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Hazel Robinson: narraciones desde
las islas del Caribe occidental
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Alberto Abello Vives es experto en el Caribe. Investigador, profesor universitario y gestor cul-
tural. Ha estado vinculado al Programa Leer el Caribe desde su concepción al lado de Adolfo Meisel
Roca y Jorge García Usta. Fue director del Observatorio del Caribe Colombiano y del Laboratorio de
Desarrollo y Cultura (L+iD) de la Universidad Tecnológica de Bolívar (Cartagena de Indias). Ha sido ase-
sor para el guión museológico del Museo del Caribe y de la Casa Museo Gabriel García Márquez.
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hacia las islas, San Andrés se convirtió en un gigantesco centro comercial ropeos se las disputaron, especialmente Providencia por su agua y tierra
y los colombianos la visitaban, no tanto por sus atributos físicos naturales fértil. Colonos ingleses , puritanos de religión llegaron en el siglo XVII
y culturales, si no para traer al país electrodomésticos y enseres que no se a Providencia a hacer comercio y a dedicarse a la agricultura. Llamaron
conseguían fácilmente o eran más costosos en el continente. Henrietta a San Andrés y Old Providence a Providencia, pero su asenta-
Los isleños, que estaban en las islas antes del puerto libre, fueron despla- miento fracasó. El archipiélago estuvo en disputa hasta 1641 cuando desde
zados del uso de los recursos (tierra, mar, agua, paisaje) por continentales Cartagena se estableció su control por parte de los españoles y el Tratado de
y extranjeros y se quedaron con los empleos de menor remuneración. La Versalles de 1783 logró el reconocimiento a España por parte de Inglaterra.
economía que se establece es una economía basada en el comercio y la ho- Las islas hicieron parte de la independencia de la hoy Colombia. Ya en el
telería al servicio de esa actividad. siglo XX, en 1928 se firmó un tratado de delimitación de áreas marítimas
con Nicaragua, que sólo hasta el 19 de noviembre de 2012 fue alterada por
Luego de la apertura económica en Colombia en los años 90 de finales un fallo de la Corte de La Haya. Pero la soberanía de Colombia sobre el
del siglo XX y facilitarse con ella la importación de lo que antes se encon- archipiélago ya nadie lo discute.
traba en San Andrés, la isla sufrió una crisis al disminuir notablemente
los viajes de los colombianos. Por ello, para superar tales dificultades ha Durante el siglo XIX se producía algodón y tabaco, que dieron paso a
recompuesto su economía orientándola a consolidarse como un epicentro una importante producción de coco para la exportación. Pero al declinar
turístico. El turismo, al igual que las islas del Gran Caribe, emerge como la producción de coco, vino la crisis de las islas. Y para contrarrestar esa
tabla de salvación de la economía insular. situación el gobierno de Rojas Pinilla hace la declaración de Puerto Libre.
Desde al año 2000, el archipiélago fue incluido en la Red Mundial de Estas bellísimas islas sufren también de los problemas que sufren los
Reservas de la Biosfera por la Unesco. Seaflower es el nombre de esta re- colombianos (desempleo, pobreza, desigualdad social y concentración de la
serva: flor del mar. riqueza). Pero gozan de mejor calidad de vida que los habitantes de la costa
nicaragüense.
Hoy el archipiélago está habitado por una sociedad intercultural, lo que
se manifiesta en muchos ámbitos de su vida diaria: en la lengua y las for- Sin embargo, su posición privilegiada en el Caribe que fue importante
mas de hablar, de celebrar, en la arquitectura, en la gastronomía, entre otros para la ruta de los galeones y la piratería coloniales, hoy también lo es para
rasgos diferenciadores de su vida cultural. el narcotráfico. Y las islas lloran sus hijos que ante la falta de oportunidades
son cooptados para este negocio. Muchos han muerto, desaparecido o se
Pero cuando se habla de la población isleña, se piensa en un mundo encuentran presos en México, Centroamérica o Estados Unidos. La isla
distinto al resto de Colombia; se piensa en su lengua criolla, un creole de llora y sus lágrimas no llegan a Colombia. Hoy de sus nuevos problemas, el
base inglesa que se habla en el Caribe occidental, traído por los cimarrones país sabe poco, como ha ocurrido antes.
provenientes de Jamaica en el siglo XVIII; en sus casas elevadas de madera
y su ropa colgada al viento; en su rondón con el pescado, el fruto del pan, Leer el Caribe 2013 es una invitación a visitar las islas de la mano de
y pick tale; en el sorrel, esa refrescante bebida de Ibiscus o carcadé, llama- Hazel Robinson; a amarlas por que ellas, su naturaleza y su gente poseen
do flor de Jamaica; en esos apellidos como Hooker, Howard, Hawkings, una enorme belleza y merecen ser respetadas, valoradas y queridas. Porque
Abrahams, Archbold, Davis, Newball y Robinson, como los apellidos de las islas han de integrarse más al resto del Caribe colombiano y a Colombia,
Hazel Robinson Abrahams; pero también en ese mestizaje que se mani- con ello se enriquece la diversidad. Y porque Colombia necesita conocerse
fiesta en la combinación de los apellidos isleños con los del interior del país: más, conocer sus distintos territorios y a su gente. Así empezará a ser un
Rodríguez, González, Suarez o Martínez. mejor país para vivir.
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cistas. Mi mama había estudiado allá con las monjas, que llegaron en 1925 titulé “Meridiano 81”. A la gente de San Andrés no le gustaron mis notas.
a catequizar. Con ella se llevaban muy bien porque se había convertido al Pensaban que me estaba burlando de la isla y me hicieron la guerra.
catolicismo a los 21 años. Conmigo hicieron todo por afianzar mi devoción Después de cinco artículos El Espectador me invitó a Bogotá. Don
a la Iglesia y no lo lograron, porque yo vi cosas que mi mamá nunca vio en Gabriel Cano esperaba a una persona mayor y se llevó tremenda sorpresa.
el colegio y más que todo en la iglesia católica de San Andrés. Yo le conté que aprovechaba la invitación par ver si podía estudiar. Había
A los quince años me internaron en Medellín en un colegio de adventis- recopilado todos mis certificados y con una carta de don Gabriel me pre-
ta, sin haber nunca asistido a un culto de esa religión. Con los adventistas senté a la Universidad Nacional. El que me atendió me dijo que con esos
descubrí que tenía voz y eso me gustó. Pero también descubrí otra forma papeles no llegaba a ninguna parte porque no eran reconocidos por el
de discriminación. Si en el colegio católico tenían preferencia por las niñas gobierno, no tenían permiso de funcionamiento. Salí muy decepcionada.
de tez blanca, en el adventista la preferencia era por las más pudientes. Sentí que había pasado esos años haciendo nada. Me dijeron que hiciera un
Cambió la cosa, eso daba privilegios. Como en Medellín la educación era examen de validación pero ya no quería perder más tiempo. Don Gabriel
con adventistas americanos, recuperé mi nombre, aunque tuve problemas me dijo: pero si ya está trabajando ¿para qué quiere hacer algo más? Pero yo
con los certificados en donde aparecía como María. A medias terminé el no pensaba en estudiar comunicación sino psiquiatría.
bachillerato en Barranquilla, en el Instituto Técnico Comercial. Me volví a San Andrés sin gana de nada a trabajar a la Caja Agraria.
Mi papá, que era simpatizante de los adventistas, decidió que yo tenía Estando en eso, conocí a un ex miembro de la guardia real rusa y a su
que ir a la universidad en Jamaica pero yo no acepté. Esa era otra discrimi- esposa, que había sido dama de compañía de la Zarina, y que habían lle-
nación que no iba a aguantar. Tres hermanas hablan ido a Estados Unidos gado primero a Medellín y luego a San Andrés y eran dueños del hotel
y yo quería la misma oportunidad. Hoy me arrepiento de no haber ido a Casablanca. El me dijo: necesito que trabaje conmigo. Acepté administrar
Jamaica. No se si debí hacer mi protesta en esa forma pues me perdí la el hotel y terminé también administrándolos a ellos, su vida, su plata y la
oportunidad de recibir una educación más adecuada a mi cultura. señora me ponía hasta a leerle cuando ellos se iban a dormir. Yo seguía con
“Meridiano 81”, que, junto con el hotel, fueron mi universidad.
