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La Ilusionista Carlota Garrido

GUIÓN: EL NEW YORK TIMES CONTRA HARVEY WEINSTEIN

Fragmento Ana Tramel

PRESENTACIÓN

Fragmento Sospechosos Habituales

Todo empezó con un tweet: “ Era un secreto a voces en Hollywood y los medios de comunicación
me humillaron mientras adulaban a un violador”. El tweet era de la actriz Rose McGowan con el
hastag #porquelasmujeresnodenuncian. Cuando las periodistas del New york Times Jodi Kantor y
Megan Twohey se embarcaron en 2017 en la investigación sobre Harvey Weinstein, no sabían qué
tenían entre manos. Decir esto no quita un ápice de valentía y tesón al trabajo que llevaron a cabo,
pero es la verdad, no lo sabían. Harvey Weisntein, aunque era un hombre muy poderoso en
Hollywood que había estado detrás de las grandes producciones de los noventa, no era conocido
para el público mundial. En otras palabras, no era como Donald Trump, ni como Bill Clinton. Tenía
fama de mujeriego y vividor en un sistema, el de los estudios, que toleraba estas prácticas como el
modo habitual con el que las actrices se habían hecho siempre con los papeles en las grandes
producciones, el llamado casting de sofá, al que todo el mundo le rendía risitas burlonas y que tenía
su propia estatua en los teatros de Los Ángeles. Weinstein no era una pieza de caza de mayor. Y
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además, tenía fama de defender las causas progresistas y de prestar su apoyo a los candidatos
demócratas. Las periodistas tuvieron qué decidir por qué aquella investigación valía más la pena
que otras, como las declaraciones que había hecho Trump en una cadena de televisión diciendo que
a las mujeres había que cogerlas del coño.

¿Qué les hizo decidirse por el caso Weinstein? Una revelación grave que había hecho la actriz Rose
McGowan en la que acusaba a Weinstein de violación. Los rumores acerca de Weinstein circulaban
desde hacía mucho tiempo en el sistema de estudios, pero se utilizaban sobre todo para hacer
bromas al respecto, el tipo de bromas casposas que se dicen en la Gala de los Óscars, o en la
alfombra roja del Festival de Cannes: productor de aspecto repugnante que se cuelga del brazo a
una Salma Hayek y a una Uma Thurman despampanantes. Casi todos le consideraban un adúltero
sin remedio, un ligón sinvergüenza, pero la palabra violación o acoso sexual no estaba entre los
adjetivos con los que se relacionaba a Weinstein. Lo que la investigación de las periodistas puso de
relieve es que si los continuados acosos de Weinstein a las mujeres pudieron perpetrarse durante
cerca de 20 años no fue porque el productor se anduviera con disimulos, sino porque había toda una
mentalidad social que consideraba que aquello era normal, que acosar era lo que hacían los
verdaderos vividores.
Y por lo tanto, en medio de esa confusión, semántica era muy difícil diferenciar el delito de un
depredador de las costumbres hedonistas de un afamado productor. Pero las denuncias estuvieron
presentes prácticamente desde el primer momento en que Weinstein piso un estudio ¿Cómo se había
podido librar del escándalo durante tanto tiempo? La única investigación seria que había habido al
respecto la había llevado a cabo el Departamento de Policía de Nueva York en 2015 pero había
quedado en nada. En público, Weinstein presumía de credenciales feministas, donando importantes
sumas de dinero a asociaciones que defendían la visibilidad de las mujeres en la industria del cine.
La clave de la ocultación de esta realidad la dio la primera entrevista con Rose McGowan. La
violación había tenido nada más y nada menos que en un hotel de Park City durante el Festival de
Sundance, festival que presume de celebrar el cine independiente con las películas menos
convencionales que se ruedan en todo Estados Unidos y del que Weinstein había sido un importante
impulsor.
¿Por qué no denunció McGowan inmediatamente lo que sucedió? Una pregunta insidiosa que me
resulta aborrecible, pero que mucha gente hace, y que naturalmente también le hicieron a
McGowan. En 1997 Rose McGowan era una aspirante actriz jovencísima, que se fiaba en todo de
sus representantes, cuando contó a estos lo ocurrido con Weinstein en aquella habitación de hotel,
estos negociaron con Weinstein un acuerdo de confidencialidad a cambio de su silencio de 100.000
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dólares: “Todos los estudios se encargan de que las víctimas se avergüencen de lo sucedido y de
cada centavo de las indemnizaciones que reciben” (...)“ casi todas las actrices han firmado acuerdos
de confidencialidad pero no lo admitirán en público”(...) “te repiten constantemente no te pases de
la raya porque eres completamente reemplazable” (...)“Hollywood es el Dysneyland del hombre
blanco”.

