Está en la página 1de 21

Extra 1

DYLAN:

¿Sonaría egoísta si admitiera que no quería regresar a la ciudad?


Porque lo cierto era que habían tenido las mejores dos semanas
de mi vida, y no quería que terminaran.

Vale, sí echaba de menos a Chase y a Sawyer, no iba a


negarlo. Desde que pasé el verano anterior en casa de la tía
Deph, supe que el siguiente verano estaría dedicado cien por
ciento a mis chicos, sobre todo porque ellos se irían a la
universidad y quería disfrutarlos tanto como pudiera. Solo
que… no contaba con que la vida tuviera planes totalmente
distintos para nosotros, ni mucho menos que acabaría viajando
por carretera con West Collins.

Mi novio, West Collins.

El término aún se sentía raro. No raro en el sentido de que me


incomodara escuchar a West presentándome y refiriéndose a mí
como «su novia». Créanme, no me incomodaba en absoluto. De
hecho, hubo muchas ocasiones a lo largo del viaje donde tuve
que esconder mi sonrisa para evitar ser tan obvia.

Me gustaba mucho ser la novia de West Collins. Y creo que


eso era lo que lo hacía raro, porque si meses atrás me hubiese
topado con un vidente, y este me hubiera dicho que el futuro
sería exactamente como lo estaba viviendo, todavía estuviera
riéndome en su cara por lo ridículo y absurdo que era
imaginármelo.

—Estás jodiéndome, ¿no es así? Vale, muéstrame la cámara,


porque estoy segura de que esto tiene que ser uno de esos
programas de bromas pesadas que pasan en la televisión. —Esa
hubiera sido mi respuesta.
Sin embargo, heme ahí, sintiéndome genuinamente triste
debido a que mis pequeñas vacaciones con West estaban
llegando a su fin.

Viajar por carretera de Columbus hasta Houston, y de regreso,


fue un recorrido agotador. Muchas noches incómodas dentro de
su camioneta, muchos cafés cargados hasta el tope de cafeína
para evitar dormirnos en el camino y mucho estrés gracias a
fallas absurdas de Google Maps —o bueno, lo admito, gracias a
fallas de mi cerebro incapaz de ubicarse bien—. Pero valió la
pena cada condenado segundo. Por la compañía, por todos los
lugares que tuvimos la oportunidad de visitar y sobre todo, por
los momentos que pudimos compartir juntos, solo nosotros.

Incluyendo, por supuesto, esa parada en el pueblo de Texas


hacía un par de días atrás.

—¿Por qué la sonrisa?

La voz de West me trajo de vuelta al presente y sentí que mi


rostro se llenaba de un tipo de rubor del cual continuaba
acostumbrándome.

El rubor de: «Mierda, Dyl, te pillaron de nuevo fantaseando


sobre sexo».

—¿Tan feliz estás de regresar a la ciudad para no tener que ver


mi cara las veinticuatro horas del día? —añadió, divertido.

Puse los ojos en blanco y sacudí la cabeza.

—Sí, ya se estaba tornando molesto ver lo bien que luces hasta


recién levantado —bromeé de vuelta, haciéndolo soltar una
carcajada que evolucionó rápidamente a un largo bostezo.

Me contagié del bostezo, sintiéndome igual de cansada que él.


El día anterior habíamos acordado en que solo nos quedaríamos
una noche en la ciudad de San Luis, descansaríamos lo
suficiente en un motel y luego recorreríamos las seis horas de
viaje restantes hasta Columbus. No obstante, West logró
convencerme de levantarnos y quedarnos un rato a explorar,
por lo que, en vez de descansar, turisteamos durante gran parte
del día y para cuando era hora de ponernos en marcha,
estábamos exhaustos.

—¿Quieres un poco de café? —le pregunté, echándole un


vistazo de reojo.

Ugh, incluso con ojeras bajo sus ojos y su cabello despeinado,


se las manejaba para estar igual de atractivo como siempre.

—No, estoy bien —contestó, extendiendo una mano a través


del apoyabrazos para tomar la mía y entrelazar sus dedos—. Si
ves que me estoy durmiendo, solo abofetéame.

—¿Qué? —me alarmé, poniéndome recta en mi asiento—. No


bromees de nuevo sobre quedarte dormido, todavía no te he
perdonado por lo que ocurrió esa última vez.