Los primeros trabajos y Meridiano 81
Amores y desamores
Mi mamá me mandó a buscar y me vine a San Andrés cuando apenas
empezaba el Puerto Libre. Yo había sabido de la llegada de Gustavo Rojas Allí conocí a un señor norteamericano que venía a atender la estación me-
Pinilla a la isla porque mi mamá era concejera intendencial y me contó teorológica. Y aunque en el hotel no querían residentes permanentes y al
que una commission encabezada por Velodia Tovar se habla reunido con el dueño no le gustaban los estadounidenses por muy exigentes, yo le rogué y
general para solicitarle un puerto libre con el fin de que los materiales de el gringo se quedó un año bajo mi responsabilidad.
construcción y las cosas de primera necesidad entraran sin impuesto. No oí El gringo regresó y decidimos casarnos. Vamos a la iglesia católica y le
que se hablara de turismo ni de grandes inversiones. Me ofrecieron puesto preguntan: ¿qué religión tiene? Y como responde que no tiene y no cree en
en la Caja Agraria y era maravilloso recibir un sueldo de 800 pesos cuando Dios, no nos pueden casar. Sugiere casarnos en Panamá o por lo civil, pero
en el colegio lo que más había manejado eran 20 pesos. mi mamá no va a resistir que en tres ocasiones se anuncie en la iglesia que
Un día estaba leyendo El Espectador y alguien se preguntaba: ¿qué hace por casarme por lo civil dejo de ser católica. Como yo no necesito que la
un fumador empedernido si en Colombia no hay picadura? Entonces com- iglesia ni nadie me diga con quién debo vivir, decidimos armar casa juntos
pré un paquete y se lo mandé al periódico. Después recibí una carta de hasta que, ya con dos hijos, la Iglesia decide después del concilio ecuménico
Guillermo Cano donde me agradecía la picadura y me pedía que le contara Vaticano II, que nos podía casar. Aunque no estaba dispuesta a aceptar el
algo de San Andrés. Le gustó, lo publicó y me dijo: cuénteme más. Así arrepentimiento y la exigencia del cura que los hijos tenían que ser católi-
seguí enviando notas con los aviones que venían cada quince días y las cos, terminé confesándome y firmando para no enredar más las cosas. Cuál
La naturaleza se enfurece
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ñar el horizonte. Desalentado por lo imperturbable del encuentro del cielo Los esclavos, perplejos, y como solitarias y pétreas estacadas de una que-
con el mar dejaba caer el brazo con todo el peso del cansancio. Con los pár- ma, miraban a su alrededor extasiados ante el éxodo de la fauna que habi-
pados aún fruncidos, miraba el sol y lo maldecía. Maldecía en una lengua taba en las matas de algodón. Los pájaros en desbandada, interrumpida a
que sólo ellos entendían. Lo único que sus amos les habían dejado conser- veces por las motas de algodón, chillaban impotentes ante la fuerza desco-
var y sólo porque no habían ideado la forma de extirparla de sus mentes. Su nocida que no cesaba de espantarlos.
lengua y su color, la gran diferencia, la catapulta que servía a la inseguridad A lo lejos, tratando de desafiar esta orquesta, un esclavo seguía entonan-
de sus dueños. do su letanía. Pero su voz ya no era un lamento de dolor como al principio;
Era un mes de octubre de algún año hace dos siglos. Durante semanas el tono era de franca alegría, una clara nota de victoria, el reconocimiento de
había prevalecido este tiempo opresivo y caliente que secó bruscamente que la naturaleza era su aliada y ella había triunfado. Las ráfagas siguieron
la cosecha de algodón. Las doradas cápsulas desafiaban ahora el silencio desalojando el calor hasta llegar a la falda de la loma. A su paso, los grandes
reinante entonando un delicado “tic-tac” por todos los campos, al abrir y cedros trataban en vano de imitar a las palmeras que se inclinaban en re-
exhibir sus blancas motas, contribuyendo a la desesperación de los esclavos, verencia para después elevar sus ramas al cielo en un frenesí incontrolable.
quienes esperaban impacientes la orden de la recolección, aunque aque- Contrastando con esta alegría de la naturaleza se escuchaba el seco gol-
llo representaba más trabajo y con el sol como el capataz más implacable. pe de puertas y ventanas que se cerraban, después de haber aguardado por
Hacía más de una semana que esperaban la orden, mas no llegaba y, ahora días la invitación al aire a invadir los aposentos.
de él no quedaba esperanza menos cuando ya se había ido a descansar casi
todo el día. Richard Bennet, que en aquella hora y tarde iniciaba el tradicional té de
las cuatro, se sorprendió del cambio repentino del tiempo y observando que
De improviso, en el campo vecino se escuchó un lamento. tante Friday luchaba por cerrar las ventanas, dejó a un lado el té a medio
—Ova yaaa… (allá…). consumir para acudir en su ayuda.
A lo que de inmediato se respondió con:
Harold Hoag, en la plantación vecina, recorría con la vista los campos
—We de yaaa (estamos aquí).
de algodón convertidos en la espumosa cresta de una gran ola, salpicada
de punticos negros. Maldijo su decisión de esperar dos días más para la
Y en esta letanía siguieron por horas. Eran los esclavos utilizando la for- recolección. Caminó hacia la puerta principal de su casa y del dintel tomó
ma ideada de comunicación por medio de la cual transmitían sus alegrías, su binóculo y lo coló entré el eterno fruncido entrecejo. Se puso a atisbar el
chismes y desahogaban todas sus emociones reprimidas por el cautiverio. horizonte y su descubrimiento le hizo exclamar:
Cuando más se necesitaba y menos se esperaba, irrumpió en el ambiente —God damned my luck! (¡Dios maldijo mi suerte!)
la respuesta a sus maldiciones —o la derrota a las enseñanzas del pa’ Joe—.
Despachadas de la nada, unas ráfagas de aire puro y limpio irrumpieron en En él, con seguridad y pasos majestuosos, llegaba del noreste de la isla
el ambiente cortando el calor a medida que abrían el paso a otras de mayor una brava cabalgata de nubes grises que parecían dispuestas a desafiar al
intensidad que sacudían las matas de algodón interrumpiendo el vals del sol su dominio sobre el lugar. Una amenazadora mancha negra que nada
“tic-tac” y obligando a los capullos a despojar sus preciosas motas y a bailar bueno presagiaba.
una loca melodía donde las secas cápsulas convertidas en maracas predo- Los esclavos de Richard Bennet también asistían al encuentro y ya apos-
minaban sobre el chillido de los pájaros y los insectos, pero impotentes taban al ganador. El sol, aunque con las sorpresivas ráfagas había perdido
ante el batir de los árboles más grandes en su afán de defenderse del ataque toda su fuerza calcinante, no parecía dispuesto a bajar a su lecho de agua,
inesperado.
cediendo el lugar a la invasora gris.
Birmington, sin voltearse, dijo: —Dile a George que te lea el Salmo 29. do entrar individualmente sosteniéndose de las paredes para ganar la su-
Es la forma como él da la respuesta. bida. Ese día los esclavos se negaron a entrar y, por un momento, Chapman
se encontró rodeado de veinticinco esclavos que desafiaban su orden. No
Los esclavos de Bennet y Hoag escucharon los cuentos del naufragio estaban dispuestos a enfrentarse a otra aventura en menos de veinticuatro
por la voz del viejo Ben, para quien el hambre y el cansancio dejaron de horas. Cuando logró con amenazas que reanudaran la marcha, lo hicie-
existir con la noticia. Luego, las instrucciones de Birmington por la entre- ron con cautela, profiriendo gruñidos amenazadores hacia la oscuridad. De
nada voz de tante Friday. Como era la costumbre, cuando de naufragios pronto, se escuchó un grito que inundó todo el túnel:
se trataba, todos se dirigieron a las casas de sus amos para recibir ahí las
—God damm it. Ride what? Rass cloth Harold (maldita sea. ¿Cabalgar —Drum stody! —respondió Harry.
qué? M... Harold) —dijo Hoag, casi colérico. —D-r-u-m-s-t-o-d-y! —repitió deletreando Birmington, haciéndose el
—¡La isla! Bien sabes que no puedo volver al viejo continente. Bennet, que no había entendido.
Birmington y George se habían adelantado para dirigir a los esclavos en A lo que repitió Bennet:
el desmonte. Hoag, más calmado, aprovechó la distancia entre ellos para —Bush rum (ron del monte).
preguntar a Chapman:
—B-u-s-h-r-u-m? —volvió a preguntar tratando de asimilar la
—¿Sabías que Bennet pensaba sembrar cocos después de esta cosecha
de algodón?
verdad que tenía ante sus ojos.
—¡No, no lo sabía! —dijo el otro, mirándolo sorprendido—. Pero te juro Harry, exasperado, caminó hacia él y de frente le dijo:
que es lo más indicado. Yo no me puedo dar el lujo de ese cambio, no puedo —Puss piss! (¡Orina de gato!) Ni más ni menos, Birmington. ¡Pero
esperar siete años para la primera cosecha de cocos. Pero los cocos y los ár- del bueno! —Y en carcajadas añadió—: ¿Con que esas tenemos?... Los
boles de macadamia son lo más recomendable para estas tierras. ¿Acaso no Golden brothers tienen su propio semental de negros y su propia destilería?
te diste cuenta de la nube que se levantó cuando se arrancaron las matas de ¡Privilegio del carajo!
algodón? Con esa nube, massa Harold, se nos fue toda la tierra abonada que
teníamos. Estamos a muy pocos metros de pura piedra coralina y le tengo Los hermanos Golden, ajenos a lo que estaba sucediendo, llegaron de su
mucha desconfianza a la próxima cosecha. inspección del sitio del naufragio. Utilizaron para la travesía una canoa que
habían encontrado esa mañana cuando regresaban de los socavones del cliff.
