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ANSALDI, Waldo. 1992. Frívola y Casquivana, mano de hierro en guante de seda.

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Marre, Diana, Mujeres argentinas: las chinas. Representación, territorio,
género y nación. Barcelona, Universitat de Barcelona, 2003. La reiterada
constatación del carácter oculto o marginal de la china (nombre que se ha dado a
algunas mujeres en el Río de la Plata) es la premisa de partida de esta tesis:
¿Cómo, por qué y por qué mecanismos, ciertas representaciones sobre las chinas
se consensuaron, se consolidaron y se tornaron hegemónicas y qué relación
podría haber entre esas representaciones hegemónicas y la construcción de la
identidad nacional argentina? La hipótesis central de la tesis consiste en
demostrar que hay algunos documentos culturales de y sobre el Río de la Plata
cuyas representaciones e imágenes de la sociabilidad de las chinas, basada en
ciertas costumbres domésticas y sexuales, se convirtieron en verdaderas
imágenes hegemónicas de gran incidencia y perdurabilidad en el imaginario social
durante el siglo XIX y que aún, en la actualidad y en algunos casos, o bien todavía
perduran o bien han comenzado a ser recuperadas. En la investigación se trata
fundamentalmente de producir una relectura y un análisis de documentos
culturales producidos por cronistas y viajeros muchas veces extranjeros, por
ensayistas, periodistas y escritores en general, utilizados como "fuentes", "datos",
"documentos" o veraderas "etnografías" de esas poblaciones rurales por parte de
los intelectuales y hombres de letras rioplatenses. Se muestra la incidencia que
esas representaciones culturales tuvieron tanto en aquellos autores que se
propusieron definir una cultura que se convirtiera en el inconciente de la nación,
como en la producción del conjunto de las ciencias sociales posteriores que utilizó
e interpretó esas mismas representaciones culturales para, entre otras cosas,
hacer política, instalando un camino de reproducción social a través de la
perpetuación y fijación de imágenes que favorecían y mantenían la exclusión. Se
analizan un conjunto de documentos culturales que, en virtud de la jerarquización
que les fue conferida por una primera
Lugones, Leopoldo, La guerra gaucha, Buenos Aires, Moen y hermano, 1905.
Manso, Severo, La mujer de Martín Fierro, Buenos Aires, Sabourin e Hijo, s.f.
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Memoria de mujeres
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Las heroínas calladas de la Independencia Hispanoamericana
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Mujeres que construyeron la patria


https://www.cultura.gob.ar/las-mujeres-que-construyeron-la-patria_6279/

La patria de las mujeres


Una historia de espías en la salta de Güemes
Elsa Drucaroff
https://www.editorialmarea.com.ar/catalogo/novela-basada-en-hechos-reales-8/la-
patria-de-las-mujeres-72
ISBN
978-987-1307-70-8
PÁGINAS
256
FORMATO
16 x 23 cm
ENCUADERNACIÓN
Rústica
MUESTRA
Una nueva edición de La patria de las mujeres, la primera novela de Elsa
Drucaroff, también publicada en Europa. Una novela de intriga, romance y
aventuras que transcurre en ese tiempo épico en el que la Patria estaba naciendo
y que plantea preguntas necesarias: ¿ofrecía el nuevo orden a las mujeres un
horizonte distinto del de la colonia moribunda? ¿Uno tan distinto como para que
ellas tuvieran motivos para luchar?

En medio de la guerra de independencia contra la Corona española, un grupo de


mujeres –damas de sociedad, niñas casaderas, negras esclavas, indias y
mestizas– protagonizaron una de las gestas más desconocidas de nuestra
historia. Fueron las “bomberas”, las míticas espías de Güemes, fundamentales en
la guerra de guerrillas que comandó el caudillo salteño. Pero la batalla no era solo
contra el enemigo realista.
Elsa Drucaroff arma una vibrante y magistral ficción –con un marco histórico fruto
de una investigación profunda– que indaga en el alma femenina de estas valientes
patriotas, sometidas por los prejuicios de una sociedad patriarcal y clasista. La
imposible historia de amor entre la adolescente Mariana Mercedes Guadalupe
Molina Inhierza y el mestizo tallista de santos Gabriel Mamaní es la disparadora de
una trama en la que el patriotismo, el amor, la traición y la vergüenza se
entrecruzan.

