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AL ENCUENTRO CON EL PADRE

OSHERSON SAMUEL
Editorial Cuatro Vientos
Santiago de Chile, 1993
CONTENIDO

Prefacio ............................................................................................................................................. 3

Agradecimientos ............................................................................................................................... 5

Introducción: Los Asuntos Inconclusos de los Hombres .................................................................. 6

1. Deudas silenciadas: La lucha de los hombres por separarse del padre ................................. 16

2. Trabajando la autoridad: Mentores y Padres......................................................................... 34

3. Acerca de las esposas que trabajan y de la soledad de los esposos ...................................... 51

4. Vulnerabilidad y Rabia: Lo que la imposibilidad de tener hijos nos dice acerca de todos

los hombres ........................................................................................................................... 69

5. La urna vacía: ¿Se embarazan también los hombres?........................................................... 89

6. La paternidad como experiencia sanadora y dolorosa .......................................................... 105

7. Sanando al padre herido ........................................................................................................ 122

Notas y Referencias .......................................................................................................................... 138

2
PREFACIO
En una ocasión, Mark Twain comentó que a los 12 años un niño comienza a imitar a un
hombre, cosa que sigue haciendo por el resto de su vida. Sospecho que en la vida de la mayoría de los
hombres, llega el momento en que se enfrentan a la pregunta acerca de qué porcentaje de su vida es
imitación, en contraposición a tener una sensación rica y confiable de sus propias capacidades.

Para mí, ese momento llegó durante un período de crisis personal, que hoy me parece muy
lejano, hace alrededor de cinco años. Me sentía bloqueado en mi trabajo. Mi mujer y yo estábamos
viviendo un descalabro tras otro mientras tratábamos de formar una familia. Además, estaba
compartiendo con mi tutor su dolor, ya que su esposa luchaba con un cáncer que amenazaba su vida.
Estas experiencias fueron mis primeros encuentros directos como adulto con la realidad de lo que
significa una pérdida y con la impotencia humana frente a ella. Al principio casi no podía articular mi
sensación de vulnerabilidad, al enfrentarse al hecho de que aquellos que yo amaba, dentro o fuera de mi
familia, pudieran ser abatidos. La forma en que siempre he tratado de resolver las cosas es escribiendo.
Durante toda mi vida, la fuerza de los libros me ha dado energía, por lo tanto, no es extraño que
comenzara a llevar un diario cuando me sentí absorbido por experiencias que para mí eran difíciles de
comprender.

Este libro comenzó con ese diario. Para darme tiempo para este asunto personal, reduje mis
compromisos de trabajo, y durante un año dediqué una parte del día a escribir. Al principio escribí
acerca del presente y de las frustraciones en el trabajo y el amor, pero luego surgieron sentimientos y
recuerdos del pasado, de mi infancia, de mi adolescencia, de mis padres. Cuando me centré en la
conflictiva y difícil relación con mi padre, me di cuenta que había encontrado al hombre al que andaba
buscando, el padre que, más en su ausencia que con su presencia, era la clave de la sensación de vacío
y vulnerabilidad de mi vida. El diario me ayudó a expandir y dar vida gradualmente a mi relación con
mi padre, y a apreciar su lado cariñoso y amoroso que siempre había estado ahí.

Durante ese tiempo tuve la oportunidad de escuchar las vidas de muchos otros hombres. Yo
estaba dirigiendo un estudio longitudinal en Harvard en el que participaba un gran número de hombres
de aproximadamente 40 años. Esta investigación me dio la oportunidad de conversar en forma
tranquila y relajada con hombres exitosos de diversas partes del país, acerca de muchos aspectos de sus
vidas.

A partir de estas conversaciones empecé a darme cuenta de lo profundas y dolorosas que eran
las consecuencias de los predecibles desencuentros entre padres e hijos, situación que consideramos
obvia en nuestra sociedad. Muchos de los conflictos entre hombres y mujeres de nuestro tiempo, se
basan en las permanentes luchas ocultas que los hijos tienen con sus padres, y en las diversas formas en
que los hijos adultos tratan de completar esta relación en sus carreras y matrimonios. Sin embargo, a
pesar de su importancia, el padre se mantiene envuelto en misterio para muchos hombres, ya sea por
una idealización, una degradación o simplemente ignorándolo. Y al hacer esto, terminamos
imitándolo, aunque tratemos de ser diferentes.

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Las frustraciones y anhelos de los hombres con que conversé, me sonaron como propios y me
conmovieron profundamente, tal vez porque pertenecemos a la misma generación y estamos en
situaciones similares en el ciclo de la vida.

De este modo, decidí escribir un libro acerca de los asuntos inconclusos de los hombres con
sus padres. Quise juntar mis dos formas de comprender a los hombres, por una parte, la búsqueda
personal a través de mi diario, y por la otra, el amplio conocimiento basado en lo que muchos hombres
me habían contado. Quería que el libro tuviera una perspectiva profesional-racional, así como también
una voz personal. Espero que la descripción de la vida de los hombres en este libro produzca tanta
empatía como honestidad acerca de lo que hoy significa ser hombre.

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AGRADECIMIENTOS
Durante el largo proceso que significó escribir este libro, hubo un gran número de personas
que me apoyaron con sus honestas reacciones y críticas que todo escritor necesita para completar su
proyecto. Quiero agradecer especialmente a Jane Barnes, Tracy Barnes, Larry Weinstein, Bill Novak,
George Goethals, Stanley King, Shepherd Bliss, Barbara Schwartz, Bety Friedan, Carol Gilligan, Lael
Wertenbaker, Anne Alonso, Donald Bell, Joan y Ethan Boker, Tracy MacNab, Zick Ruin, Elliot
Mishler, Olivia y Rob Wilson, Diana Dill, Maureen Mahoney, Patricia Reinstein, Benson Snyder,
George Vaillant, Douglas Heath y Nick Kaufman.

Gerta Kennedy y Proesser me brindó una valiosa ayuda organizando las anotaciones erráticas
del diario en material coherente e interesante para un libro. Sobre todo, me dio confianza y lucidez en
un momento en que no estaba seguro si seguir adelante o no.

Kitty Moore, en ese momento editora de The Free Press, vio el valor del libro que quería
escribir y me ayudó a darle su forma inicial. Laura Wolf me brindó una valiosa ayuda editorial con su
paciente motivación mientras sucesivos borradores se transformaban en la versión final. Joseph Pleck,
del Wellesley Center for Research on Women, me regaló su tiempo e ideas a través de largas
discusiones. Entre aquellos interesados en el campo de los estudios sobre el hombre, muchos piensan
que Joe debería ser declarado patrimonio nacional.

Este libro no habría sido escrito sin la contribución de los hombres y mujeres que me hablaron
abierta y honestamente de sus vidas: los participantes de mi investigación, alumnos de cursos de
desarrollo adulto en Harvard y otras partes, y pacientes en terapia. Sus nombres y vidas han sido
disfrazados dentro del texto por razones confidenciales, pero esto no disminuye la deuda que siento
hacia ellos por permitirme aprender de sus experiencias. Espero que acepten mis agradecimientos.

Debido a que este libro pasó por varios borradores durante varios veranos, agradezco a mis
amigos de New Hampshire por haberme facilitado lo más importante para un escritor: una pieza
tranquila donde trabajar. Gracias a Barry y Karen Tolman, Mike French y Beth Williams, Pat y
Prentice Colby. Invariablemente estas piezas tenían vista a la pradera, a antiguos muros de piedra y a
espesos bosques. Este libro es mejor gracias a la vista que tuve. Mi mayor deuda es con mi mujer,
Julie Show Osherson, por su amor, apoyo y excelentes consejos críticos en varios puntos, sin lo cual
dudo que este libro hubiera existido. Finalmente quiero agradecer a mis padres, Adele y Louis
Osherson, por su entusiasmo frente al proyecto.

Yo soy el padre que faltó en tu niñez


Y por el cual sufriste el dolor de la falta. Yo soy él
No es magnífico ser arrastrado por el asombro
Frente a la presencia de tu padre.
Ningún otro Odiseo vendrá jamás, ya que él
Y yo somos uno solo, el mismo.
La Odisea, Homero
Libro XVI

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INTRODUCCIÓN
LOS ASUNTOS INCONCLUSOS
DE LOS HOMBRES
Este médico de 42 años se enderezó en su silla al hablar de la reciente visita a su padre. Sus
padres están divorciados, igual que él, pero toda la familia volvió a reunirse en St. Louis con motivo
del matrimonio del hermano menor.

“Conversé largamente con mi madre, me contó todas las novedades familiares, pero mi padre
estuvo callado y solo. Casi siempre parece estar tan lejos”. Se movió levemente en su silla. De pronto
su tono de voz expresó un fuerte anhelo: “Mi padre me llevó ayer al aeropuerto; estuvimos los dos
solos. Durante todo el camino quise hablarle, establecer algún contacto, saber qué opinaba de mí,
hablar acerca de todo lo que ha pasado entre nosotros. Pero no me dijo prácticamente nada. Nos
fuimos casi en silencio.”

Aparecen lágrimas en sus ojos al reconocer el hecho: “En realidad me asustaba saber qué
pensaba él de mí, temía que me echara en cara el tiempo que había estado con mi madre y no con él en
el matrimonio… Igual que cuando era niño.” Llora, luego la rabia disimula su pena y anhelo al
terminar diciendo: “¿Pero qué importancia tiene? No me hace bien tratar de hablar con mi padre.”

* * *

En este libro voy a explorar y explicar cómo las relaciones tempranas y actuales de los
hombres con sus padres modelan la intimidad y crean dilemas que deben ser enfrentados en la
madurez. Mi punto central será la vulnerabilidad emotiva del hombre adulto normal en su lucha con
las exigencias laborales y familiares. Lo que espero demostrar es que, para comprender los
sentimientos de los hombres acerca del amor y del trabajo, primero debemos comprender los asuntos
inconclusos en relación al padre.1

Tuve la suerte de conocer al médico que cité más arriba, debido a que él estaba participando en
el Proyecto de Desarrollo Adulto que yo dirigía en Harvard. Este era un estudio longitudinal de 370
hombres graduados de Harvard a mediados de los años 60, apoyado con el generoso financiamiento del
National Institute of Education.

Trabajé también en otras investigaciones, incluyendo entrevistas detalladas con 20 hombres


que tuvieron cambios espectaculares en sus carreras al llegar a la edad mediana, y he considerado
también mi experiencia clínica aconsejando hombres de distintas edades y circunstancias.2 El retrato
que emerge se basa en lo que oí de los hombres, tanto en las investigaciones como en las sesiones
terapéuticas, y en la comprensión gradual de mis propios conflictos como hombre. Nuestro trabajo no
puede divorciarse con éxito de nuestra vida personal; al escuchar a otros hombres hablar de sus
inseguridades en el amor, de la dificultad en sus interacciones con mujeres y de sus ambivalencias con
respecto al trabajo, me sentí impulsado a examinar mi vida con más cuidado. Algo de lo que he

6
aprendido aparece en los capítulos siguientes. Hilando viñetas de mi propia vida con viñetas de
algunos casos y con discusiones sobre la investigación y la teoría, he querido profundizar la textura de
cada capítulo y penetrar el oculto silencio y vergüenza que muchas veces rodea la discusión de los
hombres en torno a sus luchas comunes con la identidad y la intimidad.

Mis conversaciones con hombres me han abierto los ojos y a veces han sido muy
perturbadoras; a pesar de las cómodas oficinas y elegantes mansiones que visité, y a pesar también del
tono de seguridad con que estos hombres hablan. Permanentemente afloran temas comunes. La
generación de 1960 está llegando a la edad mediana. Estamos alcanzando posiciones de poder y
nuestro proceso de madurez ha sido fuertemente influido por el movimiento femenino. Muchos
hombres muestran confusión frente a la intimidad en sus vidas, particularmente con sus esposas, hijos y
sus propios padres. Muchos hombres parecen estar preparados para las exigencias de una carrera – y
aunque no triunfen o tengan conflictos con su trabajo, es una parte de sus vidas que intuitivamente tiene
sentido para ellos y se sienten relativamente relajados al hablar de esto. Fue en el terreno del amor
donde parece concentrarse gran parte de su dolor. Tarde o temprano, las conversaciones llegaban a
temas como la conveniencia de que la mujer trabaje o deje de trabajar para tener hijos, o cómo
involucrarse más en la familia para dejar de ser sólo “el proveedor”, o cómo manejar una reconciliación
con el padre. Aquí la conversación se hacía más intensa y las voces se tornaban duras, menos
confiadas. Es difícil cuantificar, pero en la mayoría de mis entrevistas, los hombres parecían estar
impactados frente a los dilemas y contradicciones de la vida familiar moderna y querían hablar acerca
de ellos.

EL ROL DEL PADRE

Para comprender estos problemas debemos empezar reconociendo la importancia especial que
tiene el padre para los hombres, tanto en la infancia como en la edad adulta. El padre ha sido pasado
por alto durante mucho tiempo, por los hijos y también por psicólogos y otros profesionales que se
ocupan de las familias.

Sabemos que el niño, desde los 3 años, busca profundamente a lo largo de toda su infancia un
modelo masculino para construir el sentido de sí mismo. Las investigaciones demuestran que entre los
3 y 5 años, los niños empiezan a alejarse de su madre y de la feminidad, llegando a tener un
pensamiento bastante estereotipado y dicotomizado acerca de lo que significa ser “como papá” o
“como mamá”.3 Los niños comienzan a segregar según el sexo, se centran mas en las reglas que en las
relaciones y dan importancia a los juegos de poder y fuerza y a los logros. Con el tiempo reprimen su
deseo de ser acogidos, cuidados, regaloneados, y quieren “esconderse de las mujeres”4.

La presión para identificarse con el padre, les crea un problema crucial a los niños. Deben
renunciar a la madre por el padre, ¿pero quién es el padre? A menudo es una figura difusa, difícil de
comprender. Rara vez los niños asocian al padre con calidez o suavidad. El objeto adulto más
importante disponible para el niño es su madre u otra mujer encargada de cuidarlo. ¿Qué significa ser
masculino? Si el padre no está ahí para otorgar un modelo rico y confiable de la masculinidad, el niño
queda en una posición vulnerable: debe distanciarse de la madre sin un modelo claro y comprensible
del género masculino sobre el cual poder construir su identidad emergente.

La situación es de gran presión tanto para el hijo que está creciendo como para el padre. A
menudo nos identificamos mal con el padre, mutilando nuestra identidad como hombres. En las

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imágenes que hombres normales tienen de sus padres, aparecen distorsiones y mitos basados en el
incómodo lugar periférico que los padres ocupan en sus propios hogares. Los niños se convierten en
hombres con un padre herido en su interior, con un sentido interno de masculinidad conflictiva, basado
en la experiencia de un padre rechazante, incompetente o ausente.

Las entrevistas que he tenido con hombres entre 30 y 40 años, me han convencido que la
ausencia física y psicológica del padre es una de las grandes tragedias subestimadas de nuestro tiempo.5
Creo que en los hombres hay un considerable sentido de pérdida oculto que tiene que ver con el padre.
La encuesta de Shere Hite a 7.239 hombres reveló que “casi ningún hombre dijo haber estado o estar
cerca de su padre”6. Judith Arcana nos dice que en las entrevistas hechas para su libro sobre madres e
hijos, sólo “alrededor de un 1% de los hijos reconoció tener buenas relaciones con su padre”.7

El psicólogo Jack Sternbach examinó la relación padre-hijo en 71 de sus clientes hombres.


Encontró que en el 23% de los casos, los padres estaban físicamente ausentes; el 29% tenía padres
psicológicamente ausentes, demasiado ocupados con su trabajo, desinteresados de sus hijos, o con una
actitud pasiva en casa; el 18% tenía padres psicológicamente ausentes, austeros, moralistas y
emocionalmente desapegados; y el 15% tenía padres peligrosos, que provocaban temor a sus hijos, y
aparentemente descontrolados. Sólo el 15% de los casos de Sternbach mostró evidencias de tener
padres adecuadamente involucrados con sus hijos; con una historia de preocupación, contacto, calidez
y confianza.8

En su reciente y excelente compendio sobre la relación padre-hijo, Father and Child: Clinical
and Developmental Considerations (Padre e hijo: consideraciones clínicas y de desarrollo), los
psiquiatras Stanley Cath y Alan Gurwitz, el psicólogo John Ross y otros investigadores enfatizan la
importancia de llenar los vacíos para comprender “al progenitor olvidado”, al padre hombre, quien
durante años ha permanecido como “una figura crepuscular” en la mente de los hombres. A lo largo de
este provocativo libro se deslizan frases como “el hambre del padre” y “privación paterna”.9 Su
aparición coincide con la llegada a la edad adulta de la generación de 1960, con su entrada a la fase
parental de sus vidas, cuando dejan de ser solamente hijos para convertirse también en padres.

En muchos de los recientes libros “confesionales” escritos por hombres, que a menudo
quieren manejar bien sus opciones y dificultades laborales y familiares, el padre aparece como una
figura crucial, tal vez perturbadora e impasible.10 En su columna “About Men” (Acerca de los
hombres), el psicólogo Joseph Peck se refiere constantemente a estos conflictos de los hombres.11

La sensación de pérdida se prolonga hasta la edad adulta, momento en que muchos hijos tratan
de resolver en forma silenciosa, oculta y ambivalente la culpa, rabia y vergüenza que sienten hacia sus
padres. Algunos hombres inconscientemente buscan un padre mejor en el trabajo, alguien que los
perdone y los haga sentirse un “buen hijo”. Además, muchas veces la relación del hijo con el padre
influye sutilmente en la forma en que éste responde a su esposa e hijos. En su propio hogar, algunos
hombres deciden evitar la pasividad o dependencia que vieron en sus padres. Otros se sienten
incapaces como esposos o padres para vivir de acuerdo al heroico modelo montado por sus padres.

Para aquellos que hemos llegado a la madurez durante y después de los años 60, el proceso de
identificación con el padre se ha hecho aún más complejo, dadas las cambiantes expectativas sociales
del género. Crecimos en medio de los roles sexuales tradicionales, donde los padres eran los
proveedores financieros y las madres las proveedoras emocionales en la familia. Muchos hijos se han

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identificado con padres que presentaban una imagen tradicional de masculinidad, pero luego, al interior
de sus propias familias, se les pide desempeñar un rol diferente. Muchos de nosotros nos esforzamos
para ser diferentes a nuestros padres, pero inconscientemente también tratamos de vivir de acuerdo a su
imagen.

La lucha Normal de los Hombres con la Separación y la Pérdida

Hemos comenzado a entender bastante más acerca de la forma en que desde temprano la vida
familiar modela la psiquis y la identidad sexual de niños y niñas. Las primeras experiencias afectivas
con la madre y el padre tienen un profundo impacto en la vida psicológica de los niños, y existen
diferencias entre las experiencias de un niño y de una niña. Las dos partes del proceso separación-
individuación de la infancia son problemáticas para los niños:

1. Separación psicológica de la madre.


2. Identificación y vinculación con el padre.

Todo niño comienza la vida en una unión total con la madre. Erickson describía esta primera
etapa de la vida como una lucha entre la confianza y la desconfianza. La confianza se refiere a la
sensación que tiene el niño de estar en un mundo seguro, estable y confiable. Esta sensación de
confianza en el mundo es comunicada por la madre al dar pecho a su hijo. Durante la infancia sentimos
que el mundo es como la madre: suave, cálido, armónico.12

En las primeras semanas y meses de vida, hay muy poca diferenciación entre el sí mismo y la
madre. Sin embargo, para los hombres, la identificación adecuada del rol sexual significa que debemos
renunciar a la madre e identificarnos con el padre. Para los psicoanalistas, ésa es la forma en que se
resuelve el poderoso drama de Edipo: el hijo acepta que no puede aferrarse a la madre y comienza a
girar hacia el padre.

El hecho de alejarse de la madre a los niños con varios problemas. Primero, la organización
de la familia en nuestra sociedad establece que el cuidado de los niños es una actividad femenina;
generalmente los niños son cuidados por mujeres.13 La maternidad es táctil, cercana, acogedora,
mientras que la paternidad es algo amorfo. Conocemos a nuestro padre a la distancia; puede ser cálido,
pero generalmente es más bien remoto.

El joven puede sentir una gran sensación de pérdida, terror y miedo al abandono, al darse
cuenta que como hombre es diferente a las mujeres. A veces lucha por mantenerse apegado a la madre:
¿soy capaz de existir sin mi madre o siendo diferente a ella? Durante la infancia temprana se produce
un proceso mutuo de separación y retiro entre madre e hijo; las madres esperan que sus hijos sean más
independientes y menos apegados, mientras el niño quiere recalcar con fiereza su rudimentaria
concepción de lo que significa ser hombre.

Para muchos niños, la única manera de desprenderse de lo femenino es desvalorizándolo o


ridiculizándolo (de donde se origina la tendencia masculina a denigrar a la mujer o aquellos aspectos
“femeninos” de ellos mismos como la “dependencia”). Debemos reprimir y esconder (incluso de
nosotros mismos) nuestro deseo de ser cuidados por más tiempo, de permanecer cerca de la madre.

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Sin embargo, el niño debe luchar con el problema de cómo mantenerse unido a aquellas partes
de sí mismo que se parecen a su madre o que dependen de ella. Esas partes incluyen el deseo de ser
acogido, reconfortado y mimado, siendo éstos a menudo los aspectos más divertidos e imaginativos del
sí mismo. Muchos hombres a los cuales he aconsejado, recuerdan a sus madres como emotivas y
entretenidas o asocian la creatividad, la capacidad de expresarse y la imaginación con alguna pariente
mujer, por ejemplo, con alguna tía con aptitudes artísticas que les enseñó a pintar.

Lo que sugiere mi teoría es que los hombres no tienen una verdadera oportunidad de lamentar
la pérdida de la madre, vencer su deseo de ser mujer, seguir siendo cuidados por la madre y otras
mujeres, y completar el proceso de separación e individuación de la mujer. Desde muy temprano
sentimos que son las mujeres quienes nos satisfacen, reconfortan y cuidan, sin tener, mientras
crecemos, la oportunidad de aprender a autoabastecernos y a sentirnos plenos al separarnos
verdaderamente de la mujer. No aprendemos a cuidarnos, ni a nutrirnos, ni a tener intimidad a través
de los hombres –comenzando por el primer hombre de nuestra vida, nuestro padre, y terminando con
nosotros mismos.

El resultado final de la lucha del niño por la separación-individuación es que como adulto
lleva el peso de la vulnerabilidad, la dependencia o el vacío al interior de sí mismo, sigue sufriendo,
reviviendo la época en que acudir a la madre para pedir ayuda era inadecuado, y no podía o no quería
acudir al padre debido a la confusión, rabia o tristeza que sentía. Al ponerse hoy en contacto con esta
pena, responde en forma ambivalente: con ira o vergüenza, intentando demostrar su independencia,
pero también con curiosidad, tratando de sanar la herida que siente.

Esto no significa que la infancia determine todo acerca de la conducta adulta de un hombre.
Un hombre maduro no es un niño y no se comporta como lo hacía a los 3, a los 5 o a los 13 años. Sin
embargo, nuestras experiencias infantiles modelas o dan forma a lo que esperamos de las mujeres y de
otros hombres, de manera tal que influyen en cómo enfrentamos las presiones laborales y familiares en
nuestro tiempo.

Los hombres esperan que las mujeres los cuiden; las vemos como cuidadoras y no nos
sentimos realmente capaces de cuidarnos solos. Como cualquier pérdida, ésta ocurre muy rápido o
abruptamente, idealizamos lo que perdemos como un modo de aferrarnos a esa pérdida y le
imprimimos en forma rígida cualquier signo de nuestra propia necesidad. Así como los niños admiran
a su madre durante la infancia, los hombres piden sutilmente a sus esposas que se preocupen de ellos, a
veces sin tener conciencia de estar haciéndolo.

Cuando piden ayuda en forma directa, a menudo se sienten enojados o tristes. En un ejercicio
de cambio de roles o durante una terapia familiar, es impactante la frecuencia con que los hombres se
resisten a pedir ayuda a su mujer, ya que eso, dicen, los haría sentirse como niños chicos o “poco
hombres”. Lo que están diciendo es que se sienten infantiles cuando necesitan a una mujer alrededor,
porque se supone que las mujeres deben ayudar sólo a los niños chicos, y están reviviendo un aspecto
de su desarrollo en el cual se quedaron pegados: pedir ayuda a la madre y sentirse luego avergonzados,
inadecuados, como haciendo algo malo que hay que esconder. No aprendemos a negociar con las
mujeres, ni a sentirnos cómodos con nuestra propia vulnerabilidad –ésta debe ser escondida y reprimida
-, de modo que cuando pedimos algo, lo hacemos en forma manipuladora o sutil, tratando que nos den
lo que necesitamos sin asumir la responsabilidad de pedir ni de recibir. Así, muchos hombres siguen
siendo verdaderos niños chicos.

10
La Vida Familiar Hoy en día

Las actuales situaciones familiares están reabriendo asuntos de separación y pérdida que no
han sido trabajados por los hombres en su proceso de desarrollo. Estos asuntos se centran en nuestra
propia vulnerabilidad y dependencia como hombres; inseguridad respecto a nuestra identidad e
incertidumbre de lo que significa ser hombre; y en la necesidad de apoyo y seguridad que muchos de
nuestros padres escondieron bajo la superficie ordenada de la familia tradicional y que traspasaron a
sus hijos. Hoy en día, las exigencias normales de la vida familiar están poderosamente influidas por las
experiencias tempranas de los hombres con sus padres y madres, y por las lecciones aprendidas de
aquellas experiencias acerca de lo que significaba ser hombre.

A menudo la reacción de los hombres frente al compromiso de sus esposas con el trabajo o
con los hijos, refleja sentimientos infantiles de abandono y hambre de atención parental nutriente.

Cuando nuestra esposa sale a trabajar, sin darnos cuenta sentimos algo de la vulnerabilidad y
rabia que experimentamos de niños, tratando, por una parte, de aferrarnos a la Madre, y por la otra, de
dejarla ir. El que la mayoría de nuestros padres saliera a trabajar todos los días dejándonos solos con
nuestras madres, aumentó la importancia de ellas y debilitó el rol del padre como la figura de transición
necesaria para completar el proceso normal de separación-individuación de la madre. Además,
habiendo observado escasamente al padre que tomaba un lugar secundario frente a la madre, un hombre
puede no saber cómo apoyar a la esposa que trabaja.

En una ocasión, un exitoso abogado de 38 años me hablaba de su matrimonio en su lujosa


oficina de Manhattan. El tono confiado y agradable de su voz se convirtió de pronto en dolor: “Sin el
ánimo de ser condescendiente, siempre asumí que quienquiera que llegara a ser mi esposa, tendría su
propia carrera. Nunca imaginé cómo sería la realidad”. La realidad se refiere a una mezcla de
sentimientos de abandono, de pérdida, y a necesidades de dependencia no reconocidas que sentía en las
tardes y durante los fines de semana en que su esposa dedicaba su tiempo y energía a su carrera en vez
de a él.

Este abogado no estaba solo en su lamento, ni en su sentimiento de abandono. Un prestigioso


profesor universitario también se refirió al lado oscuro de los matrimonios en que ambos son
profesionales. Considerado y gentil, se sentía orgulloso de los logros profesionales de su esposa ahora
que los hijos estaban grandes. Sin embargo, se detuvo en un punto de nuestra conversación, diciendo
que “la confianza es una ilusión, y yo necesito a mi esposa para que refuerce mi creencia de que yo
puedo ser una persona exitosa, para poder escribir cada semana, para publicar mis artículos. Desde que
mi esposa trabaja, tiene menos tiempo para mí, y mantener la confianza en mí mismo es una lucha
continua.”

Igualmente, el nacimiento de los hijos puede reactivar en el padre el deseo de ser cuidado de
esa manera tan perfecta, así como también su desesperado anhelo de probar que ha renunciado a esos
deseos y que es independiente. El hecho de convertirse en padre también puede gatillar una lucha de
identidad en un hombre que, careciendo de modelos en el pasado, no tiene ninguna certeza acerca de
cómo ser padre estando presente para sus hijos.

Un ejecutivo de negocios me contó con orgullo lo involucrado que había estado en el


nacimiento de su hija. Pero habló tímidamente de lo traicionado que se sentía por el compromiso que

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su esposa seguía teniendo con su carrera de abogada, ahora que había nacido su primera hija. Durante
diez años habían compartido su tiempo libre. Ahora, con su esposa haciendo malabares entre su
práctica profesional y el cuidado de su hija, le parecía que “ella tiene tiempo para todo menos para mí”.
Extendiendo sus manos en un tímido gesto de embarazosa necesidad, exclamó: “El nuevo bebé está
bien, ¿pero qué pasa con el viejo bebé? ¡Yo!

Hay numerosas circunstancias de la vida adulta que nos hacen sentir infantiles –necesitados,
desamparados, sin poder para cambiar las cosas. En el proceso de crecimiento, los hombres tienen gran
dificultad para enfrentar la dependencia y la vulnerabilidad. En general, esto se debe a que nuestros
padres nos mostraron que esos sentimientos eran inaceptables, que para ser hombres exitosos, para
ganarnos su aprobación, lo que contaba era el resultado. Nuestra vulnerabilidad y dependencia
quedaron envueltas en una postura práctica, competente y centrada en lo que hacemos bien: nuestra
habilidad para tener logros en el mundo laboral.

Sin embargo, a pesar de nuestra seguridad en relación al trabajo, la incertidumbre abunda ahí
por igual. Gran parte de esa incertidumbre se refiere a la obligación de tener éxito profesional; en
nuestra parte esencial frente a la competitividad se produce un malestar que el trabajo estimula. Un
desconcertado oficial de Washington, director asociado de una poderosa agencia gubernamental, me
dijo consternado, después de una entrevista llena de exitosas y heroicas historias: “Tengo una gran
preocupación que me molesta… Cada día me siento más como una herramienta bien afilada para mi
jefe”. Hoy en día, muchos hombres se preguntan en qué medida su vida debe ser como la de su jefe o
mentor.

Obviamente, para una vida adulta sana, en esencia la capacidad de autonomía, independencia y
una identidad separada. Pero enfatizar esas cualidades en los niños, dificulta la lucha por la separación
del padre y de la madre. Debido a que no hemos sido capaces de alimentar las partes necesitadas y
vulnerables de nosotros mismos, y vivimos con un residuo de rabia y tristeza infantil, que a menudo
influye en nuestra relación adulta con nuestra esposa, hijos, jefe y con nuestros propios padres.

Antes, los hombres se protegían de los asuntos inconclusos con sus padres por la tradicional
división del trabajo. Pero aquellos que hemos vivido en las décadas en que el movimiento femenino se
ha convertido en una fuerza poderosa, hemos sufrido cambios sociales de proporciones épicas: el
movimiento claro y directo de las mujeres a posiciones de gran poder y, por otra parte, la mayor
participación de los hombres en la vida familiar. Al margen de si esto último es una realidad o no (la
evidencia sugiere que hay un pequeño movimiento en esa dirección), los hombres no están siendo
protegidos de aspectos de la vida que han debido reprimir o desvalorizar para poder crecer14. Hoy en
día, cuando la mujer sale a trabajar, cuando nace un hijo o cuando la familia se reorganiza después que
los hijos se van a la universidad, el hombre es menos capaz de abocarse a los roles sexuales y a las
expectativas tradicionales. A menudo se contacta nuevamente con sentimientos de desamparo e
impotencia que nos dominó completamente de niño, y es tomado por sorpresa, sintiendo a veces un
dolor que no es capaz de comprender.

La naturaleza volátil de esta situación es exacerbada por la desconfianza mutua entre los
sexos. Debido a que hoy los roles sexuales son cambiantes, hombres y mujeres se miran con recelo.
Muchas mujeres se impacientan cuando los hombres se resisten al cambio, sienten que ellos están
tratando de aferrarse a su poder o que su capacidad de intimidad es totalmente deficiente. Por otra
parte, los hombres se ponen a la defensiva, se sienten acusados y criticados por el movimiento

12
femenino. Algunos hombres tratan de esconder detrás de una coraza emocional la impotencia o
incompetencia que sienten. En muchos matrimonios actuales, ninguno de los esposos tiene mucha
paciencia con los miedos y angustias infantiles del otro, ya que ambos están tratando de desarrollar un
nuevo orden de trabajo familiar en su vida juntos.

Hoy en día, ambos sexos parecen compartir el siguiente estereotipo: los hombres son distantes
y desconectados, mientras que las mujeres son especialistas en relaciones humanas. Mucha gente cree
que a las mujeres les importa más el amor que los hombres. Sin embargo, esta división de los sexos
que establece que los hombres son racionales y las mujeres sentimentales, no es verdadera, es un mito
dañino y peligroso. El feminismo ha contribuido a la cultura, pero también ha producido una
idealización sutil de la mujer y una menos sutil denigración o incomprensión del hombre. Mi trabajo
con hombres me ha convencido que existe una vulnerabilidad masculina en las relaciones, que se
origina en las experiencias de separación y pérdida de la primera infancia. La clave para los asuntos
inconclusos de los hombres está en desenmarañar y dejar salir nuestra dolorosa y distorsionada falta de
identificación con nuestros padres.

Para comprender los conflictos del hombre adulto con el trabajo y la intimidad, debemos
comprender las experiencias del niño frente a sí mismo, las mujeres y los hombres, así como también
sus actuales relaciones como hombre adulto con sus padres de la infancia. Cada capítulo de este libro
identifica las diferentes vulnerabilidades y puntos de presión que sufren los hombres en su vida adulta,
en el trabajo y en el hogar, como producto de relaciones conflictivas con el padre y la madre.

Este libro también explora la lucha por la separación-individuación entre los hombres y sus
padres, no sólo en términos de las dificultades que tienen en conjunto al crecer, sino también en
términos de las formas simbólicas con que expresan sus asuntos inconclusos en sus carreras, a través de
sus mentores. En estos capítulos se dibuja una danza “de toda una vida” entre padre e hijo; estos
compañeros de baile parecen separados, pero están juntos, separándose, luego acercándose, a medida
que el baile evoluciona, se ve cómo sus acciones aparentemente independientes están en realidad
unidas por ritmos profundos. Al final examinaremos la familia adulta de los hombres, veremos cómo
el padre herido interno de cada hombre es activado –y a menudo sanado- por las esposas que trabajan,
por los embarazos tanto frustrados como exitosos y por la adquisición de un mayor compromiso como
padres.

Es posible sanar al padre herido interno. Los hombres no son víctimas pasivas; gran parte de
su deseo de involucrarse más con sus hijos o de convertirse en mentores en el trabajo, gran parte del
hambre de intimidad que muchos reconocen, es un intento de sanar la herida interna, para convertirse
en seres más confiables y nutrientes. Cuanto más aprendemos del ciclo de la vida adulta, encontramos
que hay más personas que reexperimentan situaciones de separación e individuación de los padres
durante la vida adulta. El Dr. George Vaillant, director del Grant Study, estudio longitudinal de
hombres de Harvard, concluye: “Una y otra vez a lo largo del estudio se repitió la lección: la infancia
no termina a los 21 años. Incluso estos hombres, que fueron elegidos por ser psicológicamente sanos,
continuaron durante las siguientes dos décadas en el proceso de desligarse de sus padres.”15

He hablado con muchos hombres y sé que tanto el trabajo como la familia pueden ser
experiencias sanadoras para ellos; especialmente las experiencias en torno a la crianza de los hijos, ya
que permiten liberar las fantasías opresoras que tuvieron durante la etapa de crecimiento. Pero hay
muchos hombres que siguen viviendo a través de sus esposas y jefes los problemas inconclusos.

13
Lograr sanar al padre herido es un proceso psicosocial que se descubre con el tiempo, al
explorar la propia historia, al probar un nuevo sentido del sí mismo y al comprender el complejo cruce
de corrientes que se produce en las familias. Los últimos capítulos exploran lo que significa para un
hombre adulto el proceso de sanación a través del trabajo y del hogar. Por cierto, también significa
tolerar esos sentimientos de rabia y necesidad que provocan la familia y el trabajo, sin tratar de
deshacerse rápidamente de ellos detrás de una postura de suficiencia o identidad masculinas.

El Padre Herido Interno

Hace varios años, en New Hampshire, vi a este niño pequeño dentro de mí Ocurrió en un
período en que me sentía estancado y frustrado en mi trabajo. A pesar del sol que había afuera, yo
estaba encerrado escribiendo un libro sin saber para qué. Tuve una sensación de hundimiento.
Caminaba sobre nieve de palabras, hundido hasta la rodilla, aburrido, con rabia y frustración.

Mi esposa observaba mi diario melodrama de frustración. Una mañana, tratando de alegrarme


la vida, sugirió que diéramos un paseo.

“No, no puedo. Quiero terminar este capítulo, Julie. No puedo perder tiempo”, contesté con
los dientes apretados.
“Bueno, ¿y cómo va?”.
“Horrible. Lo odio. ¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Por qué es tan difícil?”

Vi que por la cara de Julie se cruzó una expresión de pena, irritación y aburrimiento, el tipo de
mirada que pone la gente cuando ve que alguien que ama se está haciendo daño. De la misma forma.
Por enésima vez. Esta vez se descargo:

“Has dicho esto millones de veces, Sam. ¿Cuándo vas a escucharte a ti mismo? ¿Por qué no te
das un tiempo para pensar? No estás seguro de lo que quieres decir en ese libro, ni siquiera sabes si vas
por el camino correcto.

“Te comportas como un niño que va caminando por la calle, tirando su camión rojo lleno de
piedras, llorando y pidiendo ayuda”. Así como los niños recurren a la madre, los hombres recurren a
sus esposas en busca de cuidado para evitar tomar en serio su dolor. De niño iba donde mi madre con
mi dolor (sintiéndome avergonzado e inadecuado), nunca logré ir donde mi padre.

Aprecié la preocupación de Julie y decidí seguir su consejo y dejar de lado el libro. Al


identificar mis expectativas y mi juego, Julie terminó con él. Sentí vergüenza y rabia. Una voz interna
furiosa me gritó:
“¡Estás en deuda conmigo!”.
Este era el típico negocio entre hombres y mujeres: yo trabajo duro y sufro y tú serás
comprensiva, me reconfortarás y me darás seguridad. A veces la inhabilidad de los hombres para soltar
a la madre funciona como un premio de consuelo por la ausencia del padre.

Y, heme ahí, en ese hermoso campo en New Hampshire, sufriendo -¡y se suponía que ella
debía consolarme y no desafiarme para que creciera! No estaba representando su rol en mi obra de
teatro pasional.

14
Si mi rabia hubiera sido más fuerte, podría haber dicho: “Eres mujer, no puedes entender –no
puedes saber lo que significa ser hombre.”

Me viene a la mente una imagen de mi padre viendo televisión después de un duro día de
trabajo. Mi madre contenta, energética, mi padre abatido y sin posibilidad de hablar de ello. Después
de todo, él tenía gran éxito en su trabajo, pero la sensación de sentirse atrapado no era un tema
adecuado para conversar en familia, o al menos eso pensaba yo en ese momento.

Sentado en mi cabaña un día de verano, hace varios años atrás, descubrí impactado que, aún
cuando me daba rabia la tristeza e impotencia que reflejaba la cara de mi padre, esa parte suya también
estaba en mí. Y mi esposa me mostró esa parte mía atrapada y rabiosa que temía enfrentar.

En unas lejanas vacaciones cuando uno puede verse a sí mismo claramente, tropecé con una
aterradora verdad: me sentía incapaz de tomar el control de mi vida. Estaba convirtiendo a Julie en mi
madre, mientras yo me convertía en mi padre, o al menos en mi imagen de él. Vino a mi mente una
lección de John Updike, descrita en el viaje de Rabbit Angstrom hacia la vida adulta: el destino de los
hombres estadounidenses es seguir siendo niños chicos, sin lograr jamás liberarse del padre ni de la
madre.

Para que los hombres se sientan calificados, para que encuentran su identidad y para que
puedan funcionar con honestidad frente a sus esposas, hijos y exigencias laborales, es necesario sanar
al padre herido interno, versión enojada-triste de nosotros mismos que nos hace sentirnos incapaces de
amar y ser amados. Esto significa llegar a entender a esa persona tan distorsionada que nunca
conocimos lo suficiente: el padre. El capítulo siguiente explora la vulnerabilidad y puntos de presión
en la relación padre-hijo y sus consecuencias para la vida adulta de los hombres.

15
CAPÍTULO 1
DEUDAS SILENCIADAS:
LA LUCHA DE LOS HOMBRES PARA SEPARARSE DEL PADRE.

En un frío día de febrero, un analista de inversiones de 40 años, miembro de una prestigiosa


firma de Wall Street, me contaba acerca de su infancia y del rechazo que había sentido por parte de su
padre. Ambos eran graduados de Harvard. Estábamos en el living de su departamento de soltero en el
East Side de Nueva York. Hablaba con calma y fría objetividad acerca de dolorosas desilusiones.

Al poco rato, sus ojos se llenaron de lágrimas y se paró de la silla. Sin decir una palabra, salió
de la pieza y entró al baño que estaba al otro lado del pasillo. Luego volvió con los ojos rojos y
soñándose. No mencionó esta interrupción; igual podría haber salido de la pieza para contestar el
teléfono.
“Te sientes triste por la forma en que se dieron las cosas con tu padre”, me arriesgué a decir en
tono compasivo.
“Bueno”, dijo, limpiándose la nariz en un intento de alejar la angustia, “ya todo terminó, mi
padre murió hace cinco años”.
Su padre había muerto, pero no así su angustia y amargura. Como muchos hombres, este
economista tenía conflictos con su padre. Trataba de actuar como si su padre no tuviera ninguna
importancia, aunque su anhelo por ese hombre era expresado a través de sus lágrimas.

No todos los hombres recuerdan a sus padres como rechazantes. Algunos tienen recuerdos
heroicos. Un médico me describió con gran cariño a su padre disfrazado de George Washington en la
fiesta anual del 4 de julio de su pueblo; en el escritorio de su oficina tenía una foto enmarcada de uno
de esos eventos.

En las conversaciones con hombres acerca de sus padres, sobresale una cualidad misteriosa,
remota. Ya sea que lo describan como héroe, como villano o como cualquier otra cosa intermedia, la
mayoría de los hombres saben poco acerca de la vida interna de su padre, de lo que pensaba o sentía.
El primer hombre en nuestra vida: una criatura enigmática y prohibida.

Existe fuerte evidencia de que los padres permanecen psicológicamente como figuras muy
significativas para los hombres en la edad adulta. Los 30 y 40 son edades cruciales. El adulto joven
puede ser capaz de manejarse en la vida asumiendo que las cosas están “solucionadas” con el padre o
pensando que “quienquiera que sea mi padre, a mí no me importa”, pero a medida que se avanza a los
30 ó 40 años, la necesidad de reconectarse presiona más y más. El reencuadre de la imagen del padre,
la profundización de la relación, es parte del gran cambio en las motivaciones y valores que marcan la
edad mediana –lo que ha sido llamado “el segundo viaje” hacia la edad adulta. “Conocer al padre” –
comprender quién es él realmente, despojándolo de las distorsiones de la infancia – es la clave de la
habilidad que permite a todo hombre lograr esa identidad más rica que emerge con los años.

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En su artículo “Fathers and Sons: The Search for Reunion” (Padres e hijos: en busca del
encuentro), el psicólogo Zick Rubin identifica un tema muy importante para los hombres de edad
mediana en relación a sus padres: la búsqueda de una conexión más cercana, después de la distancia
que se ha producido durante la adolescencia y juventud adulta. Lo que impacta de informe de Rubin es
el bajo porcentaje de padres e hijos que logran esa conexión y la cantidad de hombres que sienten
“hambre de padre”.1

Parte de los obstáculos en este camino de reconciliación entre padre e hijo es el conflicto que
rodea la separación del padre. Así como el economista de ojos rojos, los hombres a menudo parecen,
por un lado, querer el amor de su padre, y por el otro, no quererlo y probar que se pueden arreglar sin
él. Creo que esto se debe a las dificultades que tienen los hijos en la infancia para comprender al padre,
a la desesperanza de poder solucionar las cosas o a expectativas muy altas entre ellos. Como en la
mayoría de los aspectos de nuestra vida, a menudo nos separamos de las figuras significativas,
distanciándonos de ellas sin trabajar esos intensos sentimientos encontrados.

Recientemente, un crítico de poesía masculina se sintió “muy conmovido por la poesía padre-
hijo”, pero demostró gran preocupación al referirse a un comentario de Yeats que la describe “no como
una poesía de insight y sabiduría, sino de anhelos y lamentos”2. Anhelo y lamento por el padre. Un
hijo escribe una “Carta al Padre Muerto” (“Letter to a Dead Father”) hace cinco años, pero el poeta está
“aún esperando escucharlo decir mi hijo, mi querido hijo”. Y en el silencio, lanza una cruel acusación
a su padre “¿Comprendes ahora que los padres/que no aman a sus hijos/ tienen hijos que no pueden
amar?”. Y termina el poema con una amarga renuncia: “No fue tu culpa/tampoco fue la mía/ yo
necesitaba / tu amor, pero me recuperé sin él / Ahora ya no necesito nada”.3

¿Qué significa vivir como adulto tratando de probar que “ya no necesito nada”, como dando
una lección de rabia al padre que también parecía incapaz de amar? La tristeza y el dolor inconclusos
del poeta están presentes aunque lo niegue.

Hablar de “culpa” es realmente un error. Padres e hijos están cazados en una trampa especial.
Dada la tradicional organización de las familias, las desconexiones e incomprensiones “normales”
pueden obsesionar a padre e hijos en su vida adulta.

* * *
La Rebelión del Kosher

Durante años mi padre fue para mí un peso pesado, una fuerza inamovible a la que no podía
aproximarme ni evitarla, presionando sobre mí con su tristeza lejana y juicio distante. Nuestra relación
parecía haberse congelado en algún momento, probablemente en la adolescencia. Cuando llegué a los
30 me casé, él seguía siendo inalcanzable. A menudo los hombres describen sus padres usando
términos de la naturaleza, como montañas, rocas u otros objetos inanimados, o bien con términos
relativos a la distancia, elevado, alto, imputando al viejo hombre un juicio de calidad, como en el ruego
de Dylan Thomas: “Y tú, mi padre, ahí en las tristes alturas, / Maldíceme, bendíceme ahora con tus
violentas lágrimas, te lo ruego.”4

Crecí en la década de los 50 en una familia que reflejaba su propia versión de la lucha
silenciosa y no reconocida en torno a los roles sexuales, la cual más tarde se expresaría en el
movimiento femenino. Recuerdo que esa lucha hizo irrupción la noche que mi madre arrojó los platos

17
del kosher y llevó camarones a la mesa. La rebelión del kosher, primero de mi madre y luego mía,
ocurrió durante mi adolescencia.

Mi familia comenzó siendo bastante tradicional con respecto a la religión. Eramos una familia
judía conservadora, más por parte de mi padre que de mi madre. Cumplir con el kosher significaba no
comer carne junto con la leche, no comer camarones, ni ostras, ni langostas, ni ningún marisco con
concha. Tampoco se podía comer cerdo, ni otras carnes que no hubieran sido sacrificadas a la manera
de los judíos. Las familias judías cumplían con estas complejas reglas en diferentes formas. En mi
familia se permitía comer carne no judía en restaurantes, excepto mariscos con concha y cerdo, que
estaban siempre prohibidos. La combinación de leche y carne nunca fue permitida en una misma
comida, ni en casa ni fuera de ella. Estas normas excluían las hamburguesas con queso, el jamón con
huevo y, lo más importante, la carne de ternera a la parmesana, plato que ocupaba un gran espacio en
mi menú psíquico.

A mediados de los años 50, mi madre comenzó a trabajar fuera de casa. Había escrito cuentos
con cierto éxito comercial, pero luego decidió que quería un trabajo más estable. Se especializó en
editar y doblar guiones de películas extranjeras en Nueva York, ganó prestigio y comenzó a aportar un
ingreso significativo para la familia. Luego ocurrió algo gracioso. Simultáneamente decidió que todo
el asunto del kosher era demasiado y que no seguiría cumpliendo con él. Antes de casarse, ella comía
camarones y langostas, y decidió hacerlo nuevamente. Comenzó comiendo disimuladamente
camarones en los restaurantes, tratando de no molestar a mi padre. Luego los compraba y los escondía
en el freezer y se los comía cuando estaba sola. Era un secreto. Nadie hablaba de esos paquetes que
había en el freezer. Mi hermano y yo no decíamos nada; mi padre tiene que haberlo sabido, pero jamás
lo dijo. Finalmente la resolución salió a la luz. Mi madre declaró simple y llanamente que comería
mariscos en casa y que no cumpliría más con el kosher.

¿Cómo reaccionó mi padre frente a esto? Como reaccionan muchos hombres cuando se ven
enfrentados a una crisis existencial de creencias o valores. Intentó dos estrategias masculinas básicas:
agredió y amenazó, y como eso no dio resultado, enmudeció amurrado. Al menos así fue como lo vi en
ese momento.

Como adolescente, todo este asunto me aterró. Hay que comprender que todo esto no ocurrió
el mismo día. Fue una lucha prolongada en la familia. A mi madre le costó años tener las agallas.
Siempre sentí que fue el dinero lo que la llevó a afirmarse en la relación. Después de llevar tocino a
casa, sintió que también podía llevar camarones. Cuando la rebelión explotó, mi hermano menor y yo
tuvimos que optar por apoyar a uno o a otro.

¡Qué ganas tenía de apoyar a mi madre! Especialmente cuando estaba en un restaurante


italiano, muriéndome por pedir ternera a la parmesana. Se me hacía agua la boca, podía sentir el sabor
del queso burbujeante encima de la carne. La fruta prohibida. ¿Qué debe hacer un pobre adolescente?
A los 14 años, habiendo hecho mi bar mitzvah, pedí ternera a la parmesana ahí frente a mi padre.

Estaba aterrorizado. Aún me transpiran las manos cuando me acuerdo. El Vesubio, un


elegante restaurante neoyorquino. Los cuatro Osherson absortos en sus menús. Mi padre estaba
sentado a mi derecha, mi madre al frente y mi hermano a mi izquierda. Finalmente, mi papá pide pollo
marsala y mi mamá camarones. Yo miraba fijamente el menú. ¿Debo seguirla en su rebeldía? ¿La

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vieja y aburrida berenjena o el suculento plato de ternera a la parmesana? ¿A qué lado del drama
familiar estoy?

El mozo se impacienta con su libreta en la mano, ignorando la agonía, la magnitud de la


decisión que tenía que tomar. Mi padre mueve la cabeza y me mira una vez, luego vuelve a su menú.
¡Ay, esa mirada suya! ¿Tendrá que parecer siempre un volcán en actividad?
“Ternera a la parmesana”, logré decir con voz ahogada, seguro de que mi padre se inclinaría
hacia mí para estrangularme. ¿Me salvaría el mozo sacándome a mi padre de encima? Sería una escena
horrible.
¿Y cómo reaccionó mi padre ante la traición de su hijo? No dijo ni hizo nada. El mozo anotó
la orden y yo me comí mi plato. Finalmente mi padre terminó aceptando el cambio, aceptó toda la
rebelión y nunca dijo una palabra acerca de la ternera y el queso –ni esa noche ni nunca.

Fue sencillo, pensé. Durante años mi madre fue para mí la persona fuerte de la familia, que
ayudó a mi padre a liberarse. Después de todo, su manía del kosher era una forma de mantenerse
ligado a sus padres; lo sentía como una obligación. Con esto, mi madre estaba diciendo: “Yo quiero
participar en la decisión de cómo debemos vivir”, y también le estaba diciendo a mi padre que no todo
debe estar ligado al pasado. Le estaba dando la posibilidad de salir de su prisión, abriéndole una
ventana a una mayor libertad en su vida. Ella extendió su visión estrecha, excesivamente responsable y
ordenada de las cosas. De esta manera, también lo liberó en otros aspectos –en su carrera, por ejemplo.
Mi padre se sentía atrapado y frustrado en el negocio familiar, que mantenía en parte como una
obligación hacia sus padres inmigrantes muertos hace mucho tiempo. La rebeldía de mi madre lo
ayudó a examinar la extensión de sus propias cadenas. Finalmente abandonó el negocio familiar y
tomó algunas otras decisiones liberadoras. ¿Habría sido capaz de hacer esto si la familia se hubiera
quedado para siempre metida en la esclavitud del kosher? Tuvo una esposa que se atrevió a correr
algunos riesgos, que se consiguió un trabajo que le gustaba, creo que su ejemplo le sirvió mucho.

Aún creo eso, y respeto mucho a mis padres por la forma cariñosa y responsable con que han
manejado sus problemas manteniendo un matrimonio vibrante. Sin embargo, esa comida en el Vesubio
me persiguió durante años. Mi madre parecía ser un modelo de adulto mucho más atractivo. Era
optimista, vital, energética, y no estaba lastimeramente atada al pasado. Muy bien –aparentemente, las
mujeres tenían lo que yo quería, ¿y qué ofrecía papá? Reglas, reglas y más reglas. Mamá al menos
ofrecía ternera a la parmesana.

Durante mucho tiempo pensé que no tenía realmente un padre y traté de llenar ese vacío en la
forma tradicionalmente adecuada, con padres sustitutos: mi profesión, Harvard, mi empleador, mi jefe.
Así actúa alguien cuando siente que la verdadera persona que necesita para solucionar sus cosas es
inalcanzable o prohibida. Busca un sustituto.

La distancia que traté de poner entre mi padre y yo no funcionó. Finalmente reconocí que su
imagen estaba dentro de mí. Llevaba una versión triste, lastimera y crítica de mi padre. A veces, en
realidad, muchas veces actué igual que él: rígido, crítico, lejano. Me descubrí buscando en textos de
psicología una buena definición de introyección, un proceso psicológico mediante el cual incorporamos
figuras conflictivas, tragándolas enteras de manera distorsionada antes que identificándonos con partes
de ellas en una forma personalmente más satisfactoria.

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En nuestra silenciosa danza masculina aprendí poco de la vida interna de mi padre. ¿Cómo
hubiera podido hacerlo? El y yo estábamos encerrados en un patrón familiar que podemos llamar
negación protectora, donde madre e hijos se unen para “proteger” al padre de los temas familiares
emocionalmente difíciles, negando además que la familia haya aislado e infantilizado a papá. Entonces
uno recurre a la madre para tener información y pedir explicaciones, confirmando que el trabajo
“femenino” es ser el conmutador emocional de la familia. La vulnerabilidad del padre se convierte en
un tabú, tema temible en este sistema.

Solo años más tarde vi la culpa contra la que él luchaba, la pasión silenciosa: sentía que estaba
defraudando a sus padres. No lograba mantener a su familia en línea en torno a las creencias y valores
esenciales tanto a su juicio como al de sus padres: ser un judío bueno, ortodoxo, fiel. Y probablemente
se sentía traicionado por todos nosotros, especialmente por su esposa. El pensó que todo estaba claro
cuando se casaron: ella mantendría una casa limpia de acuerdo al kosher, él tendría buenos ingresos
para vivir. Ahora ella estaba cambiando las reglas acerca de algo que para él era un artículo de fe.

Cuando recuerdo la rebelión del kosher, me duele darme cuenta de la imagen ridícula,
inalcanzable e inamovible que tenía de mi padre. ¿Por qué insistió en esas reglas que tenían tan poco
sentido? El no podía explicar por que teníamos que mantener el kosher, salvo por el hecho de que
Moisés lo había decretado importante hace dos mil años. Mi padre no podía decir que esto tenía que
ver con el amor, ni con mantener vivas las tradiciones familiares. Para él, tal vez, una esposa con ideas
propias significaba la muerte del padre que él estaba tratando de mantener vivo.

Su dilema es comprensible si consideramos que los hombres muestran su amor


simbólicamente, a través de su conducta y no de sus palabras. “No me digas que me amas,
demuéstramelo” fue una frase favorita de esa generación. Tales imperativos despojan a los hombres de
la posibilidad de expresar verbal y emocionalmente su amor. En vez de eso, es nuestra conducta la que
debe enviar el mensaje; nos vemos atrapados teniendo que ejecutar proezas como señales de nuestro
amor. Entonces muchos hombres se convierten en iracundos cautivos de opciones que no son
satisfactorias para ellos, pero que constituyen la única forma de demostrar su amor a sus padres y a su
familia.

Es así como mi padre no podía darnos una explicación ni separarse de sus padres. Y yo, en
plena adolescencia, no iba a preguntarle cuál era su problema. En cambio, se identificó con una
polvorienta capa de reglas, porosidad, falsedad y una vulnerabilidad de la cual no se podía hablar. Era
algo molesto, ridículo, heroico y exigente a la vez. Durante algún tiempo, ésta fue la base de mi
relación con los demás hombres y con las figuras de autoridad.

El Padre Herido

El padre herido es el sentido interno de masculinidad que los hombres llevan dentro. Es la
imagen interna del padre que, dependiendo de la relación que hayan tenido, puede ser crítica y rabiosa
o necesitada y vulnerable. Cuando un hombre dice que no puede querer a sus hijos porque a él no lo
quisieron lo suficiente, es el padre herido con quien está luchando.

Hay tres aspectos de nuestra imagen del padre herido, unidos pero separables. El hijo puede
recordar al padre como herido, con profunda tristeza, incompetencia o rabia, dominando éstas su
imagen de hombre. También puede recordar al padre como provocando heridas, evocando la pérdida y

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los sentimientos de necesidad que sentía al ser rechazado o sentirse desilusionado del padre. Y en tercer
lugar, el hijo puede introyectar e internalizar imágenes y recuerdos distorsionados o idealizados del
padre, mientras lucha por sintetizar su identidad como hombre.

Consideremos el siguiente ejemplo. Un biólogo de edad mediana me contó con cierta


frustración de un intento por acercarse a su padre después de estar casado y con hijos. Invitó a su padre
a comer a su casa, pero éste se sentó en silencio y tenso entre su nuera y sus nietos. La escena le
recordó al biólogo la actitud periférica que tenía su padre cuando él era niño. “No era un hombre con
el que resultara fácil conversar –hice varios intentos y fui rechazado”. Al recordar la muerte de su
padre, presenta una imagen herida de él:

“Fue bastante penoso cuando mi padre murió a los 70 años. Me sentí verdaderamente
desolado, porque nunca lo conocí realmente. El jamás, jamás perdió el control. Tenía que imaginarme
lo que él sentía, escuchar entre líneas. Y le tenía mucha lástima. Pero el sentimiento principal fue de
una pérdida terrible, porque nunca llegué a conocerlo. Dudo que alguien lo haya logrado”.

Este hombre describe primero a su padre como herido, silencioso, lejano y excluido de la
familia. “Le tenía mucha lástima”. Sin embargo, el padre también hiere al hijo, el biólogo nos dice
que “el sentimiento principal fue de una pérdida terrible”. Esa es la necesidad y el lamento del hijo por
el padre. Y, finalmente, el padre herido yace en el sentido de masculinidad que este científico
internalizó, basado en la imagen distante y controlada que el padre demostraba en el hogar. Luchó a lo
largo de su vida con la idea de que el rol adecuado de un hombre adulto consiste solo en ser un distante
proveedor y una figura autoritaria. “El síndrome completo del padre-dios, como si hubiera sido puesto
en la tierra sólo para imponer normas disciplinarias.”

El Padre Herido como Error de Identificación

El padre herido, internalizado, se basa en la experiencia que tiene el hijo acerca del padre, una
mezcla de fantasía y realidad, que no siempre corresponde a lo que el padre era realmente, ni a lo que
exactamente ocurría en la familia. No estamos hablando de realidad literal. Para comprender esto
debemos examinar el impacto psicológico que se produce en el hijo a raíz del padre ausente.

Todos enfrentamos una doble lucha de separación: de la madre y del padre. En nada ayuda
sostener que los problemas de separación se relacionan más con uno de los padres. Es obvio que todos
tratamos de comprender la realidad de ambos padres, y el clima familiar en el que crecemos es obra de
todos los participantes y no de uno solo. Sin embargo, hay problemas específicos de cada uno. La
ausencia, física o más comúnmente psicológica, complica la relación padre-hijo.

Cuando una persona está ausente, ya sea física o psicológicamente, es necesario explicar por
qué no está. La ausencia del padre proporciona un terreno fértil para que el hijo tenga imágenes
erradas de él. Es crucial que el hijo comprenda la ausencia del padre. Aquí es donde los hijos
comienzan a idealizar o denigrar al padre, identificándose equivocadamente con él y luchando al
mismo tiempo con la vergüenza y la culpa.

La fundamental vulnerabilidad masculina basada en la experiencia del padre reside en nuestras


fantasías y mitos para explicarnos por qué él no está. Para el hijo, esto constituye una falta de
comprensión, generalmente inconsciente y a menudo aterradora, que mutila su propio sentido de

21
masculinidad. El hijo puede vivenciar la preocupación del padre por el trabajo o la indisponibilidad
emocional en el hogar como su propia falta. El padre no presta atención a su hijo por algo que éste
hizo. El hijo puede no sentirse lo suficientemente bueno como hombre frente a este padre exitoso y
poderoso que no tiene tiempo para él. O puede percibir en el padre una secreta debilidad, sintiendo que
es menos que un hombre –y tomar la determinación de evitar el mismo destino. Muchos de los
hombres que he entrevistado llevan consigo, por una parte, el sentimiento de haber traicionado a su
padre, y por la otra, el de sentirse traicionados por él.

Debido a la separación emocional entre padres e hijos, no es fácil desenredar estas


equivocaciones. Numerosos estudios indican que el padre pasa relativamente poco tiempo en contacto
cercano y tranquilo con sus hijos. Los investigadores familiares Rebelsky y Hanks establecieron que
un padre pasa un promedio de 37 segundos al día interactuando con sus hijos en los primeros 3 meses
de vida. Pedersen y Robson encontraron un promedio de casi 1 hora al día de juego directo entre el
padre e hijos de 9 meses, incluyendo el tiempo que pasaban juntos el fin de semana.5 La pauta se
mantiene a medida que los hijos crecen.

Nuestros padres trabajaron duro. No es que no amaran a sus hijos, pero su amor se expresaba
a la distancia. En una revista dirigida a los padres, James Carroll destaca lo siguiente: “La maldición
de la paternidad es la distancia, y los buenos padres se pasan la vida tratando de superarla.”6 El amor de
los padres fue claramente resumido por un intrigado padre que entrevistó el profesor Zick Rubin. Este
hombre no podía entender el resentimiento de su hijo por la falta de afecto entre ellos, ya que “si el
afecto se puede interpretar por lo que uno hace, entonces pienso que soy una persona afectiva”7

Nuestros padres nos amaron; trabajaron duro, nos mantuvieron, estaban fuera de la familia en
muchos aspectos, y en su hacer silencioso se encontraba la expresión de su amor. Tradicionalmente,
así es como los hombres expresan el amor: ejecutando, siendo prácticos y mostrando su preocupación
al proteger y proveer. Pero al hijo esto le crea problemas para llegar a conocer a su padre, y a los
demás hombres, como personas reales. ¿Cómo maneja papá el fracaso, el éxito, el conflicto de una
elección, los deseos ambivalentes y los sueños en su vida? ¿Cómo es con su esposa y con las otras
mujeres? El hijo debe elaborar las respuestas a estas preguntas, contando sólo con sutiles claves y
chispazos acerca de lo que su padre siente y piensa.