—Yo no —gritó Harold. Por un momento, todos menos Birmington se olvidaron del motivo que los
—Te felicito —respondió Chapman a la vez que pensaba haber descu- había reunido en el lugar y todas las miradas estaban en el demi-john.
bierto la razón de la preocupación de massa Hoag. Los Golden trajeron a cuento que era apenas el segundo en
Harold había olvidado por completo el motivo de la caravana al Cove. veinte años. El primero sirvió de bienvenida a Bennet. Fue encontrado
Todo su pensamiento y su afán por llegar eran por indagar lo más pronto días antes, pero no se atrevieron a ingerirlo hasta que los tripulantes de la
posible los planes de los Golden. Y —¡líbrelos su Dios!— de que fueran los nave le dieron el visto bueno. Bennet también había participado. No tenía
mismos que los de estos dos locos aventureros. reparo en que lo supieran. Pensaba: “...las consecuencias de esa noche me
perpetuarán en la isla”.
George caminó algunos pasos y luego volvió con una caja y se la entregó. Elizabeth lloraba desconsoladamente, mientras, tante los miraba perple-
Ella visiblemente emocionada la acarició, pero al darse cuenta de que había ja y decía toda afanada:
sido alcanzada por la mar cuyas huellas como ondas habían cambiado su —¡Llevémosla a su cuarto! ¡George, llevémosla, George!
aspecto completamente, sintió lastima. Así también había cambiado la vida Pero George mirando a tante como quien ahora sobraba, dijo en tono
de ella. Al ver que había sido abierto, el pequeño candado ya no estaba, la amenazante:
embargó una tremenda desilusión, pero lo abrió decidida de nuevo para
sorprenderse con alivio. Todo estaba intacto: las joyas y el dinero, tal como —¡Váyase! Más bien traiga brandy con agua de azúcar.
lo había puesto su madre el día en que colocándolo en el fondo del baúl le Tante se ofendió, pero decidió mientras caminaba a la cocina que George
había dicho: “con esto iniciaremos una nueva vida en las colonias”. tenía razón. Les haría un té de yerbas, eso los calmaría.
Por un segundo se sintió de nuevo en la nave y le pareció que la luz que Cuando cedieron los sollozos y Elizabeth apartó su cara, toda turbada
entraba al lugar se iba desvaneciendo. Miró a George y creyó captar una miraba la camisa azul manchada de lágrimas.
sonrisa en su rostro, trató de caminar los dos pasos que la separaban de él y
—¡Qué pena contigo, no sé lo que me pasó, tal vez no soy tan fuerte
de encontrar las palabras para agradecerle el cuidado de todo, pero apenas
como pensé!
trató de salvar la distancia una nube la envolvió y la fue arrastrando contra
su voluntad y lo único que pudo decir mientras se sentía llevar irremedia- —Te admiro. Supiste ocultar muy bien tu dolor —dijo él sonriendo.
blemente fue:
Dirigiéndola por el codo la llevó hacia la puerta lateral; a la salida escu- —La isla, Elizabeth, te obliga a todo. Hace descubrimientos pero tam-
charon a Birmington: bién logra aniquilar las mejores intenciones.
—Felicitaciones, George, desconocía tu gusto por la música, la buena —Birmington, él toca muy bien, pero últimamente lo ha abandonado.
música, era lo único que faltaba en este paraíso. Ya estaba en el corredor o balcón de la casa y en vez de dirigirse a su ha-
—¿Qué consideras buena música, Elizabeth? bitación, ella entró con él a la sala. Ahí le decía mientras pasaba una mano
por la solapa del saco y la otra por su rostro:
—La inspiración de los grandes maestros, obras a prueba del tiempo.
—George, cualquier duda que hubiera existido respecto a nosotros y
—Elizabeth, entiendo a lo que te refieres pero no estoy de acuerdo; de- mi estadía definitiva en la isla quedó despejada hoy. Siento algo de lo cual
pende del fin que se persigue y la cultura donde se desarrolla; música mala estoy muy segura; es como el sentimiento que da la buena música, como lo
para ti bien podría ser buena música para otros. concibes tú y como yo lo reconozco.
—George, me refiero a la música que tú y yo entendemos y podemos Tante Friday se había detenido junto a Birmington en la puerta prin-
compartir. cipal de la iglesia, pero desde allí vio unas mangas vaporosas color azul
—Elizabeth, yo también entiendo y comparto la música de los esclavos. claro contra el saco azul oscuro de George, sospechó lo que podría estar
sucediendo o por suceder y temiendo que Birmington lo descubriera antes
—George, ¿quieres decir que te atreverías a comparar una cantata de
de tiempo, decidió entonar un grito prohibido en domingo: “¡Georgieee!...”
Bach con los lamentos escuchados anoche, que eso lo estima- rías también
Ella lo había sospechado desde hacia días y esta mañana los había encon-
como buena música?
trado definitivamente distintos.
—Sí, Elizabeth, es la expresión de una cultura a prueba del tiempo, dis-
La detestable llamada de tante, de la que se salvaba únicamente en do-
tancia, prohibiciones e imposiciones. Y persigue un fin bien definido.
mingo, los obligó a separarse, pero con una mano George la siguió rete-
—¿Qué persiguen los esclavos con sus lamentos? niendo posesivamente mientras con la otra le tomaba el mentón.
—Es largo de explicar pero, en síntesis, para ellos el ritmo y la música es —Elizabeth, llegaste a mi mundo sin invitación, mas no te dejaré salir.
el estado de éxtasis que comunica al hombre vivo con el muerto, o sea con
—Lo mismo pensaba yo —dijo ella, mientras se separaba de él y corría
los espíritus de sus antepasados y por medio de ellos con sus dioses Omulú,
a su habitación.
Obatala, Changó, Oba, etc.
Birmington se pasó la tarde repasando de Biblia en mano, el nacimiento
de Jesús. Elizabeth, sabiendo que el domingo era un día en que el reverendo
No tengo la menor duda de que cambiará de opinión sobre nosotros. Las La “deliverance”
mentes creadoras, los espíritus artísticos sobreviven las malas crianzas. Nos
amamos, y nada ni nadie podrá ya impedirlo.
Los observó salir de la casa, del patio y tomar el camino hacia el norte,
con el más silencioso desprecio que solamente las almas frustradas y ven-
gativas saben imponer.
—George —decía Elizabeth— fuiste injusto con él.
—Bennet, su incursión en terreno prohibido desde la primera noche de
—Elizabeth, he vivido treinta años al lado de estos cinco hombres, los su llegada a la isla, la noche cuando, según cuentan, todos probaron del pri-
conozco más de lo que ellos mismos se conocen. Además, puso mucho mer demi-john encontrado, no tuvo consecuencias entonces, como tampoco
énfasis en descartar mis acusaciones ¿verdad? No quería herirlo pero él lo durante todos estos años. Una bendición para usted, una lástima para mí.
provocó.
Richard Bennet bajó la cabeza y sin palabras se devolvió al balcón en
compañía de los otros, sentía que su mundo se desplomaba y lo arrastraba
merecidamente. Necesitaba de un brazo más fuerte para detenerlo y sabía
dónde encontrarlo, pero con los acontecimientos desatados no estaba tan
seguro. De todos modos lo buscaría.
A las dos de la tarde, los más de doscientos esclavos esperaban como
una alfombra humana frente a la Misión. En el balcón, sentados en fila,
esperaban la sentencia los cinco plantadores, tres esposas y Birmington.
En otra mesa, muchos papeles, plumas, tintas y almohadillas para quienes
no sabían firmar; los tres visitantes, Elizabeth y George. Algo retirados, los
veinte esclavos, el capitán y los perros.
El doctor Venecia, con una hoja de papel donde había garabateado unas
líneas, se levantó e hizo ademán para que todos los presentes hicieran lo
mismo. Inició su anuncio en castellano con Elizabeth traduciendo al inglés
y George al dialecto ideado por los esclavos.
—He sido nombrado prefecto del archipiélago por el virreinato de la
Nueva Granada el 20 de diciembre y habiendo encontrado que aún existe
en estas islas el denigrante estado de esclavitud de la mayoría de la po-
blación, les informo que la esclavitud fue abolida en tierra firme y yo os
declaro igualmente en libertad. A cada cabeza de familia se le entregará
suficiente tierra para cultivar y desde hoy en adelante sus únicos protectores
a quienes deben rendir tributo y fidelidad es a la Iglesia Católica Romana
y al Gobierno de la Nueva Granada. Desde este momento la bandera del
Reino ondeará sobre este territorio.
Y pensó: “Menos mal que no vio el ciempiés que ella creyó ver paseándose
por el piso”.
Barba Negra, en su papel de mozo de cabina, todas las mañanas y todas
las tardes les llevaba agua fresca en una ponchera y en las bacinillas.
La señora Ercilia les había dado señas del propósito de cada una, y sin
aspavientos ella por lo menos obedecía al pie de la letra.
Los marineros y la señora Ercilia pasaron el sábado cantando, y así como
dieron la bienvenida al día, también lo despidieron.
El domingo hubo mucho movimiento en la nave; limpiaban, lavaban
pisos y hablaban bastante; a veces los entendía y otras no. No volvió a ver
al atrevido de Barba Negra por varias horas, y otro marinero las atendió,
pero cuando escuchó su voz la noche del domingo, le recorrió el cuerpo un
sentimiento que la hizo sonreír.
Barba Negra, como ella le decía, bajó para hablar con la señora Ercilia,
pero ella mantuvo su vista hacia la pared. Pudo escuchar muy bien cuando
él le preguntó a la señora:
—How are things down here?
Ella le respondió:
—Hay solamente una viva; las otras dos están casi muertas.
