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Peirce:
Origen y alcance
de sus ideas estéticas
Serie: Filosofía
SARA BARRENA
LA BELLEZA
EN CHARLES S. PEIRCE:
ORIGEN Y ALCANCE
DE SUS IDEAS ESTÉTICAS
ISBN: 978-84-313-2996-9
Depósito legal: NA 680-2015
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INTRODUCCIÓN ............................................................................. 9
CAPÍTULO I
EL ORIGEN DE LAS IDEAS ESTÉTICAS DE PEIRCE
CAPÍTULO II
LA ESTÉTICA COMO CIENCIA NORMATIVA
2.1. LA CLASIFICACIÓN DE LAS CIENCIAS ....................................... 117
8 La belleza en Charles S. Peirce: Origen y alcance de sus ideas estéticas
CAPÍTULO III
LA CONCEPCIÓN PEIRCEANA DE ARTE
CAPÍTULO IV
ALCANCE DE LA ESTÉTICA PEIRCEANA
1. Entre los trabajos sobre estética peirceana que han sido más significati-
vos pueden destacarse los siguientes: M. O. HOCUTT, «The Logical Foundations
of Peirce’s Aesthetics», The Journal of Aesthetics and Art Criticism, 21, 2 (1962),
157-166; C. M. SMITH, «The Aesthetics of Charles S. Peirce», The Journal of
Aesthetics and Art Criticism, 31, 1 (1972), 21-29; B. KENT, «Peirce’s Esthetics: A
New Look», Transactions of the Charles S. Peirce Society, 12, 3 (1976), 263-283;
E. F. KAELIN, «Reflections on Peirce’s Esthetics», The Relevance of Charles Peirce,
E. FREEMAN (ed.), The Hegeler Institute, La Salle, Illinois, 1983, 224-237; D.
ANDERSON, Creativity and the Philosophy of C. S. Peirce, Nijhoff, Dordrecht,
1987; J. BARNOUW, «Aesthetic for Schiller and Peirce: A Neglected Origin of
Pragmatism», Journal of the History of Ideas, 49, 4 (1988), 607-632; K. PARKER,
«Charles S. Peirce on Esthetics and Ethics. A Bibliography», 1999, http://agora.
phi.gvsu.edu/kap/CSP_Bibliography/CSP_norm_bib.pdf
12 La belleza en Charles S. Peirce: Origen y alcance de sus ideas estéticas
las modernas teorías del arte y apunta a algo más. Parte de la expe-
riencia, pero adquiere un papel trascendental al poner al hombre
en contacto con lo más espiritual, con lo que nos hace ser más
humanos, más libres. Adquiere tintes clásicos al señalarnos aquello
que merece la pena ser buscado por sí mismo, al ir más allá de la
mera apariencia y suponer más bien la «aparición» de un ideal, al
no identificar la belleza con lo atractivo o lo placentero, al abrirnos
a una plenitud que transfigura la materia, al ponernos en camino
hacia la belleza, hacia la verdad y el bien. Como decía Schiller, la
estética mejora todas nuestras capacidades por no mejorar ningu-
na en concreto. Simplemente nos eleva a algo que está más allá y
nos permite alcanzar la unidad de todas nuestras capacidades. La
estética peirceana, como la de Schiller, está lejos de ser moralizan-
te. Una pretensión o fin particular destruiría por definición su
esencia. Y sin embargo, apuntando al único fin por excelencia, a
lo admirable por sí mismo, al ponernos en la búsqueda de lo ideal,
nos hace mejores. Nunca el ser humano es tan humano como
cuando produce y contempla la belleza; en definitiva, cuando la
experimenta. La estética peirceana, en tanto que se revela como
ciencia de los ideales, contribuirá a una mayor comprensión de las
búsquedas prácticas e intelectuales de la humanidad (Guardiano,
2014, 3-4).
Antes de terminar esta introducción debo expresar mi gratitud
a todos los que me han ayudado en la redacción de este libro, en
particular a Jaime Nubiola y Fernando Zalamea, mis dos maes-
tros, por la minuciosa y acertada corrección de los borradores, y
sobre todo por pensar conmigo desde hace ya tantos años, por
compartir sus inquietudes y preguntas, y por enseñarme a buscar
el necesario equilibrio entre razón, imaginación y sensibilidad. Su
ejemplo y su cariño siempre han hecho mi vida más bella.
Capítulo I.
El origen de las ideas estéticas de Peirce
CHARLES Y BEN
Charles y Ben eran dos hermanos. Ben era cuatro años mayor
que Charles y cuando era pequeño pensó que trataría de escalar la
El origen de las ideas estéticas de Peirce 21
colina del conocimiento. Pero esa colina es muy alta y está llena de
piedras y de zarzas, y de lugares difíciles, pero en la cumbre hay un
bonito palacio donde hay reunida mucha gente buena y prudente.
Ben tuvo mucho éxito y en pocos años había llegado al palacio y
había comenzado a ser toda una figura entre sus sabios habitantes;
Charles emprendió entonces el mismo viaje. Ahora va hacia allí y
aunque no ha seguido exactamente el mismo camino avanza sin
embargo de forma tan lenta y segura que no puede dudarse de que
tendrá éxito, al igual espero que su hermano.
LA BIBLIOTECA
Charles estaba un día sentado en su habitación cuando de pron-
to escuchó un crujido y mirando hacia arriba vio que todos los libros
se estaban moviendo de sus sitios y venían hacia él. La gramática
latina iba primero y abriéndose dijo: «no parezcas asustado, mi que-
rido Charles, pues estás tan familiarizado conmigo que no puedo
decir nada que te moleste». De esta manera se dirigieron a él Viva
Romae, la gramática griega y otros libros. Es cierto que la Aritmética
de Colburn balbuceaba un poco, pero Charles no le hizo caso por-
que no podía entenderle. Al final llegó Virgilio y dijo: Charles, mis
amigos la gramática latina y César me han dicho cuánto les gustas,
y tengo un gran deseo de conocerte: no peleemos nunca y podrás
estar entonces seguro de que hablaré de ti tan favorablemente al Sr.