ESCRITURA DE MUJERES Elsa Drucaroff*


KATATAY Año IX, número 11/12, septiembre de 2014
https://edicioneskatatay.com.ar/system/items/fulltexts/000/000/021/original/Kataty_
N_11-12_2014.pdf?1537278465
Extraído el 08/07/20
Una antología de escritura femenina siempre plantea reparos: ¿no es
discriminatorio considerar que la literatura escrita por mujeres es un asunto aparte,
darle un espacio exclusivo? ¿O, por el contrario, es necesario visibilizarla, dada la
indiferencia y el poco respeto que se ha tenido históricamente por esa producción
artística? ¿Visibilizarla de este modo, encerrada en un corral de género, implica
valoración o condescendencia? A estas preguntas (planteadas desde ejes como la
difusión y los criterios de canonización) se le suele sumar otra que atañe a los
textos en sí: ¿hay realmente una escritura femenina diferente de la otra, la escrita
por varones? ¿Tiene marcas textuales específicas objetivas que permiten sostener
que existe de verdad, no ya como estrategia de posicionamiento sino como objeto
de estudio que puede recortarse atendiendo al género? ¿No es la literatura una
sola, la escriban hombres o mujeres? Varias veces me encontré dando respuestas
a estas preguntas, es curioso ver que el tiempo las modifica un poco, las
enriquece. Por eso, por discutido que esté el problema, siempre es interesante
volver a examinarlo. Empecemos por los cuestionamientos contra el gesto de
difundir y valorar la literatura escrita por mujeres, aislándola en carriles exclusivos.
Es un claro caso de lo que se llama “discriminación positiva”, una acción
sociocultural que tiene desventajas, aunque me sigue pareciendo evidente que las
ventajas son mayores. En efecto, discriminar positivamente deja entrever que la
literatura femenina sería algo “raro”, “inusual”, que no se junta con “la otra”
literatura, y encierra en un corral (de oro pero con rejas) los textos femeninos,
generando una lógica por la cual no se imponen por resultar “buenos” a quienes
leen sino porque los sujetos que crearon esas obras pertenecen a una comunidad
subalterna. Sin embargo, al mismo tiempo que hace eso, la discriminación positiva
difunde y ofrece una oportunidad de mostrar que estos textos existen, de concitar
atención y poner a prueba sus valores. La discriminación positiva ha aportado a
las escritoras muchas oportunidades “defectuosas” de publicar, en una sociedad
donde no había casi ninguna. Es una decisión que siempre actúa a la larga como
el disparador que empieza a permitir la integración de los grupos relegados, algo
que, a partir de esas medidas, ocurre cada vez con mayor naturalidad y
democracia. La discriminación positiva crea las condiciones para desaparecer,
para no precisar ya existir. Para dar un ejemplo que me parece indiscutible: en
1998, cuando el parlamento argentino aprobó la ley de cupos gracias a la lucha y
alianza transversal de mujeres de todos los partidos con representación
parlamentaria, eran muy pocas las mujeres protagonistas de la política. Varios
explicaron que era discriminatorio no permitir que ellas pelearan por sus puestos
de igual a igual en las listas electorales y que lo democrático sería confiar en su
capacidad de subir por sus propios méritos y no porque una ley obligara a hacer
un 30% de lugar. Quince años después es evidente que los argumentos a favor de
la ley de cupos eran correctos: aquella declarada igualdad de oportunidades que
esgrimían los opositores ∗ Elsa Drucaroff nació en Buenos Aires en 1957. Es
escritora y docente, profesora de Castellano, Literatura y Latín (ISP Joaquín V.
González) y Doctora en Ciencias Sociales (Universidad de Buenos Aires).
Investiga y enseña en Filosofía y Letras (UBA) y colabora ocasionalmente en
revistas y suplementos literarios. Es autora de las novelas La patria de las mujeres
(1999), Conspiración contra Güemes (2002), El infierno prometido (2006) y El
último caso de Rodolfo Walsh (2010); y del libro de relatos Leyenda erótica (2007);
algunos relatos suyos han sido incluidos en diversas antologías. También ha
escrito los libros de ensayo Mijail Bajtín. La guerra de las culturas (1996), Arlt,
profeta del miedo (1998) y Los prisioneros de la torre. Política, relatos y jóvenes en
la postdictadura (2011). Dirigió La narración gana la partida. Historia Crítica de la
Literatura Argentina, Vol. XI (2000). Además, compiló y prologó la antología
Panorama Interzona. Narrativas emergentes de la Argentina (Interzona, 2012). Ha
sido traducida y editada en el extranjero. Publicó más de un centenar de artículos
literarios en revistas académicas y masivas, dio cursos y charlas en universidades
latinoamericanas, europeas y norteamericanas y trabajó en radio como
comentarista cultural. ESCRITURA DE MUJERES Elsa Drucaroff* 75 era una
ficción, ya que la intervención legal permitió que aparecieran a velocidad inaudita
dirigentes políticas de todas las ideologías e intereses, que antes no hubieran
llegado y que, se opine de cada una lo que se opine, hoy ocupan lugares
fundamentales no porque haya que hacerles un 30% de espacio sino por su
propio, indiscutible peso. Si cuando empezó la vigencia del cupo femenino hubo
que salir a buscar mujeres para llenar las listas, hoy el número obligatorio se
alcanza naturalmente. La ley obligó a los hombres a permitir que las capaces
sobresalieran y a las mujeres, a dejar de refugiarse cómodamente en la
discriminación para justificar su relegamiento, su timidez o incluso su cobardía a la
hora de encarar una lucha que exige levantar la voz, pelear poder frontalmente,
dejar de quejarse, todas actitudes que el estereotipo de género condena. No se
trata de que hoy existen más mujeres capaces que antes sino de que hay un
sistema nuevo que a ellos les exige compartir las oportunidades y a ellas,
aprovecharlas. Del mismo modo, en las últimas dos décadas hubo formas de
discriminación positiva que cambiaron el panorama para la literatura escrita por
mujeres. Por un lado, se publicaron muchas páginas exclusivamente dedicadas a
esta producción literaria. Por el otro, surgieron géneros literarios específicamente
signados por los cambios sociales de la situación femenina que tuvieron enorme
éxito de mercado. Apareció una nueva novela histórica, enfocada desde la
perspectiva de lo íntimo, la esfera privada, antes relegada al silencio, apareció un
género –el chicklit– que pone en primer plano la experiencia femenina urbana de
cierta clase media y alta en relación con la inestabilidad afectiva. Estas
colecciones fueron escritas predominantemente por mujeres que probaron su
eficiencia en el mercado, su capacidad de escribir y vender como escribieron y
vendieron los escritores de policiales o de ciencia-ficción durante el auge
comercial de esos géneros (donde hubo también algunos nombres
importantísimos de mujeres), y probaron también que —aún en una versión
degradada y superficial— las perspectivas femeninas para mirar al mundo se
habían vuelto una demanda en el mercado. Es cierto que hay pocos títulos de
interés en la novela histórica de moda en los noventa o en el chicklit, es cierto que
ni siquiera esas pocas obras consiguen prestigio y apoyo por parte de la crítica,
casi nunca dispuesta a bucear más allá de sus prejuicios, y sin embargo el
fenómeno fue positivo. Nos permitió entrar en el mercado editorial de otro modo, si
esas novelas no fueron leídas por la crítica, sí lo fueron por editores y editoras que
valoraron lo que había que valorar y nos abrieron caminos para publicar en esas o
en otras colecciones. Si en estos años María Rosa Lojo logra publicar Bosque de
ojos (un libro tan bello como poco comercial) en una editorial importante es porque
en los noventa publicó la novela sobre Manuelita Rosas La princesa federal, una
de las pocas joyitas que produjo la “nueva novela histórica”. El cambio de nuestro
lugar en el oficio literario generó de hecho un número de escritoras visibles inédito
en cualquier momento anterior de la Argentina. Y como siempre, cuanto más
ancha es la base de la pirámide más posibilidades hay de que surjan talentos
reales, descollantes, en su tope. Estos y otros factores hacen que hoy haya un
número asombroso, inédito, de escritoras de diferentes generaciones, que entre
ellas haya una significativa cantidad de obras sumamente interesantes que logran
publicarse y que algunos de los nombres más relevantes estén entre las más
jóvenes. Entonces, la pregunta sobre la necesidad de seguir publicando en
diversas formas antologías literarias femeninas precisa hacerse de nuevo. Porque
cada vez es menos cierto que no se publican mujeres, ni se las lee, ni se las toma
en serio. Ganan una enorme proporción de los concursos literarios conocidos,
salen elegidas repetidamente como autoras de los “libros del año” que la crítica y
el periodismo votan cada diciembre, ocupan centimetrajes antes inexistentes en