El preguntó:
— ¿Cuál? ¿La bonita? ¿La que me gusta?
A esto la señora Ercilia le dijo:
—Mate, be careful with your words!—Y añadió—: No se te olvide que
dentro de poco serás un hombre casado.
A lo que él respondió:
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—Posiblemente el infierno se enfríe antes de eso. Él nada dijo al comentario; siguió cantando I’m confessin’ that I love
—Atrevido —pensó la hermana María José. you, acariciando con sus dedos las cuerdas de la guitarra y dibujando en su
mente lo único que se dejaba ver de la hermana María José: su cara de un
Mate, ¿así le decían a Barba Negra? El mate en el barco que la trajo de óvalo perfecto, sus vivos ojos ámbar y esa boca que ella de vez en cuando
Europa era el segundo al mando. Bueno, tal vez él lo era, pero, ¿qué hacía abría para saborear las gotas de mar que la salpicaban. A buena hora había
limpiando bacinillas? abandonado los truculentos zapatos y andaba descalza.
Ese día, como el día anterior, almorzó fríjoles. Las hermanas seguían Ahora la hermana María José, acostada en su camarote, lloraba; no sa-
con su dieta de té de Promenta, y seguramente para evitar el problema bía si sus lágrimas eran por un sueño imposible, por una ilusión, o eran de
en que ella se encontraba (¿dónde estaba el baño?), decidió consultar a la esperanza. Sin saber que lo necesitaba, había tropezado contra su voluntad
señora Ercilia, a quien había visto subir con un rollo de papel higiénico. con una forma de pensar y vivir que no cambiaría por nada en el inun-
Caminó hacia la cabina del capitán y tocó quedamente la puerta. La se- do. Ignoraba que existía, pero sabía que le era prohibido; sin embargo no
ñora se levantó y la hermana María José le preguntó dónde estaba el baño, permitiría que nada ni nadie, hábito, rosario, juramentos o familia, interfi-
mientras le mostraba el rollo de papel higiénico. La señora, muy amable, rieran. Cuando subió a bordo, jamás pensó que estas tablas que formaban
cogió el rollo con una mano y tomó el brazo de la hermana María José con ni más ni menos que una balsa grande, que en un principio vio como una
la otra, y juntas subieron las escaleras hasta la cubierta de la goleta. Luego amenaza a su vida, llegarían a hacerla descubrir, como se verá más adelante,
de caminar entre bultos y cajas, la señora Ercilia abrió la puerta de algo que una etapa desconocida de su vida.
tenía forma de una caja grande, pegada al borde de la nave. Ella entró, pero
por la vergüenza que sintió le dieron ganas de tirarse al mar por el hueco La siguiente noche armó su cama encima del techo de la cabina, muy
de una plataforma que servía como asiento de inodoro, y que estaba a me- cerca de la entrada de la misma para poder escuchar a sus compañeras, y
nos de dos metros de las frías aguas del océano. A su salida, sin ninguna se dispuso a dormir aprovechando la brisa fresca, el olor de mar, el quejar
complicación, la señora Ercilia le hizo poner los brazos por la borda, le dio de las velas. A su lado se sentó Barba Negra con la guitarra, y se inició el
jabón y le derramó agua de una totuma. concierto acostumbrado. Todos, apostados en la escotilla, en la cocina, en-
cima de la cabina, en distintos sitios, cantaban en coro. De pronto, Henley
Mientras la hermana María José lavaba sus manos, decidió que nada, la miró y le dijo:
absolutamente nada en este mundo, podría igualar esta vitrina a su priva-
cidad. Ella dio las gracias y bajó otra vez a su camarote; la señora se quedó —Hermana María José, cántenos algo.
arriba conversando con su marido. Ella sonrió, se incorporó, dobló las piernas para acomodar la guitarra,
A la noche, tan pronto salió la Luna iluminando hasta la cabina, los ma- extendió su mano para recibirla, pasó los dedos por las cuerdas, hizo unos
rineros iniciaron también la serenata. En esta ocasión cantaban canciones cambios en los tonos y cantó When irish eyes are smiling.
de Norteamérica, canciones que ella conocía. Decidió subir. También los Todos quedaron sorprendidos, y ella jamás pensó que años de clases de
acompañaba una guitarra, y se sorprendió al descubrir que quien la tocaba canto y guitarra terminarían haciendo su debut en una goleta en la inmen-
era Barba Negra, mientras Black Tom, el cocinero, lo acompañaba con una sidad del océano. Henley estaba estupefacto; su modo de tocar, su voz, lo
dulzaina. Se quedó escuchando hasta las doce, cuando la señora Ercilia cautivaron definitivamente. Los aplausos fueron largos y sinceros, hasta el
decidió bajar a dormir. crujir constante de la vela al ser zarandeada por el viento parecía formar
Ella se dio cuenta de que Barba Negra le dedicaba canciones, como parte de la ovación. Henley se limitó a mirarla. No aplaudió. Estaba com-
Don’t blame me: la cantó mirándola. Ello no pasó inadvertido para la se- pletamente apabullado. Alcanzó a decir:
ñora Ercilia, quien en uno de los descansos le dijo: — ¿Do you speak English?
—Mate, don’t hang your hat higher than you can reach it. Ella respondió:
— Café. No veo café y me muero por un tinto. Tina le contó que las salidas para las compras se hacían en compañía de
otra hermana, pero Gilma siempre se quejaba de que no sabían escoger y
— Vamos a la cocina. Gilma, la cocinera, siempre tiene café. la Madre Superiora había decidido mandar a alma, a la hermana encargada
La hermana María José aprovechó para conocer a Gilma y saber cómo de la despensa y a ella.
era el sistema de entrega de víveres para el consumo. — ¿Cuándo vamos, hermana María José? —preguntaba dando saltos la
Gilma recibió muy bien a la hermana María José. Desde el momento niña. Estaba deseosa, o tan deseosa como ella, de salir un rato del encierro.
en que supo que las otras la habían desterrado al lado sur del convento, al — Solicitaré permiso para mañana, Tina. Además, supongo que tendrá
lado de la bodega de útiles escolares y dotación de-la iglesia, ella se alió a su que ser cuando Gilma lo disponga.
bando, igual que Tina y la señora Inés, quien era la encargada de lavar para
las monjas y los padres. — Mañana, a las dos— dijo Gilma de inmediato.
La hermana María José agradeció el recibimiento de Gilma, y observan- La hermana María José le informó a la Madre Superiora sobre los fal-
do que a diferencia de Tina, era una mujer blanca de pelo quieto, pelirroja tantes de la despensa y los planes de solucionarlo al día siguiente, a las dos.
como la señora Ercilia, le preguntó: La Madre, sin preguntas, le entregó veinte pesos.
— ¿De dónde eres, Gilma? Ella sabía que la Endurance saldría para Providencia ese día en la tarde,
y tenía esperanza de verla salir de la bahía. Por tanto, fue muy cumplida al
— De Providencia —contestó—. Soy prima de la esposa del capitán salir a las dos de la tarde. Caminó por la avenida 20 de Julio, completamen-
Timothy, “Tim”, uno de los dueños del Endurance, donde llegó su merced. te sorprendida de la diferencia entre la arquitectura isleña y la del resto del
— ¿Entonces conoces a todos los que trabajan en la goleta? país, el aislamiento entre una casa y otra, los patios, que parecían despensas
vivas, con árboles de frutas y sembrados de hortalizas. Las cuerdas de ropa
—preguntó la hermana.
secándose al sol exhibían la moda en vestidos e interiores. Le llamó la aten-
— iHuy, sí! Todos son de la misma familia. El mate es sobrino del capi- ción el aseo de la única calle, la soledad en el camino, sin carros, unos tres
tán, el capitán es medio hermano del papá del mate, y la mamá del mate es caballos cargados de coco, dos perros y unas cuatro personas que saludaron
prima de su esposo y su cuñado, y yo soy prima de todos. en inglés: “All right!”’, aún sin conocerla. Llegaron a lo que Gilma y Tina
— Dime, Gilma, ¿cómo se llama el mate? llamaron North End. En el almacén Bogotá, un lugar surtido completa-
mente distinto de las tiendas de los pueblos del continente colombiano,
—Todos le dicen mate. Él se llama Henley Alva Brittany. Él es adven- compraron la carne salada y el café, las paticas y colitas de cerdo en salmue-
tista, como todos ellos menos el cocinero Black Tom, que tampoco es de ra. En otro que Gilma denominó Estanco, compraron el pescado salado, y
la familia.