Esto no es novedoso; hay mucha literatura respecto al problema del padre ausente. ¿Pero
cuáles son las consecuencias para el adulto de hoy que tuvo en su infancia una relación distante con su
padre?
En primer lugar, descubrimos que muchos hombres llevan consigo la imagen del padre que
tenían en la infancia. Estas imágenes son como dibujos animados, dan una visión del padre construida
al mirar a una persona desde lejos. Lo impresionante es que a menudo los padres en estos dibujos
animados están enojados o desilusionados. Son imágenes que un niño puede construir en torno a una
figura mayor, grande, intimidadora y confusa. Aparentemente ocurren en algún momento clave cuando
la relación está atascada o congelada –la pubertad, la adolescencia y la primera infancia son puntos
clave de tensión.

Un terapeuta que trabaja con padres e hijos adultos, comenta riéndose que a menudo los
hombres describen a los padres más grandes de lo que en realidad son.
“¿El Gran Al? ¿Quieres que venga el Gran Al?”, me pregunta un hombre después de trabajar
los conflictos que ha tenido con su padre. Su voz suena temblorosa y extraña.

22
“Y aparece el Gran Al en mi consulta, y resulta ser un hombrecito pequeño y gentil de 85
años. Pero el padre de la infancia sigue viviendo en la mente de estos hombres”.

Este problema se da con ambos padres. Hay muchos desencuentros entre hijos y madres,
muchas pasiones y tensiones que distorsionan la relación. Sin embargo, en general me ha
impresionado la cantidad de hombres que reconocen haber sido capaces de niños de hablar con sus
madres pero no con sus padres. Esto continúa siendo así a lo largo de sus vidas. En varios estudios,
hombres y mujeres declaran tener una relación más cercana con sus madres. Komarovsky, en sus
trabajos hechos en el Ivy League College con alumnos de los años 70, descubrió que éstos hablaban
más de sí mismos con sus madres que con sus padres y estaban más satisfechos con la relación con la
madre. Los alumnos se quejaban que los padres eran fríos y desinteresados, recibiendo muy poco de
ellos.8 Como veremos más adelante, los hombres reconocen que son capaces de probar los límites y la
realidad con sus madres, pero aparecen incapaces de hacerlo con sus padres. Emociones exageradas se
asocian con el padre: rabia, tristeza, necesidad, miradas o juicios críticos se convierten en los ladrillos
sobre los que se construye la experiencia del padre.

A continuación se describen algunas variaciones del padre herido que los hombres llevan
dentro, y sus consecuencias para la vida adulta de los hijos.

El siempre Sufrido Padre

El actual Gobernador de Nueva York, Mario Cuomo, nos da una impactante descripción de un
padre sufrido, que es una de las formas en que lo puede ver un niño. Cuomo pensó frecuentemente en
su padre durante su amarga y difícil campaña electoral. En un momento, recuerda:

“Sólo lo conocía como una persona que trabajaba 24 horas diarias. Nunca o rara vez,
nos sentábamos a comer –los días feriados, en los últimos años. Jamás me llevó a
pasear. Jamás conversó conmigo de hombre a hombre. Nunca lo vi relajado – solo
años más tarde cuando había de cerrar la tienda los domingos en la mañana después
de las 10… Lo recuerdo como una persona afectiva, pero jamás me abrazó. Daba la
sensación de no tener grandes sentimientos hacia los demás. Lo veía como proveedor,
cosa que hacía con gran esfuerzo. Nunca hacía algo para él –nunca se compraba
nada, nunca de divertía… De esta manera, la abrumadora impresión que teníamos
era que este hombre nos estaba ofreciendo su vida: no tenía que abrazarnos”9

Cuomo nos presenta aquí a un padre “idealizado”, para quien el sacrificio personal y el trabajo
duro son los principales componentes de la identidad masculina. Esta imagen idealizada se construye
en gran medida a partir de las fantasías que tiene el hijo acerca de él. Para algunos hijos, el padre
herido reside en la expectativa de tener que vivir de acuerdo a los sacrificios que hizo el padre: dio
tanto por mí, ahora debo pagarle siendo como él o justificando su tristeza, su carga. No hacerlo
significa no cumplir con él y ver nuevamente frente a mí su mirada triste y sufrida. Algunos hombres
tratan de huir de las exigencias de ese padre herido, sintiéndose incapaces de cumplir con las
expectativas; otros tratan de vivir de acuerdo a ellas y se convierten en el padre sacrificado que vieron
en su niñez.

Desde el punto de vista del hijo adolescente, el hecho de tener un padre que le ofrece su vida,
significa un regalo que prácticamente es imposible rechazar. La magnitud de ese regalo dificulta que

23
aparezcan otros temas tales como: “¿Papá, qué estás sintiendo? ¿Por qué trabajas tanto? ¿Qué esperas
de mí? ¿Por qué me siento con rabia y sobrecargado por ti?” –todas éstas son preguntas existenciales
que normalmente se plantean no sólo los adolescentes sino también los hijos más pequeños, y que
deben ser contestadas a medida que crecen. Para llenar el vacío, muchos hijos recurren a la fantasía,
desarrollando inconscientemente explicaciones acerca de por qué el padre y la relación son como son.
Un hijo inconscientemente puede sentir que sacó a su padre del hogar, ganando así la batalla edípica –
sólo mamá y yo estamos en casa, mientras papá está trabajando afuera. Estas “victorias” son
terroríficas y llevan a algunos hombres a trabajar duro para vivir según la imagen del padre y evitar así
su ira imaginaria o real.

Un hijo que crece viendo sufrir al padre, puede llegar a considerar que el sufrimiento y el
encierro son el destino masculino. El padre jamás escapó: trabajó duro, y ésa se convierte también en
la tarea del hijo. Ser un buen hijo significa trabajar duro y sufrir como papá. No hacerlo significa
abandonar al padre. Resulta difícil liberarse y compartir la felicidad como adulto cuando el padre ha
sido infeliz y sufrido. Podemos llegar a identificarnos con un padre profundamente infeliz, demasiado
“bueno” para caer en el egoísmo de ser feliz. En el mundo laboral, el amor y el sufrimiento se
confunden. Esta es la versión masculina de algo que con frecuencia se considera característico de la
dinámica femenina: amar significa sufrir.

El Padre Santo o Heroico

El ir y venir del padre puede ser algo especialmente atractivo para el hijo joven; el mundo de
su padre, de la familia, puede parecer banal y estrecho comparado con las historias que le escucha a su
padre acerca del intrigante mundo del trabajo y de los “negocios de hombres”. Los roles familiares
tradicionales estimulan la idealización de papá y la desvalorización de mamá, porque en algunas
familias, papá, por cuenta de su carrera fuera de casa, aporta novedades y entretención a la familia a su
regreso al final del día. El hijo adulto siente que jamás podría llegar a ser como su heroico padre a
menos que él también sea idealizado –visto como héroe- dentro de su familia. Puede querer aparecer
frente a su esposa e hijos como “el Caballero de la Armadura Brillante” con la misma aparente libertad
que tenía su padre para ir y venir a su antojo, con importantes negocios y otros asuntos.10 Sus
excesivas expectativas de adoración por parte de su familia pueden dejarlo muy vulnerable cuando
trate de asumir el rol paterno realista y comprometido, a través del cual sus hijos pueden tanto
admirarlo como criticarlo por ser humano. Uno de los hombres con que conversé, que había asumido
una gran responsabilidad en el cuidado y educación de sus hijos, me contó lo mal que se había sentido
al recordar los éxitos de su padre como oficial de ejército, llegando a casa rebosante de historias de
“misiones” y logros; el hecho de no imitar esta visión de masculinidad lo hacía sentirse a veces como
un débil niño chico.

En conversaciones con hombres, escuchamos que tradicionalmente los hijos aprenden muy
poco de la vida interna de sus padres –de sus sentimientos, pensamientos, o de la incomodidad que
sienten frente a la lucha con sus inseguridades como adultos. Algunos hombres saben poco de las
verdaderas expectativas y sentimientos de sus padres o acerca de cómo enfrentaron los problemas
normales de la vida: mujeres, envejecimiento, vicisitudes del poder, frustraciones. Al enfrentar como
adultos estas preguntas tan comunes, algunos hombres quedan con una sensación de vacío u orfandad.
Entonces no resulta sorprendente que muchos de nosotros nos dediquemos a trabajar y prefiramos
tener nuestra mente ocupada en “algo”.

24
El Padre Secretamente Vulnerable

Es verdad que muchos hombres tienen imágenes positivas, incluso heroicas, de sus padres.
Pero al describir a estos padres exitosos, de mundo, con frecuencia sorprende encontrar una nota
compensatoria, como si estuvieran al tanto de alguna secreta debilidad del padre que para el hijo fuera
intolerable de ver o imaginar. Esto también viene de la estructura familiar tradicional y del lugar que
el padre ocupa en ella. La familia tradicional, por una parte, glorifica al padre, pero por la otra,
degrada y socava el sentido de masculinidad del hijo.

Un ejecutivo de banco decidió que la mejor manera de hablar de su padre era comparándolo
con Paul Bunyan, un héroe de folklore estadounidense. Describió a su padre con reverencia, sentado
en la terraza de su casa de verano en Maine, contando sus increíbles hazañas de inteligencia realizadas
para la Oficina de Servicios Estratégicos durante la Segunda Guerra Mundial. El hálito de sabiduría y
la fuerza del carácter de su padre maravillaron con temor al ejecutivo. Un padre al que jamás podría
igualar, obsesionado con la pregunta: “¿Llegaré a ser tan exitoso como él?”. El padre herido del
ejecutivo reside en la imagen de un padre secretamente vulnerable. Más tarde, él mismo dio la clave al
hablar de su madre: “Ella lo cuestionaba permanentemente siempre estaba jodiéndolo, nunca la
perdonaré por eso”. Este gran hombre no podía imponerse en su familia, y su hijo, ahora casado,
circula por el mundo con una rabia peligrosa hacia las mujeres. El trata de evitar el destino de su padre
al asegurarme a mí, y por lo tanto a sí mismo, que “en mi familia, yo tomo las decisiones”.

El rol tradicional del padre en la familia comunicaba secretamente una sensación de debilidad
a los hijos, lo que hoy en día constituye la base de padre herido interno de los hombres. El convenio
tradicional establecido por nuestros padres era que la mujer se ocupara de la parte afectiva, expresiva
de la familia, y que el esposo fuera el proveedor financiero y material. El se encarga del mundo real,
ella del mundo emocional. Este arreglo da a las madres un enorme poder en la familia. Se convierten
en el “conmutador afectivo”, en el centro de la comunicación; los niños preguntan a la madre cómo
manejarse con el padre, mientras éste llega a depender de ella para saber lo que ocurre cuando él no
está y para saber más del mundo familiar.

A medida que los hijos crecen, el padre puede ser empujado aún más a la periferia de la
familia. Aquí es cuando el patrón de “negación protectora” se convierte en algo particularmente
destructivo para los hijos, ya que su visión del padre pasa a ser moldeada en gran medida por la madre.
Los profesores Michael Farell y Stanley Rosenberg, de Dartmouth, escriben acerca de este patrón en su
libro Men at Midlife (Los hombres en la edad mediana):

Madres e hijos con frecuencia forman alianzas secretas –engañando,


riéndose y simultáneamente protegiendo al padre. La esposa reconoce el esfuerzo
del marido por mantener una autoimagen de patriarca. Ella trata de evitar
cualquier confrontación que menoscabe esa creencia de que él controla la familia y
que cuenta con el apoyo y respeto de todos. De esta manera, la relación se enreda
en una trama de engaño11.

Algunos hombres pueden llegar a tener ideas pavorosas y degradantes de sus padres. Un
químico, con rabia y asustado de las mujeres, inseguro de sus propias capacidades como padre y
esposo, me contó lo siguiente acerca de sus padres:

25
“Crecí sintiendo disgusto por mi padre, a veces odio. Con desagrado y desconfianza, me
preguntaba qué tipo de persona era él, y más tarde me di cuenta que todo esto era producto de lo que
mi madre me había dicho de él. No exactamente dicho, sino más bien insinuado. Ella había logrado
que mi padre rompiera con algunas amistades que tenía desde muy joven, y yo intuía que era porque
tenían ciertas características homosexuales o algo así. Quizás ella no pretendió poner eso en mi
cabeza, pero ése fue el resultado –no era bueno que los amigos de un hombre tuvieran tanta
importancia para él. Su familia era quien lo necesitaba. Y de niño yo pensaba lo mismo.”

Al parecer, le preocupaba más la identidad sexual que la amistad. Qué terrible es tener dudas
respecto a la sexualidad del padre. Le pregunté si alguna vez había sentido rabia de no poder contar
con su padre.
“¡No! Era mi madre la que tenía rabia y ella hablaba mucho conmigo”.
Insistí, diciendo: “Pensé que estabas de acuerdo con ella”. Y aquí su rabia se desató:
“Bueno, sí, mi madre me contó, ¡a quién se supone que debe creerle un niño! Creía que en
realidad él se aprovechaba de ella, que él abusaba. ¿Te basta?”

De esta manera, dependiendo de su madre para comprender a su padre, se sentía furioso y


avergonzado de su relación con ella. Esa rabia lo persiguió a través de los 20, los 30 y los 40 años.
Llevaba una imagen “herida” del padre. Como muchos hombres, tuvo que “leer entre líneas” para
entender el cuadro. El “padre herido” interno de este hombre reside en su experiencia personal
amenazadora de sentir a su padre como “menos que un hombre” (¿significaba eso que él también era
menos?), y en la imagen crítica del padre que se siente excluido del estrecho lazo entre su hijo y su
esposa. A partir del miedo de un padre débil y vulnerable, este hombre construyó un padre castigador
y amenazante. Esos miedos lo llevaron a tener que hacer grandes esfuerzos para cumplir con sus
responsabilidades de hombre en su familia, pero teniendo al mismo tiempo el temor de que algo
estuviera “mal” en él. Lo que su madre realmente le dijo de su padre, no lo sabe ni él ni nosotros;
estaba respondiendo a insinuaciones, a tonos de voz. Su madre puede haber expresado alguna oculta
frustración sexual o envidia y resentimientos propios de una esposa cuyo marido valora más sus
amistades que su matrimonio. Sin embargo, el resultado es ilustrativo de lo que ocurre con muchos
hijos en matrimonios tradicionales: aprenden a conocer a su padre a través de su madre, absorbiendo
una imagen distorsionada del padre y de la masculinidad.

A veces los hijos se convierten en el compañero ideal o sustituto para sus padres. Muchos
hijos se han convertido en perfectos “maridos” para las madres frustradas por sus esposos,
especialmente cuado se le dio voz a esa frustración a través del movimiento femenino de los años 60.
Los hijos se convierten en aliados inadecuados de sus madres en la lucha por los roles familiares y el
poder conyugal. Sin embargo, debemos prestar atención a los errores de interpretación y fantasías del
hijo acerca de lo que ocurre, y no poner el letrero de “culpable” en la puerta de ninguna persona.

La corriente subterránea de la vulnerabilidad masculina –la sensación de que algo no funciona


con el padre y que nunca fue discutido –que el hijo absorbe en la niñez, puede convertirse en un tema
tabú en los hijos adultos. Según el mito, nuestros padres eran exitosos y poderosos en el mundo real.
Pero en casa, nos parecían necesitados y vulnerables en relación a algo de lo cual no se podía hablar.
Ese padre herido en nuestra propia historia, convierte el tema de la vulnerabilidad masculina en algo
que parece peligroso. Guardamos el secreto de sentir a nuestro padre débil y necesitado, y tal vez
nosotros somos la causa -¿no tendré yo también la misma enfermedad? No nos sentimos cómodos con
las necesidades emocionales, ni con la vulnerabilidad de otros hombres, porque nos recuerdan al padre

26
que nunca pudimos ayudar o nuestras propias necesidades, frente a las cuales fuimos abandonados por
nuestro padre.

Al llegar a la edad adulta, a muchos hombres les desagrada el recuerdo de su padre


envejeciendo. Al ver que sus padres nunca aceptaron el hecho de envejecer, con la consiguiente
pérdida de poder y potencia, les aterra tener el mismo destino –el comportamiento adulto de hombres
que tratan de negar que están envejeciendo, que tratan desesperadamente de aferrarse a un frágil
sentido de poder. Estos sentimientos se relacionan con la forma en que sus padres manejaron su propia
vejez.

Ser padre también puede generar cosas como éstas. Un hombre contó acerca de la dificultad
de tener que llegar a casa a jugar con sus hijos, lo que los psicólogos llaman “regresión adaptativa”, al
referirse despectivamente al padre como “el hijo menor de la casa”. Este hombre estaba decidido a
evitar ese destino, aún cuando ello significara renunciar a entrar libremente al mundo de sus hijos. El
poeta Wallace Stevens dijo: “Puede ser que una vida sea el castigo / Para otra, como la vida del hijo
para la del padre.”12

Debido a la secreta debilidad de nuestros padres, la familia puede convertirse en un lugar muy
incómodo para los hijos mayores, un terreno donde el padre nunca manejó realmente las cosas. Pasó
del heroísmo externo a la tristeza y vulnerabilidad dentro del hogar. No sólo los hijos mayores luchan
con un sentimiento de no saber comportarse como hombres, sino que también hay una sombra
emocional sobre toda la familia –es un lugar donde los hombres se convierten en seres débiles, en
niños necesitados.

Es fácil subestimar los poderes mágicos que los hombres atribuyen a las mujeres. Ellas son
expertas en lo interpersonal, en el mundo de los sentimientos. Si las mujeres tienen el poder de
convertir a los hombres en seres débiles, se puede tomar la determinación de evitar ser vulnerable
frente a la esposa. A medida que la familia se hace más compleja, el hombre puede sentirse atrapado
en innumerables miedos. Un psiquiatra de 35 años habló abiertamente de “la llegada a casa después
del trabajo; entrar por la puerta principal y sentir realmente temor de la parte de atrás de la casa, la
cocina, donde podía oír a mi esposa cocinando y a los niños jugando; sentía que me tragarían”. El
patrón familiar tradicional puede producir una imagen herida de la madre y las mujeres, al igual que
del padre y la masculinidad. Así como el niño puede llegar a detestar la secreta debilidad del padre,
también puede temer el secreto poder de la madre.

Los hombres que han crecido viendo padres débiles y madres fuertes, pueden interpretar que
la dinámica madre-padre significa que las mujeres son peligrosas, castradoras y destructivas. El hijo
puede no ser atraído por las cualidades femeninas. Puede llegar a temer lo que él ve como femenino,
ya que destruye a los hombres, los hace débiles, necesitados y desamparados. Entonces el hijo puede
culpar a la madre por el sentido de pérdida que tiene por la ausencia de su padre, o puede ver a éste
como víctima, demasiado “bueno” o “moralista” para luchar en contra de lo que el hijo puede
interpretar como el deseo injusto de la mujer por dominar al marido. Como adultos, estos hombres
necesitarán dominar a sus esposas, domarlas, desarmarlas antes de que descarguen su poder en el
hogar. En esos matrimonios, el marido trata a la esposa casi como a una niñita, enfatizando sus
vulnerabilidades y la necesidad de cuidarla, en contraste con la competencia, empuje e independencia
de su mundo real.

27
El Padre Enojado

Muchos hombres llevan consigo un padre enojado, crítico. Sentimos que nuestro padre interno
está desilusionado de nosotros. Imaginamos que la autoridad masculina es fácilmente provocada,
estallando en ira, y que en sí misma es básicamente iracunda y violenta. El tema del padre enojado
refleja la tensión entre padres e hijos mayores que se sienten rivales y con pocas posibilidades de sanar
su relación.

Para algunos hombres, el padre enojado y hostil puede reflejar la fantasía del hijo al sentirse
responsable de haber dañado o herido al padre. El químico antes citado, por ejemplo, me contó que a
veces sentía “que me había casado con mi madre, yo era su esposo”. En otras palabras, sentía que
había reemplazado a su padre.

Otros sintieron el rechazo de su padre o el de ellos hacia él. Un pintor de 45 años, ahora
divorciado (al igual que sus padres), ofrece una versión extrema del terrible sentido de traición con que
los hombres llegan a la vida adulta:

“Cuando tenía 7 años era muy unido a mi madre. El día de mi cumpleaños llegué a casa
esperando ver a mi padre, pero él no estaba. Se suponía que traería regalos, todos nos desilusionamos.
Vivíamos en un lugar aislado. Era invierno. Se había acabado el petróleo y no teníamos calefacción,
mi padre no había pagado la cuenta. Su ausencia era muy notoria.

“Sentí mucho odio hacia él, una gran desilusión. Deseé que no volviera más. No llegó esa
noche; tampoco la mañana siguiente. Mi madre trataba de sacar ventaja de esto. Estaba secretamente
feliz y yo la apoyaba. En la tarde oímos en la radio que mi padre había sufrido un accidente en su auto
durante una tormenta de hielo. Se quebró una cadera. Era impactante verlo en el hospital totalmente
inmovilizado. Sentí que yo le había hecho esto en forma mágica. Sentí mucha culpa, y después
mucho temor a mi padre en mi etapa de crecimiento”.

Inconscientemente imaginamos que el padre se vengará debido a nuestra traición. El pintor


temía a su padre y empezó a inventar cuentos para explicar sus continuas ausencias de este desavenido
matrimonio: el gran hombre (era banquero) partía en largos viajes de negocios, realizando grandes
cosas. Y la típica defensa de un hijo: para el padre, el hogar puede ser un desastre, pero el trabajo le da
un sentido de grandeza que lo redime. Y de tal palo, tal astilla.13 Sin embargo, el infeliz pintor da una
clave de la dinámica padre-hijo: dice que teme al poder de su padre pero se acerca más a su verdad
cuando reconoce que es su propio poder al que más le teme. Hablando del accidente, dice: “Sentí que
yo le había hecho eso, lo que me hizo temer de mí mismo. Mis poderes me creaban un sentimiento de
culpa por la confabulación con mi madre”.

Este asunto inconcluso con sus padres afectó su propio matrimonio, ya que luchaba con el
poder de su esposa que quería engañarlo y seducirlo para alejarlo de su esfuerzo por ser “hombre”.
Como padre y esposo, quería agradar a su padre, siguiendo una línea masculina que apenas conocía,
con temor a “confabularse” demasiado con su esposa-madre; no sabía cómo enfrentar a su mujer con
firmeza y honestidad, sentía que ella tenía todo el poder.

Este es un hombre que fue dejado solo con su madre, en cuya vida ganó la madre sobre el
padre. En cierta forma, se sentía muy fuerte frente al padre, tenía poder sobre él, pero temía lo

28
opuesto: que su padre se vengara. Muchos hombres idealizan a sus padres, lo hacen más grandes que
la vida, porque en algún momento se sintieron muy poderosos y ahora imaginan a un padre que los
castigará por sus pecados.

Las Violentas Lágrimas del Padre

Pero los hijos no sólo experimentan su propia agresión; a menudo intuyen la rabia oculta pero
real del padre. Muchos de nuestros padres no fueron hombres felices. Muchos vivían la rabia y la
depresión en secreto, frente al tradicional arreglo al que llegaban con sus esposas, exiliados de sus
familias, consignados al mundo público del trabajo. Al cerrar ese trato, cosa que parecía muy natural y
que ellos no podían cambiar, muchos de nuestros padres se sintieron atrapados; así lo expresa un
hombre muy resentido que me dijo que él podía ser amante o proveedor, pero no ambas cosas:

“Un esposo responsable, va a trabajar… Se mete de cabeza en eso, y trabaja para que sus
hijos tengan comida, ropa, casa y todo lo demás. Es una opción. Si un hombre –casado o no – está
tremendamente enamorado de una mujer, eso debe continuar después de casados y seguir siempre
así… Y no puede dedicarse a nada más. En otras palabras, hay una división entre la energía y el
trabajo, de modo que cultivamos el rol de amante o el de proveedor, pero tiene que ser lo uno o lo otro.
En mi caso, nunca supe que tenía una opción. Me criaron para ser responsable, para ser el proveedor.”

Su rabia y su sensación de pérdida brotan cuando relata con amargura que nunca conoció a sus
hijos sino como objetos: “No miraba a mis hijos como personas para amar, regalonear o jugar. Los
miraba para examinarlos y asegurarme que no estuvieran enfermos. También me preocupaba de que
no hicieran nada peligroso… Los niños siempre me decían que había un muro insalvable. Sentía que
ante todo eran una responsabilidad”.

Un escritor de 60 años, exitoso padre de cuatro hijos, reconoce: “Por supuesto que me
deprimía, me sentía furioso por el trato hecho con mi mujer, ella aportaba cuidado y seguridad
mientras yo trabajaba duro afuera. Pero cómo me iba a enojar con ella –era el trato que todos los
hombres hacían, trabajar duro y dar la vida por la familia. Cuando uno tiene rabia y no puede
expresarla, se deprime.”

Hoy en día, muchos hombres que tratan de pasar más tiempo en casa, están respondiendo a
una valiosa experiencia de intimidad y contacto que sus padres no tuvieron. ¿Pero cuánta de esa rabia
y depresión sintieron nuestros padres? Introyectamos esa versión, de modo que cuando somos padres
aparece el conflicto, especialmente cuando queremos involucrarnos con la familia. Muchos de los
conflictos de los nuevos padres en torno a la paternidad, nacen del miedo de convertirse en el padre
enojado que llevan en la cabeza, como uno que decía que cada vez que imponía disciplina en sus hijos,
escuchaba una rabiosa voz autoritaria que les gritaba “¡No!”.

Aquí puede haber una especie de revancha intergeneracional, donde los hombres expresan la
rabia oculta de sus padres frente a sus esposas e hijos, aún cuando estos hombres adultos están tratando
de ser esposos y padres más nutrientes. Se supone que la falta de un repertorio emocional más
completo entre padre e hijo se debe a que cuando los hijos crecen, carecen de modelos masculinos de
accesibilidad emocional. Es así como los hombres hablan de tener que “inventarse” como padres o
esposos participativos. Pero se escapa el punto más importante: la falta de un repertorio emocional

29
más completo y rico, también significa que no somos capaces de resolver las cosas con nuestros
padres, y por lo tanto, como adultos llevamos una imagen conflictiva del padre.

Quizás nuestros padres también nos temían secretamente. El amor ambivalente entre padres e
hijos es subestimado. Es el lado oscuro del alto valor que la sociedad otorga a los hombres jóvenes.
Debido a que la identidad masculina se basa en gran medida en la actuación, llegará el día en que los
hijos sobrepasen a papá. Nos convertimos en sujetos ambivalentes, amados y temidos por nuestro
padre. Es indudable que cada día aprendemos más acerca de padres e hijos. Los investigadores han
propuesto la frase “complejo de Layo” para referirse a la amenaza que siente el padre por parte del
hijo, y por lo tanto, a la necesidad de hacerlo caer. En el drama de Edipo, el rey Layo se niega
arrogantemente a moverse del camino para que pase su hijo, precipitando su mortal destino.14

El hijo puede representar la mortalidad del padre en formas muy desagradables. A medida
que el hijo se convierte en hombre, el padre debe reconocer que está envejeciendo. Donald Hall
describe esta idea con mucha fuerza en su poema “My Son, My Executioner” (Mi hijo, mi verdugo).15
Para padres e hijos puede resultar mucho más fácil demostrar rabia y hostilidad que cariño y afecto,
debido a la conflictiva influencia de la madre sobre el hijo –al sentirse el padre desplazado y celoso de
su hijo – y a las escasas oportunidades que tienen los hombres de expresar sentimientos entre ellos.

Un alumno graduado de 33 años recuerda “haber sentido que podía asustar a mi padre para
que se alejara, pero no lograba acercarlo a mí”. Con mucha amargura, un paciente me relató lo que en
una oportunidad le había dicho su padre casi como una concesión: “No sabía que podía ser tanto tu
amigo como tu padre”. Algunos hombres temer herir a sus padres con su agresión, como el pintor
citado anteriormente, y sienten que llevan dentro una rebelión que podría destruirlos. De aquí puede
surgir la sensación de ser personalmente destructivo, de tener que pagar, al llegar a la edad adulta, por
los pecados cometidos en la juventud.

El hijo también puede sentir terror ante la ira de su padre. El mismo hombre que dijo que
podía asustar a su padre para alejarlo, reconoció momentos después que él también estaba asustado:
“Podía probar los límites con mi madre, presionar sin problema, pero no con mi padre – si iba muy
lejos, me miraba como si me fuera a matar. Tengo muchos recuerdos de niño en que mi padre perdía
el control, se veía furioso, con la cara roja, a veces incluso me perseguía por la casa”. Por lo tanto, la
rebelión adolescente y la lucha normal por lograr la separación al crecer, pueden mezclarse con
violencia y agresión.

Y, obviamente, muchos hombres niegan que el verdadero lenguaje de la intimidad pueda


mantener bajo control las emociones, ya que es sobrecogedor cuando su vida sentimental se quiebra.
De manera que el padre no es ni tan fuerte ni tan débil. Dos personas se combinan en una: poderosa y
vulnerable. Nuestro miedo es herirlo o que él nos hiera. Estos dos temas se representan una y otra vez
en la vida adulta de los hombres: la búsqueda de y el rechazo al padre. Queremos redención y
queremos destruirlo; “amamos a nuestro padre, pero también deseamos comerlo”, bromeaba un
hombre.

El Rol de la Madre

Volvamos al rol de la madre en la familia, ya que no podemos comprender la relación rota


entre padres e hijos sin considerar a la madre. Debido a que con frecuencia es la madre quien dirige

30
las comunicaciones familiares, padres e hijos deben expresar sus problemas en forma indirecta o
simbólica, más que confrontándose o conectándose directamente.

Una mujer mayor, muy astuta, defendía su rol de controladora de emociones en su familia,
diciéndome: “La hora de comida sería muy silenciosa si yo no hablara. Sólo se hablaría de las
actividades del día. No surgiría ningún sentimiento si yo no abriera la boca”.

Es fácil culpar a la madre. Sentí ira cuando me di cuenta hasta qué punto mi madre se había
metido entre mi padre y yo. Pero todos funcionamos bajo presiones conflictivas y lealtades divididas.
Muchas madres han tratado de “proteger” de buena fe a sus maridos, porque temían que cayeran
muertos de un infarto al ritmo en que funcionaban; o porque en la privacidad del dormitorio, ellos
habían revelado su incapacidad frente a los hijos.

El resultado de esta comunicación más abierta entre madre e hijo, es que éste tiene una mejor
y más temprana posibilidad de solucionar el tema de la separación con ella que con su padre. Wright y
Keple, en estudios hechos a alumnos de enseñanza media, descubrieron que los jóvenes veían a sus
padres como “ayudadores en un sentido utilitario”, pero “carentes de un compromiso personal y
emocional significativo”.16 En agudo contraste con la visión que tenían de sus padres, Wright y Keple
encontraron que los adolescentes veían a relación con la madre como algo único, apoyador e
irremplazable.

Uno se pregunta qué pasaría si los padres desempeñaran un rol afectivo-expresivo más
prominente durante los primeros años de vida del hijo, especialmente antes de los 5 años. Es probable
que durante la adolescencia no puedan desempeñar ese rol porque la tensión intergeneracional es muy
fuerte. En el pasado ha habido muchas culturas que realizaban rituales de iniciación para los
adolescentes, incorporándolos a grupos de hombres mayores que les daban su bendición. Dentro del
judaísmo ortodoxo, el bar mitzvah cumple esta función. Estos rituales y ritos disminuyen la intensidad
de la relación individual padre-hijo, proporcionando a ambos lo que desesperadamente necesitan: la
bendición de la comunidad masculina, la bienvenida de los padres a sus hijos y el agradecimiento de
los hijos a sus padres; un ritual que purga la tensión y la traición entre ambos.

El Deseo Imposible de Ser un Buen Hijo

Tengo la impresión que el deseo de perdón y reconciliación con el padre no es frecuente.


Dentro de la familia, el padre no puede comunicar el sentido de masculinidad bondadosa a sus hijos, y
culturalmente hemos distorsionado los rituales sociales y las ceremonias de iniciación. Los ritos de
hoy consisten en integrarse a instituciones tales como el ejército, equipos de fútbol, escuelas de
medicina y grandes corporaciones. Estas instituciones inciden en el deseo de los jóvenes de tener un
padre ideal, ofreciendo una forma de vida exageradamente masculina y enseñando a ser un buen hijo.

Un veterano de Vietnam recordaba sus difíciles tareas de combate en la Infantería de Marina y


sentía que le debía a la institución una sola cosa: haber logrado el reconocimiento y el amor de su
padre. Decía: “Mi padre y yo nunca tuvimos una relación. No era un hombre malo. Simplemente no
mostraba sus emociones. Estaba trabajando en casa el día que volví de la guerra. Andaba con mi
uniforme y me acerqué a él. Era la primera vez que veía a mi padre sonreírme en toda mi vida. Se dio
vuelta y me dijo: ‘Eres un hombre’. Tenía 21 años.”17

31
Quizás dentro de la familia no se da el tipo de pelea que lleva a la reconciliación entre padres
e hijos; ésta pudo haber sufrido un cortocircuito durante mi generación, proyectándose en la pantalla
social de protesta antibélica más que en nuestros padres individualmente. La imagen del padre
demasiado débil / demasiado fuerte inhibió la lucha real, el conflicto entre padre e hijo. Como dijo un
alumno graduado: “Siempre podía probar los límites con mi madre, pero no con mi padre”. Describió
además haber sentido el odio de su padre, pero jamás el de su madre. “Mi padre realmente podía
eliminar su amor. Lo hacía de una manera muy rígida, mi madre no lo hacía. Cuando él hacía esto, yo
pensaba que jamás volvería”.

El padre puede ser percibido lleno de ira y secretamente furioso frente al hijo que lo desafía,
listo para explotar en cualquier minuto, o puede ser percibido como alguien herido o dañado,
demasiado bueno para enojarse, pero terriblemente desilusionado en secreto. De este modo, nuestros
padres se convierten en nuestro superego, juzgándonos críticamente por haberlos traicionado. Así
como las madres se convierten en dadoras de vida en el inconsciente de los hombres, los padres se
convierten en dioses iracundos y críticos.

Dada la aparente imposibilidad de resolver la difícil relación con sus padres, muchos hombres
buscan padres sustitutos para lograr seguridad. Como veremos en el Capítulo 2, frente a esto tratamos
de arreglar las cosas o continuar el diálogo con los padres a través de los mentores. Para los hombres,
la familia pasa a ser el terreno donde las cosas no se pueden arreglar. Debemos desplazarnos hacia el
trabajo y ahí inconscientemente buscamos resolver los asuntos inconclusos con el padre. Ya que las
rebeliones no pueden solucionarse en su origen, las llevamos a otro lugar.

Pero lo que no se puede evitar es el deseo de los hijos de obtener el amor de sus padres y de
lograr ser buenos hijos. Antes, los hombres se esforzaban por rendir silenciosos homenajes a sus
padres, asegurándose una vida parecida a la de ellos – paterfamilias, exitosos en su trabajo. Pero esto
ya no es posible, debido al movimiento femenino y a otros cambios sociales. La distancia y el anhelo
que sentimos por nuestro padre, nos llevan a tratar de vivir subrepticiamente como él, para pagar la
deuda no hablada, es decir, nos llevan a ser buenos hijos, y al mismo tiempo, a enfrentar las exigencias
sociales que nos piden ser diferentes a él.

Si no prestamos atención al hecho de que el movimiento femenino intensifica la tristeza de los


hombres y el terror ante la pérdida del padre, estaremos negando uno de los principales dilemas de
nuestro tiempo. Muchos hombres de la generación de los 50 y los 60 fueron atraídos por la madre. El
movimiento femenino estaba comenzando a despegar y había una sensación general de optimismo en
relación a las mujeres, una sensación de fuerza y vitalidad que contrastaba con la pasividad de los
hombres.

Como resultado de esto, muchos hombres se sienten culpables de haberse coludido con la
madre rechazando al padre, lo que agrega una nueva connotación emocional a la relación adulta
hombre-mujer: colaborar y trabajar con la esposa significa abandonar a papá. Tal vez el movimiento
femenino, al pedir a los hombres que participen más en la familia, está tocando una de las peores
fantasías de los hombres: convertirse en aliados de la madre, abandonando totalmente al padre, o sea,
no tendrían padre.

Siguiendo en el contexto sociohistórico, quiero presentar una especulación acerca del cambio
histórico más profundo en la vida de los hombres de la generación de los 60. La degradación de los

32
padres se relaciona con la guerra de Vietnam, confirmándole a muchos hombres la existencia de una
corriente subterránea de maldad masculina. Muchos hijos fueron atraídos por el movimiento
femenino, porque expresaba preocupación por la justicia, la moralidad y el cariño, cosas que algunos
padres simplemente ignoraban.18

El Deseo de Odiseo

Mi propósito en este capítulo no es lamentar todas las complicaciones de la relación padre-


hijo, sino más bien enfatizar la necesidad de los hombres de sanar al padre herido interno. Como en
muchos otros aspectos de los lazos de los hombres con aquellas personas a quienes aman, hemos
sobredimensionado el rol de la separación y no hemos prestado suficiente atención a la conexión.

La relación padre-hijo tiene una nota de tragedia griega. La Odisea, en la escena del gran
reconocimiento, capta el deseo de ambos hombres de mejor forma que el famoso drama de Edipo.
Cuando el gran guerrero y rey Odiseo regresa después de una década, él y el príncipe Telémaco casi no
se reconocen. En un momento impactante, el inconquistable guerrero se revela ante su hijo
adolescente:

“Yo soy el padre que faltó en tu niñez y por el cual sufriste el dolor de la falta. Yo soy él…
No es magnífico ser arrasado por el asombro frente a la presencia de tu padre. Ningún otro
Odiseo vendrá jamás, ya que él y yo somos uno solo, el mismo…”
Echando sus brazos alrededor de este padre maravilloso, Telémaco comenzó a llorar.
Lágrimas saladas surgían de la fuente de anhelo de ambos hombres, y su llanto explotaba tan
vehemente y agitado como él, del gran halcón cuyos pichones son atrapados antes de volver
por los campesinos. Lloraban con desesperanza, derramando lágrimas, y podrían haber
seguido hasta el atardecer.19

La fuente de anhelo de ambos hombres. El mito de Odiseo apunta al profundo lamento de


ambos y contiene una lección para nuestros tiempos. Como muchos hombres, Telémaco pasó su
infancia entre mujeres. Fue como muchos de nosotros –su padre había partido a las guerras lejanas; el
gran hombre era una leyenda y un rumor para los oídos de su hijo. En la saga, Telémaco enfrenta un
grave problema. Habiendo ido a luchar a la guerra de Troya, el barco de Odiseo desaparece durante el
viaje de regreso, casi todo su reino asume que ha muerto. Entonces, una banda de viles pretendientes
se reúne en la ciudad, intentando casarse con la reina Penélope para usurpar el reino. El joven
Telémaco casi no sabe cómo defender a su madre de esta amenaza. Y así, el milagroso retorno de su
padre impulsa a Telémaco a lograr un sentido de masculinidad fuerte y confiable.

¿No es acaso la misma tarea que tienen los hombres hoy en día? Este es el mensaje: para que
un hombre crezca, debe encontrar la bondad y la fuerza de su propio padre –debe encontrar el
heroísmo en una figura que apenas conoce. La alternativa es dejarse dominar por las imágenes viles y
degradantes de la masculinidad, representadas por los pretendientes que amenazaban el reino.

El final de la Odisea puede ser mal interpretado: Odiseo y Telémaco salen a asesinar a los
pretendientes en una sangrienta batalla. Nuestra primera reacción es: “¡Ah, qué bien! La misma
historia de siempre, el padre le enseña al hijo a ser brutal. ¡Los entrenadores de fútbol pueden hacerlo
aún mejor!”. Pero la verdadera realidad es metafórica. Odiseo le enseña a su hijo a ser hombre y lo
hace confiar en su fuerza. Hoy la tarea puede parecer diferente, pero es la misma. Necesitamos al

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padre para que nos ayude a definir la fuerza masculina en un mundo cambiante, lo que Robert Bly ha
llamado “el padre suculento”, fuerte y cariñoso.20 Nuestros conflictos son con la familia, los amigos y
compañeros de trabajo. Sin embargo, la tarea es la misma: ser un hombre fuerte, con presencia, en
situaciones nuevas y desconocidas.

Hemos crecido pensando en la rivalidad edípica entre padre e hijo, en el anhelo culpable de
sobrepasar al padre, pero también debemos considerar el tema de Odiseo, el deseo de ser como el
padre, de encontrar al padre, un hombre fuerte en quien podamos confiar.

Recordemos una escena actual de reconocimiento. Al final de La Muerte de un vendedor,


Biff, el hijo mayor de Willy Loman, busca un terreno común de sentimiento con su padre, tarde en la
noche en la cocina de la casa. Biff, más alto que su padre, se inclina y abraza a Willy, quien está
sentado como un rey en su silla, desafiando todo su fracaso. Llorando y lamentándose, Biff, en un
gesto patético, trata de alcanzar a Willy, y éste sigue impasible y perplejo, encogiéndose de hombros
frente a su esposa (quien luego tratará de “explicar” las cosas a Biff), y no le devuelve el abrazo.

Aquí no hay sanación, no hay reconciliación entre padre e hijo. Willy, incapaz de tolerar su
fracaso, morirá pronto en un suicida accidente automovilístico, mientras Biff seguirá destinado a
prolongar una vida que será el pago de la de su padre. Creo que es imposible desarrollar un sentido de
masculinidad nuevo y satisfactorio hasta no haber aceptado y entendido cómo aprendimos lo que
significa ser hombre y ser mujer, de parte principalmente de nuestros padres y madres. Mientras no
“conozcamos al padre”, lo veamos claro y lo aceptemos como es y fue, es muy difícil que podamos
crecer y convertirnos en padres de nuestros hijos, en esposos o en mentores de una generación joven en
nuestro trabajo. Esa es la tarea de todo hombre: sanar al padre herido interno.

CAPÍTULO 2
TRABAJANDO LA AUTORIDAD: MENTORES Y PADRES

“Siempre ando buscando figuras paternas –dan mucha seguridad”, me dijo un director de cine,
en tono confiado y con una sonrisa torcida. Tiene 42 años y está en medio de una prometedora carrera.
¿Quiénes han sido las figuras paternas en la vida de este hombre?

Menciona al padre de su esposa. “Mi suegro, desde luego –muchas veces quise que hubiera
sido mi propio padre. Pero también he encontrado otras figuras en mi trabajo”. Me habló de un
destacado director para quien había trabajado durante muchos años. “Me incentivó, me enseñó gran
parte de lo que sé. Tenía fe en mí”. Su voz se arrastró como recordando algo doloroso. “Pero no
podría volver a trabajar con él. Las cosas nunca fueron iguales desde que me fui, hace cinco años.
Pero de todas maneras, él fue mi mentor”.

Un mentor o tutor es una persona mayor que, en el mundo laboral, ayuda a alguien más joven
en su transición al mundo adulto del trabajo, traspasándose también valores y creencias personales.
Son más las personas que creen tener mentores que las que realmente los tienen, en el verdadero

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sentido del término: una relación cercana y nutriente entre la madurez y la juventud en el mundo
laboral. Dependiendo de la naturaleza del trabajo, el mentor generalmente es de sexo masculino,
especialmente en el caso de los hombres.

El mentor ejerce funciones muy importantes y saludables que ayudan al joven a llegar a la
edad adulta. El Dr. George Vaillant, en una investigación que ha llegado a llamarse el Grant Study,
examinó en detalle la vida adulta de exitosos académicos. Descubrió que para el éxito profesional de
los hombres y para su madurez como personas, es esencial la presencia de mentores. “El nuevo
modelo de rol de los 30 años parece estar asociado con una sólida identificación con la carrera”.1
Hombres relativamente poco exitosos en sus carreras, no tuvieron mentores hasta los 40, o los tuvieron
sólo en la adolescencia.

A su vez, el joven ejerce una función esencial para el mentor: al educar a una persona joven,
el mentor mantiene vivos sus propios valores y esperanzas, lo que le ayuda a manejar el tema de la
mortalidad y le permite desarrollar partes más “generativas” de sí mismo. Muchos hombres han
descubierto que el trabajo como mentores les permite curar algunas de las heridas relacionadas con la
paternidad: la sensación de frustración con los propios hijos, ya que ven a sus colegas más jóvenes
como “hijos sustitutos”.

Daniel Levinson, uno de los más minuciosos investigadores de la relación de tutoría, dice que
“la tutoría es una de las relaciones más complejas e importantes para el desarrollo de un adulto joven”.
Su investigación revela un hecho muy curioso: “La tutoría se comprende mejor como una relación de
amor… Con frecuencia… una relación de tutoría intensa termina en un fuerte conflicto y con
sentimientos negativos por ambos lados.”2

La relación de tutoría adolece de las mismas deficiencias y tensiones que otras relaciones
entre hombres, particularmente aquella entre padre e hijo. No obstante sus aspectos positivos, los
hombres representan a través de esta relación los conflictos inconclusos con sus propios padres y
familias. A veces, la “socialización” que se da en esta relación sólo sirve para reforzar el lado
instrumental y silenciosamente oprimido de los hombres. Algunos tutores pueden ser
inconscientemente destructores en su labor y algunos jóvenes pueden exigir un amor inalcanzable e
inadecuado de parte del mentor, lo que interfiere en el trabajo de ambos. En este capítulo voy a
explorar algunos de los lados oscuros de esta relación y sus raíces en las tensiones de la relación padre-
hijo.

El Hambre de Padre en los Hombres

Inseguros de sus propios padres, algunos hombres buscan hombres mayores que les ayuden a
solidificar una identidad masculina frágil, la cual generalmente es de tipo práctico, enfatizando los
logros profesionales y las demostraciones públicas de poder y fuerza. Esas identidades pueden llevar a
debilitar la capacidad del hombre para tolerar su lado más receptivo, menos público y menos orientado
a la acción.

Un tutor poderoso puede apelar al hambre que los hombres jóvenes y vulnerables tienen de un
padre-héroe fuerte y aceptador, al cual puedan amar y venerar en forma no ambivalente. “Yo soy el
padre que faltó en tu niñez y por el cual sufriste el dolor de la falta”, dijo Odiseo a Telémaco.

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George Vaillant menciona sólo al pasar un dato impactante del Grant Study. La mayoría de
los exitosos científicos, hombres de negocios y académicos que él entrevistó, habían olvidado o
negaban los roles modelos y los ideales con que se habían identificado en la adolescencia. Esas figuras
fueron reemplazadas por los mentores. Vaillant nos revela una estadística alarmante: “Sin embargo,
reconociendo que los mentores con frecuencia eran ‘figuras paternas’, los hombres se preocuparon de
diferenciar a estos mentores de sus padres. En más del 95% de los casos, los padres fueron citados
como ejemplos negativos o como personas que no ejercieron ninguna influencia”. Para muchos
hombres jóvenes, el tutor se convirtió realmente en ese mejor padre que anhelaban.

La conexión mentor-padre es ejemplificada por un abogado, exestrella de basketball, quien


diseñó para sí mismo un rol como asistente ejecutivo o “detector-solucionador de problemas” de una
gran institución bancaria. Llegó a la edad adulta sintiendo a un padre demasiado débil, una madre
demasiado fuerte, y necesitando un espacio para expresar su propia agresión, y encontró al hombre que
identificó como su mentor, el gerente general de su compañía. Mientras me explicaba sus difíciles y
exigentes deberes, cambiaba su lenguaje de sala de directorio por el de la cancha de basketball,
refiriéndose a un jugador que cubre a un oponente para que un compañero de equipo pueda tirar al
arco: “Básicamente le doy a mi jefe oportunidades para que él pueda lanzar un buen tiro”. Describe a
su jefe en forma idealizada, enfatizando su gentileza y habilidad para tomar decisiones sin involucrarse
en los roces provocados por su joven asociado. El personaje que está representando en su trabajo es el
de un enojado “protector” de su jefe-padre, cumpliendo con su deber al defenderlo de la agresión de la
corporación. La relación con su mentor se basa en gran medida en la dinámica entre su padre, su
madre y él.

Ve a su padre como un hombre “enigmático” que desarrolló un enfoque aceptador, pasivo y


no violento de la vida (“Mi padre siempre me aconsejó que no respondiera a peleas con mis
compañeros en el colegio”), pero que parecía estar dominado por su madre (“Nunca paró en seco a
nadie, incluyendo a mi madre, y eso que ella lo molestaba bastante”). Recuerda con agrado la única
vez que sí enfrentó a la madre durante un paseo familiar al campo: “El iba conduciendo, mi madre
hablaba y hablaba criticándolo todo. Mi padre la miró y dijo: ‘Cállate’. Ella lo hizo de inmediato”.
Con tono triste, concluye la historia: “Esa fue la única vez que ocurrió”. Recuerda su adolescencia con
cierta vergüenza, debido a algunos rabiosos actos de rebeldía que parecieron herir a su padre. Mientras
escuchaba la descripción de su rol en el banco, yo me preguntaba si lo que él pretendía era encontrar
una solución a su propio drama familiar. En el rol de asistente de su jefe, salva a su padre de su madre
y al mismo tiempo hace penitencia por la agresión que sintió hacia este hombre “notablemente
pacífico”.

Al comenzar nuestra primera entrevista, este abogado me muestra su agenda: “Me he hecho el
tiempo para esto, porque espero aprender algo nuevo de mí mismo a través de esta conversación”.
Cuando terminamos nuestras largas y agradables pláticas, me hizo una pregunta: “Tú eres psicólogo.
¿Por qué crees que mi padre se la jugó tan poco por mí y por él mismo?”. Creo que ésta era la
pregunta que quería pero temía hacer a su padre.

Para otros hombres, la autoridad se convierte en objeto de ira hacia sus padres. Nuestra
ambivalencia puede oscilar entre dos direcciones: querer mucho a los mentores u odiarlos mucho. Un
abogado no podía hablar sobre varios de sus antiguos socios sin deslizar comentarios como “los
payasos para los que tengo que trabajar”. Sin embargo, eran los mismos que lo habían aceptado en la

36
firma y cuya ayuda él buscó desesperadamente. Pero ello, al igual que su padre, eran figuras de las
cuales él no podía escapar; tenían que ser degradados.

El Deseo de Ser un Buen Hijo en una Época de Cambio Social

En esta época de cambios en los roles sexuales, miramos a nuestros mentores para tener una
visión del futuro. Queremos que ellos atestigüen que el futuro será positivo –que será posible
envejecer sanamente, con integridad y fuerza. Después de todo, en ciertos aspectos, los tutores nos
conocen mejor que nuestros propios padres. Comprenden mejor la parte laboral de nuestras vidas, las
exigencias y peculiaridades de nuestras carreras, y las características especiales de nuestra situación en
el trabajo –qué socios se harán cargo de qué caso en una firma de abogados, dirán cómo está la
situación en nuestra área, sabrán cómo enfrentar un caso delicado de posiciones en la universidad, etc.
Vemos una versión idealizada de ellos en el trabajo, donde se valoran ciertas habilidades cognitivas,
racionales y sociales.

A veces también queremos que nos den su aprobación a algún cambio en la balanza trabajo-
familia. Los hombres de la década del 60 pueden estar buscando diferentes soluciones a las mismas
presiones trabajo-familia con que lucharon los tutores en las décadas del 40 ó 50 (si deben
comprometerse con logros profesionales antes que con la familia, cómo dar más tiempo a los hijos o
cuánto deben sacrificarse por la carrera de su esposa) y resolviéndolas de manera distinta. El hombre
joven necesita aprobación del tutor para las diferentes opciones que está tomando, pero puede no ser
capaz de pedirla. Quizás estos hombres estén usando un lenguaje diferente acerca del trabajo y la
familia, como también acerca de las emociones y los sentimientos.

A continuación relatamos dos ejemplos. El primero es de una pareja donde ambos tienen su
profesión y se enfrentan a tener que tomar una decisión nueva respecto a sus carreras. En el segundo
caso, un abogado debe enfrentar un difícil desafío moral. En ambos ejemplos, el tutor juega un rol
crucial y sombrío.

“¿Debo Ser Tan Insensible como mis Profesores?”

“Hay tutores que me podrían mostrar cómo ser cirujano de acuerdo a los antiguos patrones –
completamente dedicado a mi trabajo, excluyendo todo lo demás, sin prestar atención a las necesidades
y sentimientos de la gente, y escalando insensiblemente para alcanzar el éxito.” El joven médico se
detuvo, pensó un momento y luego se lanzó de nuevo:

“Pero no hay tutores, o al menos yo no los he encontrado, que me puedan ayudar a


convertirme no sólo en un médico sino también en un hombre con sentimientos, con poder personal”.

Este médico y su esposa, que también estudia medicina, están conversando conmigo en el
living de su departamento en Brooklyn, acerca de una reciente experiencia traumática que han tenido.
El es cardiólogo y acaba de terminar su residencia en un prestigioso hospital neoyorquino. Es muy
bueno en lo que hace –tan bueno que el médico jefe del hospital, un hombre de prestigio internacional
en cirugía cardiovascular, le ofreció el cargo de jefe de residentes del Departamento de Cardiología del
hospital.

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“Ese puesto era el primer premio de la carrera”, rió. “Todos lo queríamos, no tanto por el
sueldo como por el prestigio. Significaba mucho para mí –me sentía además muy unido al médico jefe
que me lo ofreció.
“El hecho de habérmelo ofrecido significaba un voto de confianza en mi trabajo”. Su voz se
debilitó, como si la herida a raíz de lo que ocurrió a continuación aún no hubiera sanado.
Su esposa, un poco más joven que él, irrumpió:
“Entonces aparecí yo enredando las cosas, Eric”, dijo irónicamente.
“No, no, Beth”, interrumpió él con un movimiento de la mano, pero ella pareció no percibir su
intento de tranquilizarla.
“Este año termino mi carrera y decidí dedicarme a una subespecialidad llamada cardiología
pediátrica. Me interesa particularmente la microcirugía en recién nacidos, un campo muy interesante
que puede salvar la vida de bebés que hasta hace algunos años no tenían ninguna posibilidad de
sobrevivir.

“En todo caso, el lugar para estudiar esta especialidad es Washington –donde se está haciendo
el mejor trabajo. Y el mes pasado me ofrecieron una residencia en uno de los principales hospitales de
esa ciudad”.
¿Qué podían hacer? Ambos tenían ofertas de primer orden, pero en distintas ciudades. Esta
talentosa pareja se enfrentaba a un problema que no es tan raro en estos tiempos en que ambos
trabajan: sus carreras los llevaban a una separación geográfica. Fines de semana juntos, días de trabajo
separados. Dos departamentos. “Pensamos que deberíamos vender nuestro auto y comprarnos un
abono en la línea aérea.”

Eric contó lo que pasó después.


“Beth había hecho muchos sacrificios por mi carrera en años anteriores y ahora tenía esta
oferta que era muy importante. Sentí que verdaderamente era su turno.
“Entonces busqué la posibilidad de un buen trabajo en el National Institute of Health en
Washington – no era óptimo como lo de Nueva York, pero bastante bueno. Pero aún no estábamos
totalmente seguros –significaba renunciar a ser jefe de residentes, al trabajo con mi tutor, y anteponer
la carrera de Beth a la mía por un tiempo. Fui a ver a mi jefe de departamento, este hombre con el que
había trabajado durante tanto tiempo. Quería compartir mi problema con él. Le conté lo que habíamos
pensado hacer, le pregunté qué opinaba y le dije que necesitaba cartas de recomendación suyas.”

Horas más tarde, ese mismo día, su tutor lo llamó y le dio la respuesta. “Me dijo que yo
estaba rechazando el puesto de jefe de residentes porque obviamente no me sentía 100% seguro en mi
trabajo”. Eric tomó un sorbo de té y continuó diciendo con cierta amargura: “No dijo prácticamente
nada acerca de mi matrimonio o de lo que pensaba de nuestra decisión. ¿No te parece increíble? Con
esto comprobé un sentimiento que tuve a lo largo de toda mi carrera en la escuela de medicina: no
hables con otras personas de tus sentimientos e indecisiones”. Luego lanzó una pregunta aterradora:
“¿Para llegar a la cima en medicina, debo ser tan insensible como parecen ser mis profesores?”.

Beth dijo con tristeza: “Siento lástima por los hombres de hoy. Yo tuve como tutoras a
mujeres poderosas y nutrientes –incluso en la escuela de medicina -, pero creo que los hombres no son
así”. Las exigencias de las instituciones y los compromisos que las mujeres han tenido que asumir,
podrían estar perjudicando mucho su verdadera habilidad para combinar el poder y el cariño. Si los
hombres jóvenes tuvieran tutoras, tal vez encontrarían en ellas modelos más humanizados. ¿Qué

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significa para estos hombres la falta de modelos masculinos más humanos? ¿Llegará la gente a
comprenderlos o serán vistos como “femeninos” en algún sentido o como “el hijito bueno de mamá”?

La madre de Eric fue de visita una de las tardes que yo pasé con ellos. Oyó parte de la
conversación que tuve con su hijo y su nuera, y más tarde habló a solas conmigo, agregando una nueva
dimensión a la dinámica tutor-padre. Esta mujer de 60 años, profesora de inglés, habló con fuerza y
aclaró en parte los asuntos inconclusos entre Eric y su padre. Sabía lo que había pasado con el tutor de
su hijo y lo explicó desde un punto de vista que su hijo no veía. Habló con impaciencia: “A estos
hombres más viejos nunca se les ha permitido tener sentimientos, no saben cómo ser más humanos.

“Pero lo que me preocupa es el efecto que ha tenido sobre Eric. Se ha tomado esto como un
rechazo, más fuerte de lo que realmente es. Aunque decida no quedarse en Nueva York, hay una parte
de él que quiere llegar lejos, que quiere llevarlo a ser el mejor y que haría cualquier cosa para vivir
según ese ideal. Por eso la reacción de su jefe en el hospital le dolió tanto. Le estaba reprochando que
no llegaría donde quería.”

Luego de algunas bocanadas a su cigarrillo, reveló la dinámica familiar que había debajo de la
relación de tutoría.
“Eric siente que tiene muchas obligaciones con su padre, eso es lo que le pasa. Quiere
demostrarle lo bueno que puede llegar a ser. Pero ya ha hecho suficiente, es un buen hijo… Lo
pasaron muy mal mientras Eric estuvo en la universidad”.

Contó acerca de la participación de Eric en una protesta antibélica en 1969 en la Universidad


de Columbia, y el recelo que esto creó entre padre e hijo. Se lanzaron amargas acusaciones, ya que el
padre de Eric, profesor de biología, no comprendía la rebelión de su hijo. “Jamás lo reconocerá, pero
creo que Eric aún está pagando por sus pecados. Quiere que lo perdonen, que su padre le diga que
todo está bien. Pero nunca hablan. Desde que Eric era adolescente que no lo hacen. Y Eric no se
desconecta nunca. No puede obtener el perdón de su padre, ni del pésimo sustituto que encontró en el
hospital”.

Mientras escuchaba, empatizaba con Eric en su deseo de ser un niño bueno y en su silenciosa
lucha con esa áspera voz interna que dice, después que ha pasado la rebelión: “O lo haces como papá,
o no lo hagas”. Es tarea del desarrollo personal escapar de esa voz, sin disociarse del padre o de lo
mejor de uno mismo.

La madre de Eric continuó. “He conversado con mi esposo para tratar de lograr que hablen
entre ellos. Le he dicho a Alex que su vida es diferente de la de Eric. Alex no tuvo muchas opciones –
su padre murió joven y él tuvo que mantener a la familia. Y eso es lo que Alex ha hecho en su vida –
trabajar duro, siendo muy nutriente -, pero no supo hablar con sus hijos, les mostró su afecto
bañándolos, abrazándolos, besándolos, pero no hablando. Es como la mayoría de los hombres de su
generación; no contó con su propio padre y ahora no sabe bien qué son los sentimientos. Cuando se
mira hacia adentro, cree que no hay nada. Yo soy como el conmutador de la familia, tratando de
engancharlos entre sí.

¡Haz lo que Tienes que Hacer!

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El segundo ejemplo es el de un abogado de poco más de 30 años, que acaba de formar una
familia. Su esposa trabaja media jornada como profesora de música en un colegio en Los Angeles. El
ha trabajado mucho para tener éxito en un trabajo muy exigente. Decidió convertirse en “abogado
litigante”, cosa que le exige confrontación y capacidad para manejarse en los tribunales. Estaba
fascinado por “la oportunidad de probarse –como en un juego”. Sin embargo, el nacimiento de un hijo
ha variado su compromiso: ¿vale la pena todo este enfrentamiento, las largas horas de trabajo y los
viajes? El es socio de la firma donde trabaja, status que logró en parte gracias al patrocinio de su tutor,
quien se hizo famoso en su carrera por sus conocimientos de tácticas para trabajar en los tribunales.

Este ejemplo nos muestra cómo algunos hombres recurren inconscientemente a sus mentores
pidiendo permiso para ser más receptivos, comprometidos y cariñosos, al igual como recurrieron a su
padre en algún momento de la niñez. Como adultos planteamos a nuestros mentores las más profundas
interrogantes en el lenguaje codificado que usamos para hablar entre nosotros; las preguntas lógicas,
racionales, relacionadas con la profesión, a menudo expresan profundos dilemas personales en el área
de la preocupación por los demás versus el área profesión-trabajo.

Las ideas de este hombre comprometido y sensato se refieren a un conflicto que enfrentó en
los tribunales: estaba convencido que uno de sus testigos estaba mintiendo. El era el demandante en el
caso de un adolescente muy impopular de la ciudad, que estaba acusado de robo. Un testimonio
crucial que parecía no estar disponible esa mañana (¿quién había sido el último en ver los bienes
robados?) apareció de pronto, milagrosamente, después que él comentara con algunas autoridades de la
ciudad que el caso estaba en una posición muy débil sin ese testimonio. “Minutos más tarde regresé a
la sala y uno de los miembros del grupo dijo: ‘Abogado, recién lo recordé’, y describió con todo detalle
una historia muy convincente”.

Pero había un problema: “Estaba totalmente convencido que me estaba mintiendo.” El


abogado estaba impactado y confundido.
“Llamé por teléfono a mi socio… El tenía gran experiencia en este tipo de cosas. Le pedí
consejo”.
Y el consejo que recibió fue: “Pon al hombre en el estrado, hazle preguntas, contestará
tranquilamente, y es el abogado defensor quien debe destacar otros aspectos de los hechos, si es que
existen, y es la Corte quien debe tomar la decisión. Mi colega dijo: ‘Tú no sabes que está mintiendo’.

“Desde el punto de vista de un abogado, es un problema intelectual, es casi como un


silogismo. Juntas las piezas y automáticamente sacas una conclusión.”
El consejo no fue algo terrible, pero el mensaje subyacente sí lo era: ignora tus sentimientos y
valores y haz lo que tienes que hacer.
Creo que tal vez había una pregunta más de fondo: ¿qué hago con las experiencias que
desafían mis valores? ¿Puedo ser fiel a mí mismo en mi trabajo de abogado? Estas preguntas nunca
fueron discutidas entre el abogado y su mentor, debido a que los temas personales, emocionales, eran
disfrazados y escondidos detrás de las preguntas orientadas a la carrera y al trabajo. Tal como Eric
preguntaba a su jefe: ¿puedo ser un buen médico si le cedo a mi esposa parte de mi ambición? En
ambos casos, la respuesta codificada del mentor puede parafrasearse así: “No. Para tener éxito, debes
realizar tu trabajo como yo te lo he enseñado”.

