Está en la página 1de 31

LA SANTA VIRGINIDAD

Traductor: Pío de Luis, OSA

CAPÍTULO I

PRÓLOGO

1. Hace poco di a la luz pública una obra titulada La bondad del matrimonio. Como en ésta,
también en ella aconsejé y exhorté a los hombres y mujeres que han abrazado la virginidad
por Cristo a no despreciar, comparándolos con la excelencia del don mayor que ellos han
recibido de Dios, a quienes en el pueblo de Dios han optado por la paternidad y maternidad.
Y, a fin de que no se enorgullezcan en su condición de acebuche injertado, tampoco han de
despreciar a aquellos a los que el Apóstol encarece porque son el olivo 1. Dado que ellos
servían a Cristo, (entonces) aún futuro, también mediante la procreación de hijos, no los han
de considerar inferiores en mérito porque, conforme al derecho divino, la continencia se
anteponga al matrimonio y la virginidad consagrada a la vida conyugal. En ellos, en efecto,
se preparaban y alumbraban realidades futuras que ahora vemos cumplirse de forma
maravillosa y eficaz. De tales realidades fue anuncio profético incluso su vida conyugal. Tal es
la razón por la que, no en conformidad con los acostumbrados deseos y gozos humanos, sino
según un muy arcano plan de Dios, en algunos de ellos fue digna de ser honrada la
fecundidad y en otros hasta mereció volverse fecunda su esterilidad. Por otra parte, a
quienes en el tiempo presente se dijo: Si no pueden guardar la continencia, cásense 2, se les
ha de consolar más que exhortar. En cambio, a quienes se dijo: Quien pueda abrazarla, que
la abrace 3, hay que exhortarles a que no tengan miedo e infundirles temor para que no se
enorgullezcan. Así pues, no sólo hay que ensalzar la virginidad para estimular el amor a ella;
también hay que ponerla sobre aviso para que no se envanezca.

CAPÍTULO II

LA IGLESIA, VIRGEN Y MADRE COMO MARÍA

2. Lo uno y lo otro me he propuesto hacer en este tratado. Que me ayude Cristo, hijo de
virgen y esposo de vírgenes, nacido físicamente de seno virginal y unido espiritualmente en
desposorio virginal. Si, según palabras del Apóstol 4, también la Iglesia es, en su totalidad,
virgen desposada con un único varón, Cristo, ¡de cuánto honor son dignos aquellos miembros
suyos que guardan hasta en la carne lo que guarda en la fe toda ella, imitando a la madre de
su esposo y señor! En efecto, también la Iglesia es virgen y madre. Pues, si no es virgen, ¿de
quién es la integridad por la que miramos? O, si no es madre, ¿de quién son hijos aquellos a
los que hablamos? María dio a luz corporalmente a la cabeza de este cuerpo, la Iglesia da a
luz espiritualmente a los miembros de esa cabeza. En ninguna de las dos la virginidad impide
la fecundidad; ni en una ni en otra la fecundidad aja la virginidad. Por tanto, considerando
que la Iglesia entera es santa en el cuerpo y en el espíritu, pero no toda ella es virgen en el
cuerpo, aunque sí en el espíritu, ¡cuánto más santa será en aquellos miembros en que es
virgen en el cuerpo y en el espíritu!

CAPÍTULO III

DOS TIPOS DE PARENTESCO

3. Consta en el evangelio que, cuando anunciaron a Jesús que su madre y hermanos, es


decir, sus parientes de sangre, le esperaban fuera porque no podían acercarse a él a causa de
la muchedumbre, él replicó: ¿Quién es mi madre o quiénes son mis hermanos? Extendiendo
la mano sobre sus discípulos, dijo: Estos son mis hermanos; y todo el que cumple la voluntad
de mi padre es mi hermano, madre y hermana 5. Con estas palabras nos enseña a anteponer
nuestro parentesco espiritual al carnal. Nos enseña, además, que los hombres no hallan su
felicidad en estar emparentados mediante lazos de consanguinidad con justos y santos, sino
en adherirse, mediante la obediencia e imitación, a la enseñanza y modo de vida de Jesús.
Así pues, María fue más dichosa por aceptar la fe en Cristo que por concebir la humanidad de
Cristo. En efecto, a alguien que gritó: Bienaventurado el seno que te llevó, él replicó:
Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen 6. Por último,
¿qué provecho obtuvieron del parentesco sus hermanos, esto es, sus parientes de sangre,
que rehusaron creer en él? De idéntica manera, de ningún provecho le hubiese sido a María
su condición de Madre si no se hubiese sentido más feliz por llevar a Cristo en su corazón que
por llevarlo en su cuerpo.

CAPÍTULO IV

LA VIRGINIDAD DE MARÍA, UNA OPCIÓN LIBRE POR AMOR

4. Una circunstancia hace más grata y apreciable esta misma virginidad de María: una vez
concebido, Cristo podía sustraer a su madre al varón que pudiera ajar su virginidad que él
quería que conservara; pero, ya antes de su concepción, prefirió nacer de esa virginidad que
ella había consagrado a Dios. Es lo que indican las palabras con que María replicó al ángel
que le anunciaba que estaba encinta: ¿Cómo -dice- acontecerá eso, si no conozco varón 7?
Palabras que ciertamente no hubiera pronunciado si no hubiese consagrado con anterioridad
su virginidad a Dios. Pero como los usos judíos aún rechazaban esa práctica, fue desposada
con un varón justo, quien, más que arrebatársela por la fuerza, había de proteger contra los
violentos la virginidad que ella ya había prometido con voto. Supongamos que solo hubiese
dicho: ¿cómo acontecerá eso?, sin añadir: pues no conozco varón. Ciertamente no hubiese
preguntado cómo una mujer iba a dar a luz al hijo que se le prometía si se hubiese casado
pensando en mantener relaciones sexuales. Cabía también la posibilidad de que se ordenara
permanecer virgen a la mujer en la que el Hijo de Dios, mediante el milagro adecuado, iba a
recibir la condición servil. Mas, como iba a constituirse en ejemplo para las santas vírgenes, a
fin de evitar que alguien juzgase que solo debía ser virgen la mujer que mereciese concebir
un hijo incluso sin trato carnal, consagró a Dios su virginidad aun antes de saber a quién iba
a concebir. De esta manera hizo realidad en su cuerpo mortal y terreno una reproducción de
la vida celeste por decisión personal, no por imposición de otro; porque el amor la llevó a esa
opción, no porque su condición de esclava la obligase a ello. Así, al nacer de una virgen que
ya había determinado permanecer tal antes de saber quién iba a nacer de ella, Cristo prefirió
aprobar, antes que imponer, la santa virginidad. Y de ese modo quiso que la virginidad fuese
libre hasta en la mujer de la que tomó la condición de siervo.

CAPÍTULO V

EL DISTINTO PARENTESCO CON CRISTO

5. No tienen, pues, motivo para contristarse las vírgenes de Dios porque, al profesar la
virginidad, no pueden ser madres en sentido físico. En efecto, solo la virginidad podía dar a
luz decorosamente a aquel a quien nadie se le podía asemejar en el modo de nacimiento.
Con todo, el parto de aquella única santa virgen es la honra de todas las santas vírgenes.
También ellas son con María madres de Cristo si cumplen la voluntad de su Padre. A esto se
debe la mayor loa y dicha que aporta a María el ser madre de Cristo, conforme a su
declaración antes mencionada: Todo el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los
cielos ese es mi hermano y hermana y madre 8. En estos términos muestra todas las
relaciones de parentesco espiritual que tiene en el pueblo que redimió: tiene por hermanos y
hermanas a los varones santos y a las mujeres santas porque participan con él de la herencia
celeste. Madre suya es la Iglesia entera, puesto que, por gracia de Dios, ella es la que
evidentemente alumbra a sus miembros, esto es, a los que creen en él. Asimismo, toda alma
piadosa que hace la voluntad del Padre es, gracias a la fecundísima caridad, madre suya en
aquellos a los que con dolor va dando a luz hasta que Cristo sea formado en ellos 9. Por
consiguiente, María físicamente es solo madre de Cristo, pero, al cumplir la voluntad del
Padre, espiritualmente es, a la vez, hermana y madre.

CAPÍTULO VI

MARÍA Y LA IGLESIA

6. Solo esa única mujer es madre y virgen a la vez no solo espiritual, sino también
físicamente. Espiritualmente no es madre de nuestra cabeza, el Salvador en persona, de
quien más bien nació ella, porque a todos los que creen en él, entre quienes está también
ella, se les llama con razón hijos del esposo 10; pero sí es madre de los miembros de Cristo,
nosotros mismos, porque con su caridad cooperó a que naciesen en la Iglesia los fieles que
son los miembros de aquella cabeza. Físicamente, en cambio, es madre de la cabeza misma.
Convenía, pues, que nuestra cabeza, por un extraordinario milagro, naciese de una mujer
físicamente virgen, para significar que sus miembros habían de nacer espiritualmente de la
Iglesia virgen. Así pues, solo María fue espiritual y físicamente madre y virgen: madre de
Cristo y virgen de Cristo. En cambio, la Iglesia es, en cuanto al espíritu, plenamente madre
de Cristo, plenamente virgen de Cristo en los santos que han de poseer el reino de Dios. En
cuanto al cuerpo, sin embargo, no lo es en su totalidad, sino que en unos es virgen de Cristo
y en otros es madre, pero no de Cristo. Y, puesto que cumplen la voluntad del Padre, en
cuanto al espíritu son también madres de Cristo las mujeres bautizadas, tanto las casadas
como las vírgenes consagradas a Dios, en virtud de sus santas costumbres, de la caridad que
brota de un corazón puro, de una conciencia recta y de una fe no fingida 11. En cambio, las
que en la vida conyugal dan a luz físicamente, no dan a luz a Cristo, sino a Adán. Y como
conocen qué es lo que han alumbrado, se apresuran a convertir en miembros de Cristo a sus
hijos, haciéndoles partícipes de los sacramentos.

CAPÍTULO VII

EL MATRIMONIO Y LA VIRGINIDAD NO SON EQUIPARABLES

7. He dicho esto para evitar que la fecundidad conyugal se atreva a rivalizar con la integridad
virginal y, con referencia a María, decir a las vírgenes consagradas: "Ella tuvo en su cuerpo
dos cosas honorables: la virginidad y la fecundidad, puesto que conservó su integridad y dio
a luz. Pero como ni vosotras ni nosotras hemos podido tener tal dicha en su plenitud, nos la
hemos repartido, de modo que vosotras sois vírgenes y nosotras madres. Que la virginidad
que conserváis os consuele de la falta de hijos y que la ganancia que ellos significan nos
compense a nosotras la integridad perdida".

Esas palabras de las esposas cristianas a las vírgenes consagradas se podrían tolerar en
cierto modo si, al dar a luz físicamente, los hijos naciesen ya cristianos. En este caso,
dejando de lado su virginidad, la fecundidad carnal de María solo aventajaría a la de las
mujeres santas en el hecho de que ella procreó a la cabeza de estos miembros; ellas, en
cambio, a los miembros de esa cabeza. Pero, aunque quienes así rivalizan se casen y se unan
a sus maridos con el único objetivo de tener hijos y, respecto de ellos, no piensen más que
en lograrlos para Cristo y lo hagan lo más pronto que les sea posible, lo cierto es que de su
carne no nacen cristianos. Cristianos se hacen después, cuando los alumbra la Iglesia en su
condición de madre espiritual de los miembros de Cristo, de quien es, espiritualmente
también, virgen. Parto santo al que cooperan asimismo las madres que no dieron a luz en el
cuerpo a sus hijos ya cristianos, para que lleguen a ser lo que saben que no pudieron dar a
luz físicamente. Cooperan, sin embargo, mediante lo que las hace a ellas también vírgenes y
madres de Cristo, esto es, la fe que obra por la caridad 12.

CAPÍTULO VIII

QUÉ OTORGA VALOR A LA VIRGINIDAD

8. No hay, pues, fecundidad física alguna que pueda compararse con la virginidad también
física. Tampoco ésta es objeto de honra por ser virginidad, sino por estar consagrada a Dios.
Aunque se practique en la carne, la guarda la piedad y devoción del espíritu. Por este motivo
es espiritual incluso la virginidad física que promete y guarda la continencia por motivos de
piedad. Como nadie hace un uso impuro de su cuerpo si el espíritu no ha concebido antes la
maldad, así tampoco nadie guarda la pureza en su cuerpo si no ha albergado antes en su
espíritu la castidad. Aunque la pureza conyugal se practica en la carne, no se le atribuye a la
carne, sino al espíritu, pues, presidiendo y gobernando él, la carne misma no se une a nadie
que no sea el propio cónyuge. Si esto es así, ¡cuánto más y con cuánta mayor honra no
habrá que computar entre los bienes del espíritu aquella continencia por la que se ofrece,
consagra y conserva la integridad de la carne al creador del espíritu y de la carne!

CAPÍTULO IX

LA FECUNDIDAD FÍSICA DE LA ESPOSA

NO COMPENSA LA VIRGINIDAD PERDIDA

9. Las mujeres que en el momento presente no buscan en el matrimonio otra cosa que hijos
para hacerlos siervos de Cristo, no deben pensar que la fecundidad física es compensación
suficiente por la virginidad perdida. En los tiempos antiguos -es cierto-, cuando aún había de
venir en la carne, Cristo tuvo necesidad de una estirpe carnal en determinado pueblo grande
y profético. Pero ahora, cuando ya es posible congregar miembros de Cristo de toda raza
humana y de todos los pueblos para constituir el pueblo de Dios y la ciudad del reino de los
cielos, el que pueda abrazar la virginidad consagrada, que la abrace 13, y cásese solo la que
no puede vivir en continencia 14. ¿No es así? Imaginad que una mujer rica asignara una
elevada cantidad de dinero a la buena obra de rescatar esclavos de diversos países para
hacerlos cristianos. ¿No procurará engendrar miembros de Cristo en mayor número del que le
permite la fecundidad de su seno, sea la que sea? Y, con todo, ni aun así osará comparar su
dinero con el don de la virginidad consagrada. Pero si la fecundidad de la carne, unida al
propósito de hacer cristianos a los hijos que nazcan, compensase adecuadamente por la
pérdida de la virginidad, sería negocio más fructífero vender la virginidad a buen precio y con
ella comprar, para hacerlos cristianos, muchos más niños de los que pueden nacer del seno
de una mujer, por grande que sea su fecundidad.