subir las escaleras del costado de la nave. El capitán Tim miraba el esce- Providencia
nario y sacudía la cabeza. Cuando ella tocó la cubierta de la nave, los otros
marineros la saludaron entrelazándose los dedos en un puño. Ella lo repitió
y se dirigió hasta el capitán para saludarlo. El capitán Tim, como siempre,
se limitó a levantar su sombrero y dijo:
Henley miró a los dos y sonrió. El capitán Tim la miró, sonrió, arqueó Ella miraba a su alrededor; se sentía navegar dentro de una joya. La
las cejas y salió. bahía era como una gran joya azul incrustada en un anillo de oro amarillo,
aunque se notaba que la sequía había hecho estragos en la isla. Pensaba en-
Henley sacaba la maleta de la hermana María José en los precisos mo- contrarse con otra isla alfombrada de palmas de coco, y más bien se sentía
mentos en que el padre David pisaba la cubierta de la goleta. Desde que en una vereda de un país europeo: las casas, aunque parecidas a las de la
la vio, este último se sorprendió. ¿Cómo podían mandar una mujer como otra isla, tenían en su construcción y su ubicación un sentimiento europeo,
ésta a las islas? De toda ella, aun enfundada en el oscuro y nada elegante muy distinto del de San Andrés. A las montañas les faltaba solamente un
estilo del hábito, se veía que luchaba por salir una mujer de porte elegante poco de nieve. Algo le decía que Providencia era el lugar destinado defini-
que nació con clase. Su cara era de facciones finas, unos ojos color miel tivamente para ella.
salpicado de verde, vivos, protegidos por unas cejas y unas pestañas bien
delineadas; la piel de su rostro y sus manos bronceadas por el sol de las islas, Llegaron a tierra y el padre David de un salto subió al muelle y luego
y al saludarlo quedó más sorprendido: una voz segura, una sonrisa y una le ofreció su mano para que subiera. Allí estaban las tres monjas que, con-
dentadura perfecta. Lo que de inmediato se preguntó fue: trario a las de San Andrés, le dieron la bienvenida con un abrazo, y por los
acentos reconoció que todas eran de algún lugar de Cundinamarca. A un
— ¿Por qué entró esta mujer a un convento? ¿Sería su figura y su belleza lado del muelle estaba construido lo que ella de inmediato reconoció como
la razón por la cual la Madre Alicia Regina la encargó de la despensa en los baños, y después estaba la cocina, todo sobre el mar. Por una escarpada
San Andrés? senda subieron a la casa, allí también se sintió mejor que en San Andrés.
El padre saludó al capitán, quien también en ese momento bajaba de la Era una casa con una sala oficina y una capilla en la primera planta y cuatro
goleta para ir a su casa dejando a Henley encargado. Henley le informó que celdas en el segundo piso. Sin balcones, al estilo de los lugares donde cae
para él habían llegado unos paquetes de Colón y de Cartagena. Y el padre nieve.
aprovechó el momento para hacerle saber que sus dos visitas a la iglesia no La hermana María José entró en la capilla, y le agradeció a la Virgen
habían pasado inadvertidas: por esta nueva experiencia y después recibió su celda: la constituía una
—Gracias por visitarnos, Henley. cama con toldillo, una mesa de noche, un lavamanos de madera con una
palangana y una jarra. Un balde, una bacinilla y otra palangana blanca. Un
Henley ordenó buscar los paquetes a uno de los marineros, y mientras
lugar donde guardar su ropa, con una muda para la cama, una mesa y una
el padre los recibía, le indicó a la hermana María José que se dirigiera a la
El alma de la hermana María José volvió al cuerpo, y afirmó Las hermanas y el padre David almorzaron juntos, costumbre de los
días feriados. El resto de la semana, el padre David recibía las comidas en
que sí, que Henley cantaba muy bonito. su casa. Durante la cena, el padre David, sin preámbulos, le preguntó a la
—Y tú también —dijo Rose—. Nunca antes habíamos escuchado ese hermana María José si había recibido clases de canto y ella respondió que
himno, es lindo; mi mamá lloró al escucharte. ¿Cantarás el domingo en la sí.
misa? — ¿Dónde? —quiso saber él.
— Sí, si me permiten —respondió la hermana María José. — En Austria y luego en Estados Unidos —le contestó.
—Hermana María José, estarás encargada igualmente de los cantos de El padre no habló más del asunto. Bien sabía él que las otras hermanas
la misa y la enseñanza de canto en la escuela —comentó el padre. no habían salido de Colombia. Haber llegado a Providencia era para ellas
El domingo en la mañana, la hermana María José ayudó a la hermana como un viaje al exterior.
María de Jesús a alistar la iglesia para la misa de las 9:30. A las 9:20, las
cuatro monjas pasaron a la iglesia, y detrás de ellas el padre David. Subieron
los escalones de la calle al atrio de la iglesia, y de inmediato reconoció la
hermana María José a Henley, quien —vestido de pantalón azul y camisa
blanca y una corbata azul con líneas rojas y con su sombrero de vaque-
ro— charlaba con otras personas. Las hermanas saludaron con sonrisas a
los presentes y entraron a la iglesia. De inmediato hombres y mujeres se
dedicaron a elogiar la belleza de la nueva monja. Todos entraron un rato
después. El padre salió de la sacristía, entró al presbiterio y se inició la
misa. Se cantaron dos himnos en inglés, que la hermana acompañó con
el órgano, pero ella no cantó. Quería escuchar las voces de la isla. Cuando
llegó el momento de la elevación del Santísimo, la hermana María José
cantó nuevamente el Ave María de Schubert. No hubo persona en la iglesia
que no se sintiera conmovida con la dulzura de la voz de la hermana. Las
paredes de la pequeña iglesia devolvían el eco, y la emoción fue compartida
por todos los presentes. Henley, quien se había quedado de pie detrás de
la última banca, también reconoció la emoción que la voz de la hermana
María José producía en él, aunque ya la había escuchado cantar, pero aquí
fue distinto, incomparable. Cuando la hermana María José inició el canto,
Cuando llegaron, el muelle, el patio, la casa, estaban llenos de gente, y Al escuchar la decisión del padre David, la hermana María José sintió
Johnny —el sobrino del capitán Carl— llegaba con una nota del doctor que se desmayaba, se acercó a la cama, recogió el papel con las instruccio-
Timgen, quien después de leer lo escrito por el padre de Henley descri- nes, leyó la nota del doctor Timgen y, aunque le pareció increíble, decidió
biendo lo sucedido, anotó en el mismo papel lo que deberían hacer. El hacerlo. Tomó las manos de Henley entre las suyas y las colocó sobre el
padre David se acercó al capitán Carl y le dijo: pecho de él. Para transmitir energía al enfermo una persona saludable de-
bería hacer esto, decía el doctor Timgen en su receta. A la hermana María
—La hermana María de Jesús es enfermera; los puede ayudar. de Jesús le había parecido ridículo, pero la hermana María José pensó...
El capitán 6 dirigió hacia la habitación y la hermana María José se que- “Pondré a prueba mi fe...”
dó afuera con el padre David. Caminaba de un lado a otro; no podía ni que- Julmny, el sobrino de Carl, trasladó al padre y a la hermana María de
ría ocultar su desesperación. Todos los presentes, parientes en su mayoría, Jesús, y la hermana María José se quedó al lado de la cama, sosteniendo
los miraban con la esperanza de que ellos sabrían qué hacer. fuertemente las manos de Henley. Con la luz de la lámpara de queroseno
Adentro, Henley, acostado con los ojos cerrados, sobre la herida una le observaba su piel curtida por el sol y el mar, su cabello castaño con visos
venda toda ensangrentada, respiraba con dificultad y se lamentaba. María dorados, despeinado, las pequeñas líneas de expresión al lado de sus ojos
de Jesús se acercó a él y le levantó los párpados, leyó las instrucciones del ahora cerrados. Su nariz le pareció más recta que antes; su bigote rojo ahora
doctor Timgen y se pasó a la cocina, donde también había por lo menos no tan cuidado como siempre, su boca cerrada, sus labios secos, y decidió
diez personas buscando cómo ayudar. Solicitó agua para la mezcla de la humedecerlos en la única forma que podía sin soltar sus manos.
botellita con el líquido enviado y un cuchillo, volvió a la habitación, pidió A las seis de la mañana apareció la Endurance en el horizonte, y todos
una toalla limpia, la raspó, quitó la venda y puso el resultado encima de la fueron a mirar. Llegaba como una golondrina sin alas. Henley, que antes
herida. no demostraba señal de que sentía la presión de ella sobre su pecho, apretó
Cuando trató de que el capitán Henley tomara una cucharadita riel re- levemente las manos y parpadeó algo. La hermana María José le preguntó:
medio, encontró que éste tenía aprisionados los dientes, y no pudo hacér- — Henley, ¿cómo te sientes?
sela tomar. Pidió al capitán Carl que llamara a la hermana María José. Al
entrar ésta, la otra hermana le explicó el problema y la hermana María José, El no respondió, pero se dio cuenta de su presencia; pensó que estaba
sin pensarlo dos veces, metió sus dedos en la boca de Henley y lo obligó a soñando y apretó las manos de la hermana María José. Al rato, dijo entre
separar los dientes, al tiempo que con un algodón le hacía tomar por gotas sueños:
el líquido. La hermana María José lo probó y se dio cuenta de inmediato — ¿Hermana María José!
que el líquido no era otra cosa que brandy con agua. Las dos monjas tuvie- — Sí —respondió ella—, aquí estoy.
ron que repetir el proceso durante dos horas.
El doctor se levantó de la silla, abrió la puerta que daba acceso a la esca- — Lo que ha salvado al capitán Henley es el mismo remedio que la sal-
lera, y de inmediato les preguntó en inglés: vó a usted, hermana, cuando viajó a Panamá con un ataque de apendicitis.
Sigan dándole el mismo remedio: es infalible. Buenas tardes.
— ¿Qué puedo hacer por ustedes?
