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Arciniegas vs.

Kalmanovitz: una polémica mal planteada


Jorge Orlando Melo

Cuando Germán Arciniegas publicó en 1938 su libro Nuestra América, el reseñador de


El Tiempo, Hernando Téllez, expresó su júbilo porque en esta obra se hacía "la
aplicación de la dialéctica materialista a la interpretación de la historia colombiana". En
otra nota publicada también en El Tiempo el historiador Luis Eduardo Nieto Arteta dijo
que este libro era, "no la historia oficial de nuestra languideciente Academia, sino la
historia viva, humana, rica en hechos pequeños, de insospechado, valioso significado".
Estos y otros comentaristas destacaron siempre en Arciniegas su oposición a la visión
heroica de la Academia de la Historia y su insistencia en el "pueblo" como actor central
de la historia colombiana y latinoamericana. Desde entonces poco ha cambiado la
historia académica, pero el que ha cambiado mucho es Arciniegas, si lo juzgamos por
sus recientes protestas contra el libro de Salomón Kalmanovitz y Silvia Duzán,
acusados precisamente, entre otros horribles pecados, de "demeritar a nuestros
próceres", de hacer "una burla de los grandes hombres de la patria" y de omitir "ciertos
nombres y hechos gloriosos", es decir, de ser, como lo era el actual presidente de la
Academia hace 50 años, partidarios de una visión social y no heroica del pasado
nacional.

Pero todavía más sorprendente que esto es ver a Arciniegas, censurado a comienzos de
los años cincuentas, cuyos libros ordenó quemar el gobierno, y que fue siempre un
impecable defensor de la libertad, atacando una obra de historia sin discutir sus
afirmaciones, sin demostrar sus errores, sin mostrar sus insuficiencias documentales o
su desconocimiento de la historia del país, sino ante todo haciendo un ataque ideológico
y político, e invitando al gobierno a tomar las "medidas pertinentes", en una abierta
incitación a la acción administrativa contra la obra debatida.

En un clima como el actual, donde la polarización social y política ha alcanzado niveles


muy peligrosos, renunciar al debate civilizado entre los historiadores para pasar a las
condenas individuales no es inocente. Ya la polémica entre Arciniegas y Kalmanovitz
produjo efectos como un enfurecido editorial de EL Siglo en el que se acusa a este
último, no por afirmar nada concreto, sino por ser judío, es decir miembro de un
"pueblo sin concepto de patria", y por su supuesto interés en "desestabilizar el sistema".
Otra vez, en un país en el que algunos hábitos parecen inmodificables, se escriben textos
como los que se esgrimían en la década del cincuenta contra quienes, como Arciniegas,
escribían en el exterior contra la imagen de Colombia que el gobierno de 1952 pretendía
ofrecer. Y como los textos de entonces, las acusaciones son genéricas y ad hominem,
sin precisar los puntos de desacuerdo ni debatir en forma concreta sus tesis y
afirmaciones.

Ahora bien, ¿de qué se trata en toda esta discusión tan desapacible? Salomón
Kalmanovitz, como muchos de los historiadores recientes, ha escrito un libro que refleja
una concepción histórica diferente a la que la Academia ha defendido tradicionalmente.
La obra anterior de Kalmanovitz es bastante seria y reconocida: uno de sus libros,
incluso, obtuvo mención de honor en el premio nacional de ciencia "Alejandro Ángel
Escobar". Economía y Nación,El desarrollo de la agricultura en Colombia, son libros
sólidos, que reflejan más de 20 años de dedicación paciente al estudio de la historia
colombiana. Estos libros han sido ignorados por quienes hoy lo combaten: nunca han
sido reseñados en El Siglo o en el Boletín de Historia y Antigüedades, y jamás sus
afirmaciones han sido discutidas, debatidas o refutadas por quienes hoy sostienen el
carácter partidista o la ausencia de valor de su trabajo.

Lo que provoca en el momento actual la preocupación de la Academia es el hecho de


que Kalmanovitz haya escrito un texto escolar para cuarto de bachillerato, lo que hace
que su influencia pueda ser más amplia y, sobre todo, convierte a su obra en parte de
una verdadera industria cultural de magnitudes insospechadas. Durante cincuenta años,
la enseñanza histórica en Colombia estuvo basada en Henao y Arrubla, con excepción
de algunos sectores que utilizaban obras de autores religiosos. Desde hace mas de 10
años, sin embargo, los textos escolares comenzaron a reflejar en forma creciente el
impacto de la llamada "nueva historia de Colombia": tal vez el primer manual que
incorporó sistemáticamente los trabajos de Jaime Jaramillo, Germán Colmenares, Luis
Ospina Vásquez, Alvaro Tirado Mejía y otros -que quizás lo único que tenían en común
era haber abandonado la historia de las hazañas militares y políticas, la historia de los
próceres, para orientar su esfuerzo al análisis de la economía, la sociedad y las formas
de la cultura- fue el texto de Margarita Peña y Carlos Alberto Peña publicado por
Norma en 1977. De ahí para adelante, la bola de nieve no ha cesado, y en este momento
son muy pocos los textos que no ofrecen una visión del pasado absolutamente diferente
a la que estudiaron muchos colombianos con base en Henao y Arrubla.