Horacio y al Sr. Quintiliano que estarás encantado con sus maneras
cariñosas y sociables, y temo que si no somos amigos no serás capaz
de familiarizarte con esos hombres ilustres (Benjamin Peirce, s. f.,
Charles Sanders Peirce Papers, Universidad de Harvard, Houghton
Library).
Todo arte tenía todavía que crearse, toda literatura debía to-
davía ser escrita. Toda naturaleza era nueva y estaba todavía por
26 La belleza en Charles S. Peirce: Origen y alcance de sus ideas estéticas
6. G. INNESS, The Life, Art and Letters of George Inness, Century, Nueva
York, 1917, 131; citado en Novak, 2017a, 205.
40 La belleza en Charles S. Peirce: Origen y alcance de sus ideas estéticas
Estados Unidos sería, por así decir, un país bueno para vivir,
pero malo para contar. El realismo falto de misterio ocurre no solo
en la pintura sino también en la literatura «trascendentalista», ca-
racterizada por su realismo y por la penetración psicológica, ade-
más de, como ya se ha señalado, por la admiración de la naturaleza.
De algo similar se quejaba Henry James, de la falta de una
tradición artística, en su novela Roderick Hudson:
13. Esa idea de arte en sentido amplio que a veces usa Peirce podría aseme-
jarse a la noción clásica de arte del pensamiento antiguo y medieval. En la anti-
güedad se consideraba al ars o techné como una aplicación práctica que obedecía
a un principio racional (Aristóteles) o como un orden de principios aplicable a
un fin (Cicerón). Esa noción se transmite después a la filosofía medieval. El Arte
de Ramón Llull, por ejemplo, constituye un sistema lógico de pensamiento que
contiene, entre otras fases, un arte de encontrar la verdad, un arte demostrativa,
un arte inventiva y un arte amativa. El Arte luliano supone un gran compendio
de sabiduría y de pensamiento filosófico, teológico y científico, todo ello orien-
tado a la finalidad de la transmisión de la verdad (véase J. Higuera, «Las artes del
arte: las artes liberales en la evolución del arte luliano», 2013)
El origen de las ideas estéticas de Peirce 69
ocasión afirma sin embargo que los críticos han condenado como
«artificiales» las cosas que más admira en literatura, tales como la
Carta de Eloísa de Pope19, el Himno a la adversidad de Gray20, Bo-
adicea de Cowper21, Will de Tennyson22. Reconoce que los críticos
probablemente tienen razón, aunque su sensación sigue siendo la
misma. Dice –en una opinión que no podemos sino considerar
lamentable– que abomina los versos de Victor Hugo y que detesta
su prosa, pero que sin embargo casi adora a George Sand, y con-
cluye afirmando que confiesa crudamente todo esto desde el deseo
de ser honesto (MS 683, c. 1913).
Peirce era un gran lector, principalmente de lógica y de histo-
ria de la filosofía y de la ciencia, aunque tal vez no pueda decirse
lo mismo de su actividad como escritor. Durante toda su vida
escribió afanosamente y a su muerte dejó miles de páginas manus-
critas, pero sus escritos se caracterizan en muchas ocasiones por
una oscuridad y falta de orden que hacen difícil su comprensión.
Un primer vistazo a esas páginas basta para comprobar la forma
en la que Peirce escribía, tachando, corrigiéndose una y otra vez y
tratando de avanzar hacia la claridad. Sus escritos están llenos de
aclaraciones, de digresiones y caminos secundarios, y solo de una
forma un tanto penosa llegan a alcanzar en ocasiones una claridad
luminosa, mostrando de una manera efectiva los giros brillantes y
tantas veces sorprendentes de su pensamiento. Peirce afirma que
hay muy poco de artista en él y que detesta su propio estilo casi
tanto como es probable que el lector lo haga, pues cuando escribe
está tan ocupado intentando expresar de forma exacta lo que pien-
sa que no puede atender a nada más (MS 683, c. 1913). Reconoce
Peirce afirmaba que el relato estaba escrito para ser leído en voz
alta: «Es interesante y bonito, ampliamente descriptivo y pensado
para ser leído en voz alta»27. Afirma haberlo leído en el Century
Club de Nueva York28, donde señala que le llevó hora y media leerlo
y que no fue aburrido, sino que los asistentes se quedaron sorpren-
didos y encantados. Lo leyó también en una o dos casas de amigos,
en concreto, según parece, en casa de su hermano James29. Peirce
estuvo además durante un tiempo intentando organizar una sesión
para poder leerlo en Chicago. Sin embargo, cuando le escriben pi-
diendo detalles decide no seguir adelante. Quizá su aparente vulga-
ridad y simplismo se deba precisamente a que el texto estaba hecho
para ser leído en voz alta, representado, como relato de aventuras
ante una audiencia en las peculiares veladas de la época. Peirce de-
bía de leerlo con convicción y fuerza, pues John Fiske, quien asistió
a una de esas veladas, escribe sobre el relato de Peirce: «era tan real
como las uvas de Zexis que los pájaros intentaban picotear»30.
Puede sorprender el hecho de que, a pesar del aprecio que Peir-
ce manifestaba hacia su relato, nunca escribiera nada más. Inicial-
mente le dice a Gilder, editor de The Century, que si le gustaba
podía escribir media docena de esas historias pintorescas con una
vena inocente y poética. Sin embargo, posteriormente abandona la
idea. Las razones pueden encontrarse en una carta en la que Peirce
afirmaba que el relatar historias emotivas era «apenas compatible
con la auto-abnegación y con la devoción exclusiva a la causa del
estudio profundo y la educación a la que un hombre que se propo-
ne llegar a ser profesor debe entregarse»31. Sin embargo, el hecho
39. Parece que el ejemplar prestado fue una copia de la traducción inglesa
realizada por John WEISS: The Aesthetics Letters, Essays, and the Philosophical
Letters of Schiller, Little and Brown, Boston, 1845.
El origen de las ideas estéticas de Peirce 87
41. Donna Mencia in the Robber’s Cavern, 1815, Museum of Fine Arts,
Boston.