CAPÍTULO X
AUNQUE DEL MATRIMONIO NAZCAN VÍRGENES...

Esa propuesta es sumamente necia. Por tanto, posean las esposas cristianas el bien que les
es propio -sobre el que escribí en otro libro cuanto me pareció procedente- y, según su
habitual y rectísimo proceder, honren aún más el bien superior de las vírgenes consagradas,
de que me ocupo en la presente obra.

10. Tampoco deben los cónyuges compararse en méritos a los continentes por el hecho de
que las vírgenes nazcan de ellos. Pues eso no es un bien del matrimonio, sino de la
naturaleza. Naturaleza que Dios ordenó de tal modo que, de cualquier unión de hombre y
mujer, tanto si es conforme al orden y a la honestidad como si es torpe e ilícita, toda mujer
nace virgen, pero ninguna nace virgen consagrada. Tan es así que hasta de un estupro nace
una virgen, pero una virgen consagrada no nace ni siquiera del matrimonio.

CAPÍTULO XI

LO QUE DA VALOR A LA VIRGINIDAD NO ES FRUTO DEL MATRIMONIO

11. Lo que nosotros celebramos en las vírgenes no es tampoco el que sean vírgenes sin más,
sino el que sean vírgenes consagradas a Dios a través de una continencia que nace de la
piedad. Pues -y no creo pecar de temerario- me parece más dichosa la mujer casada que la
soltera que piensa casarse, pues aquélla posee ya lo que ésta todavía desea, sobre todo si
aún no está siquiera prometida a nadie. La casada se preocupa de agradar al único varón al
que ha sido entregada; la soltera se esfuerza por agradar a muchos, al no saber a quién será
dada como esposa. El hecho de no buscar entre esos muchos hombres un adúltero sino un
marido es lo que salvaguarda ante la muchedumbre la pureza de su pensamiento.

Hay un tipo de virgen que justamente hay que anteponer a la mujer casada. Es aquella que
no se exhibe ante la multitud de hombres buscando entre ellos uno que la ame, ni se acicala
para él una vez que lo ha hallado, poniendo su mente en cosas mundanas, esto es, en cómo
agradar al marido 15; es aquella que de tal manera se ha enamorado del más bello de los
hijos de los hombres 16 que, al no poder concebirlo en su carne como María, tras haberlo
concebido en su corazón, le reservó la integridad de su cuerpo.

CAPÍTULO XII

LA IGLESIA, MADRE DE LAS VÍRGENES

Esta clase de vírgenes no es fruto de ninguna fecundidad física, ni es descendencia de la


carne y de la sangre. Si se busca a su madre, es la Iglesia. Solo engendra vírgenes
consagradas la Virgen consagrada que ha sido desposada al único varón para ser presentada
inmaculada a Cristo 17. De ella, que no es enteramente virgen en el cuerpo, pero sí en el
espíritu, nacen las vírgenes santas en el cuerpo y en el espíritu.

COMPARACIÓN ENTRE EL BIEN DEL MATRIMONIO

Y EL DE LA VIRGINIDAD

12. Posean los cónyuges su bien específico. Un bien que no consiste simplemente en
procrear hijos, sino en procrearlos honesta, legítima y castamente y en conformidad con el
ordenamiento social, y en darles, una vez procreados, una educación unitaria, mirando por su
salvación y sin desistir nunca de dicha tarea en guardar la fidelidad del lecho, y en no violar
el sacramento del matrimonio.

CAPÍTULO XIII

VIRGINIDAD Y ESCATOLOGÍA

Con todo, cuanto he indicado son tareas que se quedan en el ámbito de lo humano; en
cambio, la integridad virginal y el abstenerse de todo trato carnal, fruto de la continencia que
nace de la piedad, es participación en la vida angélica y anticipo en la carne corruptible de la
incorrupción perpetua. Ceda ante esta virginidad toda fecundidad física, toda pureza
conyugal; aquélla no está en poder del hombre, ésta no se encuentra en la vida eterna; el
libre albedrío no tiene en su poder la fecundidad carnal, en el cielo no hay pureza conyugal.
Efectivamente, todos los que, estando aún en la carne, posean ya algo que no es propio de
ella, dispondrán, en la inmortalidad participada por todos, de algo extraordinario de que
carecerán los demás.

13. Por ello caen en una extraña necedad quienes juzgan que el bien vinculado a esta
continencia resulta necesario no en atención al reino de los cielos, sino a la vida presente,
dado que los matrimonios sufren las tensiones de las muchas y angustiosas preocupaciones
terrenas de que carecen quienes viven en virginidad y continencia. ¡Como si la única razón
que hace preferible no casarse fuera el liberarse de las angustias del tiempo presente y no su
utilidad para la vida futura! Para que no aparezca que esta vana afirmación es fruto de la
vacuidad de su propio corazón, aducen un testimonio del Apóstol. Se trata del pasaje donde
dice: A propósito de las vírgenes no dispongo de precepto del Señor; no obstante, doy un
consejo como persona que ha recibido de Dios la misericordia de ser fiable. Estimo que esto
es un bien en atención a los agobios del tiempo presente, pues es un bien para el hombre
permanecer así 18.

He aquí -sostienen- el texto en que el Apóstol declara que es un bien en atención a la


necesidad presente, no con miras a la eternidad futura. ¡Como si el Apóstol juzgase sobre la
necesidad presente sin mirar por el futuro y sin tenerlo en cuenta! Toda su actuación es una
llamada a la vida eterna.

CAPÍTULO XIV

LOS AGOBIOS QUE SUFREN LOS CASADOS

14. Así pues, hay que evitar los agobios del tiempo presente que conllevan algún tipo de
impedimento para conseguir los bienes futuros. Es el agobio que obliga a los cónyuges a
pensar en las cosas del mundo: al varón en cómo agradar a la mujer o a la mujer en cómo
agradar al marido. No se trata de que estas cosas aparten del reino de los cielos como hacen
los pecados que, por esa misma razón, se ordena -no se aconseja- evitarlos, puesto que es
merecedor de condena no obedecer lo que manda el Señor. Pero lo que en el mismo reino de
Dios se podría obtener en mayor plenitud si se pensase más en cómo agradar a Dios, se
poseerá en menor grado si se piensa menos en ello a causa de los agobios inherentes al
matrimonio. Por esa razón dijo: A propósito de las vírgenes no tengo precepto del Señor 19.
En efecto, quien desobedece un precepto se convierte en reo y se hace acreedor a un
castigo. Por tanto, como no es pecado ni que se case el varón ni que se case la mujer, no hay
precepto alguno del Señor a propósito de las vírgenes. Si fuese pecado, algún precepto lo
prohibiría.

Para entrar en la vida eterna es preciso haber evitado los pecados o haber recibido el perdón
de ellos. En ella existe cierta gloria excepcional que no se ha de otorgar a todos los que han
de vivir allí por siempre, sino solo a algunos. Para conseguirla no basta con hallarse libre de
pecado, si no se ofrece en voto al libertador algo que no ofrecerlo no sea pecado y que el
ofrecerlo y cumplirlo reporte alabanza. Es la razón por la que dijo: Doy un consejo como
persona que ha recibido de Dios la misericordia de ser fiable 20. Y no debo escatimar este
consejo, puesto que no soy fiable por mis méritos, sino por la misericordia de Dios. Estimo,
pues, que esto es un bien en atención a los agobios del tiempo presente 21. Esto -dijo- a
propósito de lo cual no tengo precepto del Señor, pero sobre lo que doy un consejo, o sea, el
tema de la virginidad, juzgo que es un bien en atención a los agobios del momento presente.
Sé a qué obligan esos agobios a que están sometidos los cónyuges, hasta el punto que
piensan en las cosas de Dios menos de lo requerido para conseguir aquella gloria que no
alcanzarán todos aunque se hallen en la vida y salvación eterna: Una estrella difiere de otra
en gloria. Así acontecerá también en la resurrección de los muertos 22. Por tanto, es un bien
para el hombre permanecer así 23.

CAPÍTULO XV

LA VIRGINIDAD ES UN CONSEJO, NO UN PRECEPTO

15. Luego el mismo Apóstol añade lo siguiente: ¿Estás unido a una mujer? No busques la
separación. ¿Estás libre de mujer? No busques mujer 24. La primera de estas hipótesis está
regulada por un precepto contra el cual no está permitido obrar. En efecto, no es lícito
despedir a la mujer, a no ser que medie motivo de fornicación, como dice el Señor mismo en
el evangelio 25. En cambio, al decir: ¿Estás desligado de mujer? No busques mujer, da un
consejo, no un precepto. Esto es, está permitido buscarla, pero es mejor no hacerlo. Por
último, añadió acto seguido: Pero si te has casado, no has pecado; y, si una joven virgen se
casa, tampoco peca 26. Cuando antes dijo: ¿Estás unido a una mujer? No busques la
separación, ¿acaso añadió: "Y si te separas, no pecas"? Ya antes había dicho: Mas a los
casados les ordeno, no yo, sino el Señor, que la mujer no se separe del marido; o, en caso
de separarse, que no vuelva a casarse o que se reconcilie con su marido 27. En efecto, puede
darse el caso de que una mujer se separe por culpa del marido, no suya propiamente. Luego
continúa: Tampoco el marido despida a la mujer. Aunque presentó esas palabras como
provenientes de un precepto del Señor, tampoco allí añadió: Y si la despide, no peca. Se trata
efectivamente de un precepto, desobedecer al cual es pecado; no de un consejo que, si no lo
sigues, no obras mal, aunque será inferior el bien que consigas. Por esa razón, como no
ordenaba evitar una acción mala, sino que pretendía que se obrase de modo mejor, tras
haber dicho: ¿Estás desligado de mujer? No busques mujer, añadió de inmediato: Si te has
casado, no has pecado; y si una joven se casa, tampoco peca 28.

CAPÍTULO XVI

LA TRIBULACIÓN DE LA CARNE

16. El Apóstol añadió: Sufrirán, no obstante, la tribulación de la carne; con todo, yo soy
indulgente con vosotros 29. Al exhortar de este modo a la virginidad y continencia perpetua,
en cierta medida apartaba también del matrimonio; discretamente por cierto, no como si se
tratase de un mal o algo ilícito, sino como de algo oneroso y molesto. Pues una cosa es
aceptar el desorden moral de la carne y otra padecer sus tribulaciones. Lo primero equivale a
cometer un pecado, lo segundo a sufrir una molestia. Molestia que, en la mayor parte de los
casos, los hombres no rehúsan, incluso al servicio de obligaciones de todo punto honestas.
Mas aceptar la tribulación de la carne, que el Apóstol vaticina a quienes se casan, por
aferrarse al matrimonio aun en este tiempo en que con la procreación de los hijos ya no se
sirve a Cristo, que había de llegar por vía de la generación carnal, sería el colmo de la
necedad. Se exceptúa el caso de los que son incapaces de vivir en continencia, de quienes se
teme que, tentados por Satanás, acaben cometiendo pecados merecedores de condena
eterna. Respecto a cómo interpretar su declaración de que es indulgente con aquellos de los
que dice que han de padecer la tribulación de la carne, de momento no se me ocurre nada
más sensato que decir esto: él no quiso revelar y explicar con palabras la tribulación de la
carne que vaticinó a quienes optan por casarse, que incluye, por ejemplo, las sospechas y
celos entre los esposos, el procrear y sacar adelante a los hijos, el temor y la tristeza de
quedarse sin ellos. En efecto, ¿quién habrá que, atado con las cadenas conyugales, no se
sienta arrastrado y agitado por esas inquietudes? Inquietudes que no debo exagerar, pues,
de lo contrario, no sería indulgente con aquellos con los que el Apóstol juzgó que tenía que
serlo.

CAPÍTULO XVII

LA INDULGENCIA DEL APÓSTOL NO IMPLICA

UNA CONDENA DEL MATRIMONIO

17. Aunque solo sea por lo que acabo de exponer brevemente, el lector ha debido mostrarse
cauto frente a los que toman pie del pasaje: Sufrirán la tribulación de la carne, pero yo soy
indulgente con vosotros, para denigrar el matrimonio. Argumentan que su condena va
implícita en la frase Pero yo soy indulgente con vosotros, como si el Apóstol no hubiera
querido pronunciar claramente su condena. El resultado sería que, siendo indulgente con
ellos, no lo fue consigo mismo, si mintió al decir: Y si te casas, no pecas; y si una joven se
casa, tampoco peca 30. Quienes creen o quieren que se crea esto de la Sagrada Escritura lo
hacen para procurarse una especie de atajo seguro que les legitime el mentir o para sostener
su perversa opinión, allí donde piensan diversamente de lo que exige la sana doctrina. Pues
si se les presenta un texto bíblico que refute inequívocamente sus errores, tienen siempre a
mano, a guisa de escudo -con el que como protegiéndose contra la verdad dejan
descubiertos sus flancos para que les hiera el diablo-, el sostener que allí el autor del libro no
dijo la verdad, ya para condescender con los débiles, ya para amedrentar a quienes le
desprecian, según qué argumento defienda mejor su equivocado parecer. Y de este modo, a
la vez que optan por defender sus opiniones antes que por corregirlas, intentan quebrar la
autoridad de la Sagrada Escritura, la única contra la que se quiebran todas las cervices por
altivas y duras que sean.

