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ingerida desaparecieron y la alegría de pasear por las calles de la capital

BUSCANDO BALLENAS argentina actuó como espléndido augurio de la belleza que nos esperaba. El
viaje desde Buenos Aires hasta la Península Valdés lo hicimos en un coche
alquilado. Primer error. Nunca alquiles un coche para hacer un viaje demasiado
Juan Bonilla largo en un país demasiado deshabitado. Por supuesto el carro nos dejó tirados
a los 200 kilómetros, y entonces aquella alegría bonaerense 1 que nos auguraba
un feliz trayecto, empezó a gangrenarse. A quién se le ocurriría la estúpida idea
de alquilar un puto coche, por qué cojones no fuimos en avión en vez de
dedicarnos a querer ser un Bruce Chatwin de pacotilla, grité nervioso. Por
supuesto la idea de alquilar el coche y renunciar al avión habían sido mía, el
único de la expedición por lo demás que sabía quién era Bruce Chatwin, o sea,
que si mi cabreo tenía alguna justificación sólo se debía al hecho de que no
había nadie a quien culpar que no fuese yo mismo. Esperamos pacientemente
que pasara alguien a socorrernos, pero por aquellas carreteras polvorientas no
solía haber demasiado tráfico, así que tuvimos que armarnos de sosiego –otra
vez las drogas– y hacer uso de la batería de chistes que cada cual se sabía para
Me dejé convencer para que me agregara a una excursión que iría a la Península soportar la situación. No hay nada más triste que un festival de chistes contados
de Valdés, en la Argentina, con el único fin de ver muy de cerca a las ballenas. A por exigencia de las circunstancias, puedo asegurarlo. Además los chistes más
mí las ballenas me han fascinado siempre, sus cantos dramáticos, su corpulencia malos eran los míos, y los demás miembros de la expedición ya empezaban a
mítica, su literatura. De adolescente leí Moby Dick con esa pasión que sólo pensar que quizá no había sido una buena idea invitarme a que los acompañara.
tienen las lecturas que hacemos por una misteriosa necesidad de escapar de los
ángulos sombríos de la realidad, y también vi la película de John Huston, y La noche se nos echó encima y la temperatura nos exigió que buscáramos
decenas de reportajes sobre las ballenas que por mucho que me contaran sobre abrigo en las maletas. Las miradas de rencor se incrementaban conforme
ellas, no lograban quitarles el misterio, sino todo lo contrario, contribuían a pasaban las horas y el hambre empezaba a hacer rugir nuestros estómagos.
hacerlas más enigmáticas y poéticas. Detestaba a las orcas, sí, aunque nada me Delante teníamos una extensión exagerada de nada, en la que la carretera se
impresionó más que ver cómo cazaban focas en las orillas de las playas. perdía sin que unos faros acortaran la distancia que nos separaba del horizonte.
Tampoco me resultaban especialmente atractivas las ballenas del polo, su Programamos turnos de vigilancia para que el paso de algún camión no nos
blancura me molestaba porque soy del Barça hasta el punto, completamente pillara dormidos. El reparto fue injusto, ya que a mí me tocó quedarme toda la
estúpido, de pensar mal de todo el que viste de blanco. Así que cuando surgió la madrugada, para que no se me volviera a ocurrir opinar. Acepté porque no tenía
posibilidad de viajar hasta la Península Valdés, no me lo pensé dos veces: sueño y porque la conciencia de la culpa me iba a ayudar a permanecer alerta. A
viajaría al verano argentino en pleno enero europeo. Ya había estado en Buenos eso de las tres de la madrugada arriesgué mi vida interponiéndome en la
Aires, y el hecho de poder volver a una de mis ciudades favoritas me ayudaba a carretera al paso de un autobús. El chófer se negó a llevarnos, tan sólo
vencer la pereza y el miedo al avión que nunca había padecido hasta que, pocos conseguimos que arrimara a un embajador de nuestra expedición al pueblo más
meses antes de emprender aquel viaje, fui uno de los pasajeros a los que en un cercano para que tratara de conseguir un mecánico u otro coche. No quise ser
vuelo doméstico se les avisó que sus minutos estaban contados porque iba a ser yo ese embajador porque temía que aprovechando mi ausencia mis compañeros
difícil que el piloto pudiera aterrizar con éxito. de expedición decidirían desperdigarse cada cual a su suerte, con tal de no
seguir compartiendo conmigo aquel viaje. Nuestro embajador regresó al
Por supuesto me drogué para soportar las 16 horas de avión que separan
Madrid de Buenos Aires. Pero una vez en Buenos Aires los efectos de la droga 1
Bonaerense: Perteneciente o relativo a la provincia de Buenos Aires o a los bonaerenses.
