que se retirara para poder abrir
disimular la satisfacción. Ella, mientras tanto, recibía de él la taza que él no la puerta ventana y después se pasó hasta el balcón acercándose hasta la
soltó del todo, mirándolo por encima de la boca de la taza, mientras tante verja. George la imitó y, como de costumbre, se sentó en el barandaje de
desesperada miraba la lentitud con que Elizabeth terminaba el contenido la verja y subió una pierna la cual sostuvo con los brazos, mientras la otra
de lo que George le ofrecía. Con las pestañas casi cubriéndole los ojos, mi- descansaba en el piso. La miraba fijamente de perfil, mientras ella parecía
raba a George y él, con los suyos protegidos por cejas y pestañas negras y extasiada mirando la bahía.

tupidas que ahora se mantenían fijos en ella aunque casi cerrados tratando Admiraba la placidez de las aguas dentro del círculo en comparación
de no dejarse conocer, sintió miedo de lo descubierto. con el temible azul afuera de los arrecifes. Volvió a sentir miedo. Él también
Tante vio y sintió el peligro, quitándole la taza a George.
 desvió la vista hacia el horizonte, mas nada vio que desdibujara el círculo.
Agachó la cabeza sobre la rodilla que mantenía alzada y trató de poner en
—Yo ayudaré a mi niña ángel. Toma el tuyo antes de que se enfríe. orden sus pensamientos. Necesitaba hablar con ella y tenía que ser antes del
George, sin remedio, sentó a Elizabeth en la banca al lado de tante, regreso de Birmington. Hasta él llegaba el perfume que seguramente ella
tomó la taza de té en sus manos y salió de la bodega. Tan pronto llegó al había sacado del joyero de piel. Volvía a su mente el recuerdo de aquel mo-
patio, botó el contenido y siguió caminando hasta llegar al frente de la mento, cuando al obligarla la retuvo en sus brazos esa mañana sin que ella
casa. Miraba el horizonte, enfocaba la perfecta curva ovalada y sintió como hiciera resistencia. La gran diferencia con la noche que la encontró, cuando
si por primera vez lo descubriera. Respiró hondamente como modo de hubiera pagado para que alguien la subiera a la Misión para poder volver
conservar el recuerdo en su cuerpo y su mente. Volvió sobre sus pasos, con a la goleta. La indiferencia de todos estos días, y ahora, como la magia que
la vista fija en la bodega y en las figuras que emergían de ella. Elizabeth, unía a los esclavos en contraposición a las prédicas de pa’ loe, se había des-
acompañada de tante, caminaba hacia la casa; amorosamente abrazaba a su encadenado un interés en ella que no lograba controlar.
pecho como tabla de salvación el joyero de piel. Al encontrarse con George —¿Elizabeth? —ella lo miró interrogante—. Necesito decirte algo.
se detuvo. Mirándolo, y con una sonrisa para él indescifrable y en un tono
de voz como para ser escuchado únicamente por él: —Dilo. —dijo sin miedo, como si fuera dueña de lo que él tenía por
decir.

—Gracias, gracias por todo.


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—No creo que debas reclamar únicamente las joyas de tu familia. En Se escuchaban entre ellos, voces persuasivas de “coman man, com baby...”
los demás joyeros hay muchas monedas y joyas, no es justo que entregues (Atrévase hombre, venga nene...)
todo a la Misión. Cada vez que la popa de la nave hacía un engañoso viraje hacía el no-
—Gracias por el consejo. Lo pensé y decidí que no lo quería. Con lo de reste, y demasiado frecuente para los oídos de Birmington, se escuchaba:
mis padres tengo suficiente. No quiero saber nada de lo que descubrí en esa —Dis side, u sonofabich! (¡Este lado, hijo de p...!)
bodega, ¿acordado?
Hacían fuerza agarrados de las manos, o con ellas en puños elevados,
—Acordado —respondió él—, pero en lo que a lo material se refiere, pensando que en esa forma harían virar la nave los grados necesarios. No
¿qué hacemos con lo otro? era fácil esquivar los bajos cuando los vientos eran contrarios, y terminaría
—Olvidarlo.
 como era deseado por todos, encallado.
—¿Olvidarlo? Lo siento, Elizabeth, yo no quiero.
 En la mayoría de los naufragios alrededor de la isla, si botaban la carga a
Diciendo lo anterior, George la acompañó en la huida al horizonte. tiempo, lograban salir a flote, pero si al mando estaba un capitán obstinado
Ella se había mantenido con la vista clavada en el firmamento y pensaba: y terco, tanto la nave como la carga quedaban para la isla. Y esta última se
“Siempre miran a lo lejos, como si esperasen algo de las nubes...” repartiría no muy equitativamente entre todos. Luego, después de una es-
pera de días, semanas y a veces hasta meses, cuando todos los perjudicados
George estaba tan absorto en la contemplación en esta ocasión que se se perdían de vista, se quemaba hasta el nivel del mar el casco de la nave.
olvidó de su pregunta y de la presencia de ella. Tampoco se dio cuenta de No se dejaban ni siquiera los botes salvavidas.
que ella —a su vez— había dejado de mirar al mar y ahora lo estudiaba a
sus anchas. Pasaban los minutos y George no dejaba de mirar el horizonte, Los cinco plantadores, armados con sus respectivos binóculos, venían
seguía con los ojos casi cerrados, tratando así de fijarlos en algún punto. observando desde la tarde las maniobras de la nave. Ahora, apostados todos
Ella de reojo lo seguía observando, y se preguntaba qué tenía este hombre en el balcón de la casa de Bennet, seguían la guardia. Los esclavos ubicados
que la inquietaba. Sí, no podía negar que había fuerza, compasión, inte- en sitios bien conocidos en la ladera de la loma esperaban ansiosos la orden
ligencia, ternura y determinación en sus ojos que la intrigaban. Lo miró de sus amos. Ésta era una de las pocas ocasiones cuando los deseos de los
bajar de la verja y lo observó sin recato a todo él, desde la punta de su nariz amos y esclavos llevaban el mismo ritmo; también una de las pocas opor-
bien dibujada, el contorno de su boca tan atrevida en la forma como en las tunidades de apoyo a una causa común.
palabras No pudo evitar una sonrisa a sus observaciones. Él parecía ajeno Cuando anocheció, la vigilia subió celosamente a las tres luces que la
completamente a ella, hasta olvidarse por completo de que ella estaba allí. nave prendió en los tres sitios obligados. Sabían que si llegaban hasta ellos
Todos, más de cuatrocientos ojos de la isla, como centinelas, vigilaban la los tres brillantes resplandores individualmente, la nave seguía esperando.
figura pintada en el horizonte, que como una sucia mancha aparecía distor- La unánime aparición de las tres en una sola significaba que la nave había
sionando la perfecta simetría del óvalo que protegía la bahía. encauzado la popa hacia ellos para alejarse de la isla, o lo contrario, que de
no ser un conocedor de la bahía terminaría siendo su tumba.
Todos, amos y esclavos, sabían que era desconocida, y por el detenido
abrupto de su curso en la misma boca de la entrada, tal vez la nave, pero no Las horas pasaban, la marea subía lentamente al compás de la luna que
el capitán, eran los extraños. Llevaba una buena carga. Esto lo calcularon llegaba a descubrir el velo y a favorecer el cuadro de la nave que al amparo
por la completa pérdida de la línea de flotación. Todos, como se acostum- de las olas zigzagueaba de un lado a otro tratando de salvarse de los arreci-
braba en estos casos, comerían y dormirían desde lugares estratégicos que fes de la entrada, mientras esperaba resignadamente la marea, sin más voz
les facilitarían observar las maniobras, montarían guardia hasta que la nave de esperanza que el quejido de cansancio que despedía la arboladura, o el
pasara los temibles bajos a medio camino de la entrada de la bahía. crujir de la verjas y el aparente diálogo del viento al golpear en la lona, con
intermitentes apoyos de las olas contra los costados de la nave y la rápida

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desaparición de las espumas al chocar contra el arrecife las amenazadoras CAPÍTULO 9

olas. Máxima tentación al santo y al negro


El capitán, un irlandés de barba hirsuta y lengua viperina, miraba
las fogatas despistadoras en la ladera de la loma:
—Hijos de perras, están esperando pacientemente que llegue nuestro
fin, ya me habían contado de estos desgraciados, pero seré yo el último en
reír.
Birmington, desde tempranas horas, les había deseado las «buenas y El capitán de la IV Victory contó desde la nave las quince personas que vio
benditas noches» mientras arrastraba en el camino a su habitación varios aparecer en la playa, pero las dejó esperando hasta las once de la mañana,
fingidos suspiros de cansancio. Remató su indiferencia con el provocado hora en que se dignó bajar a tierra.
ruido de la aldaba de la puerta. La acción de su encierro definitivo para la
noche no pasó desapercibida para George, y provocó una de sus pícaras Pasando una mirada despectiva y de poco amigo por los rostros, les con-
sonrisas, que por la oscuridad de la noche nadie advirtió.
 tó que su nave venía de la costa de Talamanca y se dirigía a Jamaica fletada
para llevar cinco mil semillas de coco.
Desde la primera noche en el balcón, Elizabeth había tomado las so-
noras despedidas de «buenas y benditas noches para todos» como la in- Habían arribado a Henrietta desviándose del curso normal, por un ac-
dicación de Birmington de que ella también debería retirarse y los había cidente en el aljibe de agua potable. Claro está, que lo más lógico hubiera
respetado. Poco después se despidió, no sin antes pasar la vista sobre la sido tocar el puerto de New Westminster, y lo habían hecho, pero el nue-
figura que recostada al lado del marco de la puerta de entrada al balcón, vo gobernador de la isla que se hacía llamar doctor Valencia, no los dejó
miraba sin espabilar las tres estrellas que según ellos, era la nave esperando desembarcar y les negó igualmente el agua. Obligados a abandonar la isla,
la subida de la marea para entrar. decidieron desviarse las 50 millas al sur.
—Sueñe con un ángel, Elizabeth —dijo George sin mirarla. Los cinco colonos, Birmington, George y no muy lejos alguno de los
esclavos de más edad (estos últimos los únicos a quienes se dio permiso
para apersonarse en las llegadas de naves desconocidas), escucharon estu-
pefactos la noticia.
Hoag pensó en el primer instante dudar de la veracidad de las palabras
del capitán, pero recordando que nada sabía de la isla hermana en más de
treinta años, se limitó a dejar el cigarro a medio consumir bailando nervio-
samente en sus labios. Los hermanos Golden se miraron y hablaron con sus
ojos un idioma que solamente ellos comprendían.
Chapman, con una risa burlona, preguntó:
—¿Y cuándo piensan venir a visitarnos?
—No se me informó —contestó el capitán.
Richard Bennet se limitó a preguntar si el huracán había hecho estragos
en la isla.

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—Las dos islas están completamente peladas, mucho más que ésta. comida; tuvo justamente los 75 dólares. Tan pronto selló el trato, despachó
Birmington sacudía su cabeza afirmativamente, confiando sin palabras un mensajero en busca de todos los demás esclavos de su propiedad. Todos
su presagio. Siempre le predicaba a George que tenía la sospecha de que menos Ben y las dos mujeres de la casa grande.
algún día el gobierno de la Nueva Granada tropezaría con el acuerdo en Cuando aparecieron los esclavos encargados de abastecer con totumas
donde, en virtud de la Real Orden dictada en San Lorenzo, fueron incor- de agua de pozo el barril que descansaba en la canoa, el capitán se despidió
poradas en el virreinato de Granada o Santa Fé, Henrietta, las dos islas de primero de Birmington estrechando su mano, pero meramente levantó la
New Westminster y todos los cayos. La posición estratégica de las islas era gorra para despedirse de los plantadores. Abordó la canoa con su espal-
demasiado importante para no ejercer su soberanía sobre ellas en forma da hacia la isla. Los remeros, abriendo surcos en la superficie del agua, lo
debida. Ya se habían perdido otras islas y parte de la costa de Mosquito por transportaban a él y a su agua, y lo observaban erguido, satisfecho, mirando
desidia. las oscuras manchas que poblaban los lados del canal de entrada, como ne-
Y eso de que los nuevos administradores habían desarmado a todos gros brazos que los surcos de la canoa en su lento avance llegaban a saludar,
los habitantes de la isla y que obligaban a determinarlas como las islas de brazos calcinados como testigos mudos de la avaricia de los cobardes inca-
Providencia y Santa Catalina, era lo más lógico. paces de salir como sus antepasados de la piratería en los mares, pero que
esperaban atraer pacientemente con su caracol de la mala suerte cuantos
Según el capitán, más de cien blancos y cuatrocientos esclavos estaban a incautos tropezaran con la isla.
merced de los cinco funcionarios y no sabía si por lo menos se les permitiría
abandonar las islas. Los esclavos habían sido liberados y no había indicio Hoag y los Golden se retiraron sin comentarios, pero visiblemente
—por lo menos con los que pudo hablar— de que se irían de allí. preocupados por la noticia. Chapman se quedó hablando con los esclavos
instigándolos a que iniciaran un Run Down para acompañar a la dura faena
Richard Bennet fue el que menos sorpresa demostró por la información. que les esperaba.
Estaba convencido de que por ahora no vendrían a Henrietta, era una tra-
vesía que todos los continentales temían y los cuentos de que había esclavos Bennet se acercó a George quien terminaba de ayudar a Birmington a
locos que deambulaban desnudos como salvajes por la isla, que no dejaban montar su caballo y se despedía.
desembarcar y menos llegar al interior de ella, eran los cuentos que habían —George, no distinguí tu voz anoche, y según Ben, las mujeres te estu-
proliferado por todo el Caribe. vieron buscando toda la noche.
Mas en broma, tratando de despejar la inquietud de la noticia en gene- George, mirando las maniobras de la tripulación a bordo de la nave,
ral, sobre todo la última parte respecto a la libertad de los esclavos, Bennet sin demostrar la menor sorpresa por la pregunta, y menos por la mención
dijo al capitán: extraña en Bennet de las “mujeres”, dijo:
—Te compro las cinco mil semillas de coco al doble de lo que te ofre- —No quise tomar parte. Quise evitar en lo posible que Elizabeth se die-
cieron en Jamaica. En cuatro días podrás estar en camino con otra carga. se cuenta de lo que significaba para nosotros el encallamiento, la zozobra
El capitán Johnson lo miraba a la vez que se rascaba la barba buscando de una nave.

la respuesta. —Interesante, muy interesante —repitió Bennet— pero dime: ¿Qué te
—El triple. Además, ustedes no tienen forma de descargar los cocos de liga a ella que te obliga a tener esas consideraciones?
la nave, y yo tengo solamente una canoa, la cual demoraría demasiado el —Me gusta ella.

descargue. Si acepta que los tire al agua, trato hecho. Bennet lo dejó y lentamente se dirigió al camino que conducía a la
Bennet había traído algunas monedas pensando en la posibilidad de loma, mirando sin ver, tratando de despejar de su mente lo que acababa de
encontrar algo para comprar en materia de herramientas, libros, medicina, escuchar.


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George había dado mucho que defender entre los plantadores y los Se acercó a George para decirle:
mismos esclavos, y él por alguna razón que no podía explicar, lo defen- —Tú que sabes nadar, cuida que mis esclavos no salgan más de lo pru-
día. Defendía su derecho a pensar independientemente de todos ellos, a dente, ellos se entusiasman y se arriesgan sin pensar.
buscar su propia personalidad sin cadenas, se negaba a considerarlo como
un esclavo más, y aunque jamás le demostró que entre ellos podía haber Tan pronto el capitán puso pie en la cubierta, gritó con voz segura y
alguna intimidad de amigo, siempre guardando cierta distancia, George fuerte:
en su atrevimiento lo había hecho sentir hoy como el resto de los barcos —¡Abran escotillas!
encallados que se negaban a consumirse como abrigando la esperanza de
Los responsables de la carga, aunque sorprendidos, no demostraron su
resurrección.
sorpresa. Sabían de sobra que las órdenes del capitán jamás se pensaban.
Amor, sí, había dicho amor.
 Sin vacilar caminaron hacia el lugar y lo que al principio parecía una rutina
De la tumba donde lo había sepultado volvió a él el recuerdo del sen- por iniciar resultó mucho más significativo.
timiento. Cuánto tiempo perdido, cuánta ignorancia, todo por un criterio Uno por uno quitaron los doce chazos, luego los listones que sostenían;
equivocado y estrecho respecto a lo más sublime de la vida. de encima se levantaron las tablas que fijaban la lona contra vientos, y to-
¿Por qué se había negado a participar en lo único que lo acercaba a ellos, dos esos implementos que aseguraban la lona protectora fueron colocados
de lo único que todos públicamente compartían saboreando el triunfo con en orden metódico contra la borda y asegurados con cable. Volvieron, y al
el mismo deleite sin discriminación, de lo único que borraba en la isla la mismo ritmo entre los cuatro levantaron la lona que impedía la infiltración
barrera del color y la clase? de agua. Su rutina, la forma empleada para doblar la enorme lona de co-
lor indefinido, raído, sucio y pestilente; el silencio total en que ejecutaban
“Me gusta ella”, había dicho, como decir, “la amo, la quiero, la necesito, todo, obligó a pensar que, en alguna esquina de sus vidas, estos hombres
en ella encuentro más de lo que ofrecían ustedes”. Tenía razón. Quería de pasados misteriosos, facciones temibles y de pocas palabras estuvieron
olvidarlo, pero George se lo había abanicado en la cara. No existía nada en contacto con un rito litúrgico. En su nave en forma vulgar, burda, casi
comparable al misterio y al placer de un amor correspondido. Sonreía con- profana, repetían su parte con la misma devoción y respeto.
vencido. Ni cien barcos encallándose a la vez, y cuando entraba en terrenos
tan prohibidos como los que se atrevía a pisar George, era inmensurable.
 Alguien dio cuatro toques a la campana del puente en golpes de dos
seguidos, justamente a tiempo para acompañar el recuerdo. Por último, si-
Y, ella, ¿sabía ella de las pretensiones de él? No. Seguramente que no. guiendo el mismo paso, fueron quitando uno por uno los tablones que en
¡Imposible! Ella era parte de los ciento siete que él y Birmington habían medida justa formaban la puerta de entrada a la escotilla.
examinado buscando un hálito de vida. No eran de los que hubiesen acep-
tado el amor de un negro. Terminando eso, se quedaron esperando las nuevas órdenes mientras un
vaho oscuro, caliente, de olores difusos se dejó escapar.
Sí. George estaba fantaseando, pero había dicho “la quiero” con la segu-
ridad que sólo da el sentimiento de saber que es correspondido. Ya sabía lo Adentro, miles de cocos secos, brillantes de la expectativa, sorprendidos
que haría. Al día siguiente, sin falta, iría a la Misión para conocer de cerca de la invasión presentaban una diferencia en la superficie; cada uno, unos
la tormenta que se avecinaba. más que otros, exhibían pequeños nudos perforando los cascos, habían ini-
ciado el proceso de nacimiento de las nuevas palmas.
Les llegaron los gritos de entusiasmo de los esclavos bajando por el
camino, pero Bennet no sabía aún si resultaría eso de aliviar el barco en la —¡Alisten la vela del trinquete! —Nuevamente la orden del capitán
bahía con las corrientes tan encontradas y fuertes, y sin saber con seguridad mientras caminaba hacia el timón, y luego de destrabarlo se quedaba junto
cuántos sabían nadar. a él. Vigilaba celosamente el final de la tarea de los que subían el barril de
agua de pozo y la canoa.

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—¡Arriba con el trinquete!
 —¡Cocos al agua!

—¡Alisten mesana!
 Por la borda fueron botados al mar cientos de cocos que bailaban al
Las velas de dirección y empuje se lamentaban al desperezarse, pero vaivén del remolino de aguas aceitadas, exhibiendo como pequeñas velas el
quedaban firmes al reencontrarse con la brisa. De sus pliegues, punticos nacimiento de las hojas que los ayudaban a la vez a estabilizarse en el agua.
negros saltaban en loca carrera y luego vuelos desesperados para aterrizar Desde el fondo de la fosa dieron el grito de que nada quedaba.
en el mar. Eran las cucarachas que terminaban como suculenta cena para la —¡Cierren escotillas!

colonia de peces que vivían pendientes de las sobras de los barcos.
Los cuatro iniciaron de nuevo el rito de colocar sobre la peligrosa y
—¡Arriba con mesana!
 nada atrayente concavidad que componía la entraña de la nave los tablones,
—¡Leven anclas!
 luego la lona, las tablas, los listones y los zunchos y así terminaron la cere-
Desde tierra se escuchó el roce agudo, ronco y cansado de las cadenas monia de asegurar el vacío que se llenaría ahora con los lamentos del mar.
de amarras del cuerpo contra la nave subiendo contra su voluntad, y luego Tomando rumbo al sur, mientras elevaban la vela del palo medio o la
el sordo golpe cuando sus oxidados eslabones se aflojaban vencidos en el mayor, salió la IV Victory orgullosa de haber ganado el desafío. Cuando
lecho de proa. despejó la boca de entrada al puerto, el capitán fijó su vista en tierra y una
Dando media vuelta al timón, el capitán fue dirigiendo la nave hacia el carcajada estruendosa de satisfacción y triunfo salió de su garganta.
noreste. Ella fue cediendo con facilidad al impulso de las velas, tal parecía —¡Hijos podridos de mala madre! ¡A recoger sus cocos con aceite!
que su intención era dirigirse directamente a la playa, pero el capitán hacía Richard Bennet se dio cuenta de lo que les esperaba; tras de que la con-
estas demostraciones a propósito, esquivando los bajos como si los conocie- cha en sí era bastante lisa, aunque el aceite había aminorado las olas, sería
ra desde antaño rozando éstos con una elegancia innata que sólo heredan más difícil recoger los cocos untados de aceite.
los veleros.
Los cientos de cocos se mantenían en el remolino esperando su turno
Tomó decidido rumbo al sur hasta llegar a pocos pies del bajo más peli- para ser arrastrados hacia la playa, pero muchos lograban salir afuera donde
groso y haciendo un tercer viraje al suroeste enrumbó la nave a su posición Bennet y George los arriaban a nado como ganados de nuevo hacia las olas
original con la proa recibiendo las brisas de aprobación del norte. que los conducirían a los esclavos metidos solamente hasta la cintura en el
Estas vueltas las repitió tres veces consecutivas, sacando exclamaciones mar.
de estupefacción de su maniobra, tanto en tierra como abordo de la nave. Chapman, pasado de tragos y montado a horcajadas en el tronco de un
Cuando logró el remolino de olas que pasaban los tres pies, aminoró la árbol, se atrevió a internarse más, casi hasta la boca, logrando rescatar un
velocidad. centenar de cocos que al ir disolviendo el remolino tomaban el curso de
—¡Rieguen aceite! diversas corrientes.
Inmediatamente los encargados de esta tarea se dedicaron a echar por la La tarea fue dura, y hasta las siete de la noche les tocó la recolección,
borda bolsas de lona agujereadas que contenían estopa impregnada de acei- quedando después exhaustos, pero perdiendo solamente muy pocos que,
te de tiburón. Era la provisión para defenderse de las olas en mal tiempo, llevados a las playas alrededor de la isla, se quedaron y crecieron.
pero valía la pena desperdiciarlo aquí. El baño colectivo en el puerto de nada sirvió, el aceite rancio en el cuer-
Dio una última vuelta, al final de la cual gritó:
 po dejó un olor desagradable, y un tufo insoportable para ellos personal-
—¡Listos en escotilla!
 mente, y para los que estaban a su alrededor. Chapman y la mayoría de los

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esclavos decidieron olvidarlo y seguir la comilona que se había preparado. Chapman confirmó con su visita a Bennet los resultados del remedio,
Bennet y George desesperados tomaron el camino a casa.
 únicamente por las palabras del otro, porque su propio tufo le impedía
Todos los baños recomendados por mute, Birmington y Elizabeth de constatar la diferencia.
nada sirvieron. George desesperado se mudó a la choza de tante. Ella con Enseguida, sin importarle las constantes muecas que hacía Bennet con
carcajadas le decía: “¡No give up!” la nariz y la distancia que mantenía mientras hablaban, dándole una palma-
Birmington maldecía a su manera al capitán, sospechaba con razón que da en el hombro le preguntó:
lo del aceite fue a propósito. —¿La conociste?
Richard Bennet enviaba mensajes constantes averiguando si George ha- —¿A quién?
bía encontrado un remedio. —¡La mujer que está en la Misión, hombre!
Chapman decidió que la única manera era mantenerse borracho. —No, ¿por qué?
Los esclavos se bañaron como nunca antes en cuanta porquería —¿Por qué? Vé, conócela y después hablaremos. Es lo que yo denomi-
encontraban. naría “la máxima tentación al santo y al negro”.
Cuando parecía que tenía que vivir indefinidamente con el insoportable Al día siguiente, Bennet caminó la media milla que lo separaba de la
olor, la madre de George, sin habérselo solicitado, entregó a tante Toa una Misión. Birmington, sorprendido por la primera visita de éste en quince
pasta hecha de una hoja peluda que abundaba en la isla cocinada con una años, lo invitó a tomar asiento en el balcón ofreciéndole la mecedora y
vena color plateada que sacó de entre las tripas de los caracoles que había llamando a tante para que trajera sin tardanza sendas limonadas mientras a
limpiado para la comida, y santo remedio. Primero fue enviada a George la vez disparaba su versión de lo que aseguraba sucedería en las islas con la
y después a los esclavos. El último en probarla fue Bennet. Aunque su presencia de los nuevos gobernantes.
desesperación llegaba al grado máximo, desconfiaba del remedio hasta que
Birmington y George se lo aseguraron. Con esta efusiva bienvenida, evitó oportunamente que Bennet mintiera
sobre el motivo de su visita.
Chapman supo la noticia por los cantos y llegó hasta la loma, más por
la insistencia de su mujer que por convencimiento del remedio o porque George apareció poco después, se charló sobre la siembra de los cocos,
pensara que lo necesitaba. Hacía rato que se había acostumbrado al tufo. éste último decía que desaprobaba la distancia tan corta en que Ben estaba
sembrando las semillas.
Cuando Chapman entró a la Misión, Elizabeth estaba sentada con
Birmington en el balcón. Saludó, pero sus ojos no dejaron de transmitir al Elizabeth estaba completamente fuera del panorama, pero Bennet no
asombro que recibieron ante la presencia de Elizabeth. se atrevió a preguntar por ella. George, en cambio, sabía de sobra que el
motivo de su visita obedecía única y exclusivamente a sus relaciones con
Birmington le solicitó que se alejara porque el olor lo mareaba. Elizabeth Elizabeth. Después de todo él había iniciado la guerra.
por primera vez pudo distinguir el famoso olor, pero Chapman, sin poner
atención a Birmington dijo: No bien se había sentado George en su sitio favorito, cuando se abrió la
puerta ventana de la habitación de Elizabeth y salió ella.
—Me voy, buscaré hoy mismo el remedio, pero no para agradar en tu
presencia J.B., sino para este secreto, que como todo lo tuyo tenías bien
guardado, viejo zorro.

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CAPÍTULO 10 Cuando inició su llegada la luna tras el semicírculo de la bahía, Elizabeth
Hatse quedó completamente absorta en su contemplación y no se dio cuenta de
la figura que había llegado para aclarar la oscuridad del vano de la puerta.
Birmington, con acento solemne mientras miraba la enorme bola de
fuego que centímetro a centímetro resucitaba a la superficie, más para sí
que para ella.
—La isla es un lugar de incomparable belleza, tanto en el día como en
la noche, los contrastes en los colores de que se tiñe el mar durante el día
Toda la tarde se escucharon las llamadas del caracol, tan seguidas que al- y las sombras que arranca la luna a la oscuridad, son de una belleza que
canzaron a llenar las horas. Una nota larga seguida de tres cortas... Otra solamente tú, Dios mío, sabes cómo me ofendo cuando se aprovechan de
nota larga seguida de tres cortas. Poco antes de la cena, aprovechando que ella en ritos que no sean para honra y gloria tuya.
Birmington seguía encerrado en su habitación, Elizabeth fue en busca de
Elizabeth no tuvo tiempo para confirmar la apreciación, cuando siguió:
tante para indagar más sobre el evento. Tante, como siempre, fue muy ge-
nerosa en su relato, pero ella poco o nada comprendió. Aprovechando la —Además, es un sitio que ofrece la paz espiritual tan necesaria para
entrada de George a la cocina acudió a él. George la miró sonriente y en nuestras almas; perturbada sólo en noches como ésta, cuando deciden estos
voz baja se limitó a sugerir que en cuanto menos se hablara sobre el acon- salvajes volver a sus primitivos instintos, sus diabólicas costumbres. Pero,
tecimiento, mejor. no temas hija, afortunadamente sólo escucharemos, no seremos castigados
más que en la medida que sepamos controlar nuestras fantasías. Elizabeth,
—Como debes haberte dado cuenta, para pa’ Joe es como soltar al mis-
hija, lleva la Biblia a tu habitación al re- tirarte a dormir, de otra forma no
mísimo demonio en la casa.
soportarás la distracción, prepárate para una noche que se encargarán de
La cena, consumida en un silencio de claustro interrumpido únicamente volver desapacible.
por las llamadas del caracol que se calaban entre sus pensamientos inte-
Cuando Elizabeth logró cortar el monólogo, preguntó indecisa:
rrumpiendo las furtivas miradas de George, los suspiros de cansancio de
Birmington y desde la cocina el lamento triste de tante, quién parecía igno- —Reverendo, sigo sin comprender, ¿qué de malo puede tener una fiesta
rar a propósito el comportamiento de ellos, cantaba para llenar su silencio. permitida por los amos y donde todos participan?
Esta noche el balcón se encontraba a oscuras, sin la linterna que siem- Birmington instintivamente juntó sus cejas y escudriñó sus delgados
pre se dejaba en la escalera, sin los cientos de insectos que acudían a ella labios en una mueca de franca desaprobación a las palabras que escuchaba,
exhibiendo sus acrobacias hasta estrellarse contra la calcinante esfera. Esta pero la respuesta fue menos cruel de lo que intentó inicialmente.
noche no había más ruido que los grillos y sus amigos nocturnos buscán- —Es cierto hija, los amos aprueban estos encuentros. Es una siembra
dose entre la oscuridad. que dará fruto dentro de nueve lunas. Es una inversión, es una forma infa-
Sola, miraba los distintos tonos de la noche aún sin luna pero con su- lible de aumentar los brazos en las plantaciones. ¿Qué de malo puede haber
ficiente claridad para descubrir la procesión de esclavos que, tomando un en ello? Y, si es la vida que todos desean llevar, Joseph Birmington sobra
atajo detrás del camino que pasaba frente a la Misión, iban con dirección en la isla.
al sur medio ocultos por el monte de escasa altura que había vuelto a crecer Asustándola un poco, más que las palabras de Birmington, el caracol
después del huracán. repitiendo de repente su invitación, seguido del cual Birmington con su
Los siguió hasta que se desaparecieron en la oscuridad que sus ojos no acostumbrada despedida nocturna “buenas y santas noches” se retiró con-
podían penetrar. fundiéndose con la oscuridad de la sala, pero ella lo detuvo preguntando:

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—¿Dónde está George?
 todo el camino que los condujo a la falda de la loma y al centro de todas las
—Prefiero no saberlo —respondió tajante, pero prosiguió—. actividades de la noche.
Desgraciadamente creo que puedo jurarlo. Está, como todas las otras veces, Desde la ribera sur del círculo artificial que era el pan (pond); una hon-
en busca de lo que más detestó de su origen. donada en la falda de la montaña que recogía las aguas lluvias, George
—Reverendo —con semblante desafiante que no dejó ver la noche—, observaba las actividades en el lado opuesto.
George es de origen negro también, y creo que es natural y lógico que Mientras unos cocinaban, otros pelaban yuca, plátano, y otras verduras,
quiera saber, conocer, estudiar, descubrir todo respecto de sus dos mundos. y a un lado cuatro templaban sus tambores con indicaciones de por lo me-
Compararlos, aceptar de cada uno lo que más acopla a su personalidad y nos unos veinte más. El grupo más grande estaba alrededor de una botella
carácter, sin intervención obligada de alguna de las culturas. de demi-john llenando sus calabazas de vino de sorrel. Con él, solamente
Haciendo caso omiso de lo expresado por Elizabeth, dijo: se había quedado Ben y de él se despidió con un “hasta luego” y tomó el
camino que lo conduciría a la Misión.
—Elizabeth, tu juventud e inexperiencia te hacen calificar decentemen-
te como una fiesta lo que no es más que una orgía de negros. Perdone hija, No se sorprendió al encontrar a Elizabeth en el balcón, ya sabía que ni
pero cada vez que estos infames pecadores organizan sus jolgorios me doy Birmington ni él lograrían acallar la curiosidad que ella había demostrado
cuenta del fracaso de estos veinte años, de la pérdida de tiempo y energía. en toda la tarde. La ventana de la habitación del viejo estaba abierta y se
¡Esclavos ingratos!
 aseguró que la sombra que proyectaba la luna era él de rodillas, la cabeza
entre sus manos en su devoción nocturna que duraría horas. Tiempo du-
Con los ojos fijos en la luna que ya se había elevado lo suficiente del mar rante el cual nada ni nadie lograba interrumpir, salvo el grito de “¡sail ahoy!”
reflejando en las onduladas aguas sombras que parecían bailar anticipando
el encuentro de los esclavos. Subió las escaleras al balcón en silencio con intención de ocultar su
presencia en casa, evitando en lo posible el chasquido de sus botas con el
Elizabeth repetía las palabras de Birmington: “Esclavos ingratos, peca- cemento de los escalones y cuando ganó el balcón se acercó a Elizabeth —
dores, salvajes...” Cuánto desprecio y sólo porque no han logrado erradi- quien se había dado cuenta de la maniobra— y la envolvió en sus brazos.
car de sus vidas su pasado, sus costumbres. No quiere aceptar que tienen
derecho a sus creencias, sus mitos, sus leyendas. Qué falta de caridad, me Ella, empinándose, le decía al oído en franca complicidad:
confunde su doble personalidad, cuanta crueldad, ¡Dios mío! No reconoce —Pensé que nunca lo volverías a hacer...
que lo que ellos hacen esta noche debe ser su forma de convencerse de —No lo he dejado de hacer mientras trabajaba, y en la soledad de la
que no son esclavos. Lo serían sin remedio si adoptaran las costumbres noche. Hasta cuando estaba pestilente de aceite de tiburón...
que son contrarias a su naturaleza, dictadas por una sociedad que descono-
ce y desprecia su cultura, de criterio estrecho, y la incapacidad de aceptar Los dos se echaron a reír y George, temiendo que Birmington los escu-
diferencias. chara, la alejó más al sur del balcón.
Elizabeth se sintió sola y triste, y sin llevar la Biblia como había reco- —¿Por qué te alejaste? —preguntaba ella.

mendado Birmington, se retiró a su habitación. George estaba en la peque- —A propósito, para darte tiempo, tiempo para pensar sola. Elizabeth, te
ña y única playa que había en el lado sotavento de la isla. Ahí, en compañía quiero y mucho. He pasado el tiempo pensando en la forma de demostrarte
de otros esclavos, discutían sin aparente acuerdo sobre la forma más prác- cuánto significas en mi vida. Están por suceder muchas cosas en la isla, y no
tica de llevar los botes en construcción al lado de barlovento donde el mar tengo la menor idea de cómo nos afectarán, pero de lo único de que estoy
no presentaba el peligro de arrastrarlos a las afiladas rocas que bordeaban seguro, es que te necesito.
toda la costa. Pero el eco de los preparativos pudo más que la discusión y
decidieron tomar camino al pan. Entusiasmados practicaron “sus pasos” por

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Ella lo besaba cortando las palabras, mientras el “tum-tum” de los tam- Atrofiar la personalidad del negro es la meta, y al paso que van, lo logra-
bores parecía dispuesto a alcanzar el ritmo de sus corazones. Cuando pudo, rán a la vuelta de pocas generaciones. Con la esclavitud del trabajo, obli-
Elizabeth preguntó: gados a sobrevivir, aceptar una cultura y costumbres que chocan con su
—¿Qué cosas sucederán en la isla?
 carácter, más el desprecio imperdonable de todo lo que son y representan,
el negarles hasta el primitivo derecho de la institución familiar. Todo eso,
—Cambios drásticos, los sospecho, más que saberlo. Elizabeth, los convertirá en seres que no tendrán más que un sentimiento
—George, ¿qué harán los esclavos esta noche?
 degradante de sí mismos.
—Comerán, beberán vino de sorrel, demostrarán sus pasos y luego se ¿Y cuál es la recompensa? El reverendo Birmington con sus prédicas de
irán a sus chozas a dormir. una disciplina moral inventada por ellos.
—¡Yo quiero verlos bailar! Quisiera aclarar algo. Admiro y le debo mucho al viejo, pero cuando se
pone en el mismo plan que los otros, mis sentimientos se confunden. Sabes
Mirándola fijamente.

Elizabeth, a flor de esa piel negra, camuflada por la misteriosa oscuridad y
—No puede ir allá. las facciones bastas, a veces hasta el punto de despertar temor, se esconde la
—¿Por qué no?
 raza más sentimental y sensitiva. En sus necesidades de afecto y el que ellos
pueden prodigar son mucho más exigentes y amplias que la raza blanca.
—Va en contra de lo que el reverendo Birmington predica. Los escapes como esta noche, son el único hilo. Frágil por cierto. Lo único
Soltándose nuevamente del brazo de Elizabeth se retiró unos pasos para que les queda en el mundo que lleva un ritmo al cual ellos también per-
sentarse en el barandaje del balcón. Y siguió explicando: tenecen, y no para ser sometidos al yugo de la esclavitud vil y degradante.
—El considera sus “pasos” como costumbres impías, paganas, que deben —George, ¿tú te consideras negro?

ser erradicadas de sus vidas. Y el que los observa, para pa’ Joe es tan pecador —No —y añadió sonriendo—, según ellos, yo soy ñandú.
como el que participa.
—¿Y qué significa ese nombre?
—¿Tú vas de nuevo allá?
—Eso lo aprendieron de los indios de la costa de Talamanca, es una ma-
—¿Quién te dijo que estaba allá? dera roja, muy dura y un pájaro africano americanizado. Elizabeth: yo estoy
—El reverendo. muy a gusto y en paz con mi mezcla, he asimilado costumbres blancas, pero
también lo mismo he hecho con algunas tradiciones negras. Podría convivir
—
Sí, tal vez vuelva.
con cualquiera de los grupos, pero ellos no saben, no han descubierto la
—Pues si tú vas a pecar yo también iré —dijo con aparente disgusto—. forma de aceptarme.
George, ¿por qué tanta hostilidad, desamor, en el reverendo Birmington
—¿Y cómo te sientes respecto a tu rechazo?

por tan poca cosa?
—No es exactamente rechazo de parte de los negros, es un sentimiento
—Él piensa que su misión es reemplazar esas costumbres ancestrales
de traición. Me divierte que se preocupen ellos.

con su cultura, su creencia, sus métodos; y ellos a pesar de la vida en escla-
vitud son obstinados y reacios a las innovaciones en sus vidas. Utilizan estos —¿Y los blancos? ¿Qué crees que sienten ellos?

encuentros, y también el idioma en una silenciosa batalla para demostrarlo. —Desprecio, consecuencia de su ignorancia o más bien estupidez, de su
Elizabeth, el reverendo Birmington no quiere reconocer que es un mito eso falsa seguridad.

del esclavo feliz que acepta el cristianismo.
—¿Y cómo sabes que yo no tengo el mismo sentimiento?

