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El Maestro Ideal (Venerable Andrés Manjón)

Edición exclusiva para alumnos de


Instituto de Educación Superior
Isabel la Católica, San Rafael, Mendoza

El maestro ideal.
(Venerable Andrés Manjón)
Se reproduce en su integridad: El Maestro ideal, Granada, Imprenta-Escuela del Ave-María, 1.ª ed., 1916, 111 págs. Síntesis de El maestro
mirando hacia dentro, obra publicada por Manjón en 1915.

PRÓLOGO
El maestro ideal de niños es igual a un hombre (sea hombre o mujer) sano, bueno y culto que
educa enseñando, esto es, que al enseñar y transmitir reglas y conocimientos, desarrolla las
facultades físicas, intelectuales y morales de los educandos en relación con su destino temporal
y eterno, o aspira a hacer hombres cabales.
Gran misión es la del maestro y exige cualidades y virtudes morales proporcionadas, de las
cuales vamos a hacer un resumen o compendio.
Alguno dirá: ¿basta la moralidad o virtud para hacer un maestro ideal? Sí, tal como aquí la
entendemos. Porque como la virtud prohíbe al que carece de vocación, salud, inteligencia,
saber, estudio, palabra, paciencia, constancia y otras dotes, ser maestro, el maestro que es en
todo moral y bueno, es cabal o llena el ideal del maestro apto y perfecto (1).
Tállese quien esto lea con el ideal del maestro educado y educador, y obre en consecuencia.

CAPÍTULO I
1. El maestro ideal no es sino
el hombre cabal que aspira a hacer hombres completos
Las cuatro virtudes cardinales, que son: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, forman la
base del hombre completo, y el maestro, que debe ser el hombre cabal que aspira a hacer
hombres cabales, ha de poseer dichas virtudes y cuantas en ellas se contienen o de ellas se
derivan. Y la religión, fe, esperanza y caridad, sin las cuales no hay hombre cristiano que valga
para educar a cristiano, forman el complemento del maestro perfecto, hablando en cristiano.
Al enumerar, pues, o indicar las condiciones o cualidades y virtudes del buen maestro, lo
haremos bajo los epígrafes de estas ocho virtudes, que el maestro debe conocer y practicar, e
inspirar o infundir en sus alumnos o educandos.

El Maestro ideal debe ser modelo de prudencia


2. El maestro debe tener la virtud moral de la prudencia, que es la reina y emperatriz de todas
las virtudes, pues en todas interviene y a todas las rige, preside y manda por medio del
entendimiento práctico, que guía, aconseja y ordena la voluntad y demás facultades del
hombre, para que haga u omita lo que debe, cuando debe y como debe. Sin prudencia no hay
virtud ni hombre bueno, y mucho menos maestro ni educador modelo o ideal.

3. El maestro prudente no perturba la naturaleza del educando, que es la obra maestra de Dios,
sino que, respetándola y venerándola, aspira a perfeccionarla. ¡Ay del imprudente maestro que
en vez de ser coadjutor de Dios y auxiliar del niño, vaya en contra de los dos! ¡Más le valiera no
haber nacido!

4. El maestro prudente se dispone, ya con la preparación remota de los estudios de magisterio,


ya con la preparación próxima de las lecciones diarias, pues sabe que la escuela la hace el
maestro y al maestro le forman el estudio, la dirección y la experiencia propia y ajena. Dichoso
el maestro que tuvo maestro, y desgraciada la escuela donde caiga un maestro ensayador.

5. Maestro prudente, ante todo, estima tu misión. Mira que eres, o debes ser: cultivador de
almas, formador de hombres, modelo de bien pensar, del bien decir y del bien obrar, mentor y
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guía de la juventud, escultor de hombres, ciudadanos y cristianos, misionero pedagógico que


con el saber y la piedad conquista los pueblos, un apóstol de la verdad y de la virtud entre los
presentes, y un verdadero educador de los hombres del porvenir. Esto debe ser el maestro
ideal.

6. Maestro modelo, estima tu misión, pensando que eres del cuerpo de los escogidos. El mundo
de la fe, de la honradez y del amor a la humanidad te encomiendan a sus hijos, que son sus
mejores tesoros, y tienen en ti puestos sus ojos, esperando que repares tantas ruinas como han
causado la maldad, la incultura y la barbarie. Haz, te dicen, que los hijos sean mejores que sus
padres, para que por ellos se salven la familia, la religión y la patria. ¿Has comprendido la
magnitud y grandeza de tu misión y las esperanzas que en ella se cifran?

7. El maestro que es modelo de hombres prudentes, se examina y ve si tiene vocación, salud,


inteligencia, cultura y palabra, y sobre todo, voluntad constante y virtud probada; pues sin
estas condiciones no debe aceptar el cargo, en el cual sería infeliz y haría desgraciados.

8. El maestro que es modelo de prudencia examina ante todo su vocación, esto es, el conjunto
de inclinaciones y aptitudes que Dios da a cada uno según el fin a que le destina en el mundo.
Tanto importa acertar con la vocación como acertar con la dicha temporal y eterna, pues el que
está donde debe estar, desempeña su cargo con gusto y acierto, mas el que contradice a la
vocación, no tiene gusto ni aptitudes para ello y es un intruso que compromete su dicha
temporal y eterna y la del prójimo.

9. Maestro modelo de prudencia, piensa bien lo que has de hacer, juzga bien lo que has de decir,
y haz bien lo bien pensado y juzgado. La reflexión y serenidad de juicio, la decisión, habilidad,
circunspección y rectitud, son hijas de la prudencia; y la irreflexión, precipitación y ligereza, la
indecisión, torpeza e indiscreción, el egoísmo, la astucia, mentira, dolo y fraude, son hijas de la
imprudencia, a la cual llaman prudencia mundana o carnal, para contraponerla a la espiritual,
racional y cristiana.

10. Maestro discreto, sé prudente como las serpientes y sencillo como las palomas. La
prudencia te enseña lo que debes hacer y no hacer y cómo y cuándo; y la sencillez te aconseja
emplees las palabras, procedimientos y métodos que están más al alcance de los niños. Ten la
prudencia de un sabio y la sencillez de un santo, que, en muchas cosas se asemeja al niño, a
pesar de los años y los desengaños.

11. El maestro prudente es hombre de plan y método y usa formas y procedimientos que
interesen a los alumnos. Sepa pues lo que va a enseñar, forme de ello un croquis, divídalo en
partes, y procediendo de lo conocido a lo que se desea enseñar o saber, construya con ello el
edificio mental dentro del cual ha de vivir el educando por toda la vida.

12. El maestro sabio y prudente es atildado y procura que sus discípulos hagan las cosas bien
desde el principio, esto es, con buen orden y método, pues, vencidas las primeras dificultades,
hallarán después en el estudio facilidad y gusto. ¿Por qué los alumnos toman odio a la escuela?
Porque el maestro no supo hacer agradable la enseñanza.

13. Y procura estar todo entero (esto es, con sus tres potencias y cinco sentidos) en lo que hace,
que es enseñar, y da de mano a toda otra ocupación, pensamiento, imaginación, conversación
y digresión que no sea aquello de que se trata. Su lema es: «Maestro, haz lo que haces.»

14. E instruye pero no atiborra; enseña lo principal en relación con la vida, bien sabido, pero
no marea con muchas cosas ni con mucho saber de cada cosa; pues sabe que quien mucho
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abarca poco aprieta, que almacenar en la cabeza del niño elementos de todas las cosas es
inhumano y antipedagógico, y que hay muchas cosas que interesarán a los que van para
letrados y tendrán sin cuidado a la inmensa mayoría de los futuros labriegos y artesanos.

15. Y utiliza los instrumentos y procedimientos de la enseñanza, como son: la palabra e


intuición, el ejemplo y símil, la acción y representación, la memoria y el diálogo, la escritura y
el canto, etc.

16. El maestro modelo ha de poseer el don de hablar, pues el habla es el instrumento


pedagógico más común y necesario para comunicarse las almas; la palabra es la hija de nuestra
mente en cuanto entiende, de nuestra voluntad en cuanto quiere y de nuestra fuerza en cuanto
manda, ordena y dispone. Un maestro sin palabra no es maestro; pero cuidado con el exceso y
abuso que llaman verbalismo, que hace charlatanes a los que enseñan y fonógrafos a los que
estudian.

17. Y es parco en el hablar y siempre digno, no es locuaz ni taciturno, sino que dice lo preciso,
con orden, oportunidad, claridad, exactitud, serenidad y buen modo. No es el mejor educador
el que más habla, sino el que más obliga a hablar al discípulo; no el que perora, sino el que
dialoga, no el que pronuncia discursos, sino el que formula frases y sentencias que se clavan en
la inteligencia y el corazón de modo que nunca se borran.

18. El maestro modelo, por lo mismo que sabe lo mucho que importa la educación intelectual,
la cultiva con preferencia, y estima que esa es su principal misión. El hombre, ser inteligente,
es guiado por la razón o deja de ser hombre. Esto por un lado. Y por otro, se ve que los hombres
de sanas ideas se defienden mejor y, si caen, al fin se arrepienten, rectifican y levantan; pero
los de ideas nulas o pervertidas caen sin esperanza de resurrección, sobre todo si desde niños
les imbuyeron el error o abandonaron en la ignorancia o el vicio. Por eso el ideal del hombre
malo es el maestro de malas ideas y costumbres,

19. Y porque el buen maestro sabe lo que en pedagogía vale la intuición o percepción sensible
de las cosas, haciéndolas ver, tocar, analizar, componer y comparar, para sobre ellas abstraer
y generalizar, en lo cual consiste el saber científico.

20. E ingenioso observador y discreto, da lecciones de cosas, aprovechando cualquiera


oportunidad o cosa que interese al niño y a su educación y enseñanza, haciéndosela ver,
observar, analizar y componer, no con discursos, sino en diálogos, bajándose, conversando y
familiarizándose, expansionando a la vez su amor y saber y poniéndose al nivel del niño, para
ensanchar el horizonte y enriquecer y mejorar el alma del mismo.

21. Y como maestro experimentado y perito en el arte difícil de enseñar y educar, es muy dado
a poner casos y ejemplos, los cuales tienen las ventajas de cautivar la atención del alumno,
ayudarle a entender y retener lo aprendido, mover su voluntad y acción y propagar la verdad
y el bien conocidos y ejemplarizados. Ejemplos, ejemplos; pero que sean dignos, breves,
interesantes, conformes a verdad y edificantes, siempre que de virtud se trate.

22. El maestro ilustrado y prudente conoce que su misión exige preparación y se prepara. La
familia le encomienda sus hijos, la patria sus ciudadanos y la Iglesia sus fieles, para que se los
instruya y eduque, y esto en plena civilización; ¿cómo podrá desempeñar tan alta misión si no
está preparado? Nada grande y perfecto se improvisa; no seas tú como el maestro Ciruela:
prepárate.
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23. Y además de los libros, estudia niños, esto es, el carácter y estado de ignorancia o cultura
de cada uno, y se baja y se pone a su altura para guiarle y ayudarle a subir por grados hasta
donde él se propone; lo cual exige un estudio muy concreto de los educandos y de los medios
de educarlos y enseñarlos.

24. Y proporciona la ciencia al estado y capacidad del discípulo, y no le enseña lo que no está a
sus alcances o exige grande esfuerzo, ni tanto que se le indigeste, ni de modo que no haya unidad
ni modestia; de otro modo, le aburriría, agotaría e indigestaría inutilizándolo y enervándolo,
haciéndole a lo más cajón de sastre y bachillerillo hinchado y pedante.

25. Y une a la pericia la bondad: Vir bonus docendi peritus. Necesita ciencia y virtud: ciencia,
porque nadie da lo que no tiene; y virtud, porque sin amor, laboriosidad y paciencia, la escuela
de niños se hace insufrible lugar de tedio, aburrimiento y tormento.

26. Y sobre todo da buen ejemplo; pues sabe que los niños son fieles copista, semejantes a
máquinas fotográficas, y lo que ven en aquellos a quienes tienen por modelos, eso hacen. Y
procura que el ejemplo salga de adentro; pues así como por el olor se descubren las flores, así
por la fragancia las virtudes, y no hay ojos más linces ni narices más delicadas que las de los
niños: si vuestra virtud es postiza, ellos, lo descubrirán muy pronto, y estáis perdidos y
desconceptuados para la enseñanza que mejora y educa.

27. Y es vigilante, sobre sí, para ser como debe y se debe a sus discípulos; y sobre éstos, de los
cuales es guía discreto, tesorero fiel y ángel custodio. Pero haga que su vigilancia, siendo
previsora, no resulte pesada; siendo continua, no aparezca visible; siendo caritativa, no se haga
injusta ni odiosa; siendo apacible, no resulte agitada ni violenta. Vigilad como si todo lo
temierais, y proceded corno si todo lo esperarais de la bondad, honradez y dignidad de vuestros
alumnos.

28. El maestro modelo de prudencia se vigila a sí mismo en la imaginación, los pensamientos,


el corazón, los ojos, lengua, oído, lecturas y escrituras, conversaciones, amistades, compañías,
parentescos, cuentas y dependencias: para ver si en todo es correcto. Y en la escuela es el ojo
que todo lo ve, el oído que más oye y la previsión que más se adelanta, conoce y sabe; pero sin
manifestarlo en mas de lo preciso.

29. Maestros modelos, aprended de las madres a querer, educar y vigilar. No hay arte como el
de educar, ni artista como la madre educadora, ni maestro más pedante que el que desdeña
imitarla. La madre es la primera potencia educadora, por ser la que desde el principio y con
más asiduidad, cariño e ingenio está al lado del niño, quien es también la materia más apta para
ser educada. La educación es obra de amor y entre todos los pedagogos no son capaces de hacer
un corazón como el de la madre.

30. El maestro prudente y culto ama y cultiva la ciencia, ya porque en sí es buena, deleitosa y
amable, luz de luz que de Dios emana y a lo alto guía; ya porque el hombre es ante todo
inteligencia, la cual es guiada por la luz del saber, y maestro sin ciencia, ni alumbra, ni guía, ni
tiene prestigio, ni competencia.

31. Y procura tener la virtud de la sabiduría, que es la ciencia y prudencia de los santos y
consiste en saber conformar todas nuestras acciones con los principios y verdades más
sublimes. No es la sabiduría, así entendida, patrimonio de unos pocos, sino que ha de estar «al
alcance de todos los que 1a aman» (Salomón), no es para hacer sabios investigadores de cosas
desconocidas, sino rico tesoro que, bien usado, nos hace amigos de Dios (Sabiduría, VII, l4).
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32. En resumen, el maestro modelo de prudencia debe conocer, amar y practicar la virtud de la
prudencia con todas las condiciones y virtudes que ella supone o (de ella emanan, como son: el
conocimiento de sí mismo en relación con el magisterio, el cual pide vocación, sencillez, pericia,
estudio, habilidad, ingenio y arte, celo, amor, vigilancia, laboriosidad y paciencia, y como
resumen final, la sabiduría cristiana, que consiste en saber vivir y enseñar a vivir como Dios
manda.
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CAPÍTULO II
El muestro ideal debe ser modelo de justicia y educador en ella
33. El maestro modelo debe ser justo: con justicia distributiva, premiando y castigando según
los méritos o deméritos de cada uno; con justicia legal, obedeciendo, enseñando y educando
según ley de familia, religión y patria; y con justicia comunicativa, observando el contrato
expreso u tácito de enseñar a todos y cada uno de sus discípulos, por lo cual se le paga. Por
tanto, ni el aceptador de personas, ni el rebelde o desobediente a los deberes familiares,
religiosos y cívicos, ni el que falta a clase o la da con faltas y quiebras, es justo ni modelo de
justicia, sino injusto y mal maestro.

34. Él maestro que es justo, observa la justicia distributiva cumpliendo los deberes que tiene
como jefe y cabeza de su escuela. Para lo cual ha de conocer y observar su fin, que es educar
enseñando, saber lo que ha de enseñar, distribuirlo en grados y porciones, enseñarlo con buen
método, y encauzar la acción de la escuela dentro de un reglamento, con un horario, etc., que
sea el que mande y rija, y no el capricho y voluntad voluble del maestro ni de los alumnos o
familias.