La hermana María José pensó... “Esto es lo que yo calificaría como una
María de Jesús dijo: persona que recibe y despide con hostilidad cortés”.
— Buenas tardes. Ella es la hermana María José y yo soy María de Jesús; Bajaron de la casa, las gradas de cemento, el patio, y alcanzaron la carre-
soy enfermera y he venido atendiendo a su paciente. tera sin voltear a mirar, pero la hermana María José sentía como dardos los
A esta presentación él nada dijo, y ellas comprendieron que no había ojos de Timgen. Llegaron al bote, y con la ayuda de Aska emprendieron el
entendido. regreso. El único comentario de Aska fue:
— Hermana María José, va a tener que servirme de intérprete —dijo la — You did it, sister Mary Joseph.
hermana María de Jesús. La hermana María José repitió lo dicho en inglés. — Hermana María José, idespierte! ¿Cuál fue la respuesta del doctor
Timgen dio muestras de entenderlo con una leve inclinación de la cabeza. Timgen? —le averiguó María de Jesús.
— Ahora —le encomendó María de Jesús— dígale al doctor que manda Ella respondió:
decir el capitán Carl que hemos seguido al pie de la letra sus instrucciones,
que se ha notado una gran mejoría, y queremos saber si debemos seguir los — Que siguiéramos con lo indicado por él.
mismos medicamentos o si él quiere cambiarlos.
su casa, pudo mirarlas hasta que atracaron en el muelle del convento. No Un médico austriaco
pensaba en nada en particular. Hacía tiempo que había decidido no inquie-
tarse por nada ni nadie. Especialmente con recuerdos del pasado. Él había
decidido nacer a los cuarenta años en Providencia. Para él no existía una
vida antes de 1902.
Esa tarde, mientras todas las monjas descansaban en sus celdas, la her-
mana María José tomó la Eero y se fue a Santa Catalina. Observó al llegar
que los pocos hombres que vivían en la isla estaban todos ahí, hablando so- Entre tanto, el padre David en la casa cural iniciaba la lectura de lo que
bre la tragedia, cada uno comentando situaciones iguales o peores y lo que ella le había entregado: el libro con los datos recogidos, sus sospechas y sus
habían hecho y lo que debían haber hecho los tripulantes de la Endurance. deducciones. El padre David estaba completamente asombrado de ver lo
La recibió el capitán Carl, algo sorprendido de que hubiera llegado sola, y que ella había escrito. Estaba leyendo una novela de ficción.
ella sencillamente le dijo:
Su reverencia:
—El doctor Timgen quiere que sigamos tonel mismo remedio.
Lo que a continuación anotaré no es más que sospechas. Sospechas que no he lo-
grado desaparecer de mi mente. Nada tengo para cambiarlas a una realidad pero
las considero de vital importancia. Aquí las dejo para usted y para Providencia.
El primer personaje llegó en r000 como misionero voluntario de la Iglesia
católica. En la víspera de Navidad de 1903 llegó el segundo, y en 1905, el ter-
cero. Este grupo trabajó solamente hasta 191o. No sobra anotar que la colonia
puritana que llegó a Providencia tomó como fecha de su establecimiento en la isla
la víspera de Navidad de 1629.
En 1908 llegaron dos sacerdotes hermanos directamente de Norteamérica, pero
su estadía se truncó con la entrega del departamento de Panamá a Norteamérica.
El tercer grupo, mucho más numeroso, llegó de Irlanda en 1912, y vivió y
trabajó aquí hasta 1925.
El primer sacerdote en aventurarse en estas islas, según parece, además de
convertir almas, buscaba un lugar donde construir un hogar para sacerdotes an-
cianos que no resistían el invierno norteamericano y europeo.
Según parece, el primero leyó en una revista sobre unas islas que, aisladas
del archipiélago del Caribe, lo eran también del continente y de Dios. Según lo
escrito, su religión no había llegado aún a este lugar, donde vivían en su gran
mayoría ex esclavos que habían recuperado su libertad desde
hacía 47 años. Decidió visitarlos. Con ayuda de su comunidad, que en ese
entonces recibía, como todas las comunidades en el mundo, donaciones muy sig-
El padre Stefan sabía de sobra que el paciente que necesitaba esa droga era el —Hermana María José, me está usted convenciendo.
mismo doctor Timgen. Para los sanandresanos, Providencia era como su despensa, de donde venían
San Andrés se había desarrollado de tal forma que el padre Stefan se sentía la carne de res y las frutas, y muchas cosas que los sanandresanos no sabían o no
casi como en una ciudad, comparada con la vida pastoril de Providencia. El querían cultivar.
almacén que habían iniciado George y Elizabeth lo habían heredado su hijo, A su regreso a Providencia, el padre alistó sus pertenencias y en dos días estaba
su esposa y sus nietas; quedaba en el norte, Elizabeth había pronosticado que de nuevo en San Andrés en espera de una goleta que lo llevaría a Limón, Costa
sería el lugar del futuro de la isla. Estaba bastante bien surtido y seguía siendo Rica. Envió los encargos de Timgen con Socam y no se despidió de él.
el único donde se podían encontrar y comprar artículos de primera necesidad. Lo
cuchó que alguien subía las escaleras de la casa corriendo. Al mirar, vio a Mary La dote
Cristina, quien entró toda turbada y le dijo que su marido le había enviado una
carta diciendo que se regresara otra vez a San Andrés, y viajaría esa misma
noche. Timgen la miró, y sin decir una palabra, tomó con rabia un caracol que
había encima de una mesa que utilizaba como escritorio, y lo estrelló contra la
pared de la casa, pero salió por la ventana que estaba cerrada, rompió el vidrio y
fue rodando por la escalera.
Mary Cristina se asustó, y pensó: “Con razón la gente dice que el doctor tiene Salieron de Providencia rumbo a San Andrés. Black Tom fue informado de
a veces comportamiento de loco”. No dijo nada más y salió corriendo nuevamente que su pasajera preferida estaba en la cabina del capitán, y hablaba con ella
hacia su casa. cuando Henley bajó por segunda vez para cambiarse. Los miró, sacó la ropa
Timgen, completamente contrariado, culpó al padre Stefan de la decisión de que buscaba y subió de nuevo. El viejo Black Tom le decía a la hermana
Mary Cristina de abandonar Providencia. Y cuando supo de la salida intempes- María José:
tiva del padre, su disgusto fue mayor. Se sintió traicionado y le invadió la soledad — Hija, estás muy cambiada. No sé cuáles sean tus planes con este cam-
y la rabia, las que siempre combatía con Oporto o con drogas. bio, pero te deseo la mejor de las suertes. Si el capitán Henley es el motivo,
Al día siguiente, recapacitando completamente de lo que consideró traición me hace feliz. Él es para mí el hijo que nunca tuve; lo conozco mejor que
y abandono del padre Stefan, y truncadas sus intenciones con Mary Cristina, su padre. No es un hombre que se da por vencido fácilmente; sabe luchar
decidió que viviría su vida y jamás saldría de la isla. por lo que quiere.
El padre David sacudió su cabeza y pensó: “Y lo cumplió, aquí ha es- La hermana María José se limitó a sonreír y a agradecer la limonada que
tado durante 29 anos. Sin esfuerzo ninguno se ha ganado el apoyo de los Mr. Tom le había llevado.
hombres y la admiración de las mujeres. Un médico que no examina a sus Henley no volvió a bajar a la cabina, aunque se sentía morir de la des-
pacientes, se limita a leer sus dolencias y receta. Muy respetado, nadie se esperación por buscarla. Saber que estaba a pocos pasos lo perturbaba más
atrevería a dudar de sus conocimientos como médico y menos aún indagar de lo que jamás le había sucedido con mujer alguna, también le asaltaba el
en su pasado. Un hombre de ciudad, rico, educado, ambicioso y noble, obli- temor de que la presencia de María Fernanda en la Endurance no fuera con
gado a vivir en una isla donde el 95% de sus habitantes desconoce tierra la intención que él esperaba.
firme, y menos aún las costumbres, los sucesos y eventos de las ciudades.
No hay duda de que debió sufrir el ‘virus de pueblo’, de Sinclair Lewis. Me Tomó la guardia de ocho a doce de la noche. Allí, detrás del timón, su
pregunto cómo resisten las mentes infantiles el fanatismo religioso here- semblante ahora era risueño, y toda su atención se centraba en llevar la
dado de los puritanos. No hay duda de que la discriminación racial de la goleta lo más suave posible entre las olas. María Fernanda también estaba
isla le sirvió de barrera para aislarse de muchos, y la necesidad de la isla de preocupada; sentía temor. Temor de su reacción al saber que ella viajaba a
un médico le permitió el respeto sin preguntas de los pocos que por saber Colón y luego a Europa; que su plan inmediato no era quedarse con él.
repetir de memoria algún versículo de la Biblia son considerados cultos. A las once y media entraron en una cortina de lluvia que parecía un
Pero no hay duda de que aprovechó el ejemplo de los más pudientes, los bautizo para la nueva vela que estrenaba la Endurance. La brisa seguía a
capitanes de las goletas y los terratenientes, para llevar una vida privada su favor pero la lluvia caía a baldadas encima de ellos. Henley estaba feliz
bien licenciosa. Rezaré por él”. de volver al mar, y con la hermana María José a bordo no le importaba ni
sentía la lluvia que le caía encima. Este viaje no tenía comparación con nin-
gún otro, también sentía respeto y consideración con los demás hombres a
Horas después, sin dormir por miedo de perder un momento de esta Otto le llevaba cinco años a Henley, y se sentía con todo el derecho de
realidad con ella en sus brazos, pensaba: “Tantos días planeando, deseando hablarle francamente. Se acercó a él y le dijo:
que algún día, en algún lugar y en algún momento perfectos, pero jamás
—Lo acepto por ahora, pero nunca me acomodaré al sistema del Canal. — ¿Lo vendiste? —insistió Otto—. ¿Lo conoció María Fernanda?