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—Porque te enseñaron lo que significa la palabra «amor». Tomándola de la mano salieron del balcón y de los predios de la Misión,
—Yo no recuerdo eso...
 y en pocos minutos alcanzaron el declive que daba acceso a la senda que
desde la Misión era transitada por cante y George únicamente.
—El ejemplo, Elizabeth, tuviste buen ejemplo.

Como George había andado el camino horas antes sabía exactamente
—Bueno —decía ella— muy interesante, pero ¿dónde te ubicas esta dónde existían los obstáculos. Ella seguía sus pasos pero en tres ocasiones él
noche? ¿Irás a bailar?
 la detuvo y tomándola de la cintura la subía por encima o a través de algún
—Tal vez —repitió como anteriormente—. Quisiera aclararte que no árbol que yacía caído y que les impedía el paso.
es un baile en sí, es una demostración de pasos al compás de tambores y El redoblar de los tambores sonaba seguido, su vibración se sentía hasta
palmadas donde los brazos y el zapateo hacen todo el trabajo. en las hojas que rozaban al pasar, después las voces de lamento. Cuando
—¿Me llevas a verlos? —enfatizando el pedido con sus brazos en los llegaron muy cerca, George se detuvo.
hombros de George. —Miremos desde aquí.

George la miraba a la vez que estaba latente la posibilidad de que —¡Los árboles no dejan ver! —protestó Elizabeth.

Birmington pudiera salir de su retiro. Miró hacia la ventana para asegurar-
se de que el viejo aún estaba arrodillado seguramente rogando que lloviera —Te dejarán ver lo suficiente —respondió George. Hubo un silencio
para que los esclavos tuvieran que cancelar el “Bala Hu Dance”, como él lo total, silencio en que participaron solamente la tenue brisa en busca de los
llamaba; mientras tanto, el verdadero peligro lo sentía él a sólo un abrazo. matorrales, el chasquido de la fogata aprisionada por calderos enormes y
negros, y la respiración confundida de los dos.
Trató de apartar los brazos de Elizabeth, pero ella se aferró diciendo:
Los tambores iniciaron de nuevo el loco repicar acompañados de las
—Si tú no me llevas, iré sola. palmadas en grupos de los que, sentados alrededor del círculo, parecían
Lo decidió, la llevaría. El peligro era menor allá.
 listos a la espera de un toque que no llegaba. Había un espacio despejado
alumbrado por las fogatas. A él salió una anciana que tamboreaba el piso
—Bueno, te llevaré, pero antes tienes que cambiarte a un vestido más
con los pies a la vez que daba palmadas encima de su cabeza, de lado y lado
oscuro, negro si es posible. No entraremos al pan, observaremos desde los
detrás de cada pierna enfrente repitiendo lo mismo una y otra vez des-
alrededores.

pués de quedar rígidamente parada con las manos a los lados y los dedos
Ella en agradecimiento lo abrazó confundiéndose los dos en la oscuridad.
 extendidos.
Al entrar Elizabeth a su habitación para cambiarse, George aturdido La anciana se sentó y a la mitad del círculo salió una mujer joven, alta,
se acostó en el piso del balcón con sus largas piernas descansando en los encima de su cabeza llevaba un bulto y repitió con lujo de detalles los mis-
primeros tres escalones. Sentía confusión y sabía que era su batalla y que mos pasos, recibiendo una ovación unánime de los congregados.
apenas se iniciaba.
George no miraba, aquella espigada figura era Hatse: la mujer con quien
Elizabeth volvió en muy poco tiempo y se agachó hasta el piso para había compartido quince años de su vida. Mas esta noche, con Elizabeth
decirle algo que él no dejó salir de sus labios, pero su determinación en ir recostada inocentemente y confiada contra su cuerpo acomodada por la
la hizo levantarse y dijo: cintura por sus brazos, y ella confirmando el placer del acercamiento con
—Vamos. sus brazos encima de los de él, sus dedos entrelazados un poco tensos;
aquella mujer con sus movimientos a veces sensuales, parecía una extraña,
ajena a sus sentimientos, y sintió pena, mucha pena.

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Atrayendo el cuerpo de Elizabeth más al suyo, dijo en un susurro entre George siguió largo rato después en el balcón. Sabía que la ventana esta-
sus cabellos: ba cerrada pero no ajustada, esperó hasta escuchar el frío paso de la aldaba.

—Vamos. A su regreso al pan encontró al esclavo Ben repartiendo el vino de sorrel,
Pero ella, sin romper el cerco posesivo alrededor de su cuerpo, dio sua- pero de nuevo lo rechazó. No tuvo que buscar mucho. Poco después llegó
vemente la media vuelta para decir algo pero sus palabras se confundie- Hatse a su lado, quien le dijo:
ron con el ritmo dislocado de los tambores, los primitivos lamentos, los —Llegas tarde. Últimamente como que te gusta más estar en casa con
acompasados aplausos, la oscura y complaciente noche que los apartaba del tus libros.

mundo y sus prejuicios. Él no respondió, caminó hasta la playa donde horas antes había discuti-
Hubo un grito de triunfo que acompañó a la demostración de Hatse. do con los esclavos sobre las canoas.

Miraron por última vez el grupo de esclavos que participaban ahora en A las dos de la madrugada se escuchaban aún los aplausos. La luna había
grupo del zapateo y palmoteo frenético. George la tomó por la mano e alcanzado su posición más favorable para convertir el pe- dazo de playa en
inició el camino de regreso a la Misión. Al encontrarse de nuevo con los el escenario preciso para lo que siguió.
obstáculos que atravesaban el camino, se detuvo y alzándola prosiguió con
ella en sus brazos. —Red —decía Hatse— ¿en quién pensabas...?

Elizabeth pedía que la dejara caminar, mas él respondía: —En pa’ Joe —mintió.

—Estás más segura en la forma que vas.
 —Pensaba en la verdad de sus palabras, en que no estaba del todo equi-
vocado respecto a todos.
Poco antes de llegar a los predios de la Misión la bajó a tierra, pero man-
tuvo su brazo alrededor de sus hombros. Ella levantó el rostro para agrade- —No te entiendo.
cer el paseo y él, incapaz de resistir la imagen que la luna provocativamente —Yo lo sé.
le entregaba, la besó de nuevo. La respuesta de Elizabeth fue tan exigente
Hatse, la mujer que había iniciado con la anciana los pasos, vivía en la
que sólo el recuerdo de la proximidad de la casa logró de nuevo separarlos.
plantación de Chapman, había nacido en la isla hacía veinticinco años.
Siguieron caminando hasta alcanzar el frente sin hablar, buscando al cul-
George sospechaba que su padre era el esclavo Ben, quien nunca la recono-
pable de su amarga insatisfacción.
ció, pero en cierta forma velaba por ella. Llevaban diez años en esta relación
Subieron las escaleras evitando divulgar su escapada, entraron al balcón que él jamás deseó formalizar. Además sabía, dicho por ella, que lo mismo
en el mismo plan. George la introdujo suavemente a su habitación y ce- que todos él era un extraño para ella.
rrando tras de ella la mitad de la puerta se agachó y la besó diciendo buenas
Con la seguridad y el valor que da la madurez, con la cabeza sostenida
noches.
por los brazos y recostado cuan largo era sobre la playa, sin temor a la reac-
—Hasta mañana. ción de Hatse dijo:
Elizabeth hizo el intento de abrir la puerta de nuevo, pero él con su —Hatse, ésta será la última vez. No volveré a ti, te dejo con la libertad
cuerpo la ajustó mientras le decía: de buscar otro hombre.
—No, no. Elizabeth, por favor, no. Entre los esclavos era la costumbre. Hatse a pesar del repudio que sentía
Cuando al fin con dolor tomó las dos hojas de la ventana y las cerró, se por las mezclas, había llegado a admirar a ñanduman o «Red», como a veces
quedó con la cabeza inclinada en ellas escuchando el ruego que de ella, sola, le decía, pero su orgullo pudo más y solamente respondió:
triste, confundida, le llegaba. Lo sintió hasta el alma, por ella y por él. —Trataré de dar más de mí al próximo para que no vuelva a suceder esto.


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George caminó por tercera vez la senda a casa esa noche y como CAPÍTULO 11

un ladrón entró, subió las escaleras a su habitación, y se acostó sintién- Navidad


dose el traidor más grande de la tierra.

Durante el desayuno Birmington preguntó:


—¿Creo que tienes intención de acompañarme al templo, Elizabeth?
Eso me agrada sobremanera pero quiero evitar sorpresas, por lo tanto debo
advertirte que seremos los únicos blancos y quién sabe si no, los únicos
asistentes.
—Reverendo, respondió ella, no pasaré revista a los asistentes, sean ne-
gros, blancos o ñandú.
Birmington, al terminar su desayuno más aprisa que lo acostumbrado,
dio algunas instrucciones a George y pidió permiso para retirarse de la
mesa. Tan pronto dio la espalda, George tomó la mano de Elizabeth. Se
miraron, él buscó en sus ojos los reproches merecidos pero halló únicamen-
te en ellos la misma mirada de amor y comprensión que había descubierto
y que lo tenía cautivado.
A la hora de pasar al templo, acompañada de Birmington, Elizabeth
caminó los pocos pasos que separaban las dos construcciones; adentro del
recinto siguió hasta la escalerilla donde se iniciaba el estrado. Ahí, a un lado
de la escalerilla, había una mesa con una silla a cada lado y él le indicó que
tomara siento en una de ellas. A pesar de que había pasado una noche en
el lugar, su primera noche en la isla, Elizabeth lo desconocía por completo.
Encontró el templo muy distinto de las iglesias católicas. Todo aquí es-
taba dispuesto tomando la base de una pirámide. El púlpito sobre el estra-
do en la punta, el norte al frente, a un lado el órgano y al otro la mesita con
las dos sillas donde ella se encontraba. Por la ubicación se recibía una brisa
fresca y constante, y a las nueve de la mañana el sol entraba por las ventanas
multicolores dibujando arabescos en la inmaculada bata rectangular que
todos los esclavos vestían.

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Distribuidos por el resto del cono, unas cien personas, esclavos todos, Había observado esas manos haciendo tantas cosas distintas, pero no
miraban en silencio hacia el frente, miradas de curiosidad y complacencia. había sospechado la facilidad que tenían sus dedos para desplazarse tan
Ella mientras tanto también los miraba buscando en todas las hileras a prodigiosamente sobre las teclas del órgano. Ella también tocaba el pia-
George. Cuando pensó que tal vez no asistiría, lo vio entrar por la puerta no, pero no había mencionado nada sobre el particular pensando que la
sur. Estaba tan distinto que casi no lo reconoció. tomarían como una mujer inútil. Además, porque ni en sueños pensó que
Vestía pantalón blanco, un saco azul, una camisa blanca y un corbatín pudiera existir un instrumento musical en la isla y menos quienes pudieran
azul con café. Entró con sus pasos seguros y firmes, y se sentó en la pri- tocarlo.
mera de las bancas después del estrado donde se iniciaba el cuerpo de la Tomando el himnario de la mesa que estaba a su lado, buscó el número
pirámide. Lo miró con reproche porque pensó que la acompañaría ocu- 27 y alcanzó al reverendo y a George en la segunda estrofa: “Noche de Paz,
pando la silla desocupada. Él se limitó a devolver una acariciadora sonrisa Noche de Amor” mientras pensaba: “...Qué título tan apropiado para algu-
de admiración. Ella pensaba cambiar de puesto sentándose a su lado, pero nos”. Conocía de memoria al himno, por lo tanto se dedicó a devolver las
Birmington interrumpió sus intenciones anunciando: miradas pícaras de George. Los recuerdos trataban en vano de ahogar sus
—Iniciaremos el servicio con una oración, y después cantaremos el him- ojos. Lágrimas que no dejaba rodar, recuerdos de Navidades anteriores, de
no número 27. la pasada noche, de la felicidad que sentía de la recién descubierta noción
de que George compartía con ella el amor a la música, por los indefensos
—Inmediatamente después de la oración George se dirigió hacia al ór- esclavos que trataban en vano de alcanzarlos en la lectura de los versos del
gano. Ella no salía de asombro, no tenía la menor idea de que George la himno; por el aparente inútil esfuerzo del reverendo Birmington.
sorprendería también con inclinaciones artísticas, pero debía haberlo sos-
pechado. Solamente una persona sensible a las artes podía demostrar tanta Birmington esperó mientras George se acomodaba de nuevo en su
sensibilidad por sus semejantes. Aún así le parecía increíble. puesto; tosió para aclarar la garganta, más para llamar la atención que por
necesidad. Con semblante sereno sin nada que delatara la cólera de la no-
No podía quitar su vista de la figura de George en el órgano. Exhibía che anterior, inició la lectura del pasaje de la Biblia sobre el nacimiento
sin esfuerzo la misma seguridad en el teclado como en todos sus actos. Sus de Jesús. Siguió después relatando la pobreza en que llegó y vivió en el
dedos se deslizaban suaves sobre las teclas del órgano apenas rozándolas, mundo. Su humildad. Comparó la vida de Jesús con la vida que llevaban
mientras con los pies accionaba los pedales con el ritmo necesario para los esclavos fuera del África aprendiendo a adaptarse a otras costumbres.
lograr la melodía que inundaba el ambiente. Hizo énfasis en los sacrificios que Jesús padeció para redimir a los blancos
Lo había observado días antes, cuando con mano segura, cincel y mar- y negros, y por último, incapaz de perdonar y olvidar el pecado de la noche
tillo separó la tapa de un tanque de hierro y luego, al quedar destapada, lo pasada, sacó a relucir la imperdonable desobediencia que se demostraba, la
llenó de tierra y piedras hasta el borde. Tante, quien también vigilaba la ingratitud sin nombre cuando, después de descubrir en el nuevo mundo a
maniobra, llegó después con tres grandes piedras y las colocó encima, se- este salvador, se seguía con prácticas paganas obedeciendo recuerdos falsos.
parándolas entre sí; después colocó mucha leña entre las piedras y prendió George miraba a Elizabeth quien difícilmente lograba esquivar sus
aquello que parecía un altar de sacrificio. Al rato, cuando la leña se convirtió ojos. La invitación para cantar el himno de despedida tomó a George
en brasa, colocó las dos terceras partes en la tapa que George había lavado. desprevenido, actitud que hizo arquear en ademán de sorpresa las cejas
De la cocina trajo una olla enorme y la colocó sobre las piedras, esperó unos de Birmington. De pie se cantó “Adoremos al Dios de Israel”. Al final
minutos y cuando la sintió caliente colocó en ella una enorme masa de pan Birmington solicitó que, con los ojos cerrados, pa’ Hen, el esclavo mayor
y tapándola con la bandeja de brasa ardiendo la dejó sin cuidado alguno y de la finca de Chapman, los despidiera en oración: la oración fue más larga
al rato regresó y sacó el resultado: el delicioso pan de Navidad. que el sermón de Birmington, pero su sinceridad y el correcto inglés en que

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se elevó dejaron pensando a Elizabeth en la vida de todos, y que posible- —Muy interesante, George, creo que estoy comprendiendo al reverendo
mente tal vez, Dios era el único que comprendía la suya, tan complicada.
 Birmington.
Cuando abrió sus ojos, Birmington ya no estaba en el púlpito y ella se —¿Qué comprendes? ¿La competencia que existe entre el Dios de
encontraba sola con la mirada de todos encima, y que a pesar de sus amplias Birmington y los dioses negros, o tal vez apruebas la aniquilación de creen-
sonrisas la hacían sentirse cohibida. Buscó a George y tampoco lo encontró. cias, costumbres, tradiciones milenarias para favorecer la inversión de los
Descubrió a tante entre la multitud de caras negras y batas blancas, y ya amos?

se dirigía a ella cuando sintió que alguien la tomaba del brazo y le decía: —No quiero hablar más sobre el tema, solamente quisiera saber cómo
—Vamos, no temas, estás lívida. supiste que te gustaría y tendrías tanta facilidad para la música.

Dirigiéndola por el codo la llevó hacia la puerta lateral; a la salida escu- —La isla, Elizabeth, te obliga a todo. Hace descubrimientos pero tam-
charon a Birmington: bién logra aniquilar las mejores intenciones.


—¡Feliz Navidad... Feliz Navidad! —¿Quién te enseñó a tocar por notas?


—Felicitaciones, George, desconocía tu gusto por la música, la buena —Birmington, él toca muy bien, pero últimamente lo ha abandonado.

música, era lo único que faltaba en este paraíso. Ya estaba en el corredor o balcón de la casa y en vez de dirigirse a su ha-
—¿Qué consideras buena música, Elizabeth? bitación, ella entró con él a la sala. Ahí le decía mientras pasaba una mano
por la solapa del saco y la otra por su rostro:
—La inspiración de los grandes maestros, obras a prueba del tiempo.
—George, cualquier duda que hubiera existido respecto a nosotros y
—Elizabeth, entiendo a lo que te refieres pero no estoy de acuerdo; de- mi estadía definitiva en la isla quedó despejada hoy. Siento algo de lo cual
pende del fin que se persigue y la cultura donde se desarrolla; música mala estoy muy segura; es como el sentimiento que da la buena música, como lo
para ti bien podría ser buena música para otros. concibes tú y como yo lo reconozco.
—George, me refiero a la música que tú y yo entendemos y podemos Tante Friday se había detenido junto a Birmington en la puerta prin-
compartir. cipal de la iglesia, pero desde allí vio unas mangas vaporosas color azul
—Elizabeth, yo también entiendo y comparto la música de los esclavos. claro contra el saco azul oscuro de George, sospechó lo que podría estar
sucediendo o por suceder y temiendo que Birmington lo descubriera antes
—George, ¿quieres decir que te atreverías a comparar una cantata de
de tiempo, decidió entonar un grito prohibido en domingo: “¡Georgieee!...”
Bach con los lamentos escuchados anoche, que eso lo estima- rías también
Ella lo había sospechado desde hacia días y esta mañana los había encon-
como buena música?
trado definitivamente distintos.
—Sí, Elizabeth, es la expresión de una cultura a prueba del tiempo, dis-
La detestable llamada de tante, de la que se salvaba únicamente en do-
tancia, prohibiciones e imposiciones. Y persigue un fin bien definido.
mingo, los obligó a separarse, pero con una mano George la siguió rete-
—¿Qué persiguen los esclavos con sus lamentos? niendo posesivamente mientras con la otra le tomaba el mentón.
—Es largo de explicar pero, en síntesis, para ellos el ritmo y la música es —Elizabeth, llegaste a mi mundo sin invitación, mas no te dejaré salir.
el estado de éxtasis que comunica al hombre vivo con el muerto, o sea con
—Lo mismo pensaba yo —dijo ella, mientras se separaba de él y corría
los espíritus de sus antepasados y por medio de ellos con sus dioses Omulú,
a su habitación.

Obatala, Changó, Oba, etc.
Birmington se pasó la tarde repasando de Biblia en mano, el nacimiento
de Jesús. Elizabeth, sabiendo que el domingo era un día en que el reverendo

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no permitía hablar nada que no fuera relacionado con el tema religioso, se —Di lo que quieras, George —intervino Birmington—. Los esclavos
acostó después del almuerzo y poco después quedó vencida por el sueño. del continente han recibido la libertad y aquí también se tocará la campana
George, mientras tanto, miraba desde su catre en el segundo piso su de la libertad y todo lo demás vendrá con ella.
ropa provisionalmente colgada por el techo, de los clavos que sobresalían —Pienso mucho en la condición en que se enfrentarán a esa libertad, pa’
de las vigas. Un sinnúmero de objetos recogidos en los encallamientos de Joe. Despojos humanos, sin fortaleza para luchar, en un mundo que seguirá
naves y cuyo valor desconocía, sus libros y nada más. despreciándolos, esclavizados después a costumbres ajenas, sin orgullo de sí
—Dios mío —pensaba— ¿qué tengo que ofrecer? Ni siquiera un apelli- mismos y de su raza y sus tradiciones.
do. No tengo capital. ¿Que haré? ¿Qué puedo hacer? Después de un silencio que ni Birmington ni Elizabeth se atrevieron
Pensó en la posibilidad de solicitar trabajo a Richard Bennet, pero lo a despejar, George se levantó diciendo que iría a la plantación de Richard
descartó por ridículo, sería sentar un precedente y además ninguno de los Bennet. Ya se retiraba cuando Elizabeth preguntó:
otros lo aprobaría. De todos modos lo haría. Después, le pediría a Elizabeth —¿Puedo acompañarte?
que se casara con él. Birmington arqueó las cejas mientras los miraba ir. Una voz que reco-
La voz de George comentando la asistencia con el reverendo Birmington nocía muy bien le decía que no debería permitir este paseo, pero decidió
llegó hasta Elizabeth y de inmediato se levantó y salió en busca de ellos. descartarlo por ese día.
Probando suerte, haciendo la que no se acordaba del día de la semana, dijo: Caminaban por el sendero bajando la loma hacia el norte. Elizabeth
—Reverendo, antes de llegar los actuales plantadores, ¿quiénes vivían parecía feliz pasando sus manos sobre la vegetación que bordeaba todo el
en la isla?
 camino. Faltando poco por llegar se detuvo y mirando a su alrededor dijo:
—Hija, no es un tema para responder en domingo pero te diré. Durante —A tan poca distancia de la Misión la vegetación es completamente
siglos las islas estuvieron olvidadas, sólo quienes buscaban sitios estraté- distinta. Esta isla me tiene de sorpresa en sorpresa.
gicos para la piratería se acercaban, hasta que Hoag y los Golden después George la contemplaba. Se había cambiado el vestido de seda azul de la
de llegar a Providencia decidieron establecerse aquí por estar la isla menos mañana por una falda de algodón floreada y una blusa blanca ideal para el
habitada. Luego llegó Chapman y por último Bennet. Somos los que más paseo y, como todo lo que se ponía, le quedaban perfectas.
hemos resistido la dura vida de la isla.
Recordando su comentario sobre las islas comentó:

—¿Saben de la liberación de esclavos?
—la isla, como las personas, requiere mucha comunicación para saber en
—¿Quiénes? —preguntó Birmington—. ¿Esclavos y amos? realidad cómo es.

—Los amos, sí. Los esclavos... nunca se sabe, tienen una capacidad afor- Ella muy seria, mirando de reojo a George, preguntó:
tunada para reprimir sus sentimientos y negar sus conocimientos.
—George, ¿crees que nos conocemos lo suficiente los dos?
—Yo diría que afortunados, sí —interpuso George—. Están en una
isla donde son la mayoría. Por miedo a una reacción en masa sus amos —No hablemos por ahora de cuánto nos conocemos o mejor de lo que
han tenido que dejar la cadena más floja. De nada les serviría la libertad nos falta por conocer. El plantador Hoag también está curioso, no nos ha
sin la protección de esa libertad y el cumplimiento y respeto de los amos. quitado los binóculos de encima.
Además, lo más importante: la libertad sin tierras para trabajar es preferible —Entonces —dijo ella—, démosle algo qué mirar.
a la indignidad de la esclavitud.
—No —dijo George algo nervioso, alejándose hacia el borde del camino
y fingiendo observar el horizonte mientras decía—: No. Porque él puede

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decidir que tú no debes seguir viviendo en la Misión y eso —dijo en tono como si faltara algo para recibirlos, buscó afanado su pipa y del bolsillo la
muy serio—, no me gustaría. introdujo a la boca; pero antes de poderla encender, ya estaban a su lado.
Antes de proseguir la caminata, George de nuevo barrió con su vista el La devolvió al bolsillo de su camisa, mientras saludaba a Elizabeth con
horizonte mientras decía: una leve inclinación de cabeza y unas buenas tardes en respuesta al saludo
—Ni una nube para engañarnos. de ella. Hizo un rápido inventario de la ropa que llevaba puesta George,
desaprobando de inmediato la costumbre de éste de arremangarse la cami-
—George, ¿cuál es el afán de que aparezca una goleta? sa hasta el antebrazo y la igualmente descuidada costumbre de mantener
—De mi parte, no hay afán, Elizabeth. Es la fuerza de la costumbre. el cuello de la camisa desabotonado exhibiendo la camiseta que no lograba
Sinceramente no lo deseo y le temo al aviso del caracol. Por lo menos hasta tapar el musculoso torso.
que encuentre la respuesta a mis problemas.
—¿Qué problemas? ¿Se puede saber? ¿Te puedo ayudar?
—En una, sí.

Y sin titubear, observándola detenidamente, le propuso:
—Elizabeth Mayson, ¿compartirías tu vida conmigo?
Ella, entre sorprendida y turbada logró decir:
—¿Cómo se te ocurre hacerme esa pregunta cuando tenemos como ca-
ñones dos binóculos apuntando hacia nosotros? Te daré la respuesta cuan-
do estemos fuera del alcance de los curiosos.
—Esperaré con ansia... —dijo él mientras la miraba fijamente con de-
seos de llevarla a sus brazos.
Tanto Richard Bennet como Harold Hoag miraban cada movimiento
de la pareja; mientras el primero comprendía sin escuchar lo que hablaban,
el segundo se enfurecía a la par de los pasos que daban juntos George y
Elizabeth.
—Una imprudencia imperdonable de Birmington —decía Hoag—.
Emma, ven, mira a dónde nos está llevando Bennet.
—¡Harold! —gritó ella—, tenemos que hacer algo. No podemos per-
mitir que ni en sueños vaya ese negro a abrigar pretensiones equivocadas
respecto a esa mujer.
—Claro que lo haré. Y hoy mismo.
Cuando pasaron del camino a los predios de Bennet, éste dejó los bi-
nóculos a un lado y haciendo señas les dijo que subieran al segundo piso y

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CAPÍTULO 12 —Él finge, duda de los dos, Elizabeth. Es su excusa para demorar las
El primer jornalero cosas y atreverse a solicitarte en matrimonio.
—¡Qué dices!
—Es la costumbre, Elizabeth. Eso de que te cree caprichosa, dispuesta a
aventurarte en lo desconocido por miedo a enfrentarte a tu mundo, es pura
farsa. Lo que no ha querido confesar es que siente que no sea con él con
quien desearías pasar la aventura. Y de mí, piensa que soy un rebelde algo
domado por Birmington, decidido con tu apoyo a desafiar convenciona-
—¿Por qué subiste el puente?
 lismos sociales en mi afán por demostrar mi igualdad social y mi libertad.
—Para que no puedas cruzarlo de regreso.
 —George, ¿quieres saber lo que pienso yo, teniendo en cuenta dónde te
Se incorporó del arenoso piso donde se había sentado y mientras lo encuentras y con quién?
besaba decía:
 —Sí, Elizabeth. Quiero saber qué opinas de todo esto.
—Sí. Nos quedaremos aquí, no volveremos nunca.
 —George, creo que no te acepto eso de los sentimientos indecorosos de
—Sí volveremos Elizabeth —decía él mirándola fijamente— porque de Bennet. El no quiere más problemas de los que ya tiene, él me desprecia
amor no podemos vivir, pero volveremos unidos, yo como tu marido y tú con mucha elegancia y buenas maneras. Para él como persona no existo,
como mi mujer. pero el problema que podrían generar mis planes o nuestros planes, es algo
que él no está completamente preparado para resolver. Respecto a ti, qui-
—¡George! —exclamó ella y luego el eco del lago repitió— ¡George! siera hacerte una pregunta y con ella sabré si Bennet tiene razón en dudar
...hablas como un hombre de las cavernas. de tu sinceridad.
—Luego —dijo él— ¿no era en serio eso de que no volveríamos nunca? George la miraba sonriendo, mientras decía:

Y eso de salvaje irracional, que es lo mismo que cavernícola, te lo acepto.
Siempre que la razón, el respeto y la justicia se nos niegan surge en nosotros —La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
un sentimiento, el instinto inicial tal vez, que era sin duda lo que goberna- —George, ¿te gustaría que la miscegenación de la raza negra con la
ba el comportamiento de los cavernícolas, un sentimiento que no miente, blanca fuera total?

no engaña, hace caso omiso de los convencionalismos, irrespeta principios
—No. Absolutamente no. ¡Jamás! Sería extinguir cobardemente valiosas
morales, pero no se equivoca.
raíces de una cultura, de nuestro pasado. Toda una raza.
Seguidamente sacó de su bolsillo una pipa y la prendió.
—Entonces, ¿por qué no practicas lo que predicas?

—Nunca te había visto fumar.

—Dios mío, Elizabeth... ¿crees acaso que no lo he pensado? Pero llegas-
—Nunca fumo en público.
 te a esta isla para echar por tierra todos mis planes y deseos al respecto y de
—¿Por qué? todos los que vivimos aquí... ¿Ahora qué dices?
—No me parece correcto. —George, para una aceptación por parte de cualquier grupo, como de-
cía mi padre, el primero que tiene que aceptarse como igual, es el mismo
—George, por lo que has dicho, ¿crees acaso que Bennet no es sincero, que se deja condenar al desprecio. Tiene que convencerse de que es igual y
que no cumplirá su palabra? portarse de esa forma.

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—Elizabeth, los esclavos no están condenados únicamente a trabajar una inseguridad lamentable y vergonzosa de su personalidad y, por último,
sin pago y al desprecio de sus amos, también su libertad de sentirse como como es natural y lógico, su comportamiento obedece a una derrota. Le he
seres humanos está prohibida. Claro está... menos en un aspecto: tienen ganado la partida. Secretamente abrigaba la esperanza de lograr el valor de
el derecho a adorar al mismo Dios de sus amos y es muy difícil para ellos proponer usted matrimonio a Elizabeth.
entender la división en todo lo terrenal. Elizabeth, con los ojos inmensamente brillantes los miró y sin decir
—George —decía ella—, sin duda alguna, algunos iremos a la tumba nada se zafó del brazo de George y corrió a su habitación. George bajó su
sin lograr cambiar en cuanto a eso la manera de pensar de los menos crea- mano de los hombros de Birmington mientras decía:
tivos, los que no logran salirse del molde donde fueron creados. Pero la gran —No me siento orgulloso de lo que usted me provocó a decir, es más, le
mayoría, los audaces como nosotros, que hemos logrado comprender la debo mucho más de lo que todos sospechan.
ridiculez de esas enseñanzas, escaparemos. Nosotros iniciaremos en la isla
una sociedad capaz de distinguir algo más que el color de las personas. Una George, sin esperar otro comentario, subió al segundo piso de la casa
sociedad que escuchará más de lo que mira. George, estoy completamente pensando que faltaban aún cuatro más a quienes encarar.
feliz con el mundo que me ayudaste a descubrir, del respeto que nos profe- Birmington, arrastrando el silencio de las palabras de George, salió ha-
samos, de la sublime visión que sueño que será la vida a tu lado en esta isla. cia el balcón. Ahí lo encontró Elizabeth cuando salió cambiada para acom-
—Y claro, con amor ustedes podrán enfrentarse a la vergüenza y el es- pañar a George a la plantación de Bennet. Acercándose hacia él, le dijo:
carnio de los cuales serán blanco a donde vayan... —Compréndanos reverendo, usted más que ninguno está en capacidad
—Sí, reverendo, con amor venceremos todos los obstáculos. De amar no de hacerlo.
debe nadie avergonzarse, yo amo a George y me es indiferente el ciego y Birmington, mirándola con rabia, increpó:
estrecho criterio del resto del mundo.
—¿Está usted ciega? El no la quiere, busca vengar en usted el padre que
George se devolvió muy despacio, se acercó a Elizabeth y rodeándola jamás conocerá y el desprecio que siente a una de las razas de su origen.
por la cintura con un brazo mientras con el otro sostenía el hombro de
—Reverendo —dijo ella—, si el padre de George no se ha presentado
Birmington, dijo:

para verificar el resultado de su villanía es porque es un cobarde. No sé que
—Desde que lo conozco lo he oído predicar sobre el amor a nuestros se- opina George, pero en mi caso, yo preferiría que quedara en el anonimato,
mejantes, sobre la igualdad que debe existir entre los grupos, hijos de Dios y si piensa usted que me inquieta que mis hijos no tendrán apellido, se
todos. Decía usted: “Es la prueba máxima de que obedecemos a Dios”. equivoca. Llevarán el mío, el de mi padre. Él sí fue un valiente. Y lo llevará
¿Dónde están ahora sus convicciones, su amor pa’ Joe? “Ámalos...” decía George también si lo acepta. Pero, ¿qué importa un apellido?
usted, “...aunque la blancura de su piel les ciegue, ámalos...” gritaba “...es el
George había bajado y Birmington lo miró y sacudiendo la cabeza como
mandato divino”. ¿No fueron esas sus palabras año tras año? De lo que no
en busca de más improperios, a la vez que apuntaba con el dedo hacia
me había dado cuenta antes era de que predicaba usted igualdad y amor en
Elizabeth.
una vida servil. Pero jamás en libertad o en la vida íntima de dos personas
de madurez y educación más que comprobada. —Ella —decía— busca en ti lo prohibido, en su mente inmadura y
llena de fantasía busca sexo erótico, pecaminoso y prohibido para nuestra
Y continuó:
civilización.
—Usted lo sabe muy bien, hay dos razones que lo han impulsado a
George, ofreciendo su mano a Elizabeth que miraba a Birming- ton
comportarse en la forma que lo está haciendo: no ha podido usted arrancar
espantada, dijo apenas:
perjuicios y convencionalismos absurdos, estúpidos, crueles y anticristianos
de su vida, que nada han contribuido a su felicidad, es más, han acrecentado

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—Hasta luego pa’ Joe. Necesita descansar y meditar sobre todo lo dicho. CAPÍTULO 13

No tengo la menor duda de que cambiará de opinión sobre nosotros. Las La “deliverance”
mentes creadoras, los espíritus artísticos sobreviven las malas crianzas. Nos
amamos, y nada ni nadie podrá ya impedirlo.
Los observó salir de la casa, del patio y tomar el camino hacia el norte,
con el más silencioso desprecio que solamente las almas frustradas y ven-
gativas saben imponer.
—George —decía Elizabeth— fuiste injusto con él.
—Bennet, su incursión en terreno prohibido desde la primera noche de
—Elizabeth, he vivido treinta años al lado de estos cinco hombres, los su llegada a la isla, la noche cuando, según cuentan, todos probaron del pri-
conozco más de lo que ellos mismos se conocen. Además, puso mucho mer demi-john encontrado, no tuvo consecuencias entonces, como tampoco
énfasis en descartar mis acusaciones ¿verdad? No quería herirlo pero él lo durante todos estos años. Una bendición para usted, una lástima para mí.
provocó.
Richard Bennet bajó la cabeza y sin palabras se devolvió al balcón en
compañía de los otros, sentía que su mundo se desplomaba y lo arrastraba
merecidamente. Necesitaba de un brazo más fuerte para detenerlo y sabía
dónde encontrarlo, pero con los acontecimientos desatados no estaba tan
seguro. De todos modos lo buscaría.
A las dos de la tarde, los más de doscientos esclavos esperaban como
una alfombra humana frente a la Misión. En el balcón, sentados en fila,
esperaban la sentencia los cinco plantadores, tres esposas y Birmington.
En otra mesa, muchos papeles, plumas, tintas y almohadillas para quienes
no sabían firmar; los tres visitantes, Elizabeth y George. Algo retirados, los
veinte esclavos, el capitán y los perros.
El doctor Venecia, con una hoja de papel donde había garabateado unas
líneas, se levantó e hizo ademán para que todos los presentes hicieran lo
mismo. Inició su anuncio en castellano con Elizabeth traduciendo al inglés
y George al dialecto ideado por los esclavos.
—He sido nombrado prefecto del archipiélago por el virreinato de la
Nueva Granada el 20 de diciembre y habiendo encontrado que aún existe
en estas islas el denigrante estado de esclavitud de la mayoría de la po-
blación, les informo que la esclavitud fue abolida en tierra firme y yo os
declaro igualmente en libertad. A cada cabeza de familia se le entregará
suficiente tierra para cultivar y desde hoy en adelante sus únicos protectores
a quienes deben rendir tributo y fidelidad es a la Iglesia Católica Romana
y al Gobierno de la Nueva Granada. Desde este momento la bandera del
Reino ondeará sobre este territorio.

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Seguidamente, el tercero del grupo a quien le decían ayudante, se le- —”Amaaazing Graaace how sweet the sound that saved a wretch like meee…
vantó y enterró el asta con la bandera frente a los espantados ojos de los thru many dangers, toils and snares I have already come... ‘tis grace hath brought
esclavos. El doctor Pereira siguió: me safe thus far, and grace will lead me home... (“Tu gracia recibí, dulzura y
—Sus antiguos amos están en la misma obligación que sus antiguos es- luz. Yo nunca merecí tanto amor... tardamos en captar el mensaje de amor
clavos y se les permitirá mantener únicamente la cuarta parte de las tierras que tú me enseñaste en la cruz... dos mil años de error, veinte siglos de ho-
en su posesión. Podrán quedarse en las islas, siempre y cuando acaten las rror y la verdad triunfó...”).
leyes.
—Viva la libertad! —gritó el doctor Venecia, pero la respuesta se escu-
chó únicamente de sus dos compañeros:
—¡Viva!

Nadie se movió, nadie habló, nadie pensó.
El único que se atrevió como
un autómata a dirigirse al templo, fue Birmington.

Aquélla fue la tarde más triste de la isla. Les había llegado a los esclavos
el permiso de vivir pero las cicatrices de la esclavitud en sus sentimien-
tos habían llegado tan hondas, petrificadas como el coral que formaba la
isla misma, que desconocían el sentimiento que correspondía a la noticia
recibida.
De pronto, desgarrando el silencio del ambiente, repicó la campana del
templo, tímidamente al principio y después con energía. El sonido que
igualmente desconocían en la isla logró arrancar un sudor frío seguido de
un sentimiento cual si la sangre les hirviera.
Esclavos y amos fijaron su vista en el campanario. Todo el ambiente pa-
recía repetir el “dong..., dong..., dong...” de la campana que arrancó desde
lo más hondo el sentimiento que las palabras del doctor Venecia, Elizabeth
y George no habían logrado, y la realidad golpeó con dolor. En sus rostros
rodaron las lágrimas como las olas en las rocas.
Tante Friday llegó justo a tiempo para recibir el cuerpo casi sin vida de
Birmington que rodaba por la escalerilla del campanario. Sentada con él en
el piso del templo, aflojaba desesperadamente su corbata para que pudiera
recuperar la respiración, Birmington aprovechó sus últimos segundos para
mirarla y dijo:
—No give up, tante Friday, no give up...