La conversación con McGowan alertó a las periodistas del New York Times, a diferencia del caso
Trump, no estaban hablando de un par de denuncias, sino de un modus operandi. Pero si ese modus
operandi no había salido a relucir en veinte años, no sería fácil que lo hiciera en ese momento.
Parecía mentira que Hollywood, el lugar más liberal del planeta, se hubiera convertido en un búnker
de hermetismo respecto al acoso sexual. No se equivocaban, y se quedaron cortas. Jodi Kantor y
Megan Thwohey sabían que no podían publicar el relato de Rose McGowan. Por una sencilla razón,
McGowan no tenía pruebas, Weinstein lo desmentiría todo desde el inicio.
La historia de McGowan tenía grandes riesgos de convertirse en el clásico: “el dijo” “ella dijo” . La
opinión pública se dividiría en el equipo Harvey y el equipo McGowan. Elegirían a quién creer y fin
del cuento.

Dejadme que aquí haga un inciso. Estamos en el año 2017, para acusar a alguien de un delito hay
que probarlo, es lo que se llama en derecho la carga de la prueba, el que acusa tiene que poder
probarlo. Algo que en el caso de las violaciones y el acoso sexual podría llamarse más que la carga
de la prueba, la prueba de la carga. ¿Tu te imaginas en una situación de miedo insoportable, en una
situación de la que quieres huir a toda costa, deteniéndote a recoger muestras de ADN como si
estuvieras en un capítulo de csi? Es bastante complicado probar un delito sexual, a menos que una
vaya con una videocámara encendida las 24 horas del día. Sin embargo, el sistema judicial, antes y
ahora, nos recuerda que en caso de no contar con muestras físicas el testimonio de una agresión
sexual es sólo eso, un relato: relato, historia, creación, ficción, impresión subjetiva. Si acudes a un
hospital y se demuestra que has tenido relaciones sexual pero se considera que no presentas lesiones
compatibles con una violación, tu relato sigue siendo una historia, creación, ficción, impresión
subjetiva, impresión subjetiva. Si después de ese acto traumático y como consecuencia del asco, del
miedo y de la desorientación te lavas la cara o te metes en la ducha, tu relato sigue siendo una
historia: creación, ficción, impresión subjetiva. Y esta es la razón por la que tan pocas denuncias de
violación se lleven a término, esta es la razón por la que tan pocas terminen en una sentencia
condenatoria. Y esto no es derecho garantista. Esto se llama VIOLENCIA INSTITUCIONAL.
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Porque priva a las mujeres de exigir justicia en unas circunstancias en las que la prueba es una carga
contra su derecho fundamental a la tutela judicial efectiva.

Las periodistas del New York Times supusieron bien, necesitaban pruebas que acreditaran el
comportamiento de Weinstein más allá del testimonio de Rose McGowan. Sin embargo, hace
algunos meses en el documental de Mediaset que tratamos ampliamente en este podcast sobre Rocío
Carrasco, no cayeron en la guerra de testimonios : “el dijo, ella dijo”. El relato de Rocío venía
acreditado con un carpesano lleno de pruebas, documentos, informes psicosociales. Y en cambio
eso no evitó que la opinión pública se dividiera en el equipo Antonio David y el equipo Rocío. ¿Por
qué? Porque las pruebas no cambian la mentalidad de una sociedad. Y tampoco cambian la
mentalidad del poder judicial. ¿Estoy diciendo que el poder judicial es machista? Por supuesto.
Tenemos un poder judicial, machista y claramente reaccionario que condensa estas ideas en un
montón de sentencias injustas para la libertad de las mujeres. ¿Si no podemos confiar en el poder
judicial qué podemos hacer? Contestaré a esta pregunta al final del podcat. Vayamos por partes.

Las periodistas del Times consultaron la historia con su editora, Rebeca Corbett, experta en historias
de investigación que exigían una gran complejidad. Corbett les dio luz verde para el proyecto de
Weinstein pero les puso una condición: necesitaban más historias como la de Rose McGowan para
atestiguar que el comportamiento de Weinstein con las mujeres seguía un patrón. Jodi Kantor
contestó inmediatamente a Rose McGowan, con un correo que sólo decía: vamos muy enserio con
Weinstein.

Fragmento Spotlight

La búsqueda de testimonios similares al de Rose McGowan se puso muy feo en un principio. En


