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oración
25 NOVIEMBRE, 2021 | KEVIN HALLORAN
La razón por la que hay tantos libros sobre oración es que todavía nos cuesta
orar, aun después de leer esos libros. Algunas razones son intelectuales: no
sabemos cómo o por qué orar en una situación particular. Algunas son volitivas:
nuestros corazones están distraídos o apáticos. Otras razones más se deben a la
falta de herramientas prácticas adecuadas.
Quizás la razón primordial por la que nos cuesta orar es porque olvidamos el
propósito de la oración. El padrenuestro nos lo recuerda. Oramos para glorificar a
nuestro Padre celestial. Oramos para unificar nuestros corazones con su visión
de reino para esta tierra y alinearnos con su voluntad. Oramos por provisión,
perdón y protección contra el mal que viene desde adentro y desde afuera de
nosotros.
4. Nos distraemos
El bosquejo del padrenuestro también puede ser una forma útil de continuar la
oración después de haber sido interrumpida: si llegué hasta la petición de
«hágase tu voluntad» y necesito alejarme por cualquier motivo, hago una nota
mental de dónde me quedé para luego regresar y continuar orando «danos hoy el
pan nuestro de cada día».
6. Estamos ocupados
Nuestra culpa no debe ser un impedimento para orar, sino que debe
impulsarnos a hacerlo
La brevedad del padrenuestro tiene algo que enseñar a los entrometidos que
siempre buscan una excusa como yo. Orar las 52 palabras del padrenuestro
literalmente lleva unos 20 segundos. Si tienes más de 20 segundos, puedes
expandir una de las peticiones o más en oración para llenar el tiempo. ¿Cuántos
períodos extra de tiempo tienes a lo largo del día que podrías llenar con pequeños
espacios de comunión con Dios a través de la oración?
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Una herramienta inspirada por el espíritu para una vida centrada en Dios
A medida que el evangelio avanza desde Jerusalén (Hch 1:8), Dios se complace
en usar en algunas oportunidades la imposición de manos de los apóstoles como
un medio y marcador visible de la venida del Espíritu a nuevas personas y
lugares (Hch 8:17; Hch 19:6).
En las epístolas del Nuevo Testamento encontramos dos usos que continúan
de los Hechos, y que hacen eco de las dos menciones anteriores en Números
(8:10;27:18), y que establecen el curso para las referencias de Pablo en 1 y 2 de
Timoteo.
Hechos registra que cuando la iglesia eligió a siete hombres para servir como
asistentes oficiales de los apóstoles, «a éstos los presentaron ante los apóstoles, y
después de orar, pusieron sus manos sobre ellos» (Hch 6:6). Aquí de nuevo, como
en Números, encontramos una ceremonia de imposición de manos que marca el
inicio formal de un nuevo ministerio para estos siete diáconos, reconociéndolos
ante la gente y pidiendo la bendición de Dios en sus labores. Así sucede también
cuando la iglesia de Antioquía envía a Pablo y Bernabé al primer viaje misionero
(Hch 13:2-3).
Pablo encarga a Timoteo diciéndole: «No descuides el don espiritual que está en
ti, que te fue conferido por medio de la profecía con la imposición de manos del
presbiterio» (1 Ti 4:14). Timoteo fue enviado para esta tarea específica con el
reconocimiento público de los líderes reconocidos, no solo por sus palabras, sino
a través de la imposición visible, tangible y memorable de sus manos (2 Ti 1:6).
El encargo por parte de Pablo viene en una sección dedicada a los ancianos,
donde habla de honrar a los buenos y disciplinar a los malos (1 Ti 5:17-25).
Cuando líderes como Pablo, Timoteo y otros en la iglesia ponen sus manos sobre
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alguien para un llamado particular nuevo al ministerio, ponen su sello de
aprobación sobre el candidato y comparten, en cierto sentido, la productividad y
fallas por venir.
