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Universidad Autónoma de Santo Domingo

(UASD)

Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas

Escuela de Derecho

Historia de las Ideas Políticas I

Asignatura

Juan A. Arias Fuentes

Profesor

Las Rebeliones liberales, el Renacimiento y el surgimiento del Estado Nacional

Tema

Yunier Alexander Vargas Ventura

Sustentante

100473581

Matricula

03/12/2021

Fecha

Universidad Autónoma de Santo Domingo Recinto Santiago

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Pol-328-18, Unidad 7, 2021-2
Tarea 7, pol-328-18,2021-2
1) ¿Que fueron las Rebeliones Liberales
Las revoluciones liberales en el mundo fueron una sucesión de hechos revolucionarios que
se presentaron a mediados del siglo XIX. Se desarrollaron en tres etapas distintas: en
1820, 1830 y 1848. Tenían como objetivo primordial retomar los pilares de la Revolución
Francesa.
A pesar de que sucedió en Europa, sus inferencias salpicarían otras naciones,
detalladamente al continente americano. Porciones de las fuerzas independentistas se
alimentaban de este impulso liberal.
Revoluciones de 1820: La etapa inicial de estas revoluciones liberales, no fue liderada por
la sociedad; de hecho, el centro de la revelación serían los golpes de la milicia en contra de
los gobernantes totalitarios. El inicio de esta fase se dio en España, momento en el que el
coronel Rafael de Riego se alzó en oposición de Fernando VII y lo forzó a jurar las leyes de
1812.
La consecuencia fue el Trienio Liberal, que continuó con la solicitud de auxilio de la corona
a sus confederados, quienes remitieron a los denominados Cien Mil Hijos de San Luis para
recuperar la dictadura.
Asimismo, en territorio ruso se originaron alzas en armas por parte de las fuerzas militares
en contra del Zar en 1825, al igual que en Grecia donde también se presentaron
rebeliones. Mientras que en Rusia la revuelta no fue fructífera, en Grecia desencadenó
una batalla de independencia en contra del Imperio Otomano y resultó con la retoma de
su señorío.
En el continente americano se presentaron rebeliones a lo largo de esta década. Con
diversos efectos, en Argentina el grupo de los criollos triunfaría en su lucha y los
mexicanos fracasarían en su intento de alza contra el rey español.
Posterior a estas iniciativas, en los años siguientes Ecuador, Colombia, Venezuela, Perú,
Bolivia, México y Chile, conseguirían su independencia.
Revoluciones de 1830: La cuna de las rebeliones en 1830 se localizó en Francia. Los
conflictos económicos sumados a la resistencia a los planes de Carlos X de instalar un
imperio totalitario, provocó la detonación de una revuelta suficientemente respaldada. El
rey se vio forzado a entregar el trono y, en su reemplazo, Luis Felipe de Orleans efectuó
un reino constitucional.
En Bélgica se desarrolló una sublevación independentista contra Holanda. Con el respaldo
británico, obtuvieron el dominio con una corona que juró la Constitución. Otras naciones

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que lograron implantar sus ideales revolucionarios y acabar con el totalitarismo fueron
Suiza, España y Portugal.
Revoluciones de 1848: Las rebeliones de 1848 fueron de enfoque más popular, con unos
objetivos pluralistas mucho más definidos; como, por ejemplo, se empezó a solicitar el
sufragio global en el proceso de elección.
Una de las reformas fue la intervención del proletariado, que sumó una característica
popular a las solicitudes, en un tiempo en el que la clase obrera padecía situaciones
míseras, sin ninguna legitimidad laboral.
Nació en Francia: La obra de Luis Felipe era contrariada por la pequeña burguesía, los
lugareños y los trabajadores. Las elecciones se realizaban bajo un sistema de censo, en el
que solo 200,000 civiles entre 35 millones ejercían el voto.
Una fusión de diversos sectores reclamó mayor autonomía a la monarquía, pero esta
petición fue denegada. En febrero de 1848 unas cadenas de protestas forzaron a ceder a
Luis Felipe. Posterior a su mandato, dio aceleración a la II República.
La alianza entre los protestantes no duró lo suficiente y en el trono se sentó Luis Napoleón
Bonaparte, quien concluyó de nuevo con las autonomías otorgadas y proclamó el Segundo
Imperio.
En la monarquía austriaca, a pesar de los logros preliminares, el totalitarismo se mantuvo
en virtud del apoyo ruso. En Italia, únicamente Piamonte consiguió las leyes liberales.
2) ¿Diga en que consistió la rebelión fracasada de Castilla?
La guerra de las Comunidades de Castilla fue el levantamiento armado de los
denominados comuneros, acaecido en la Corona de Castilla desde el año 1520 hasta 1522,
es decir, a comienzos del reinado de Carlos I. Las ciudades protagonistas fueron las del
interior de la Meseta Central, situándose a la cabeza del alzamiento las de Segovia, Toledo
y Valladolid. Su carácter ha sido objeto de agitado debate historiográfico, con posturas y
enfoques contradictorios. Así, algunos estudiosos califican la guerra de las Comunidades
como una revuelta antiseñorial; otros, como una de las primeras revoluciones burguesas
de la Era Moderna, y otra postura defiende que se trató más bien de un movimiento
antifiscal y particularista, de índole medievalizante.
El levantamiento se produjo en un momento de inestabilidad política de la Corona de
Castilla, que se arrastraba desde la muerte de Isabel la Católica en 1504. En octubre de
1517, el rey Carlos I llegó a Asturias proveniente de Flandes, donde se había
autoproclamado rey de sus posesiones hispánicas en 1516. A las Cortes de Valladolid de
1518 llegó sin saber hablar apenas castellano y trayendo consigo un gran número de
nobles y clérigos flamencos como Corte, lo que produjo recelos entre las élites sociales
castellanas, que sintieron que su advenimiento les acarrearía una pérdida de poder y
estatus social (la situación era inédita históricamente). Este descontento fue

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transmitiéndose a las capas populares y, como primera protesta pública, aparecieron
pasquines en las iglesias donde podía leerse:
Tú, tierra de Castilla, muy desgraciada y maldita eres al sufrir que un tan noble reino como
eres, sea gobernado por quienes no te tienen amor.
Las demandas fiscales, coincidentes con la salida del rey para la elección imperial en
Alemania (Cortes de Santiago y La Coruña de 1520), produjeron una serie de revueltas
urbanas que se coordinaron e institucionalizaron, encontrando un candidato alternativo a
la corona en la «reina propietaria de Castilla», la madre de Carlos, Juana, cuya incapacidad
o locura podía ser objeto de revisión, aunque la propia Juana, de hecho, no colaborara.
Tras prácticamente un año de rebelión, se habían reorganizado los partidarios del
emperador (particularmente la alta nobleza y los territorios periféricos castellanos, como
los reinos Andaluces y el Reino de Granada) y las tropas imperiales asestaron un golpe casi
definitivo a las comuneras en la batalla de Villalar el 23 de abril de 1521. Allí mismo, al día
siguiente, se decapitó a los líderes comuneros: Padilla, Bravo y Maldonado. El Ejército
comunero quedaba descompuesto. Solamente Toledo mantuvo viva su rebeldía, hasta su
rendición definitiva en febrero de 1522.
Las Comunidades han sido siempre motivo de atento estudio histórico, y su significado a
veces ha sido mitificado y utilizado políticamente, en particular a partir de la visita de el
Empecinado a Villalar el 23 de abril de 1821, con motivo del tercer centenario de la
derrota, tal como era sentida por los liberales. Pintores como Antonio Gisbert retrataron a
los comuneros en algunas de sus obras, y se firmaron documentos como el Pacto Federal
Castellano, con claras referencias a las Comunidades. Los intelectuales conservadores o
reaccionarios adoptaron interpretaciones mucho más favorables a la postura imperial y
críticas hacia los comuneros. A partir de la segunda mitad del siglo xx se revitalizaron los
estudios históricos haciendo uso de una metodología renovada.
Más recientemente, en el plano político, desde principios de la Transición, se comenzó a
conmemorar la derrota cada 23 de abril, alcanzando finalmente, con la conformación de
Castilla y León como autonomía, el estatus de día de la comunidad. Asimismo, su
utilización como elemento simbólico está muy presente en los movimientos castellanistas
y regionalistas castellanoleoneses. Ha tenido una notable difusión popular mediante el
poema épico Los comuneros, de Luis López Álvarez, musicalizado por el Nuevo Mester de
Juglaría.
3) ¿Hable de la rebelión fracasada de Flandes?
La guerra de los Ochenta Años o guerra de Flandes fue una guerra que enfrentó a las 17
provincias de los Países Bajos contra su soberano, quien era también rey de España. La
rebelión contra el monarca comenzó en 1568 en tiempos de Margarita de Parma,
Gobernadora de los Países Bajos y finalizó en 1648 con el reconocimiento de la