El origen de las ideas estéticas de Peirce 89
43. Sobre el origen schilleriano de las categorías de Peirce puede verse An-
dré DE TIENNE, «Peirce’s Early Method of Finding the Categories», Transactions
of the Charles S. Peirce Society, 25, 385-407, y David DILWORTH, «Gravity and
Elective attractions: The provenance of Peirce’s Categories in Friedrich von
Schiller», 15th International Meeting on Pragmatism, PUC, Sao Paulo, 4-7
noviembre 2013. Dilworth ha señalado en concreto las cartas 1-11 y 24-27
de Schiller como fuente de influencia para las primeras categorías de Peirce,
92 La belleza en Charles S. Peirce: Origen y alcance de sus ideas estéticas
Por eso hay que dar la razón a los que dicen que lo bello y el
estado en que lo bello pone al espíritu son enteramente indiferentes
con respecto al conocimiento y a la convicción moral. Tienen razón,
en efecto; la belleza no produce en absoluto un resultado particular,
ni para el entendimiento ni para la voluntad; no realiza ningún fin,
ni intelectual ni moral, no nos descubre ninguna verdad, no nos
ayuda a cumplir un deber; y, en una palabra, es igualmente inca-
paz de afirmar el carácter y de iluminar el intelecto (Schiller, 1968,
carta XXI, 95).
45. Para una biografía detallada de ese periodo véase J. BRENT, Charles
Sanders Peirce. A Life, Indiana University Press, Bloomington, 1998, capítulos
4 y 5.
104 La belleza en Charles S. Peirce: Origen y alcance de sus ideas estéticas
47. Véase Charles S. PEIRCE, El amor evolutivo y otros ensayos sobre ciencia y
religión, S. Barrena (ed.), Marbot, 2010, Barcelona.
108 La belleza en Charles S. Peirce: Origen y alcance de sus ideas estéticas
con una evolución por azar (tijismo) y una evolución por necesidad
o determinación (sinejismo). Escribe en esa época artículos que
ciertamente tienen, como se ha dicho, resonancias místicas. En
«La esencia cristalina del hombre»49 (1892) realiza una aplicación a
la biología de sus doctrinas previas, y aplica su filosofía sinejista al
problema mente-cuerpo o «la relación entre los aspectos psíquicos
y físicos de una sustancia». Para realizar su propósito de desarrollar
una filosofía que represente adecuadamente el estado del conoci-
miento en el siglo XIX, discute largamente y con elaborado deta-
lle técnico la constitución de la materia y la teoría molecular del
protoplasma. Asocia las características físicas más importantes del
protoplasma a los tres tipos principales de acción mental, y sugiere
que como «la materia es mente degenerada», como «los eventos fí-
sicos no son sino formas degradadas o subdesarrolladas de eventos
psíquicos» y como «las leyes mecánicas no son nada sino hábitos
adquiridos, como todas las regularidades de la mente», «el idealista
no tiene ninguna necesidad de temer una teoría mecánica de la
vida». Desarrolla casi una doctrina virtualmente mística: que lo
suprasensible es misteriosa y paradójicamente representado en lo
sensible (Brent, 1993, 212).
«Amor evolutivo» (1893)50 es otro de los artículos más suge-
rentes y misteriosos del Peirce maduro. En él se enfrenta direc-
tamente a las cuestiones cosmológicas, explicando los principios
de la evolución del universo y del pensamiento humano en tanto
que forma parte de él, y haciendo de lo que denomina agapismo o
ciencias tienen como único fin principal la distinción de bueno y malo, mien-
tras que el principal propósito de esas ciencias es la clasificación de las formas
posibles (EP 2, 272). No sabemos hasta qué punto conocía Peirce la bibliografía
anterior sobre la normatividad ética y estética. Se trata de un tema que aborda
en una época tardía de su vida y sobre el que él mismo se reconoce ignorante.
Solo sabemos que leyó algunos manuales de ética, y apenas nada sobre estética
quitando la obra de Schiller.
La estética como ciencia normativa 125
neral puede decirse que unas ciencias proceden de otras: las cien-
cias normativas se han desarrollado a partir de las artes útiles (CP
1.226, c.1902) y a su vez deberían inspirar y dar forma a otras artes,
pero las ciencias normativas, dice Peirce, no son una habilidad ni
una investigación encaminada a la producción de una habilidad;
no son tampoco en sí mismas una evaluación de los fenómenos
sino una teoría de esa evaluación (Potter, 1967, 20). La ciencia nor-
mativa no es una crítica, y no hay que confundir por ejemplo la
estética con una crítica del arte; la ciencia normativa se ocupa del
análisis, de la definición, no de la aplicación de las reglas (CP 1.575,
c.1902). En este sentido no hay que esperar que el escritor de esté-
tica sea un artista poderoso, ni el escritor de ética un héroe moral.
El estudio de la estética puede por supuesto ser beneficioso para el
artista, afirma Peirce (CP 2.201, c.1902), sin embargo lo uno no
es necesario para lo otro. Como señala Peirce en otra ocasión, el
maestro en elocución, como teórico, no tiene por qué ser un gran
orador y, de hecho, dice entonces, «la devoción excesiva a la teoría
de un arte es de alguna manera desfavorable a su práctica» (W 8,
356, 1892). Las teorías, y en concreto las ciencias normativas, dice
Peirce, poco tienen que ver con los asuntos de cada día; un carpin-
tero no trabaja aplicando las teorías de un ingeniero, ni se juega a
billar aplicando la mecánica analítica (CP 2.3, c.1902).