primer lugar porque las periodistas del Times no tenían acceso directo a las estrellas que habían
trabajado con Weinstein, y en segundo lugar porque Hollywood es una especie de isla liberal dentro
del puritanismo americano, la vida sexual de Harvey Weinstein era un asunto privado. La
investigación sobre el caso Clinton-Lewinski se había visto por la opinión pública de izquierdas
como un ataque contra la intimidad perpetrado por los sectores más conservadores de la sociedad
para sacarse a Clinton de encima por un comportamiento reprobable a ojos de la opinión pública. Y
Hollywood había salido muy escarmentado del periodo de la caza de brujas. Pero en esta ocasión
las periodistas del Times estaban investigando un delito ¿cómo era posible que el mismo sistema de
estudios no viera la diferencia entre la vida privada y el acoso sexual?
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Pero entonces, como una pequeña llama de esperanza, las periodistas encontraron las declaraciones
de Aslhey Judd, la actriz de la ceja emancipada, en las que afirmaba haber sido acosada por un
famoso productor de Hollywood. Y lo siguiente que hicieron fue tirar del hilo.
Judd se reunió con ellas y narró su experiencia con Harvey Weinstein en una suite del Hotel
Península en Beverly Hills. Acudió allí para hablar de un papel y se encontró con Weinstein vestido
con un albornoz sosteniendo una botella de champan helada. Weinstein le pidió que le hiciera un
masaje a lo que ella se negó muchas veces de muchas maneras, las peticiones fueron tomando un
caliz cada vez más sexual, hasta que Weinstein se quitó el albornoz y le pidió a Judd que eligiera la
ropa que debería ponerse, después le propuso que le observara mientras se duchaba y se masturbaba
delante de ella. Judd aguantó unos segundos y luego se largó. Algunos años después, Judd logró
volver a trabajar en una película producida por Weinstein, se trataba de la película Frida que dirigía
e interpretaba Salma Hayek. En uno de los días de rodaje junto a otras actrices, Judd decidió contar
lo sucedido en el Hotel de Beverly Hills, pero lejos de sorprenderse o escandalizarse el resto de
actrices dijeron que eso era “típico de Harvey” casi todas habían vivido historias similares, siempre
en habitaciones de hotel. Judd se preguntó que por qué no denunciaban conjuntamente el trato del
productor, pero Salma Hayek estaba muy implicada en el proyecto de Frida Kalho y zanjó la
conversación, de ninguna manera quería poner en riesgo la producción. Aslhey Judd fue la única
actriz que además de Rose McGowan mostró cierta indignación: “nadie en Hollywood hace nada al
respecto”. Para Judd, que por entonces se había formado mucho sobre el tema, había dos cosas que
podían hacer que la historia del New York tTmes desatara un auténtico escándalo en la opinión
pública: que las periodistas consiguieran demostrar que el comportamiento de Harvey Weinstein
seguía un patrón y que este patrón se perpetuaba con total impunidad. Aparecería en el artículo si
las periodistas conseguían unir al mayor número de víctimas posible.

Fragmento :Todos los hombres del Presidente

El tercer vértice de este triángulo lo formó una confesión inesperada. Rose McGowan era una
rebelde, para la mayoría de la opinión pública estaba acabada, Aslhey Judd hablaba y actuaba como
una activista. La tercera actriz que decidió contar su historia personal con Weinstein era sin
embargo un peso pesado, una rosa blanca, la primera dama de Miramax en los años noventa:
Gwyneth Paltrow. Paltrow ganó el Oscar a Mejor Actriz gracias al papel que le ofreció Weinstein en
su película Sheakespeare In Love. Sin embargo, antes de este momento, había sido una aspirante
actriz que también había pasado por la suite del Hotel Península en Beverly Hills.
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Al igual que Judd, Paltrow le contó lo sucedido a sus agentes, pero también se lo contó a su pareja,
que por aquel entonces, como todo el mundo recordará, era un jovencísimo Brad Pitt. Brad Pitt se
plantó en el despacho de Weinstein y le dijo que si volvía a tocar a su novia le partiría las piernas
porque a él le daba igual el poder que tuviera. Lejos de emplear sus modos de matón habituales,
desplegar cheques, acosar con llamadas telefónicas insistentes y amenazar a la actriz con acabar con
su carrera, Weinstein adoptó una estrategia distinta, se cuidó muy mucho de volver a acercarse a
Paltrow y la encumbró como la primera actriz de la compañía Miramax. Los éxitos cosechados
gracias al esfuerzo de Weinstein le hacían a Paltrow sentirse en cierta medida en deuda con el
productor e incapaz de reproducir ante nadie más el incidente del hotel Península. Además, a
diferencia de las demás, Paltrow se había mantenido muy alejada del mundo hollywodiense, estaba
convencida de que el incidente con Weinstein sólo le había ocurrido a ella. Pero Paltrow había
crecido, ya no era la novia de Brad Pitt, su carrera no pasaba por el mejor momento después de
emprender una línea de cosmética natural de dudosa procedencia pseudocientífica, no tenía ya
alergia a los escándalos y cuando comprendió que lo que había pasado con Weinstein era en
realidad un modus operandi aceptó hablar.

De pronto, las periodistas se dieron cuenta de una vertiente que estaban pasando por alto en su
investigación. Si las historias que estaban acumulando sobre Weinstein en las habitaciones de hotel
habían ocurrido con actrices famosas, por necesidad Weinstein tenía que haber reproducido un
comportamiento aún más depredador con las trabajadoras de la productora. Pero en la oficina
federal de Nueva York no existía ningún registro del comportamiento abusivo de Harvey Weinstein.
Sin embargo, una investigadora del Times encontró un archivo de la Oficina de Empleo de Los
Ángeles de denuncias contra la Compañía Miramax, todas realizadas por mujeres, aunque el
lenguaje era caótico y era difícil descifrar de qué se trataba. Ni Miramax ni el gobierno tenía copias
de las denuncias penales ni de las demandas civiles ¿Cómo era eso posible? Porque la mayoría de
los casos se habían resuelto fuera de los tribunales, a través de acuerdos millonarios que imponían
cláusulas de confidencialidad. Por el acceso que las periodistas tuvieron a estos acuerdos se
asemejaban más a tratos mafiosos que a otra cosa. Las cláusulas restrictivas eran tremendamente
abusivas: las mujeres estaban obligadas a entregar todas las pruebas del abuso, además de no
responder jamás a ningún periodista que preguntara sobre el asunto, si las víctimas habían llegado a
presentar demandas, se les obligaba a retirar los cargos., si alguna de estas mujeres violaba el
acuerdo de confidencialidad tenía que devolver todo el dinero que había recibido junto.
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La pregunta era más cruda y más amplia que Harvey Weinstein ¿sabían los abogados especializados
en acoso sexual de estos acuerdos? ¿se dedicaban a impulsar a las víctimas a aceptarlos? ¿era una
práctica común? Porque si lo era eso quería decir la única arma legal para lidiar con el acoso en
realidad facilitaba que se siguiera produciendo.