Él dejó escapar una risa entre dientes. Se había convertido en


una broma recurrente desde que comenzamos el viaje. Y
créanme, West era el único que se reía de su actuación. La
última vez en serio me lo creí, estábamos viajando en medio de
la noche y cuando volteé, tenía los ojos cerrados y la cabeza
inclinada hacia atrás. Casi hago que nos salgamos de la carretera
en un intento de «salvarnos».

—Tienes que admitir que fue gracioso —se rio, sin mostrar ni
una pizca de arrepentimiento.

—No lo fue —recordé, mortificada—. La policía pensó que


estábamos ebrios, nos obligaron a hacernos una prueba con el
alcoholímetro.

—Lo sé, pero, oye, luego te felicitaron por tener una reacción
rápida ante posibles accidentes.

Él sonrió y se inclinó un poco hacia el parabrisas. No había


nada más que campos de cultivo a nuestro alrededor, los cuales,
siendo honesta, se veían algo tenebrosos ya que era de noche y
había luna llena.

—¿Sabes qué? Me parece un excelente idea —


ROOM 609

—Bueno, por ahora no tenemos habitaciones con camas


individuales. La única disponible para dos personas es de una
cama doble.

Miré a la uniformada delgada señora tras el mostrador y


luego a West. Miles de consecuencias a raíz de este problema se
me cruzaron por la cabeza.

Así de mala era mi suerte. Joder, íbamos a ir a un motel hasta


que yo insistí en que los moteles eran una mierda y sólo servían
para rapiditos por el camino. Yo y mi gran bocota.

—Así que… ¿La van a tomar?—nos preguntó la castaña al ver


que aún no decidíamos nada, que sólo nos mirábamos a ver
quién cedía primero en nuestra batalla intensa de miradas.

—No lo sé, ¿la vamos a tomar, Dylan? —West me dedicó una


sonrisa de suficiencia que claramente decía “te dije que era
mejor el motel”.

Resoplé con resignación. Teníamos más de seis putas horas de


viaje sin descanso encima, lo menos que quería hacer era
ponerme a discutir por mí error.

Para ser honesta, me dolía el trasero de tanto estar sentada.

—Sí, sí, de acuerdo —acepté, poniendo los ojos en blanco. Sin


tener muchas más opciones.

Sólo quería darme una ducha relajante e irme a la cama. El día


había sido realmente divertido, pero bastante pesado. Esta era
nuestra cuarta parada en todo el viaje, estábamos en algún lugar
de Texas y habíamos visitado la ciudad antes de decidir que
merecíamos un cómodo descanso. En las paradas pasadas, no
habíamos tenido la oportunidad de alojarnos en un lugar tan
cómodo y bonito como este se veía, habíamos decidido tener la
experiencia completa de viajeros, por lo que en Dallas
alquilamos un espacio en un complejo de remolques durante un
par de días mientras hacíamos turismo. Pero hoy, estábamos
agotados y necesitábamos con urgencia una cama bastante
esponjosa con almohadas, en vez del rígido asiento trasero de su
camioneta.

—Tomaremos la habitación —le indicó mi compañero,


volviéndose hacia la mujer y sonriéndole con cortesía.

Bien, esto de dormir en la misma cama que mi atractivo


novio, se convertiría en un deporte extremo. Estaba 100% segura
de eso.

Es decir, no era como si estuviéramos evitando estar solos,


dormir en un complejo de remolques significaba tener cero
privacidad durante nuestras calientes sesiones de besuqueo.
Siempre que intentábamos llegar así fuese un poco más lejos de
lo usual, éramos sorprendidos con voces a lo lejos o personas
que querían socializar con nosotros, así que no habíamos tenido
mucho tiempo de pensar en lo que pudiese pasar en una
situación como la que estábamos a punto de experimentar. Los
dos solos, en la habitación de un hotel.

Me tomó de la mano y subimos al ascensor en completo


silencio. Nos mantuvimos así, hasta que el número 5 alumbrado
en rojo hizo que la máquina se detuviera, abriéndonos las
puertas de nuestro piso.

—Es la número 609 —comentó West, con una pizca de


picardía en su voz, caminando tras de mí mientras cargaba
nuestro equipaje.

—Irónico, ¿o qué? —murmuré para mí misma.

El interior de la habitación era acogedor. Las paredes eran de


un papel tapiz oscuro. Mucha decoración de madera. Una buena
vista de la ciudad. Y una gran cama en el centro que ahora
mismo se veía demasiado cómoda y peligrosa al mismo tiempo.