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independencia de las siete Provincias Unidas, hoy conocidas como Países Bajos, tras la paz
de Westfalia.
Las causas del conflicto fueron múltiples y complejas entre las que se encuentran: El
Emperador de España y del Sacro Imperio Romano Carlos V nació en las Provincias Unidas,
por lo que era visto como monarca de estas. Sin embargo, su hijo, Felipe II, nació y se crio
en España, y solo hablaba castellano, por lo que era visto como extranjero en las tierras de
su padre, que no hablaba la lengua flamenca y que no conocía las costumbres del país.
El cambio de rey, de Carlos. Mientras que Carlos V fue un rey viajero, que por los
diferentes intereses visitó a lo largo de su reinado sus territorios, Felipe II fue un rey
sedentario, que, tras los primeros años de su reinado, decidió instalarse en Castilla,
desplazándose muy poco desde entonces, por lo que dejó de estar presente en las
posesiones europeas, en especial en Flandes.
Los Países Bajos eran diecisiete provincias que no estaban unidas, ya que unas habían
dependido del reino de Francia, otras del Sacro Imperio y otras eran totalmente
independientes, por ello Carlos creó la figura de un gobernador general que estaba
auxiliado por tres consejos, el de Estado, el Privado y el de Hacienda.
Cada provincia individualmente constituía una comunidad política semiindependiente, por
lo que formaban entre ellas ligas para desarrollar políticas comunes o para solucionar
temas concretos. En cada provincia existían bandos enfrentados por el poder, en unas
eran los diferentes grupos del patriciado local los que se enfrentaban, en otras el
enfrentamiento era entre los diferentes gremios o corporaciones artesanales con más
poder y en otros el conflicto era entre la nobleza rural y la burguesía urbana.
El Calvinismo fue adoptado por las Provincias Unidas, ya que encajaba perfectamente con
el sistema capitalista de los holandeses. Esto no le pareció al rey, por lo que instauro los
Tribunales de la Inquisición. Medida que desde luego no fue nada bien recibida. La tensión
religiosa fue en aumento, el rey no cedía y los protestantes iban progresando y perdiendo
el miedo a actuar públicamente. Al ver que las medidas reales no se aplicaban con total
rigidez; los calvinistas se radicalizaron, frente a las medidas impuestas por el rey, y en el
verano de 1566 varias iglesias católicas fueron saqueadas y algunas de ellas destruidas e
incendiadas, e incluso religiosos, frailes y monjas, y seglares fueron perseguidos y
asesinados, provocando la indignación del rey.
Una hambruna provocada por un bloqueo comercial en el mar Báltico por la guerra entre
Suecia y Dinamarca, que cerró tráfico marítimo, los precios de los productos
manufacturados bajaron de manera tan grande que influyeron en los sueldos de los
trabajadores, entrando en escena los paños ingleses que competían con los flamencos.
La Furia Iconoclasta de 1566, que destruyó muchas imágenes sacras como protesta contra
la riqueza del clero frente a un pueblo hambriento.

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Las fuerzas armadas alojadas en las provincias fronterizas para la guerra con Francia
fueron un foco constante de problemas entre la población y la soldadesca.
Margarita de Parma (1559-68): Felipe II cuando su padre Carlos V abdicó a su favor,
decidió nombrar a su hermanastra Margarita gobernadora de los Países Bajos en 1599. En
un primer momento, la duquesa se enorgulleció de poder seguir los pasos de las
anteriores gobernadoras, Margarita y María, a las que siempre había tenido en gran
estima y realizaron un papel impecable al servicio del Emperador.
Corrían tiempos de gran agitación en aquel país, dividido a causa de la disidencia religiosa
y la reivindicación política.
Flandes era para la monarquía hispánica una fuente de vitalidad económica. Esta misma
pujanza comercial y financiera dio como resultado la resistencia de los flamencos ante la
sangría que representaba para la economía local la progresiva subida de impuestos por
parte de la Corona. El descontento aumentó cuando a la presión económica se sumó la
persecución religiosa, mucho más estricta durante el reinado de Felipe II.
El monarca, considerando que la homogeneidad de credos era una baza decisiva a la hora
de reforzar la autoridad real, agudizó las medidas represivas contra toda disidencia
mediante la implantación de la Inquisición y la presencia de una guarnición militar
española aun con el territorio pacificado.
Margarita, flamenca de nacimiento, parecía la persona idónea para lograr un
entendimiento entre las facciones. Ella estaba convencida de poder controlar todos los
frentes. Por una parte, las aspiraciones nacionalistas de la nobleza, que defendían los
católicos condes de Egmont y Horn y el protestante príncipe Guillermo de Orange. Por
otra, la rápida expansión del credo calvinista, que chocaba con la política de uniformidad
religiosa propugnada desde España.
La relación de la gobernadora con la alta aristocracia era excelente. Mantenía una cierta
amistad con los condes de Egmont y Horn, y se hacía acompañar en el gobierno de un
consejo de nobles flamencos, a fin de hacer compatibles las directrices de la monarquía
con los privilegios, usos y costumbres de Flandes. La nobleza flamenca actuaba, a su vez,
como moderadora de la poderosa burguesía, favorable a las ideas calvinistas, cuyos
principios validaban sus intereses comerciales.
Margarita se hacía acompañar en el gobierno de un consejo de nobles flamencos para
compatibilizar las directrices de la monarquía con los usos y costumbres de Flandes.
Su talante abierto y tolerante favorecía el diálogo entre las partes, y posiblemente habría
conseguido mantener el equilibrio en la región de no ser por la férrea vigilancia del
cardenal Antoine Perrenot de Granvela. Presidente del Consejo de Estado de Flandes,
firme defensor de la fe incluso por la fuerza, el cardenal Granvela era, de algún modo, la
mano ejecutora de la voluntad de Felipe II.

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Margarita no tardó en comprender que no iba a disfrutar en Flandes del poder omnímodo
que esperaba. Por el contrario, el tándem Granvela-Felipe II parecía querer convertirla en
una mera intermediaria entre los nobles flamencos, que la consideraban una de los suyos,
y la Corona.
Apoyándose en la nobleza, Margarita estaba convencida de poder hacer entrar en razón a
Felipe II. Sus esfuerzos resultaron inútiles. A cada petición suya, la respuesta de Madrid
era el silencio más absoluto, mientras Granvela continuaba con su cruzada particular.
Cierto que pareció que Felipe II cedía en algunos aspectos, como cuando a petición de la
propia Margarita destituyó en 1564 al temido cardenal. Pero se mantenía inflexible en el
aspecto religioso.
El 5 de abril de 1566, en vista de la actitud inquebrantable de Felipe II, 200 representantes
de la nobleza flamenca, encabezados por Guillermo de Orange, presentaron a la
gobernadora el llamado compromiso de Breda. En aquella declaración de principios se
pedía la abolición del tribunal de la Inquisición y la implantación de la libertad de cultos,
sin que ello debiera representar desacato alguno a la autoridad española. Margarita de
Parma escribió de inmediato a Madrid recomendando moderación para llegar a un
acuerdo, pero la única respuesta que obtuvo de Felipe II fue la negativa a discutir el
Compromiso y la orden de implantar en Flandes la totalidad de los decretos y usos
establecidos en el concilio de Trento.
En estos momentos la alta nobleza de los Países Bajos ya se había repartido el territorio
por zonas; Brabante para el príncipe de Orange; Flandes, incrementado con Hainaut y
Artois, para Egmont, bajo la soberanía del rey de Francia; Güeldres para el duque de
Clèves; Holanda para el señor de Brederode; Frisia y Overijssel, para el duque de Sajonia; y
también se habían establecido alianzas con los enemigos de Felipe II, franceses, ingleses y
alemanes.
Margarita con permiso del rey reclutó tropas en Flandes y Alemania y junto a los nobles
fieles al monarca tomó la ofensiva, restituyendo el orden en todo el territorio. Los
principales apoyos con los que contó Margarita de Parma fueron los señores de Beavoir,
de la Cressonniere, de Berghes y de Noirquermes; los condes de Berlaymont, Meghem,
Arschot, Arembergh y Mansfeld.
Margarita de Parma no estaba dispuesta a contemplar impasible tal carnicería. Además,
comprendió que la presencia de Alba no significaba más que su caída en desgracia ante su
hermanastro. En septiembre de 1567, la gobernadora presentó su dimisión, y Felipe II la
aceptó de inmediato. Luego partió hacia sus posesiones italianas.
Noirquermes tomó las plazas de Tournay, Valenciennes y Maastricht, y juntándose a
Meghem tomaron Bois-le-Duc, en Holanda, y después consiguieron hacerse con la ciudad
de Ámsterdam; los católicos de Amberes se levantaron contra los rebeldes que tenían la
ciudad, quienes se dirigieron a Ousterweel, siendo derrotados en esta ciudad por Berghes.