los suplementos culturales, todas pruebas de que gradualmente se empiezan a
leer como debe ser: simplemente por lo que escriben, sin prejuicio ni
condescendencia, olvidando a la hora de valorar si son mujeres u hombres. Hebe
Uhart, por ejemplo, disfruta de lo que no disfrutó Silvina Ocampo: ser tomada muy
en serio por la academia y el periodismo cultural más prestigiosos pero ahora,
cuando está viva. Trabajó varias décadas en la sombra, acumulando libros que la
mayor parte de la crítica no se dignó a leer, y ya desde fines de los años ‘90
disfruta su merecida y creciente gloria. Otras escritoras de las generaciones
mayores siguen injustamente en la sombra ESCRITURA DE MUJERES 76
KATATAY Rotaciones o no terminan de ser tomadas en serio pese a tener una
obra estupenda, pero la joven Samanta Schweblin ya tuvo la fortuna de vivir
tiempos mejores y ni siquiera debe esperar a envejecer: se la considera la mejor
cuentista de su generación, tal vez uno de los mejores vivos de Argentina, y esta
vez el genérico gramatical masculino no es falsamente universal, refiere
verdaderamente a varones y mujeres. Nombres como Alejandra Laurencich o
Samanta Schweblin ingresan por derecho propio a la tan rica tradición argentina
del cuento mientras la notable y sólida producción cuentística de Angélica
Gorodischer, María Luisa de Luján Campos o Ana María Shúa no tienen la
repercusión que merecen. Este panorama ambiguo pero mucho más promisorio
que antes replantea el sentido de seguir haciendo antologías de textos escritos por
mujeres. Personalmente, creo que sigue siendo necesario. Porque como se ve, las
contradicciones y vacilaciones persisten. Todavía hay sexismo en muchas
formulaciones concretas de la crítica: periodistas culturales que ironizan
impunemente en una columna sobre el escote de una escritora; estudiantes de
Letras blogueros que admiran el cinismo y la maldad de la enorme literatura de
Fogwill pero critican la de Pola Oloixarac (que se atreve en su novela Las teorías
salvajes a la voz fría, la crueldad, la exhibición de capital simbólico e inteligencia y
el sarcasmo políticamente incorrectos), entonces la acusan de escribir “un libro sin
amor”; blogueros que nos cuentan si la chica que escribió la novela es linda o fea.
Todas esas formulaciones no pasan un test elemental (¿escribirían lo mismo de
un escritor hombre? ¿Serían sus afirmaciones tomadas con tanta complacencia en
ese caso?). Y todavía vemos muchas antologías, paneles y programas de
literatura que se arman olvidando con toda naturalidad que existen escritoras, o se
incluye cortésmente a una, a lo mejor a dos, así como el grupo de la serie de TV
Misión Imposible incluía a un negro: su touch democrático. Pero además las
antologías son necesarias porque el otro problema, el de si existen marcas
femeninas en la textualidad escrita por mujeres, es un asunto cada vez más
vigente. Ojos otros Es curioso: a medida que se naturaliza la idea de que la
literatura es una sola y hay que juzgar la de las mujeres con igual rigor y
reconocimiento que la de los hombres, los imaginarios femeninos logran
desplegarse en los textos con mayor especificidad, con mayor impudicia y
originalidad. La legitimidad que adquieren las escritoras otorga una libertad
creativa que antes no existía y entran a la literatura temas y formas antes
impronunciables. Porque si bien no hay marcas esenciales, objetivas, ahistóricas
que permitan caracterizar una literatura como femenina, sí existe lo que la crítica
feminista llama “mirada femenina” y esos puntos de vista nuestros son en buena
medida otros modos de mirar. “Una mirada desde la alcantarilla puede ser una
visión del mundo”, proponía Alejandra Pizarnik, dibujando un punto de vista de
infinitas posibilidades que, por dar un ejemplo, el fragmento de Fernanda García
Lao aquí seleccionado retoma a su manera. Antes, Virginia Woolf se preguntaba
cuántas cosas entendieron y pensaron las mujeres mientras caminaban de la
cocina al salón, sirviendo el café a los políticos y empresarios que discutían y
decidían en el living los destinos del mundo. Desde ese costado se ven cosas que
no se ven cuando se está ejerciendo el poder en el centro de la escena; esa
lateralidad tiene hoy enorme productividad estética porque si bien no es nueva,
está hablando públicamente por primera vez, está semiotizando perspectivas que
la literatura no había semiotizado. No es obligatorio que cuando una mujer escribe
utilice esta mirada femenina y tampoco es forzoso que quien la logra tenga
genitales de mujer, pero si se nace mujer, si se crece y se experimenta el mundo y
la cultura desde ese lugar social, esa mirada surge con mayor espontaneidad y es
relativamente fácil encontrarla: basta no dejarnos aturdir por lo que el discurso
patriarcal dice que somos. Por eso, la mirada femenina no es una fatalidad
signada por la biología ni es una esencia ahistórica: es una opción estética que
subraya de algún modo el conflicto de poder de los géneros y la crítica debe
investigarla cada vez. Es algo que quienes escriben pueden o no plantearse
conscientemente pero, independientemente de si se la plantean o no, es algo que
pueden o no conseguir. En las últimas décadas del siglo XX se pusieron 77 de
moda ciertas teóricas que, como Hélène Cixous, creyeron que la mirada femenina
se atrapaba con procedimientos concretos: Cixous señaló la sintaxis discontinua,
quebrada, la irracionalidad, la multiplicidad en los puntos de vista, las voces
viscerales del cuerpo y otros recursos textuales como garantes de la escritura
femenina. El sustento teórico que justifica estos rasgos pasa por las brillantes
relecturas del psicoanálisis y la filosofía que emprendiera Luce Irigaray en los años
’70 y no se trata de negarlo, ni de negar que esto no tienda a aparecer en cierta
escritura femenina. En esta selección, por ejemplo, podemos ver algo de lo plural,
contradictorio e irracional en el imaginario de García Lao, cuya obra trabaja a
menudo con el desborde corporal, los cuerpos alienados de sí, multiplicados,
inmanejables, las voces desdobladas, ilógicas. Pero otras mujeres trabajan
recursos diametralmente opuestos y su mirada femenina es también muy fuerte.
Por suerte la corriente creativa no hace caso de los preceptos de la crítica y buena
parte de las escritoras hace literatura como se le da la gana, corresponda o no a lo
que dijo Cixous. Pero además, como planteé en Los prisioneros de la torre, la
mirada femenina, que fue una toma de posición consciente para varias escritoras
de mi generación o mayores, es hoy en muchas jóvenes algo espontáneo (no
necesariamente producido con conciencia política de género, aunque de hecho
ésta aparezca en la lectura), un elemento más que no se busca
programáticamente. Y esta libertad permite (una vez más) paradójicamente, que
las perspectivas femeninas aparezcan del modo más original y pueblen de gestos
inusuales la literatura. Así Selva Almada comienza publicando sus extraordinarios
poemas de Mal de muñecas (donde está el significativo “Matemos a las Barbies”),
textos donde explora juguetona pero críticamente la alienación que produce el
corset del género, mas abandona luego esa tematización específica para permitir
que la mirada femenina fluya por su cuenta, no tan específicamente ligada a
tramas o argumentaciones, que aparezca como un ingrediente más por ejemplo
en una semiotización diferente del paisaje del Litoral. La naturaleza en Almada
tiene rasgos que no se encuentran en otras escrituras. Ya se veía en su primera
novela, Niños, y también se ve en el fragmento aquí antologado, donde leemos:
“Al pasar, el Negro va tocando los troncos, las cortezas sueltas como la sangre
seca de una herida, el musgo que crece sobre algunos, un suave manchón de
vello púbico.” Esta y otras imágenes construyen el paisaje como cuerpo que roza,
crece, es tocado y se deja tentar por el Negro que lo penetra. También ocurría de
otro modo en la escritura de Niños, más lírica, por ejemplo en esta cita: “El último
verano que pasé con él, la delicada ampolla que contenía la infancia se rompió, la
sentí quebrarse adentro mío, justo acá, un ligero dolor físico, un retorcijón en las
tripas. La infancia se me fue, con restos de sangre, por la entrepierna.” Contar con
nostalgia y hasta dolor el final de la infancia es un tópico de la literatura masculina.
Niños lo retoma pero aporta a ese quiebre la contundencia de la carne. Como
señala Luce Irigaray, las mujeres tenemos una conciencia diferente de los ciclos
temporales porque las etapas (fin de la virginidad, menstruaciones, embarazos,
menopausia) se inscriben en nuestros cuerpos de un modo ineludible, a diferencia
de los ciclos en los varones. Esto construye otra idea del tiempo y lo histórico, que
se pone en una relación con el cuerpo indiscernible. Almada hace del pasaje
infancia-pubertad un quiebre carnal que empieza como metáfora clásica, donde la