35. Maestro justo, ordénate a ti mismo, obrando como hablas y siendo modelo viviente de vida
cristiana bien ordenada. Y no cometas la injusticia de negar a tus discípulos el derecho que
tienen a no ser engañados, frustrados ni escandalizados; no rebajes tu cargo hasta hacer de él
un mero modus vivendi y menos el arte de rebajar almas y deshacer hombres, quitando la fe, v
sembrando materialismo y escepticismo, perdiendo el tiempo v frustrando tantas esperanzas
cuantos niños se te encomendaron y no supiste ni quisiste fundamentar ni ordenar y orientar
hacia su porvenir ni el de la patria.

36. El maestro justo y bien ordenado, es ordenancista, puntual, exacto, metódico, siempre igual
e imperturbable, disciplinista y ordenador, y por nada ni por nadie se deje vencer ni atropellar
en este punto, sino que, a ser menester, impone la disciplina a la fuerza. El orden, la disciplina
es la primera condición de toda escuela y, hoy por hoy, la primera necesidad social de nuestra
patria y raza, víctima de la epidemia galicana libero-racionalismo.

37. El maestro justo, prudente y bien ordenado, ha de estar bien orientado hacia el fin supremo
de la vida y de la enseñanza, para según él orientar a los educandos. Y como este fin es esencial
y divino y humano a la vez, ningún maestro educador le puede preterir ni negar sin faltar a su
primer deber, que es respetar a Dios en el hombre.

38. El maestro cuyo ideal es la justicia, debe amar, cultivar y enseñar la verdad, ya para ser
hombre honrado, ya para proceder como maestro instruido, competente y justificado. Por lo
mismo, es malo e injusto el maestro que no sabe, peor el que sabiendo no enseña, y pésimo el
que errando o dudando no rectifica sus errores o disipa sus dudas, antes de propagarlas como
moneda corriente. Este, en vez de maestro modelo, es un ladrón de oficio y de pésima condición
que causa funestísimos e irreparables daños en individuos y pueblos.

39. El maestro justo es modelo de veracidad y procura que lo sean sus discípulos; jamás miente
ni tolera que por nada se mienta en la escuela. Ama la verdad, cultiva la verdad, enseña la
verdad y vive de verdad para la verdad, entendiendo que éste es su primer deber. Aborrece la
mentira, que es madre de la doblez y falsía, de la astucia, el engaño y el fraude, de la seducción
y corrupción, de la infidelidad, perjurio y conspiración, de la jactancia, la adulación c hipocresía:
con los cuales vicios es incompatible la dignidad humana y el bienestar social.
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40. Por tanto, tú, maestro justo y veraz, estás obligado a emplear todos los medios lícitos para
desterrar la mentira de tu escuela y alumnos, si quieres hacer hijos de Dios y no monas del
Diablo, pues la mentira es hija de Satanás y rebaja, falsifica, sataniza y esclaviza al que la cultiva.

41. El maestro justo y amante de la verdad, fomenta con ella y por ella la bondad y belleza, que
en Dios son una misma cosa y en el niño y el hombre aparecen como hermanas. La verdad bien
conocida enamora y produce gusto y placer, y a medida del recto saber será el recto querer o
el bien amar y gozar. Así estamos hechos y así tenemos derecho a ser educados. No somos palos
secos ni pértigas de hierro frío, sino seres vivos que, además de cabeza, tenemos voluntad y
sentimiento; y el maestro que a esto no atiende o lo desatiende, no es competente, bueno ni
justo, sino un mutilador del hombre.

42. El maestro justo respeta y enseña a respetar el derecho de propiedad, que es indestructible
y nace de nuestra personalidad, siendo tan respetable como la misma persona; por lo cual la
propiedad se halla sancionada en todos los códigos, empezando por el decálogo y ley natural.
Cuando veáis que en una sociedad vieja, torcida y decadente, mentidora, trastornadora y
robadora, se erigen estatuas a los autores de la incautación, vulgo pillaje nacional, y que ciertos
maestros llevan a sus discípulos a admirar y honrar tales hombres estatuados por su secta y
bando, y leáis que en cierta nación, de la cual estos maestros son polichinelas, abundan los
maestros ateos y socialistas, no lo extrañéis; es que un robo llama a otro robo o el pillaje
nacional pide el social, y esto no puede servir de ideal para los hombres de bien de ninguna
nación justa y honrada.
43. Maestros, sed justos respetando y haciendo respetar lo ajeno, no hurtéis el tiempo ni el
trabajo que debéis a vuestros alumnos, no recibáis dones que os muevan a ser parciales e
injustos; que en vuestras cuentas aparezca bien invertido todo lo recibido para material de
enseñanza, vivid de lo vuestro y no de prestado, no comerciéis con los niños, no exijáis nada de
los pobres, y que ni pobres ni ricos se atrevan a hurtar sin castigo.
44. Maestro modelo de justicia, sé justo en todo y respeta al niño en su alma, cuerpo, honor y
fama. En cuanto al alma, prohíbe el mentir, engañar, escandalizar, blasfemar, maldecir,
corromper y pervertir con malos impresos, espectáculos, etc. Respecto al cuerpo, no permitas
golpes, riñas, juegos y espectáculos peligrosos, ni luchas fieras o brutales, y tales son las del
hombre con reses bravas para divertir a otros hombres. Respecto al honor, no consientas
burlas, apodos, denuestos, injurias, insultos, desafíos, provocaciones, ni nada que tienda a
deshonrar ni rebajar al prójimo. Respecto a la fama, evita la murmuración, el juicio temerario,
el chisme, la acusación infundada y la publicación de lo que debe ser reservado y secreto.
Enseña a respetar animales y plantas, y la hacienda, bienes y honor del prójimo, y aun de la
raza y la patria, y como fundamento moral y garantía de justicia, enseña a amar y temer a Dios
y al prójimo: no seas ateo ni partidario de la moral atea en la práctica.
45. El maestro que quiere ser justo, se precave contra la envidia, que es un sentimiento tan
malo y vil que no le confesamos, y consiste en mirar con malos ojos el bien ajeno. La envidia
nos hace injustos y odiosos y lleva en ocasiones a sentir diabólica alegría por los fracasos o
medianos éxitos del compañero, amigo, émulo, etc. Sumémonos con los buenos para todo lo
bueno y no les restemos méritos para levantarnos sobre sus ruinas ni deméritos.

46. El maestro justo obedece a quien manda y se hace obedecer de aquellos sobre quienes
manda; piensa bien lo que manda y a quien lo manda, y una vez ordenado y mandado, jamás
consiente la desobediencia. Y cuiden los padres de mandar hijos obedientes a la escuela y no
tiranuelos hechos a desobedecerlos e imponerse con caprichos, lágrimas y embelecos; que el
maestro no es un domador de potros cerriles.
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47. Los maestros justos y con seso, no renuncian en la enseñanza al auxilio de la alabanza y el
premio, que, usados con justicia, discreción, imparcialidad y moderación, tienen la importancia
pedagógica que el niño y los pedagogos suelen darles.

48. El maestro justo, precavido, discreto, fuerte y constante, rara vez castigará, pues el respeto
y temor contendrán a los que tiendan a desmandarse; pero si el castigo se hace preciso, no se
le niega, pues entiende que de justicia debe castigar a sus educandos. Al castigar, pocas
palabras y menos sermones, y después de cumplido el castigo, no mencionéis ya la culpa,
olvidadla.

49. El maestro justo y experimentado, muchas veces educará y corregirá por el escarmiento,
esto es, por el ridículo o el absurdo en que cae el joven que no va a derecho. El escarmiento es
una autoeducación y son pocos los que resisten a esta prueba; pero no en todo podrá admitirse
este procedimiento, pues hay hechos y faltas que deben corregirse en el momento que sean
conocidos por el maestro.

50. El maestro modelo, aun siendo justo en penar, evite el pegar, no porque esté prohibido por
derecho natural, sino porque lo suelen ver mal los padres y ofrece graves inconvenientes en la
mayor parte de los casos.

51. El maestro observe: la justicia legal, o respete el derecho divino y humano, eclesiástico y
civil, doméstico y público. El maestro es un ser libre, pero no un libertino, y tal nombre
merecería el que pretendiera desenvolver su acción docente y educadora fuera del derecho
divino y humano, diga lo que quiera la secta de los pedagogos liberalistas.

52. El maestro justo es súbdito de la ley que es ley, y no un rebelde jurídico y profesional o
exlege, a menos de ser, o un vanitonto de los que poseen una ciencia que está por encima de
toda ley, o un incoercible liberalista y racionalista, vulgo librepensador, para quien el
pensamiento es capaz de libertad y no lo es de coerción, enseñe lo que quiera y diga lo que le
venga en gana. Para tales maestros sólo hay un derecho, el suyo, para dar en contra de todo
otro derecho, sea de Dios o de los hombres.

53. El maestro justo sabe ser libre sin ser liberalista ni libertino. Para ser libre hay que ser justo,
y para ser justo hay que observar la ley de Dios y no ser siervo de la corrupción ni de los
corrompidos; la libertad de éstos se llama y es libertinaje, y la teoría del derecho a esta libertad
se llama liberalismo en los países latinos, que es la teoría de la abyección y del salvajismo a lo
Rousseau, en vez de la dignidad y la civilización a lo cristiano, racional y humano.

54. El maestro justo y cristiano no es cesarista, sino que da a Dios lo que es de Dios y al César
lo que es del César, no admitiendo la omnipotencia del poder civil ni prestándose a crucificar a
Cristo como Pilato, por no desagradar al que manda e impone la llamada secularización de la
enseñanza, que, en plata, no es otra cosa que matar a Cristo en el alma de los niños.

55. El maestro justo y cristiano no vale para asesor ni defensor de tiranos y menos para ser
verdugo de almas inocentes a las órdenes de renegados que aspiran desde el poder a hacer
renegados del cristianismo por medio de 1a enseñanza laica y obligatoria, a estilo de la
degenerada y atea Francia legal, o de la secta racionalista que allí se impone y manda
oprimiendo a la Francia cristiana.

56. El maestro español y justo ha de ser católico, si ha de moverse dentro de la justicia y la ley,
de la constitución esencial y el cuaderno constitucional, del concordato de 1851, y de la
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menguada Ley de Instrucción pública de 1857, de la ley natural de 1a humanidad v del genio y
tradición de la patria.
57. El maestro justo, español e ilustrado sabe distinguir entre leyes y leyes, por lo mismo que
sabe obedecer a quien debe y cuando debe. Esto es muy importante tratándose de un ramo
como la enseñanza, en el cual se ha legislado tanto (a cualquier cosa llaman hoy legislar) por
los cientos de ministros y subministros que se han sentido pedagogos y reformadores, pues
hay para cargar a cientos de asnos y confundir a todos los abogados y maestros que quieran
conciliarlas.

58. El maestro verdadero no puede ser neutro sin dejar de ser justo y sincero, en el supuesto
de por maestro neutro y escuela neutra se entienda aquí, como lo hacen los galipolichinelas, el
maestro y la escuela ateos. Si el maestro cree, lo manifestará, y si no cree, también; basta para
ello una sonrisa, un gesto cualquiera. Escuela sin Dios es otro imposible, porque Dios está en
todo y el niño preguntará por El al indagar la causa final y primera de todo lo que oye y ve, sin
que el maestro pueda decirle que es Dios, mostrando así o su incredulidad o su ignorancia. La
escuela neutra es una bóveda que impide mirar al cielo, un artefacto para reducir seres
racionales a meras bestias, hijos de la cultura u infracafres y zulúes, quienes admiten y
confiesan a Dios a su modo.

59. El maestro justo no puede ser laico sin hacerse antidemócrata; pues, supuesta la escuela
laica oficial, única que pueden utilizar los hijos de los pobres, éstos, que son más de las nueve
décimas partes del pueblo, de ese pueblo que los demócratas llaman a legislar y gobernar, se
quedan sin educación religiosa. Los ricos buscan y pagan maestros que los instruyan según son
sus padres; los pobres no tienen más maestros que los que les impone el Estado ateo. Y viva la
democracia.

60. Maestros católicos, si queréis ser buenos y justos, educad en católico; eso manda Dios, eso
piden la humanidad y la patria. Nave sin lastre, pronto naufraga; alma sin educación religiosa,
pronto vacila y perece, Quien ama, pues, a Dios y a los niños, a la humanidad y la patria, que no
deje a la juventud sin el lastre de la educación religiosa.

61. Maestros españoles, si queréis ser buenos y justos, educad en español, esto es, en el genio,
tradición, historia, amor y veneración de la patria, que es nuestra madre.

62. El maestro cristiano y justo ama la paz de la cual es ministro, y por paz entiende «la
tranquilidad del orden», y por orden, la colocación y subordinación de las cosas según el lugar
que le corresponde. Dios sobre todos y todos moviéndose dentro de la esfera trazada por sus
leyes. El maestro ateo y laico es un desordenado y perturbador, un enemigo radical de la paz y
el orden, consciente o inconscientemente, y en vez de ser el maestro ideal, es el hombre ideal
del anarquismo intelectual y social.

63. El maestro que es justo y equilibrado, no es anarquista, ni de los de arriba ni de los de abajo.
Anarquistas de los de arriba llamamos a los que legislando, mandando, enseñando o
escribiendo, etc., son rebeldes a los mandatos de Dios y de su Iglesia; y anarquistas de los de
abajo decimos a los que, a imitación de los que dirigen y educan, se rebelan contra todo el que
manda. Cuando las clases directoras conspiran contra el orden social establecido por el
cristianismo, como sucede con los racionalistas de acción, ¿qué extraño es que abajo haya
anarquía, desorden, rebeldía, corrupción y barbarie? Las masas son como las hacen ser las
clases directoras; los pueblos recogen lo que en ellos siembran sus maestros y directores. No
hay cosa más mala que un poder malo dirigiendo la enseñanza.
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64. Injusticia social y disparate mayúsculo es hacer maestros en propiedad a hombres que no
estén bien probados y contrastados en la piedra de toque de la práctica, y es abuso además de
tiranía, que todo el mundo pueda elegir el médico de sus enfermedades, el colono de sus fincas,
el administrador de sus bienes, el maestro de sus obras, el guardián de sus reses y, en suma, la
persona conocida, experimentada y de confianza para todos sus asuntos, y no pueda elegir para
maestro de sus hijos a quien conozca, trate y sepa que es de fiar por su saber y moralidad
demostrados en la práctica.

Nos gloriamos de vivir en tiempos de libertad y justicia, de ser hombres de experimentos y


pedagogías, y para la obra más difícil y práctica, cual es la educación del niño, atropellamos
todas las reglas y derechos y hasta el sentido común, para hacer maestros obligados y
propietarios a seres desconocidos y no experimentados, ni por el que los nombra ni por el que
los recibe.

65. El maestro que en todo quiere ser justo, observa la justicia distributiva, conmutativa y legal,
o cumple todos los deberes que tiene para con sus discípulos, en cuanto jefe que organiza y
manda, en cuanto hombre inteligente que instruye y educa, y en cuanto súbdito que acata las
leyes de Dios y los hombres en su cargo. Por lo mismo, tiene un fin y observa en la enseñanza
plan y método, ama y cultiva la verdad y sinceridad, respeta la propiedad, y el alma, cuerpo,
honor, fama, raza y patria del alumno, obedece a las leyes, sin ser cesarista, y siendo maestro
español, enseña en español y católico, que ese es su deber, y teniendo conciencia y sentido
común, le será difícil entender si le hay donde se nombran maestros para pueblos que ni los
eligen ni los conocen, y se les hace propietarios sin pruebas suficientes de su bondad ni pericia
en la practica de la enseñanza.
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CAPÍTULO III
El maestro y la fortaleza

66. El maestro necesita ser fuerte para ser bueno. Sólo los esforzados entran en la gloria; de los
cobardes es el infierno. El maestro cristiano, por ser hombre, cristiano y maestro, tendrá
precisión de sostener una triple lucha contra todas las flaquezas de la naturaleza humana,
contra todos los enemigos de Cristo y contra las flaquezas de sus discípulos, y esto por toda la
vida.

