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TAPADA LIMEÑA

ANTECEDENTES

En la época del virreinato, varios virreyes intentaron banalmente prohibir

el uso de la manta.

Igualmente acaeció con el entonces arzobispo Toribio Alfonso

de Mogrovejo pronunció en 1583, un enérgico rechazo a la limeña costumbre de usar la


saya y el manto como prendas habituales con que vestían las mujeres en la capital el
cual intervino en el Tercer Concilio Limense donde acusó a las

tapadas de incurrir en un delito no dejándose reconocer por las calles y

cubriéndose el rostro, lo que les permitía el anonimato para gozar de libertades

impropias a ellas y promover escándalo en público sin sentir vergüenza alguna.

ORIGEN

Como se sabe, la presencia de musulmanes españoles en las Américas se registra desde la


etapa precolonial, con los primeros esclavos moros que llegaron al Continente Americano.

en la concepción española, los moros estaban ligados a los negros, con los cuales compartían
un común denominador que era la condición de esclavos.

No obstante, se diferenciaban de aquellos que provenían del África Occidental o del África
ecuatorial en cuanto a la proporción de género, la mayoría eran mujeres, es decir cuatro a
cinco esclavas moras por cada esclavo varón.

La mayoría de los esclavos moros eran diestros en labores agrícolas, artesanales o de


albañilería, actividades productivas que encajaban bien en una sociedad que trataba de
reproducir la vida de España en las Américas; de ahí, su rápido aculturamiento. En el
Continente Americano, a diferencia de lo que ocurría en España, los moros no eran percibidos
como una amenaza, sino como una necesidad para la sociedad colonial que emergía. La
escasez de mujeres españolas libres en la época, impulsó la introducción reglamentada y no
reglamentada de esclavas morunas. “Las moriscas servían, pues, para satisfacer la necesidad
de mujeres de los conquistadores... Comprar una morisca significaba adquirir un ama de llaves
y una concubina”. Como consecuencia, el afán de los españoles de traer mujeres europeas
para asegurar la formación de una sociedad hispánica, conduce a que las primeras “mujeres
españolas” que cumplen dicho cometido en las Américas sean en realidad esclavas moras. Con
el paso del tiempo, algunas de estas cautivas moriscas permanecieron en posiciones
marginales –criadas, lavanderas, labradoras, alfareras, cocineras o amas de leche–, pero otras
se encumbraron socialmente e influyeron en la sociedad colonial.

Además de sus habilidades agrícolas y alfareras, las esclavas moras trajeron consigo muchos
hábitos caseros entre

los que destacan primordialmente sus destrezas culinarias y su singular atavío. Este último
va a dejar su huella
innegable en las famosas tapadas limeñas, mujeres que vestían un traje compuesto por una
saya y un manto, que

usaban para salir al ámbito público y evitar ser reconocidas, pues sólo un ojo de su rostro
quedaba al descubierto. El

hecho de dejar al descubierto un ojo, daba a este atuendo un toque de misterio y de


coquetería a la vez. Existían varias versiones de este vestuario femenino entre las que cabe
destacar: la encanutada y la desplegada. El estilo encanutado se componía de una saya muy
estrecha y pegada al cuerpo de la mujer, que dibujaba los contornos de

su silueta. Sobre la saya, un jubón o blusón blanco con mangas cortas dejaba al descubierto los
antebrazos. Y con

una mano, la mujer se sostenía un manto que tapaba su rostro excepto uno de sus ojos, un
chal complementaba este

atuendo. La segunda versión, la desplegada, difería de la primera particularmente en el corte


de la saya, la cual era mucho más amplia y acampanada, cubriendo por completo las curvas
femeninas.

CARACTERISTICA

El atuendo característico de la tapada connotaba insinuación, coquetería, prohibición y juego


de seducción. Con todo, no dejaba de ser un vestido: la saya contorneaba las caderas y el
manto cubría la cabeza y el rostro, excepto, por supuesto, un único ojo. La tapada era un
símbolo de la libertad de las mujeres limeñas y este símbolo era usada para distinguirse de
mujeres de otras clases y raíces. Tras el manto podía habitar una abuela desdentada, así
como una mujer tuerta picada por la viruela. Las posibilidades eran muchas como muchos
debieron ser las ocasiones en que muchachos galantes q derrocharon piropos ante esposas,
cuñadas, suegras, madres o hijas que podían ocultar su verdadera identidad tras los mantos.

La saya era una falda de seda grande y larga, de colores azul, castaño, verde o negro. Para
asegurarla se usaba un cinturón que la ceñía al talle de la mujer. No era extraño que algunas
menos agraciadas usaran caderas postizas que exageraban sus dotes naturales. Por debajo de
esta falda se podía ver el pequeño pie (calzado con un zapato de raso bordado) que también
hizo famosas a las antiguas limeñas. El manto también era de seda, se ataba a la cintura y subía
por la espalda hasta cubrir la cabeza y el rostro, dejando al descubierto tan sólo un ojo y acaso
los brazos. Este manto era usualmente un tejido simple para que las tapadas no distinguirse en
público y retener el anonimato.

DECLIVE
 la tapada limeña no fue una moda pues la resistencia al cambio y el apego a la tradición
denotan una estabilidad una comodidad que permitió el chismorreo, las intrigas y otras
costumbres limeñas. Sin embargo, tras trescientos años de vigencia, la tapada fue
desapareciendo y hacia 1860, la moda afrancesada había desplazado a la saya y el
manto.

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