Tante no respondió y mirando fijamente a su pa’ Joe entonó:

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Sail Ahoy!!!
¡Vela a la vista!
CAPÍTULO I

Tres monjas en una goleta

Y pensó: “Menos mal que no vio el ciempiés que ella creyó ver paseándose
por el piso”.
Barba Negra, en su papel de mozo de cabina, todas las mañanas y todas
las tardes les llevaba agua fresca en una ponchera y en las bacinillas.
La señora Ercilia les había dado señas del propósito de cada una, y sin
aspavientos ella por lo menos obedecía al pie de la letra.
Los marineros y la señora Ercilia pasaron el sábado cantando, y así como
dieron la bienvenida al día, también lo despidieron.
El domingo hubo mucho movimiento en la nave; limpiaban, lavaban
pisos y hablaban bastante; a veces los entendía y otras no. No volvió a ver
al atrevido de Barba Negra por varias horas, y otro marinero las atendió,
pero cuando escuchó su voz la noche del domingo, le recorrió el cuerpo un
sentimiento que la hizo sonreír.
Barba Negra, como ella le decía, bajó para hablar con la señora Ercilia,
pero ella mantuvo su vista hacia la pared. Pudo escuchar muy bien cuando
él le preguntó a la señora:
—How are things down here?
Ella le respondió:
—Hay solamente una viva; las otras dos están casi muertas.
El preguntó:
— ¿Cuál? ¿La bonita? ¿La que me gusta?
A esto la señora Ercilia le dijo:
—Mate, be careful with your words!—Y añadió—: No se te olvide que
dentro de poco serás un hombre casado.
A lo que él respondió:

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—Posiblemente el infierno se enfríe antes de eso. Él nada dijo al comentario; siguió cantando I’m confessin’ that I love
—Atrevido —pensó la hermana María José. you, acariciando con sus dedos las cuerdas de la guitarra y dibujando en su
mente lo único que se dejaba ver de la hermana María José: su cara de un
Mate, ¿así le decían a Barba Negra? El mate en el barco que la trajo de óvalo perfecto, sus vivos ojos ámbar y esa boca que ella de vez en cuando
Europa era el segundo al mando. Bueno, tal vez él lo era, pero, ¿qué hacía abría para saborear las gotas de mar que la salpicaban. A buena hora había
limpiando bacinillas? abandonado los truculentos zapatos y andaba descalza.
Ese día, como el día anterior, almorzó fríjoles. Las hermanas seguían Ahora la hermana María José, acostada en su camarote, lloraba; no sa-
con su dieta de té de Promenta, y seguramente para evitar el problema bía si sus lágrimas eran por un sueño imposible, por una ilusión, o eran de
en que ella se encontraba (¿dónde estaba el baño?), decidió consultar a la esperanza. Sin saber que lo necesitaba, había tropezado contra su voluntad
señora Ercilia, a quien había visto subir con un rollo de papel higiénico. con una forma de pensar y vivir que no cambiaría por nada en el inun-
Caminó hacia la cabina del capitán y tocó quedamente la puerta. La se- do. Ignoraba que existía, pero sabía que le era prohibido; sin embargo no
ñora se levantó y la hermana María José le preguntó dónde estaba el baño, permitiría que nada ni nadie, hábito, rosario, juramentos o familia, interfi-
mientras le mostraba el rollo de papel higiénico. La señora, muy amable, rieran. Cuando subió a bordo, jamás pensó que estas tablas que formaban
cogió el rollo con una mano y tomó el brazo de la hermana María José con ni más ni menos que una balsa grande, que en un principio vio como una
la otra, y juntas subieron las escaleras hasta la cubierta de la goleta. Luego amenaza a su vida, llegarían a hacerla descubrir, como se verá más adelante,
de caminar entre bultos y cajas, la señora Ercilia abrió la puerta de algo que una etapa desconocida de su vida.
tenía forma de una caja grande, pegada al borde de la nave. Ella entró, pero
por la vergüenza que sintió le dieron ganas de tirarse al mar por el hueco La siguiente noche armó su cama encima del techo de la cabina, muy
de una plataforma que servía como asiento de inodoro, y que estaba a me- cerca de la entrada de la misma para poder escuchar a sus compañeras, y
nos de dos metros de las frías aguas del océano. A su salida, sin ninguna se dispuso a dormir aprovechando la brisa fresca, el olor de mar, el quejar
complicación, la señora Ercilia le hizo poner los brazos por la borda, le dio de las velas. A su lado se sentó Barba Negra con la guitarra, y se inició el
jabón y le derramó agua de una totuma. concierto acostumbrado. Todos, apostados en la escotilla, en la cocina, en-
cima de la cabina, en distintos sitios, cantaban en coro. De pronto, Henley
Mientras la hermana María José lavaba sus manos, decidió que nada, la miró y le dijo:
absolutamente nada en este mundo, podría igualar esta vitrina a su priva-
cidad. Ella dio las gracias y bajó otra vez a su camarote; la señora se quedó —Hermana María José, cántenos algo.
arriba conversando con su marido. Ella sonrió, se incorporó, dobló las piernas para acomodar la guitarra,
A la noche, tan pronto salió la Luna iluminando hasta la cabina, los ma- extendió su mano para recibirla, pasó los dedos por las cuerdas, hizo unos
rineros iniciaron también la serenata. En esta ocasión cantaban canciones cambios en los tonos y cantó When irish eyes are smiling.
de Norteamérica, canciones que ella conocía. Decidió subir. También los Todos quedaron sorprendidos, y ella jamás pensó que años de clases de
acompañaba una guitarra, y se sorprendió al descubrir que quien la tocaba canto y guitarra terminarían haciendo su debut en una goleta en la inmen-
era Barba Negra, mientras Black Tom, el cocinero, lo acompañaba con una sidad del océano. Henley estaba estupefacto; su modo de tocar, su voz, lo
dulzaina. Se quedó escuchando hasta las doce, cuando la señora Ercilia cautivaron definitivamente. Los aplausos fueron largos y sinceros, hasta el
decidió bajar a dormir. crujir constante de la vela al ser zarandeada por el viento parecía formar
Ella se dio cuenta de que Barba Negra le dedicaba canciones, como parte de la ovación. Henley se limitó a mirarla. No aplaudió. Estaba com-
Don’t blame me: la cantó mirándola. Ello no pasó inadvertido para la se- pletamente apabullado. Alcanzó a decir:
ñora Ercilia, quien en uno de los descansos le dijo: — ¿Do you speak English?
—Mate, don’t hang your hat higher than you can reach it. Ella respondió:

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— Yes. que buscaría la forma de conocerla. Aunque era un desafío a lo imposible,
Le devolvió la guitarra, y él de inmediato inició Lec me call you sweet esa mujer le gustaba.
heart. Todos a bordo se dieron cuenta de que era una declaración de amor. Admiró su porte que escondía tras el hábito. Y la sonrisa, lo único que
Afortunadamente, por la oscuridad, nadie pudo ver la emoción en la cara regaló a los niños que le cargaron las maletas. Sin que ellas se diesen cuen-
de la hermana. La hermana María José, aunque completamente ta, cuando los niños pasaron cerca de él y lo saludaron “iHola, Capi!”, los
turbada, se quedó en el techo de la cabina, y Barba Negra, o Henley, llamó y les dio diez centavos a cada uno.
como escuchó que lo llamaban, se quedó a su lado cantando. Ese martes en la noche no hubo serenatas. Estaban todos como búhos
Entre otras canciones, Henley cantó Blue skies y I’m confessing that I love mirando el horizonte, apostando quién divisaba primero a luz de la iglesia.
you, y ella siguió con They say it’s wonderfud, y lo acompañó tocando en — Land ahoy! gritó alguien, pero no fue posible aceptarlo hasta horas
varias ocasiones mientras él cantaba I love you, can’t begin to tell you y Don’ después, las estrellas a veces jugaban una mala pasada, igual que otras go-
t blame me. letas o pescadores.
En la cocina estaba Black Tom preparándose un café cuando escuchó Cuando al fin se dijo que en verdad era la luz de la iglesia, la herma-
que ella lo llamó: na María José bajó de inmediato y llegó a los camarotes de las hermanas
— Mr. Tom, ¿me regala un café? Susana Inés y Aura María a avisarles que ya habían llegado. Como un mi-
lagro, las dos se sentaron, y ella logró con mucho trabajo hacerlas caminar
Agradecida, tocó y cantó Somctimes I feel like a motherless child, con el hasta las escaleras para que desde allí vieran la lucecita a lo lejos; las her-
acento tradicional de los negros del sur de los Estados Unidos. manas no resistieron el cambio y tuvieron que volver a sus camarotes. Ella,
Cuando el sueño, debido al constante balanceo de la nave, la venció, mientras tanto, se quedó sentada en las escaleras de la cabina observando
allí se quedó. Sonó la campana de guardia, y Henley se levantó y tomó el cómo Henley miraba la brújula, miraba las olas, daba vuelta al timón, mi-
mando, pero sin quitar sus ojos de encima de aquel bultito blanco que la raba las velas... y la miraba a ella. La hermana María José trataba de desviar
Luna alumbraba, la brisa refrescaba y de vez en cuando el mar salpicaba. Ya su vista, pero lo sentía como un imán que no le permitía siquiera bajar a su
la sentía su responsabilidad. camarote.
El martes muy temprano uno de los marineros pescó un pargo rojo, y el La guardia cambió a las doce. Henley se acercó, y ofreciendo su mano la
menú se cambió por pescado fresco acompañado de arroz y plátanos fritos. invitó a pasar al techo de la cabina. Subieron, y por primera vez sostuvieron
una conversación. Henley le dijo:
Henley no abandonó su oficio de mozo de cabina, desocupaba bacinillas
y les llevaba la comida. Lo que ella en ningún momento sospechó fue que —Tal vez es su última noche en alta mar, con un poco de brisa confir-
Henley le había solicitado a su tío, el capitán Tim, maremos la luz de la iglesia de San Andrés, y mañana en la madrugada
estaremos llegando.
que le permitiera atender a las hermanas. Además, le había regalado
cinco pesos al marinero encargado de la cabina. En la iglesia bautista de La Loma siempre se deja por la noche una
linterna de queroseno prendida para que los navegantes puedan calcular la
La tarde en que ellas se disponían a embarcar, Henley llegaba a la goleta
entrada a la bahía y protegerse de la barrera coralina que la encierra. Claro
cuando las vio; alguien lo detuvo, pero no quitó su mirada de las monjas.
que cuentan que hace unas décadas no fueron pocas las ocasiones en que
No podía creer que se atreverían a viajar en la goleta. Le llamó la atención
la linterna se apagó accidentalmente o a propósito, especialmente cuando
la más alta. Cuando la hermana María José volteó y despidió a los niños
eran naves extrañas, obligándolas a encallarse sobre los arrecifes, lo cual
con una sonrisa, él sintió de inmediato una atracción hacia ella, y decidió
terminaba en bonanza para la población.

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Ella, al igual que él, pensaba que no le hubiera importado que el viaje En la cabina del capitán, la señora Ercilia le decía a su marido:
siguiera hasta el fin del mundo. Al escucharlo hablar, le preguntó el porqué —Tim, ¿te has dado cuenta de que Henley está enamorado de esa monja?
de la diferencia entre el inglés que hablaba él, el que hablaba el capitán, el
que escuchaba a la señora Ercilia y el que hablaba el resto de la tripulación. El respondió:
El le explicó que el capitán y la señora Ercilia crecieron y se educaron en —¿Acaso soy ciego? No solamente él; todos los hombres de esta goleta.
Providencia, donde recibieron instrucción en un inglés legado que dejaron No. Menos uno, Black Tom; es el único que la mira con ojos de padre, y yo,
los puritanos. Black Tom, el cocinero, hablaba en el dialecto que los negros por supuesto.
habían ideado para comunicarse entre sí. Y los otros cuatro marineros y
— Pero a Henley lo casarán en este viaje, respondió ella.
Otto tenían una mezcla del inglés dejado por los puritanos y el dialecto de
los negros. Él vivió y estudió en Panamá, en la zona del canal, y pasó cuatro — Eso, dijo él, está por verse. Nunca en estos tres años viajando con él, y
años en los con encuentros ton mujeres por docenas, lo había visto tan preocupado por
una. Será por lo imposible de la situación, pero esta vez tragó el anzuelo y
Estados Unidos. Entonces Henley decidió hacer las preguntas que le
lo tiene en la garganta bien cogido. Y lo peor es que ella igualmente se ha
habían intrigado desde que la ¿enlació:
dejado turbar de Henley.
— ¿Cuánto hace que entró al convento? ¿Dónde aprendió inglés?
— ¿Y te has dado cuenta —decía la señora Ercilia— de que ella habla
Y se enteró de que ella vivió en Vermont mientras él estuvo en IvIaryland. el inglés igual que él?
También le averiguó sobre su venida a San Andrés, y hasta se atrevió a
Ya para el amanecer, la isla se divisaba como una alargada nube más
preguntarle:
oscura que las demás a flor del horizonte, pero a medida que la goleta
— ¿Siente que todavía tiene vocación de monja? avanzaba fue tomando forma y color. Pasaron por lo que el capitán dijo era
A lo que ella respondió: East Southeast Cay (Cayo Bolívar) y después aparecieron los tenebrosos
arrecifes. Entraron y fondearon en la bahía de North End a las siete de la
—No hay santo sin tentación. mañana, bajaron el resto de las velas, y la hermana María José sintió mucha
Siguieron hablando sobre las islas, y en definitiva de qué nacionalidad emoción cuando vio izar la bandera colombiana
era él y qué sentía respecto a Colombia. Él reconoció que sabía y conocía en el mástil de la vela de mesana. Todos los hombres, menos el capitán,
muy poco de Colombia, y explicó que para los providencianos los países se tiraron a bañarse en el mar, y a la subida tomaron un balde de agua dulce
a dónde recurrir para trabajo, estudio o salud eran los Estados Unidos o y se quitaron la sal y así se quedaron; el único en ponerse una camiseta fue
Panamá. El isleño admiraba el poder de los norteamericanos, aunque re- Henley.
conoció que existía una gran diferencia entre la simpatía que sentía el is-
leño por los norteamericanos y lo que éstos sentían por ellos o, en general, Las hermanas, tambaleándose, lograron poner en orden sus cosas y su
por la gente del Caribe. No todos recibían la misma admiración o respeto. vestimenta, y con ayuda de la señora Ercilia subieron a la cubierta. La her-
Ninguno de los dos dieron vuelta a las páginas del pasado o de sus vidas mana María José lentamente recogía y trataba de alistarse. Miró su hábito,
personales, y menos de la atracción mutua que habían descubierto. Las la toca, el cíngulo, su misal, el rosario, y rodó por su mente un deseo per-
campanas del cambio de guardia de las cuatro de la madrugada sonaron, y verso, que el lugar de ellos era la inmensidad del océano, pero decidió que
ella hizo ademán de levantarse, pero Henley la tomó de las manos y le dijo nadie podía contra el destino, y seguiría el camino trazado. Además, ¿quién
en inglés: era este hombre del que se había enamorado? De él nada sabía. Y hasta
llegó a culpar al ambiente que le rodeaba de los sentimientos que la arras-
— Please, stay. traban, pero de algo estaba segura: se había enamorado locamente de Barba
Ella no obedeció y bajó a su camarote. Negra, ¿o Henley qué? Del mate de la goleta, del mozo de cabina que sen-

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tía que la dejaba sin palabras cada vez que la miraba con sus intensos ojos Eran las palabras de Abraham Lincoln. El padre José giró la cabeza y
grises a veces tiernos y otras inevitablemente atrevidos. la miró, a la vez que pensaba que el viaje sin duda la había afectado. Ella
El trabajo en la goleta se triplicó y todos hacían lo propio. Ella fue la miró a bordo y se dio cuenta de que Henley seguía en el mismo lugar, mi-
única en aceptar el desayuno, aunque esta vez lo trajo otro marinero. Henley rándolos partir, y no pudo retener las lágrimas que afortunadamente fueron
estaba ocupado dando órdenes, mientras el capitán alistaba los documentos recibidas igualmente con el salpicar de las olas, por la inexperiencia del
de rigor. padre José como remero. Pensaba en lo que una vez una viejita le dijo en su
escuela de equitación en Vermont:
Los primeros en llegar a la nave fueron el capitán de puerto y las auto-
ridades de sanidad. Saludaron, tomaron la lista de pasajeros y tripulantes, — Jamás el sentimiento de amor sincero se queda sin satisfacer; podrán
y recibieron el correo. Esperando estaba igualmente otra canoa con un pasar años pero él, como todo lo que gira alrededor del mundo, busca reen-
sacerdote y un joven. Subieron a bordo, saludaron al capitán y dieron la contrarse para la dicha suprema o la desgracia.
bienvenida a las dos monjas, que parecían a punto de desmayar. La herma- ¿Cuán cierto será eso? —se preguntaba—. Dejémoslo al destino.
na María José, al escuchar la voz con acento español, subió y se presentó. El
padre la miró y dijo:
— iEh, Ave María, hija! A diferencia de sus compañeras, su merced está
muy bien.
Ella respondió:
— A Dios gracias, padre.
Las hermanas Susana Inés y Aura María bajaron por la “escalera de
Jacob”, cuatro tablas sostenidas por cabuya en forma de escalera que se
ajusta desde la amura cuando la goleta está fondeada y no es posible sacar la
pasarela de desembarco. El padre siguió detrás de ellas. La hermana María
José se estaba despidiendo del capitán y la señora Ercilia; caminaba a babor
hacia la bajada, cuando se dio cuenta de que todos los marineros la mira-
ban. Juntó las dos manos en un puño, y levantándolo dijo:
—Good bye —y ellos le respondieron en la misma forma.
En la escalera estaba Henley, quien le dio la mano y la ayudó a bajar has-
ta la canoa. El joven que acompañaba al padre empujó con el remo contra
el costado de la goleta para que la canoa se apartara, y empezó a remar con
el padre José. La hermana María José dio media vuelta y observó el nom-
bre de la goleta pintado en la popa: Endurance, San Andrés y Providencia,
Colombia. Y ella recordó y repitió:
— Now we are engaged in a great civil war, testing whether that nation or
any nation so conceived and so dedicated can long endure.

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Capítulo II El padre le dio como penitencia que de todos modos —mientras decidía
El convento su confusión— rezara diariamente un rosario, además de los programados
por la comunidad.
La hermana María José comulgó, y después de la misa le informaron que
su tarea en el convento sería la de abastecer de comida suficiente a las mon-
jas y a las tres huérfanas que vivían allí y, claro, a la cocinera y a la señora
que lavaba la ropa. Le mostraron un cuarto al principio de la cabeza de la T,
que se utilizaba como despensa de la comida. Éste tenía una puerta y una
Después de un buen baño —claro, sin regadera—, y desde una tina con ventana, y como quedaba exactamente debajo de las escaleras del segundo
agua y una totuma, repicó la campana varias veces, y como sólo eran las diez piso, caminar en él era muy difícil para una persona tan alta como ella, pero
de la mañana, la hermana María José supuso que era para que se reunieran el olor a cebolla y papas podridas la hizo sonreír; era oscuro, incómodo y
a comer las onces. caliente. Miraba a su alrededor y pensó: “Así debió sentirse la Cenicienta”.
Cada vez que tocaban la campana había que poner atención, pues no Allí estaba, reflexionando sobre cómo proponer una mano de pintura
serían llamadas en voz alta ni irían a buscarlas. Una campanada correspon- blanca para aclarar el lugar, cuando apareció una niña de piel de azabache,
día a la Madre Superiora, Alicia Regina; dos, a la hermana Ana Inés; tres de unos doce años, de pelo en trencitas a ras del cuero cabelludo, una cara
campanadas, a la hermana Gloria María; cuatro, a la hermana Clementina de rasgos suaves y ojos vivos, que le dijo:
María; cinco, a la hermana Susana Inés; seis, a la hermana Aura María; y, Hermana María José, yo soy su ayudanta.
finalmente, siete para ella.
— Muy bien —le respondió ella—, ¿y cómo te llamas?
Aún sentía el movimiento de la nave, lo cual empeoraba su mal, pero
— Tina.
salió al balcón, caminó hasta las escaleras y bajó al encuentro de las otras.
Al reunirse en el refectorio, después del agradecimiento de lo que serían — Tina —lo repitió—. Entonces, ayudanta, nuestro primer trabajo será
las onces, una gelatina casera y leche americana enlatada mezclada con hacer un inventario. Busquemos un cuaderno y un lápiz.
agua, sus compañeras de viaje contaron con muchos detalles la experiencia Tina de inmediato le dijo:
del horrendo viaje, y allí fue cuando descubrió que las otras cuatro habían
llegado en un barco de guerra. “i Dios mío, qué lujo!” —pensó. Pero sabía — La Madre tiene muchos. El gobierno de Bogotá manda muchos úti-
que no hubiera cambiado por nada del mundo la incomodidad, la falta de les escolares, pero la Madre no los entrega a los colegios.
privacidad, los olores ni la comida de la Endurance. La hermana María José sonrió... y fue en busca del lápiz y del cuaderno
Después del almuerzo hicieron la siesta y recibieron permiso para orga- que la Madre Superiora le entregó de inmediato. Volvió a la despensa e ini-
nizar sus cosas y descansar el resto de la tarde. Cada una recibió un recli- ció el conteo de todo lo que había enlatado. Tina, sorprendida, le preguntó:
natorio en la iglesia para sus devociones, y la hermana María José guardó — ¿Y cómo sabe su merced qué son estas cosas? Las otras no sabían
en el suyo su misal y una astilla de madera que había recogido de la goleta. hasta que llegaron acá.
A la mañana siguiente hubo confesión y comunión en la misa de seis. Ella le explicó:
Ella se limitó a decirle al padre:
— Es que yo viví en los Estados Unidos y conocí estas cosas.
— Estoy confundida, y no creo que lo que siento sea pecado; no lo con-
Tina respondió:
fesaré hasta estar segura de que lo es.
— ¿Entonces su merced habla inglés?

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— Sí respondió ella. A lo que Tina dijo: — ¿Y tú, eres adventista? —preguntó la hermana María José.
— Aquí no lo puede hablar, está prohibido. — No, por eso estoy trabajando aquí —respondió Gilma.
— ¿Por qué? Informada más de lo que pensaba, la hermana María José decidió inda-
— Porque las hermanas no lo entienden. gar más sobre su nuevo trabajo y dejar la imagen de Henley Alva Brittany
para más tarde. Supo que tendrían que salir a comprar café, carne salada
Siguieron con el tonteo de latas de sopa, maíz, arvejas, leche, habichue- (que seguramente llegó con la goleta Endurance.
las, sardinas, carne salada, sopas vegetales, botellas de salsa de tomate, un
saco de harina, otro de arroz, uno de maíz, papas, un racimo de plátanos y Igualmente, pescado en salmuera y colitas y paticas de cerdo, que tam-
otro de banano, sal, azúcar. Al fin, dijo la hermana María José: bién llegaron de Colón, Panamá, en la Persistente.

— Café. No veo café y me muero por un tinto. Tina le contó que las salidas para las compras se hacían en compañía de
otra hermana, pero Gilma siempre se quejaba de que no sabían escoger y
— Vamos a la cocina. Gilma, la cocinera, siempre tiene café. la Madre Superiora había decidido mandar a alma, a la hermana encargada
La hermana María José aprovechó para conocer a Gilma y saber cómo de la despensa y a ella.
era el sistema de entrega de víveres para el consumo. — ¿Cuándo vamos, hermana María José? —preguntaba dando saltos la
Gilma recibió muy bien a la hermana María José. Desde el momento niña. Estaba deseosa, o tan deseosa como ella, de salir un rato del encierro.
en que supo que las otras la habían desterrado al lado sur del convento, al — Solicitaré permiso para mañana, Tina. Además, supongo que tendrá
lado de la bodega de útiles escolares y dotación de-la iglesia, ella se alió a su que ser cuando Gilma lo disponga.
bando, igual que Tina y la señora Inés, quien era la encargada de lavar para
las monjas y los padres. — Mañana, a las dos— dijo Gilma de inmediato.

La hermana María José agradeció el recibimiento de Gilma, y observan- La hermana María José le informó a la Madre Superiora sobre los fal-
do que a diferencia de Tina, era una mujer blanca de pelo quieto, pelirroja tantes de la despensa y los planes de solucionarlo al día siguiente, a las dos.
como la señora Ercilia, le preguntó: La Madre, sin preguntas, le entregó veinte pesos.

— ¿De dónde eres, Gilma? Ella sabía que la Endurance saldría para Providencia ese día en la tarde,
y tenía esperanza de verla salir de la bahía. Por tanto, fue muy cumplida al
— De Providencia —contestó—. Soy prima de la esposa del capitán salir a las dos de la tarde. Caminó por la avenida 20 de Julio, completamen-
Timothy, “Tim”, uno de los dueños del Endurance, donde llegó su merced. te sorprendida de la diferencia entre la arquitectura isleña y la del resto del
— ¿Entonces conoces a todos los que trabajan en la goleta? país, el aislamiento entre una casa y otra, los patios, que parecían despensas
vivas, con árboles de frutas y sembrados de hortalizas. Las cuerdas de ropa
—preguntó la hermana.
secándose al sol exhibían la moda en vestidos e interiores. Le llamó la aten-
— iHuy, sí! Todos son de la misma familia. El mate es sobrino del capi- ción el aseo de la única calle, la soledad en el camino, sin carros, unos tres
tán, el capitán es medio hermano del papá del mate, y la mamá del mate es caballos cargados de coco, dos perros y unas cuatro personas que saludaron
prima de su esposo y su cuñado, y yo soy prima de todos. en inglés: “All right!”’, aún sin conocerla. Llegaron a lo que Gilma y Tina
— Dime, Gilma, ¿cómo se llama el mate? llamaron North End. En el almacén Bogotá, un lugar surtido completa-
mente distinto de las tiendas de los pueblos del continente colombiano,
—Todos le dicen mate. Él se llama Henley Alva Brittany. Él es adven- compraron la carne salada y el café, las paticas y colitas de cerdo en salmue-
tista, como todos ellos menos el cocinero Black Tom, que tampoco es de ra. En otro que Gilma denominó Estanco, compraron el pescado salado, y
la familia.

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ellas le informaron que el Estanco no vendía las catas y pancas porque eran — No es nada —respondió Tina—, es que hace cinco años sucede, des-
adventistas, y los adventistas no comían ni vendían cerdo. de 1932.
La hermana María José se limitaba a pagar cuando las que despachaban — Pero, ¿qué sucede todos los años que te hace llorar? ¿Recuerdas a tu
gritaban el valor a la cajera. Ya se preparaban para regresar al convento, pero madre?
esperaban a Gilma que averiguaba algo en el Almacén Bogotá. — No. No —dijo enfáticamente Tina—. No es por eso.
Ella, ofendida, se retiró del muelle y él entró en su casa. — ¿Entonces?
Por alguna razón, Henley sentía que tenía que hacer lo que la hermana — Hermana María José, nunca me escogieron para ángel de Corpus
María José estaría haciendo a esa hora, por eso decidió visitar la iglesia; Christi y ya estoy demasiado grande. Siempre escogían a las niñas blancas.
ahora se sentía más cerca de ella y sin importarle que el juez se fuera el
lunes y, claro, él también, ya que nada haría quedándose si el tal matrimo- —Tina, en esta vida cada cual hace lo que puede para Jesús. A esas niñas
nio se tenía que aplazar. Y sacudió la cabeza sonriendo. Henley saludó a su les ponen alas seguramente porque no pueden servir de otra forma; las que
padre con un simple “Hi, pa”, y subió a su habitación. llevan las canastas de pétalos de flores también tienen su oficio, y tú, con
esa voz tan angelical, cantas. ¿Cuál de esas niñas puede remplazarte? Déjate
El sábado, corno siempre, no trabajó y se limitó a cruzar de nuevo el es- de complejos tontos y vamos a planchar las telas que las hermanas sacaron.
trecho entre Santa Catalina y Santa Isabel para informar a su tío, el capitán
Timothy, que viajaría el lunes, que no tendrían que remplazarlo. Paso seguido alistaron la hornilla de hierro con carbón, y en cada base
colocaron seis planchas.
Ese lunes el convento en San Andrés se preparaba para las fiestas del
Corpus Christi. Las monjas sacaban de un cuarto contiguo a la celda de la La hermana María José estaba en misa de seis cuando escuchó un cor-
hermana María José toda clase de adornos, flores de papel, jarrones, sedas netazo agudo que venía de muy lejos. No se pudo imaginar la razón hasta
para decorar los altares y las alas de ángeles para las niñas que adornarían después de la misa, y Tina, muy contenta, le dijo:
los altares. La celebración sería el domingo, pero desde ya se respiraba un — Sail ahoy! i Vela a la vista!
ambiente de fiesta.
Se acerca una goleta, y Gilma dice que es la Endurance que viene de
La hermana María José fue en busca de agua dulce de la cisterna o Providencia.
aljibe (construcción de cemento de unos cuatro metros por cuatro metros,
La hermana María José introdujo una mano debajo del ala de su toca,
donde se almacena el agua de lluvia que cae de los techos) ubicada entre el
sentía que el corazón se le salía por la boca.
convento y la iglesia, y encontró a Tina sentada, recostada sobre uno de los
pilares que sostenía la aljibe, llorando desconsoladamente. La goleta trajo ganado, que se descargó de inmediato. Bajaron los ani-
males con cuerdas y los hicieron nadar hasta la ribera. También trajo al
— iTina! ¿Qué te pasó?
padre David, quien se dirigió primero a las instalaciones de la Intendencia
— Nada —respondió la niña. y luego a la misión. Allí, después de saludar a los dos sacerdotes y cambiarse
¿Por qué lloras? ¿Quién te regañó? ¿Qué hiciste, mi pequeña ayudanta? de ropa, pasó al convento. Una de las hermanas llamó a la Madre mediante
la solitaria campanada que le correspondía. Ella no se demoró en llegar y
Tina seguía llorando, y la hermana María José supuso que algo muy se sorprendió con la visita. Se sentaron en la sala ubicada en el sur de la
serio le había pasado. Entonces la obligó a levantarse y la llevó al cuarto de cabeza de la T, justamente debajo del cuarto de enseres, al lado de la celda
plancha. de la hermana María José, quien, aunque se encontraba en ella, desconocía
— Tina, me dices qué te pasó o llamo a la Madre Superiora. por completo la razón de la visita.

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El padre David preguntó a la Madre Superiora si había recibido a una mes. El barco de guerra nunca llegó, pero el padre David se atrevió a viajar
monja de nombre María José, de Manizales. La Madre, arqueando las cejas, en una goleta mucho más pequeña que la Endurance, no sin antes advertir
dijo: a la Madre Superiora que de no aparecer el barco de guerra, la hermana
— Claro que sí. Ella llegó con las hermanas Susana Inés y Aura María María José debería viajar en la Endurance.
hace una semana. Un día antes de que el caracol diera la noticia de la llegada de la
Entonces el padre le preguntó: Endurance, la Madre llegó hasta la esquina del balcón desde el cual colga-
ba la cuerda de la campana; tocó las siete campanadas. La hermana María
— ¿Y dónde está en este momento? José, quien se encontraba precisamente lavando su ropa interior, se sor-
La Madre respondió: —Es la encargada de la despensa y todo lo rela- prendió y subió presta a saber la razón de la llamada. Cuando llegó donde
cionado con la comida; debe estar en esos menesteres. Pero, ¿a qué se debe la Madre Superióra, sin preámbulos ésta le dijo:
su pregunta, padre David? — Hermana María José, por orden de la Madre Superiora de la
— Usted, Madre Alicia Regina, escribió a la comunidad sobre el proble- Comunidad y del padre David, su merced debe ir a Providencia, en la mis-
ma que existía al no poder entender a los isleños, ya que ninguna de las cua- ma goleta que la trajo; está por llegar; alístese para viajar y entregue a la
tro en el convento sabía hablar inglés. La comunidad les manda una monja hermana Aura María la despensa desde hoy.
que ostenta un título en historia, habla español, inglés, alemán y francés, La hermana María José subió a su habitación, se tiró en su cama y lloró.
con su dote está manteniendo los dos conventos, y usted, Madre Superiora, Ella no sabía si de alegría, susto, miedo, esperanza o deseos locos de volver
¿la pone a despachar comida? En estos días debe salir de Cartagena un a esa goleta. De lo único que estaba segura era de que ella no había propi-
barco de guerra que pasará por aquí hacia Providencia —el mismo en que ciado este nuevo encuentro.
deberían haber venido en vez de la goleta—. En ese barco me llevaré a la
hermana María José a Providencia; aquí está la orden. Dice claramente que Llegó la Endurance al día siguiente. Descargaron, y por la noche Henley
nosotros podemos decidir dónde será de más beneficio para las islas. no pudo bajar a tierra: estaba de guardia. El día siguiente llovió a cántaros y
ni siquiera bajó a tierra. Limpiaron y se alistaban para el viaje a Providencia,
Por las lluvias fue lenta la bajada de cocos de la Loma, y la Endurance cuando su tío, el capitán Tim, subió a bordo y le dijo:
se demoró más de la cuenta en San Andrés. Henley pasó varias veces por
la calle donde estaba el convento, pero no vio a la hermana María José y — This is what I would call, put butter in the cat´s mouth.
no quiso preguntar nada a Gilma. Su desesperación llego a tal punto que, Henley le preguntó a qué se debía el refrán. El capitán Tim le indicó
de no ser por la disciplina que aún conservaba como cadete naval, hubiera con el dedo:
hecho algo nada convencional. — En ese bote que viene allí, llega tu monja; la están mandando a
El domingo de Corpus fue muy concurrido, pero la hermana María José Providencia.
percibió que entre los presentes estaba un hombre muy apuesto, de bigote Henley no lo podía creer, miró el bote que venía, la reconoció y se recos-
pelirrojo, de piel dorada, impecablemente vestido de pantalón café, camisa tó sin aliento sobre el techo de la cabina. Quería gritar, quería salir nadando
blanca y una linda corbata. Cuando recogió la limosna, el plato le temblaba hacia el bote y lo único que podía hacer era esperar.
en la mano y pensaba en el desastre de hacerlo caer; de por sí era de plata y
bastante pesado. Fue la única vez que se vieron. La Endurance se cargó con A la hermana María José la enviaron sola con el remero a la goleta. No
cocos y se dirigió a Cartagena para regresar vía Colón. hubo despedidas ni acompañantes, pero lo que el resto de monjas pensaba
que era un desaire a la hermana de sociedad, fue lo más dichoso en su vida.
La hermana María José nada sabía de los planes, resultado de la visita La alegría que sentía no le cabía en el pecho; estaba radiante.
del padre David a la Madre Superiora. Su vida siguió igual durante todo un

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Henley la recibió bajando al bote mientras la ayudaba, sin necesidad, a Capítulo III

subir las escaleras del costado de la nave. El capitán Tim miraba el esce- Providencia
nario y sacudía la cabeza. Cuando ella tocó la cubierta de la nave, los otros
marineros la saludaron entrelazándose los dedos en un puño. Ella lo repitió
y se dirigió hasta el capitán para saludarlo. El capitán Tim, como siempre,
se limitó a levantar su sombrero y dijo:

La bahía de Providencia, encerrada por montañas, parecía guardar con


complicidad un silencio de siglos, silencio compartido únicamente con el
eco que producían los rizos de las olas del mar cuando se encontraban con
la tierra de las riberas, sonido que llegaba sin cesar hasta la goleta, una queja
del mar que sólo se interrumpía bruscamente con la brisa que zarandeaba la
armadura ahora toda guardada, y los marinos que sacaban cajas y más cajas
de la escotilla de la goleta, las colocaban en la cubierta. Se acercaban canoas,
botes, y todos saludaban al capitán y a los tripulantes. Un rítmico repique-
teo se escuchaba de las pequeñas olas que estas canoas y estos botes hacían
llegar al costado de la goleta. Entre la comitiva estaban los que, sabiendo la
prisa del capitán por ser viernes, lo recibieron con un “Welcome home, cap”!;
eran los encargados de registrar la entrada de la nave. Recibieron los docu-
mentos de rigor, el correo, sus encomiendas, descendieron, y de inmediato
los pasajeros iniciaron las llamadas a gritos a sus distintos familiares para
que los recogieran.
La hermana María José había bajado a la cabina, esperando que los pa-
sajeros de la cabina principal salieran, cuando nuevamente apareció Henley
y sacó de uno de los cajones debajo del camarote una bolsa de color blanco.
La miró y sonrió, a la vez que pensó... “Hermana María José, estás bien
defendida detrás de esa muralla blanca (la toca)”. Por alguna razón jamás la
tocaría así, pero ganas de quitarlo todo no le faltaban.
— Esto es tuyo —le dijo mientras le entregaba la bolsa.
Ella miró en su interior y sacó una muñeca que conocía muy bien. Había
sido fabricada en Austria; era una debutante elaborada de fina paja para la
falda y el resto del vestido en encaje austriaco, con una abertura en la parte
de atrás y un pañuelo muy fino de seda dentro del espacio que formaba la
falda. La cara de la muñeca era linda, y su cabello original estaba peinado
en el estilo clásico de las debutantes. Casi a punto de llorar, le dio las gra-

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cias, mientras sacaba del bolsillo de su hábito el crucifijo y se lo entregaba. escalera para ayudarla a bajar. Él, con una pierna en el amura y la otra en el
Él lo recibió, lo besó y lo llevó a su bolsillo; poco sabía Henley que ese segundo peldaño de la escalera y agarrado de las cuerdas de la escalera de
era exactamente el comportamiento de un buen católico. La emoción que flechaste, tan pronto ella puso pie en el segundo escalón, él la abrazó por la
demostró ella al recibir el regalo lo sorprendió, pero, ¿cómo iba él a saber cintura y le dijo:
que la hermana María José había sido una debutante en Viena hacía diez —Suelta.
años? En ese momento llegó el capitán Tim, y colocando sus manos, una
en el hombro de ella —lo que instintivamente provocó en ella un ademán Ella soltó, y él la bajó al bote. La hermana María José no supo disi-
de rechazo—, y otra en el hombro de Henley, les dijo: mular la emoción y no volteó la cabeza para despedirse sino después de
que hubieron bajado los encargos del padre y éste se había alejado de la
— Lees say amen to this —y bajó sus manos. goleta. Cuando ella por fin decidió voltear la cabeza, se dio cuenta de que
La hermana María José de inmediato respondió en inglés: la miraban, entrelazó sus dedos y dio el saludo que había iniciado con los
— Amen, does not necessarily mean the end. it can also mean let it be. Gracias, marineros. Los que estaban mirando respondieron. Henley, aún turbado de
capitán. sentir el cuerpo de la hermana María José en sus brazos, solamente sonrió.