67. El maestro fuerte ha de estar sano y cuidar de su salud administrándola bien, y de la de sus
alumnos, a quienes conservará sanos y hará fuertes.

68. Maestro sano y fuerte, haz discípulos sanos y fuertes, en cuanto de ti dependa. Da, siempre
que puedas, la enseñanza al aire libre, y procura en todo y por todo la higiene, que es nuestra
segunda madre.

69. Maestro sano de cuerpo y alma, despósate con la higiene y proporciona a tus alumnos: aire
puro y oxigenado; luz que ni falte ni sobre, ni hiera ni ofusque; calor moderado; comodidad en
los asientos y posiciones de los niños; juego, aseo y alegría, que son el encanto de la escuela,
para lo cual se necesita agua, y ayudan aves, flores y plantas.

70. El maestro, para ser fuerte, ha de ser paciente. El sufrir es inherente a todo hombre y al
maestro mucho más, porque el oficio y cargo de enseñar y educar lleva consigo no pocos
trabajos, disgustos y amarguras, desencantos, desfallecimientos y aburrimientos, y con
frecuencia muchas ingratitudes, de padres, hijos, autoridades y del mundo en general. Mas el
que es paciente todos estos males los convierte en bienes, y sabiendo que todo, menos el
pecado, pasa por la mano de Dios, sufre con paciencia el dolor y la tribulación que, como prueba
y don, Dios le envía.

71. El maestro fuerte sepa unir a la paciencia la sabiduría cristiana, pidiéndola en sus oraciones
y cultivándola como un don perfecto, pues la paciencia es virtud sólida que no engaña y es la
mejor prueba que puede dar de su bondad el hombre perfecto, cabal y completo.

72. El maestro fuerte y paciente ha de ser incansable (sufriendo, enseñando y educando); su


oficio es ser el inalterable, el sereno, el dueño de sí y de la clase, el hombre del buen humor y
de inagotable ingenio, el repetidor una y mil veces de las mismas cosas, guisadas y presentadas
de cien modos, el señor de sí si y de su cargo que por nada pierde los estribos ni se descompone
y desala en palabras injuriosas ni violentos tratamientos, cuánto menos en golpes y furiosas
arremetidas.
73. El maestro fuerte sea perseverante, que en la perseverancia está el secreto y la virtud de
los éxitos: 1a perseverancia todo lo alcanza, ante Dios y los hombres. Jesucristo dice: «El que
persevere hasta el fin se salvará.» La obra del maestro no es obra de apretones y repentes, sino
de labor cotidiana, paciente, metódica y perseverante.

74. El maestro fuerte y perseverante procura continuar su influencia y trabajo sobre los
alumnos que ya no son, pero fueron suyos, y no rompe las amarras que el cariño engendró en
las aulas, sino que le cultiva en varias formas y según las circunstancias. ¿Que esto es difícil y
costoso? Nada grande se ha escrito de los flojos, cobardes e inconstantes; todos los triunfos son
de los valientes, fervorosos y perseverantes.
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75. El maestro cultiva la firmeza: al encargarse de la escuela, para no dejarse imponer por los
alumnos; al continuar en ella, para sostenerse y hacerse valer y obedecer; y siempre, para no
cansarse, sino perseverar hasta el fin. Pero no confunda la dureza ni testarudez con la firmeza,
el carácter con la violencia, ni la serenidad y mansedumbre con la pusilanimidad.

76. El maestro que es débil no es maestro. Opuesta a la firmeza es la debilidad, y de ésta adolece:
el que fuma, lee periódicos, escribe cartas, dibuja, borda, cose o conversa, en vez de enseñar; el
que escupe, bosteza, languidece, desmaya, dormita y aun se tiende a la bartola; el que trabaja
con tedio, flojera, desgana, entra tarde, sale pronto y pasa las horas oficiales como un preso en
la cárcel; el que todo lo deja pasar y a quien todo le parece pequeñeces indignas de fijar la
atención de un hombre superior; el que unas veces castiga con dureza y otras hace la vista
gorda, siendo faltas del mismo calibre, u con unos es fuerte y con otros blando, unos días está
de buen humor y otros se hace insufrible. No es firme por defecto, el inconstante, miedoso,
turbado, excesivamente tímido, azorado, imprevisor, caprichoso, presumido y desconcertado;
y por exceso, el colérico, inflexible, obstinado y terco.

77. El maestro fuerte no teme el qué dirán, cuando se trata de cumplir con el deber o ejercer la
piedad, antes se avergonzaría de sí mismo, si en algo se negara como hombre, como hijo de
Dios, como maestro y como hijo de sus padres. «Confesaré ante mi Padre a quien me confiese
ante los hombres, y negaré al que de Mí se avergonzare» dice Jesucristo.

78. El maestro fuerte no es vano ni tonto, no se deja llevar de la vanagloria ni hace alarde de su
saber, trabajo y virtud, sino que es modesto, reservado, discreto y, le aplaudan o no, cumple
impávido con su deber y no hurta el honor y la gloria a Dios, de quien es y a quien debe cuanto
bueno tiene.

79. El maestro fuerte y discreto se defiende contra la vanidad, pensando que el aplauso es aire
vano, que el juicio de los hombres no quita ni pone mérito en las obras y con frecuencia se
equivoca; que persona con juicio y modestia jamás se alaba; que lo que ante Dios somos, eso
somos de verdad, y hacer las cosas por agradarle y para honrarle, es la síntesis de la virtud del
cristiano. Gran remedio es también contra la vanidad, mirar hacia dentro y reconocer sus
defectos y pecados.

80. El maestro fuerte debe ser manso de corazón y no iracundo, furioso, irritable, agresivo,
descompuesto en obras o palabras y peligroso, perturbando la clase, amedrentando a los niños,
castigando con furia y encono, conservando rencor, odio y antipatía y aun deseos de venganza,
devolviendo mal por mal, desatención con desatención y grosería con grosería.

81. El maestro fuerte, justo y cristiano sabe que la firmeza, la justicia, la mansedumbre, la
humildad y caridad son virtudes hermanas, y ninguna de ellas es verdadera, si no es sincera,
esto es, no sale del corazón; y estas virtudes no nacen ni se siembran en las almas sin la gracia
de Dios, por lo cual la implora.

82. Maestro, oye esta lección del Maestro divino: «Aprended de Mí.» ¿A qué? ¿A ser sabios? ¿A
ser eruditos? No, a ser mansos y humildes de corazón. ¡Qué lección y qué modelo, para un
formador de hombres cristianos!

83. El maestro que es fuerte y manso, se hace a la vez respetar y querer. No es un domador de,
fieras, sino un formador de hombres, formal y cabal; no es como el sargento, que al la voz y
amenaza con el palo; ni como el carcelero, siempre desconfiado, pesado y serio; ni como el
bufón y arlequín, que todo lo convierte en cháchara y broma; sino que, grave, digno y serio, es
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afable, cariñoso, insinuante y accesible, ama, respeta y atrae, y no es mordaz, agrio, descortés,
frío, inculto ni pedante.

84. El maestro que es amante de la verdad y la justicia y es fuerte para confesarlas, es humilde:
ante Dios, de quien todo lo ha recibido; ante sí, reconociéndose culpable de lo que ha perdido
por el pecado y deudor de todo lo que tiene; y ante los demás hombres, desechando toda
inmodestia, orgullo y vanagloria, pues se dice: Si Dios me quitara lo que me ha dado, ¿qué
quedaría? La nada. Pues de mi cosecha eso tengo, nada, la cual es base de la humildad, que no
es sino la verdad sentida y expresada.

85. El maestro fuerte y humilde, es modesto, y huye de la fatua vanidad, pretenciosos modos y
estrepitosas modas, de la arrogancia, el orgullo, el mandonismo, el engreimiento y satisfacción
de sí mismo, y si acaso oye aplausos, no se complace ni entontece con ellos, sino que forma un
ramo de humildes violetas y las ofrece al Señor por sus faltas y pecados.

86. El maestro fuerte y humilde, no tiene ínfulas de doctor y catedrático, ni aun de bachiller que
de todo habla y sobre todo escribe. Los maestros que pronuncian declamadores discursos y
escriben sendos artículos, los que, reservándose la dirección, la inspección, la circular, la
censura y la reprensión, dicen y no hacen; los que a otros imponen cargas pesadas y ellos no
ayudan a moverlas ni con un dedo; éstos no sirven para evangelizar a pobres ni educar al
pueblo; en la escuela se considerarán rebajados e injustamente preteridos y postergados y su
primera necesidad es enseñarse y exhibirse, no enseñar ni trabajar en la soledad y el silencio.

87. El maestro humilde, laborioso y firme, pone en la enseñanza cuantos medios sabe para
obtener resultados, y además levanta el corazón a Dios, que es el que da vida y crecimiento; y
así se cura de la vanidad por los éxitos felices y del desaliento por los fracasos, que son dos
extremos a cual más funestos.

88. El maestro cristiano es humilde a imitación de Cristo, que practicó la humildad en grado
heroico desde la cuna al sepulcro y la enseñó con estas palabras sentenciosas: «El que quiera
ser mayor entre vosotros, sea vuestro siervo.» «El que se ensalza será humillado y el que se
humilla será ensalzado.» «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.»
89. El maestro cristiano y fuerte venera al niño, de quien toma la humildad, y ve en él a Cristo,
quien le trasmite su dignidad y representación. «Si no os hacéis como los párvulos, no entraréis
en el, reino de los cielos.» «El que sea humilde como este niño, ése entrará en el Cielo.» «El que
recibe a un niño en mi nombre, es a Mí a quien recibe.» Esto dice el Maestro de los maestros a
todos, y singularmente a los orgullosos y menospreciadores de los niños.

90. Maestros, no olvidéis que el cargo de enseñar y educar está erizado de dificultades, unas
nacidas de los educandos, otras de las familias y autoridades y otras de las ideas y costumbres
sociales; y para superarlas, es necesario tener la fortaleza y constancia de los titanes. El mundo
ignorante y corrompido ha perdido el respeto a la inocencia y la infancia, y pretende que el
maestro contrarreste el libertinismo imperante y salve a la sociedad de la indecencia, que
pretende ser y es la dueña de la calle, del teatro, etc.

91. El maestro necesita tener un alma grande, un corazón magnánimo, un tesón invencible, ser
apóstol dispuesto a sacrificarse de por vida a favor de la infancia y a no desconfiar ni temer ni
acobardarse, recordando las palabras del Héroe de la cruz: Confiad y no temáis, que yo vencí al
mundo.
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92. Maestro, sé hombre entero y verdadero, que en eso se condensa la virtud de la fortaleza y
la grandeza del alma, la cual supone fe, confianza, valor, audacia, paciencia, constancia y
perseverancia, y la esperanza en la victoria sobre sus contrarios.

93. Maestros, no seáis presuntuosos ni pusilánimes, sed reflexivos y ecuánimes, valerosos y no


cobardes, fuertes y no flacos, de juicio y acción y no de los que, o no piensan, o todo se les va en
pensar y hablar y no hacen nada; cultivad en vosotros y en vuestros discípulos principalmente
la energía y constancia de la voluntad asesorada por la prudencia, que es la facultad que más
vale.

94. Maestro, tu obra es obra de buena voluntad y de voluntad buena a carta cabal, persuadida,
fuerte y constante. Que tu voluntad sea prudente, sea pronta, sea fuerte, sea constante, y
triunfarás de todas las dificultades y oirás en tu conciencia el eco de aquellas regaladas
palabras de los cielos: «¡Paz a los hombres de buena voluntad!»

95. Maestro fuerte, haz de niños débiles hombres fuertes: el carácter de la educación es hacer
caracteres, esto es, hombres cabales, de recto y noble mirar, fuerte y sostenido querer y
constante y perseverante obrar en el cumplimiento del deber o del ideal, lo cual exige todo un
sistema de buena educación y vale por todas las obras del mundo.

96. En resumen, el maestro necesita la virtud de la fortaleza: para lo cual ha de tener salud,
higiene, paciencia, sabiduría cristiana, perseverancia, mansedumbre, humildad, modestia,
veneración, amor y respeto para el niño, un alma grande, un corazón magnánimo, ser hombre
entero y verdadero y cristiano perfecto, un carácter que forma caracteres, un modelo que hace
hombres modelos. ¡Cuánta virtud supone la fortaleza! ¡Cuán grande es la obra de hacer
hombres fuertes o verdaderos caracteres!
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CAPÍTULO IV
El maestro y la templanza

97. El maestro necesita la virtud de la templanza, que también se llama moderación, porque
enseña a dominar y moderar las inclinaciones y deseos sensuales, conteniéndolos dentro de la
razón y la fe. Sin la templanza el hombre degenera en bestia, y el maestro, que es formador de
hombres, ha de cultivarla en sí y en los discípulos, luchando contra las malas pasiones de por
vida.
98. Maestro educador, no olvides que en el cultivo de la virtud de la templanza tienes dos
enemigos irreconciliables, el mundo corrompido y desvergonzado que escandaliza al niño, y la
naturaleza de éste inclinada al mal y débil, enfermiza y flaca para resistir a los placeres
sensuales.

99. Maestro moderado, sélo en el comer, y sobre todo en el beber, come y bebe para vivir y no
viceversa, que no hay cosa más degradante que la embriaguez, y quien de ella sea víctima, ya
se ha inutilizado para la escuela y todo lo que sea educación.

100. El maestro templado sea casto y vigile por la castidad, sin la cual no hay entereza, ni salud,
ni vida útil, honrada, fecunda ni gloriosa. Ama la pureza como se ama a los ángeles, obsérvala
con toda delicadeza y cuidado, foméntala con todos los medios divinos y humanos e implórala
del Cielo.

101. El lujurioso no vale para maestro, porque la lujuria nubla la inteligencia, esclaviza la
voluntad, enferma y debilita el cuerpo, mancha el honor, ensucia cuanto toca, avergüenza a 1a
familia y la degenera trasmitiendo una sangre corrompida y envenenada, y en nada repara con
tal de lograr sus fines de seducción y corrupción. A una tal v tan rebajada bestia ¿se le pueden
encomendar los niños?

102. El maestro conocedor del mundo y de la naturaleza humana, ¿deberá prevenir al niño
dándole a conocer los pecados de la carne? De ninguna manera, porque en esta materia la
inocencia y la ignorancia suelen ir de la mano, y la ciencia y la culpa también. Pero si otros le
han abierto los ojos, intervenga el educador antes que el joven se pierda, y si puede declinar
esta misión delicada en la madre o el padre, hágalo y ayude en lo que pueda.

103. Maestro de la templanza, sé luchador contra la impureza desde la infancia hasta la edad
provecta, refrenándola y resistiéndola pronta, enérgica, total y constantemente, con los medios
de razón y fe y con la pasión del bien, o el amor a la limpieza y delicadeza, al pudor y la
vergüenza, que pueden mucho en los niños y jóvenes.

104. Maestros, cultivad la vergüenza, la honestidad y el decoro, que son parte de la templanza
y defensas de la pureza; cultivad la decencia, el pudor y todo sentimiento delicado y honesto;
pues, perdidos la vergüenza y honor, no hay bestia que iguale a la bestia humana.

105. Maestros y maestras, sed modestos en el vestir y no os dejéis llevar de la flaqueza de los
trapos, colores y modas. Limpieza, aseo, gracia y pulcritud, sí; pero junto con la sencillez,
honestidad y modestia, y nunca con el lujo, la frivolidad, la inmodestia y los cortes y colores de
los trapos que conviertan a quien los lleva en arlequín de escaparate y mona de feria.

106. Maestros de uno y otro sexo, tened seso, educadores de niños y niñas, tened juicio y no
seáis para ellos ni piedra de escándalo ni ridículos maniquíes de la moda parisién o parisina,
que a veces convierten en risible la imagen de Dios. Observad la modestia. Por amor y respeto
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de sí misma, por lo que debe al cargo y a la sociedad, por la ley de Dios y del bien parecer, toda
persona, y más si es maestra, está obligada a vestir con seriedad y modestia.