—Lindo —comentó él, sentándose sobre la cama, aún


apreciando el lugar—.Ven a probar esto, bebé, es jodidamente
cómodo comparado con los asientos de cuero.
Reí al verlo dar saltitos en el colchón como un niño pequeño.

—Que vengas, te digo —me ordenó de nuevo, esta vez


usando su fuerza para jalarme del brazo y hacerme caer sentada
junto a él.

Oh Dios, sí, era bastante cómodo.

—Se presta para mucho, ¿no crees? —Su aliento golpeó mi


oído, haciendo que mi cuerpo se estremeciera casi
automáticamente ante su acercamiento.

Había estado jugando con este tema antes, sobre todo luego
de nuestras molestas interrupciones, bromeando acerca de lo
que hubiese pasado si las personas no se hubieran aparecido,
pero por alguna razón, mi corazón sintió que su comentario
venía con algo más oculto.

Mi corazón comenzó a latir con rapidez, recordando de


nuevo que estábamos en la habitación de un hotel. Solos.

—Vamos, bebé, estoy bromeando —Se echó a reír, mordiendo


mi oreja juguetonamente antes de apartarse—. Me encanta
hacerte sonrojar y ponerte nerviosa, es toda una faceta nueva de
ti que no me canso de ver.

—Oh, vamos, te sobreestimas, Collins —bromeé, dejando


escapar una risa que delataba por completo mis nervios.

—Claro —dijo él, fingiendo estar convencido de mis palabras


mientras dejaba caer su espalda en el colchón, mirando ahora al
techo—. Aún me cuesta creer que estamos aquí, juntos. A pesar
de que han pasado días —suspiró, sonando más serio, girando
su cuerpo para abrazar mis piernas con su brazo.

Apretó su agarre hasta que me hizo caer junto a él, en su


misma posición. Su brazo subió hasta mi cintura, acariciando la
piel desnuda de mi vientre.

—Me alegra estar aquí contigo, bebé, lo digo en serio.

Con tan sólo esas palabras, el sueño y el cansancio se


esfumaron increíblemente rápido.
Giré mi cabeza hacia él y lo miré a los ojos. Él me devolvía la
mirada con ojos brillantes, profundos y necesitados. Sabía
perfectamente lo que estaba pensando, había notado esa mirada
antes. Para ser más específica, durante nuestras sesiones de
besuqueo más íntimas. Era su mirada de deseo.

Le sostuve la mirada hasta que el calor que estaba sintiendo


en todo mi jodido cuerpo hizo que desviara mis ojos hacia el
techo. Dejé escapar un suspiro, sintiéndome de repente
cohibida, lo cual era un estado extraño donde estar. Yo nunca
me había caracterizado por ser… tímida.

Deseaba a West. Sería ridículo no admitir eso. Era West


Collins, para este punto sólo le bastaba una mirada para
ponerme toda ruborizada y teniendo malos pensamientos que lo
involucraban sin ropa. Y sí, mientras más lejos llegábamos
cuando nos besábamos, más emocionada y expectante me
sentía.

Sin embargo, no sabía qué hacer, cómo actuar o qué decir en


este tipo de situación. La situación donde no había alguna otra
cosa que nos separara del momento de… bueno, entregar todo.
Al menos para mí.

No crean que se trata de la virginidad. Nunca había tomado la


virginidad como un tema demasiado importante y sagrado o
cualquier mierda parecida. Tal vez porque antes no tenía
necesidad de hacerlo, ya que no me encontraba muy interesada
en tener algún tipo de contacto físico/emocional con chicos. Más
ahora en todo lo que podía pensar era en cuán experto West
parecía ser, y cuán inocente a ciertas cosas era yo.

Sí, yo, Dylan Carter, me sentía realmente aterrada en este


momento. Porque deseaba a West, el chico que nunca pensé que
se enamoraría de nadie en su vida y que me había demostrado
lo tanto que le gustaba. El chico que me había sacado en un viaje
de carretera, y que a pesar de eso, no había sobrepasado sus
límites en ningún momento.

El que ahora me estaba mirando con tanta intensidad que


tuve que encararlo.
—Un centavo por tus pensamientos —me preguntó en voz
baja. Su rostro se encontraba cerca del mío. Casi nariz con nariz
—. Quiero saber qué pasa por tu cabeza. ¿O lo debo adivinar?