Henley miró a los dos y sonrió. El capitán Tim la miró, sonrió, arqueó Ella miraba a su alrededor; se sentía navegar dentro de una joya. La
las cejas y salió. bahía era como una gran joya azul incrustada en un anillo de oro amarillo,
aunque se notaba que la sequía había hecho estragos en la isla. Pensaba en-
Henley sacaba la maleta de la hermana María José en los precisos mo- contrarse con otra isla alfombrada de palmas de coco, y más bien se sentía
mentos en que el padre David pisaba la cubierta de la goleta. Desde que en una vereda de un país europeo: las casas, aunque parecidas a las de la
la vio, este último se sorprendió. ¿Cómo podían mandar una mujer como otra isla, tenían en su construcción y su ubicación un sentimiento europeo,
ésta a las islas? De toda ella, aun enfundada en el oscuro y nada elegante muy distinto del de San Andrés. A las montañas les faltaba solamente un
estilo del hábito, se veía que luchaba por salir una mujer de porte elegante poco de nieve. Algo le decía que Providencia era el lugar destinado defini-
que nació con clase. Su cara era de facciones finas, unos ojos color miel tivamente para ella.
salpicado de verde, vivos, protegidos por unas cejas y unas pestañas bien
delineadas; la piel de su rostro y sus manos bronceadas por el sol de las islas, Llegaron a tierra y el padre David de un salto subió al muelle y luego
y al saludarlo quedó más sorprendido: una voz segura, una sonrisa y una le ofreció su mano para que subiera. Allí estaban las tres monjas que, con-
dentadura perfecta. Lo que de inmediato se preguntó fue: trario a las de San Andrés, le dieron la bienvenida con un abrazo, y por los
acentos reconoció que todas eran de algún lugar de Cundinamarca. A un
— ¿Por qué entró esta mujer a un convento? ¿Sería su figura y su belleza lado del muelle estaba construido lo que ella de inmediato reconoció como
la razón por la cual la Madre Alicia Regina la encargó de la despensa en los baños, y después estaba la cocina, todo sobre el mar. Por una escarpada
San Andrés? senda subieron a la casa, allí también se sintió mejor que en San Andrés.
El padre saludó al capitán, quien también en ese momento bajaba de la Era una casa con una sala oficina y una capilla en la primera planta y cuatro
goleta para ir a su casa dejando a Henley encargado. Henley le informó que celdas en el segundo piso. Sin balcones, al estilo de los lugares donde cae
para él habían llegado unos paquetes de Colón y de Cartagena. Y el padre nieve.
aprovechó el momento para hacerle saber que sus dos visitas a la iglesia no La hermana María José entró en la capilla, y le agradeció a la Virgen
habían pasado inadvertidas: por esta nueva experiencia y después recibió su celda: la constituía una
—Gracias por visitarnos, Henley. cama con toldillo, una mesa de noche, un lavamanos de madera con una
palangana y una jarra. Un balde, una bacinilla y otra palangana blanca. Un
Henley ordenó buscar los paquetes a uno de los marineros, y mientras
lugar donde guardar su ropa, con una muda para la cama, una mesa y una
el padre los recibía, le indicó a la hermana María José que se dirigiera a la

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silla. Un cuadro de la Virgen y un Sagrado Corazón. Dos ventanas, una que frenaban la imaginación. No era posible pensar qué existía detrás de ellas.
miraba al mar y otra a un camino y a las montañas. La puerta de las cuatro Una en especial estaba rajada en el medio corno si alguien le hubiera dado
celdas abría a un pasillo, y éste terminaba en una escalera al primer piso. Ya un machetazo para poder ver al otro lado.
su maleta estaba en la celda, y la madre Ana María le había sugerido que Se acostó pensando... “¿Dónde viviría Henley?” Ya sabía que su lugar de
descansara un rato. Ella se acostó sobre la cama y de inmediato llegaron a origen era Providencia, pero no se atrevió a preguntar dónde vivía y ahora,
su recuerdo los últimos momentos vividos en la goleta Endurance. dónde estaría, qué estaría haciendo. Allí está la
Lloró, y en medio de las lágrimas reflexionaba. No lloraba por nostalgia Endurance, con una linterna colgada en las cuerdas del flechaste. Se
de su casa o su vida anterior; no lloraba por encontrarse en un lugar nuevo acostó pensando en que no había sentido el maltrato del convento en San
y desconocido y entre extraños; no lo podía negar: lloraba de la felicidad Andrés sino hasta llegar a Providencia. La Virgen la había ayudado a que
que sentía. Con esos pensamientos se quedó dormida hasta las seis, cuando pasara inadvertido.
la hermana María de Jesús tocó a su puerta.
Escuchó pasos por el camino y una conversación que la hizo brincar de
En la cena conoció a Ethel, quien de inmediato le informó que ella era la cama y abrir un poco la cortina blanca de la ventana. La persona hablaba
prima de los dueños de la Endurance, hermana de la cocinera del conven- con acento norteamericano y era la voz de Henley: le decía a la persona
to en San Andrés, las únicas de esa familia que se habían convertido al que lo acompañaba que saldrían el lunes a las seis de la tarde y recibiría el
catolicismo. ganado a las cinco, ni antes y menos después de las seis de la tarde. Cuando
La hermana María José se preguntó si acaso existía un poder que con- pasó frente a la casa, miró, y ella por poco abre más la cortina para que se
trolaba las coincidencias. ¿Era acaso el deseo de estar con Henley, de cono- diera cuenta de que ella estaba allí, pero pensó: “Todo me sale sin provo-
cerlo más, lo que hacía que encontrara estas coincidencias que sin lugar a carlo, esto también será así”.
dudas contribuían a su recuerdo? ¿Acaso alguien no creía en su vocación? Para su sorpresa, había un órgano de viento y preguntó:
Comió con deleite la langosta, la yuca y la batata dulce y el postre, un — ¿Quién toca el órgano, padre David?
pan de maíz que le fascinó.
— Los ratones. Ninguna de las hermanas conoce de música y yo a duras
A las siete todas entraron en la capilla, dieron las gracias en sus devocio- penas toco la campana.
nes, se dieron las buenas noches y subieron a sus celdas.
La hermana María José sacó la banca del órgano, se sentó, lo abrió, pasó
La hermana María José no tenía sueño, y se dedicó a poner sus cosas en las yemas de sus dedos por las teclas, sin accionar los pedales, como acari-
orden. Tomó la muñeca debutante austriaca, regalo de Henley, y la guardó. ciándolo. Después decidió accionar los pedales, y sin permiso, introducción
No sabía qué pensaría la Madre al ver una figura de una vida a la que ellas o preludio alguno, inició el Ave María, de Schubert. Lo cantó en alemán
habían renunciado destacada en su celda. Miró por una ventana. Descubrió con un sentimiento y con una voz, que toda la pequeña iglesia se llenó de
otra isla separada de la principal con muy pocas casas, y si las montañas ella, y por puertas y ventanas salió hacia la bahía de Providencia. Los ve-
hasta tenían figuras humanas, había una que llegaba al mar formando una cinos llegaron y extasiados escuchaban, lo mismo las hermanas y Aska, el
especie de cabeza que se distinguía claramente con la luz que reflejaba la loco del pueblo, que pasaba a metros de distancia de la iglesia.
Luna sobre todo a su alrededor.
A la salida, el padre David la presentó a la dueña de la casa vecina a la
Desde la otra ventana se distinguía el camino sin pavimentar, enfrente iglesia, casa que había visitado Henley la noche anterior, y le contó que los
de la iglesia de madera, como la casa, y a su lado otra casa del mismo tama- padres de la señora Jane habían regalado todos los terrenos que ocupaba
ño que la ocupada por ellos, pero con un balcón. Más adelante, otras casitas la misión. La presentó igualmente a las dos hijas: Rose, que se encontraba
más pequeñas y detrás de la iglesia otras más, todas iluminadas con una próxima a casarse, y Silvia, una joven de unos dieciocho años que nació con
tenue luz que hacía competencia con la noche de luna llena. Las montañas

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una dislocación de la cadera. La noticia del matrimonio de Rose la dejó el padre David, en vez de las plegarias en la elevación del Santísimo, pensó:
turbada, y casi no encontraba palabras para agradecer la presentación. Lo “ iDios mío! ¿Qué hace María Fernanda Gómez Rodas en un convento?”.
único que pudo decir fue: Terminada la misa, no hubo sino elogios por el cambio en la celebración.
— Escuché anoche la linda serenata que te cantó tu novio. Los fieles se dispersaron, pero Henley pasó a la casa vecina de su prima,
— No, mi novio no canta —aclaró Rose—, quien cantaba anoche era mi quien lo había invitado a almorzar. A la vez estaban sorprendidos y encan-
primo Henley, el piloto de la Endurance. Canta lindo, ¿cierto? tados de las visitas que Henley hacía últimamente a la iglesia católica.

El alma de la hermana María José volvió al cuerpo, y afirmó Las hermanas y el padre David almorzaron juntos, costumbre de los
días feriados. El resto de la semana, el padre David recibía las comidas en
que sí, que Henley cantaba muy bonito. su casa. Durante la cena, el padre David, sin preámbulos, le preguntó a la
—Y tú también —dijo Rose—. Nunca antes habíamos escuchado ese hermana María José si había recibido clases de canto y ella respondió que
himno, es lindo; mi mamá lloró al escucharte. ¿Cantarás el domingo en la sí.
misa? — ¿Dónde? —quiso saber él.
— Sí, si me permiten —respondió la hermana María José. — En Austria y luego en Estados Unidos —le contestó.
—Hermana María José, estarás encargada igualmente de los cantos de El padre no habló más del asunto. Bien sabía él que las otras hermanas
la misa y la enseñanza de canto en la escuela —comentó el padre. no habían salido de Colombia. Haber llegado a Providencia era para ellas
El domingo en la mañana, la hermana María José ayudó a la hermana como un viaje al exterior.
María de Jesús a alistar la iglesia para la misa de las 9:30. A las 9:20, las
cuatro monjas pasaron a la iglesia, y detrás de ellas el padre David. Subieron
los escalones de la calle al atrio de la iglesia, y de inmediato reconoció la
hermana María José a Henley, quien —vestido de pantalón azul y camisa
blanca y una corbata azul con líneas rojas y con su sombrero de vaque-
ro— charlaba con otras personas. Las hermanas saludaron con sonrisas a
los presentes y entraron a la iglesia. De inmediato hombres y mujeres se
dedicaron a elogiar la belleza de la nueva monja. Todos entraron un rato
después. El padre salió de la sacristía, entró al presbiterio y se inició la
misa. Se cantaron dos himnos en inglés, que la hermana acompañó con
el órgano, pero ella no cantó. Quería escuchar las voces de la isla. Cuando
llegó el momento de la elevación del Santísimo, la hermana María José
cantó nuevamente el Ave María de Schubert. No hubo persona en la iglesia
que no se sintiera conmovida con la dulzura de la voz de la hermana. Las
paredes de la pequeña iglesia devolvían el eco, y la emoción fue compartida
por todos los presentes. Henley, quien se había quedado de pie detrás de
la última banca, también reconoció la emoción que la voz de la hermana
María José producía en él, aunque ya la había escuchado cantar, pero aquí
fue distinto, incomparable. Cuando la hermana María José inició el canto,

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Capítulo VII comprometida su pericia y la seguridad de la nave. Pero sin forma de sa-
La Endurance (Pág 115) berlo en tierra o entre las dos naves, al llegar la medianoche la competencia
entre la Endurance y la Persistence estaba por tomar un final muy contrario
al esperado.
Todo comenzó cuando cada uno perdió de vista la luz del otro. Por al-
guna razón, el capitán Lem desvió la ruta; luego se supo que la corriente
lo había confundido, y él, por olfato (en una goleta de vela se distinguen
fácilmente los cambios de temperatura por el olor del ambiente), sospechó
No había necesidad de anunciarlo, tampoco se pactaba con palabras o dine- que estaba por entrar en una condición borrascosa y cambió de ruta. Pero
ro (entre protestantes estaba prohibido apostar), pero si dos veleros salían la Endurance siguió y, de un momento a otro, se les presentó un cambio
del puerto al mismo tiempo y hacia el mismo destino, de inmediato quienes total en la atmósfera. Henley lo había sospechado, pero no consideró pe-
comandaban las naves y los observadores en tierra daban por hecho que ligrosos su intensidad y su fuerza. Se dio cuenta un poco tarde de que tenía
se iniciaba una carrera, y no faltaba quienes apostaran a la competencia. problemas a la vista y gritó:
Ganaba el velero que primero entrara por el canal del sur en la bahía de —AII hands on deck!
Providencia, o Boca Chica en Cartagena, o pasara los arrecifes artificiales
de la bahía de Cristóbal en Colón. También se daba comienzo a discusio- Dio orden de bajar parte de la vela mayor y aun así sintió que la Endurance
nes acaloradas sobre cuál de los dos veleros navegaba más rápidamente, batallaba con el viento que rugía. La lluvia tapó completamente la visibi-
cuál llevaba marineros que sabían manejar mejor el velamen de sus naves, lidad a más de un metro. El oleaje era fuerte y lograban entrar en las olas
y cuál de los capitanes sabía escoger la ruta más rápida y menos peligrosa. pero no daban descanso, venían una tras otra, y aunque la Endurance las
Ese jueves a las seis de la tarde dos veleros iniciaron la salida de la bahía de trepaba, eran demasiado para ella, y la brisa —en vez de hacerlos adelan-
San Andrés con rumbo a Providencia. Primero salió la Endurance, y el úni- tar— los estaba perjudicando al cambiar erráticamente de dirección. Con
co afán de Henley, su capitán, era llegar a Providencia; sus razones distaban todo y eso, Henley siguió pensando que no duraría y entrarían por el canal
mucho de ganar una carrera. Poco después salió la Persistente. del sur de Providencia a más tardar al amanecer de ese día. Henley entregó
a Otto el timón y le repitió la ruta programada. Caminaba hacia la proa
Los apostadores despidieron las dos naves, y en una de las bancas del cuando de repente un rayo alumbró la pequeña embarcación que batallaba
parque Bolívar en San Andrés se iniciaron discusiones y relatos sobre viajes contra el ambiente y dio blanco en uno de los cables que sujetaban la cocina
anteriores. Y no dejaban en paz un cuento que se repetía de dos veleros, la a la cubierta; ésta se reventó y una parte se dirigió hacia él corno una flecha
Persistence, uno de ellos, que salieron hacia Cartagena y éste ganó la carrera. y el blanco fue su pierna izquierda. El impacto lo tumbó en el piso de la
El capitán del velero El Dix no aceptó la derrota y se dedicó a inspeccionar cubierta de estribor al final de la cabina, casi al lado del mástil de la vela
su equipo de navegación hasta descubrir que en su compás habían introdu- principal y contra la amura de la goleta. Faltó poco para que la fuerza del
cido dos alfileres, los cuales lo habían desviado de la ruta, y por consiguien- golpe lo arrojara al océano. Henley logró levantarse y miró hacia la cocina
te, hicieron que perdiera la carrera. El capitán de la Persistence se limitó a para cerciorarse de que estaba aún sujetada por el otro cable, sintió una leve
decir, ante la furia del otro: quemazón y una especie de líquido caliente bajar por la pierna golpeada;
— ¿Por dos alfileres vas a terminar una amistad de años? sospechó de inmediato que estaba herido, aunque en la oscuridad no podía
ver. Dio orden de remplazar con cabuya el cable roto y caminó hacia la
En esta ocasión también exteriorizaban sus dudas sobre la capacidad de popa.
las naves, la experiencia del capitán Lem comparada con la de Henley, y la
gran colaboración exigida a los marineros en situaciones en las que estaba Al llegar allí, Otto se dio cuenta, por el resplandor de otro rayo, de que
Henley estaba ensangrentado, y llamó a gritos a Black Tom. Henley bajó

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a su cabina y buscó la linterna de mano; allí se dio cuenta de la herida que, garan a darle el permiso de entrada, salió nuevamente con el capitán Tim
aunque no te dolía, estaba sangrando más de lo normal. El cable lo había acompañándolos. La brisa había cedido un poco pero la corriente estaba
cortado como un cuchillo; tenía una herida de más de cuatro pulgadas, fuerte. Estaban mar afuera y no había indicio de la Endurance.
pero solamente al final estaba profundo, por eso parecía muy superficial. Él Para completar su preocupación, entre los arbustos secos que llegaban
mismo, con la pañoleta que siempre llevaba, se colocó un torniquete a la flotando sobre las olas, los marineros divisaron un barril de madera como
altura del muslo. Al llegar Black Tom, éste fue en busca de astillas de ma- los que llevan las goletas para guardar el agua. Lo recogieron y queda-
dera que introdujo en el torniquete y que fue sacando cada quince minutos; ron espantados cuando leyeron “MN Endurance” marcado en él. El capitán
mientras tanto, contra la herida apretaron con fuerza una toalla para ayudar Lem gritó:
a coagular la sangre. La hemorragia cedió, pero con cualquier movimiento
se iniciaba otra vez. — Jesus Christ!
Otto decidió cambiar el rumbo para salirse de la tormenta, mas al virar Y el capitán Tim se limitó a pasar sus manos por encima del barril
con fuerza hacia estribor, el balanceo de la botavara hizo recibir con de- mientras decía:
masiada fuerza la brisa en la vela mayor y, aunque no estaba izada en toda — Henley, creo que esto pasó de una mujer a una obsesión.
su capacidad, la fuerza que recibió fue excesiva y pronto se escuchó un
Siguieron la ruta por donde supusieron que la corriente hubiese desvia-
rasgado; cuando Otto se percató, la vela no solamente se había roto, sino
do la nave en una tempestad. A las doce del día la divisaron, aunque sólo
que parte de ella había volado al mar. Al quedarse sin la vela mayor antes
con las velas de foque y mesana, y por experiencia dedujeron lo que había
de poder amarrar la botavara, ésta barrió con todo lo que estaba en cubierta
sucedido.
e inclinó peligrosamente la nave a un lado.
La Endurance batallaba lentamente contra las olas. Se dirigieron a ella.
Henley sintió los cambios y sospechó la emergencia en que se encon-
A esa hora ya todos en Providencia sabían que algo había pasado pero sólo
traban; en su afán de ayudar, se levantó y sintió el chorro de sangre rodar
hasta las siete de la noche entró la Persistente. Allí habían trasladado al ca-
por la pierna. Se cercioró de que todos sus hombres estaban bien y se quedó
pitán Henley, y el capitán Tim se había quedado en la Endurance. Y como
tirado en una esquina de la popa. Sangraba lenta pero constantemente, y ya
se habían quedado sin botes salvavidas, les dejaron otro. El capitán Lem,
empezaba a sentir dolor, que le hacía moverse, y la hemorragia se iniciaba
viendo la situación en que estaba Henley, tomó el timón y gritó:
más profusamente.
—All hands on deck! Every one stand by! Give her everything she can take!
Ahora navegaban en la nueva ruta con las velas de foque y mesana; afor-
tunadamente; tenían el viento del sur. La Endurance andaba lentamente, y Y mientras subían de nuevo las velas después de haberlas bajado para
Otto, al hacer inventario, se dio cuenta de que habían perdido los dos botes aminorar velocidad, dio un viraje a estribor y la Persistence salió raudamente
salvavidas, los barriles con agua y todo lo que había desde la cocina hasta la cortando las olas. Entre tanto, Black Tom acompañaba a Henley, quien no
popa, y al inclinarse la nave, también lo que estaba en la proa. Para Henley quiso bajar a la cabina y se quedó acostado en el techo.
también se agudizaba el dolor y se acentuaba una somnolencia de la cual Poco después de subir a la Persistence, el capitán Henley perdió el cono-
sabía muy bien su causa. cimiento. No supo cuándo entraron en la bahía de Providencia, tampoco se
A las tres de la madrugada, la Persistence entró en Providencia por el dio cuenta cuando lo bajaron nuevamente para llevarlo a su casa. La gente
canal del sur. Y todos a bordo, en vez de alegrarse, miraban el horizonte: en Santa Isabel, Freetown y Old Town y Santa Catalina no hacían sino
no había señal de la Endurance. Entraron en la bahía pero el capitán Lem especular sobre lo que estaba pasando. Las hermanas del convento también
sospechó que algo había pasado con la goleta. Dudaba ganarle la carrera, iy miraban sin tener la menor idea de lo que tanto preocupaba.
ahora dónde estaban? Cuando no aparecieron al aclarar el día, hizo bajar a
los pasajeros, dio orden de levar anclas, y antes de que las autoridades lle-

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La primera noticia la trajo Aska. La hermana María José, al verlo venir, La sangre al fin coaguló, pero el capitán Henley seguía inconsciente. Lo
fue hacia él, y antes de preguntarle, él le informó: envolvieron en una cobija, dejándole sólo la pierna destapada. Afuera los
—Trajeron herido al capitán Henley, hubo un accidente en la Endurance. parientes y vecinos hablaban y todos miraban el canal en busca de la llega-
La goleta sigue a flote pero con las velas destrozadas. da de la destrozada Endurance. El padre David entró en la habitación a las
cuatro de la mañana y le dijo a las hermanas que iría a casa en busca de los
La hermana María José lo escuchó y se tapó la cara. En eso llegó el santos óleos. La hermana María de Jesús dijo que lo acompañaría, y de paso
padre David y Aska repitió lo mismo, y siguió hacia Freetown llevando la iría en busca de unos medicamentos
noticia.-El padre de inmediato fue en busca de la hermana María de Jesús.
Los tres se montaron en el Eero y la hermana María José los dirigió hacia que había encontrado en la casa cural; aunque eran viejos, todavía ser-
Santa Catalina. vían, y tal vez mejor que lo enviado por el doctor Timgen.

Cuando llegaron, el muelle, el patio, la casa, estaban llenos de gente, y Al escuchar la decisión del padre David, la hermana María José sintió
Johnny —el sobrino del capitán Carl— llegaba con una nota del doctor que se desmayaba, se acercó a la cama, recogió el papel con las instruccio-
Timgen, quien después de leer lo escrito por el padre de Henley descri- nes, leyó la nota del doctor Timgen y, aunque le pareció increíble, decidió
biendo lo sucedido, anotó en el mismo papel lo que deberían hacer. El hacerlo. Tomó las manos de Henley entre las suyas y las colocó sobre el
padre David se acercó al capitán Carl y le dijo: pecho de él. Para transmitir energía al enfermo una persona saludable de-
bería hacer esto, decía el doctor Timgen en su receta. A la hermana María
—La hermana María de Jesús es enfermera; los puede ayudar. de Jesús le había parecido ridículo, pero la hermana María José pensó...
El capitán 6 dirigió hacia la habitación y la hermana María José se que- “Pondré a prueba mi fe...”
dó afuera con el padre David. Caminaba de un lado a otro; no podía ni que- Julmny, el sobrino de Carl, trasladó al padre y a la hermana María de
ría ocultar su desesperación. Todos los presentes, parientes en su mayoría, Jesús, y la hermana María José se quedó al lado de la cama, sosteniendo
los miraban con la esperanza de que ellos sabrían qué hacer. fuertemente las manos de Henley. Con la luz de la lámpara de queroseno
Adentro, Henley, acostado con los ojos cerrados, sobre la herida una le observaba su piel curtida por el sol y el mar, su cabello castaño con visos
venda toda ensangrentada, respiraba con dificultad y se lamentaba. María dorados, despeinado, las pequeñas líneas de expresión al lado de sus ojos
de Jesús se acercó a él y le levantó los párpados, leyó las instrucciones del ahora cerrados. Su nariz le pareció más recta que antes; su bigote rojo ahora
doctor Timgen y se pasó a la cocina, donde también había por lo menos no tan cuidado como siempre, su boca cerrada, sus labios secos, y decidió
diez personas buscando cómo ayudar. Solicitó agua para la mezcla de la humedecerlos en la única forma que podía sin soltar sus manos.
botellita con el líquido enviado y un cuchillo, volvió a la habitación, pidió A las seis de la mañana apareció la Endurance en el horizonte, y todos
una toalla limpia, la raspó, quitó la venda y puso el resultado encima de la fueron a mirar. Llegaba como una golondrina sin alas. Henley, que antes
herida. no demostraba señal de que sentía la presión de ella sobre su pecho, apretó
Cuando trató de que el capitán Henley tomara una cucharadita riel re- levemente las manos y parpadeó algo. La hermana María José le preguntó:
medio, encontró que éste tenía aprisionados los dientes, y no pudo hacér- — Henley, ¿cómo te sientes?
sela tomar. Pidió al capitán Carl que llamara a la hermana María José. Al
entrar ésta, la otra hermana le explicó el problema y la hermana María José, El no respondió, pero se dio cuenta de su presencia; pensó que estaba
sin pensarlo dos veces, metió sus dedos en la boca de Henley y lo obligó a soñando y apretó las manos de la hermana María José. Al rato, dijo entre
separar los dientes, al tiempo que con un algodón le hacía tomar por gotas sueños:
el líquido. La hermana María José lo probó y se dio cuenta de inmediato — ¿Hermana María José!
que el líquido no era otra cosa que brandy con agua. Las dos monjas tuvie- — Sí —respondió ella—, aquí estoy.
ron que repetir el proceso durante dos horas.

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El capitán Carl había entrado, y al ver la reacción favorable, no pudo que él aceptó. Las dos monjas saludaron al resto de la tripulación y la her-
controlar las lágrimas que bajaron como extrañadas en la cara de un hom- mana María José les dijo en inglés:
bre que parecía hecho de roble. Henley trataba de despertar pero no podía. — Welcome home.
La hermana María José pidió al capitán que trajera leche caliente, y logró
que Henley la tomara sin problemas. (Y pensar que a Henley no le gustaba Se despidieron del capitán Carl, entraron en la cocina y se despidieron
la leche.) Cuando terminó de tomarla y seguramente se dio cuenta de que de la señora Rosalía, quien a pesar de la tragedia no lograba aceptar lo que
era leche, abrió los ojos; estaban enrojecidos. En ese momento entró el pa- estaba sucediendo entre su hijo y la hermana María José. Se repetía que sus
dre David todo ataviado para ofrecer los santos óleos, y la hermana María antepasados fueron todos de la isla y hasta ahora nadie de su familia se ha-
José le dijo: bía unidos a una panya. Claro, las únicas mujeres panyas que habían llegado
a Providencia eran las monjas, de las cuales ella poco sabía, solamente que
— No hace falta, padre, ya reaccionó. se dedicaban a enseñar y que no se podían casar. Pero pensaba… “Saben
Todos salieron y ella aprovechó para recostar su rostro encima de la muy bien cómo conquistar almas y corazones”.
cama y rezar. Estaba en ese momento prometiendo a la Virgen que, de El capitán Henley durmió plácidamente por más de tres horas; en su
salvarse Henley, ella dejaría de pensar en él como lo había estado haciendo. sueño llamó varias veces a la hermana María José y a María Fernanda. El
De pronto sintió que él soltó sus manos; y casi grita cuando imaginó que capitán Carl arqueó las cejas, y pensó… “Está llamando a la monja y a otra.
podía ser por haber perdido el control sobre ellos. Escuchó cuando uno de Este hombre no tiene remedio; menos mal que la monja no está presente”.
sus brazos cayó en la cama, pero su alma volvió al cuerpo cuando sintió que
sobre su cabeza estaba la mano derecha, que le revolvía el velo y trataba en Henley despertó completamente consciente y mandó a llamar a Otto.
vano de quitarle la toca de la cabeza. Henley bajó la mano y la pasó por la Éste le contó todo lo que pasó después que él los dejara. Henley mandó lla-
cara de la hermana María José, y con los dedos enmarcó sus labios. mar a Black Tom y a Johnny para que lo entraran al baño. Afortunadamente,
la casa era de las pocas con baño interior, una idea que trajo el capitán Carl
La hermana María José levantó la cabeza: él estaba con los ojos abiertos de Panamá, aunque construyó igualmente dos baños sobre el mar. Con
y la miraba. Entre tanto, la hermana María de Jesús estaba en la cocina la pierna puesta sobre una caja y la ayuda de Black Tom y Johnny, logró
haciendo otro de los remedios recetados por el doctor Timgen. Anotado cambiarse, se puso una camiseta y le adaptaron una pijama. Logró llegar
estaba que tan pronto cediera la hemorragia, se debía coger la piel del in- a la cama pero el esfuerzo fue tanto que nuevamente quedó un rato como
terior de un huevo crudo y colocarla sobre la herida. Además, un pocillo desmayado. Se quedó dormido, y se acababa de despertar cuando las her-
de chocolate con dos huevos crudos para el desayuno o cuando estuviera manas regresaron.
consciente.
Al verlas, sonrió y levantó la mano derecha que solamente tomó la her-
Henley se dejó atender y recibió todo sin oponer resistencia. Lo único mana María José y la sostuvo mientras María de Jesús le preguntaba sobre
que dijo fue: cómo se sentía y si podía mirar la herida; ella verificó el estado y cambió
— Hermanas, gracias por venir. las vendas. Al despedirse, cuando ya salía por la puerta de la habitación, la
El Sol había llegado de su escondite detrás de las montañas y la hermana hermana María José volteó y lo miró y él colocó dos de sus dedos en los la-
bios y le mandó el beso que ella creyó sentir; ese gesto la turbó tanto que no
María José se hubiera quedado si María de Jesús no la hubiese jalado de fue capaz de despedirse del capitán Carl; tomó el camino directo al muelle.
la silla, diciendo:
Remaban ya hacia el convento cuando la hermana María de Jesús dijo:
— Él necesita dormir, y con tu presencia no lo hará. Vamos.
— Hermana María José: llegó su oportunidad.
En el patio estaban Otto y los marineros contando la odisea. La herma-
na María de Jesús dejó a Black Tom encargado con ciertas instrucciones — ¿Oportunidad?

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— Pues sí. El capitán Carl me solicitó el favor de informar al doctor La hermana María José sabía de sobra cuál sería el mensaje; por tan-
Timgen el estado del capitán. Aunque el plan de viaje era para La Florida to, en vez de escucharla, su atención estaba fija en el aspecto del doctor
—barrio donde estaba el convento—, nos iremos a Santa Isabel. Así pues, Timgen, que a los tal vez sesenta y pico de años era un hombre de mediana
capitán, conduzca la Eero para allá. estatura, quizás en su juventud bien parecido, de ojos hermosos, que no se
Al llegar al muelle de Santa Isabel encontraron a Aska, quien les habían envejecido pero estaban escondidos detrás de unas gafas de mon-
ayudo en el amarre, y ellas se dirigieron con él al pueblo. Caminaron el tura innecesariamente gruesa, nariz ligeramente abultada, cabellos un poco
trecho que separaba el muelle de la única carretera del lugar, y mientras encanecidos, la cara limpia de barbas o bigote, la boca como en una mueca
subían el camino denominado Jacob Ladder, Aska les dijo que no era una de displicencia, no a propósito, sino de nacimiento. Los brazos largos, el
montaña natural, sino la tierra que habían sacado cuando Aury separó a izquierdo en un bolsillo y el derecho suelto a su lado.
Santa Catalina de Santa Isabel. Llegaron hasta la entrada de la casa del La hermana María José hurgaba como un antropólogo en las ruinas de
doctor Timgen y Aska se despidió de ellas. lo que quedaba de este hombre después de treinta años en una isla en me-
Era una casa de concreto en la planta baja, y de madera en el segun- dio del Caribe. En este “extraño desterrado voluntario”, como diría Oscar
do piso. Aska le había contado a la hermana María José que la construcción Wilde, buscaba una pista para confirmar la coincidencia, pero la hermana
de la casa la dirigió el mismo Timgen, y que aunque todo era de cemento María de Jesús la interrumpió, tuvo que repetir dos veces el nombre de
no aguantó la primera temporada de lluvia y el segundo piso se cayó. Al la hermana María José para que iniciara la traducción, y, sin pensarlo o
reconstruirlo, lo hizo de madera. Entraron en el patio, se dirigieron a las haberlo decidido, la hermana María José se dirigió al doctor Timgen en
escaleras, también de cemento, en filas de a tres y un descanso. Subieron alemán, y le repitió más o menos lo dicho por la otra. Cuando ella empezó
sin darse cuenta de que el doctor Timgen las observaba sentado en una a hablar, Timgen abrió los ojos casi al tamaño del aro de las gafas. Estaba
mecedora en el balcón de la casa. Remontaron la última escalera que daba sorprendido y no había podido refrenar a tiempo su asombro. No hizo nin-
entrada a la casa y, ivoilà! Ahí estaba. gún comentario sobre el informe en alemán, y se limitó a decir en inglés:

El doctor se levantó de la silla, abrió la puerta que daba acceso a la esca- — Lo que ha salvado al capitán Henley es el mismo remedio que la sal-
lera, y de inmediato les preguntó en inglés: vó a usted, hermana, cuando viajó a Panamá con un ataque de apendicitis.
Sigan dándole el mismo remedio: es infalible. Buenas tardes.
— ¿Qué puedo hacer por ustedes?
La hermana María José pensó... “Esto es lo que yo calificaría como una
María de Jesús dijo: persona que recibe y despide con hostilidad cortés”.
— Buenas tardes. Ella es la hermana María José y yo soy María de Jesús; Bajaron de la casa, las gradas de cemento, el patio, y alcanzaron la carre-
soy enfermera y he venido atendiendo a su paciente. tera sin voltear a mirar, pero la hermana María José sentía como dardos los
A esta presentación él nada dijo, y ellas comprendieron que no había ojos de Timgen. Llegaron al bote, y con la ayuda de Aska emprendieron el
entendido. regreso. El único comentario de Aska fue:
— Hermana María José, va a tener que servirme de intérprete —dijo la — You did it, sister Mary Joseph.
hermana María de Jesús. La hermana María José repitió lo dicho en inglés. — Hermana María José, idespierte! ¿Cuál fue la respuesta del doctor
Timgen dio muestras de entenderlo con una leve inclinación de la cabeza. Timgen? —le averiguó María de Jesús.
— Ahora —le encomendó María de Jesús— dígale al doctor que manda Ella respondió:
decir el capitán Carl que hemos seguido al pie de la letra sus instrucciones,
que se ha notado una gran mejoría, y queremos saber si debemos seguir los — Que siguiéramos con lo indicado por él.
mismos medicamentos o si él quiere cambiarlos.