El carácter normativo no pertenece a las ramas del conoci-
miento que lo poseen por ser una mera aplicación concreta a una
necesidad práctica, sino que por el contrario ese carácter tiene su
origen en la circunstancia de que la ciencia que lo presenta es tan
abstracta y tan lejana a lo experiencial que solo los ideales pueden
constituir su objeto propio, y no ningún hecho positivo de la ex-
periencia (CP 2.16, c.1902). Ese carácter teórico no resta nada de
su valor a las ciencias normativas, sino que simplemente se trata
de una investigación diferente. Así lo afirma taxativamente en un
texto de 1903:
La estética como ciencia normativa 127
Sin embargo, ese carácter teórico no quita para que sus razo-
namientos puedan servir más allá de la pura teoría y tengan que
ver con lo práctico de alguna manera indirecta. Aunque pertenez-
can a la ciencia teórica, las ciencias normativas tienen un cierto ca-
rácter práctico en cuanto que, como se verá, se refieren a la acción
y constituyen algo más que meros razonamientos separados de la
vida humana. Las ciencias normativas están relacionadas con tres
artes o ciencias prácticas correspondientes, con el arte de conducir
la vida, con el arte del razonamiento y con las bellas artes. Peirce
pone de manifiesto esa conexión en otros textos:
a) Lógica
La lógica es para Peirce la ciencia normativa del razonamiento:
La estética como ciencia normativa 133
tener en la mente que para Peirce todo es signo, que no hay pen-
samiento sin signos y que la lógica en sentido general no es sino
una semiótica:
b) Ética
Peirce considera la ética como la segunda del trío de ciencias
normativas, y la que tiene un carácter de ciencia normativa más
fuertemente marcado (CP 1.573, 1905). La ética es el estudio de
aquellas cosas cuyo fin reside en la acción (CP 5.129, 1903), se
ocupa de qué es lo bueno a la hora de actuar y del control que po-
demos ejercer sobre nuestras acciones, de la formación de hábitos
de acción que sean consistentes con el objetivo que adoptamos
deliberadamente (Kent, 1987, 133). Los actos susceptibles de va-
loración ética, afirma Peirce, son por tanto los actos voluntarios,
deliberados (CP 5.130, 1903).
Ese control sobre las acciones busca, como en las demás cien-
cias normativas, que se conformen a un fin, a lo bueno, a un ideal
que Peirce pone cuidado en distinguir de los motivos de la acción.
La conducta deliberada se caracteriza por ser la única que puede
sujetarse a unos ideales:
c) Estética
Al igual que con la ética, Peirce tampoco parece estar seguro al
principio de si la estética debía considerarse una ciencia normati-
va. Incluso en 1903 sigue manifestando sus dudas: «Tengo alguna
duda persistente de si hay alguna ciencia normativa verdadera de
lo bello» (CP 5.130, 1903), escribe Peirce. Sin embargo, en otros
muchos textos la incluye como la ciencia normativa que estudia
aquellas cosas cuyo fin es encarnar cualidades de sentimiento de
un modo bello, persiguiendo lo admirable en sí mismo. La estética,
como se verá, no es para Peirce solo una teoría de la belleza, sino
que es algo más amplio. Tiene como objeto aquellas cosas cuyo
fin es encarnar cualidades de sensación (CP 5.129, 1903). Podría
pensarse que por tratar de sentimientos el objeto de la estética está
menos sujeto al autocontrol o a la deliberación. Sin embargo, no es
así. La estética se ocupa de aquello que es deseable en sí mismo, de
lo bello, y es capaz de ejercer un control sobre el sentimiento: «El
La estética como ciencia normativa 137
Peirce afirma que debe ser un ideal al que nada se someta por
obediencia, costumbre o ley, sino solo porque es universalmente de-
seable, porque es considerado en sí mismo como kalos k’agathos9; el
abre así el espacio del entendimiento a una razón extendida, que debe ser capaz
de explorar las medias tintas entre oposiciones polares. Las fronteras, el tránsito
y las mediaciones pasan entonces a ser imprescindibles en cualquier análisis de
una situación dada» (Zalamea, 2008, 19).
La estética como ciencia normativa 157
entender que Peirce sostenga una visión moral del arte, sino que
la estética aparece, como se explicará más detenidamente en el
último capítulo, como algo capaz de enlazar con lo más profundo
del ser humano13.
siente; una tarea que en cada arte, dice Peirce, es un asunto compli-
cado (CP 5.112, 1903). El escritor, por ejemplo, tendrá que traducir
sus observaciones en palabras (RLT, 184). El artista realizará un
escrito, el diseño de una estatua, una composición pictórica, un edi-
ficio arquitectónico y a través de su contemplación, mediante el uso
de la semejanza, podrá averiguar si lo que se propone resulta bello y
satisfactorio, si responde a la pregunta planteada, que tiene que ver
con cómo el artista ha sido afectado. Como se verá a continuación,
el segundo elemento del fenómeno artístico es la plasmación, la ex-
presión satisfactoria de lo que el artista ha percibido.
7. Para un mayor desarrollo del papel del amor en la evolución del univer-
so y en la creación humana véase S. BARRENA, La razón creativa: Crecimiento y
finalidad del ser humano según C. S. Peirce, capítulo II, sección 3.
210 La belleza en Charles S. Peirce: Origen y alcance de sus ideas estéticas
3.4. LA INTERPRETACIÓN
Los hombres no saben por qué les satisfacen las obras de arte.
No son verdaderamente entendidos, y creen descubrir innumera-
10. J. RULFO, Toda la obra, Claude Fell (ed.), ALLCA XX, Colección Ar-
chivos 17, 1992, 384, citado por F. Zalamea en «Signos triádicos. Lógica, lite-
ratura, artes. Nueve cruces latinoamericanos», 68.
220 La belleza en Charles S. Peirce: Origen y alcance de sus ideas estéticas
lleza reside en la cualidad del todo. Para Peirce, como para Schiller,
el encanto de la belleza estriba en su misterio; si desmenuzamos sus
elementos se evapora su esencia. Citaré a continuación un sugerente
y extenso texto de Peirce de 1903 que muestra bien esa concepción
de cualidad estética como un todo inanalizable:
general» (MS 283, 35, 1905). Luego lo bello es algo particular que
despierta nuestra emoción de belleza, pero eso particular es bello
precisamente porque nos lleva de inmediato a algo ideal y gene-
ral. El arte permite esa peculiar conjunción, ese equilibrio entre lo
concreto y lo trascendente, entre lo racional y lo sensible, entre lo
experimentado y lo imaginado que es precisamente la belleza.