Escaneé su rostro, tomándome mi tiempo en entender por


qué mi pecho se sentía tan agitado. No era sólo deseo lo que me
transmitía, no se trataba de eso. Era una sensación distinta,
instalada en la boca de mi estómago.

Como si cincuenta malditas mariposas hubieran consumido


éxtasis y las hubieran soltado dentro de mí.

—Mi cabeza es un jodido desastre en este instante —contesté,


bajando la mirada hacia sus entreabiertos y provocativos labios
— No quieres saber lo que estoy pensando.

—Siempre puedes pruébame —dijo en tono seductor,


percatándose que mis ojos no parecían querer moverse de su
boca.

—No te pases de listo, Collins.

La falta de convicción y carácter en mi voz lo hizo reír,


acercándose por un potente, pero rápido beso.

—Prometo no pasarme de listo hoy, Carter, no tienes por qué


preocuparte por mí esta noche —me aseguró, quitando un
mechón de cabello de mi rostro—. Me detendré como siempre.

—¿Y qué pasa… si no quiero que lo hagas? —susurré,


tragando saliva

Su rostro fue un gracioso desfile de expresiones; sorpresa,


felicidad, nerviosismo, perplejidad. Un poco de todas estas.

—¿Escuché mal? —preguntó, sorprendido, sacudiendo la


cabeza—. Bebé, no tienes por qué acceder sólo debido a la
situación. Estoy bien con solamente besarnos y dormir en
posición de cucharita luego, ¿sabes?

—Vamos, Collins, has tenido que salir de la camioneta a “dar


un paseo” más de una vez —le recordé, volviendo a la última
ocasión, donde estaba tan agitado que regresó unos quince
minutos después de su larga caminata para calmarse.
Él se encogió de hombros, luciendo algo avergonzado.

—Lo sé, lo sé, eso no significa que quiero hacerlo en este


momento, a eso se le llama “jodida naturaleza vergonzosa” —
comentó, señalando su entrepierna—. Eso ocurre cuando se
desea a la otra persona tanto que el pequeño Collins no puede
ocultar su felicidad.

—Dime que no lo has llamado “El Pequeño Collins” —Me


cubrí el rostro con las manos, soltando una carcajada llena de
mortificación.

Aunque, pensándolo bien, lo había, pues… sentido antes y ese


nombre no le hacía nada de justicia.

Bien, callaré mi nerviosa bocota.

—Relájate, Carter —Quitó mis manos con las suyas para


poder verme a la cara, luciendo divertido—. Te amo con o sin
sexo. Con o sin la jodida naturaleza vergonzosa, y estamos aquí
en este viaje porque quería pasar todo el tiempo que pudiera
obtener contigo antes de irme a la universidad, no porque
quería aprovecharme de la caliente hermana de mi mejor amigo.

Me tardé unos largos segundos en procesar sus palabras. Era


primera vez que me decía que me amaba de esa forma, de la
manera oficial, quiero decir. Lo hacía saber con distintas cosas
desde que estábamos juntos, pero nunca la palabra con “A”
había salido de sus labios hasta este momento.

Las malditas mariposas en éxtasis estaban a punto de abrir en


dos mi estómago.

¿Era esto que estaba sintiendo…, la palabra con “A” también?

—¿Así que no quieres aprovecharte de la caliente hermana de


tu mejor amigo? —pregunté, un poco sin aliento e intentando no
parecerlo, ya que seguía procesando todo.

—Sólo quiero aprovecharme si ella quiere que lo haga —Alzó


los labios, demostrándome una deslumbrante sonrisa—. Decir
que te deseo en este instante es un eufemismo, pero no voy a
presionar, ya te lo dije, bebé.
—También te amo —solté de repente, mi corazón hablando
fuerte y claro antes de que las mariposas pudieran escapar—.
Joder, te amo, Collins.

Su rostro se iluminó de la emoción y alzó sus cejas en


sorpresa. Parecía extremadamente feliz. Al igual que yo.

—Y quiero que te aproveches de la caliente hermana de tu


mejor amigo. Mucho.

No podía decir con certeza si estaba completamente lista o no


para esto, pero diablos, tenía tantas ganas de tenerlo ahora
mismo que no pensaba claramente. Sólo lo quería conmigo,
ahora. Probando si la cama era tan cómoda como se veía.

No podía creer que estaba pensando y diciéndome esto…


pero quería hacer el amor. Con West Collins.

¿Qué tan irreal era eso?

