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Por eso Un guapo del novecientos: porque a los chicos del siglo XXI, las formas
de la lealtad del siglo XIX y comienzos del XX les parecen las costumbres de un pueblo
extranjero; porque el guapo tiene que ser pensado en ese suelo remoto, donde es posible
también imaginar diferentes patrones de relación entre política, lealtad y violencia. Y, lo
que no deja de ser importante, porque los personajes de la obra de Eichelbaum hablan
una lengua que a los chicos educados en el teveñol (español rioplatense desnutrido) les
puede parecer curiosa y podría resultar interesante que la aprendieran. Con Un guapo
del novecientos la escuela deliberadamente funciona como una máquina que no replica
la realidad de lo que recibe, sino que construye, que intenta construir, contra todas las
dificultades, una experiencia diferente de las que se tienen en el mundo audiovisual, en
el shopping o en la pobreza. Al elegir Un guapo del novecientos, la escuela les dice a
esos chicos varias cosas: la primera es que allí, en la escuela, alguien toma por ellos
decisiones que ellos no están en condiciones de tomar por sí mismos (armar un
programa de lecturas no puede convertirse en un concurso de popularidad infanto-
juvenil); en segundo lugar, que ellos están en la escuela para salir con una cabeza
transformada por lo que aprenden, y no con un perfeccionamiento de lo que ya saben
(¡hoy, chicos, analizamos una canción que todos ustedes conocen!).
Por supuesto, para esto se necesita plata: o la tienen los padres, o la debe invertir
el Estado para los chicos cuyos padres no la poseen.
1-b) Documento iconográfico, tomado de http://internalcomms.com.ar/page/15/
2.a) http://www.lanacion.com.ar/1357018-los-videojuegos-tambien-una-fuente-de-
aprendizaje, 13 de marzo de 2011
Otra mirada sobre un pasatiempo moderno una vía educativa informal
Los videojuegos, también una fuente de aprendizaje
Sin embargo, existe una escuela que los hace: la ORT, donde se estudia para ser
bachiller en tecnología de la información y la comunicación (TIC), electrónica,
informática y otras especialidades técnicas. Sus autoridades explicaron a La Nación
cómo aplican los videojuegos creados por los alumnos para ayudar en la experiencia
educativa.
Creo que hay una decisión del sistema educativo de abrirles las puertas a estas
nuevas herramientas", concluyó Etkin.
2.b) Portada de la revista satírica estadounidense Mad, de 1982, cuando elige a
Pacman como personaje del año
3-a) ¿El opio de los pueblos?, de Eduardo Galeano, en Fútbol a sol y a sombra
Nací, he vivido y moriré en la ciudad y alejarme de la urbe, aun cuando sea por
un fin de semana, es una servidumbre a la que me someto a veces por obligación
familiar o razón de trabajo, pero siempre con disgusto. (...)
Entiendo que, a gentes como usted, un paisaje aliñado con vacas paciendo entre
olorosas yerbas o cabritas que olisquean algarrobos, les alboroza el corazón y hace
experimentar el éxtasis del jovenzuelo que por primera vez contempla una mujer
desnuda. (...)
Sé que ofendo sus más caras creencias, pues no ignoro que usted y los suyos -
¡otra conspiración colectivista!- están convencidos, o van camino de estarlo, de que los
animales tienen derechos y acaso alma, todos, sin excluir al anófeles palúdico, la hiena
carroñera, la sibilante cobra y la piraña voraz. Yo confieso paladinamente que para mí
los animales tienen un interés comestible, decorativo y acaso deportivo. (...)
Por las razones susodichas, no contribuiré con un solo centavo a los fondos de la
Asociación Clorofila y Bosta que usted preside y haré cuanto esté a mi alcance (muy
poco, tranquilícese), para que sus fines no se cumplan y a su bucólica1 filosofía la
arrolle ese objeto emblemático de la odia y cultura que usted yo venero: el camión.
1
Que evoca de modo idealizado el campo o la vida en el campo.