107. Maestros, no incurráis en la flaqueza de confundir los sexos; hay que respetar la
naturaleza. El maestro que educa niños, hágalos hombres, y la maestra que educa niñas, hágalas
mujeres, y no intentemos hacer de los niños mariquitas y de las niñas marimachos.

108. Cuando la necesidad lo ordene, como sucede en las escuelas de párvulos y con las mixtas,
sean preferidas las maestras; pero, por regla general, el maestro eduque hombres y la maestra
hembras, y si ésta es célibe y honesta y está libre de los inconvenientes de la gestación, parto,
lactancia y cría, mejor para la escuela. En Inglaterra se premia a la maestra soltera, pues la que
tiene que atender a sus hijos suele abandonar los de los otros.
Lo dicen la experiencia y el instinto.

109. Los maestros bien templados admiten honestos esparcimientos que reparen las fuerzas y
hagan más agradable la vida; pero no se dejan dominar de la holganza, ni aun a pretexto de
cultura, como los que, en vez de leer libros y revistas pedagógicas, pasan el tiempo con
historias, poesías, comedias, novelas, periódicos, teatros y, en general, en cosas extrañas a su
profesión y no siempre recomendables.

110. Maestros, la obra de la educación es obra de mortificación o doma de las pasiones, ya en


vosotros, ya en los alumnos. Buenas son las buenas formas de una fina educación, buenos los
actos de cultura y del culto; pero no es eso lo principal: lo esencial de la educación es formar el
hombre interior, es el dominio de sí mismo y de sus pasiones, lo cual exige larga y penosa
mortificación.

111. El maestro que es dueño de las pasiones vive en paz y es dichoso,


pues posee «la serenidad de la mente, la tranquilidad del ánimo, la sencillez del corazón, el
vínculo del amor y la concordia de la caridad», dice San Agustín.

112. El maestro sea moderado y respetuoso con todos: con Dios y sus leyes, consigo y sus
deberes, con el niño y los discípulos, a quienes enseña a respetar a los demás sin distinción de
clases, y en especial a las autoridades, lo cual es hoy de suma necesidad.

113. El maestro moderado o templado no es cruel sino clemente, y de tal manera modera el
rigor con la clemencia, que ésta sea ejercida sin prejuicio de la autoridad y disciplina; es bueno
sin ser bonachón, es justo sin dejar de ser clemente, es padre y madre a la vez para con sus
discípulos: éste es bello ideal del maestro modelo.

114. Maestro, no fumes en la escuela ni ante los alumnos; respétalos y no enseñes a fumar a los
niños, a quienes perjudica, y en varias naciones les está prohibido fumar y venderles tabaco.
Ojalá que la templanza te librara de la manía, esclavitud, dispendios, faltas de exactitud y buen
humor que consigo lleva el uso del tabaco, vicio de salvajes copiado por los hombres civilizados
de Europa.

115. Maestro, para huir de la sensualidad, evita la ociosidad, está siempre ocupado, siempre
trabajando. El oficio de enseñar da que hacer para ocupar siempre al que enseña, y no hay
medio de hacerse querer de Dios y los hombres sin ser trabajador. El maestro holgazán es un
zángano de la colmena social y un antieducador, probablemente, un corrompido.

116. El hombre ha nacido para el trabajo y no para el ocio, para ser útil y no gravoso a la
sociedad, para altos fines y no para formar en la piara de Epicuro, comer, dormir, fumar, charlar
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y leer periódicos. ¿Qué diremos de los centros de enseñanza donde la huelga es lo común? ¿Y
qué de los maestros que se formen en esa atmósfera de haraganería y disipación condecoradas
y retribuidas? ¿Con esos puntales se levantará la patria?

117. Maestro, sé moderado en todo, hasta en el trabajo, que si necesario es trabajar, no lo es


menos descansar. Dios, que impuso al hombre el trabajo, le impuso también el descanso
dominical. Trabaja y haz trabajar seis días de la semana, y el séptimo descansa y acompaña a
tus alumnos en la misa y otras ocupaciones espirituales y corporales.

118. Maestro ordenado, haz que en tu trabajo haya orden, proporción con tus fuerzas y cargo,
pureza de intención, diligencia, perseverancia y humildad, y oirás estas palabras del Maestro
divino: «Siervo bueno y fiel, porque fuiste fiel en lo pequeño, entra en el gozo del Señor», esto
es, goza para siempre de todos los bienes.
119. Maestro laborioso, justo es que vivas de tu trabajo, derecho tienes a la paga, que ojalá
satisfaga tus necesidades; pero pon la puntería más alta que la hogaza, que, si tienes vocación
para enseñar, no hay dinero con que pagarte en la tierra y tu paga está asegurada en el Cielo.
Así no desmayarás ni pensarás en que «para lo que te dan, demasiado trabajas», palabras
dignas de un ganapán e impropias de un maestro.

120. Maestro, estudia, porque ése es tu oficio; enseña, porque ése es tu cargo; elige y acota lo
que debes estudiar y enseñar, y no pierdas el tiempo leyendo cosas vanas o nocivas para ti, ni
la modestia, pretendiendo saber de todo o dándolo todo por sabido con loca presunción; no
intentes subir a las alturas para las cuales no tienes alas ni estás preparado y correrás peligro
de volcar y perecer, como ha sucedido a muchos maestros y discípulos. Sobre todo, enseña a
estudiar y aprender y transmite tu afición al estudio a tus discípulos; que esto importa más,
muchísimo más que el comunicar todo tu saber y ciencia.

121. El maestro modere sus penas, si acaso las tiene, y muéstrese habitualmente alegre.
Maestro tristón, tedioso, quejumbrón no es maestro, sino un llorón que pudiera pretender
plaza de plañidera o enterrador. La escuela debe ser alegre como los niños, como la esperanza,
como la gloria, como el sano optimismo.

122. Cultiva, pues, la alegría santa y destierra la mala, que es la mundana que quita el gusto
para todo lo bueno, para leer, estudiar, meditar, reír y obrar, que alborota el alma y la llena de
excesivos temores, oprime el corazón y deja como tullidas las fuerzas todas. Huyamos de las
alegrías y melancolías de Satanás y alegrémonos día y noche en el Señor.

123. El maestro, firme en las verdades fundamentales, acepta todos los adelantos que a ellas
no se opongan, y es el hombre de su tiempo y de todos los tiempos, sin estancarse ni
enmohecerse, ni menos ser modernista o modisto y veleta de la enseñanza, para quien es
ciencia y adelanto cambiar los principios y fundamentos de la Pedagogía según las corrientes
de la moda.

124. Maestros de buena voluntad, educad voluntades y con ellas domad pasiones; pues no es
hombre prudente, justo, fuerte ni templado el que no tiene voluntad, el que quiere y no quiere,
el que quiere lo que no debe o lo quiere por malos medios o para malos fines, el que es flojo,
desmayado, descorazonado y aburrido, el que tiene 1a voluntad esclava de las pasiones y es
víctima de ellas, llámense éstas soberbia, vanidad, lujuria, ira, gula, avaricia y pereza o
haraganería.

125. Maestros cristianos, a hacer buenos cristianos, que son los mejores de entre los hombres.
Ante Dios y los hombres de bien, el hombre vale, no por lo que sabe, tampoco por lo que tiene,
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tampoco por lo que puede, sino por lo que es. Y el hombre es lo que es por el alma, y el alma es
la voluntad, y el alma de la voluntad es la virtud: hacer hombres virtuosos es cumplir con el
cargo de maestro educador.
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CAPÍTULO V
El maestro y la Religión
126. La Religión es una relación necesaria y perdurable entre Dios y el hombre, lo cual debe
tener muy en cuenta el maestro educador, pues mientras Dios fuere Dios y el hombre fuere
hombre, necesariamente habrá religión, sin que nadie la pueda dispensar, suprimir ni abolir.
La religión es ley de humanidad y la educación en ella es un deber de naturaleza. Dios existe,
porque hay algo, y de la nada nada sale; luego hay un Ser eterno, y el Ser eterno es Dios. Dios
existe, y el mundo lo revela: con todos sus seres y maravillas, con el movimiento de los astros
y todo su impulso, con las ciencias naturales y todos sus descubrimientos, con las leyes y todo
su imperio y con la belleza y todos sus encantos; todo está diciendo que hay un Ser supremo,
Creador, Ordenador universal, Motor irresistible, Inteligencia sapientísima, Voluntad que
legisla y manda y Hermosura que encanta; puesto que no se da efecto sin causa. Pues bien, a
ese Ser llamamos Dios y le adora toda la humanidad, discrepando en el modo de adorar, pero
no en la idea de que hay que adorar. Es, pues, el ateísmo, teórico o práctico, que llamamos
irreligión, un sistema erróneo opuesto a la Divinidad y humanidad: y tales serán los maestros
y la escuela sin Dios, o ateos y laicos.

127. El alma humana siente, piensa y quiere, juzga, razona y elige libremente; todo lo cual
prueba que es espiritual, pues por los frutos se conoce el árbol y por los efectos la causa que
los produce. Y este alma, que es inmortal por ser espiritual (que los espíritus no mueren) aspira
ineludiblemente a la felicidad completa y permanente, que en esta vida accidentada y caduca
no puede realizar, y cree, espera y anhela por la vida que no acaba y por la gloria, que está en
Dios. Por donde se ve que el principio y fin del hombre son religiosos, y nuestra vida, que no es
sino el viaje hacia la eternidad, debe ser también religiosa.
¿Qué sería de la vida sin religión o sin destinos eternos? ¿Qué, del maestro que aspira a ser guía
de los primeros años de la vida, sin orientación religiosa? La vida sería un enorme engaño
seguido de un terrible desengaño, y el maestro un ilusionista y desorientador de los hombres,
en vez de ser un serio mentor y guía seguro del hombre hacia su destino.

128. El ateísmo, pues, y la indiferencia práctica en el orden religioso, es enorme aberración y


degradación suma, porque es la negación del hombre en lo que tiene de espiritual; pues lo
mismo se define el hombre diciendo que es un animal teológico, que diciendo es un animal
racional. Las bestias no discurren ni adoran y por eso son bestias. Además, la vida presente sin
otra vida que la repare, complete y sancione, deja de ser racional y justa, apreciable y tolerable,
en especial para los infinitos que son desgraciados. Sepa, pues, el maestro que suprimir la
religión equivale a suprimir el alma y sus destinos, la razón, la justicia, la libertad y el orden de
la vida presente, que es indefendible sin la vida futura. ¡Que es suprimir!
129. No hay cosa más grande ni más interesante que la religión, ya se la considere como ciencia,
ya como virtud, ya como institución o Iglesia, y el maestro educador está obligado a conocerla,
respetarla y practicarla y tratar de ella, no como cualquiera otra asignatura, sino como lo más
importante, lo más trascendental y de mayor valor que hay en la vida, por ser la religión 1ª
expresión y actuación del fin esencial y total de ésta y el lazo que une el tiempo con la eternidad.

130. El maestro debe ser religioso, por ser hombre y para serlo, y por ser y para ser formador
de hombres, cuyo más alto e irrenunciable deber natural y positivo es conocer y servir a Dios.
Sin la religión no sabríamos ni de dónde venimos, ni a dónde vamos, ni por dónde debemos ir
o cuál es el destino de esta vida; y el vivir así es de necios y el educar así sería necedad, lo cual
no puede desear ningún maestro discreto.

131. El que no sabe hay un Dios Criador, Conservador y Providencia poco sabe. Y si sabiéndolo,
desdeña reconocerle, reverenciarle y adorarle, malo es. Y si con tan supina ignorancia o
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acentuada malicia, acepta el cargo de maestro y educador, esto es, de modelador de hijos de
Dios, en lógica no cabe otro calificativo más adecuado que el de necio o malvado. ¿Qué maestro
querrá para ninguno del gremio tales calificativos? ¿Y para la escuela inferior o superior de
maestros que tal hiciera?
132. Maestro, no confundas el respeto debido a la conciencia, con el supuesto respeto debido a
la ignorancia, incultura y brutalidad, y a esto equivale el dejar al niño y al joven sin instrucción
ni educación religiosa. Pues así como la razón es natural al hombre, pero no se despierta sino
al contacto de otra razón ya desarrollada; así la idea, el sentimiento y deber religiosos han de
ser desarrollados al contacto de otros seres educados en la religión. A un formador de
inteligencias y corazones no le es lícito ignorar esto, ni tampoco lo antipedagógico que es el
mutilar al hombre naturalmente religioso, y lo fiero y brutal que es entregarle desarmado a las
luchas y contradicciones que sentirá dentro y fuera de sí por toda la vida.

133. El maestro cristiano y de cristianos, no sólo debe enseñar a Cristo y su Iglesia, sino el
porqué de uno y otro; no sólo ha de saber y enseñar Historia y Doctrina cristiana, sino
fundamentos de religión, si no como un teólogo, sí como un buen educador; que no es justo dar
menos importancia al porqué de la vida que al porqué de las matemáticas, por ejemplo.
134. El maestro, reflexionando acerca de la relación fundamental que existe entre su obra y la
caída del hombre, aprende que el principio de la educación es un dogma. El hecho más
universal y constante, más misterioso y absurdo, es el hombre, pues todo en él es contradicción.
No parece sino que dentro de cada hombre hay dos hombres: el uno bueno y el otro malo, el
uno cuerdo y el otro loco, el uno grande y el otro pequeño y ruin; y estos dos hombres disputan
y luchan entre sí hasta la muerte. ¿Quién nos ha hecho enemigos irreconciliables de nosotros
mismos? La religión cristiana responde: No Dios, que hizo al hombre recto, bueno, inocente,
sabio y feliz; sino el pecado fue el que degeneró al hombre, transmitiendo a su descendencia la
infusión de la culpa original. Esto es un misterio que explica otro misterio, el hombre
contradictorio; pero nos enseña que la educación es obra de regeneración, que educar es
restaurar, o reparar y reedificar lo derruido.

135. El maestro de cristianos ha de saber y enseñar que Cristo es Dios y la religión por El
fundada es divina. Jesucristo se afirma «Hijo de Dios» e igual al Padre, de quien es el Enviado o
Mesías, y lo que afirma lo prueba, no sólo con su vida, que es pura, y con su doctrina, que es
elevada y santa, sino con las profecías y milagros; pues con sola su palabra resucita a los
muertos, da vista a los ciegos, movimiento a los paralíticos, habla a los sordomudos de
nacimiento, multiplica los panes, sosiega la tempestad, camina sobre las aguas y, como remate
y sello final, promete resucitar y cumple su palabra resucitando al tercer día después de
muerto. Estos son hechos que constan por la historia y rubrican con su sangre cientos de
testigos intachables.

Luego Jesucristo es Dios, o Dios se ha empeñado en que así lo creamos. Y si Cristo es Dios, el
cristianismo es divino.

136. El maestro cristiano venera y admira en Cristo al maestro modelo. «Maestro me llamáis, y
decís bien, porque lo soy.» «No llaméis a nadie maestro, vuestro Maestro es uno, Cristo.» Esto
dice Jesús a sus apóstoles. Y el Evangelio, eco débil, aunque fiel, de sus enseñanzas, nos muestra
a Cristo como el Maestro modelo, sencillo y humilde, manso y suave, popular y llano, y al mismo
tiempo, grave y digno, noble y sabio, autorizado y divino. El sermón de la Montaña y la
conferencia del Cenáculo son muestras de su enseñanza, sobria, cálida, sencilla, sentida,
amorosa, familiar, íntima, cordial y educadora. «Ya no os llamaré siervos, sino amigos míos.»
«Si me amáis, mi Padre os amará y vendremos a vosotros y en vosotros haremos nuestra
morada.» «Hijitos míos, amaos los unos a los otros.» He aquí algunas pinceladas del amoroso
Jesús educando.
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137. El maestro, pensando en lo que es la religión, termina en la Iglesia, que es la institución


que la encarna. Pues siendo la religión un conjunto de verdades, exigen un magisterio; siendo
un conjunto de deberes, se necesita una autoridad para hacerlos cumplir; y para hacer llegar
esa enseñanza y deber a todas partes y por todos los siglos, se necesita una institución, docente,
educadora, rectora autorizada, santa, perpetua, infalible, indefectible y soberana o
independiente, y tal es la Iglesia católica. Esta es la institución docente y educadora más grande
que han visto los siglos, el milagro de los milagros y el portento de los portentos para todo
pedagogo serio e ilustrado. ¿Qué no será para el maestro cristiano y de cristianos?