—Carter —suspiró mi nombre entre sus dientes, como si


hubiera estado conteniendo el aliento durante unos largos
segundos después de mi “Te amo”—. ¿Estás segura? Porque
después de lo que acabas de decir, no creo que me pueda
jodidamente detener.

Se colocó encima de mí, sosteniéndose sobre sus manos


mientras me miraba con intensidad, esperando mi respuesta.

—Estaré cabreada si no lo haces ahora mismo —insistí,


clavando mis talones en sus muslos para hacerlo apretarse
contra mí.

Apartó unos mechones de cabello fuera de mi rostro y sonrió


a medias, antes de mirar hacia el techo con dramatismo.

—Lo siento tanto, Chase. De verdad, no estaba en mis planes


meterme en sus pantalones, pero ella está insistiendo, lo juro —
expresó, haciéndome casi retorcer de la risa.

—¡Eres un idiota! —me reí, dándole una palmada a su brazo.

—Un idiota que acabas de decir que amas —bromeó,


tomando mis muñecas e inmovilizando mis brazos sobre mi
cabeza—. Y un idiota que hará lo mejor que pueda esta noche.
Solté una divertida risa.

—¿Ah, sí? Lo dice el chico del que todas las chicas hablan y lo
catalogan como un Dios Sexual —Enarqué una ceja con ironía.

—No fueron tantas —Él puso los ojos en blanco, aunque


sonriendo—. Tu hermano, por otro lado, sí es un jodido
prostituto.

—¿Podemos no hablar de Chase siendo un prostituto


mientras estamos haciendo esto? —le pedí, empezando a
sonrojarme de nuevo.

—Bien —Se echó a reír, dejando un beso en mi barbilla—.


Pero a pesar de lo de Dios Sexual, hay una gran diferencia entre
esas otras chicas y tú —añadió, ahora plantando otro beso en mi
frente—, te amo a ti y quiero hacerlo bien. Si no, me terminarás
dejando por ser mal polvo, ¿sabes? Es una posibilidad.

El color no tardó en adornar mis mejillas de un intenso rojo.

—Eso no está en mis planes, Collins —Estiré mi cuello y fue


mi turno de besarlo a él, en sus labios—. Realmente no podría
darme cuenta si eres mal polvo o no, e incluso, no creo que te
dejaría por eso.

Su sonrisa y su expresión divertida disminuyeron hasta que


todo lo que me transmitía su rostro era seriedad. Dejó ir mis
muñecas, ya que parecía a punto de tener sus manos ocupadas
en otros lugares de mi cuerpo.

—Iré despacio, por si quieres detenerte —terció, poniéndose


más cómodo encima de mí.

Asentí con la cabeza, sin decir nada. El pulso se me aceleró de


un segundo a otro, haciéndome callar abruptamente.

Mierda. Esto iba a pasar.

Sin dejar de mirarme, su mano bajó con suavidad por un


costado de mi cuerpo y se detuvo en el borde de mi camiseta,
pidiéndome permiso con sus ojos para quitarla del camino.

Me levanté un poco, dándole una silenciosa respuesta


mientras él trazaba la forma de mis curvas con ambas manos
ahora, llevando el pedazo de tela hacia mi cabeza con una
lentitud que me hizo dejar escapar un pesado suspiro. Sentí
cómo cada vello de mi cuerpo se erizaba ante nuestro contacto
piel con piel.

Maldito seas, bésame ya.

Como si me estuviera leyendo la mente, una mano se movió


de vuelta a mi rostro, atrapando mi mandíbula entre sus dedos
y luego, me besó con fuerza.

Una explosión de sensaciones se apoderó de mi cuerpo


entero. Nos habíamos besado antes, sí, muchísimas veces, pero
mi cabeza se sentía más mareada que de costumbre y mi
corazón estaba latiendo como si acabase de correr un maratón.
Dios mío, nunca iba cansarme de decir lo tan buen besador que
West era.

Me aferré a su cabello, profundizando el beso con demasiado


entusiasmo, sin sentirme aún saciada ni de su boca, ni de su
lengua. Jadeé en protesta cuando sus labios abandonaron los
míos, mudándose hacia mi cuello, mi clavícula, aventurándose a
través del espacio entre mis pechos y se entretuvieron en mi
abdomen, tomándose su tiempo en besar, mordisquear, lamer
cada parte de piel expuesta que pudo encontrar alrededor.

—West... —Mis dedos hicieron presión en su cabello sin


poderlo evitar. Sentía que la cama debajo de nosotros se había
convertido repentinamente en una cama giratoria—Mierda —
jadeé, sin aliento.