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El enigmático y solitario doctor Timgen, desde el punto estratégico de Capítulo VIII

su casa, pudo mirarlas hasta que atracaron en el muelle del convento. No Un médico austriaco
pensaba en nada en particular. Hacía tiempo que había decidido no inquie-
tarse por nada ni nadie. Especialmente con recuerdos del pasado. Él había
decidido nacer a los cuarenta años en Providencia. Para él no existía una
vida antes de 1902.
Esa tarde, mientras todas las monjas descansaban en sus celdas, la her-
mana María José tomó la Eero y se fue a Santa Catalina. Observó al llegar
que los pocos hombres que vivían en la isla estaban todos ahí, hablando so- Entre tanto, el padre David en la casa cural iniciaba la lectura de lo que
bre la tragedia, cada uno comentando situaciones iguales o peores y lo que ella le había entregado: el libro con los datos recogidos, sus sospechas y sus
habían hecho y lo que debían haber hecho los tripulantes de la Endurance. deducciones. El padre David estaba completamente asombrado de ver lo
La recibió el capitán Carl, algo sorprendido de que hubiera llegado sola, y que ella había escrito. Estaba leyendo una novela de ficción.
ella sencillamente le dijo:
Su reverencia:
—El doctor Timgen quiere que sigamos tonel mismo remedio.
Lo que a continuación anotaré no es más que sospechas. Sospechas que no he lo-
grado desaparecer de mi mente. Nada tengo para cambiarlas a una realidad pero
las considero de vital importancia. Aquí las dejo para usted y para Providencia.
El primer personaje llegó en r000 como misionero voluntario de la Iglesia
católica. En la víspera de Navidad de 1903 llegó el segundo, y en 1905, el ter-
cero. Este grupo trabajó solamente hasta 191o. No sobra anotar que la colonia
puritana que llegó a Providencia tomó como fecha de su establecimiento en la isla
la víspera de Navidad de 1629.
En 1908 llegaron dos sacerdotes hermanos directamente de Norteamérica, pero
su estadía se truncó con la entrega del departamento de Panamá a Norteamérica.
El tercer grupo, mucho más numeroso, llegó de Irlanda en 1912, y vivió y
trabajó aquí hasta 1925.
El primer sacerdote en aventurarse en estas islas, según parece, además de
convertir almas, buscaba un lugar donde construir un hogar para sacerdotes an-
cianos que no resistían el invierno norteamericano y europeo.
Según parece, el primero leyó en una revista sobre unas islas que, aisladas
del archipiélago del Caribe, lo eran también del continente y de Dios. Según lo
escrito, su religión no había llegado aún a este lugar, donde vivían en su gran
mayoría ex esclavos que habían recuperado su libertad desde
hacía 47 años. Decidió visitarlos. Con ayuda de su comunidad, que en ese
entonces recibía, como todas las comunidades en el mundo, donaciones muy sig-

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nificativas de una corona europea, pudo iniciar el largo y extenuante viaje a las ducido, hacía pensar, desde su llegada, que sería un hombre de comportamiento
islas desconocidas. misterioso.
Este sacerdote llegó primero a Nueva York, allí descubrió que ninguna embar- La travesía de San Andrés a Providencia la sintió Timgen mucho más que
cación de vapor viajaba a esas islas. Entonces viajó a Jamaica, luego a Cartagena, las dos semanas de Nueva Orleáns a Panamá y los cuatro días de Colón a San
sin informar o solicitar permiso a las autoridades religiosas o civiles de su misión. Andrés. Menos mal que había decidido no salir por ahora de esta isla, que desde
Primera incógnita, padre David. Después de un mes en Limón, Costa Rica, en- lejos parecía una gran mole oscura salida de la profundidad del océano. Eran las
contró un velero que hacía la ruta Limón, San Andrés, Providencia. Se embarcó, cuatro de la mañana. A pesar de las luces de los faros, la oscuridad era impresio-
y la esperanza de llegar en cuatro días a las islas terminó después de una semana. nante, pero el capitán al timón dirigía la goleta hacia la bahía con la seguridad
Llegó a San Andrés, donde ni las autoridades de su religión ni otros le dieron y la precisión que la experiencia, el valor y la necesidad de muchas llegadas le
la bienvenida, y descubrió que la religión protestante había anclado con fuerza habían dado. Providencia fue apareciendo como una tortuga saliendo del agua
dictatorial en esta isla. Decidió visitar las otras dos. en busca de aire fresco.
En estas dos islas retiradas geográficamente de todas las demás en el Caribe Una gran masa de piedra solitaria en medio del océano era lo que necesitaba.
—cuyos habitantes eran descendientes de los puritanos que habitaron las islas A medida que la embarcación entraba en la rada, las casitas fueron tomando for-
desde 1729 hasta r 740— encontró amabilidad y respeto, más la topografía del mas, anduvo con sus ojos el único camino que veía hasta detenerse en la iglesia.
lugar, llena de montañas, en comparación con el parque de palmeras de la isla de Sí. Era donde iría primero. El capitán le había preguntado su profesión y había
San Andrés. Esto le hizo pensar que sería el lugar ideal, no tanto para habitación tratado de convencerlo desde Colón que como médico ganaría mucha plata en las
de los ancianos, pues ellos jamás resistirían un viaje de una semana en altarnar, islas. Él se hacía el indiferente; no quería confiar a nadie sus intenciones hasta
sino para iniciar la obra de evangelización, parte uno de los motivos de su aven- tanto se sintiera seguro del lugar. El Sol, como una gran hostia, había salido de-
tura. Se iniciaba un nuevo siglo, pero sólo se darían cuenta de ello los empleados trás de las montañas y ahora alumbraba toda la isla. Fueron apareciendo el verde
oficiales, y no pocos preguntaron al sacerdote cómo se escribía en las cartas el nú- de las laderas. No veía
mero correspondiente después de 1899. valles y pensó... “Tal vez al otro lado”. No había duda. Éste era el lugar que
Lo que no habían adivinado, a pesar de que existía el convencimiento de este tanto buscaba. El Sol brillaba sobre el techo rojo y las paredes blancas de las
don entre ellos, es que, con el nuevo año, además de la matemática de la suma de edificaciones de madera. Las ventanas de las casas se fueron abriendo dejando
un año más en un ambiente en que los números se limitaban a sumar canastas escapar los sueños atrapados de la noche, y diminutas personas fueron apareciendo
de naranjas y el espacio disponible para cargar ganado en las goletas, los días que en ventanas, puertas y patios; algunos con gritos desde tierra saludaban la nave.
demoraban en la travesía los veleros, y los dólares recibidos de los maridos o fa- Por el camino pasaba ganado, y una que otra persona se detenía mirando las
miliares que trabajaban en el Canal de Panamá, era que el deseo de la población maniobras para fondear la nave.
de tener un médico se cumpliría con la sola llegada de él a este olvidado paraíso. Alguien llegaba a darles la bienvenida. Una canoa con una red llena de
El padre David siguió leyendo... pescados de un lugareño que había salido en busca de la comida del día. Después
A los dos años de la llegada del sacerdote, con la ayuda amable de los habi- llegaron las autoridades y en inglés saludaron, recibieron sus encargos, ofrecieron
tantes, aunque exenta de toda comodidad de ciudad, llegaba a la isla de San bajarlo a tierra y él aceptó.
Andrés el velero Vicarius. A bordo, como pasajero, venía un hombre de unos cua- A la hora de desembarcar, sin saber adónde iría, dejó sus cosas en el camarote
renta años, blanco, de estatura mediana y porte militar, ojos de persona astuta, del capitán: una maleta de cuero, una caja con libros y un estuche con un violín.
orejas grandes, cabello bastante claro, más o menos abundante, pocas palabras, Bajó en el bote del capitán de puerto hasta el muelle y la plaza que éste denominó
afabilidad estudiada, discreto, comportamiento reservado ejemplar, a pesar de Town.
las incomodidades de la nave. Habló poco, escuchó mucho, y todo él, según he de-

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El padre David se había dejado llevar por la narración y ya se sentía —Me llamo ahora Henry W Timgen. Jamás se me olvidará esa noche hace
acompañando a Timgen en su descubrimiento de Providencia. trece años; su reverencia ayudó a mis amigos a colocarme en un catre. Tenía yo
Caminó hacia el lugar donde descubrió la iglesia. Las cuatro personas con las una bala incrustada en una pierna; estaba borracho, drogado, en una confusión
que se cruzó en el camino lo saludaron con “Ah right”, y él respondió: tremenda por los sucesos que habían acontecido aquel fatídico día, pero en medio
de ese caos, mientras les imploraba ayuda para sacarme del túnel en que me sentía
—Good morning. hundir, vi sus ojos. Al principio pensé que era parte de mis desvaríos, después, a
Llegó a la iglesia, subió las escaleras al atrio, entró y, sin pensarlo, se pasó medida que pasaron los días y lo tuve como enfermero, pensaba siempre, me será
directamente al frente, ocupando uno de los dos reclinatorios que eran designados difícil recordar las caras de todos los que me han ayudado y que no han querido
para el alcalde y su señora. No había una alma en la iglesia; por tanto, el padre dar sus nombres, pero de su reverencia, jamás. Yo sentía esos ojos como las anclas
Stefan se dio perfecta cuenta de que había entrado alguien cuando el caminar que necesitaba para no abandonar este mundo, y hoy, aquí, están recibiéndome
inconfundible de militar resonó en el tablado del piso. nuevamente. Aunque esta vez estoy mareado, es de casi un mes de viajes por mar
y cansancio. La satisfacción, la alegría de encontrarme con su reverencia, me
Cuando el padre Stefan dio la vuelta con el Santísimo para bendecir a los
hacen sentir nuevamente que estoy viviendo. Necesito que me ayude a instalarme
concurrentes, miró por encima de sus gafas y por poco se le cae la custodia. Allí
en este lugar de paz, donde no existe la menor probabilidad de que yo perjudique
estaba arrodillado en el reclinatorio que sólo ocupaban las autoridades. Primera
a los míos.
equivocación: tan acostumbrado a ocupar siempre el primer puesto en todas par-
tes, sin pensarlo, aquí también automáticamente lo buscó y se arrodilló en él. Caminando al lado del padre Stefan, volvieron nuevamente hacia el atrio, y
de allí a la calle y a la casa misional. Allí el padre al fin le dijo:
El padre Stefan siguió celebrando la misa, más por práctica que por devoción,
y cuando dio la última vuelta como para despedir a los fieles, lo miró y sus ojos se —Yo me llamo Stefan. Te presentaré a August, el otro sacerdote, y podrás
encontraron. Timgen confirmó que no se había equivocado. Era él; con él tenía vivir aquí hasta encontrar dónde ubicarte. Te mostraré el lugar, y necesito saber
que hablar. Lo único que le habían dicho era: “Una isla montañosa en el Caribe, exactamente qué pasos diste en la otra isla, qué hiciste, con quién hablaste, y todo
un sacerdote que tiene dos ojos de diferentes colores”. Había visitado todas las lo concerniente a tu llegada a estas islas.
islas montañosas y no lo había encontrado. Ésta era la única que no conocía, y sin Cinco horas después de su llegada, ya Timgen tenía pacientes solicitando su
saberlo había decidido quedarse aquí. ayuda, cosa que dejó perplejo al padre Stefan, pues de eso no habían hablado. No
Al terminar la misa, el padre solía siempre pasar al atrio aunque no hubiera sabía que Timgen había decidido presentarse como médico. Todo porque el capi-
asistido nadie a quién saludar. Como los isleños, miraría el horizonte y le daría tán Hawkins se había encargado de informar en todas las casas, a medida que
gracias a Dios por estar en ese paraíso. Ese día también lo hizo, y sabía exacta- hacía el recorrido del puerto a su casa en Smooth Water Bay, de que había traído
mente a quién encontraría. Timgen habló primero. Dijo: a un médico alemán y dependía de la bienvenida de los isleños que este médico se
quedara en la isla.
—Buenos días, padre.
A las cinco de la tarde, una comisión de los ciudadanos más prominentes de
—Igual para usted, hijo —dijo el padre Stefan, y los dos, sin saberlo, estaban
las dos islas visitó la misión e informó al doctor Timgen que había un terreno
pensando en qué idioma se deberían comunicar: inglés, como lo habían hecho, o
a su disposición, madera, e igualmente, si lo prefería, cemento para construir su
alemán.
consultorio y su residencia. Componían este grupo los ministros de las dos iglesias
Timgen decidió hacerlo en inglés. Y en seguida dijo: protestantes, el alcalde y el jefe de la policía. Timgen, en pocas palabras, las es-
—Necesito confesarme. trictamente necesarias, agradeció la gentileza y les prometió estudiar la solicitud
de quedarse a vivir en Providencia y Santa Catalina.
Entraron de nuevo en la iglesia sin que el padre pronunciara una palabra.
Timgen, arrodillado en el confesionario, dijo:

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El padre David fue interrumpido por la hermana María de Jesús, pero sultas, los pocos hombres que no habían ido a Panamá en busca de trabajo en el
tan pronto terminó de atenderla, siguió leyendo el relato. Canal, o estaban navegando, se ofrecieron a colaborar en la construcción, deseosos
Cuando a las nueve de la noche logró al fin encerrarse en la celda que ha- de recompensar en alguna forma su generosidad. A los dos meses sus amigos los
bían puesto a su disposición, comparó el día como el más agotador de su vida, sacerdotes dieron la bendición a la casa, que por 29 años ha servido como refugio
no tanto por el trabajo, sino por la responsabilidad que el ser médico le exigía. de un hombre enigmático y solitario.
¿Inconvenientes? Pues sí, los había, pero igual los había aceptado de una manera Al mudarse, Timgen se llevó a Socam, un isleño blanco de unos 30
tan natural como si hubiesen formado parte de su vida. Incluso había logrado años, un pobre hombre que desde su llegada se había encargado de servirle
disipar la tensión cuando en compañía de uno de los sacerdotes recorrió la misión voluntariamente, y como era sordomudo nunca pUdo preguntarle la razón
para conocer sus dependencias. Habían salido de la casa al patio por la puerta que de su dedicación. Tal parecía que el destino había preparado a Socam para
daba directamente al mar, separada de la playa por unos diez metros, seguido por cuidar de Timgen.
un puente pequeño y al final de éste una caseta de unos dos por tres metros Y pensó el padre David: “Lo que no pudo anotar la hermana María José
cuadrados. El sacerdote, levantando su sotana hasta las rodillas, le mostró es que Socam sirvió a Timgen hasta su muerte. Y que el día que enterraron a
cómo se tenía que esperar que la marea bajara y por medio de un salto ganar el Timgen, Socam recuperó su voz”.
muelle. De regreso había que repetir lo mismo para ganar tierra.
Timgen no recibía visitas ni había vuelto a visitar a los misioneros. Cuando
—Esa caseta —le decía— es el servicio sanitario y el baño. Si por lluvia o una necesitaba algo de Panamá o San Andrés, enviaba notas escritas a máquina y
marea muy alta llegaras a encontrarte confinado en ella, encontrarás suficientes firmadas a Epheriem, capitán de la goleta Vicarius.
revistas y un binóculo que te servirá para observar muy cómodamente todo lo que
está sucediendo desde la misión hasta Santa Isabel. Es un entretenimiento que Desde la inauguración de la casa y consultorio de Timgen, el padre Stefan no
me ha ayudado con la monotonía de la isla, y si tienes la suerte de divisar una había vuelto a la casa, pero lo hizo un día para averiguar sobre la salud de una
nave en el horizonte, igualmente encontrarás un caracol para dar la información, de las señoras de la comunidad, quien se encontraba en labor de parto, pero como
lo cual también es de gran ayuda en casos de estreñimiento. ella era adventista, él se había limitado a rezar por la feliz culminación de la
labor de parto que ya llevaba tres días.
Este apunte sacó una buena carcajada.
Al llegar le preguntó a Timgen:
El padre David siguió leyendo, aterrado, y se preguntaba si en verdad
esto era ficción o una manera de ocultar la verdad. ¿Cuándo había hablado — ¿Cómo sigue Emma?
la hermana María José con el doctor Timgen para saber todo esto? — Según los informes, igual —contestó Timgen—. Dice Mary Cristina que
A la semana se había iniciado la construcción de la casa, y Timgen seguía de nada le ha servido ponerla a soplar el caracol (costumbre que obliga a la par-
atendiendo a cuantos enfermos aparecían, pero cambió su forma de recibir con- turienta a pujar). Tal parece que el niño estuviese cosido a sus entrañas.
sultas. Les dijo que, en vista de que vivían en lugares tan apartados, solamente Mientras decía esto, en su cara se dibujó una leve sonrisa.
tenían que escribir en un papel los síntomas; no tenían que traer al enfermo.
— Luego, ¿no piensas ir allá?
Mientras los sacerdotes leían su devocionario, él consultaba una enciclopedia mé-
dica que había traído consigo. Las tres comidas las tomaba con los sacerdotes, e — No —respondió categóricamente—. Sería exponerme a una situación de
incluso llegó a jugar dominó con ellos. la cual nada sé.
Decidió aceptar la oferta del lote y los materiales para la construcción del — ¿Sabes? — le decía Timgen al padre Stefan—. Mary Cristina es nieta de
consultorio y su casa. La casa en cemento fue dirigida por él; era la primera casa George y Elizabeth Mayson, el plantador del cual me habló el tal Chapman en
de ese material construido en la isla. Por lo general, el cemento se utilizaba úni- San Andrés... ¿lo sabías?
camente para la construcción de cisternas. En vista de que nunca cobraba las con- — Sí —respondió el padre—, me lo contaron igual que a usted.

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—Definitivamente, Stefan —decía Timgen—, debo reconocer que esto es el El padre Stefan le respondió:
Edén. —Lo encontré en una revista que evaporé antes de que cayera en manos del
—Cuidado con tus palabras Timgen —le dijo el padre, pero siguió—: para padre August.
completar, tenemos más de 3.000 hombres trabajando a 280 millas de la isla, — ¿Y qué decía?
haciendo visitas anuales únicamente para dejar trabajo ala pobre Mary Cristina
y las otras dos, que van de isla en isla, como la cigüeña. —Lo mismo —respondió el padre—. Un poco más misterioso que todos los
que se han publicado. Nadie ha dicho la última palabra.
—Timgen —decía el padre Stefan—, los isleños han comentado tu silencio,
pero menos mal que no han creído que sea por orgullo o tu forma de evitarla ver- —No me preocupa —dijo Timgen, mirando el recorte—. No existe la menor
dad sobre tu persona. Piensan que tienes problemas con el idioma. Haciendo caso posibilidad de que se nos asocie.
omiso de lo que el padre Stefan decía, Timgen preguntó: No estés tan seguro —le respondió el padre—. En dos años atendiendo a los
— ¿Cómo es el marido de Mary Cristina? isleños he descubierto entre ellos una sagacidad que a ratos me deja perplejo. Y
para tu información, las coincidencias aquí no son meras coincidencias: las tienen
El padre respondió: muy en cuenta. Y ni hablar del sentido de la vista, de tanto mirar el horizonte en
— Un poco más inteligente que la mayoría. Es maestro de escuela. busca de una vela.
—Necesito a Mary Cristina. De ella puedo aprender muchas cosas sobre par- — Todo eso puede ser cierto —convino Timgen—. Pero desconocen el medio, y
tos, aunque la pobre vino de San Andrés a recibir entrenamiento conmigo — solamente un loco dejaría ese ambiente de fábula para venir aquí—. Y con énfasis
anotó Timgen—. Además, la encuentro como una persona puesta en un medio añadió:
que no sabe apreciar lo que vale. —Yo no estoy loco.
—Te equivocas —le respondió el padre Stefan—, los isleños tienen en mucha —Dios te oiga, hijo —respondió el padre—. De todos modos, quiero recor-
estima a Mary Cristina, respetan sus conocimientos, aunque te parezcan a rato darte que estás aquí en plan de penitencia, y como pienso que volverás, porque es
rudimentarios. tu deber, no quiero complicaciones de faldas.
— Todo lo contrario —dijo Timgen alzando la voz—, la encuentro dema- Timgen, muy serio, con el recorte aún en la mano, dio unos pasos hacia el
siado interesante. padre Stefan y dijo, mirando La bahía, que desde su casa se apreciaba en toda su
El padre Stefan, visiblemente alterado, increpó: dimensión mejor que en parte alguna de la isla:
— ¿Qué estás pensando? — Le haré una promesa: si por un descuido me llegara a ver en complicaciones
Y Timgen respondió: de faldas, como usted las denomina, y por ende las consecuencias lógicas, le juro,
Stefan, que no volveré. Me enterrarán aquí.
— Lo que está sospechando. Que me gusta ella.
El padre David leyó varias veces y pensó: «Y las hubo con resultados
—Toma —el padre le extendió el recorte de una revista y le dijo: sorprendentes...»
— Quiero, exijo que lo pongas en un lugar visible para ti. Para que cada vez El padre Stefan, serio y visiblemente alterado por esta declaración, afirmó:
que pasen por tu cabeza esas ideas indecorosas, lo mires. Tal vez te hará recordar
quién eres. — En tal caso, no tendrás la bendición del amigo ni del sacerdote. Timgen,
escudriñando más los ojos para otear el horizonte, respondió:
Timgen, visiblemente sorprendido, preguntó:
—Yo no he hecho votos de castidad. Jamás, por más difícil que se presentaran
— ¿De dónde lo obtuvo? las cosas, pensé en la posibilidad de enclaustrarme; preferí el riesgo actual porque

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no tengo espíritu de mártir. Mi vida en esta isla es la paz que he deseado, a la Volvió a la casa de Timgen y le dijo:
cual tengo todo el derecho, la tranquilidad que necesitaba para poner en orden mi — Doctor, la señora Emma se nos fue.
vida, la pausa que en ese medio me negaban. Stefan, ¿tengo yo la culpa de que
para una incipiente felicidad el destino ponga en mi camino el placer de una —Trágico, muy trágico —respondió Timgen.
compañía que necesito y que me necesita? Dos horas después, un hombre a galope y con un megáfono pregonaba la muer-
El padre, levantando la voz más de lo usual, y caminando hacia Timgen para te de la señora Emma Roland. Decía:
mirarlo lo más cerca posible en la cara, le reprochó: —Funeral, mañana a las cuatro de la tarde en la iglesia de Rocky Point.
— Es una mujer casada, y tú también. Falleció la señora Emma Roland.
Timgen, devolviendo la mirada fija del padre Stefan, le habló en voz baja: — ¿Mary Cristina?
—Se le olvida que yo estoy oficialmente muerto. —Sí, doctor.
El padre, comprendiendo que no era el camino para convencer a Timgen, dijo — ¿Por qué llora?
apenas: — Doctor, ¿usted irá al funeral?
—Como tu amigo y confesor, quiero que recapacites en todo lo dicho, y que —Mary Cristina, ¿cuándo me ha visto usted en un funeral en Providencia?
reconozcas que estás pensando en dar los primeros pasos hacia un infierno peor del
—Pero el capitán Ball es un hombre muy importante...
que provocaste en la tierra. Hasta luego, Timgen, mis oraciones todas hoy serán
por ti. — ¿Más importante que yo?
—Gracias. — Usted es importante, muy importante para nosotros, tan importante que
nadie dirá nada si no asiste al funeral.
—¡Ah! Casi se me olvida informarte que viajaré a San Andrés en la primera
goleta que aparezca. Si necesitas enviar o recibir algo de allá, anótalo y envía- — ¡Dios mío! —pensaba el padre David—, ¡qué mente tan fantasiosa tiene
melo con Socam. la hermana María José...!
— Gracias nuevamente —respondió Timgen—, lo tendré en cuenta. — ¿Cómo está su marido? ¿Qué ha sabido de él? —preguntó Timgen a
Mary Cristina.
El padre David sudaba, y decidió que nadie más sabría de esta narración
de la hermana María José. —Bien —respondió ella—. Espera que los entrenamientos pasen rápida-
mente para regresar a San Andrés.
Poco después Mary Cristina entró en la casa, llegó donde Timgen y le dijo:
Mary Cristina era una mujer de unos 25 años, de mediana estatura, ojos
— iDoctor, Emma se nos muere! iPor favor, necesito su ayuda!
azules y cabellos negros. Todos decían que era igual a su abuela Elizabeth.
—Mary Cristina —respondió Timgen—, si tú no sabes qué hacer para evi-
A su llegada a San Andrés, el padre Stefan encontró entre su correspondencia
tarlo, yo tampoco.
una carta retrasada en más de dos meses, en la cual le informaban que su nueva
—Doctor, el niño nació hace seis horas, pero la placenta no se despega y la misión se desarrollaría en San José de Costa Rica, ciudad a donde se debería
hemorragia es fuerte. ¿Qué hago? trasladar en el menor tiempo posible.
Silencio... El último día de la semana que pasó en San Andrés lo dedicó a las diligencias
Mary Cristina tomó el caballo y de nuevo se fue a galope a Rocky Point. A su de Timgen. Pocas por cierto, ya que se trataba únicamente de recoger unos medi-
llegada le informaron que Emma había muerto.

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camentos del consultorio del doctor Rudolph. A su llegada, el doctor lo recibió con administraba George, Jr., y su esposa, y dos de las tres hijas. Mary Cristina era
amabilidad y alegría de verlo. la única que, por haberse casado con un providenciano, se desvinculó del negocio.
—Me habían informado de su llegada, pero reconozco que el camino del norte Los cocoteros crecían desordenadamente por todas partes. Todos se habían de-
a este sector estaba intransitable hasta para los animales. ¿Cómo está la vieja dicado a la siembra de la palma desde 1854, y después por seis años tuvieron que
Providencia? ¿Y cómo está el enfermo? mirarlas crecer y vivir de lo poco que lograban rescatar de los barcos encallados,
— ¿Cuál enfermo? -preguntó al padre—. Hasta mi salida, la única enfer- lo que sembraban y los animales domésticos que podían criar. Tal situación obli-
ma era la esposa del capitán Ball, quien falleció tratando de entregar al mundo gó a los esclavos libertos a vender a sus antiguos amos la tierra que el gobierno
su quinto hijo. Que yo sepa, hasta mi salida no había nadie grave. Lo grave va les había adjudicado, dejando las propiedades en manos de unos cuantos. Por lo
a ser en septiembre, cuando se esperan por lo menos diez habitantes más. Esos general, los barcos que pasaban por la isla les compraban carne de cerdo y pescado
trabajadores del Canal llegan en diciembre a visitar a sus esposas y nos dejan el salado. En 1 903 existía tal grado de prosperidad y alegría, que el padre Stefan
problema por resolver en septiembre. no dejaba de sorprenderse comparándolo con la quietud de tumba de la vieja
Providencia. Algunos ex esclavos habían heredado nuevamente tierras al morir
Y reflexionaba el padre David: “Eso sí es cierto...” sus amos y por el abandono de otros que salieron de. las islas. Todo era distinto
Pensativo, el doctor Rudolph hizo caso omiso de lo dicho y, rascando su cabeza, de Providencia, donde cada mes una goleta era el único acontecimiento que hacía
dijo: surcos en la apacible vida de la isla, donde los eventos sociales se limitaban a las
veladas de nueve noches después de los entierros, uno que otro matrimonio entre
— Creo que debe averiguar a su regreso, padre. Yo he recibido solicitud del
primos y la llegada de algún funcionario del gobierno de Bogotá.
doctor Timgen para cocaína, que es una droga que solamente la utilizamos en
casos extremos. Un momento. Déjeme mirar la lista que usted trae. Tal vez la En el puerto del norte, dos naves cargaban los cocos que otros sentados a la
persona que lo necesitaba ya murió. orilla del mar descascaraban de la primera concha y tiraban a un lado, coco que se
cargaría en los botes y se llevaría a la goleta. Se contaban de a veinte por canasta
Abrió el sobre y, murmurando, leyó la lista de drogas solicitadas y dijo, como
de juncos secos hecha en la isla. Los cocos se cargaban sueltos en las escotillas de las
en suspiro:
goletas que venían de Norteamérica.
— ¡Aquí está! Nuevamente lo está pidiendo: mínimo cincuenta gramos de
El padre Stefan encontró, para su sorpresa, a varios chinos andando por la
cocaína.
calle, todos con su vestimenta típica y su colita de caballo. Le contaron que habían
El padre tomó la lista, la miró y dijo: huido de Costa Rica por maltrato, donde se construía la red ferroviaria Limón-
—También se utiliza para mezclar otras drogas, posiblemente ese sea el uso. San José.

—Tal vez —repitió el doctor Rudolph. El padre David decía:

El padre Stefan sabía de sobra que el paciente que necesitaba esa droga era el —Hermana María José, me está usted convenciendo.
mismo doctor Timgen. Para los sanandresanos, Providencia era como su despensa, de donde venían
San Andrés se había desarrollado de tal forma que el padre Stefan se sentía la carne de res y las frutas, y muchas cosas que los sanandresanos no sabían o no
casi como en una ciudad, comparada con la vida pastoril de Providencia. El querían cultivar.
almacén que habían iniciado George y Elizabeth lo habían heredado su hijo, A su regreso a Providencia, el padre alistó sus pertenencias y en dos días estaba
su esposa y sus nietas; quedaba en el norte, Elizabeth había pronosticado que de nuevo en San Andrés en espera de una goleta que lo llevaría a Limón, Costa
sería el lugar del futuro de la isla. Estaba bastante bien surtido y seguía siendo Rica. Envió los encargos de Timgen con Socam y no se despidió de él.
el único donde se podían encontrar y comprar artículos de primera necesidad. Lo

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Poco antes de salir The Bird, la goleta en que viajaría el padre, Timgen es- Capítulo IX

cuchó que alguien subía las escaleras de la casa corriendo. Al mirar, vio a Mary La dote
Cristina, quien entró toda turbada y le dijo que su marido le había enviado una
carta diciendo que se regresara otra vez a San Andrés, y viajaría esa misma
noche. Timgen la miró, y sin decir una palabra, tomó con rabia un caracol que
había encima de una mesa que utilizaba como escritorio, y lo estrelló contra la
pared de la casa, pero salió por la ventana que estaba cerrada, rompió el vidrio y
fue rodando por la escalera.
Mary Cristina se asustó, y pensó: “Con razón la gente dice que el doctor tiene Salieron de Providencia rumbo a San Andrés. Black Tom fue informado de
a veces comportamiento de loco”. No dijo nada más y salió corriendo nuevamente que su pasajera preferida estaba en la cabina del capitán, y hablaba con ella
hacia su casa. cuando Henley bajó por segunda vez para cambiarse. Los miró, sacó la ropa
Timgen, completamente contrariado, culpó al padre Stefan de la decisión de que buscaba y subió de nuevo. El viejo Black Tom le decía a la hermana
Mary Cristina de abandonar Providencia. Y cuando supo de la salida intempes- María José:
tiva del padre, su disgusto fue mayor. Se sintió traicionado y le invadió la soledad — Hija, estás muy cambiada. No sé cuáles sean tus planes con este cam-
y la rabia, las que siempre combatía con Oporto o con drogas. bio, pero te deseo la mejor de las suertes. Si el capitán Henley es el motivo,
Al día siguiente, recapacitando completamente de lo que consideró traición me hace feliz. Él es para mí el hijo que nunca tuve; lo conozco mejor que
y abandono del padre Stefan, y truncadas sus intenciones con Mary Cristina, su padre. No es un hombre que se da por vencido fácilmente; sabe luchar
decidió que viviría su vida y jamás saldría de la isla. por lo que quiere.
El padre David sacudió su cabeza y pensó: “Y lo cumplió, aquí ha es- La hermana María José se limitó a sonreír y a agradecer la limonada que
tado durante 29 anos. Sin esfuerzo ninguno se ha ganado el apoyo de los Mr. Tom le había llevado.
hombres y la admiración de las mujeres. Un médico que no examina a sus Henley no volvió a bajar a la cabina, aunque se sentía morir de la des-
pacientes, se limita a leer sus dolencias y receta. Muy respetado, nadie se esperación por buscarla. Saber que estaba a pocos pasos lo perturbaba más
atrevería a dudar de sus conocimientos como médico y menos aún indagar de lo que jamás le había sucedido con mujer alguna, también le asaltaba el
en su pasado. Un hombre de ciudad, rico, educado, ambicioso y noble, obli- temor de que la presencia de María Fernanda en la Endurance no fuera con
gado a vivir en una isla donde el 95% de sus habitantes desconoce tierra la intención que él esperaba.
firme, y menos aún las costumbres, los sucesos y eventos de las ciudades.
No hay duda de que debió sufrir el ‘virus de pueblo’, de Sinclair Lewis. Me Tomó la guardia de ocho a doce de la noche. Allí, detrás del timón, su
pregunto cómo resisten las mentes infantiles el fanatismo religioso here- semblante ahora era risueño, y toda su atención se centraba en llevar la
dado de los puritanos. No hay duda de que la discriminación racial de la goleta lo más suave posible entre las olas. María Fernanda también estaba
isla le sirvió de barrera para aislarse de muchos, y la necesidad de la isla de preocupada; sentía temor. Temor de su reacción al saber que ella viajaba a
un médico le permitió el respeto sin preguntas de los pocos que por saber Colón y luego a Europa; que su plan inmediato no era quedarse con él.
repetir de memoria algún versículo de la Biblia son considerados cultos. A las once y media entraron en una cortina de lluvia que parecía un
Pero no hay duda de que aprovechó el ejemplo de los más pudientes, los bautizo para la nueva vela que estrenaba la Endurance. La brisa seguía a
capitanes de las goletas y los terratenientes, para llevar una vida privada su favor pero la lluvia caía a baldadas encima de ellos. Henley estaba feliz
bien licenciosa. Rezaré por él”. de volver al mar, y con la hermana María José a bordo no le importaba ni
sentía la lluvia que le caía encima. Este viaje no tenía comparación con nin-
gún otro, también sentía respeto y consideración con los demás hombres a

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bordo y trató de portarse indiferente ante la situación. Él la amaba y al fin pensé irrespetar la cabina de mi tío”. Al iniciar el trabajo en la Endurance,
la tenía sola, sin tener que compartirla con la iglesia. Pero la gran pregunta el capitán Timothy Ball les advertía que no permitiría encuentros con mu-
seguía: ¿Viajaba como respuesta a la tregua o viajaba para salir de la vida jeres en su goleta. Otto le repetía que “el que ama no piensa”, y él siempre
de él? le respondía que él no solamente pensaba, sino que calculaba muy bien las
No, el encuentro no podía ser más sincero. En su mente repasaba el consecuencias de sus actos.
encuentro y la figura de María Fernanda sin hábito, y sonreía a la vez que Ahora, doce horas después de haberse encontrado otra vez con María
pensaba: “Una María Fernanda llena de sorpresas...”. Fernanda, ella supo cómo obligarlo a volver añicos todo el dominio que por
Entregó la guardia a Otto a las doce, informando, como se exigía, el años nunca le había fallado. Aunque ahora pensaba, con una sonrisa algo
curso que debían seguir, y Otto lo repitió. Por lo general, esta guardia deno- irónica: “Es toda una locura hacer el amor en un camarote de goleta”.
minada Dog watch por las horas, la soledad, el cansancio y los peligros que Cuando Otto entregó la guardia a las cuatro de la madrugada, bajó para
siempre aparecían de noche, la tomaría uno de los marineros, pero cuando descansar un rato en uno de los camarotes desocupados de pasajeros y a
llevaban ganado extremaban los cuidados. Quince minutos después se in- avisar a Henley que tenían tierra a la vista. Al llegar se dio cuenta de que
ventó a sí mismo la excusa de bajar a su cabina a quitarse la ropa mojada, los seis camarotes estaban desocupados; sólo el sombrero de vaquero de
excusa contra la costumbre general de los marineros de goleta, quienes des- Henley calentaba desde la tarde a uno de ellos. —i Dios Mío!—pensó—,
pués de la guardia, por lo general extenuados, se tiran en cualquier parte a ¿y ahora qué?
dormir con la ropa seca o mojada. Estaba tan desconcertado que subió otra vez a cubierta y decidió des-
Entró en la cabina, donde la oscuridad de la noche acompañaba a María cansar encima del techo mojado de la cabina.
Fernanda. Pero tan pronto ella lo escuchó, y segura de que era él, se levantó A las cinco de la mañana Henley subió, caminó por los espacios desocu-
y a tientas lo buscó en la oscuridad del pequeño espacio descartando el foco pados entre los guacales de ganado, los miró y preguntó cómo se habían
de mano para las emergencias. Cuando tropezó con él, se abrazaron y ella portado, dio orden de bajar un poco la vela mayor y que lavaran los pisos de
se dio cuenta de que había recibido la lluvia sin clemencia, y le dijo: la cubierta. Estaban llegando a los arrecifes del cayo Bolívar, donde no era
— Te vas a enfermar. iCámbiate!—y ella en la oscuridad le empezó a prudente ir a tanta velocidad. Llegó a la cocina y pidió a Black Tom un café.
subir la camiseta por la cabeza, movimiento que él no interrumpió, mien- Éste se sorprendió porque Henley jamás tomaba café. Recibió la taza de
tras creyó escuchar y sentir que la Endurance había entrado en un ambiente peltre blanco entre sus dos manos. La brisa hacía fiesta con su cabello sin la
de vientos huracanados, que la goleta en vez de partir las olas con la quilla pañoleta que siempre se amarraba a bordo para evitar que la brisa le echara
daba vueltas en círculos, creía escuchar que repetían su nombre. los cabellos a los ojos, se paró con las piernas abiertas, como acostumbran
Mientras sentía que la Endurance estaba atrayendo rayos, se habían que- los marineros de goletas donde la estabilidad es mínima. Miraba cómo la
dado sin mástiles. Otto gritaba órdenes, porque las velas se habían des- Endurance, al buscar paso, despedía las olas a su encuentro haciéndolas llo-
garrado de nuevo, la botavara había barrido con todo y todos en cubierta, rar cascadas de espuma. Volvió a la popa y le quitó el timón al marinero que
trató de pelear contra la ola que los había alcanzado también a ellos, pero había tomado la guardia de las cuatro de la mañana. Llevaba doce horas de
María Fernanda no colaboró y por primera vez en su vida no encontró la haber encontrado a María Fernanda en la goleta sin saber sus intenciones,
voluntad o la responsabilidad de moverse de donde estaba para verificar si pero sospechaba que en la vida de los dos estaba por suceder algo con lo
el desastre era imaginado o cierto... cual él no estaría de acuerdo.