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El más distinguido de los nobles que apoyaban a los rebeldes, el príncipe de Orange y su
hermano Luis de Nassau, huyeron a las posesiones de su familia en Alemania, tras vender
sus posesiones en los países Bajos, abandonando a sus correligionarios. La huida de los
dirigentes rebeldes a Francia, Inglaterra y Alemania, determinó el carácter de los métodos
de la futura resistencia a Felipe II y produjo una internacionalización del conflicto. Las
ciudades de Holanda y Zelanda, principales provincias rebeldes, fueron reconociendo la
autoridad de la gobernadora Margarita de Parma, evitando así el enfrentamiento; Frisia se
sometía al conde de Arembergh, y así todas las ciudades de Flandes cesaron en su
rebeldía.
4) ¿Hable de las teorías y ejercicios del absolutismo político?
Las teorías medievales del derecho divino suponían el poder dividido, por voluntad de
Dios, en dos grandes brazos: espiritual y temporal. La iglesia, y a su cabeza el pontífice de
Roma, se reservaba la potestad sobre los asuntos espirituales, mientras que el poder
temporal era ejercido por otras instituciones, encabezadas por el rey. Aun cuando los
conflictos entre ambas autoridades fueron continuos, a fines de la edad media el origen
divino del poder real era comúnmente admitido por los tratadistas y el pueblo. Sin
embargo, la potestad real estaba limitada por fueros, leyes y privilegios de muy variado
signo.
A fines del siglo XVI cobró fuerza el fenómeno nacional, en íntima relación con el cual
nació el absolutismo. Con el desarrollo de éste, el rey no sólo tendió a asumir la totalidad
del poder temporal, sino que pretendió convertirse en cabeza de una iglesia nacional.
Aunque en las monarquías que siguieron fieles a Roma se incrementó la injerencia del
soberano en los asuntos eclesiásticos, ésta no llegó a afirmarse por completo. En los
países en los que triunfó, la reforma dio pie, sin embargo, a la creación de iglesias
nacionales, encabezadas por los monarcas correspondientes. La teoría del origen divino
del poder real fue aceptada y apoyada decididamente por Lutero y Calvino, cuyas
doctrinas ofrecieron a los gobernantes la oportunidad de sustituir por el suyo propio el
poder de la iglesia romana. Han visto la luz diversas teorías que explican el surgimiento del
absolutismo en la Europa renacentista. Parece evidente que los nuevos medios de guerra,
armas de fuego y tácticas de ataque y defensa muy elaborada requerían la constitución de
ejércitos profesionales y permanentes, con la consiguiente inversión de unos medios
económicos que la nobleza feudal no estaba en condiciones de aportar. El incremento del
comercio y las comunicaciones resultó decisivo para la consolidación de grandes estados
nacionales como Francia, España e Inglaterra, que desde un primer momento estuvieron
estrechamente ligados a las monarquías reinantes. Se produjo así un proceso de anulación
de los privilegios locales y regionales, y la transferencia de sus jurisdicciones y poderes a
las instituciones encabezadas por el monarca.

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Para poner orden en la fragmentada sociedad medieval, los gobernantes de los nuevos
estados necesitaban centralizar todos los poderes. Con tal objeto se desarrolló una
burocracia.
Causas religiosas del absolutismo:
a) El recuerdo de las guerras de religión está todavía vivo. No cabe duda de que en una y
otra parte se lanzan violentos ataques contra el absolutismo; pero, en definitiva, el
absolutismo sale reforzado de ellos. En los países desgarrados por la guerra la mayoría de
la población sólo aspira a la paz, contando con el monarca para garantizarla.
b) Tanto en Inglaterra como en Francia se manifiesta un sentimiento común de
independencia respecto al Papado. Mientras que Inglaterra permanece fiel al
anglicanismo, el galicanismo es la doctrina oficial de la Monarquía de los Parlamentos y de
los obispos de Francia. La declaración de 1682 significa a este respecto el remate de una
larga evolución. El triunfo del galicanismo frente a las teorías ultramontanas libera a la
Monarquía de todo sentimiento de obediencia respecto a Roma. Anglicanismo y
galicanismo caminan en la dirección del absolutismo.
Causas políticas:
a) Los Movimientos revolucionarios contribuyen a reforzar el Poder, a hacer sentir la
necesidad de orden y de la paz no sólo en los círculos gobernantes, sino en los medios
populares. La dictadura de Cromwell sigue a la revolución de 1649, y el absolutismo de
Luis XIV está profundamente marcado por el recuerdo de la Fronda. El tema de la paz civi
domina el pensamiento político del siglo XVII, en especial el de Hobbes.
b) Las guerras, sin embargo, se suceden a lo largo del siglo, exigiendo una concentración y
un reforzamiento del Poder. En lo inmediato consolidan el absolutismo, pero a la larga
contribuyen a destruirlo. De esta forma el peligro exterior favoreció, sin duda, el
absolutismo de Richelieu; pero las guerras de finales del siglo precipitaron el ocaso del
absolutismo francés y el nacimiento del liberalismo europeo.
Supervivencias feudales y particularismos locales: En Francia, desde Luis XI; en Inglaterra,
a partir de los dos primeros Tudor, y en la España de Fernando e Isabel, la autoridad del
rey no cesa de afirmarse. El impuesto permanente, el ejército permanente y la
multiplicación de los funcionarios reales dan forma a un Gobierno central y a una
Administración provincial que controlan a las autoridades locales o las substituyen. A
estos rasgos corresponden una adhesión o una resignación por parte de los súbditos. Esta
modernización no rebasa ciertos límites; a pesar de sus tendencias autoritarias y
centralizadoras, los Gobiernos han de tener en cuenta numerosos particularismos y han
de respetar, en la forma y a veces en el fondo, las franquicias de las colectividades urbanas
o provinciales.

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5) ¿Hable de la Revolución Inglesa del siglo XVII?
Se denomina Revolución inglesa a la etapa de la historia de Gran Bretaña comprendida
entre 1642 y 1688. Se extiende desde los últimos años del reinado de Carlos I hasta la
Revolución Gloriosa, que puso fin al gobierno de la dinastía de los Estuardo.
Durante esos años se produjeron tres guerras civiles entre los partidarios de la Corona
inglesa, que pretendía imponer un estilo de gobierno absolutista, y los integrantes del
Parlamento, que trataban de limitar el poder real. Esos enfrentamientos culminaron con la
derrota del absolutismo y la instauración de la monarquía parlamentaria.
Entre las principales características de la Revolución inglesa, se destacan las siguientes:
• Fue un enfrentamiento entre la Corona inglesa, apoyada por los partidarios del
absolutismo, y el Parlamento, que trataba de ponerle límites al poder real.
• Fue especialmente violenta entre 1642 y 1649, es decir, durante las dos primeras
guerras civiles. La espiral de violencia concluyó con la ejecución del rey Carlos I que, luego
de un juicio por alta traición al Estado, fue decapitado.
• Incluyó un período único en toda la historia inglesa, la República (1649-60), durante la
cual la monarquía fue sustituida por un sistema republicano. Nunca antes ni después, los
ingleses dejaron de ser gobernados por un monarca.
• El resultado de esta serie de enfrentamientos significó el fracaso del intento de los
Estuardo de imponer la monarquía absoluta en Inglaterra.
• Finalizó con la Revolución Gloriosa, tras la cual se estableció una monarquía
parlamentaria, en la que la Corona tuvo que compartir el poder con el Parlamento.
Causas y consecuencias de la Revolución inglesa:
La Revolución inglesa se produjo a partir de las siguientes causas:
• El deseo de Carlos I de imponer un estilo de gobierno absolutista, basado en la teoría del
derecho divino de los reyes.
• La necesidad del rey de aprobar nuevos impuestos para lo cual, según la tradición,
necesitaba de la aprobación del Parlamento.
• El intento de los Estuardo de re implantar el catolicismo en Inglaterra, Escocia e Irlanda,
lo cual generó gran descontento entre la mayoría de sus súbditos, que eran protestantes.
• La voluntad de la mayoría de los integrantes del Parlamento, de imponer límites al poder
real.
Las principales consecuencias de la Revolución inglesa fueron las siguientes:

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• La ejecución por decapitación del rey Carlos I y el destierro del heredero al trono, Carlos
II.
• La instauración de un sistema republicano, dirigido por el Lord Protector Oliver
Cromwell.
• El fracaso del intento de los Estuardo de imponer la monarquía absoluta en Inglaterra.
• La obtención de mayor poder por parte del Parlamento. Antes de la Revolución, el
Parlamento era tan solo un cuerpo consultivo temporal que el rey podía disolver, y que
tenía un único poder de negociación: dar su consentimiento para aprobar nuevos
impuestos. Luego de la Revolución, el Parlamento pasó a tener plenas facultades
legislativas y a compartir el poder con el rey.
• La instauración de una forma de gobierno, la monarquía parlamentaria, que protegió los
derechos de los súbditos y garantizó la seguridad jurídica. Esta situación favoreció las
inversiones y los emprendimientos empresariales, generando así algunas de las
condiciones necesarias para el desarrollo de la Revolución Industrial.
La Revolución inglesa comprende las siguientes fases o etapas:
Primera guerra civil (1642-47): Se desencadenó debido a los intentos del rey Carlos I de
imponer un estilo de gobierno absolutista y de restaurar la liturgia católica. Enfrentó al rey
y sus partidarios contra de la mayoría de los parlamentarios. La guerra fue ganada por
estos últimos, que encarcelaron al rey y lo privaron del derecho a disolver el Parlamento.
Segunda guerra civil (1648–49): Comenzó cuando el rey escapó de su prisión y se alió con
los escoceses, que fueron vencidos por un ejército dirigido por uno de los parlamentarios,
Oliver Cromwell. Se produjo entonces un conflicto entre algunos nobles del Parlamento,
que deseaban negociar con el rey, y Cromwell, que impulsó el enjuiciamiento del monarca
por alta traición. La postura de Cromwell se impuso, por lo que Carlos I fue condenado a
muerte y decapitado el 30 de enero de 1649. La monarquía fue abolida y se adoptó un
sistema republicano, que representó las aspiraciones de una burguesía que impuso su
moralidad puritana y su idea de que el beneficio individual era beneficioso para la
sociedad.
Tercera guerra civil (1649–51): Enfrentó a los republicanos, liderados por Cromwell, contra
los realistas irlandeses y escoceses, que apoyaban las aspiraciones de Carlos II de ascender
al trono. Finalizó con la victoria de los republicanos y la pacificación de Irlanda y Escocia.
Protectorado de los Cromwell (1652-59): Luego de vencer a los monárquicos, Cromwell
suprimió la Cámara de los Lores, que estaba integrada por la alta nobleza y el clero. Así, su
gobierno se transformó en una dictadura, que se apoyó en el ejército y la Cámara de los
Comunes, que representaba a la gentry, formada por la baja nobleza y la burguesía. Sus
medidas más importantes fueron la sanción de las Actas de Navegación y la tolerancia
hacia los judíos, que pudieron regresar a Inglaterra en 1655. En 1657, aceptó la potestad

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ofrecida por los Comunes de nombrar a su sucesor, pero declinó el título de rey y solo
conservó el de Lord Protector. Luego de su muerte, en 1658, asumió su hijo Richard, quien
no tenía el mismo carisma que su padre y renunció al poder.
La Restauración (1660-88): Luego de la renuncia de Richard Cromwell, en 1659, se reunió
el Parlamento y coronó a Carlos II. Así se restableció la monarquía y los Estuardo
recuperaron el poder. El reinado de Carlos II fue una etapa de relativa tranquilidad solo
perturbada por la conversión al catolicismo de su hermano, Jacobo. En 1673, el
Parlamento, dominado por los anglicanos, aprobó el Acta de Prueba, por la que los
católicos quedaban inhabilitados para ejercer cargos públicos. En 1679, la Cámara de los
Comunes quiso excluir a Jacobo de la sucesión real, pero sin éxito.
La Revolución inglesa llegó a su fin durante el reinado de Jacobo II, quien fue coronado en
1685, luego de la muerte de Carlos II.
Jacobo II trató de ganarse el apoyo de los católicos, al suprimir las limitaciones que tenían
para ejercer cargos públicos. El nacimiento de su heredero, el 10 de junio de 1688,
aumentó las tensiones entre el rey y el Parlamento.
Poco después, los líderes de la oposición ofrecieron la corona de Inglaterra al estatúder de
las Provincias Unidas, Guillermo de Orange, que era el yerno del rey. Se inició así la
Revolución Gloriosa, durante la cual Jacobo II huyó del país y se adoptó la monarquía
parlamentaria como forma de gobierno.
6) ¿Quien fue Olivero Cromwell, Su rol desempeñado?
Oliver Cromwell (Huntingdon, actual Reino Unido, 1599 - Londres, 1658) Político inglés.
Fue el principal protagonista de la Guerras Civiles inglesas (1642-1649) que llevarían a la
ejecución del rey Carlos I y a la instauración de la República (1649-1653) y del
Protectorado (1653-1658), durante el cual ejerció un poder absoluto como lord protector
de Inglaterra. Tras su muerte, la monarquía inglesa sería restaurada en la persona de
Carlos II de Inglaterra, hijo de monarca ejecutado.
Educado en un ambiente protestante puritano y hondamente anticatólico, que confirió a
su actuación política un sentido místico y providencialista, en 1628 fue elegido miembro
de la Cámara de los Comunes, disuelta al año siguiente por el rey Carlos I de Inglaterra.
Entre 1629 y 1640, el monarca inglés gobernó sin el Parlamento, impuso una política
absolutista y aumentó los privilegios y las prerrogativas de la aristocracia en perjuicio de
los intereses de la naciente burguesía.
En 1640, no obstante, el rey se vio obligado a reinstaurar el Parlamento, en el que Oliver
Cromwell, como representante de Cambridge, destacó por su defensa del puritanismo, su
oposición al episcopalismo de la Iglesia de Inglaterra y sus ataques a la arbitrariedad real.
Al poco tiempo el soberano, acusado de ineptitud a raíz de la sublevación católica de
Irlanda, intentó encarcelar a los principales miembros de la oposición, lo cual provocó la

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insubordinación del Parlamento y obligó a Carlos I a huir al oeste de Inglaterra para unirse
a sus partidarios.
Tras ello, en 1642 estalló una cruenta guerra civil, que enfrentó a los realistas (Iglesia
Anglicana, ciertos sectores de la burguesía y buena parte de la gentry, la aristocracia
inglesa) con los partidarios del Parlamento (los pequeños propietarios agrícolas, la
burguesía, el pueblo llano y los puritanos). Cromwell, hombre práctico y dotado de gran
talento militar, organizó entonces un ejército revolucionario, el New Model Army, y, tras
sufrir algunos reveses, consiguió por último vencer a las tropas realistas en Marston
Moore (1644) y Naseby (1645).
Un año más tarde, la captura de Carlos I suscitaba un serio conflicto entre el Parlamento,
favorable a la restitución del monarca en el trono controlando su poder, y el ejército
puritano, decidido a librarse del rey y controlar la Cámara de los Comunes. Aprovechando
el intento de huida de Carlos I (1647) y tras haber depurado el Parlamento (1648),
Cromwell hizo juzgar y ejecutar al soberano (30 de enero de 1649), suprimió la monarquía
y la Cámara de los Lores y proclamó la República o Commonwealth (mayo de 1649).
Durante los años siguientes, Oliver Cromwell llevó a cabo dos campañas para someter a
los católicos irlandeses (1649-1650), y en las batallas de Dunbar y Worcester (1650-1651)
aplastó a los realistas escoceses, que habían proclamado rey a Carlos II, primogénito del
soberano ajusticiado. La Cámara de los Comunes trató esforzadamente de controlar al
ejército, pero todo fue en vano: en 1653, Cromwell disolvió la Cámara de los Comunes,
cedió el poder legislativo a 139 personas de su confianza y tomó el título de lord protector
de Inglaterra, Escocia e Irlanda, con poderes más amplios que aquellos de que había
gozado el monarca.
Durante su mandato reorganizó la hacienda pública, fomentó la liberalización del
comercio a fin de asegurar la prosperidad de la burguesía mercantil, promulgó el Acta de
Navegación (1651), a través de la cual impuso a los Países Bajos la supremacía marítima
inglesa, derrotó a las Provincias Unidas (1654), arrebató Jamaica a España (1655),
persiguió a los católicos y situó a Inglaterra a la cabeza de los países protestantes
europeos.
A su muerte (3 de septiembre de 1658), sin embargo, la República se vio inmersa en un
período de caos, que acabó con la restauración de la monarquía en la persona de Carlos II
de Inglaterra por parte del Parlamento (1660). A pesar de su prudencia, el nuevo monarca
no dudó en ordenar la exhumación del cadáver del hombre que había firmado la sentencia
de muerte de su padre, para cortarle la cabeza y exponerla en la torre de Londres.
7) ¿Hable de John Locke y su gobierno civil?
John Locke (Wrington, Somerset, 1632 - Oaks, Essex, 1704) Pensador británico, uno de
los máximos representantes del empirismo inglés, que destacó especialmente por sus
estudios de filosofía política. Este hombre polifacético estudió en la Universidad de