Las periodistas confirmaron sus sospechas hablando con varios expertos en el tema. Si, lo era. Los
abogados aconsejaban a las mujeres a que aceptaran estos tratos porque en casi todos los casos, las
mujeres querían privacidad, no querían verse en el ojo del huracán mediático ni judicial, no querían
sentirse cuestionadas durante el tiempo que durase un proceso que tenían pocas opciones de ganar y
deseaban pasar página a ese evento traumático lo antes posible. La realidad con la que se
encontraron las periodistas es que estos acuerdos nunca eran de dominio público, no se sometían a
ninguna revisión por parte de ninguna autoridad judicial. EEUU tenía un modus operandi perfecto
para silenciar a las víctimas de agresiones sexuales del que se había aprovechado Harvey Weinstein
y muchos otros depredadores como él. Un sistema que lejos de desincentivar el delito, alentaba al
acosador a seguir abusando de mujeres con total impunidad.

¿Qué pasaba con las trabajadoras que intentaban plantar cara? Las periodistas dieron con algunas de
ellas, casi todas de la época dorada de Miramax, la era de Shakeaspeare in Love. año 1999. Eran
asistentes, ayudantes de producción muy jóvenes, algunas todavía estudiantes. Ningún bufete
aceptaba representarlas contra Miramax o contra Harvey Weinstein. Eran despedidas sin carta de
recomendación y con pésimas críticas por parte de la empresa. En el caso de Rowena Chiu, que fue
violada en una habitación de hotel por Weinstein, no pudo encontrar trabajo en ninguna otra
compañía de la industria. Lo que las hacía volver de nuevo al redil de Miramax. Una vez en
Miramax, eran reasignadas a puestos inferiores a los de su categoría profesional, con la excusa de
alejarlas de Harvey Weinstein, por mucho que se implicaran en sus nuevas tareas, en el caso de
Rowena Chiu que era la de encontrar guiones asiáticos para adaptar en Hollywood, nunca se les
atendía, no se le cogía el teléfono, se humillaba su trabajo en las reuniones en público. Chiu sufrió
una depresión y dos intentos de suicidio cuando decidió abandonar todo intento de continuar
trabajando para la industria del cine, volvió a su Londres natal y desapareció del mapa. Cuando se
publicó su historia en el New York Times ni siquiera su marido sabía el infierno que había pasado
cuando trabajó para Miramax.

En su investigación las periodistas decidieron recabar la ayuda de una prestigiosa abogada


demócrata conocida por su lucha a favor de la causa de las mujeres, muchos de vosotros la
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conoceréis porque hay un documental en Netflix sobre ella. Su nombre es Gloria Allred. Allred
estaba entonces implicada en la campaña contra Trump, ella misma había sido víctima de violación,
madre soltera, tenía un largo historial como abogada feminista. Sin embargo, había algo que a las
periodistas las disuadía, su amistad con Harvey Weinstein. Así que Megan y Jodi se cuidaron muy
mucho de nombrar al productor, le preguntaron a la abogada cómo obtener información sobre
acuerdos en temas de acoso sexual. La abogada sonrió y dijo que de ese tema no sabía nada de
nada. ¿Era eso posible? Claro que no, Gloria Allred había acumulado una notable fortuna a base de
negociar acuerdos extrajudiciales que silenciaban a las víctimas de agresiones sexuales. Meses más
tarde, las periodistas descubrieron que Allred también había firmado acuerdos de confidencialidad
con algunas de las víctimas de Weinstein, como Ashley Matthau una de las extras que había
trabajado como bailarina en Dirty Dancing.

En 2017 un grupo de abogados de California consideró que la práctica de Allred estaba cruzando
algunas líneas que ponían en peligro la seguridad pública de las mujeres. Investigaban a Allred
porque creían que la abogada sería capaz de llegar a un acuerdo con cualquier violador en serie.
Varias legisladoras estatales consideraron la posibilidad de que los acuerdos extrajudiciales en
materia de acoso sexual no incluyeran cláusulas de silencio. Pero el equipo de Allred se plantó
directamente en casa de la legisladora en cuestión al más puro estilo Harvey Weinstein haciendo
valer sus vínculos con los candidatos demócratas “si impulsa este cambio en la ley, viajaré con todo
mi equipo hasta el Capitolio ¿y a quién cree que van a escuchar?”. El proyecto de ley ni siquiera fue
debatido en el estado de California.