Podemos mencionar como ejemplo de esa peculiar conjunción
que se produce en el arte las pinturas de Marc Chagall. Aparece
en ellas ese juego de imaginación y realidad, de fantasía y razón,
de lo sensible y lo trascendente del que Peirce hablaba. La lógica
y la irracionalidad se dan la mano; hay un peculiar equilibrio de
vivencias e imágenes, de tradición y vanguardia, de ingenuidad
infantil y complejidad del mundo. Chagall parte de la experiencia
pero transgrede las leyes de la física: en sus cuadros las figuras
vuelan, los instrumentos tocan solos. Chagall experimenta con la
materia, se enfrenta a ella sin constricciones y la eleva a un plano
espiritual. Con sus figuras infantiles y alegres, que encarnan un
juego continuo, nos hace patente la libertad del artista. Su estilo
expresivo y colorista, es capaz de apresar lo inexpresable. Como
escribió Maritain en Fronteras de la poesía:
Eso implica que la estética tiene que ver con las sensaciones,
pero no solo en su inmediatez sino también como medio que sos-
tiene la continuidad del pensamiento y de la acción a través de
los hábitos, y que por eso constituye el fundamento de lógica y
ética. La estética gobierna la formación de hábitos de sensación
que conformarán nuestras respuestas, que nos darán facilidad para
actuar de maneras particulares, y que permitirán la continuidad
a través de una evaluación de esas acciones o maneras de pensar
y de una respuesta, con sensaciones que serán excitadas por otras
sensaciones y que estimularán acciones de atraccción o de repul-
sión. La tendencia de las sensaciones a extenderse y a unirse no es
para Peirce un puro proceso cognitivo, sino que está sujeta a una
capacidad de respuesta y a la larga a unos hábitos, a una idea ge-
neral que resulta de la asociación de sensaciones y que anticipa las
respuestas futuras, que gana el poder de provocar reacciones en un
continuo. Escribe Peirce en 1892:
general, sino que hay una idea viva, un continuo consciente de sen-
timiento que los permea y al que son dóciles (CP 6.152).
pues «ningún ideal puede ser demasiado alto para una estética de-
bidamente transfigurada» (CP 5.535, c.1905). Peirce afirma que,
aunque una evaluación estética no está esencialmente envuelta de
hecho en todo propósito intelectual, sí que es un factor virtual
de todo propósito debidamente racionalizado, porque es funda-
mental para el hábito, ya que no podría considerarse una acción
razonable, controlada, sin saber a qué fin se orienta.
En definitiva, ser racional y actuar conforme al pragmatismo,
esto es, tener en cuenta las consecuencias para aclarar el significa-
do de las cosas, significa tener en cuenta la conducta deliberada,
estar sometido a autocontrol, significa actuar conforme a un pro-
pósito que se ilumina por un fin último. La acción inteligente, de-
liberada, autocontrolada, es la que está dirigida a fines (W 4, 45).
De este modo, dice Peirce que para aclarar la naturaleza del
pragmatismo se le presenta la tarea esencial de averiguar qué es lo
lógicamente bueno, esto es, qué es lo estéticamente bueno, aun-
que se crea incompetente para esa tarea de determinar cuál es el
fin último (CP 5.132, 1903). Esa meta, afirma Peirce, tiene que
estar de acuerdo con el libre desarrollo de la cualidad estética del
propio agente, y no puede ser perturbada por las reacciones sobre
el agente del mundo exterior. Esas dos condiciones solo pueden
cumplirse a la vez, prosigue, si la cualidad estética hacia la que
tiende el desarrollo libre del agente y la de la acción última de la
experiencia sobre él son partes de una misma totalidad estética
(CP 5.136, 1903), de una totalidad que envuelve experiencia y ac-
ción. La mente no está constreñida por hechos externos, limitada a
lo particular, sino inmersa en una concepción abierta de los ideales
humanos, de lo general. Ese summum bonum del pragmatista, su
fin, no será como ya se ha visto la acción en sí misma –lejos de esas
interpretaciones que hacen del pragmatismo una mera exaltación
de la acción– sino todo lo que conlleva el significado racional de
esa acción, el proceso de evolución y de crecimiento por el que lo
252 La belleza en Charles S. Peirce: Origen y alcance de sus ideas estéticas
existente llega cada vez más a encarnar los generales para los que el
hombre está destinado, el ideal, lo razonable.
El fin del pragmatista será la razón que nunca puede ser com-
pletamente encarnada. La más insignificante de las ideas generales
implica siempre predicciones condicionales (la idea de algo duro,
por ejemplo, implica que si tratas de rayarlo no podrás). El valor
racional de algo no está en lo actualmente pensado, sino en cómo
lo pensado puede conectarse con pensamientos posteriores (CP
5.289, 1893). La Razón (con mayúsculas) gobierna eventos, y el
mismo ser de lo general consiste en gobernar eventos particulares.
Ese es el ideal admirable en sí mismo: la razón comprendida en
toda su plenitud que se va encarnando, la razón pragmatista que
gobierna eventos, que necesita de los condicionales (EP 2, 254).
El pragmatismo de Peirce establece así el sentido de la acción y,
con ayuda de la estética que nos señala el fin último, supone todo
un programa de crecimiento en el que las ideas van encarnándose
en algo más que en símbolos, a saber, en acciones y en habitos de
acción. Afirma Peirce hablando del pragmatista:
oprime a las demás potencias del espíritu (Schiller, 1968, carta IV,
21). Escribe Schiller sobre las consecuencias de ese racionalismo:
Peirce no dejó una extensa teoría estética, pero sí, como él mis-
mo afirma, «una gran reserva de donde pueden extraerse ideas de
cierta clase por muchas generaciones» (L 387, 1904). Esa reserva
puede considerarse válida y valiosa a pesar de su muchas veces
dudoso gusto estético en la práctica. Sus opiniones sobre pintura,
arquitectura e incluso literatura se han revelado peculiares. Resul-
ta llamativo, por ejemplo, que quede fascinado por un busto de
Faustina en Catania, que a nuestros ojos no pasaría de ser una pie-
za clásica sin demasiado atractivo, o por una Venus desconocida
que consideraba superior a las de Tiziano, y sin embargo denoste
las obras de Miguel Ángel. Resulta también llamativa su aparente
falta de sensibilidad musical, apenas mencionada en su obra y co-
rrespondencia.