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Oxford, en donde se doctoró en 1658. Aunque su especialidad era la medicina y mantuvo
relaciones con reputados científicos de la época (como Isaac Newton), John Locke fue
también diplomático, teólogo, economista, profesor de griego antiguo y de retórica, y
alcanzó renombre por sus escritos filosóficos, en los que sentó las bases del pensamiento
político liberal.
Locke se acercó a tales ideas como médico y secretario que fue del conde de Shaftesbury,
líder del partido Whig, adversario del absolutismo monárquico en la Inglaterra de Carlos II
y de Jacobo II. Convertido a la defensa del poder parlamentario, el propio Locke fue
perseguido y tuvo que refugiarse en Holanda, de donde regresó tras el triunfo de la
«Gloriosa Revolución» inglesa de 1688.
Locke fue uno de los grandes ideólogos de las élites protestantes inglesas que, agrupadas
en torno a los whigs, llegaron a controlar el Estado en virtud de aquella revolución; y, en
consecuencia, su pensamiento ha ejercido una influencia decisiva sobre la constitución
política del Reino Unido hasta la actualidad. Defendió la tolerancia religiosa hacia todas las
sectas protestantes e incluso a las religiones no cristianas; pero el carácter interesado y
parcial de su liberalismo quedó de manifiesto al excluir del derecho a la tolerancia tanto a
los ateos como a los católicos (siendo el enfrentamiento de estos últimos con los
protestantes la clave de los conflictos religiosos que venían desangrando a las islas
Británicas y a Europa entera).
En su obra más trascendente, Dos ensayos sobre el gobierno civil (1690), sentó los
principios básicos del constitucionalismo liberal, al postular que todo hombre nace dotado
de unos derechos naturales que el Estado tiene como misión proteger:
fundamentalmente, la vida, la libertad y la propiedad. Partiendo del pensamiento de
Thomas Hobbes, Locke apoyó la idea de que el Estado nace de un «contrato social»
originario, rechazando la doctrina tradicional del origen divino del poder; pero, a
diferencia de Hobbes, argumentó que dicho pacto no conducía a la monarquía absoluta,
sino que era revocable y sólo podía conducir a un gobierno limitado.
La autoridad de los Estados resultaba de la voluntad de los ciudadanos, que quedarían
desligados del deber de obediencia en cuanto sus gobernantes conculcaran esos derechos
naturales inalienables. El pueblo no sólo tendría así el derecho de modificar el poder
legislativo según su criterio (idea de donde proviene la práctica de las elecciones
periódicas en los Estados liberales), sino también la de derrocar a los gobernantes
deslegitimados por un ejercicio tiránico del poder (idea en la que se apoyarían Thomas
Jefferson y los revolucionarios norteamericanos para rebelarse e independizarse de Gran
Bretaña en 1776, así como la burguesía y el campesinado de Francia para alzarse contra el
absolutismo de Luis XVI en la Revolución Francesa).
Locke defendió la separación de poderes como forma de equilibrarlos entre sí e impedir
que ninguno degenerara hacia el despotismo; pero, por inclinarse por la supremacía de un
poder legislativo representativo de la mayoría, se puede también considerar a John Locke

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como un teórico de la democracia, hacia la que acabarían evolucionando los regímenes
liberales. Por legítimo que fuera, sin embargo, ningún poder debería sobrepasar
determinados límites (de ahí la idea de ponerlos por escrito en una Constitución). Este
tipo de ideas inspirarían al liberalismo anglosajón (reflejándose puntualmente en las
constituciones de Gran Bretaña y Estados Unidos) e, indirectamente, también al del resto
del mundo (a través de ilustrados franceses, como Montesquieu, Voltaire y Rousseau).
Menos incidencia tuvo el pensamiento propiamente filosófico de Locke, basado en una
teoría del conocimiento empirista inspirada en Francis Bacon y en René Descartes. Al igual
que Hobbes, John Locke profundizó en el empirismo de Bacon y rechazó la teoría
cartesiana de las ideas innatas; a la refutación de tal teoría dedicó la primera parte de su
Ensayo sobre el entendimiento humano (1690). Según Locke, la mente humana nace
tamquam tabula rasa; es decir, en el momento de su nacimiento, la mente de un niño
carece de ideas: es como un papel en blanco en el que no hay ninguna idea escrita
(Descartes afirmaba que contenía ideas innatas, como por ejemplo la idea de Dios).
Todas las ideas proceden de la experiencia, y de la experiencia procede todo nuestro
conocimiento. Experiencia no significa únicamente en Locke experiencia externa; igual que
percibimos el exterior (por ejemplo, el canto de un pájaro), percibimos nuestro interior
(por ejemplo, que estamos furiosos). En consecuencia, dos son los ámbitos de la
experiencia: el mundo exterior, captado por la sensación, y el de la conciencia o interior,
captado por la reflexión.
De este modo, cuando John Locke y los empiristas en general hablan de ideas, no se
refieren a ideas en el sentido platónico, ni tampoco a conceptos del entendimiento, sino a
contenidos de la conciencia, es decir, a la impronta que han dejado en la misma una
sensación o una reflexión. Hay ideas simples que se adquieren tanto en la sensación (alto,
dulce, rojo) como en la reflexión (placer, duda, deseo); e ideas complejas que se forman a
partir de las simples, merced a la actividad del sujeto. Hay una gran variedad de ideas
complejas, pero pueden reducirse a las de sustancia, modo y relación, que son paralelas a
los elementos del juicio: sujeto, predicado y cópula; no en vano es el juicio la actividad
sintética por excelencia del entendimiento.
Por la sensación no conocemos la sustancia de las cosas, y puesto que, conforme a las
premisas de Locke, todo lo que llega al entendimiento pasa por los sentidos, tampoco
podemos conocerla por el entendimiento. Por la sensación sólo percibimos las cualidades
de las cosas, cualidades que pueden ser primarias y secundarias. Las cualidades primarias
son las que se refieren a la extensión y al movimiento con sus respectivas propiedades y
son captadas por varios sentidos.
La cualidades secundarias, tales como el color, el sonido o el sabor, son percibidas por un
solo sentido. Las cualidades primarias tienen valor objetivo y real, es decir, existen tal
como las percibimos, pero las cualidades secundarias, aunque sean causadas por las cosas
exteriores, son subjetivas por el modo en que las percibimos: más que cualidades de las

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cosas, son reacciones del sujeto a estímulos recibidos de ellas. Para Locke, la sustancia no
es cognoscible, aunque es posible admitir su existencia como sustrato o sostén de las
cualidades primarias y como causa de las secundarias.
8) ¿Hable de las teorías pactistas y la división de los poderes?
Las teorías pactistas, según las cuales el pueblo era el depositario último del poder, que
delegaba en el rey legítimo para que éste lo ejerciera en su nombre, se remontan a la
filosofía escolástica y toman carta de naturaleza en la tradición del pensamiento político
español a partir del siglo XVI. Desde que Manuel Giménez Fernández pusiera de
manifiesto el papel decisivo que estas doctrinas ejercieron en la emancipación americana,
más allá de otras influencias, la historiografía ha proporcionado abundante material
acerca de las ideas que movieron a las elites americanas en el camino hacia su
independencia. La reivindicación de la tradición hispana en este proceso ha tenido
continuidad en autores como Enrique Gandía o Carlos O. Stoetzer. Similares posiciones
hemos mantenido en nuestros trabajos.
Las primeras respuestas americanas a los sucesos peninsulares de 1808 evocaron
inequívocos sentimientos de lealtad al rey, todos ellos cimentados sobre la base de
criterios ideológicos de viejo cuño. En palabras de Francos-Xavier Guerra, aquella
encrucijada evidenció «una visión de la monarquía heredera del imaginario plural y
pactista de la época de los Austrias: la reunión en la persona del rey de un conjunto de
reinos y provincias, diferentes entre sí, pero iguales en derechos». Desde esta perspectiva,
el fundamento ideológico de aquellos debates ha de rastrearse, ante todo, en la rica y
plural aportación hispánica.
Este cuerpo doctrinal que se remonta al Medievo logró un amplio desarrollo en los textos
de juristas y teólogos españoles desde el siglo XVI. En esencia, defendía que el origen de
los gobiernos era popular y que existían obligaciones y derechos de gobernantes y
gobernados; como colofón sostenía que en el supuesto de que el monarca faltara o hiciera
un mal uso del poder, el pueblo quedaba legitimado para reasumir la autoridad. Pedro de
Ribadeneyra y Juan de Mariana expusieron con rotundidad las limitaciones de los
gobernantes y defendieron la voluntad de los pueblos frente a las tendencias tiránicas de
aquéllos. La polémica acerca de la naturaleza de la conquista americana, la condición del
indígena y el derecho de guerra en el nuevo continente contribuyeron a la afirmación de
estos postulados. En pleno debate de estas ideas Francisco de Vitoria estableció los
cimientos del derecho internacional y sostuvo que el origen del poder político se
encontraba en la voluntad de la república y en el consentimiento de sus miembros.
Bartolomé de las Casas tampoco permaneció ajeno a la disputa y recordó que el poder del
soberano no era ilimitado y que si éste tiranizaba a sus vasallos o abusaba despóticamente
de ellos podía ser desposeído del poder. El repudio al gobernante tirano se contemplaba
también en las obras del dominico Domingo Soto y en las del franciscano Alfonso de