Horas después, sin dormir por miedo de perder un momento de esta Otto le llevaba cinco años a Henley, y se sentía con todo el derecho de
realidad con ella en sus brazos, pensaba: “Tantos días planeando, deseando hablarle francamente. Se acercó a él y le dijo:
que algún día, en algún lugar y en algún momento perfectos, pero jamás

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—Dame el timón y ve a terminar el lío en que te has metido. Henley no —María Fernanda: si has dejado el convento para casarte conmigo, yo
le contestó, le entregó el timón, bajó y entró a la cabina. La hermana María decidiré dónde viviremos.
José estaba despierta, tapada únicamente con la — Henley, entiéndeme, tengo que presentarme en Viena, pongo las co-
sábana, su bata de dormir junto a la ropa mojada de Henley, en el piso. sas en orden y regresamos a Colón, al Canal, a Providencia, a los Estados
Él recogió la bata y le dijo: Unidos, adonde quieras, yo también debo advertirte algo: no me voy a que-
dar en ninguna parte mirando el horizonte, como todas las esposas de las
—Estamos llegando a San Andrés. islas viajaré contigo.
Ella se levantó envuelta en la sábana, sacó su pasaporte del maletín y le —María Fernanda —le aclaró Henley—, yo no puedo ir contigo; ten-
dijo: go que presentarme en la zona del Canal dentro de cinco días para volver
—Yo sigo a Colón. El sábado tengo reservación en el Cristóbal Colón al puesto de práctico que tenía antes. Me encontrarás aquí a tu regreso.
para Europa. No bajaré a tierra si no te molesta. Además, no tengo adón- ¿Cuánto tiempo piensas estar afuera?
de ir. Según entiendo, no existen pensiones ni hoteles, y ni pensar en el — Un mes máximo —respondió ella.
convento.
Henley la besó y le dijo:
La confusión y la rabia de Henley fueron totales. Miraba el pasaporte
que ella le extendía y la miraba a ella. Seguía con la bata en la mano, y — Me voy a dar un baño de mar, ya vuelvo.
su impulso en el momento, sin que ella lo sospechara, era completamente Ya habían fondeado en la bahía de San Andrés. Henley subió, se quitó
distinto de la ternura y la consideración de la noche anterior, pero logró la camisa y el pantalón y se lanzó al agua. Subió y se quitó el agua salada
dominarse y se sentó en el camarote con la bata en una mano y el pasaporte con un balde de agua de lluvia. Descendió y se cambió para recibir a las
en la otra. Y le preguntó: autoridades. Bajaron el ganado, la única carga para San Andrés, desarma-
—María José, ¿qué significa lo que me has dicho? ron los guacales, y cuando todos estaban desayunando, la hermana María
José subió ataviada con un vestido de baño negro y una toalla alrededor
Que te amo, que renuncié al convento por ti, pero tengo que atender de la cintura. Por poco sale corriendo de regreso a la cabina cuando sintió
algo en Europa —le explicó ella y lo abrazó. todos los ojos en ella; había bajado a la cabina con el hábito de monja y
Entonces demandó él: subía ahora en un vestido de baño. Logró hacerse la que no se daba cuenta
de que la miraban. Se pasó al lado de babor, dejó la toalla en el techo de la
— Dime, explícame lo del viaje a Europa.
cabina, llegó hasta las escaleras de flechaste, subió a la amura y después a
Ella entonces le contó la razón. Luego preguntó él: la escalera, y dio un clavado perfecto en el mar, igual como lo hacían ellos.
— ¿No puedes dejarlo para más tarde? Todos, sin excepción, la miraban. Henley, quien arreglaba algo en la proa,
bastante lejos de ella, se sentía confundido. Los marineros comentaron de
— No, Henley —respondió ella—, tengo que ir pero quiero que me inmediato:
acompañes.
— Hey, Cap, en la ida a Colón podemos parar en el cayo para recoger
Henley la miró fijamente. caracoles y langosta; tenemos una buena buceadora.
— ¿Qué estás diciendo? Ella dio la vuelta por la popa, y Otto la ayudó a subir por la escalera.
—Quiero viajar contigo —repitió ella. Henley no sabía qué decir o qué hacer con la presencia de María Fernanda
en cubierta, en vestido de baño. Tampoco le había gustado que la siguieran
El respondió:
mirando. Ella llegó donde Mr. Tom, y él amablemente le echó un balde de

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agua encima. Ella se vistió con la toalla como falda y le pidió un café; luego para ellos no estás viviendo de acuerdo con los conceptos del bien y del mal
bajó a la cabina y cuando Henley fue a despedirse de ella porque bajaba a que ellos fabrican, te echan.
tierra, la encontró con el overol café, con la cara hacia la pared, completa- Siguieron hablando de las islas, que mientras la una vivía de la expor-
mente dormida. Henley cerró la puerta y subió. Le contó a Otto que María tación de cocos, Providencia había encontrado venta para sus naranjas, y
Fernanda no bajaría a tierra y se fue. sus habitantes habían recibido mejor acogida en la zona del Canal que los
Henley hizo las vueltas para el zarpe del día siguiente en menos tiempo sanandresanos. Cuando ella le preguntó el porqué, él respondió:
de lo acostumbrado, rechazó pasajeros y buscó infructuosamente un regalo — Cuando llegues a vivir allá lo comprenderás.
para María Fernanda en los almacenes Bogotá, Stanco y Lung, y no en-
contró nada que le gustara, pero sí compró dos toallas blancas, dobles en Black Tom se esmeró en la comida de la tarde y ofreció un dulce de
tamaño de las que tenían a bordo. A su regreso encontró a María Femanda batata para el postre, que María Fernanda repitió. Todos, menos ellos, ba-
sentada en la popa. No había almorzado y lo esperaba. jaron a tierra, y Henley sabía que algunos se quedarían a dormir y los otros
regresarían bastante tarde, pero María Fernanda decidió que dormiría en
Henley no volvió a bajar a tierra; encomendó a Otto el resto por hacer. el techo de la cabina. No hubo promesa que él hiciera que la convenciera
Los dos pasaron el día debajo del anning (un cuadrado de lona elevada lo de volver a su camarote, y se quedaron cantando I can’t begin to tell you y I’m
suficiente encima de la cabina hasta la popa para buscar sombra). Al ano- always chasing rainbows.
checer se quedaron mirando cómo se prendían las tenues luces en las casas.
El espectáculo la hacía recordar los pesebres que armaba con sus tíos. Ella Agotados por el trajín del viaje y del día, el sueño los dominó. Cuando
le preguntó por primera vez: Otto y dos marineros llegaron, los encontraron profundos, aunque Henley,
como buen marinero, se despertó tan pronto escuchó los remos que se
— Henley, ¿por qué te convertiste al catolicismo? Según me han dicho, abrían paso en el mar hacia la goleta. Otto y sus compañeros decidieron
por tradición toda tu familia es protestante. acompañarlos compartiendo el techo de la cabina como cama.
Henley la miró, y sin sonreír, dijo: Al día siguiente, después de un baño de mar junto con Henley, en que
—No solamente eso. Estaba considerando la posibilidad de convertirme nadaron hasta el Cotton Cay y visitaron las abandonadas instalaciones de
en sacerdote. Mr. Bradley, quien había construido una casa allí donde mantenía su bo-
— ¿Y qué te hizo desistir? dega de cocos en un primer piso y su oficina en el segundo, nadaron juntos
de regreso. Llegaron las autoridades de puerto, y tan pronto bajaron, la
—No me gusta el vino ni el uniforme. Endurance levó anclas y zarpó de la bahía de San Andrés hacia Colón.
—No —dijo ella—. Seamos sinceros. Yo creo que lo hiciste para evitar El viaje fue increíblemente placentero, y María Fernanda aprovechó
el matrimonio con Izabela, ¿cierto? para informar a Henley de todo lo que planeaba hacer en Europa, y él a ella
—No —respondió Henley—. De no haberte conocido, tal vez hubiera de lo que haría para recibirla en la zona del Canal de Panamá a su regreso.
terminado casado con Izabela, pero mis planes no eran vivir con ella. Y res- Al pasar por el cayo, los cuatro marineros pidieron aprovechar para recoger
pecto a la religión católica, te diré: existe para mí un solo Dios y distintas langostas y caracoles. Bajaron las velas para evitar que la corriente arrastrara
formas de comunicarse con Él. Me gusta eso de que siendo católico nadie la goleta en los bajos. Botaron anda, amarraron la botavara de la vela mayor,
te echará de la iglesia ni te negarán los sacramentos por la vida que vives bajaron uno de los botes y tres marineros salieron hacia el cayo.
o si personalmente difieres de aspectos de la doctrina. En otras palabras, María Femanda subió con vestido de baño para acompañarlos, pero
te dejan vivir tu vida y siempre serás católico. Además, me gusta la solem- Henley con el ceño fruncido, le dijo que se limitara a bañarse alrededor de
nidad de las misas. Y si te amo a ti, quiero participar de todo lo tuyo. En la goleta. Ella lo miró, sonrió y se lanzó por la borda al mar y nadó hasta
cambio, según la religión de mis padres, ellos viven metidos en tu vida, y si donde estaban los marineros. Otto sonreía mientras decía:

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— Cap, pudiste con el caballo, pero dudo que logres dominar a esta —No te preocupes; con gusto te bajaré de la cruz —le dijo Henley.
mujer. Ella tiene una mente propia, como dirían los viejos. Esa noche Henley tomó la guardia de siempre, de ocho a doce de la
Henley lo miró de reojo, como quien dice, no te metas. noche. Estaba en el timón cuando María Fernanda subió a las once. En
María Fernanda seguía sorprendiendo con su habilidad para nadar y la sus manos traía un paquete bien envuelto y amarrado. Contenía todo lo
resistencia debajo del agua. Volvieron en poco tiempo con más caracoles y que pensaba que no quería ver más o que vieran y lo lanzó al mar. Así dijo
langostas de lo necesario. Ella estaba feliz, aunque tenía las manos destro- adiós a su vocación de monja y dio la bienvenida a la de mujer de Henley
zadas. Despreciando el arpón, jaló una langosta por las antenas, tan pronto Alva Brittany.
la vio entre unas piedras coralinas, lo cual le ocasionó heridas. Cuando Al terminar la guardia, Henley bajó a la cabina donde lo esperaba María
subió a bordo, ayudada por Henley, y viendo sus ojos más oscuros que lo Fernanda tratando de disimular la incomodidad de sus heridas. Entre lo
usual yen su cara rasgos de disgusto, delante de todos lo besó. Era una de- mucho que hablaron; ella le dijo:
mostración de afecto que los isleños no manifestaban en público. Henley — ¿Sabes, Henley? Yo te conocí hace cuatro años. Viajaba con mis tíos
le devolvió el beso y todos aplaudieron. Black Tom la llamó, y después de en el verano de 1934, en el buque La Roma. Llegamos de Nueva York a
echarle encima un balde Cristóbal y allí esperamos casi veinte horas para hacer la travesía por el
de agua dulce le pidió que se cambiara y volviera para ponerle algo en Canal. Había muchos barcos militares y ellos tenían preferencia, según el
las heridas de las manos. Mientras Black Tom la curaba, escuchó que uno capitán. Cuando al fin nos asignaron el práctico, estábamos mirando por
de los marineros se refirió a ella diciendo: la borda cuando subiste al barco con tu cuadrilla, y unas chicas italianas
—That panya can dive! que estaban en segunda clase hicieron que miraras hacia arriba, y cuando
miraste, me impresionaron los ojos tan grises que tenías. Miraste a todas y
Ella entonces le preguntó a Black Tom: a mí también. Y seguiste a la cabina de mando. Cuando llegamos a Balboa
— ¿Por qué nos dicen panyas a los que no somos de la isla y hablamos ya era de noche y no supe cuándo bajaste, pero tus ojos quedaron grabados
español? Yo sé que la palabra viene de `panyarring’. ¿Acaso en la isla hubo en mi memoria. Antes de llegar a Buenaventura, mientras leía en cubierta,
casos de ‘panyarring’? pasó el capitán y se sentó a charlar conmigo. Yo le pregunté por el nombre
del práctico que nos había pasado por el Canal, y él me prometió buscar su
Él le respondió:
nombre en los documentos firmados para el pase. En la comida me trajo un
— Si tú me explicas qué es `panyarring’, yo tal vez podría explicarte la papel con el logotipo del barco donde había anotado el nombre. Ese papel
razón. está en la biblioteca de la casa de mis tíos. Yo ni por un
Ella le explicó y entonces él dijo: instante pensé que el piloto de la Endurance era el mismo práctico del
— Pues los casos de persecución y violación por parte de los primeros Canal; lo llegué a pensar no hace mucho, cuando recordé cómo me había
soldados que llegaron a las islas eran muy parecidos, y creo que de allí salió enamorado de los ojos de aquel práctico. Lo buscaré, Henley, y si allí apare-
eso de que todos los que no hablaban como nosotros eran como los que en ce tu nombre, te juro que seguiré creyendo que las coincidencias, como dice
África se dedicaban a `panyarring’. O sea, capturar contra su voluntad a la el padre David, rigen mi vida.
gente para violarla o venderla. Henley la miró, y lo único que dijo fue:
Después de que Black Tom le untó el remedio, él le advirtió que tenía —En 1934, el único práctico con ojos grises era yo. Los había azules,
que mantener las manos al aire. Ella se acercó a Henley y le dijo: verdes, negros, café. Esa sería mucha coincidencia.
—Me siento como un Cristo. Entonces Henley le dijo que él también le tenía una sorpresa que encon-
traría en una de las gavetas. María Fernanda se levantó, empezó a buscar y

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halló en la segunda gaveta tres faldas con chaquetas y blusas, ropa interior, — ¡Basta ya! A menos que quieras darte un baño en la bahía de
cartera y zapatos (que le quedaron pequeños), todo muy bien escogido. Cristóbal...
Ella abrazó a Henley y él le preguntó de dónde había sacado lo que venía A su llegada a Colón, María Fernanda descendió de la goleta muy ele-
poniéndose, y ella le contó por primera vez la intención con la que había gante, ataviada con falda y chaqueta crema y blusa azul, zapatos altos y
llegado su madre a Providencia. cartera color café, y por primera vez la vieron maquillada. Henley le explicó
Entraban por el Break Water de la bahía de Cristóbal Colón. Henley a Otto que irían en tren para tomar el barco que estaba en Balboa. Esta idea
estaba en el timón, llegó Otto y le preguntó: de tomar el barco en Balboa fue de María Fernanda, pensando que durante
— ¿María Fernanda se queda contigo en la zona? el trayecto de diez horas del Pacífico al Atlántico convencería a Henley de
acompañarla. Pero a él se le ocurrió algo mejor en el camino a la estación
— No —respondió él—. Ella se va para Europa por un mes. del tren. Dijo:
—Pasero (de “parteros”, escuchado a los primeros colombianos llegados —María Fernanda, casémonos antes de irte.
a la isla) —le dijo Otto—, es lo mejor que te puede suceder.
— ¿Por qué? —le preguntó Henley.
— ¿Y lo preguntas? —dijo Otto—. Dime, ¿qué vas a hacer con una mu-
jer que sin duda es bonita, educada, canta y toca la guitarra a la perfección,
nada como un pez, se acomoda a la vida de la goleta como ninguna otra
y está enamorada de ti? ¡Una muñeca y punto! Henley le respondió muy
despacio:
— ¿Y qué piensas tú que le hace falta, Otto?
— Pues Henley, ¿te la imaginas en tu casa en Providencia haciendo los
oficios, criando hijos y todo lo que nuestras mujeres hacen?
— ¿Sabes, Otto? —le respondió Henley, con la voz algo alterada—. No
me la imagino lavando, planchando, cocinando, limpiando casa, atendiendo
animales y menos pariendo un hijo cada año, y sabe que no es lo que me
enamoraría ni lo que espero. Otto, amo a esa mujer y no espero que sepa
cómo hervir agua.
— Henley —dijo Otto, me tienes desconcertado, nunca te había visto
tan encaprichado con una mujer. Además, es panya. ¿Desde cuándo te gus-
tan las panyas? Creo que hasta la celas.
— Te equivocas, Otto, el amor correspondido no provoca celos. Pero si
alguien llegara a faltarle al respeto, lo mataría a trompadas. Pero, ¿por qué?
¿Me quieres decir que no se compara con ninguna de las otras?
Henley, con una mano en el timón, agarró a Otto por el cuello de la
camisa y le dijo en voz baja pero contrariado:

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Capítulo X — Y dime —preguntó ella—: ¿Cómo es que tu mamá resultó ser hija de
Colón-Panamá - zona del Canal un norteamericano, sin haber ido a los Estados Unidos?
—Mi abuelo fue un desertor del famoso William Walker, el filibustero
que trató de anexar Nicaragua a los Estados Unidos. Se casó con mi abuela
en 1858 y tuvieron un hijo. Ese hijo en 1884 se casó con una prima provi-
denciana y tuvieron dos hijas gemelas. Una falleció y la otra es mi madre,
que se casó con mi padre, igualmente primo, en 1902.
— Otra coincidencia, Henley: mi mamá y mi tía Nena también eran
Henley y María Fernanda pasaron el resto del día tratando de recorrer mellizas.
en horas los dos meses de separación. Ella, dando detalles de la razón de
— Y dime, Henley, sinceramente, ¿estás feliz con tu trabajo?, ¿no te
su demora en Europa, y él, la soledad y la impaciencia de esos dos meses
sientes extraño? Entre ellos, ¿no te ven o te tratan distinto los norteame-
y su trabajo nuevo como práctico del Canal de Panamá. A lo que ella le
ricanos? ¿No prefieres comandar la Endurance con todos los peligros e
preguntó:
incomodidades? De seguro económicamente no se compara. Y ni hablar de
— ¿Cómo llegaste a trabajar como práctico siendo —como parece ser— tu imagen. Eres guapo pero el uniforme definitivamente te hace irresistible.
un grupo muy exclusivo, privilegio únicamente de nacidos en los Estados
Henley sonrió al pensar que la última parte de lo dicho venía de una ex
Unidos?
monja.
— Mis padres —le contó él— vivían en Bluefields, Nicaragua, donde
—Perteneces a ese exclusivo grupo del Canal —siguió ella—, con todos
nació mi mamá. Cuando Panamá declaró su independencia de Colombia,
los privilegios de los norteamericanos, o más bien de los blancos.
mi padre era piloto de un barco que hacía la travesía Nueva York-Cuba. Él
vino y solicitó trabajo en un barco de la Compañía del Canal de Panamá No esperó la respuesta de Henley.
que hacía la ruta Nueva York-Panamá y se lo dieron. Yo nací, como tú, el 8 — ¿Sabes? En Austria me faltaba alcurnia para ser aceptada en ciertos
de diciembre pero de 1904. Se me permitió el adelanto de seis años, para círculos. En Colombia tenía demasiada historia y clase detrás de mis ape-
aprovechar un poco la vida antes de que llegaras. llidos, y con los norteamericanos mis genes indios no son aceptados.
Ella lo miró y dijo: Cuando dejó espacio para hablar a Henley, él le dijo:
— Privilegio de los varones. Menos mal que aceptas que la ventaja ya se —María Fernanda, aquí no tendrás problemas con los norteamericanos
venció. ‘No cabe duda, es mucha la coincidencia. corno yo nunca los he tenido.
—Entonces —continuó Henley—, como te decía, nací un año después — ¿Sabes, Henley? En la única parte donde me he sentido aceptada es
de la independencia y en la zona. Y como mi mamá era hija de un nor- en Providencia, y eso que allá también el racismo es bien latente.
teamericano y una providenciana, me dieron la nacionalidad norteameri-
cana, me eduqué aquí, presté servicio militar en una academia militar en — Bueno, vamos por partes —continuó Henley—. Querías saber si es-
Maryland, trabajé en la Compañía de la zona en la parte administrativa, y taba feliz aquí. María Fernanda, yo me siento feliz cuando tú estás conmi-
cuando solicité vinculación como práctico me aceptaron y me entrenaron. go. Aquí, en la Endurance, en Providencia o en San Andrés, pero llegó un
Así de sencillo. Pero en 1935 Pa decidió volver a Providencia. Yo también momento en que tenía que decidir dónde podía tenerte mejor o a dónde
estaba con muchas ganas de navegar en alta mar, y resolví ir con ellos. Mi me podía ir si tú no salías del convento, y esto me pareció lo mejor. No te
padre se embarcó con mi tío, yo con los dos, y después mi padre se retiró y preocupes, tan pronto logres habituarte al modo de vida, lo encontrarás
yo seguí con mi tío. Y últimamente sabes bien el resto.

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bastante vivible. Ahora yo quisiera saber, ¿qué pasó con ustedes en Austria — ¿Ni siquiera con la de verde, quien toda la noche te miraba y levan-
durante la guerra de 1914 a 1918? taba su vaso hacia ti?
— Nos vinimos a los Estados Unidos y pasamos siete años en Roxbury, Esa dijo él— es una buena chica, un poco confundida. Era el mes de
Vermont. agosto, y Henley le informó que, al parecer, estaban esperando una visita de
Ahora dime —le interrumpió—, ¿qué te hizo pensar que tenías voca- mucho peso, tanto así que las medidas de seguridad, limpieza y emergencia
ción de monja? estaban en lo máximo. La persona que esperaban ya estaba en un barco de
guerra en el Caribe y llegaría a la zona después del 6 de agosto.
— ¿No te parece acertado aunque no la tuviese? ¿De qué otra forma nos
hubiéramos encontrado? Yo no me arrepiento de esa experiencia, como Al día siguiente María Fernanda recibió la sorpresiva visita del capellán
tampoco del viaje a las islas, ¿cómo podría? Aunque te cuento que casi sal- de la base. Llegó para solicitarle el favor de colaborar con él en los prepa-
go corriendo ante mi primer encuentro con la Endurance... Mi estadía en rativos para una misa que se celebraría con la presencia de alguien muy
Providencia fue idílica. La llevaré siempre en mi corazón. De San Andrés, importante que estaba por llegar. El capellán, sin preámbulos, le informó
tengo gratos recuerdos de Tina, de Gilma y de Inés. Afortunadamente, que estaba al tanto de que ella, antes de esposa de Henley Brittany, había
no fue hasta mucho después que las otras pasaron a indiferentes en mi sido una monja, aunque nunca la había visto en misa. A eso ella le respon-
recuerdo. dió que asistía a misa en la ciudad de Panamá; uno de los sacerdotes de la
catedral era un pariente lejano y amigo de su familia. El capellán siguió
— Dime, Henley, ¿dónde está la Endurance? diciendo que la había escuchado interpretar unas canciones en el club. Su
— En Colón, llegó ayer. colaboración era indispensable y le rogaba que aceptara la invitación a can-
tar en la misa. Le contó además que él había ensayado con unos marines el
— ¿Está aquí?
Laudate Dominum, de Mozart, y estaba necesitando la voz de una soprano
— Sí, pero no he bajado. Estaba esperando saber dónde estabas o cuándo como ella. María Fernanda aceptó colaborar, y pasó los días ensayando con
venías, y tenía temor de salir y que el telegrama llegara y no me encontraran. el capellán de origen alemán.
— ¿Puedes ir mañana? —preguntó ella. Días después del 6 de agosto de 1938, en el U. S. S. Houston llegó al
Y así fue. Al día siguiente bajaron a Colón. Y allí estaba la Endurance puerto de Cristóbal el tan esperado visitante: el presidente Franklin D.
atracada en el muelle de Cristóbal. María Fernanda abordó delante de Roosevelt. Hubo recibimiento sin igual, tanto de los militares como de los
Henley por la pasarela de desembarco, saludó a Otto, quien la recibió y la civiles. Por la noche, en el club se celebró por parte de los castrenses un
miró algo sorprendido, de inmediato se dirigió a saludar… agasajo en su honor y la banda de música de los marines estaba a cargo del
entretenimiento.
—Hasta aquí llega el bufón de la corte. Vámonos —y se despidieron.
Henley y María Femanda estaban entre los invitados especiales; él con
En el camino a la casa María Fernanda le reclamó: Fuimos casi los pri- su uniforme y ella con un vestido rojo de falda de dos piezas muy amplia,
meros en salir. igualmente herencia de su tía, quien fue siempre reconocida por su buen
Él le explicó: gusto en el vestir. La banda inició la música con un vals, cosa que revolvió
los recuerdos de María Fernanda. Volvieron los días que pasó aprendiendo
—Lo hice a propósito. Están con bastantes tragos, ya se sienten con
a bailar el vals para su presentación en el baile de debutantes en el edificio
confianza y los veía venir a invitarte a bailar y yo tendría que bailar con sus
de la Ópera de Viena; desde ese entonces, hacía diez años que no había
esposas y sinceramente no quería.
vuelto a bailar un vals. Cuando vivía en Viena, era costumbre escucharlo en
A lo que ella preguntó: los parques, y especialmente el 31 de diciembre para despedir el año viejo
y recibir el año nuevo. Terminaron el Danubio azul, y nadie se levantó. Al

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segundo vals, Sangre vienesa, Henley invitó a bailar a María Fernanda, y de los presentes confesaron que les arrancó lágrimas la emoción que des-
ella casi le dice que no. Pensó: “¿Sabrá Henley bailar un vals?”. pertó en ellos su voz.
Estaba bastante asustada y dudosa del papel que harían en la pista. Pero María Fernanda fue muy felicitada. Estaban maravillados con la armo-
lo siguió; pensó que, cuando más, ella haría las veces de guía en los pasos. nía de su voz y la sinceridad y la emoción de su entrega. Henley no llegó a
Nadie más se había levantado, y su preocupación llegó al máximo. Pero la casa sino hasta tarde, y abrazándola le dijo:
quedó muy sorprendida cuando Henley, exactamente como lo haría cual- — Sé que te fue bien. No hablan del Presidente, sino de ti.
quier caballero de la nobleza austríaca, se inclinó ante ella, le tomó la mano
e inició el vals. No lo podía creer, tampoco encontraba cómo modular una Ella dijo:
sílaba. Bailaron solos, y al terminar recibieron los aplausos de los presentes. —Jamás había soñado con el honor de cantar delante de una audiencia
En el camino a la mesa ella le preguntó: tan selecta y numerosa.
— ¿Dónde aprendiste a bailar el vals? Entonces él dijo:
Él respondió, restándole importancia: —Supe de tus lágrimas... ¿Por qué lloraste? Nunca te vi llorar en público.
— En Annapolis de vez en cuando nos prestaban para los bailes’ de Ella respondió:
debutantes. ¿Y sospecho que tú, en Austria?
—Sentí nostalgia por Providencia, por esa pequeña capilla de madera
Al día siguiente era la misa, pero a Henley le tocaba turno. Se instaló exenta de todo lujo, por Aska y sus flores, por la Eero, el bote que me lle-
una carpa grande donde cabían todos los que no estaban de turno de tra- vaba a Santa Catalina, por cada piedra que pisaba al recorrer el camino al
bajo, y teniendo en cuenta la importancia de quien asistiría, se llenó y hubo colegio, por ese misterio que guardan Providencia y Santa Catalina y que
personal afuera. La liturgia se inició, y durante el ofertorio María Fernanda no descubre sino a los privilegiados.
cantó el Ave María, de Schubert, en alemán, acompañada en el piano por
Entonces él le preguntó:
un marine. Habían construido una tarima donde colocaron el órgano y el
piano, y donde ella estaba parada con un vestido negro largo y una rosa ¿Y por el convento no sentiste nada?
amarilla en el hombro izquierdo, con sus manos en el espaldar de una silla — Claro.
que le habían colocado en caso de que se llegara a sentir cansada. Durante
la comunión, ella inició el Laudare Dominum con acompañamiento del — ¿Qué sentiste? ¿Ganas de volver?
órgano y los marines la segunda parte y ella el final. El Presidente, en su — Sí, pero no como monja.
silla de ruedas, dio media vuelta en las dos ocasiones para mirar a María
Él comentó que le habían contado que el barco de guerra donde había
Fernanda cantar.
viajado el Presidente se había arrimado a Providencia, que fue recibido allá
Ella misma no supo explicar la razón del porqué sintió una gran nos- por otro barco de guerra colombiano, el Caldas, pero que no pudieron ver
talgia y volvió para acompañarla la primera vez que cantó en Providencia, o hacer nada por la lluvia.
recordó al desarrapado Aska entregándole flores cada vez que interpretaba
— Y hablando de Providencia, ¿quieres que mande a buscar a alguien
el Ave María, y las lágrimas rodaron por su rostro, mas su voz no se alteró
de allá para que esté contigo durante las horas que yo tengo que trabajar?
pero deseó con todo su corazón volver a la vida simple y pacífica de esa isla,
donde en sus noches de insomnio la acompañaba el constante llegar de las Ella respondió de inmediato que no. Y añadió:
olas en su afán de abrazar la ribera, de cuya gente aprendió a desdeñar el —Primero, porque seguramente terminará siendo un familiar tuyo y,
lujo y las comodidades innecesarias. No sólo ella sintió nostalgia; muchos por ende, de Izabela, tu ex novia. Y, segundo, porque me sentiría mal expo-
niéndolas a todas las patentadas humillaciones de nuestro entorno.

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— ¿Qué estás diciendo? —Claro que lo es, pero debiste pensarlo mucho antes y no ahora. Dime,
Exactamente lo que escuchaste. Una situación que tú aceptas sin pesta- Henley —le preguntó Otto—, ¿qué hiciste con el apartamento que tenías
ñear pero que a mí me desvela. en Colón?

—María Fernanda, ¿no te gusta estar aquí? — Lo vendí.

—Lo acepto por ahora, pero nunca me acomodaré al sistema del Canal. — ¿Lo vendiste? —insistió Otto—. ¿Lo conoció María Fernanda?
Nunca me he sentido bien con personas que basan su autoestima en la hu- — No, Otto, y deja las ganas de revolver mierda.
millación de los demás. Tú has vivido toda tu vida en él, por eso lo aceptas. El 8 de diciembre, día del cumpleaños de los dos, Henley la invitó a
A mí me repugna. comer a un restaurante en la ciudad de Panamá. Durante la comida, ella
Era la primera vez que Henley veía a María Fernanda con su semblante sacó de su cartera un papel y se lo dio. Era una hoja con el membrete de
descompuesto, y hasta le pareció que estaba más bella. Todo lo dicho pasó La Roma, un buque de pasajeros italiano, y en ella escrito a máquina decía:
por encima de su cabeza, la abrazó, la besó y le dijo que otro día hablarían “El práctico que nos pasó por el Canal hoy se llama Henley Alva Brittany.
de eso. Atentamente, Capitán (una firma ilegible)”.
Un día Henley llegó a la casa y dijo muy serio: Henley lo leyó, la miró, se levantó y la besó.
—Según parece, lo que te dijeron tus abogados está resultando, ¿cierto? —Para que te des cuenta, Henley. Desde el momento en que te vi que-
Los problemas ya están pasando los límites de Alemania. No quiero pensar daste atrapado en mis redes.
en otra guerra en Europa. —Pero no me buscaste.
Los días pasaron y seguían los rumores de guerra y la gran cantidad de —¿Cómo? ¿Te parece poco todo lo que me tocó hacer para encontrarte?
inmigrantes judíos que llegaban del Viejo Mundo. María Femanda llevaba
su sexto mes de embarazo, y aunque se sentía bastante incómoda, jamás —Y también hasta pensé remplazar al padre David en Providencia.
se quejaba. Aceptó la invitación a la cena de Acción de Gracias que los Al llegar a la casa, María Fernanda encontró la sorpresa de un piano
prácticos organizaron, también recibió un baby shower de las esposas de como regalo de cumpleaños. Lo agradeció muy efusivamente.
los mismos. Todos la miraban y le decían que tendría dos bebés. Henley
La Navidad en la zona fue a lo norteamericano, y ella colaboró tanto
no la volvió a llevar a la Endurance, pero todos preguntaban por ella y le
con su pariente, el padre Carlos, en la vieja ciudad de Panamá, como en
mandaban decir que la extrañaban.
los eventos de la zona, pero no dejó de recordar su primera Navidad en
Otto sí volvió una vez con Henley, se quedó una noche con ellos y se dio Providencia. No dejaba de comparar la franciscana pobreza con la opu-
cuenta de la preocupación que él tenía. Henley le confesó a Otto: lencia de la zona. Añoraba esa humildad y esa devoción de la Navidad en
—Yo sé que debe ser duro para ella salir del convento a una vida de ca- Providencia.
sada y en seguida un embarazo, más la vida casi militar del Canal, que no le El año nuevo también le trajo los recuerdos del año anterior, y aunque
agrada, y ahora rumores de guerra. estaban en el club rodeados de todos, su mente vagaba por la isla. Henley
—Henley —decía Otto--, creo que lo que está pasando contigo es que no parecía evocar recuerdos anteriores. Él estaba feliz de tenerla a su lado y
no quieres compartir a María Fernanda ni con tus propios hijos. únicamente obligado la dejaba sola.
— ¿Será? Un día Henley llegó a casa y dijo que había llegado la Endurance y le pa-
reció extraño. No la esperaba hasta dentro de unos 15 días. Bajaría a Colón
de inmediato. Ella dijo que también iría y no pudo persuadirla de quedarse

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en casa. A la llegada al muelle de Cristóbal, no la dejó subir a la goleta y se ella le contó lo que le ocurría y él la acostó de nuevo y subió en busca de
quedaron en el muelle, donde Otto bajó a recibirlos y, como sorpresa, les Henley, quien miraba la nube que decían podía ser la isla. Black Tom le
tenía la noticia de que el capitán Carl estaba muy enfermo en Providencia dijo:
y venían expresamente a buscar a Henley. —Te voy a necesitar allá abajo. Ya se iniciaron los trabajos de parto.
Otto miró a María Fernanda y dijo: — What? —gritó Henley—, y corrió abajo para encontrar a María
—Tú no puedes ir, no veo cómo con María Fernanda en estado tan Femanda quejándose de dolor de barriga, de espalda y sudando a cántaros.
avanzado de embarazo. Black Tom volvió con bolsas de agua caliente y envolvió unas sábanas en
—Iremos —le interrumpió ella. ellas y le dijo a Henley, quien estaba sentado en el camarote con la mano de
— ¡No —dijo Henley—, tú no puedes viajar en las condiciones en que María Fernanda en la suya y pálido del susto:
estás! —Quítese, capitán, yo le diré cuándo.
Ella alegó que había viajado en peores condiciones cuando la emergen- Entonces le indicó a María Femanda cómo respirar cada vez que sentía
cia del apéndice. Henley caminaba de un lado a otro del muelle. No podía el dolor. Colocó un mantel de hule envuelto en una sábana debajo de su
dejar a María Fernanda con siete meses de embarazo, y quería ver a su cuerpo, y le dijo a Henley con la seriedad de un médico:
padre si estaba así de enfermo. Ella lo detuvo en una de sus idas y venidas —Ahora, Cap, tú le enjuagas el sudor y deja que ella se aferre a ti cuando
y le dijo: sienta dolor y tenga que pujar.
—El piso no te va dar la respuesta. Tú no me quieres dejar sola, yo Colocó las piernas de María Fernanda en la posición debida, salió a la
tampoco me quiero quedar sola y queremos ver a tu padre. Por tanto, nos cabina de pasajeros y elevó una oración. De pronto la escuchó gritar, entró y
iremos a Providencia. le dijo que pujara. Henley en esos momentos juró que nunca más la pondría
Después de los permisos de ausencia del trabajo en el Canal y de zarpe en esta situación. Con una mano debajo de la cabeza de María Fernanda
en Colón llegaron al día siguiente para el viaje. María Fernanda subió sin y la otra enfrente de su busto, y ella agarrada a ella. Tanto Henley como
problemas a la Endurance y Henley la ayudó a bajar a la cabina y le ad- María Fernanda sudaban, y Henley repetía que jamás la volvería someter a
virtió que de allí no saldría ni al baño. La Endurance salió de la bahía de esa tortura. Si antes no podía quitar de su mente la culpa de haberla obli-
Cristóbal. La hermana María José se la pasó recordando los otros viajes gado a iniciar una familia sin siquiera hablar de ello, ahora no sabía qué
en esa cabina. Henley la acompañaba y Black Tom, quien parecía tener el decirle. No hablaba. No podía, no sabía qué decir; solamente la acariciaba
poder de anticipar los acontecimientos, sin consultar a nadie, se preparaba y la miraba directamente a los ojos mientras ella con sus dos manos se afe-
para atender un parto a bordo y en alta mar. rraba al brazo de él. Ella pensó que, igual como le dio fuerza a él cuando
En el amanecer del segundo día, sin otro contratiempo que algo de vien- el accidente, él se la estaba dando ahora. Pero él lo único que pensaba era:
to a ratos, tino de los marineros gritó: “Jamás te volveré a someter a esto”.

—Land ahoy! Black Tom iba y venía. Afortunadamente, la Endurance se portaba muy
bien, y después de una hora Black Tom recibió el primer niño y quince mi-
María Fernanda lo escuchó y se levantó del camarote casi de un salto. nutos después el otro. No se sabía quién había sentido más dolor, si el padre
Era uno de los pocos ratos que estaba sola, de inmediato, también de la o la madre. Colocó toallas calientes en el estómago de María Fernanda
emoción, sintió un dolor agudo en la cintura. Lo atribuyó a su forma de para ayudarla a despedir la placenta, y se dedicó a limpiar a las criaturas.
levantarse, pero al rato volvió y de repente sintió como si su estómago es- Abrió una gaveta y los envolvió en dos camisetas de Henley, quien seguía
tuviera botando agua incontroladamente y sintió pánico. Entró Black Tom,

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abrazado a María Fernanda y no había mirado ni preguntado nada. Al fin, El capitán Carl sabía que la goleta había llegado y que la bandera co-
Black Tom le dijo: lombiana estaba colocada en señal de emergencia.
— Cap, te presento a tus dos hijos —y los colocó en los brazos de María Mientras Black Tom remaba hacia Santa Isabel, recordaba… tantos
Fernanda. Henley solamente dijo: años escuchando a su madre hablar del oficio como partera de Bottom
— ¡No tienen más que siete meses! House, pero nunca pensó que él le tocaría enfrentar tal situación. Le daba
gracias a Dios de que todo hubiera salido bien. María Fernanda era una
Y Black Tom le respondió: mujer fuerte, y él se dio cuenta de que ella trató de esconder al máximo su
—Yo también nací de siete meses. Dejaremos todo como está, y tan incomodidad para que el capitán no se desplomara completamente. Llegó
pronto bajemos el bote yo buscaré a Miss Louisa. Creo que María Fernanda y le contó a Miss Louisa lo sucedido, y ésta de inmediato salió con él hacia
se sentirá mejor con la atención de ella. la Endurance.
Los dos lo miraron, Henley se levantó, lo abrazó y le dio las gracias a Miss Louisa se apersonó de todo, terminó el trabajo de Black Tom, dio
Tom. instrucciones y dejó escrita otras. Según ella, María Fernanda tendría que
quedarse nueve días acostada en la goleta en completa oscuridad, a lo cual
Los dos miraban a los bebés como si no supieran qué hacer con ellos.
ésta respondió:
Ella dijo:
—Las indias en Colombia tienen sus hijos al lado del río, se levantan y
—Tienen tu cabello —y en seguida los dos abrieron los ojos.
suben la ladera, y yo vengo de esa raza.
Ellos se dieron cuenta de que eran igualmente grises como los de Henley.
María Fernanda exigió igualmente que utilizaran los frascos con chupos
Por primera vez Henley sintió que estos niños eran parte de él. Muy cierto,
que ella había empacado, ya que no tenía intención de amamantar a los ni-
nunca pensó y evitó al máximo tener hijos, pero ahora estas criaturas esta-
ños. Miss Louisa se escandalizó, pero ante el grito de hambre de los recién
ban sacando de él un sentimiento que desconocía, y juró:
nacidos accedió a alimentarlos con biberón.
—Ustedes tres serán la razón de mi vida.
Henley, después de despedirse de María Fernanda, tomó el bote y se
Entre tanto, en cubierta todos estaban a la expectativa de lo que estaba dirigió a Santa Catalina. A su llegada a casa, como siempre en estos casos,
sucediendo. Cuando al fin subió Black Tom, lo rodearon y él les informó: había muchos familiares ayudando y estorbando. Entró en la habitación y
—Tenemos dos marinos más para la Endurance. encontró a su padre casi sentado en la cama tratando de respirar, lo abrazó
y le dijo:
Apareció una botella de whisky (prohibido en la goleta) y cuando le
mandaron un vaso a Henley, pensó: “Nunca antes había sentido la necesi- —Te traje tus dos nietos —y en el rostro del capitán se dibujó una son-
dad de tomar un trago como en este momento”. risa, y Henley dijo:

Henley se apartó del lado de María Fernanda mientras Mr. Tom le hacía —Te los traeré inmediatamente —y salió de la habitación.
tomar un té; miraba a los niños en el otro camarote y pensó que era increí- En la sala su madre lo abrazó llorando, y él, como pudo, le dijo que no
ble que ya estaba sintiendo la responsabilidad de cuidarlos. veía la situación tan grave.
La Endurance fondeó en la bahía y Henley hizo bajar de inmediato los Volvió a la goleta al lado de María Fernanda, y a ella sí le dijo:
dos botes. En uno mandó a Black Tom en busca de Miss Louisa y en el
—María Fernanda, es el fin. No hay duda, quiero llevarle los niños.
otro se iría él a Santa Catalina.
Ella lo abrazó y le dijo:
—Llévalos.