Según el abogado, él sintió que la respuesta que recibió era correcta, pero para convencerse
necesitó muchos argumentos: “Desde que entramos a la escuela de derecho, nos meten en la cabeza –y

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la Corte Suprema siempre está destacando este punto – que todo ciudadano, persona, corporación,
municipalidad o lo que sea, tiene el derecho de contratar a un abogado para que lo represente en la
Corte, lo que constituye la naturaleza del sistema jurídico anglosajón, que…” Y siguió defendiendo el
consejo que había recibido. Aparentemente, este hombre no se daba cuenta de la profunda pregunta
que estaba planteando, ni de su necesidad de “cumplir” con su mentor.

Cuanto más escucho a hombres de aproximadamente 40 años hablar de su relación con los
tutores, más claro me queda que ambos tienen dificultades en la relación: las vulnerabilidades, las
trampas que se les presentan en sus carreras y trabajos, los momentos de indecisión cuando uno quiere
inclinar la balanza hacia sí mismo y alejarla del trabajo, los problemas para manejar las demás cosas de
la vida (envejecimiento, familia, presiones y oportunidades de la esposa), y la forma en que los
hombres desarrollan valores más nutrientes, interconectados, y los expresan en el trabajo o fuera de él.
En otras palabras, los detalles básicos de la vida emocional e intimidad de los hombres. Son los
aspectos cruciales para que tanto el tutor como el aprendiz sigan creciendo.

Un destacado internista de Chicago, por ejemplo, habló de su lucha por equilibrar los límites
de su poder y la dolorosa realidad de la mortalidad. Contó lo alterado que se sentía cuando se le
moría algún paciente a pesar de todos sus esfuerzos por salvarlo. Reveló que a veces iba a los
funerales y lloraba descontroladamente. Moviéndose con incomodidad en la silla de su oficina, me
dijo que “a veces ayuda mucho el solo hecho de hablar de todo esto”.

¿Y con quién habla?


“Bueno, con los médicos más jóvenes o con empleados del servicio. Jamás voy donde los
médicos mayores, jamás les diría que asisto a los funerales de mis pacientes. Nunca lo entenderían, lo
encontrarían raro”. Sin embargo, habla con los más jóvenes acerca de su dolor, y ha sido
recompensado, ya que ganó el premio de profesor-del-año de la escuela de medicina. Sospecho que
hay una conexión entre su habilidad para compartir su experiencia interna de las “preguntas difíciles”
para un médico y su popularidad con los alumnos.

Para aquellos que crecimos en la década del 60, la relación con los tutores fue más complicada
por el bagaje inconcluso de esos años tumultuosos. Algunos hombres jóvenes descalificaban a los
mayores como si esa generación fuera corrupta y no tuviera ninguna lección moral ni ayuda que
aportar. De modo que muchos hombres no aceptaron tener mentores. Las rebeliones y el sentido de
traición entre las generaciones correspondientes a los años de Vietnam y Watergate, dejaron a los
hombres mayores desconfiando de la juventud, sintieron que los jóvenes sólo querían cambiar la
elegante estructura social del orden existente sin remplazarla por nada mejor. Por eso no querían
“apadrinar” a los jóvenes en su búsqueda de soluciones mejores, ya que ellos mismos podían
encontrarlas.

Para los que crecimos en la década del 60, el slogan “No confíes en nadie sobre 30” captó la
desconfianza y la rebelión en la sociedad y en las familias, lo que complicó la relación con los
mentores. El rompimiento de la estructura masculina lleva a los jóvenes a buscar la sanación; quieren
ser buenos hijos para sus mentores y, a través de ellos, para sus padres. Esta experiencia, ser un buen
hijo para el padre, indudablemente puede ser sanadora, pero si no se cumple este anhelo, puede ser
completamente desastrosa.

Separaciones y Rechazos

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Los asuntos inconclusos con mi padre los conocí primero a través de mi mentor. Para muchos
hombres, la experiencia de tratar de desligarse del padre, tiñe la relación con sus tutores, convirtiendo
la separación y el rechazo en componentes críticos de la dinámica con el tutor.

Cuando empecé esta investigación, no estaba en absoluto interesado en los mentores. Hablé
largamente de ellos, pero eso fue más bien porque mis entrevistados me lo pidieron y no porque yo
quisiera. Los hombres más viejos, mayores, no eran relevantes para la generación más joven; criaturas
canosas, imperturbables, exigentes e incompasivas –para mí, desagradables. Y con eso, yo seguía
distanciándome de mi padre, tratando de actuar como si él no fuera importante. Ese acto me apena,
ahora que me doy cuenta de lo mucho que dependía de los mentores para obtener amor, y obviamente
los busqué y encontré, y me enfurecía si no me daban lo que quería.

El día que fui a decirle a mi mentor que me iba a tomar un año libre, sentí terror. Era un
momento en que necesitaba espacio y tiempo lejos de mis responsabilidades e investigaciones
académicas. La persona más difícil a quien explicarle mi planeada ausencia era el director de mi
departamento, mi mentor, a quien llamaré Robert. Yo temía que el hecho de irme hiriera sus
sentimientos. Aparentemente, había una tácita obligación de estar ahí. La separación y el rechazo eran
temas difíciles en ese momento. Y también me daba miedo que se alejara de mí.

Un gris día de octubre, partí temprano en la mañana a la oficina de Robert a contarle mis
planes para ese año. Al bajarme del metro y mientras caminaba hacia el hospital donde estaba nuestro
departamento, se me apretó el pecho. El lugar se veía sombrío y deprimente. Su presencia opacó mis
planes para ese año. Dado todo el sufrimiento que albergaba ese lugar, ¿qué motivo había para que yo
dejara salir mi propio dolor? Me sentía como un cobarde abandonando el campo de batalla.

Durante el almuerzo, rodeado de otros colegas, incluyendo a Robert, tuve un colapso


nervioso. Evité decirles que me verían poco y desvié hábilmente el tema cuando surgió. Descubrí que
un aparte de mí estaba abortando cuidadosamente mi pensado plan para el año. Casi empecé a
ofrecerme para más trabajo cuando fue requerido. ¿Podría supervisar a los nuevos psiquiatras?
“¿Podrías dar algunas conferencias para los cursos nuevos, Sam?”. “Sam, juntémonos regularmente
para redactar ese proyecto del que hablamos”.
“Tal vez, tal vez”, sentí que murmuraba. “Déjame pensarlo”.

Cuando llegué esa noche a casa, estaba convertido en una pelota de “stress”. Julie, mi esposa,
me preguntó cómo había sido mi día.
“Supongo que bueno. Almuerzo del departamento. Vi mucha gente”. Le di salida a mi terror
disfrazado. “Hay mucho que hacer. Creo que tomaré algunas supervisiones y redactaré un proyecto”.

En esos improvisados comentarios había un pedido de auxilio. Indirectamente estaba


preguntando: “¿Está bien si digo NO a todo eso? Necesito apoyo, de lo contrario, perderé todo el año
en esos compromisos, ¡y no quiero!”.
“Escucha, Sam”, dijo Julie. “¿No crees que ya tienes suficientes cosas en tu horario? ¿No vas
a dejar algo de tiempo para ti?”
Cuando dijo eso, sentí que se acumulaban lágrimas en la parte de atrás de mis ojos, era una
prueba verbal de su fe en mí, ella estaba de mi lado. Era más de lo que podía decir a mí mismo. Su
respuesta fue como un destello de cálida luz, y en esa calidez pude ver la parte derrotada de mí mismo,

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la cual había estado todo el día acumulando trabajo, enterrando la esperanza de un año tranquilo,
reflexivo, feliz, dedicado al descubrimiento personal.

¿Dónde estaba el origen de mi ambivalencia? No podía sacarme la cara de Robert de la mente.


Me sonrió en el corredor cuando nos encontramos antes del almuerzo. Estaba feliz de verme. Yo, en
cambio, me sentía portador de un sucio secreto: lo estaba abandonando. Ya no pasaríamos los días
juntos, haciendo nuestro trabajo como de costumbre.

Robert se sienta en su oficina a trabajar, fumando su pipa, pensando, en forma cuidadosa,


precisa, ordenada.
A mí me parecía una persona demasiado precisa y moderada. Sentía la necesidad de alejarme,
pero eso era un abandono. Era algo imposible de justificar y explicar.
Durante los últimos cinco años, nos habíamos reunido una vez a la semana. Analizábamos
información y luego conversábamos. Cuando lo necesité, hace ocho años, ahí estuvo. Sintiéndose sin
destino como profesor en una universidad, confusamente consciente que debía encontrar otra cosa,
comencé desesperadamente a buscar becas y redactar proyectos.

Entonces, ante la sugerencia de un amigo, fui a ver a Robert. Nos entendimos de inmediato.
Mis proyectos para estudiar el desarrollo adulto estaban financiados. A Robert le interesaban y pronto
estaba trabajando con él en su departamento. En contraste con mi experiencia en la facultad, donde el
estímulo había sido escaso, como si hubiera habido un déficit mundial de niveles críticos, con Robert
todo era bueno, más no suficiente. Cosas que yo decía en nuestras conversaciones, se convertían en
tesoros que debían ser examinados y pensados Robert encontraba fascinante mi trabajo. El era una
eminencia en este campo. Y yo estaba trabajando con él de igual a igual. Su confianza en mí era una
experiencia excitante. La forma en que me valoraba era un alimento del cual nunca me saciaba. Pero
de repente sentí que necesitaba alejarme de él.

Debido a una mala jugada del destino, ese año él estaba en crisis también. Su mujer tenía una
enfermedad mortal, recortes en el presupuesto amenazaron sus investigaciones, y yo sentía que me
necesitaba. Quería ser un buen hijo para él, el buen hijo que según todos yo ya era para él. Su esposa
está segura que yo soy su amigo, ya que él habla en casa lo que conversamos en la oficina. Los
colegas, preocupados por él, me preguntan a mí cómo le está yendo con todos sus problemas.

¿Y cómo le está yendo? Está haciendo lo que debe: cuida a su esposa, solicita
financiamientos, se sienta pacientemente en su oficina, prepara más científicos, conversa con los
alumnos, asiste a todas las reuniones. ¿Cómo puede hacerlo? ¿No le dan ganas de gritar, llorar,
destruir unos cuantos edificios? ¿Dónde están sus sentimientos? Yo no podría soportar ese tranquilo y
doloroso silencio.

¡Robert aguanta todo! El me estaba entregando un silencioso mensaje que decía que ése era el
destino de los hombres, tragarse sus emociones, sobreponerse a ellas y seguir trabajando. Y en el fondo
de mi alma, comprendí que para demostrarle mi amor a este hombre, para ser el buen hijo que él y yo
queremos, debía seguir su ejemplo. Tendríamos que pasar el año juntos conversando y comentando
información.

¿Quiere que alguien se preocupe de él? No lo sé. ¿Hay alguien que se esté preocupando de él
ahora? No. Se ve arrugado y ojeroso, pero no parece notarlo. Al mirarlo, veo mucho dolor o

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reconocido y siento una pena terrible. Es espantoso y brutal vivir con alguien que necesita cuidados
pero que no los acepta. Yo quería que habláramos de su esposa enferma, acerca de pedir y obtener los
cuidados que uno necesita. ¿Cómo se aceptan las desgracias? Sus respuestas habrían sido muy
significativas para mí, dado lo mucho que había idealizado a este hombre.

¿Habría podido decirle todo esto? Sentía que era algo imposible, como si fuera un tabú.
Quería cuidarlo, acogerlo, reconfortarlo, pero él no lo permitía. ¿Cómo reconforta uno a su padre?
¿Cómo le ayudas a enfrentar la muerte de su esposa?
Pocas penas en la vida son tan intensas como el reconocimiento de querer proteger a alguien,
pero saber que hay una sola forma de hacerlo: renunciar a uno mismo.

El estaba en la etapa defensiva de sus crisis personal, cuidando a su esposa, tratando de


mantenerlas lo más posible fuera del hospital. Este gran hombre solo quería “terminar con todo”.
¿Pero cómo se hace eso?
Existe una prohibición más profunda: no hablaremos acerca de esta experiencia. Reconozco
que es absolutamente aterrador que un ser querido se encuentre enfrentando un riesgo y no ser capaz de
descubrir qué pasa por dentro. Y también reconozco que, para los hijos, en relación a sus padres, esto
es una rutina que luego se extiende a las experiencias de los hombres con sus mentores y con su
trabajo.

El día que me contó de la enfermedad de su mujer, Robert dejó en claro la prohibición.


Golpeó mi puerta y me preguntó si podíamos hablar unos minutos. Se dejó caer pesadamente en la
silla y fue directo al grano:
“Ruth tiene cáncer”.
Mientras hablábamos, respondió a todas mis preguntas. Ella ya había estado enferma antes;
éste no era el primer incidente. Sí, se veía mal, pero había esperanzas. Le diría al resto del equipo.
Tendría menos tiempo para la oficina. Podía contestar todo –menos lo más importante.

“¿Qué sientes con todo esto?”, pregunté.


Movió la mano como desechando la pregunta. “Es duro, duro, pero…”. Sus ojos me miraron
de frente, suplicantes: “Tú entiendes”. ¿Qué era lo que yo entendía? ¿Qué un hombre no necesitaba
apoyo cuando es golpeado? ¿Qué yo no tenía nada que ofrecerle? ¿Qué yo mismo no debería buscar
apoyo ni cariño cuando estuviera en una situación dolorosa?

Mi rabia hacia Robert se debía tal vez al hecho de sentirme obligado con él y a la sensación de
haber sido valorado sólo en términos de lo que yo le proporcionaba. Si vivo de acuerdo a él, me
amará; si trato de ser diferente, se pondrá furioso. La sensación de sentirse “asfixiado” en una
relación, refleja el temor de que nuestra personalidad desaparezca bajo el peso de otra.

Creo que mi mentor sintió cierto alivio estando conmigo; ambos estábamos profundamente
satisfechos que yo fuera como su hijo. Sin embargo, en ese requerimiento había una opresión de la
cual no se podía hablar, quizás la misma opresión que las mujeres han identificado como la
objetivación de parte de los esposos u otros hombres al considerarlas “meros objetos sexuales”, o como
lo que han vivido con las madres al sentirse queridas sólo cuando “por fin se casaron”. Pasa lo mismo
con los hijos varones.

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Queremos cumplir con esa obligación de sufrir en silencio, para distanciarnos de nuestros
sentimientos y seguir con la tarea. La prohibición de hablarlo, nos ata a la obligación y a tratar de
alejarnos del problema. Yo seguí adelante con la idea de mi año libre, pero no pudimos hablar del por
qué lo estaba haciendo. Ese año productivo para mí, fue para él como una traición, lleno de
acusaciones y rechazos, con consecuencias muy desagradables que costaría años resolver.

Esos sentimientos, tratándose de un tutor, eran “inadecuados”. Son así especialmente para
aquellas personas que no les gusta que la vida adulta sea contaminada con tristezas infantiles. Es
necesario distinguir cómo el joven se acerca al mentor. Cuando lo hace como un niño necesitado en
busca de un padre sabio y tierno, ambos hombres se enfrentan a una postura difícil: el mentor puede
sentir rabia, represión y confusión (sin estar seguro por qué, ya que es difícil ver el significado parental
de la relación), mientras que el joven se sentirá fácilmente desilusionado, culpable y rabioso. Cuando
ambos hombres se sienten lo suficientemente cómodos con sus sentimientos, valores e identidad, y
pueden expresarse honestamente y explorar en forma relativamente abierta sus mutuas debilidades y
fuerzas, hay menos dificultad. Esto ocurre a veces, pero debemos comprender que el tema de la
vulnerabilidad se torna muy denso debido a las historias con sus respectivos padres.

La pregunta no es: ¿es “correcto” buscar un tutor? Dada la experiencia masculina, a menudo
es inevitable. La derivación de la palabra mentor es ilustrativa al respecto. Mentor era el consejero de
Odiseo y luego se convirtió en guardián y maestro de Telémaco en ausencia de su padre. Los hijos
varones necesitan figuras masculinas para consolidar su identidad como hombres; el precio que
pagamos es que la dinámica padre-hijo puede reaparecer cuando menos lo esperamos. Más que tratar
de eliminar la vulnerabilidad de la relación, viejos y jóvenes deberían aprender a tolerarla mejor.

Cuando me alejé del trabajo, durante meses me sentí como un mal hijo y una terrible pregunta
me ensombrecía: ¿cómo pude haber abandonado a mi padre?

Mi Padre, Mi Mentor

Al terminar esa agonizante reunión almuerzo con Robert, me surgieron recuerdos de mi padre
y de la rabia y culpa que sentía ante la obligación de tener que vivir de acuerdo a su modelo:

Me sentía unido a mi padre por una obligación que él quería que yo cumpliera en silencio.
¿Qué él quería o que yo quería? Nunca cumplí con esa obligación. Más allá de mi mentor,
estaba mi padre, reprochándome sin palabras, con la historia de su vida, por mi preocupación
centrada en mis sentimientos. Reprochándome también ahora, en este momento, por no
trabajar tan duro como él. Delante de mí está parado un hombre alto con traje de oficina, con
el peso del mundo sobre los hombros, responsable de todo, preocupándose de todos menos de
sí mismo, con toda su infelicidad, dolor y arrepentimiento por aquello que no hizo.

Cada mañana, alrededor de las 8, mi padre salía de casa, muy infeliz, y se dirigía a su tienda,
volvía a las 6 P.M. agotado y enojado. Enojado con los clientes que iban todos los días a
molestarlo por los precios o la calidad. Eso es lo que hace la gente todo el día en el Bronx:
molestar y hacer críticas mezquinas. “Sí, trajeron la alfombra, pero no han terminado el
trabajo” o “Qué vergüenza, esta alfombra está dos centavos más barata en Rug City”. O
peleaba con sus socios. Continuamente los culpaba por no haber tomado la decisión de
arriesgarse, por no haber hecho nunca “plata grande”, convirtiendo a Osherson’s Inc. en el

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negocio multimillonario que él quería. Como muchos hombres, sólo más tarde se dio cuenta
que formar una familia saludable y honorable era un éxito suficiente para cualquier hombre o
mujer.

Pero él tenía el sueño del éxito concentrado en el trabajo. Y era comprensible –al igual que
muchos hombres de su época, estaba cazado en una trampa generacional e histórica. Quería
ese éxito como un regalo para sus padres, que habían llegado de Polonia e instalado el negocio
de las alfombras. En su mente, se la habían jugado y habían ganado, mientras que él había
jugado pero perdido. Sus padres habían dejado el viejo país e iniciado, con sudor y coraje, un
pequeño negocio que dejaron a su hijo. Cuando mi padre se retiró, lo cerró. Ese negocio, ese
trabajo, era un lazo de obligación y de amor entre él y sus padres. Era el único hijo, de modo
que cuando salió del ejército después de la Segunda Guerra Mundial, no había ninguna
esperanza que le permitiera estudiar historia en Columbia, a pesar de su deseo de hacerlo.
Tenía hermanas inteligentes y energéticas, que ya estaban comprometidas en el negocio, que
perfectamente podrían haberse hecho cargo, pero eso no estaba en discusión. Sobre el hijo, el
único hijo, caía la obligación de demostrar su amor a través de la continuidad. Debía cumplir
con esta obligación a costa de su felicidad.

Siempre restringido por su familia, mi padre tenía respuestas para todas las preguntas acerca
de por qué no corrió ningún riesgo. “Estuve rodeado de personas negativas, Sam. No dejes
que eso te ocurra a ti”. Encadenado. Si hubiera sido capaz de liberarse –continúa el engaño –
qué grandes cosas habría aportado al mundo. Mi padre desencadenado… ¿quién sabe qué
podría haber pasado? Tal vez tendría que haberse enfrentado al fracaso, sin excusas. O habría
tenido que lidiar con sentimientos, impulsos y deseos demasiado complejos.

Así, llegaba cada noche a casa tenso y enojado. Había cumplido con su deber en las minas
saladas del Bronx y sólo quería “relajarse”, lo que significaba horas de televisión cada tarde.
“Relajarse” era una palabra importante en nuestra familia, al igual que “soltar amarras”. Me
enfurecía cuando mi madre decía: “Necesitas soltar amarras, ándate de vacaciones”. El
horrible mensaje que encierra esa frase es que el trabajo es un lugar de sufrimiento donde uno
se pone el apretado arnés de la responsabilidad. Las cadenas. No existe agrado ni placer en el
trabajo. Entonces, hay que sobreponerse a esta dificultad soltando amarras. ¿Pero si el
trabajo te ata con nudos, no sería acaso probable que algo ande mal con el trabajo o que la
forma en que lo asumimos sea equivocada?

En mi familia, si el trabajo no nos extenuaba, quería decir que algo andaba mal. Y la casa era
el lugar para sanarse. Las alternativas eran la TV, comer harto o acostarse temprano. El
tiempo pasivo. De esta manera, la actividad y la pasividad, el trabajo y la entretención,
estaban en una oposición arbitraria. La entretención era pasiva y no conducía a nada. La
creatividad activa y la imaginación no se relacionaban para nada con los problemas reales de
la vida.

Siento a mi padre como un peso sobre mí. En un sentido profundo, estoy unido a él, pero no
comprendo cómo. Quiero abrazarlo y acogerlo. Quiero fundir su pena con la mía. Pero
también quiero remecerlo y acusarlo. En su “trabajo” nunca tuvo tiempo para mí –no pude
sanar su dolor ni él el mío. Nunca se dejó llevar. ¿Significa eso que yo tampoco puedo?

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Por primera vez veo lo mucho que significaba para mí su dolor, cómo hubiera querido que
fuera feliz, o haberlo hecho sentirse mejor. No podíamos hablar sobre esas cosas -¿ser como
él, era acaso la única manera de demostrarle mi amor y ser un buen hijo? La imitación es la
forma más sincera de adulación. Invitación que acepté y luego rechacé.
Quería ser amigo de mi padre, y quizás el dolor más grande fue saber que no lo lograría.
Mi padre iba a trabajar, yo iba al colegio; íbamos por rumbos paralelos. Yo avanzaba
penosamente hacia el paradero del bus, mientras él tomaba la autopista hacia el Bronx. ¡Cómo
odiaba el colegio! Esas interminables fechas y datos que había que memorizar, las eternas
repeticiones y rutinas de los profesores, lecciones tan desconectadas de la vida real, de lo que
yo necesitaba. El tenía sus clientes, con sus mezquinas exigencias, yo mis profesores –justicia
poética. De tal palo, tal astilla.

Convertirse en hombre era aceptar una odiosa carga de interminable trabajo y estupidez.
¡Cómo me habría gustado hablar con mi padre acerca de ese destino, pero no podía o no
quería! Estaba tan ocupado, cansado, deprimido, preocupándose de todos nosotros,
soportando tan bien el arduo mundo masculino, para el cual mi colegio era sólo el terreno de
entrenamiento.
¿Pero es en realidad ése el punto? La mayor lección que aprendí de mi padre fue que, día tras
día, él soportó. Tomaste lo que la vida te dio y lo trituraste. Fuiste capaz de hacer el trabajo.
Y eso lo hacía por nosotros, optó por toda esa mierda por su esposa e hijos. ¿Y ésa es mi
obligación con él? ¿Aceptar toda la mierda que la vida ofrece?

Cuando se trata se soportar un dolor mental, los hombres son fuertes. Pero cuando hay que
expresarlo, revelándolo, dándole una vía de escape, no son tan fuertes.
Mi padre no pudo -¿no quiso? – arriesgarse a examinar su dolor, su depresión. Su opción, si
es que podemos llamarla así, fue cumplir con sus responsabilidades como él las veía. Cosa
que hacen muchos hombres. Hay una gran nobleza en eso, ¿pero cuál es el mensaje para los
hijos? Para ser como yo, debes sufrir voluntariamente. Padre e hijo tienen muy poca
experiencia en quererse, en darse estímulo, en acogerse emocionalmente uno al otro.

Recuerdo un día de invierno, a las 7 de la mañana. Había que levantarse para ir al colegio.
Mi madre me fue a despertar. Le dije que estaba muy resfriado. ¿Podía quedarme en casa?
Su expresión fue amistosa, pero con duda. Tal vez sabía que no estaba realmente enfermo,
pero no estaba segura. “Está bien, quédate”, dijo, y mi corazón dio un brinco. Pero aún
faltaba pasar la barrera de mi padre. Tuve que convencerlos a todos, incluyéndome a mí
mismo, que estaba enfermo. Me quedé en la cama con los ojos cerrados, haciéndome el
dormido.

Mi padre estaba vestido con su traje de oficina, a punto de bajar las escaleras, cuando me vio
en la cama. Entró a mi pieza. Sentí terror. No quería hablar con él. No sabía manejarme con
él. Se acercó a mi cama. No abrí los ojos, actué como si estuviera durmiendo. Puso su mano
en mi frente. Es lógico –el hijo enfermo, veamos si tiene fiebre. Seguí sin moverme. No
quería que me dijera que me levantara y fuera al colegio.
Sentía su mano en mi frente como un peso. Qué ridículo me sentía. ¡Cómo podía estar
durmiendo con su mano presionando mi frente! No hablaría con él, no iría al colegio. ¿Es
posible que él no se esté preguntando cómo puede estar tan profundamente dormido? Si está

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tan enfermo, mejor llamemos a una ambulancia. No dijo una palabra. Amable como era, me
dejó dormir.

Salió de la pieza con pasos firmes. El iba camino al Bronx, mientras yo ya estaba disfrutando
el placer de un día maravilloso: leer, soñar, escuchar música, pensar, hablar con mi madre. Oí
cómo bajaba apurado las escaleras. La puerta principal se cerró. El auto partió.
“Tú, fresco de mierda”, murmuró una voz en mi cabeza. “El puede soportarlo sin ceder. ¿Por
qué tú no?”.

Odiseo estaba equivocado. No es verdad, Telémaco, que te encuentras con tu padre sólo una
vez y para siempre; te encuentras con él una y otra vez en diferentes circunstancias a través de toda tu
vida. Con nuestros tutores revivimos nuestra ambivalencia provocada por el mensaje del padre en
cuanto a lo que significa ser hombre. Muchos hombres aprenden de sus padres que estar en el mundo
del trabajo significa sufrir, que el hecho de ser hombre ya es una obligación terrible. Con nuestros
mentores tratamos de vivir de acuerdo a esa exigencia, pero también intentamos ser excusados de ella.

Canibalismo

Si la relación con el tutor termina normalmente en ruptura, como dice Levinson, puede ser
reflejo de la común dificultad que se da en el proceso de desarrollo: la diferenciación y el crecimiento
son percibidos como rechazo. Una persona puede sentir que los cambios dentro de la relación, el ser tal
vez más “realista” en el énfasis en cuanto a la autonomía y a un cierto éxito, son un rechazo del otro.

Sin embargo, la dificultad normal de la relación con el tutor puede reflejar también las
dificultades normales entre los hombres, basadas en la relación padre-hijo. Desde el punto de vista del
mentor, la creciente independencia de su protegido puede reencender conflictos internos acerca de sus
propias decisiones. Si el joven presenta rasgos de rebeldía, que pueden reflejar o no aspectos
eliminados del tutor, éste puede rechazar con rabia a su protegido por las decisiones a las cuales él ya
ha renunciado durante su carrera. Alternativamente, el mentor puede estimular en el joven, en forma
irreal o desadaptada, aspectos suprimidos de él mismo. Puede incitar al joven a rebeldías que él no fue
capaz de llevar a cabo.

En un nivel más profundo, la lucha por la separación-individuación en que ambos están


comprometidos puede reencender en ellos sentimientos conflictivos acerca de la separación: alejarse es
rechazar a los seres queridos. Rechazar una forma de trabajo o un estilo de vida puede considerarse
como un fuerte rechazo a la persona, ya que generalmente ninguno de los dos se da cuenta que hay
profundos sentimientos de amor paternal involucrados en lo que aparentemente es sólo una relación de
trabajo. Además, las vulnerabilidades que impregnan el proceso de desarrollo y crecimiento pueden
ser un tema muy candente y, por lo tanto, inmanejable por ellos.

Puede ocurrir que en algunos casos los viejos traicionen a los jóvenes –tal como ellos fueron
traicionados – al inducir a aquellos que tienen entre 30 y 40 años a que renuncien a sus pasiones
originales, a su capacidad de agresión, a sus motivaciones idealistas o a su deseo de una vida más
plena, a favor de una vida chata y rígida que suele llamarse “madurez adulta”. La tutoría es algo muy
de moda en estos días. Es un tema que aparece en las conversaciones; muchos adultos jóvenes asumen
que tienen un tutor, como si no fuera posible alcanzar el éxito sin tenerlo. Los libros de psicología y de
negocios hablan poéticamente de la importancia del tutor. Tanto la paternidad como la tutoría unen a

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las generaciones –metafóricamente, Eric Erikson llama a esta volátil relación “tornillo”. En el
transcurso del proceso, los viejos encuentran una forma de ver sobrevivir sus ideales y valores,
mientras los jóvenes encuentran hombres mayores firmes y confiables que les dan una visión estable
del futuro.

¡Ah, la belleza y perfección de la naturaleza y del orden social! Detrás de estos textos se
escucha a Mozart como música de fondo: todo calza a la perfección en un gran esquema. Dadas las
complicaciones que hemos analizado hasta el momento, especialmente el rápido cambio social y la
heterogeneidad de los patrones de la vida contemporánea, ese “atornillamiento” de las generaciones no
parece tan armonioso. A veces cuando recuerdo las experiencias de mis compañeros y algunas
propias, me surge una metáfora más violenta: una relación depredadora intergeneracional que sólo
puede llamarse canibalismo.

Una generación puede “canibalizar” a otra robándole su energía, sus ideas, y a menudo
literalmente lo que produce. En la universidad, alumnos o ayudantes a veces hacen trabajos que luego
el profesor titular publicita como propios. Pero eso no es nada al lado de robar a los jóvenes su
energía, absorbiendo el fresco entusiasmo y las pasiones, para convertirlos en insensatos o destructivos
proyectos y metas definidos por los mayores. En muchas instituciones se hacen reuniones e informes
huecos que no llevan a ningún cambio. Se trata de un trabajo inútil creado por la plana mayor para
mantener ocupados a los jóvenes y probar su lealtad. ¿Pueden los candidatos jóvenes tolerar la
estupidez mental de esta burocracia, sin pedir información o sin cuestionarla? Quizás, sin darse cuenta,
las mayores quieren enseñar el cinismo a los jóvenes, el mismo cinismo que ellos han llegado a sentir
en su propia impotencia, como resultado de los compromisos que han asumido. Cinismo puede no ser
la palabra correcta; semiparálisis puede ser mejor.

A los mayores les duele ver el idealismo y energía de los jóvenes, al sentirse ellos mismos
cínicos e impotentes, aunque sólo se permiten expresar su dolor como una irritación. En consecuencia,
se impulsa a las víctimas del grupo de jóvenes a pensar que su trabajo no aporta nada, engendrando así
dudas personales y sentimientos de fracaso. Un colega mío, mayor, se refirió una vez a la necesidad de
“disciplinar al rebelde”, como una justificación por una evaluación anual negativa hecha a un profesor
joven. Para las viejas generaciones, también es relativamente fácil amargar el vivo entusiasmo e
intuiciones de los jóvenes, haciéndolos sentirse inadecuados. Esto ocurre permanentemente en las
universidades y – estoy seguro – también en otras instituciones. De manera sutil o no tanto, se deja en
claro que el tema emocional molesta: distánciate de lo que ves delante de tus ojos; no prestes atención
a tus claves o diálogos internos.

Me impresiona el agradecimiento de muchos hombres jóvenes cuando encuentran estímulo


para hablar de sus inquietudes, y el shock y las dudas que sienten cuando se les habla de la importancia
y legitimidad de los impulsos internos, que debieran ser reactivados con mayor frecuencia. Algunos
rechazan la idea de hacer esto, porque creen que los sentimientos personales no constituyen el mejor
mecanismo para resolver las cosas, pero muchos la rechazan de plano porque ese enfoque los hace
sentirse desnudos, expuestos: es una libertad que no quieren. Prefieren sentir resentimiento y opresión.
Un amigo mío, sociólogo, hace algunos años escribió un libro muy personal acerca de un grupo que
estuvo en Vietnam y de su experiencia como consejero de jóvenes negros en la década del 60. Lo
escribió al terminar la universidad y al comenzar una exitosa carrera académica. El libro no se
adecuaba a la forma en que lo habían entrenado para trabajar como sociólogo. Mandó una copia a su
tutor, ansioso de saber su reacción, esperando que ese hombre eminente le diera su aprobación. Un día

49
mi amigo estaba revisando su correspondencia y encontró el libro, que había sido devuelto por su tutor.
Cuando lo abrió, halló un mensaje garabateado sobre el título:
“¿Qué mierda estás haciendo?”.

La Crueldad de los Jóvenes

Pero ya protesté bastante. Los jóvenes también son depredadores. Exigen que los viejos sean
firmes (rígidos), resueltos y fuertes. Necesitan creer eso, y quizás también “canibalizan” a los viejos.
Los jóvenes de 20 años son ante todo depredadores; se sienten presionados a llegar a algún lugar, a
cumplir con el desafío de ser hombres. Deben tomar decisiones respecto a sus carreras y formar
familias exitosas para la sociedad, entre otras cosas. Se sienten atrapados en el ímpetu de esas
decisiones; quieren que las viejas generaciones atestigüen que todo esto funciona, que las opciones que
han tomado traerán éxito y sabiduría. No podrían tolerar que algún viejo realmente sabio, que ha
pasado por todo, dijera: “Quizás no funcione de esta manera. Tenemos que empezar de nuevo. Y
necesitamos tu energía e intuición para que nos ayudes a cambiar las cosas”.

Tal vez algunos jóvenes no tolerarían mentores más humanizados como el que Beth quería
para Eric. Es obvio que para muchos hombres y mujeres jóvenes, la amabilidad en sus tutores es muy
importante, ya que está demasiado cerca de las dolorosas heridas aún no curadas del padre. Preferimos
sentirnos privados de ella. Como dijo un ejecutivo: “No me gusta la autoridad débil”. Queremos
degradarlos y nos odiamos por hacerlo. No queremos ver la realidad del fracaso, ni siquiera del
fracaso noble, en nuestros héroes. Los criticamos si fallan o muestran “debilidad”.

Los jóvenes pueden ser tan crueles como los viejos. Quizás ambos están igualmente
estancados –incapaces de verse, contactarse. Destinados a tergiversarse unos a otros. La vieja
generación siente que los jóvenes son implacables en sus esfuerzos por probarse, por probar y
sobrepasar a los mayores, por mostrar lo grandes y fuertes que son. Vaillant destaca la “torpeza e
intolerancia” de los hombres durante la fase de consolidación de sus carreras, que generalmente ocurre
entre los 20 y 30 años. Vaillant resume la competitividad en esta relación con una historia de un
hombre de 40 años que habla de su tutor. “Fui el principal orador durante la comida que dio con
motivo de su jubilación.”

Tengo la sospecha permanente de que jóvenes y viejos se mantienen en este baile más por
miedo que por estar disfrutando de él. En algún remoto escondite de nuestra conciencia, todos,
jóvenes y viejos, tememos no ser en realidad tan fuertes como parecemos, y tememos haber permutado
algo muy importante –un centro interno relacionado con el mundo de los sentimientos – por nuestro
poder en el mundo mercantil. Necesitamos encontrar caminos para permitir que la amabilidad se dé en
esta relación, necesitamos un lugar de apertura y “propiedad emocional” donde los hombres se sienten
tan incómodos y al cual muchos renuncian. Quizás los jóvenes deben permitir a los viejos ser ellos
mismos y viceversa, renunciando a la ilusión de pensar que sólo si hacemos lo que ellos dicen, los
viejos nos darán cariño y seguridad.

Tal vez sea el miedo al vacío en torno a la imagen masculina, nuestro linaje paterno, lo que
nos hace obligar a los mayores a ser más fuertes de lo que pueden. Esto también nos impulsa a ser más
como ellos, y no menos, adoptando una postura de fuerza invencible, coludiéndonos con el mito que
parte del terror primitivo de revelar la vulnerabilidad de nuestra esencia.

50
CAPÍTULO 3
ACERCA DE LAS ESPOSAS QUE TRABAJAN Y DE LA
SOLEDAD DE LOS ESPOSOS

Un Sentimiento de Descuido

“No anticipé que fuera a tener esta dificultad cuando ella comenzó a trabajar, y estoy
sorprendido. No me he acostumbrado al sentimiento de descuido.”

Este atractivo abogado hace resaltar la palabra “descuido”, su ceja derecha se arquea como
cuestionando las palabras que elige su boca. Se reclina en el sillón de su oficina. Es un hombre
comprometido, coherente, que ayudó a su esposa a cambiar el trabajo de la casa por una exitosa carrera
como asistente social. Le gustaba que ella trabajara y apreciaba que ganara dinero: los ingresos de ella
no eran para él plata de juguete, sino una gran contribución económica y mayor libertad profesional
para él. Sin embargo, cuando las mujeres ya no son lo que eran en los viejos tiempos, cuando las
mamás eran mamás, se produce un problema para los hombres. La primera vez que se sienten
abandonados por sus esposas es cuando ellas salen a trabajar.

El sentimiento de descuido es un problema no sólo para los hombres que han formado
matrimonios tradicionales, cuyas esposas vuelven al trabajo sólo después de que los hijos han crecido.
Incluso hombres que esperan que sus mujeres sean más autónomas –casados generalmente con mujeres
que tienen su carrera – han hablado de un sentido de pérdida y abandono cuando la esposa tiene un
compromiso fuerte fuera de la familia.

Un economista de 38 años, con hijos pequeños y una esposa profesional, contaba que siempre
asumió que su mujer trabajaría, pero luego con tristeza habla de “una desemocionalización de ciertas
relaciones. Durante los últimos años, el matrimonio ha sido menos excitante de lo que era… ocurre
algo así como un divorcio emocional”.

Una exitosa periodista de 32 años, sin hijos, contó que “entre mi esposo y yo se produce este
típico esquema: cuando tengo que salir de viaje por trabajo, días antes mi marido empieza a actuar
como un niño de 2 años –malhumorado, amurrado, mostrándose herido y molesto. Cuando tratamos
de hablarlo, él dice que no le pasa nada, pero sé que nuestras peleas tienen que ver con el hecho de que
yo me vaya”.

Muchos de los hombres con que he hablado han revelado un serio conflicto como resultado de
haber mantenido una autoimagen no tradicional, en el sentido de aceptar y estimular a sus esposas para
que trabajen, pero actuando finalmente en forma molesta y distanciada cuando ellas han llegado a ser
realmente más autónomas o menos centradas en ellos. En muchos casos, los maridos no pueden
explicar la discrepancia entre lo que realmente sienten y lo que les gustaría sentir.

51
En este capítulo quiero mostrar el impacto que causa en un hombre el hecho de que la esposa
trabaje, y las vulnerabilidades y presiones que pueden convertirlo en un padre herido, enojado y
asilado a medida que los hijos crecen y la familia se va reorganizando. Para comprender el verdadero
impacto que se produce cuando las esposas trabajan, debemos colocar el fenómeno en su contexto más
amplio, como un cambio sustancial en la vida familiar. Con frecuencia las mujeres empiezan o
vuelven a trabajar cuando sus hijos crecen y se independizan. Creo que hay una experiencia
generalizada de la vulnerabilidad masculina en la edad mediana, debido especialmente a la creciente
autonomía que adquieren esposas e hijos en ese momento. Estos dos cambios revelan la disfrazada
dependencia en la familia que tienen los hombres.

Por eso es que he usado como ejemplo central para este capítulo el patrón de la familia
tradicional, en el cual la mujer comienza o vuelve a trabajar cuando los hijos crecen. La
inconformidad que demuestran muchos hombres de edad mediana debido a la autonomía que
adquieren esposa e hijos, revela claramente la dinámica de cambio que enfrentan también otros
hombres con patrones de vida no tan tradicionales.

El Esposo Tradicional en la Edad Mediana

Los Henderson, un abogado y su esposa, ejemplifican las dificultad normal de los hombres de
edad mediana, provocada por la reorganización de sus familias, cuando los hijos adolescentes son
“arrojados” de casa para ir al college y la esposa presiona para tener más autonomía ya sea regresando
al trabajo o iniciando uno. Cerca del 50% de las mujeres de este país vuelven a trabajar cuando sus
hijos crecen.1

Casi el 25% de los hombres de nuestra muestra, graduados de Harvard a mediados de los años
60, optaron por el modelo tradicional trabajo-familia. Yo les puse los “tempraneros”, ya que al
terminar la universidad se comprometían de inmediato con el esquema trabajo-familia, que los sitúa en
el rol tradicional de profesionales ambiciosos y padres de una familia que depende de ellos para su
supervivencia económica.2

La información que tengo me indica que los hombres de edad mediana tienen ahora el
problema del “nido vacío”, que antes era más característico de las mujeres de esa edad. La frase “nido
vacío” se refiere generalmente a la depresión de la mujer y a la sintomatología en torno a la pérdida de
sus principales deberes como madre. Sin embargo, hoy los más recientes estudios demuestran que sólo
una minoría de las mujeres viven esa depresión y síntomas cuando sus hijos crecen.

En los hombres, este trance se ha hecho evidente sólo ahora último, en un momento de cambio
de roles sexuales, cuando las mujeres están menos atrapadas en el nido vacío. Para muchas mujeres de
hoy, la reestructuración familiar es una positiva oportunidad para dar expresión a aspectos de sí
mismas dejados de lado al tomar la decisión de convertirse en mamás de tiempo completo. Baruch,
Barnett y Rivers, en su artículo en el New York Times Magazine, comentan acerca de “las nuevas
imágenes positivas para la mujer de edad mediana”: “Si algunas mujeres de edad mediana sienten que
fueron menoscabadas en el pasado, no piensan lo mismo respecto del futuro. Miran hacia delante con
optimismo. En vez de obsesionarse con el fracaso de ‘cumplir’ con las expectativas juveniles –como
ocurre con los hombres -, están asumiendo nuevos riesgos y desafíos”.3

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Según la información que ellos dan, las mujeres que pueden desarrollar trabajos nuevos bien
pagados, en conjunto con sus roles de madre y esposa, demuestran gran satisfacción con sus vidas y se
ven poco afectadas ante el crecimiento de los hijos. En contraposición, las investigaciones indican que
son los hombres los que tienen dificultades cuando sus mujeres se comprometen con actividades fuera
de la familia y cuando los hijos van a la universidad.4

Frente a una mujer que vuelve o comienza a trabajar y a la “partida” de los hijos, el hombre se
contacta con su necesidad de dependencia y con un sentido de pérdida que no ha aprendido a manejar.
Un hombre de 35 o 40 años que siente que su hogar se fragmenta o se destruye, se confronta al anhelo
por su padre y su madre. La pena y la rabia del esposo en la edad mediana se convierten a menudo en
algo invisible, no reconocido ni por él ni por su familia; el hombre se resiste sutilmente a los cambios
que le trae la vida, experimentando gran dificultad con la crucial tarea de desarrollo que es evolucionar
hacia metas y propósitos nuevos, aferrándose en vez al gastado mito de su poder instrumental.

Por otra parte, la esposa que trabaja puede ayudar al hombre a liberarse del mito de la
autoimportancia y del aislamiento personal que es la esencia de la identidad estrecha e instrumental
que se ofrece a los hombres en nuestra sociedad. A los 30 o 40 años, un hombre puede descubrir que
la reestructuración familiar puede ayudarlo a sanar al padre rabioso, necesitado y herido que lleva
dentro.
Examinemos las vulnerabilidades y oportunidades que tiene un hombre frente al nido vacío.

El Hombre Vulnerable en el Nido Vacío

Recuperándose de la palabra “descuido”, el Sr. Henderson sigue contando que “sin duda, el
mayor cambio de mi vida durante el último año” es que su esposa terminó sus estudios y encontró un
trabajo de tiempo completo. Sus palabras nos recuerdan que a medida que una mujer presiona por
tener más autonomía y entra al mundo laboral, cambia el equilibrio afectivo del matrimonio,
convirtiéndose en una persona diferente para su marido. Ahora ella sale temprano a la oficina, igual
que él. Conoce gente nueva y llega a casa contando ideas y experiencias de las cuales él sabe poco.
Ya no está centrada en las necesidades de su esposo y de su familia. Ahora tiene un nuevo entusiasmo
que él no comparte. Cuando las mujeres reanudan o empiezan sus carreras después que sus esposos, se
produce una ironía en la vida de ellos en la edad mediana: la mujer vive un entusiasmo nuevo y está
ansiosa por comenzar esta nueva etapa de su vida (el trabajo) justo en el momento en que él está
llegando a la cumbre o manteniendo el equilibrio en su carrera. Para él, la carrera es un cuento viejo,
para ella, una experiencia maravillosa después de estar años en la casa. El hombre puede sentirse más
viejo de lo que es. Los hijos se van y también la esposa. Muchos hombres sienten que todos en la
familia se van a hacer algo más importante y mejor, menos ellos.

Ambos cónyuges están en una nueva etapa de la vida, pero el marido a veces no es capaz de
percibirlo tan bien como su esposa. No encuentra una forma de articular el impacto del cambio del
sistema familiar. Se siente compitiendo con su mujer: ¿va a ser mejor ella en el ámbito de la vida en el
cual él ha buscado siempre su autoestima: el trabajo? Y pueden haber secretas inseguridades: ¿cómo lo
mide ella en relación a los otros hombres que ahora está conociendo en el trabajo? La esposa está
adquiriendo una nueva perspectiva en el lugar de trabajo y él puede parecerle menos competente y
admirable ahora que tiene otros hombres exitosos con quienes compararlo. Su autoestima puede verse
amenazada por el diario viaje con ella a la oficina.

53
Este desafío al mito del centralismo del hombre es lo único que puede sanar al esposo, porque
ya no está “ahí afuera solo” sin forma de probar algunas de sus ideas preconcebidas acerca de sí mismo
y de sus compromisos laborales. El matrimonio puede ser un importante agente de cambio para ambos
esposos –proporcionando formas de aprender nuevas defensas y actitudes – si los dos tienen igualdad
dentro de la relación. Una mujer con experiencia en el mundo laboral y sentido de competencia que
nace de un trabajo, puede entrar en un diálogo con su esposo. Puede llegar a tener una muy buena
autoestima y autoridad en casa provenientes del hecho de ser tomada en serio y ganar dinero en el
mundo del trabajo. Un crecimiento personal de este tipo la deja mejor capacitada para entender los
valores y compromisos que definen su matrimonio. Su esposo deja de ser la única fuente de
información sobre las exigencias y desafíos del “mundo real”. Ella tiene sus propias ideas, basadas en
su propia experiencia, respecto a los complicados asuntos que tradicionalmente atormentaban en forma
más directa al marido, incluyendo la frecuencia con que se puede anteponer el trabajo a los
compromisos familiares, la importancia del éxito profesional o cómo manejar la competitividad o la
distorsionadas exigencias personales del trabajo. Como resultado, la mujer que trabaja puede desafiar
los típicos mitos e ideas preconcebidas de su esposo respecto a su trabajo e identidad, algunos de los
cuales son bastante opresores para los hombres, aunque se aferren desesperadamente a ellos. Por
ejemplo, muchos esposos se sienten aliviados cuando sus esposas trabajan y se dan cuenta que la
mantención económica de la casa no depende completamente de su éxito laboral. Esto reduce la
necesidad del marido de tener que cuidar su autoridad en el hogar y le permite abrirse a relaciones más
íntimas con su esposa e hijos o experimentar con nuevos aspectos de sí mismo menos atados al
tradicional compromiso profesional. Los hombres también aprenden de sus esposas nuevas estrategias
para enfrentar problemas comunes en el trabajo tales como la competitividad y el poder.

Mi esposa se ha dedicado tiempo completo a su carrera, y me ha impactado el desafío que ha


significado para mí su capacidad de comprender el mundo del trabajo, confrontando plazos, manejando
conflictos interpersonales y temas como el éxito y el fracaso. Descubrí que tenía mucho que aprender
de ella. Mi tendencia a sobrecontrolar a la gente, era contraria a la suya; me intrigaba su forma de
enfrentar el trabajo, la cual me parecía menos competitiva y aislada.

Doug Heath, en sus investigaciones hechas con graduados de universidades de la década del
60, descubrió que los hombres consideraban que sus esposas tenían un efecto en su madurez igual o
superior que sus carreras.5 Un hombre de 38 años hizo el siguiente comentario al referirse al regreso
de su mujer al mundo laboral: “Nos ayudó a comprendernos más el uno con el otro. Fue una
experiencia enriquecedora. Sobre todo, reforzó nuestra relación al tener que pasar por un período de
stress y caos”.

Una de las razones del “caos” es que queda expuesta la disfrazada necesidad de intimidad y
dependencia del marido.
El Sr. Henderson, por ejemplo, hizo una comparación de cómo eran las cosas antes y cómo
son ahora:
“Ahora hay algo que falta, y no sé que es. Durante un tiempo, estuvo bien. Había una
sensación de estar trabajando juntos, avanzando hacia metas comunes. Antes, nuestros amigos eran en
realidad mis amigos. El proceso de convertirse en socio toma mucho tiempo, en cierta forma es como
un conflicto. Ella estaba muy interesada en eso. Yo me sentía adorado y el centro de todo”. Esta
familia parece depender de él, pero él también depende de ella. El necesita sentir el olor y calor de ese
pequeño refugio, para que le dé seguridad mientras desempeña su rol de “la fuerza”: el protector y
proveedor de la familia.

54
“Me gustaría que hiciéramos más cosas en familia, como antes. Ir a patinar, los sábados en la
tarde”. Yo me pregunté en voz alta qué le impedía hacer esas cosas. Su cara se entristeció.
“Bueno, los niños han crecido y ya no les interesa la caminata familiar, que es la expresión
que ellos usan. Me he sentido dejado de lado o pasado a llevar innecesariamente. Ella siempre trata
de hacer las cosas, pero debe planearlo cuidadosamente. Cuando lo hace, siento que ha asignado una
hora para esa actividad y que si tardamos dos, ella comienza a sentirse presionada.”

El Sr. Henderson habló con cierta ironía acerca de cómo solían ser las cosas:
“Era una relación en la cual yo era adorado y la fuerza de todo. Era el sostén de la familia y
me sentía bien en casa. Definitivamente superior a mi mujer –que por cierto es muy capaz y
talentosa”. Hablaba con timidez pero con humor, sentado en el sillón de cuero de su oficina: “Creo
que probablemente era una clásica perspectiva machista, chauvinista y paternalista”.

Esta descripción irónica me llevó a preguntarme si proveer y proteger son las formas en que
los hombres buscan la calidez y seguridad que necesitan. Para muchos, el tipo de intimidad con el que
se sienten más cómodos es cuidando y no siendo cuidados. El matrimonio y la familia es donde
encuentran a quien cuidar y donde se sienten poderosos, logrando así satisfacer sus secretas
necesidades de dependencia e intimidad.

Un “padre protector” se describió a sí mismo como “el tipo de persona que no se siente padre
a menos que se sienta como una fortificación donde sus hijos puedan vivir”.6
Muchos hombres que se casan jóvenes y forman una familia, parecen sentirse más cómodos
con ese tipo de intimidad, que podríamos llamar “intimidad paternal”. Cuando los hijos crecen y
llegan a la adolescencia, pasando a ser personas más autónomas y confiadas en sí mismas, estos
hombres tienen gran dificultad al tener que centrarse en sus propias confusiones y necesidades. Es
como si, habiendo trabajado mucho para llegar a ser fuertes y poderosos, se encontraban sin los
recursos psicológicos para transitar hacia una nueva etapa de la vida. A estos hombres les cuesta
enfrentar la autonomía e intentos de separación de los hijos, respondiendo con tristeza o rabia, tratando
subrepticiamente (o no) de mantenerlos dependientes, generalmente sin darse cuenta.

Acostumbrados ver sus necesidades de dependencia proyectadas en quienes los rodean,


prefieren preocuparse de los sentimientos de sus hijos y esposa (como máscara de sus propios
sentimientos) más que de los suyos.

El Sr. Henderson, por ejemplo, introdujo el tema del trabajo de su esposa diciéndome que
ahora su hija estaba más sola. Mucho después reconoció sentirse él desplazado. Un hombre que
piensa así, probablemente contará primero que su esposa ha estado “muy alterada por los cambios que
ha habido en casa”, luego mencionará que cuando ella se negó a acompañarlos en un viaje de
vacaciones –debido a sus compromisos de trabajo-, él se sintió muy molesto porque estaba “rompiendo
el sentido de familia”.

Cuando nuestros hijos adolescentes empiezan a tomar sus propias decisiones y a correr sus
propios riesgos, no podemos seguir protegiéndolos de los peligros de la vida como cuando eran
pequeños. Entonces el padre queda expuesto a las consecuencias de la conducta de sus hijos y puede
verse enfrentado a una incómoda sensación de impotencia y angustia. La siguiente es la descripción
que hace un padre recordando un momento peligroso que compartió con su hijo, cuando una tormenta

55
en el mar se convirtió en una metáfora del proceso normal de separación entre un adolescente y su
padre:

“Es entretenido e interesante ver crecer a mis hijos. Aunque me produce cierta angustia
darme cuenta que ya no me necesitan. Siento orgullo por ellos y tristeza por mí, porque estoy
envejeciendo. A veces quedo atónito, simplemente abrumado por las cosas que pasan. El verano
pasado salimos a navegar por cinco días y nos tocó muy mal tiempo. Hubo un temporal inesperado,
muy fuerte, el mar rizado. En un momento, mi hijo y mi esposa, con chalecos salvavidas y atados a
unas cuerdas, tuvieron que ir hacia delante para bajar la vela mayor. Sesenta nudos de viento, era casi
un huracán, las olas arrastraban la embarcación. Mi hijo es bajo y muy delgado. Pero ahí estaba
bajando del mástil la enorme vela, con el agua hasta la cintura, siendo empujado por dos toneladas de
agua cada vez que venía una ola. Estaba aterrado, pero lo hizo todo sin una sola falla. Si se hubiera
caído por la borda, jamás lo habría podido rescatar. Tuve mucho miedo”.

Confrontados a lo profundo de su vulnerabilidad, muchos hombres pueden sentir que la parte


adulta de su ser está siendo secretamente socavada por su familia. Un padre para quien la madurez es
tener control y estar a cargo, puede tener graves problemas con la adolescencia de sus hijos. Al
reconectarse con su necesidad de la familia y al darse cuenta de sus miedos y angustias, puede sentirse
impulsado a convertirse en un niño consentido, posición que tal vez él o su padre ocupaban en la
infancia, o bien puede sentirse avergonzado por no cumplir con la imagen de “hombre fuerte” que
tenía su propio padre.

El padre lucha además con la pena y el sentido de pérdida al “lanzar” al hijo. Cuando los
hijos comienzan a irse, el padre siente que su paternidad está terminando y quiere hacer “bien” las
cosas sin saber cómo. Según Wright y Keple, muchos hijos en esta etapa buscan apoyo material de su
padre pero no apoyo emocional.7 El hijo adolescente puede no buscar apoyo afectivo de su padre, a
medida que la relación padre-hijo comienza a distorsionarse y la posibilidad de acercamiento se aleja
demasiado. Así, el padre puede verse atrapado en una posición aislada y periférica dentro de la
familia, soportando una pérdida que no puede lamentar, ya que tiene que dejar partir a sus hijos. El
pintor estadounidense Fairfield Porter capta algo del solitario lamento de un padre en su poema “The
Loved Son” (El hijo amado). Al irse su hijo, Porter recuerda algunas de las partidas previas del
muchacho, y nos advierte directamente que si un padre no puede tolerar su arrepentimiento, se
convertirá en un ser “sin corazón”. El lamento de Porter se refiere a la falta de conexión con su hijo y
al deseo de intimidad con él que nunca se dio:

Cuando el hijo, ya grande, vuelve la espalda y se va


Mirando hacia la universidad o incluso hacia el ejército
Feliz de ser adulto, feliz de irse
Considerando su nueva dependencia como independencia
Pienso en lo poco que lo consideré
Lo poco que lo conocí
Sin escuchar el hermoso talento
Que marcó la agudeza de su mente observadora

El padre termina el poema anhelando la “fácil intimidad” que su hijo encontrará entre “los
compañeros de su edad”, quienes sin “el bagaje de la infancia”, se ven transparentes unos a otros, y

56
En un destello de luz mirando sus ojos
Conocí las profundidades de su ser y lo amé instantáneamente.8

El deseo del padre de sanar las heridas de la infancia en su hijo que se va, nos ayuda a
comprender el terror de ese padre atrapado en la tormenta con su hijo, que pudo haberse ahogado; el
padre se da cuenta de improviso que su hijo ya se vale por sí mismo antes de haber podido arreglar la
situación entre ellos, y lo más probable es que nunca se arregle. Entonces el padre vuelve hacia atrás y
recuerda cuando él se fue de su casa y la forma en que se despidió de su padre. Así, cuando “el hijo
amado” deja el hogar, el padre se conecta nuevamente con su anhelo de haber sido un hijo amado para
su propio padre.

Veamos ahora el dilema de muchos hombres de edad mediana: están estancados porque no
pueden evolucionar para dar a su vida un nuevo sentido y propósito. El Sr. Henderson habla de
sentirse “dejado de lado o pasado a llevar innecesariamente”. Todos los demás tienen algo que hacer,
alguna visión del futuro que les da energía –ser asistente social, ir a la universidad. El Sr. Henderson
se siente acabado, envejecido, inútil y dejado atrás ahora que nadie lo necesita. Esta es exactamente la
sensación del “nido vacío” que sentían antes muchas mujeres. El Sr. Henderson, como socio de un
poderoso estudio de abogados de Wall Street, es considerado un miembro estable y exitoso de esa
comunidad. Sus socios dependen de él para atraer nuevos negocios y ganancias. Sus secretarias y
asistentes jóvenes lo admiran. Y su familia ha dependido económicamente de él durante años. Ahora
pueden verlo como “papá”, la persona que trabaja duro, que es exitosa y que no habla mucho de sus
sentimientos. ¿Qué tipo de cambio hará él?

Aquí hay una crucial tarea de desarrollo para los hombres. Feministas han dicho que los
hombres tienen algo que aprender de las mujeres, que se relaciona con la capacidad de tener mayor
intimidad, empatía, un enfoque de la vida más cariñoso e interdependiente. Investigaciones
tradicionales hechas a adultos, apoyan esta visión. El crecimiento sano de la personalidad de los
hombres de edad mediana, es descrito con frecuencia en términos de atributos que nuestra sociedad
define como “femeninos”. David Guttman dice que normalmente en los hombres hay un cambio que
va de la preocupación por el poder mientras son adultos jóvenes a un interés por la receptividad y
calidez cuando son adultos mayores. La etapa mediana del adulto es descrita por Erikson como
positiva, ya que hay una búsqueda de formas para llegar a ser interpersonalmente “generativo” antes
que personalmente inactivo y aislado. Daniel Levinson, psicólogo de Yale, en sus estudios de “las
estaciones de la vida de un hombre”, sostiene que la lucha con las polaridades de masculinidad-
feminidad, entre otras, marca el desarrollo de un hombre de edad mediana. Destaca que la transición y
el cambio marcan la edad adulta de los hombres porque “ninguna estructura de vida permite la
expresión de todos los aspectos del ser”. 9 Veamos qué implican estas teorías: los hombres salen de la
niñez y luego de la adolescencia no “enteros”, sino más bien con un sentido de estar autoorganizados
en torno al logro y a la acción personal en el mundo. Por lo tanto, el movimiento femenino debiera ser
bienvenido, ya que ofrece una solución a un problema de los hombres: un cambio durante la edad
mediana para recuperar las partes de sí mismo dejadas atrás o desvalorizadas en el apuro por
convertirse en hombre.

Sin embargo, eso no es así. Los datos empíricos sobre el envejecimiento de los hombres, por
ejemplo, no dan seguridad, no demuestran lo mismo que aquellos artículos más “teóricos” o
esperanzadores. Una investigación reveló que sólo un tercio de una amplia muestra de hombres
normales de edad mediana lograron lo que los investigadores describen como una “solución

57
trascendente-generativa”. Muchos hombres se quedan pegados en el dudoso mito de su poder
personal, alienados de los demás aspectos de sí mismos.10

Aunque sin duda hay resistencia en los hombres de edad mediana para cambiar o extender sus
identidades, resistencia que examinaremos más adelante, en esencial no subestimar tampoco las
poderosas fuerzas del trabajo y la familia que bloquean el cambio de los hombres que quieren, en
parte, ampliar su sentido del sí mismo.

Al entrevistar a hombres que cambiaron de carrera en la edad mediana, uno de ellos me dijo:
“Cuando quieres hacer un gran cambio en tu vida, otras personas harán todo lo posible para
impedírtelo”. Al principio pensé que era una extraña paranoia, pero a través de los años he
comprobado que es verdad. Otras personas dependen de nosotros, porque sus identidades y
necesidades dependen de que nosotros seamos quienes somos. Un hombre como el Sr. Henderson
necesitará defenderse de las presiones, tanto externas como internas, que lo mantienen muy bien
encasillado, para poder comenzar a desarrollar un nuevo sentido y objetivo que dé energía a su vida y
lo haga sentirse menos “pasado a llevar”. Hay un antiguo refrán que dice que nadie en el reino tiene
menos libertad que el rey. Muchos de estos exitosos paterfamilias estarían de acuerdo si
comprendieran la magnitud de la trampa en que están metidos.

Al defenderse de las fuerzas familiares que lo tienen atrapado, un esposo o padre se arriesga a
desatar la rabia que siente y la que los miembros de la familia sienten hacia él. El padre siente rabia
frente a lo que él considera la ingratitud de su familia –él, que se ha sacrificado durante tantos años
trabajando para ellos, y ellos parecen tan ingratos. La esposa y los hijos están buscando nuevos
compromisos, dejándolo atrás. Puede haber envidia que esté despertando la rabia del marido, ya que él
también quiere pasar a una etapa más emocionante de la vida. La rabia puede surgir tanto de la
desilusión del padre con su familia como de la desconocida vulnerabilidad que siente –él ha dado tanto
para llegar sólo a esto, los hijos abandonando el hogar y la mujer independizándose. Finalmente, la
rabia puede surgir del temor que tiene el padre de su familia. Después de años de aparentar controlar y
dominar la vida familiar, ve que otros miembros de la familia se están convirtiendo en seres autónomos
y poderosos. ¿Qué harán ellos?, puede preguntarse. ¿Buscarán vengarse del “Rey” o simplemente
tratarán de exponer la desnudez del Emperador desafiando sus creencias y valores más queridos? A
menudo ocurre que las decisiones de los hijos respecto a matrimonio o profesión que no se amoldan a
las creencias del padre, constituyen sutiles desafíos al poder de éste.

La rabia de la familia hacia el padre reside en los años de bienestar durante los cuales fueron
cómplices. Mientras los hijos crecen, ven al padre como patriarca. Los miembros de la familia se
relacionan con él tratando de aplacarlo, manipularlo o adularlo para evitar enfrentamientos directos con
su poder. El padre puede ser una figura odiada y temida como también adorada. Debido a que la
familia no ha permitido a sus miembros encontrar formas sanas de discrepar directamente con el padre,
los hijos y la esposa pueden sacar con mucha fuerza la rabia que tienen. En el caso de algunas familias
que van a terapia, la esposa y los hijos adolescentes actúan como si fueran siervos rebelándose contra
el poderoso terrateniente.