138. Por eso el maestro que es de Cristo y sabe pensar, es de la Iglesia que Jesucristo fundó
para continuar la misión que El trajo a la tierra por todos los siglos y en todo el orbe,
prometiendo estar con ella hasta el fin del mundo: «Yo estaré con vosotros hasta el fin de los
siglos», dice a sus apóstoles y en ellos a sus sucesores. Y los hechos han confirmado la promesa,
pues a pesar de tantas herejías y persecuciones, la Iglesia permanece siempre idéntica a sí
misma, siempre igual en doctrina, moral, culto y constitución esencial a como Cristo la
instituyera.

139. El maestro bien fundamentado, que sabe que la Iglesia es divina por su Fundador, divina
por la doctrina, divina por los milagros que en ella se dan, divina por las profecías que en ella
se cumplen, divina por la asistencia del Espíritu de la verdad que la hace infalible, divina por la
resistencia indestructible mostrada en el batallar de diecinueve siglos, reconoce y confiesa que
no hay institución pedagógica que pueda compararse con la Iglesia y tiene por error y extravío
a todo lo que la contradice.

140. El maestro ilustrado, que sabe cómo el mundo pagano se hizo cristiano, reconoce que Dios
está con la Iglesia y espera que el cristianismo triunfará del neopaganismo o paganismo
resucitado. ¿Quién salvó al hombre esclavo, a la mujer degradada, la familia destruida, la idea
de Dios adulterada y degradada con las pasiones divinizadas, la moral pervertida, la justicia y
autoridad torcidas, la igualdad y fraternidad desconocidas, el derecho convertido en la ley del
más fuerte v el egoísmo imperando en todo? Un carpintero sin letras, que nació en un pesebre
y murió en un patíbulo, y doce humildes pescadores, sin más poder, ilustración, ni riqueza que
la de sus redes. En lo humano eso es imposible; luego aquí está Dios.

141. El maestro ilustrado sabe que el cristianismo es la religión de los siglos y para los siglos;
pues aunque nació con Cristo en tiempo de Augusto, el mismo Cristo dijo a los judíos, el pueblo
de las profecías y las esperanzas:
«No he venido a derogar la ley, sino a cumplirla.» «Yo soy el Mesías a quien esperáis.» Es, pues,
el cristianismo la continuación y última perfección de la religión verdadera, que nació con Adán
para vivir lo que el mundo, que ha durado tanto como los siglos y no se extinguirá. No seamos
noveleros: ni Dios, ni el hombre, ni la religión cambian, ni tampoco la Pedagogía puede cambiar,
en lo que tiene de religiosa y fundamental.

142. El maestro cristiano sabe que la religión cristiana verdadera y auténtica es una sociedad
jerárquica y soberana, llamada Iglesia, y no incurre en la tontería de afirmar que la religión es
asunto meramente individual, ni menos en la degradación pagana del cesarismo, que niega ante
el derecho la independencia de la Iglesia, sometiendo el fin supremo de la salvación y los
medios a él conducentes, entre ellos la educación de la infancia, a los fines temporales y
políticos de los que gobiernan el Estado. La Iglesia, o es soberana de hecho y derecho, o es una
oficina del Estado, y en tal caso, deja de ser una, santa, católica, infalible c indefectible, y será la
Iglesia de los Zares y Julianos, no la de Cristo y los cristianos.
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143. El maestro instruido en religión reconoce y venera a Cristo en su obra, que es el


cristianismo, que es la Iglesia, en la cual no sólo vive, enseña, educa, organiza, legisla, juzga y
castiga o premia, sino que pelea y triunfa: contra el paganismo y sus errores, tiranías y
degradaciones; contra el barbarismo y su ignorancia y violencias; contra el feudalismo y sus
invasiones, violencias y corrupciones; contra el mahometismo y sus devastaciones, fatalismo y
degradaciones; contra el protestantismo y sus rebeliones, divisiones y subdivisiones; contra el
regalismo y sus regalías y absorciones; contra el racionalismo, liberalismo, socialismo y
anarquismo, con todas sus falsificaciones de la razón, la libertad, la sociedad y el derecho. El
maestro cristiano está siempre con Cristo y su Iglesia para no separarse de la verdad, santidad,
justicia, libertad, civilización, progreso y educación verdadera.

144. El maestro que es cristiano, enseña a Cristo, Luz de Vida, quien de sí dijo: «Yo soy la luz del
mundo; el que me siga no andará en tinieblas, sino que tendrá luz de vida.» ¿Qué maestro
cristiano, qué alumbrador y educador de almas suprimirá a Jesucristo y su doctrina en la
enseñanza y caminos de la vida, sin incurrir en la merecida nota de oscurantista y apagaluces,
o amante de las tinieblas y aborrecedor de la luz de vida, que es la luz del bien vivir y del recto
vivir?

145. Maestros, no olvidéis que el cristianismo es un ideal de educación y vida perfecta, y que
este ideal no le dejó Cristo al capricho de los hombres, sino que lo encomendó y puso bajo la
custodia y dirección de la Iglesia docente, infalible y santa. Estar, pues, con la Iglesia es estar
con Cristo, y como Cristo es Dios, es estar con Dios, v estar con Dios equivale a estar con la
verdad, la bondad, la justicia, el derecho y con todo lo bueno y perfecto. ¡Que es estar! Y lo
contrario de este ideal de perfección es estar enfrente de la Iglesia; sea hereje, apóstata,
racionalista, anticlerical, laicista, cesarista o con cualquiera otro collar o nombre, el que no es
de Cristo es del anticristo.

146. La religión verdad es luz para el entendimiento, y el maestro que la oculta o apaga es
oscurantista. La religión, en cuanto procede del Cielo y lleva a Dios, es luz divina que alumbra
los destinos del hombre y los caminos que al Cielo llevan. ¿Qué cultivador de entendimientos y
alteza de miras la menospreciará? El que no sabe lo que es la vida, ¿cómo acertará a vivir bien
y a enseñar el camino del recto vivir? Maestros, no olvidéis que Jesucristo es la Luz del mundo,
y la Iglesia es la Ciudad de la luz, fundada sobre el Hombre-Cumbre, que es el Hombre-Dios.

147. La religión es fuerza y poder para la voluntad, y el maestro que no la cultiva es un enervado
y enervador. Si quieres hombres de voluntad fuerte y constante, no te satisfagas con
argumentos de razón, añade a ellos los de religión, que son más poderosos y eficaces y están
más al alcance de todos. Dios te ve y Él ha de juzgarte. Lo que hagas al pobre lo haces a Dios. No
temáis a los que pueden matar los cuerpos, pero no las almas. ¿Qué aprovecha al hombre ganar
el mundo entero, si pierde su alma? El que ama su vida más que a Dios no es digno de Dios. He
aquí máximas cristianas que han llenado el Cielo de santos y poblado el mundo de héroes de la
verdad, la justicia y la caridad, tan valientes y resueltos que no han dudado en darlo lodo,
incluso la vida, por Dios y las almas. ¿Qué otra filosofía ni pedagogía han llegado hasta ahí?

148. La religión es dicha sempiterna y minoración de la desdicha temporal, por lo cual el


maestro que aspira a hacer hombres dichosos o menos desgraciados, procurará instruirlos y
educarlos en ella. «Dios nos ha hecho para sí, y nuestro corazón está desasosegado mientras
no descansa en El.»
Esto por un lado, y por otro, «Dios es nuestro Padre y todo pasa por su mano y lo ordena para
nuestro bien». He aquí dos verdades cristianas que enseñan a buscar a Dios como nuestro
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centro y a convertir los males en bienes mediante la conformidad con la voluntad divina. Lo
cual ciertamente es más pedagógico que blasfemar, rabiar, desesperarse y suicidarse.

149. La religión es base v sanción de la moral, y el maestro que de aquélla prescinda, se hace
reo de inmoralidad, pedagógicamente hablando. Por lo mismo que Dios nos crió y ordenó para
sí, estamos todos obligados a tender a nuestro fin último, cumpliendo su voluntad, que es la ley
de nuestro destino.

De aquí que toda moral sea religiosa, por fundarse en la dependencia que de Dios tenemos
como causa primera, y en la ordenación que para con Él guardamos como fin último. Y también
lo es por 1a norma de la ley natural .y revelada que Dios nos ha dado, para que sepamos cuál
es el bien v le hagamos, y cuál es el mal y le evitemos. Maestros, cuando se pierde a Dios, se
pierde la ley moral objetiva, dada y sancionada por Dios, y con ella se pierde la recta noción del
deber y desaparece la justicia. Por donde, lógica y pedagógicamente hablando, el maestro sin
religión es el maestro sin moralidad o amoral.

150. Maestro, como no hay moral atea, tampoco hay derecho ateo ni amoral o inmoral, pues
éste se incluye en aquella como la parte en el todo; porque el derecho no es sino la ley moral
en cuanto regula y sanciona las relaciones esenciales a la vida social que tiene por base la
justicia, o el orden de proporción que deben guardar los hombres entre sí en sus relaciones
sociales: «Lo que no quieras para ti no lo quieras para otro.» «Haz a los demás lo que quisieras
hicieran contigo, puesto en su caso.». Esto se ve claro; no así la noción del derecho que
pretenden darnos, prescindiendo de Dios, ciertos intelectuales ininteligibles del racionalismo,
pues sólo ellos lo entienden, o se figuran entenderlo, que no es lo mismo. ¿El derecho, que es
ciencia de la vida, estará a cien mil codos sobre la inteligencia del común de los vivientes? Para
los pedagogos del ateísmo y racionalismo parece que si.

151. Maestro, si quieres que la escuela sea obra de verdadera reconstrucción y no instrumento
demoledor, sé cristiano y no caigas (por error, ignorancia o flaqueza, que de todo hay), en el
laicismo, que, en su base, es una secta anticristiana, llamada: en filosofía, positivismo y
racionalismo; en política, anticlericalismo; en sociología, apostasía social; en la enseñanza,
escuela laica; y en teología, ateísmo de Estado e irreligión práctica o indiferentismo legal.
La Francia oficial y laica de los últimos tiempos es el ejemplo más reciente y escandaloso de lo
que es la secta del laicismo encaramada en el poder y oprimiendo a un pueblo cristiano; y los
maestros españoles deben pensar con tiempo si quieren ser educadores o trastornadores,
cristianos o apóstatas, españoles o galicanos, maestros del cristianismo o seises del ateísmo,
que es la secta de las más grandes blasfemias y negaciones más absolutas y radicales,
individuales, sociales y pedagógicas, que han presenciado los siglos, y hay en España una secta
de pedagogos que tratan de imponerla sin reparar en medios.

152. El maestro laico no vale para educador. La instrucción que no se ordena a la educación
vale bien poco, hay quien opina que no vale nada, y hasta afirman muchos que es nociva y
perjudicial, en vez de ser provechosa. Y como la instrucción sin religión es una enseñanza sin
educación, por lo menos en orden a la voluntad, que es lo más importante, resulta que el
maestro que no es religioso en la enseñanza tampoco es educador verdadero. El Estado, pues,
que tales maestros imponga, será el peor de los maestros, por ser el primer antieducador de la
infancia y de la juventud y la patria. He ahí el papel innoble que el Estado laicista, inspirado por
la secta de los pedagogos racionalistas, aspira a señalar al maestro, que no eduque, que le ayude
a no educar.

153. El maestro laico es el maestro antisabio. «Dijo el necio en su corazón: No hay Dios. Y se
hicieron, con tal necedad, los hombres corrompidos y abominables en sus estudios» (o
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escuelas), dice el Salterio de David. «En servir a Dios está todo el hombre», dice Salomón; pero
el maestro ateo, que es un Salomón al revés, enseña que el ser hombre no está, ni en todo ni en
parte, en conocer, servir y amar a Dios, pues de lo contrario, él, que se precia de pedagogo y
formador de hombres, no omitiría la enseñanza ni educación religiosa en esos talleres de los
hombres del porvenir, que llamamos escuelas.

154. El maestro laico está enfrente de la humanidad y de las naciones más poderosas y cultas.
La religión ha sido siempre la base y nervio de las naciones, de tal modo que, a medida de las
creencias y fervores religiosos, han subido y bajado en su cultura y poder todos los pueblos
antiguos y modernos. Es verdad de experiencia histórica que no debe olvidar ningún pedagogo.
Y hoy tienen enseñanza religiosa en sus escuelas Alemania, Austria, Inglaterra, Bélgica,
Holanda, Suiza, Dinamarca, Suecia, Noruega, Rusia y, en resumen, todos los Estados europeos,
menos la decadente y corrompida Francia, que gime bajo la tiranía de los sectarios del
racionalismo, del judaísmo y la masonería, y Portugal, al cual los pequeños intelectuales han
hecho la mona de la Francia oficial. Y en América, los Estados que más valen son los más
religiosos en la enseñanza. Ser, pues, ateo o laico en la enseñanza, equivale a ponerse en frente
de la cultura y al lado de la decadencia, a ir en contra del voto de la humanidad de todos los
siglos y a ser una excepción vergonzosa del género humano.

155. Como Jesucristo vino al mundo para hacerle de pagano cristiano, el laicismo está en él
para hacerle de cristiano pagano. Maestros, meditadlo bien, el Estado laico es, o aspira a ser, el
maestro único, tiende a que sus maestros sean como él, laicos también; es un apóstata que
aspira a hacer apóstatas, y para ello tiene montado todo un ejército de maestros, que tiende a
influir y manipular por medio de organismos superiores de enseñanza y burocracia a estilo
francés. Cuando llegue el caso, vosotros veréis, si queréis enseñar como Dios manda o como
manda la secta de menos sectarios y más negaciones, que es el ateísmo, el error de los errores
y la pedagogía más antipedagógica que ha habido en el mundo.

156. Maestros, sed hombres sinceros y verdaderos y no hipócritas del error, aduladores del
malo que influye, manda y reparte cargos y prebendas de la enseñanza; respetad a Dios y
vuestra conciencia, y no vendáis vuestra hombría de bien y consecuencia por platos de lentejas.
No mintáis, no finjáis, no engañéis, sed sinceros, si queréis ser hombres verdaderos, sed
maestros de cuerpo entero, y no hombres de dos caras, dos conciencias, dos criterios y dos
conductas opuestas; aborreced la hipocresía, y sobre todo las instituciones escolares que
fomentan la hipocresía del pecado, mil veces más detestable que la de la virtud.

157. Maestros, sed religiosos enseñando y educando, si habéis de ser formadores de hombres
y no de bestias gregales, que ni saben para qué han venido a este mundo. Los maestros
cristianos tienen obligación de enseñar lo que es el cristianismo y su porqué, que importa más
que el porqué de las matemáticas y otras ciencias; pues, para ellos, Cristo y el cristianismo o su
Iglesia contienen el ideal de una educación perfecta, que da luz a la inteligencia, fuerza y poder
a la voluntad, dicha al hombre, base y sanción para la moral y el derecho, y previene y cura
contra el laicismo, que es la secta de los renegados del cristianismo, que aspira a encaramarse
en el poder y la enseñanza, para desde arriba imponer a los pueblos cristianos la escuela atea
por medio de maestros hechos a su imagen y semejanza.
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CAPÍTULO VI
El maestro y la fe
158. Maestros, ¿no decís que la escuela es el aprendizaje de la vida? Pues he aquí lo que dice el
Maestro llovido de los cielos: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, único Dios verdadero
y al que Tú enviaste, que es Jesucristo.» ¿Qué sabe de la vida y su alcance y destino el que de
todo sabe menos de Dios y la naturaleza-moral del hombre, que depende de su destino?
Nuestro destino es conocer a Dios para que le conozcamos, y conociéndole le amemos.
Secundemos, y no contradigamos la intención del Autor de la naturaleza y la revelación y
obraremos conforme a razón.