infancia se rompe como una ampolla pero ese quiebre está contado connotando el
desgarramiento del himen que ahora está más pronto que antes a romperse. La
metáfora termina rompiendo su inherente abstracción para señalar el otro
momento brutal del pasaje: la menstruación. Y así, el dolor y la sangre se vuelven
metonimia de esa etapa terminada. Si la cultura patriarcal considera a las mujeres
más cuerpo que razón, nosotras podemos hacer de esa condena un plus de saber
y usar la adquirida facilidad para conectarnos con lo corporal para escribir (para
pensar) de otro modo el mundo. Asumimos así la enunciación pública que exige la
literatura (un gesto que, como muestra Sigried Weigel, implica para nosotras, las
escritoras, un riesgo mayor que el que asumen los hombres) para revelar
perspectivas nuevas. El neorregionalismo de Selva Almada debe llamarse
femenino, pero no por discriminación positiva ni porque quien lo escribe sea mujer
sino porque realmente consigue una conexión con la naturaleza y un paisaje que
antes, así, no habían sido escritos. ESCRITURA DE MUJERES 78 KATATAY
Rotaciones Sin embargo, sería un error grave volver precepto lo que en Selva
Almada es un ejercicio de libertad y determinar que el imaginario carnal con el que
construye sus metáforas es requerimiento de una escritura de mujer, y condenar a
quien no sigue ese recurso. En mi opinión, la crítica que quiera trabajar la literatura
desde el género debe andar humildemente detrás de lo que se escribe,
acompañar lo que va surgiendo y renunciar a hacer del oficio social de la lectura
reflexiva una suerte de ciencia con verdades esenciales, preceptivas y autoridad
para señalar los procedimientos en abstracto. Ningún procedimiento es en sí
mismo bueno o malo en arte, todo depende del contexto y hasta del momento de
lectura, porque si se ha vuelto una receta, deja de funcionar. Lo que hace Almada
es muy interesante ahora, pero otras mujeres hacen otras cosas que también son
novedosamente femeninas, en el sentido en que lo estamos definiendo: el punto
de llegada de una mirada que alumbra con contradicciones la diferencia antes
oprimida (una mirada “bizca”, sugiere Sigried Weigel), antes públicamente
impronunciable, una mirada que exhibe las incompatibilidades entre lo que se
espera de una y lo que una siente como verdades profundas o rebeldía que
apenas se abre paso desde el fondo de sí misma. Esto aparece con una escritura
diametralmente opuesta a la de Almada en ciertas narradoras realistas,
cuidadosamente contenidas y concisas que toman de narrativas como la
norteamericana (Carver, Cheever, Flannery O’Connor) la enseñanza de contar sin
explicar, de generar clima alrededor de detalles y momentos pequeños, de no
subrayar eso que los formalistas rusos llamaban la “motivación”, los
encadenamientos causa-efecto que tanto gustaba la narrativa decimonónica de
poner en foco. Así ocurre (entre otros casos) en los cuentos de Patricia Suárez y
también en el fragmento de esta antología donde Mariana Dimópulos consigue
una voz narradora femenina lacónica que deja en el misterio todas sus
motivaciones y, en cambio, se ocupa con contundencia de la creación de climas.
Su narrativa entra en una tendencia bastante representativa en la nueva narrativa
argentina escrita por hombres y mujeres, pero su mirada femenina pasa
precisamente porque el clima que acá se crea es disruptivo respecto de lo que
espera el sentido común que escriba una mujer. Las mujeres, se sabe, quieren
casarse y tener hijos; las mujeres, se sabe, admiran a los “hombres de libros” y
respetan con veneración su filosofar; las mujeres, se sabe, nacieron para esperar
a sus hombres mirando el río y no para que ellos las esperen ya que se fueron
nadando, ágiles y sin dar explicaciones ni a ellos ni al lector, y no quieren volver.
La sutileza con que está construido el fragmento dibuja el clima de encierro e
insatisfacción primero y después desautomatiza la usual dramatización de la vida
sexual femenina como algo ansiado, trágico, extremo, para construir sin alharacas
una serena disposición a la coyuntura, a la ocasionalidad, que también va en
contra de lo que los prejuicios esperan. También va en contra de lo esperado el
trabajo con el humor y la insolencia, algo que reaparece en la narrativa de Natalia
Moret y que también está en el texto acá elegido. Era tradicional estigmatizar a las
mujeres como seres carentes de sentido del humor, plantear que no teníamos
ironía y escribíamos con solemne cursilería. Toda la obra de Silvina Ocampo fue
malinterpretada por la crítica porque no aceptaba sus chistes. Que las críticas
fueran a veces mujeres no cambiaba las cosas: como se ha dicho, asumir la
mirada femenina no es automática consecuencia de ser mujer y no es nuevo
afirmar que los grupos opresores consiguen convencer a los grupos oprimidos de
que se identifiquen con el amo y se desprecien entre sí. Si Silvina Ocampo tuvo
que esperar a sus últimos años para que se entendiera la ironía y la crueldad
bizarra de su imaginario y se considerara a esos ingredientes virtudes originales,
las escritoras jóvenes pueden ejercitar todas estas cosas espontáneamente e
incluso meterse, como Natalia Moret, con los grandes varones del canon literario
nacional para ironizar sobre sus relaciones con las mujeres, en un gesto
doblemente divertido e insolente porque se burla como escritora nueva y todavía
no canonizada de los escritores indiscutibles, pero además se burla como mujer
de los absurdos pactos de amistad masculina. Para bien y para mal, para alumbrar
formas y temáticas nuevas o para incursionar en recetas antiguas que antes eran
solamente territorio de varones, para subrayar relaciones inéditas con el saber o la
tradición literaria o para repetir con eficacia los gestos de soberbia y esnobismo
intelectual que antes solamente ellos exhibían, para explorar en imaginarios 79
irracionales y marginados o para asumir abiertamente tópicos ya consagrados de
la literatura, para no subrayar problemáticas específicamente femeninas o para
encararlas, las escritoras jóvenes entran hoy a la literatura, en su mayoría, sin
gestos especialmente programáticos, ejercen con espontaneidad su reciente
derecho aunque ese derecho no sea siempre, todavía, tan reconocido como
debiera. Ese corrimiento en nuestras posiciones enunciativas produce también
corrimientos en la literatura masculina. En Los prisioneros de la torre mostré cómo
los escritores de las generaciones de postdictadura exploraban nuevas formas de
ser varón, de mirar como varón, transformaciones que vienen produciendo los
enormes cambios en el Orden de Géneros de las últimas dos décadas, signadas
por un lado por la progresiva legitimidad que señalamos para la diferencia
femenina (un problema que ahora tiene derecho a pronunciarse y reconocerse en
sus infinitos y complejísimos matices), y por el otro por la progresiva legitimidad de
las sexualidades no heterosexuales, también con sus especificidades y
heterogéneos acentos. Tal vez una antología como ésta pueda complementarse
con una que seleccione entonces fragmentos de escritores sensibles a una mirada
de género desplazada de la convencional, escritores que hacen algo antes
impensable: preguntarse por la masculinidad. Porque como señala Idelber Avelar,
que aparezca la pregunta por la masculinidad en la literatura es un síntoma. La
masculinidad no era una pregunta. El amo no tiene por qué definirse e interrogarse
si nadie lo cuestiona. Ha aparecido este interrogante porque los enormes
terremotos que sufrió el Orden de Géneros con las luchas y conquistas feministas
y las luchas y conquistas de lesbianas, gays, travestis, transexuales y bisexuales
no pueden no afectar lo que se escribe. En ese sentido la literatura se va
dibujando como un objeto de estudio nuevo donde el factor género deja de ser
solamente una necesidad afortunadamente recesiva de la discriminación positiva
para volverse una exigencia clave para la comprensión del arte que hoy estamos
produciendo.
ESCRITURA DE MUJERES RESUMEN Este dossier articula una serie de
colaboraciones de escritores y escritoras argentinos contemporáneos (Abbate,
Almada, Becerra, Dimópulos, García Lao, Jarkowski, Kohan, Moret, Oloixarac,
Pérez, Vitagliano) desde una perspectiva crítica que se plantea, de un lado, trazar
algunos tópicos o problemas de la narrativa argentina actual y, del otro, relevar las
transformaciones detectadas en ese campo en los últimos años, así como las
posibles alteraciones en las formas de producción, circulación y consumo literario.
En este contexto, apelando a la destreza crítica de Elsa Drucaroff, el dossier
ofrece también un espacio de reflexión sobre un problema cada vez más vigente:
la existencia de marcas femeninas en la textualidad escrita por mujeres. Palabras
clave: narrativa argentina actual – mercado – edición – literatura de mujeres –
crítica literaria.