Y llegó el momento, el momento en que las periodistas del Times tuvieron que avisar a Harvey
Weinstein del artículo que estaban escribiendo para que así pudiera dar su versión sobre las
acusaciones y testimonios que se vertían en él. Eran los normas deontológicas del Times. Las
periodistas no podían saltárselas.No se hizo a través del mismo Harvey Weinstein, claro, sino a
través de uno de sus abogados. Tan pronto como Weinstein supo de la existencia del artículo del
Times, contrató a una compañía de detectives privados destinados a investigar las averiguaciones
que habían hecho las periodistas, práctica considerada poco ética pero no ilegal en EE.UU. Sin
embargo a Weinstein le pareció insuficiente y dio un paso más allá: Weinstein contrató a Black
Cube, una compañía de espionaje militar israelí cuyas prácticas no se limitaban al espionaje
tradicional: manipulación de documentos, cámaras ocultas y empelaba a actores sobre el terreno que
se hacían pasar por periodistas para sonsacar información a las fuentes del Times, en ocasiones
también las presionaban y amenazaban. Megan Thowey y Jodi Kantor se encontraron de pronto en
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medio de una espiral parecida a la de Todos los hombres del presidente con el Washington Post.
Sólo que el 2017 ya no eran los años 70. Estábamos en pleno apogeo del espionaje informático y las
fake news. El espionaje de Black Cube incluía por supuesto granjas de bots identidades falsas en
redes sociales que se dedicaban a lanzar campañas de desprestigio contra las víctimas, contra las
periodistas y contra el propio New York Times. Mientras tanto Gloria Allred y su hija Lisa Bloom
aparecían en la portada de la revista Woman bajo el siguiente titular: Gloria Allred y Lisa Bloom los
referentes de la lucha de las mujeres en el 2017. El entrecomillado más hiriente citaba “madre e hija
están en la vanguardia de los derechos civiles en relación al acoso de los hombres poderosos contra
las mujeres”.

Lo que Megan y Jodi todavía no sabían es que Weinstein las había contratado para representarle. De
lo que se encargaron las Allreed fue de la imagen reputacional de Harvey Weinstein. ¿Por qué lo
hicieron? Obviamente por dinero y por la promesa de que Weinstein llevaría la vida de defensora de
los derechos civiles de Gloria Allred a la gran pantalla. Una suma siniestra de interés económico y
narcisismo desenmascaró a la supuesta gran defensora del feminismo norteamericano. Cuando
estalló el escándalo, como muchos otros, Allred declaró sentirse profundamente defraudada con
Weinstein, dijo haber sido una ingenua más que había creído al director, pero lo cierto es que su
actitud no fue de simple encubrimiento sino de estrecha complicidad. Esta es la carta de la hija de
Gloria Allred a la que tuvieron acceso las periodistas del New York Times en Diciembre de 2016:

“Querido Harvey:
Ha sido un verdadero placer hablar contigo hoy, a pesar de que en efecto, a todos nos gustaría que
hubiese sido en mejores circunstancias. He dedicado el resto del día a leer los informes sobre Rose
McGowan. Que verdaderamente parece una mentirosa patológica y una perturbada y también sobre
tu exasistente, que me preocupa menos. También he leído gran parte del timeline de twitter de Rose
para hacerme una idea de cómo es ella y he visto su cortometraje Dawn.
No soy ninguna crítica de cine, pero me ha parecido espantoso aunque muy revelador acerca de
quién es Rose, chico conoce a chica, chica confía en chico, chico asesina a chica, todos los hombres
son malísimos. Fin.
Me siento capacitada para ayudarte frente a las Roses del mundo porque lo cierto es que he
representado a muchas de ellas. Parece que en estos momentos no tiene mucho a lo que dedicarse
salvo a su meteórica transformación en guerrera feminista, una nueva identidad que parece
enteramente apoyada en sus diatribas online. Para mantener a sus seguidores del Ejécito Rose la
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indignación de tales diatribas debe ir en constante aumento. Está claro que debemos detener sus
ataques ridículos y difamatorios contra ti. Es peligrosa. Haces bien en preocuparte. A continuación
te ofrezco algunas opciones que podemos concretar en nuestra próxima llamada.

1. Iniciar un contacto amistoso con ella a través de mi o de algún intermediario y encontrar una
solución en la que todos salgan ganando. ¿Qué crees que le gustaría conseguir? Parece que dirigir.
2. Una campaña de desprestigio online para hacerla recular y que quede expuesta como una
mentirosa patológica. Podemos publicar un artículo sobre su transformación que le haga parecer
cada vez más trastornada.
3. Aparecerás en una entrevista previamente preparada en la que hablarás sobre tu evolución en
cuestión relativas a las mujeres a raíz de la muerte de tu madre. Muéstrate genuinamente
arrepentido ante cualquiera a quien hayas hecho daño subrayando que siempre fueron
comportamientos adultos consensuados.
4. Pondrás en marcha la Fundación Weinstein centrada en la igualdad de género en el cine.
Establecerás los Estándares Weinstein que perseguirán que un tercio de las películas estén dirigidas
por mujeres y que todas superen en test de Bechel. Lo que sea. Ya sabes por dónde voy.”