amanecer acompañado de un viejo que le echó un vistazo al carro, dijo que lo Seguíamos viendo la cola impresionante alzada del mar, pero ya a sólo 10
mejor sería remolcarlo hasta el pueblo y venderlo allí a algún ciego. ¿Cómo metros. Me asusté, por supuesto. Bastaba que a la ballena le diera por hacer
llegaríamos a la Península Valdés? Pues como todo el mundo, dijo el viejo, en una pirueta para que la barca se rompiera y naufragásemos. No pasa nada, dijo
bus. Y allí nos vimos, después de depositar el carro alquilado en un garage que el capitán. Ella sabe que no vamos a hacerle daño, está luciéndose, eso es todo,
servía más bien de establo, embarcando en un avejentado bus que completaría dijo. Aproveché para hacer la única foto que pude hacer, una foto que no he
el viaje. Por supuesto soporto mal los autobuses, así que me drogué para que podido mostrar a nadie, una foto que no existe. Porque la ballena, por supuesto,
mis compañeros de viaje no tuvieran que soportarme a mí. Cuando desperté ya bajó la cola con toda la violencia de la que era capaz, levantó una ola
estábamos en la puerta de un hotel minuciosamente diseñado para que ningún espontánea que hirió a la barca, y nos hizo saltar por los aires. Mientras subía
cliente permaneciera más de una jornada en sus instalaciones. ¿Quién eligió por el aire y me alejaba del agua como impulsado desde arriba por una mano,
este hotel?, pregunté con un asomo de enojo. Por supuesto las miradas pensé: no voy a caer, no voy a caer. Y cuando estaba cayendo me dije: esto no lo
enfurecidas de mis compañeros convirtieron en inútil la respuesta. voy a contar nunca, no lo voy a contar nunca. Y cuando me di de bruces contra
el agua, a muchos metros de donde se produjo el aletazo tremendo que
Pero vamos, vamos, compañeros, traté de animarlos, estamos aquí, nuestro esparció a todos los incautos de la barca, maldije a Moby Dick, a Melville, a John
sueño de ver de cerca las ballenas, de sentir su respiración y verlas dar Houston, a los documentales de la 2 y al niño aquel que fui que se quedaba
volteretas, se va a cumplir, ya está al alcance de la mano. Al amanecer nos fascinado con el canto de las ballenas y esas sonrisas tan encantadoras que
dirigimos al puerto del que salían las barcazas con turistas y guía, todos mostraban siempre en los cromos.
perfectamente equipados con cámaras de fotos y salvavidas alrededor del
cuello. Se me ocurrió que alquilar una barca de remos y sin guía iba a salirnos
más barato y sería una manera más digna y valiente de cumplir nuestro sueño.
No quisieron escucharme, desde luego, así que no me quedó más remedio que
alistarme con unos alemanes que, al no conocerme, me admitieron como
compañero de viaje. Remé con ellos hasta adentrarnos en la bahía en la que
pastaban las ballenas, féminas y cachorros de vacaciones que se dedicaban a
tomar el sol, a no hacer nada, a prepararse para el largo viaje mediante el que,
al terminar el verano austral, llegarían a las costas africanas. La emoción de
sentir el sonido de sus avisos y cánticos me aceleraba el corazón y me llenaba de
orgullo. Me decía a mí mismo, mis pobres compañeros de viaje podrán vacilar
de haber visto las ballenas desde su motorizado barco, pero no habrán sentido
esto que estoy sintiendo yo. El capitán de nuestra barca, un alemán rocoso de
unos 50 años que según explicaba a los que no confiaban en él, llevaba 10 años
estudiando a las ballenas, pidió a los que remábamos que parásemos. No
convenía perturbar a las ballenas. Veíamos una cola gigantesca a unos 20
metros. Y más allá, a unos 50 metros, se ubicaba un grupo de ballenas que
protegían a sus ballenatos o se dedicaban a entretenerse dando volteretas y
levantando hongos de agua que las cámaras de los turistas más atentos
captaban. Una sueca preguntó al capitán si no sería conveniente que no nos
arrimáramos demasiado: a 20 metros se está bien, creo que dijo. La barca
seguía avanzando aunque no remáramos: era como si la ballena nos imantara.

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