Esto no se sentía nada mal... Mejor que en aquel sueño hace


semanas que tuve, sin duda. No sabía las sensaciones que
embargaban en momentos así. Hasta ahora, me estaba
encantando esto del sexo y ni siquiera habíamos llegado a la
mejor parte, joder.

—Aún no termino, bebé —susurró, su aliento golpeando mi


piel mientras empezaba a dirigirse más abajo, encontrándose
con la pretina de mis jeans.

Se detuvo durante unos segundos, alzando la vista hacia mí,


de nuevo pidiendo permiso para seguir adelante, a pesar de que
su mano ya estaba sobre el botón, presionando sobre él, listo
para desabrocharlo en cuanto le diera la señal.

Por supuesto, se la di.

Me brindó una deslumbrante y fugaz sonrisa de


agradecimiento antes de desabrochar el botón, haciendo un
ademán con sus manos para que contoneara mis caderas y hacer
el trabajo de quitarlos del camino mucho más fácil.

Cuando estuve oficialmente en ropa interior debajo de él, la


piel me ardía de lo tan ruborizada que sabía que me encontraba.
Todo lo que habíamos hecho había sido debajo de la ropa hasta
este momento, aparte de aquella vez en Acción de Gracias, esta
era la segunda vez que me veía sólo en ropa en interior.

—No es justo que tú sigas completamente vestido —le


reproché, intentando verme molesta pero estaba tan caliente y
mareada que sonó más como un ruego.

West se echó a reír, sosteniéndose sobre sus rodillas para


luego sacarse su camiseta y darme una celestial vista de su
tonificado torso de jugador de fútbol.

—¿Mejor?—preguntó, divertido, arrojando mis jeans y su


camiseta a lo demás en el suelo—¿Puedo proseguir?

Asentí con la cabeza, viéndolo volver a estar encima de mí en


tan sólo tres segundos.

Pasé mis dedos por sus abdominales desnudos, su piel estaba


hirviendo y su estómago se contrajo en un gemido ante el
contacto de mis manos. No sabía si lo estaba haciendo bien o
mal, pero dejé escapar una sonrisa al darme cuenta de mi efecto
en él. Me alegraba saber que no era la única que era casi líquido
sobre el colchón.

Él hizo que rodáramos hasta que me tenía a horcajadas,


medio sentada justo encima de su muy contento “Pequeño
Collins”. Una mano suya viajó hasta lo bajo de mi espalda y se
deslizó debajo de mis pantis con estampado de Superman,
acariciando mi trasero.
¿Qué? No sabía que esto pasaría y estas pantis de cómics son
muy cómodas para viajar. No me juzguen, no tengo toda una
línea de Victoria’s Secret guardada en mi cajón. Ni soy psíquica
para saber que estaría perdiendo mi virginidad hoy, ¿bien?

Está bien, de vuelta a lo realmente bueno pasando aquí.

Su mano libre acompañó a la otra en poco tiempo y de


repente nos estábamos besando apasionadamente, gimiendo en
nuestras bocas, mientras sus manos hacían presión, empujando
nuestras caderas juntas en un torturador baile que estuvo a
punto de provocarme un jodido desmayo.

—Dios, Carter —murmuró, separando nuestros labios al


mismo tiempo que sus manos se dignaban a dejar mi trasero,
aunque esta vez, su destino fue el broche de mi sujetador.

Me erguí, luchando para no sonrojarme tanto en cuanto sentí


sus ágiles dedos desabrocharlo.

Nos miramos a los ojos durante unos largos segundos,


calmando nuestras respiraciones. Mi sujetador estaba bastante
lejos de donde debía estar y me encontraba sentada sobre él,
mostrándole totalmente mis pechos; sin embargo, tardó en
verlos… sus ojos estaban ocupados mirándome fijos, buscando
una duda en mí que no había en absoluto.

Cuando su vista viajó hacia abajo, sentí su estómago


contraerse de nuevo en un sonoro suspiro, parpadeando
hipnotizado por algo que para mí, no era nada de otro mundo,
pero viendo cómo las admiraba, me sentía toda una diosa de
revista de Playboy.

Dios, ignórenme, ¿ok? Sólo ignórenme.