Mujeres de Salta
CONSPIRACION CONTRA GÜEMES Por Elsa Drucaroff-(Sudamericana)-351
páginas-
https://www.lanacion.com.ar/cultura/mujeres-de-salta-nid221824/

ELSA DRUCAROFF CONSPIRACIÓN CONTRA GÜEMES Una novela de


bandidos, patriotas, traidores
https://www.editorialmarea.com.ar/admin/files/libros/15/978-987-1307-71-5.pdf
Mujeres de Salta
https://youtu.be/wVt9zyO5ptY

BATALLA DE IDEAS 

https://notasperiodismopopular.com.ar/2016/06/16/guemes-mujeres-resistencia-
saltena/
extraído 08/07/20
16 junio, 2016
Güemes y las mujeres de la resistencia salteña
Por María Paula García. Se cumplen 195 años del fallecimiento de Martín Miguel
de Güemes, ocurrido el 17 de junio de 1821. Este día será, luego de largas
polémicas, feriado nacional. Su historia y la de las mujeres que fueron parte de la
gesta patriótica del norte argentino.
Por María Paula García. Se cumplen 195 años del fallecimiento de Martín Miguel
de Güemes, ocurrido el 17 de junio de 1821. Este día será, luego de largas
polémicas, feriado nacional. Su historia y la de las mujeres que fueron parte de la
gesta patriótica del norte argentino.
Güemes se merecía estar a la altura de los grandes hombres y mujeres de la
historia de nuestro país y recibir los honores no solamente de la población salteña,
que sí festeja la fecha todos los años. Fue uno de los libertadores de la Patria
Grande, líder indiscutido de la defensa de la frontera norte de nuestro actual
territorio, quien les puso freno a los ejércitos los realistas en su avance hacia la
capital del otrora Virreinato del Río de la Plata. Reconocerlo puede ser la
oportunidad de ir más allá de la mera conmemoración a la cual nos tiene
acostumbrados la historiografía oficial de nuestro país.
Este feriado tardío quizá pueda ser explicado en gran medida debido a la
resistencia que tuvieron hacia su figura las autoridades de Buenos Aires ya en
1810. Veían con recelo sus tácticas militares y la composición gaucha de sus
escuadrones. La prensa porteña lo denostó más de una vez, llamándolo caudillejo,
cacique, demagogo o tirano. Y sus tropas fueron calificadas como bandidos,
salteadores y montoneros. Hoy, que se lo está homenajeando en todo el país, lo
peor que podría suceder es que se lo convierta en un héroe de bronce más, se
reduzca su gesta únicamente a su individualidad y se lo aísle del contexto histórico
en el cual actuó.
La caída de Napoleón y la restauración de Fernando VII al trono de España
cambiaron el carácter de la guerra por la independencia. La corona decidió jugarse
el todo por el todo en la recuperación del poder perdido y comenzó a enviar más
tropas, jefes y oficiales de mérito, instruidos en las más modernas tácticas de
combate. Güemes fue un líder político y militar que supo entender las debilidades
de un enemigo que, a pesar de la superioridad militar, no conocía el terreno que
pisaba.
Como otros caudillos del Norte, fue pionero en implementar la guerra de guerrillas:
la acción sorpresiva de combatientes, atacando los flancos, destruyendo las
retaguardias, cortando las comunicaciones, privando de aprovisionamientos y
apareciendo y desapareciendo como rayos en medio de los montes y las
quebradas.Pero además fue un líder popular: organizó a todo el pueblo,
incluyendo a gauchos, pobladores originarios y muchísimas mujeres de todos los
estratos de la sociedad colonial.
Las patriotas norteñas
Contó entre sus filas con mujeres combatientes de la talla de Juana Azurduy,
quien se puso a sus órdenes luego del fallecimiento de su esposo, el caudillo
Manuel Padilla. Trabajó en equipo con Magdalena, la “Macacha”, quien fue mucho
más que su hermana. Si bien ella no tuvo una participación directamente militar,
fue una habilidosa espía que aprovechó su lugar social destacado y una gran
operadora política.
Toda la información que recababa se la transmitía a su hermano; era sus ojos, sus
oídos y sus brazos en la ciudad; lo protegía y lo ponía sobre aviso de cualquier
cuestión urgente. Además de un puntal en la organización de las tropas, fue el
verdadero ministro de Güemes; él no tenía secretos ni militares ni
gubernamentales para con ella y tampoco realizaba acto alguno sin escuchar sus
consejos. En 1815, cuando la delicada situación entre Güemes y las fuerzas de
Buenos Aires al mando del general Rondeau parecía terminar en ruptura, fue la
“Macacha” en persona quien destrabó la situación y consiguió que se llegara a un
acuerdo, conocido como el Pacto de los Cerrillos.
Pero ni siquiera en estas dos grandes mujeres puede sintetizarse el papel de las
mujeres norteñas.
La guerra de guerrillas estaba complementada con una amplia red de mujeres
espías, audaces e ingeniosas. Grandes mujeres protagonistas de la lucha
independentista también borradas de la historia oficial. Damas criollas, niñas,
mujeres de la servidumbre y esclavas, todas juntas. Se disfrazaban, seducían a
los realistas, ocultaban papeles entre sus faldas, montaban a caballo y recorrían
largas distancias para obtener información y transmitirla al ejército patriota. El
enemigo no podía respirar sin que ellas se enteraran y activaran la red de de
comunicación. Güemes, la Macacha, el pueblo, la guerrilla, la red de espías. Toda
esa síntesis garantizó la derrota del enemigo.
María Loreto Sánchez Peón de Frías se destacó especialmente. Fue jefa de
Inteligencia de la Vanguardia del Ejército del Norte y autora del plan continental de
Bomberas, aprobado y autorizado por Güemes. Lideró un grupo conformado por
amigas y conocidas, ayudadas por sus hijos pequeños y sus criadas.
Para tener una comunicación rápida esta desarrolló un simple e ingenioso
sistema: un buzón natural en medio de la nada. Un árbol al que se le había hecho
un hueco y luego vuelto a tapar con la misma corteza, cerca de donde las criadas
iban todos los días a lavar la ropa y a buscar agua. Ellas transportaban el papel
con la ropa sucia y lo dejaban en el hueco sin ser vistas. Luego, algún soldado
patriota lo retiraba a la noche y dejaba a su vez instrucciones y pedidos de
información.
No se les escapaba nada. Ni siquiera la cantidad de soldados realistas que había
en cada momento. María se disfrazaba de viandera e iba con su canasta de
comida en la cabeza y granos de maíz en los bolsillos a sentarse a la plaza donde
estos acampaban. Cuando aparecía el oficial y empezaba a cantar uno por uno los
nombres, ella pasaba un grano de maíz de un bolsillo a otro por cada presente y
luego enviaba esa información a través del buzón del árbol. Hasta de india se
disfrazó, para sentarse en los portales a vender pasteles y espiar.
Otra integrante de esta red que desvelaba a los jefes enemigos era Juana Moro.
Humildemente vestida se trasladaba a caballo espiando recursos y movimientos
del enemigo por un territorio que sólo ella conocida. La primera vez que la
apresaron la obligaron a cargar pesadas cadenas, pero no delató a nadie. La
segunda vez el castigo fue peor: fue detenida y condenada por espionaje a morir
tapiada en su propio hogar. Por suerte, unos días más tarde una familia vecina
horadó la pared y le proveyó agua y alimentos hasta que los realistas fueron
expulsados. A consecuencia de la difícil situación que atravesó recibió el apodo de
“La Emparedada”.
En palabras del historiador Bernardo Frías, “todas las revoluciones, conjuraciones
y sediciones ocurridas en Salta, desde el comienzo de la guerra de independencia
hasta la caída del gobernador Latorre, en 1835, fueron hechas por las mujeres,
que habían tomado la política como oficio propio”.
La Salta de Güemes, Salta la linda, fue desde siempre la Salta de las mujeres que
luchan. Ellas también merecen ser homenajeadas junto con Güemes y el
escuadrón de Infernales en este día.
@MariaPaula_71