Hay muchas cosas que me llaman la atención de este correo. En primer lugar, desde luego, nadie
que se considere defensora de las mujeres puede escribirlo. Quien lo escribe forma parte del mismo
sistema depredador en el cual las consecuencias del trauma que sufría Rose McGowan y aquí
estamos hablando de una violación, no de un manoseo, no de un insistente acoso, se utilizan
directamente y con premeditación para desacreditarla como trastornada. Esto no es casual. Es un
modus operandi del sistema legal, mediático y social que se utiliza con todas las víctimas para restar
credibilidad a su discurso. En segundo lugar el término “peligrosa”. Es peligrosa. Lo he oído
muchas veces referentes a víctimas que han decidido contar su historia. Aquí peligrosa no significa
que supone un daño potencial para la integridad física de otras personas. Peligrosa cuando se refiere
a una mujer víctima de acoso sexual, significa fuera de control. Capaz de llegar donde haga falta.
Peligrosa significa, no comprable, peligrosa significa no domesticable. Peligrosa significa, en
última instancia, que no tiene miedo. Y por último, llama la atención cómo Lisa Bloom utiliza las
mismas técnicas que el sistema propone para erradicar la falta de igualdad del sistema de estudios,
para acallar un delito tan grave como una violación. Primero porque esto no es exclusivo de Lisa
Bloom. Se llama cortina de humo. Es tan viejo como el Gattopardo, que algo cambie para que no
cambie nada. Me pregunto, y es sólo una reflexión en voz alta hasta, qué punto todas estas
comisiones por la paridad, incluido el test de Bechel, que exige que en las películas haya dos
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personajes femeninos distinguidos con su propio nombre y apellido que mantengan una
conversación sobre algo que no sea un hombre, no son una mascarada, el plural inclusivo, las listas
paritarias no son sino maquillaje para ocultar realidades mucho más graves. Al final de qué sirve
decir nosotras si uno en privado se comporta como Harvey Weinstein.

¿Cómo fue posible que Weinstein abusara a cara descubierta de actrices y trabajadoras sin que nadie
en la compañía hiciera nada? La respuesta ya la hemos explicado. Impunidad. Se creía intocable. La
mayoría de las denuncias estaban silenciadas mediante acuerdos de confidencialidad, las que lo
habían firmado no tenían recursos para romperlo ¿ Quién iba a jugarse el puesto en una de las
mejores compañías de Hollywood para denunciar hechos de los que sólo había sido testigo
parcialmente? Todo el mundo tiene que pagar facturas, alimentar familias y además Weinstein era
un matón, un tipo amenazante que podía arruinarle la vida a cualquiera. Sin embargo, a veces, lo
insólito sucede. Sucede porque hasta en el ambiente más hermético y controlado, hasta en las
cúpulas más altas del poder siempre hay un filamento de la urdimbre que no responde al patrón que
se espera de él. Es el impredecible comportamiento humano. Y como en el caso del Washington
Post, las periodistas del New York Times, también tuvieron su garganta profunda.

Fragmento Garganta Profunda Todos los hombres del Presidente

La garganta profunda es una fuente que se sitúa en el claroscuro ético, ha contribuido a que la
impunidad persevere, pero en cierto momento, en cierto lugar, una gota ha hecho que se derramara
el vaso. La fuente del New York Times era Irwin Reiter, contable de la compañía, y la gota que
había colmado el vaso se llamaba Shari y era su hija. Resultó que la hija del contable era una
ferviente activista del movimiento feminista. Y Reiter, que llevaba siendo testigo de los abusos
desde 1989, una noche confesó a esta todo lo que sabía sobre el trato de Weinstein a las mujeres.
Shari Reiter impulsó a su padre a que hiciera algo, lo que fuera, para detener aquella situación de
inmediato a riesgo de cortar toda relación con él. Irwin Reiter sabía que tenía razón, pero todos los
intentos que hizo por poner sobre aviso a los abogados y al comité de recursos humanos de la
empresa fueron infructuosos, hasta que supo de la existencia del artículo del New York Times. Así
que cautelosamente se reunió con Jodi Kantor al fondo de la barra del Restaurante Little Park en
Tribeca.