Unidad 2, El juguete rabioso, de Roberto Arlt. La inmigración /
El rol de los libros, de las lecturas, en la vida de un joven
5.a) http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-119729-2009-02-09.html
Sección “El país”, del diario Página 12, 9/9/09
En los últimos tres años, 700 mil personas pidieron la residencia
Desde Paraguay y Bolivia, y también de Estados Unidos
Entre el blanqueo y los nuevos arribos, Argentina sigue siendo un país receptor, según
Migraciones. El proceso derriba los mitos que se crean alrededor de la inmigración
sobre empleo, escolaridad y diferencias culturales.
En los últimos tres años pidieron su radicación en la Argentina nada menos que
700.000 personas, multiplicando por diez las cifras de los primeros años de la década.
Es cierto que el crecimiento económico hizo atractivo el país, sobre todo para quienes
provienen de países vecinos menos prósperos, pero la explosión de radicaciones no
tiene tanto que ver con entrada de extranjeros al país sino con un inmenso blanqueo que
permitió salir de la clandestinidad a centenares de miles de personas que estaban
ilegalmente en la Argentina. Por primera vez en décadas, la cantidad de paraguayos que
se instalan en la Argentina supera a la de los bolivianos, lo que también se explica
porque la llegada de Evo Morales al gobierno del vecino país decidió a muchos
hombres y mujeres del Altiplano a quedarse en Bolivia e incluso a varios miles que
vivían en la Argentina a retornar a su país. Los datos demuestran un llamativo
crecimiento de la radicación de colombianos –que parecen dejar su patria por el
conflicto político-social–, sigue en aumento continuo la llegada de peruanos y también
asciende la cantidad de chinos. Asombrosamente, también se duplicó la cifra de
norteamericanos que piden la radicación. La política de regularización y puertas abiertas
se exhibe también en otro dato: en 2008 apenas 40 personas fueron expulsadas de la
Argentina, casi todas por antecedentes en materia de tráfico de drogas.
- La presencia de chinos, casi todos ellos de la provincia más pobre de ese país,
Fujian, siguió aumentando en forma constante, aunque parece cambiar la tendencia en
los últimos meses. (…)
- En las calles parece haber una proporción alta de senegaleses. Las cifras
desmienten esa impresión. Apenas llegaron unos 350 en 2008, aunque en Migraciones
sospechan que existe algún tipo de organización que los trae para sumarlos a la venta de
artesanías.
Uno de los grandes interrogantes es cómo jugará la crisis global en las corrientes
migratorias desde y hacia la Argentina. La impresión es que las personas tienden a
arriesgar poco en situaciones como la actual y no hay grandes movimientos porque no
existe certeza de que el lugar al que se pretende ir está mejor que el país en el que uno
nació. (…)
A finales de los años 70, hice varios reportajes sobre la sociedad peruana; estuve
repetidas veces en los pueblos jóvenes, eufemismo bajo el que se ocultan las barriadas
de miseria de Lima.
Ahora he atravesado de nuevo esos barrios malditos, y me he vuelto a sentir
sobrecogida. Lima tiene unos ocho millones de habitantes, y tal vez cinco o seis
millones vivan en ese cinturón misérrimo y terrible. Son colinas y colinas de arenales
grisáceos, resecos y polvorientos, apretadamente cubiertos por chabolas. Es la fealdad y
la desolación más absolutas, es un infierno que nunca acaba, porque una enorme
cantidad de personas ocupan una extensión abrumadora.
La mayor parte del mundo es así, y la protegida existencia que llevamos en
nuestra pequeña y rica esquina es una excepción, una anomalía. Viajar puede servir para
eso: para acercarse a lo real, a la verdad de las cosas. A veces viajar te enseña más que
un doctorado.
Y esa enseñanza no es sólo negativa, por supuesto. No sólo volvemos a aprender
que el mundo está lleno de miseria, por ejemplo, sino que además nos encontramos con
una vida poderosa, desnuda, la vida generosa y descomunal.