CAPÍTULO XVIII

EL BIEN DE LA VIRGINIDAD, SUPERIOR AL DEL MATRIMONIO

18. Como consecuencia de lo dicho, amonesto a cuantos y a cuantas profesan la continencia


perfecta y la sagrada virginidad a que antepongan al matrimonio, aunque sin juzgarlo un
mal, el bien específico de ella. Sepan que el Apóstol dijo con toda verdad, no con engaño:
Quien da en matrimonio (a una joven) obra bien y quien no la da obra mejor 31. Y si te
casas, no pecas; y si una joven se casa, tampoco peca. Y poco después: Con todo, será más
dichosa si permanece como le aconsejo. Y para que nadie pensara que se trata de una
declaración de valor simplemente humano añade: Pues pienso que también yo poseo el
Espíritu de Dios 32. La enseñanza apostólica, la enseñanza auténtica y sana es esta: elegir
los dones mayores, sin que resulten condenados los menores.

Mejor es la verdad de Dios presente en la Escritura divina que la virginidad, espiritual o física,
de cualquier persona. Ámese la castidad, pero sin negar la verdad. Pues ¿qué mal no pueden
excogitar también a propósito de su carne quienes creen que la lengua del Apóstol no se
mantuvo virgen, esto es, no se libró de la corrupción de la mentira, precisamente en el
pasaje en que recomendó la virginidad física? Lo primero y más importante es que quienes
eligen el bien de la castidad mantengan con toda firmeza que las Sagradas Escrituras no han
mentido en absoluto y que, en consecuencia, son también verdaderas estas palabras: Y si te
casas, no pecas; y si una joven se casa, no peca. No piensen tampoco que mengua el gran
bien de la integridad si el matrimonio no es un mal. Al contrario, la que no temió verse
condenada si se casaba, sino que deseó recibir una corona más honrosa por no casarse,
confíe en que por ello se le ha preparado un trofeo más glorioso. Por tanto, quienes quieran
mantenerse célibes, no huyan del matrimonio como de un antro de pecado. Antes bien,
trasciéndanlo cual si fuera una colina, que representa el bien menor, para reposar en el
monte de la continencia, bien superior. Los que moran en esa colina están sometidos a una
ley que no les permite abandonarla cuando quieran. Pues la mujer está atada mientras viva
su marido 33. Sin embargo, desde esa colina, como si se tratase de un escalón, se puede
ascender a la continencia en el estado de viudez. Pensando en la virginidad, hay que alejarse
de esa colina, no dando consentimiento a quienes solicitan que se vaya a ella, o hay que
sobrepasarla, anticipándose a posibles pretendientes.

CAPÍTULO XIX

DOS PLANTEAMIENTO ERRÓNEOS

19. Para que nadie piense que el premio de una acción buena va a ser idéntico al de otra
mejor, se hizo necesario polemizar con quienes interpretan la afirmación de Apóstol: Estimo,
pues, que esto es un bien en atención a los agobios del tiempo presente 34, en el sentido de
que la virginidad es útil mirando al momento actual, no pensando en el reino de los cielos.
¡Como si quienes hubiesen elegido este bien mejor no fuesen a tener más que los otros en
aquella vida eterna! Cuando en el curso de la discusión llegué a las palabras del Apóstol:
Sufrirán la tribulación de la carne, pero yo soy indulgente con vosotros 35, desvié mi
exposición dirigiéndola contra otros litigantes que ya no equiparan el matrimonio a la
continencia perpetua, sino que lo condenan sin más. Ambos planteamientos son erróneos;
tanto el equiparar el matrimonio a la virginidad consagrada como el condenarlo. Poniéndose
uno en el extremo opuesto del otro, ambos errores se combaten frontalmente al rehusar
mantener el término medio. Ubicados en este término medio, apoyándonos en la recta razón
y en la autoridad de las Sagradas Escrituras, nosotros ni hallamos que el matrimonio sea
pecado ni lo equiparamos al bien de la continencia, ya la virginal, ya, incluso, la del estado de
viudez.

CAPÍTULO XX

LA BONDAD DEL MATRIMONIO, AVALADA POR LA ESCRITURA

Enamorados de la virginidad, algunos juzgaron que había que detestar el matrimonio como si
de un adulterio se tratase; otros, por el contrario, en su afán por defender el matrimonio,
pretendieron que la excelencia de la continencia perpetua no merecía mayor recompensa que
la pureza conyugal, como si el bien de Susana implicase el rebajamiento del bien de María, o
como si el bien superior de María debiese llevar consigo la condena del bien de Susana.
20. ¡Lejos de mí aceptar que el Apóstol dijera: Pero yo soy indulgente con vosotros 36,
refiriéndose a quienes ya están casados o piensan casarse, como eludiendo señalar qué pena
está reservada a los casados en el siglo futuro! ¡Líbreme Dios de afirmar que Pablo envíe al
infierno a la mujer que Daniel libró de un juicio temporal! ¡Lejos de mí sostener que el lecho
matrimonial se convierta, ante el tribunal de Cristo, en merecedor de castigo para quien, por
mantener su fidelidad a él, eligió correr el peligro o (incluso) morir como resultado de una
calumnia! ¿De qué le hubiera valido confesar: Es preferible para mí caer en vuestras manos a
pecar en la presencia de Dios 37, si Dios, en vez de salvarla por salvaguardar la pureza
conyugal, fuera a condenarla por haberse casado? Y aún ahora, cuantas veces la verdad de la
Sagrada Escritura defiende la castidad conyugal contra quienes calumnian y acusan al
matrimonio, otras tantas defiende el Espíritu Santo a Susana de los falsos testigos y otras
tantas la exculpa de la falsa acusación de pecado. En realidad, lo que está en juego es mucho
más. Pues entonces se intentó poner en entredicho a una sola mujer casada, ahora a todas;
entonces se procedía contra un adulterio oculto y falso, ahora contra el matrimonio público y
válido. Entonces se acusó a una única mujer sobre el testimonio de unos malvados ancianos,
ahora se acusa a todos los esposos y esposas suponiendo que el Apóstol quiso ocultar algo.
"Silenció -dicen- vuestra condenación al afirmar: Pero yo soy indulgente con vosotros".
¿Quién dijo esto? Evidentemente quien había dicho antes: Y si te casas, no pecas; y si una
joven se casa, tampoco peca 38. ¿Por qué, pues, sospecháis que bajo sus prudentes palabras
se oculta la condena del matrimonio como pecaminoso? ¿Por qué no reconocéis en su claro
pronunciamiento la defensa del mismo? ¿Acaso condena con su silencio a los que absolvió
con sus palabras? ¿Acaso no es falta más leve acusar a Susana, no ya de haberse casado,
sino incluso de haber cometido adulterio, que acusar de mentira la enseñanza del Apóstol?
¿Qué deberíamos hacer en situación tan peligrosa, si no fuese tan cierto y claro que no se
debe condenar el matrimonio, como es cierto y evidente que la Sagrada Escritura no puede
mentir?

CAPÍTULO XXI

LAS REFLEXIONES ANTERIORES Y LA VIRGINIDAD

21. Llegados aquí, replicará alguien: ¿Qué tiene que ver esto con la virginidad consagrada o
la continencia perpetua cuya alabanza motivó este tratado? A ése le respondo, en primer
lugar, lo que mencioné anteriormente, esto es, que la mayor gloria de aquel bien superior no
deriva de que evita el matrimonio como si fuera un pecado, sino de que, por conseguirla, se
sobrepasa el bien que él significa. Si, al contrario, se guardase la continencia perpetua
porque contraer matrimonio fuese pecado, bastaría solo con no vituperar su bien en vez de
alabarlo por encima del matrimonio. En segundo lugar, puesto que a los hombres hay que
exhortarlos a conseguir don tan excelente con la autoridad de la Escritura divina, no con
palabrería humana, no se debe actuar a la ligera y como de paso, no sea que alguien saque
la impresión de que la divina Escritura ha mentido en algún punto. Quienes impulsan a las
vírgenes consagradas a permanecer en ese estado apoyándose en que el matrimonio ha sido
condenado, más que exhortarlas, las disuaden. ¿Cómo pueden confiar en que es verdad lo
escrito: Quien no la da en matrimonio obra mejor, si juzgan falto de verdad lo escrito
inmediatamente antes: Quien entrega a su hija, aún virgen, obra bien 39? Si, por el
contrario, creen sin la menor duda lo que afirma la Escritura sobre el bien específico del
matrimonio, correrían con fervorosa y confiada alegría al bien superior que poseen ellas,
afianzadas por la misma autoridad, plenamente veraz, de la palabra divina.

LA VERDAD CATÓLICA, JUSTO MEDIO ENTRE DOS ERRORES


Ya he dicho lo suficiente en pro de la causa asumida. Y, en cuanto he podido, he demostrado
que tampoco hay que entender las palabras del Apóstol: Juzgo, sin embargo, que esto es un
bien en atención a los agobios del tiempo presente 40, como si en el tiempo presente las
vírgenes consagradas fueran mejores que los cónyuges bautizados, pero que en el reino de
los cielos y en el siglo futuro serán iguales a ellos. He demostrado asimismo que las palabras
dirigidas a quienes piensan casarse, esto es, sufrirán, sin embargo, la tribulación de la carne;
pero yo soy indulgente con vosotros 41, tampoco hay que entenderlas en el sentido de que
prefirió silenciar a proclamar el pecado que significa el matrimonio y la condenación que
conlleva. Al no entender ninguna de estas dos afirmaciones, defendieron dos errores
opuestos. Los que pretenden igualar a los casados con los célibes aducen en favor de su tesis
la sentencia referente a los agobios del tiempo presente; los que osan condenar a quienes
contraen matrimonio, aquella otra en que se dice: Pero yo soy indulgente con vosotros.
Conforme a la enseñanza sana y fiable de las Sagradas Escrituras, nosotros afirmamos que el
matrimonio no es pecado y, sin embargo, ponemos su bien específico por debajo de la
continencia, ya del estado virginal, ya del estado de viudez; a la vez sostenemos que los
agobios del tiempo presente, propios de los casados, no les impiden merecer la vida eterna,
sino la excelsa gloria y honor reservados a la continencia perpetua. Afirmamos que en el
tiempo presente el matrimonio solo es útil a quienes son incapaces de guardar la continencia
y que el Apóstol ni quiso silenciar la tribulación de la carne, proveniente del afecto carnal, sin
el que no puede darse el matrimonio de los incapaces de contenerse, ni quiso entrar en más
detalles por condescendencia con la debilidad humana.

CAPÍTULO XXII

VIRGINIDAD POR EL REINO DE LOS CIELOS

22. Con los testimonios evidentísimos de las divinas Escrituras que la capacidad de mi
memoria me permita recordar, haré ver ahora, con mayor claridad, que no hay que amar la
continencia perpetua en razón de la vida en el presente, sino en atención a la futura que se
nos promete en el reino de los cielos. ¿Quién hay que no lo advierta en lo que dice el mismo
Apóstol poco después, esto es: El que está sin mujer piensa en las cosas del Señor, en cómo
agradar al Señor; en cambio, quien está unido en matrimonio piensa en las cosas del mundo,
en cómo agradar a la mujer. Distinta es también la situación de la mujer soltera y virgen.
Ésta se preocupa de las cosas del Señor, para ser santa e inmaculada en el cuerpo y en el
espíritu; la casada, en cambio, está ocupada en las cosas del mundo, en cómo agradar al
varón? 42 No dice: "Piensa en su seguridad en este mundo para pasar la vida sin mayores
molestias". Tampoco dice que la mujer soltera y virgen se separe de la casada, esto es, se
distinga y diferencie, con la finalidad de hallarse segura en esta vida y evitar las molestias
propias del tiempo presente, de las que no carece la casada. Lo que dice es: Piensa en las
cosas del Señor, en cómo agradar al Señor y se preocupa de las cosas del Señor para ser
santa en el cuerpo y en el espíritu 43. A no ser que alguien sea tan necio y pendenciero que
ose afirmar que nosotros queremos agradar al Señor no con miras al reino de los cielos, sino
en atención al tiempo presente; o que ellas son santas en el cuerpo y en el espíritu en
función de esta vida, no de la eterna. Creer esto, ¿qué otra cosa significa sino ser los más
desgraciados de todos los hombres? Así dice, en efecto, el Apóstol: Si esperamos en Cristo
solo por esta vida, somos los más miserables de todos los hombres 44. Si es un necio el que
reparte su pan con el hambriento pensando solo en esta vida, ¿será sabio el que castiga su
cuerpo con la continencia, renunciando hasta a la unión conyugal, si no le va a ser de
provecho alguno en el reino de los cielos?
CAPÍTULO XXIII

LA PRUEBA (MT 10,10-12)

23. Por último, escuchemos cómo el Señor mismo afirma algo que no deja lugar a dudas.
Cuando, infundiendo un terror divino, indicaba que los esposos no debían separarse más que
si mediaba fornicación, le dijeron los discípulos: Si esa es la condición (del varón) con la
mujer, mejor es no casarse. A los que él respondió: No todos entienden este precepto.
Porque hay eunucos que lo son por nacimiento; pero hay otros que se hicieron a sí mismos
eunucos por el reino de los cielos. Quien abraza esto, que lo abrace 45. ¿Se pudo decir algo
más verdadero y más lúcido? Es Cristo, es la Verdad, es el Poder y la Sabiduría de Dios quien
dice que quienes se contienen de tomar mujer por una motivación de piedad filial se castran
a sí mismos por el reino de los cielos. ¡Y, sin embargo, la vanidad humana pretende con impía
temeridad que quienes así obran únicamente evitan los agobios del tiempo presente,
consistentes en las molestias conyugales, pero que en el reino de los cielos no tendrán nada
que los demás no posean también!

