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Museo de Cádiz.
1629 d.C.
Aparición de San
Pedro a San Pedro
Nolasco
Francisco de Zurbarán
(1598 – 1664 d.C.)
Óleo sobre lienzo
179 X 223 cm.
Museo Nacional del Prado
San Pedro Nolasco fue el fundador de la orden de Nuestra Señora
de la Merced o mercedarios, cuyo objetivo principal era el rescate de
cristianos cautivos de los musulmanes. El convento de la Merced
Calzada para el que se pintó esta obra había sido fundado por
Fernando III en 1249, el año de la muerte de Pedro Nolasco, pero se
reconstruyó por entero en las primeras décadas del siglo XVII. En
agosto de 1628 Zurbarán recibió el encargo de pintar veintidós
escenas de la vida del santo, con motivo de su canonización, que
tuvo lugar en Roma un mes más tarde. No es probable que el artista
entregara las veintidós pinturas, y hasta hoy sólo se han identificado
once. Aquí se muestra una de las visiones que tuvo el santo, según
se refiere en la Historia General de la Orden de N. S. de la Merced
de fray Alonso Remón (Madrid, 1618): Pedro Nolasco ardía en
deseos de ir a Roma para visitar el sepulcro de san Pedro, y por tres
noches consecutivas se le apareció su santo patrono para consolarle
de no haber podido ir. En la tercera noche, mientras oraba, san
Pedro se le apareció crucificado cabeza abajo y le instó a permanecer
en España, donde tenía mucha labor que hacer. Para la composición
de la escena, Zurbarán debió de recibir instrucciones de tomar como
modelo la estampa de J. F. Greuter que reflejaba el episodio según
un diseño de Jusepe Martínez (1601-1682), quien en sus tiempos de
artista joven en Roma y a instancias del cardenal Borja había hecho
una serie de dibujos sobre la vida del santo que fueron grabados y
publicados en 1627. Zurbarán, sin embargo, lograría transformar la
escena de la estampa en un encuentro espectacular de las esferas
divina y terrenal, vibrante de luz incandescente por una parte,
intensa y físicamente realista por otra. No hay indicios, como los
hay en el grabado, de interior eclesiástico: el santo y su visión están
envueltos en una honda negrura, abstraídos de todo escenario
material. Los dos Pedros se miran fijamente, en una comunión
espiritual que trasciende el tiempo y el espacio.
1629 d.C.
Visión de San
Pedro Nolasco
Francisco de Zurbarán
(1598 – 1664 d.C.)
Óleo sobre lienzo
179 X 223 cm.
Museo Nacional del
Prado
El santo, fundador de la Orden de la
Merced Calzada, aparece arrodillado
y recostado sobre un banco de
iglesia. En su sueño, un ángel se le
aparece y le muestra la Jerusalén
Celestial, concebida como una ciudad
amurallada con puertas y puentes
levadizos por los que entra y salen
numerosas personas.
En la escena lo sobrenatural se
muestra de manera sencilla, sin
violentos contrastes, dentro del
espíritu de calma y sosiego con que
Zurbarán interpreta las historias y
milagros de las órdenes religiosas
sevillanas. Probablemente por
indicación de los monjes, el pintor
representó al santo varón de edad
madura, con pelo y barba
encanecidos, como ejemplo de virtud
a imitar por los frailes más jóvenes.
1629 d.C.
Exposición del
cuerpo de San
Buenaventura
Francisco de Zurbarán
(1598 – 1664 d.C.)
Óleo sobre lienzo
250 X 225 cm.
Museo del Louvre, Paris,
Francia.
La obra representa el ritual del velatorio o exposición del cadáver del
santo franciscano Buenaventura de Fidanza y se enmarca en una serie
sobre él, de la que se conservan algunas pinturas en el Museo del
Louvre, por ejemplo San Buenaventura en el concilio de Lyon, que
precede en la secuencia cronológica a la Exposición del cuerpo.
Tras enfermar Buenaventura, al monje toscano le aquejaron tan
fuertes convulusiones que no pudo recibir la extremaunción, pero
entonces la Hostia atravesó su cuerpo, recibiéndola así por milagro.
San Buenaventura tiene el rostro lívido, está vestido con los hábitos
litúrgicos y se destaca en sus piernas un capelo cardenalicio de vivo
color encarnado sobre sus blancas ropas.
La composición es una de las más arriesgadas y mejor resueltas de
Francisco de Zurbarán,1 que se caracterizaba usualmente por la
sencillez de la disposición de los elementos figurados en el cuadro.
Yace en un escorzo en diagonal, rodeado de personajes dispuestos en
semicirculo a su alrededor, entre los que se encuentran el papa
Gregorio X y el rey Jaime I de Aragón. Los rostros parecen ser
estudios del natural, por su fuerte individualización y personalidad.
1630 d.C.
La casa de Nazaret
Francisco de Zurbarán
(1598 – 1664 d.C.)
Óleo sobre lienzo
165 X 230 cm.
Museo de Arte, Cleveland,
USA.