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Castro al sostener que la autoridad no llegaba directamente de Dios a los reyes, sino que
era resultado del consentimiento de los pueblos.
Tal planteamiento fue desarrollado sistemáticamente por el jesuita Francisco de Suárez en
dos de sus obras: De Legibus (Coimbra, 1612) y Defensio fidei catholicae (Coimbra, 1613).
Suárez puso la titularidad natural de la autoridad civil en la «comunidad de los hombres» y
al refutar las pretensiones absolutistas de Jacobo I de Inglaterra sostuvo que ningún rey
tenía por ley ordinaria la suprema autoridad política inmediatamente de Dios, sino por
voluntad y consentimiento de los hombres. Sus conclusiones eran inequívocas: en primer
lugar, el rey estaba al servicio de la voluntad popular de quien recibía la potestad; en
segundo lugar, el poder del pueblo era de naturaleza superior al del gobernante. Suárez
puso el acento en los deberes del monarca y negó el origen divino de su autoridad. En
torno a 1808 la cuestión americana ofrecía indudables paralelismos con la peninsular y,
como en este caso, quienes promovieron el movimiento juntista volvieron la mirada hacia
las tesis del jesuita. El pactum translationis suarecino fue el argumento más ampliamente
utilizado durante la creación de las Juntas de gobierno para señalar al titular de la
soberanía, establecer la base legítima de la organización política y proclamar el carácter
soberano de las autoridades civiles. Tales postulados socavaron los fundamentos del
absolutismo y del origen divino del poder regio. De este modo, las teorías escolásticas
divulgadas en las universidades coloniales, particularmente en los centros dirigidos por los
jesuitas, alcanzaron un alto grado de receptividad por parte de las elites locales. Los
Cabildos emergieron como la más oportuna y cualificada voz para defenderlas y, pasado el
tiempo, formular proyectos independentistas.
A pesar de los sucesos de Bayona, la legitimidad del sistema monárquico prevaleció en la
figura simbólica del «rey cautivo» con la esperanza de que superada la crisis pudiera
volverse a la situación anterior a 1808. Sin embargo, la fuerza de los acontecimientos hizo
aflorar viejas tensiones y excitó recelos y desconfianzas entre las elites peninsulares y
criollas en su pugna por conseguir el control de la situación. La importancia del período
1808-1809 para calibrar como corresponde el impacto de las tesis suarecinas está fuera de
toda duda. Esos dos años, que François-Xavier Guerra considera cruciales, son un claro
exponente de la correlación de hechos y unidad de respuestas entre lo que acontece en la
Península y en los dominios americanos. La similitud de procesos y de reacciones a ambos
lados del Atlántico sugiere un planteamiento unitario y global de los hechos.
Todas las manifestaciones de las instituciones municipales americanas, como
representantes de los pueblos, dejaron constancia del vínculo recíproco que existía entre
rey y reino. La invocación del pensamiento escolástico resulta inseparable del proceso
juntista que desemboca en la independencia. El estudio de la constitución de las Juntas de
gobierno pone de manifiesto hasta qué punto las tradiciones hispánicas acerca de la
naturaleza del poder forma parte de su ideario más fundamental. Frente a ello la
historiografía nacionalista y liberal, ya desde el siglo XIX, puso el acento en la influencia de
la Enciclopedia y de las tesis constitucionalistas y racionalistas difundidas por Locke,

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Montesquieu, Rousseau, Diderot o Voltaire. Tampoco faltaron otras interpretaciones
enfatizando el papel desempeñado por la Revolución francesa y su discurso ideológico.
Las doctrinas políticas de Locke y Montesquieu coincidían en la separación de los tres
poderes y en la defensa de la soberanía popular. La idea de un Estado bajo un sistema de
controles y balanzas la desarrolló Montesquieu y alcanzó gran difusión durante la
Ilustración. Las tesis constitucionalistas de ambos cristalizaron en América de manera
desigual y se difundieron de forma directa a través de sus mismos textos o de forma
indirecta por medio de autores españoles (Campomanes, Jovellanos, Flores Estrada o
Martínez Marina). La pretendida influencia de la obra de Rousseau en la formación de las
Juntas de gobierno, sin embargo, debe ser matizada. El pacto social invocado por éstas no
era de la misma naturaleza que el propuesto por el pensador francés. La tesis de la
reversión social defendida con insistencia en el seno de los Cabildos y que aludía al
antiguo pacto del rey con los conquistadores era totalmente desconocida para Rousseau.
El pacto que éste defendía hacía referencia más bien al que unía a los ciudadanos entre sí
y no al vínculo entre súbditos y soberano. El debate de las Juntas de gobierno no era
evidentemente de corte rous-soniano; antes bien, remitía al pacto existente entre los
reyes de España y los pueblos de América, alterado tras la invasión francesa.
9) ¿Hable de Guillermo de Orange?
Guillermo I de Orange-Nassau: (Llamado El Taciturno; Dillenburg, Alemania, 1533 - Delft,
actual Países Bajos, 1584) Príncipe de Orange. Noble flamenco, se educó en la corte del
emperador Carlos V, y durante los primeros años del reinado de Felipe II formó parte del
Consejo de Estado de Flandes, encargado de asesorar a la princesa Margarita de Parma.
Su oposición al cardenal Antonio Perrenot de Granvela, el principal abogado de las
pretensiones centralizadoras de Felipe II, que atentaban contra los intereses de la nobleza
de los Países Bajos, así como su temor a las actitudes de intransigencia religiosa con los
protestantes y calvinistas emanadas de la corte española, lo fueron alejando
paulatinamente de su lealtad a su rey.
Aun así, se mostró indeciso durante los disturbios iconoclastas que agitaron Flandes en el
año 1566, pero la llegada del duque de Alba con sus tercios, y la terrible represión ejercida
con la instauración del Tribunal de Tumultos que condenó a diversos nobles flamencos
como Egmont y Horn, lo obligaron a exiliarse entre los hugonotes franceses con su
hermano Luis de Nassau.
Los acontecimientos de 1572, que culminaron con la toma de Brill por los «mendigos del
mar» y provocaron la defección de Holanda y Zelanda, propiciaron una base territorial
para conducir la lucha contra España. El motín de los tercios, que saquearon Amberes en
1576, y la hostilidad general contra Felipe II, a causa de la represión ejercida por el duque
de Alba, fueron hábilmente utilizados por Guillermo de Orange para atraerse a las
ciudades del sur de Flandes y reunir las Diecisiete Provincias en un frente conjunto para

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alcanzar un acuerdo con Felipe II que salvaguardase las libertades religiosas y las
instituciones de los Países Bajos.
Esta unidad se rompió pronto, y los intentos de Guillermo de Orange de imponer un
gobernante extranjero en la persona del duque de Anjou terminaron en fracaso.
Finalmente, Felipe II lo declaró fuera de la ley y puso precio a su cabeza. En respuesta al
monarca español, Guillermo de Orange publicó su Apología, escrito en el que se cimenta
la «Leyenda Negra» contra España y en el cual defiende su lucha por la libertad. En 1583
fue asesinado por el fanático realista Baltasar Gerard.
10) ¿Señale algunas diferencias o características entre las Monarquías absolutistas y las
Monarquías constitucionales?
La monarquía absoluta es una forma de gobierno en la que el monarca tiene el poder
absoluto. En ella no existe la división de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial). Aunque
la administración de la justicia pueda tener una autonomía relativa en relación al rey, o
existan instituciones parlamentarias, el monarca absoluto puede cambiar las decisiones o
dictámenes de los tribunales en última instancia o reformar las leyes a su voluntad (La
palabra del rey es ley). Nombra y retira a sus asistentes en el gobierno a su voluntad. La
unidad de todos los poderes suele considerarse justificada por estimar que la fuente del
poder es Dios y que los monarcas ejercen la soberanía por derecho divino de los reyes. No
hay mecanismos por los que el soberano (que no reconoce superiores) responda por sus
actos, si no es ante Dios mismo.
Mientras que La monarquía constitucional, por oposición a la monarquía absoluta, es una
forma de gobierno, en el cual existe separación de poderes, donde el monarca ostenta el
poder ejecutivo nombrando al gobierno, mientras que el poder legislativo, lo ejerce una
asamblea o parlamento, habitualmente electo por los ciudadanos.
La ciencia política distingue entre monarquía constitucional y monarquía parlamentaria.
En las monarquías constitucionales, el rey conserva el poder ejecutivo. En cambio, en las
monarquías parlamentarias, el poder ejecutivo proviene del legislativo, el cual es elegido
por los ciudadanos, siendo el monarca una figura esencialmente simbólica.
Aunque las actuales monarquías son en su mayoría parlamentarias, históricamente no
siempre ha sido así. Muchas de las monarquías han coexistido con constituciones fascistas
(o en la práctica fascistas) como en Italia (desde 1861, una monarquía constitucional
regida por el Estatuto Albertino de 1848, pero que a partir de 1922 convivió con el
régimen dictatorial de Benito Mussolini) o Japón (la constitución japonesa de 1889
atribuía amplios poderes militares y políticos al emperador), o con dictaduras de gobierno
militar como en Tailandia, en 2007.