Con la imposición de manos y la unción con aceite, los ancianos se presentan
ante Dios, en circunstancias especiales, con un espíritu de oración y peticiones
particulares. Pero mientras que una de las funciones de la unción con aceite es
pedir sanidad, la imposición de manos delega la autoridad y también pide
bendición para el ministerio futuro. La unción con aceite en Santiago 5:14 de
manera privada encomienda a los enfermos a Dios para sanidad; la imposición de
manos en 1 Timoteo 5:22 encomienda y recomienda públicamente al candidato a
la iglesia para un ministerio oficial. La unción aparta a los enfermos y expresa la
necesidad del cuidado especial de Dios.
«Te damos gracias, oh Dios, te damos gracias, Pues cercano está Tu nombre;
Los hombres declaran Tus maravillas» (Salmos 75:1).
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Aunque este mundo caído no tiene un motivo raíz para celebrar el Día de
Acción de Gracias, nosotros tenemos un motivo bíblico correcto y verdadero
para celebrarlo
En el mundo secular no hay nadie a quién agradecer, sino a nosotros mismos.
Eso equivaldría a un mono expresando agradecimiento a sí mismo por los
bananos que crecen en los árboles. ¿El mono plantó los árboles? ¿El mono
produjo los plátanos? ¿Trajo el mono tal cosa a la existencia? ¿Existe el mono en
sí mismo? Digo todo esto porque quiero dejar algo claro: lo que tenemos no es
nuestro, ni siquiera el aire que respiramos. Todo lo que tenemos, lo tenemos por
cuenta de Dios, porque Él es el Creador del cielo y de la tierra.
Damos gracias a Dios porque Dios está cerca. Él no es un Dios que está
distante; Él no es un Dios que está lejos. Él no es un Dios hecho por manos
humanas; Él no es un Dios inventado por nuestra imaginación. Él no es un Dios
que se hace el sordo a aquellos que lo llaman; Él no es un Dios que se hace el
desentendido con los afligidos y perseguidos. Él no es un Dios que exige cierta
cantidad de buenas obras para extender la mano de la comunión. Él es un Dios
que, por su gracia abundante, hizo un camino para nosotros —miserables
pecadores— a través del sacrificio redentor de su Hijo. Esta salvación no solo nos
hizo justos de nuevo, sino que también nos reconcilió en comunión con Él.
Damos gracias a Dios por lo que Él logró en la cruz, porque como el apóstol
Pablo escribió: «Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún
pecadores, Cristo murió por nosotros» (Ro 5:8). Damos gracias porque todos los
que lo llaman lo encuentran cerca. Él es un Dios que se humilló a sí mismo para
rescatarnos de nuestra depravación. Él es un Dios que nos invita a una
comunión llena de vida eterna. Él es un Dios al que podemos orar y confiar con
certeza, no solo que nos escucha, sino que también está íntimamente involucrado
con cada aspecto de nuestras vidas. En tiempos de prosperidad, Él está allí. En
tiempos de pobreza, Él está allí. En tiempos de salud, Él está allí. En tiempos de
enfermedad, Él está allí.
Damos gracias a Dios porque esta comunión a la que Él nos invita no depende
de nuestras obras. Si ese fuera el caso, habríamos sido descalificados
rápidamente. Esta es una comunión que depende totalmente de su gracia y es
una comunión que solo se puede disfrutar cuando permanecemos en Él. Como
John Newton, el excomerciante de esclavos y famoso escritor de himnos escribió:
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«Sublime Gracia del Señor, que a un infeliz salvó. Fui ciego mas hoy miro yo.
Perdido y Él me halló».
Como escribe el salmista: «Te damos gracias, oh Dios, te damos gracias, pues
cercano está Tu nombre» (Sal 75:1). ¡Qué cercanía es esa! Una cercanía que, si se
abraza, resultará en la experiencia de la obra más maravillosa de Dios, porque
como dijo Charles Spurgeon: «La cercanía a Dios trae semejanza a Dios. Cuanto
más veas a Dios, más de Dios se verá en ti».[1]
[1] Charles Spurgeon, The Complete Works of C.H. Spurgeon, Vol. 29: Sermons
1698-1756 (Delmarva Publications, 2015), No. 1725, Part III.
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Steven R. Martins es el pastor fundador de Sevilla Chapel y director del Cántaro Institute en St.