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En ese momento llegó Ethel con la hermana María de Jesús, quien en- camarote. Aceptó dormir una noche más en la Endurance, pero al tercer día
tró en la cabina diciendo: rogó a Henley que la llevara a tierra.
—Hermana María José, ¿cuándo harás tú las cosas como deben ser? Cuando María Fernanda pisó la cubierta, miró hacia su antigua casa
Ella respondió: y confirmó lo que ya sabía. El huracán de ese año había borrado todo ese
sector, y ahora imponente el nuevo convento estaba al estilo de las cons-
—Créame hermana María de Jesús, que a mi manera es más interesante trucciones del Canal.
—se abrazaron. María de Jesús saludó a Henley diciendo:
A la llegada de María Fernanda a Santa Catalina, encontró un tapete
—¡Te saliste con la tuya, capitán! de flores desde el muelle hasta la entrada de la nueva casa. No había que
Él respondió: preguntar quién se había dedicado a ello. Allí estaba Aska sonriendo, y con
cara feliz le dijo:
—¿Dudabas de que lo lograría?
—Mary Joseph, ahora eres una de las nuestras. No solamente nos diste
—Sinceramente, a ratos sí —respondió la hermana.
un marinero, sino dos —María Fernanda le extendió una mano y la otra se
Aunque no estaba de acuerdo, ayudó a Black Tom a alistar a los bebés. la colocó en el hombro y le dijo:
Los colocaron en una tina de aluminio, y ella y Henley los llevaron a Santa
—Gracias, Aska, por aceptarme y por la alfombra de flores.
Catalina. Rosalía los recibió y de inmediato los sacó y los colocó al lado del
capitán, quien dijo: Encontró la casa formidable. Estaba sorprendida y agradecida; era del
mismo tamaño que la adjudicada en el Canal, del mismo diseño y com-
—Son idénticos a Henley recién nacido —estaba casi sentado en la cama,
pletamente amoblada. Según le dijo Henley, compras de Otto en Colón
así que pudo observarlos bien. Esperó para recuperar fuerzas y preguntó:
por encargo de la señora Rosalía. Obligada por Henley, María Fernanda se
—¿Cómo está la hermana María José? acostó, pero poco después le anunciaron la visita de todo el convento y los
Henley dijo: vecinos, el padre David incluido, quien vino dispuesto a bautizar de inme-
diato a los niños alegando lo prematuro del nacimiento. María Fernanda
—María Fernanda está bien; manda muchos saludos. No podrá bajar de aprovechó que Silvia, Rose y su marido y Mr. Tom estaban presentes, y
la goleta por ahora. les solicitó que sirvieran de padrinos; los niños fueron bautizados con los
Retiraron a los niños y el capitán le dijo a Henley que había construido nombres de Carl Alva y Thomas Henley Brittany Gómez, respectivamente.
una casa para ellos; era una sorpresa. Y añadió: Asimismo, fueron inscritos como nacidos en Providencia, Colombia.
—Bajen a la madre de la goleta, nada le va a pasar, y tráiganla a casa —y Pasó una semana y el capitán Carl se seguía recuperando. En varias oca-
trató de dar instrucciones de cómo hacerlo. siones, Henley, María Fernanda y Johnny lo sorprendieron con serenatas.
Estaba fascinado con los niños y no dejaba de compararlos con Henley
De todos modos, María Fernanda pasó la noche en la Endurance en
recién nacido; estaba sorprendido de que hubieran heredado los ojos grises
compañía de Henley. La hermana María de Jesús se encargó por completo
de su padre, los de él y de Henley. Henley empezó a planear el regreso a
de los bebés durante el día, y una de las primas se ofreció a hacerlo de noche
Panamá para llevarlo al médico, pero su gran dilema eran María Fernanda
en la nueva casa. Henley se pasó yendo y viniendo de la casa de sus padres
y los bebés. Ella, mientras tanto, se fue encargando de los bebés y recibien-
a su nueva casa y a la goleta. El capitán Carl probó los remedios traídos
do instrucciones de la hermana María de Jesús y de la señora Rosalía, quien
por él, y al amanecer del segundo día ya respiraba cómodamente acostado
la trataba ahora como una hija. A Henley no le cabía en la cabeza someter
en las almohadas. A las ocho de la mañana Mr. Tom fue en busca de Miss
a esas criaturas de apenas dos semanas al viaje de dos días a Colón. Pero
Louisa y, contra lo indicado por ella, María Fernanda decidió levantarse del
María Femanda alegó que no habían dado señal de mareo en siete meses

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que estuvieron sometidos a más volteretas e incomodidades que las que
recibirían en la Endurance. Ella agradecía y le había encantado el regalo
de la casa, pero Henley no saldría de Providencia sin ella y los niños, y él
tampoco concebía dejarlos. Y así fue.
El capitán fue internado en el hospital en Panamá y María Fernanda
se dedicó con Rosalía a la casa y a los niños. El comportamiento de su
suegra hacia ella había cambiado radicalmente. La trataba con una calidez
impresionante, lo cual obligaba a María Fernanda a pensar que todo ese
cambio se debía a que Henley les había dado dos nietos que habían hereda-
do más de él que de ella, porque no había duda, no escatimaba atención ni
amor a los niños. Rosalía repetía con frecuencia que ella los podría criar en
Providencia para dejar a Henley y a María Fernanda libres de las preocu-
paciones de la guerra, pero tanto ella como Henley rechazaban la oferta.
Henley le dijo:
—Ma, más bien ore porque no tenga que vivir un día sin María Fernanda
y mis hijos...
Y María Fernanda pensaba: “Es increíble, pero estos niños sin saberlo
lograron que la señora Rosalía perdonara que una colombiana desconocida,

El Príncipe de
católica, monja y panya le robara el corazón de su único hijo, y en el camino,
el de ellos”.
La señora Rosalía tomaba como chiste que el único utensilio que ella sa-
bía manejar en la cocina era el abrelatas. Loti, la maid de San Andrés, era la
dueña y señora de su cocina. Y en su ausencia, Henley le había demostrado
St. Katherine
que sabía y le gustaba cocinar. Y lo peor es que no tenía ninguna intención
de que le enseñaran; a lo mejor aprendía.
En la zona no se hablaba sino de la guerra en Europa, pero nadie se
imaginó que llegaría hasta sus puertas. Henley alquiló un apartamento en
Colón cerca del muelle para que sus padres estuvieran más cómodos y con
la facilidad de visitar la Endurance en sus llegadas. La goleta, con Otto al
mando, siguió repitiendo la ruta, y los abuelos estaban tan encaprichados
con sus nietos que el viaje de regreso a Providencia se fue posponiendo has-
ta que llegó la fecha denominada de “infamia”, cuando fue bombardeada
por los japoneses la bahía de Pearl Harbor, en Hawaii. El trabajo de Henley
se triplicó, y María Fernanda estaba agradecida de tener a Carl y a Rosalía
acompañándola, pero ellos decidieron volver a Providencia.

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CAPÍTULO I

Un viaje deseado

Miss Mary (como era conocida, con acento en la última sílaba y antepo-
niendo el adjetivo “Miss” que reciben algunas mujeres en las islas como for-
ma de respeto y admiración y no por su estado civil o por su edad) miraba
unas hojas arrugadas y amarillentas que había conservado en un baúl por
más de setenta años y que ahora estaban regadas en la cama despidiendo
aroma de cedro, miraba con ojos que antes eran azules pero que ahora esta-
ban nublados por velos de catarata e inundados por lágrimas que llegaron
por los recuerdos y la desesperación ante la incapacidad de leer. Con manos
temblorosas las acercó a sus ojos tratando de leer, pero en vano: no podía
distinguir las letras que daban vida a las frases, la única forma que ella había
descubierto para mantener por años un grato recuerdo.
Con desilusión se convenció de que sólo los ojos de su alma podían re-
vivir lo que había dejado en esas páginas pensando en que era la forma de
obligar el pasado a volver.
Vencida, pensó, no importa, con ciento dos años aún recordaba la única
vez que sintió amor en su vida. Y eso tendría que ser lo que es el amor.
Nunca antes lo había sentido y jamás lo volvió a sentir después. La verdad
sobre ese hombre y la relación de ella con él durante quince años. Siete
décadas después recordaba eso y todo lo que evitó la confesión prometida,
y tal vez el sueño deseado de toda mujer: amar y ser amada. Los recuerdos
la perseguían como un chisme difícil de creer. Pero de no haberlo vivido
juraría que es otro cuento inventado como los que se acostumbran en estas
islas cuando no se tiene acceso a la verdad. Miss Mary miró por última vez
las páginas y decidió que lo dejaría para que lo contara otra persona. ¿A
quién?, seguramente nadie creería... Pensaba: era un príncipe, mi príncipe.
Sin saberlo y sin ayuda, había descubierto parte del secreto de Herman
Timgen.

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Se retiró caminando lentamente apoyada en un bastón hasta el balcón alguien necesitaba transporte para llegar a bordo. Esperó en el muelle hasta
y descansó su frágil figura en la mecedora que le había dejado de herencia la llegada de la canoa; el remero la ayudó a bajar a la canoa y se dirigieron
su hermana Catherine. Miró hacia la bahía imaginando y recordando más hacia la goleta. Mientras el marinero con los remos buscaba paso entre el
que viendo. Buscó en su memoria y, con dolor y nostalgia, recordó la época agua y se acercaba cada vez más a la goleta, se preguntó quiénes heredarían
y la última vez que vio al doctor Herman Timgen. Recordaba que en ese The Bird. El capitán y dueño había muerto hacía poco dejando esta y otras
entonces recibió una carta del alcalde Abél donde le decía que Miss Joséfa, goletas, la mitad de Providencia en tierras para ganado, una viuda y treinta
Joséphine y Grace, las tres parteras de Providencia, habían viajado, las dos hijos como herederos.
primeras a Colón y la tercera a Cartagena, con la esperanza de averiguar Subió a bordo ayudada por otro marinero, dio las buenas tardes y se
algo con respecto a la desaparición de su marido en el viaje de este puerto acomodó en el piso de la cubierta de popa de la embarcación. The Bird salió
a San Andrés abordo de la goleta Pbody. de la bahía a las seis de la tarde, pero estuvieron en la boca de la entrada en
Providencia se quedó sin parteras y con cuatro señoras embarazadas en un zigzagueo constante por los cambios de la brisa hasta la medianoche.
el último mes de gestación. Decidieron entre todas invitarla a ella o a Miss Tan pronto la luz de la torre de la iglesia de la loma desapareció en el ho-
Anna para que pasara un mes en la isla a la espera de la llegada de cuatro rizonte como bienvenida al mar abierto, el viento aumentó y la lluvia no se
o más habitantes a la isla en septiembre y ofrecieron pagarle el pasaje de la hizo esperar, lo que obligó al capitán Leopoldo, uno de los hijos del difunto
goleta y cinco dólares cada una por el servicio. Miss Anna de plano rechazó dueño de la goleta, a dar la orden a los pasajeros de “All hands below” y a los
la oferta: tenía pendiente en dos meses el matrimonio de su hija Alexandra marineros gritó: “Stand by”, lo cual obligaba a los que habían pensado via-
y no podía abandonar su casa. jar en la cubierta pasar a la cabina y, a los marineros, bajar parte del velamen
Mary recordaba que leyó varias veces la nota y pensó, “Otra vez lo ha- de la goleta para poder enfrentar la tormenta.
ces, Herman Timgen”, pues sabía que el doctor Timgen estaba en la isla y Todos los camarotes de la cabina estaban ocupados y el recinto lo inun-
si en veintitrés años no había salido sospechaba que tampoco lo haría en daba el sonido característico que hace el estómago cuando está buscando
estos meses, pero además sabía que, por una razón que ella desconocía, él devolver su contenido. Aunque por más de quince años se había dedicado a
se negaba a atender partos. De todos modos, decidió que, en este viaje, se recibir lo que el cuerpo despedía en forma de un ser humano, en esta oca-
armaría de valor para saber la razón. sión, igual que en muchas otras, le tocó ayudar a recibir lo que el estómago
Encargó la casa a Mary, su hija mayor, que ya tenía veintidós años; Pedro, despedía por la boca en forma de comida mal digerida. Todos los pasajeros
su marido, se encargaría del resto. Empacó su baúl y José, su segundo hijo, en cabina ya estaban mareados.
la ayudó a subirse al caballo, y entre los dos cargaron el baúl y el bulto con Durante toda la noche los acompañó una tormenta, lo que significó que
la ropa de cama que necesitaría para su camarote y tomaron el camino a durante cinco horas se oyó el lamento de los pasajeros. De vez en cuando,
North End de San Andrés, donde estaba anclada la goleta que -Pedro había abrían parte de la puerta a la cabina para recibir las bacinillas y la arreme-
averiguado- saldría esa tarde para Providencia. Antes de abordar la goleta tida del océano contra la embarcación entraba bañando a todos. Cerrada la
que la llevaría a Providencia, se acercó a saludar a su hermana Catherine. cabina, únicamente se escuchaba la tripulación repitiendo a gritos las ór-
Como respuesta al saludo, su hermana Catherine le dijo: “Tenga cuida- denes del capitán, “All aboye board”. Una expresión heredada de los piratas,
do con el doctor Timgen”, pero ella no respondió. Seguidamente pasó al que se escondían “Below board” antes de un ataque... Y hacía frío, un frío
“Stanco Shop” y compró un cuarto de libra de queso, unas galletas de soda y impresionante. Pero al fin, a las cinco de la madrugada, abrieron totalmente
una botella de Kola. Luego fue hasta el muelle del almacén y pidió al joven la puerta a la cabina y Mary en el acto aprovechó para subir a respirar aire
“Feúco”, que pescaba desde el muelle, que llamara a la goleta para que la re- fresco. En el timón estaba el capitán Leopoldo.
cogieran. El joven caminó hasta el final del muelle y, ahuecando sus manos Lo saludó diciendo:
encima de la boca, gritó “Bird ahoy!”. Con ese grito sabrían en la goleta que

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—Buenos días, capitán, al fin salimos de ese mal tiempo. De inmediato Hoy le dijo:
A lo que él respondió: —Miss Mary get ready to go ashore.
—Miss Mary, estoy seguro de que sabes llevar a buen puerto una criatu- El alcalde Hoy fue quien solicitó su venida, por lo tanto ella supuso que
ra, pero no sabrías qué hacer con esta nave en una tempestad. se hospedaría en su casa.
Mary sonriendo dijo: Al subir al muelle en Town, fue recibida igualmente por los familiares de
—No esté tan seguro, todos los hombres de mi familia son marineros y las otras tres señoras que esperaban su llegada, pero les informó que había
tengo a mi favor que no siento mareo ni miedo al mar. Providencia ha te- aceptado la invitación del alcalde.
nido dos mujeres capitanes, Albaina “Vain” Newball y Margaret “Maggie” Encontró a Miss Nelly, la esposa del alcalde Hoy, con una barriga ya
Newball. ¿Qué le hace pensar que San Andrés no los pueda tener también? bastante grande, pero al preguntarle en qué mes estaba lo único que pudo
Para demostrar que tenía “Sea legs”, caminó hasta la esquina de la popa y responder es que su última regla había llegado durante la celebración del
se sentó. Fue como una bendición sentir las apacibles aguas de la bahía de 20 de julio del año anterior; después, en octubre, Miss Grace la asistió en
Providencia y observar con agrado las montañas de esta tierra que, para ella, un aborto.
en nada se comparaba con San Andrés. Recordaba lo que el doctor Timgen Ya estaban a finales de agosto y, como quien dice, su trabajo había ini-
dijo en una ocasión: “¿Te imaginas el estruendo y la humarada que llenó el ciado. La acomodaron en un cuarto del segundo piso de la casa y después
ambiente del Caribe el día que Providencia surgió del fondo del mar?”. Ella de ordenar sus cosas bajó a darse un buen baño y decidió pasar a visitar a su
trataba de imaginarlo y, contrario al doctor, con sólo pensarlo el espectá- amigo el doctor Timgen.
culo le infundía miedo. Sintió una inmensa alegría volver. Alegría que ella Pensó “A mi amigo”, pero Dios sabía que el doctor Timgen no era ami-
sabía que tenía nombre propio, pero ni en sueños ella debía reconocerlo. go de nadie. Siempre la saludaba diciéndole “Bienvenida a Providencia”
Asustaba casi del mismo modo en que pensaba en la isla que irrumpía del y preguntaba sobre el viaje y el comportamiento de la goleta y el motivo
fondo del mar. de su viaje; sin embargo, al momento de la llegada, nunca sentía que se
Fondeados en la bahía, empezaron a llegar las canoas que recibían pa- encontraba ante una persona a la que conociera. Sabía que con los días el
sajeros, encargos o simplemente noticias y chismes de San Andrés, Colón trato, que al principio Timgen hacía sentir como si fuera un reclamo por su
y Cartagena. Era la forma de saber cómo estaban, cómo vivían, cómo tra- ausencia, cambiaría con el paso de los días. Mary sonreía al pensar que el
bajaban, quiénes estaban enfermos y quiénes se habían muerto fuera de las doctor Timgen la extrañaba, pero era una locura.
islas. Ese día era la décima vez que se encontraban en quince años; ella lo
En una de las canoas llegó el alcalde Abél Hoy junto con el capitán de admiraba como médico, pero, tenía que reconocerlo, lo admiraba más como
puerto. Al subir a bordo dijo: hombre. Como médico había aprendido muy poco de él, pero había llegado
—Welcome home, Captain. a sentir la necesidad de estar en su compañía. Por fortuna, él desconocía sus
sentimientos, o por lo menos así pensaba ella.
A lo que el capitán respondió:
Le agradecía la comprensión con que la trataba cuando por ignoran-
—Thank you. Feel good to get back to the old place. cia daba su opinión sobre situaciones desconocidas, cuando reconocía que
El alcalde Hoy, viendo a Mary parada al lado del timón, le dijo: desconocía todo sobre los libros o pronunciaba mal las palabras en inglés;
la miraba de un modo muy distinto a como Pedro lo hacía en situaciones
—Welcome to Providente Miss Mary. How was your trip?
similares, a pesar de que ella jamás lo rectificaba o se burlaba cuando se
—Thank you. The trip was rough but safe. equivocaba hablando el dialecto de la isla o cuando trataba de hablar un

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inglés formal. Además, Pedro tomaba siempre la posición de maestro y a entró en la casa del alcalde Hoy. Ahora Mary le contaba que había llegado
ella eso no le gustaba. para ayudarlo en los cuatro partos y de inmediato él respondió:
El doctor Timgen no trataba de enseñarle nada que no fuese por solici- —Mary, sabes muy bien que no tomo parte en partos y sé muy bien que
tud de ella. No la trataba como maestro y estudiante; ella lo trataba como a sabrás hacerlo sola.
un médico y él a ella casi como su igual. Mary decidió hacer la pregunta que por años le preocupaba.
La casa de Herman Timgen estaba situada en la ladera de una montaña —Why? Doctor.
con vista al pueblo, además de que tenía un completo dominio del Town
y la bahía. Fue la primera construcción habitacional en cemento en la isla —Why what? — respondió él.
y también el primer cuarto de baño con batería sanitaria moderna traído —Why delivery of a child is a “not” for you?
de Colón, con el pozo séptico directamente debajo del piso, en vez de los
El dolor, Mary, no me acostumbro.
desagües al mar. La novedad de la época en la isla era el baño del doctor
Timgen, obra que él mismo dirigió. Era una casa de dos pisos; en el prime- Ante eso, Mary se quedó en silencio. ¿Un médico que no tolera el dolor
ro, estaban el comedor, la cocina y el baño; las ventanas tenían persianas de de sus pacientes?
madera que llegaban del piso hasta el segundo nivel; en el segundo nivel, Entonces Mary le dijo:
había otra habitación y la sala, y lo único de madera en la segunda planta
era el piso. El balcón, de cemento, abrazaba un costado do de la casa y el —A veces pienso que su presencia al lado de la cama de los enfermos
frente, que a su vez estaban encerrados con pequeños postes decorados, es- haría mucho bien. No sé cómo aceptar su excusa y tampoco eso de limi-
tos también de cemento. Y para subir a la casa, el doctor Timgen construyó tarse a leer sus quejas y recomendar por escrito su diagnóstico. Y respecto
escaleras desde la calle separadas en grupos de tres, que terminaban al lado al dolor... yo creo que con su presencia bastaría para quitar el susto y la
de la cisterna, que a su vez formaba una pared de la casa. En 1905 sólo las vergüenza de las mujeres.
cisternas para almacenar el agua de lluvia se construían en cemento. Esta —No me regañe, Mary -dijo Timgen-. ¿Por qué cree que mi presencia
construcción de aspecto sólido en comparación con las casas de madera haría bien y por qué desaprueba después de veintitrés años mi forma de
llamó mucho la atención. Visitar la casa del doctor Timgen era el anhelo de atender a los enfermos?
todos en las dos islas, pues se consideraba digna de conocerse. El patio era
—Bueno -dijo Mary-, yo comprendo que, al no cobrar, usted tiene dere-
amplio, tenía muchos árboles frutales, pero estaba desnivelado y era muy
cho a escoger su “forma de atender”, pero desde el momento en que acepta
rocoso. Además sus blancas paredes sobresalían entre el follaje. Todos los
hacerlo, cobrando o no, creo que debería seguir el método que le enseña-
muebles eran de estilo colonial americano y fueron salvados del naufragio
roity que tuvo que haber practicado con éxito al principio de su carrera. Y
de una embarcación en los arrecifes.
también siento que siendo un hombre tan distinto a todos no dejaría de ser
Mary caminó hacia la casa de Timgen sin un aviso previo, una costum- alivio inmediato para una enferma... Pero, sabe que no, personalmente no
bre en las islas que, sabía, Timgen desaprobaba con pasión. Pero estaba tan me hubiera gustado verlo atendiéndome en un parto.
ansiosa de verlo que no reparó en que debió haber enviado un emisario
—¿Por qué, Mary?
anunciando su llegada.
—No lo quiero explicar.
A pesar de la falta, Timgen la recibió con una sonrisa, algo que él pocas
veces regalaba. Lo que Mary no sabía es que Timgen, desde el momento —Mary, ¿quién te atendió durante los partos?
en que supo que Joséphine, Joséfa y Grace viajarían, sospechó que Mary o —El doctor Hymans.
Anna vendrían, y su temor era que fuese la segunda quien aceptara la solici-
tud. La vio abordo cuando entró la goleta y vigiló todos sus pasos hasta que

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Timgen cambió de inmediato la conversación. No sabía cómo manejar — ¿Y cómo dejaste a tu reverendo Birmington?
con Mary lo que acababa de oír. Y decidió preguntar por lo que pasaba en —Supongo que bien -respondió ella.
la otra isla. No se volvió a tocar el tema médico, pero se quedó pensando
sobre todo lo dicho por Mary, como siempre algo impulsiva. Timgen entonces dijo:
Pensó: tantos años deseando de ella una invitación a tocar el tema y —No puede estar del todo bien, le llegó competencia, los austriacos,
cuando llegó el momento no supo cómo manejarlo. Siguieron hablando de americanos e irlandeses no lo eran, pero ahora debe de estar preocupado
las goletas por llegar y por primera vez la invitó a almorzar con él. con la llegada de los españoles y su proselitismo político. Aunque a la larga
será su salvación.
Mientras alistaba la mesa, pensó que Mary definitivamente sospechaba
que su presencia en la isla no era una casualidad, pero también pensó que — ¿Cómo así?
ella desconocía por completo el mundo fuera de las islas. Su falta de ex- —Sencillo, Mary. No tendrá que rendir cuentas a la feligresía por la falta
periencia y una mente que no daba cabida a la fantasía estaban a su favor. de visión con la economía de las islas.
Sirvió carne en salmuera hervida, con salsa de tomate y bastante cebolla, —No le entiendo.
encurtidos de repollo, arroz y pan con mantequilla. Al sentarse a la mesa
—A Birmington se le acabó el “reinado del coco”, corno él lo llamaba, y
dijo:
no tiene más nada que ofrecer. No previno la caída del coco y no preparó a
—Mary, piense que estamos en el campo lejos del protocolo de un al- su gente para el cambio.
muerzo formal.
Mary no entendió lo de protocolo pero decidió que nada en la mesa le
era extraño, por lo tanto sobraba lo dicho.
Se habló muy poco durante el almuerzo, pero ella se dio cuenta de que
sabía utilizar a la perfección los cubiertos y sus modales en la mesa eran
muy distintos a los de Pedro: utilizaba la servilleta y no la esquina del man-
tel como Pedro, costumbre que su hermana Catherine criticaba de Pedro.
Mary, buscando de qué hablar, preguntó:
—Doctor Timgen, Zocam atiende los mandados, a “Wind”, el caballo
que nunca lo he visto montar, y el patio. ¿Quién atiende en casa?
—Sisinet -Timgen respondió-, pero ella sabía que si venías a visitarme
tendría libre el día.
— ¿Por qué? -preguntó Mary-, ¿no le parece un error prohibirle estar
aquí cuando yo lo visite?
—No -dijo Timgen-. No quiero compartir estos días con nadie. Y estoy
seguro de que ella cree que nos limitamos a los enfermos y las enfermeda-
des de la gente de las islas. Y sabe que eso es secreto médico.
Timgen, de pronto, preguntó:

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Capítulo IV —Mary, jamás trataré de cambiar tu manera de pensar. Creo que te ha-
Puritanos, corsarios y piratas ría mucho daño. Lo que tienes no solamente es herencia cultural, creo que
también es genética. Y con “Island Bliss” quiero decir “La felicidad de las
islas”, pero una felicidad sin una base firme.
—No entiendo.
—Mary, a tus abuelos, a la vez que se les infundía el temor a Dios, se les
trazó cierto tipo de vida y la siguieron sin protestar. Claro, no podían com-
parar porque estaban en una isla adonde no llegaba la influencia de tierra
Mary seguidamente preguntó: firme. Pero la realidad en el mundo dista mucho del desarrollo de vida de las
—Doctor Timgen, ¿qué ha hecho usted para evitar “The Island Bliss”? islas, donde todo es inmediato y exigente. Existen planes para el presente y
el futuro, competencia, y hay que aprender a manejarlos. Birmington ofrece
—Mary, yo llegue aquí a los cuarenta años, lo cual fue una buena defensa la fe como remedio inmediato y una vida mejor después de la muerte. Lo
y por eso puedo hablar de él. Y no te niego que sería muy fácil adoptarlo, que su reverendo no recomienda es que la actual vida debe ir acompañada
pero estaría consciente y responsable de mi comportamiento. de acción individual de trabajo, de planes. Dicho de un modo más sencillo:
—Entonces, doctor, si tanto le preocupa eso de lo cual habla y que yo a la población se le enseñó a depender de Birmington para todo, y el día
no comprendo muy bien, lo considera perjudicial y casi como una condena, que él no pueda ofrecer esa protección tendrán que acudir a otras iglesias
con toda la influencia y poder que tiene usted con los que mandan es su o a la política, y eso es a otro precio, un precio que no estarán dispuestos
obligación advertirlos del peligro. ¿No le parece? a pagar los unos, y que los otros no sabrían cómo hacer para beneficiarse.
—Mary -dijo él-, soy egoísta, me conviene dejar las cosas tal como las Y tú sabes bien quiénes son los que están en Panamá. Ellos no volverán
encontré. Además, este comportamiento está demasiado arraigado. Le co- si pueden llegar a los Estados Unidos. Y los que deciden volver es poco
rresponde a una persona reconocer el problema, saber presentarlo sin pro- lo que pueden aportar. Lo que no entiendo es -Timgen hablaba para sí-:
vocar pánico y proponer una solución económica viable para las dos islas, si los puritanos que llegaron a estas islas en 1629 eran gente educada, de
de modo que se enfrente a las iglesias y al Estado haciéndolos reconocer sus una clase social alta, trabajadores, ambiciosos, optimistas y con espíritu de
errores y culpas para lograr su colaboración. Una decisión del Estado sin la independencia, por qué lo único que lograron perpetuar entre sus descen-
total comprensión y colaboración de todos los habitantes sería un desastre. dientes, además del idioma, fue la endogamia.

—Pero, doctor Timgen -insistía Mary-, explíqueme cuál es el compor- —¿Endo qué?
tamiento que desaprueba, pero antes explíqueme qué quiere decir “Island La miró, y dudo sobre la explicación:
Bliss”; no robamos, sólo somos algo chismosos, eso sí, casi toda la población —Los matrimonios o uniones entre familiares.
pertenece a una de las tres iglesias. Todos los que pueden trabajar lo hacen
en Panamá, en las goletas o en las islas. En San Andrés, con los cocos y —Doctor Timgen, me voy, que tenga usted una feliz noche.
las verduras, y ahora en la construcción del Palacio del Intendente, la casa —Tú también, Mary, no dejes que mis observaciones te perturben, man-
de los policías, el colegio para varones, la calle de North End. Aquí, en tén la misma inocente percepción de la vida. Con su belleza tendrás siem-
Providencia, con el ganado y las frutas, y en el colegio para niñas. Bueno, pre un hombre que vele por ti.
acepto que los hombres no se limitan a una familia oficial y abundan los hi-
Mary lo miró entrecerrando los ojos tratando de comprender sus pala-
jos por fuera del matrimonio, pero de eso no puede usted hablar; además, la
bras. ¿La estaba insultando?
población está siempre dispuesta para ofrecer ayuda en caso de necesidad,
¿qué más se puede exigir, doctor Timgen?

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Timgen despidió a Mary en el balcón de su casa y se dirigió después a — ¿Y Pedro Afortunado qué hace?
una de las mecedoras que estaban colocadas de manera que pudiera obser- —Pedro es policía de monte -y se quedó mirando la bahía de Providencia
var todos los acontecimientos de Town. y sin mirar a Timgen le dijo por primera vez-... A Mary la tuve a los trece
Recogió del piso un libro de poemas de Henry Longfellow y leyó varias años, me casé con Pedro a los catorce y mi hijo me llegó a los quince.
veces una estrofa del poema “Resignation”, y pensó, “Lo anotaré, es lo que —¿Cuántos años tiene Pedro Afortunado?
quisiera dejar en mi tumba”. Luego de leer hasta que la luz de la tarde lo
permitió, se levantó y se acercó a la mesa donde había una lámpara y una —Cincuenta y cinco.
linterna de kerosene y prendió la primera. Se pasó luego al gramófono y —¿Y cuántos años tienes tú, Mary?
puso en el aparato uno de los dos discos que tenía, regalo del padre John en
—Yo, treinta y cinco, ¿y usted, doctor Timgen?
la última Navidad que pasó en la isla, luego de la cual falleció en un hospital
de Panamá. Dio vueltas a la clavija del aparato y colocó la aguja en el disco. Timgen, algo indeciso, respondió:
Volvió al balcón, se sentó en la mecedora y dejó que las notas del Adagio —Creo que sesenta y tres.
en G Menor de Tomaso Albinoni llevaran sus pensamientos a valles y —¿Y cuántos años lleva en Providencia?
montañas parecidas a Providencia pero lugares donde el tiempo ya ha-
bía discurrido por siglos, mientras Providencia exhibía sin temor una vir- —Veintitrés.
ginidad conservada en todos los aspectos. Al terminar esa pieza, puso el —Toda una vida -dijo ella.
Impromptu #3 en C Mayor Opus 90 de Schubert, pero, como siempre, no
Y él respondió:
terminó de escucharlo: esa pieza le producía una excesiva tristeza. La mis-
ma nostalgia que la “Ständchen” de Schubert le producía en su juventud. —Una segunda vida.
Había decidido que no hablaría más con Mary sobre lo que él había —¿Y cómo era la primera?, ¿me cuenta?
denominado “’stand Bliss”, decisión que había tomado también con los sa- —No sabría cómo, de cualquier modo sobrepasa tu realidad.
cerdotes. Ellos, junto con los ministros protestantes, habían sembrado la
semilla, y el comportamiento de Mary y su gente eran el resultado. Mary insistió, con voz implorante:

Seguiría dejando sus observaciones en los cuadernos. Entre otras cosas, —Relátemelo, yo tengo buena imaginación. Por ejemplo, todo lo que
estos cuadernos que le había regalado el padre José habían sido enviados cuenta la Biblia me lo puedo imaginar.
por el gobierno de Colombia para ser repartidos en las escuelas... El go- —¿Todo, Mary?
bierno central, otro indiferente de lo que estaba sucediendo en las islas y
—Sí, todo.
que, sin saberlo, terminará siendo el gran culpable.
Timgen mirándola pensaba: “A quien más que a ti, Mary, podría yo
De pronto, allí estaba ella de nuevo, como si algo se le hubiese olvidado.
contar lo que han sido estos veintitrés años. Aunque tengo que reconocer
Antes de expresar la razón de su regreso, Timgen le preguntó:
que, sin saberlo, tú me devolviste la vida en los últimos quince. Nunca se
—Mary, ¿qué haces en San Andrés en los días que no necesitas estar al me olvidará cuando de joven llegaste solicitando que te enseñará el oficio
lado de la cama de una parturienta o en espera de que te llamen? de partera. Cuando yo mismo no sabía y por eso me había tocado acudir a
Ella respondió caminando hacia el balcón: Joséphine, Arma y Josefa. Desde entonces no has salido de mi vida”.

—Como recordarás, tengo un marido, una hija, un hijo y una casa gran- A veces se preguntaba por qué había esperado quince años si, desde que
de que atender. la conoció, sintió por ella lo que no había sentido por ninguna otra mujer.

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Estaba tan acostumbrado a no mendigar atención femenina que no sabía —Mary, bien se ha dicho que el vals es la forma más directa de expresar
cómo hacer cuando una mujer como Mary le interesaba y ella, sea por su sensualidad; es una música llena de pasión, deseo, ternura y belleza. Es
religión, su sentido de la fidelidad, su carácter o su crianza, no demostraba irresistible. No tiene comparación con esos raspados en el piso al son de
el menor interés en él como hombre. Ahora, con sesenta y tres años, el úni- tambores.
co consuelo que tenía es que Mary le había contado que su madre se había —¿Y usted, doctor, lo bailó mucho?
casado con su padre estando ella de dieciséis y su padre de setenta y se
había dado cuenta de que Pedro Afortunado le llevaba veinte años a Mary. —Sí, Mary, mucho.
Y siguió dirigiéndose a ella: Y de inmediato Mary preguntó:
—Aquí el alma vive en paz. No hay preocupaciones y, si las hay, es por- —¿Y cuándo me contará sobre esa vida?
que uno las ha provocado. Lo único que falta en esta privilegiada paz es —Mary, ojalá pudiera, pero ya te he dicho: la verdad de mi vida no tiene
buena música, la música que merece la historia del lugar y todo lo que ha cabida en la realidad que te han fabricado.
transcurrido en él.
Mary se quedó en silencio como buscando un tema de conversación
Mary observándolo dijo: mientras entraba de nuevo en la sala; luego se acomodó en una silla con
—Yo tengo dos discos; uno se llama “On the Beautiful Blue Danube” y claras muestras de que había encontrado una nueva pregunta para él.
el otro Libebes... algo así, pero como no tenemos aguja para el gramófono —Doctor -dijo Mary-, ¿a usted por qué no le gusta la vida religiosa casi
no los hemos puesto. puritana de las islas?
Timgen, algo sorprendido, le preguntó: —¿Puritana, Mary? La vida en estas islas sólo es puritana según sus
—¿Y dónde conseguiste “On the Beautiful Blue Danube” de Strauss y conveniencias. Es algo en que siempre he pensado. Las religiones actuales
“Liebestraum” de Liszt? lograron cincelar en la vida de la población todas las costumbres puritanas
menos una...
—Mi hermana Jane, la que se fugó con el capitán del barco, me los
mandó. —Entonces, doctor Timgen, usted está diciendo que no vivimos como
puritanos.
Sí, ahora recordaba que alguien le había contado que una hermana de
Mary se había lanzado al mar y nadó hasta un barco que llegó a la rada del —Solamente en lo que les conviene.
Cove en San Andrés. Y salió con ellos de la isla. —¿Y cómo vivían los puritanos? En las islas todos dicen que heredamos
—Mary, te regalaré agujas para tu gramófono, pero te voy a pedir que nuestro comportamiento de ellos.
cada vez que escuches esos discos en San Andrés te acuerdes de mí. ¿Me —Mary, ¿usted sabe quiénes eran los puritanos?
harías ese favor?
—Según mi abuelo, gente muy religiosa, buena y trabajadora que vino
Mary respondió: de Inglaterra y que vivió en las dos islas pero que fue expulsada por los
—Para eso no son necesarios los discos. Pero dime, ¿son canciones? españoles por practicar la religión protestante. Entonces los que pudieron
volver vivieron por más de cien años sin Dios y sin ley hasta que llegó
—No, Mary, el primero es un vals, que es música para bailar, y el otro Birmington y los adventistas. Después llegaron los sacerdotes que trajeron
lo compuso Liszt especialmente para una mujer. Si pudiera, te enseñaría a la religión católica. Y nadie volvió a practicar la religión de los puritanos.
bailar el vals; me fascinaría bailarlo contigo. Mi abuelo dice que es una lástima; de no haber sido por los españoles, no-
—¿Y qué tanta diferencia hay con el modo con el que bailamos acá? sotros seríamos súbditos ingleses.

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— ¿Y qué sabes de Inglaterra, Mary? —Mary, no había división entre las dos islas, no estaban separadas y se
—Todos ‘mis libros de colegio fueron traídos de Inglaterra, y decían llamaba Santa Catalina y ellos le pusieron el nombre de Providencia.
“ROYAL PRIMER T. Nelbon & Sons Ltd. London”. —¿Y quién dividió las islas?
Timgen tomó un grabado que.tenía el mapa del mundo y le indicó a —Creo que fue el huracán de 1818; unió los dos lados del mar y logró
Mary dónde quedaba Inglaterra y dónde quedaría Providencia si lo hubie- hacer parecer como si estuvieran separadas cuando en verdad, como tú sa-
sen colocado en el mapa. bes, se puede caminar de la una a la otra sin problemas. Entonces, cuando
Entonces Mary dijo: llegaron los españoles, siguieron llamando a la isla “Santa Catalina”, pero
los puritanos que regresaron y poblaron la parte grande, donde estamos
—Los puritanos hicieron lo mismo que usted: se cansaron de Inglaterra ahora, siguieron llamándola “Providencia”.
y se vinieron para Providencia.
—Entonces, doctor, ¿hasta cuándo estuvieron los puritanos en la isla?
—No exactamente -respondió él-. La venida de los puritanos a
Providencia y la mía no tienen comparación. —Como puritanos, estuvieron de 1629 a 1641. Pero en 1636 se con-
virtieron en corsarios, con un permiso que el rey Carlos I de Inglaterra
—¿Cuál es la diferencia? firmó el 21 de diciembre de 1635 bajo el pretexto de que la isla no producía
—Yo llegué obligado por las circunstancias sin la posibilidad de retroce- suficientes recursos para sostenerse y la actividad de corsarios debilitaría
der; ellos escogieron el lugar y estaban libres de recoger sus pasos. el envío de riqueza para la guerra de los Habsburgos o de España con
Inglaterra. Entonces se convirtieron en el terror del Caribe. Eran corsarios
—Mi abuelo dijo que eran personas muy distinguidas de Inglaterra.
para Inglaterra, y piratas para España. Y España, cansada de los saqueos y
—Sí, los que se ofrecieron a la aventura y muchos de los que decidieron la quema de sus embarcaciones, en 1641 atacó Providencia y logró sacarlos
venir; te contaré: En 1629... ¿Mary, eres capaz de imaginar a Providencia llevando la gran mayoría a tierra firme en Centroamérica. Según parece,
en esas épocas?... bueno, en 1629 un grupo de personas importantes de algunos de ellos o de sus descendientes volvieron a la salida de los españo-
Inglaterra, que se denominaban puritanos porque estaban inconformes con les, se apoderaron de estas tierras y se inició de nuevo la comunidad de las
la iglesia católica y con los cambios en la nueva iglesia de Inglaterra, deci- islas, y tú, Mary, eres descendiente de estos puritanos piratas.
dieron buscar un lugar dónde vivir de acuerdo a los preceptos de la Biblia.
—No le entendí nada, pero sus hijas también son descendientes.
Al mismo tiempo, este lugar, que se llamaba en ese entonces Santa Catalina,
sería la cabecera de una gran colonia de puritanos en Centroamérica donde —Así parece... El primer poblado que iniciaron los puritanos se ubicó
con la siembra de insumos para la industria textil y médica lograría estabili- en lo que es hoy Old Town y se llamó New Westminster. Y el primer go-
dad económica para Inglaterra. La compañía que se formó, según tu abuelo, bernador de la isla fue Phillip Bell; y el primer pastor o ministro de iglesia,
de socios muy importantes o distinguidos se llamó The Providente Island Lewis Morgan. Ellos trajeron los primeros esclavos; la mayoría los consi-
Company. Estas mismas personas, diez años después, fueron los responsa- guieron atracando las embarciones que los traían del África para Jamaica y
bles de la dirección de la guerra civil en Inglaterra. las otras islas. Con el ministro Lewis Morgan, tuvieron muchos problemas
y terminaron desterrándolo de la isla.
—Y doctor, ¿usted cómo sabe todo eso sobre los puritanos?
—¿Y la cabeza del pirata Morgan en Santa Catalina?
—Lo descubrí antes de emprender mi aventura por el Caribe.
—Es un mito -respondió Timgen-. Los colonos puritanos práctica-
—¿Y por qué dice usted que llegaron a Santa Catalina, luego no pasaron
mente pidieron la cabeza de Lewis Morgan y creo que de allí recibió el
de esa isla?
nombre la montaña. El pirata Henry Morgan sí utilizó las islas para atacar
a Panamá, pero más influencia tuvo el otro Morgan.

