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Escribir sobre bioética nos remite obligadamente a escribir sobre la vida. Pero es algo
muy especial y delicado hablar de dicha facultad menospreciada en ocasiones y
olvidada en otras tantas. A lo largo de la historia del pensamiento, el hombre ha
mostrado su supremacía en tanto su naturaleza racional; pero también ha mostrado su
admiración ante horizontes que no tenía pensados vislumbrar. Toda adquisición de
conocimiento requiere concientización de responsabilidad y apropiación de valores que
aseguren un correcto caminar hacia el bien común.
Lo que no logro explicar es la actitud de este animal “racional” que se pierde tan
fácilmente, así como se encuentra. Lo cierto es que no podemos pretender explicar el
cosmos exterior si no comprendemos el interior, el que hay dentro de nosotros, lo que
nos lleva a decidir lo que hacemos, a pensar lo que queremos, a sentir lo que decimos y
actuamos. Somos como una maraña, no sólo de tejidos y huesos, sino de ideas,
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sentimientos, pulsiones y afectos. Éstos últimos dependen de nuestro bagaje histórico,
pues pretender que seamos iguales, en criterios de decisión, es encajonar a todos y
cada uno de nosotros en un estándar. A lo que pretendo llegar es a la relación que
tenemos con nosotros mismos que nos hace tener ciertos valores éticos, otros tantos
desconocerlos, y otros más no preferirlos.
La ética nos permite reflexionar sobre lo moral, el deber, la virtud, la felicidad, sobre
nuestro carácter, nos orienta siempre al buen vivir, entendiéndose en el mejor sentido
de la palabra. Es el lineamiento que pone freno a muchos de nuestros impulsos y nos
ayuda a reconocernos en una sociedad, en una cultura. Entendido esto ahora miremos
esta disciplina frente al fenómeno inabarcable de la vida.
Yo me pregunto el por qué de esta actitud tan egocéntrica del hombre por sacar
provecho de lo que no es suyo. Después de un rato de meditación vuelvo a lo que decía
al inicio de este ensayo: el bagaje histórico configura al hombre y determina
lineamientos éticos para bien o deformaciones que lo hacen un antisocial inadaptado.
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La sociedad que me ha tocado conocer, inmersa en un sistema económico que está a
punto de reventar, arrastrada por la desmesurada velocidad cibernética, atiborrada por
lo artificial, enajenada por los avatares (que no son otra cosa que máscaras que sirven
para defendernos de los demás), sedienta de sumisión y poder al mismo tiempo,
caracterizada por el conformismo y el miedo… y muchas cosas más; no es un campo
ideal para que la bioética lleve las de ganar. Día a día organizaciones y activistas
entregan su vida en el estudio de lineamientos jurídicos, de medidas sustentables, de
razones humanizadoras para ganarle un relevo más al egocentrismo despótico.
Todo lo que he escrito es una mera visión general de lo que me ha dejado el hecho de
darle un vistazo a este mundo de lucha y derrota, de vida y muerte, de pobres y ricos.
Una dualidad que nunca dejará de existir mientras el hombre no sufra un cambio radical
en su tremenda y peyorativa animalidad.