Catharines, Ontario. Él ha trabajado en los campos de la apologética misional y en el liderazgo de
la iglesia por ocho años. Ha hablado en numerosas conferencias, iglesias y eventos estudiantiles de
Universidades. Steven tiene una Maestría summa cum laude en Estudios Teológicos con un
enfoque en la apologética cristiana de la Veritas International University (Santa Ana, CA., EE.UU.) y
un Bachelors Degree de Human Resources Management de York University (Toronto, ON.,
Canadá). Steven está casado con Cindy y viven en Lincoln, Ontario, con sus hijos Matthias y
Timothy.
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Si rechazamos estas motivaciones que no honran ni al Espíritu Santo ni a
Jesucristo nuestro Salvador, entonces debemos concentrarnos en descubrir las
motivaciones correctas y bíblicas que nos impulsen a plantar iglesias saludables.
Puntos principales
La Biblia afirma una y otra vez que Dios es amoroso y misericordioso. El Dios
de la Biblia es el Dios de amor de los salmos.
Sobre este Dios de amor, Pablo pregunta: “El que no escatimó ni a su propio
Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él
todas las cosas?” (Ro. 8:32). Pedro también afirma que Dios es un Dios de amor y
misericordia, y que Él “es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno
perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 P. 3:9).
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En Cristo Jesús nos hemos convertido en hijos de este Padre amoroso y
misericordioso (Jn. 1:12).
Cada vez que participamos de la Cena del Señor, en comunión con nuestros
hermanos en Cristo, podemos recordar la sangre que fue derramada para sellar el
nuevo pacto (Mt. 26:26-29), en propiciación por los pecados de todo el mundo (1
Jn. 2:2), en rescate por muchos (Mt. 20:28; 1 P. 1:18-19) y para reconciliar a todo
el mundo con Dios (2 Co. 5:18-21; Ef. 2:16; Col. 1:20-21).
Ser hijos de Dios significa plantar iglesias saludables. Nuestro Padre celestial
busca a los perdidos y como sus hijos debemos hacer lo mismo. La base
fundamental de plantar iglesias saludables reside en la naturaleza del Dios de la
Biblia, amoroso, misericordioso, que se revela a los seres humanos y busca
establecer un pacto con ellos. De ser así, plantar iglesias no es opcional. Al
contrario, es parte de la esencia de nuestra fe.
Si somos hijos de este Dios, debemos hacer todo lo posible para buscar, hallar,
recibir e incorporar dentro de la comunidad de fe a todos los seres humanos,
para que se reconcilien con Él (2 Co. 5).
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La forma en la que Dios muestra su amor y su misericordia (buscando y
salvando a los perdidos) es el fundamento para la misión de Jesucristo, el envío
del Espíritu Santo y el llamado de la iglesia a anunciar en todo el mundo las
buenas nuevas del reino de Dios, para alabanza de su gloria.
A. La encarnación
Así como Dios se encarnó para morar entre los seres humanos, así también los
discípulos de Cristo forman parte de comunidades, pueblos y ciudades. Debido a
esto, plantar iglesias saludables garantiza que el evangelio nazca y
crezca en lugares concretos, entre personas específicas. Y esas nuevas
congregaciones son en realidad embajadoras de la presencia y la gracia de Dios
en ese lugar. Por medio de ese grupo de seguidores de Cristo, Dios invita a todos
los que los rodean a reconciliarse con Él.
B. La contextualización
C. El envío en misión
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(Mt. 28:18-20, Mt. 10:5-15; Mr. 16:15-16; Lc. 24:46-49, Hch. 1:8;
Jn. 15:12-17 y 21:15-17
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¿Por qué plantar iglesias saludables? Porque por medio de ellas el Espíritu
Santo quiere seguir transformando la vida de todas las personas. El Espíritu
Santo quiere plantar congregaciones saludables compuestas de mujeres y
hombres que representen a “todos los pueblos”. Y queda claro en el desarrollo de
la historia de Hechos que para lograr esa meta el Espíritu Santo utiliza a los
seguidores de Cristo de las iglesias locales. Este proceso es la norma del Nuevo
Testamento.