Las citas con Irwin Reiter se sucedieron durante semanas. El relato del contable era deslabazado y
en muchas ocasiones sólo venía a reiterar informaciones que las periodistas ya conocían. Pero de
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pronto Reiter abrió un melón que a las periodistas se les había pasado completamente por alto y que
era la verdadera razón por la que se había confesado a su hija. Los abusos de Weinstein no se
reducían a los años 90, se habían vuelto insoportables, continuados y sistemáticos en 2014 y 2015,
los años en los que la compañía triunfaba con la película El Discurso del rey. En Diciembre de 2014
Reiter fue un día a revisar unas cuentas cuando el equipo de la compañía se encontraba de
vacaciones, allí se encontró a una joven de 20 años llamada Emily Nestor temblando y sin saber a
quién acudir. Reiter escuchó el relato de una joven que decía haberse visto intimidada por la fuerza
por Weinstein para que accediera a favores sexuales. Reiter llamó directamente a Harvey Weinstein
por teléfono pidiéndole explicaciones a lo que este le contestó : “¿Quién te crees que eres? ¿La
policía del sexo?” Dos semanas más tarde de conocer el caso Nestor, Reiter conoció el caso de otra
asistente de Weinstein Sandeep Rehal, tenía 28 años, y hasta el momento sólo había trabajado
doblando ropa en lujosas boutiques de Beverly hills. La tarea de Sandeep Rehal consistía en
conseguir y administrar a Weinstein un fármaco para la disfunción erectil llamado Caverject,
mediante una inyección en el pene. Cuando Sandeep Rehal se quejó a Weinstein de que esas no eran
sus funciones este consiguió información sobre sus préstamos estudiantiles y los de su hermana
pequeña y amenazó con hacer que se los cancelaran. La lista de asistentes que se habían tenido que
someter a estas prácticas vejatorias era interminable. Reiter accedió a un memorando escrito por
una ejecutiva joven que al poco tiempo había abandonado la empresa, Lauren O’Conor en este
mismo memorando la ejecutiva había tratado de hacer una relación de todas las mujeres que habían
sido víctimas del trato de Harvey Weinstein, además de las prácticas abusivas que eran el pan
nuestro de cada día dentro de la empresa, el memorando ofrecía terminología descriptiva,
alegaciones, testigos. El texto pasó a llamarse el memorando O ‘Connor y se llevó al comité
ejecutivo de la empresa con el fin de que Bob Weinstein, el hermano de Harvey, tomara de una vez
cartas en el asunto. Era la última bala de Irwin Reiter. Pero no sucedió nada. Excepto que Irwin
Reiter se guardó la bala. Dos años después la copia del memorando O’Connor estaba en manos de
Jodi Kantor al fondo de la barra del Restaurante Little Park en Tribeca. Temblando Jodi Kantor fue
al baño, hizo fotografías de cada una de las páginas y se las envío a Megan Twohey y a su editora
Rebeca Corbett. Y respiró. Si le pasaba algo a ella o a su teléfono móvil, el memorando estaba a
buen recaudo.

El memorando O’Connor no contaba únicamente las humillaciones que había sufrido la ejecutiva
dentro de la empresa, sino el relato del resto de las víctimas, hubieran o no hubieran firmado
contratos de confidencialidad, se hubieran ido del país o hubieran permanecido dentro de la
empresa ¿era esto lícito, ético? Si. Porque cuando se detecta el modus operandi de un depredaror no
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actuar te convierte en encubridor y en cómplice del mismo. Esto he creído toda mi vida, y esto hice
yo en una situación parecida a la de O’Connor. No lo haces por ti, lo haces por todas las demás, por
las que no tienen fuerzas para hablar, y por las que pueden convertirse en víctimas en el futuro si
permaneces callada. Cuando yo hice lo mismo que Lauren O’Connor, me dijeron que no tenía
derecho a hablar de situaciones de las que no había sido víctima directa. Que fiarme del relato de
otras personas era cruzar una línea difamatoria. Veámoslo desde otro punto de vista si en lugar de
acoso sexual, estuviéramos hablando de torturas a presos, o de conductas racistas ¿me hubieran
dicho lo mismo? Sé de buena tinta que no. Porque la persona que me lo dijo hubiera considerado
que en cuestiones de derechos humanos tenemos una responsabilidad con el otro ¿cuál es el
problema entonces? Que las cuestiones relativas a la libertad sexual de las mujeres no se consideran
derechos humanos. Es como cuando éramos pequeños y jugábamos a pillar, siempre había un sitio
al que llamábamos maret , el que llegaba primero decía por mi y por todos mis compañeros, y de
esta manera el que pillaba tampoco podía tocar a los demás. Nadie decía sólo “por mi” y si lo hacía
era mal visto por los demás. El memorando O’Connor era la prueba física de aquella solidaridad
infantil:“por mí y por todas mis compañeras”.

Fragmento noticias Harvey Weinstein

Al día siguiente de la publicación del artículo, Harvey Weinstein comprendió que estaba acabado.
Aún contaba con la gran feminista Lisa Bloom, que prometió movilizar a un ejército de mujeres a
las puertas del New York Times, pero tal ejército nunca llegó. Lo que sí que llegaron fueron
innumerables llamadas de víctimas de Harvey Weinstein con detalles, fechas y testigos. Entre llas
Katherine Kendall, Rosana Arquette y Angelina Jolie. Megan Twohey y Jodi Kantor se preguntaron
si algún día tendrían una cifra aproximada de cuántas habían sido las víctimas de Harvey Weinstein.