Fuentes y representaciones de las mujeres: nuevas lecturas.

http://cdsa.aacademica.org/000-010/1057.pdf
Ver en “La elite salteña”
http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.728/te.728.pdf
Pag 231/32/33/34/
Al inicio de su gobierno en 1816 el gobernador Güemes ya había advertido a los
vecinos reunidos en Asamblea que resultaría imposible cumplir con la paga de los
gauchos que servían como soldados. Para suplir esta falta de recursos propuso
liberar a los campesinos de sus compromisos en materia de arriendos y
obligaciones personales.83 Los sectores terratenientes convinieron en apoyar esta
medida que constituía más una tabla de salvación de la elite que una respuesta de
agradecimiento paternal para con los campesinos devenidos en soldados.
Dámaso Uriburu dejó ver en su Memoria que la situación de insurgencia de los
grupos populares estaba planteada antes de Güemes y, en este mismo sentido, la
historiadora Sara Mata concluyó que la legitimidad del poder de Güemes se basó
en las posibilidades de controlar el desborde social, de manera tal de poder
garantizar cierta tranquilidad a un sector de la elite local.84 El llamado sistema
infernal no implicó el abandono de algunos de los rasgos característicos de las
prácticas e imaginarios del Antiguo Régimen. En el universo mental de los
hombres de la época no se abría la posibilidad de una nación que supusiera la
unión contractual de los individuos. El pactismo, entendiendo como tal las
relaciones recíprocas hechas de derechos y deberes recíprocos entre hombres y
grupos, se constituyó en un rasgo permanente de la política latinoamericana. Y
desde esta perspectiva debe analizarse la relación construida entre Güemes, sus
capitanes y los gauchos que les siguieron. 1 El sistema de Güemes fue una forma
de articulación de la antigua autoridad en este nuevo contexto creado por la
guerra. Frías realizaba algunas observaciones en idéntico sentido: “Güemes, en
verdad, conservó y respetó las bases fundamentales de las instituciones sociales.
No ofreció a la plebe en recompensa de su adhesión personal nada, a no ser la
conquista de sus derechos dentro del progreso futuro; de esta suerte, no les
ofreció dar las tierras del Estado, ni los sobrantes de las tierras de los ricos, no
obstante poseer éstos leguas y leguas de campos sin cultivos, ni les repartió la
fortuna mueble de los enemigos acomodados despojándolos, no los colocó en la
altura dirigente de la sociedad, superponiendo, así, a los nobles los plebeyos; no
siendo, por tal manera un revolucionario en este orden, mostrando más bien en
esto un espíritu conservador”. 86 Las características corporativas del régimen
colonial continuaron presentes en las prácticas sociales y políticas de las primeras
décadas independientes. En Salta, como en ninguna otra sociedad, las elites
patriotas o realistas convivieron y se identificaron como tales. A las mujeres, que
1
5 Sara Mata desechó las interpretaciones que explicaron la movilización revolucionaria por medio de la
adhesión de la plebe, como consecuencia de la relación clientelar. Según el enfoque observado, la distancia
social entre terratenientes y campesinos explicaría el hecho de que los grandes propietarios pudieran
movilizar detrás de ellos a los peones rurales. Mata tampoco concordó con aquellas explicaciones que
convirtieron a las huestes rurales en agentes capaces de movilizarse por motivaciones tales como la libertad
o la patria, o en sujetos constructores de discursos propios de los sectores dominantes. En Sara Mata, “La
guerra de independencia en Salta y la emergencia de nuevas relaciones de poder”, Andes N° 13, (2002): 115.
integraban al cuerpo familiar y estaban bajo la autoridad del padre o del esposo, la
guerra las convirtió en espías o en correos. Algunas incluso llegaron a intervenir
en el campo de batalla, como Juana Azurduy.2 Era común que estas damas
incorporasen en sus atuendos los colores del bando del cual eran partícipes. Las
prácticas políticas no abandonaron esa matriz organicista que caracterizaba a las
sociedades del Antiguo régimen. Güemes tuvo un entorno primario de referencia.
Este grupo estaba integrado por hacendados que tenían sus tierras en la llamada
región de la Frontera. Estaban, entre otros, José Francisco Gorriti, su hermano
José Ignacio, Antonio Fernández Cornejo y Manuel Puch, hermano de Carmen, la
esposa de Güemes. Fueron ellos quienes movilizaron a los campesinos, de sus
fincas y de la región, al campo de batalla. Estos hacendados, que junto al cuerpo
capitular habían legitimado la autoridad del gobernador en 1815 y 1818, eran los
encargados de cobrar los arriendos y tenían la facultad de dispensar el fuero
gaucho. De este modo el sistema de Güemes se convirtió en un instrumento de
control social en la región.

Radio Nacional
http://www.radionacional.com.ar/el-rol-de-las-mujeres-saltenas-en-la-politica/

Hanna Kenny
Democracia Paritaria: Mapa de Género en la Política Argentina 2020
https://oear.cippec.org/novedades/democracia-paritaria-mapa-de-genero-en-la-
politica-argentina-2020/

Los derechos políticos de la mujer


21 DE SEPTIEMBRE 2019 - 20:57
https://www.eltribuno.com/salta/nota/2019-9-22-0-0-0-los-derechos-politicos-de-la-
mujer
2
Algunas mujeres participaron activa y decididamente de la política local. Este hecho y la ausencia de leyes
que explícitamente prohibieran a la mujer votar le permitieron a Antonio Annino discutir la idea de que la
mujer estaba excluida de la vida política en el siglo XIX, estas no se concebían a sí mismas como un individuo
sino como partícipes de un cuerpo representado en la autoridad familiar, sea del padre o del esposo.
Concluye Annino que el voto del siglo XIX no es un voto machista, sino corporativo. En Antonio Annino, “El
voto…”, 48.
María Silvia De La Zerda
https://www.eltribuno.com/jujuy/nota/2019-10-11-1-0-0--queremos-a-mas-mujeres-
en-espacios-politicos