CAPÍTULO XXIV

NUEVO ARGUMENTO TOMADO DE IS 56,5

24. Pero ¿de qué eunucos habla Dios por boca del profeta Isaías, a quienes dice que ha de
darles un puesto elevado en su casa y dentro de sus murallas, algo mucho mejor que (tener)
hijos e hijas 46, sino de los que se castran a sí mismos por el reino de los cielos? Pues
aquellos cuyo miembro viril ha sido privado de vigor para que no pueda engendrar -cuales
son los eunucos de los ricos y de los reyes-, cuando se hacen cristianos y cumplen los
mandamientos de Dios no lo hacen con la intención de obtener un puesto mejor al
consistente en tener hijos e hijas. Si les fuese posible, tendrían mujeres y se equipararían a
los demás fieles que, en la casa de Dios, viven casados, educan en el temor de Dios a la
descendencia recibida lícita y honestamente, enseñándoles a que pongan en Dios su
esperanza. Si no se casan no es por virtud del espíritu, sino por una necesidad que les
impone su físico. Contienda, pues, quien quiera, sosteniendo que el profeta predijo lo
indicado de los eunucos mutilados físicamente; incluso este error sufraga la causa (cuya
defensa) he asumido. Efectivamente, Dios no antepuso estos eunucos a los que carecen de
puesto en su casa, sino a aquellos que poseen el mérito asociado a una fecunda vida
conyugal. Pues al decir: Les daré un puesto mucho mejor 47, muestra que también concede
un puesto a los casados, aunque muy inferior.

Concedamos que la profecía indica que en la casa de Dios habían de existir eunucos físicos
que no existieron en Israel; vemos que, de hecho, no se hacen judíos, pero sí cristianos.
Concedamos asimismo que el profeta no habló de los que, movidos por el propósito de
continencia, renuncian al matrimonio y se hicieron a sí mismos eunucos por el reino de los
cielos: ¿puede darse que alguien se oponga a la verdad con tanta demencia que crea, de una
parte, que en la casa de Dios los eunucos físicos han de recibir un puesto más elevado que el
de los casados, y, de otra, pretenda equiparar en méritos a los casados y a los que guardan
la continencia impulsados por una motivación de piedad filial, castigan su cuerpo hasta
desechar el matrimonio, haciéndose a sí mismos eunucos no en el cuerpo, sino en la raíz de
la concupiscencia, anticipando en la mortalidad terrena la vida celeste y angélica? ¿Puede un
cristiano oponerse a la verdad con tanta demencia que contradiga a Cristo, que alabó a
quienes se hicieron eunucos no por este mundo, sino por el reino de los cielos, afirmando que
tal proceder es útil para la vida presente y no para la futura? ¿Qué les queda a esos sino
afirmar que el reino de los cielos está implicado en esta vida temporal en que nos hallamos
ahora? ¿Qué impide que la ciega presunción llegue a esa locura? ¿Y qué hay más fuera de
razón que tal afirmación? Pues, aunque a veces se designa reino de los cielos a la Iglesia que
peregrina en el tiempo presente, se la designa así porque se congrega con vistas a la vida
futura y sempiterna. Aunque la promesa que tiene se refiera tanto a la vida presente como a
la futura 48, en todas sus buenas obras no tiene en el punto de mira lo que se ve, sino lo que
no se ve. Pues lo que se ve es temporal; lo que no se ve, eterno 49.

CAPÍTULO XXV

ULTERIOR PRUEBA, TOMADA DE IS 56,5

25. Tampoco el Espíritu Santo calló algo que había de valer como argumento claro e
inconcuso contra estos que a la obstinación añaden el sumo de la desvergüenza y locura;
argumento que, como inexpugnable defensa, había de repeler el ataque bestial contra su
rebaño. Tras haber dicho de los eunucos: les daré en mi casa y dentro de mi muralla un
puesto elevado, algo mucho mejor que (tener) hijos e hijas 50, para evitar que alguien,
demasiado carnal, pensase que esas palabras permitían esperar algo temporal, añadió de
inmediato: les daré un nombre eterno que nunca les faltará 51. Como si dijera: ¿por qué lo
tergiversas, ceguera impía? ¿Por qué? ¿Por qué extiendes la niebla de tu perversidad contra
la claridad de la verdad? ¿Por qué en medio de la luz tan radiante de la Escritura buscas
tinieblas en que tender tus asechanzas? ¿Por qué prometes solo la utilidad temporal a los
santos que abrazan la continencia? Les daré un nombre eterno. ¿Por qué te esfuerzas en
relacionar con el bienestar temporal a quienes se abstienen de todo trato sexual y, por el
hecho mismo de abstenerse de él, piensan en las cosas del Señor, en cómo agradarle? Les
daré un nombre eterno. ¿Por qué te empeñas en sostener que el reino de los cielos por el
que se emascularon a sí mismos los eunucos santos hay que entenderlo solo referido a esta
vida? Les daré un nombre eterno. Y si, tal vez, este "eterno" pretendieras entenderlo en el
sentido de "duradero", añado, reitero, recalco: Y nunca les faltará. ¿Qué más quieres? ¿Qué
tienes que añadir? Este nombre eterno, consista en lo que consista, que claramente significa
cierta gloria excelsa que les es propia, no la compartirán los eunucos con muchos otros
aunque moren en el mismo reino y en la misma casa. Pues quizá se habló de "nombre"
porque distingue de los demás a aquellos a quienes se otorga.

CAPÍTULO XXVI

IDENTIDAD Y DIVERSIDAD EN LA GLORIA FUTURA

26. Replican ellos: "¿Qué significa el único denario con que, concluido el trabajo de la viña,
se retribuye a todos por igual, tanto a los que trabajaron desde el inicio de la jornada como a
los que trabajaron solo una hora? 52". ¿Qué significa, en verdad, sino algo que todos
poseerán en común, como es la vida eterna, el mismo reino de los cielos en que se hallarán
todos los que Dios predestinó, llamó, justificó, glorificó? 53. Pues conviene que este cuerpo
corruptible se vista de incorrupción y este cuerpo mortal se vista de inmortalidad 54: este es
el denario, recompensa para todos. Sin embargo, una estrella difiere de otra estrella en
gloria; así acontecerá también en la resurrección de los muertos 55. He aquí la diferencia en
los méritos de los santos. Pues, si con el único denario se significa el cielo, ¿no es algo común
a todos los astros? No obstante, una es la gloria del sol, otra la de la luna, otra la de las
estrellas 56. Si con el denario se significa la salud del cuerpo, cuando estamos perfectamente
sanos, ¿no es la salud algo común a todos los miembros? Y, si permanece hasta la muerte,
¿acaso no se halla en todos los miembros a la vez e igualmente? No obstante, Dios ha puesto
los miembros, asignando a cada uno su lugar en el cuerpo, según le plugo 57, de modo que
ni todo es ojo, ni todo oído, ni todo olfato. Todo miembro tiene su especificidad, aunque
posea la salud en el mismo grado que los demás. Así pues, dado que todos los santos
poseerán juntos la misma vida eterna, se ha asignado a todos un mismo denario; mas como
en la misma vida eterna resplandecerán en grado diverso las luces de los merecimientos, en
la casa del Padre hay muchas mansiones 58. Y por ello, como el denario es igual para todos,
no vive uno más que otro; pero, como hay muchas mansiones, uno es honrado con más
gloria que otro.

CAPÍTULO XXVII

SEGUIR AL CORDERO ADONDEQUIERA QUE VAYA

27. ¡Adelante, pues, santos de Dios, chiquillos y chiquillas, varones y mujeres, célibes de uno
y otro sexo! Caminad con perseverancia hasta el fin. Alabad más dulcemente al Señor en
quien pensáis más frecuentemente; esperad con más dicha a aquel a quien servís con mayor
asiduidad; amad con mayor ardor a aquel a quien ponéis más esmero en agradar 59. Con los
lomos ceñidos y las lámparas encendidas, estad a la espera del Señor cuando vuelva de la
boda 60. A las bodas del Cordero aportáis el cántico nuevo que cantaréis con vuestras cítaras.
No un cántico como el que entona la tierra entera a la que se dice: Cantad al Señor un
cántico nuevo; cantad al Señor, tierra entera 61, sino un cántico que solo vosotros estáis
capacitados para cantar. Pues así os vio en el Apocalipsis 62 cierta persona a la que el
Cordero amaba más que a los demás, persona que solía recostarse sobre su pecho 63 y bebía
y eructaba realidades maravillosas superiores a las celestiales: la Palabra de Dios. Él os vio
en número de ciento cuarenta y cuatro mil santos citaristas, distinguidos con la virginidad
inmaculada en el cuerpo y con la verdad inviolada en el corazón. Escribió acerca de vosotros
porque seguís al Cordero adondequiera que vaya.

Y ¿a qué lugar pensamos que va el Cordero, al que nadie, sino vosotros, osa o puede
seguirle? ¿Adónde pensamos que se encamina? ¿A qué bosques y praderas? Allí -creo- donde
el pasto son los gozos. No los gozos vanos de este mundo, ni sus locuras engañosas;
tampoco gozos como los que tendrán en el reino de Dios sus restantes moradores no
vírgenes, sino otros, cualitativamente distintos de todos los demás. El gozo de quienes han
asumido la virginidad por Cristo es gozo de Cristo, en Cristo, con Cristo, tras de Cristo, a
través Cristo, en razón de Cristo. Los gozos propios de quienes han aceptado la virginidad por
Cristo no son los mismos de quienes no la han aceptado, aunque también pertenezcan a
Cristo. Para estas personas hay otros gozos, pero aquellos son solo para ellos. Corred tras
estos gozos, seguid al Cordero, puesto que también la carne del Cordero fue ciertamente
virgen. Al crecer retuvo en sí lo que no quitó a su madre al ser concebido y nacer. Con razón
le seguís, con la virginidad del corazón y de la carne, adondequiera que vaya. En efecto, ¿qué
es seguirle sino imitarle? Pues Cristo padeció por nosotros dejándonos el ejemplo, como dice
el apóstol Pedro, para que sigamos sus huellas 64. Se le sigue en la medida en que se le
imita. No en el hecho de ser el Hijo único de Dios que hizo todas las cosas, sino en lo que,
como Hijo del hombre, ofreció en sí para que lo imitases porque convenía. Y son muchas las
cosas que en él se proponen a la imitación de todos los hombres, pero la virginidad física no
a todos. Nada pueden hacer por recuperar la virginidad aquellos que de hecho ya la han
perdido.

CAPÍTULO XXVIII
TODOS LOS CRISTIANOS SIGUEN AL CORDERO
POR LA SENDA DE LAS BIENAVENTURANZAS

28. Así pues, los demás fieles, los que perdieron la virginidad física, sigan al Cordero no
adondequiera que vaya, sino hasta donde personalmente puedan. Ahora bien, pueden
seguirle a todas partes, excepto cuando avanza por el camino de la belleza virginal.
Bienaventurados los pobres de espíritu 65: imitad a quien, siendo rico, por vosotros se hizo
pobre 66. Bienaventurados los humildes 67: imitad a quien dijo: Aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón 68. Bienaventurados los que lloran 69: imitad a quien lloró por
Jerusalén 70. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia 71: imitad a quien
dijo: Mi alimento es hacer la voluntad de quien me envió 72. Bienaventurados los
misericordiosos 73: imitad a quien socorrió al hombre al que los salteadores habían
abandonado, en medio del camino, herido, moribundo y sin esperanza 74. Bienaventurados
los de corazón limpio 75: imitad a quien no cometió pecado y en cuya boca no se halló
engaño 76. Bienaventurados los hacedores de paz 77: imitad a quien dijo en favor de sus
perseguidores: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen 78. Bienaventurados los que
sufren persecución porque son justos 79: imitad a quien sufrió por vosotros dejándoos un
ejemplo para que sigáis sus huellas 80. Quienes imitan estas acciones, al hacerlo, siguen al
Cordero. No hay duda de que también los casados pueden caminar sobre estas huellas;
aunque no calquen su pie exactamente sobre ellas, avanzan por la misma senda.

CAPÍTULO XXIX

SEGUIMIENTO POR EL CAMINO DE LA VIRGINIDAD

29. Mas he aquí que el Cordero avanza por el camino de la virginidad. ¿Cómo irán tras él los
que la perdieron sin poder recuperarla ya? Así pues, marchad tras él, vírgenes que le
pertenecéis. Id también allí tras él, puesto que solo gracias a la virginidad le seguís
adondequiera que vaya. En efecto, puedo exhortar a los casados a que le sigan por cualquier
otro don de santidad, pero no por este que perdieron irremediablemente. Vosotros, por tanto,
seguidle cumpliendo con perseverancia lo que prometisteis con ardor. Hacedlo mientras aún
os es posible, no sea que perezca en vosotros el bien de la virginidad, sin poder hacer
después nada para recuperarlo. Os contemplará el resto de los fieles que no puede seguir al
Cordero hasta esa meta. Os contemplará, pero no os envidiará, y participando de vuestra
alegría poseerá en vosotros lo que no tiene en sí. Tampoco podrá entonar aquel cántico
nuevo que es propiedad vuestra, aunque podrá escucharlo y deleitarse en vuestro bien tan
excelente. Pero vosotros, que lo cantaréis y lo escucharéis, porque os escucharéis a vosotros
mismos cantarlo, exultaréis con mayor felicidad y reinaréis con mayor gozo. Sin embargo,
nadie que carezca de ese gozo sentirá tristeza porque lo poseáis vosotros. Con toda certeza
el Cordero, al que vosotros seguís adondequiera que vaya, no abandonará a quienes no
pueden seguirle hasta la meta a la que le seguís vosotros. Hablo del Cordero omnipotente.
Irá al frente de vosotros, pero sin apartarse de ellos, puesto que Dios será todo en todos 81.
Y quienes menos tengan no os rehuirán, dado que, donde no hay envidia, se participa de lo
que poseen los demás. Tened, pues, seguridad y confianza; sed fuertes, perseverad los que
hacéis al Señor vuestro Dios votos 82 de continencia perpetua y los cumplís, no con la mira
puesta en el tiempo presente, sino en el reino de los cielos.