Nunca me he sentido bien con personas que basan su autoestima en la hu- — No, Otto, y deja las ganas de revolver mierda.
millación de los demás. Tú has vivido toda tu vida en él, por eso lo aceptas. El 8 de diciembre, día del cumpleaños de los dos, Henley la invitó a
A mí me repugna. comer a un restaurante en la ciudad de Panamá. Durante la comida, ella
Era la primera vez que Henley veía a María Fernanda con su semblante sacó de su cartera un papel y se lo dio. Era una hoja con el membrete de
descompuesto, y hasta le pareció que estaba más bella. Todo lo dicho pasó La Roma, un buque de pasajeros italiano, y en ella escrito a máquina decía:
por encima de su cabeza, la abrazó, la besó y le dijo que otro día hablarían “El práctico que nos pasó por el Canal hoy se llama Henley Alva Brittany.
de eso. Atentamente, Capitán (una firma ilegible)”.
Un día Henley llegó a la casa y dijo muy serio: Henley lo leyó, la miró, se levantó y la besó.
—Según parece, lo que te dijeron tus abogados está resultando, ¿cierto? —Para que te des cuenta, Henley. Desde el momento en que te vi que-
Los problemas ya están pasando los límites de Alemania. No quiero pensar daste atrapado en mis redes.
en otra guerra en Europa. —Pero no me buscaste.
Los días pasaron y seguían los rumores de guerra y la gran cantidad de —¿Cómo? ¿Te parece poco todo lo que me tocó hacer para encontrarte?
inmigrantes judíos que llegaban del Viejo Mundo. María Femanda llevaba
su sexto mes de embarazo, y aunque se sentía bastante incómoda, jamás —Y también hasta pensé remplazar al padre David en Providencia.
se quejaba. Aceptó la invitación a la cena de Acción de Gracias que los Al llegar a la casa, María Fernanda encontró la sorpresa de un piano
prácticos organizaron, también recibió un baby shower de las esposas de como regalo de cumpleaños. Lo agradeció muy efusivamente.
los mismos. Todos la miraban y le decían que tendría dos bebés. Henley
La Navidad en la zona fue a lo norteamericano, y ella colaboró tanto
no la volvió a llevar a la Endurance, pero todos preguntaban por ella y le
con su pariente, el padre Carlos, en la vieja ciudad de Panamá, como en
mandaban decir que la extrañaban.
los eventos de la zona, pero no dejó de recordar su primera Navidad en
Otto sí volvió una vez con Henley, se quedó una noche con ellos y se dio Providencia. No dejaba de comparar la franciscana pobreza con la opu-
cuenta de la preocupación que él tenía. Henley le confesó a Otto: lencia de la zona. Añoraba esa humildad y esa devoción de la Navidad en
—Yo sé que debe ser duro para ella salir del convento a una vida de ca- Providencia.
sada y en seguida un embarazo, más la vida casi militar del Canal, que no le El año nuevo también le trajo los recuerdos del año anterior, y aunque
agrada, y ahora rumores de guerra. estaban en el club rodeados de todos, su mente vagaba por la isla. Henley
—Henley —decía Otto--, creo que lo que está pasando contigo es que no parecía evocar recuerdos anteriores. Él estaba feliz de tenerla a su lado y
no quieres compartir a María Fernanda ni con tus propios hijos. únicamente obligado la dejaba sola.
— ¿Será? Un día Henley llegó a casa y dijo que había llegado la Endurance y le pa-
reció extraño. No la esperaba hasta dentro de unos 15 días. Bajaría a Colón
de inmediato. Ella dijo que también iría y no pudo persuadirla de quedarse
—Land ahoy! Black Tom iba y venía. Afortunadamente, la Endurance se portaba muy
bien, y después de una hora Black Tom recibió el primer niño y quince mi-
María Fernanda lo escuchó y se levantó del camarote casi de un salto. nutos después el otro. No se sabía quién había sentido más dolor, si el padre
Era uno de los pocos ratos que estaba sola, de inmediato, también de la o la madre. Colocó toallas calientes en el estómago de María Fernanda
emoción, sintió un dolor agudo en la cintura. Lo atribuyó a su forma de para ayudarla a despedir la placenta, y se dedicó a limpiar a las criaturas.
levantarse, pero al rato volvió y de repente sintió como si su estómago es- Abrió una gaveta y los envolvió en dos camisetas de Henley, quien seguía
tuviera botando agua incontroladamente y sintió pánico. Entró Black Tom,
Henley se apartó del lado de María Fernanda mientras Mr. Tom le hacía —Te los traeré inmediatamente —y salió de la habitación.
tomar un té; miraba a los niños en el otro camarote y pensó que era increí- En la sala su madre lo abrazó llorando, y él, como pudo, le dijo que no
ble que ya estaba sintiendo la responsabilidad de cuidarlos. veía la situación tan grave.
La Endurance fondeó en la bahía y Henley hizo bajar de inmediato los Volvió a la goleta al lado de María Fernanda, y a ella sí le dijo:
dos botes. En uno mandó a Black Tom en busca de Miss Louisa y en el
—María Fernanda, es el fin. No hay duda, quiero llevarle los niños.
otro se iría él a Santa Catalina.
Ella lo abrazó y le dijo:
—Llévalos.
El Príncipe de
católica, monja y panya le robara el corazón de su único hijo, y en el camino,
el de ellos”.
La señora Rosalía tomaba como chiste que el único utensilio que ella sa-
bía manejar en la cocina era el abrelatas. Loti, la maid de San Andrés, era la
dueña y señora de su cocina. Y en su ausencia, Henley le había demostrado
St. Katherine
que sabía y le gustaba cocinar. Y lo peor es que no tenía ninguna intención
de que le enseñaran; a lo mejor aprendía.
En la zona no se hablaba sino de la guerra en Europa, pero nadie se
imaginó que llegaría hasta sus puertas. Henley alquiló un apartamento en
Colón cerca del muelle para que sus padres estuvieran más cómodos y con
la facilidad de visitar la Endurance en sus llegadas. La goleta, con Otto al
mando, siguió repitiendo la ruta, y los abuelos estaban tan encaprichados
con sus nietos que el viaje de regreso a Providencia se fue posponiendo has-
ta que llegó la fecha denominada de “infamia”, cuando fue bombardeada
por los japoneses la bahía de Pearl Harbor, en Hawaii. El trabajo de Henley
se triplicó, y María Fernanda estaba agradecida de tener a Carl y a Rosalía
acompañándola, pero ellos decidieron volver a Providencia.
Un viaje deseado
Miss Mary (como era conocida, con acento en la última sílaba y antepo-
niendo el adjetivo “Miss” que reciben algunas mujeres en las islas como for-
ma de respeto y admiración y no por su estado civil o por su edad) miraba
unas hojas arrugadas y amarillentas que había conservado en un baúl por
más de setenta años y que ahora estaban regadas en la cama despidiendo
aroma de cedro, miraba con ojos que antes eran azules pero que ahora esta-
ban nublados por velos de catarata e inundados por lágrimas que llegaron
por los recuerdos y la desesperación ante la incapacidad de leer. Con manos
temblorosas las acercó a sus ojos tratando de leer, pero en vano: no podía
distinguir las letras que daban vida a las frases, la única forma que ella había
descubierto para mantener por años un grato recuerdo.
Con desilusión se convenció de que sólo los ojos de su alma podían re-
vivir lo que había dejado en esas páginas pensando en que era la forma de
obligar el pasado a volver.
Vencida, pensó, no importa, con ciento dos años aún recordaba la única
vez que sintió amor en su vida. Y eso tendría que ser lo que es el amor.
Nunca antes lo había sentido y jamás lo volvió a sentir después. La verdad
sobre ese hombre y la relación de ella con él durante quince años. Siete
décadas después recordaba eso y todo lo que evitó la confesión prometida,
y tal vez el sueño deseado de toda mujer: amar y ser amada. Los recuerdos
la perseguían como un chisme difícil de creer. Pero de no haberlo vivido
juraría que es otro cuento inventado como los que se acostumbran en estas
islas cuando no se tiene acceso a la verdad. Miss Mary miró por última vez
las páginas y decidió que lo dejaría para que lo contara otra persona. ¿A
quién?, seguramente nadie creería... Pensaba: era un príncipe, mi príncipe.
Sin saberlo y sin ayuda, había descubierto parte del secreto de Herman
Timgen.