Pero aunque ahora hayan pasado algunos años, en 2017 no todo el mundo tenía un punto de vista
unánime respecto al escándalo Harvey Weinstein. Algunos ridiculizaban a las actrices que lo habían
denunciado porque según decían esos manoseos era algo más viejo que el betún en Hollywood y
que se llevaba practicando básicamente desde que se había fundado el sistema de estudios.
Histéricas, exageradas, algunos decían que las denunciantes se aprovechaban del clima de
políticocorrectismo, del feminismo mal entendido, incluso del puritanismo yanki. Eso lo oí yo, lo
escuché en programas culturales en los que reputados periodistas hablaban del fenómeno del metoo
como si en Hollywood se hubiera desatado una especie de histeria colectiva parecida a la de La
Guerra de Los Mundos de Orson Welles. Es curioso porque esos mismos periodistas, de ese mismo
La Ilusionista Carlota Garrido

programa, elogiaban la labor de los periodistas de Spotlight que narraba las peripecias del
Washington Globe por contar los abusos cometidos por la iglesia. ¿Por qué esa doble vara de medir?
Porque no se habían dado cuenta de que los tiempos habían cambiado. “Sólo eran unos manoseos”
simplemente ya no era aceptable. Supongo que porque en su muy laboriosa investigación sobre el
caso ignoraban que no eran sólo unos manoseos y que entre las denunciantes había acusaciones de
violación. Si algo puso sobre la mesa la investigación sobre Harvey Weinstein es que nunca son
unos manoseos, cuando se producen de manera sistemática, las conductas que parecen sólo
inapropiadas se acaban transformando en delitos graves, porque lo que las alimenta es el abuso de
poder y la impunidad. En las semanas posteriores al artículo, el New York Times se vio colapsado
por todas las denuncias de acoso sexual. Venían de todas las partes del país. Camareras, bailarinas
de ballet, trabajadoras de Sillicon Valey, funcionarias de prisiones, juezas, modelos...Otra duda más
asaltó a las periodistas: habían cazado a un tiburón blanco ¿Pero cuántos harveys weinsteins
quedaban en el mundo? El asunto no dependía de la ideología, no dependía del cargo, del nivel de
estudios, del origen ni de la clase social, era transversal. Así se creó el espíritu del metoo. El espíritu
del metoo era dejar constancia, que al igual que las primeras denunciantes del artículo del New York
Time, todas teníamos historias de abuso que contar y que no íbamos a seguir silenciando. Y que
esas prácticas se daban especialmente en los espacios privados como las suites de hotel, en los
entornos domésticos, universitarios y de trabajo. En los lugares donde el hombre mantenía una
posición de poder. Los estándares de lo que era y no era socialmente aceptable empezaron a
moverse a una velocidad vertiginosa. Y hombres, cuyo poder había resultado inamovible durante
décadas, empezaron a caer en picado como fichas de dominó.

Todo empezó con un tweet. Con el tweet de una mujer cabreada a la que yo escuché, incluso de
amigas mías, decir que estaba trastornada. Pero el tweet de esa mujer trastornada acabó linchando a
un tiburón.

Antes me he referido a que tenemos un poder judicial machista, unas instituciones que no dan
respuesta a las víctimas. Ese sí que es el verdadero problema. ¿Qué hacer? Hay una anécdota que
me gusta mucho de cuando el Partido Comunista Italiano estaba a punto de desaparecer en Italia a
causa de las operaciones secretas de la CIA, lo que se llamó los años de plomo alrededor de la
famosa Operación Gladio. La CIA no quería un país con un partido comunista fuerte en Europa y
eso llevó a una serie de operaciones muy oscuras con grupos terroristas de por medio, en fin, el caso
es que viendo el desastre que se venía los dirigentes comunistas dieron una consigna a sus
discípulos: “señores, tomen las magistraturas”. Señoras, tomemos las magistraturas. Si hay alguna
La Ilusionista Carlota Garrido

estudiante de derecho que me está escuchando, si hay alguna activista feminista estudiante de
derecho. No te conformes con ejercer. Acepta esta consigna. Hay que ir a por las magistraturas. Hay
que ir a por el poder judicial. Os estamos esperando.

Referencias

• Jodi Kantor&Megan Thowey. She Said: La investigación periodística de destapó el


escándalo de Harvey Weinstein e impulsó el movimiento #metoo. Libros del K.O, 2021.
• Ana Bernal Triviño. Hacia una comunicación feminista: cómo informar e informarse sobre
violencia machista. Editorial UOC, 2019.
• https://www.eldiario.es/sociedad/cuentalo-mujeres-agresiones-sexuales_1_1792158.html
• https://www.pikaramagazine.com/2020/12/cristina-fallaras-cuando-sufres-mil-agresiones-
por-minuto-la-vida-que-vives-ya-nunca-sera-normal/

Películas& Series (por orden de aparición)

• Ana Tramel: El juego. Roberto Santiago & Gracia Querejeta, 2021.


• Sospechosos Habituales. Bryan Singer, 1995.
• Todos los Hombres del Presidente. Alan. J Pakula, 1976.
• Spotlight. Tom McCarthy, 2015.

Músicas (ver playlist de Spotify)

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