Sus peculiares opiniones artísticas pueden estar justificadas en
parte por el entorno «realista» –en el peor sentido– y muchas veces
falto de imaginación en el que se movía el arte norteamericano del
siglo XIX. Es evidente que Peirce debía tener una sensibilidad y
cultura artística distinta de la nuestra, y más propia de su época.
Barbara Novak ha escrito por ejemplo que el retrato de Beatrice
Cenci, pintado por Guido Reni, que Peirce admiró en el Palazzo
268 La belleza en Charles S. Peirce: Origen y alcance de sus ideas estéticas
Afirma Brooks que las palabras de Lowell, que tenían una parte
de verdad y diez partes de confusión, y de las que se retractó des-
pués, se debían a su falta de intuición, a la naturaleza vacilante de
su mente y, sobre todo, a su miedo a lo grande y a lo vital (Brooks,
1936, 519-20). Llama la atención que Peirce haga críticas precisa-
mente a los mismos artistas, Miguel Ángel y Victor Hugo, lo que
parece indicar que se trataría de una influencia directa de Lowell,
conocido de Peirce, y que escribe sus afirmaciones en 1864, poco
antes de los chocantes comentarios de Peirce en Europa. Lowell y
Peirce conciden también en sus comentarios poco favorables sobre
San Pedro, puesto que Lowell afirma que mucha gente se siente de-
cepcionada en su primera visita a San Pedro y que para que te guste
es preciso dejar a un lado los zapatos protestantes (Lowell, 1915,
226-228). Lowell, aliándose con el gótico al igual que hará Peirce
después, afirma que hay mentes de órdenes tan diversos como cate-
drales, y refiriéndose a San Pedro afirma que «la imaginación gótica
se irrita y se incomoda en el vano intento de aplanar sus pináculos y
de encajar en los arcos romanos que la rodean» (Lowell, 1915, 227).
Por otra parte, señala también Brooks en este sentido que había
una cierta levedad de juicio en el Cambridge de la época respecto
a las artes plásticas, y que se usaba en ocasiones un tono presun-
tuoso e intrascendente para hacer afirmaciones que sorprenden. A
Lowell, escribe Brooks, se le ha considerado padre de una escuela
de ensayistas americanos que florecieron después de él, caracteri-
zados por un estilo que se confundía y titubeaba conscientemente
en un maremágnum de calificativos. Boston iba a producir con
el paso del tiempo muchas mentes de ese tipo, y parece que entre
ellas debemos contar la de Charles Peirce, víctima en este aspec-
Conclusión 271
con el ideal y dirigirse a él. Tiene que ver con los hábitos, que son
los que hacen que las acciones se dirijan a los fines, con el desa-
rrollo de nuestras capacidades de percepción y con la formación
consciente y deliberada de hábitos de sensación, con aprender a
sentir y a relacionar nuestras sensaciones de las maneras adecua-
das, para poder después pensar y actuar correctamente. Tiene que
ver con aquello que está en la base del autocontrol, con el poder
perseguir unos fines, hasta convertirse así en la clave del pragma-
tismo peirceano.
Los hábitos, que permiten modificar nuestras acciones y nues-
tro pensamiento, decisivos en nuestra vida racional, están basados
en sensaciones, y la estética se convierte en la ciencia normativa
fundamental. Juega un papel decisivo no solo en cuanto contem-
plación y producción de obras de arte, sino como aquella ciencia
que nos indica el ideal de la razonabilidad y nos ayuda a encar-
narlo a través de los hábitos. Eso es quizá lo que les «faltaba» a los
alemanes que inventaron la palabra estética, tal y como afirmaba
Peirce alrededor de 1902, y ese es el verdadero aporte de la estética
peirceana: alcanza el equilibrio de tus facultades en la búsqueda
del ideal. El resultado será la belleza.
Bibliografía
1. TEXTOS DE C. S. PEIRCE
Libros y antologías
Manuscritos y correspondencia
Biografías de C. S. Peirce
2. BIBLIOGRAFÍA SECUNDARIA
ANTROPOLOGÍA Y ÉTICA
El viaje hacia la propia identidad / Eduardo Terrasa
La persona humana y su formación en Max Scheler / Sergio Sánchez-Migallón
Ética filosófica. Un curso introductorio (2.ª edición) / Sergio Sánchez-Migallón
Cristianismo y Ciencias en la Universidad / John Heny Newman
Diagnóstico de la Universidad en Alasdair MacIntyre. Génesis y desarrollo de un proyecto antro-
pológico / José Manuel Giménez Amaya y Sergio Sánchez-Migallón
Ética: el drama de la vida moral / Piotr Jaroszynski y Mathew Anderson
Tres escritos sobre la universidad / Romano Guardini
El ideal universitario y otros ensayos / Manuel García Morente
La unidad de la persona. Aproximación interdisciplinar desde la filosofía y la neurociencia / José
Ángel Lombo y José Manuel Giménez Amaya
Grandeza y miseria humana. Una lectura del Diálogo de la dignidad del hombre (Fernán Pérez de
Oliva) / José Ángel García Cuadrado
Los Pilares de Europa. Historia y Filosofía de Occidente / José Ramón Ayllón
La idea de la universidad / Karl Jaspers
La transmisión de la fe en la sociedad postmoderna y otros escritos / Jutta Burggraf
Visión cristiana del mundo. Escritos sobre cristianismo y cultura contemporánea / Miguel Lluch
CIENCIAS
Hablando de la relatividad / J. L. Synge
Plantas y animales de España y Europa (3.ª edición) / Harry Garms
Creación y misterio / Pascual Jordán
Introducción a la estadística (2 tomos) / M. J. Moroney
Plantas medicinales / Margarita Fernández y Ana Nieto
Tras la evolución. Panorama Histórico de las Teorías Evolucionistas / Carlos Javier Alonso
La agonía del cientificismo. Una aproximación a la filosofía de la ciencia / Carlos Javier Alonso
Historia básica de la ciencia / Carlos Javier Alonso
Homo Cybersapiens. La inteligencia artificial y la humana / Tirso de Andrés
La tierra prometida. Una respuesta a la cuestión ecológica / Pablo Martínez de Anguita
El evolucionismo y otros mitos. La crisis del paradigma darwinista / Carlos Javier Alonso
Medicamentos genéricos. Una aproximación interdisciplinar / José López Guzmán (Coord.)