Y es que en mitad de toda esa mugre polvorienta, doscientos libreros se han
federado y han montado una feria permanente. Desde hace cinco años, y sin ningún
apoyo del Gobierno, estos libreros, que son gente modesta, incluso muy pobre, han
conseguido la increíble proeza de cubrir un solar con dos centenares de casetas llenas a
rebosar de libros de segunda mano. Hay de todo, desde manuales de textos hasta obras
literarias, desde volúmenes destrozados y comidos por el tiempo a ejemplares bien
conservados. Además de abrir las casetas todos los días, esta gente increíble organiza
ferias ambulantes por Perú. Meten un montón de libros en sus camionetas y se van hasta
los extremos más remotos de ese bello país.
Para mi visita habían organizado uno de los actos públicos más hermosos, por lo
auténtico, en los que he participado en toda mi vida.
Cuando nos marchamos, los libreros nos aplaudían desde sus casetas y se
llevaban la mano al corazón en señal de afecto. Seguramente no habían leído nunca
nada mío; aplaudían sólo porque soy escritora, sólo porque pertenezco a ese mundo
cultural al que ellos han entregado su vida, sólo porque son generosos, y esforzados, y
utópicos pero al mismo tiempo, tan reales. Y yo me fui con la certidumbre de que era yo
quien tenía que haberles aplaudido, por haberme permitido conocerles y por haberme
enseñado, una vez más, la maravillosa capacidad del ser humano para sobreponerse a
las circunstancias y crear una realidad más digna y más justa.
Alguna vez, a lo largo de estos largos años, pudieron mirarse al espejo: vieron a
otro. Flacos como “fakires”, triturados por la tortura incesante, los “rehenes” de la
dictadura militar uruguaya anduvieron de cuartel en cuartel, condenados a la soledad de
calabozos poco más grandes que un ataúd. Nada de calabozos poco más grandes que un
ataúd. No podían hablar ni siquiera con las cosas. En las celdas no había cosas, no
había nada. Dormían sobre el helado suelo de hormigón, sobresaltados por cualquier
ruido de rejas o paso de botas que podía anunciar una nueva ronda de torturas. A veces
no les daban ni agua, y ellos bebían sus propios orines. A veces les negaban comida, y
ellos comían moscas, gusanos, papeles, tierra. A veces ocurría un milagro: una ráfaga de
aire fresco traía un aroma de naranjas por algún agujerito de la ventana tapiada; o por el
agujerito entraba un bichito de luz, o una pluma de pájaro. Y a veces resonaba, en la
pared, algún mensaje del preso vecino: un mensaje dicho con los nudillos de los dedos.
Esta obra celebra una victoria de la palabra humana. Dos de los “rehenes”,
Mauricio Rosencof y el “Ñato” Fernández Huidobro, evocan en estas páginas su
experiencia en aquel reino del silencio y del terror. Cuentan cómo lograron salvar su
condición humana, prendidos a la vida “como la hiedra al muro”, contra un sistema que
quiso volverlos locos y convertirlos en cosas.
Perdido en el corazón
De la grande Babylon
Me dicen el clandestino
Por no llevar papel
Perdido en el corazón
De la grande Babylon
Me dicen el clandestino
Yo soy el quiebra ley
Perdido en el corazón
(…)
-Cuarenta años más tarde, en 1953, cuando Dawson había fallecido. Los
investigadores descubrieron que los restos habían sido teñidos, limados, tallados y
enterrados en el pozo donde fueron hallados. Sin embargo, el descubrimiento de
Dawson fue apoyado por personajes importantes del mundo científico de la época como
Arthur Smith Woodward, director del Departamento de Geología del Museo Británico
de Historia Natural y presidente de la Sociedad Geológica. (…)
-Pienso que tal vez haya una idea errónea de lo que denominamos divulgación
científica. Se cree que el modo de interesar al lector consiste en allanarle toda dificultad,
con explicaciones triviales y un estilo que remita a una realidad trivial. Es un error
porque uno puede interesarse también por lo que no entiende. Informar sin remitir a
ninguna realidad desconocida para el lector es informar para el olvido. La literatura,
como la ciencia, es en principio un acto de fe en la complejidad.