Informe sobre género y derechos humanos: vigencia y respeto de los ...,


Volumen1
Por Mónica Urrestarazu
Historia del General Martín Güemes y de la provincia de Salta... Tomo VI
Por Bernardo Frías

Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales


Volume 61, Issue 228, September–December 2016, Pages 121-144
Tabla 2. Leyes de cuota y porcentajes de diputadas provinciales de Argentina
(2013)
Federalismo electoral, fortaleza de las cuotas de género y representación
política de las mujeres en los ámbitos subnacionales en Argentina y México
Author links open overlay panelMarianaCaminotti*FlaviaFreidenberg**
https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0185191816300423

Tabla 2. Leyes de cuota y porcentajes de diputadas provinciales de Argentina


(2013)
Ley vigente (año) Cuota (%) Diputadas (%)

Santiago del Estero 2000 50 50

Río Negro 2002 50 41

Tierra del Fuego 1998 30 40

Córdoba 2000 50 39

Formosa 1995 30 33

Jujuy 2010 30 33

La Pampa 1994 30 33

Santa Fe 1992 30 32

Chaco 1992 30 31

Corrientes 1992 30 31

Mendoza 1992 30 31

Chubut Aplica ley nacional (1991) 30 30

Misiones 1993 30 30

La Rioja 1992 30 28

Ciudad de Buenos Aires Aplica ley nacional (1991) 30 26

Buenos Aires 1995 30 26

San Juan 1994 30 24

Entre Rios 2011 25 24

Tucuman 1994 30 24

Neuquén 1996 30 23

Salta 1992 30 20
Ley vigente (año) Cuota (%) Diputadas (%)

San Luis 1997 30 19

Santa Cruz 1992 30 17

Catamarca 1997 30 s/d

Fuente: elaboración propia con datos de las legislaturas provinciales.