La rabia que sienten los miembros de la familia puede protegerlos también de la tristeza
subyacente al dejar atrás al padre. Cuando la familia se reorganiza, la esposa y los hijos adultos están
mirando hacia el futuro –hacia una nueva carrera o compromisos amorosos que los esperan -, y para
todos los involucrados puede resultar difícil reconocer su tristeza por irse, por dejar todo lo que fue

58
hasta ese momento. Generalmente es más fácil sentir rabia que tristeza. Esto ocurre tanto con la
tristeza que sienten la esposa y los hijos como con la tristeza que siente el padre al ver el cambio en su
familia.

En algunas familias, la esposa y los hijos se confabulan para mantener el engaño de que el
padre es “la fuerza de todo”. Hablando de este patrón de “negación protector”, los sociólogos Farrell y
Rosenberg lo relacionan en parte con la rabia y el temor de la familia frente al padre:

A medida que la mujer aumenta su autonomía, lo hace en un clima de engaño


delicadamente equilibrado. Madre e hijos forman alianzas secretas –engañando,
riéndose y simultáneamente protegiendo al esposo. La mujer reconoce los
esfuerzos del marido para mantener su imagen de patriarca. Trata de evitar
enfrentamientos que puedan poner en duda la creencia del marido de que él lo
controla todo y que tiene el apoyo y respeto de su familia… Las parejas tienden
más a no herirse o a protegerse entre ambos que a compartir las experiencias.

Así, al esposo se le niega la oportunidad de llegar a un acuerdo con su propia vida. Este
parece ser uno de los precios del modelo de intimidad paternal.

Este tipo de tregua es utilizado parcialmente para controlar la rabia de la esposa e


hijos contra el padre. Habiendo eliminado el temor que le tenían, el resentimiento
acumulado se puede convertir en una fuerza explosiva en la familia. Se expresa a
través de bromas entre los hijos, dichas a media voz, y al percibir que “el viejo” ya
no tiene la fuerza emocional para acallarlos. Esta debilidad evoca una sensación
de desprecio, pero también de lástima.11

¿Y cuáles son las consecuencias en la familia? El desprecio por el padre que envejece, crea la
circunstancia que provocará el terror del hijo por la vulnerabilidad masculina. El padre herido se va
transmitiendo de una generación a otra, con el temor de que bajo la frágil fuerza del padre, yace una
secreta debilidad.

La Familia Como Madre

Finalmente, hay otro tipo de pérdida que deben enfrentar los hombres cuando sus esposas
salen a trabajar: la reestructuración familiar lleva al tema de la separación de la madre, evocando
épocas anteriores en el ciclo de la vida cuando los hijos varones debían desprenderse del cuidado de la
madre antes de estar preparados para hacerlo.

Volvamos al Sr. Henderson para ilustrar esto, ya que antes él expresó perplejidad por la
corriente subterránea de tristeza que había en él:

“¡Mierda! No puedo creer que yo esté diciendo esto –un demócrata liberal, blanco y orgulloso.
Simplemente no me siento cómodo con esta relación de iguales. Creo intelectualmente en lo que ella
ha hecho, y estoy orgulloso. Me gusta el cheque que trae a casa. Creo que está más contenta y
productiva, pero yo no tenía idea cómo me iba a afectar esto”. Con una sonrisa tímida, como
sintiéndose acorralado, reconoce su depresión y rabia. “He subido cinco kilos este año, cosa que me da
rabia. Me gustaba mucho correr, pero he dejado de hacerlo. No tengo la motivación. Siento que yo

59
soy el que provoca la mayoría de las discusiones en casa. Yo soy el que está descontento, más
frustrado, exigiendo cosas”. Sus cejas se arquean en forma interrogadora, cuando vuelve a referirse a
su esposa: “Bety está feliz, los niños están felices”.
Como muchos hombres, tiende a agrupar mujer e hijos en una sola unidad, separada de él.
Farell y Rosenberg también comentan esto:

La constelación familiar más común es aquella en que la esposa es el punto central de


la red de comunicación de la familia. Estamos permanentemente escuchando que
tanto los hijos como el marido la ven como la persona que “los comprende” y que
escucha sus preocupaciones. Ella es percibida como la principal fuente de calidez y
apoyo en el núcleo familiar. Su posición también le da la oportunidad de formar
coaliciones con los hijos.12

Con frecuencia el marido está en la periferia; la esposa se convierte aún más en la Madre para
sus hijos. Es obvio que el Sr. Henderson se siente ahora más solitario en su casa. Ya habló
anteriormente de haberse sentido “dejado de lado o pasado a llevar innecesariamente”. Cuando dice
que ha “subido cinco kilos”, haciendo notar que le “gustaba mucho correr, pero he dejado de hacerlo”,
está demostrando –como muchos hombres de edad mediana con síntomas de depresión –que se
encuentra en medio de una reacción de dolor, luchando con un sentimiento de pérdida.

El sentimiento más fuerte que demostró el Sr. Henderson durante la tarde fue cuando dijo que
el trabajo de su esposa lo dejaba con un sentimiento “de descuido”, palabra que implica desatención o
daño intencional. El sabe que su esposa no lo está hiriendo intencionalmente. Su buena fe es evidente,
al igual que la de ella: el matrimonio es importante para ambos. El sentimiento de descuido nace de
algún dolor más profundo, más inconsciente, provocado por la ausencia de su esposa. Entonces él
habla de ser “dejado de lado”, innecesariamente, de la atención de su familia. Describe la separación
como castigo, un confuso sentimiento de algo perjudicial que le está ocurriendo, debido a que la
atención de su esposa no se centra en él, al ser ella más autónoma e independiente.

Mientras el Sr. Henderson y yo hablamos, el sol desciende lentamente en el cielo. El fuego


artificial de la chimenea de su oficina lanza una cálida llama contra el gris día que hay más allá de la
ventana. El está sentado con los codos sobre las rodillas, su elegante traje está arrugado. Está como
ausente, profundamente concentrado, recordando algo, ponderando. Luego, lentamente, hace una
importante asociación. A los 40 años, se acerca a su verdad:

“Mi madre murió cuando yo era joven. De cáncer, muy sorpresivamente. O al menos así
pareció. Tal vez tenga una hipersensibilidad frente a esto, con mi esposa trabajando, la casa se siente
sola y vacía. Soy sensible a las pérdidas. Quiero a mi esposa en casa”.

Asocia el trabajo de su esposa con la muerte de su madre, cuando la alegría y calidez se


fueron de su vida, dejándolo solo y abandonado. Esto no significa que trate a su esposa como si fuera
su madre –él es un hombre competente, decidido, capaz de ayudar a su esposa a avanzar en la vida. La
experiencia de una esposa fuerte, con intereses propios y una identidad separada, evoca en él
sentimientos asociados con pérdida, abandono. Para muchos hombres, la familia sustituye a la madre,
y buscan en la esposa lo que perdieron al separarse de la madre. Al no tener una buena imagen del
padre como presencia emocional en la familia, y llevando a menudo el recuerdo de un padre “mimado”

60
en casa, los hombres terminan en una posición similar a la de sus propios padres, aunque traten de ser
diferentes.

El psicoanalista británico Elliot Jacques nos recuerda que los cambios de la vida en la edad
mediana, hacen regresar a muchas personas a lo que él llama “la posición depresiva infantil”, cuando el
mundo dependía de la Madre.13 Dada la presión que los hijos varones sienten para desligarse de la
madre e identificarse con el padre o –si éste está muy “herido” – con un sustituto, creo que hay mucho
dolor asociado a la separación de la madre cuando niños y al abandono del hogar como adolescentes,
antes de estar preparados para hacerlo y convertirse en “adultos”. Hay pocas palabras con tanta
resonancia emocional como “hogar”. Cuando E.T., con su vocecita débil, dice ansioso “vuelvo al
hogar”, está tocando uno de los anhelos más profundos del público adulto.

Cuando los hombres transitan hacia la edad adulta fuera de sus familias o lugar de origen, las
esposas y las familias se convierten en depositarias de la falta de hogar y de madre. Tradicionalmente,
el camino era casarse para tener una compañera que proporcionara un “refugio en un mundo cruel”,
mientras el hombre se abría camino en la universidad o escalaba posiciones en alguna empresa. Al
igual que el Sr. Henderson, muchos hombres recuerdan tiernamente los primeros años de matrimonio,
cuando la atención estaba puesta en él y en sus necesidades. El esposo joven tiene lo mejor de ambos
mundos: es tratado como niño en casa y propaga en su familia el mito de que él es independiente y “la
fuerza”. La familia, que es donde él regresa y lo cuidan, se convierte en la Mamá benevolente, dándole
siempre la seguridad de ser un hombre trabajador y exitoso.

Representación: Cómo Resisten los Hombres la Presión de sus Esposas por la


Autonomía

El hombre puede asociar el hecho de que su mujer trabaje con su experiencia anterior de la
madre. ¿Fue esa separación vivida como un rechazo de la madre, como un acto de rabia o como un
castigo? ¿Cómo una pérdida inevitable que tenía que ser aceptada con resignación? ¿Cómo un alivio,
liberando al hijo de la sensación de asfixia que le provocaba esa madre que él tanto necesitaba? La
respuesta del hombre ante la búsqueda de autonomía de la esposa, estará influenciada por su previa
experiencia de separación.

En la mayoría de los casos, el hombre se pondrá de nuevo en contacto con el anhelo infantil
por la madre y con su vergüenza y rabia ante el deseo de ser “mimado” y cuidado por ella. Así, el
trabajo de la esposa hace revivir al padre herido que hay en nuestro corazón. Un hombre puede
sentirse decidido a evitar la pasiva dependencia de su padre o puede tratar de vivir según el rígido ideal
de un padre que aparentemente nunca “necesitó” a su esposa. En ambos casos, el peligro –de nuevo
me puede abandonar o privar de algo. Como la mayoría de nosotros no podemos hablar de este sentido
de pérdida y traición, entonces lo representamos.

Un ex oficial del ejército, por ejemplo, me contó que estaba muy cerca de su familia, que para
él era muy importante ser un buen padre, estar disponible, y que su mujer lo había ayudado mucho a
enfrentar algunas decisiones claves en su trabajo. Nos sentamos solos en el living de su elegante casa
en Nueva York una tarde de invierno, rodeados por la evidencia de una cálida atmósfera familiar.
Insistió en mostrarme recortes y fotografías, contando con orgullo pequeñas historias de cada miembro
de su familia. A este hombre yo lo habría recomendado para el púlpito, ya que era muy amable y
preocupado y mantenía con su esposa una relación de mutuo apoyo.

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Sin embargo, ella –también a solas conmigo – habló en forma un poco vacilante sobre su
trabajo en carpintería, que él jamás mencionó, y de la rabia con que respondió su esposo a algo tan
importante para ella. Desde el colegio, su hobby había sido tallar madera y estaba tratando de
convertirlo en su trabajo rentable, cosa que estaba logrando con cierto éxito. Pero su esposo explotaba
cada vez que llegaba de la oficina y la encontraba en su taller trabajando. Decía que su trabajo era
horrible, que nadie lo compraría, que debería darle vergüenza estar perdiendo el tiempo y el dinero de
otras personas. Cansada, dice que no está segura, tal vez él tenga razón y deba dejar de hacerlo.

Cuando la esposa sale a trabajar, algunos hombres se sienten traicionados por ella, otros
abandonados; algunos se sienten fracasados, otros intrigados y curiosos. Los hombres responden de
maneras muy diferentes a los cambios familiares:

1. Furia y rabia, postura amenazante, sutil o explosiva, que refuerza el status quo, como el ex
oficial del ejército.
2. Tristeza o manipulación pasiva, ejemplificadas en algunas actitudes del Sr. Henderson.
3. Curiosidad y ansiedad, oportunidad de dominio y crecimiento, ejemplificadas también por
el Sr. Henderson.
4. Evitación, refugiándose en el trabajo o definiendo los cambios familiares como un
“problema de mi esposa”.
5. Exageración de la participación en el hogar, tratando de resolver el “problema de la
esposa”, socavando así sutilmente su autonomía.

De hecho, la mayoría de los hombres adoptan combinaciones de estas reacciones,


entrelazando una apertura al cambio con una resistencia a él. Examinemos dos ejemplos donde las
esposas están en esta situación dentro de su matrimonio. Ambos ilustran cómo los hombres expresan
su rabia; en el primer caso, ocurre en el matrimonio propiamente tal, y en el segundo, sumergiéndose
en el trabajo y evitando al padre herido de su propia infancia.

El Hombre que Aisló el Estudio de su Mujer

Una pareja de edad mediana está sentada en mi oficina, ha venido en busca de orientación. La
esposa es una atractiva mujer de 40 años. Tienen el pelo castaño rojizo, bien arreglado. Ha vuelto a la
universidad para hacer un master en educación. Su esposo es dueño y presidente de una agencia
ejecutiva de empleos. Su hijo menor ya ingresó a la universidad, dejando la casa vacía por primera
vez en veinte años. Con la idea de celebrar, ambos volaron con él a California para dejarlo en su
universidad.

En el vuelo de regreso, ella habló con ansiedad acerca del nuevo semestre que estaba a punto
de comenzar en su escuela de graduados. Sintió que todo el viaje fue un monólogo:
“Durante el regreso a Boston, mi esposo estuvo ido, callado, no pudimos hablar. Lo presioné,
pero me dijo que se sentía triste y no sabía por qué. Me molestó que estuviera tan ‘bajoneado’, justo
ahora que yo estaba en éxtasis. Nuestro último hijo instalado en la universidad. ¡Labor cumplida!
Ahora podré hacer lo que quiero: dedicarme a mis estudios”.

La escuela de graduados significaba un gran paso para ella. Estaba nerviosa ante el hecho de
salir de su casa todos los días. Quería dejar la casa limpia y organizada antes de empezar las clases.

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¿Y qué decide hacer su esposo? Comienza con un enorme y polvoriento proyecto de
remodelación de la casa: para aislar los muros y el techo del estudio de ella para el invierno. Caen los
muros, herramientas por todos lados, polvo filtrándose por todas partes. El no le hace caso cuando ella
le sugiere que no haga todo este esfuerzo, y ahí está tratando de limpiar. Pronto se siente sobrepasada
por el desorden y pierde la esperanza de tener todo limpio y ordenado antes de empezar sus clases la
semana siguiente. Ella no quería realmente interrumpirlo, porque pensaba que el proyecto lo haría
sentirse mejor. Pero el desorden la estaba volviendo loca, el polvo era más de lo que ella podía
limpiar, y de pronto todo esto le empezó a dar más y más rabia.

Ella le dice que deben hablar, y un fin de semana en la tarde se sientan a hacerlo.
“Esta casa me está volviendo loca, tú estás metido en los arreglos y no me hablas, pero lo que
yo creo es que tú estás molesto y eso tiene que ver con mis clases y con la partida de Davey a la
universidad”.
“No, no hay nada malo con eso –todo está claro, tú vas a ir a clases, ¿correcto?”.
“Es decir”, respondió ella insistente, “quiero conocer tus sentimientos en relación a mis
estudios y a la partida de todos nuestros hijos”.
“Bueno, sólo quiero que estés bien en el invierno. Va a estar muy frío, y cuando pienso lo
helada que es esta casa”, se ríe, “ya te veo sentada estudiando y tiritando. Querida, sólo quiero que
tengas calefacción para el invierno”.
De pronto aparece un brillo en los ojos de la esposa.
“Bueno, cariño, ¿qué pasa contigo? ¿Sientes que el clima se ha enfriado últimamente en la
casa?”, preguntó ella con picardía. El tenía frío y quería dar calor a su mujer.

A medida que habla de sus sentimientos, comienza a emerger un cuadro de su obsesión por
aislar el estudio de su mujer. El hijo menor se estaba convirtiendo en adulto, con lo cual el padre se
sentía más viejo y obsoleto. Irónicamente, ese hijo, muy unido a su padre, había hablado de la
posibilidad de estudiar a la larga en la escuela de graduados de negocios y convertirse en ejecutivo
igual que papá. Esto sólo logró reforzar la sensación de sentirse superado por la generación más joven.
Y ahora, además de sentirse anticuado, su esposa también lo dejaba, para tomar un nuevo rol, para
comenzar una nueva vida sin él.

“Me siento estancado”, le dice a su esposa con pena, “todos tienen algo que hacer, y yo me
muevo con dificultad, dando pasos en falso y solo”.
Aquí de nuevo está la evidencia de lo que siente el marido dentro de la organización
tradicional de los roles sexuales. Cómo él ha sido el proveedor durante todos estos años y su esposa al
centro de la familia, la reconciliación con sus hijos, el proceso de dejarlos ir, está bloqueado. Es tan
difícil como reconocerse a sí mismo y a la familia la necesidad de buscar nuevas direcciones. No ha
aprendido a prestar atención a sus necesidades y sentimientos, mucho menos a expresarlos en palabras
a su esposa e hijos. Depende de su esposa para eso. Pensando en la tarea terapéutica que había por
delante entre los tres, me di cuenta de su ironía: su esposa es quien lo trajo hasta aquí, un lugar donde
puede empezar a hablar de sus sentimientos. Por lo tanto, es parte de la agenda de su esposa, no de la
suya.

“¿Qué ha pasado con el proyecto de aislamiento?”, pregunta su esposa impaciente.


“Bueno, ¿es que acaso tendré que deletrearlo?”, contestó él con tono exasperado. “Durante
todo el año he sentido que he ido perdiendo la calidez en mi vida, los hijos se fueron, la casa está vacía
y ahora tú te vas a estudiar.”

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“¿O sea que tu impulso era mantenerme a mí calientita en mi estudio, en circunstancias que
eres tú quien tiene frío? Me apena mucho oír todo esto. Estas últimas semanas, en vez de preocuparme
de ti, me he ido poniendo cada vez más furiosa”. Se ríe. “No has recibido nada cálido de mí, salvo mi
furia acalorada”.

Aparentando estar desconectado, desinteresado y lejano, su deseo de aislar el estudio de ella


era un intento de poder manejar sus sentimientos de pérdida. Era un esfuerzo simbólico para sanar en
forma no verbal una pérdida. Expresaba la rabia que tenía con su esposa en un intento inconsciente
por detenerla, desorganizando la casa y complicando la transición (“Haré tanto desorden que jamás
podrás organizarte”). Expresaba la penitencia de alguien que supone que debe pagar por un fracaso
personal (“Ahora haré mejor las cosas, ¿te quedarás?”) –aquí nuevamente aparece esa ecuación
masculina de asociar la autonomía femenina con el castigo. El arreglo de la casa ofrecía la simbólica
esperanza de retener la calidez y el amor en su vida.

Este es sólo un ejemplo de muchos en que un hombre intenta preocuparse de su mujer, cuando
las acciones de ella lo han dejado sintiendo secretamente la necesidad de su cariño. Muchos
observadores han notado que los hombres son más capaces de lograr la intimidad a través de la
fortaleza. Ser poderoso, “la fuerza de todo”, tener el control, es lo que aprendemos, es la forma de
estar cerca de los demás, especialmente de las mujeres. A un nivel de fantasía más profundo, el
hombre cree que la esposa sale a trabajar porque él no es lo suficientemente bueno. Tales sentimientos
pueden ser residuos de la anterior separación de la madre y de la identificación con un padre
instrumentalmente fuerte. Si él, de niño, hubiera sido bueno, podría haberse quedado en el protegido
mundo femenino.14

Cuando decodificamos las acciones, queda claro el mensaje que el esposo envía a través de
sus esfuerzos: “Necesito mantener la calidez en mi vida, y tú –mi esposa- eres eso”. Su proyecto era
un SOS de su corazón en código morse. En este caso, la pareja fue capaz de captar que ambos estaban
viviendo un cambio familiar y que era necesario establecer nuevos patrones de apoyo y cuidado. Más
adelante veremos que una pareja en proceso de cambio puede adoptar nuevos patrones. Pero primero
veamos el caso de una pareja que tiene gran dificultad para reconocer el cambio de circunstancias en su
matrimonio, cuando los hijos se han ido y la mujer ha salido a trabajar.

El Sr. Alvarez: La Necesidad de Domar a la Esposa

Una forma que tienen los hombres de edad mediana de convertirse en seres emocionalmente
empobrecidos, es localizando sus propias luchas emocionales en otros, a menudo esposas e hijos, en
vez de ubicarlas al interior de ellos mismos. Los hombres intentan evitar los sentimientos provocados
por los cambios familiares, dedicándose completamente a su trabajo.

El Sr. Alvarez, ejecutivo de Silicon Valley, en las afueras de San Francisco, se enfrenta, a los
42 años, a un típico conflicto con su mujer, que él ve sólo en términos de las necesidades de ella. Se
casaron hace quince años y tienen dos hijos casi adolescentes. El se considera una “persona que va
hacia arriba”. Con título de ingeniero, está a punto de asumir un puesto de mayor responsabilidad e
independencia, ya sea en su actual empresa o con un competidor. Su actual trabajo lo tiene hace varios
años, durante los cuales ha resuelto numerosos y difíciles problemas de producción. Su división
camina ahora sobre rieles, y está a la expectativa de enfrentar nuevos desafíos. Quiere también que su
esposa tenga otro hijo, y es aquí donde ha surgido el problema.

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Este hombre, desde joven, ha enfocado su vida en torno al éxito profesional. Se casó con una
mujer cuya disposición para preocuparse de la casa y asumir la responsabilidad de los hijos, prometía
contribuir a ese éxito. Se casó al año de haberse graduado, como reacción por el rompimiento de otra
relación que lo había dejado “muy perturbado”. Describe a su novia como una “mujer fuerte y
atractiva”. Pero los roles en la familia estaban claros. Con orgullo dice: “Yo siempre he sido el líder y
ella la seguidora”. A pesar del heroico retrato que hace de sí mismo, dependía de la familia como
entidad estable, conocida y amistosa, para enfrentar las confusas ambigüedades del mundo post-
universitario, especialmente mientras iniciaba una exigente carrera en el área de negocios.

Esta pareja tuvo hijos rápidamente, él asumió su trabajo en San Francisco en una corporación
multinacional. En casa, él es el jefe, y la disciplina es estricta. Dice: “Me pongo furioso y grito
cuando las cosas no se hacen como yo quiero”. Valora la vida familiar y no acepta que nada la altere.
Este arreglo funcionó durante los primeros años, pero últimamente él reconoce que con su esposa han
estado “peleando más abiertamente”. El dice: “Me preocupa mi matrimonio, es más hostil que antes”.
Su esposa no quiere tener otro hijo, aunque él sí lo desea con mucha fuerza, y le confunde su negativa.
Ella quiere un trabajo, cosa que también lo confunde, porque “no necesitamos más dinero, mi sueldo es
más que suficiente”. Su deseo de tener más hijos, sin duda proviene de muchas fuentes, pero en parte
se debe a la esperanza de mantener el status quo.

Al hablar acerca del futuro, repite constantemente que le preocupa lo que hará su esposa ahora
que los niños han llegado a la adolescencia y son tan independientes: “Son muy maduros, es casi como
si tuvieran 20 años”. Sufre el destino de una persona que necesita controlar todo lo que le rodea: los
espejos que crea no son satisfactorios; las rutinas que crea se convierten en prisión. No sólo identifica
el conflicto matrimonial como algo propio de su esposa, también estima que su solución –tener otro
hijo- es la única alternativa. El “se aburre” en su matrimonio y dice que “el problema es que ella no
quiere cambiar”. Pero los cambios que él quiere de ella son sus cambios: él dice que el principal
problema es que ella no es partidaria de que él siga escalando en su profesión. El cargo que tiene
involucra muchos viajes y mucho tiempo fuera de casa. Ella no quiere que él asuma más deberes.
“Ella se asusta frente a mis cambios de trabajo”, dice. Ella dice que debido a que él está tan poco en
casa, recibe escaso apoyo para poder dedicarse a algo fuera de la casa. Cuando les pregunté cómo
manejaban esto, él respondió: “La tranquilizo”.

El Sr. Alvarez presenta un cuadro de direcciones de crecimiento conflictivas entre marido y


mujer. El construye profesión y familia de este modo: primero está la carrera, y la familia debe ser un
apoyo o anexo que le ayude a avanzar en su trabajo. La esposa, en su mente, no tiene una existencia
separada, por lo tanto, no puede hacer exigencias legítimas. Parece desinteresado en ayudar a su
esposa a cambiar. Dice que está preocupado, pero que todas las dificultades han “sido resueltas antes”,
estableciendo que no es necesario hacer cambios reales.

Claramente, la descripción que hace de su mujer como “asustada de los cambios”, contiene
imprecisiones y proyecciones: él también tuvo problemas con la última transición larga, del hogar a la
universidad, usando el matrimonio como un medio para enfrentar las nuevas exigencias que se le
presentaban, estableciendo un hogar nuevo, de transición, diferente pero parecido al de sus padres.
Gran parte de su éxito y progreso ha funcionado dentro del contexto de una familia estable. No es
arriesgado preguntarse si el Sr. Alvarez está teniendo algunas dificultades inconscientes con la
transición al nido vacío.

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La relación de sus padres no le aportó mucho para enfrentar esta fase de la vida, ya que hubo
poca evidencia de negociación entre ellos. El recuerda a su padre como una persona “muy
dependiente”, mientras “mi madre hacía todos los quehaceres domésticos… Ella siempre se quejaba
de él con nosotros”. No fue capaz de preguntarle a su padre su versión de la historia: “Mi padre me
dejó solo a mí y yo a él”. El Sr. Álvarez no tiene una imagen de un padre comprometido y vital, capaz
de manejar cambios y transiciones familiares. Esto nos puede ayudar a comprender mejor por qué, en
la reestructuración de su propia familia, parece sentirse más cómodo centrándose en sus propios planes
y ambiciones, mientras ignora los cambios de su esposa, prefiriendo que ella cambie sólo en aquellos
aspectos que calzan con sus planes y necesidades.

Su autopercepción como el Hombre a Cargo es mucho más cómoda para él que la del Padre
Necesitado que conoció en su infancia. Sin duda, él prefiere que sea su esposa y no él quien tenga
necesidades y quiera protección, aún si esto significa no reconocer que ambos están cambiando,
enfrentando una nueva realidad, al terminar con los compromisos que asumieron durante los primeros
años de matrimonio. Ambos esposos necesitan encontrar un nuevo sentido y propósito para avanzar
hacia el futuro; probablemente sienten una mezcla de ansiedad y duda en torno al equilibrio entre
familia y trabajo; enfrentan el desafío de reevaluar el pasado y determinar qué es importante y qué
debe ser dejado atrás. Ambos necesitan afirmar su confianza y alimentar su autoestima, ahora que los
hijos se están independizando. Si él es incapaz de hablar de la situación con su mujer, ambos pagan el
precio: un matrimonio frustrante y hostil, convirtiéndose él en una persona aislada al centrarse
demasiado en el trabajo.

La última vez que hablamos, el Sr. Álvarez estaba ansioso por contarme acerca de un nuevo
plan que tenía para instalar un negocio de computación aparte de sus responsabilidades ejecutivas. El
cambio familiar parecía no estar en su mente, aunque la tensión en el matrimonio no estaba resuelta.

En este ambiente de familia tradicional, los hombres generalmente tratan de “domar” a sus
esposas, manteniéndolas bajo control. Las mujeres parecen representar un elemento indispensable
pero potencialmente incontrolable en sus vidas. A veces he pensado que la necesidad de los hombres
de mantener a sus mujeres bajo control, nace de la temprana necesidad de “domar” a sus madres.
Veamos la desvalorizada imagen que el Sr. Álvarez tenía de su padre: su madre se quejaba de él con su
hijo, ella estaba sutilmente a cargo, el Sr. Álvarez se distancia de su padre, un enigma que no pudo
resolver. A su vez, el viejo tiene en su memoria esa “cualidad herida”, por lo que para el joven Sr.
Álvarez la familia se convierte en un lugar donde los hombres fuertes se convierten en débiles. Así,
vemos por qué se distanció, por qué se retiró a un rol instrumental, al primer signo de necesidad –
“debilidad” – frente a su esposa; ella debe permanecer débil para darle seguridad. Es como si su madre
hubiera sido demasiado poderosa; en forma sutil, inarticulada, socavó la visión de masculinidad del
niño. Quizás ahora él está controlando a su mujer en la misma forma que a su madre: satisfaciendo sus
necesidades de manera subrepticia, pareciendo ser fuerte mientras es cuidado por ella.

Para estos hombres, cuya madre fue entrometida pero indispensable, la experiencia del nido
vacío repite el dilema de la infancia: ¿cómo me mantengo cerca de alguien que necesito
desesperadamente, sin sentirme sobrepasado? Esta lucha se revela más claramente cuando la familia se
reestructura en la edad mediana y el marido se siente amenazado por las posibles pérdidas. Pero hay
otros hombres que viven esta tensión en cualquier relación de intimidad.15 La tendencia a convertirse
en seres instrumentales y distantes en momentos de necesidad, persigue a muchos hombres a lo largo
de la vida familiar, ya que un hombre puede perder a su mujer muchas veces (aunque sea

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temporalmente) –por ejemplo, con el nacimiento de un hijo, ya que ella se dedica a la maternidad, o
cuando se enfrenta a problemas de fertilidad, porque ella se centra en su propio dolor y sentido de
pérdida.

Ayudando al Esposo en el Nido Vacío

La mujer puede estar en mejores condiciones que el marido para reconocer que su trabajo lo
afecta profundamente. Ella puede llegar a involucrarse tanto con su trabajo, que olvida el impacto que
está provocando en su esposo. Por lo tanto, ambos deben poner atención a la angustia irracional pero
real del hombre. Por ejemplo, una periodista de 32 años me contó acerca de los “efectos regresivos de
mis viajes de trabajo” en su esposo; se preocupaba mucho de preparar bien sus frecuentes viajes,
olvidándose de su marido varios días antes de partir. “Para él era muy difícil decirme que quería estar
conmigo –se sentía dejado de lado”. Ella descubrió que si identificaba lo que estaba ocurriendo y se lo
señalaba a su esposo, podrían conversar directamente sobre sus mutuas necesidades. “Si yo verbalizo
el conflicto, podemos hablar, pero si no lo hago, generalmente no ocurre nada, él no puede hablar,
siento que es muy inmaduro.”

El problema que se presenta cuando la mujer asume toda la responsabilidad para hacer hablar
a su esposo, es que ella queda en una posición de estar cuidándolo y puede sentirse, como me lo
confesó una esposa, “haciendo el trabajo de los dos en la relación”. Si hay mucha asimetría en la
relación, siendo la esposa la que hace todo el trabajo emocional y sintiendo que nadie se preocupa de
ella, se producirá resentimiento. De modo que, mientras mis comentarios se centran en la experiencia
de los hombres, debemos recordar que la pareja necesita encontrar formas en que la mujer también
sienta que se preocupan de ella. Además, el marido debe asumir la responsabilidad de expresar
claramente, sin manipulaciones, cuáles son sus necesidades en el momento del cambio familiar.

Para la pareja, generalmente es útil hablar acerca de los temores irracionales del hombre, los
cuales a menudo se refieren a su esposa (tal vez le parezca menos atractivo que otros hombres que
encuentra en su trabajo, o tal vez ella no sepa cuidarse en sus viajes de negocios y quizás “le pase
algo”). Para muchos hombres es difícil hablar del temor de perder a sus esposas cuando ellas se
convierten en personas más autónomas.

La pareja debe prestar atención al sentido de vergüenza del esposo, el cual se manifiesta en
sentimientos desagradables que parecen fuera de control. La vergüenza se relaciona con la creencia de
que ellos deben ser fuertes, tener todas las respuestas, y que si se sienten confundidos o necesitados, es
por culpa de alguien –de su familia, de su terapeuta o de ellos mismos. En momentos así, muchos
hombres temen reconocer estas necesidades porque podrían aplastarlos a ellos o a sus familias,
entonces deciden no reconocer nada.

A veces hay rabias que la pareja no logra comprender, y hablar ayuda mucho. Cuando se
inicia el “segundo viaje” de la vida –la etapa posterior a los hijos -, el marido puede sentirse
traicionado por su familia. Siente que ha trabajado mucho y está cosechando muy poco. A veces
siente temor frente a la propia rabia.

Bajo esa rabia se esconde una profunda tristeza y soledad. Las parejas deben recordar que
muchos hombres prefieren pelear que llorar. Conocer más a fondo esa tristeza es un paso necesario
para redefinir la visión de uno mismo y avanzar hacia el futuro con confianza.

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Maridos y esposas deben prestar atención al sentido de pérdida y a los asuntos inconclusos
que siente el esposo, en general con sus hijos: ¿cuáles son las tensiones y conflictos que él desea
resolver ahora que el tiempo se le acorta? Algunos necesitan hablar y compartir mucho con sus hijos
adolescentes, pero no en forma autoritaria como antes, sino más bien compartiendo con ellos su propia
confusión, sus experiencias, las formas de enfrentar y resolver las opciones de vida que sus hijos ahora
deben tomar. Farell y Rosenberg dicen que “los adolescentes y sus padres de edad mediana enfrentan
similares problemas de identidad. Sus intentos simultáneos de manejar estos problemas pueden
exacerbar las dificultades de ambos, pero también crean la posibilidad de una ayuda mutua”.16

Asimismo, el marido necesita hablar de su propio padre: ¿cómo envejeció, cómo enfrentó la
vejez y el cambio en su matrimonio? El hombre puede descubrir que anhela tener más contacto con su
padre o madre al revivirlos, ya que en momentos así se siente niño. Pero también puede sentir terror
de envejecer y convertirse en la imagen negativa de su padre, refugiándose en una actitud pasiva y
dependiente de una esposa fuerte. Hablar acerca de estos deseos o temores en el matrimonio, ayuda a
enfrentar en forma más madura todas estas posibilidades.

En la edad mediana, los hombres se ven a sí mismos diferentes de su esposa e hijos, pero la
contradicción es que en realidad comparten un lazo común. Cada uno está enfrentando la tarea de
redefinirse en la vida: la mujer explora nuevas opciones; sus sentimientos de inseguridad al aventurarse
a otros confines más allá del rol de madre, se equilibran gracias a su curiosidad ante las nuevas
posibilidades que le esperan. Los hijos se lanzan a la universidad, enfrentando opciones, posibilidades,
identidad, carrera e intimidad. Son más o menos las mismas cosas que debe enfrentar el padre: ¿cuál
es el equilibrio que necesito entre trabajo e intimidad? ¿Cuáles son los principales valores y
resoluciones que llenarán esta nueva etapa de mi vida? ¿Cómo mantengo la confianza en mí mismo y
la autoestima a través de este período de cambio? El padre, con o sin la ayuda de la familia, puede
aislarse y ser rechazante. Sin embargo, la tarea crucial consiste en comprender que todos los miembros
de la familia están pasando por una experiencia compartida de autoexploración y cambio.

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CAPÍTULO 4
VULNERABILIDAD Y RABIA
LO QUE LA IMPOSIBILIDAD DE TENER HIJOS NOS
DICE ACERCA DE TODOS LOS HOMBRES

Un Dolor Silencioso

Pocos días después del primer cumpleaños de mi hijo, estaba hablando por teléfono con otro
papá, con la esperanza que me diera algunos textos impactantes para un artículo que yo estaba
escribiendo acerca de lo que significaba convertirse en padre. El era un abogado a quien yo no
conocía, un amigo me había dado su nombre. Me contó que la infancia de su hijo había sido para él un
período de sanación. Como veterano de Vietnam, había sufrido la destrucción y brutalidad de la
guerra. Debido a esto, se tomó varios años libres y se dedicó a cuidar a su hijo mientras su esposa
estudiaba medicina.

Estábamos en medio de una agradable conversación acerca de lo que era ser padre,
intercambiando anécdotas y recuerdos familiares, cuando de pronto las palabras de este hombre me
sobresaltaron:
“Antes de adoptar a Adam, pasamos por momentos muy difíciles en nuestro matrimonio”.
“¿Adoptar?”.
Se rió entre dientes. “¿No te lo había dicho? Probablemente porque ya no importa –Adam es
mi hijo ahora y punto”.
Siguió dando explicaciones: “Estuvimos varios años tratando de tener hijos y no pudimos.
Fue muy duro. Queríamos desesperadamente tener hijos, pero Pat, mi esposa, nunca se embarazó. Los
médicos nunca supieron con seguridad dónde estaba el problema –si era ella o era yo o qué. Nos
hicieron miles de exámenes y nunca descubrieron nada claro. Hubo momentos en que deseábamos que
encontraron algún problema médico, por lo menos para saber algo”.

Se rió de la ironía de su frase: desear un problema para tener una respuesta.


Yo lo comprendía. Julie y yo tuvimos tres fracasos antes del nacimiento de vuestro hijo. Una
de cada siete parejas en este país no tiene hijos involuntariamente; una de cada cinco tiene graves
dificultades reproductivas en algún momento de sus vidas.1 Sabemos bastante de las inquietudes de la
mujer, en una pareja infértil, pero muy poco de las del hombre. Para ambos es un período de gran
tensión y vulnerabilidad emocional.

El abogado y yo seguimos con nuestra charla telefónica acerca de la infertilidad, sintiéndonos


de pronto muy cercanos, unidos por un lazo dulce-amargo. Esta experiencia que compartimos nos hizo
sumarnos a lo que un hombre llamó el “secreto subterráneo de los hombres que han pasado por
dificultades reproductivas”.

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Nuestra última pérdida fue hace más de dos años, pero aún siento la desesperación, soledad e
impotencia de aquellos años. Pocas experiencias han sido tan fuertes e instructivas para mí. Aunque
en ese momento no me di cuenta, estos embarazos frustrados fueron los responsables más directos del
período de introspección y redacción de mi diario personal; necesitaba tiempo para expresar el dolor y
la confusión provocadas por las “dificultades reproductivas”. Al principio no lo vi así, y durante meses
mi diario se llenó con temas sobre el trabajo y recuerdos de la infancia, pero luego empezaron a
aparecer sentimientos relacionados con este problema. Lo que me impresiona ahora es comprobar lo
centrado que estaba en Julie y cuánto me costaba sacar mis propios sentimientos y aceptarlos. Las
dificultades reproductivas –infertilidad, pérdidas, abortos – toman a los hombres por sorpresa.
Pareciera que sólo les ocurren a las mujeres: un investigador ha dicho que los hombres son “figuras
fantasmas” en los dramas reproductivos.2

Un obstáculos para saber más de la experiencia masculina con la infertilidad, es el


retraimiento emocional de los hombres que viven este problema. Científicos y directores de cine a
menudo han dicho que es difícil encontrar hombres que quieran hablar de esto. Una reciente
disertación del Dr. Tracy MacNab de Boston es un compendio de información sobre este tema, sin
embargo, un comentario que no está en el informe, arroja un matiz especial. “Lograr que los hombres
me hablaran sobre esto, fue difícil y desmoralizador”, dice en un momento. Hubo mucha resistencia.

MacNab explica más en su disertación. Da una elaborada descripción de la búsqueda de los


hombres. La revisión literaria lo lleva a concluir que “la mayoría de las declaraciones de los hombres
en torno a la infertilidad son inferencias, suposiciones o mitos”.3 Por eso él quería entrevistar
directamente a hombres que hubieran tenido esta experiencia. Mandó cartas a personas conocidas, a
través de amigos y colegas, describiendo su investigación, su interés personal en el tema, en forma
tranquilizadora y pidiendo referencias, luego siguieron otras cartas. Al mismo tiempo contactó a
numerosos ginecólogos, urólogos, endocrinólogos, clínicas de fertilidad, médicos generales, servicios
de salud en universidades, y también a Resolve, una organización nacional para parejas infértiles.
Respondió escrupulosamente a preocupaciones sobre el anonimato, dando seguridad de buenas
intenciones. Además de todo esto, distribuyo más de cuatrocientos cuestionarios de esta manera y cien
más a través de sus contactos personales.

¿El resultado? Fue como para pensar que estaba distribuyendo fiebre tifoidea. “Tres meses
después de todas las etapas antes mencionadas, quince de los cuestionarios iniciales habían sido
devueltos”4. Era obvio que algo impedía a los hombres hablar de esta experiencia. Los comentarios
de MacNab con respecto a esto son tan importantes como cualquiera de sus descubrimientos
estadísticos: “Las clínicas explicaron que comúnmente el paciente de infertilidad masculina no volvía
por segunda vez, a menudo evitando hasta el más simple procedimiento evaluativo. Un urólogo dijo
que los hombres que él había tratado, generalmente estaban tan destruidos que no podían hablar de esta
experiencia.”5

¿Por qué? ¿Qué se esconde detrás de ese alejamiento emocional? Muchos factores están
influyendo: soledad emocional, sueños frustrados, sentido del fracaso y desafío de la autoestima.
El abogado con quien hablé por teléfono, se refirió a sentimientos familiares:
“Todo lo que tratas de hacer para crear vida está de pronto fuera de tu control. Hay una
sensación de futilidad que se siente por mucho tiempo”. Tener hijos es una forma de expresar un
nuevo tipo de creatividad; no poder concebir, afectaba su visión de sí mismo y bloqueaba su desarrollo,
cosa que él valoraba. Continuó explicando:

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“La infertilidad significa llegar a comprender la desilusión. Cuando teníamos recién 30 años,
mi esposa y yo desarrollábamos nuestro trabajo orientados hacia el éxito. La vida está centrada en uno
mismo cuando no hay hijos”. Habló de sus esperanzas en relación al niño no nacido, de la evolución
de un nuevo ser. Mirando hacia atrás, “desde un punto de vista personal, la vida es vacía antes de la
paternidad”.

Para el marido, un embarazo interrumpido es una pérdida, y dificulta la relación con la esposa.
Plantea un desafío al matrimonio y provoca stress psíquico en ambos esposos. Los problemas
reproductivos pueden hundir a un hombre en la desesperanza, la impotencia y una rabia que
difícilmente puede imaginar o entender. Como en la mayoría de los eventos familiares, el hombre vive
el cambio en su matrimonio en un contexto de soledad y aislamiento. Finalmente, la experiencia de la
infertilidad nos instruye acerca de cómo educar a los hombres. Podemos aprender cómo la violencia y
el amor se entretejen en los hombres.

Al igual que en otras crisis familiares, hemos llegado de nuevo a los asuntos inconclusos con
padres y madres. El hombre que sintió a su padre distante y lejano de las experiencias afectivas de la
familia, o que lo vio abrumado por ellas, recibió pocos elementos que le permitieran comprender y
explorar esos complicados sentimientos que producen experiencias como la infertilidad. La tendencia
es mantenerse al margen del evento del embarazo, así como papá se quedó al margen del “mundo
femenino” de reproducción y embarazos. Nuestra tendencia retirarnos a una posición emocionalmente
remota y práctica, nos aproblema cuando tratamos de reducir el aislamiento que sentimos y entonces
buscamos apoyo, especialmente de otros hombres.

El cambio en el matrimonio y esa mezcla volátil de amor y rabia que sentimos por nuestra
mujer en esos momentos, lanza a muchos hombres a conectarse también con los asuntos inconclusos
con la madre. Mientras el hombre lucha con sus necesidades, y su mujer, con sus crisis de infertilidad,
él revive algunas de las formas en que manejó esa exigencia que le impusieron de niño de tener que
crecer y separarse de la madre. El cambio familiar durante la edad mediana, lleva a muchos hombres a
sentir la pérdida de la madre, y les ocurre lo mismo en una crisis de infertilidad o durante un embarazo.

Sólo después del nacimiento de mi hijo, me di cuenta de la rabia y la culpa que había sentido
después de cada intento fracasado. Trabajé duro para “salvar” a nuestro bebé, cuidando a mi esposa,
como si de alguna manera mágica pudiera evitar con mi propia fuerza y cuidado, una nueva pérdida.6
Qué poco sabía acerca de cuidarme a mí mismo, qué fácil era decir en voz baja: “Mi esposa está muy
nerviosa”, como conociendo bien el tema, pero qué difícil era saber, o decir, lo que yo sentía.

Sin embargo, las pérdidas se convirtieron en eventos sanadores, ya que me ayudaron a


comprender mi rabia y vulnerabilidad. Me ayudaron a tomar algunas decisiones respecto a mi trabajo
y mi vida sentimental, que tal vez no habría tomado sin la crisis. Estos episodios vividos junto a mi
esposa, me ayudaron lentamente a reevaluar mi trabajo, el rol de la intimidad y de la competitividad en
mi vida, y también mi relación con las mujeres (con mi esposa en particular).

Con la ayuda de mi esposa, las pérdidas abrieron un período de mi vida muy reflexivo y
extremadamente productivo. Sin embargo, aún me impresiona el enorme conflicto que se produjo en
mi interior, el cual fue mantenido en silencio durante esos años. El pensamiento de un hombre
representa el de muchos: “Me pregunto si me escondí en mi trabajo para ocultar mis sentimientos
acerca de la infertilidad”. En este capítulo recurriré mucho más al material de mi diario y trataré de

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relacionarlo con las numerosas investigaciones que han empezado a aparecer sobre la experiencia de
los hombres frente a la infertilidad.

El Gusano de Seda Amenazado

El día que ocurrió la primera pérdida, Julie tenía cinco semanas de embarazo y todo parecía
estar bien. Durante toda mi vida, el principal miedo que sentí frente al sexo era provocar un embarazo.
Ahora que lo habíamos decidido y estábamos en esto, yo suponía que la naturaleza seguiría su curso:
en nueve meses, el niño nacería y listo. Error.
Estando ese día en mi oficina, muy ocupado en mi investigación, recibí un llamado de mi
esposa, siempre fuerte y confiada, ahora llorando.

“He estado sangrando toda la mañana. El médico dice que puede ser una pérdida, voy a su
consulta”.
No había tiempo para hablar del sangramiento. Salté a un bus para reunirme con ella.
Mientras miraba por la ventana, me sentí de pronto muy solo. Mis frenéticos esfuerzos mentales por
probar la firmeza de mi imaginario envoltorio de invulnerabilidad y buena suerte (“nada realmente
malo me puede pasar”) se disiparon al sentir, a los 33 años, el temor de que el envoltorio se rompía.
Años más tarde me impactaría ante los resultados de un estudio sobre la adaptación de los hombres a la
infertilidad: “Los hombres que han vivido la infertilidad han perdido el sentido estadístico normal de
seguridad y confianza en sí mismos”.7 El bus serpenteaba a través de la ciudad, el conductor parecía
decidido a llegar último en una carrera de caracoles. Sentado ahí, me preguntaba: “¿Qué mierda es una
pérdida?”. Aún no sabía que uno de cada cinco embarazos terminaba en pérdida, el nacimiento
prematuro de un feto antes de que pueda sobrevivir por sí mismo. Debido a que las dificultades
reproductivas aumentan con la edad, éste es un problema familiar para los que tienen 30 años o más y
que han demorado la paternidad al punto que el reloj biológico se acerca a la medianoche, para
encontrarse de pronto sumergidos en el oscuro mundo dominado por la duda de si serán o no capaces
de tener hijos. “De la generación de 1960 a la generación del Clomid”, se quejaba un amigo durante el
cóctel de Navidad de ese año, mientras un grupo de nosotros (los del “contacto subterráneo”)
conversábamos sobre las drogas para la fertilidad con el mismo fervor que veinte años antes le
habíamos dedicado a otra droga. La tasa de infertilidad entre mujeres de 35-39 años es de 24,6%,
según el National Center for Health Statistics, casi doblando el 13,6% entre mujeres de 30-348. A los
20 años, el porcentaje de embarazos que terminan en pérdidas es sólo del 12% según algunos expertos,
y a los 40, la cifra sube a más del 30%.9

El Esposo Herido

El médico estaba examinando a Julie cuando llegué. Al entrar a la sala, se estaba sacando un
guante quirúrgico con manchas de sangre. De pronto, nuestro intento por dar vida parecía estar
contaminándose con sangre y violencia. Me senté en el rincón detrás de mi esposa, que estaba tendida
sobre la camilla, tapada en parte con una sábana. Me sonrió con sus ojos llorosos cuando le tomé la
mano. El médico se veía pensativo, y nosotros esperábamos su veredicto:

“Bueno, aún no sabemos si está perdiendo o no”.


“No sabemos”, dijimos juntos, incrédulos.
“El cuello está cerrado, lo que es un buen signo, el sangramiento paró y el feto podría estar
bien. Aún no podemos asegurar nada.”

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Los problemas reproductivos rara vez tienen un diagnóstico definitivo, lo que aumenta la
angustia y la sensación de pérdida del control. Al no poder sentir nada en su propio cuerpo, ya que el
escenario del drama es el cuerpo de la esposa, el marido se concentra totalmente en éste. ¿Qué está
pasando ahí? ¿Qué estás sintiendo? Puede pasar a depender de ella para su seguridad, cosa que para él
es difícil pedir, ya que generalmente es a él a quien se le pide ser fuerte.

En verdad, la pareja debe desempeñar una tarea muy delicada: ambos necesitan ser
necesitados y dependieres y fuertes frente al otro. El dilema para el hombre es que con frecuencia
recibe mensajes para que sea fuerte o para que cuide a su esposa, cuando él mismo siente una extraña
angustia y no sabe qué preguntar acerca de este ajeno mundo femenino habitado por mujeres (su
esposa, las enfermeras, otras madres) u hombres fuertes (los médicos, que siempre actúan bajo
control).

Una de las tareas más difíciles que enfrenté –y lo he oído de muchos otros hombres- fue poder
tomar en serio mi necesidad de seguridad, encontrar formas de plantear mis tontas preguntas,
generalmente basadas en profundas necesidades, tolerar mi intolerable miedo de parecer estúpido,
tonto o emocionalmente descontrolado. A menudo era más fácil competir con el equipo medio
actuando en forma práctica y controlada. “Bueno, ¿y ahora qué hay que hacer? Remedios, em, em”.
Los maridos deben dividir su lealtad: por una parte, están emocionalmente ligados a la esposa y al feto,
con todos los sentimientos que esto genera, pero además se les pide (con razón) que sean fuertes y
capaces de mediar entre médicos y esposas, quienes se presume que también están emocionalmente
involucrados. ¿Hay que aliarse con los sentimientos de la esposa o con la objetividad del equipo
médico? En general, se espera que el marido esté acompañando a su mujer. De modo que poco se sabe
sobre la experiencia del hombre frente al embarazo, sea exitoso o frustrado, ya que él recibe escaso
estímulo para ser vulnerable y enfrentarse con su miedo, rabia y tristeza, a menos que cuente con
instructores expertos o enfermeras (nótese, mujeres) que lo estimulen a “¡preguntar lo que quiera!”.

Finalmente llegué a la conclusión que esa división de nuestro matrimonio en la cual yo era el
Fuerte / Controlado / Protector-Defensor y Julie la Llorosa / Emocional / Expresiva (la embarazada),
no funcionaba. Muchas veces reaccioné en forma exagerada, siendo muy competitivo o desconfiado
de los médicos, o viéndome atrapado en mi identificación con el feto, mientras Julie era capaz de ver
todo con más claridad. Una de las cosas que aprendí fue que podía soltarme y sentir tristeza y
vulnerabilidad y dejar que Julie me protegiera, al igual como yo podía protegerla a ella.

El esposo sentirá la presión interna y las expectativas sociales que lo conducirán a una postura
defensiva y emocionalmente aislada. El Dr. MacNab, que ha entrevistado a muchos hombres que han
vivido el problema de la infertilidad, escribe, con cierta ironía, que “los roles tradicionales de cada
sexo están vivos y funcionando en nuestra sociedad”. El sugiere que “para los hombres puede ser muy
útil ser capaces de apoyar a sus esposas sin sentirse ellos mismos abrumados por los aspectos
emocionales de la infertilidad (al menos en las primeras etapas)”, sin embargo, a continuación acota
que “los hombres reconocen sentirse atrapados al interior de esta imagen de invulnerabilidad”.10
MacNab señala que el intento de los hombres para vivir de acuerdo a las expectativas de tener que
enfrentar cualquier situación sin quejarse o sin pedir apoyo, inicialmente puede servir para mantener la
esperanza y la energía necesarias para continuar con las tareas de la vida a pesar de la desilusión de la
infertilidad. Sin embargo, a la larga, ese mecanismo psicológico se torna disfuncional para el bienestar
de los hombres: se convierten en personas socialmente aisladas, aumentando la distancia con sus
esposas. Los problemas médicos de infertilidad en los hombres pueden quedar estancados si no tienen

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una comunidad de pares con quien discutir la experiencia. El autoprotector desapego emocional de los
hombres, concluye MacNab, “en algunos casos puede… conducir incluso a evitar los procedimientos
médicos que podrían diagnosticar con mayor precisión y tratar el problema. El precio de la lealtad a
este rol es muy alto”11

En algunas parejas que enfrentan el problema de la infertilidad, se da un patrón de negación


protectora en el cual se sigue asumiendo que es la esposa quien tiene problemas, aún después de que el
marido ha sido declarado estéril. En sus comentarios sobre las reacciones de las parejas frente a la
infertilidad, Schecter señala que en esos casos la esposa está protegiendo a un marido frágil:

Las esposas intuitivamente sienten que esa deficiencia afectará severamente el ego
masculino… por lo que están dispuestas a asumir el defecto. La aguda sensibilidad
de estas mujeres frente al posible daño narcisista del esposo, a menudo conduce a
dilatar la petición de adopción. Así, muchas mujeres… definitivamente sienten que
tienen un hijo más (su esposo) que cuidar –y con frecuencia su apreciación de esta
realidad es extremadamente exacta.12

Al terminar el examen, el médico nos anima. “Crucemos los dedos y esperemos que ocurra lo
mejor. Les voy a dar una hora para otro examen dentro de algunas semanas”. Fue compasivo. “No
hay realmente nada más que hacer por ahora”.
Tomamos nuestras esperanzas y nos fuimos a casa.

El Embarazo Frustrado Visto como Pérdida

Un abogado señalaba que “algunas personas pueden eliminar el dolor de la pérdida de un feto,
porque asumen que no se invirtió mucho en él… Pero el apego al niño comienza mucho antes del
nacimiento”.13 Para un hombre, el feto puede representar una futura esperanza, una visión inarticulada
pero real de sí mismo como padre. En ese momento no expresé esto en palabras, pero el bebé
representaba una visión de mí mismo como dador de vida y protector, una tarea diferente en la cual
estaría menos atado a las recompensas del mundo externo y más centrado en el mundo privado de la
familia. En este mundo podría surgir un ser más cariñoso y dedicado. Ese es un tipo de pérdida –la
pérdida de una visión de sí mismo – con el que luchan los hombres durante las dificultades
reproductivas. Como me comentó un abogado con mucha precisión: “Después de darme cuenta que
quería tener un bebé, el trabajo me parecía vacío, menos importante”. El Dr. MacNab dice que “el
deseo frustrado de tener hijos tiene sus raíces reales en el desarrollo de la identidad masculina.” Como
orientador de hombres con problemas de fertilidad, él aconseja que “los hombres se permitan
considerar y responsabilizarse de estos importantes anhelos.”14

A menudo el esposo crea un lazo real con el feto, y es comprensible que pueda perderse en sus
propias fantasías acerca de éste. Lo imaginamos pateando, moviéndose, vivo y familiar aún antes de
nacer. Con la tecnología moderna, muchos padres ven y oyen a sus bebés en el útero. El ultrasonido,
una especie de televisión en miniatura, entrega imágenes en movimiento in útero del bebé. Un hombre
que reflexionaba sobre el “triste año” en que su hijo nació muerto, escribió: “En el mismo hospital
(donde nació muerto), con el mismo equipo, unos días antes de Navidad, observamos con una mezcla
de orgullo y extrañeza la pantalla que mostraba una imagen en blanco y negro en constante
movimiento, en la cual (con la ayuda del médico) pudimos ver claramente el cuerpo bien desarrollado

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de nuestro hijo de 4 meses: sus piernas saltaban, sus brazos se movían, su corazón palpitaba con
regularidad estable. Esa noche, al mirar incrédulos, no había imágenes, solo una pantalla vacía.”

También puede producirse una identificación exagerada con el feto, proyectando en él nuestra
propia vulnerabilidad, intensificando así el sentido de pérdida y dolor. La progesterona es la hormona
que asegura la implantación del feto en la pared uterina; había cierta duda acerca de si una temprana
deficiencia en la función de la progesterona podía haber causado nuestras pérdidas. Durante esas
semanas de incertidumbre, imaginaba al feto de sólo unas semanas agarrándose del útero de Julie con
tenaces dedos de progesterona. Movilicé toda mi energía para salvarlo, para revertir la muerte: si hago
todas las tareas domésticas y dejo a Julie en cama y la cuido, seguro que podrá sobrevivir. Mirando
hacia atrás, hoy me parece que algo de todo eso expresaba mi propio sentido de fragilidad y soledad en
el mundo, mi terror al vacío, al abandono. Los hombres crecen viendo a las mujeres como la fuente
húmeda y jugosa de la vida. En nuestra cultura, los hijos varones deben renunciar psicológicamente a
la madre a temprana edad. Los hombres llevan consigo una sensación inconclusa de vulnerabilidad y
soledad debido al hecho de tener que mostrarse en la infancia independientes de la madre, aún cuando
anhelaran permanecer más tiempo con su cálida presencia. Hay muchos eventos en la vida que gatillan
este Abandono Materno, el cual puede provocar una especial rabia y tristeza, la vulnerabilidad
masculina debido a la separación. Pérdidas, abortos y niños nacidos muertos son ejemplos
convincentes.

La Angustia del Esposo: Haciendo Penitencia

Bueno, hicimos lo que nos aconsejó el médico. Esperamos que ocurriera lo mejor, pero no
importó. Siete semanas después, Julie sangró nuevamente y un ultrasonido de rayos X reveló la
pérdida del feto. De hecho, su desarrollo se había detenido en la quinta semana.

Y a partir de entonces nos sumergimos en el mundo médico de exámenes y máquinas donde el


cuerpo humano queda expuesto. Mi esposa fuerte y sana fue hurgada, aguijoneada, examinada y
radiografiada. Aquí hay cierta impotencia terrible para los hombres: observar o escuchar acerca de
exámenes médicos que son invasiones en el cuerpo de sus esposas.

Cuando hay problemas de infertilidad, a los hombres se les pide que experimenten el cuerpo
de sus esposas de una manera distinta quizás a cualquier manera previa. Para el hombre, el cuerpo de
la mujer tiene poderosos significados que se relacionan con dar vida, ser acogido y ser abandonado.
Este es un aspecto muy fuerte de la vida al cual de pronto los hombres son obligados a mirar, y lo que
se les pide es que vean el cuerpo de la madre invadido, el fin de la vida, fetos que no se retienen.

Julie y yo nos vimos sumergidos tres veces en el mundo de la medicina moderna,


impregnados con sus maravillas tecnológicas. Para un hombre no es fácil ver a su esposa pasando por
todos esos procedimientos mientras nada le hacen a él. Esto es lo opuesto de cómo se supone que
deben ser las cosas, o de cómo han sido: se supone que nosotros debemos sufrir mientras ellas
observan y nos reconfortan, no viceversa.

Cuando imaginé a mi esposa tendida en la mesa del hospital después de una de las pérdidas,
con varias sondas metálicas y otros instrumentos penetrando las partes más privadas y misteriosas de
su cuerpo, sentí que se ejercía violencia sobre ella. Aislada, cansada y acosada con instrumental
médico totalmente desconocido, es fácil confundirse. ¿Era yo responsable de su dolor? ¿Por qué no

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estaba yo cumpliendo con la función de hombre de soportar ese dolor, de proteger y defender a mi
mujer? ¿Cómo me atrevía a sentir, en mi parte cobarde, alivio al no tener que pasar por todo eso?

El Dr. Tracy MacNab nos informa lo siguiente en su estudio de las reacciones de los hombres
frente a la infertilidad:

Para muchos hombres fue muy duro ver a sus esposas sometidas a intervenciones médicas. En
todos los casos… en que hubo procedimientos quirúrgicos o farmacológicos extensivos, las
mujeres recibieron el máximo de atención médica. Los hombres expresaron su preocupación
por los efectos secundarios de las drogas para la fertilidad y su aprensión durante los
procedimientos de inseminación artificial. Un participante recordó la furia que tuvo cuando
una exploración quirúrgica con la que él no estaba de acuerdo, dio resultados negativos.
Varios hombres señalaron haber tenido reacciones positivas frente a la parte médica. A través
de la experiencia y el estudio de literatura médica sobre la infertilidad, desarrollaron un
sentido de igualdad con sus médicos. “Vi a los médicos más humanos y falibles”. Esto llevó a
una colaboración entre médico y paciente que dio a éste una sensación de poder15.

La mayor dificultad que han debido enfrentar los hombres con problemas de infertilidad que
yo he aconsejado, ha sido el temor por sus esposas. El marido puede estar simplemente asustado por
la salud de su mujer –preocupado de que pueda terminar físicamente dañada por las intervenciones
médicas o por las dificultades ginecológicas que están provocando el problema, o bien atemorizado al
verla emocionalmente perturbada, luchando contra la desilusión, la depresión o la rabia. Algunos
hombres temen que sus esposas no se recuperen de la tristeza o del dolor psicológico que sienten.

Como resultado de esto, muchos hombres luchan con la culpa. Un observador de casos de
abortos señaló que “la culpa es una emoción frecuente. Los hombres se sienten responsables de haber
metido a la mujer en problemas… Muchos quisieran tomar el lugar de su pareja”.16

Los hombres tienden a sentirse excesivamente responsables. Estas son algunas citas dadas
por hombres para un estudio de casos de embarazos frustrados:

Paul: “Me quedaba pensando… no quisiera ponerla nunca más en esta situación”.
Tom: “Vicky estaba muy alterada y con mucho dolor. Quería rescatarla y quitarle el dolor, y
no podía hacer absolutamente nada aparte de verla llorar”17

Esta dificultad de ver a la esposa en peligro no se limita sólo a problemas de fertilidad.


Después del nacimiento de su hijo, un hombre feliz y orgulloso de haber ayudado en el parto, me dijo
con voz alarmada: “Es la primera vez que veo a mi esposa sintiendo tanto dolor”.
En algún momento escribí en mi diario acerca de mis miedos y de la lucha de mi esposa:

Sigo sintiendo que quiero disculparme con Julie, por no protegerla mejor, por no haber sido
capaz de evitar la pérdida, es como si fuera mi culpa. Qué hace uno cuando encuentra en la
basura una nota escrita por su mujer que dice: “La tercera vez que pasó, me sentí totalmente
sola en un mundo extraño. ¿Qué es todo esto?”. Sé que éste es el dolor y la desilusión
normales. Julie es una persona sana, sólo estaba sacando su temor y desesperación. Y yo no
ando siempre revisando la basura, generalmente conversamos estas cosas.

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Hemos hablado mucho sobre esto. Ella comenzó a trabajar tiempo completo este año y, en
cierto sentido, fue caído del cielo. Me ha dicho lo bien que se siente trabajando, ya que la
mantiene alejadas de la frustración que ambos sentimos. Pero veamos, ¿dónde trabaja?
¡Dirige un programa extracurricular para niños! Está rodeada de niños pequeños, felices, que
juegan toda la tarde, y luego, todos los días a las 5, ve a los padres que los van a buscar para
llevarlos a casa. ¡Fantástico! ¡Qué manera de alejar la mente del tema!