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9-b) “El idioma analítico de John Wilkins”, de Jorge Luis Borges, fragmento:
2
Las de una obra que acaba de comentar
9.c) Capricho 43, del pintor Francisco de Goya y Lucientes, España 1746-
Francia 1848)
UNIDAD 6, La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa.
La elección de una carrera
10) Capítulo 1,- fragmento- por Gabriel García Márquez, en su autobiografía Vivir
para contarla, 2002
Desde el principio de la conversación me sentí ante el doctor con la misma edad
que tenía cuando le hacía burlas por la ventana, de modo que me intimidó cuando se
dirigió a mí con la seriedad y el afecto con que hablaba a mi madre. Cuando era niño, en
situaciones difíciles, trataba de disimular mi ofuscación con parpadeo rápido y continuo.
Aquel reflejo incontrolable me volvió de pronto cuando el doctor me miró. El calor se
había vuelto insoportable. Permanecí al margen de la conversación por un rato,
preguntándome cómo era posible que aquel anciano afable y nostálgico hubiera sido el
terror de mi infancia. De pronto, al cabo de una larga pausa (…), me miró con una
sonrisa de abuelo.
-Así que tú eres el gran Gabito –me dijo. ¿Qué estudias?
Disimulé la ofuscación con un recuento espectral de mis estudios: bachillerato
completo y bien calificado en un internado oficial, dos años y unos meses de derecho
caótico, periodismo empírico. Mi madre me escuchó y en seguida buscó el apoyo del
doctor.
– Imagínese, compadre –dijo–, quiere ser escritor.
Al doctor le resplandecieron los ojos en el rostro.
– – ¡Qué maravilla, comadre! –dijo. Es un regalo del cielo. –Y se volvió
hacia mí
– – :¿Poesía?
– – Novela y cuento –le dije, con el alma en un hilo.
Él se entusiasmó:
– ¿Leíste Doña Bárbara?
– – Por supuesto -le contesté-, y casi todo lo demás de Rómulo Gallegos.
Como resucitado por un entusiasmo súbito nos contó que lo había conocido en
una conferencia y le pareció un digno autor de sus libros. (…) la comunicación tan fácil
y cordial con el hombre que había sido el pavor de mi infancia me parecía un milagro, y
preferí coincidir con su entusiasmo. Le hablé de «La Jirafa» –mi nota diaria en El
Heraldo– y le avancé la primicia de que muy pronto pensábamos publicar una revista en
la que fundábamos grandes esperanzas. Ya más seguro, le conté el proyecto y hasta le
anticipé el nombre: Crónica.
Él me escrutó de arriba abajo.
– No sé cómo escribes –me dijo–, pero ya hablas como escritor.
Mi madre se apresuró a explicar la verdad: nadie se oponía a que fuera escritor,
siempre que hiciera una carrera académica que me diera un piso firme. El doctor
minimizó todo, y habló de la carrera de escritor. También él hubiera querido serlo, pero
sus padres, con los mismos argumentos de ella, lo obligaron a estudiar medicina cuando
no lograron que fuera militar.
– Pues mire usted, comadre –concluyó. Médico soy y aquí me tiene
usted, sin saber cuántos de mis enfermos se han muerto por la voluntad
de Dios y cuántos por mis medicinas.
Mi madre se sintió perdida.
– Lo peor –dijo– es que dejó de estudiar derecho después de tantos
esfuerzos que hicimos por sostenerlo.
Al doctor, por el contrario, le pareció la prueba espléndida de una vocación
arrasadora: la única fuerza capaz de disputarle sus fueros al amor. Y en especial la
vocación artística, la más misteriosa de todas, a la cual se consagra la vida íntegra sin
esperar nada de ella. – Es algo que se trae dentro desde que se nace y contrariarla es lo
peor para la salud –dijo él.