—Eres tan hermosa —me dijo, pasando sus manos por mis
hombros desnudos y deslizándolas hasta que ambas estuvieron
cubriendo la reciente piel desnuda—. Y estos son hermosos
también, creo que estoy enamorado de ellos —Se inclinó a dejar
unos largos besos en ambos—. No puedo creer que sean míos —
murmuró sobre mis pechos—. Que seas mía.
Arqueé la espalda, dejando escapar un vergonzoso gemido de
entre mis dientes.

Si no hacía algo al respecto ahora, iba a desmayarme antes de


llegar a la parte crucial de todo esto. En serio.

Me dio un dulce rápido beso mientras se movía debajo de mí,


dejándome con delicadeza de espaldas sobre el colchón.

—Espera —La cama chirreó cuando se levantó.

Vi cómo rebuscaba dentro de su mochila, haciendo ruido de


bolsas plásticas, cartón, cosas revolviéndose. Segundos después,
se volvió hacia mí, llevando un pequeño material de color
metálico entre sus dedos.

Un condón. Muy importante.

—¿Quieres seguir?—Se quedó parado ahí, esperando mi


respuesta pacientemente.

—Por supuesto que sí —contesté con firmeza.

Nunca había estado tan segura de algo en mi vida. No estaba


siendo cursi, estaba siendo sincera. Y cachonda también, un
poco, probablemente.

Mi garganta se secó y mi corazón salió disparado de nuevo al


verlo desabrochar sus pantalones, sin darme ningún aviso de
que los bajaría junto a sus calzoncillos. Sin dejarme prepararme
para ver lo que había debajo de eso.

Porque, bueno, había algo debajo, algo muy aterrador y


provocativo al mismo nivel. Algo que tuve que obligar a mis
ojos no ver durante más tiempo que el necesario. Mi cuerpo
estaba en llamas ahora.

—Luces como un tomate, bebé —West ya había vuelto a la


cama y acariciaba mi caliente mejilla con su pulgar, con
expresión divertida—. Estás a un paso de convertirte en una
antorcha.

Esa era la combinación entre excitación y vergüenza que me


hacía lucir como un tomate a punto de arder en fuego.
—Si te duele, dímelo y me detendré, ¿bien?—me pidió, con
mucha más seriedad—. No me molestaré si me lo dices.

—Está bien —Me limité a asentir de nuevo con la cabeza,


sonriéndole de forma reconfortante.

Su mano bajó hacia mis pantis, tocando la piel sensible y


resbaladiza durante unos segundos antes de jalarlas hacia abajo,
deshaciéndose de ellas.

Estaba 100% desnuda, vulnerable y lista para entregarme


completamente a West Collins. Y sabía que no me arrepentiría.

Casi dejé de respirar cuando hizo que abriera mis piernas,


colocándose encima de mí y recordándome de nuevo que podía
detenerlo si así lo deseaba.

Lo sentí deslizarse dentro de mí, como una sensación


inexplicable de naturalidad, placer y dolor. No sabía si me
mordía el labio porque dolía o porque el dolor se sentía tan bien
de alguna forma que quería dejar escapar un gemido.

Joder, sí dolía, pero no quería que se detuviera. Mi piel


erizada era una prueba de ello.

—¿Estás bien, bebé? ¿Te duele? —Su rostro se llenó de


preocupación al ver mi expresión.

—No —mascullé entre dientes.

—No me mientas, Dyl, ¿te duele, cierto? —presionó,


deteniendo en seco su movimiento.

—Un poco —confesé, frustrada de tener que admitirlo.

—Bien, esperaré un segundo —Besó mi mejilla delicadamente


y se quedó así, muy quieto.

—Bien, pero no quiero que te detengas —le ordené,


aferrándome a sus brazos.

Me dedicó una amplia sonrisa y se inclinó a besar mi nariz.

Luego de unos cuantos segundos, el dolor comenzó a cesar.


Mi cuerpo se acostumbró con increíble rapidez al estiramiento y
con un empujón por parte de mis pies, le di una señal que captó
de inmediato.

Se movió lento al principio, lo suficiente cauteloso como para


detenerse de nuevo si se lo pedía. Cosa que no pasó. Porque,
mierda, con cada empuje contra mí, mejor se sentía mi cuerpo.

Poco después, me sorprendí a mí misma al verme clavando


mis uñas en su espalda y mordiendo su hombro, intentando
apaciguar una desconocida explosión que se estaba
construyendo dentro de mí y se volvía cada vez más cercana
teniendo a West encargándose de no dejar quietas sus manos en
ningún momento.