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11) ¿Hable del Estado Nacional?
Un Estado nación es una forma de organización política que se caracteriza por tener un
territorio claramente delimitado, una población relativamente constante y un gobierno. Si
no cumple con estos requisitos no se considera Estado nación.
El Estado nación surge mediante el tratado de Westfalia, al final de la guerra de los Treinta
Años (1648). Con este tratado se acababa con el antiguo orden feudal y se daba paso a
organizaciones territoriales definidas en torno a un gobierno que reconocía sus límites y
poder.
El proceso de construcción histórica del Estado moderno no consistió solamente en un
desplazamiento de otras instituciones, sino su completa renovación, su predominio con
las nuevas autoridades de la nación, creando un orden social nuevo (liberal, burgués y
capitalista) al eliminarse las otras formas estamentales de origen feudal del [Antiguo
Régimen] mediante un triple [proceso revolucionario] Revolución liberal, Revolución
burguesa y Revolución industrial.
Sin embargo, el proceso distó de ser una revolución instantánea, pues a pesar de que se
produjeron periódicamente estallidos revolucionarios (Revuelta de Flandes, Revolución
inglesa, Revolución estadounidense, Revolución francesa, Revolución de 1820, Revolución
de 1830, Revolución de 1848), como proceso de larga duración, lo que tuvo lugar fue una
evolución y transformación lenta de las monarquías feudales. Primero se transformaron
en monarquías autoritarias y luego en monarquías absolutas, que durante el Antiguo
Régimen fueron conformando la personalidad de naciones y Estados con base en alianzas
territoriales y sociales cambiantes de la monarquía; tanto de unas monarquías con otras
como de cada monarquía en su interior: en lo social con la ascendente burguesía y con los
estamentos privilegiados, y en lo espacial con el mantenimiento o vulneración de los
privilegios territoriales y locales (fueros).
El racionalismo creó la idea del "ciudadano", el individuo que reconoce al Estado como su
ámbito legal. Creó un sistema de derecho uniforme en todo el territorio y la idea de
"igualdad legal".
Las distintas escuelas de ciencia política definen de diversas maneras el concepto del
Estado nación. Sin embargo, en la mayoría de los casos se reconoce que las naciones,
grupos humanos identificados por características culturales, tienden a formar Estados con
base en esas similitudes. Cabe anotar que bajo esta misma óptica la nación es un
agrupamiento humano, delimitado por las similitudes culturales (lengua, religión) y físicas
(tipología). Un Estado puede albergar a varias naciones en su espacio territorial y una
nación puede estar dispersa a través de varios Estados.
Si bien el Estado nación se comenzó a formar cerca del año 1648 (Tratado de Westfalia),
las instituciones políticas de esta entidad tienen un desarrollo que se puede rastrear hasta
una maduración en 1789 (Revolución francesa). Los modelos de agrupación en torno a

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una autoridad central siguen dos visiones contrapuestas, pesimista y optimista, acerca del
hombre en estado de naturaleza, marcadas por los trabajos filosófico-políticos de Hobbes
y Rousseau, sin excluir otras tradiciones del pensamiento político: el concepto platónico
de República o la Política de Aristóteles, y el funcionamiento y las políticas de la
democracia ateniense y la República romana en la Edad Antigua; los debates de la Edad
Media entre los poderes universales y el intento fallido del conciliarismo (concilio de
Constanza de 1413, concilio de Florencia o concilio de Basilea de 1431); o en la Edad
Moderna el establecimiento del ius gentium, los justos títulos y el tiranicidio por los
españoles de la Escuela de Salamanca-Bartolomé de las Casas, padre Mariana- o el
holandés Grotius, el humanismo de Nicolás de Cusa, el racionalismo de Leibniz o el
empirismo de Locke; todos ellos refundidos y retomados por la Ilustración europea
(primero Montesquieu y luego los enciclopedistas), así como la percepción de ejemplos de
algunas experiencias políticas indígenas americanas -las comunidades precolombinas en
las Antillas, el mito de El Dorado, el imperio incaico del Tahuantinsuyo o la confederación
iroquesa- que, vistas desde la perspectiva eurocéntrica, conformaron la idea del buen
salvaje y el utopismo. La primera plasmación política textual de este proceso intelectual
fueron los textos de la Revolución estadounidense: la Declaración de Independencia de los
Estados Unidos (4 de julio de 1776) y la Constitución de 1787.
Esta idea del Estado implicaba su surgimiento ante la necesidad de armonizar los intereses
del individuo y la comunidad de obtener al tiempo seguridad y libertad; y para garantizar
el derecho de propiedad, como un desarrollo natural de la cooperación entre los
individuos en su egoísta búsqueda de la felicidad a través del propio interés (teoría de la
mano invisible de Adam Smith).
El desarrollo del concepto había generado, a partir del siglo XVII, los primeros mapas
europeos de naciones-Estado, donde las fronteras se pretendían establecer firmemente
para garantizar la paz, al menos en principio, puesto que la estabilidad de las fronteras
nunca se consiguió. A la par de este desarrollo de concepto se busca justificar la existencia
de un Estado nación natural, delimitado por fronteras naturales en contraposición con la
idea de la nación como producto de las similitudes culturales. Este tipo de concepción
territorial del Estado llevará a la conformación de Estados imperiales, más que nacionales,
donde se agrupan varias comunidades nacionales bajo una misma autoridad estatal
centralizada, que entran en conflictos debido a sus profundas diferencias culturales,
acendradas en tiempos de depresión económica.
Las naciones divididas o dispersas en distintos Estados también generaban conflictos de
muy difícil solución (caso del pueblo judío, el kurdo o el gitano). En otros casos las
comunidades de una misma nación eliminan las fronteras, de manera que hay libre
tránsito a través de fronteras, como es el caso de los indígenas del norte de México y el
sur de los Estados Unidos.

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Debido a factores como fronteras cerradas, grupos nacionales muy pequeños y procesos
históricos complejos, resulta poco práctico (según la perspectiva política, económica y
social de los Estados modernos) reintegrar la soberanía o permitir el surgimiento de
naciones alternativas de tamaño menor que las que conforman a los Estados modernos.
La identificación del Estado nacional con el mercado nacional, de un tamaño suficiente
para permitir a la burguesía el desarrollo del mercado capitalista, se potencia en el
periodo de desarrollo de la Revolución industrial (siglo XIX), simultáneo al periodo
conocido como nacionalismo, en el que se inician los movimientos nacionalistas
contemporáneos.
Esta tendencia a la adecuación entre el tamaño del mercado y el tamaño del Estado se
complementó con los imperios coloniales en la denominada época del imperialismo
(1870-1914), proceso que fue identificado y analizado en aquel momento por Hobson y
Lenin. La Primera Guerra Mundial, que disolvió los grandes imperios (II Imperio Alemán,
Imperio austrohúngaro, Imperio otomano e Imperio ruso), terminó, por un lado, con el
intento de construcción de un Estado socialista (la Unión Soviética) y, por otro, con el
intento de aplicación al resto de Europa de los catorce puntos de Wilson, que, matizados
por las potencias vencedoras en los tratados de paz (Tratado de Versalles), condujeron a
una política de plebiscitos en que las poblaciones deberían elegir el Estado en que querían
vivir (por ejemplo, el Sarre), lo que en la Europa Oriental no garantizó unas fronteras
seguras ni una estabilidad que pudiera evitar la explotación de un extendido sentimiento
de victimismo nacionalista por los fascismos y el estallido de una nueva guerra (la Segunda
Guerra Mundial), tras la cual se optó por traslados forzosos y masivos de las poblaciones y
una política de bloques.
El término Estado nacional, que suele utilizarse indistintamente junto al término Estado,
se refiere más propiamente a un Estado identificado con una sola nación. Tras el proceso
de descolonización de mediados del siglo XX, esta forma de Estado ha llegado a ser la más
común, de modo que la inmensa mayoría de los Estados se consideran Estados nacionales.
Sin embargo, nunca a lo largo de la historia ha habido una identidad indiscutida entre
ambos términos (Estado y nación) y siempre ha habido objeciones sobre la identificación
con una sola nación de cualquiera de los Estados existentes, tanto de los que se
consideran ejemplos de Estado nacional desde finales de la Edad Media (Francia, ejemplo
de centralismo y de nación construida con los mecanismos unificadores de la sociedad por
el Estado) como de los surgidos de movimientos unificadores románticos (Unificación de
Alemania y Unificación de Italia). Esto hace aún más difícil la pregunta sobre qué es una
nación. Hay muchos Estados, como Bélgica y Suiza, con múltiples idiomas, religiones o
grupos étnicos dentro de ellos, sin que ninguno sea claramente dominante. A menudo (y
especialmente en el caso de Suiza y los Estados Unidos) una identidad nacional ha sido
construida desafiando esas diferencias. Un mejor ejemplo de Estado plurinacional sería el
Reino Unido, constituido por cuatro naciones: Inglaterra, Escocia, Irlanda del Norte y