CAPÍTULO XXX
EXHORTACIÓN A LA FIDELIDAD

30. Y entre vosotros, los que aún no habéis hecho voto de virginidad, quien pueda abrazarlo,
que lo abrace 83; perseverad en la carrera hasta conseguir el reino. Que cada cual tome sus
ofrendas y entre a los atrios del Señor 84, no forzados por alguna necesidad, sino como
corresponde a quienes disponen de la propia voluntad. En efecto, no se puede decir: "No te
casarás" en el mismo sentido que no fornicarás, no matarás 85. Lo último es algo exigido, lo
primero algo ofrecido. No casarse merece alabanza; fornicar y matar, condena. En esto el
Señor os impone algo a lo que estáis obligados; en aquello, si le habéis dado algo más de lo
exigido, os lo pagará al regreso 86. Pensad que, sea lo que sea, dentro de su muralla tenéis
un puesto elevado mucho mejor que (tener) hijos e hijas. Considerad el nombre eterno que
tenéis allí 87. ¿Quién puede explicar qué clase de nombre será? No obstante, sea el que sea,
será eterno. Creyendo, esperando y amando tal nombre pudisteis no ya evitar el matrimonio
como si estuviera prohibido, sino sobrepasarlo aunque está permitido.

CAPÍTULO XXXI

LA GRANDEZA DE LA VIRGINIDAD RECLAMA HUMILDAD

31. En la medida de mis fuerzas, os he exhortado a abrazar este don de la virginidad. Su


grandeza, su excelencia y condición de don divino es una llamada a mi preocupación pastoral
a que no hable solo de la laudabilísima castidad, sino que diga también algo de la
inexpugnable humildad. Una vez que quienes han profesado la continencia perpetua se hayan
comparado con los casados y hayan descubierto que, según las Escrituras, éstos le son
inferiores en cuanto a la tarea y a la recompensa, en cuanto al voto y al premio,
inmediatamente han de recordar lo que está escrito: En la medida en que seas grande,
humíllate en todo y hallarás gracia ante Dios 88. La medida de la humildad le ha sido tasada
a cada uno por la medida de su grandeza. Grandeza que tiene un peligro en la soberbia que
acecha más a los dones mayores. A ésta le sigue la envidia como hija y lacaya y la está
dando a luz continuamente, pues nunca existe sin tal hija y compañera. Ambos vicios, la
soberbia y la envidia, hacen diablo al diablo. Por eso, la disciplina cristiana se enfrenta sobre
todo a la soberbia, madre de la envidia. La disciplina cristiana, en efecto, enseña la humildad
con la que adquirir y custodiar la caridad. A propósito de la cual, tras haber dicho: La caridad
no es envidiosa, como si buscáramos la causa de por qué no es envidiosa, añadió
seguidamente: No se engríe 89. Como si dijera: "Carece de envidia, porque carece de
soberbia".

Por eso, Cristo, maestro de humildad, se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo,
hecho semejante a los hombres y hallado hombre en su manifestación; se humilló a sí
mismo, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz 90. Y respecto a su doctrina,
¿quién podrá explicar fácilmente con cuánto esmero inculca la humildad y con cuánta
vehemencia e insistencia la intima? ¿Quién podrá acumular todos los testimonios para
demostrarlo? Intente hacerlo o hágalo quien desee escribir específicamente sobre la
humildad; el propósito emprendido en esta obra es otro; al referirse a una realidad tan
grandiosa, reclama una precaución máxima contra el orgullo.

CAPÍTULO XXXII

LA ENSEÑANZA DE CRISTO SOBRE LA HUMILDAD

32. Así pues, voy a aducir unos pocos testimonios tomados de la enseñanza de Cristo sobre
la humildad; los que el Señor se digna ofrecer a mi mente. Tal vez bastarán para el objetivo
que me he propuesto. El primer y más largo discurso que dirigió a sus discípulos comienza
con estas palabras: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los
cielos 91. En tales personas entendemos, sin que nadie lo discuta, a los humildes. El Señor
alabó particularmente la fe del centurión y afirmó no haber hallado otra tan grande en
Israel 92, porque creyó con tanta humildad que dijo: No soy digno de que entres bajo mi
techo 93. Mientas Lucas deja ver con toda claridad que no fue él directamente a Jesús, sino
que envió a sus amigos 94, Mateo afirma que se había acercado él en persona. La razón es
que con su humildad, llena de fe, se acercó él más que sus emisarios. A eso se refiere
también lo dicho por el profeta: El Señor es excelso, pero pone sus ojos en las cosas
humildes; las elevadas, en cambio, las conoce de lejos 95. ¡Sin duda porque no se le acercan!
Por lo mismo dijo también: ¡Oh mujer, grande es tu fe! Hágase como deseas 96, a aquella
mujer cananea a la que antes había llamado perro y dicho que no había que echarle el pan
de los hijos 97. Palabras a las que, aceptándolas humildemente, había replicado: Así es,
Señor; pero también los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus señores 98. Y
de esa manera mereció por su humilde confesión lo que no conseguía con su insistente gritar.

Con los ojos puestos en quienes se tienen por justos y desprecian a los demás, a este
propósito nos presenta el caso de los dos hombres, uno fariseo y otro publicano, que estaban
orando en el templo, en el que resulta preferida la confesión de los pecados a la enumeración
de los méritos 99. No hay duda de que el fariseo daba gracias a Dios por los méritos de que
personalmente tanto se complacía: Gracias te doy -decía- porque no soy como los demás
hombres: injustos, raptores, adúlteros, o como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y
doy el diezmo de cuanto poseo. El publicano, por el contrario, se mantenía de pie a lo lejos y
no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que golpeaba su pecho diciendo: ¡Oh Dios,
séme propicio, que soy pecador! A lo que sigue la sentencia de Dios: En verdad os digo que
el publicano bajó del templo justificado, más que el fariseo. Luego aduce la razón de por qué
eso era justo: Porque el que se humilla será exaltado y el que se exalta será humillado 100.
Puede, pues, acontecer que alguien evite verdaderos males, advierta en sí auténticos bienes
y dé gracias por ellos al Padre de las luces, de quien desciende toda dádiva óptima y todo
don perfecto 101, y, no obstante, haya que recriminarle el vicio del orgullo, si en su soberbia
denigra -aunque lo haga solo en el pensamiento patente a Dios- a los otros pecadores,
especialmente a los que confiesan sus pecados en la oración, a quienes no se les debe dirigir
un reproche altanero, sino ofrecer la misericordia que abre a la esperanza.

¿Qué decir del hecho de que, discutiendo los discípulos entre sí sobre quién sería el mayor de
ellos, Jesús puso un niño pequeño ante sus ojos y les dijo: Si no os hacéis como este niño,
no entraréis en el reino de los cielos? 102 ¿No recomendó al máximo la humildad y puso en
ella el criterio de grandeza? Traigamos a la mente la escena en que los hijos del Zebedeo
deseaban situarse uno a su derecha y el otro a su izquierda, en los puestos de más alta
dignidad. Él les respondió que, antes de solicitar con deseo rebosante de orgullo ser
preferidos a los demás, pensasen en beber el cáliz de su pasión en la que se humilló hasta la
muerte y muerte de cruz 103. Con esa respuesta ¿no les hizo saber que otorgaría la dignidad
apetecida a quienes previamente le siguieran en su condición de maestro de humildad? 104

Qué gran encarecimiento de la humildad fue el que, poco antes del inicio de su pasión, lavase
los pies a los discípulos y los exhortase clarísimamente a que hiciesen con sus condiscípulos y
consiervos lo que él, Maestro y Señor, había hecho con ellos 105. Para encarecer esa virtud
eligió el preciso momento en que, ya próximo a la muerte, los discípulos fijaban en él sus
ojos con enorme ansiedad, momento que retendrían en su memoria, vinculándolo sobre todo
con la última lección que el Maestro les dejó para que lo imitasen. Lo hizo en ese preciso
momento él que, sin duda alguna, podía haberlo hecho en otro momento de su convivencia
con ellos. Solo que, si lo hubiera hecho antes, aunque el mensaje hubiese sido el mismo, la
recepción hubiese sido distinta.

CAPÍTULO XXXIII

CUANTO MAYOR ES EL TESORO QUE SE GUARDA,

MAYOR HA DE SER LA VIGILANCIA

Todos los cristianos han de practicar la humildad, habida cuenta que reciben el nombre de
Cristo, cuyo evangelio nadie examina con atención sin que le encuentre como maestro de
humildad. Si las cosas son así, conviene que le sigan y perseveren en esta virtud de un modo
particular aquellos que destacan sobre los demás por algún gran bien, preocupándose de
cumplir ante todo el primer precepto que cité: En la medida en que seas grande, humíllate en
todo y hallarás gracia ante Dios 106. Por tanto, como la continencia perpetua y sobre todo la
virginidad constituyen un gran bien de los santos de Dios, hay que extremar la vigilancia para
que no lo corrompa el orgullo.

El apóstol Pablo tilda de malas a las viudas curiosas y charlatanas, y sostiene que su vicio
proviene de la ociosidad. Escribe: Al mismo tiempo, al no tener nada que hacer, aprenden a
ir de casa en casa. Además de ociosas, son curiosas y charlatanas, hablando lo que no
conviene 107. Refiriéndose a ellas, había escrito antes: Rehúye, en cambio, a las viudas
jóvenes. Pues, tras haber vivido en Cristo entre placeres, quieren volver a casarse
incurriendo en condenación, porque no mantuvieron la fidelidad primera 108, esto es, porque
no perseveraron en lo que antes habían prometido.

CAPÍTULO XXXIV

EN QUIÉNES SE TEME EL ORGULLO Y EN QUIÉNES NO

Pero no dice (el Apóstol): Se casan, sino quieren volver a casarse. A muchas de ellas, en
efecto, las retrae de casarse no el amor de un excelso propósito, sino el temor a la pública
deshonra, que proviene también del orgullo, por el que teme más desagradar a los hombres
que a Dios. Así pues, esas que quieren casarse y no lo hacen porque no pueden hacerlo
impunemente, ¡cuánto mejor harían casándose que abrasándose, esto es, antes de ver
devastada su conciencia por la oculta llama del deseo! Lamentan su estado y se avergüenzan
de confesarlo. A menos que dirijan a Dios su corazón, una vez enderezado, y venzan de
nuevo la concupiscencia por temor a él, hay que contarlas entre las muertas, ya vivan entre
placeres -razón de las palabras del Apóstol: Sin embargo, la que vive entre placeres ya en
vida está muerta 109-, ya en medio de fatigas y ayunos, inútiles por carecer de un corazón
bien orientado y estar más al servicio de la ostentación que de la enmienda. Personalmente
no inculco gran preocupación por la humildad a esas mujeres en las que el mismo orgullo se
ve confundido y cubierto de la sangre que mana de la herida de la conciencia.

Tampoco impongo esta gran preocupación por la humildad a las viudas borrachas, o a las
avaras, o a las que están postradas por cualquier otra clase de enfermedad merecedora de
condena, cuando han profesado la continencia corporal, profesión a la que no se ajustan sus
costumbres erráticas. A no ser que, tal vez, osen hacer ostentación de tales males, no
bastándoles el diferir sus tormentos.

Excluyo asimismo a aquellas que manifiestan cierto deseo de agradar o con un atuendo más
elegante de lo que exige tan excelsa profesión, o con un llamativo tocado de cabeza, ya con
abultados moños, ya con velos tan finos que dejan entrever las redecillas puestas debajo. A
éstas aún no hay que darles preceptos sobre la humildad, sino sobre la castidad misma o
sobre la integridad de la pureza.

Dame una persona que profese la continencia perpetua y que carezca de estos vicios y
manchas morales y de cuantas se les parecen. En ella temo el orgullo; tan gran bien me
infunde temor en ella previendo la hinchazón del orgullo. Cuanto más tiene en qué
complacerse, tanto más temo que, agradándose a sí, desagrade a quien resiste a los
orgullosos, pero da su gracia a los humildes 110.

CAPÍTULO XXXV

QUÉ QUIERE CRISTO QUE APRENDAMOS DE ÉL

35. Por supuesto, es en Cristo mismo en quien hay que contemplar al primer maestro y
modelo de la integridad virginal. Según eso, ¿qué precepto puedo dar acerca de la humildad
a los que practican la continencia que no sea lo que él dice a todos: Aprended de mí que soy
manso y humilde de corazón? Inmediatamente antes había recordado su propia grandeza,
queriendo mostrar cuán grande era el que por nosotros se hizo tan pequeño: Yo te alabo,
Padre -son sus palabras-, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas a los
sabios, y las revelaste a los pequeños. Así es, Padre, porque así ha sido de tu agrado. Todas
las cosas me las ha entregado mi Padre y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce
al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelárselo. Venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que
soy manso y humilde de corazón 111. Él, a quien el Padre entregó todas las cosas y a quien
nadie conoce sino el Padre, y el único que conoce el Padre junto con aquel a quien él quiera
revelarlo, no dice: "Aprended de mí a crear el mundo o a resucitar muertos, sino: que soy
manso y humilde de corazón". ¡Oh enseñanza salvífica! ¡Oh Maestro y Señor de los mortales,
que bebieron la muerte en el vaso del orgullo, participando así en ella! No quiso enseñar lo
que no era él, ni quiso mandar lo que él no hacía.

APÓSTROFE A JESÚS, MAESTRO DE HUMILDAD

Buen Jesús, con los ojos de la fe que me has abierto, te estoy viendo proclamar y decir como
ante una asamblea de todo el género humano: Venid a mí y aprended de mí 112. A ti, Hijo de
Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, e Hijo del hombre, también hecho entre todas
las cosas, te suplico, ¿para aprender qué cosa de ti venimos a ti? Que soy manso -dice- y
humilde de corazón. ¿Todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia escondidos en ti 113
han quedado reducidos a tener por algo grandioso aprender tu lección de mansedumbre y
humildad? ¿Tan grande es ser pequeño que solo se puede aprender de ti, que eres tan
grande? Así es verdaderamente. En efecto, para hallar reposo el alma no tiene más remedio
que eliminar la perturbadora hinchazón, que ella tiene por grandeza propia y que para ti es
una enfermedad.