Es difícil encontrar razones sólidas para rechazar el cambio que se ha producido. La


obra de Henao y Arrubla, que la Academia reeditó en 1986, presenta la imagen más
inverosímilmente inexacta e incompleta del pasado colombiano que pueda imaginarse.
¿Cómo es posible entender cómo funcionaba la sociedad colonial con un libro que, a
pesar de dedicar centenares de páginas a ese periodo, solo menciona una vez la
existencia de esclavos, y precisamente para indicar que San Pedro Claver dedicó su vida
a atenderlos? ¿O que no menciona ninguna de las instituciones sociales básicas de la
época, como la encomienda o el resguardo? Igualmente engañosos han sido los textos
que han seguido la huella de Henao y Arrubla, y que tratan todavía de ofrecer una visión
de la historia colombiana no como la historia de una nación, compleja, contradictoria,
creadora y a veces violenta, sino como una secuencia de ejemplos heroicos para
imitación de las juventudes.

Una revisión del libro de Kalmanovitz muestra, por otra parte, que las preocupaciones
de los censores son excesivas. Se trata de un texto sorprendente mente complejo, que
ofrece una discusión equilibrada de los temas más polémicos, pero sin ocultarlos o
escamotearlos. El lector que abra las páginas sobre Nariño y Torres o sobre Bolívar y
Santander, pensará estar leyendo una obra diferente a la que ha provocado tanta
polémica: el tratamiento está lleno de simpatía hacia los objetivos y dificultades de
Bolívar y Santander, y es menos "partidista" que los artículos "santanderistas" o
"bolivaristas" de muchos académicos. Incluso el tratamiento de temas como la violencia
reciente o los últimos gobiernos se mantiene cuidadosamente alejado de toda visión
partidista, aunque la percepción crítica del desarrollo reciente del país es evidente. Si
acaso puede resultar discutible una obra como la de Kalmanovitz y Duzán, es por
razones de orden pedagógico: supone unos estudiantes de una capacidad de lectura muy
desarrollada, está redactada en forma excesivamente compleja, rehúye los
ordenamientos "didácticos" del material, no tiene suficientes ayudas para la realización
de trabajos complementarios, como textos y documentos, carece de bibliografía de
apoyo para los estudiantes, etc. Pero estos son defectos secundarios, que pueden ser
superados por un docente activo y con iniciativa, y que no explican que la Academia
haya escogido como blanco uno de los libros más serenos y equilibrados de los que
están hoy en el mercado, un libro mucho m s objetivo y menos partidista que el de
Henao y Arrubla, y más exacto que otros que no tienen objeciones de la Academia.

 Probablemente tras esta actitud de condena a libros que muestran la historia nacional en
toda su complejidad, que incluyen entre sus temas el desarrollo de la economía, la
narración de los conflictos sociales, las transformaciones en la vida de los colombianos,
y que dan menos importancia a los próceres, existe una visión paternalista que no cree
ni respeta la inteligencia de los colombianos, y que cree que a estos se les sirve y se les
educa mejor engañándolos y ocultándoles aspectos de la realidad. Es una mentalidad
similar a la que puede condenar una obra como la de García Márquez (condena en la
que, por fortuna, Arciniegas no acompaña a muchos de sus colegas), por mostrar una
imagen de Bolívar que no coincide con la que una mentalidad moralista quisiera
divulgar.

Por el contrario, el camino de la civilización pasa inevitablemente por el conocimiento y


el reconocimiento de nuestros males, y sobre todo, por el aprendizaje de las reglas y las
formas del di logo científico y académico. En un país todavía marcado culturalmente
por una tradición dogmática, en el que se espera que las instituciones sean quienes
definan la verdad, una enseñanza pluralista, abierta a interpretaciones enfrentadas, es el
único proceso pedagógico para aprender a convivir, como dirían las campañas de paz
del gobierno, reconociendo y admitiendo las diferencias. El intento de suprimirlas, de
condenar y excomulgar administrativamente, de sacar a determinados autores de las
escuelas por orden del gobierno y no como resultado de una competencia basada
exclusivamente en la calidad y seriedad de las obras de enseñanza, ese intento, por el
contrario, es una muestra de una mentalidad que ya es hora de superar.

Publicada en "Lecturas Dominicales" de El Tiempo, Bogotá, 1989

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