11) Capítulo V- El cadete de la suerte,- fragmento- por Mario Vargas Llosa en su
autobiografía El pez en el agua, 2003
En los años que viví con mi padre, hasta que entré al Leoncio Prado, en 1950, se
desvaneció la inocencia, la visión candorosa del mundo que mi madre, mis abuelos y
mis tíos me habían infundido. En esos tres años descubrí la crueldad, el miedo, el
rencor, dimensión tortuosa y violenta que está siempre, a veces más y a veces menos,
contrapesando el lado generoso y bienhechor de todo destino humano. Y es probable
que sin el desprecio de mi progenitor por la literatura, nunca hubiera perseverado yo de
manera tan obstinada en lo que era entonces un juego, pero se iría convirtiendo en algo
obsesivo y perentorio: una vocación. Si en esos años no hubiera sufrido tanto a su lado,
y no hubiera sentido que aquello era lo que más podía decepcionarlo, probablemente no
sería ahora un escritor.
Que yo entrara al Colegio Militar Leoncio Prado daba vueltas a mi padre desde
que me llevó a vivir con él. Me lo anunciaba cuando me reñía y cuando se lamentaba de
que los Llosa me hubieran criado como un niño engreído. No sé si estaba bien enterado
de cómo funcionaba el Leoncio Prado. Me figuro que no, pues no se habría hecho tantas
ilusiones. Su idea era la de muchos papás de clase media con hijos díscolos, rebeldes,
inhibidos o sospechosos de mariconería: que un colegio militar, con instructores que
eran oficiales de carrera, haría de ellos hombrecitos disciplinados, corajudos,
respetuosos de la autoridad y con los huevos bien puestos.
Como en esa época no se me pasaba por la cabeza la idea de ser algún día sólo
un escritor, cuando me preguntaban qué sería de grande, mi respuesta era: marino. Me
gustaban el mar y las novelas de aventuras, y ser marino me parecía congeniar esas dos
aficiones. Entrar a un colegio militar, cuyos alumnos recibían grados de oficiales de
reserva, resultaba una buena antesala para un aspirante a la Escuela Naval.
Así que cuando, al terminar el segundo de secundaria, mi padre me matriculó en
una academia del jirón Lampa, en el centro de Lima, para prepararme al examen de
ingreso al Leoncio Prado, tomé el proyecto con entusiasmo. Ir interno, vestir uniforme,
desfilar el 28 de julio junto a los cadetes de la Aviación, la Marina y el Ejército, sería
divertido. Y vivir lejos de él, toda la semana, todavía mejor.
El examen de ingreso consistía en pruebas físicas y académicas, a lo largo de
tres días, en el inmenso recinto del colegio, a orillas de los acantilados de La Perla, y el
mar rugiendo a sus pies. Aprobé los exámenes y en marzo de 1950, días antes de
cumplir los catorce años, comparecí en el colegio con cierta excitación por lo que iba a
encontrar allí, preguntándome si no serían muy duros esos meses de encierro hasta la
primera salida. (Los cadetes del tercer año salían a la calle por primera vez el 7 de junio,
día de la bandera, luego de haber aprendido los rudimentos de la vida militar.)
Los «perros», alumnos de tercero de la séptima promoción, éramos unos
trescientos, divididos en once o doce secciones, según nuestra altura. Yo estaba entre
los más altos, de manera que me tocó la segunda sección. (En cuarto año me pasarían a
la primera.) Tres secciones formaban una compañía, bajo el mando de un teniente y un
suboficial. El teniente de nuestra compañía se llamaba Olivera; nuestro suboficial,
Guardamino.
El teniente Olivera nos hizo formar, nos llevó a nuestras cuadras, nos distribuyó
camas y roperos —eran camas camarote y a mí me tocó la segunda de la entrada, arriba
—, nos hizo cambiar nuestras ropas de paisano por los uniformes de diario —camisa y
pantalón de dril verde, cristina y botines de cuero café— y, formados de nuevo en el
patio, nos dio las instrucciones básicas sobre el respeto, el saludo y el tratamiento al
superior. Y luego nos formaron a todas las compañías del año para que el director del
colegio, el coronel Marcial Romero Pardo, nos diera la bienvenida. Estoy seguro de que
habló de «los valores supremos del espíritu», tema que recurría en sus discursos.