El Espíritu Santo…
Crea la iglesia
Reforma y transforma la iglesia
Da poder a la iglesia
Unifica la iglesia
Da nueva sabiduría e iluminación a las palabras de Jesús
Envía a la iglesia
Crea en la iglesia el deseo de crecer
Acompaña la iglesia en su misión
Guía a la iglesia
Ora por medio de la iglesia e intercede por ella
Da a la iglesia las palabras de testimonio y proclamación
Facilita la comunicación
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Desarrolla y facilita la receptividad en los oyentes
Convence de pecado, de justicia y de juicio
Convierte a las personas a la fe en Jesucristo
Reúne y unifica a los cristianos para que juntos sean la iglesia
Construye la comunidad de fe, la edifica y la hace crecer
Recibe a los nuevos creyentes
De nuevo envía a la iglesia a un mundo que Dios ama tanto
Los dones del Espíritu son dones misioneros que el Espíritu Santo quiere
utilizar para tocar la vida de los que aún no son discípulos de Cristo, para
transformarlos y unirlos a la iglesia de Cristo, formando nuevas congregaciones
saludables.
Dado que esos dones son precisamente del Espíritu Santo, se deben ejercer
únicamente en un ambiente empapado por el fruto del Espíritu: amor, gozo, paz,
paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gá. 5:22-23; Ef.
4:1-6).
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Cuando se multiplican iglesias nuevas y saludables, ¿qué es lo que se está
multiplicando? La respuesta se puede encontrar en Hechos 2 y 1 Tesalonicenses
1. En ambos casos tenemos la descripción de una nueva congregación que tiene
menos de un año de haberse fundado. Lucas nos explica las características de la
nueva congregación en Hechos 2:43-47 con el propósito de comprobar que estos
son auténticos judíos mesiánicos que cumplen fielmente el Antiguo Testamento y
a la vez son fieles seguidores del Mesías, Jesús de Nazaret. Nuestras
congregaciones y las nuevas iglesias saludables deben tener las siguientes
características:
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El reino de Dios y la iglesia se relacionan en la persona de Jesucristo, el rey del
reino y la cabeza de la iglesia. El creyente llega a ser parte del reino de Dios en el
tiempo y en el espacio a través de la redención en Jesucristo, “la cabeza del
cuerpo, la iglesia”.
Las congregaciones misioneras existen porque son una comunidad del pacto
del rey, llamadas a ser instrumentos en las manos de Dios para la
transformación de su entorno y para bendición de las naciones. En palabras
de René Padilla:
Todas las iglesias están llamadas a colaborar con Dios en la transformación del
mundo a partir del evangelio centrado en Jesucristo como Señor del universo, cuyo
señorío provee la base para una eclesiología integral y una misión integral.
La iglesia no puede crear, traer o edificar el reino, solo puede y debe ser
testigo de él
La iglesia no puede traer el reino; solo el rey puede hacer eso. Lo que la iglesia
puede hacer es proclamar, congregar y crecer en la expectativa del día cuando
todos los pueblos se postrarán de rodillas y confesarán con sus labios que Jesús
es el Señor (Fil. 2:10)
Plantar, hacer crecer y vigilar por el desarrollo de la iglesia local es solo la meta
penúltima de nuestra misión, como Orlando Costas nos hizo ver. La meta final de
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nuestra labor misionera es la gloria de Dios, como lo veremos en la última parte
de este capítulo.
Por el Padre:
1. Escogidos
2. Hechos santos
3. Predestinados
4. Adoptados
Coro: Para alabanza de su gloria
Por el Hijo
5. Redimidos
6. Perdonados
7. Hechos partícipes del misterio
8. Unidos con Cristo
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9. Herederos con Él
Coro: Para alabanza de su gloria
10. Sellados por el Espíritu Santo de la promesa quien es las arras (el
primer pago) de nuestra herencia hasta la redención de la posesión
Coro: Para alabanza de su gloria
B. La visión de Apocalipsis
Unidos todos los pueblos, las familias, las lenguas, las tribus del mundo
alaban a Dios con el himno de la eternidad:
Conclusión
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