159. Dios educa al hombre por medio de la razón y la revelación, y el maestro, que no es sino
un coadjutor de Dios para formar hombres perfectos, no puede ni debe renunciar a ninguno de
estos dos instrumentos pedagógicos; de otro modo, dejaría de ser hombre de Dios que educa a
hijos de Dios, y se avergonzaría de seguir el sistema de educación que Dios ha seguido y sigue
con los hombres, hablándoles por medio de la naturaleza y de la fe, y adaptando la educación
al modo de ser de los educandos, pues de un modo educa a Adán y de otro a Noé, de un modo
al pueblo judío y de otro al pueblo cristiano. ¡Qué lección para los maestros del rasero!

160. Fe, en general, es el asentimiento que damos a una cosa por el testimonio de un testigo
fidedigno. La geografía, la historia, la familia, la sociedad, la justicia y mil otras cosas descansan
en la fe del testimonio ajeno. Fe cristiana es el asentimiento que se da a todas las cosas que
Cristo enseñó y la Iglesia, por su encargo, propone a nuestra creencia, asentimiento fundado
en el testimonio de Dios mismo. Una vez que conste que Dios ha hablado, es racional la creencia
y sería irracional no creer. La fe nos hace discípulos y educandos de Dios, nos enseña a ver más
y mejor y da a la pedagogía cristiana una gran superioridad sobre la pagana.

161. Maestro cristiano, que tu fe sea una, como es uno el fundamento de todas tus creencias,
porque Dios lo ha revelado y la Iglesia infalible así lo enseña. Lejos de ti la incredulidad del infiel,
la herejía del heresiarca y la apostasía del desertor o renegado; y aparta tu corazón y labios de
la blasfemia, la lectura, escuela y trato de los heterodoxos, de la indiferencia o apariencia de
incrédulo y de la corrupción, pecados que, si no matan la fe, la debilitan. Sin la fe nadie se salva;
cuida de ella, como cristiano y como educador de cristianos.

162. Y de la unidad de la fe nace la sencillez, según la cual se someten al Dios de la verdad lo


mismo los niños que los grandes, los ignorantes que los sabios. Cuando Dios habla, el hombre
sencillo cree, y el que a Dios no crea es que allá en su interior presume orgulloso de más sabio
que Dios y su Iglesia. Pero no confundas la sencillez con la ignorancia y falta de ilustración; que
la fe de un maestro debe ser ilustrada y fundamentada, para saber defenderla y cultivarla en el
alma de los niños.

163. A un maestro que preguntaba cuál era el origen, fin y medio de la vida y su pedagogía
fundamental, se le respondió: Está en el Credo donde se te dice quién es el Creador (principio),
lo que es la vida perdurable (fin), y cuál es el camino (Jesucristo, con su vida, pasión y muerte).

164. El maestro cristiano educa según Dios, por la naturaleza, la Escritura y la tradición. En la
naturaleza lee la ciencia que Dios ha escrito en ella; en la Escritura y la tradición aprende la
verdad revelada con que Dios nos instruye; no viendo en todo otra cosa que la educación del
género humano mediante el magisterio de Dios, ya sean sus repetidores los sabios, ya los
santos, a quienes El inspiró o reveló, como Adán, Noé, Abraham, Moisés, los profetas y apóstoles
y, sobre todos, Jesucristo, que es el Verbo de Dios.
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165. Maestros, en la Revelación hay un tesoro de educación: hay que utilizar la Biblia y la
tradición. «Todo lo que Dios ha escrito ha sido para nuestra enseñanza», dice San Pablo, desde
el Génesis hasta el Evangelio y el Apocalipsis. Y cuando Dios habla, tiene derecho a ser oído;
cuando escribe, debe ser leído; cuando enseña, hay que utilizar sus enseñanzas; cuando
profetiza, hay que darse por avisado; cuando castiga, hay que escarmentar y aprender en
cabeza ajena, y cuando se nos presenta hecho hombre, hay que tomarle como modelo. Sea,
pues, la Biblia, y sobre todo el Evangelio el libro más leído y mejor sabido y sentido de las
escuelas cristianas.

166. Entre todos los libros, prefiere la Biblia, y de la Biblia el Evangelio,


que es el libro de Cristo, la teología de Cristo, la filosofía de Cristo, la verdad,
salud, redención y gracia del género humano. El Evangelio ha dado fortaleza
a los mártires, ciencia a los doctores, humildad a los poderosos, grandeza
a los pequeños, salud a los enfermos, vida a los muertos, y entendimiento y
sabiduría práctica a los pedagogos cristianos.

167. Conocer a Cristo, enseñar a Cristo, vivir y educar en Cristo, esto es ser maestro cristiano.
Y esto se enseña y aprende en el Evangelio, que es Jesucristo viviendo, enseñando y redimiendo;
en la Historia sagrada, en cuanto es anuncio, promesa y cumplimiento del Evangelio; en la
Historia de la Iglesia, donde aparece Cristo rigiendo por ella los pueblos; en las Vidas de los
santos, que son la actuación de la doctrina de Cristo; en los Libros escritos por santos, esto es,
por plumas inspiradas en el Evangelio y movidas por la sabiduría y santidad de Jesucristo, que
se reverbera en esas vidas y escritos; y todo se suma en la escuela cristiana que es la síntesis
completa y grande de la Divinidad y humanidad relacionadas.

168. Maestros de cristianos sin orientación cristiana, son ciegos que guían a ciegos. Para formar
hombres, es necesario que el formador sepa en qué consiste la hombría, y para hacerlos
perfectos, en qué consiste la perfección; de otro modo, será un ciego que guía a ciegos. Salomón,
con toda su sabiduría, condensó el ser del hombre, de todo el hombre, en servir a Dios; y
Jesucristo, que es el Salomón divino, la Sabiduría de Dios, enseña lo mismo con estas sus
palabras: Sólo hay una cosa necesaria, que es servir a Dios. Pero si el maestro en esto anda a
ciegas... será un ciego que guía a otros ciegos.

169. Maestro, hermana en tu escuela razón y fe y, fundado en los pilares del buen sentido y de
la sana creencia, educarás a la niñez como la educaron tus padres y te formaron a ti. No
consientas que a Cristo se le ponga una venda en tu escuela, como hicieron sus enemigos en
casa de Caifás, no renuncies a Cristo y su Evangelio para ir en pos de mil sectarios y sectas que
no se entienden ni pueden entender, porque el racionalismo es una selva o manigua, una babel
o confusión y, como su padre, el protestantismo, sólo sabe negar, y con negaciones no es posible
orientar ni educar.

170. El maestro cristiano ha de vivir de la fe, esto es, pensar, juzgar, desear, amar, temer,
esperar y obrar según la fe, siendo esta luz divina su guía y gobierno, y sin perjuicio de la razón,
respecto de 1a cual es la revelación como el catalejo, que no eclipsa el ojo, sino que hace vea
más y mejor. Sin fe es imposible agradar a Dios, y con fe muerta tampoco, por lo que es
menester, no sólo creer lo que Dios ha revelado, sino hacer lo que Dios ha mandado. El maestro,
pues, ha de tener e inspirar una fe viva, fe eficaz, fe y vida según fe, única que a Dios agrada y a
los hombres eleva, redime y salva.

171. Abroquelado el maestro con el escudo de la verdad de la fe, se defiende contra todas las
herejías o abusos de la razón, contra las inmoralidades o abusos del corazón, contra todas las
tiranías o abusos del poder, y entre ellos, del Estado naturalista, que no mira ni quiere miremos
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al Cielo, y el Estado maestro, que pretende absorber la libertad y derecho de los padres y los
hijos para hacer de éstos verdaderos renegados por medio de profesores que él nombra y ellos
pagan.

172. Abroquelado el maestro tras el buen sentido, que es hermano de la honradez lógica y
pedagógica y enemigo de la contradicción y el absurdo, no incurrirá: en la aberración de
cultivar el estudio de todo menos de la Suprema Verdad; en la decapitación de Dios, del saber
científico y el sentir humano; en la apostasía de la inteligencia y el corazón, invitando al amor
y admiración de todas las cosas menos del Dios que las hizo; en la idolatría cultural, rindiendo
culto a todas las ciencias y no al Señor de ellas; en la miopía pedagógica, que sólo ve hechos y
causas próximas y no la causa más alta y primera de todo; en el estrabismo escolar o mirar
torcido que padecen los organizadores de escuelas que no ven, ni quieren que los educandos
vean en la enseñanza, ni a Dios que está en todo y es su fin, ni al Verbo, que es su luz e hizo
todas las cosas, ni a Cristo, que es el Verbo hecho hombre para ser Maestro y guía de los
hombres.

173. El maestro cristiano, sabiendo que en ningún orden se da la generación espontánea y que
la verdad es hija de la verdad, va subiendo de verdad en verdad hasta la Suprema Verdad,
madre de toda verdad, y a poco que ahonde en sus estudios, ve cómo es imposible ser profundo
y moral y ser ateo y sectario del ateísmo en la enseñanza.

174. San Agustín, sabio y santo en una pieza, escribe: «Nada hay mejor que el conocimiento de
Dios, pues nada hay que nos haga más dichosos.» Y el Águila de Hipona no hace sino repetir lo
del Águila de Patmos, San Juan Evangelista, que repite estas palabras de Cristo: «Padre, ésta es
la vida eterna: conocerte y que me conozcan.» ¿Qué pensará de esto el pedagogo cristiano y de
cristianos, que sabe es la escuela el aprendizaje de la vida, el germen de la vida toda, la
cimentación de las verdades-peñas que, asentadas en el fondo del alma, servirán para erigir el
edificio que se ha de elevar hasta la mansión y vida eterna?

175. El maestro que quiere ser sabio con la sabiduría cristiana (que es luz de verdad y de
verdades por los principios más excelentes para conforme a ellos vivir), sube de las cosas a sus
causas inmediatas, y de éstas a sus más altos principios, y baja después a recorrer el camino
andado, aplicando a las cosas y sus causas inmediatas esa luz, haciéndola además luz de vida.
La obra del pedagogo cristiano es llegar a esas alturas de alto saber y sabio vivir por el atajo de
la doctrina cristiana, sin obstruir ni cegar el más largo y penoso camino de los conocimientos
humanos.

176. El maestro cristiano ama la luz de la verdad a la par de Cristo, quien de sí dijo: «Yo soy la
Verdad, yo soy la Luz del mundo.» Y trasmitió esta luz y verdad a su Iglesia en cabeza de los
apóstoles, a quienes dijo: «Vosotros sois la luz del mundo. Id y enseñad a todas las gentes.»
«Estaré con vosotros hasta el fin del mundo.» El maestro, pues, que ama la luz, está siempre
con Jesucristo y su Iglesia y huye del anticristianismo y anticlericalismo, como se huye de las
tinieblas.

177. Y huye de la sabiduría terrena, mundana, animal y diabólica: que adopta las máximas del
mundo y reprueba las del Evangelio; que enseña virtudes que complazcan a los hombres y
desagraden a Dios; que orienta toda su instrucción y educación al interés y utilidad terrenos y
jamás hacia los de la vida eterna; que sólo enseña el disfraz o careta de la verdad y la virtud,
que consiste en presentarse culto, suave, afable y complaciente en sociedad, pero sin amor ni
respeto interior ni deber de conciencia, y sólo mientras convenga para conseguir los fines
egoístas y terrenales que se propone. Huyamos de tal sabiduría, que nos haría sabios del revés,
y de tal magisterio, que nos haría maestros de Luzbel.
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178. Unamos nuestro entendimiento con el de todos los fieles dentro del entendimiento de
Cristo, unamos nuestras voluntades con las de los cristianos dentro del corazón de Cristo, y no
olvidemos que el centro de estas dos unidades v vínculos sociales del cristianismo es la
eucaristía, misterio de la fe y centro del amor del Dios-Hombre para con los hombres que en El
creen y le aman. Maestros con fe, sedlo también en las obras, obedeciendo a la Iglesia; que
«nadie puede tener sociedad con Dios si antes no está unido con la sociedad Iglesia» (Beda).

179. Si tú, maestro, tienes fe entera o de todo el credo, fe sobrenatural o por motivo de
revelación, fe auténtica o propuesta por la Iglesia infalible, eres católico en la fe; pero si no
obras como crees, contradices y deshonras el nombre que llevas. Un buen católico es el ideal
viviente del hombre perfecto; un cristiano pagana ni es hombre ni cristiano, es un ser
contradictorio, un degenerado.

180. El maestro cristiano catequiza o cristianiza enseñando, pues el nombre que lleva no le
debe al bautismo, sino a la enseñanza que da y al modo de darla. Como los ríos van al océano,
así los conocimientos escolares eslabonados caminan hacia el océano de la verdad, que es Dios,
quien por esto se dice el Señor de las ciencias y el principio v fin de todas las cosas (incluso de la
Pedagogía).

181. Mas para ser maestro catequista, son necesarias fe, ciencia y arte. Fe, porque es difícil
enseñar a creer sin tener fe en lo que se enseña; ciencia, porque el catecismo de 1a doctrina
cristiana es un resumen de teología dogmática, moral y aun litúrgica; y arte o modo, porque
hay que enseñar, no sólo a conocer, sino a creer, persuadir y mover a obrar en cristiano, para
lo cual hay que saber los recursos pedagógicos.

182. El maestro educador de cristianos, debe leer, estudiar y enseñar la historia de la religión
cristiana con preferencia al mismo Catecismo; por ser lo que más interesa y mejor aprende el
niño, y también lo más conforme con el procedimiento de Dios y su Iglesia y con la naturaleza
de las cosas. La religión no nace, como la filosofía, del discurso de la razón, sino como un hecho
hijo de la voluntad divina; y como en toda obra, y más si es de Dios, ha de haber unidad, sabe
que la clave de tantos hechos como forman la historia de la religión es Cristo. Este es el hecho,
el grande hecho, el hecho central y culminante de la historia, al cual todo se refiere y con el cual
todo se relaciona.

183. El maestro cristiano que educa a cristianos, debe ser eclesiástico en sentido pedagógico, o
que sea amigo de la Iglesia y se identifique con ella, EL
viviendo su vida, participando de su culto y procurando educar a sus alumnos con los medios
de educación y perfección que ésta su madre y maestra les ofrece a manos llenas. Pues nada
hay en el mundo pedagógico que iguale a la liturgia, en cuanto a hacer sensibles e intuitivas las
ideas más altas y tocar las fibras del corazón para moverle en pos de ellas.

184. El maestro católico sabe que la religión no contradice a la ciencia y es un enamorado del
saber y de la instrucción popular, trabajando por ser cada vez más culto y por extender la
cultura hasta las últimas clases sociales, ya por medio del discurso, ya por medio de la
autoridad y la fe: que así educa Dios y así debe educar quien se tenga por hijo de Dios y
coadjutor suyo en la obra de la perfección humana.

185. El maestro católico, no teme a 1a ciencia, porque entre verdad y verdad no cabe
contradicción, y así como el ojo y el telescopio no se contradicen, sino que se ayudan, lo mismo
la razón y la revelación. A la verdad hay que ir con toda el alma, escribe Platón, y no con el
exclusivismo y mezquindad del racionalista, que no admite otra razón superior a la suya, o del
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sectario, que toma por religión lo que no es sino superstición o antojo de su razón. ¿Qué culpa
tienen la ciencia ni la religión de la ignorancia, cortedad, preocupación o falsificación de la
verdad por los hombres, aunque se llamen científicos y creyentes? A éstos hay que decirles:
Estudiad más y creed mejor, y no culpéis a la Iglesia ni a la ciencia de vuestras torpezas o culpas.