MUJER ARGENTINA Y DERECHOS POLÍTICO


https://www.generosxlaequidad.gob.ar/mujer-argentina-y-derechos-politicos/
La conquista por los derechos de las mujeres tiene una extensa historia, y fue
producto de arduas luchas que reclamaron la igualdad de derechos civiles y
políticos, en medio de una sociedad acostumbrada al relegado rol de las mujeres
argentinas.
Los derechos de la mujer en la etapa de la colonia
En 1536, Pedro de Mendoza fundó el establecimiento “Santa María del Buen
Ayre”, en el territorio que en nuestros días conforma la capital de Argentina. Luego
existieron diversas expediciones por distintas partes de nuestro territorio, que
permitieron que, con el pasar del tiempo, se creara el Virreinato del Río de la
Plata, en 1976 (el cual incluía en su territorio lo que hoy forma parte de Paraguay,
Argentina, Uruguay y una parte de Bolivia; con Buenos Aires como su Capital). Es
entonces a partir de 1810, cuando se crearon las Provincias Unidas del Río de la
Plata, que nuestro país empezó a conformar las características que hoy tiene
como Estado liberal, las cuales se concretaron definitivamente con nuestra
independencia de España en 1816.
Hasta esas fechas, en los tiempos de la colonia, nuestro territorio dependía de las
leyes provenientes de la monarquía española. La legislación vigente de la época
tenía características específicas en cuanto a las mujeres, entre ellas encontramos
(Migliorini, 1972):
 Patria potestad en manos del padre de familia, quien tenía autoridad sobre
sus hijos y decidía sobre el matrimonio de los mismos;
 Exclusión de la mujer de los ámbitos educativos, al no ser considerada
como sujeto de enseñanza;
 Prohibición de la mujer para el ejercicio de profesiones privadas y públicas;
 Incapacidad de la mujer casada para ejercer actos de la vida civil;
 Derechos restringidos de la esposa para heredar bienes de su cónyuge;
 Pena de muerte para la mujer adúltera.
Período de organización nacional y sanción del Código Civil
Tras la independencia de nuestro país, se toma contacto con nuevas ideas y
doctrinas políticas y sociales, impulsadas con la independencia de EEUU en 1976
y con la Revolución Francesa en 1789. Sin embargo, la situación de la mujer como
sujeto de derecho no tuvo grandes cambios. Sólo algunos pocos personajes
europeos adelantados planteaban cuestiones como la igualdad entre los sexos y
se mostraban a favor del voto femenino. En nuestro territorio, algunos personajes
inspiraban ideas en favor de los derechos de las mujeres, entre ellos Manuel
Belgrano, quien proponía la creación de escuelas para niñas y una organización
industrial que permitiera a las mujeres acceder a trabajos más dignos. Sarmiento
cumplió también con una gran obra cultural, y Juan Bautista Alberdi, aportó a la
lucha femenina desde su prédica en torno de la igualdad frente a la ley (Migliorini,
1972).
Durante el período de organización nacional, impulsado en 1852, el impulso
institucional se puso de manifiesto en la codificación que reemplazaría, finalmente,
la normativa colonial. Dalmacio Vélez Sarsfield fue el encargado de llevar adelante
el estudio y conformación del primer Código Civil, el cual salió a la luz en 1869,
durante la presidencia de Domingo F. Sarmiento, el cual determinaba la
incapacidad relativa de la mujer casada, colocándola bajo la tutela del marido.
Este código colocaba a la mujer casada en una posición de inferioridad aún más
grave que si se tratara de la condición infantil. Se basó en la tradición del derecho
romano y en la adecuación realizada en Francia a propósito del denominado
Código Napoleónico de 1804. Disposiciones del código francés fueron adoptadas
por la mayoría de los países latinoamericanos (Barrancos, 2007).
Nuestro Código Civil, sostenía:
 la incapacidad relativa de la mujer (art. 55);
 que el representante en todos los efectos era el marido (art. 57);
 La mujer casada no tenía derecho a educarse ni a realizar actividades
comerciales sin su consentimiento;
 El marido se constituía en el administrador de todos los bienes, incluidos los
que la esposa aportara al vínculo;
 La mujer casada no podía dar testimonio ni iniciar un juicio sin el debido
consentimiento del cónyuge.
Hay un solo aspecto destacable del Código en cuanto a los derechos de las
mujeres: el código preservó el derecho de la cónyuge a usufructuar la mitad de los
bienes obtenidos durante el matrimonio (Barrancos, 2007). En cuanto al entonces
presidente F. Sarmiento, hay que recalcar, en cuanto avances en términos de
derechos para las mujeres, que él bregó por el derecho de las mismas a la
educación.
En cuanto al derecho punitivo, surgido en el mismo período, si la mujer adúltera
era sorprendida in fraganti por el cónyuge y éste la mataba, tal circunstancia
obraba como atenuante; pero, por el contrario, para la mujer que mataba al marido
en caso de que éste cometiera adulterio, esto resultaba un agravante, debido
justamente al vínculo (Barrancos, 2007).
Asimismo, distintas leyes reforzaban la inferioridad jurídica de la mujer (Migliorini,
1972):
 el marido era quien fijaba el domicilio conyugal;
 la mujer no podía librarse de la obligación de seguir al marido, salvo en el
caso de que resultare peligro para su vida, lo que debería probar en sede
judicial (art. 53 la ley de matrimonio);
 El ejercicio de la patria potestad correspondía en primer término al padre y,
en caso de muerte o pérdida de aquella, a la madre.
Con el paso de los años, tras el creciente trabajo de las mujeres fuera del hogar,
se inició una nueva etapa; el Código Civil iba quedando desactualizado y fueron
surgiendo distintos proyectos de ley que trataban sobre los derechos civiles de la
mujer.
El sufragio femenino: Gran ampliación de las bases democráticas
En 1912, en nuestro país, luego de diversos levantamientos civiles y represión por
parte de los gobiernos oligárquicos de la época, se sancionó la denominada “Ley
Sáenz Peña”, la cual estableció el voto secreto, obligatorio y “universal”. Sin duda
esta conquista fue una pieza fundamental para establecer las bases de nuestro
sistema democrático. Sin embargo, la lucha por la ampliación de los derechos y
deberes civiles y políticos continuaría fuertemente.
Volviendo a lo anterior, que el voto fuera “UNIVERSAL” significaba que podían
votar todos los VARONES mayores de edad, nacidos en Argentina. Es decir, que
un gran colectivo social continuaba quedando excluido de los derechos cívicos, no
pudiendo acceder al voto: el colectivo de todas las mujeres de este país.
Ya en 1911, el diputado Alfredo Palacios había presentado el primer proyecto de
ley de voto femenino en el Congreso de la Nación, un año antes de la sanción de
la Ley Sáenz Peña. Este proyecto de ley fue tan negado, que no llegó siquiera a
ser tratado sobre tablas. El colectivo femenino continuaba siendo postergado
dentro de las estructuras políticas y sociales argentinas.
En aquella época, distintos países habían legitimado jurídicamente el voto de las
mujeres, sentando precedente e impulsando la lucha por la igualdad femenina en
nuestro país. Entre ellos se encuentran: Nueva Zelanda (1893), Australia (1902),
Finlandia (1906) Noruega (1913), Gran Bretaña (1918), Italia (1919), Estados
Unidos de América (1920).
Recién en 1926, tras la sanción de la Ley 11.357 sobre la “Capacidad Civil de la
Mujer”, las mujeres argentinas alcanzaron la igualdad legal con los varones,
aunque esa igualdad continuaba estando muy lejos de ser respetada en los
hechos, y era tan relativa que no incluía la patria potestad compartida ni el
derecho al voto.
En 1928, Aldo Cantoni, gobernador de San Juan, logró que en abril de ese año las
mujeres de su provincia fueran primeras en votar en todo el país.
La extensión de los derechos políticos fue un reclamo de las sufragistas desde
finales del siglo XIX y, hacia el siglo XX diversas organizaciones de mujeres
reclamaban el acceso al sufragio (Barrancos, 2002). Desde aquel proyecto de
1911 se presentaron otras 22 iniciativas legislativas, en las cuales tuvo
participación, entre otras y otros, Alicia Moreau de Justo. Finalmente, en
septiembre de 1947 se sancionó la Ley 13.010, la cual establecía en su artículo
N°1 que: “Las mujeres argentinas tendrán los mismos derechos políticos y estarán
sujetas a las mismas obligaciones que les acuerdan o imponen las leyes a los
varones argentinos”. Las mujeres votaron por primera vez en 1952 en las
elecciones nacionales. Esta victoria del colectivo de mujeres sin duda fue parte de
un proceso social que había comenzado varios años antes, buscando preparar a
una sociedad que tenía concepciones machistas muy arraigadas, y las cuales
debían ser transformadas. La mujer argentina se había incorporado masivamente
al mercado laboral, de ahí que la política de contención de este movimiento no
podía seguir excluyendo a millones de mujeres de los derechos civiles que les
correspondían como seres humanos.
La lucha continúa
La lucha del colectivo femenino por lograr el reconocimiento de sus derechos
cívicos, por los que mujeres en distintas partes del mundo se movilizaron durante
años, trajo aparejada la cárcel y la represión para muchas de ellas. Asimismo, una
vez que el sufragio femenino fue legitimado por el Estado, las desigualdades de
género seguían vigentes en nuestra sociedad.
Incluso en 1983, luego del Golpe Militar de 1976 y tras la vuelta a la democracia
de la mano del presidente Raúl Alfonsín, existían claras desigualdades de género
impresas en la legislación Argentina. En aquellos años, la diputada nacional
Florentina Gómez Miranda (1983-1991) presentó más de 150 proyectos
legislativos, entre los que se destacan la de «autoridad compartida de los padres»,
«divorcio vincular», «pensión a la cónyuge divorciada», «igualdad de los hijos
extramatrimoniales», «pensión al viudo», «derecho de la mujer a seguir usando el
apellido de soltera luego de casada» y «pensión de la concubina y concubino».
Algunos de estos proyectos fueron aprobados con amplio consenso, mientras que
otros, como la Ley de Divorcio Vincular, enfrentaron grandes resistencias.
Hoy en día, después de 70 años de voto femenino, las mujeres todavía tenemos
muchos derechos por los cuales debemos seguir luchando. La Argentina fue el
primer país del mundo en sancionar, en 1991, una “Ley de Cupo femenino”, la cual
establece un piso mínimo de 30% de candidatas en las listas de los partidos
políticos para cargos electivos nacionales. Esta norma impuso un criterio de
equidad en la selección de candidatos y candidatas, afirmando el derecho de las
mujeres a ser parte de la toma de decisiones públicas y a ejercer más plenamente
su condición de ciudadanas. Antes de la vigencia de esta reforma, impulsada por
la entonces senadora Margarita Malharro de Torres, las mujeres representaban
sólo el 5,4 % de la Cámara de Diputados y el 8 % del Senado. Esta ley permitió
que en la actualidad, las mujeres se encuentren más representadas en las
cámaras del Congreso, pero, aunque se ha avanzado mucho, diversos
especialistas demuestran que todavía queda un gran camino por recorrer hacia la
paridad en la representación política.
En Argentina, a pesar de la existencia de la ley de cupo, la evolución del número
de legisladoras muestra un rezago en comparación a otros países que han
implementado leyes de paridad (cupo de representación del 50% para las
mujeres), como los Estados de Bolivia y México. Asimismo, los partidos políticos
continúan prefiriendo hombres para encabezar sus listas electorales. Es por esto
que los nuevos desafíos deben buscar acabar con las barreras y desigualdades
que continúan afectando la participación política de la mujer, a través de nuevos
mecanismos y políticas públicas, como la implementación de instrumentos para la
paridad en los tres poderes del Estado argentino.
Bibliografía
– Pigna, Felipe (s.f.). El Voto Femenino. El Historiador. Recuperado de:
http://www.el-
historiador.com.ar/articulos/ascenso_y_auge_del_peronismo/el_voto_femenino.ph
p
– Ministerio de Educación de la Nación (s.f.). Voto a los 16 años. Argentina.
– Migliorini, Inés Candelaria (1972). Los Derechos Civiles de la Mujer en la
República Argentina. Buenos Aires, Argentina.
– Barrancos, Dora (2007). Mujeres en la sociedad Argentina: Una historia de cinco
siglos. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.
– Barrancos, Dora (2002). Inclusión/Exclusión: Historia con Mujeres. Buenos Aires:
Fondo de Cultura Económica.
– Caminotti, Mariana (s.f.). De las Luchas por el Sufragio Femenino a la Demanda
de Paridad de Género en la Argentina (1900/2016). Universidad Nacional de San
Martín, Argentina.
_ Gripe española en Salta
https://revistas.unal.edu.co/index.php/historelo/issue/view/3675

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