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—¿Y fueron ellos los que obligaron a los negros esclavos a vivir en —Eso vino de los esclavos africanos. En Inglaterra no hay cocos. Y los
Bottom House? cangrejos en Inglaterra son de mar. Aquí no comen los de mar, según pa-
—Colocarlos en Bottom House para vivir era cuestión de necesidad. rece les gustan más los negros de tierra. Todo lo que se hace con el maíz y
Ellos iniciaron huidas al lugar que se llamaba entonces “Palmeto Grove”. la yuca, como el pan, los dulces, el posole y el ron de monte lo trajeron los
Ten en cuenta que Old Town y Bottom House son los lugares más planos indios misquitos que visitaban.
de la isla, por lo tanto al dejarlos allá evitaban tener que llevarlos por mar Timgen, cambiando la conversación, le dijo:
todos los días a trabajar en los sembrados El nombre de Bottom House —Mary, el otro día me regañaste por no atender partos, y, según tú, les
llegó mucho después, con los nuevos colonos. haría bien lo contrario. Explícame tú la razón.
—Dime entonces -dijo Mary-, si dices que no vivimos como puritanos, —iAh!-dijo Mary sorprendida-, como dice mi madre: “La vanidad nun-
¿qué nos quedó de ellos? ca muere”.
—El idioma inglés, Mary, aunque bastante influenciado por el ambiente Timgen pensó, “¿Vanidad, Mary? Qué bueno que no puedes ni imagi-
en el acento, el tono y la pronunciación, y la mezcla del inglés con los dia- nar la vanidad, las pompas y privilegios de mi doloroso pasado, una verdad
lectos africanos; las frutas que ahora se cosechan; costumbres en la comida que difiere tanto de la realidad que te parecería una mentira o una fantasía
como el pan horneado en ollas y con leña; los Joumey Cake; el Duff que de mi mente”.
comes en Navidad; el bonnyclabber o vanyclever, como dicen aquí; el modo
providenciano de elaborar la mantequilla y el queso; el pescado salado; el té Timgen insistió:
de las cuatro; el pasto para la fiebre; la menta; el condimento “basíl” que us- —¿Qué me estás diciendo, que sólo las parturientas estarían conscientes
tedes llaman “bazcli”; el café que aquí llaman “Piss a bed caffe”; muchas de de lo que dices?
las plantas que trajeron los puritanos aún existen como monte en las islas.
—Absolutamente no -dijo ella-. Todas las mujeres de la isla dicen
El bread fruit no lo trajeron ellos, llegó de Jamaica en el siglo XVIII, pero
“What a good looking man is doctor Timgen!”. Pero también se han dado
la yuca, los plátanos, la batata fueron traídos para mentar a los esclavos.
cuenta de que las dos mujeres, sino las tres que han trabajado con usted,
El Hog Apple como purgante y alimento de cerdos. Las yerbas que, utili-
han tenido hijos suyos, lo cual me hace pensar que es mejor que siga diag-
zan para los baños de los enfermos. Socialmente lo único que ha quedado
nosticando por escrito.
es la costumbre de los matrimonios entre familiares, aunque la poligamia
y la poliandria no se permitían. Los puritanos castigaban severamente la —Mary, Mary -dijo Timgen-, ¿y tú?, ¿qué pensarán de ti en mi compa-
flojera; la consideraban la madre de todos los vicios. En segundo lugar la ñía? Te veo muy poco, pero pasamos bastante tiempo juntos, lo suficiente
intemperancia. para proponerte lo mismo que a las otras. ¿No tienes miedo?
—Doctor -dijo Mary ansiosa-, explique eso de poli... qué y de intem... —Nooo -y el “no” de Mary fue rotundo.
qué. —¿Y por qué estás tan segura de que no lo haría?
—Poligamia es que no se le permitía al hombre tener varias mujeres sin —Porque nunca lo has hecho.
matrimonio y la poliandria de que tampoco a la mujer se le permitía tener
varios hombres. Y con la intemperancia me refiero a que el alcoholismo era Timgen algo sorprendido preguntó:
severamente castigado. —¿Cómo?
—¿Y el Rondown y los cangrejos, el Bami, y el almidón, el Sorél y el —Es decir, usted nunca propone, se sabe, y no necesito hacerlo.
Bush rum? -preguntó ella.
—Mary, ¿y cómo sabes eso?

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Mary haciendo una mueca de indiferencia: Capítulo VIII

—Aquí todo se sabe. Wine, woman and song


—Mary -dijo Timgen-, ¿así que no te preocupa lo que dirán por tus
visitas a mi casa? Tus visitas por un tiempo prolongado pueden incitar a
las habladurías, que no me importarían si fuesen ciertas, pero no estoy
dispuesto a recibir la condena sin haber pecado.
Mary se levantó de inmediato y mientras salía por la puerta dijo:
—No se preocupe, doctor, le aseguro que nadie inventaría que Mary Al regresar a casa, se sintió algo apenada; no había escrito a Pedro y tam-
Anne Maynard se dejaría conquistar por el doctor Herman Timgen, yo poco había alistado la caja con huevos, naranjas, dulces de coco, papaya, ci-
agoté desde los trece años todo el espacio para chisme y escándalos en mi ruela y naranja que le habían regalado. Tenía que reconocerlo, Providencia
vida -y salió caminando hacia la puerta, bajó por las escaleras del segundo la envolvía y hacía que se sintiera a miles de millas distancia de San Andrés,
piso y por último por las que daban a la calle. Al final volteó a mirar la casa tanto en distancia como de sentimiento. Tenía que recordar que estaba a
y, viéndolo parado en el balcón observandola, le gritó: - Necesito nombres sólo cincuenta millas, y allí estaban su marido y sus dos hijos, y que aunque
para los otros tres por nacer. la ceremonia del matrimonio hubiera sido en latín y aunque ella a los ca-
Timgen, elevando un poco la voz, dijo: torce años no hubiera entendido nada sobre la religión católica, sabía que
se había comprometido a ser fiel y a respetar a Pedro. Y también amarlo.
—Peter, Elizabeth, Joseph... repítelos si llegan mellizos. Sin embargo, alguien le había dicho que en ninguna parte de la Biblia se
Mary dio las gracias y siguió su camino guiada por los ojos de Timgen. decía que una estaba obligada a amar al marido. Y amar es lo que ella no lo-
graba. Se preguntaba, “¿Qué se siente cuando se ama?”. Y recordaba que la
otra palabra era “fidelidad”, la cual descartó de sus pensamientos porque se
preguntaba “¿Cómo puedo ser fiel si no siento amor?”. Pues sí, por respeto,
supongo. En resumidas cuentas, ella viviría con respeto y agradecimiento a
Pedro el resto de sus días.
Ya no faltaba sino atender a Miss Nelly y a Miss Cressida, pero hubie-
ra querido que fuesen diez más, y se preguntaba qué le pasaba. No era el
trabajo de partera ni eran las buenas atenciones de los providencianos. Le
fascinaban las montañas y la vida sin obligaciones hogareñas, pero no era
eso tampoco. Reconocía que había encontrado algo en alguien pero, ¿qué
era ese algo?, ¿qué recibía del doctor Timgen que nadie más le ofrecía?
¿Qué tenía el doctor Timgen que le faltaba a Pedro? Pedro era un hom-
bre atractivo: ella, desde el día que lo conoció, cuando llegó a su casa como
inspector de policía para averiguar lo sucedido con ella y el maestro y di-
rector de la escuela -que toda la isla sabía que había huido a Nicaragua-,
de inmediato y a pesar de su dolor y vergüenza pensó que este panya se
parecía a la estatua del hombre que habían colocado en el parque en North
End y que decían se llamaba Simón Bolívar. Recordó que un día llevaron

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a los niños de los tres colegios a cantar el nuevo himno. Y se les dijo que vieron que subir a la casa de Timgen. A pesar de que Alexandra lo visitaba
ya no cantarían “God save the King” en memoria de haberse liberado de la para que él viera lo que había comprado, Timgen apenas vio abrir la caja se
esclavitud, sino el himno nacional de Colombia. retiró a una ventana a mirar la bahía. Y Alexandra, tan entusiasmada, ni se
Dios sabe que ella vivía agradecida con Pedro por haberla salvado de dio cuenta de que él no reparó en el contenido de la caja.
la humillación y el dolor y no fue fácil al principio, pero logró dominar la Se despidió toda apurada diciendo que tenía que ir a Fresh Water Bay a
aversión y pudo concebir un hijo de Pedro. visitar a unos parientes suyos en esa vereda. Ya habían llegado con los caba-
Pero la necesidad que ella tenía de la compañía del doctor Timgen era llos, y ella se montó en uno y en la silla del otro colocaron la caja y la ama-
diferente a cualquier sentimiento conocido en sus treinta y cinco años. Con rraron. Acompañaban a Alexandra un primo y dos primas en la caravana.
el doctor Timgen conversaba de religión, de las familias de las islas, de Alexandra tenía veintitrés años, como quien dice nació en el mismo
medicina (a veces), de casi todos los temas, incluso de música (aunque a año de la llegada del doctor a Providencia. Sin que hiciera falta, desde su
Timgen no le gustaban los himnos de las iglesias y era la única música que nacimiento él veló por ella, pues su madre, Ama, fue la primera partera que
ella conocía, y él decía que era una música que invitaba a la depresión). Le trabajó con el doctor Timgen. Su marido trabajaba en la zona del Canal.
fascinaba su voz, le fascinaba su forma de dirigirse a ella. ¿Qué tenía la voz La madre vivía relatando el amor que Timgen tenía por su hija e incluso
del doctor Timgen?, ¿qué la obligaba a escucharlo? No buscaba las pala- contaba que había escogido su nombre y se sabía que había costeado sus
bras, siempre las tenía. Y cuando él decía “Mary”, ¡sonaba tan distinto!, lo estudios en la capital.
decía en una sola palabra y rápido, no como todos en la isla que dividían el
nombre. Con el acento en las dos últimas letras: Mary. Últimamente ella Timgen seguía en la ventana mucho después de que la caravana hubiera
había dejado de saludarlo o despedirse ofreciendo su mano; el contacto en desaparecido, parecía estar contando los pájaros “Man a War” que hacían
ocasiones la dejaba tan ofuscada que estaba convencida de que un día le piruetas sobre la bahía en su constante búsqueda de peces. Mary decidió
daría un desvanecimiento y terminaría en el piso a sus pies. aprovechar el silencio y dijo:
“Pedro, mi fiel Pedro”, pensaba... No hablaba sino del campo, sus sem- —¿Doctor Timgen? -este dio media vuelta, sorprendido de que ella si-
brados y sus animales, y eso que había dominado muy bien el idioma de guiera allí y de que no se hubiera ido con los otros.
las islas. —Sí, Mary....
En plena batalla con sus sentimientos y deseos, evitó subir a la casa de Mary, mirándolo directamente a los ojos, protegidos detrás de los ante-
Timgen, pero al saber que Alexandra había llegado de San Andrés decidió ojos, le preguntó:
vigilar el camino para saber cuándo visitaría al doctor para mostrarle su
—¿Alexandra es su hija?
ajuar. Todos en las islas sabían que el doctor le había regalado cien dólares
para que viajara a Colón a comprar su vestido de novia. Y si había llegado —Mary, Mary -respondió sonriendo-, eres la única persona que se ha
era para mostrarlo. Alexandra vivía en San Andrés y estaba próximo a ca- atrevido a hacerme esa pregunta, a pesar de que no hay un alma distinta de
sarse con el dentista panya que había llegado hacía unos seis meses. su madre y su padre en Providencia que no lo suponen.
Miraban el vestido las dos, y Mary toda embobada con el velo, los zapa- —¿Y cuál es la respuesta?
tos, el ramo y la corona, hecha de esperma. Mary se imaginó a Alexandra Él, sonriendo, le dijo:
con el vestido y el velo. Sin ser una belleza, tenía su atractivo. Debió de
heredar las facciones de sus abuelos, pues en nada se parecía a su mamá, —Mary: “Do not become a distributer of the small talk of a community.
aunque el exigente comportamiento suyo era muy parecido al de su padre. The smiles of your auditors do not mean respect”.
Llegó con todo perfectamente empacado en una caja que dos parientes tu-

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Mary, sin otro comentario, se despidió. Y Timgen pensó... Mary, Mary, CAPÍTULO IX

cómo me gustaría desahogarme en tus brazos, mirar tu semblante de sor- En busca de una isla de paz
presa e incredulidad por todo lo que te contaría, compartir contigo el resto
de vida que me queda y escuchar de ti, para consolarte, todo ese dolor que
debes de tener guardado.

Sentado en el balcón de su casa con los ojos cerrados repasaba su llegada a


San Andrés, adonde no había vuelto desde entonces, desde hacía veintitrés
años. Recordaba que en la goleta “Vaicarius” había llegado del puerto de
Limón, Costa Rica, y que había entrado a la bahía del Gaugh en la mañana.
Las autoridades portuarias les dieron la bienvenida al capitán y al único
pasajero y, sin mirarle el pasaporte, dijeron “Aquí tenemos otro alemán, vive
en el norte de la isla”.
Ya le habían informado que un médico de la isla vivía allí mismo en San
Luis, pero a él le interesaba conocer primero al alemán. En tierra averiguó
dónde vivía el alemán Chapman y le contaron que era hombre de pocos
amigos, vivía solo y con una escopeta siempre a la mano.
Le habían presentado a Miss “Put”, quién le ofreció cama y comida,
pero al insistir en conocer al alemán ella le dijo que tendría que ir a North
End a la zona del gobierno y la iglesia católica hacia una punta llamada
Chapman Point. Miss “Put” le consiguió una yegua de aspecto tan lamen-
table que se sintió insultado, pero la tomó. Después de salir del Gaugh,
considerada la zona comercial de la isla, anduvo un buen trecho por un
camino que era como una selva de palmas de coco sembradas al azar sin
ninguna técnica o consideración para la tierra, el árbol o el espacio. Al fin
había llegado a North End, una hilera de casas de madera pintadas todas de
blanco y adornos en café, azul y amarillo y techo rojo. Unas recientemente
pintadas y otras algo abandonadas, la mayoría de dos pisos franqueadas
por el mar por un lado y más palmeras de coco por el otro. La brisa traía
un olor a algas secas. Averiguó con las pocas personas que andaban por el
camino la dirección a Chapman Point y todos le dijeron “Keep going up
until u meet plenti cocoplum on the bay”. Él siguió siempre hacia el norte
hasta que encontró un terreno bastante arenoso y sembrado de icacos como
le habían dicho.

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Como a diez metros de lo que parecía una cabaña de paja, escuchó unos Desde esta posición bastante cómoda después del largo viaje desde
gritos “Go back or I will kill you!”. En el último trecho, un joven lo venía Colón, Panamá, Limón, Costa Rica, Belice en Honduras y el camino de
siguiendo, pero al escuchar los gritos salió corriendo. Él se bajó del caballo, San Luis al Norte, mirando a Chapman, le dijo:
aseguró la rienda a un palo de icaco y siguió caminando hasta llegar a la —No vengo a reemplazarte. Si decido vivir en las islas, necesito saber
puerta del patio. Pensó que si estuviera tan loco como decían, no esperaría con quién estoy compartiendo mi vida. Quiero saber todo lo concerniente
cada dos meses a que le entregaran la plata de la venta de sus cocos ni en- a la isla y a ti, pues los isleños tienen una visión muy distinta respecto a sus
viaría listas para sus compras. islas. Para ellos la llegada de extranjeros es lo más grato, para nosotros es lo
Lo vio. Estaba parado al lado de la choza con un rifle apuntando hacia contrario. ¿Qué opinas? -le preguntó sonriendo para demostrarle que no le
él. Se notaba a leguas que el rifle tenía el aspecto de haber dejado de fun- temía en lo más mínimo.
cionar hacía más de cincuenta años. Él le grito en alemán, “¡Baje el rifle!, sé Chapman, completamente desarmado, muy lentamente al principio,
cómo dispararlos y a ese le falta el flint”. Los ojos azules del hombre brilla- casi contando sus palabras, pomo sin aliento, le fue contando la vida de la
ron más por el susto y la curiosidad que por la rabia. Tenía barba y cabellos isla. Le contó la historia de cómo las islas fueron pobladas después del siglo
largos y canosos, y una tez que alguna vez fue blanca; era difícil calcular XVII, pero omitiendo por completo su propia llegada y las razones que lo
su edad, pues además era alto y estaba encorvado. Decidió entrar al patio impulsaron a vivir en el estado casi salvaje en que lo había descubierto.
y caminar hacia él. Tuvo que pasar por la puerta de la verja atravesando la
pierna por encima. No había forma de abrirla; tenía también un candado Por último, le contó la historia de George y Elizabeth y terminó dicien-
completamente oxidado. do: “Ahora encontrarás muchos Georges”. Los ex esclavos, con los pocos
blancos que se quedaron, formaron una mezcla y, aunque sea sorprendente
Cuando llegó a menos de dos Metros de Chapman, este le preguntó: y suene increíble, arrastran el mismo odio que sus antepasados blancos ha-
—¿Qué buscas? cia los negros. Terminó diciendo:
Él respondió: —Todo gira en círculos, no hay la menor duda. Es todo lo que te puedo
—Simplemente hablar sobre la isla, necesito, igual que usted, descansar contar de estas islas. Pero dígame, ¿cómo se atrevió llegar hasta mí?
aquí un rato y creo que la mejor persona para informarme es usted. Muy sencillo -respondió Timgen-, por la misma razón que le impi-
—¿Con quién vino y qué le han dicho de mí? dió que disparara contra mí. No podía, pero me hubiera podido tirar un
machete.
—Llegué solo y me advirtieron que estaba loco.
Chapman respondió:
No lo invitó a seguir, pero Chapman entró en su choza y Timgen lo
siguió. Entonces le preguntó: —Decidí que el valor que demostrabas valía la pena averiguarlo.

—¿Hasta cuándo vas a seguir engañando a los isleños con ese mosquet Timgen no reparó en lo dicho por Chapman, solamente dijo:
viejo? Hoy me hiciste pasar como un héroe. —Mañana me iré a la otra isla. No puedo quedarme a que tú te mueras
Chapman se tiró sobre unas hojas de plátano secas y Timgen hizo lo para reemplazarte, y no soy un criminal.
mismo. Era lo único que invitaba al descanso. Después descubrió que en Timgen se levantó, dijo adiós y salió de la choza y el patio.
todas las esquinas existían estos nidos de hojas que seguramente Chapman Tenía hambre y recogió unos icacos que le supieron a gloria. La yegua
utilizaba como sillas o cama dependiendo dónde, cuándo y cómo quería lo devolvió al Gaugh por el mismo camino acompañado de una impresio-
descansar. nante sensación de tranquilidad y paz. El silencio de la naturaleza permitía
Y seguía recordando... escuchar el ruido de la brisa al jugar a las escondidas entre las palmeras, el

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golpe seco de los cocos al caer y el ruido de la marea al abrazar la orilla. Al días de no ser por algunos sobresaltos imprevistos, y no devaneos amorosos,
llegar a la casa de Miss “Put”, se dio un baño de mar, se refrescó con agua como los calificaron los defensores de la virtud providenciana.
dulce, comió ávidamente el pescado frito con pan de maíz y algo como una Conoció a Mary Anne, y su vida desde entonces giró alrededor de las
sopa dulce de maíz que ella llamó “posole”, una especie de papilla dulce llegadas de ella a la isla, pero, por razones que no sabría explicar, decirle que
hecha de maíz, y durmió hasta el amanecer. la amaba y que lo único que deseaba era tenerla a su lado no pasaba de ser
Al día siguiente, caminó hasta la casa del doctor Rudolph haciendo pre- un deseo inconfeso por quince años. Sabía que estaba casada y que tal vez
guntas que todos estaban dispuestos a responder, y, pasando por el patio de los recuerdos de la violación que sufrió a los trece años podían haber dejado
varias casas, llegó a la casa que una vez estuvo pintada de blanco pero que huellas imborrables, aunque él estuviera seguro de poder borrarlas.
las constantes brisas habían dejado de color casi gris, curtido de sal, que Últimamente no se sentía bien, pero no sabía si eran las ansias de recibir
hacía sentir al tacto una pelusa que el viento formó al deshacer la madera. una respuesta de Mary, o algún padecimiento físico. Lo que esta mujer lo-
Encontró la casa y el médico cuyo nombre estaba pintado en una tabla graba en él sin proponérselo era algo que jamás había sentido por ninguna
guindada encima de la puerta de entrada del balcón de la casa que la brisa de las muchas mujeres que pasaron por su vida, aunque en la isla creyeran lo
abanicaba como en señal de bienvenida. Era un hombre de baja estatura, contrario. Dios sabe que lo que pasó con las madres de sus hijas no fueron
de una tez negra suave a la vista, con facciones que el dolor ajeno había “licentious enjoyments”, como dijo el padre John; a decir verdad, ni se acor-
suavizado y sonrisa de médico de familia, de aspecto noble, hablar pausado daba qué sucedió para provocar los encuentros y sólo por las consecuencias
y un correcto inglés. se acordaba. Dios sabe que merecía perdón. Tanto él como ellas.
Timgen se presentó al doctor Rudolph y le dijo que era médico; que Para completar, no lograba dejar un “R.I.P.” en el pasado, los aconte-
pensaba establecerse en la isla de Providencia, y quería saber si, en caso de cimientos de su segunda noche en la isla de Providencia, hacía veintitrés
que la necesitara, podía contar con su ayuda. años, cuando el padre Stefan que llegó a decirle:
—Con el mayor gusto -le dijo el doctor Rudolph-. Me alegra mucho esa —Abajo hay alguien que desea verlo. Es una partera.
noticia. Creo reconocer su acento. ¿Usted es alemán? Aunque el padre Stefan no lo sabía, era la mejor noticia que había re-
—Sí -respondió Timgen-. Soy de Hannover. cibido. Él estaba preparado para diagnosticar pastillas para casi todos los
—¿Y cuándo viajará a Providencia? males, pero tenía que reconocer que nunca le había interesado la forma en
que llegaba un ser humano al mundo. Las veces en que pasaba por pue-
—Hoy mismo -respondió Timgen. blos y le informaban de que alguien había solicitado permiso para que los
—¿Sabe? -le dijo el doctor Rudolph-, los padres Stefan y John se alegra- paramédicos de la tropa ayudaran a alguna partera en problemas, daba el
rán, yo a veces voy a Providencia más para aprovechar los consejos de los permiso, pero jamás quiso saber después lo que había pasado.
sacerdotes que para visitar enfermos. Los providencianos no se enferman. Al bajar a la sala de la rectoría esa noche, se encontró con una mujer no
Lo más recurrente son los partos en los meses de septiembre y octubre y muy alta, cara redonda blanca, cabellos negros en trenzas enrolladas alre-
esos los atienden muy bien Miss Anna, Joséphine y Joséfa -y sin más nada dedor de su cabeza, ojos claros grandes y expresivos, boca pequeña y, de no
que compartir, se despidieron como amigos. estar en Providencia, diría que muy parecida a cualquier campesina de las
Salió de los recuerdos de hace veintitrés años y volvió de nuevo a su rea- campiñas europeas.
lidad. Ese día, casi un cuarto de siglo después -pensaba Timgen-, resucité Ella ofreció su mano y él la estrechó, ya se habían acostumbrado. Había
en Providencia. En este paraíso pago con soledad y aislamiento mi pecado olvidado el leve inclinar de las rostros. Ella le dijo su nombre y, enseguida,
de hijo rebelde, marido infiel y amante incansable, pero jamás criminal y como algo que hubiera practicado con el padre Stefan, le contó que había
traidor a su patria, como se han atrevido a decir. Y monótonos serian los venido para ofrecer sus servicios como enfermera y partera. Claro, había

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otras dos parteras, pero ella vivía en el pueblo y había decidido presentarse de él o la soledad que se sentía estar en una isla rodeada del océano, o el
antes que ellas. simple deseo.
Timgen agradeció la visita y le dijo que tan pronto estuviera instalado le Nunca supo qué sentimiento lo impulsó a dejar su brazo en el hombro
pediría el favor de que lo acompañara. de Anna y luego, al caminar, pasarlo por su cintura, gesto que ella sintió
Demostró apuro para despedirse y él se dio cuenta de que Anna recogió como una invitación para que hiciera lo mismo y más: él finalmente se dejó
una linterna del piso; ella entonces le explicó que en la venida se le había guiar por ella hasta la orilla del camino para que descansaran. Él aceptó
caído y se había roto la pantalla, lo cual significaba que tendría que tomar la invitación de sentarse encima de una mata que resultó ser Fever Grass,
el camino de regreso en plena oscuridad. que Anna equivocadamente tomó por King grass, que era la que comía el
ganado. Pensando que tal vez ella no podía seguir caminando sin zapatos, le
Eran las siete de la noche y la luna, que era el único alumbrado público, preguntó y Anna dijo riendo que andar descalza no era problema para ella.
no se había pasado del lado oriente de la isla al occidente -lo que no suce- Pero se habían sentado porque quería invitarlo a que escuchara la música
dería hasta el amanecer- y la oscuridad no discriminaba entre el mar y la de los grillos. Y la llegada de la luna por este costado de la isla.
tierra, más bien cubría todo de un manto negro que solamente de vez en
cuando el resplandor de las lámparas y linternas de las casas lograban con Timgen aún se preguntaba cómo fue que él, sin pensarlo, le propuso que
esfuerzo penetrar. descansaran un rato, y él, que aún la tenía rodeada con sus brazos, iniciara
una lenta demostración de lo que proponía. Esa noche conoció Timgen
Timgen pensó: “¡Cómo puedo permitir que esta mujer regrese sola, a el olor y dolor del Fever Grass cuando lastima, el chillar de los grillos en
pesar de saber que vivía en Town y que el trayecto a pie no era muy largo?”. busca de compañía, el amor inflingido por las pequeñas sierras del filo de
Y aunque el padre Stefan le había contado que a lo único que le temían las hojas de la mata, el amor buscado al compás de las olas que llegaban a
los providencianos era a los muertos, decidió acompañarla y, pensó, era la la playa tratando de alcanzarlos y el maravilloso e indescriptible rumor en
primera vez en su vida que acompañaba a una mujer en estas circunstancias. la naturaleza como agradecimiento y bienvenida al resplandor que llegaba
Cuando le dijo que la acompañaría, ella demostró sorpresa y dijo que no era de la luna detrás de las montañas.
necesario. Él insistió y emprendieron el camino. Ella llevaba zapatos con
tacones y las piedras del camino parecían conspirar haciendo que recordara Anna había salido esa tarde de su casa con la intención de ofrecer su
su falta de experiencia con ellos y logrando que se tambaleara en varias conocimiento de partera y dispuesta a conquistar a Timgen. Lo había visto
ocasiones, lo que a su vez hacía que rozara el brazo de su acompañante, que a su llegada a la isla y decidió que le gustaba. Romper la linterna fue fácil,
siempre estaba listo para sostenerla y a que se rieran los dos de lo sucedido. escoger el lugar podía ser peligroso, pero se atrevería, lo único era calcular
todo antes de la llegada de la luna.
No habían llegado aún a ninguna casa donde les pudieran facilitar una
linterna para el resto del camino, cuando a Anna se le enterró el tacón entre Cuando Timgen se separó de ella, acostado sobre la mata, se encontró
dos piedras y terminó sostenida por Timgen; entonces se descalzó y reco- de lleno con el resplandor de la luna y se sintió desnudo sin la oscuridad
gió el zapato. Se rieron y ella dijo: anterior; no sabía si debía buscar palabras de excusa o quedarse callado.
Cuando se incorporaron, ella le dijo muy calmada:
—Me quede sin tacón pero... no es problema -y se quitó el otro zapato,
los llevó en la mano y siguió descalza. Él decidió caminar más despacio —Devuélvase, ya puedo llegar sola a casa.
pensando en que para ella sería imposible andar cómodamente sin zapatos. Timgen la besó en la frente y retomó el camino a la casa cural algo
Habían pasado suficientes años para olvidar, pero él seguía buscando en sorprendido de su comportamiento, pero, como siempre, o como en su
sus recuerdos la razón de su comportamiento esa noche. Acaso la oscuridad anterior vida, sin ninguna vergüenza, temor o arrepentimiento.
de la noche que siempre invita a lo prohibido, o tal vez la atmósfera de si- Anna caminó sola el trayecto a su casa, entró en el patio, dio media
lencio, sin ningún espectador, o la infantil coquetería de Anna, la nostalgia vuelta a la casa, se dirigió hacia el muelle donde se encontraba la caseta del

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baño, se quitó la ropa y se puso un viejo vestido convertido en bata de baño; sentimiento que creció entre ellos tenía un nombre que él no se atrevió por
bajó a la ribera y se hundió en el mar hasta el cuello, como era su costumbre mucho tiempo a otorgarle: amor.
en las noches de luna, y esta noche, para desinfectar todas las laceraciones
del Fever Grass, resultaba lo más indicado. El mar estaba frío, pero el la-
mento de Anna fue por el escozor que causó la sal al contacto con su piel Salto de la pág 87 a 90
lastimada. Se puso de espalda sobre el mar y, con los ojos cerrados, se juró
que no volvería a provocar esa locura.
(…) como los militares en Colón. Tus miradas matan. Siempre me haces
Al rato subió y se retiró a su habitación. Acostada, recreaba la tarde y pensar que detrás de esos ojos se esconde un mundo de cosas por contar.
después se dedicó a calcular los días que faltaban para que su marido regre- También he visto en esos ojos tristeza y, para que negarlo, deseo. Y dolor,
sara de Colón. especialmente en las despedidas. Y aunque no lo sabes, es lo que me hace
Timgen llegó a la casa cural y entró de inmediato en la habitación que le regresar. Eso que existe entre los dos y que se interrumpe cada vez que te
habían asignado. Pensó en la falta de respeto a sus anfitriones, pero lo que digo adiós... ¿Quién eres, Herman Timgen?, ¿qué te trajo a Providencia?,
más ocupó sus pensamientos era la posibilidad de que esta mujer decidiera, ¿qué tenía tu mundo que no te gustó y decidiste esconderte entre nosotros?”.
después de lo ocurrido esta noche, no volver a verlo. Sin embargo, según Mientras tanto, Timgen miraba la canoa que llevaba a Mary y dedu-
ella, había dos parteras más. Era su segunda noche en Providencia y, cómo jo que acompañaba a Hoy, seguramente para saber de su familia en San
no había dormido bien la noche anterior, decidió buscar el sueño así vesti- Andrés. Y pensó que era una mujer enormemente atractiva, pero que nin-
do como estaba, oliendo a sudor y mugre de tierra seca, perfume de marca gún nativo se atrevería a tener un mal pensamiento con ella. No sólo por
indefinido, estiércol de ganado, Fever Grass y la sangre coagulada de las estar casada, sino por su papel de partera, que la hacía intocable, respetada
docenas de pequeñas heridas que le habían provocado los filos de la yerba. y admirada. Él no sentía lo mismo. Le era muy difícil verla de esa manera,
Sonrió, y se quedó dormido. para él era la única mujer de las islas que él sentía la necesidad de volver
Ese día Mary se había ido sin despedirse. O tal vez lo hizo y él no la a ver y cuya compañía le agradaba. Le gustaba su risa, su tristeza cuando
escuchó. Le pediría perdón. Él a veces anhelaba la compañía de una mujer se apenaba por algún comentario fuera de tono o preguntaba por algo que
en su casa, alguien con quien compartir el resto de su vida y ella era la única desconocía. A veces era completamente impulsiva e irreflexiva. Todas las
que satisfaría ese deseo, pero no estaba seguro de que Mary lo aceptara sin mujeres distintas a ella estaban siempre dispuestas a complacerlo, sin que él
la respuesta al silencio a su pasado y, de contárselo, tal vez no entendería. A demostrara interés alguno. Mary, al contrario, buscaba en él ayuda para su
pesar del tiempo que había pasado en su compañía, ella consideraba la rela- profesión y sin duda estaba curiosa por saber más de su vida, pero aunque
ción una simple amistad. Mientras él, en ocasiones, se encontraba a punto para él cada vez era más difícil verla como una colega, ella sabía muy bien
de gritarle que lo viera como hombre y pensaba que, o ella sabía manejar cómo llevar la relación sin que se salieran de ese terreno.
muy bien la situación, o su fidelidad a Pedro era más que una promesa, un Subieron a bordo y de inmediato el capitán la saludó y le informó:
juramento que ella respetaba por encima de todo, aunque otros sentimien-
—No solamente te traje un paquete de tu hermana, sino una sorpresa
tos trataran de imponerse.
que está en la cabina. Vi a Pedro en San Andrés, pero no le entregué el
Conocía a Mary hacía ya quince años, y desde entonces vivía para sus paquete cuando me contó que seguías en Providencia.
visitas a Providencia. Había algo en ella, además de su belleza, que lo había
Mary, curiosa, pasó a la cabina y se sorprendió cuando la saludó su her-
cautivado. Una dignidad a prueba de Herman Timgen. Una inocencia que
mana Catherine, que había venido para traer el vestido que le había con-
él culpaba al insularismo, un inmenso y desinteresado cariño por todos, y,
feccionado a la novia, la hija del capitán Hawkins.
definitivamente, su valor en todo y por todo. Tenía que reconocer que el

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Poco después llegaron de Lazy Hill buscando a Catherine y se despidie- -Sí -dijo él-, es largo pero muy bonito. Siéntate, quiero escucharlo
ron prometiéndose ver en el matrimonio. contigo.
Mary abrió el paquete en casa. Además de tres discos, encontró un vesti- Timgen pasó al gramófono, cambió la aguja, puso el primer disco, dio
do, una caja de polvo Cotty y unas medias. Los discos estaban en sobres de varias vueltas a la manija del motor, bajó la aguja hasta la cara del disco y
papel café, pero podía leer lo que decían: “RCA VICTOR, Symphony #40 el ambiente se llenó de la magia que esta sinfonía de Mozart en particular
in G Minor K550, composed by Wolfgang Amadeus Mozart”. Se sorpren- lograba cada vez que la escuchaba. La Sinfonía 40 de Mozart siempre fue
dió, no tenía idea de que la canción “Sinfonía” fuera tan larga. para él un consuelo porque sabía que Mozart logró esta composición de
Se fue inmediatamente a la casa del doctor Timgen. Él la vio desde que hondos y puros sentimientos en la época más difícil de su vida. Con los
salió de su casa y sabía que venía hacia él. Y el mismo entusiasmo que ella ánimos más decaídos supo imprimir a la obra elegancia y romanticismo;
sentía, él lo experimentaba al verla acercarse y subir las escaleras con la agi- sin duda una inspiración divina. Timgen, sentado en una mecedora, con
lidad y apariencia de una gacela. No tenía la menor idea sobre la sorpresa la cabeza recostada en el espaldar, parecía estar absorbiendo en su cuerpo
que le iba a dar. entero cada nota para conservarla para el futuro perfectamente, consciente
de la posibilidad de que no se volvería a repetir jamás ese mágico momento.
Cuando al fin llegó y le entregó los discos, Timgen los miró y, sorpren-
dido, le preguntó: De vez en cuando miraba a Mary, que estaba muy callada, lo miraba de
reojo y pensaba que le gustaría que la música hiciera lo mismo con ella.
—¿De dónde sacaste estos discos?
Era la primera vez que escuchaba una melodía como esa. Siempre había
Ella se limitó a decir: oído los himnos o las canciones que tocaban los hijos de su hermana en
—Son mi regalo de cumpleaños. Colón. De este disco “Sinfonía” había partes que le gustaron y otras que no
le parecieron interesantes, pero lo que más la impresionó fue la atención
—¿Cumpleaños? -preguntó él-, ¿y tú cómo sabes cuándo cumplo yo?
que Timgen dedicó a escuchar el disco. ¡Qué no hubiera dado para saber
—No lo sé -respondió ella-. Pero, como todo el mundo, debes de tener lo que pensaba durante el rato que duró la primera cara del disco, luego la
uno. segunda y después todas sin hacer comentario y ni siquiera mirarla! ¡Como
Timgen se había cuidado mucho de no mencionar nunca su fecha de si se hubiera olvidado que ella estaba presente! Se preguntaba a dónde se
nacimiento. había transportado mientras escuchaba el disco. ¿Qué recuerdos evocaba
con esas notas?
—Pero dime -le dijo Timgen-, ¿cómo conseguiste estos discos?
Cuando se terminó la música, él la miró y dijo:
—Se los pedí a mi hermana en Colón. La verdad es que pensé que la
canción “Sinfonía” era un solo disco. —Mary, solamente tú en Providencia, nadie más, me haría un regalo
como este. No son unos discos, Mary, es la posibilidad de vivir un rato en
—¿Pediste expresamente esta sinfonía? otro mundo. ¿A ti qué te pareció?
—Le dije que me comprara el disco de la canción “Sinfonía”. —Doctor Timgen, hay partes que me gustaron... pero nunca antes había
—Gracias, Mary. ¿Quieres escucharlo conmigo? ¿Has escuchado antes escuchado esa música.
una sinfonía? —Mary, sería un placer poder compartir esta música contigo. Algo en ti
—No -dijo ella-, ¿pero entonces hay otro que se llama “Sinfonía”? Debe me hace pensar que te llegaría a gustar. Gracias por el regalo. Lo escucharé
de ser largo: ocupa tres discos y los dos lados de los discos. siempre pensando en ti.

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—Me voy, estoy invitada al matrimonio de la hija del capitán Hawkins;
mi hermana Catherine llegó esta mañana para traer el vestido de novia, así
que iré desde hoy a Lazy Hill, dormiré allá esta noche y también mañana.
—Yo también recibí invitación, pero me limitaré a mandar un regalo.
Sabes, Mary, me gustaría ir solamente para verte.
—Entonces ve -dijo ella.
—No, Mary, nunca he ido a un matrimonio y puede provocar habladu-
rías innecesarias; enviaré el regalo con Zocam con deseos de mucho amor.
—Doctor Timgen, usted nunca me contó cómo era el amor entre los
puritanos.
—Ya te dije, Mary, muy puritano. Imagínate, Mary, según un escrito que
encontré en una Biblia que me regalaron, las declaraciones amorosas eran
tomadas de la Biblia. Según parece, el novio le pasaba la Biblia a la joven
que le interesaba y le indicaba el fragmento que quería que ella leyera, la
segunda epístola de Juan, versículo cinco, que dice: “Y ahora te ruego, seño-
ra, no como escribiendo un nuevo mandamiento, sino el que hemos tenido
desde el principio, que nos amemos unos a otros”. Entonces la joven le de-
volvía la Biblia señalando Ruth II, versículo diez, que dice: “Ella entonces,
bajando su rostro, se inclinó a tierra y le dijo: ¿Cómo he hallado gracia a tu
ojos para que te fijes en mí siendo yo extranjera?”. Entonces el joven le de-
volvía la Biblia marcando la tercera epístola de Juan, versículo 5, que dice:
“Yo tenía muchas cosas que escribirte, pero no quiero escribírtelas con tinta
y pluma, porque espero verte en breve, y hablaremos cara a cara”. Y después
celebraban el matrimonio. Y creo que debo contarte que los puritanos no
usaban la versión de la Biblia de King James que tienen ustedes ahora en la
Iglesia, sino la versión conocida como The Geneva Bible, que fue la versión
traducida en Ginebra, en cuyas márgenes se explicaba claramente el com-
portamiento que se debía al rey... Mary, los puritanos eran muy fervorosos,
se reunían por la mañana y por la tarde para rezar. Además, la costumbre
de celebrar el Olde Christmas viene de ellos.

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