Me vuelve loco ver a Julie expuesta a ese mar de emociones que generan los problemas de
fertilidad. No puedo dejar de pensar en ella y en lo que está viviendo, quiero sacarla de eso,
que no viva todo esto. Es estúpido, porque no puedo hacerlo.
Y así, todos los días va a trabajar, se enfrasca en los trámites burocráticos de su trabajo, piensa
en el embarazo y duda de estar en el camino de llegar a ser mujer. Y yo la observo y la apoyo,
y ella me observa y me apoya. Pero eso es una parte. Hay un punto más allá de todo esto en
el que Julie navega sola a través de esta tempestad emocional. Quizás mi crecimiento sea más
lento que el de otros, pero aquí hay una soledad a la cual no estoy acostumbrado.

Durante esos años conflictivos, me di vueltas en torno al temor de mi propia destructividad; el


dolor y la vulnerabilidad física de mi esposa desataron olas de terror y culpa respecto a mi capacidad
de herir a quienes amo. Hice mucha penitencia durante ese tiempo, como si cada pérdida fuera una
señal de mi propia maldad, como si por alguna oscura razón fuera mi culpa. Como veremos luego,
creo que las dificultades reproductivas gatillan conflictos infantiles de los hombres en relación a su
capacidad de dañar a quienes aman.

El Esposo Invisible

Las dificultades reproductivas provocan en los hombres un tipo especial de aislamiento.


Cuando se produce el primer embarazo, aún somos inocentes, le contamos a todos a los pocos
días (minutos) después de saberlo. Luego a esas mismas personas hay que contarles lo de la pérdida.
Me impresiona ahora recordar lo duro que fue para mí concentrarme en lo que sentía, incluso cuando
me preguntaban. Quería seguir haciendo cosas, cuidar a Julie para hacerla sentirse mejor. La ayudaba
a subir y bajar las escaleras, acarreaba las bolsas de las compras, aún cuando ya no era necesario. Ella
me dejó hacerlo durante un tiempo, pero finalmente se molestó y dijo que no necesitaba todo ese
“infantilismo”.

En esos momentos emocionalmente dolorosos, con frecuencia el hombre se retrae hacia una
actitud práctica: centrándose en su mujer, tratando de hacer algo eficaz, cuidándola y eliminando sus
propios sentimientos. Julie lloraba mucho; eso era normal, era lo que se esperaba de ella. Y a mí me
preguntaban con voz preocupada: “Y tú, Sam, ¿cómo estás?”. Pero mi labio superior estirado y el
movimiento de mi mano, los llevaba de vuelta a Julie. Mi actitud y sus expectativas estaban en
completa sincronía.

Además, aquellas personas de las cuales uno espera apoyo, a menudo nos sorprenden. Un
abogado de 33 años me contó una conversación telefónica con su madre. “Ella llamó después de
nuestra segunda pérdida. Estábamos intercambiando bromas cuando de pronto su tono cambió. Con
impaciencia estalló y dijo: ‘¡Steve, deja de embarazar a Joan!”.

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Me miró asombrado y dijo: “Mi propia madre creía que yo estaba obligando a mi esposa
quedar embarazada contra su voluntad, arriesgando su salud. Me puse furioso y la reté, explicándole
que en todo caso era Joan, debido a sus 35 años, quien se sentía presionada a tener luego un hijo. Sentí
pena. Luego mi madre entró en razón: ‘Ah, perdona. Estaba expresando como mujer mi preocupación
por Joan, no pensé en lo que tú estabas sintiendo”.

Con tanta atención y expectación centrada en la mujer, es fácil que el hombre se torne
invisible. Un hombre cuya esposa había tenido una pérdida, le contó a un investigador que su
hermana, quien también había perdido un bebé y que, por lo tanto, estaba en condiciones de empatizar,
evitó hablar con él porque era algo “muy personal”.18

Arthur Shostack, en su estudio sobre los hombres y el aborto, descubrió que el 40% de los
hombres hablaban sólo con sus esposas.19 Esto ejerce una tremenda presión en el matrimonio para
contener las necesidades de intimidad del esposo en esos difíciles momentos. La mujer también tiene
conflictos emocionales y hay muchas presiones que cambian la relación entre ellos. La dificultad de
concebir provoca cambios en las relaciones sexuales, ya que la pareja tiene que programarlas para
maximizar la posibilidad de concebir, o bien debe evitarlas mientras la mujer se recupera de una
pérdida, etc. Sintiéndose como animales entrenados, al tener que seguir las órdenes del médico
domador, la sexualidad pierde su espontaneidad. Además, ambos están luchando con los desafíos de
su imagen corporal y su autoconcepto. Es fácil sentirse alienado de su propio cuerpo y luego,
lentamente, del de la pareja. Debido a las dificultades reproductivas y a las intervenciones médicas, la
esposa puede sentirse poco atractiva o poco femenina. Puede sentir angustia al pensar que “las
mujeres de verdad tienen hijos, no los pierden”, lo que refleja una feminidad herida. Puede sentirse
traicionada por su propio cuerpo. Puede sentir una rabia irracional hacia los hombres, por haber sido
pinchada, aguijoneada, y por tener que seguir dependiendo de la institucionalidad médica. A su vez, el
hombre puede sentirse poco masculino debido a su dificultad para concebir. Puede tener privadamente
pesadillas en torno a la responsabilidad que debe enfrentar: el embarazo frustrado puede activar, por
ejemplo, el secreto deseo del joven de causar daño, de provocar destrucción con el pene
considerándolo un arma. La pareja lucha con la angustia frente al compromiso, como también frente al
temor de no ser capaz de responderle al otro. ¿Por qué estamos casados si no podemos tener hijos?
Hay mucha rabia y frustración en torno a la infertilidad, a menudo debido a problemas no
diagnosticados o a remedios que pueden no dar resultados, por lo que es fácil para la pareja descargar
su frustración, desilusión y rabia en el otro, o lentamente alejarse y aislarse, a veces para proteger
inconscientemente al otro de una rabia irracional.

El desafío de la pareja es poder desarrollar nuevos patrones de preocupación mutua. El


marido y la esposa deben equilibrar su deseo de “terminar con todo esto” con la necesidad real que
ambos tienen de apoyarse y reconfortarse durante este difícil período, sintiéndose acompañados frente
al temor y al desamparo. Entre las numerosas maneras que tienen de preocuparse el uno por el otro,
quiero enfatizar la importancia de la relación con el cuerpo, tanto del propio como del otro. Es
frecuente que las parejas entren en conflictos respecto al sexo –sintiéndose distantes -, en
circunstancias que están luchando por sentirse queridos, por sentir que sus cuerpos están bien y no son
repulsivos para el otro, por sentir la seguridad al ser tocados y acogidos en el dolor. Y todo esto se lo
gritamos al otro a través del megáfono del sexo.

Creo que una de las principales causas del aislamiento de los hombres en estos períodos
difíciles, se debe a la naturaleza de su relación con otros hombres. Yo descubrí que con mis amigos

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hombres, la posibilidad de ser escuchado se diluía con facilidad, y sin embargo, probablemente éstos
eran los hombres con quienes más quería hablar. La posibilidad de conversar sobre las frustraciones y
miedos con un amigo del mismo sexo, puede eliminar parte de la presión de la relación con la esposa.
Pero es difícil hablar de problemas de infertilidad; su conexión con la sexualidad puede provocar
competitividad o vergüenza entre los hombres. “Los demás no lo comprenden”, es una queja que se
escucha a menudo, o la sensación de que “algo anda mal en la gente que no puede tener hijos”.20 Sin
embargo, más allá de la competitividad y la desconfianza, ¿no hay acaso, en la mayoría de las
personas, una necesidad de sentirse validadas por aquellas del mismo sexo?

El hombre puede confrontarse con sus anhelos infantiles de validación o aprobación o con un
momento muy especial de conexión con su padre, y como adulto puede ocurrirle algo similar con otros
hombres, sintiendo que es inapropiado o inseguro hablar de esa confusa mezcla de vulnerabilidad,
esperanza y desilusión que provoca el problema de la infertilidad. Al hablar de este tema con hombres,
muchas veces he tenido la impresión de que les gustaría hablar con sus padres acerca de esta
experiencia, pero generalmente ese deseo no es reconocido ni expresado.

Para que los hombres puedan apoyarse entre sí, tendrán que superar la incomodidad que
sienten frente al “apoyo emocional”, a los silencios y dudas que hay que vencer para hablar de las
frustraciones y el dolor de un aborto, una pérdida y cosas similares. Debemos superar nuestra
tendencia de querer hacer algo rápidamente, convirtiendo así la confusión en un instrumento para
proporcionar apoyo emocional.

Después de nuestra última pérdida, un amigo cercano llamó en cuanto supo la mala noticia.
Tiempo atrás nos había ayudado en una mudanza.
“Siento lo ocurrido, Sam”.
“Sí, es difícil, pero estamos bien”.
Preguntó por Julie. Le conté que había vuelto al trabajo, luego de unos días de descanso.
El silencio se apoderó del teléfono. Con obvio malestar, quizás más por lo último que dije
que por lo primero, me dijo cariñosamente:
“Por la mierda, Sam, me gustaría poder hacer algo por ustedes –ayudarlos en la mudanza,
cualquier cosa para ayudar”. Ni él ni yo dijimos que el simple hecho de escuchar, validando las
legítimas emociones, era una forma de ayudar.

Romper esta tendencia a ser prácticos, a mantenernos a la defensiva, a ver el contacto humano
cálido como algo que no necesitamos, a desvalorar y negar nuestras cualidades humanas –eso es lo que
debemos aprender del encuentro con la infertilidad. El hecho de enfrentarnos a un problema insoluble,
del cual no podemos escapar, puede humanizarnos, al igual que muchas experiencias familiares. Nos
confronta con nuestras vulnerabilidades de tal forma que podemos verlas. En el trabajo podemos
aprender la misma lección, pero es más silenciada: podemos racionalizar y así protegernos de nuestros
fracasos, sintiéndonos a veces invulnerables.

Las dificultades reproductivas pueden ayudar a sanar al padre herido que llevamos en nuestro
corazón, haciéndonos comprender que el dolor y la vulnerabilidad son parte de la vida, y no un
símbolo del fracaso. Un hombre puede llegar lejos comprobando que todo lo hace bien, que trabaja
duro, que es ingenioso, despierto, hábil, y aún así la vida le da un puntapié en el culo. Puede conocer
la realidad de su interconexión con aquellos a quienes ama: la importancia de consolar y permitirse ser
consolado. Puede aprender, lentamente, que para ayudar y amar a otro, es necesario permitirse recibir

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ayuda y amor de parte del otro. Aquellos que no pueden tolerar el dolor en los demás, no se han
contactado verdaderamente con su propio dolor, no han sido acogidos, ni ayudados a sanarse.

Escenas de un Matrimonio frente a un Embarazo Frustrado

Concentrémonos ahora en el conflicto psicológico interno que enfrentan los hombres entre la
necesidad y la rabia, basado en la experiencia de desarrollo y crecimiento masculinos, y reactivado por
las tensiones de los problemas de infertilidad.

Nuestro martirio comenzó cuando el médico sugirió el uso del Clomid (clomifeno), una droga
para la fertilidad, después de nuestra tercera y última pérdida. Yo tenía muchas dudas acerca de su
inocuidad. Una mañana, en medio de nuestra indecisión, nuestro ginecólogo, el Dr. L., me llamó. El
era también el especialista en fertilidad en nuestra clínica, y Julie me había sugerido que lo llamara
para tratar de aclarar mis dudas sobre el Clomid. Julie había hablado con tres amigas que lo habían
tomado, todas tenían más o menos su misma edad y todas se embarazaron y tuvieron hijos después de
usar la droga. Ellas se mostraron confiadas. “Querida, son personas inteligentes, y no sólo tecnócratas
excéntricos dispuestos a dejarse arrollar por el establishment médico”.

El Dr. L. fue muy cortés y tuvo mucha paciencia. Me explicó que me había estado llamando
el día anterior, pero que yo no estaba. Consideró de mal gusto nuestras bromas acerca de los médicos
despiadados, ya que yo había apostado cuántas veces tendría que llamarlo antes de poder comunicarme
con él. A la primera me devolvió el llamado.

“Sr. Osherson, quiero que tenga confianza en el uso del Clomid”. Inicialmente, él pensó que a
mí me preocupaba el impacto de la droga en el feto, por lo que me explicó que el Clomid se da cinco a
diez días antes de la ovulación y es eliminado por el cuerpo antes de la gestación. Lo único que hace
es gatillar la acción de la glándula pituitaria, aumentando la producción de progesterona durante la
segunda mitad del ciclo menstrual.

“De todos modos, a su esposa se le hará una amniocentesis, porque tiene más de 35 años, para
asegurarnos que el bebé no tenga defectos congénitos”. Todo eso estaba bien. Pero lo que me costaba
explicar era mi angustia respecto a los efectos a largo plazo en Julie. Todos estaban tan orientados
hacia el bebé, que me sentía raro diciendo que mi verdadera preocupación era por mi mujer. Un día, al
salir de la clínica después de otro examen más y luego de haber tenido una discusión preliminar sobre
el Clomid, sus riesgos y ventajas, nuestra enfermera, que estaba embarazada, miró a Julie con mirada
experta. “Usted haría cualquier cosa por tener un hijo, ¿no es cierto?”. La enfermera hacía alusión a
un lazo oculto que existe entre las mujeres Me sentí aturdido, sabía que yo no haría “cualquier cosa”,
si existiera la posibilidad de daño severo en mi cuerpo. Ahora que tengo un hijo, pienso de otro modo,
pero en ese momento, pre-bebé, me sentía desagradablemente arrastrado por el primitivo deseo de mi
mujer de reproducirse. Mientras hablaba con el Dr. L., corría dentro de mí un resentimiento por la
excesiva preocupación por el bebé.

“Puede sentir algunas molestias en los ovarios”, me explicó con paciencia.


“¿Y los efectos a largo plazo?”, le pregunté apurado. El se expresaba con paciencia y calma,
yo parecía una caldera llena de temores. Es un año más joven que yo, me di cuenta de pronto
impactado, pero siento como si tuviera ocho más.
“Bueno, se ha usado en Europa durante los últimos veinticinco años”.

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“¿Se han hecho estudios que prueben su inocuidad?”.
Bueno… no… pero él le tenía confianza. Luego, para tranquilizarme, me contó otros usos
que tenía, pero básicamente yo necesitaba un golpe de fe, por ejemplo, el Clomid se usó originalmente
para tratar el cáncer de las mamas, ¿entonces cómo podría ser cancerígeno? (¿Pero qué pasa con la
radiación y la quimioterapia, que destruyen el cáncer pero son el Enemigo Número 1 de cualquier
persona sana?). Sin embargo, yo comprendía su argumento: el Clomid soluciona un problema de corto
plazo, pero simplemente no se sabe qué produce a largo plazo, aunque todos están actuando como si lo
supieran. El Dr. L. fue compasivo –incluso me llamó un día feriado – y yo sentía que él quería que yo
confiara, pero en ese momento sólo pensaba en que uno puede ser llevado por el camino errado tanto
por un guía compasivo como por uno hostil. Sin embargo, su actitud amistosa era un alivio. Al final
dijo: “Quieren tener un hijo, ¿no es cierto?, y ambos ya se están acercando a los 40”.

Julie estaba en el living cuando terminé de hablar. Nos sentamos en el sofá en nuestra
posición favorita, los pies entrelazados.
“¡Hablaste media hora, increíble! ¿Te ayudó hablar solo con él, de hombre a hombre?”
“Un poco”.
“Me gustaría intentarlo. ¿Estás dispuesto?
“Mmmm… supongo que sí. dice que las posibilidades de perder de nuevo son altas sin el
Clomid”.
“Si yo no me inclinara por ninguna de las dos alternativas, ¿lo intentarías de nuevo sin la
droga?”.
“Tal vez. Podríamos ir donde otros médicos, informarnos por otro lado”.
“Escucha, es mi cuerpo y no tengo fe ni en la acupuntura ni en las hierbas medicinales, ni en
los médicos que dicen tener la respuesta cuando han tratado a dos personas. El Dr. L. ha tratado a
cientos. ¿Crees que puedes ponerte optimista con el Clomid? Siento que es el primer rayo de
esperanza en seis meses”.
“Sí”.
Su voz se endureció.
“Mira, necesito seguridad. Me aterra tener otra pérdida. No me conviertas en un conejillo de
indias por cuenta de tu rabia contra la medicina tradicional. Necesito esperanza.”
“Bueno, claro, yo también, pero no quiero que hagas algo que te pueda dañar a ti. O al bebé.
Yo también tengo ciertos derechos en todo esto”. Es su cuerpo, pero yo estoy conectado a él. Hoy en
día los hombres se enfrentan a una situación delicada en la toma de decisiones en torno a la
reproducción. Muchas mujeres argumentan con rabia que les ha tomado generaciones ganar el control
de sus cuerpos, y ahora la entrada de los hombres en el dominio reproductivo puede erosionar este
control. Sin embargo, los hombres están emocionalmente conectados tanto a sus esposas como al feto,
y sufrirán emocionalmente si no sienten que pueden participar en la toma de decisiones. Aunque nada
engendraría más rabia en las mujeres que el argumento de que los hombres también tienen “derechos”
en esto. Tomar decisiones justas en torno al tema reproductivo es uno de los mayores desafíos que
enfrenta un matrimonio.
“Aquí ambos tenemos derechos”, contestó Julie contrariada. “Y no me puedes atropellar.
¿Has sido capaz de proponer una alternativa decente?”
“No, necesito más tiempo…”.
“Bueno, no lo tenemos. Si vamos a comenzar con el Clamad durante este ciclo, debo tomarlo
la próxima semana. A mí me parece bien. De hecho, me siento bien con la idea de tomarlo. Siempre
se corren algunos riesgos. Necesito estar optimista. Temo que tu te vayas a un extremo y yo al otro.”

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Observando la situación hasta ahí, sentí que ella tenía razón. El Clomid era nuestra única
posibilidad real. Ya había pasado horas en el teléfono, explorando alternativas, pero ninguna parecía
sólida. El presidente de la New Age Health Foundation me dio una larga charlas sobre los millones de
problemas que había tratado su “especialista en hierbas” – desde daño cerebral hasta padrastros -, pero
cuando le reiteré que el problema era retener un embarazo, se fue por las ramas: “Ah, bueno, sí. Eh,
veamos, hay una hierba de China, una mujer de Maine de 45 años la tomó y le funcionó. Escuche,
¿por qué no viene y tratamos? Si no resulta, no le cobramos”.

¿Qué era lo esencial en todo esto? No había respuesta. Más allá de todas las técnicas,
explicaciones confiables, rutinas, buen humor y optimismo, nadie tiene realmente ninguna seguridad.
Uno paga sus cuentas y uno toma sus decisiones.

Muy bien, se perdió el control. Vamos en un avión sin piloto. La sensación de sentirse solo y
en el límite, hacía las cosas particularmente difíciles. En ese momento escribí:

En todo esto, no hay lugar para mi terror, mi rabia y mi miedo, mientras observo cómo el
cuerpo de Julie se convierte en el campo de batalla, me doy vueltas por ahí mientras ella está
drogada y le hacen exámenes después de esperar dos horas en la sala de emergencia, durante
el último embarazo frustrado, y ella se queda ahí y yo me voy a casa por las oscuras calles de
la ciudad… Detrás de las llamadas a los médicos, de las conversaciones con los amigos, de
las preguntas acerca de cómo está Julie, está mi terror gritando por salir y sin tener dónde ir,
estoy rodeado de caras que me dicen que todo está bien, caras sonrientes que piden que sólo
tenga calma. Teléfonos, guías de turismo, píldoras y tratamientos, pero qué pasa con nuestros
sentimientos, no han sido invitados a la fiesta.

Y así fui a buscar el Clomid a la farmacia del Community Health Plan Clinic. Eran azules,
grandes, de 50mg. La vendedora registró la venta, y yo saqué mi billetera y le pasé un billete de los
grandes. “Oh, no, señor”, me dijo sonriendo, “el seguro de su esposa también cubre esto”. Con alegría
dijo: “¡Es fantástico! Guau, todo esto le cuesto sólo un dólar”. Guau, me pregunté cuánto costaría un
brazo y una pierna.

* * *

Para mí, la situación llegó a su punto culminante cuando Julie llevaba un mes tomando
Clomid. Sentía una desesperanza que sólo puedo asociarla con mi niñez, quizás con la última vez que
se juntaron férreamente el amor, la necesidad y la rabia.

Ese fin de semana, Julie se fue por sábado y domingo a un taller. Me sentía desamparado,
abandonado. Pensé en irme solo a nuestra casa en New Hampshire. En vez de eso, decidí trabajar en
un artículo. No logré hacer nada. No podía concentrarme en escribir. En la tarde salí a comprar ropa
que hace tiempo necesitaba, pero no compré nada, sólo vagué por Cambridge hasta el atardecer. Es
curioso –quería hacerme un regalo a mí mismo, algo en que apoyarme, una camisa, un disco, un libro,
cualquier cosa, pero no lograba hacerlo, como si yo mismo boicoteara mis esfuerzos por sentirme
mejor.

El domingo amanecí con un dolor en la rodilla derecha, que me tomó por sorpresa. Este dolor
me había comenzado hace algunos años, después de correr durante dos décadas. Había ido a ver a un

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kinesiólogo para solucionar el problema. En general mi rodilla anda bien, si no corro. Y ese día sólo
caminé con un amigo, y me empezó a doler. No sólo eso, también me dolía la espalda. Me estaba
quejando de esto con mi amigo, que también es corredor, quien me dijo: “Bueno, Sam, creo lo de la
rodilla, pero no lo de la espalda. Es psicosomático. Tu espalda siempre ha sido sensible”. Estaba
tratando de tranquilizarme, pero le falló la empatía: para él, el dolor mental no era parte de la ecuación.
Con frecuencia los hombres somatizan su dolor, como un modo de obtener alivio cuando están
mentalmente heridos. Nos quejamos de cosas físicas cuando buscamos apoyo y seguridad emocional.

Durante el resto de ese fin de semana estuve obsesionado con el miedo: ¿se estaba
desintegrando mi cuerpo? ¿Y si de pronto mi espalda descargara todo el dolor hacia las piernas, si se
me paralizaran los pies? Inmovilizado en cama días enteros…
Julie volvió el lunes en la mañana, yo aún estaba deprimido, y cuando terminé de atender a mi
último paciente, alrededor de las 8 P.M., mi espalda estaba realmente mal. Quizás se debía al hecho de
haber estado todo ese rato sentado oyendo a los pacientes.

Antes de acostarnos empezamos a pelear. Yo estaba de muy mal humor, era imposible estar
conmigo. Saqué todo el instrumental que había juntado durante años para mis dolores musculares,
cosa que enloquece a Julie: cojines eléctricos, varias almohadas, aceite para masajear los músculos.
Ella estaba tratando de leer en cama, después de un día muy cansador, mientras yo montaba un hospital
de campaña. Si hubiera sabido ponerme los tirantes para una fricción, lo habría hecho. Y al mismo
tiempo murmuraba algo en relación a las virtudes del hielo versus las del calor para los problemas en
las articulaciones, cuando ella llegó al límite de su paciencia. Asomándose sobre su libro, dijo:

“¿Estás seguro que es para tanto? Lo que quiero decir es que yo me he torcido la espalda en
clases de gimnasia y el dolor desaparece a los pocos días”.
Fue mucho. “¡Fantástico, gracias, eso me ayuda! ¿Cómo sé que mi espalda no se está
desintegrando como la de nuestra amiga Alice?”. (Nuestra amiga tenía una discopatía y pasaba la
mayor parte del tiempo en cama).
“Pero tú te cuidas mucho la espalda”, insistió mi racionalista esposa. “Eres muy sensible con
tu cuerpo. Te lo pasas leyendo libros de tratamientos y echándote aceites. ¿Estás concursando para ser
el hipocondríaco del mes?”.

¡Basta! ¡Ese fue el límite! Exhibiendo todo el dolor y para que se sintiera culpable, le dije
razonablemente: “Mira, por qué no me apoyas, o al menos ten un poco de compasión. Estoy sufriendo
y lo sabes”.
Funcionó. Una mirada de dolor apareció en su rostro. “Sí, lo sé, tienes razón. Cuando estoy
enferma, te preocupas de mí sin criticarme. Cuántas veces me has dado masajes en la espalda, me has
dejado dormirme sobre tu pecho mientras me calmas…”.

Nos besamos y nos reconciliamos; ambos estábamos cansados, nos acomodamos y dorminos.
Pero habíamos soslayado varios problemas. ¿Cómo le trasmites la angustia a alguien que está
ocupado tratando de mantener bajo control sentimientos similares? Tal vez Julie, a esas alturas, no
quería oírme, a pesar del tono infantil en que le estaba pidiendo ayuda, porque mi dolor y mi miedo
eran muy perturbadores para ella. Y con respecto al tono infantil que usé: una parte de mí no quería
realmente pedir. Guardé secretamente una rabia contra ella por no haberme dado masajes en la
espalda, para quitarme el dolor. Pero no le pediría; mi resentimiento era un viejo enojo al cual no
quería renunciar. ¿Cómo lo hacen otros hombres para pedir ayuda emocional –no económica, ni

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profesional, sólo apoyo y cariño? En la etapa de crecimiento, tales necesidades a menudo conducían a
sentir vergüenza o una sensación de fracaso, por lo que ahora nos castigamos a nosotros mismos o a
otros cuando nos sentimos desamparados y necesitados.

Al día siguiente, aún de muy mal humor, fui a ver a Michael, mi kinesiólogo. Echaba humo.
“Hace casi un año que estoy viniendo, ¿y dónde estoy? En pésimo estado, igual que siempre”.
Le describí la variedad de dolores y molestias que tenía. Con arrogancia le pregunté: “¿Qué puedo
hacer con mi espalda?”.

El vio una expresión de rabia mortal en mi cara, respiró profundamente y dijo: “Quiero que
hablemos de tu espalda y de tu rodilla. Pero debemos empezar con un masaje. Parece que tienes
mucho dolor. ¿Qué tal si yo te doy el masaje y tú hablas?”

La sensación de una mano en mi espalda, trabajando para quitarme el dolor, era casi como el
perdón, una invitación a volver a integrar la raza humana. Disipaba suavemente la rabia que sentía
contra Julie y contra mí mismo, así como el miedo frente a esa rabia. También sentía que lo que se
esconde en la parte oscura de la conciencia puede ser admitido a la luz del día.

Son muy pocas las veces en que dos hombres realmente se tocan y se apoyan. La respuesta de
Michael a mi obvia necesidad, validó el dolor que sentía; y fue particularmente importante que la
respuesta viniera de otro hombre. El tema de ser emocionalmente apoyado por otro hombre, aparece
permanentemente en los relatos de los hombres con respecto a su crecimiento emocional. No tiene
nada que ver con la homosexualidad; no necesita ser un apoyo físico. Es un apoyo emocional. En
algunos talleres para hombres, los participantes se sostienen la cabeza con las manos unos a otros, en
silencio. Sostener el dolor de la otra persona. Ser tomado emocionalmente en serio por otro hombre
significa sentirse menos poco hombre al tener sentimientos tan profundos respecto a algo.

“¿Sam, hay algo que esté pasando ahora que pudiera estar centrándose en tu espalda y en tus
rodillas?”, preguntó Michael.
Por supuesto, la huella me condujo justo al solitario fin de semana en que me sentí a la deriva
sobre un pedazo de hielo, sin calor en mi vida. Julie y yo nos habíamos interceptado emocionalmente
y ambos luchábamos para mantener nuestra angustia bajo control. Ese es el precio de pasar por todos
los exámenes, dudas y decisiones que tuvimos que enfrentar. Ninguno de los dos quería mover el bote
con sentimientos difíciles de manejar. Las parejas funcionan muy bien en el “tener que pasar por”,
pero luego pierden lo que Julie llama el “lubricante” en las relaciones humanas, el lubricante que se
genera al hacer contacto en niveles emocionales y físicos más profundos. Y yo he sido separado de
Julie a raíz de mi propia rabia hacia ella, una rabia primitiva, irracional e infantil a la cual sólo puedo
dar un vistazo antes de que se escabulla fuera de mi vista. Si no quisiera ver esta rabia, probablemente
tampoco querría escribir sobre ella. Habría preferido hacer cualquier otra cosa, como dormir durante
varios días. La rabia contra alguien que amas, te puede volver loco:

Admítelo: una parte de mí está enojada con Julie por tener 38 años y no poder mantener un
embarazo. A esa parte mía le gustaría que tuviera 24, como esas atractivas alumnas que veo
cada día en la universidad. ¿Pero cómo puedo sentir algo así por Julie, con todo lo que ha
hecho por ambos, todo el dolor que ha soportado mientras yo me doy vueltas por ahí sintiendo
pena por ella y por mí? Por ejemplo, el último examen que tuvo fue una dolorosa biopsia del
tejido uterino. Biopsia –autopsia, Dios, no puedo sacarme la imagen de mi mente. La

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acompañé para apoyarla, para tomarle la mano. En el muro había un afiche con el sistema
reproductivo femenino, todo muy detallado en blanco y negro… y luego se supone que uno
debe ser romántico.

Algo en mí quiere un útero joven sin manchas de médicos, ni de agujas, ni de la tristeza del
fracaso. Una parte de mí aún grita: para eso son las mujeres, la imagen de la perfección, de la
belleza; alivian la tensión en lugar de producirla, dan suavidad y éxtasis a la vida, no se
asustan por estar enfermas, ni al llevarte a través de una pesadilla real de sangre, exámenes
internos y diagramas reproductivos, a un mundo donde jamás has estado. Los avisos
publicitarios nos recuerdan constantemente lo que se supone que son las mujeres. Nos sonríen
como estrellas de cine, jóvenes actrices, cantantes, belleza y placer que pueden cambiar tu
vida, no con el amor que conocemos sino con una transformación en eterno goce.

¿Todos los hombres tienen problemas para llegar a entender la realidad de las mujeres, en
oposición a la ilusión de que en el amor de una mujer reside todo lo que necesitamos para
funcionar, para salir de lo mundano? Comparada con esta ilusión, falsamente estimulada por
los mercaderes de la publicidad, cada mujer es, después de todo, como me lo dijo una vez un
amigo, una desilusión.

Ridículo, absurdo. Estoy furioso conmigo mismo por albergar, aunque sea
momentáneamente, esta ilusión. Toda la historia regresa a mí como un boomerang que vuelve
a su dueño. Me acuso: “Yo te metí en esto, Julie, lo siento”. Al minuto siguiente la acuso a
ella: “Tú me metiste en esto”.
¿En qué? En el pesado trabajo de mantener funcionando la relación, de tener que nutrir y
apoyar al otro, de destetarnos de la ilusión de lo fácil que sería la vida adulta.
Hay algo muy infantil en esta postura desvalida y pobre-de-mí; el lado racional de mi mente lo
ve como el comportamiento de un niño que ha sido abandonado, que ha perdido la única
fuente nutriente de su vida: su mamá.

Esto fue lo que escribí en mi diario durante aquellos días. Pensamientos similares corrían por
mi mente en la oficina de Michael. “¿Puedes entender”, le dije a Michael, levantándose sobre un codo
en la mesa de masajes, queriendo con desesperación que mi confesor oyera mis pecados, “que yo ame
a Julie y esté furioso con ella?”

Michael asintió y dijo: “Sam, tú eres un hombre; ¿se te ha ocurrido que quizás estés llevando
parte de tu pena en tus rodillas y en tu espalda? ¿Hay alguna forma en que puedas conseguir el calor
que necesitas de Julie? Dile que necesitan tiempo para conversar y que tal vez lo que tú tienes que
decir sonará muy infantil por un momento, pero que igual quieres que te escuche, que hay cosas que
necesitas sacar”.

“Para él es fácil decirlo, él no tiene que hacerlo”, pensé, mientras Julie y yo nos sentamos a
conversar con un vaso de vino esa tarde. ¿Cómo mierda le iba a hablar acerca de este montón de lodo
que se había formado en mí? “Este no es el momento”, susurraba una voz insistente y asustada dentro
de mi cabeza. ¿Cuándo es el momento? “En otro momento”. Me sentía adormilado.
¿Cómo está tu espalda?”, preguntó Julie.
“Mejor. Michael me ayudó mucho. Y necesito hablarte de algo”, irrumpí. “Siento que hay
un stock de mierda que se está acumulando”.

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“Bien. ¿Y es muy pesado? Si te vas a poner a criticarme o vas a empezar una pelea, no quiero
oír nada”.
“Querida, estoy alterado –está bien, no debemos asustarnos, ambos tenemos emociones por lo
de los embarazos. Si hablamos, podremos verlo más claro”.
“¿Sí?”. Me miró esperanzada.
“Sí, en este momento la angustia nos ayudará, no nos dañará. Y no sólo me pasa a mí. Siento
que tú tampoco has estado –casi- emocionalmente aquí – te quiero de regreso. Me siento tan débil.
Desamparado, cansado, vacío. Escucha, déjame tratar de decir lo que quiero: estoy asustado. Por ti y
por mí. Te necesito. Quiero sentirme cerca de ti nuevamente”.

“Cuando lo planteas así, está bien. Yo también he estado tan asustada que ni siquiera he
querido tocar el tema. Mírame. Tengo ganas de llorar de nuevo. ¿Por qué tú nunca lloras?”.
“Sí lo hago. Tú no me ves”.
“Está bien”, dijo Julie riéndose. “Yo trabajé mis miedos hace semanas, y sólo quería hablar
superficialmente del asunto de los embarazos y resulta que ahora tú estás asustado. Antes te veías
seguro. Detesto tener que hablar de todo esto hoy día, cuando estoy tratando de tener una ‘actitud
militar’ para salir adelante. Pero en todo caso, hablar así realmente ayuda, querido”.

Seguimos conversando y dije: “¿Sabes?, creo que no estoy tan resignado a que tomes Clomid
como pensaba”.
“Para mí está bien. Quizás ambos somos muy sensibles con nuestros cuerpos; creo que mis
células pueden manejarlo”.
“Bueno…”.
“¿Sabes?, creo que no tomaré 100 ó 150 mg. Todos los meses. ¿Crees que nos ayude saber
que hemos decidido no seguir tomando las píldoras indiscriminadamente? Quiero intentarlo este mes,
pero no mes tras mes”.
“No había pensado en eso; ayuda verlo de ese modo”.
“Te preocupa lo que me pueda pasar a mí, ¿no es así?”.
Su pregunta fue como una repentina liberación de la oscura noche interna en la que estaba a la
deriva hace varios días.
“Sí, sí. Así es”. Tuve que esforzarme para no llorar.
“Tú sabes que soy fuerte. Vengo de una familia sana. También tu madre. ¿Recuerdas que
también te preocupabas mucho por ella? Porque fumaba cuando eras niño, y todavía fuma. Recuerda
que una vez me contaste la rabia que esto te daba cuando eras niño, y a todos en tu familia, todos
sentían que era algo muy peligroso”.

Dios, pensé, ella está llegando a la médula del asunto. La salud de mi madre nos obsesionaba
a todos, y se centraba, obviamente, en el cigarrillo. Todos tratábamos de detenerla –mi hermano, mi
padre, yo. Ella se pasaba dejándolo, pero luego volvía a fumar. Cuando tenía 10 años, tuvimos una
larga conversación al respecto, y ella nos dio a mi hermano y a mí su último cartón de cigarrillos, y
nosotros, felices lo fuimos a botar. Pero muy pronto compró más. En nuestra familia había mucha
energía centrada en mi madre –en que estuviera a salvo.

“¡Babar!”, le grité a Julie.


“ ¿Qué ? ¿Esos cuentos infantiles sobre los elefantes ?”
“Sí”, dije, mientras mi memoria se desbordaba hacia atrás. “Siempre he odiado la serie
completa de los libros de Babar. Cuando los veo en alguna librería o en la casa de alguien, retrocedo.

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Esos abominables libros son terriblemente populares, pero odio al tipo que los escribió, debido a una
de las historias. En el primer libro, un cazador mata a la madre de Babar, mientras caminaba con su
hijo. Era horrible, aún recuerdo las imágenes, Babar con su madre, linda y cálida, salen a caminar,
llenos de amor. De pronto, el cazador dispara y la madre de Babar cae al suelo. Hay una imagen de
ella entera destrozada. No puedo explicarte cómo me afecto, y aún me afecta, con sólo pensar en ella –
su piel grisácea, destrozada, muerta. No puedo describir el terror que sentí –la madre de Babar
muerta…”. Cuando uno realmente llora, es curioso cómo las lágrimas parecen rodar por las mejillas
como suaves rocas líquidas. Es increíble lo importante que es la madre para un niño chico, el temor
que siente de perderla –separación a la que todo niño debe sobreponerse a su manera. ¿Se sobreponen
realmente alguna vez?

“A mí también me dan ganas de llorar, Sam”, dijo Julie acercándose.


“Fue tan injusto. ¿Por qué tuvieron que matarla en ese cuento? Y el pobre Babar se quedó
solo”. Exclamé: “La madre era tan grande y fuerte y de pronto está muerta. ¡Es difícil ser más grande
y fuerte que un elefante! Y muere por culpa de un payaso estúpido que no sabía qué mierda estaba
haciendo.”

Tanto para los adultos como para los niños, las madres son figuras extremadamente
poderosas, y los hombres traspasan gran parte de los miedos en relación a la madre a la mujer con que
viven. Creo que todo hombre siente que hay una parte de él que no puede existir sin el calor y el
apoyo emocional de una mujer y siente terror de ser abandonado cuando está separado de ella. ¿Qué
podemos hacer con la rabia de los hombres frente al abandono que comienza tan temprano en la vida?
Quizás en esa necesidad que tenemos de defender y proteger constantemente a las mujeres, estamos
tratando de disimular la rabia que sentimos cuando nos dejan mucho tiempo solos. En la mente de los
hombres, la separación y la violencia parecen estar muy interconectadas.

El psicólogo infantil Bruno Bettelheim nos insta a que pongamos mucha atención a los
cuentos de hadas. “Estos cuentos comienzan donde se encuentra el niño psicológica y
emocionalmente, dando un sentido mucho más profundo que cualquier otro material de lectura.
Hablan de sus severas presiones internas de una manera que el niño comprende inconscientemente, y –
sin el ánimo de disminuir las duras luchas internas que conlleva el proceso de crecer – ofrecen
ejemplos de soluciones tanto permanentes como temporales a las dificultades que lo presionan”.21

¿Qué “dura lucha interna” describe la historia de Babar? La lucha del niño con su rabia e ira
hacia la madre, el temor de que su violencia la dañe, el fantasioso sentido de responsabilidad del niño
que supone que su ira hará daño a la madre. Después de todo, es Babar quien lleva a su mamá hacia la
trampa, ella salió para llevarlo a dar un paseo. Hay una página clave: la escena de Babar llorando
sobre su madre muerta, el cazador corriendo hacia ellos (decididamente un cazador fálico, con un gorro
en forma de callampa y cabeza circuncisa). Esta historia diagrama el curso de la vida masculina en un
puñado de simples imágenes. Después de la muerte de su madre, Babar arranca del cazador y se
encuentra en un pequeño pueblo lejos de la pródiga, infinita y maternal selva en que vivía. ¡Y en ese
pueblo hay muchas cosas que le interesan a Babar! Especialmente los adultos que ve, los elefantes
machos con fina ropa. El también compra. Y parece un elefante idiota con botines y traje de tres
piezas, tomando clases con profesores e integrándose al mundo de los automóviles, de las tiendas por
departamentos, de los colegios, el mundo de hacer y lograr cosas. Sin embargo, “a menudo se sienta
en la ventana y piensa con tristeza en su infancia y llora cuando recuerda a su madre”. Estoy seguro
que lo hace, pero igual sigue adelante con su trabajo para convertirse en un buen elefantito macho.

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Lo que aquí vemos es la ejecución de la lucha para separarse de la madre. Nótese que la
separación se logró con violencia: Babar crece llevando a cuestas el asesinato de su madre. ¿Quién
comete el asesinato? ¿La sociedad, papá, a profesora asexuada y “civilizada” que lo lleva de la mano –
o es el propio Babar? En realidad, todas esas fuerzas, pero en el fondo, el cuento está describiendo la
fantasía interna del niño, en la cual abandona la feminidad por la masculinidad, “destruyendo” a su
madre: degradando y rechazando la feminidad y sobreidentificándose con la masculinidad.

Para lograr una identidad masculina exitosa, es esencial renunciar a las mujeres. Sin embargo,
cuando el mundo femenino es tan vitalmente importante para el niño, y el mundo masculino,
representado pesadamente por máquinas, información e instrumentos, está tan divorciado del mundo
femenino de cariño y apoyo, ¿en qué medida es un despojo para el niño dejar atrás el suave y cálido
mundo del cuerpo, de la preconciencia, de la imaginación, todos los aspectos de la vida atribuidos a las
mujeres por los hombres, y que todos necesitamos para nutrir y ser nutridos sintiendo nuestras raíces
en la humanidad? Cuando el apoyo emocional y el cariño es una tarea femenina y la masculinidad es
actividad y conquista, el niño se encuentra en una posición precaria al tener que identificarse con esa
imagen. Cumplimos con la “tarea del desarrollo” al identificarnos con nuestro padre, asesinando lo
femenino que hay en nuestro interior. Yo creo que el residuo que deja esa lucha es lo que lleva a los
hombres a sentir que en lo más profundo son básicamente destructivos o “no queribles”, y es lo que
nos conduce a aislarnos emocionalmente y permanecer en silencio frente a la vulnerabilidad.
Resolvemos no sentirnos nunca más necesitados. Y acarreamos internamente al padre herido: ese
residuo rabioso y triste de la lucha.

Un aspecto poco considerado de la psiquis de los hombres es su miedo a causar daño o ser
dañados por sus seres queridos. Muchos hombres con los que he trabajado y hablado tienen una
sensación no examinada, muchas veces jamás reconocida ni verbalizada, de ser destructivos o
violentos. Un tema clave para los hombres de 30 ó 40 años es qué hacer con la rabia inconsciente
provocada por sus experiencias familiares. Hablar con la esposa tanto de la rabia como de la
vulnerabilidad puede ayudar. De lo contrario, es difícil estar emocionalmente presente si uno tiene el
secreto temor de llevar adentro un demonio que está tratando de salir.

Las pérdidas que no se pueden tolerar o que no han sido tratadas adecuadamente, con
frecuencia terminan en idealizaciones; glorificamos de manera falsa y desesperada lo que hemos
perdido, para aferrarnos a ello. ¿En qué medida los intentos de los hombres por convertir a las mujeres
en madonas, criaturas suaves y sanadoras de la imaginación, son compensaciones por la temprana
pérdida de nutrición en la vida? Un afiche en una vitrina de una agencia de viajes lo dice todo: una
hermosa mujer seductoramente sentada en una playa blanca, con una suave camisa de dormir,
reflejando su piel inmaculada en un mar verde y cálido. Arriba, con grandes letras, dice: “Club Med,
el Antídoto para la Civilización”.

Renunciamos al cuidado de las mujeres, al contacto táctil, al placer que ellas representan para
nosotros, pero jamás podremos escapar de la necesidad, por eso tratamos de aferrarnos a ellas y
satisfacer esas necesidades en formas disfrazadas. Pero cuando estamos emocionalmente vulnerables,
nos da rabia y miedo que nuestras necesidades queden expuestas. Esa es la consecuencia de un patrón
infantil donde la madre es la cuidadora emocional, y el padre, una figura distante e instrumental. Hoy
en día, la vida familiar de un hombre puede verse alterada no sólo por eventos dolorosos como la
infertilidad, sino también por hechos felices como un embarazo y la transición a la paternidad. Y en
cada caso debemos prestar atención a la lucha silenciosa del marido con su necesidad y rabia.

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CAPÍTULO 5
LA URNA VACÍA: ¿SE EMBARAZAN TAMBIÉN LOS
HOMBRES?

Un Marido en la Amniocentesis

Mi esposa tenía diecisiete semanas de embarazo cuando llegamos al hospital para una
amniocentesis. Después de tres fracasos, habíamos logrado pasar el primer trimestre. Sin embargo,
temerosos, aún pisábamos sobre huevos, con la esperanza de no sufrir una nueva desilusión. Entré al
hospital caminando en puntillas para no llamar la atención sobre nosotros.

La amniocentesis consiste en insertar una aguja a través de la pared abdominal de la mujer


hasta el saco amniótico, para sacar una muestra del líquido que contiene células desechadas por el feto.
Las células obtenidas a través de este procedimiento permiten realizar pruebas genéticas para detectar
defectos de nacimiento. Aunque es considerado un procedimiento de rutina para las mujeres sobre 35
años, una amniocentesis tiene riesgos. Puede inducir una pérdida, pero en nuestro caso, debido a la
edad, debíamos confrontar ese riesgo contra una mayor posibilidad de defectos de nacimiento.
(Además, nos metimos en un cálculo mental más terrible y, por último, inútil: ¿si había evidencias de
defectos de nacimiento, aceptaríamos abortar? Después de haber intentado durante cuatro años tener un
hijo, estábamos bastante preparadas para lo que fuera). Sentíamos que la amniocentesis era el último
escollo: si todo salía bien, por fin nos permitiríamos creer en este embarazo.

Nos dirigimos al departamento de radiología para el examen. La recepcionista le sonrió a mi


esposa, le indicó dónde tenía que ponerse su bata quirúrgica, luego me miró y advirtió: “No hay
problema si quiere acompañar a su esposa, pero recuerde, si siente que le va a dar una fatiga, por favor
salga de la sala. La semana pasada tuvimos un marido que le dio fatiga, se pegó en la cabeza y causó
mucho disturbio. Hubo que llevarlo a la sala de emergencias”. Dijo todo esto en tono de reto, casi me
disculpé por él. ¿Era alto?, me pregunté: ¿Cayó desde muy arriba? Rodillas temblorosas, cabeza
golpeando el suelo. ¡Qué vergüenza! Me di cuenta que jamás había visto a un hombre adulto con
fatiga. Su tono y una repentina tensión en mi estómago, me impidieron preguntarle qué pasaría si un
hombre cae inconsciente durante una amniocentesis.

El examen se hizo en una sala pequeña, poco más grande que un closet. Primero estuvimos en
radiología, porque durante la amniocentesis se usa un ultrasonido. Un ultrasonido, llamado también
Scan-B, es un dispositivo que utiliza ondas sonoras para proyectar en el monitor una imagen del feto
dentro del útero. Sabiendo la ubicación precisa del feto en su oscura cueva, disminuye la posibilidad
de dañarlo al insertar la aguja. Sin embargo, el ultrasonido nos había ensombrecido durante todos los
embarazos. Había sido constantemente un presagio negativo, y ahora por fin traía buenas noticias.
Dos años antes, en esa misma sala, una imagen de un ultrasonido efectuado en la duodécima semana
de nuestro primer embarazo, confirmó definitivamente la pérdida. La imagen buscada contaba la
historia sin piedad, mientras el médico explicaba que “el embrión dejó de desarrollarse después de la
quinta semana; en este momento realmente no hay nada aquí”. De ahí, Julie tuvo que hacerse unos

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exámenes, mientras yo volvía solo a casa por las oscuras calles de la ciudad aún húmedas por la lluvia.
Al entrar a la sala de “la amnio”, recordamos a nuestros bebés que nunca nacieron, y un residuo de
superstición me hizo preocuparme de la carga viviente que llevaba ahora mi esposa. La sala parecía
igual, una típica sala de hospital –insistentemente funcional, decididamente antisentimental. Contra el
muro vacío, reconocí la mesa de metal y las sillas donde nos sentamos cuando el médico nos dio la
mala noticia.

Julie, cubierta con una camisa amarilla, estaba acostada en la mesa de exámenes. La experta
en ultrasonido ajustó el equipo y luego se sentó en una silla cerca de la cabeza de mi mujer. Entró el
Dr. L., el médico, nuestro ginecólogo, con su uniforme blanco de cirugía, un hombre silencioso de
pocas palabras. Sus delicadas facciones de tipo asiático chocaban con la rigidez metálica de la
maquinaria instalada en la sala y con el austero blanco de los muros del hospital. Nos atendimos con él
desde nuestra segunda pérdida; ambos sentíamos mucho afecto por él. Nos sonrió, conversó
brevemente y luego se puso su máscara quirúrgica.

El médico se paró al lado de Julie, palpando su estómago. Yo no tenía dónde sentarme, salvo
cerca de los pies de Julie, en una esquina. Julie levantó la cabeza y miró a través de la mesa hacia mí;
parecía estar a tres kilómetros de distancia. Me sonrió animosa y me preguntó: “¿Quieres tomar mi
pulgar?”.
Y así lo hicimos, pulgar en mano.
La mujer del ultrasonido encendió la máquina. Nuestro bebé apareció en la pantalla, era
difícil distinguirlo con claridad, pero se veía sorprendentemente grande y bien formado. El desarrollo
del bebé a estas alturas permite a veces identificar su sexo con la imagen de ultrasonido. No
queríamos saber, esperando conservar la sorpresa.

“Muy bien”, nos informó, “el bebé está de cabeza”. Agolpados en torno a la difusa pantalla
del monitor de ultrasonido en la oscura sala, con la experta frente a su aparato ajustando los botones,
era como estar al interior de un submarino deslizándonos en las profundidades del océano.

La mujer encontró la ubicación exacta del bebé, asegurando así que la aguja fuera insertada
lejos de él. Increíble, una parte de la tecnología protegía a nuestro bebé de otra. Previamente yo había
llegado a odiar el ultrasonido por su implacable juicio al determinar un embarazo frustrado; ahora lo
amaba por su poder protector. La experta parecía tener unos 25 años, y su pelo rojo moderaba el
blanco de su uniforme de enfermera. Tomó un lápiz a pasta e hizo una X en el estómago de Julie,
señalando el punto donde el médico debía insertar la aguja. Luego desconectó la máquina, se sentó al
lado de la mesa y puso tiernamente su mano en la frente de Julie, dándole confianza, mientras esperaba
que el médico comenzara. El pulgar de mi esposa estaba todavía firmemente agarrado de mi mano.

El estómago de Julie fue pintado con una solución antiséptica naranja. Luego le pusieron
anestesia local y comenzó el procedimiento. El médico, con pliegues alrededor de los ojos, lo que
reflejaba una concentración no censurada por la máscara quirúrgica, insertó lentamente una vaina
donde la experta había señalado, luego insertó delicadamente una aguja en la vaina. Con cuidado fue
dejando que el vacío actuara como una bomba para sacar el líquido amniótico. Pero el barril de la
jeringa permanecía vacío: el líquido no fluía. Un pozo seco.

Muy callado, el médico le indicó a la mujer que aplicara nuevamente el ultrasonido. Ella giró
su asiento y lo puso en marcha.

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“Bien”, dijo ella, señalando un punto en la pantalla, “penetró la pared muscular del útero; la
aguja no está en la bolsa amniótica propiamente”. Hubo una breve pausa y dijo suavemente:
“Mueva la aguja un centímetro hacia el medio”.
“Um, ¿hacia el medio? ¿O sea, hacia la izquierda?”, preguntó el médico con inseguridad.
Durante un horrible momento dudé de la verdadera competencia de este hombre.
Movió la aguja, dentro de la vaina, un centímetro a la izquierda.
No había líquido. Otro pozo seco.
“El útero se ha contraído y se ha alejado de la aguja”, explicó ella. Un útero astuto. “La
pared está contraída”. De nuevo esa palabra, “contraer”. En un momento particular de la vida es
sorprendente cómo algunas palabras se convierten en algo temible. Su sonido se siente como buitres
dando vueltas sobre la cabeza. Las contracciones precedían todas las pérdidas. “Siento pequeñas
contracciones, como si estuviera menstruando”, me dijo Julie una vez, describiendo el comienzo de las
pérdidas.

La tecnóloga se acercó y puso un dedo sobre el estómago de Julie. “Aquí”, instruyó al


médico, indicando dónde debía poner la aguja. Su argolla de matrimonio brilló bajo la tenue luz del
hospital.
El médico parecía no darse cuenta de la tensión que había en la sala. Para mí era como estar
buceando en la profundidad del mar, la presión hundía mi pecho. Pero él parecía inalterado, su
atención estaba totalmente concentrada en el procedimiento y en el útero frente a él. Casi no nos
miraba. Una amiga que había perdido su bebé después de una amniocentesis, estaba convencida que el
médico no supo hacerla y dañó el feto o la placenta con la aguja. Había sangre en el líquido que entró
a la aguja. Me imaginé pegándole un puñete en la cara a nuestro médico si eso ocurría hoy día,
sabiendo que jamás lo haría. ¿Y, sin embargo, cómo sería la rabia que sentiríamos si perdiéramos este
bebé, nadie a quien culpar por las “dificultades reproductivas”, nada que hacer? ¿Hay alguna forma de
cuantificar ese tipo de rabia? ¿Es de más de un centímetro de largo?

El médico tenía la aguja frente a él, preparando el tercer intento. La aguja parecía enorme.
Mi esposa estaba tendida en la mesa, con un médico introduciéndole una gruesa aguja, un largo arpón
metálico que penetraba cerca del bebé, ignorante del peligro en un mar secreto. Imágenes de ballenas
y arpones disparados en su contra en el mar. Una frase de un libro sobre barcos que leí una vez, quizás
de niño: La ballena madre es empujada hacia el barco factoría.

Sentado ahí no podía sacar de mi mente las imágenes de violencia y sadismo. No corría
riesgo de tener una fatiga, pero quería gritar, detener el procedimiento. Sentía que mi esposa y el feto
eran intolerablemente vulnerables. Y también quería llorar frente a mi propia vulnerabilidad. De
pronto la vida me pareció muy valiosa y frágil.

Quizás la parte más dura era ser sólo un observador, quería hacer algo, proteger a Julie, al
bebé. Pero no había nada que hacer, fuera de sostener su pulgar y apoyarla con mi presencia.
Comprendí a los esposos que les da fatiga. Entrenados para hacer, ser prácticos, sólo debemos
observar. Y no pedimos ayuda, ni la seguridad que rutinariamente se da a nuestras esposas. En vez de
eso, nos sentamos en silencio, con una actitud adecuada. Y con fatiga.

Mientras esperábamos que el médico insertara nuevamente la aguja, otro médico entró a la
sala por una puerta que había a mi derecha. ¿Por qué está aquí?, me pregunté. ¿Hay acaso una
emergencia que nadie quiere reconocer? Quizás los médicos tienen un botón secreto en el suelo, como

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los que aprietan los cajeros de un banco cuando hay un robo, para pedir ayuda sin alertar a los clientes.
Este médico era como de mi edad, bajo y de aspecto ordenado. Llevaba ropa de calle, pantalones de
vestir y camisa rallada, un beeper colgaba de su cinturón. Al cerrar la puerta, me miró hacia abajo y se
presentó: “Hola, soy el Dr. Phillips. Sólo quería saber qué estaba pasando aquí, si puedo ayudar en
algo”. Diciendo esto, se deslizó con cuidado hasta donde su colega, nuestro ginecólogo.

Cuando pasaba, tuve un fuerte impulso de decirle: “¿Me tomaría mi mano?”


Quería que me tocaran para sentirme seguro. En la sala, el aire estaba denso, el tiempo
también. ¿Llevábamos aquí dos días o tres? Se me olvidó respirar, me sentía vacío. Quería contacto
táctil, de pronto sentí que me dolía la necesidad de ser acogido, apoyado, de sentirme menos solo, y
quería todo eso de un hombre. Quería que otro hombre legitimara el sentimiento de miedo, de sentir
tanta preocupación por el resultado. Pero no le pedí nada. Me negué a pedir. Tuve miedo de hacerlo
sentirse mal, temí parecer débil o tonto. Cuando este hombre pasó a mi lado, mi cuerpo se evadió, me
sentía muy lejos de mi piel, protegido por la dura caparazón de la rudeza masculina. Una roca.
Momentáneamente consciente de mi necesidad de contacto, sentí una angustia familiar. ¿Es posible
que los hombres puedan reconfortarse unos a otros sin temor a la homosexualidad?

Una enfermera me habría tomado la mano, pero lo sentía como algo regresivo: siempre han
sido las enfermeras quienes tradicionalmente lo han hecho. La enfermera se acerca al esposo
tomándole la mano, hablando con voz tranquilizadora: “Todo está bien, ¿no prefiere esperar afuera en
el pasillo conmigo?”. Mamá saca al niño asustado y lo aleja del trabajo de los hombres. O se da un
elemento de sexualidad, como si el hombre dijera: “Toma mi mano, cariño, por favor. ¡Oye, eres
tierna cuando te preocupas de mí!”. La seducción de la fragilidad masculina. Esta ayuda que sólo
pedimos a las enfermeras, seguirá siendo una actitud infantil o sexual, hasta que los hombres legitimen
también este tipo de cuidados.

Los dos médicos conferenciaron durante un momento. Luego la aguja entró nuevamente. De
pronto un líquido claro, amarillento, inundó el recipiente. Líquido amniótico, parecido a la orina. Se
llenó un cilindro y fue remplazado por otro. Este también se llenó, asegurando líquido suficiente para
los exámenes. (Exámenes que debían revelar la existencia de un bebé tan sano como pudiera
certificarlo la ciencia; veinticuatro semanas más tarde nació nuestro hijo, con tres semanas de atraso).

“Muy buen líquido, claro y de aspecto saludable. Sin sangre, un excelente signo”, explicó
nuestro médico. Luego salió de la sala a buscar unos formularios que debíamos llenar. La tecnología
tomó la mano de Julie, moviéndose para mirarla a la cara. Se acercó y, dándole seguridad, le dijo:
“Todo fue completamente normal. El líquido está bien, el ultrasonido muestra que su bebé se está
desarrollando como debe. Es frecuente tener que hacer varios intentos para sacar la muestra. Nada
resultó mal”. Julie parecía aturdida, su cabeza y sus brazos temblaban levemente, como si quisiera
llorar. Pero era evidente que había comprendido las palabras de la mujer. Esta acarició la cabeza de
Julie. Parecía que toda la angustia que mi esposa había sentido quería explotar, como las aguas de una
inundación tratando de destrozar el embalse. “¿Me cree?”, preguntó la mujer con tono fraternal. “Sí”,
contestó Julie, mirando para otro lado y riendo, secándose con cuidado una lágrima de los ojos.

Me acerqué a mi esposa y tomé su cabeza en mis manos, feliz de haber terminado. De pronto
me invadió un gran aprecio por la tecnóloga y por nuestro médico. Al irnos, le di la mano al Dr. L. y
exclamé: “¡Gracias!”. Me miró, sonrió y respondió con timidez: “De nada, Sam”. Dijo mi nombre tan

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despacio que casi no lo oí. Era la primera vez, en dos años, que ese hombre gentil y reservado me
llamaba por mi nombre de pila.

La Vulnerabilidad Emocional del Esposo

¿Qué significa realmente para un hombre entrar al ciclo reproductivo, una parte de la vida que
tradicionalmente ha estado reservada para las mujeres? Hoy en día, los esposos están presenten en la
mayoría de los partos, y es impresionante el creciente número de hombres que eligen esta experiencia.
En 1973, el 27% de los padres estaba en la sala de partos cuando nacieron sus hijos; en 1983, el 79%
estaba presente, según una encuesta nacional1. Los hombres no sólo están “presentes en la creación”,
ayudando a sus hijos a nacer en un hospital o en casa, sino que también acompañan a sus esposas al
médico y a los exámenes durante el embarazo.

Ese fenómeno es claramente positivo. Las investigaciones demuestran que el desarrollo de la


identidad paterna comienza antes del parto, y la presencia del padre en el proceso del nacimiento puede
fortalecer los lazos entre padre e hijo y entre marido y mujer.2 Sin embargo, también existe un lado
oscuro en los embarazos modernos, ya que muchos futuros padres sienten una fuerte vulnerabilidad
emocional.

Las psicólogas Abby Stewart y Nia Lane Chester, de la Universidad de Boston, compararon
parejas que esperaban un hijo con parejas que ya lo habían tenido. En una prueba de medición de la
adaptación emocional al entorno, descubrieron que los resultados de los hombres eran menores durante
el embarazo que después del nacimiento del hijo. En el caso de las mujeres se dio lo opuesto: las
nuevas madres mostraron una baja significativa en el nivel de adaptación en comparación con las
mujeres embarazadas. Stewart y sus colegas señalaron que para los hombres el embarazo representa el
principal cambio o transición en sus vidas, “mientras que para las mujeres el nacimiento del bebé es la
transición principal.”3

En muchos hombres, el embarazo de sus esposas genera fuertes sentimientos ambivalentes


que pueden intensificarse al pasar a integrar el mundo femenino de la gineco-obstetricia. Durante el
embarazo, muchos hombres vivencian una renovada lucha por sus partes masculina y femenina, así
como también un sentido de pérdida (y alegría) al imaginar y anticipar lo que será su rol como padres.
La vulnerabilidad que surge al tener que enfrentarse a esos sentimientos tan confusos de rabia y
tristeza, empuja a algunos hombres a alejarse de su familia, y a otros, con la misma fuerza, los acerca.

En primer lugar, el esposo moderno siente que entra al mundo femenino. En la mayoría de los
centros médicos, el servicio gineco-obstetra refleja “maternidad”. Los suelos alfombrados, las
cómodas sillas y sillones, todo decorado con alegres colores primarios, están destinados a los recién
nacidos con sus madres, o a las redondas mujeres embarazadas, algunas acompañadas por sus esposos.

El marido entrará al centro médico sin recibir del ambiente la confirmación de que él también
está en un momento de cambio. Las mujeres están relajadas, redondas. El esposo no se ve muy
diferente de cualquier hombre que vaya caminando por la calle. A veces se sienta a leer revistas, o a
revisar algún trabajo, si viene saliendo de la oficina.

Recuerdo que mientras esperábamos en la consulta del médico para nuestro primer chequeo
de embarazo, mi esposa observaba con aire distraído unas tiras cómicas del New Yorker. Yo pensaba

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en una reunión que tenía más tarde con un cliente, observaba mi reloj esperando que esto terminara
pronto, para tener tiempo para preparar mis apuntes para la conferencia de esa noche. Sentía que mi
trabajo era como un ancla a la cual podía aferrarme, atándome a un mundo más familiar. Mientras
esperaba preocupado, tenía una sensación incómoda en mi interior. Quería estar en silencio, en
quietud, recordando los retos de las profesoras del colegio, tratando de no llamar la atención. Quería
impactar con mi actitud. Oye, viste, estoy tranquilo. Pero debajo de todo había un primitivo temor o
angustia en relación a las mujeres. John Updike escribe acerca del extrañamiento de los hombres del
“oscuro, húmedo y pantanoso mundo de las mujeres”, y Joan Didion se refiere al “mundo de agua” en
que viven las mujeres.4 El embarazo nos hace regresar a ese mar secreto, a ese mundo de mujeres al
que los hombres renuncian en su desarrollo.

Durante los embarazos obtenemos una visión diferente del cuerpo de la mujer, ya no es un
terreno sexual sino una fuente de vida. En nuestra primera consulta, la enfermera hizo un examen
interno a mi esposa, mientras yo esperaba en una esquina de la sala, sujetando los abrigos. Al final, la
enfermera se volvió hacia mí, sin dudar mientras se sacaba los guantes de goma, me preguntó:

“¿Sam, has visto alguna vez el cuello del útero de Julie?”.