CAPÍTULO XXXVI

SIGUE EL APÓSTROFE
36. Que te escuchen y vengan a ti, aprendan de ti a ser mansos y humildes los que buscan
tu misericordia y tu verdad, viviendo para ti, para ti, no para sí. Escuche esto quien se
encuentre fatigado y cargado, quien se encuentre tan abrumado por su carga que no ose
elevar los ojos al cielo; escuche aquel pecador que golpeaba su pecho y, estando lejos, se
hallaba cerca 114. Escuche aquel centurión que no se consideraba digno de que entrases bajo
su techo 115(). Escuche Zaqueo, el jefe de los publicanos, que devuelve el cuádruplo de las
ganancias obtenidas con sus condenables pecados 116. Escuche la mujer pecadora de la
ciudad, que derramó a tus pies tantas más lágrimas cuanto más lejos se hallaba de tus
huellas 117. Escuchen las meretrices y los publicanos, que preceden a los escribas y fariseos
en el reino de los cielos 118. Escuchen los que sufren cualquier clase de enfermedad, con
quienes participaste en banquetes, participación que te imputaron como pecado quienes,
creyendo estar sanos, no te buscaban como médico, no obstante que no habías venido a
llamar al arrepentimiento a los justos sino a los pecadores 119. Cuando todos estos se
convierten a ti, se vuelven fácilmente mansos y se humillan en tu presencia, acordándose de
su vida inicua en extremo y de tu indulgentísima misericordia, puesto que donde abundó el
pecado, ha sobreabundado la gracia 120.

PROSIGUE EL APÓSTROFE

37. Pero vuelve los ojos a los ejércitos de vírgenes, chiquillos y chiquillas santos. Esta estirpe
se ha criado en tu Iglesia; en ella creció para ti, alimentándose de sus pechos maternales; en
ella soltó su lengua para proclamar tu nombre; un nombre que, siéndole infundido, mamó
como leche para su infancia. Nadie de entre ellos puede decir: Yo que antes fui blasfemo y
perseguidor y opresor, pero he conseguido misericordia, porque lo hice desde la ignorancia
antes de venir a la fe 121. Al contrario, arrebataron, prometieron con voto lo que no
mandaste, limitándote a proponerlo a los que lo quisieran con estas palabras: Quien pueda
abrazarlo, que lo abrace 122. Y, tras la invitación, no amenaza, tuya, se hicieron eunucos por
el reino de los cielos.

CAPÍTULO XXXVII

APÓSTROFE AL ALMA VIRGEN

Grítales; que te escuchen decir que eres manso y humilde de corazón. Cuanto mayores son,
más se humillen en todo, para hallar gracia ante ti. Son justos, pero ¿acaso como tú que
justificas al impío? Son castos, pero en pecado los alimentaron sus madres en sus senos 123.
Son santos, pero tú eres también el santo de los santos. Poseen la virginidad, pero tampoco
han nacido de madres vírgenes. Poseen la integridad en el cuerpo y en el espíritu, pero no
son la Palabra hecha carne 124. Con todo, aprendan no de aquellos a quienes perdonas los
pecados, sino de ti mismo, el Cordero de Dios 125; aprendan que eres manso y humilde de
corazón 126.

38. ¡Virgen amante de la piedad y del pudor que ni siquiera en el lícito ámbito conyugal diste
rienda suelta al apetito carnal, que ni siquiera para obtener descendencia transigiste con tu
cuerpo mortal, que suspendiste en lo alto tus miembros terrenos con su excitación,
ajustándolos a las costumbres celestes! No te envío para que aprendas la humildad a los
publicanos y pecadores, que, sin embargo, precederán en el camino hacia el reino de los
cielos a los orgullosos. No te envío a ellos, pues quienes han sido liberados de la vorágine de
la impureza no merecen ser puestos como modelos de inmaculada virginidad. Te envío al rey
del cielo, a quien creó a los hombres y, en bien de los hombres, fue creado entre ellos; te
envío al más bello entre los hijos de los hombres 127, pero despreciado por ellos a favor de
ellos; te envío a quien, dominando sobre los ángeles inmortales, no desdeñó servir a los
hombres mortales. A él, ciertamente, no le hizo humilde la maldad, sino la caridad, la caridad
que no envidia, no se engríe, no busca lo suyo 128. Porque Cristo no se agradó a sí mismo; al
contrario, según está escrito de él, los insultos de quienes te insultaban cayeron sobre
mí 129. Ponte en movimiento, ven a él y aprende de su boca que es manso y humilde de
corazón. No irás a quien no osaba elevar sus ojos al cielo a causa del peso de su maldad 130,
sino a quien descendió desde el cielo 131 arrastrado por el peso de la caridad. No irás a la
mujer que regó con lágrimas los pies de su Señor, sino a aquel que, tras otorgarle el perdón
de todos los pecados, lavó los pies de quienes eran sus siervos 132.

Conozco la dignidad de tu condición virginal. No te propongo que imites al publicano que


acusa humildemente sus pecados, pero temo en ti al fariseo que se jactaba orgullosamente
de sus méritos 133. No te digo: "Sé como aquella mujer de la que se dijo: Se le perdonan sus
muchos pecados porque amó mucho 134", pero temo que ames poco, porque juzgas que se
te perdona poco.

CAPÍTULO XXXVIII

EL TEMOR Y EL AMOR

39. Grande es -digo- mi temor por ti; temor de que, por gloriarte de seguir al Cordero
adondequiera que vaya, la hinchazón de tu orgullo te impida seguirle por sus caminos
estrechos. Es un bien para ti, alma virginal, que, igual que eres virgen, así también,
conservando en el corazón tu segundo nacimiento y en la carne el primero, mediante el
temor del Señor concibas y des a luz el espíritu de salvación 135. Ciertamente en la caridad
no hay temor, sino que, como está escrito, la caridad perfecta expulsa el temor 136, pero el
temor a los hombres, no a Dios; el temor a los males temporales, no al juicio definitivo de
Dios. No te engrías, sino teme 137. Ama la bondad de Dios, teme su severidad; una y otra te
impiden ser orgullosa. Pues, si le amas, temes ofender gravemente a tu amado y amante. En
efecto, ¿puede haber ofensa más grave que desagradar por el orgullo a quien por ti
desagradó a los orgullosos? ¿Y dónde debe estar más presente aquel temor casto que
permanece por los siglos de los siglos 138 que en ti, que no piensas en las cosas del mundo,
esto es, en cómo complacer a tu cónyuge, sino en las del Señor, o sea, en cómo complacerle
a él? 139 Aquel primer temor no se da en la caridad; este temor casto, por el contrario, no se
separa de ella. Si no amas, teme perecer; si amas, teme desagradarle. A aquel temor lo
expulsa la caridad; con este corre hacia el interior. Dice también el apóstol Pablo: Pues no
hemos recibido el espíritu de servidumbre para recaer en el temor, sino que hemos recibido
el Espíritu de adopción de hijos por el que gritamos: Abba, Padre 140. Pienso que se refiere al
temor otorgado en el Antiguo Testamento, temor a perder los bienes temporales que Dios
había prometido no aún a hijos bajo la gracia, sino a siervos todavía bajo la ley. Existe
también el temor al fuego eterno; pero si se sirve a Dios para evitar éste, no se trata del
temor que acompaña a la caridad perfecta. Pues una cosa es el deseo del premio y otra el
miedo al castigo. Una cosa es: ¿A dónde iré lejos de tu espíritu? y ¿a dónde huiré de tu
presencia? 141 Y otra es: Una cosa he pedido al Señor, esa buscaré: Habitar en la casa del
Señor todos los días de mi vida para contemplar las delicias del Señor y ser protegido en
cuanto templo tuyo 142, o: No apartes de mí tu rostro 143; o: Mi alma desea y desfallece (por
entrar) en los atrios del Señor 144. La primera frase pudo haberla pronunciado el publicano
que no osaba levantar sus ojos al cielo y la pecadora que regaba con lágrimas los pies (del
Señor) con el fin de conseguir el perdón para sus graves pecados; las otras pronúncialas tú
que te preocupas de las cosas del Señor para ser santa en cuerpo y espíritu. De la primera se
hace acompañar el temor que atormenta y al que expulsa la caridad perfecta; de las otras, el
casto temor del Señor que permanece por los siglos de los siglos.

A unos y a otros hay que decir: No te engrías, sino teme 145, para evitar que el hombre se
enorgullezca o tomando la defensa de sus pecados, o presumiendo de su justicia. Pues el
mismo Pablo que escribió: Pues no habéis recibido el espíritu de servidumbre para recaer de
nuevo en el temor 146, lleno de caridad acompañada de temor, dice: Con gran temor y
temblor fui a vosotros 147. Él mismo se sirvió de la frase mencionada: No te engrías, sino
teme, para evitar que el acebuche injertado se enorgulleciera frente a las ramas desgajadas
del olivo 148. Es también él quien, amonestando en general a todos los miembros de Cristo,
dice: Obrad vuestra salvación con temor y temblor, pues Dios es quien obra en vosotros el
querer y el obrar, según su buena voluntad 149, para que no parezca que pertenece (solo) al
AT lo escrito: servid al Señor con temor y regocijaos ante él con temblor 150.

CAPÍTULO XXXIX

LA HUMILDAD SE DESCUBRE NECESARIA

40. ¿Y qué miembros de su cuerpo santo, la Iglesia, deben preocuparse más de que sobre
ellos descanse el Espíritu Santo que los que profesan la santidad virginal? Pero ¿cómo
descansará donde no encuentra su lugar? ¿Y cuál es este sino un corazón humillado que
(pueda) llenar, no uno del que (tenga que) alejarse; uno que (pueda) elevar, no uno que
(tenga que) abatir? La razón es que está dicho con toda claridad: ¿Sobre quién reposará mi
Espíritu? Sobre el humilde y tranquilo y sobre quien se estremece ante mis palabras 151. Ya
vives conforme a la justicia, a la piedad; ya vives conforme a la pureza, la santidad y la
castidad virginal; sin embargo, viviendo aún en este mundo, ¿no te rindes a la humildad
cuando oyes: Acaso no es una prueba la vida humana sobre la tierra 152? ¿No te apartan del
orgullo y de la excesiva confianza las palabras: ¡Ay del mundo a causa de los
escándalos!? 153 ¿No te asusta el poder ser contado entre los muchos cuya caridad se enfría
por la abundancia de maldad? 154 ¿No golpeas tu pecho cuando oyes decir: Por lo cual, quien
cree estar de pie, mire no caiga? 155 En medio de tantas advertencias divinas y peligros
humanos como los mencionados, ¿aún me fatigo de esta manera en persuadir la humildad a
quienes han abrazado la santa virginidad?

CAPÍTULO XL

LAS CAÍDAS DE UNOS, LECCIÓN PARA OTROS

41. Dios permite que se agreguen al número de quienes profesáis la virginidad muchos y
muchas que han de caer. ¿Cuál es la razón sino aumentar, con sus caídas, vuestro temor que
reprima el orgullo? Orgullo tan odiado por Dios que el único motivo de la humillación del
Altísimo fue hacerle frente a él. A no ser que, tal vez, le temas menos y te engrías más,
hasta el punto de amar menos a quien te amó tanto que se entregó a sí mismo por ti 156, por
el hecho de haberte perdonado poco, al haber vivido desde la niñez conforme a la religión,
pureza, castidad consagrada, inmaculada virginidad. ¡Como si no debieras amarle con mucho
mayor ardor a él! A los lascivos que se convirtieron a él les perdonó todas sus faltas, pero a ti
no te permitió caer en ellas. ¿O la obcecación de aquel fariseo en el error de juzgar que se le
tenía que perdonar poco, por lo que amaba poco 157, tuvo otro origen que ignorar la justicia
divina y buscar afirmar la suya, en vez de someterse a la de Dios? 158.

RECIBIR UN DON MAYOR EXIGE UN MAYOR AMOR

Mas también vosotros, raza escogida y selectos entre los selectos, coros virginales que seguís
al Cordero, habéis sido salvados gratuitamente por la fe; y ello no por vosotros mismos,
puesto que es don de Dios; no por las obras, para evitar que alguien se enorgullezca. Pues
somos hechura suya, creada en Cristo Jesús en función de las obras buenas que Dios preparó
para que caminemos en ellas 159. Así que ¿cuanto más os ha adornado con sus dones, tanto
menos vais a amarle? ¡Sea él quien aparte de vosotros tan horrenda demencia!

La Verdad afirmó, conforme a verdad, que a quien poco se le perdona poco ama; así pues,
para amar con todo el ardor a aquel por cuyo amor os mantenéis libres de los lazos del
matrimonio, juzgad que se os ha perdonado absolutamente todo cuanto bajo su guía no
habéis cometido. Estén, pues, vuestros ojos siempre elevados al Señor porque él sacará
vuestros pies del cepo 160. Y Si el Señor no hubiera guardado la ciudad, en vano se habría
mantenido de guardia el centinela 161. Y hablando de la continencia misma dice el Apóstol:
Quiero que todos los hombres sean como yo; pero cada uno ha recibido de Dios su propio
don: uno de una manera, otro de otra 162. ¿Quién es, pues, el que los otorga? ¿Quién
distribuye los propios dones a cada cual como quiere? 163 Dios ciertamente, en quien no hay
injusticia 164. Por eso mismo, al hombre le resulta imposible o absolutamente difícil conocer
en virtud de qué equidad a unos los hace de una manera y a otros de otra. Pero que lo haga
ajustado a equidad no es lícito dudarlo. ¿Qué tienes, pues, que no hayas recibido? 165 O ¿por
qué extravío amas menos a aquel de quien más has recibido?