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Gales, lo que no implica que predomine la conciencia nacional sobre el concepto de lo
british (para algunos lo más próximo a una nación británica).
El concepto de Estado de las autonomías surgido de la vigente Constitución Española de
1978 (que se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e
indivisible de todos los españoles y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las
nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas-artículo 2-) es
interpretado de forma distinta por cada fuerza política española, desde posturas
centralistas hasta otras que entienden a España como una Nación de naciones, desde un
denominado patriotismo constitucional a un nacionalismo español más tradicional, y
desde las reivindicaciones independentistas entre los nacionalismos periféricos, a las de
los que a veces se denominan regionalistas y a veces nacionalistas moderados.
12) ¿Hable del Renacimiento?
Renacimiento: Se denomina Renacimiento al periodo de la historia europea, caracterizada
por un renovado interés por el pasado grecorromano clásico y especialmente por su arte.
Con el Renacimiento, el hombre centra toda su actividad, en el hombre como tal, es decir
después del aletargamiento medieval el hombre piensa ahora con una libertad de espíritu,
que le conducirá a la libertad de pensamiento, el culto a la vida y el amor a la naturaleza
son otros aspectos importantes, además el Renacimiento estableció como fuentes de
inspiración el equilibrio y la serenidad. Pero lo más característico de esta época es la
separación entre lo cívico y lo religioso.
Se denomina Renacimiento al movimiento cultural que surge en Europa el siglo XIV, y que
se muestra como característica esencial su admiración por la antigüedad grecorromana.
Este entusiasmo, que considera las culturas clásicas como la realización suprema de un
ideal de perfección, se propone la limitación en todos los ordenes, lo que explica el
calificativo de Renacimiento, pues en verdad, se trataba de un renacer, de un volver a dar
vida a los ideales que habían inspirado aquellos pueblos.
El Renacimiento, desde luego no fue una simple exhumación de las artes antiguas. El
interés por el arte grecorromano fue una consecuencia. En principio, se aspiro a una
renovación en todas las parcelas de la cultura humana, filosofía, ética, moral, ciencia, etc...
encaminada a la hechura de un hombre que fuera comprendido y resumen de todas las
perfecciones físicas e intelectuales. El hombre integral, el genio múltiple, en el que se
concilian todas las ramas del saber en una actitud fecunda, fue la gran creación del
Renacimiento que cristalizo en figuras que mantienen viva la admiración atravez de los
tiempos, como un Leonardo da Vinci, un Miguel Angel, un Rafael.
Orígenes del Renacimiento: El renacimiento tuvo su origen en Italia en los siglos XIV y XV,
llegando a su apogeo al iniciarse el siglo XVI. De Italia se extiende lentamente por Europa
excepto Rusia. A lo largo de los cincuenta años que van desde 1520 a 1570, discurre la
madura plenitud del Renacimiento y también se percibe su ocaso. Toda la Europa de

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Occidente toma parte ahora en el movimiento de las artes y de las letras. La recepción de
los gustos italianos se generaliza, los grandes maestros surgen ya no solo en Italia, sino en
todo el ámbito de las monarquías occidentales.
Pero el desarrollo normal de la cultura renacentista se ve afectada por el hecho
simultaneo de las luchas religiosas derivadas de la revolución protestante. Así, en
Alemania, se corto el brote renacentista, al igual que en Francia con las guerras civiles de
la segunda mitad de quinientos. Además en los países adheridos a las confesiones
protestantes, el credo iconoclasta de los nuevos evangelios suprimió la ocasión de
ejercitar el mecenazgo eclesiástico y, al menos en la pintura y la escultura, suprimió la
temática abundante de los motivos iconográficos, con la rara salvedad de los temas
bíblicos.
La extensión de la cultura: Gracias a la creación de universidades, escuelas y a medida que
nos adentramos en el quinientos, la arquitectura Italiana y la estatuaria se abren camino
en diferentes países europeos: en Inglaterra muy lentamente, pues el crisma religioso
alejara de ahí a los artistas italianos que habían sido llamados a trabajar en el país y eran
los mas capacitados propagadores de la renovación artística; en los piases escandinavos se
daban también algunas muestras esporádicas, debido al mecenazgo de los reyes; hasta en
Polonia y en la Rusia, Ivan III se recogía las ondas del arte italiano.
En Francia se hace más extensa la recepción del arte y la cultura italiana. Durante época
de Francisco I continua la construcción de suntuosas edificaciones. De entonces data el
castillo real de Chambord, el palacio preferido del rey para sus cacerías, pues aquellos
castillos no tenían ningún fin militar. En 1546 comienza Pedro Lescot la contracción del
Louvre, que seria el monumento triunfal de la arquitectura renacentista francesa, y poco
después Delorme levantaría las Tullerias.
En España es donde, fuera de Italia, el arte del bajo Renacimiento ha hecho más
considerables progresos. Teniendo ya el gusto italiano durante el reinado de los Reyes
Católicos, mas o menos combinando con un estilo local, la arquitectura continua ahí por
los mismos cauces bajo Carlos V. Durante el reinado de Felipe II se depura mucho el gusto,
se impone la sobriedad ornamental. El arte oficial de Felipe II favorece esta tendencia,
Pedro de Toledo y Juan de Herrera son los grandes arquitectos de El Escorial, su obra
cumbre.
13) ¿Que fueron las utopías del Renacimiento?
Cuando empezamos a analizar el problema de las ciudades imaginarias frente a las reales,
no queda más remedio que aludir a la utopía, un género literario propio que nace durante
el siglo XVI. Antes que nada la utopía aparece como una reacción frente al estado actual
de una sociedad, planteando lo que debería ser el estado ideal, sin proponer una solución
para la transición. Un buen ejemplo es la Utopía de Tomás Moro. Ésta consta de dos
partes con enfoques diferentes; la primera contiene una severa crítica del estado presente

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de Inglaterra a principios del siglo XVI; la segunda, la descripción de la isla de Utopía por
medio de un relato hecho por un viajero. Estamos, pues, frente al esquema típico de la
utopía clásica. Hablar de la ciudad ideal supone igualmente aludir a la situación ideológica
de Europa a principios del siglo XVI, cuando cada país, a su modo, se abre a la influencia
del Renacimiento italiano. Ahora bien: el Renacimiento italiano, nacido en Florencia, tiene
su origen filosófico en el neoplatonismo, desarrollado en torno a Lorenzo el Magnífico, lo
que implica que toda referencia a la ciudad ideal debe entenderse como una alusión a un
modelo abstracto (según el idealismo de Platón), que hace que la ciudad real sea un
simple reflejo de lo que se construye, inspirado en la perfección trascendente de la Idea
de ciudad en el cielo de las Ideas en la medida en que se desearía imitarla en la realidad.
Por otro lado, la utopía no es simplemente la evocación positiva de una realidad negativa,
tornando al revés lo que se ve, sino que reúne en sí misma dos aspectos fundamentales:
Una utopía de tipo social, que pretende asegurar la felicidad común, sin pobres y sin ricos:
representa el sueño de las clases acomodadas, justificado por un deseo racional de
equilibrio y de nivelación, destinado a satisfacer la aspiración a la justicia de hombres
como Moro o Campanella que hoy llamaríamos “intelectuales”.
Una utopía de tipo místico, bajo la influencia de un ideal más racional que religioso, más
personal que ortodoxo, basado en un razonamiento que resulta terrible: puesto que el
orden de la ciudad viene de la razón, seguirlo implica seguir a la razón y, por tanto, no
seguirlo es un error del juicio que se debe castigar y enmendar en honor a la verdad.
En último término, la utopía aparece como un tipo de reacción que caracteriza al
ciudadano malcontento que aborrece el campo y desea vivir en una ciudad mejor. Desde
el punto de vista de la evolución de las ideas en la Europa moderna, estamos lejos del
sueño pastoral que va a cautivar a las cortes reales de la Edad Moderna. En la utopía, se
encuentra un rasgo que procede de los antiguos griegos, según el cual civilización y
urbanidad están íntimamente unidas (como lo indica la etimología de las dos palabras).
Dicho de otro modo: la polis, centro político y económico del estado, se vuelve centro
afectivo, ofreciendo al individuo la posibilidad de ponerse al amparo del exterior, del
hambre y de la soledad.

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