186. Sabed adoptar libros cristianos o de los que confiesan a Cristo, y no los que se llaman
neutros o se avergüenzan de confesarle delante de los hombres. No hay libros ni maestros
neutros, y Jesucristo dice que tampoco habrá cielo para los que (maestros o discípulos) no le
confiesen ante los hombres.

187. Y como la verdad no seca el corazón, sino que le hace más cristiano, a imitación de Santo
Tomás, santo entre los santos y sabio entre los sabios, cultive el maestro el saber con plan y
método, como aquél lo hace en sus obras, y singularmente en la más monumental de todas ellas,
que es la Suma teológica, y cultive el amor unido a la ciencia, como Santo Tomás lo hizo
componiendo el Oficio litúrgico del Corpus Christi, que es la joya más rica y el florón más
hermoso de la liturgia católica. Unamos al hondo pensar el bello sentir, a la grandeza de los
pensamientos la delicadeza y ternura de las imágenes y expresiones sencillas del pueblo, y ya
que somos maestros de escuela, imitemos en los procedimientos al maestro y sol de las
escuelas, que es Santo Tomás de Aquino.

188. En resumen, el maestro cristiano eduque como Dios educa, con razón y fe, que son como
el ojo y el telescopio para descubrir la verdad que más interesa al hombre conocer. Para ello,
la fe del maestro debe ser una e indivisible, condensada en el credo, ampliada por la Escritura y
Tradición, y sirviendo de orientación escolar, que es o debe ser unidad de entendimientos,
voluntades y acción en la Suprema Verdad; y el Sumo Bien, que es Cristo, Luz de luz y Verdad y
Sabiduría, de la cual el Evangelio es débil, aunque fiel eco. El maestro cristiano catequiza
enseñando con fe, ciencia y arte, para lo cual utiliza la historia y la liturgia, que son los mejores
auxiliares pedagógicos de la Doctrina, y jamás halla contradicción entre el recto saber y el recto
creer y obrar, aunque sí la hay entre los ignorantes y preocupados que presumen de científicos.
El buen maestro adopta buenos libros, y no aquellos que niegan la cara a Cristo, y junto con las
cabezas, educa corazones, uniendo al hondo pensar el bello sentir y el bien obrar.
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CAPÍTULO VII
El maestro y la esperanza

189. El maestro, hombre de fe y cultivador de los hombres del porvenir, que son los niños, ha
de tener la virtud de la esperanza, que no es sino la confianza en Dios y en su palabra, que ha
prometido la gloria a cuantos hagan su voluntad. Hija de esta esperanza es la oración, y modelo
de oración y esperanza es el padrenuestro, que Jesucristo enseñó a sus apóstoles y nosotros
debemos enseñar a nuestros discípulos. ¡Maestros, trabajad, confiando en vuestro trabajo y en
Dios, que ha prometido pagar hasta un vaso de agua que se dé a sus pequeñuelos, cuánto más
una buena educación!

190. Trabajemos con la alegría del que labra el porvenir de individuos y pueblos. Y no
olvidemos que, por lo mismo que el niño todo es esperanzas, estamos obligados a no
desalentarle, por torpe y atrasado que esté, y aun por torcido que se halle: para eso somos
maestros, para alentar a los torpes, impulsar a los rezagados, enderezar a los torcidos y
corregir a los malos.

191. Maestros, sed alentadores de esperanzados, pero no de presuntuosos, o niños que


presumen saber y no saben, presumen poder y no pueden, presumen de reyes y generales y
héroes, no siendo ni reclutas ni hombres con juicio. Alentad a los niños, pero sin envanecerlos;
refrenadlos, pero sin acobardarlos ni empequeñecerlos. Y respecto de Dios y sus promesas,
enseñadles a hermanar su justicia y su misericordia, para que ni sean temerarios ni
pusilánimes, sino ecuánimes o bien equilibrados.

192. Unid a la esperanza, que es como el vapor que impulsa la nave, el temor, que es como el
lastre que la equilibra y asegura. Confiemos en Dios, y eso es esperanza, y desconfiemos de
nosotros aislados de Él, y esto es precaución, que nos moverá a labrar nuestra salvación y la
del prójimo con temor y temblor: a Dios rogando y con el mazo dando. Y si esto se dice del
hombre, ¿qué diremos del niño, que es todo impresionabilidad, imaginación, ilusión, sueño,
precipitación, arrojo, temeridad, movilidad e insubsistencia? Sed con ellos como madres que
cuidan de sus hijitos, y precaved sus caídas, a la vez que los animáis a caminar.

193. Maestros, la esperanza es una fuerza y la desesperación es desaliento; no seáis


descorazonados pesimistas, sino confiados y laboriosos providencialistas; trabajad como si
todo pendiera de vuestro celo, y ponedlo todo en manos de Dios, para que El lo bendiga y
fecunde, y así no caeréis en la desconfianza, pusilanimidad, tristeza, decaimiento y abatimiento,
ni tampoco en la presunción ni temeridad. Haced que sean vuestros discípulos fuerza sin
desalientos y providencia sin abandonos.

194. El maestro que espera, cree, confía, ama, trabaja, goza y vence todos los obstáculos puede
ser combatido, pero no vencido, no es cobarde sino animoso, intrépido y valiente. Si queremos
pueblos vigorosos y firmes, eduquemos a la juventud en la esperanza, no solamente humana,
sino divina, que nunca falla.

195. Maestros, la esperanza de la raza, la humanidad y la patria está en la juventud; evitad por
todos los medios que ésta se corrompa o renunciad a toda esperanza de conservación y
salvación.

196. Maestros, todas las glorias y vergüenzas sociales y políticas se deben a las llamadas clases
directoras, entre las cuales figuráis, siquiera en modesta esfera. ¿Dónde y cómo se forman los
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bachilleres y maestros, en punto a instrucción y educación? De lo que en esos centros se haga


depende en gran parte el porvenir del pueblo y de modo especial el de la escuela.

197. El maestro cristiano es una esperanza social, por ser educador del pueblo animado del
espíritu de Cristo y de su Iglesia, para quienes los más pobres, ignorantes y necesitados son los
predilectos y más favorecidos.

198. Maestros cristianos y cultivadores de esperanzas, fomentad la asociación intraescolar


entre los alumnos que hoy son, y extra o circumescolar entre los alumnos que fueron, para que
se aumente y conserve la semilla de vuestras ideas y el fruto de vuestro amor y trabajo.

199. Maestros cultivadores en serio y con seso de esperanzas, tended a formar familias,
trabajad educando con ellas, y sabed que la escuela sin familia, ni supo, ni sabe, ni sabrá nunca
educar ni mejorar las costumbres ni los pueblos. Por eso, el corruptor y perturbador de las
familias y su constitución, el secuestrador de los hijos a pretexto de cultura, y el confiscador
del haber familiar o patrimonio doméstico, son los tres más poderosos disolventes de la
humanidad y la patria, y los tres viven fuera del derecho, pretendiendo serlo, además de
alardear de cultura, libertad y progreso.

200. Maestros honrados de infancias y pueblos cristianos, sed ministros de la paz y la


esperanza según el Evangelio, y no consintáis que os hagan instrumento de guerra contra Dios
y su Cristo, matándolos en el alma de los niños, a las órdenes del Estado maestro, obligatorio,
ateo y laico. Sin religión no hay educación seria y formal, ni cabe la esperanza en la redención.

201. Maestros de la esperanza, acordaos del padrenuestro y rezadle con vuestros alumnos,
invocad a vuestro Padre y su Padre de los cielos, y hacedlo por medio de Jesucristo, que es
nuestro hermano y el gran amigo de los pequeños, y ni el diablo con todo su poder, ni el mundo
con sus escándalos, podrán robaros los niños, si vosotros no los abandonáis.

202. Maestros, enseñad a orar, que por la oración pedimos cuanto queremos y conseguimos
cuanto necesitamos. Ni el que enseña ni el que educa es nada, si Dios no deja caer el rocío sobre
las almas de los educandos. Orad, pues, y enseñad a orar.

203. Maestros, aspirad a ser educandos y educadores perfectos o completos, y por tales tengo
a los que cultivan todas las facultades físicas, intelectuales y morales y armonizan todos los
fines ordenando los temporales hacia el eterno. «Sed perfectos como lo es vuestro Padre de los
cielos.» «Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia (o hacen con ansia el deber en todo),
porque de ellos es el reino de los cielos.» Esto dice Jesucristo. Sin esta orientación moral y
religiosa no hay educador ni educando perfecto y completo, carece de la esperanza, que se
apoya en la fe y ordenación de la vida hacia arriba, que es el cielo en esperanza.

204. El maestro sin oración y meditación carece de educación, aunque sepa mucho y sea
cristiano. Si hemos sido hechos para conocer y amar y servir a Dios, para acercarnos por razón,
fe, esperanza, amor e imitación a la perfección de Dios, nuestro Padre, que nos hizo a su imagen
y semejanza, para ser probados en esta vida con toda clase de pruebas y recibir después la
recompensa, ¿quién podrá decir: Yo no necesito orar, ni pensar ni meditar en Dios ni en mi
origen y destino? ¿Yo soy perfecto, y lo soy sin aproximarme a Dios para imitarle ni implorarle
para que me ayude con su gracia; yo soy tan bueno que estoy sin pecado y no necesito perdón,
etc.? El que tal diga no reflexiona ni medita, y por eso no se conoce ni ora: es un ineducado, no
un educador,
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205. Maestros, enseñad a orar y meditar, que es un buen modo de educar. El propio
conocimiento es la base de toda educación: sin conocerse no es fácil regirse, y sin régimen todo
es anarquía; ahora bien, para conocerse no hay como mirarse por dentro, examinarse y
compararse con el ideal de la perfección y profesión; lo cual se llama en plata meditar y hacer
examen de conciencia concienzudamente. Y el que no sabe conocerse ni regirse, ¿cómo regirá
a los demás? Además, el oficio de salvar pide gracia; las pruebas de la vida piden auxilio; los
seres de razón por razones deben ser guiados, y los de fe por razón y fe; todo lo cual nos dice
que hay que orar y meditar para educarse y educar.

206. El maestro, antes de enseñar, ore y diga estas palabras de Salomón: «Señor, dadme la
sabiduría que se sienta junto a Vos y no me rechacéis del número de vuestros hijos. Haced que
ella esté y trabaje conmigo.» El primer deber del que sabe regirse y pretende regir almas,
escuelas y pueblos, es pedir a Dios que le ilumine y asista.

207. Maestros, sin oración no hay esperanza de salvación. No puede el hombre salvar al
hombre, no pueden las sociedades salvarse a sí mismas. Sin el auxilio de Dios (el cual de
ordinario se concede por la oración), el hombre, la institución humana y cristiana, la escuela
como la nación, bajan, no suben; caen, pero no se levantan; se mueven, pero hacia la tumba. El
genio del mal apunta al corazón cuando se destierra a Dios del Estado y la escuela.

208. Maestros de la esperanza, no olvidéis que el padrenuestro, síntesis divina de todo lo que
podemos lícitamente pedir, se ha hecho para enseñarnos a orar y para que le recen todos los
mortales, menos los ateos, si es que los hay. Como hijo de Dios, como hermano de Cristo, como
triste pecador, como necesitado o tentado de cualquiera necesidad o tentación, en el
padrenuestro hallarás lo que pides y necesitas.

209. Maestros cristianos, visitad al Maestro, que vive en el sagrario. Es El, el mismo que
enseñaba en vida, y con las mismas luces y cariños, el mismo que reprendiendo a sus discípulos
les decía: «Dejad que los niños se acerquen a Mí.» Si queréis acercar los niños a Cristo, acercaos
vosotros a El; de otro modo, pocos milagros haréis en la educación cristiana.

210. Maestros cristianos que aspiráis a formar hombres de carácter con ideas sanas y unas, con
voluntades firmes y perseverantes, actuad en vosotros y en vuestros discípulos la fe y
esperanza en aquel Uno de quien todo procede, que todo lo rige y a quien todo se ordena, que
es Dios: creed y esperad en El viéndole presente en todos los hechos de las criaturas todas, que
no son sino mandaderas suyas.

211. «Alegraos en el Señor, estad siempre alegres.» La esperanza de una buena conciencia hace
dichosa y alegre la vida. Sea, pues, vuestra escuela una como antesala del cielo, y vivid dichosos
viendo y gozando con la alegría de los niños, que se sumará con la nacida de la tranquilidad de
vuestra conciencia. En tales maestros no arraiga la melancolía.

212. Alegraos, maestros, y saltad de gozo, porque es muy grande vuestra recompensa, tan
grande como no acierta a imaginarla vuestra esperanza.

213. Estad santamente alegres, dando vuestras lecciones siempre de buena gana, jamás con
tedio. Dios y los hombres aprecian el don que nace de un corazón alegre y generoso.

214. El maestro que siente y piensa en cristiano, puede decir con el alma henchida de gozo al
abrir la escuela: «Entrad, niños, que con vosotros entra Cristo en mi clase y por vosotros espero
me reciba en su gloria.» Traducción de estas otras palabras de Jesús: «El que recibiere a uno de
estos pequeñuelos en mi nombre, a mí me recibe.»
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215. Maestros, según es la fe así es la esperanza; cuando ésta se funda en la convicción profunda
del alma nacida de la fe y la razón en ella arraigadas, será un poder en acción, firme y constante,
y no habrá santón pedagógico que le haga vacilar o apostatar, llámese racionalista o liberalista,
regalista o revolucionario a lo Rousseau, etc.

216. Maestros, si queréis ser la esperanza de la religión, la humanidad y la patria, educad a


cristianos en cristiano. A los hombres hay que tomarlos como son y hay que formarlos como
deben ser, esto es, como Dios quiere que sean. Los maestros que, a pretexto de pedagogos y
modernistas, así no lo hagan, no son educadores, sino suplantadores de hombres y dioses, y
verdaderos dislocados y trastornadores. Vosotros sed más humanos, más racionales y
cristianos, enseñad a los hijos de Cristo en cristiano, como es de razón.

217. Maestros que enseñáis historia, haced ver en ella y con ella cómo Jesucristo es la esperanza
de los hombres y los pueblos en todos los siglos, y cómo Cristo y el cristianismo mismo son el
hilo que une todos los hechos históricos, desde Adán a nuestros días.

218. Al maestro que es cristiano todo le ayuda a cristianizar, hasta la lengua, don de Dios creado
para darle gloria. Jesucristo, Verbo de Dios hecho hombre y maestro, cuidó del buen uso de la
palabra docente, la acercó a su corazón, la puso en sus labios, la divinizó e hizo consignar en el
Evangelio, la encomendó a su Iglesia docente e infalible y mandó que todas la acataran en el
orden religioso. Seamos eco fiel del magisterio de la Iglesia en asuntos de fe y moral, y
enseñando lo que ella enseña, nos libraremos de mil errores.

219. En resumen. Los maestros, por ser los cultivadores de los hombres del porvenir, son una
esperanza, y para que ésta sea racional y cristiana, ha de apoyarse en la fe y palabra de Dios y
en nuestro trabajo. Invoquemos a Dios orando y cooperemos laborando con inteligencia y celo
a favor del porvenir de individuos y pueblos. Alentemos a todos, incluso a los torpes, y no
envanezcamos a nadie ni le hagamos presuntuoso, aunque sea listo. La esperanza, como toda
virtud, no está en los extremos, sino entre medio del aliento y la prudencia, el trabajo y la
providencia. La esperanza es una fuerza de expansión y conservación que debe cultivar el
maestro, preservando a la juventud de la corrupción, educando a las clases directoras y
populares, fomentando el espíritu de asociación, el de la familia, el de las ideas fundamentales
del orden y la paz, enseñando a orar y, orando, a ser perfectos aproximándose al ideal de la
perfección, que es Dios nuestro Padre, por la reflexión y meditación, la oración y amor del
Santísimo. Fomentad la esperanza los formadores de caracteres, los alegres mentores de los
niños, los celosos educadores de cristianos, los que tenéis prometida la gloria, los que sabéis
leer en la historia, en la lengua y en todo a Jesucristo, que es nuestra esperanza.
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CAPÍTULO VIII
El maestro y la caridad

220. Maestro de la infancia, sé el hombre de la caridad, si no quieres perder la paciencia y el


tiempo; ama a Dios sobre todas las cosas y ama al niño y al prójimo por amor de Dios y como a
ti mismo. La fe mira a Dios como Verdad infalible, la esperanza como Poder infinito y la caridad
como Bondad suma digna de todo amor, por lo cual se engolfa en Dios y no ama a criatura
alguna sino en Dios y para Dios. Sea este amor universal y permanente, motivo y objeto de
todos nuestros amores, afanes y trabajos.