La pregunta me tomó desprevenido.
“No, en realidad no lo he visto”.
“¿Te gustaría acercarte y echar un vistazo?”.
La idea de mirar, de mirar realmente al interior del sistema reproductivo de una mujer, gatilló
un miedo primitivo. Una cavidad tan extraña, oscura y misteriosa, que conducía ¿a dónde
exactamente? Esta deferencia de la enfermera me estaba dando una entrada al mundo del embarazo.
Tímidamente le pregunté a mi esposa si le importaba, y riéndose respondió: “No.”.

La enfermera me cedió el espacio y me ayudó a identificar el músculo redondo con forma de


donut al interior de la vagina, que servía para proteger a nuestro bebé del mundo externo. El cuello del
útero de mi esposa me recordó un fuerte, poderoso y seguro puño apretado.
Así, el marido logra tener una visión poderosa de la feminidad como dadora de vida. La
mujer se “completa” con el bebé en su interior. En el ambiente gineco-obstetra, las mujeres se
preocupan de las mujeres, demuestran la habilidad que tienen para apoyar la vida y apoyarse
mutuamente. Al ver la naturaleza creadora de la feminidad, un hombre puede desear ser creativo a la
manera “femenina”.

Hace algunas décadas, la psicoanalista Edith Jakobson estudió por qué tantos hombres en
terapia expresan en forma casi estridente su desinterés en concebir y parir un hijo. Su conclusión fue
que “el conspicuo desinterés de los hombres por tener ellos los hijos, prueba regularmente que es una
porfiada defensa contra una envidia profundamente reprimida de las capacidades reproductivas de las
mujeres”.5 Antropólogos orientados hacia la psicología han creado una rica literatura en la cual
examinan los mitos y rituales de la fertilidad que han desarrollado culturas foráneas para proteger a los
hombres y contener los sentimientos provocados por la temible y misteriosa capacidad de las mujeres
para crear vida en sus cuerpos.

No tenemos que aceptar la noción de que un hombre desea tener útero para poder hacerse
cargo de un hijo y nutrirlo, así como para reconectarse de una manera más completa con las partes
“femeninas” de sí mismo. A algunos hombres, esto puede producirles una dolorosa lucha con su
propia identificación tanto femenina como masculina. En el Simmons School of Social Work, hicimos

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un estudio en el que entrevistamos a algunas parejas durante el período del embarazo. Los
investigadores escucharon repetidamente de parte de los esposos preocupaciones relativas al trabajo, lo
que reflejaba una preocupación simbólica acerca de su habilidad para ser fecundos o nutrientes. El
estudio concluía: “Envidia del útero, sentimiento de ser dejado fuera, frustración por su incapacidad de
compartir en la creatividad del embarazo y el parto. Estas expresiones aparecieron en casi todas las
entrevistas hechas a hombres”.6

La pérdida de potencia frente a la esposa embarazada, puede ser insoportable para algunos
hombres. En su libro Baby Love (Amor de bebé), Joyce Maynard describe la batalla que da un hombre
frente a este compromiso:

Lo bueno de embriagarse con champagne es que no dura mucho, pero mientras dura, es lo
mejor. Mark, normalmente, hubiera preferido la cerveza. Pero esta cosa no estaba mal.
Está sentado a orillas del río Contoocook, detrás de la fábrica donde trabaja. Donde trabajaba.
Tiene 63 dólares en el bolsillo, parte de su último sueldo. El resto se fue en champagne, y ya
le queda poco.
Está pensando en su hijo que hoy cumple 5 meses. Recuerda el día que nació Mark Junior.
Sandy cree que él se fue de la sala de partos por la sangre. Ella siempre lo culpa por eso.
Dice que él arruinó el vínculo.
No fue en absoluto la sangre. Había visto bastante sangre y tripas en las cacerías de venados.
Lo que no pudo tolerar fue la expresión en la cara de Sandy. Ni siquiera parecía Sandy.
Podría haber sido su madre o su abuela. De hecho, podría haber sido un hombre. Mark nunca
había visto a alguien con tanto dolor, trabajando tan duro. Lo hizo sentirse como un tonto, ya
que era su esposa, y no él, quien trabajaba tanto. Comparado con esto, nada de lo que había
hecho en su vida importaba. Y desde entonces, parece que ella también lo sabe. El creía que
ella era tan delicada y frágil. Ahora sabe que sólo era un truco. Ella le hace bromas, como si
fuera un niño. Ella sabe, y algún día también lo sabrá su hijo, que cuando hubo que jugársela,
fue Sandy la más fuerte. Mark simplemente se quedó en el pasillo vomitando7.

Crecer pensando que los hombres son fuertes, las mujeres débiles; que el poder masculino
conquista; que la fuerza sólo reside en el mundo externo, puede llevar a una verdadera crisis
existencial al confrontarse con el poder del embarazo. Muchos hombres se miran internamente y se
preguntan si también ellos pueden ser nutrientes.

Cuando los hombres se involucran muy intensamente en los embarazos de sus esposas, surgen
sentimientos acerca de su propia creatividad, de su habilidad para apoyar la vida. En mi caso, muchas
veces pensé en el apoyo femenino, en el centro, simbolizado por la vida que mi esposa sostenía dentro
de su zona pélvica. ¿Cuál es, me pregunté, el equivalente masculino al cuello del útero? ¿Al parto?
Las preguntas se complicaron más: ¿puedo, yo como hombre, nutrir y sostener a otros como lo hace
una mujer? Me pregunté en qué forma podemos “sostener” a otros emocionalmente, apoyándonos y
nutriéndonos mutuamente. Esa manera evocativa o receptiva de sostener parecía muy diferente del
tipo de preocupación orientado a la solución de problemas, a las opiniones, a lo práctico, que por tanto
tiempo fue masculino para mí. La búsqueda para llegar a ser más “sostenedor” con los demás se
reflejaría en mi trabajo como terapeuta e investigador.

La vida dentro del vientre de la esposa presenta aún otro conjunto de sentimientos
inquietantes: muchos hombres se identifican con el feto y descubren que sus propios deseos se funden

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con una reactivada madre perfecta y cariñosa. Muchos hombres con los que he hablado relatan su
sentimiento de desconexión, una sensación interna de menoscabo, un vacío mezclado con la alegría
que sienten antes del nacimiento. En general, ese sentimiento aparece al final del embarazo, bajo
diferentes formas y texturas. Un hombre que trabajaba a una hora de su casa, contó que temía que su
esposa diera a luz cuando él no estuviera, llegando a obsesionarse durante las últimas semanas por
trabajar tan lejos de ella. Desconexión. Otros hombres experimentan un sentimiento más visceral;
algunos dicen sentir frío durante las últimas semanas antes del nacimiento.

Durante el último trimestre del embarazo de Julie, muchas veces me sentí vacío, seco. Un frío
y gris día de febrero, esperando a nuestro ya atrasado bebé, tuve una hora libre entre dos pacientes. Me
recosté en la silla de mi oficina e imaginé ser una urna vacía lanzada a la nieve por unos soldados
romanos, tendido impasible a los pies de los Apeninos. Tenía más frío que de costumbre; buscando a
propósito en mi closet, encontré un poncho de lana suave que casi nunca usaba. Lo saqué y me
envolví en él, sintiendo de inmediato más calor. De pronto recordé que era un regalo de mi madre me
lo había traído hace años de un viaje a Sudamérica. Reconocí mi deseo de ser cuidado, de sentir calor
que viniera de una figura materna. Necesitaba mucho tiempo, no sólo para apoyar a Julie y preparar el
nacimiento, sino también para rastrear las fuentes de calidez y plenitud en mi vida.

Al estar con una esposa embarazada, al ver crecer la vida en ella mientras se convierte en una
figura paterna “completa”, puede renacer en el esposo una percepción, aunque silenciosa, acerca de
cómo fue acogido de niño. Puede activar sus deseos táctiles, su sensación de piel, de calor corporal, su
anhelo de ser acogido y cuidado. Muchos hombres dejaron de lado hace tiempo atrás esas experiencias
sensuales, táctiles, la difusa conexión con el cuerpo se quebró en la transición a la vida adulta,
canalizando la sensualidad hacia los genitales.

A medida que la esposa embarazada crece más y más, el mundo se torna más solitario y frío.
Nuestro vacío se realza. Con gran sabiduría, las tribus primitivas crearon el ritual covada, en que el
esposo se retira a una choza y representa los síntomas del embarazo. Al hacer la mímica de la realidad
de su esposa, se siente pleno y completo con las costumbres y rituales sociales que se le ofrecen como
hombre embarazado.8

En estas circunstancias, se intensifican las preguntas acerca de qué significa ser hombre, así
como también nuestros más profundos deseos de ser cuidados. Esto ocurre porque de alguna manera
el esposo realmente se vuelve más dependiente y necesitado, aún cuando se le diga y se espere que sea
el hombre fuerte y apoyador para la familia y para la mujer embarazada.

Actualmente, el embarazo pone a muchos hombres por primera vez en una situación donde
tienen que colaborar con mujeres (a veces con médicos, pero siempre con enfermeras y matronas),
generalmente en una posición inferior y en un contexto nuevo. Como no están acostumbrados a ser
vulnerables y dependientes de las mujeres, o a cooperar cuando están aproblemados, muchos hombres
tratarán de aliarse en primer lugar con el médico o necesitarán degradar a las enfermeras aún cuando
estén siendo cuidados por ellas. Para algunos hombres que están acostumbrados a tratar con mujeres en
el trabajo, como secretarias y subordinadas, enfrentar a una enfermera gineco-obstetra puede ser una
experiencia amenazadora. Desde la perspectiva de la enfermera, la aparición de los hombres puede
tocar cuerdas inesperadas. Muchas enfermeras de este servicio ingresaron a él porque querían trabajar
con mujeres. Muchas están muy sensibilizadas respecto a los temas femeninos y feministas –y resulta
que ahora encuentran que ahí también hay esposos.

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A veces el marido no posee la información que la esposa tiene, debido a que el embarazo se
produce en su cuerpo, y por lo tanto, es ella quien recibe más claves corporales táctiles acerca de lo que
está ocurriendo. El debe confiar en ella para obtener la información que desea. Con frecuencia el
esposo sentirá que no puede influir en la situación. Durante este período, comúnmente surgen
sentimientos de desamparo e impotencia en los hombres.9 Muchos dicen “sentirse como
observadores”. Un asistente social de 36 años, señalaba haber tenido sólo un rol “reactivo” durante el
embarazo de su mujer. “Ella era la que estaba cambiando físicamente. Era ella quien se había subido
a la montaña rusa… Yo no podía hacer nada por ella”.

Además, el marido ve que su esposa recibe muchísimos cuidados y atención, lo que puede
aumentar su deseo de recibir lo mismo. El orden espacial en que se da el encuentro marido, esposa y
enfermera o médico, está hecho de tal forma que el marido queda en la periferia. La esposa estará en
la mesa de exámenes, con los pies en los estribos; la enfermera o el médico de pie, atendiendo a la
esposa. El marido estará sentado o parado en una esquina, sujetando los abrigos. A lo largo de
nuestras visitas al médico (excluyendo el nacimiento), me sentía en el límite, en la periferia, mientras
mi esposa era el centro.

Hasta cierto punto, así debe ser: la salud de la mujer y del feto es la preocupación principal.
Pero el alto grado en que muchos esposos se convierten en personas emocionalmente “invisibles”
durante el embarazo, afecta el normal curso de éste y el bienestar de la familia.
Sin idealizar el lazo “fraternal” que se crea entre las mujeres debido a que están más
sintonizadas entre sí, el esposo en esta situación tendrá que expresar más abiertamente sus temores y
angustias. Se puede sentir vulnerable y con rabia al tener que mostrarse necesitado ante una mujer en
un contexto femenino, donde ella podría atacarlo o reírse de él. Muchos hombres jamás logran superar
estas preocupaciones adolescentes. Otros se sienten infantiles y descubren que necesitan a la madre.

Cuando terminó el chequeo del tercer mes, la enfermera dijo: “¿Quieren hacer alguna
pregunta?”. Su tono de voz trasmitía tanto una viva eficiencia como la intención de tranquilizarnos.
Era nuestra primera cita con ella desde las pérdidas, y lo más lejos que habíamos llegado. Quería
preguntarle un millón de cosas, todas escondiendo la pregunta fundamental que hacía saltar mi
corazón: ¿qué podemos hacer para que este embarazo no termine en pérdida? En otras palabras, la
única pregunta real no tenía respuesta. En vez de eso, pregunté: “¿El sexo durante el embarazo puede
causar daño, eh, aumentar las posibilidades de una nueva pérdida?”.

Esa pregunta contenía, al igual que un camión blindado de Brinks que lleva su oculto tesoro
de barras de oro, toda mi esperanza de que este embarazo no terminara nuevamente en tristeza y dolor.
Eso era lo que realmente quería decir: el temor que ambos teníamos, salir de ahí con nuestras
esperanzas comprometidas. Es adecuado que los hombres se preocupen del tema sexual, pero no del
temor a la pérdida.

Al oír a la enfermera decir: “¿Quieren preguntar algo más?”, demostrando una preocupación
generalizada implícita en la pregunta, a pesar de su tono de eficiencia médica (con ingenio se las
arregló para trasmitir ambos mensajes al mismo tiempo), me sentí como un niñito mostrándole una
astilla a su Madre. Pagamos el precio de haber aprendido a esconder nuestro dolor. La enfermera
contestó mi pregunta sobre el sexo con seguridad; mis temores de la pérdida permanecieron ocultos.
Me negué a mostrarme vulnerable frente a esa enfermera, me negué a que ella se preocupara de mí, me

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negué a hacer el trabajo más difícil de pedirle ayuda, encontrando una salida a través de una excusa
médica.

Me sentí como un niño de 5 años, un adolescente y un adulto al mismo tiempo. Sentado en


esa sala de exámenes, mirando a la enfermera hacia arriba, parada, muy compuesta y hermosa con su
uniforme blanco, mi ira se hizo palpable. No estaba dispuesta a admitir que me sentía fuera de control,
ni a admitir mis temores de dañar al feto por las relaciones sexuales, de no ser capaz de proteger y
conducir a este bebé en desarrollo hacia la vida, ni lo mucho que me importaba que el bebé lo lograra.
No quería reconocer todo esto frente a esta atractiva rubia de 30 años. Recuerdos de las chicas del
colegio invadieron mi mente. Muchachas, adolescentes paradas cerca de la entrada del colegio, en
formidables manadas, hablando con susurros entre ellas. En la adolescencia hay una línea trazada
entre los sexos.

Ahí está la dificultad: esta vulnerabilidad –que me hace sentir como una bolsa rota de
esperanzas y miedos, mientras esa mujer se ve tan compuesta y competente – puede producir la
verdadera ira de los hombres. La herida silenciosa: al desarrollarnos como hombres, suprimimos
nuestras necesidades o dependencia, y como no manejamos estos aspectos con madurez, nos da rabia
cuando de pronto volvemos a enfrentarnos con nuestra vulnerabilidad. Un viejo demonio que regresa
y nos persigue. ¿Y dónde se exponen más comúnmente nuestras necesidades si no es en la relación
con las mujeres, durante las nuevas y exigentes transiciones al matrimonio y a la paternidad?
En ese momento, escribí lo siguiente en mi diario:

Temblor en la psiquis masculina durante el embarazo. Veo el cuerpo de la mujer como un


mundo extraño del cual fui apartado, primero de niño y luego de adulto. Ahora se supone que
debo tratarlo como una familiar pista de carreras. No hay cambio. Recuerdos de tragos
combinados, de citas en bares, de sexo depredador, del sexo como competencia para probar
mi estima, del sexo como salvación para la soledad de mi alma. El útero, un pantano
misterioso, oscuro y vaporoso en el que ahora me pierdo. ¿Cuál es mi rol, qué debo hacer?
Muchachas rechazantes, insolentes, juzgadoras, tentadoras. ¡Ahora trabajemos juntos!

Las vulnerabilidades de la vida real y la sensación de necesidad de los hombres durante el


embarazo, residen también en el reconocimiento de su dependencia del feto. Como lo señalamos en el
capítulo anterior, las investigaciones demuestran que muchos hombres están fuertemente unidos a sus
bebés aún antes de nacer. Lo que sentimos es también nuestra vulnerabilidad: cuánto nos importa el
bebé y qué poco podemos hacer, excepto dejar que la naturaleza siga su curso. En el último trimestre,
fuera de practicar las técnicas de respiración y de parto, no hay mucho que hacer. El marido puede
querer hacer algo, realizar algo, salvaguardar lo que necesita y ama, como se le ha enseñado, pero no
puede hacer nada. Debe sentarse y esperar. Entramos en contacto con lo que Gilligan llama la
dimensión “trágica” de la vida: nuestra vulnerabilidad y necesidad de otros no pueden ser escondidas
detrás de acciones impersonales y decisiones prácticas.10

Obviamente, los hombres de hecho no acarrean al bebé. Sin embargo, su profunda conexión
con el feto hace del embarazo la primera ocasión de la vida adulta en que sienten que la vida surge
lenta y pacientemente, como lo “femenino”, sin dominar o conquistar la situación, sino dejándola
emerger, sintiendo la textura de la propia vulnerabilidad, respetando la singularidad del contacto con el
otro (el feto, la esposa) como un ser humano mortal y limitado. Al hacernos cargo sin conquistar,
aprendemos a tolerar nuestra vulnerabilidad y la de los demás, a respetarla un poco más.

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Un hombre también puede sentirse vacío y vulnerable durante el embarazo debido a los
problemas de la vida real que enfrenta al desplegar o anticipar una imagen competente de sí mismo
como padre. Ya hemos visto que la mayoría de las claves sociales le dicen que es la esposa la que se
embaraza. Sin embargo, es muy importante que piense en sí mismo, que ensaye, que anticipe en forma
satisfactoria y completa su rol de padre, de manera que se sienta emocionalmente conectado con el
niño, unido, como hombre. El hecho de imaginarse a uno mismo sujetando al bebé, jugando con él,
cuidándolo, puede contrarrestar el triste vacío que provoca el embarazo.

Durante el embarazo, el esposo puede luchar con el sentimiento de no saber cómo ser
totalmente nutriente y paternal. Este sentimiento de vacío puede surgir de la sensación de ser alejado
del trabajo en un momento en que éste sirve como “ancla” de seguridad en un mundo nuevo. Uno
debe tener fe en que esa parte nutriente del sí mismo pueda llenar el vacío creado, dejando ir
lentamente algo de ese ser práctico y centrado en el trabajo. Dentro de cada nuevo padre existe una
lucha por lograr un sentido de cuidar. Durante este período, yo tenía una imagen de mi bebé sobre mi
pecho, con su cabeza descansando sobre mi hombro. El temor profundo era tomar mal a mi hijo, dejar
caer este suave paquete –literalmente por falta de fuerza- del cual yo era responsable. Sin embargo, el
miedo también era metafórico. Hay muchas maneras de dejar caer a un niño; una de ellas es no
estando psicológicamente con él. El miedo de no ser capaz de tomarlo corresponde a una lucha que se
da en muchas relaciones: no permitirme entrar en su mundo, ruptura de la conexión entre ambos por
mis compromisos de trabajo.

El problema es que muchos futuros padres pueden recibir mensajes del mundo social y laboral
que juegan con sus fantasías de ser un mal padre o un padre “frustrador”. Cuando un hombre hace
público el embarazo de su mujer, en el trabajo o entre los amigos, puede sentir una corriente
subterránea de pérdida y menoscabo de parte de ellos. Por supuesto que las reacciones iniciales son:
“¡Ah, qué fantástico!” o “¡Un bebé, magnífico!”. Sin embargo, formar una familia significa desplazar
compromisos de trabajo y amigos en la vida. Significa optar por las exigencias del niño, en perjuicio
del trabajo o de los amigos. Sin darse cuenta, las personas que dependen de ese marido en el trabajo,
querrán asegurarse de que su compromiso común no se vea afectado por el nuevo bebé. Los amigos se
pueden sentir rechazados o heridos. Es como si todos estuvieran diciendo ¡no me abandones!

Como terapeuta –trabajando con temas básicos como la separación y la pérdida -, cuando
revelé a mis pacientes que me tomaría dos semanas libres porque mi esposa iba a tener un bebé, ellos
reaccionaron con fuertes sentimientos de pérdida y rabia. Muchas personas van a terapia porque se
sienten básicamente incapaces de amar y ser amadas. Algunos pacientes respondieron como parientes
desplazados, otros como amantes despechados. ¿Me importaban ellos también? ¿Tendré tiempo para
ellos? Cada uno respondió según su propio carácter y conflictos, pero todos reaccionaron, y la ola de
sentimientos –de pérdida, de haberlos echado, de no ser suficientemente buenos, de no importar
realmente – rebotó de vuelta en relación a mi propio temor de no ser un buen padre.

Un hombre de 30 años, soltero, con gran dificultad para establecer relaciones con mujeres,
había desarrollado a través de los años una conexión humorística pero profunda conmigo. Cada
semana antes de entrar a mi oficina, se detenía en el umbral, me miraba y decía en forma medio
sarcástica: “En la hora del show de Sam y Ted”, refiriéndose a nuestra terapia como una especie de
show de TV dirigido por mí. Esa era su forma irónica y cariñosa de describir la terapia, muy diferente
de la conexión menos personal y centrada en los deportes que él establecía anteriormente con los

99
hombres. Poco después de haberle contado acerca de mi bebé y de mi breve “permiso de paternidad”,
subió las escaleras, se detuvo, me miró y dijo tristemente: “Se acabó el show de Sam y Ted”.

Al informarle lo mismo a una paciente de edad mediana, comentó que la oficina estaba muy
fría. Jamás había hablado de la temperatura en un año de terapia, pero esa vez me preguntó si podía
prender la estufa, la oficina estaba tan “helada”.
Por lo tanto, además de los sentimientos positivos que las personas sienten por el esposo,
también puede haber una sensación de pérdida y desplazamiento provocada por el futuro padre. Los
hombres de generaciones más viejas eran protegidos de esas sutiles corrientes subterráneas al asumir el
rol de Papá Orgulloso: debido a que las expectativas no eran que el padre alterara fuertemente sus
compromisos laborales y sociales (aunque, por supuesto, muchos lo hacían), en esa época había una
sensación menor de competencia entre los amigos, el trabajo y la familia. El padre recibía menos
mensajes de abandono. Para los hombres de hoy en día, muchos de los cuales quieren estar presentes
en su familia, hay una tensión básica entre su preocupación por ser padres nutrientes y el mensaje que
les lanza el mundo real: eres desconsiderado al dejarnos por tu familia.

Permaneciendo a Salvo con el Sexo y el Trabajo

Un nuevo papá de 30 y tantos años, recordaba pensativamente su experiencia señalando que


“los hombres ya no desempeñan su antiguo rol de apartarse del embarazo; ya dejamos de pasearnos
nerviosamente en la sala de espera, lejos de todo. Ahora se supone que debemos estar con nuestra
esposa dando a luz, pero no hemos definido de qué se trata realmente este nuevo rol, cómo es esta
nueva experiencia”.

Dentro de nuestra sociedad, la tradicional división del trabajo ha servido para proteger a los
hombres de la experiencia del embarazo. Nuestros padres sólo necesitaban verse fuertes y controlados,
y contonearse como pavos reales en la sala de espera, mientras su esposa y los médicos “traían” al
bebé. Así se reprimía la angustia del hombre.

El ritual covada de las tribus primitivas reprimía la angustia, rabia y tristeza del esposo, a
través de actos socialmente aceptables. Al hacer la mímica de los “síntomas del embarazo”, el esposo
recibía apoyo social, permitiéndole expresar su participación en esta experiencia. El hecho de retirarse
a un lugar físicamente distante, lo separaba de la familia, protegiendo a todos los participantes de su
rabia y celos de la esposa y el bebé. Los hombres de hoy se han quedado sin rituales que les permitan
expresar su participación en la experiencia del embarazo o asumir el rol social distante de Papá
Orgulloso en la sala de espera.

¿Y entonces qué pasa? Sospecho que muchos hombres sexualizan sus interacciones con las
mujeres o se convierten en seres altamente instrumentales, para reafirmar su poder o control durante el
embarazo.
Vemos primero los sentimientos sexuales del esposo durante el embarazo de su mujer. Los
terapeutas familiares saben que el embarazo y los primeros años de paternidad son etapas delicadas
para las parejas. La atracción sexual por otras mujeres es una típica broma en muchas parejas; para los
terapeutas es común encontrarse con matrimonios en que el esposo hace despliegue de su sexualidad
durante el embarazo de su mujer.

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Para algunos hombres, la sexualidad se convierte en un asidero, en una forma de definir su rol
durante el embarazo. Su rol sexual como fecundador de la mujer puede ser una manera de confirmar
su rol creativo en esta experiencia.
Y la sexualidad puede ser una forma de aminorar la terrible vulnerabilidad e impotencia que
sienten con las mujeres –su esposa y las enfermeras, por ejemplo – durante este período.

En los momentos en que me sentí más vulnerable, también me sentí físicamente atraído por
nuestra enfermera. Un día en la sala de exámenes, la enfermera, mi esposa y yo habíamos estado
discutiendo acerca de las vitaminas adicionales necesarias para el embarazo. Ella se dio vuelta hacia
Julie, quien permanecía tendida en la mesa de exámenes. Sentado en un rincón, pensé cuán atractiva
era: nariz fina, piel hermosa y suave; piernas delgadas y bronceadas bajo su oh-tan-profesional
uniforme. Hizo una lista de las vitaminas que mi esposa necesitaría, mientras yo me preguntaba cómo
sería ella en la cama. Era como si Richard Gere hubiera entrado bailando vals a la sala,
remplazándome. Grandes espacios de mi mente estudiaban a esta mujer, aún mientras escuchaba a
medias las preguntas que mi esposa le hacía. La imaginé en un bar para solteros. En esta escena
imaginaria, me acerco a ella e inicio una conversación, sintiendo una atracción mutua. Coquetamente
gira la cabeza hacia mí, sonríe… Mientras tanto, la conversación sobre alimentos adicionales y dietas
seguía monótonamente su curso; incluso participé en ella, como si mi mente tuviera dos sendas.

Mis meditaciones acerca de una posible cita con la enfermera en una vida diferente, eran
suficientemente inocentes, estaban totalmente bajo control y subordinadas a mi certeza de ser un
marido racional, responsable, preocupado. Probablemente emanaban de muchas fuentes: el tonto
deseo de estar libre de la telaraña de esperanza, apego y posible pérdida en que estaba viviendo ahora.
De las exigencias del matrimonio y de la inminente paternidad en contraste con la libertad y la vida
fácil de un hombre soltero. Sin embargo, la corriente subterránea sexual era muy fuerte. Recordé el
caso de muchos hombres que se involucraron sexualmente con otras mujeres. Quizás esto nos diga
algo acerca de la experiencia masculina del sexo como confirmación de poder.

En mi fantasía, ya no era un marido vulnerable, fuertemente atado a la esperanza de vida en el


vientre de mi esposa y a la seguridad de las enfermeras. No, ahora era un hombre sexualmente
poderoso, no un hombre vulnerable que necesitaba la ayuda de esta competente mujer, la enfermera.
En vez de eso, en mi gimnasia mental, a través del poder de la fantasía sexual fálica, ella se sentía
atraída por mí y dependiente de mí.

Por lo tanto, aferrarse a una actitud sexual fálica hacia las mujeres es una de las formas en que
los hombres enfrentan la vulnerabilidad que sienten, es una manera de restaurar una relación de poder
desequilibrada, desconocida e inaceptable para ellos, en la que pasan a depender de mujeres
competentes.

Es obvio que muchos hombres necesitan encontrar una salida a su vulnerabilidad. Una
segunda ruta de escape consiste en retirarse a un rol rígidamente instrumental. El marido se puede
sentir seguro identificándose con los médicos, convirtiéndose en experto y concentrándose
específicamente en lo que debe hacer por su mujer, la persona que está necesitada. Un padre de dos
hijos respondió así a los embarazos de su mujer, intentando trasladarse de una posición de “afuerino” a
una de “experto”. Como instructor de clases prenatales para futuros padres, asumió un rol instrumental,
autoritario, en un terreno donde de otro modo habría sido un observador pasivo. (Irónicamente, él
contó que el tiempo destinado a dar estas clases se convirtió en una fuente de conflicto con su esposa).

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Muchas de las claves sociales empujarán al hombre hacia una actitud práctica y controlada
durante el embarazo. A menudo las clases de parto se centran en técnicas de respiración para controlar
el dolor y la angustia durante el proceso de parto propiamente tal. Al esposo se le asigna el rol de
“entrenador de parto”, él debe apoyar y ayudar a llevar a cabo la concentración mental y las técnicas de
respiración aprendidas en clase. Tales procedimientos constituyen una excelente ayuda, pero no dan al
esposo la oportunidad de explorar sus sentimientos. Se queda embotellado solo en su “rol de
entrenador”.

Además, hay una carencia de modelos masculinos. Consideremos que los otros hombres en
este contexto son los médicos, modelos de eficiencia, poder y control. Los hombres nos comunicamos
nuestras limitaciones de una manera silenciosa, no verbal: “Nosotros los hombres, nos estamos
haciendo cargo de la situación”. El lazo de eficiencia masculina une al marido con los médicos. El
esposo puede sentirse “femenino” o raro por sus atípicos sentimientos y necesidades, que mantendrá
ocultos detrás de una actitud de competencia.

La búsqueda por parte del marido de un lugar instrumental puede crear tensiones en la pareja.
Una mujer, que había estado 32 horas en un horrible trabajo de parto, reveló muy molesta que “el
equipo médico actuó como si estuviera enseñándole a mi esposo a ser médico… Estaba concentrado en
lo científico, lo biológico, lo educativo. El médico le permitió examinar la placenta y le mostró todo lo
que estaba ocurriendo en la sala. Cuando el bebé nació, mi esposo ni siquiera me besó, no hizo nada.
Yo estaba desilusionada y molesta por su reacción. Miraba un poco al bebé y luego observaba lo que
estaba haciendo el médico. Y, entonces, todo terminó”. Debido a que el equipo médico debe manejar
tanto las necesidades del esposo como las de la mujer, la presencia de éste aumenta la complejidad del
evento.

Otro marido ejemplifica las expectativas autoimpuestas y las presiones sociales para que los
hombres actúen de la manera tradicionalmente masculina en la sala de partos. Con orgullo contaba
que él había despejado los pasillos, abriéndole paso a su esposa hacia la sala de partos. “Llegué directo
a la sala. Sabía lo que había que hacer y hacia dónde íbamos. Había algunas bandejas y mesas
rodantes, avancé a zancadas y las retiré, preguntando dónde había que ponerlas para comenzar con el
show”.

A menudo los hombres descubren vías “profesionales” para convertirse en personas más
nutrientes. Un mayor compromiso con el trabajo puede compensar la sensación de aislamiento y las
incómodas preguntas que surgen acerca del poder masculino. Un nuevo padre me dijo: “Sentía que
andaba buscando una ‘pseudointimdad’ con la gente con que trabajaba”. Pero el anhelo de intimidad
no es falso. El esposo practica una actitud más nutriente y receptiva, tratando de expresar una
preocupación que está bloqueada por la forma en que se ve a sí mismo o por las expectativas qe otros
tienen de él.

En nuestra investigación en Simmons, descubrimos que hay un importante número de maridos


para quienes el embarazo de sus esposas hace surgir preguntas inconscientes acerca de su propia
creatividad. Para varios, el trabajo, o actividades relacionadas con él, o los proyectos especiales
cumplían la función de involucrarlos vicariamente en un proceso del cual habían sido excluidos
fisiológicamente por la naturaleza. Para ellos, los proyectos y metas laborales se convertían en un
“embarazo simbólico”. Un científico de 35 años, cuya esposa estaba embarazada de siete meses, habló

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largamente de un informe profesional en el que estaba trabajando mucho para terminarlo. Llegó a
considerarlo como “un embarazo paralelo… en cierto sentido, quiero terminar mi informe antes de que
nazca el bebé”.

Para los hombres, el trabajo puede convertirse en una manera de buscar simbólicamente sus
preguntas no contestadas acerca de la identidad del género. Un estudiante graduado de servicio social,
cuya esposa es actriz, eligió el tema para su tesis estando ella embarazada: un estudio acerca de si las
personas creativas están más o menos enfermas mentalmente que el resto de la población.

Consejos para Parejas Embarazadas

El embarazo puede ser el hecho que permita finalmente a un hombre crecer, venciendo sus
celos y resentimiento del poder creativo de la mujer y comenzando a explorar cómo podría él también
ser nutriente y cariñoso de una manera más completa. También puede superar algunos de sus
resentimientos hacia otros hombres y su ambivalencia como hombre, permitiéndose así asumir un rol
más fuerte y asertivo en la familia.

Estos pensamientos pueden conducir al esposo en esa dirección:


No tenga miedo de hacer preguntas, obtener información, dejar ver su vulnerabilidad. Trate
de traspasar las antiguas expectativas de que enfermeras y médicos sabrán lo que está pensando y se
ocuparán mágicamente de usted. Recuerde que les incomoda encargarse de las necesidades
emocionales de los hombres, y trate de comunicarse con ellos. Surge un enorme poder al no tener que
permanecer en silencio.

Exprese sus sentimientos a su esposa, recordando que ni usted ni ella seguirán sintiendo
siempre lo mismo. La reacción de la esposa frente a su embarazo y frente a su marido es importante
para dar forma a la participación de éste. Un estudio reciente de Feldman, Nash y Aschenbrenner
señalaba que la reacción de la mujer ante el embarazo predecía mejor los futuros patrones de
paternidad que la reacción del hombre. Los rasgos de personalidad y el rol materno que ella desarrolló
sirvieron para predecir el compromiso paterno: mujeres de actitud introvertida y aislada durante el
embarazo, tenían esposos menos satisfechos con la paternidad después del parto. Hipotéticamente
podemos decir que la calidad de la interacción y comunicación de un matrimonio en esa situación, tuvo
algo que ver con el desarrollo de la identidad paterna.11

Permítase sentir su ambivalencia. Su vida está cambiando; el embarazo es el primer paso del
enorme cambio de vida que implica la paternidad. Todas las grandes transiciones de la vida significan
cambios de identidad y toman tiempo. La transición a la paternidad no es diferente. ¿Qué cambios
parecen más difíciles? ¿Qué está perdiendo y que está ganando al convertirse en padre?

Para los hombres, un buen punto de partida durante el embarazo es la agenda incompleta con
sus propios padres. Considere cómo fue el apoyo de su padre. ¿Cuáles cree que fueron sus
expectativas con usted? ¿En qué espera ser diferente y en qué parecido a él? ¿Qué pasaba con su
madre? ¿Le ha pedido a su esposa cosas que su madre no le dio? ¿Cuál es su agenda oculta y secretas
expectativas acerca de lo que tiene derecho a recibir de su esposa?

Comuníquese con otros hombres. Creo que es muy importante buscar fuentes de apoyo social
de otros hombres: padres nuevos y antiguos, así como amigos sin hijos. A mí me ha impactado el

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aislamiento de muchos futuros padres – sin pedir ayuda a otros hombres para hablar de lo que sienten.
En parte, esto refleja el problema de los hombres entre ellos: no nos damos apoyo ni comprensión. Las
mujeres se apiñan en las fiestas para discutir la maternidad; a veces mujeres con bebés provocan
conversaciones en supermercados o lavanderías. De este modo trasmiten el folklore de la maternidad,
ayudando a socializarse en una identidad materna. Rara vez los hombres hacen algo así.

La triste realidad entre los hombres es que, después de tener un hijo, están menos disponibles
que antes. La nueva obligación del cuidado del niño, además de las exigencias laborales,
matrimoniales y propias, aísla aún más.
En una reciente conferencia llamada “When Therapists Become Fathers” (Cuando los
terapeutas se convierten en padres), uno de los principales puntos que surgió fue la soledad de la
transición a la paternidad. En la reunión se mantuvieron intensas conversaciones y los desacuerdos
abundaban; se alargó mucho más del tiempo asignado. Varios hombres querían salir a almorzar más
tarde para continuar la conversación. Dudas. Un hombre dijo tímidamente: “No sé si puedo darme ese
tiempo, debo estar a la 1 en casa para hacerme cargo del bebé”. Otro dijo: “No puedo salir a almorzar
con todos ustedes. Sólo tengo este día para estar fuera de la familia y quiero ir a otras conferencias.”

Un médico contó que recientemente se había unido a un grupo de práctica compuesto sólo por
médicos que acababan de tener hijos. La situación de trabajo se formó en parte por la sola razón de
que todos estos hombres compartían la experiencia de ser padres. El buscaba apoyo y comprensión de
sus colegas en el trabajo.

Muchas veces los hombres no buscan ayuda porque se sienten fracasados debido a los
confusos sentimientos de rabia y tristeza. Piensan que a otros hombres no les pasa. También se
sienten abatidos por expectativas imposibles, ya que para vivir de acuerdo a la imagen masculina, no
pueden reconocer sus miedos e inseguridades.
Imagínese de papá. ¿Qué siente? ¿En qué se parecerá a su esposa como padre? ¿En qué será
diferente? Imagínese tomando en brazos a su bebé y transportándolo.

Recuerde también que, dado el estado actual de las relaciones hombre-mujer, muchas mujeres
hoy sienten rabia hacia los hombres y se disgustarán con los que buscan un lugar en la experiencia del
embarazo. La resaca político-sexual aumenta la dificultad para encontrar un lugar más completo
dentro de un evento mutuo que la mayoría –hombres y mujeres- siente como algo principalmente
femenino. Aunque sólo la mujer vive esa realidad única de estar físicamente embarazada, no debe
disminuir ni negar el hecho de que el esposo necesita información, seguridad y apoyo mientras explora
esta parte misteriosa de la vida y construye para sí mismo el nuevo rol de Padre, una importante
transición en la vida.

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CAPÍTULO 6
LA PATERNIDAD COMO EXPERIENCIA SANADORA Y DOLOROSA.

Poco después del nacimiento de su primer hijo, el escritor E.B. White escribió a un amigo:
“Siento una mezcla de orgullo y opresión en la base misma de la espina dorsal”.1

Llegamos a la paternidad cuando estamos en el proceso de reconocimiento de la lucha de los


hombres con el padre herido. Generalmente, los hijos adultos se convierten ellos mismos en padres.
Los niños siempre encienden la vida emocional de sus padres, pero hoy en día hay una intensidad
especial en los sentimientos de los hombres que tienen hijos. Al conocer el precio que pagamos por
tener padres lejanos, queremos ser diferentes. Muchos hombres ponen bastante buena voluntad y
ganas para cambiar la forma de desempeñar esta tarea, pero también vivimos en el mundo real de
presiones sociales tradicionales, exigencias de la realidad y expectativas internalizadas. ¿Cómo es la
transición a la paternidad para los hombres de hoy?

Las palabras citadas arriba, las escribió E.B. White a mediados de los años 40, pero siguen
siendo una descripción adecuada de los sentimientos ambivalentes que sienten los hombres al
convertirse en padres. En este capítulo hablaré acerca de esos sentimientos encontrados, especialmente
de los aspectos sanadores y dolorosos de la paternidad. Para muchos hombres, el convertirse en padres
genera una lucha interna entre el niño necesitado y el padre herido interno, que lleva a una evasión
hacia el trabajo. Para otros, la paternidad puede significar el desarrollo de un sentido más completo del
sí mismo y el logro de una relación sana con el propio padre, ya que surge una nueva perspectiva en
sus vidas. Creo que los sentimientos acerca de nuestro padre son la clave para poder evolucionar hacia
un rol más completo de nosotros mismos como padres.

La transición a la paternidad es uno de los procesos más significativos en la vida de un


hombre.2 Daniel Levinson, psicólogo de Yale, considera esta transición como un “evento que marca”
la vida de un hombre. Muchos hombres comparan su impacto con otro evento que marca pero que es
muy diferente: la muerte de los padres. En ambos casos, se siente una mezcla de temor y liberación al
ser llamado por la vida a tener que crecer.

Hoy en día hay mucha literatura sobre la importancia que tiene para el hijo estar unido al
padre. En este capítulo veremos por qué la transición a la paternidad es importante para el desarrollo
adulto del hombre y cómo este proceso continuo se extiende por años después del nacimiento de
nuestros hijos.

El padre como un Niño Necesitado

El Sr. Baker es un responsable hombre de negocios de Filadelfia, jefe de una cadena de


tiendas de alimentos. Tiene 35 años. Su esposa es corredora de la bolsa de comercio. Tienen un hijo
de 2 años, y le pregunté a él cómo había sido su vida desde que se había convertido en padre.
Comenzó en tono positivo:

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“La vida ahora es diferente, un verdadero placer. Lo disfrutamos. Mi esposa ahora está muy
ocupada”. Después de varios meses libres, había vuelto a su exigente trabajo en la bolsa.
“Los niños exigen mucho tiempo y esfuerzo, y ella pensó que sería capaz de tener el bebé y
seguir trabajando, que no habría ninguna diferencia. Lo que ocurrió fue que llegó a un agotamiento
extremo”.

Se quedó en silencio mientras un sentimiento daba vueltas en su mente. Luego dijo: “Ella le
presta mucha atención a nuestro hijo. Las cosas fueron bastante aburridas el año pasado. No había
mucho entusiasmo, sólo exigencias. Nuestro hijo nos toma mucho tiempo”. Duda un poco, antes de
llegar al punto.

“Tomó bastante tiempo que mi esposa pusiera en correcto equilibrio a nuestro hijo, el nuevo
bebé, y a mí, el viejo bebé. Probablemente me sentí un poco dejado de lado… Si las cosas hubieran
seguido así, si no hubiéramos podido hablar al respecto… llegué a entender por qué los matrimonios
se rompen”.

Nótese que el Sr. Baker comenzó hablando del “verdadero placer” de tener un hijo, y
concluyó con el “aburrimiento” que le producía todo esto. Sus palabras, parecidas a las de otros
nuevos padres, me dejaron pensando: ¿qué es lo que ocurre al convertirse en padre, que lleva a los
hombres a sentirse como niños necesitados?

En primer lugar, la transición de esposa a madre y la presencia de un bebé dependiente ponen


al hombre nuevamente en contacto con su propia necesidad de ser cuidado y apoyado, la cual ha sido
dejada de lado en la urgencia por convertirse en hombre. Ver al bebé siendo amamantado, tomarlo en
brazos y transportarlo, cambiar sus pañales, etc., revive nuestros más tempranos recuerdos y
sensaciones de lo que significaba ser cuidados por nuestra madre y padre. Para desarrollar una
verdadera identidad paterna, el hombre debe recurrir a recuerdos y sentimientos de sus padres. Si ha
debido renunciar muy tempranamente a sus deseos de ser acogido y cuidado, se le puede crear un
grave conflicto. La presión de esos deseos puede ser muy perturbadora para un hombre cuyo sentido
del sí mismo depende de una identidad como hacedor-proveedor.

La psicóloga Louise Kaplan señala que “la disposición paternal de un hombre se enriquece
tanto por la aceptación de sus esfuerzos femeninos e infantiles como por los recuerdos de una tierna
cercanía con su propio padre… Cuando un hombre se convierte en padre, es especialmente importante
que recupere el contacto emocional con su historia infantil”. 3 Sin embargo, para algunos hombres ese
contacto puede ser doloroso. En una ocasión, un abogado describió lo mucho que le costaba llegar a su
casa y jugar con sus hijos, porque eso le recordaba a su padre, quien “siempre actuaba en forma infantil
en casa”. Lo que él está diciendo es que esa regresión adaptativa con sus hijos lo pone de nuevo en
contacto con el resentimiento hacia su padre, quien ocupaba un gran espacio en la casa, dándole a él
muy poco. Otro hombre fue aún más directo. Me dijo: “Cada vez que le doy algo a mi hija, me
enfurezco por lo poco que mi padre me dio a mí.”.

Kaplan comenta que “muchos hombres que han sido bien cuidados en la temprana infancia,
no pueden revivir los recuerdos y emociones asociados a una buena actitud maternal, porque en nuestra
cultura los valores asociados a la masculinidad exigen a los niños varones renunciar a la unión con la
madre y rechazar la dependencia y las necesidades.”4

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El nuevo padre puede sentir mucha rabia sin comprenderla, y siente la necesidad de proteger
de ella a su familia. Por otro lado, la paternidad puede sanar la relación de un hombre con su propio
cuerpo y parte de la rabia que siente. Un hijo puede acoger al padre, tanto como el padre acoge al hijo.
El o ella restituye al padre su cuerpo, a través del tacto, de una boca ávida, de dos grandes ojos, de un
abrazo ansioso, de la fuerza que se palpa debajo de la suavidad del bebé. Hablando con padres, me ha
impresionado la importancia de la conexión táctil entre padre e hijo.

Al tener un hijo, el padre se contacta con las partes más nutrientes de sí mismo como hombre.
Al tomar al niño, alimentarlo, transportarlo, sentir la presión de su puño aferrado como un mono
alrededor de sus hombros y su cuerpo suave-fuerte colgado del suyo como si fuera el Árbol de la Vida,
el hombre puede sentirse dando vida. El poeta Robert Bly puede haber sentido algo similar cuando
escribió a su hijo de 10 años: “El hombre bondadoso se acerca, pierde su rabia”.5 Nos identificamos
con nuestros hijos, y al entregarnos a ellos, sanamos los aspectos resentidos de nosotros mismos que
nunca han sido bien trabajados.

Otros hombres con los que he hablado, dicen que la paternidad les ha ayudado a ubicar y
actualizar al ser nutriente que llevan dentro. Un veterano de Vietnam, que hoy es un exitoso abogado,
fue durante cuatro años dueño de casa después que nació su hijo: “Estaba tratando de sobreponerme a
la guerra, convertirme en una persona sana dentro de una sociedad insana. Mi hijo me lo permitió”.

En el matrimonio también ocurren cambios importantes que llevan al esposo sentirse como
un niño necesitado. La paternidad comienza con privaciones y también con alegrías: el sueño es
interrumpido, las nuevas exigencias complican los compromisos de trabajo, el hogar se convierte en un
lugar más exigente, y en la relación del hombre con su esposa también aumentan las exigencias.

Para muchos hombres, el hogar tiene la connotación de un lugar donde es acogido, donde
descansa y se relaja del exigente mundo público en que muchos de nosotros vivimos nuestra vida.
Obviamente, muchos saben que el hogar no está ahí sólo para cuidar de ellos, y que sus esposas
también necesitan cuidados. Pero la paternidad significa que el hogar cambia en aspectos
concernientes a nuestros deseos de recibir cariño maternal.

El marido es desplazado por el bebé como centro de atención de la esposa. El dúo se


convierte en trío, más cargado para un lado que para otro, ya que la relación madre-hijo sobrepasa a la
de madre-padre o a la de padre-hijo.
Muchos hombres se sienten excluidos, aún queriendo involucrarse. “No hay ninguna relación
tan cercana como la de una madre y un hijo de pecho”, comentó una vez un hombre con tono
anhelante. Algunos hombres se sienten incapaces de atravesar ese estrecho lazo entre madre e hijo.
Pero, para todo nuevo padre, es crucial la tarea de abrirse un espacio en la familia.

Los nuevos padres pierden a sus esposas de maneras más sutiles. Por ejemplo, en familias
donde la esposa deja de trabajar o cambia sus compromisos laborales, la vida de la pareja se
desincroniza.
Veamos el caso del Sr. y la Sra. Abrams. El es ingeniero en computación; me habla acerca de
las “conflictivas presiones” de su vida, sentados en su oficina, rodeados de una decoración “funcional-
moderna”, mirando los ondulados cerros de Westchester County. Desde que nació su hija, su esposa
ya no trabaja. La Sra. Abrams trabajaba tiempo completo como analista financiera de una empresa.

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Ahora ella cambió y también su matrimonio. Dejó su trabajo y “ha decidido quedarse en casa y ser
mamá de tiempo completo. Ella siente que esto le ha significado ciertos sacrificios”. De modo que él
se enfrenta a una nueva situación cuando llega a casa, ya no está la mujer interesante, apoyadora, que
durante años tuvo el tiempo y la energía para relajarse con él y hablar de sus respectivos trabajos:

“Al final de la semana, ella siente –y creo que con razón – que ha tenido una semana larga y
pesada, con la total responsabilidad de mantener a la niña interesada y entretenida. Entonces, como ha
estado toda la semana de niñera, el domingo quiere salir de casa y yo quiero quedarme y descansar”.

En muchas parejas, el marido y la esposa están psicológicamente desincronizados en forma


bastante profunda. El marido generalmente mantiene la conexión principal con su trabajo y con sus
compromisos profesionales, mientras que la esposa, al menos en los primeros meses o años de
maternidad, reduce su trabajo. Para muchas mujeres que se han desarrollado en el mundo laboral, es
muy difícil restringirse sólo al hogar.

Mi impresión es que hoy en día tanto hombres como mujeres subestiman la dificultad de la
transición a la maternidad para las mujeres que han crecido con la esperanza de ser capaces de
combinar carrera y familia, decididas a evitar el destino de sus madres de ser “sólo dueñas de casa”.
En varios estudios recientes sobre nuevos padres, las esposas informan que el principal impacto
negativo del hijo es en su trabajo; a muchas les sorprende el desbaratador efecto que tiene la
maternidad en sus carreras.6 En tales casos, puede que la esposa esté luchando con el temor de que su
ser adulto haya sido socavado al pasar la mayor parte del tiempo en casa con su hijo. El marido, a
través de su trabajo, mantiene relativamente intactos sus compromisos con el “mundo adulto”, lo que
puede generar un comprensible resentimiento y celos de la esposa por sus opciones. Al sentir que ha
sido “tragada” por la maternidad, quizás la mujer tenga menos paciencia y menos deseos de dar
“ternura maternal” a su marido, como tradicionalmente lo hacía. Como dice el Sr. Abrams, su esposa
siente que ha hecho “sacrificios” al convertirse en madre de tiempo completo y quiere salir de la casa
justo cuando él llega.

El problema es que el marido generalmente llega a casa con la esperanza o deseos de relajarse
después de un duro día de trabajo. Obviamente, aún cuando la Sra. Abrams accediera a quedarse en
casa, sería difícil “relajarse” con dos hijos pequeños. El Sr. Abrams comenta que la casa le parece
“desordenada y fuera de control”. Muchos hombres me han dicho que la familia se torna caótica
cuando nacen los hijos. Ello exige habilidades afectivas, paciencia, tolerancia a las incesantes y a
veces no negociables exigencias de los niños. Habiendo dependido del hogar como un nutriente
sistema de apoyo que le ayuda a enfrentar sus luchas diarias en el mundo público, el hombre puede
sentirse traicionado y abandonado por su ahora exigente esposa y familia.7

Desarrollo de la Identidad Paterna

Al igual que muchos cambios profundos en la vida, la paternidad es un proceso que se


extiende en el tiempo. Muchos de los padres que entrevisté para el Proyecto de Desarrollo Adulto
tenían hijos entre 1 y 5 años, pero era evidente que el desarrollo de su sentido “de paternidad” seguía
por años después del nacimiento.8

Una de las tareas en el desarrollo de una nueva identidad es la exploración e integración de


una mezcla de sentimientos complejos que vivimos durante un período de cambio. Muchos nuevos

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padres se encuentran sin pautas claras que les indiquen lo que significa ser padre, además de proveer
económicamente. La esposa debe evolucionar hasta convertirse en madre, pero las claves fisiológicas
y sociales le ayudan a descubrir el significado de esto, lo que en cierto modo reduce la enorme angustia
de creer que no es capaz. Subestimamos el aislamiento del nuevo padre. Si el marido ha dependido de
la mujer para interpretar las experiencias familiares, el hijo lo privará de esta alianza, simplemente
porque ella no tendrá el tiempo ni la energía para cumplir con esa función. El aislamiento social de los
nuevos padres al alejarse de otros hombres, tenderá a aumentar a medida que se vayan centrando más
en la familia y tengan que luchar más contra el aumento de la presión por el tiempo. Así, el esposo
queda solo con muchos sentimientos inesperados, en medio de un ambiente familiar que de pronto
parece fuera de control.

Uno de estos nuevos sentimientos es el embebecimiento del padre con el niño. La palabra
“embebecimiento” se refiere a la profunda unión psicológica y fascinación que el padre siente hacia su
bebé recién nacido.9 Pero hay otra perspectiva de este “embebecimiento”. Podemos sentirnos
agotados y abrumados, con poco tiempo o energía para nosotros y para nuestra esposa. A veces es
fácil centrar toda la atención en el niño, olvidando que tenemos existencias y necesidades propias.
Algunos estudios revelan una disminución del 50% en la interacción marido-mujer durante el período
postparto.10 Recuerdo la cantidad de tiempo y energía que destinamos a Toby cuando nació, sintiendo
a la vez tristeza, rabia y celos. Sentarnos a tomar un café y conversar, ayudaba.

Es fácil subestimar lo frío y solitario que se torna el mundo para los hombres después de
convertirse en padres. El padre se preocupa de tener la capacidad para mantener a su nueva familia y
lucha con compromisos conflictivos fuera de ésta. Recuerdo que durante el primer año me sentía
cansado, más frágil y con menos energía para las ocupaciones del mundo externo.

Los cambios de valores y de prioridades provocados por la paternidad, pueden hacernos sentir
vulnerables. El nacimiento de mi hijo disminuyó el interés por las formas tradicionales que había
aprendido para sentirme bien conmigo mismo. De pronto, preocuparme de los negocios y mantenerme
vigente en mi carrera –tener contactos, explorar nuevas posibilidades, asegurar mi sueldo – me
parecían cosas insignificantes. Anhelaba quedarme en casa con mi hijo recién nacido y observarlo,
quería enfrascarme en la cálida escena familiar, tomando un lugar entre la madre y el bebé.

La intensidad del sentimiento que un padre puede sentir hacia su hijo, también puede ser
inquietante. El amor no ambivalente puede ser un sentimiento nuevo e incómodo para los hombres
acostumbrados a una testaruda búsqueda de metas externas, observables, probables, que se alcanzan
con rapidez, el tipo de metas al que generalmente se llega a través de una carrera. Puede ser
perturbador darse cuenta que existe otro mundo más allá del trabajo y el éxito público. Uno de pronto
puede sentirse muy vulnerable si se da cuenta que el mayor esfuerzo que ha hecho, ha sido dominar el
mundo público, buscar seguridad, éxito y tranquilidad en el reconocimiento, un buen sueldo y
contactos con gente poderosa, cosas que se logran a través de la profesión.

Muchos hombres sienten ambivalencia acerca del tiempo que deben dedicar a la familia, lo
que es una fuente de emociones conflictivas. Los hombres con que he hablado reconocen haber
sentido un problema doble: por una parte, no están acostumbrados a tener tantos sentimientos que los
unan al hogar, y por la otra, se sienten empujados hacia el trabajo. Durante mucho tiempo me pasó que
estando en casa pensaba en el trabajo, y estando trabajando, pensaba en la familia. Un profesor
expresó lo mismo pero con más agudeza cuando habló de su pequeño hijo: “Me encanta estar en casa

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con él, mirarlo gatear por el suelo, jugar juntos. Hay tanto desafío en responder y observar sus
valientes y tentativas exploraciones del mundo. Sin embargo, con frecuencia descubro que no puedo
dejar de pensar en el trabajo. A veces siento que mi mente fue traída a este mundo para realizar las
tareas analíticas y ordenadas del trabajo. A ratos siento que la lánguida y lenta tare de cuidar a mi bebé
es como una miel pegajosa que se escurre por mi mano. Gatea, juega solo. ¿Tendré que traer una
pelota de la otra pieza y tirársela? ¿Será mejor dejarlo solo? Mientras él juega a mi lado, me pongo a
leer el diario. Ambos en un juego paralelo, en cajones de arena diferentes. Horas más tarde regreso a
mi oficina y mi mente ahora me juega un nuevo truco: trato de prestar atención a lo que estoy
haciendo, ¡pero no puedo dejar de pensar en mi hijo! De pronto quiero estar en casa con él, lejos de mi
oficina, que ahora me parece extrañamente árida”.

Finalmente, durante el período postparto, la casa puede convertirse en un lugar donde el


marido se sienta incómodamente secundario en relación a su esposa. En muchas familias existe una
colusión entre ambos esposos para convertirla a ella en la “experta familiar” a quien él debe recurrir
para obtener guía y ayuda. Debido a que ella es percibida (a veces correctamente) como la persona que
ha leído acerca de cómo cuidar al bebé y “sabe qué hacer”, el esposo le cederá las decisiones. La
esposa en esa situación puede sentirse sobrecargada, pero el marido está renunciando al poder y se
pueden seguir tomando decisiones en las que él no participa. Este es el caso de un hombre que habla de
una decisión clave de su mujer: ella dejaría el trabajo para dedicarse tiempo completo a la casa. Esta
decisión significa que él deberá aumentar sus ingresos y ella tendrá una sensación de pérdida al dejar
su carrera. “Ella tenía toda la intención de retomar su trabajo después de un par de años. Leyó mucho
acerca de la crianza de los hijos y concluyó que no sería bueno abandonarlos por más de ocho diarias
para ir a trabajar.” Nótese las palabras usadas: fue la decisión de ella. Uno no queda con la sensación
de que él está en desacuerdo, sino más bien que está afuera, alejado de las decisiones que afectan
dramáticamente su vida.

Para muchos maridos, el patrón esposa-como-experta-familiar es una gran trampa, porque


también les dificulta establecer una sensación cómoda de sí mismos como padres, y cuando recurren a
la esposa, generalmente es como el niño chico que recurre a la madre, necesitando ayuda. De hecho,
muchos nuevos padres reaccionan como niños que ven a la madre como la persona que sabe lo que
pasa en la familia, y al padre como incompetente o ausente. Para el nuevo padre, asumir un rol más
activo puede ser inadecuado o riesgoso.

Para poder desarrollar un verdadero sentido de paternidad, el marido necesita estar con su
nuevo hijo, y la esposa debe darle la oportunidad de experimentar con ese rol, frente al cual se siente
vulnerable, por ser un rol femenino. Después del nacimiento de mi hijo, quise aprender a mudarlo,
para lo cual practicaba con un oso de peluche, porque tenía miedo de dañarlo o pincharlo con los
alfileres.

El Padre Herido a la Hora de Comida

A menudo las discusiones marido-mujer relativas al diario regreso del padre a la casa, son un
microcosmos de las tensiones que mantienen al hombre en la periferia de la familia.
Volvamos al Sr. Abrams, para una ilustración. Me dice, con un claro tono de tristeza y pena
en su voz, que “ha habido períodos de varios meses en que la mayor parte del tiempo uno de los dos ha
estado enojado con el otro”.

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¿Podría contarme acerca de esos períodos? No tuvo problemas para encontrar un ejemplo:
“Bueno, anoche. Una pelea”. Su mente se dirigió a esa tramposa transición del trabajo al hogar, entre
las 5 y 7 P.M., horas potencialmente explosivas para muchas parejas.
“Ibamos a salir a las 7:30, yo llegué a las 6:30; subí a cambiarme de ropa, bajé y le pregunté
cuál era el programa para la cena. ¿Alcanzaba a tomarme un trago, sentarme, revisar el correo antes de
la comida? Ella dijo: “Tuve un día tan malo que no alcancé a programar nada”. Hay un tono punzante
en su intento por comprender la exasperación de su mujer: “Era obvio que ella pensó que yo le estaba
pidiendo un programa planificado en un momento en que ella no quería pensar en eso”.

Para los hombres, este cambio al final del día, del trabajo al hogar, puede definirse como un
cambio de switch. Después de un día de racionalidad, respondiendo a millones de exigencias de otra
gente, llegan a casa y sin tregua deben sumergirse en un nuevo mar de personas con exigencias, su
esposa e hijos. En las grandes empresas, se hacen talleres donde se analizan las tensiones familia-
trabajo, y este cambio aparece en forma permanente. “Voy subiendo las escaleras después de aguardar
el auto y escucho a mi mujer en la puerta principal diciendo con entusiasmo a los niños: ‘¡Ahí viene
papá, llegó papá!’, y pienso ‘¡Oh, no!’”. Este participante de un taller agregó: “Por supuesto que
quiero ver a mis hijos, pero necesito un descanso. Pero cuando abro la puerta, ahí están todos
esperándome” También ve la perspectiva de su mujer: “Ella ha estado todo el día en casa, quiere un
poco de alivio y ayuda. Pero es como si todo el trabajo que hice durante el día no contara; cuando
llego a la puerta de mi casa, me pasan una cuenta”.

En esos momentos, lo más frecuente es que ambos esposos defiendan sus necesidades. La
mujer está agotada de cuidar niños y el marido está cansado de las exigencias del día de trabajo. Como
no existe un acuerdo claro acerca del tiempo que cada uno debe invertir en los hijos, hay una tensión
inexpresada en relación a quién hace más y quien obtiene más.

Además, el marido está revelando el residuo psicológico adulto de su experiencia infantil con
su propio padre. Si a éste se le permitió llegar a casa y escapar de las exigencias de la vida familiar, el
marido puede sentirse con derecho a las mismas prerrogativas. Al ser confrontado por su esposa, el
hombre puede sentirse humillado o privado de la oportunidad de entrar a la familia como lo hizo su
padre.

Sin embargo, las exigencias de los cambios pueden permitir a un hombre entender el
comportamiento de su padre. Un ejecutivo que se preocupaba mucho de llegar a casa a tiempo para
jugar con sus hijos, me dijo que “después de unos meses de meterme a la autopista a las 6 P.M. y sentir
que lo que quiero es arrancar lejos para tener algunos momentos privados después de un pesado día de
trabajo, finalmente comprendí por qué mi padre durante todos esos años entraba directamente al
mueble de los licores. Siempre me sentí rechazado y con rabia por su comportamiento tan distante en
casa, como si no hubiera tenido tiempo para mí. Me preguntaba si prefería más su vodka con tónica
que estar conmigo. Ahora veo que en realidad no tenía nada que ver conmigo –se sentía agotado y
asustado. Ese trago le servía de muro entre nosotros y él. Sin ser yo como él cuando cruzo el umbral
de la puerta, entiendo por qué era así”.

En términos de la familia, el problema puede enfocarse considerando que cuando el padre (o


la madre) vuelve del trabajo es un tiempo de transición. El padre debe ser integrado a la familia, hay
que darle tiempo y espacio para que lo haga. Ese es, en general, el significado de sentarse y abrir el
diario. El darse momentáneamente un espacio, dentro de la familia pero levemente apartado, permite a

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esa persona desconectarse del día de trabajo y ajustarse a las nuevas circunstancias hogareñas. Los
hombres a veces hacen esto camino a casa, parando a tomarse un trago, pero esto encierra graves
peligros, ya que el alcohol es con frecuencia el detonante de amargas disputas familiares. En un taller,
un hombre contó que “las cosas mejoraron muchísimo cuando dejé el alcohol y me detenía sólo para
un café y un donut”.

En un nivel más profundo, sin embargo, en esos momentos, ambos esposos deben reconocer
que están necesitados, que sus experiencias cotidianas valen la pena y que ninguno de los dos tendrá
sus necesidades completamente satisfechas. La pareja enfrenta el desafío de tener que cumplir con las
necesidades propias y las de sus hijos.

¿A qué se Exponen los Hombres?

Es esencial recordar que los hombres tienen mucho que ganar, si logran tolerar la
incomodidad de entrar en la familia: puede ayudarles a manejar su propia rabia y abandonar sus
fantasías de ser cuidados en forma perfecta por su esposa-madre, permitiéndoles convertirse en
personas más nutrientes para los demás.