Hay un embrión en mi nevera / Enrique Bonet y José María Pardo Sáenz
Cuestiones acerca de la evolución humana / Natalia López Moratalla
El cerebro. Lo neurológico y lo trascendental / Amadeo Muntané, María Luisa Moro y Enrique R.
Moros
La comunicación materno-filial en el embarazo. El vínculo de apego (3.ª edición) / Enrique Sueiro
Villafranca y Natalia López Moratalla
De la Neurociencia a la Neuroética. Narrativa científica y reflexión filosófica / José Manuel Gimé-
nez Amaya y Sergio Sánchez-Migallón
Para pensar. Evolucionismo, mente y cerebro, género, estrés... / Luis María Gonzalo // José Luis Ve-
layos (Coord.)
El no nacido como paciente / José María Pardo Sáenz
Evolución y creación. Ciencias de los orígenes, hipótesis evolucionistas y metafísica de la creación
/ Joaquín Ferrer Arellano
La mirada de la ciencia y la mirada de Dios. Sofía / Diego Martínez Caro
Retos matemáticos con soluciones / Juan Flaquer y David Puente
Comprender la evolución / José Ramón Ayllón
EDUCACIÓN
La educación como rebeldía (4.ª edición) / Oliveros F. Otero
Los adolescentes y sus problemas (7.ª edición) / Gerardo Castillo
Las posibilidades del amor conyugal (3.ª edición) / Rodrigo Sancho
La educación de las virtudes humanas (15.ª edición) / David Isaacs
El tiempo libre de los hijos (5.ª edición) / José Luis Varea y Javier de Alba
Autonomía y autoridad en la familia (5.ª edición) / Oliveros F. Otero
Preparación para el amor (3.ª edición) / Rodrigo Sancho
Educación y manipulación (4.ª edición) / Oliveros F. Otero
Los niños leen / José Luis Varea y Rosa María Sáez
La libertad en la familia (3.ª edición) / Oliveros F. Otero
El derecho de los padres a la educación de sus hijos / María Elton
Los padres y los estudios de sus hijos (3.ª edición) / Gerardo Castillo
La mujer frente a sí misma (5.ª edición) / Carmen Balmaseda
Qué es la orientación familiar (4.ª edición) / Oliveros F. Otero
Los padres y la orientación profesional de sus hijos (3.ª edición) / Gerardo Castillo
La educación para el trabajo (2.ª edición) / Oliveros F. Otero
Feliz Tercera Edad (2.ª edición) / David Isaacs, Luis María Gonzalo y cols.
Diálogos sobre el amor y el matrimonio (4.ª edición) / Javier Hervada
La educación de la amistad en la familia (3.ª edición) / Gerardo Castillo
Cuestión(es) de método. Cómo estudiar en la Universidad (2.ª edición) / R. de Ketele y cols.
Cartas a un joven estudiante / Alvaro d’Ors
Posibilidades y problemas de la edad juvenil. Un dilema: ¿intimidad o frivolidad? / Gerardo Casti-
llo
Coeducación. Ventajas, problemas e inconvenientes de los colegios mixtos / Ingber von Martial y
María Victoria Gordillo
Desarrollo moral y educación / María Victoria Gordillo
Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad / Autores varios
La rebeldía de estudiar. Una protesta inteligente (2.ª edición) / Gerardo Castillo
Política y educación / Antonio-Carlos Pereira Menaut
Guía de lecturas infantiles y juveniles / Yolanda Castañeda, María del Carmen Lomas y Elena Martí-
nez
Educación de la sexualidad / José Antonio López Ortega
Un veneno que cura. Diálogo sobre el dolor y la felicidad (2.ª edición) / José Benigno Freire
Cómo mejorar la educación de tus hijos / José Manuel Mañú Noáin
La hora de la familia (4.ª edición) / Tomás Melendo
Cómo entender a los adolescentes / Enrique Miralbell
Aprendiendo a ser humanos. Una Antropología de la Educación (3.ª edición/1.ª reimpr.) / María
García Amilburu
La fiebre de la prisa por vivir. Jóvenes que no saben esperar / Gerardo Castillo
Humor y serenidad. En la vida corriente (6.ª edición) / José Benigno Freire
La creatividad en la orientación familiar / Oliveros F. Otero
Discursos sobre el fin y la naturaleza de la educación universitaria (2.ª edición) / John H. Newman
Ser profesor hoy (5.ª edición) / José Manuel Mañú Noáin
La pasión por la verdad. Hacia una educación liberadora / Tomás Melendo y Lourdes Millán-Pue-
lles
Educar con biografías / Oliveros F. Otero
¡Vivir a tope! De cómo Frankl superó a Freud (4.ª edición) / José Benigno Freire
Profesores del siglo XXI / José Manuel Mañú Noáin
Escuela del siglo XXI / José Manuel Mañú Noáin
Trilogía de la «Residencia de Estudiantes» / Eugenio d’Ors
Vivir y convivir en una sociedad multicultural / Jutta Burggraf
Flos Sophorum. Ejemplario de la vida de los grandes sabios / Versión de Pedro Llenera
La educación familiar en los humanistas españoles / Francisco Galvache Valero
El arte de invitar. El diálogo como estilo educativo / Patricia Bonagura
Anatomía de una historia de amor. Amor soñado y amor vivido / Gerardo Castillo
La vida escolar de tus hijos / José Manuel Mañú Noáin
Crecer, sentir, amar. Afectividad y corporalidad (2.ª edición) / Juan Ramón García-Morato
Retos educativos de la globalización. Hacia una sociedad solidaria (2.ª edición) / Francisco Alta-
rejos, Alfredo Rodríguez Sedano, Joan Fontrodona
¿Quieres enseñar en Secundaria? ¡Atrévete! / José Luis Mota Garay, Antonio Crespillo Enguix
Ocho cuestiones esenciales en la dirección de centros educativos (2.ª edición) / David Isaacs
Educación diferenciada, una opción razonable / José María Barrio Maestre (ed.)