Se trata de una sutil alegoría religiosa bajo la apariencia de un pasaje de
la vida cotidiana. Zurbarán pintó varias versiones de este tema, de
composición similar algunas de ellas y variando ciertos elementos en
otras.
La escena se refiere a la infancia de Cristo, al que se muestra acompañado
de su madre en una esceña hogareña. Las figuras carecen de nimbos y la
única alusión explícita a la santidad o divinidad de los personajes es un
discreto rompimiento de gloria en el que aparecen difuminadas algunas
cabezas de querubines. La Virgen María ha interrumpido un momento su
labor de costura y se encuentra ensimismada en su pensamientos. Jesús,
ocupado en tejer una pequeña corona de espinas, se ha pinchado con una
de ellas en el dedo.
El asunto del cuadro es la Redención, que aparece simbolizada en el
mismo dolor de Jesús, anticipo de la Pasión, en la corona de espinas, y en
algunos otros detalles secundarios del cuadro que pueden interpretarse
de distintas maneras. Así, los paños blancos diseminados por la estancia
son símbolo de pureza, mientras que las palomas representan el alma
resucitada. El cacharro con agua a los pies de Jesús alude al bautismo, y
los libros abiertos encima de la mesa sugieren las profecías
veterotestamentarias sobre el Mesías. Junto a ellos, un racimo de peras
simboliza el amor de Cristo por la humanidad y la salvación. Por último,
un exuberante jarrón con flores, entre las que se aprecian lirios y rosas,
es una clara referencia a la virginidad de María y a su maternidad divina.
Zurbarán ha escogido, de esta manera, objetos humildes y cotidianos
para representar verdades teológicas complejas.
La propia concepción de la pintura huye de la aparatosidad de ciertas
corrientes del Barroco pictórico. La composición, bifocal, es de gran
sencillez. Los objetos y los personajes están descritos nítidamente; es
muy llamativa la insistencia en las calidad matérica de los objetos y su
individualización, facilitada sin duda por la dedicación de Zurbarán al
género del bodegón. La luz, contrastada, muy propia del tenebrismo, da
al cuadro la apariencia de una representación teatral, y remite a la obra
de Caravaggio.
Zurbarán era un pintor acostumbrado a "inspirarse" en los
dibujos y grabados de otros artistas, modificando algunos
de los personajes, situaciones, etc. Pero en este caso, el
pintor copia la composición sin apenas variaciones de un
grabado del siglo XVI, también titulado Entierro de Santa
Catalina. Quizá la razón sea que el mismo cliente que le
1630 d.C. encargó el lienzo le facilitara la estampa en cuestión. Sin
embargo, Zurbarán es capaz de imprimir su estilo personal
Los ángeles a la escena, y sustituye la linealidad del grabado por un
verismo y un colorido inimaginables en otro autor. Santa
enterrando a Catalina era una virgen mártir del siglo IV, que fue
Santa Catalina conducida ante un tribunal de sabios teólogos para defender
su fe. Sus conocimientos y retórica hacen que se la
Francisco de Zurbarán considere patrona de los filósofos y de los oradores.
Desgraciadamente su elocuencia no convenció a los jueces,
(1598 – 1664 d.C.) que la condenaron a tortura: primero se la ató a una rueda
con cuchillas, que se rompió. Tras el primer intento fallido,
Óleo sobre lienzo
fue decapitada con una espada. Obsérvese cómo los dos
198 X 133 cm. instrumentos de su martirio aparecen junto al sepulcro y
que el níveo cuello de la muchacha está limpiamente
seccionado. El milagro póstumo tuvo lugar cuando los
ángeles a los que la santa se había encomendado al morir
rescataron su cadáver de las manos de los verdugos y lo
enterraron en el monte Sinaí, donde se descubrió
incorrupto en el siglo IX.
1632-33 d.C.
Virgen María joven
Francisco de Zurbarán
(1598 – 1664 d.C.)
Óleo sobre lienzo
116 X 93 cm.
Metropolitan Museum Of
Art, USA.
1630-35 d.C.
Virgen joven
durmiendo
Francisco de Zurbarán
(1598 – 1664 d.C.)
Óleo sobre lienzo
43 X 36 cm.
Fundación Banco Santander.
1630-32 d.C. 1633 d.C.
San Andrés San Andrés
Francisco de Zurbarán Francisco de Zurbarán
(1598 – 1664 d.C.) (1598 – 1664 d.C.)
Óleo sobre lienzo Óleo sobre lienzo
146 X 60 cm. 218 X 11.5 cm.
Museo de Bellas Artes de Museu Nacional de Arte
Budapest. Antiga, Lisboa.
Es posible que formara parte de una serie dedicada a santas vírgenes,
con destino a conventos de España o Hispanoamérica.El taller del
pintor era famoso por realizar numerosos cuadros de este tipo. Esta
pintura resulta inusual en el sentido de que parece ser totalmente
autógrafa del pintor.