Un destacado abogado de Washington, por ejemplo, me contó que él creía que convertirse en
padre, con una esposa que también trabajaba, le permitiría ser más sensible y empático. Durante los
últimos años, este hombre, el Sr. Shea, ha estado mucho más abierto y disponible en su relación con
los abogados jóvenes de su firma, llegando a realizar un cambio en su carrera al convertirse en el
principal socio a cargo del desarrollo profesional de los jóvenes asociados. Parecía estar muy
sincronizado con las necesidades emocionales de aquellos que lo rodeaban.

Pero, al principio, yo lo entendí al revés, y desplegué los estereotipos culturales en la


asignación de prioridades. Le dije con un murmullo: “¿Podría afirmar que lo que ha aprendido siendo
un buen padre para sus asociados, lo ha podido aplicar también en casa?”.
Su respuesta fue rápida y directa: “No. Es al revés. Lo que aprendí en casa, lo aplico aquí”.
El Sr. Shea siguió hablando de su esposa e hijos, modestamente pero con honradez. Su mujer
tenía un trabajo muy exigente en la administración universitaria y sus hijos estaban en educación
básica. “Lo principal es que ya no puedo seguir suponiendo que ella estará siempre dispuesta a
escucharme, que podré desahogarme, quejarme de algo o usarla para relajarme. Estoy mucho más
sensible a lo que ella está viviendo. Y muchas veces tengo que guardarme las cosas hasta que ella esté
en una actitud más receptiva”. Así, él tuvo que luchar y reconocer su deseo de ser apoyado, cuidado –
cosa que había estado oculta, porque su esposa lo hacía en secreto cuando no tenían hijos. Al
enfrentarse a sus propias necesidades disfrazadas, se acercó a las necesidades de los asociados jóvenes
y a su ambivalencia frente a la posibilidad de tener que revelarlas.

“Definitivamente estoy menos aquí y más en casa que el año pasado. Apoyo a mi esposa”.
“¿Cómo?”
“Estando cerca, ayudando con los niños, haciendo cosas en casa. Estando ahí para escuchar
sus problemas, tanto sus cosas emocionales como los problemas objetivos que tiene en su trabajo,
viendo cuál es la mejor manera de manejar la situación”. En estas nuevas vivencias encontró
elementos de sí mismo. Sin idealizar a este hombre, podemos decir que, en cierto sentido, estaba
aprendiendo a ser padre: un padre para sus hijos, un padre para su esposa y un padre para sus asociados
jóvenes; una figura empática que se encarga de las necesidades emocionales de la situación, que puede

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dar al preocuparse humanamente de los demás, no sólo a través de su dinero. A los 35 años, como
muchos otros hombres, estaba descubriendo lo que significaba para él cuidar de los demás, para lo cual
tuvo que desarrollar habilidades con las que no estaba familiarizado.

“Esto no se aprende en los libros, definitivamente es un esfuerzo personal. En vez de decir:


‘Quiero algo para mí’, hay que decir: ‘Un momento’, sabiendo que la situación exige un enfoque más
maduro en esta circunstancia en particular. Simplemente hay que detenerse, sobreponerse a la
necesidad inmediata y hacer algo constructivo para esa situación”.

El Sr. Shea está describiendo un proceso sobre el cual ha adquirido cierta maestría. Sin
embargo, cuando habla de la “necesidad inmediata” que quiere satisfacer e insinúa su tentación de
hacer algo menos “maduro” y “constructivo” cuando llega a casa, se está refiriendo al niño dentro de sí
mismo que es provocado por la familia –su deseo de ser apoyado por su esposa, por ejemplo, y no
viceversa. También habla del cambio de switch al final del día, al llegar a casa, donde lo esperan dos
niños chillones y una esposa cansada. ¿Qué “antiguo elemento” se gatilla en el hombre a través de esa
escena tan común? Lo que muchos hombres quieren es gritar ellos mismos y no estar en el rol de
autoridad paterna. Los niños reviven nuestro deseo de regresar a su nivel, y si hemos tenido que
“crecer” demasiado rápido, podemos sentir resentimiento y envidia de su libertad, naturalidad y
despreocupación. Después de estar todo un día en el rol de autoridad, algunos hombres no soportan la
represión de su lado infantil. Ven en sus hijos lo que ellos eran y a lo que han tenido que renunciar.
Esta frustración aparece con frecuencia en los dramas familiares entre las 5 y 7 P.M.; la rabia
silenciosa de los hombres por el pesado trabajo que han tenido que hacer y su anhelo reprimido de ser
nuevamente niños, de tener a alguien que los cuide.

El abogado se detuvo y rió.


“Cuando uno llega a casa y los dos niños están gritando y tu esposa despotricando, una
posibilidad sería decir: ‘A la mierda con todo esto’, y seguir al bar de la esquina o algo parecido. La
otra posibilidad es respirar hondo, tomar en brazos a uno de los niños, tratar de calmarlo y decir: ‘Hola,
¿cómo va todo?’”.

Al “respirar hondo” y tomar en brazos al niño, podemos sanar la rabia y tristeza que sentimos
por lo que perdimos en nuestra propia infancia. Esto no significa negar que los padres deseen por
momentos cierta paz y tranquilidad y un respiro para aliviar su fatiga. Sin embargo, sospecho que
recién nos estamos empezando a dar cuenta que el acercamiento a los hijos produce, a largo plazo, un
crecimiento mucho más positivo de la personalidad, que ha sido negado a los hombres por falta de un
compromiso real, de una participación emocionalmente nutriente para la familia.11

Pero algunos hombres, para seguir con la metáfora, no “tomarán en brazos” a sus hijos. Se
alejan de ellos y no pueden dar apoyo emocional ni a los hijos ni a la esposa. Examinemos con más
detalle qué es lo que dificulta a algunos hombres ese respirar hondo que les permitiría convertirse en
padres seguros.

La Renovada Lucha con el Padre Herido

El Sr. Shea dice que para muchos hombres es difícil ese respirar hondo, porque al desarrollar
el sentido de paternidad, se remiten a su propia experiencia de ser hijo frente a un padre. Muchos
hombres no pueden asumir la paternidad separada de la imagen del padre herido interno.

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Un hombre puede temer o desear convertirse en la imagen de su propio padre. Por ejemplo, al
llevar una imagen idealizada de su padre como una figura poderosa y juiciosa o santa y calmada,
algunos hombres se pueden sentir privados de la idolatría familiar al no ser considerados padres
perfectos. Goldstein describe el deseo de convertirse en el “caballero de armadura brillante” que se
incorpora a la familia “sólo cuando quiere, despreocupado de la ambivalencia que se crea cuando no se
cumplen las expectativas excesivas”.12 Puede que tales hombres se sientan muy vulnerables al asumir
un rol masculino realista en el cual la esposa y los hijos pueden tanto respetarlos como criticarlos por
ser humanos.

Para muchos de los hombres con que he hablado, la angustia no se relaciona con el deseo de
ser idealizados, sino con el miedo de ser severos y críticos como sus propios padres. A muchos
hombres les cuesta imaginar cómo ser padres de una manera no autoritaria, sobrecontroladora o
instrumental.

Al sentir que el único rol paterno es ser el proveedor familiar, hombres como el Sr. Baker
piensan que ahora que tienen un hijo será necesario trabajar más. Si la esposa trabajaba, generalmente
se reduce el nivel de ingresos cuando ella sale con el permiso de maternidad o cuando deja de trabajar.
Así, la paternidad se define como proveedor y sostén de la familia –como lo fue para nuestros padres -,
sin mucha claridad con respecto a cómo el padre debe enfrentar la participación familiar.

El hombre puede preguntarse si la identidad de proveedor lo absorberá por completo.


“Angustia del proveedor” es el término usado para referirse al temor que siente un hombre de no ser
capaz de mantener a su familia, dada la creciente responsabilidad económica. Pero esta angustia puede
tener menos que ver con el dinero y más con la intimidad. Entre muchos hombres, el temor no es sólo
de no ser capaces de ganar suficiente dinero, sino también de perder la intimidad y la familia en el
proceso de convertirse en padres tradicionales. Al tener un hijo, uno teme tener menos intimidad y no
más. Ese es el momento en que se nos dice, y nosotros lo creemos, que debemos sentar cabeza,
dedicarnos a la carrera, ganar más y proveer suficiente para la familia. Irónicamente, ese rol
tradicional amenaza con separar más al nuevo padre de la intimidad que cuando no tenía hijos. Justo
en el momento en que anhela quedarse en casa y participar en la nueva familia, siente que debe salir al
mundo y hacer grandes cosas.

Detrás de esa preocupación, hay una realidad. Ya que carecemos de una imagen de padre
verdaderamente participativo y emocionalmente involucrado, muchos hombres confrontarán las
expectativas internas con las sociales, viendo que su tarea esencial y primordial es salir del mundo y
proteger y proveer a la familia. Ese mensaje no es malo per se –es básicamente verdadero -, pero a
falta de otros acerca de lo que significa ser padre, este mensaje nutre la alienación que siente una
generación completa de hombres.

Nos convertimos en padres no sólo para nuestros hijos, no sólo a juicio del mundo externo,
sino también de nuestra esposa. Cuando una mujer se convierte en madre, siendo de pronto protectora
del recién nacido, pasando por enormes cambios de roles, también se preocupa del rol del esposo en la
familia. Inconsciente o conscientemente, puede presionarlo para que sea más “paternal”. Necesita
saber que puede depender de él, que él puede encargarse de las cosas. Tal como los anhelos de los
hombres por la madre, los anhelos de la esposa de ser cuidada por una figura paterna pueden ser
activados al ver al esposo convertido en padre. Ella puede querer que su marido siga siendo

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responsable y estable como es tradicional. Y, además, inconscientemente puede menospreciar sus
esfuerzos más “femeninos” de nutrir y cuidar al hijo de una manera masculina no tradicional.

Esas presiones por ser tradicionalmente “paternal” pueden provocar un profundo sentido de
pérdida en algunos hombres, recreando sentimientos asociados con transiciones anteriores del hogar a
la vida adulta. Inconscientemente, un hombre puede sentir que está siendo arrojado del Edén al difícil
mundo público del trabajo. Si un hombre ha vivenciado la tarea de crecer como una dolorosa
exigencia o una vil traición –por ejemplo, colegio, universidad o profesión elegidos por otros-, las
características implícitas de la transición a la paternidad pueden hacer reaparecer esos sentimientos
ambivalentes en relación a sus compromisos profesionales (ambivalencia que con frecuencia se
presenta en hombres abiertamente exitosos), sentirá doblemente vacía la opción por la carrera.

Para algunos hombres, en la cara austera de la paternidad hay más rabia y tristeza de la que
pueden soportar; necesitan distanciarse de su familia e hijos, tal vez para “salvar” a sus hijos de esa
rabia o para “salvarse” a sí mismos de la tristeza y desilusión sufridas con su propio padre. Puede que
algunos hombres exageren, abandonando a su familia o distanciándose de ella con una actitud de rabia,
ira y culpa, trabajando más duro para compensar los sentimientos inexpresados del fracaso y
desilusión, o sintiéndose “internamente vacíos”, al reprimir sentimientos de temor o confusión.

El poeta Reg Saner reflexiona sobre este legado generacional en su poema “Passing It On”.
El narrador recuerda el oscuro amor entre él y su padre, cuya ira hizo temblar su mundo, y lamenta su
repentina muerte. El padre herido aún vive, ya que el narrador se da cuenta que está repitiendo el
mismo patrón de ira con su propio hijo, quien lo observa con una mirada cautelosa y autoprotectora.13

Un profesor universitario de 35 años se sienta llorando en mi oficina, porque había


comenzado un romance con otra mujer mientras su esposa estaba embarazada, y a los seis meses del
nacimiento de su hijo, había abandonado a su familia. Cada vez que habla de su hijo, llora,
imaginando lo mucho que debe extrañarlo y lo que debe ser para un niño no contar con su padre. De
hecho, este hombre se ha identificado en parte con su hijo, repitiendo la situación de privación
emocional que vivió de niño, al tener que lidiar con una madre difícil y un padre psicológicamente
ausente. Se identifica en parte con el padre –el frustrador- exagerando su rol de inalcanzable, y
también se identifica con su hijo, castigándose y recreando al mismo tiempo la conducta de su padre.

Es muy importante que el nuevo padre mantenga vigente la relación con su propio padre.
Psicológicamente, el proceso se llama “desidealización”, y significa que llegamos a ver más
claramente a nuestro padre, comprendiendo sus luchas, ganando una nueva perspectiva al sufrir el tipo
de dilemas que él ha vivido. Al desidealizar al padre, éste se torna más real, pasa a ser una figura
humana con fortalezas y debilidades, más que un dios o un demonio imaginario al cual hemos adorado,
pero contra quien también nos hemos rebelado. La paternidad puede generar el proceso de
desidealización al menos en dos formas: ayudando al hijo adulto a comprender mejor la conducta de su
padre y ayudando a recuperar recuerdos del padre como una figura cariñosa y nutriente.

Un hombre puede descubrir que se ha identificado con aspectos de su padre que él había
rechazado desde el comienzo. Esto puede no ser siempre agradable. “Al disciplinar a mi hijo, me doy
cuenta que le grito. Me escucho a mí mismo gritando ‘¡No!’ con la misma voz que usaba mi padre.
Me desespera caer en eso”. Podemos internalizar inconscientemente, sin desearlo, patrones de
conducta.

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Por otro lado, la paternidad nos da una nueva perspectiva de nuestro propio padre. Vemos que
ser padre es una lucha constante por estar con la familia en medio de las difíciles exigencias de tener
éxito profesional. Con esto, podemos entender mejor la lucha silenciosa y oculta de nuestro propio
padre, una visión desde el lado opuesto que no veíamos siendo niños. Al considerarnos padres
razonables aunque no perfectos, podemos llegar a comprender que nuestro propio padre también fue
razonable aunque no perfecto.

En mi lucha por tratar de estar con mi hijo Toby, sentí una nueva comunión con mi padre. Un
día, sentado en mi oficina, después de haber tenido que salir corriendo de casa debido a un
compromiso temprano en la mañana y anhelando estar todavía en la cocina de mi casa con mi bebé y
mi esposa, me pregunté cómo habrá sido para mi padre caminar cada mañana a su auto para comenzar
su largo viaje al Bronx, dejando atrás una agradable escena de desayuno, para entrar en el áspero
mundo público de los hombres. ¿Sentí él, como yo, un breve alivio al volver al mundo seguro y
ordenado del trabajo? ¿Sentía él también la sensación de estar exiliado del hogar donde trababa de
encontrar su lugar? Gran parte del comportamiento de mi padre empezó a tener sentido para mí.

Cuando tenemos un hijo, nuestro padre se convierte en abuelo, generalmente una presencia
adorada por el niño, mientras nosotros enfrentamos los duros desafíos cotidianos de la paternidad. Hay
una ironía en esto: mientras el hijo adulto enfoca ahora el interés hacia su padre, éste se centra en su
nieto. Nuevamente están desincronizados. Papá ha asumido el rol de abuelo y es un hombre diferente
del que fue. Ya no es el padre que solía ser, así como tampoco yo soy el hijo que solía ser.

Sin embargo, el amor entre el nieto y el abuelo también nos ayuda a recordar aquellos
aspectos más nutrientes de nuestro padre. Y al ver y recordar esos aspectos, estamos literalmente
sanando al padre herido que hay en nuestro corazón, porque podemos identificarnos con un sentido de
masculinidad más completo. Eliminamos el odioso resentimiento por lo que no tuvimos, que bloquea
nuestra capacidad de dar a nuestros hijos y a los demás.

Un vendedor de 43 años me contó que sentía una deliciosa sensación nueva cuando su padre
lo visitaba ahora que él tenía hijos. “Antes de que nacieran mis hijos, ver a mis padres era su
obligación, un ritual que detestaba. Ahora, cuando vienen, me produce un enorme placer ver a mi
padre con mis hijos. Salimos a caminar, a explorar juntos”. Su padre es un profesor jubilado de
crianza de animales de la Universidad de Midwestern. “Le cuenta a los niños todo acerca del
comportamiento básico de los cerdos, trucos para manejar a los animales, su experiencia en el predio
de la universidad. Me fascina verlo en este plan –algo que en casa dejamos de hacer cuando yo crecí”.
Este padre se está identificando tanto con sus hijos como con su propio padre –el que recibe y el que
da. A través de sus hijos, este hombre siente el amor de su padre y se produce la sanación, una
corriente que fluye hacia abajo a través de las generaciones y regresa nuevamente.

Estoy convencido que el observar el cariño y amor de mi padre por su nuevo nieto, su seguro
sentido de autoridad, así como la profundidad con que le responde mi hijo, me ha ayudado a reconocer
aquellas partes de mi padre en mi propia vida. Me surgieron recuerdos que habían sido borrados por
las tensiones de la adolescencia: esos sábados que pasé feliz en su tienda de alfombras jugando entre
los enormes rollos, maravillosos veranos en que viajamos por todo el país, los partidos de fútbol que
veíamos juntos en la TV o las idas al estadio. Así logré darme cuenta que mi padre había estado ahí

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par mí cuando pequeño: él fue una presencia cálida y nutriente, hasta que sus problemas en los
negocios y mi adolescencia conspiraron en contra de nuestra relación.

Al ver a nuestro padre de “abuelo”, al enfrentarnos a dilemas similares a los suyos y al sentir
el amor entre abuelo y nieto, podemos recuperar los recuerdos perdidos en la transición a la
masculinidad adulta.

El Vuelo al Trabajo

Una forma importante a través de la cual los hombres se convierten en padres heridos, es
aferrándose mucho a sus carreras. Los nuevos padres rara vez reconocen que la paternidad interfiere
con sus compromisos laborales de la misma manera que a sus esposas.14 A menudo los hombres
hablan de cómo la “estructura de su lugar de trabaja” inhibe sus compromisos familiares, citando la
relativa inexistencia del permiso de paternidad o las dificultades sociales y prácticas de llevar a sus
hijos a la oficina. Sin duda que éstos son problemas reales, pero en mis entrevistas también me ha
impactado la cantidad de nuevos padres para quienes el trabajo se vitaliza psicológicamente después
del nacimiento de un hijo, haciendo una fuerte separación entre trabajo y hogar.

Veamos por qué el trabajo se convierte en algo tan atractivo para muchos hombres, usando
como ejemplo al Sr. Adams, ingeniero en computación. El describe más “las conflictivas presiones”
de su vida. Su esposa quiere que esté más en casa, pero él se siente impulsado hacia el trabajo. El
amor por su trabajo se refleja cuando dice: “El trabajo con los computadores me parece intensamente
satisfactorio”, y describe los problemas técnicos que puede resolver por sí mismo en la oficina.

Hay aún más presión cuando el jefe trabaja normalmente sesenta horas semanales. “Mi jefe es
un año mayor que yo, y se ve diez años mayor”. El ejemplo de su jefe lo persigue – quiere el amor de
esa figura paterna: “Estoy dispuesto a hacer lo mismo durante un período corto, pero no por mucho
tiempo”. Pero, en verdad, siente una ambivalencia, porque el trabajo es realmente un placer. “El
principal problema es que mi esposa no está conforme. A mí personalmente no me molesta, porque
disfruto lo que hago”. Nótese que reconoce la urgencia de estar en casa con su esposa, pero lo vive
como algo que viene de ella, más que como un impulso interno de su parte. La necesidad, el hambre
de trabajo parece ser muy fuerte: aún se está probando como ingeniero; su identidad todavía depende
de poder demostrar a su padre que él también puede ser exitoso.

Uno podría preguntarse por qué un hombre que está llegando a la edad mediana aún debe
probarse en el trabajo, y sin embargo, éste es un hecho que crece en importancia en la vida de hombres
profesionales. La transición la paternidad se ve fuertemente influenciada por la posición en que está el
hombre en el ciclo de su carrera. Aunque el Sr. Abrams tiene casi 40 años, aún está en la etapa de
consolidación de su carrera. Para muchos hombres con profesiones técnicas –científicos, médicos y
algunos académicos -, las fases de entrenamiento y consolidación de sus carreras se han extendido
tanto que muchos de ellos sienten que a los 40 recién están despegando solos y probándose. Están al
borde del éxito y deciden formar una familia, cosa que los aleja de esta ancla que constituye la
profesión.

Daniel Levinson señala que para muchos hombres el trabajo es un mundo “hipermasculino”
donde tradicionalmente pueden sumergirse, en un intento psicológico por dar mayor prioridad a la
masculinidad tal como ellos la entienden. Levinson dice que una vez instalados en ese mundo, los

117
hombres pueden, a los 40 años, sentirse más cómodos explorando más aspectos femeninos de sí
mismos y moderando sus compromisos laborales.15

Sin embargo, Levinson se basa en un desarrollo más bien tradicional de la profesión.


Fácilmente podemos omitir algo que es un dilema para muchos nuevos padres que desempeñan
trabajos altamente técnicos y exigentes: pueden sentir que no han probado su masculinidad lo
suficiente como para tolerar psicológicamente un rol más completo en la familia.

Al reconstruir la historia profesional de los hombres que participaron en el Proyecto de


Desarrollo Adulto, descubrimos que muchos habían prolongado su entrenamiento avanzado, de modo
que alrededor de los 40 aún estaban consolidando su posición. De los 370 hombres estudiados, el 17%
todavía estaba en la etapa de consolidación de su carrera y fuertemente centrado en “lograrlo”.
Muchos de esos hombres decidieron no tener hijos hasta después de los 30. Un ejemplo de este tipo de
hombre es un médico que había terminado un esforzado postgrado en un conocido centro de
investigación médica, quien me dijo que “después de veinticinco años de estudio, ¡por fin voy a
trabajar!”. Tiene casi 40 años y siente que recién está saliendo del colegio. Un médico con una carrera
similar y un hijo pequeño en casa, recién ha abierto su primera consulta profesional. Habló con
impaciencia acerca de la depresión postparto de su mujer. Además, ella le pide que deje un día libre a
la semana para estar con los niños; todo justo en el momento en que por fin él sentía que se estaba
probando en su trabajo.

Entre los hombres del Proyecto de Desarrollo Adulto que ahora tienen hijos, casi el 28%
postergó la paternidad hasta después de los 30. El problema es que estos hombres pueden parecer
altamente exitosos y desarrollados en sus carreras, pero ellos no lo sienten así. El hecho de moderar
sus compromisos laborales y pasar más tiempo en casa, puede socavar la identidad masculina por la
cual han trabajado tanto. Para estos hombres, el trabajo puede afirmar su masculinidad, siendo la
familia un mundo femenino o infantil.

El Sr. Abrams verbalizó la sensación de aprobación que obtiene del trabajo –a juicio de los
demás y al ser capaz de dominar nuevas tareas: “El hecho de elaborar estos programas
computacionales y lograr que las cosas salgan como yo quiero y que la gente diga: ‘¡Oye, esto está
muy bien!”.

Para muchos nuevos padres, el hogar solía ser un refugio. Ahora ha sido tomado por los
pequeños bárbaros y por la esposa necesitada. Ahora la oficina es un refugio, donde hay rutinas y
amistades que dan seguridad. El hogar ha cambiado, pero el trabajo no. El trabajo está mejor que
nunca. El Sr. Abrams recuerda con nostalgia esa época de su vida “cuando podía dedicarme sólo a
trabajar, no había nadie más involucrado… Podía concentrarme totalmente en ese solo propósito de la
vida. Lo disfrutaba inmensamente”. El nuevo padre puede sentirse seguro en las actividades o
relaciones de trabajo, cosa que no siente en casa.

De modo que, para hombres como el Sr. Abrams, el trabajo ofrece algo vital: la imagen de la
masculinidad competente. Su jefe, su padrementor, puede que trabaje mucho, pero está a salvo porque
es convencional: la imagen del hombre mayor exitoso que nuestra sociedad secretamente venera, aún
cuando nos previene en su contra. En casa, ¿qué imagen de masculinidad puede desarrollar? Está el
recuerdo de su padre, una fuente de irritación, ya que para el joven Sr. Abrams (y para muchos otros
hombres), el hogar era donde los hombres se convertían en seres débiles. Su padre fue un exitoso

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profesor de inglés con amplia reputación; el Sr. Abrams lo recuerda: “Era el quinto hijo, mi madre
siempre lo estaba consintiendo y mimando. Odiaba ver eso”. Podemos suponer que el recuerdo es
doloroso, porque hay una parte del Sr. Abrams que quiere ser mimada, que quiere recuperar el hogar
como refugio familiar, un ambiente seguro, relajado, protector, que ha sido invadido por los recién
llegados.

El vuelo al trabajo de muchos nuevos padres tiene diversas fuentes. Una es la creciente
presión de tener que mantener a la familia. Y, además, el trabajo se convierte en una forma de
aferrarse a los intereses y preocupaciones masculinos. Sin embargo, el vuelo al trabajo también puede
surgir de la necesidad del padre de distanciarse de los confusos sentimientos que brotan en él; el
trabajo puede ser el lugar donde el esposo exprese la agresión y rabia que siente hacia su familia por
abandonarlo y amenazarlo con “feminizarlo”. Daniel Levinson ve el vuelo al trabajo como un intento
por reducir lo que él llama la “fuerza del niño interno” que se escapa de los excesos femeninos de la
familia.16

Veamos qué significa ayudar a un hombre a crear un lugar más pleno, más masculino, para sí
mismo en la familia durante la transición a la paternidad.

Sanando al (Nuevo) Padre Herido

Cuídese de convertir a su esposa en la “experta familiar”. Comience a pensar que usted es una
presencia individual y nutriente en el hogar, y trabaje en conjunto con su mujer para que ambos se
sientan competentes y necesarios. Muchos nuevos padres con los que he hablado, han descrito lo
difícil que es hacerse cargo de los hijos estando la esposa presente, porque ella juzga, critica o está ahí
disponible para hacerlo todo. Así, tanto el padre como el hijo dependen de ella, quien a menudo se
siente atrapada entre el nuevo bebé y el viejo bebé. Es importante que los hombres estén solos con sus
hijos, que no siempre esté presente la madre. Eso eliminará nuestra tendencia a ser pasivos y
dependiente de ella.

La actitud de la mujer frente al rol del marido es muy importante: ¿se siente cómoda dándole
la oportunidad de experimentar con este nuevo rol?

El elemento clave es que el hombre desarrolle un verdadero sentido de competencia como


padre. Los cursos para padres son especialmente valiosos para hombres como el Sr. Abrams, que
valoran su capacidad instrumental en el mundo real, y que necesitan desarrollar un sentido de habilidad
y autoestima como padres, obteniendo claridad y dominio sobre el misterioso mundo de la
paternidad.17

Recuerde que la paternidad comienza con la privación. Preste atención a sus propias
necesidades y preocúpese de nutrir la relación matrimonial. Considere que serán necesarios algunos
ajustes, tome en serio el hecho de que está en una situación nueva, feliz, pero también estresante.

No olvide que por muchas cosas buenas que el niño aporte al matrimonio, convertirse en
padre puede complicar la relación con la esposa. Recuerde que la mujer también se pone en contacto
con temores y angustias infantiles frente a la llegada de un hijo. Puede temer verse empantanada por el
rol materno, con una sensación de pérdida de su competencia como adulto en relación a su vida
laboral. De pronto puede sentirse necesitada e incómoda, dependiendo psicológica o económicamente

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de su marido, y puede tener gran dificultad para reconocer estos sentimientos, tanto frente a su esposo
como frente a sí misma. Los nuevos padres deben desarrollar nuevos patrones entre ellos que ayuden a
reconocer y validar los sentimientos de cada uno y que apoyen la autoestima de ambos.

El bebé trae consigo muchos bloqueos potenciales en relación al cuidado que debe darle la
pareja. El marido puede tender a culpar a la esposa ante cualquier dificultad que se presente. Si el
bebé llora o está molesto y el marido siente rabia hacia él, esa rabia puede ser dirigida hacia la esposa.
Más que enojarse con el bebé, el esposo le gritará a su mujer. “Bueno, después de todo, es tu hijo”.

También la pareja puede permitir que el hijo exprese los sentimientos en vez de hacerlo ellos
mismos. Puede haber tensión entre marido y mujer; uno de ellos le grita al niño que se calle o lo toma
en brazos bruscamente. El niño solloza. Ambos se concentran en él, reconfortándolo, en una actitud
que no tienen entre ellos. Una vez que el bebé se ha calmado, la pareja olvida escucharse.

Preste atención a cómo el bebé está afectando la comunicación dentro de la pareja. Muy
pronto aprendí que cuando mi hijo lloraba o estaba incómodo, yo me ponía nervioso, impaciente, hasta
que lográbamos tranquilizarlo. Julie y yo nos dimos cuenta que nuestras peleas, nuestra impaciencia,
las incansables quejas entre ambos, comenzaban generalmente cuando Toby estaba llorando o gritando
por una cosa u otra. Yo no estaba acostumbrado a estar tan visceralmente atado a otro ser humano.
Piense en su padre y en su relación como hijo con ambos padres. Trate de recordar las
ocasiones en que participaban totalmente con usted. ¿En qué momento terminan esos recuerdos? ¿Por
qué cambió la relación con sus padres? ¿Qué le gustaría darle a sus hijos que usted no tuvo?

Lamente las pérdidas que implican tener un hijo y tener que estar más presente en la familia.
Ese sentido de pérdida lo escuchamos cuando los hombres hablan de haber “sacrificado” su carrera
para ser padres. Si ese sentido de pérdida no es reconocido e integrado dentro del sistema de valores
de la pareja, puede arruinar en gran medida la alegría inherente a la paternidad y tensar la relación
matrimonial.

Durante los primeros años, quedarse en casa con los hijos puede parecer una especie de
muerte en vida: abandonar los sueños y las posibilidades de conquista que asociamos con el mundo
externo. Los seres dorados que se pierden en la paternidad pueden traernos a la mente nuestra
mortalidad y limitaciones. Donald Hall expresa este sentimiento en su poema “My son, My
Executioner” (Mi hijo, mi verdugo): “Dulce muerte, pequeño hijo, nuestro instrumento / De
Inmortalidad / Tus llantos y hambres atestiguan / Nuestra decadencia corporal”.18
Las ganancias de la paternidad son muy diferentes. Tomamos conciencia de nuestros límites
como personas, no podemos hacerlo todo. Al hablar con hombres que optaron por estar más en casa,
sacrificando a veces en forma importante sus carreras –renunciando a su ascenso o dejando de publicar
algún artículo -, me impactó el coraje que se necesita para renunciar a los sueños, en un momento de la
vida en que aspectos de uno mismo y otras personas presionan al nuevo padre para que salga al mundo
externo y tenga éxito en beneficio de su familia.

Una de las preguntas que se debatió más intensamente en un foro sobre la paternidad y la
identidad de los hombres en el trabajo fue: ¿se puede hoy en día ser ambicioso en el trabajo y exitoso
como padre? Entre los hombres y mujeres ahí presentes, hubo el siguiente consenso: para dedicarse a
los niños en forma no descuidada, es necesario renunciar a algunos compromisos laborales. Esto
significa aceptar una realidad muy dura: esto es lo que puedo hacer, y esto lo que no puedo. Para

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muchos hombres, es la primera vez que ponen claramente a alguien por encima de ellos mismos. Sin
embargo, la decisión de aceptar limitaciones en la actividad laboral, para dedicar más tiempo a los
hijos, no elimina todos los posibles problemas. Hay varias trampas para estos hombres que están
tratando de estar más en casa.

En primer lugar, cuídese de la sobreidentificación con su hijo/hija y no confunda sus


necesidades con las de él /ella. Si traemos nuestra propia agenda a la situación, podemos alienarnos,
sin advertirlo, de aquel niño a quien creemos estarle dando todo. Un hombre explicaba este dilema
avergonzado: “En mi familia, mi padre jamás estaba en casa. Siempre estaba en la tienda. Solía decir:
‘Siempre habrá suficiente dinero en mi casa’. Entonces trabajaba y trabajaba, y yo rara vez lo veía.
Ahora me veo diciendo a mis hijos: ‘En mi casa siempre habrá suficientes emociones’”. Rió entre
dientes, sabiendo que hay muchas formas de estar en la tienda sin estar disponible para los niños. Hay
numerosos hombres que realmente sienten hambre de intimidad, que necesitan desesperadamente estar
con sus hijos, ya que sienten que ellos de niños no recibieron lo suficiente y no quieren que a su
familia le pase lo mismo. Si el esposo está tratando de satisfacer su deseo de ser nutriente debido a que
su experiencia no lo fue, puede llegar a no respetar la necesidad de límites y de separación del niño,
ahogándolo emocionalmente. Para castigar a su hijo por no aceptar la atención e interés que tan
implacablemente le entrega, el padre puede distanciarse o tomar una actitud crítica y exigente,
socavando así la autoestima del niño. So pretexto de dar a sus hijos lo que ellos no tuvieron, algunos
padres se convierten en seres sutil e inadvertidamente distantes, rabiosos o secretamente vulnerables
como su propios padres.

En algunas parejas, el intento del marido por preocuparse más es en realidad una competencia
con la esposa, que expresa la rabia del hombre por lo poco que él recibió de su madre. Tales hombres
están tratando de igualarse con sus propias madres – con las mujeres en general- para demostrarles que
son incompetentes o innecesarias. Una vez más, el niño es el sustituto de uno mismo: él tendrá lo que
nosotros no tuvimos, pero junto con eso va un mensaje silencioso para la esposa-madre, que le dice
que no hace un buen trabajo. Al observar este silencioso drama familiar, el niño crecerá pensando que
debe elegir entre su madre y su padre. Nuevamente el padre se convierte en una versión disfrazada de
su propio padre.

El residuo psicológico de sus propias experiencias infantiles y las actuales influencias sociales
que los estimulan a asumir un rol más participativo, llevan a los hombres a un compromiso tan intenso
de “estar con los hijos”, que cualquier dificultad o restricción para hacerlo genera rabias y
resentimientos que no son necesariamente beneficiosos para el niño. En una conferencia pública sobre
la paternidad, uno de los oradores dijo que el rol de padre cobraba importancia a los 2 o 3 años de vida
del niño, cuando se cumple la función de “embajador” del mundo externo, para alejar al niño de la
intensidad del lazo materno-infantil. Decía que las idas y venidas del padre jugaban un rol saludable
en el proceso de separación-individuación del niño: el hijo ve a la madre como el centro estable,
mientras el padre comienza a demarcar la noción de movimiento que lo aleja de la madre. La
controversia que generó este tema quedó en evidencia cuado un miembro del auditorio comentó con
rabia: “Estoy aquí para tratar de estar más con mi hija sin saber cómo. Y ahora me dicen que no debo
hacerlo. Creo que no debería permitirse decir tales cosas en una conferencia como ésta.”

Pero si los hombres van a asumir un mayor rol en la familia, debemos recordar que la madre
juega un rol vital en la vida del bebé y que aún no está claro si el padre puede remplazar a la madre, o
si cierta distancia del padre, la forma en que él muestra un mundo más amplio más allá de la madre,

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sea del todo mala. Quizás lo importante sea la comparación y el contraste entre los padres: si el padre
está más presente, entonces la madre puede convertirse en embajadora del mundo real. Pero no
tenemos la certeza de que este cambio de roles funcione realmente, y sí sabemos que la estabilidad e
integridad del lazo materno-infantil desempeñan un importante papel en las primeras impresiones y
confiabilidad del mundo para el niño. La distancia puede ser la maldición de la paternidad –no la
distancia alienada y herida de nuestros padres, sino la distancia proveniente de la cercanía de ese lazo
materno-infantil que debemos aceptar.

Hoy en día, la paternidad abarca diferentes tareas: cuidar a la mujer que se ha convertido en
madre, acoger al bebé y sentir cómo pasa a ser el centro de nuestra vida, aceptar que estamos
envejeciendo, sentir nuestra paternidad como parte del linaje de padres a través de la historia. Viendo
la dificultad que tienen los hijos para entenderse con los padres, con nosotros, debemos aceptar la
frustración y soledad de la vida. Y cada uno de nosotros debe ayudar a su hijo/hija a encontrar el lado
sano y sanador de la masculinidad, reconciliándonos con nuestra propia vida a través de esa búsqueda.

CAPÍTULO 7
SANANDO AL PADRE HERIDO

El pelo rubio de mi cliente brillaba con el sol que entraba a través de la ventana de mi oficina.
En su infancia, el sobrenombre de Rod era “Sunny”, cosa que a él no le gustaba; no sabía si los demás
niños se estaban riendo de él cuando lo apodaron así. Sin embargo, hoy día su rabia estaba
concentrada en su padre.

“Mi padre siempre pasaba por encima de todos, incluyéndome a mí. Sé que él también tenía
un lado tímido, cariñoso –sé que estaba ahí, yo lo sentía. Pero jamás me lo mostró. Cada vez que
expresaba su lado suave, parecía un idiota. Tú entiendes, cuando tomaba mucho se curaba, se ponía
sentimental. Yo lo necesitaba y él no estaba”.

Rod se siente urgido por sacar su rabia. Tiene de muy buena fuente evidencias concretas del
fracaso de su padre: “Hace un par de años, cuando yo tenía 25, estábamos en Texas en una fiesta
familiar. Creo que era Thanksgiving, u otro feriado. Se me acercó y dijo: ‘Rod, yo siempre he sido
mejor como padre que como amigo para ti. Quiero que sepas que nunca pensé que podría ser tanto tu
amigo como tu padre cuado eras joven’”.
Rod me miró como diciendo: “¿Te das cuenta?”
“¿Qué le contestaste cuando te dijo eso?”, pregunté.
“Le dije: ‘Está bien, papá, y prácticamente dejamos de lado el tema”.
Me pregunté en voz alta: “¿Qué hubiera pasado si le hubieras dicho: ‘Papá, tienes razón’?”
“No habría sabido qué decir”. Rod meditó un momento. “Mmmm. Es interesante. Creo que
yo no quería oírlo. Me estaba buscando y yo me alejé de él. Me entristece lo que dijo por todo lo que
me perdí, me da pena por él. Quizás no quiero perdonarlo. Ahora ni siquiera se me ocurriría ser su
amigo.

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“Cuando dije: ‘Está bien’, yo estaba enojado, no quería perdonarlo. O sea, no está bien lo que
hice, ¿verdad?”
Está claro que Rod se sentía incómodo con la rabia hacia su padre. A pesar del dolor y la
rabia, Rod, como muchos otros hombres, se siente mejor permaneciendo ajeno al padre de la edad
adulta. Durante un seminario para hombres, Martin Acker, psicólogo de la Universidad de Oregon,
pidió a todos los participantes que escribieran una carta a su padre. La idea no era que las cartas fueran
enviadas, y de hecho ninguna lo fue, pero Acker descubrió el temor a la propia rabia que había en las
cartas de esos hijos. Aparentemente el temor más profundo, según Acker, era: “Si yo te digo lo que
sentía de niño en relación a ti… temo que no seas capaz de tolerarlo.”1 Muchos hombres temen que
sus padres no tengan la fuerza emocional para tolerar una apertura y esto bloquea sus profundos
anhelos de hablar las cosas.

La comunicación entre padre e hijo también puede bloquearse por el miedo del hijo frente a la
rabia del padre hacia él. Teme, al acercarse al padre, provocar la rabia que finalmente lo destruya.
¿Qué significa para los hijos sanar al padre herido, nuestra imagen interna de padre herido o
enojado, que yace en el centro mismo de nuestro propio sentido de masculinidad? Sanar al padre
herido significa “desintoxicar” esa imagen, para que no siga estando dominada por el resentimiento,
por el dolor, por ese sentido de pérdida o ausencia que restringe nuestra propia identidad como
hombres.

El proceso de sanación se da a través de varios caminos. Entre ellos se incluye reconocer las
heridas actuales de nuestro padre, la forma en que ha sido herido por la vida, las complejas
contracorrientes dentro de la familia que condujeron a la desconexión; y explorar y probar una
identidad masculina más rica y satisfactoria como padres, esposos y compañeros de trabajo en nuestra
vida diaria.

Aquí estamos hablando de un proceso doloroso. La tristeza está incluida. Muchos hombres
han aprendido a actuar como sin no necesitaran intimidad, y para ellos puede ser muy incómodo
recontactar su hambre de un verdadera intimidad con el padre. Los hombres aprenden a alejar a los
demás cuando los necesitan, a actuar como si pudieran vivir sin ellos. Me impresiona la cantidad de
hombres que han llorado cuando descubren lo que no recibieron de sus padres. Al tratar de
comprender a nuestro padre, confrontamos la profundidad de nuestras necesidades con las de él.

Pecados Irreconciliables: Nuestros Padres y Nosotros

Un modo de sanar al padre herido es sumergirse en la historia del padre. Un hombre necesita
encontrar formas para empatizar con el dolor de su padre. El movimiento femenino ha dado a muchas
hijas la posibilidad de comprender y perdonar a sus madres, pero nosotros no tenemos algo similar con
nuestros padres. Debemos comprender su lucha y ver el quiebre de la conexión entre padres e hijos
como parte de los asuntos inconclusos de los hombres.

El poeta Robert Bly escribe lo siguiente acerca de su padre: “Empecé a verlo no como alguien
que había sufrido la privación en carne propia, por cuenta de su madre o de la cultura. Este proceso
aún continúa. Cada vez que veo a mi padre, me pregunto si las privaciones que sufrí fueron a
propósito o contra su voluntad –si él se daba cuenta o no. He comenzado a verlo más como un hombre
en una situación complicada.”2

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Un profesor universitario de 50 años, recordaba a su padre como una persona que “trabajaba
en una organización sindical y en la minería cuando yo era niño. Generalmente no estaba, sentía
mucho su ausencia. Durante años no logré comprender por qué él no estaba disponible para mí. Solía
salir de parranda y a tomar. No podía perdonarlo por esto. Murió hace unos ocho años y yo recién he
hablado de esto con mi madre. Me contó que él perdió su trabajo cuando yo tenía 15 años –lo habían
despedido por su participación en los sindicatos. Yo jamás lo supe, pero comprendo el golpe que debe
haber sido para él. Mantuvo a su familia trabajando por horas durante años, y mi madre me dijo que él
siempre se avergonzó de eso”.

Luego reveló la conexión del compromiso de su padre con él:


“Yo he librado mis propias batallas, he perdido algunos trabajos, y siento que puedo
comprender mejor por qué se apartó de su familia, debe haber sido muy duro para él estar ahí con
nosotros sintiéndose tan humillado en su vida laboral. No me gustaría hacer lo mismo, pero lo
comprendo, ya que él estaba atrapado y su única forma de sentirse bien era manteniendo a su familia.
Ahora que conozco este secreto familiar, siento que puedo perdonar a mi padre”. Es impresionante la
cantidad de secretos familiares respecto al padre que tienen que ver con contratiempos laborales que
mutilan temporal o permanentemente la relación del padre con su familia.

Enfrentemos la realidad. Nuestros padres no podían ganar, especialmente los padres de


familias minoritarias: católicos, judíos, negros. El mundo de la posguerra, a fines de los años 40 y
durante los 50, contenía una trampa tremendamente seductora para ellos. Aquí habían dado la guerra y
la habían ganado, una guerra que parecía correcta, “la guerra buena” que había derrotado al fascismo,
guerra en la que nuestros padres se identificaron sin ambigüedades con Estados Unidos.
Aparentemente se merecían todas las “recompensas” de esa justa victoria para su futuro: la tarjeta de
enlistamiento en el ejército, una movilidad ascendente, una casa en los suburbios, y trabajar duro para
aprovechar las ventajas económicas que parecían estar ahí al alcance de la mano. ¡No tiremos la
esponja ahora! ¿Qué eran unos cuantos años, una década dedicada sólo al trabajo, aunque eso
significara no estar mucho en casa? Después de todo, pensaron muchos, los niños igual van a estar ahí,
y cuánto va a significar esto para ellos –una buena vida. Una casa, dos autos, una educación
universitaria. ¿Han notado la cantidad de hombres mayores que lamentan lo rápido que crecieron sus
hijos? Casi mientras daban vuelta la espalda. Al respecto, el senador Paul Tsongas dice, después de
tomar la decisión de renunciar al Senado y volver a Massachussets: “Ningún hombre en su lecho de
muerte ha lamentado haber estado demasiado con su familia”.

No, era el trabajo lo que dominaba de una manera peculiar e inesperada. Para trabajar,
muchos de nuestros padres tuvieron que cambiar a una vida muy diferente de la que tuvieron de niños.
En vez de tener a la familia cerca, debían dejarla en la mañana y ya no volvían hasta ocho o nueve
horas después; la familia era algo remoto en su vida diaria. Uno de los resultados fue la corriente
subterránea de rabia y exilio en nuestros padres, discutida en el Capítulo 1.

Muchos se mudaron a nuevas áreas suburbanas dominadas por la ética del éxito, según la cual
los logros se definirían en términos de la actividad pública y profesional. El mensaje que dominaba era
bastante frívolo, aún cuando la vida de nuestros padres estaba cambiando de una manera que ellos no
comprendían bien. La textura familiar que habían conocido en su infancia había desaparecido, ahora el
trabajo y el éxito económico eran los que indicaban si lo estaban haciendo bien o mal. Muchos padres
vivieron con un doble mensaje de sus propios padres: para ser exitosos, debían vivir en Estados Unidos
y ser buenos profesionales y consumidores, pero para lograrlo debían renunciar a muchos de los

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valores e ideales que representaban sus padres. Para responderles, debían matarlos, tarea que debe
haber causado mucho dolor, aún cuando silbaran mientras trabajaban.

Cuando Don Larsen lanzó en 1956 su fenomenal World Series, muchos de nuestros padres ya
tenían hijos. ¿y cuántos de ellos vieron para sus hijos un futuro ambivalente? Aquí estaba su herencia
realmente norteamericanizada, estudiando en buenos colegios suburbanos y dejando atrás nuestra
calidad de inmigrantes y nuestras características étnicas. Para ser honestos con sus hijos, ellos debían
estimular esto –nos estábamos convirtiendo en parte de la Norteamérica “perfecta” -, pero para ser
honestos con sus corazones, muchos deben haber querido oponerse a sus hijos. Los padres
estimulaban y socavaban los sueños de sus hijos. Entonces los Beatles, el cabello largo y el poder de
las flores comenzaron a horadar abiertamente todos los esfuerzos que habían hecho nuestros padres
durante los años 50, cuando el amor se medía por la cantidad de días en la oficina u horas en la tienda.
Comprendieron que lo que hacían no bastaba. En realidad no era casi nada, era un mensaje con el que
la mayoría de los padres hasta cierto punto estaban de acuerdo, pero les daba rabia escucharlo de esos
mensajeros malagradecidos, sus hijos.

La película Heroes and Strangers (Héroes y extraños) trata de dos adultos jóvenes que quieren
reunirse con sus padres3. Tony, uno de los protagonistas, tiene casi 30 años. Su hambre de padre lo
lleva a casa a hablar con su papá ya envejecido, el hombre que recuerda como un extraño en el hogar,
la persona que ponía la nota incómoda en casa con su presencia, el encargado de la disciplina.
Después de bombardear a su padre –un empleado jubilado de ferrocarriles – con preguntas, Tony
descubre que es mejor dejar de hacer tantas; comienza a escuchar lo que su padre tiene que decir y
descubre lo mucho que puede aprender abriéndose a él de ese modo. Caminando por esos rieles
ferroviarios que dominaron la vida de su padre, Tony escucha cosas que ninguno de sus progenitores
jamás le contó, secretos ocultos para él en su adolescencia –que su padre, por ejemplo, trabajó en tres
lugares durante los primeros años de su familia, generalmente lejos de casa y más de dieciséis horas
diarias. Tony se va con una nueva apreciación de las presiones que implican ser responsable de una
familia, tener que proveer, medir el éxito como padre a través de cuánto dinero y status uno ha ganado.

Al empezar a escuchar, descubre la afición de su padre por los teletipos y su fascinación por
los objetos mecánicos; lo oye confesar que “aún sueña con pasar por alto las órdenes que recibía de los
trenes”. Finalmente descubre que su padre está dispuesto a hablar, si él está dispuesto a escuchar.

Al final de Heroes and Strangers, tanto Tony como Lorna, la otra joven adulta cuya visita a
casa forma el núcleo emocional de la película, encuentran una solución, aunque incompleta. Uno dice:
“Algo pasó entre mi padre y yo – o lo que esperaba, no exactamente lo que quería”, pero lo importante
es que para los dos la visita a casa y el hecho de haber escuchado fue suficiente y satisfactorio. Al
final, ambos son capaces de describir lo que es un buen padre y ambos sienten que sus padres fueron,
después de todo, simplemente eso. Sintiéndose seguros de haber sido amados, aún cuando era difícil
verlo, quedaron satisfechos. Cada uno se siente orgulloso de ser descendiente de su padre, un regalo
valioso tanto para el padre como para el hijo.

De esta forma, Tony y Lorna están sanando al padre herido interno; uno queda con la
impresión de que ellos serán padres y esposos más completos, por haber explorado las vidas de sus
propios padres.

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El proceso de sanación no se domina necesariamente con una conversación sobre los
“sentimientos” entre padre e hijo, ni tratando de componer cada desilusión o incomprensión. El
trabajar las cosas con el padre no necesita ser un largo proceso psicológico. Para muchos padres e
hijos, la sanación significa un reconocimiento tácito de su mutuo amor, de su historia compartida con
cariño. Un hombre contó que se había interesado por la fascinación de su padre por las carreras de
caballos y las apuestas. “Cuando empecé a entender las presiones bajo las que tenía que trabajar en
una empresa muy exigente y mantener a una familia con tres hijos, comprendí lo importante que era
para él el juego como una forma de relajarse”. Pero este hombre hizo un descubrimiento aún más
crucial: “Me di cuenta de que no porque él jugara, yo también tenía que hacerlo; eso me facilitó poder
aceptar a mi padre tal como era”.

Al conocer más a sus padres, los hijos pueden llegar a considerarlos como personas diferentes
a ellos. Esto puede ayudar al proceso de separación-individuación, ya que el hijo se da cuenta que él
es responsable de su propia identidad como hombre, que no está encadenado a las actitudes y valores
de su padre. Así, el proceso de exploración puede conducir a una aceptación del padre e incluso a una
profunda conexión con él. Un médico casado y con varios hijos, decía que “una de las cosas más
importantes para mí cuando conocí más a mi padre a través de los años, fue que sus visitas para
Navidad ya no me dejaban con una sensación de rabia, impotencia y angustia. Podía estar con mi
padre sin sentir como si alguien estuviera rasguñando constantemente un pizarrón.”

El proceso de explorar la vida del padre, empatizando con su dolor, se bloquea en muchos
hombres. Parecen desinteresados o temerosos de enfrentar a su padre. De hecho, muchos mantienen
rota la conexión y no aceptan una reconciliación. En terapia, uno se sorprende al preguntar a pacientes
reticentes: ¿aceptarías el amor de tu padre ahora, si quisiera dártelo? Una cantidad sorprendente
contestaría como Rod: “¡No!”. En un taller llamado “Healing the Wounded Father” (Sanando al padre
herido), un angustiado abogado contó que cuando iba de visita los domingos a casa de sus padres, se
devolvía si el auto de su madre no estaba estacionado en el garage. “Es demasiado incómodo estar a
solas con mi padre, no sabemos qué decirnos”. ¡Este hombre, que puede desempeñarse perfectamente
en el campo de batalla de los juzgados, no puede estar a solas con su padre!

En este caso, sanar al padre herido produce en el hijo un sentimiento interior tan desagradable
que prefiere alejarse. Las tareas gemelas de identidad y separación-individuación se dan en conjunto.
A medidas que exploramos el mundo externo (lo que realmente pasó en la vida de nuestro padre),
somos reinformados con material de nuestro mundo interno (nuestros sentimientos y fantasías acerca
de nuestro padre)4. Esos sentimientos inconclusos a menudo bloquean a los hombres, ya que temen ser
tragados por su vergüenza, culpa y anhelo por el padre, si se acercan demasiado a él.

El hombre puede reconectarse con su rabia por lo que no tuvo, y con su deseo de ser cuidado
por un padre perfecto que tenga todas las respuestas. Evidentemente es más fácil enojarse con el
padre, culparlo por no darnos suficiente y así lamentar el hecho de no poder manejar nuestra propia
vida. Muchos hombres albergan un profundo deseo de tener un padre perfecto que los salve de los
riesgos y angustias del matrimonio, de la educación de los hijos y del manejo del éxito y el fracaso en
el mundo laboral –un Odiseo traído de las nubes por los dioses, y no el viejo papá, que te abandona y
te deja solo con tu vida. Sanar al padre herido significa aceptar en parte nuestra soledad, renunciar al
deseo de ser cuidados por papá, pensando en que él nos ayudará a pararnos en nuestros propios pies
para que nunca tengamos miedo de caer. Hay dolor en la pérdida de la fantasía del padre todopoderoso
que deseamos tener. Aceptar esa pérdida significa tolerar el deseo de tener un padre así, reconociendo

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que en realidad es sólo un sueño infantil. Nuestros padres también albergaron ese anhelo; no se es
menos hombre por el hecho de admitirlo. De modo que un hombre podría finalmente escribirle a su
padre: “Papá, compartimos el mismo desconcierto, el mismo misterio frente a la vida”.5 Ver a nuestros
padres como humanos, aceptando sus debilidades y caídas, nos permite aceptar nuestras propias
debilidades e imperfecciones en este mundo.

Hay una segunda sensación incómoda que involucra al cuerpo y a nuestro anhelo de ser
“acogidos” por el padre. Cuando los hombres se reconectan con su deseo de padre, a menudo sienten
una necesidad visceral de ser acogidos por o bien de acoger a su propio padre; esto puede ser muy
perturbador, provocando pánico homosexual. Estoy convencido que muchos hombres añoran tener
contacto físico con sus padres. No sentimos mucho esa conexión: la acogida física directa, la acción
de reconfortar, la calidez del cuerpo de nuestro padre, su habilidad para apoyarnos, y la nuestra para
reconfortarlo y apoyarlo a él. Este anhelo físico puede reflejar la unión o “lazo ontológico” entre padre
e hijo que el sociólogo Thomas Cottle descubrió en sus entrevistas con padres e hijos6.

Cuando me di cuenta de la cantidad de tiempo que había pasado distanciándome de mi padre,


sintiendo rabia y temiéndole, tuve una sensación que conducía directamente al deseo de acogerlo, y eso
me impactó y asustó. “Durante todo este año”, escribí en alguna parte de mi diario, “he estado en
constante lucha conmigo, papá, buscando motivos para pelear, completamente innecesarios, atrapados
juntos, extenuados. Quiero unir mi dolor con el tuyo, enterrar tu cabeza en mi pecho y llorar juntos”.

Tales anhelos, que probablemente han surgido durante la niñez, pueden resultar desagradables
o repulsivos, especialmente para aquellos hombres que han reprimido o renunciado a su deseo de ser
acogidos y reconfortados. Pero cuando nos imaginamos siendo cariñosos y acogiendo a nuestro padre
y dejándolo a él serlo, liberamos nuestra propia habilidad para querer y acoger a otros. Sanamos
nuestra propia conexión con nuestro cuerpo. Robert Bly funde imágenes del cuerpo del padre y del
hijo en su impactante poema en prosa “Finding the Father” (Descubriendo al padre):

Este cuerpo nos ofrece llevarnos sin costo –como el océano que acarrea troncos- y así algunos
días el cuerpo emite lamentos con su gran energía, destroza rocas, levanta pequeños carros
que ondean a sus costados. Alguien golpea la puerta, no tenemos tiempo para vestirnos.
Quiere que vayamos con él a través del viento y las lluviosas calles, a la casa oscura. Iremos
allá, dice el cuerpo, y ahí encontraremos al padre que nunca hemos conocido, quien vagaba en
una tormenta de nieve la noche que nacimos, quien después de eso perdió la memoria, y ha
vivido desde entonces anhelando a su hijo, a quien vio sólo una vez… mientras trabajaba de
zapatero, de ganadero en Australia, de cocinero que pintaba por las noches. Cuando prendas
la luz, lo verás. Se sienta ahí detrás de la puerta… con las cejas tan pesadas, la frente tan
liviana… solo en todo su cuerpo, esperándote.7

Para poder “acoger” a otros como hombres, debemos imaginarnos a nosotros mismos siendo
acogidos por nuestro padre, quizás el primer hombre a quien quisimos acoger.
Un tercer conjunto de sensaciones incómodas relacionadas con la sanación del padre herido es
el miedo a nuestro padre y la culpa por haberlo traicionado. “Después de todo, sí pude elegir a mi
madre”, reconoció un hombre en un taller, riendo con nerviosismo. Muchos niños o adolescentes
entran en alianzas con la madre para excluir al padre. Son alianzas ambivalentes, ya que muchos de
esos hijos también quieren contacto con su padre, y generalmente son alianzas inconscientes, puesto
que el hijo no tiene conciencia de su preferencia por estar con la madre. Sin embargo, muchos

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hombres se sentían más cómodos teniendo a papá fuera de la familia, sin tener que enfrentarlo. En
nuestro interior llevamos un padre herido que fue construido a partir de lo que nosotros imaginamos
que él sentía frente a nuestra traición.

Pensar en nuestro padre, hablarle con honestidad, significa sumergirse nuevamente en el


sombrío y tenebroso mundo de contracorrientes familiares y lealtades divididas, de un padre que nos
acusará, que nunca olvida nuestros innombrables pecados.

La canción “My Father’s House” (La casa de mi padre) de Bruce Springsteen es acerca de un
hombre que corre desesperadamente por las praderas en que solía jugar cuando niño, cruzando la
autopista frente a la casa de su infancia, en busca del padre que ya no está ahí. En la mampara descubre
que su padre se ha ido y su paso es bloqueado por una mujer (¿su madre?) que no sabe nada. El
estribillo:
La casa de mi padre brilla intensamente,
Parece un faro que me llama en la noche.
Resplandeciendo y llamando tan desamparado y solo
Resplandeciendo a través de esta oscura carretera
Donde yacen nuestros pecados irreparables…8

La lucha silenciosa de los hombres con los pecados irreparables contra el padre les impide
llegar a un entendimiento con él. Es demasiado aterrador dejarlos al descubierto. Los recuerdos que
transcribo a continuación demuestran la gran importancia que tuvo mi madre a través de toda mi
infancia y lo distanciado que estuve en ese período de mi padre, lo que me llevó a imaginar una
espantosa escena de acusación entre él y yo.

La Habitación de mi Padre y la Habitación de mi Madre

Cuando era pequeño y mis padres salían de noche, mi madre siempre me traía un regalo a la
vuelta. Yo aún estaba despierto, leyendo, cuando llegaban del cine, de una comida o de
bailar. Una vez me llevó un regalo que sacó de la mesa de un banquete. Era una flor dentro
de una concha. Al meter al agua esta concha cerrada, se abría lentamente y aparecía una gran
flor. Recuerdo que era tarde en la noche, estaba en cama con la luz prendida, ella entró con su
vestido largo de noche y me entregó este regalo. Nos quedamos observando cómo se abría
esta hermosa flor a través de la luz que se reflejaba en un vaso de agua. Mi memoria también
tiene una imagen muy hermosa de mi madre, se ve radiante con su vestido largo. Su perfume
llena la habitación. Yo tengo 7 u 8 años.

En casi todos los recuerdos de mi infancia, mi madre aparece como una fuente de luz, de
energía, de optimismo. Ella representa esos regalos tan importantes. Cuando llegaba del
colegio en aquellos fríos días de invierno, mi madre y yo nos sentábamos a conversar, la
lámpara de su pieza vertía un brillo sobre nosotros. (Mucho, mucho más tarde, al comenzar
mi terapia obligatoria para recibirme de psicólogo, pedí la última hora porque me gustaba la
sensación que emanaba de la luz del escritorio de mi terapeuta, dejando atrás el oscuro y frío
invierno de Boston. Esa hora no estaba disponible, y esto se convirtió en mi primera lección
de separar la realidad de la fantasía). La luz de la pieza de mi madre alejaba de mí la tristeza.
Me sentía seguro estando cerca de ella. Esta era una tristeza de adolescente, a la cual, creo,
arrastré a toda mi familia.

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Tengo un recuerdo muy claro acerca de esa tristeza. Veníamos de vuelta de unas vacaciones
de invierno en Catskills. Una semana maravillosa para mí y para mi hermano lejos del
colegio, para mi padre lejos de su tienda, para mi madre lejos de la casa. Lo pasamos
fantástico esquiando, comiendo cosas exquisitas, caminando, teniendo tiempo libre para estar
juntos. Mi padre estaba relajado; y ambos, mi padre y mi madre, parecían estar pasándolo
bien. Y el domingo en la noche volvimos a nuestra casa en los suburbios.

La tristeza me vino de inmediato. Era una tortura pensar en el día siguiente. Comenzó la
típica TV del domingo en la tarde: “Maverick”, “Gunsmoke”, “77 Sunset Strip”. Ninguno de
esos paliativos servía. Todos actuábamos en estado de shock. Entré a la cocina, donde mi
madre había pasado una excesiva cantidad de tiempo limpiando. La encontré en la despensa.
Me acerqué y al verme empezó a llorar. Ambos sabíamos el porqué. Las vacaciones, una
corta semana de claridad y compañerismo, habían terminado. Mi padre estaba sentado en su
típica silla en la pieza de la TV. Nuevamente había desaparecido detrás de su máscara. No
comprendía esa máscara. Era como si él no estuviera. Deprimido. Mi madre no sólo
iluminaba, tenía además sentimientos y los demostraba. Mi padre era un misterio.

Era mi padre, una versión más grande de mí. Ese era el mensaje que recibía. Con tristeza, me
daba cuenta que de adulto no sería como mi madre. Asumía que sería como mi padre. Aún
antes de conocer la palabra depresión, aprendí a imitarla.

Sin embargo, durante este año, algo ha cambiado con respecto a los sentimientos por mi
padre. Tal vez por el nacimiento de mi hijo, al ver el amor y ternura que siente por su nieto, la
forma fuerte y segura con que lo sostiene, cómo le habla y juega con él. Es una ternura que
rara vez se dio entre él y yo. Quizás se deba a la fuerte intención que tiene de hablar conmigo,
su reconocimiento de “lo duras que fueron las cosas mientras ustedes eran adolescentes.
Habría deseado estar más en casa. Me preocupaba tanto por esa tienda –tu generación lo está
haciendo mucho mejor”. Recuerdo esa larga caminata que dimos por la avenida
Commonwealth antes de que naciera Toby, cuando quería hablarme acerca de lo que
significaba ser padre. La bondad y humanidad que mostró al hablar sobre la “notable
capacidad para demostrar afecto y ser nutrientes que tienen los hombres de tu generación –
para nosotros no fue tan fácil. Tú sabes que yo estaba trabajando en la Fuerza Aérea el día
que tú naciste”. Quizás sean estas conversaciones, quizás verlo con Toby o quizás
simplemente ver la bondad y optimismo que tiene ahora, lo que me lleva a recordar los
aspectos maravillosos de mi padre que yo había olvidado, y que tal vez también él olvidó.
Ambos quedamos ciegos.