Luego nos llevaron a almorzar, en el enorme pabellón, al otro lado de una
explanada de césped en la que se paseaba una vicuña y donde vimos por primera vez a
nuestros superiores: los cadetes de cuarto y de quinto. Todos mirábamos con curiosidad
y algo de alarma a los de cuarto, pues serían ellos los que nos bautizarían. Los perros
sabíamos que el bautizo era la prueba amarga por la que había que pasar. Ahora,
acabando este rancho, los de cuarto se desquitarían con nosotros de lo que les habían
hecho a ellos, en un día como éste, el año anterior.
Unidad 7. El llano en llamas, de Juan Rulfo- selección de
cuentos- La violencia en la sociedad, historia y presente
Sueños de poder
“La narcomúsica con- lleva la intención de presentar como personajes épicos y
triunfadores a quienes viven al margen de la ley. Las reseñas de la vida delictiva, muerte
o captura de hombres y mujeres ligados a la delincuencia organizada, son escuchadas en
forma estridente por jóvenes a bordo de camionetas Hummer, Lobo o poderosas 4x4”,
añadió el experto.
En Sinaloa, esa música fue desterrada por presión de las autoridades a las
estaciones de radio y televisión desde enero de 2001, como parte de un programa de
combate al tráfico de drogas, pero encontró otras alternativas de divulgación a través de
su reproducción masiva en casetes y CD para consumo particular.
Lo concreto es que sigo sin entender a qué conduce ofrecer puertas de entrada a
la fama y notoriedad que no tengan que ver con las condiciones, el talento, la vocación,
la inspiración, el estudio y la disciplina, creando universos falsos, cerrados,
claustrofóbicos y asfixiantes. Algunos superan esa etapa y pueden encarrilar sus vidas.
Otros, la mayoría, caen en la depresión al perder esa fama puro cuento que el juego les
dió. Eso no lo puedo aceptar, es como hacerles vivir el paraíso y mandarlos al infierno
en seis meses. Los pibes no se lo merecen.
14-b) Diario El país, 24/03/2009 REPORTAJE, por CARMEN PÉREZ-
LANZAC / REYES RINCÓN
(…). "La intimidad tal como la hemos entendido en los últimos dos siglos
también es un producto social en el que hemos sido educados", apunta Errasti. "Hace
siglos las emociones también se vivían de forma muy pública. En la sociedad medieval
estaban las plañideras... Digamos que ha habido un paréntesis y ahora estamos en un
momento de transición. La intimidad como se entendía en los siglos XIX y XX sigue
existiendo, por supuesto, pero para un porcentaje creciente de gente ya no es la forma
más importante de vivir su identidad. La extimidad le está haciendo a la intimidad algo
parecido a lo que el teléfono móvil le ha hecho al fijo: siguen existiendo teléfonos fijos,
siguen usándose, pero están empezando a dejar de ser el prototipo de teléfono".
¿A dónde nos llevan estos cambios? "Es difícil decir qué va a pasar", explica la
antropóloga Paula Sibilia. "Seguramente no será nuestra generación quien mejor lo
explique porque nos ha cogido en medio. Yo nací sin móvil, correo electrónico ni
Internet. (…) Son tantos cambios y tan profundos que serán más visibles en la nueva
generación. Yo prefiero verlo con optimismo. Quizá esta nueva forma nos libere de
algunas de las trabas morales que arrastramos".
"Nadie sabe hacia dónde nos llevan estos cambios al igual que este cambio no lo
había previsto nadie", interviene José Errasti. "(…) Lo que sí sabemos es que el
voyeurismo emocional produce mucha tolerancia y sucede como con las drogas: que
cada vez hay que ir subiendo la dosis. Hace 10 años la primera edición de Gran
Hermano congeló al país. Hoy en día ese programa aburriría (…). Los programadores
televisivos han tenido que ir subiendo mucho la dosis para que la gente siga viendo la
televisión. Estos días el caso de Jade Goody nos ha conmocionado, pero dentro unos
años quizá zapeemos aburridos y sólo veamos operaciones a corazón abierto. Teniendo
en cuenta la transformación que ha experimentado el ámbito de lo íntimo en la última
década no tenemos ni idea de cómo va a evolucionar en los próximos diez años".