CAPÍTULO XLI

LA VIRGINIDAD ES UN DON DE DIOS

42. Por lo cual, el primer pensamiento de quien vive en virginidad ha de ser revestirse de
humildad. No piense que es lo que es por méritos propios, (olvidando) que ese don
extraordinario desciende más bien del Padre de las luces, en quien no se da cambio ni
ensombrecimiento pasajero 166. De esta manera no llegará a pensar que se le ha perdonado
poco, con la consecuencia de amarle poco 167 e, ignorando la justicia de Dios y queriendo
afirmar la suya propia, no se someta a la de Dios 168. Error en que cayó aquel Simón a quien
aventajó la mujer a la que se perdonaron muchos pecados porque amó mucho.

Pero todavía tiene que pensar con mayor cautela y verdad que se han de considerar como
perdonados todos los pecados que no se cometen gracias a la protección de Dios. Prueba de
ello son las piadosas súplicas presentes en las Sagradas Escrituras que muestran que incluso
lo que manda Dios no se puede cumplir sin el don y la ayuda de quien lo manda. Sería una
farsa pedirlo si pudiéramos hacerlo personalmente sin la ayuda de su gracia. ¿Hay precepto
más universal e importante que la obediencia por la que se cumplen los mandatos de Dios? Y,
sin embargo, hallamos que también ella es objeto de súplica. Dice (el salmista): Tú
ordenaste que tus mandamientos se cumpliesen al detalle; y sigue luego: ¡Ojalá mis caminos
se dirijan al cumplimiento de tus disposiciones; entonces no quedaré confundido, en tanto
pongo mis ojos en tus mandatos! 169 Lo que en un primer momento presentó como
mandatos divinos, luego deseó poder cumplirlos: correcto proceder para no pecar. Y, en el
caso de que haya pecado, se le manda arrepentirse, no sea que, defendiendo y disculpando
su falta, perezca por su orgullo quien lo cometió, al no querer hacerlo desaparecer mediante
el arrepentimiento. También esto lo pide a Dios para dar a entender que no se tiene si no lo
otorga aquel a quien se pide. Pon -dice-, Señor, una guarda a mi boca, y una puerta de
contención en torno a mis labios; no dejes inclinarse mi corazón hacia palabras malvadas
para buscar excusa a sus pecados, en compañía de hombres que obran la maldad 170. Si,
pues, hasta la obediencia por la que guardamos sus mandatos y el arrepentimiento por el
que nos acusamos y no nos excusamos de nuestros pecados, es objeto de deseo y súplica,
resulta manifiesto que, cuando existe, se obtiene por don de Dios y se cumple con su ayuda.
Más claramente se afirma a propósito de la obediencia: El Señor dirige los pasos de los
hombres y aceptará su camino 171. También respecto del arrepentimiento dice el Apóstol: Por
si tal vez Dios les da el arrepentimiento 172.

TAMBIÉN LA CONTINENCIA ES UN DON DE DIOS

43. ¿Y no está dicho con toda claridad a propósito de la continencia misma: Y como supiese
que nadie puede ser continente si Dios no se lo otorga, el mismo conocer de quién era don
era ya sabiduría? 173

CAPÍTULO XLII

... Y LA SABIDURÍA

Pero tal vez la continencia sea un don de Dios y, sin embargo, el hombre se otorgue a sí
mismo la sabiduría, gracias a la cual conoce que la continencia es don de Dios, no propio. Al
contrario, el Señor hace sabios a los ciegos 174, y el testimonio del Señor es fiel, él otorga la
sabiduría a los pequeños 175, y si alguno carece de sabiduría, pídasela a Dios, que da a todos
con generosidad, sin reprochar nada, y se la concederá 176. Ahora bien, conviene que
quienes han optado por la virginidad posean la sabiduría, no sea que se apaguen sus
lámparas 177. ¿Y cómo pueden conseguir la sabiduría, a no ser evitando el orgullo y
dejándose atraer por lo humilde? 178 En efecto, la Sabiduría misma dijo al hombre: He aquí
que la sabiduría se identifica con la piedad 179. Si, pues, nada tienes que no hayas recibido,
no te engrías, sino teme 180. Y no ames poco, como si se te hubiera perdonado poco; antes
bien, ama mucho a quien tanto te otorgó. Pues si ama a quien le concedió no deber, ¡cuánto
más debe amar a quien le otorgó poseer! En efecto, si uno permanece puro desde siempre,
es porque él lo gobierna; y si uno se convierte de impuro en puro, es porque él lo endereza;
y si uno sigue impuro hasta el final, es porque él lo abandona. Él puede realizar esto por un
juicio oculto, pero nunca injusto. Y quizá el que nos quede oculto mire a aumentar el temor y
disminuir el orgullo.

CAPÍTULO XLIII

DESPRECIAR A LOS DEMÁS, UNA FORMA DE ORGULLO

44. Así pues, sabiendo ya el hombre que es lo que es por la gracia de Dios, evite caer en otro
lazo del orgullo -el desprecio a los demás- ensoberbeciéndose de la misma gracia de Dios.
Este vicio arrastraba a aquel fariseo a agradecer a Dios los bienes que poseía y a ponerse, no
obstante, lleno de orgullo, por encima del publicano que reconocía sus pecados 181. ¿Qué ha
de hacer, por tanto, quien profesó la virginidad, qué ha de pensar para no enaltecerse sobre
los demás, hombres y mujeres, que carecen de tan gran don? Pues no debe simular la
humildad, sino mostrarla, dado que simularla es orgullo mayor. Es la razón por la que la
Escritura, queriendo manifestar que conviene que la humildad sea auténtica, tras haber
dicho: Cuanto mayor eres, tanto más has de humillarte en todo, inmediatamente añadió: Y
hallarás gracia ante Dios 182, justamente allí donde no cabe la falsa humildad.

CAPÍTULO XLIV

NO SIEMPRE LA VIRGEN ES MEJOR QUE LA CASADA

45. ¿Qué diremos entonces? ¿Hay algo verdadero que una virgen consagrada a Dios pueda
pensar para que no ose anteponerse a otra mujer cristiana, sea viuda o casada? No me
refiero a una virgen que viva de modo reprobable, pues ¿quién ignora que es preferible
cualquier mujer obediente a una virgen desobediente? Pero, puestos en el caso de que
ambas obedezcan los preceptos de Dios, ¿temerá preferir la santa virginidad a las nupcias,
incluso las castas, y la continencia al matrimonio; anteponer el fruto del ciento al del treinta
por uno? Al contrario, no dude en anteponer objetivamente lo primero a lo segundo. Sin
embargo, a nivel subjetivo, ninguna virgen, aunque sea obediente y temerosa de Dios, ose
anteponerse a cualquier otra mujer, ya no virgen, también temerosa de Dios; de no ser así,
no se mostrará humilde, y Dios resiste a los orgullosos 183. ¿Qué ha de pensar, pues? Que los
dones de Dios son ocultos y que solo la prueba -eso es la tentación- revela a cada cual
incluso lo que se refiere a sí mismo. Pongamos el ejemplo de una virgen ocupada en las
cosas del Señor, en cómo agradarle 184. ¿Cómo sabe si, tal vez, a causa de alguna debilidad
espiritual que le resulta desconocida, aún no está madura para el martirio, mientras que otra
mujer casada, a la que ella se anteponía, puede ya beber el cáliz de la humildad del Señor
que él contraofertó a los discípulos amantes de dignidades para que lo bebieran antes de
conseguirlas? 185 ¿Cómo puede saber -digo- si, tal vez, ella aún no es Tecla y la otra es ya
Crispina?

CAPÍTULO XLV

CIERTAMENTE, SALVO QUE SOBREVENGA LA PRUEBA,


NO CABE MANIFESTACIÓN ALGUNA DE TAL DON.
CLASIFICACIÓN DE LOS DONES DE DIOS POR SUS FRUTOS.

46. Se trata de un don tan grande que algunos interpretan referido a él el fructificar el ciento
por uno. Un testimonio de la máxima categoría lo otorga la autoridad de la Iglesia.
Apoyándose en ella, los fieles conocen en qué momento de la celebración eucarística se hace
memoria de los mártires, y en cuál otro, de las vírgenes consagradas ya difuntas. Pero qué
significado tenga esa diferencia en el producir fruto, júzguenlo quienes tienen una inteligencia
de ello superior a la mía, ya sea que el fructificar el ciento por uno corresponda al estado de
virginidad, el sesenta por uno al estado de viudez y el treinta por uno al estado conyugal; ya
sea que, más bien, la fertilidad del ciento por uno se atribuya al martirio, la del sesenta por
uno a la vida en continencia, la del treinta por uno al matrimonio; ya que la profesión de
virginidad, junto con el martirio, produzca fruto del ciento por uno, ella sola el sesenta por
uno y los casados que producen el treinta por uno, lleguen al sesenta por uno en caso de ser
mártires; ya haya que entender que los dones son muchos más como para poder clasificarlos
en las tres categorías -opinión que me parece más probable, puesto que los dones de la
gracia divina son numerosos y uno es mayor y mejor que otro, por lo que dice el Apóstol:
Imitad los dones mejores 186-. En primer lugar, para no dejar sin fruto alguno a la
continencia de viudos y viudas o rebajar su mérito hasta el nivel de la pureza conyugal, o
equipararlo a la gloria propia de la virginidad; o para no juzgar que la corona del martirio, ya
se dé en la disposición del alma aunque no verificada por la prueba, ya en la experiencia del
tormento, no aporta ningún plus de fertilidad unida a cualquiera de aquellos tres niveles de
castidad. En segundo lugar, ¿qué puesto reservamos a tantos hombres y mujeres que,
aunque guardan la continencia virginal, no cumplen, sin embargo, las palabras del Señor: Si
quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes y dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el
cielo, y ven y sígueme 187, ni se atreven a cohabitar en compañía de aquellos entre quienes
nadie considera nada como propio, sino que lo ponen todo en común? 188 ¿Hemos de creer,
acaso, que hacer eso no añade ningún fruto a los que consagran a Dios su virginidad, o que,
si no lo hacen, su virginidad queda estéril?

CAPÍTULO XLVI

LOS MEJORES DONES, ORIENTADOS A LA VIDA ETERNA

Existen, pues, muchos dones, unos más sublimes y mayores que otros; cada persona tiene
los propios. Y a veces una aporta fruto con pocos dones, aunque más excelentes, y otra con
dones inferiores, pero más abundantes. Mas ¿qué hombre podrá discernir si se igualarán o
distinguirán a la hora de recibir los honores eternos? En todo caso ha de constar, de una
parte, que los dones son muchos y diferentes, y, de otra, que los mejores son de provecho no
para el tiempo presente, sino para la vida eterna. Pero juzgo que el Señor quiso mencionar
tres clases de frutos 189, dejando para quienes consigan comprenderlos determinar los
restantes. La prueba 190 está en que otro evangelista solo mencionó el ciento por uno. ¿Hay
que juzgar de ahí que desaprobó o ignoró los otros dos grados de fructificación? ¿No habrá
que pensar más bien que lo dejó para que los averiguáramos?

EL MARTIRIO, DON SUPERIOR AL DE LA VIRGINIDAD

47. Mas, como había comenzado a decir, sea que a la virginidad consagrada a Dios
corresponda el fruto del ciento por uno, sea que haya que entender tal diferencia en el
porcentaje de fructificación de algún otro modo, coincida con el mencionado anteriormente o
no, juzgo que nadie -a cuanto creo- osará preferir la virginidad al martirio y que nadie dudará
de que este último don permanece oculto si falta la prueba que lo verifique.

CAPÍTULO XLVII

POR QUÉ UNA VIRGEN NO DEBE CREERSE MEJOR QUE UNA CASADA

Así pues, quien profesó la virginidad tiene argumentos que le ayuden a mantenerse humilde
para no violar la caridad que descuella sobre todos los demás dones y sin la cual nada son
cualesquiera otros que pudiera poseer, pocos o muchos, grandes o pequeños. Tiene -digo-
razones para no envanecerse ni sentir celos 191. Esto es, aunque reconoce que el bien de la
virginidad es mucho mayor y mejor que el bien específico del matrimonio, ignora, sin
embargo, si cualquier otra mujer casada ya está capacitada para sufrir por Cristo, mientras
ella misma aún no lo está y el que la tentación no ponga a prueba su flaqueza es una
condescendencia para con ella. Dice el Apóstol: Fiel es Dios, que no permitirá que seáis
tentados por encima de vuestras fuerzas; pero con la prueba os dará también la salida, para
que podáis resistirla 192.

Por tanto, cabe que personas casadas mantengan un estilo de vida digno de encomio
conforme a su estado, estén ya capacitadas para enfrentarse en combate al enemigo que las
fuerza a cometer la maldad, aun con desgarramiento de vísceras y efusión de sangre,
mientras otras que vivieron en continencia desde la niñez y que se mutilaron por el reino de
los cielos aún no son capaces de soportar tales tormentos en pro de la justicia o de la pureza
misma. Una cosa es, en efecto, no dar, por amor a la verdad y al propósito santo, el
consentimiento a quien incita o halaga y otra no ceder ante quien hasta tortura y hiere. Se
trata de posibilidades y fuerzas ocultas en el espíritu que la prueba saca a la luz y la
experiencia divulga. Por tanto, para no envanecerse por lo que claramente ve que puede,
piense humildemente que ignora si tal vez está capacitado para algo más excelente y que, al
contrario, otros que no poseen aquello por lo que él se siente honrado pueden lo que no
puede él. De esta manera se mantendrá en la auténtica, no falaz, humildad, anticipándose
cada cual en el otorgar honor al otro 193 y juzgando cada cual que el otro es superior a sí
mismo 194.

CAPÍTULO XLVIII

NUEVO MOTIVO DE HUMILDAD:

¿QUIÉN SE GLORIARÁ DE ESTAR LIMPIO DE PECADO?