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Se retiró caminando lentamente apoyada en un bastón hasta el balcón alguien necesitaba transporte para llegar a bordo. Esperó en el muelle hasta
y descansó su frágil figura en la mecedora que le había dejado de herencia la llegada de la canoa; el remero la ayudó a bajar a la canoa y se dirigieron
su hermana Catherine. Miró hacia la bahía imaginando y recordando más hacia la goleta. Mientras el marinero con los remos buscaba paso entre el
que viendo. Buscó en su memoria y, con dolor y nostalgia, recordó la época agua y se acercaba cada vez más a la goleta, se preguntó quiénes heredarían
y la última vez que vio al doctor Herman Timgen. Recordaba que en ese The Bird. El capitán y dueño había muerto hacía poco dejando esta y otras
entonces recibió una carta del alcalde Abél donde le decía que Miss Joséfa, goletas, la mitad de Providencia en tierras para ganado, una viuda y treinta
Joséphine y Grace, las tres parteras de Providencia, habían viajado, las dos hijos como herederos.
primeras a Colón y la tercera a Cartagena, con la esperanza de averiguar Subió a bordo ayudada por otro marinero, dio las buenas tardes y se
algo con respecto a la desaparición de su marido en el viaje de este puerto acomodó en el piso de la cubierta de popa de la embarcación. The Bird salió
a San Andrés abordo de la goleta Pbody. de la bahía a las seis de la tarde, pero estuvieron en la boca de la entrada en
Providencia se quedó sin parteras y con cuatro señoras embarazadas en un zigzagueo constante por los cambios de la brisa hasta la medianoche.
el último mes de gestación. Decidieron entre todas invitarla a ella o a Miss Tan pronto la luz de la torre de la iglesia de la loma desapareció en el ho-
Anna para que pasara un mes en la isla a la espera de la llegada de cuatro rizonte como bienvenida al mar abierto, el viento aumentó y la lluvia no se
o más habitantes a la isla en septiembre y ofrecieron pagarle el pasaje de la hizo esperar, lo que obligó al capitán Leopoldo, uno de los hijos del difunto
goleta y cinco dólares cada una por el servicio. Miss Anna de plano rechazó dueño de la goleta, a dar la orden a los pasajeros de “All hands below” y a los
la oferta: tenía pendiente en dos meses el matrimonio de su hija Alexandra marineros gritó: “Stand by”, lo cual obligaba a los que habían pensado via-
y no podía abandonar su casa. jar en la cubierta pasar a la cabina y, a los marineros, bajar parte del velamen
Mary recordaba que leyó varias veces la nota y pensó, “Otra vez lo ha- de la goleta para poder enfrentar la tormenta.
ces, Herman Timgen”, pues sabía que el doctor Timgen estaba en la isla y Todos los camarotes de la cabina estaban ocupados y el recinto lo inun-
si en veintitrés años no había salido sospechaba que tampoco lo haría en daba el sonido característico que hace el estómago cuando está buscando
estos meses, pero además sabía que, por una razón que ella desconocía, él devolver su contenido. Aunque por más de quince años se había dedicado a
se negaba a atender partos. De todos modos, decidió que, en este viaje, se recibir lo que el cuerpo despedía en forma de un ser humano, en esta oca-
armaría de valor para saber la razón. sión, igual que en muchas otras, le tocó ayudar a recibir lo que el estómago
Encargó la casa a Mary, su hija mayor, que ya tenía veintidós años; Pedro, despedía por la boca en forma de comida mal digerida. Todos los pasajeros
su marido, se encargaría del resto. Empacó su baúl y José, su segundo hijo, en cabina ya estaban mareados.
la ayudó a subirse al caballo, y entre los dos cargaron el baúl y el bulto con Durante toda la noche los acompañó una tormenta, lo que significó que
la ropa de cama que necesitaría para su camarote y tomaron el camino a durante cinco horas se oyó el lamento de los pasajeros. De vez en cuando,
North End de San Andrés, donde estaba anclada la goleta que -Pedro había abrían parte de la puerta a la cabina para recibir las bacinillas y la arreme-
averiguado- saldría esa tarde para Providencia. Antes de abordar la goleta tida del océano contra la embarcación entraba bañando a todos. Cerrada la
que la llevaría a Providencia, se acercó a saludar a su hermana Catherine. cabina, únicamente se escuchaba la tripulación repitiendo a gritos las ór-
Como respuesta al saludo, su hermana Catherine le dijo: “Tenga cuida- denes del capitán, “All aboye board”. Una expresión heredada de los piratas,
do con el doctor Timgen”, pero ella no respondió. Seguidamente pasó al que se escondían “Below board” antes de un ataque... Y hacía frío, un frío
“Stanco Shop” y compró un cuarto de libra de queso, unas galletas de soda y impresionante. Pero al fin, a las cinco de la madrugada, abrieron totalmente
una botella de Kola. Luego fue hasta el muelle del almacén y pidió al joven la puerta a la cabina y Mary en el acto aprovechó para subir a respirar aire
“Feúco”, que pescaba desde el muelle, que llamara a la goleta para que la re- fresco. En el timón estaba el capitán Leopoldo.
cogieran. El joven caminó hasta el final del muelle y, ahuecando sus manos Lo saludó diciendo:
encima de la boca, gritó “Bird ahoy!”. Con ese grito sabrían en la goleta que
—Pero, doctor Timgen -insistía Mary-, explíqueme cuál es el compor- —¿Endo qué?
tamiento que desaprueba, pero antes explíqueme qué quiere decir “Island La miró, y dudo sobre la explicación:
Bliss”; no robamos, sólo somos algo chismosos, eso sí, casi toda la población —Los matrimonios o uniones entre familiares.
pertenece a una de las tres iglesias. Todos los que pueden trabajar lo hacen
en Panamá, en las goletas o en las islas. En San Andrés, con los cocos y —Doctor Timgen, me voy, que tenga usted una feliz noche.
las verduras, y ahora en la construcción del Palacio del Intendente, la casa —Tú también, Mary, no dejes que mis observaciones te perturben, man-
de los policías, el colegio para varones, la calle de North End. Aquí, en tén la misma inocente percepción de la vida. Con su belleza tendrás siem-
Providencia, con el ganado y las frutas, y en el colegio para niñas. Bueno, pre un hombre que vele por ti.
acepto que los hombres no se limitan a una familia oficial y abundan los hi-
Mary lo miró entrecerrando los ojos tratando de comprender sus pala-
jos por fuera del matrimonio, pero de eso no puede usted hablar; además, la
bras. ¿La estaba insultando?
población está siempre dispuesta para ofrecer ayuda en caso de necesidad,
¿qué más se puede exigir, doctor Timgen?
Seguiría dejando sus observaciones en los cuadernos. Entre otras cosas, —Relátemelo, yo tengo buena imaginación. Por ejemplo, todo lo que
estos cuadernos que le había regalado el padre José habían sido enviados cuenta la Biblia me lo puedo imaginar.
por el gobierno de Colombia para ser repartidos en las escuelas... El go- —¿Todo, Mary?
bierno central, otro indiferente de lo que estaba sucediendo en las islas y
—Sí, todo.
que, sin saberlo, terminará siendo el gran culpable.
Timgen mirándola pensaba: “A quien más que a ti, Mary, podría yo
De pronto, allí estaba ella de nuevo, como si algo se le hubiese olvidado.
contar lo que han sido estos veintitrés años. Aunque tengo que reconocer
Antes de expresar la razón de su regreso, Timgen le preguntó:
que, sin saberlo, tú me devolviste la vida en los últimos quince. Nunca se
—Mary, ¿qué haces en San Andrés en los días que no necesitas estar al me olvidará cuando de joven llegaste solicitando que te enseñará el oficio
lado de la cama de una parturienta o en espera de que te llamen? de partera. Cuando yo mismo no sabía y por eso me había tocado acudir a
Ella respondió caminando hacia el balcón: Joséphine, Arma y Josefa. Desde entonces no has salido de mi vida”.
—Como recordarás, tengo un marido, una hija, un hijo y una casa gran- A veces se preguntaba por qué había esperado quince años si, desde que
de que atender. la conoció, sintió por ella lo que no había sentido por ninguna otra mujer.
cómo me gustaría desahogarme en tus brazos, mirar tu semblante de sor- En busca de una isla de paz
presa e incredulidad por todo lo que te contaría, compartir contigo el resto
de vida que me queda y escuchar de ti, para consolarte, todo ese dolor que
debes de tener guardado.
—¿Hasta cuándo vas a seguir engañando a los isleños con ese mosquet Timgen no reparó en lo dicho por Chapman, solamente dijo:
viejo? Hoy me hiciste pasar como un héroe. —Mañana me iré a la otra isla. No puedo quedarme a que tú te mueras
Chapman se tiró sobre unas hojas de plátano secas y Timgen hizo lo para reemplazarte, y no soy un criminal.
mismo. Era lo único que invitaba al descanso. Después descubrió que en Timgen se levantó, dijo adiós y salió de la choza y el patio.
todas las esquinas existían estos nidos de hojas que seguramente Chapman Tenía hambre y recogió unos icacos que le supieron a gloria. La yegua
utilizaba como sillas o cama dependiendo dónde, cuándo y cómo quería lo devolvió al Gaugh por el mismo camino acompañado de una impresio-
descansar. nante sensación de tranquilidad y paz. El silencio de la naturaleza permitía
Y seguía recordando... escuchar el ruido de la brisa al jugar a las escondidas entre las palmeras, el