Para recuperar a mi padre, debo entender lo importante que fue mi madre para mí y para mi
hermano. En cierto nivel, ella parecía ser el centro de la familia, manteniéndola unida. Y a
ese nivel estábamos, sin saberlo, aterrados de perderla, lo que se simbolizaba en nuestro
fanatismo con respecto a su hábito de fumar. Y mi padre -¿quién sabe?-, en el momento de la
rebelión del kosher, cuando pedí ternera a la parmesana convirtiéndome en aliado de mi
madre, debe haber temido por su matrimonio. Mi madre salía a trabajar, comía camarones y le
demostraba su resentimiento de mil maneras. ¿Cómo era ese sentimiento de fracaso y culpa,
ya que cuando ella salió a trabajar coincidió con una presión económica debido a dificultades
en su negocio? Mi padre debe haber sentido temor de perder a la esposa que amaba. Y

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nosotros, sus hijos, temíamos que muriera. ¡El centralismo de las madres en la familia es
demasiado opresivo y poderoso cuando se mira desde esta perspectiva!

Tengo un extraño recuerdo –de cuando era muy pequeño- acerca de cierta intoxicación que
sentí con mi madre. Mis padres iban a salir, y en vez de ponerme difícil a la hora de
acostarse, como lo hacía siempre, me porté bien, apagué la TV, me lavé, me puse el pijama y
me metí de un brinco a la cama. Antes de irse, mi madre entró y me felicitó por portarme tan
bien. La miré hacia arriba con una mezcla de anhelo y rabia que yo escasamente lograba
comprender, y le dije:
“Está bien, mamá, como te vas a morir luego, quiero que en tus últimos días lo pases lo mejor
posible”.
¡Qué extraño decir algo así! Mi madre retrocedió con una expresión de shock y repulsión en
la cara. Yo también estaba choqueado por lo que había dicho. El recuerdo de esto me llenó
de vergüenza. No recuerdo qué contestó mi madre. Probablemente lo asignó a una versión
demoníaca de “los niños dicen las peores cosas”. Nunca más se habló de eso; todo el
incidente fue archivado y olvidado.

Creo que estaba expresando el terror de que ella nos dejara y también la profundidad con que
yo la necesitaba. Para los niños pequeños, la muerte significa “abandono”. Y en ese
momento, ella nos estaba abandonando un poco, saliendo de noche de nuestro seguro hogar,
convirtiéndolo en un lugar temible hasta su regreso. Ahora mi comentario me parece como
haber lanzado una piedra que une la necesidad y la rabia (“te vas a morir”, reconozcámoslo de
una vez) con el amor al actuar como niño bueno (“…quiero que en tus últimos días lo pases lo
mejor posible”). También puede haber sido una especie de magia infantil para evitar la
tragedia. ¿Tenía acaso un miedo horrible de perder a la única persona en mi vida que
alimentaba mis sentimientos y me ayudaba a sentirme realmente vivo? Sin embargo, aún
entonces reconocí que ella era demasiado importante. Quizás mis palabras fueron un poco
sórdidas –un niño que trata de librarse de una asfixiante presencia femenina.

¿Dónde estaba mi padre mientras ocurría todo esto? Yo no me enojaba si él salía.


Reconocer las presiones que tuvo mi padre durante mi adolescencia es como una pesadilla.
Su tristeza parece comprensible, conmovedora, pero todos estos años he pensado que en
realidad lo que tenía era rabia. No lo veía tan inmensamente triste en esa época. Su tristeza
era uno de aquellos secretos de familia sobre los que a nadie se le permite hablar. Sin
embargo, ese tipo de secretos uno los siente siendo niño; yo quería protegerlo aún cuando me
daba miedo y rabia.

En nuestra casa, la pieza de la TV era su pieza, el lugar donde pasaba las tardes los días de
semana; era como su oficina en la casa. Se sentaba ahí durante horas, con un plato de fruta u
otra cosa a su lado. Después de comida se retiraba a esta pieza como un esposo victoriano que
se retira a una sala especial para fumar.
A menudo íbamos con él, y estar con papá significaba estar con la TV prendida. Hablábamos,
pero la TV seguía encendida. No es que él quisiera estar solo, pero rara vez tuvimos contacto
sin el acompañamiento en la TV, eternamente con los comerciales y los héroes favoritos de
fondo: Sid Caesar con su increíble humor maníaco; el rudo y elegante Richard Boone en
“Have Gun, Will Travel”, o el aún más rudo James Arness de “Gunsmoke”, Efrem Zimbalist,

130
Jr., de “77 Sunset Strip”, o mi favorito, James Garner como Brett Maverick, el descarado, frío,
ingenioso y atractivo jugador.

En la guarida de mi padre había hombres de acción, fuertes, silenciosos. Pero ellos estaban en
la pantalla, y no en la silla o en el sofá. ¡Qué carga tan pesada vivieron nuestros padres
durante los años 50 y 60, qué opresivas eran esas figuras míticas de la TV, presentando a sus
propios hijos imágenes que los degradaban! ¡Qué terreno más fértil para el resentimiento de
esos niños cuyos padres no llegaban a ser como los ideales de la TV! Tal vez “conocer al
padre”, aceptándolo como propio, significa despedirse de James Garner y aceptar las luchas
reales de nuestros padres reales. Ya es tiempo de apagar la TV.

Mientras escribo esto, aún me invade una gran nostalgia. Esos eran los padres que yo quería,
hombres que me dieran valor, una poderosa fuerza masculina que me diera confianza en mí
mismo. Si detrás de mí hubiera habido un hombre como Maverick o Boone cuando tenía que
enfrentarme a los bravos en Tuckahoe High School, los habría hecho picadillo en el patio.
Con su talento y sus puños. Esos eran los sustitutos con que comparaba a mi padre. Qué
tortura apagar la TV y decir adiós. Eran reales y no lo eran. Mi padre, mi hermano, mi madre
y yo estábamos siendo destrozados por la inocente y perversa pantalla de TV. Dios, estaba
prendida tanto para mi padre como para mí. ¿no es cierto? Y cuando estaba apagada, sólo
estaba mi padre.

Cuando hablaba con mi padre, quería preguntarle cosas, pero me daba miedo interrumpir el
show o incluso un comercial. Si llegaba a hacerlo, las preguntas no tenían nada que ver con
aquellas que le hacía a mi madre. Preguntaba acerca de objetos o hechos. “¿Papá, el motor de
un auto puede explotar?”. Después viví un período de gran revelación respecto a los átomos y
el universo. Átomos y sistemas solares se describían como cosas parecidas, ¿entonces si
golpeaba mi regla contra mi escritorio, estaba destruyendo mundos completos? Le pedí
incluso que subiera para hablar de esto. Subió a mi dormitorio, en algún intermedio de algún
programa de TV. Pero se sintió confundido por lo que le pregunté; hubo un rato de
conversación desconectada y volvió a la TV. Otra oportunidad perdida.

Ahora que lo pienso, las preguntas que le hacía a mi padre eran siempre de violencia: batallas,
guerras, mecanismos de destrucción, explosiones. La conversación era siempre indirecta, a
través de cosas que se relacionaban con la agresión masculina. Nunca le hice preguntas
personales acerca de lo que realmente me preocupaba.
En cambio a mi madre le preguntaba: “¿Por qué crees que soy tan tímido en el colegio?” o ¿A
veces me enojo tanto con mi hermano. ¿Por qué?”. Y discutíamos estos temas, ella hablaba
de sí misma, de su desarrollo y de sus sentimientos de entonces.

Esto ocurría arriba en su dormitorio con la puerta cerrada, mientras mi padre y generalmente
mi hermano estaban abajo viendo TV. Largas recepciones celebradas por mi madre en su
pequeño salón; yo me sentaba en una silla al final de la mesa con la cálida luz prendida,
mientras ella se sentaba en su cama, generalmente cosiendo algo. Nuestras conversaciones
recorrían todos los temas, desde mis planes para el futuro hasta qué hacer con el inhibitorio
temor a la tartamudez de los adolescentes.

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La pieza de la TV de mi padre y el dormitorio de mi madre: la distancia entre ellos parece
enorme incluso ahora, aunque uno estaba casi directamente encima del otro en nuestra casa de
dos pisos. Qué mal me siento hoy día por haber pasado todas esas tarde sentado arriba,
separado de mi padre y de mi hermano. Pienso en mi padre metido en esa pieza de TV, y sé
que lo rechazaba, aún cuando sentía que él me rechazaba a mí.

Adolescencia. La palabra resuena en mi mente. Es el momento en que la esperada catástrofe


realmente ocurre. Ya era un adolescente, y había llegado el momento de dejarse de tonteras y
convertirse en hombre. Antes de los 12 años, yo era un niño feliz. Después, no sólo yo recibí
todo tipo de golpes, mi familia también fue golpeada como una gran ola en la marea.

Hubo un fracaso en los negocios –evento de máxima importancia. Cuando el comercio de las
alfombras se expandió, surgieron problemas que terminaron en una enorme pérdida
financiera. Mi padre se demoró años -casi toda mi adolescencia- en salir de eso. Pagó cada
centavo que debía, y con honor mantuvo su negocio funcionando hasta que lo saneó
completamente. Se pudo haber declarado en quiebra, pero eligió la ruta difícil y esforzada.
¡Pero, de todas formas, cómo habrá sido su trauma!

Hay un punto especial de presión en la vida de padres e hijos, un punto donde las
imprevisibles idiosincrasias del ciclo de la vida ponen inevitablemente a ambos en
desacuerdo. Cuando la adolescencia del hijo coincide con los problemas económicos del
padre, afectando profundamente la autoestima de éste, la presión aumenta en forma
exponencial. Durante la adolescencia, el hijo emerge verdaderamente como un ser individual
en conflicto con la sexualidad y la agresión. Si el padre, a su vez, está viviendo una etapa de
fracaso o vulnerabilidad, la relación sufre tremendas tensiones.

Además, en ese momento ocurrió la Rebelión del Kosher, un cambio revolucionario en los
hábitos alimenticios de la familia. Mis padres se amaban y trabajaron duro para mantenerse
juntos. Los golpes y cambios habían logrado unirlos más, no separarlos. Lograr eso, no es
poco –si Julie y yo pudiéramos hacerlo tan bien como ellos, me sentiría feliz. Me he
demorado veinte años en darme cuenta de esto. Es curioso cómo los recuerdos del padre
pueden estar dominados por un solo momento difícil de la vida; olvidamos o ignoramos cómo
ha sido él o ella antes y después de ese momento difícil. ¿Acaso no es mi padre ese hombre
cariñoso y seguro de hoy?

La imagen dominante de mi padre es la que apareció en los años 50, sea o no verdadera,
cuando trataba de sanar sus heridas, sintiendo que había fracasado como hombre y como
esposo. Se arrastró hasta los tribunales del éxito estadounidense y luego se declaró
incapacitado. Al mismo tiempo permitió que se traicionara su herencia judía.

Y ahí estaba yo, el buen Sam, corriendo a toda velocidad hacia la pubertad, para convertirme
en hombre.
Creo que fue en ese momento cuando mi madre le dijo a mi padre, sin palabras: “Es tuyo”,
queriendo decir que debía asumirse, ser el modelo del rol. Y mi padre y yo nos
observábamos, sin saber cómo era ese baile.

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Todo parece resumirse en una escena que ocurrió en esa sala de TV. Recuerdo que entré con
una tarea del colegio: “Papá, mañana tenemos un debate en clase de historia acerca de si
Inglaterra debió firmar los acuerdos de Munich y demorar por un año la Segunda Guerra
Mundial. ¿Qué piensas tú?”
Está sentado solo en el sofá de su pieza, se ve gordo y enojado. Pero me presta atención,
girando su mirada de la pantalla hacia mí. Sus ojos están llenos de amor, pero también me
hablan de tristeza y preocupación.

No me importaba en absoluto su respuesta, sólo deseaba tener contacto con él. Lo que
realmente quería decirle (y que por supuesto no hice) era: “¿Por qué está tan triste esta casa?
Mamá está arriba trabajando en el doblaje de una película y no parece muy contenta; tú estás
aquí abajo y tampoco pareces contento. Yo estoy en mi pieza haciendo tareas y no me siento
en absoluto contento. ¿Cómo puede ser que nadie esté contento? ¿Es acaso la vida solo
esto?”.

Quería y no quería hablar con mi padre. Perturbación, temor y amor luchaban silenciosamente
a lo largo de cada conexión nerviosa desde mi cerebro hasta mi boca seca.
“El acuerdo de Munich le permitió a Inglaterra desarrollar el radar, que fue clave para la
Batalla de Inglaterra”, contestó.
Pero yo oigo otro diálogo en mi silenciosa fantasía. Y veo de nuevo ante mí (¿o lo imagino?)
una mirada de acusación en su rostro.
“Me has robado a mi esposa. ¿Por qué está siempre arriba y no aquí abajo conmigo? Es a ti a
quien ella le habla, no a mí. Te crees muy listo y astuto con las palabras, niño. Llegó el
momento de crecer. Eres sólo un hijito de mamá. Tú no puedes hacer el trabajo pesado. Yo
voy todos los días a la tienda aunque la odio. No me siento por ahí a conversar y a pasarlo
bien. Hago lo que debo hacer. Mientras tú andas por ahí coqueteando con mi esposa. Tú,
niño miserable, poniéndome en vergüenza. ¡Ya es hora de que te conviertas en hombre!”.
¿Y cómo lo miré yo a él? ¿Qué le quería decir?
“¿Qué es lo que te aflige, papá? ¿Qué es? ¿Por qué es tu trabajo tan doloroso? ¿Por qué no
haces algo al respecto? O al menos habla de ello. ¿Es porque eres hombre? ¿Es eso lo que
significa ser hombre? Mamá habla, asume las cosas, es optimista, entretenida. Astuta. ¿Es
eso lo que significa ser mujer?”.

Mi cabeza se tambalea aún mientras escribo esto, atrapado a los 37 años en sentimientos que
tuve a los 12. Sólo que ahora puedo describirlos. Ser hombre: ser aburrido y rígido, cumplir
con el deber, tener un dolor del cual no se puede hablar, renunciar a todo menos al trabajo,
aún odiándolo. No podía aceptar eso entonces. ¡Me sentía tan rabioso y atrapado!
“¡Pero es así!”, me lo reafirmaban mis profesores del colegio. “Eso es exactamente lo que
debe ser un hombre. Poderoso, rígido, debe hacer cosas. Debe parecer y actuar como una
persona importante, aunque en el fondo esté vacío. Fuerza y arrogancia”.

Las asignaturas con las que tenía más problemas eran las realmente masculinas: álgebra,
geometría, química. ¡Nuestro profesor de álgebra era entrenador de fútbol! Aún recuerdo su
corte de pelo aplastado. Y el profesor de química, dando reglas, derivando fórmulas, haciendo
experimentos –hasta se parecía a mi padre. ¿Cómo no parecerse? Durante los años 50, todos
los hombres adultos eran iguales.

133
Nada de esto era obvio para mí en aquellos años. Me encontré atrapado rechazando a medias
la versión predominante de la masculinidad, pero debido a que mi deseo por mantenerme en lo
aparentemente femenino era “vergonzoso”, me sentí obligado a tragarme una identidad que no
quería pero que no podía y tampoco quería rechazar. Este quiebre empezó con la separación
entre la pieza de mi madre y la de mi padre y con la complicada relación con mi padre.

A pesar del rechazo por esas asignaturas, no fracasé en ellas, pero me negaba a sacarme
buenas notas. Esta fue la rebelión contra la cinta transportadora de la adolescencia a la que
me había subido sin poder bajarme, la cual me conducía hacia ese gran dios de la
Masculinidad, un dios desalmado e implacable. Despojándome de los sentimientos y
convirtiendo a las muchachas que habían sido mis amigas en objetos sexuales con los que
debía competir; transformando la amistad y el goce en agresión.
Pero me subí a esa cinta transportadora espontáneamente. Quería competir, tener buenas
notas, ser atleta, salir y hacer cosas, conquistar.
Pero, al mismo tiempo, no quería.

Ah, el corazón se vuelve contra sí mismo, lo que no es atípico en la adolescencia. Quería


hacer dos cosas a la vez para lo cual usé una estrategia clásica en situaciones intolerables:
hacer lo que se exige y rechazarlo al mismo tiempo. La mayoría de los chicos son bastante
hábiles para estas contorsiones. Me rebelé, pero no tanto; traté de ser realmente un hombre,
pero siempre me restringía, dudaba, me mantenía en la periferia. Me convertí en científico,
pero rezongaba por el método científico; el trabajo me absorbía los días de semana, pero lo
dejaba por completo los sábados y domingos. Me involucraba manteniendo distancia, me
importaba y no me importaba.

Al mirar quiénes somos, en cada uno de nosotros brota el pánico; quizás es más fácil culpar a
alguien o al mundo por “no dejarnos ser lo que queremos”, como si nosotros mismos no
fuéramos ambivalentes. No veo más acusaciones imaginarias de mi padre; no hay nada de él
hacia mí. Cada uno hace las cosas lo mejor que puede. Un hombre recibe tantas presiones
para vivir, para actuar en la vida. El tuvo sus propios conflictos con sus padres y con sus
hijos. ¡Y lo logró! Lo hizo bien. Ay, papá, realmente “compartimos el mismo desconcierto”.

El Padre Herido en Nuestro Corazón

Para sanar al padre herido, no siempre es útil dialogar con él. A veces existen límites reales
en el grado de acercamiento que un hombre puede lograr con su padre. Los padres, a medida que
envejecen, no le dan la misma importancia que el hijo al “procesamiento de las cosas”. Quieren sentir
que todo está “bien”, que pueden delegar cosas en una generación más joven y fuerte –no quieren abrir
el pasado y meterse de nuevo en “todo eso”.

Cuando a muchos hombres, entre los 30 y 40 años, les llega el momento de resolver las cosas
con sus padres, no lo logran porque los roles prácticamente se han revertido; el padre puede estar
enfermo, menos productivo, con menos energía. En estos casos, la separación y el acercamiento al
final del ciclo de vida del padre pueden hacer cortocircuito. Un hombre de 40 años se lamentaba del
fracaso de su intento por hacer las paces con su padre: “A los 70 años no es el mejor momento para
que un padre pueda desarrollar nuevas defensas psicológicas”. Lo que les queda, entonces, es

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“arreglarse” con el padre de alguna manera, demostrarle que son buenos hijos y así perpetuar la
tradicional actuación.9

Hay muchos hombres cuyos padres están vivos y accesibles, pero también hay muchos que
no. Un hombre puede no saber en qué etapa está su padre, o éste puede haber muerto antes de una
posible reconciliación. La inaccesibilidad del padre cuando elijo busca el reencuentro con él, es un
problema que va en aumento, dadas las altas tasas de divorcio, reveló que en la pre-adolescencia el
50% de los hijos no tenía contacto con su padre, mientras el 30% tenía sólo un contacto esporádico;
sólo un 20% de los niños veía a su padre una vez a la semana o más.10 Quizás nos estemos
enfrentando a una bomba de tiempo psicológica dentro de la nueva generación de hombres y mujeres
que caminan ahora hacia la vida adulta.

Sanar al padre herido es más difícil cuando ésta ha muerto, cuando es emocionalmente
inaccesible o no está físicamente disponible. En estos casos, el hijo queda privado de la sanación
emocional real que se da cuando se llega a compartir un terreno común con el padre, oyendo y viendo
un nuevo lazo forjado entre ambas generaciones. Además, el hijo queda privado de la sensación de
haber sido capaz de dar algo a su padre para ayudarlo a sanar sus heridas emocionales.

Steve, un músico de 39 años, contó acerca de la muerte de su padre por enfisema, quince años
atrás, y de la importancia de un acto final y único de perdón entre ambos. Pertenecía a una familia
rica, de clase alta del sur. Relató que había pasado su “adolescencia peleando con mi padre acerca de
las chicas con que debía salir y acerca de cuáles eran las mujeres “adecuadas” para una persona de mi
clase y con mis antecedentes. Esto ocurrió en la décadas de los 60, y su actitud me ponía furioso.
Entonces, obviamente, me fui a vivir con una mujer completamente inaceptable para él; nunca la
invitaron a la casa”. De pronto, inesperadamente, el padre de Steve fue hospitalizado debido a un
enfisema crónico. El hijo tuvo que correr desde Atlanta para encontrar a su padre en un respirador,
cerca de la muerte. “Entré a la pieza y él me sonrió. No podía hablar debido a los tubos que tenía en la
garganta, pero me escribió una nota. Esta decía: ‘Quiero conocer a Anne, quiero que todo esté…’ Y
después hizo unas señas con la mano que significaban ‘bien… cuando me vaya’. Lloré cuando él hizo
esto y nos abrazamos. Le dije que yo también quería que todo estuviera bien. Murió ese mismo día
antes de llegar a conocerla. Pero no puedo explicar lo que esas palabras significaron para mí. Me
liberaron de la culpa y rabia que sentía, me permitieron darme cuenta de lo mucho que él me
importaba”. Steve me detuvo y luego agregó: “Significa que ya no tengo que recordarlo enojado y
desilusionado conmigo. A menudo pienso en esa última señal que hizo: dejemos todo OK”.

Steve nos expresa con claridad lo que significa sanar al padre herido. La imagen interna de su
padre ya no era de crítica, rabia y desilusión, sino de aceptación y perdón. Esto significa que Steve fue
liberado de pensar que él fue quien desilusionó a su padre y descubre que los padres pueden perdonar y
aceptar –que no son meramente figuras severas y críticas. Después de aprender esa lección, el hijo
tiene menos necesidad de ser una figura autoritaria e inflexible en sus relaciones con otros.

Cuando el padre muere antes de que el hijo pueda sanar la relación, el proceso de desagravio
tiende a continuar por más tiempo después de la muerte, ya que el hijo trata de llegar a una
reconciliación con el padre sin saber cómo hacerlo. Un año después de la inesperada muerte de su
padre, un hombre me contó que “no pasa un día sin que me acuerde de mi padre en algún sentido.
Pero mis recuerdos son fugaces, como si yo no quisiera permanecer mucho tiempo con ellos, como si
sintiera temor de acercarme demasiado”.

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Sin embargo, aún así es posible comprometer a un padre ausente en un diálogo de crecimiento
emocional. El hijo puede escribir diálogos imaginarios entre él y su padre u otros miembros de la
familia, o escribir cartas al padre muerto o ausente, sin necesidad de enviarlas. Estos ejercicios pueden
moderar la imagen herida de padre que el hombre lleva en su corazón. Permiten al hijo examinar la
rabia y desilusión en la relación padre-hijo, dando a menudo espacio para una mayor aceptación y
comprensión. A través de estos diálogos imaginarios, pueden recordar el abandono y la traición que
sentían, y puede doler menos; dejan de ser prisioneros de recuerdos que no pueden reparar.

Varios hombres cuyos padres habían muerto, contaron que habían encontrado cartas o diarios
escritos por su padre y que los leían con ansiedad para obtener información acerca de sus sentimientos
y experiencias.
Es importante recordar, esté disponible o no el padre, que la reconciliación o amistad con él
no es lo mismo que sanar al padre herido. Es del todo posible sanarse uno mismo sin reconciliarse con
el padre. Y, contrariamente, también es posible lograr una amistad superficial con el padre sin sanarse
uno mismo. Esto es así porque los elementos esenciales de la sanación son la imagen interna de padre
y el sentido de masculinidad que el hijo lleva en su corazón. El hijo necesita ser capaz de comprender
las razones generalmente dolorosas de por qué el pasado fue como fue, liberándose así del sentimiento
de haber sido traicionado por el padre o de haber sido él mismo un traidor, necesitando explorar formas
satisfactorias de masculinidad que reflejen su propia identidad. Podemos reconocer que somos el hijo
de nuestro padre, sin sentir que tenemos que aceptar y amar todo con respecto a él todo lo que pasó
entre nosotros.

Finalmente, la imagen interna del padre es lo que todo hombre debe sanar. Todos los hijos
necesitan sanar por su cuenta al padre herido que hay en su propio corazón. El proceso significa
explorar no sólo el pasado sino también el presente y el futuro –formas de masculinidad que reflejen
un sentido más rico y pleno de sí mismo que las rígidas imágenes que dominaron el pasado. Esta es en
verdad la tarea de todo hombre hoy en día: explorar el ser nutriente y cariñoso que llevan dentro,
probar y desarrollar un fuerte sentido de masculinidad como padres, en relación a la esposa, hijos y
compañeros.

La identificación de lo que significa ser un hombre nutriente, ser un padre que cuida y protege
de una manera más completa y comprometida, no sólo imitando al rudo John Wayne o siendo el
ejecutivo / sostén de la familia, es la seria propuesta que subyace a la aparentemente cómica
autoexploración masculina de nuestros tiempos. ¿Cómo ser fuerte y cariñoso? Son temas con los que
los hombres se están enfrentando.

Un ex funcionario de Harvard que acaba de cumplir 40 años, me contó acerca de un reciente


retiro para hombres al que asistió en San Francisco. De todas las actividades hubo un incidente de
vital importancia para él.
“Uno de los ejercicios que hicimos, estaba basado en esas ceremonias de iniciación de los
indios americanos donde el más valiente aceptaba el desafío de correr una carrera de obstáculos hechos
por los demás hombres de la tribu”.
El grupo completo de cincuenta hombres se puso en fila para la carrera, cada uno llevando
una muñeca, un bebé.
El propósito de la muñeca era ser capaz de protegerla durante la carrera”.
Proteger al vulnerable con fuerza masculina.

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Otra imagen: estoy sentado en un patio con mi pequeño hijo un agradable domingo de
primavera; estamos rodeados por otros padres y niños. Por ser fin de semana, hay muchos padres con
sus hijos. De pronto, al otro lado del patio, veo una escena familiar. Un niño de unos 7 años se acerca
donde otro más pequeño y le pega en el hombro. El golpe no es muy fuerte y el más pequeño parece
estar más impactado que adolorido. El niño mayor se ve bastante enojado y alterado; obviamente está
resolviendo algo. Es fácil imaginar a ese niño recibiendo una palmada de su padre. Me pregunto qué
haría si se acercara a mi hijo. Mientras observo, el padre del niño se acerca y lo toma con gentileza. El
niño se resiste y protesta, llora en brazos de su padre, mientras el hombre lo lleva hacia un banco
cercano. A pesar de la lucha del hijo, el padre hace esto con fuerza pero suavemente. Se sienta y mece
al niño en su falda, y lo escucho decir con un susurro, casi cantando, en el oído de su hijo:

“No te dejaré ir mientras no digas: ‘Soy un niño amable y no le pego a otros niños”. Se
quedan ahí, el niño protegido por los brazos de su padre, el padre repite el estribillo: “Soy un niño
amable y no le pego a otros niños”. Finalmente el niño se calma, canta con su padre y sale corriendo a
jugar.

Proteger con fuerza masculina. ¿Es ésta la antigua identidad o la nueva? El deseo de fondo
parece ser encontrar una manera de ser un hombre fuerte sin ser a la vez destructivo. Convertirse en
padre, ayuda. Como hemos visto, la transición a la paternidad tiene el potencial para crear una
perspectiva ampliamente distinta de uno mismo y del padre. Pero no todos los hombres son padres, y
hay otras formas de sanar al padre herido en nuestro corazón. Soluciones creativas tales como el arte,
la música, la artesanía, que permiten la exploración del sí mismo, pueden ser muy útiles.

Un hombre casado, sin hijos, que sentía que su padre lo había abandonado emocionalmente a
los 5 años, recordaba ahora de adulto que tanto él como su padre amaban la música. Hoy día toca
piano como hobby, pero recientemente se ha dado cuenta del gran amor que estaba secretamente
escondido en esa afición compartida por el instrumento. “Mi compromiso con la música expresaba
una parte reprimida de él… Le gustaba mucho caminar por el patio de atrás escuchando los sonidos del
piano que salían por la ventana mientras yo practicaba”. Este hombre olvidó completamente durante
veinte años el placer que provocaba al padre el talento de su hijo; contó que ahora suele imaginar a su
padre escuchando alegremente por la ventana cuando toca piano, transformando así su imagen de padre
exigente y alejado por una más satisfactoria y apoyadora.

En último término, sanar al padre herido es un proceso que consiste en desenredar los mitos y
fantasías que los hijos aprenden acerca de sí mismos, de la madre y del padre, los cuales representamos
cada día con nuestros jefes, esposas e hijos. Significa construir un sentido satisfactorio de
masculinidad tanto por las oportunidades que cada uno tiene en una época de cambios en los roles
sexuales y también “sumergiéndose en el caos” del pasado, recuperando una apreciación firme y
vigorosa del heroísmo y de los fracasos en la vida de nuestros padres. Wallace Stevens nos recuerda al
“hijo que sostiene sobre su espalda / El padre que ama y lo aleja de / Las ruinas del pasado, que no han
dejado nada”.11 Todo hombre necesita identificar lo bueno en su padre, sentir en qué se parecen y en
qué se diferencian. Creo que de esto surge un sentido más completo y confiable de la masculinidad,
una forma de estar presente y ser nutriente, de ser fuerte sin ser destructivo. Este camino refleja, de
todos modos, la musculatura masculina, nuestra historia, nuestros cuerpos y nuestra activa
participación en el futuro. Es una forma de proteger a quienes amamos sin infantilizarlos, de acogerlos
y trasmitirles esa serena sabiduría de que tanto los hombres como las mujeres son fuerzas dadoras de
vida en la tierra.

137
NOTAS Y REFERENCIAS
INTRODUCCIÓN

1. Una gama de cuestionarios e inventarios de personalidad fueron administrados a una


muestra representativa del 25% de las promociones de 1964 y 1965de alumnos de Harvard a través de
sus años de estudio. Comenzamos en 1978, enviando un cuestionario detallado a los 510 hombres que
participaron en la investigación. 370 lo devolvieron, o sea, más del 70% del grupo original. El
cuestionario obtuvo una visión amplia de las experiencias de vida de estos hombres desde que
egresaron a la universidad hasta su situación actual. De este grupo, 50 fueron elegidos al azar para ser
entrevistados, sujetos a la limitante de que la mayoría vivía al noreste y todos trabajaban actualmente
en sus profesiones. Estos hombres fueron entrevistados dos veces en el curso de una semana sobre una
base anual de dos años, y para los casos seleccionados como de especial interés se programó un tercer
año de entrevistas. Cada entrevista duraba entre dos y tres horas, y seguía un plan semi-estructurado
de la historia de vida, que yo había desarrollado como método de investigación. Esta técnica permite
al sujeto construir una imagen de su historia personal y le da información detallada del trabajo, la
paternidad y los aspectos conyugales de la vida actual, así como también de las experiencias claves del
desarrollo de la persona desde la infancia, pasando por la adolescencia, la juventud, la edad adulta
joven y la edad mediana. Posteriormente, como parte de una disertación doctoral en el Harvard
Graduate School of Education, fueron entrevistadas 25 de las esposas de estos hombres.

Véase S. Osherson y D. Dill, “Varying Work and Family Choices: Their Impact on Men’s
Work Satisfaction” (Cambiando las opciones de trabajo y familia: su impacto en la satisfacción laboral
de los hombres), Journal of Marriage and the Family, mayo 1983; S. Osherson, “Work-Family
Dilemmas of Professional Careers” (Dilemas trabajo-familia en carreras profesionales), informe final
para el National Institute of Education, NIE-G-77, 1982; y D. Hulsizer, “Marriage and Adult
Development: Views Fromm Midlife” (Matrimonio y desarrollo adulto: perspectivas de la edad
mediana), disertación doctoral no publicada, Harvard Graduate School of Education, 1983.

2. Véase S. Osherson, Holding On or Letting Go: Men and Career Change at Midlife
(Quedarse pegado o dejarse llevar: los hombres y el cambio de carrera en la edad mediana) (Nueva
York: The Free Press, 1980).

3. D. Ullian, “Why Boys Will Be Boys: A Structural Perspectiva” (Por qué los muchachos
serán muchachos: una perspective structural), American Journal of Orthopsychiatry, 1981: 493-501; J.
Lever, “Sex Differences in the Games Children Play” (Diferencias sexuales en los juegos infantiles),
Social Problems, 23 (1976): 478-487; G. W. Goethals, “Male Object Loss: A Special Case of
Bereavement, Anxiety, and Fear” (Pérdida del objeto masculino: un caso especial de duelo, angustia y
temor), Psychoterapy, primavera 1985, 22 (1): 119-127; E. Pitcher y L.S. Schultz, Boys and Girls at
Play: The Development of Sex Roles (Niños y niñas jugando: desarrollo de los roles sexuales) (Nueva
York: Praeger, 1983); I. Bretherton, Symbolic Play (Juego simbólico) (Nueva York; Academic Press,
1984); Z. Luria, S. Freidman y M.D. Rose, Human Sexuality (Sexualidad humana) (Nueva York:
Wiley, 1986).

138
4. Peter Davison, “Rites of Passaje: 1946” (Ritos de transición: 1946), en P. Davison, Half-
Remembered: A Personal History (Recuerdos a medias: una historia personal) (Nueva York: Harper
and Row, 1973).

5. Las vicisitudes históricas de la relación padre-hijo constituyen un aspecto descuidado de


nuestra historia cultural. Los historiadores familiares han comenzado a explorar nuestra historia
paterna y han encontrado evidencias de períodos de relaciones positivas y cercanas, así como también
de épocas de lejanía y alienación. De Tocqueville, por ejemplo, alabó la intimidad y afecto de la
relación padre-hijo que observó durante sus viajes a Estados Unidos en los años 1830. Joseph Pleck
estudia la literatura histórica acerca de las cambiantes imágenes de la relación padre-hijo en su artículo
“The Father Wound” (La herida del padre), The Center for Research on Women, Wellesley College,
Wellesley, MA 02181. Estoy en deuda con él por haber llamado mi atención a varias de las referencias
discutidas en esta sección.

6. S. Hite, The Hite Report on Male Sexuality (Informe Hite sobre la sexualidad masculine)
(Nueva York: Knopf, 1981), p. 17.

7. J. Arcana, Every Mother’s Son: The Role of Motheers in the Making of Men (El hijo de
toda madre: el rol de las madres en el desarrollo de los hombres) (Garden City, N.Y.: Doubleday,
1983), p. 143.

8. J. Sternbach, “The Maculinization Process” (El proceso de masculinización), artículo no


publicado, RDF Box 607, Vineyard Haven, MA 02568.

9. S. Cath, A. Gurwitz y J. M. Ross (eds.), Father and Child: Clinical and Developmental
Considerations (Padre e hijo: consideraciones clínicas y de desarrollo) (Boston: Little, Brown, 1982).
10. Donald Bell comienza su libro Ser varón con un capítulo sobre “padres e hijos”,
mostrando esencialmente su propio autorretrato al hablar de su padre. D. Bell, Ser varón (Barcelona:
Tusquets, 1987).

11. J. Pleck, “The Father Wound”.


12. E. Erikson, Infancia y sociedad Buenos Aires: Hormé).
13. N. Chodorow, El ejercicio de la maternidad (Gedisa, 1984); D. Dinnerstein, The
Mermaid and the Minotaur: Sexual Arrangements and The Human Malaise (La sirena y el minotauro:
convenios sexuales y malestar humano) (Nueva York: Harper and Row, 1976); L. Rubin, Intimate
Strangers (Extraños íntimos) (Nueva York: Harper and Row, 1983); G. W. Goethals “Simbiosis and
the Life Cycle” (Simbiosis y el ciclo de la vida), British Journal of Medical Psychology, 46, 1973: 91-
96; G. W. Goethals, “Male Object Loss: A Special Case of Bereavement, Anxiety, and Fear”.

14. J. Pleck, Working Wifes, Working Husbands (Esposas que trabajan, esposos que
trabajan) (Beverly Hills, Calif.: Sage, 1985), y J. Pleck, “Husbands” Paid Work and Family Roles:
Current Research Issues” (El trabajo remunerado del esposo y los roles familiares: temas actuales de
investigación), en H. Lopata y J. Pleck (eds.) Research in the Interweave of Social Roles (Investigación
sobre la trama de los roles sociales), Vol. 3, Greenwich, Conn.: JAI Press, 1983.

139
15. G. Vaillante y C. C. McArthur, Natural History of Male Psychologic Health. I. The
Adult Life Cycle from 18-50 (Historia natural de la salud psicológica masculina. I. El ciclo de la vida
adulta de los 18 a los 50). Seminars in Psychiatry 4 (4), 1972: 422.

CAPÍTULO 1

1. Z. Rubin, “Fathers and Sons: The Search for Reunion” (Padres e hijos: en busca del encuentro),
Psychology Today, junio 1982, pp. 23 ff.

2. S. Bliss, revisión de Brothers Songs: A Male Anthology of Poetry (Canciones de hermanos:


antología de poesía masculina), editado por J. Perlman, WIN, noviembre 15, 1980.

3. R. Shelton, “Letter to a Dead Father” (Carta al padre muerto), You Can’t Have Everything (No
puedes tenerlo todo) (Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 1975).

4. D. Thomas, “Do not go gentle into that good night” (No seas tan amable en esa buena noche),
en D. Thomas, Collected Poems (Poemas completos) (Nueva York: New Directions, 1957).

5. F. Rebeslky y C. Hanks, “Father’s Verbal Interaction with Infants in the First Three Months of
Life” (Interacción verbal del padre con hijos de 3 meses de edad), Child Development, 42
(1971): 63-68 y F.A. Pedersen y K. S. Robson, “Father Participation in Infancy” (La
participación paterna en la infancia), American Journal of Orthopsychiatry, 39 (1969): 466-72.
Estos hallazgos, que se refieren al poco contacto entre padre e hijo, tienden a enfatizar la
calidad del tiempo que el padre entrega en el hogar mas que la cantidad literal. Sin embargo,
este rol limitado del padre es precisamente lo que puede conducir a la construcción de fantasías
como la del “padre herido” que yo describo. Véase R. Atkins, “Discovering Daddy: The
Mother’s Role” (Descubriendo a papá: el rol de la madre), en S. Cath, A Gurwitz J. M. Ross,
eds., Father and Child: Clinical and Developmental Considerations (Padre e hijo:
consideraciones clínicas y de desarrollo) (Boston: Little, Brown, 1982).

6. J. Carroll, revisión de Good Morning, Merry Sunshine (Buenos días, feliz día), por B. Greene,
New York Times Book Review, junio 10, 1984.

7. Rubin, “Fathers and Sons”, p. 28.

8. M. Komarovsky, Dilemmas of Masculinity (Dilemas de la masculinidad) (Nueva York: Norton,


1976).

9. Citado por Ken Auletta, “Profiles” (Perfiles), The New Yorker, abril 9, 1984, p. 51. Enfasis
Adicional.

10. M. Goldstein, “Fathering: A Neglected Activity” (La paternidad: una actividad descuidada),
American Journal of Psychiatry, 37, 4 (invierno 1977): 325-36.

11. M. Farrell y S. Rosenberg, Men at Midlife (Los hombres en la edad mediana) (Boston: Auburn
House, 1981), p. 125.

140
12. W. Stevens, “Aesthetique du Mal” (Estética del mal), en W. Stevens, The Palm at the End of
the Mind : Selected Poems and a Play (La palma al final de la mente: poemas seleccionados y
una obra de teatro) (Nueva York: Vintage, 1972)

13. Partiendo de las detalladas entrevistas que tuvo con hombres de 30 años, el psicólogo Rick
Ochberg de Yale nos señala que el conjunto de imágenes que tienen los hombres respecto a
trabajo y profesión revela “una preocupación con movimiento y avance”, que ofrece una
solución a los conflictos de separación con el padre. El movimiento simbólico que proporciona
el trabajo “se relaciona con la renuncia del hijo… con el amor incondicional de la temprana
infancia, a favor del respeto altamente condicional del padre por los logros”. A través de la
vida, el trabajo proporciona a los hombres una ilusión de movimiento que los aleja de los
problemas de relación. Véase R. Ochberg, “Middle-Aged Men and the Meaning of Work”
(Hombres de edad mediana y el significado del trabajo), disertación doctoral no publicada,
Universidad de Michigan, Ann Arbor, 1983, p. 5.

14. J. M. Ross, “In Search of Fathering: A Review” (En busca de la paternidad: una revisión), en
Cath, Gurwitz y Ross, eds. Father and Child.

15. D. Hall, “My son, My Executioner” (Mi hijo, mi verdugo), The Alligator Bride (La novia del
lagarto) (Nueva York: Harper and Row, 1969).

16. P. Wright y T. Keple, “Friends and Parents of a Sample of High School Juniors: An
Exploratory Study of Relationship Intensity and Interpersonal Rewards” (Amigos y padres en
una muestra de enseñanza media: estudio exploratorio de la intensidad de la relación y las
recompensas interpersonales), Journal of Marriage and the Family, 43, No. 3 (agosto 1981):
559-70.

17. M. Norman, “For Us, the War is Over” (Para nosotros, la guerra terminó), New York Times
Magazine, marzo 31, 1985, p. 68.

18. Robert Bly discute este tema en su artículo “The Vietnam War and the Erosion of Male
Confidence” (La Guerra de Vietnam y la erosion de la confianza masculine), The Utne Reader,
octubre-noviembre 1984, pp. 74-81. Véase también J. Fallows, “What Did you Do in the Class
War, Daddy?” (¿Qué hiciste tú en la clase para la Guerra, papa?), The Washington Monthly,
octubre 1975, pp. 5-19.

19. Homero, The Odyssey (La Odisea), trad. R. Fitzgerald (Nueva York: Anchor, 1963), pp. 295-
96.

20. K. Thompson, “What Men Really Want: An Interview with Robert Bly” (Lo que los hombres
realmente quieren: entrevista con R. B), New Age, mayo 1982, p. 50.

CAPÍTULO 2

1. G. Vaillant, Adaptation to Life (Adaptación a la vida) (Boston: Little, Brown, 1977), p. 219.
2. D. Levinson et. Al., The Seasons of a Man’s Life (Las estaciones de la vida de un hombre)
(Nueva York: Knopf, 1978), pp. 99-100.

141
3. Vaillant, Adaptation to Life, p. 218. Énfasis adicional.
4. Ibid. P. 219.

CAPÍTULO 3

1. L. Rubin, Women of a Certain Age: The Midlife Search for Self (Mujeres de cierta edad: la
búsqueda del sí mismo en la edad mediana) (Nueva York: Harper & Row, 1979).

2. Obviamente, este patrón clásico no es la única forma de solucionar problemas en relación al


trabajo y a la paternidad. Uno de los hallazgos más impactantes del Proyecto de Desarrollo
Adulto fue la notable diversidad de formas para distribuir el tiempo entre trabajo y familia,
usadas por un grupo altamente educado de hombres profesionales con carreras estructuradas.
En oposición a los principiantes que comenzaron con un matrimonio donde sólo uno trabajaba,
como el Sr. Henderson, el 10% de la muestra se casó poco tiempo después de haber terminado
los estudios, con mujeres que tenían sus propias carreras. Estos son principiantes con doble
carrera. El 25% de la muestra estaba actualmente casado, pero había postergado la paternidad
hasta los 30 años, mientras otro 20% tenía un matrimonio sin hijos a los 38 años. Véase S.
Osherson y D. Dill, “Varying Work and Family Choices: Their Impacto on Men’s Work
Satisfaction” (Cambiando las opciones de trabajo y familia: su impacto en la satisfacción
laboral de los hombres), Journal of Marriage and the Family, mayo 1983,pp. 339-46. La
socióloga Bernice Neugarten tiene razón cuando dice que el “reloj social” de nuestra sociedad
ya no da la hora tan claramente como antes –ya no hay una sola forma dominante o normativa
para distribuir el tiempo entre familia y trabajo. Como veremos más adelante, las tareas y
desafíos de los hombres de edad mediana, en estos distintos patrones, varían en cierta forma;
ser padre por primera vez a los 35 años es una experiencia muy diferente a la de despedirse de
un hijo adolescente a esa misma edad, aún cuando los hombres en estas distintas situaciones
asistan a la misma reunión.

3. G. Baruch, R. Barnett y C. Rivers, “A New Start for Women at Midlife” (Un Nuevo comienzo
para las mujeres de edad mediana), New York Times Magazine, diciembre 7, 1980, p. 198.

4. Rubin, Women of a Certain Age; M. F. Lowenthal, et al., Four Stages of Life (Cuatro etapas de
la vida) (San Francisco: Jossey-Bass, 1975); y S. Oscherson, Holding On or Letting Go: Men
and Career Change at Midlife (Quedarse pegado o dejarse llevar: los hombres y el cambio de
carrera en la edad mediana) (Nueva York: The Free Press, 1980).

5. D. Heath, “Some Posible Effects of Occupation on the Maturing of Professional Men”


(Algunos posibles efectos de ocupación en la madurez de hombres profesionales), Journal of
Vocational Behavior, 11 (1977): 263-81.

6. G. Lish, “A Protecting Father” (Un padre protector), New York Times Magazine, Julio 15,
1984, p. 50.

7. P. Wright y T. Keple, “Friends and Parents of a Sample of High School Juniors: An


Exploratory Study of Relationship Intensity and Interpersonal Rewards” (Amigos y padres en
una muestra de enseñanza media: estudio exploratorio de la intensidad de la relación y las

142
recompensas interpersonales), Journal of Marriage and the Family, 43, No. 3 (agosto 1981):
559-70.

8. F. Porter, “The Loved Son” (El hijo amado), en K. Moffett, Fairfiled Porter (Boston: Museum
of Fine Arts, 1983).

9. D. Levinson et al., The Seasons of a Man’s Life (Las estaciones de la vida de un hombre)
(Nueva York: Knopf, 1978), p. 200. Véase también D. Guttman, “Individual Adaptation in the
Midlife Years: Developmental Issues in the Masculine Mid-life Crisis” (Adaptación individual
en la edad mediana: aspectos del desarrollo en la crisis masculina de la edad mediana), Journal
of Geriatric Psychiatry, 9, (1976): 41-59.

10. M. Farell y S. Rosenberg, Men At Midlife (Los hombres en la edad mediana) (Boston: Auburn
House, 1981).

11. Ibid, p. 125

12. Ibid. p. 124.

13. E. Jacques, “Death and the Midlife Crisis” (La muerte y la crisis de la edad mediana),
Internacional Journal of Psychiatry, 46 (1965): 502-14. En este clásico artículo, Jacques está
especialmente interesado en la creciente percepción de la mortalidad que tiene una persona de
edad mediana y el sentido de fragmentación que puede surgir mientras el adulto lucha con un
residuo infantil de amor y rabia. Jacques nos recuerda que la lucha del niño con la vida y la
muerte ocurre en “un contexto donde la supervivencia del ser depende de sus objetos
externos”, particularmente de su madre, y de sus sentimientos caóticos hacia ellos. Jacques
comenta que “una persona que llega a la edad mediana sin haberse consolidado exitosamente
en su vida matrimonial y laboral, o habiéndose consolidado a través de una actitud maníaca y
de negación con el consecuente empobrecimiento emocional, estará mal preparada para
cumplir con las exigencias de la edad mediana y disfrutar de su madurez” (pp. 507, 511;
énfasis adicional). Me impresiona la frecuencia con que la salida de la mujer a trabajar y la
partida de los hijos, provocan imágenes de muerte y fragmentación en los hombres, como si la
reestructuración de la familia se convirtiera en una metáfora de la destrucción del cuerpo de la
madre.

14. Véase D. Ullian, “Why Boys Will Be Boys: A Structural Perspective” (Por qué los muchachos
serán muchachos: una perspectiva estructural), American Journal of Orthopsychiatry, 51
(1981): 493-501, y K. Toomey, “Johnny, I Hardly Knew Ye: Toward a Revision of the Theory
of Male Psychosexual Development” (Johnny, casi no te conocí: hacia una revision de la teoría
del desarrollo psicosexual masculino), American Journal of Othopsychiatry, 47 (1977): 184-
95.

15. Cuando los hombres se sienten necesitados, con frecuencia responden asumiendo actitudes de
tipo práctico, porque así han aprendido a ser cuidados. Sin embargo, la lucha de los hombres
para ser cuidados como niños está muy mezclada con agresión y castigo, ya que la respuesta de
muchos hombres necesitados es ponerse física o psicológicamente violentos, como si a nivel
inconsciente vieran sus necesidades como una evidencia de algo terriblemente negativo

143
consigo mismos, con sus esposas o con sus hijos. Esto explica por qué muchos hombres
exageran, volviéndose destructivos de sí mismos o de otros cuando la vida familiar es
frustrante.

16. M. Farell y S. Rosenberg, Men at Midlife, p. 142.

CAPÍTULO 4

1. Menning, “The Emotional Needs of the Infertile Couple” (Necesidades emocionales de la


pareja infértil), Fertility-Sterility, 34 (1980): 313-17, y H. Simons, “Infertility as an Emerging
Social Concern” (La infertilidad como una emergente preocupación social), tesis doctoral
calificada, no publicada, Heller Graduate School of Social Welfare, Brandeis University,
Waltham, Mass., 1980.

2. A. Shostak, citado en J. Wolinsky, “Men Often Phantom Figures in Emocional Abortion


Drama” (Los hombres a menudo son figuras fantasmas en el drama emocional del aborto),
APA Monitor, mayo 1984.

3. T. MacNab, “Infertility and Men: A Study of Change and Adaptative Choices in the Lives of
Involuntarily Childless Men” (La infertilidad y los hombres: estudio sobre el cambio y
opciones de adaptación en la vida de hombres sin hijos involuntariamente), disertación doctoral
no publicada, Fielding Institute, Berkeley, Calif., 1984, p. 64.

4. Ibid, p. 79.

5. Ibid.

6. Cuando me refiero a un feto como “un bebé”, lo que quiero destacar es la profunda conexión
emocional de los padres con el embarazo. La palabra “feto” puede disminuir la realidad de
esta conexión, al igual como “bebé” se puede usar para resaltar los hechos del desarrollo fetal.

7. Ibid, p. 134.

8. “Understanding Infertility” (Comprendiendo la infertilidad), Population Bulletin, Vol. 39, No.


5, diciembre 1984.

9. H. Pizer y C. O. Palinski, Coping UIT a Miscarriage (Sobrellevando una pérdida) (Nueva


York: New American Library, 1980).

10. MacNab, “Infertility and Men”, p. 138.

11. Ibid, p. 139.

12. M. D. Schecter, “About Adoptive Parents” (Acerca de los padres adoptivos), en E.J. Anthony y
T.E. Benedek, eds., Parenthood: Its Psychology and Psychopathology (Boston: Little, Brown,
1970), p. 359 (Parentalidad, Buenos Aires: Amorrortu, 1982).

144
13. “When Parents Lose a Child” (Cuando los padres pierden un hijo), The Keene Sentinel, agosto
1, 1983.

14. MacNab, “Infertility and Men”, p. 137.

15. Ibid., pp. 100-101.

16. Shostak, citado en Wolinsky, “Men Often Phantom Figures”.

17. Pizer y Palinski, Coping with a Miscarriage, pp. 119-21.

18. MacNab, “Infertility and Men”, p. 97.

19. A. B. Shostak y G. McLouth, Men and Abortion: Lessons, Losses, and Loves (Los hombres y
el aborto: lecciones, pérdidas y amores) (Nueva York: Praeger, 1984).

20. NacNab, “Infertility and Men”, p. 97.

21. B. Bettelheim, The Uses of Enchantment (Los usos del encantamiento) (Nueva York: Knopf,
1975),p. 6.

CAPÍTULO 5

1. “Opinions about motherhood: a Gallup /Levi’s maternity wear national poll” (Opiniones acerca
de la maternidad: encuesta Gallup / Levi en relación al uso del permiso maternal), San
Francisco: Levi Strauss and Co., septiembre 1983.

2. A. D. Beck, M. D. Young, B. Robson y D. Mandel, “Factors Which Influence Father’s


Involvement with Their Infants” (Factores que influyen en la relación de los padres con sus
hijos), Simposio en la Reunión Anual de la American Orthopsychiatric Association, Toronto,
abril 1984, y F. K. Grossman y W. S. Pollack, “Good-enough Fathering: A Longitudinal Focus
on Fathers Within a Father System” (No hay paternidad perfecta: visión longitudinal de los
padres dentro de un sistema paterno), trabajo presentado en la Reunión Anual del National
Council on Family Relations, San Francisco, 1984.

3. A. J. Stewart, M. Sokol, J. Healy, N. Chester y D. Weinstock-Savoy, “Adaptation to Life


Changes in Children and Adults: Cross-Sectional Studies” (Adaptación a los cambios de vida
en niños y adultos: estudios de una muestra representativa), Journal of Personality and Social
Psychology, 42, No. 6 (1982): 1278.

4. J. Updike, Copules (Parejas) (Nueva York: Knopf, 1968), y J. Didion, The White Album (El
álbum blanco) (Nueva York: Simon & Schuster, 1979).

5. E. Jakobson, “Development of the Wish for a child in Boys” (Desarrollo del deseo de la niñez
en los muchachos), The Psychoanalytic Study of the Child, 5 (1950): 144.

145
6. S. Osherson et al., 1984, “Expecting a Child: The Therapist’s Experience” (Esperando un hijo:
la experiencia de un terapeuta) (Boston: Simmons School of Social York), p. 70.

7. J. Maynard, Baby Love (Amor de bebé) (Nueva York: Avon, 1982), pp. 154-55.

8. S. Bittman y S. Rosenberg-Zalk, Expectant Fathers (Futuros padres) (Nueva York: Hawthorne,


1978), y W. H. Trethowan y M. F. Conlon, “The Couvade Syndrome” (El syndrome covada),
British Journal of Psychiatry, 111 (enero 1965): 57-66.

9. Bittman y Rosenberg-Zalk, Expectant Fathers.

10. C. Gilligan, In a Different Voice: Psychological Theory and Women’s Development (En un
tono diferente: teoría psicológica y desarrollo de las mujeres) (Cambridge: Harvard University
Press, 1982).

11. S. Feldman, S. Nash y B. Aschenbrenner, “Antecedents of Fathering” (Antecedentes de la


Paternidad), Child Development, 54: 1628-36.

CAPÍTULO 6

1. S. Elledge, E. B. White: A Biography (E.B.W.: una biografía) (Nueva York: Norton, 1984), p.
144.

2. D. Levinson et al., The Seasons of a Man’s Life (Las estaciones de la vida de un hombre)
(Nueva York: Knopf, 1978).

3. L. J. Kaplan, Oneness and Separateness: From Infant to Individual (Unidad y separación: de


niño a individuo) (Nueva York: Simon & Schuster, 1978). P. 67.

4. Ibid. Nótese que lo nutriente en la temprana infancia se relaciona con la “maternidad”; no se


menciona a la paternidad en este contexto.

5. R. Bly, “For my Son Noah, Ten Years Old” (Para mi hijo Noah, de 10 años), en J. Perlman, ed.,
Brother Songs: A Male Anthology of Poetry (Canciones de hermanos: antología de poesía
masculina) (Minneapolis: Holy Cow! Press, 1979).

6. A. J. Stewart, M. Sokol, J. Healy, N. Chester y D. Weinstock-Savoy,” Adaptation to Life


Changes in Children and Adults: Cross-Sectional Studies” (Adaptación a los cambios de vida
en niños y adultos: estudios de una muestra representativa), Journal of Personality and Social
Psychology, 42, No. 6 (1982): 1278, y M. Mahoney, “Intimacy and Social Support: The
Meanings of Relationship for Employed and Unemployed Mothers” (Intimidad y apoyo social:
significados de las relaciones para madres con trabajo y desempleadas), artículo no publicado,
School of Social Sciences, Hampshire College, Northampton, Mass.

7. Tanto hombres como mujeres asocian el hogar con la madre, entonces cuando éste se convierte
en un lugar confuso, los miembros de la familia se sienten abandonados por la madre –quien

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deja de ser nutriente, convirtiéndose ahora en una persona exigente. Los hombres pueden
experimentar de diversas maneras esta relación madre-hogar, dependiendo de sus experiencias
infantiles. Algunos pueden sentir este cambio del hogar y de la esposa-madre con cierta
tristeza interna: la madre les dice que crezcan, el niño no debe seguir agarrado a las polleras de
mamá. Para satisfacerse emocional y psicológicamente, estos hombres se refugian en el
trabajo, a menudo incitados por una típica fantasía masculina que consiste en creer que si
producen más, si trabajan mejor, su esposa se preocupará más de ellos. Otros hombres que han
tenido dificultades con la madre desde temprana edad, pueden vivir esta situación como algo
dañino para ellos: la madre en su contra, abandonándolos, dejándolos morir o matándolos.
Esas intolerables y aterradoras fantasías pueden llevar a conductas extrañas y descontroladas,
como abusar de la mujer o hijos, o abandonar a la familia. Algunos hombres pueden llegar a
abandonar a su familia o refugiarse en el trabajo como una manera de protegerla de su propia
ira frente al sentimiento de pérdida que sienten.
8. F. K. Grossman, “Separate and Together: Men’s Autonomy and Affiliation in the Transition to
Parenthood” (Separados y juntos: autonomía y afiliación de los hombres en la transición a la
paternidad), artículo no publicado, Department of Psychology, Boston University, Boston,
Mass., 1984, y P. Daniels y K. Weingarten, Sooner or Later: The Timing of Parenthood in
Adult Life (Tarde o temprano: las etapas de la paternidad en la vida adulta) (Nueva York:
Norton, 1982).
9. M. Greenberg y N. Morris, “Engrossment: The Newborn’s impact upon the Father’”
(Embebecimiento: impacto que ejerce el recién nacido sobre el padre), en S. Cath, A. Gurwitz y
J. M. Ross, eds., Father and Child: Clinical and Development Considerations (Padre e hijo:
consideraciones clínicas y de desarrollo) (Boston: Little, Brown, 1982).
10. G.J. Craig, Desarrollo psicológico (Naucálpan de Juárez, Prentice-Hall, 1988).
11. D. H. Heath, “What Meaning and Effects Does Fatherhhod Have for the Maturing of
Professional Men?” (¿Qué significado y efectos tiene la paternidad para la madurez de hombres
profesionales?), Merrill-Palmer Quarterly, Vol. 24, No. 4, 1978, idem, “Competent Fathers:
Their Personalities and Marriages” (Padres competentes: su personalidad y matrimonio),
Human Development, 19 (1976): 26-39 y M. Gerzon, A Choice of Heroes: The Changing
Faces of American Manhood (Una opción de héroes: los cambios de aspecto de la masculinidad
estadounidense) (Boston: Houghton-Miffin, 1982).
12. M. Goldstein, “Fathering: A Neglected Activity” (La paternidad: una actividad descuidada),
American Journal of Psychology, 37, No. 4 (invierno 1977): 325-26.
13. R. Saner, “Passing It On”, en R. Saner, Climbing Into the Roots (Ascendiendo hasta las raíces)
(Nueva York: Harper and Row, 1976).
14. Stewart et al., “Adaptation to Life Changes”, y Daniels y Weingarten, Sooner or Later.
15. Levinson, et al., Seasons of a Man’s Life.
16. Ibid., p. 236.
17. El proyecto de Paternidad de la Universidad de Boston, por ejemplo, ofrece cursos y talleres
para padres –con videos y ejercicios escritos – para enseñarles a los hombres las habilidades
emocionales de la paternidad.
18. D. Hall, “My Son, My Excutioner” (Mi hijo, mi verdugo), The Alligator Bride (La novia del
lagarto) (Nueva York: Harper and Row, 1969).

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CAPÍTULO 7

1. M. Acker, “With Natural Piety: Letters of Adult Men to Their Fathers” (Con piedad natural:
cartas de hombres adultos a sus padres), artículo no publicado, Universidad de Oregon,
División de Orientación y Psicología Educacional, Eugene, Oregon, 1982, p. 2.
2. K. Thompson, “What Men Really Want: An Interview with Robert Bly” (Lo que los hombres
realmente quieren: entrevista con R. B), New Age, mayo 1982, p. 51.
3. Heroes and Strangers: A Film About Men, Emotions, and the Family (Héroes y extraños: un
filme acerca de los hombres, las emociones y la familia), 1984, New Day Films, c/o Lorna
Rasmussen, 412 W. Fairmount Ave., State College, Pa. 16801.
4. S. Osherson, Holding On or Letting Go: Men and Career Change at Midlife (Quedarse pegado
o dejarse llevar: los hombres y el cambio de carrera en la edad mediana) (Nueva York: The
Free Press, 1980).
5. S. Bodian, “To My Father on His Seventieth Birthday” (A mi padre en su septuagésimo
cumpleaños), The Men’s Journal, agosto 1984, p. 9.
6. T. J. Cottle, Like Father, Like Son: Portraits of Intimacy and Strain (De tal palo, tal astilla:
retratos de intimidad y tension) (Norwood, N. J. Ablex, 1981).
7. R. Bly, “Finding the Father” (En busca del padre), en R. Bly, This Body is Made of Camphor
and Gopherwood (Este cuerpo está hecho de alcanfor y Madera de ciprés) (Nueva York:
Harper and Row, 1977).
8. B. Springsteen, “My Father’s House” (La casa de mi padre), disco album Nebraska, Columbia
Records, Nueva York, 1982.
9. Evidentemente, éste no es un problema exclusivo de los hijos varones. Una mujer de 35 años
relató lo mal que se había sentido al tratar de resolver las cosas con un padre que ya no era la
misma persona con la que ella había peleado tanto en su adolescencia. “A los 23 años fui a
casa a batallar con mi padre y gané. Se entregó rápidamente, era un hombre vencido… Fue
una situación de gané / perdí muy extraña”. Sus palabras nos recuerdan que muchas mujeres
también crecen con una imagen herida del padre, sintiéndose abandonadas o rechazadas por un
padre en quien se basaba su sentido de la masculinidad. Linda Leonard explora la “herida
padre-hija” en su libro The Wounded Woman, y señala que los problemas de intimidad y
profesionales de las mujeres adultas, con mucha frecuencia están ligados a una relación dañada
con el padre, debido al lugar idealizado que éste ocupa en la familia. Leonard considera que
una de las principales tareas para el desarrollo de la mujer adulta es redimir la imagen interna
del padre: “Para que comprenda la promesa no cumplida de éste y vea cómo esa paternidad ha
afectado su vida”. Véase L. Leonard, The Wounded Woman (La mujer herida) (Boulder,
Colo.: Shambhala, 1983), p. xix.

En mi práctica clínica, me he encontrado frecuentemente con mujeres con su autoestima


mutilada por un sentimiento de rechazo emocional o traición de su padre. La enorme era que
sienten estas mujeres hacia los hombres se basa en la herida narcisista que han tenido que
soportar en una familia que secretamente adora al padre, mientras la madre –figura crucial para
su identificación – parece estar emocionalmente “muerta”. La diferencia con la relación
padre-hijo es que a menudo la hija mantendrá alguna vía de comunicación y reconciliación con
el padre, cosa que es negada al hijo debido a la tendencia masculina de mantener una falsa
apariencia de separación e “independencia”. Sin negar el dolor de muchas hijas, debemos
reconocer que la competitividad e intensidad del vínculo padre-hijo agregan una especial
complejidad a la tarea de los hombres para sanar al padre herido.

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10. F. F. Furstenberg, J. L. Petersen, C. Nord y N. Zill, « Life Course of Children of Divorce :
Marital Disruption in Parental Contact » (El curso de la vida de los hijos de divorciados :
contacto con los padres en la ruptura matrimonial), American Sociological Review, 48 (1983 :
656-68).
11. W. Stevens, “Recitation Alter Dinner” (Recitación después de la cena), en Opus Posthumous:
Poems, Plays, Prose (Opus póstumo: poemas, obras de teatro, prosa), ed. S.F. Morse (Nueva
York: Vintage, 1982), p. 87.

“Al encuentro con el padre” como la vida de un hombre es moldeada por la relación con su padre,
Osherson, Samuel, Ed. Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 1993.

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