48. ¿Qué diré, por fin, de la precaución y vigilancia necesarias para no pecar? ¿Quién se
gloriará de tener casto el corazón o quién se gloriará de estar limpio de pecado? 195
Supongamos que alguien ha conservado intacta la virginidad desde el seno materno; pero -
dice- nadie está limpio en tu presencia, ni siquiera el niño de un día de vida sobre la
tierra 196. Supongamos también que alguien, gracias a su fe inviolada, conserva la castidad
virginal por la que la Iglesia, virgen casta, se une a un único varón. Pero este único varón
enseñó a orar no solo a los bautizados vírgenes de cuerpo y espíritu, sino absolutamente a
todos los cristianos, desde los espirituales a los carnales, desde los apóstoles hasta el último
penitente; por así decir, desde la cima de los cielos hasta su otro extremo 197. En tal oración
exhortó a pronunciar estas palabras: Y perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden 198. Palabras de súplica por medio de las cuales nos
mostró lo que hemos de recordar que somos. Y si en esa oración nos mandó decir:
perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no
lo hizo en atención a las ofensas de nuestra entera vida pasada que confiamos nos fueron
perdonadas en el bautismo, al otorgarnos su paz; de lo contrario, serían más bien los
catecúmenos quienes deberían recitar esta oración hasta que fuesen bautizados. Mas como la
recitan los bautizados, los dirigentes junto con sus comunidades, los pastores con sus
rebaños, resulta suficientemente claro que en esta vida -toda ella una prueba 199- nadie
debe gloriarse como si estuviese libre de todo pecado.

CAPÍTULO XLIX

NADIE ESTÁ LIBRE DE PECADO

49. Por tanto, incluso quienes consagraron su virginidad a Dios y viven de modo ciertamente
irreprensible siguen al Cordero adondequiera que vaya 200 gracias a la purificación obtenida
de sus pecados y a la guarda de la virginidad que, una vez perdida, no se recupera. Pero
como el Apocalipsis, en que los vírgenes se manifestaron al autor del libro, virgen él también,
los alaba también porque en sus labios no se halló mentira 201, recuerden que han de ser
también veraces a este respecto, no sea que osen decir que carecen de pecado. Es el mismo
Juan, que tuvo tal visión, el que dijo: Si decimos que no tenemos pecado nos engañamos a
nosotros mismos y la verdad no mora en nosotros. Porque si confesamos nuestros pecados,
él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y purificarnos de toda maldad. Porque si
decimos que no hemos pecado, le haremos mentiroso a él y su palabra no estará en
nosotros 202. Palabras dirigidas no a estos o a aquellos cristianos, sino a todos, entre los
cuales deben reconocerse los que guardan la virginidad. De esa manera carecerán de
mentira, tal como se manifestaron en el Apocalipsis. Y por ello, mientras están a la espera de
la perfección en la excelsitud del cielo, los hace irreprochables la humilde confesión.

EL PERDÓN DEL PECADO NO DEBE ESTIMULAR EL PECADO

50. A su vez, para que nadie, amparado en una seguridad fatal, tome motivo de esta
afirmación para pecar y permita que el pecado lo arrastre, como si una fácil confesión del
mismo lo borrase al instante, añadió a continuación: Hijitos míos, os he escrito esto para que
no pequéis; pero si alguno peca, tenemos como abogado ante el Padre al justo Cristo Jesús,
y él es propiciador por nuestros pecados 203. Por tanto, que nadie se aparte del pecado
pensando en retornar a él, ni se amarre a la maldad con una especie de pacto de alianza,
hasta el punto que le agrade más confesar el pecado que precaverse de él.

CAPÍTULO L

AUNQUE SEA LEVE EL PECADO, NO DEJA DE SER PECADO

También a quienes se esfuerzan y mantienen vigilantes para no pecar se les infiltran, de


algún modo y debido a la fragilidad humana, pecados que no dejan de serlo aunque sean
pequeños o pocos. Esos mismos pecados se convierten en grandes y graves, si el orgullo les
añade volumen y peso. No obstante, el sacerdote que tenemos en el cielo los purifica para
plena felicidad si antes los hace desaparecer la piadosa humildad.

CONTRA LA DOCTRINA PELAGIANA DE LA IMPECABILIDAD

51. Mas no es mi intención entrar en polémicas con quienes sostienen que el hombre puede
vivir esta vida sin pecado alguno no discuto con ellos, no les llevo la contraria. Tal vez
medimos a los grandes con el metro de nuestra miseria 204 y comparándonos a nosotros con
nosotros mismos, no los llegamos a entender. Una sola cosa sé: que estas personas grandes
-grandeza ajena a nosotros y que aún no hemos experimentado- en la medida en que son
grandes, en esa misma medida han de humillarse en todo para hallar gracia ante Dios 205.
Pues, por grandes que sean, no es el siervo mayor que su señor o el discípulo superior a su
maestro 206. Y evidentemente él es el Señor que dice: Todo me lo ha entregado mi Padre, y
él el maestro que proclama: Venid a mí todos los que estáis cansados y fatigados y aprended
de mí. Pero ¿qué aprendemos de él? Que soy manso -dice- y humilde de corazón 207.

CAPÍTULO LI

RELACIÓN ENTRE LA VIRGINIDAD, LA HUMILDAD Y LA CARIDAD

52. Llegados a este punto, dirá alguien: Esto ya no es escribir sobre la virginidad, sino sobre
la humildad. Como si yo hubiera asumido ensalzar cualquier clase de virginidad y no la que
es según Dios. Cuanto más contemplo cuán gran bien es, más temo que el orgullo, cual
ladrón, la haga perecer. Pues nadie, a no ser Dios mismo que lo otorgó, puede proteger el
bien de la virginidad; ahora bien, Dios es caridad 208. Guardián, por tanto, de la virginidad es
la caridad; mas la morada de este guardián es la humildad. En ella habita quien proclamó
que su Espíritu descansa sobre el humilde, el manso y el que tiembla ante sus palabras 209.
¿Qué hice de extraño, pues, si, buscando la protección del bien que alabé, me preocupé
también de preparar la morada para quien la custodia? Sin temer que se enfaden conmigo
aquellos a quienes, lleno de preocupación, amonesto a que compartan mi temor por ellos,
proclamo con seguridad: más fácilmente siguen al Cordero, si no adondequiera que vaya, sí
hasta donde ellos están capacitados, los esposos humildes que quienes viven en virginidad, si
son orgullosos. Pues ¿cómo es posible que alguien siga a aquel a quien no quiere acercarse?
O ¿cómo se le acerca quien no va a él con la intención de aprender que soy manso y humilde
de corazón? 210 El Cordero, por tanto, guía adondequiera que va a los que le siguen, si
primero ha encontrado en ellos donde reclinar su cabeza. Pues también cierta persona
orgullosa y falaz le había dicho: Señor, te seguiré adondequiera que vayas, a la que
respondió: Las zorras tienen sus guaridas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del
hombre no tiene donde reclinar su cabeza 211. Bajo el término zorras recriminaba la astuta
doblez y bajo aves el vacío orgullo de aquella persona en la que no hallaba la piadosa
humildad en que reposar. Y por esta razón no siguió al Señor absolutamente a ningún lugar
quien había prometido caminar a su lado, no determinado trayecto, sino adondequiera que
fuese.

CAPÍTULO LII

LA HUMILDAD CONDUCE A LA CIMA

53. Por lo tanto, he aquí lo que debéis hacer los que vivís que vaya. Pero antes venid a aquel
a quien vais a seguir y aprended de él que es manso y humilde de corazón. Venid humildes al
humilde, si es que le amáis, y no os alejéis de él para no caer. El que teme apartarse de él, le
suplica con estas palabras: No me alcance el pie del orgullo 212. Recorred el camino de las
cimas con el pie de la humildad. Él, que no tuvo reparo en descender hasta los que yacían en
el camino, exalta a los que le siguen en humildad. Confiadle sus dones para que os los
guarde; custodiad vuestra fortaleza, poniéndola en él 213. Considerad que os ha perdonado
todo el mal que su custodia os evita cometer, no sea que, juzgando que os ha perdonado
poco, lo améis poco y, con una jactancia que significaría vuestra ruina, despreciéis a los que,
cual publicanos, golpean sus pechos 214. Sabedores de lo limitado de vuestras fuerzas,
tomad precauciones para no engreíros por haber podido soportar algo; respecto de las que
aún no habéis experimentado, orad para no sufrir una prueba superior a la que podáis
soportar. Juzgad que hay personas ocultamente superiores a vosotros, que en lo que se ve
les lleváis la delantera. Cuando bondadosamente creéis en los bienes de otras personas, que
quizá os resultan desconocidos, no disminuyen, al compararlos, los vuestros conocidos; antes
bien se afianzan con el amor; y los que quizá os falten aún, se os darán tanto más fácilmente
cuanto más humildemente los deseéis. Los que de entre vosotros se mantienen fieles, que os
den ejemplo; los que han caído, aumenten vuestro temor. Amad la perseverancia de los
primeros para imitarla; llorad la caída de los segundos para no engreíros. No afirméis vuestra
propia justicia; someteos a Dios que os justifica. Otorgad el perdón a los pecados ajenos;
orad a causa de los vuestros; evitad cometerlos en el futuro mostrándoos vigilantes, borrad
los pasados confesándolos.

CAPÍTULO LIII

CUANDO LA VIRGINIDAD MANIFIESTA LA VIDA ANGÉLICA

54. He aquí que ya sois tales que también os ajustáis por las demás virtudes a la virginidad
profesada y conservada. No solo os abstenéis ya de homicidios, de sacrificios y
abominaciones diabólicas, de hurtos y rapiñas, de engaños y perjurios, de todo derroche y
avaricia, de todo tipo de simulación, envidia, impiedad y crueldad 215; tampoco se hallan ni
se encuentran en vosotros aquellos pecados que son o se juzgan más leves: el descaro en el
rostro, el mariposear de los ojos, el desenfreno de la lengua, la risa petulante, el chiste
grosero, un vestir indecente o un andar afectado o desgarbado; ya no devolvéis mal por
mal 216 ni maldición por maldición; por último, ya cumplís con la medida establecida para el
amor, esto es, entregáis vuestras vidas por vuestros hermanos 217. Ya sois así, porque
también así debéis ser. Sumadas estas virtudes a la virginidad, manifestáis a los hombres la
vida angélica y las costumbres del cielo. Mas en la medida en que sois grandes los que lo sois
en el modo indicado, en esa misma medida humillaos en todo para hallar gracia ante
Dios 218, no sea que oponga resistencia a los orgullosos 219, humille a quienes se exaltan a sí
mismos e impida pasar por sus sendas estrechas a los hinchados. En realidad, es superflua la
preocupación de que falte la humildad donde hierve la caridad.

CAPÍTULO LIV

VIRGINIDAD Y AMOR A CRISTO

55. Por tanto, si habéis renunciado al matrimonio humano por medio del cual engendraríais
hombres, amad de todo corazón al más hermoso entre los hijos de los hombres 220. Estáis
libres; libre está vuestro corazón de los lazos conyugales. Poned los ojos en la belleza de
quien os ama: pensadle igual al Padre, sometido también a la madre; pensadle también
como Señor en el cielo y como siervo en la tierra; creando todas las cosas, creado entre
ellas. Mirad qué bello es incluso aquello de lo que en él se mofan los orgullosos; con los ojos
interiores mirad sus heridas cuando pendía de la cruz, sus cicatrices una vez resucitado, su
sangre cuando moría, el precio que pagó por el creyente, el trueque por el rescate.

CAPÍTULO LV

CRISTO EN SU CONDICIÓN DE ESPOSO

Pensad en el gran valor de todo lo mencionado. Pesadlo en la balanza de la caridad, y todo el


amor que habíais pensado encauzar hacia vuestro matrimonio dirigidlo hacia él.

56. Felicitaos porque él busca vuestra belleza interior, por la que os otorgó poder ser hijos de
Dios 221; no la belleza de la carne, sino la de las costumbres, con que refrenéis también la
carne. No hay nadie que pueda mentirle en contra de vosotros y le haga sentirse celoso y
cruel. Ved con cuánta seguridad amáis a aquel a quien no teméis que desagraden infundadas
sospechas. El marido y la mujer se aman porque se ven, pero temen el uno en el otro lo que
no ven. Ni siquiera disfrutan con absoluta seguridad de lo que tienen ante los ojos cuando
sospechan se da en lo oculto lo que, la mayor parte de las veces, no existe en realidad. En el
esposo que no veis con los ojos, pero contempláis con la fe, no tenéis ningún defecto objetivo
que reprender, ni teméis que llegue a ofenderse por una sospecha falsa. Así pues, si deberíais
amar intensamente a vuestros cónyuges, ¡cuánto más debéis amar a aquel por el cual
renunciasteis a tener cónyuge! Quede clavado en vuestro corazón el que por vosotros fue
clavado en la cruz. Que él posea enteramente en vuestro corazón todo lo que no quisisteis
que ocupase un cónyuge. No os es lícito amar poco a aquel por quien renunciasteis a amar
hasta lo que sería lícito. Si así amáis a quien es manso y humilde de corazón, no temo en
vosotros el más mínimo orgullo.
CAPÍTULO LVI

CONCLUSIÓN: HIMNO DE ALABANZA

57. Así pues, en la medida de mi capacidad, he hablado ya lo suficiente tanto acerca de la


santidad por la que se os designa justamente como religiosas como de la humildad por la que
conserváis la grandeza que se os otorga. Con todo, mucho mejor pueden exhortaros sobre el
tema tratado en este opúsculo mío los tres jóvenes a quienes, envueltos en llamas, ofrecía
refrigerio aquel a quien amaban con todo el ardor de su corazón; de forma más breve en
cuanto al número de palabras, pero más sublime por el enorme peso de su autoridad, lo
hacen mediante el himno con que glorificaron a Dios. Pues uniendo humildad y la santidad en
su alabanza a Dios, clarísimamente enseñaron que cada cual ha de precaverse de que le
engañe el orgullo y tanto más cuanto más santo es lo que ofrece. Por tanto, alabad también
vosotras a quien os otorga no abrasaros en medio de las llamas de este mundo, a pesar de
no uniros en matrimonio. Y orando también por mí, bendecid al Señor, santos y humildes de
corazón; cantadle un himno y ensalzadle por encima de todo, por los siglos de los siglos 222.

También podría gustarte