Padre no hay más que uno / Diego Ibáñez-Langlois
Ayudar a crecer. Cuestiones de filosofía de la educación (1.ª reimpr.) / Leonardo Polo
Aprendizaje Permanente / José Luis García Garrido e Inmaculada Egido Gálvez (Coords.)
Ciudadanía y democracia en la educación / Miguel Rumayor
Teoría de la Educación. Un análisis epistemológico / Concepción Naval
Amor a fuego lento. 16 testimonios de éxito / Gerardo Castillo
El trabajo de los profesores. Virtudes en los educadores (2.ª edición) / David Isaacs
La afectividad. Eslabón perdido de la educación / Álvaro Sierra
Virtudes para la convivencia familiar. Vivir unidos y dejar vivir (2.ª edición) / David Isaacs
Enseñar y aprender. Una propuesta didáctica / Concepción Naval
Educación de la sociabilidad / Concepción Naval
La educación en peligro / Inger Enkvist
Aprender a divertirse / Marisa Rosa Espot y Jaime Nubiola
La felicidad inadvertida / José Benigno Freire
Emociones positivas, creatividad y problemas de salud en el aula / Álvaro Carpena Méndez y Oli-
via López Martínez
HISTORIA
Grandes interpretaciones de la historia (5.ª edición) / Luis Suárez
Historia de las religiones / Manuel Guerra
I. Constantes religiosas (2.ª edición)
II. Los grandes interrogantes (2.ª edición)
III. Antología de textos religiosos (2.ª edición)
Civilizaciones del Este asiático / Wm. Theodore de Bary
Sacerdotes en el Opus Dei. Secularidad, vocación y ministerio / Lucas F. Mateo Seco y Rafael Ro-
dríguez-Ocaña
Rusia entre dos revoluciones (1917-1992) / Autores varios
La Gamazada. Ocho estudios para un centenario / Autores varios
Corrientes del pensamiento histórico / Luis Suárez Fernández
Cuba y España, 1868-1898. El final de un sueño / Juan B. Amores Carredano
Pablo Sarasate (1844-1908) / Custodia Plantón
Mi encuentro con el Fundador del Opus Dei. Madrid, 1939-1944) (3.ª edición) / Francisco Ponz
El matrimonio civil en España. Desde la República hasta Franco / Francisco Martí Gilabert
La vida de Sir Tomás Moro (2.ª edición) / William Roper (Introducción, traducción y notas de Alva-
ro de Silva)
¿Por qué asesinaron a Prim? La verdad encontrada en los archivos / José Andrés Rueda Vicente
Carlos IV en el exilio / Luis Smerdou Altolaguirre
Carlos V. Emperador de Imperios / Emilia Salvador Esteban
Filipinas. La gran desconocida (1565-1898) / Lourdes Díaz-Trechuelo
El conflicto árabe-israelí en la encrucijada ¿es posible la paz? / Romualdo Bermejo García
Josemaría Escrivá de Balaguer y los inicios de la Universidad de Navarra (1952-1960) / Onésimo
Díaz Hernández y Federico M. Requena (Eds.)
La Iglesia y la esclavitud de los negros / José Andrés-Gallego y Jesús María García Añoveros
La moda en la pintura: Velázquez. Usos y costumbres del siglo XVII / Maribel Bandrés Oto
Felipe V: La renovación de España. Sociedad y economía en el reinado del primer Borbón / Agus-
tín González Enciso
Cristianismo y europeidad. Una reflexión histórica ante el tercer milenio (1.ª edición; 1.ª reimpre-
sión) / Luis Suárez Fernández
Profetas del miedo. Aproximación al terrorismo islamista / Javier Jordán
El legado social de Juan Pablo II / José Ramón Garitagoitia Eguía
Joseph Ratzinger. Una biografía / Pablo Blanco Sarto
Los creadores de Europa. Benito, Gregorio, Isidoro y Bonifacio (1.ª reimpr.) / Luis Suárez Fernán-
dez
El nuevo rostro de la guerra / Javier Jordán y José Luis Calvo Albero
Los musulmanes en Europa / José Morales
España y sus tratados internacionales: 1516-1700 / Jesús M.ª Usunáriz
Intuición y asombro en la obra literaria de Karol Wojtyla / M.ª Pilar Ferrer Rodríguez
La revista Vida Nueva (1967-1976). Un proyecto de renovación en tiempos de crisis / Yolanda Ca-
gigas Ocejo
La correspondencia de Tomás Moro / Anna Sardaro
Terrorismo y magnicidio en la historia / Mercedes Vázquez de Prada (Ed.)
Terror.com. Irak, Europa y los nuevos frentes de la yihad / Alfonso Merlos
Historia de Europa en el siglo XX. A través de grandes biografías, novelas y películas (1914-1989)
/ Onésimo Díaz Hernández
Historia de Israel y del pueblo judío: guerra y paz en la Tierra Prometida / María del Mar Larraza
(Ed.)
Continuidades medievales en la conquista de América / Eduardo Daniel Crespo Cuesta
América y la Hispanidad. Historia de un fenómeno cultural / Antonio Cañellas Mas (coord.)
El régimen de Franco. Unas perspectivas de análisis / Álvaro Ferrary y Antonio Cañellas Mas (co-
ords.)
León XIII, un papado entre modernidad y tradición / Santiago Casas
Pablo VI (1962-1978) / José Morales