221. El maestro es el que hace la escuela y la escuela es obra de amor, que la hace buena, amable
y simpática. Para que este amor sea de caridad, ha de comprender a Dios y al prójimo y ser:
universal, sin excluir a nadie; delicado, sin ofender a nadie; generoso, o sufrido y dadivoso; sólido
o fundado, no sólo en motivos humanos, sino en los divinos, y práctico, o que se manifieste en
pensamientos y afectos, en palabras y obras. El amor general debido a todos no excluye el
especial para los discípulos, parientes, amigos y cooperadores en la obra de la educación.

222. El maestro sin amor probado no es maestro ni debe serlo titulado. Para educar hay que
amar, y así como ni el saber ni la aptitud se suponen en ningún ramo, tampoco el enseñar y
educar, que es de lo más práctico y difícil que hay en la vida y en los cargos. No obstante lo cual,
se dan escuelas y cátedra de todas clases, no a los experimentados en hacer, sino a los peritos
en hablar. Lo cual no deja de ser un disparate de marca mayor, siquiera lo hallen corriente los
llamados pedagogos y espíritus que se titulan superiores y alardean de entenderlo.

223. El maestro ha de ser un corazón formador de corazones; porque el corazón es el hombre,


por él se mueve y allá va donde el corazón le lleva. Dios y los hombres tienen por la mejor de
las conquistas la del corazón y debemos reputar por el mejor de los maestros al que mejor
modele corazones. Maestros, no olvidéis que el corazón se conquista amando y se forma y
fortalece ejerciendo la caridad o poniéndose en movimiento hacia el bien, esto es, dando el
corazón a Dios y a nuestros semejantes.

224. El maestro educador tenga corazón de padre y de madre, cuya representación y encargo
tiene respecto de los hijos que son sus educandos. Gózate viéndote padre espiritual de tantos
hijos como alumnos tienes y ámalos, pero no olvides que tu elevada misión, tan elevada que
viene de arriba, es de comisión y encargo; pues los padres, sean pobres o ricos, ignorantes o
sabios, son los que tienen primaria y principalmente el derecho a educar a sus hijos, derecho
que es inalienable.
225. El maestro ha de ser hombre de sacrificio. Tenemos dentro de nosotros nuestro mayor
enemigo, y hay que vencerle y luchar mientras dure la vida, lo cual no se hace sin dolor y
sacrificio. Esta obra de regeneración, dignificación y soberanía de sí mismo, se realiza,
venciendo el orgullo, la avaricia y la concupiscencia, y se comienza en la escuela, pero no
termina sino con la vida. Sépanlo maestros y discípulos: día sin sacrificio es día perdido; todos
los días hay que hacer algo bueno que cueste trabajo. Mirad a Jesucristo, el Maestro modelo,
desde la cuna al sepulcro se desposó con la cruz, esto es, con el sacrificio, y ése es el camino.

226. El maestro caritativo debe ser piadoso, pues la piedad es la caridad inflamada que nos
mueve a hacer pronto, bien y cuidadosamente cuanto es del agrado de Dios y edificación del
prójimo. Supone la gracia y amor de Dios en el alma, a la cual añade la agilidad y viveza
espiritual para hacer con fervor y diligencia las obras de caridad, ya sean de precepto, ya de
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consejo y perfección. A todos es útil la piedad, pero singularmente a los maestros, para mover,
edificar y hacerles más fácil y grato el arduo ministerio de la instrucción y educación.

227. El maestro piadoso sabe y aprovecha esta lección del Doctor de las gentes, San Pablo: «La
piedad sirve para todo.» Sirve para todo lo bueno de esta vida y le está prometida la gloria. Si
aspiras a educar, no olvides que la piedad es el instrumento más poderoso que Dios ha puesto
en tus manos; para ti, si has de tener corazón y celo de apóstol; para la escuela, si tu trabajo ha
de ser grato y fecundo, y para los niños v jóvenes a ti encomendados, pues sólo en esa edad
nace la piedad.

228. Maestros y maestras, sed devotos, que la devoción no se impone, se inspira, no se enseña,
se pega, y si no estáis contagiados del amor de Dios, mal podréis pegarle a vuestros discípulos.
La ciencia y la virtud sirven para todo, la sabiduría y la devoción son hermanas, la grandeza y
la piedad se dan la mano: nunca es más grande el hombre que cuando se acerca a Dios, ni más
digno de respeto que cuando le adora con piedad. Mostrad estas verdades y respetos en
vuestras escuelas.

229. El maestro con caridad debe ser celoso, entendiendo por tal al que enamorado de la
verdad y el bien, se consume por comunicarlos a sus discípulos, a quienes ama como a sí mismo
y por quienes se desvive, pareciéndole nada trabajo que en ello pone. El celo es hijo del amor,
y el que ama no repara en sacrificios; el celo es luz, calor y movimiento y alumbra, enciende e
impulsa a los discípulos con la palabra y el ejemplo del maestro.

230. No son maestros celosos los indolentes y poco ejemplares, los ignorantes e imperitos, los
apasionados y poco concienzudos, los egoístas y aceptadores de personas, aplausos y dones,
los ponderadores de sus méritos y menospreciadores de los ajenos, los murmuradores,
mordaces, imprudentes e indiscretos, los tristes v desalentados, los faltos de piedad y
misericordia, de humildad y paciencia, los que por no examinarse no se conocen y por no
conocerse no se enmiendan, los que por carecer de vocación son bultos y no maestros, etc.

231. Maestros, sed fervorosos en vuestra misión, y fervoroso es aquel que se entrega con
verdadero entusiasmo a la obra de la escuela. Tal maestro crece de día en día ante Dios y los
hombres, sube de grado en grado a la perfección, y hace bien su obra, que es la enseñanza,
poniendo en ella todas sus facultades: es una potencia educadora a la cual nada resiste. Pero el
que carece de fervor y celo es como el agua tibia, que provoca el vómito.

232. Maestro, no olvides que Jesucristo, para poner al frente de su escuela, que es la Iglesia, y
de su magisterio, que es el apostolado, no examinó a Pedro por su saber, sino por su amor,
diciéndole por tres veces: ¿Pedro, me amas más que éstos? Sin caridad o amor de Dios no se
puede educar a los hijos de Dios; el amor de Cristo es condición necesaria para educar en
cristiano a cristianos.

233. El maestro cristiano debe tener un corazón eucarístico o enamorado de la eucaristía, en la


cual está y vive y arde el Amor de los amores, que es Jesús, para comunicarse a los que a El se
acercan por medio de 1a comunión espiritual o sacramental. Los educadores cristianos,
llamados a encender este amor de Cristo en sus alumnos, necesitan tener en el corazón el amor
a Jesús sacramentado, pues nadie da lo que no tiene, y deber de su cargo es preparar y
aproximar los niños al sacramento que hace vírgenes y conserva ángeles.

234. Maestro cristiano, ama a la Iglesia, que es tu madre y la institución docente y educadora
más grande que ha visto la tierra; quien no la ama, siendo maestro educador, es que no vale
para comprender la grandeza.
El Maestro Ideal (Venerable Andrés Manjón)
Edición exclusiva para alumnos de
Instituto de Educación Superior
Isabel la Católica, San Rafael, Mendoza

235 El maestro que ama en cristiano es paciente, benigno y humano. ¿Qué es lo que impide la
caridad y unión paternal y fraternal, si no es la soberbia, la envidia, la ambición, el amor propio,
la mortificación, la impaciencia y otras cosas semejantes? La caridad os dice que evitéis estos
pecados y practiquéis las virtudes opuestas, y así tendréis paz y unión, humildad y paciencia,
benignidad y generosidad.

236. El maestro debe ser generoso al enseñar. Demos gratis dones gratuitos de Dios, cuales son
la verdad y el amor, y si acaso la necesidad nos obliga a recibir remuneración, entendamos
siempre la diferencia que hay entre don y don y, aceptando la paga, no la comparemos con los
dones de Dios ni con los méritos que ante Dios adquiere el que sufre y conlleva las flaquezas
del prójimo.

237. Maestros, asemejaos al buen pastor y no al mercenario rabadán o peón que, en terminando
las horas de clase o la peonada, ya da por terminado su oficio. Como la madre cuida del hijo
presente y ausente, así vosotros, en otra esfera, seguid, vigilad y cuidad de los discípulos
ausentes y retenedlos cerca de vosotros con cualquier honesto esparcimiento, mientras podáis.

238. Maestros, tened caridad especial para con los niños, porque Dios así lo quiere y vuestro
cargo así lo pide. Ellos son las niñas de los ojos de Cristo y vosotros sois los que formáis sus
almas con vuestra alma y sus corazones con el vuestro. Sois sus padres espirituales en Cristo,
quien con juramento dijo: «Os aseguro que cuanto hiciereis a uno de estos mis pequeñuelos, es
a mí a quien lo hacéis.» Es decir, que transmite el Maestro divino a los niños su personalidad y
crédito.

239. Maestros con caridad, respetad al niño y haced que se le respete siempre, y jamás se le
escandalice, ni con errores ni inmoralidades, ni con estampas ni con la estampilla real del que
legisla, manda y gobierna o goza del sello real para dar la enseñanza. A los que escandalizan a
los niños dirige Jesucristo esta excerración: «¡Ay de los escandalosos! Mejor les fuera que les
colaran una muela de moler al cuello y los arrojaran al profundo del mar.»

240. Maestros con caridad, aman y son queridos, respetan y son respetados, honran,
consideran, atienden, favorecen y sirven y son correspondidos; el amor con amor se gana y se
paga. No lo demos, ni en el trato con los discípulos, ni en las relaciones con sus padres y demás
coeducadores. La murmuración, el chisme, la molestia u ofensa del prójimo estén lejos del que
enseña y educa; ni Dios ni los hombres quieren a los murmuradores, susurrones y cizañeros.

241. Maestros caritativos, mostrad vuestra caridad, en especial; a vuestros compañeros de


magisterio, con quienes debéis cooperar a la obra magna de la educación del pueblo. Por
sistema, sed con ellos benévolos, amables, considerados, afectuosos, alegrándoos de sus
triunfos y consolándolos en sus penas, animándolos en los conflictos, aconsejándolos en las
dudas, defendiéndolos en las persecuciones, auxiliándolos en los apuros, y mostrándoos con
ellos como hermanos en todo evento, esto es, con amor y buena educación y trato social.

242. El maestro que sabe amar es urbano, pues la urbanidad es la flor de la caridad, así como
la grosería y desatención es el fruto acedo del egoísmo; la primera exige sacrificios, a veces
heroicos, mientras la segunda lo sacrifica todo a su placer, gusto, comodidad, genialidad, etc.

243. Examínate, maestro, sobre el particular y mira si en tu interior o exterior hay algo que no
es amor, caridad, benevolencia ni urbanidad, sino lo contrario. Si sabes perdonar y olvidar el
mal que te hicieron y disimular las faltas ajenas, etc., o devuelves mal por mal, dando duro
contra duro y desatención por desatención.
El Maestro Ideal (Venerable Andrés Manjón)
Edición exclusiva para alumnos de
Instituto de Educación Superior
Isabel la Católica, San Rafael, Mendoza

244. Maestros, estad animados de un buen espíritu; el espíritu es el alma y el alma es el hombre.
Alma de ese alma es, o debe ser, la caridad, que forma la segunda naturaleza del maestro y
discípulo cristianos.

245. El maestro de buen espíritu se revela en todo, en los pensamientos, palabras y obras, y los
niños, que son linces para ver y conocer a sus maestros, los penetrarán y copiarán, cuando no
los menosprecien por insinceros, cuando observen que por un lado van los consejos y por otro
los hechos. Seamos cristianos que educan a cristianos; que el verdadero cristiano, por ser como
el perfume de Cristo por su doctrina y su conducta, no puede ocultarse.

246. Un maestro cristiano decía: Porque soy católico, tengo el alma grande y el espíritu y el
obrar sinceros. ¡Ah!, si nosotros fuéramos cristianos de verdad, también seríamos hombres de
sinceridad y de grandeza de espíritu, dignos miembros de la Iglesia de Cristo, que es la cumbre
y monte de todas las grandezas morales y espirituales.

247. El maestro de buen espíritu es pacífico, porque es caritativo, además de ordenado y justo;
y todo lo contrario sucede con el que odia a Dios y aborrece el orden y la justicia, que es un
perturbado y perturbador de chicos y grandes, de escuelas y pueblos.

248. El maestro de buen espíritu está a buenas con Dios y su conciencia, y cuando Dios y el alma
se agradan, nace de aquí la paz del espíritu y la alegría santa, que es fruto del cumplimiento del
deber. Esta paz y alegría crece con la aproximación y aun presencia del Bien amado, que dice:
«Siervo bueno y fiel, ya que en lo poco me serviste con fidelidad, entra a gozar de todas las
cosas con la alegría del Señor» (San Mateo, 25, 21).

249. El maestro que tiene espíritu cristiano es devoto de María o es avemariano, uniendo en
sus preces el padrenuestro y el avemaría, juntando en sus amores a Jesús y María y poniéndolos
por modelos de prudencia, justicia, fortaleza y templanza, de religión, de fe, esperanza y
caridad; pues así como Jesús es el «resplandor de la gloria del Padre», María es como el
resplandor de las y gloria del Hijo, y así no hay virtud en que los dos no puedan y deban ser
imitados.

250. El maestro de buen espíritu, cuanto más sabe, más cree y ama y más y mejor educa y
enseña, como se ve en Santo Tomás de Aquino, llamado con razón el sol de la Iglesia y
ornamento del orbe entero por su ciencia y santidad, el príncipe de la Teología, Filosofía, Moral,
Derecho, Política y hasta de la Mística, como lo revela el Oficio del Corpus, por él compuesto, y
de Pedagogía, por el gran método que emplea en la Suma teológica y en todas sus obras, obras
maestras de un gran maestro. Y lo mismo puede decirse de San Agustín y otros muchos genios
y santos del cristianismo. Lo cual prueba que religión y ciencia no se repelen, sino que se atraen
y hermanan. Enseñemos, pues, creyendo, estudiando y amando, y educaremos elevando y
perfeccionando y salvando hombres, familias y pueblos.

251. Resumen del maestro y la caridad. El maestro es el hombre del amor de Dios y del prójimo
que lleva estos amores a la escuela; no mereciendo el título de maestro, mientras no esté
probado en la ardua ciencia y arte de formar corazones, oficio que impone sacrificios, y exige
piedad, devoción, celo fervoroso, apostolado y unión muy estrecha con Jesús y su Iglesia. De la
caridad nacen la paciencia, benignidad, humanidad y generosidad, el amor espiritual y
maternal para los niños, a quienes cuida y respeta, ama y sirve, y la unión fraternal con los
compañeros, siendo el alma de su alma el buen espíritu que trasciende a todas sus obras,
religiosas y profanas, le da grandeza de alma, tranquilidad, paz, bienestar y alegría santa,
El Maestro Ideal (Venerable Andrés Manjón)
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Isabel la Católica, San Rafael, Mendoza

tomando por modelo a Jesús y María en su obra de educación y salvación, como hicieron todos
los sabios y santos del cristianismo.

Concluimos diciendo: que el maestro moral es el maestro ideal o cabal, porque sin moralidad, ni
debe aceptar el cargo quien carezca de condiciones para ello, ni aceptado, dejará de
desempeñarle como es debido. Ahora, el que mirándose en el espejo, se vea inepto o
imperfecto, no arroje el espejo, sino el defecto.

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