No sé cuánto tiempo pasó ni cuantas veces mis piernas


estuvieron en posiciones diferentes, pero en un punto, mis ojos
se nublaron de la excitación. No podía ver nada. Mi respiración
se aceleró, mis párpados se cerraron, mi cuerpo comenzó a
estremecerse hasta que me sentía flotando en una nube.

Mierda. Esto era hacer el amor. Así de bien se sentía. Esto era
de lo que me había estado perdiendo.

—Argh... —Unos segundos luego, un gran gruñido salió


desde lo profundo de la garganta de West, dejándolo
completamente inmóvil.

Una sensación cálida invadió mi entrepierna.

Se dejó caer a mi lado, saliéndose de mi interior


cuidadosamente. Recostó su cabeza en su brazo derecho,
encarándome, respirando todavía agitado por lo que
acabábamos de hacer.

—Eso fue… —Empezó a decir.

—¿Jodidamente genial? —completé, sonriendo.

—Más allá de jodidamente genial —comentó divertido,


entretenido trazando caminos entre mis pechos con sus dedos
—. ¿Te encuentras bien?

Tomé su mano juguetona y la besé.


—Estoy bien —le aseguré, mirándolo a los ojos—. Fue en serio
perfecto.

Se acercó a mí, envolviendo sus brazos alrededor de mi


cintura y descansando su barbilla encima de mi cabeza.

—No sabes cuánto me alegra escuchar eso —Hizo que me


acurrucara en su pecho—. Descansemos, me acabas de dejar
agotado por el momento, bebé.

Solté una carcajada, besando su pecho, el cual estaba tan cerca


de mí que era casi imposible resistirse.

—Te amo.

—Te amo —respondió, devolviéndome el beso, aunque en la


cima de mi cabeza.

Luego, continuamos acariciándonos hasta que el sueño nos


venció.

***

¡Que alguien calle a ese jodido teléfono!

Gruñí en voz alta y me coloqué la almohada encima de mi


cabeza en un intento de escuchar menos el estridente sonido.

West se movió a mi lado en un quejido y la cama crujió


cuando se sentó.

—Joder, es de recepción —me indicó con voz ronca.

—Ugh. ¿Qué rayos quieren? —expresé, molesta mientras


presionaba la almohada sobre mi rostro.

Escuché unos “Buenos días.... Oh... Gracias, qué amable... Ok...


Bajaremos en un rato... Sí...” antes de que colgara el teléfono.

—Aparentemente, la habitación viene con desayuno gratis,


por eso llamaban —Me hizo saber, acostándose de nuevo a mi
lado—. ¿Vamos o nos quedamos un rato más así?

Descansé mi cabeza en su pecho y paseé mi mano por sus


pectorales.

—Hmm... Prefiero quedarme aquí.


—Vaya, me estás eligiendo por encima de la comida, me
siento más amado que nunca antes —se burló, risueño.

Puse los ojos en blanco.

—Eres un idiota —Levanté mi cabeza para mirarlo a la cara.

—Acordamos en que eso no era impedimento para que me


amaras —Me guiñó un ojo con picardía.

Sonreí como una tonta.

—Desgraciadamente, lo hago —Trepé hasta llegar a su rostro


y deposité un beso en su mejilla.

En un rápido movimiento, me encontré atrapada bajo su


cuerpo, con una mirada traviesa cruzando por sus ojos.

Dios, dime que vamos a repetir de nuevo. Por favor, por favor.

—¿Estás adolorida? —preguntó, sin borrar esa radiante y


traviesa sonrisa de su rostro.

A decir verdad, no era exactamente dolor lo que sentía allí


abajo. ¿Molestia? Tal vez. ¿Dolor? Joder, no. No si eso
significaba que había una segunda ronda.

—No, estoy bien —le comenté, sonrojándome de la


vergüenza.

Era tan bizarro estar hablando de esto en voz alta.

—Entonces... ¿se me permite ir a revisar si todo está bien allá


abajo? —Hizo un movimiento atrevido con ambas cejas.

Me mordí el labio. ¿Qué si quería?

¡Diablos sí!

—Adelante —acepté, recordando lo ocurrido anoche.

Recordando las sensaciones que despertó en mí mientras


estaba tocándome.

No pasaron unos segundos más tarde, cuando me vi


aferrándome a las sábanas y lanzando maldiciones por culpa de
su juguetona lengua.
Sí, podía acostumbrarme a esto.

También podría gustarte