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Sexo

Placeres

Christiane F y Tiny: cómo el


mercado convirtió la
drogadicción infantil en algo
romántico
La serie 'Los niños de la estación del Zoo' y la exposición de Mary
Ellen Mark en Barcelona devuelven a la palestra dos casos de
niñas heroinómanas cuya mística e historia personal alcanzaron
fama y fascinación global. ¿Qué supuso realmente para ellas?
NOELIA RAMÍREZ | 21 ABR 2021 19:40

   

En la jerga de los medios de comunicación estadounidenses si


alguien dice "¿Es esto un Janet Cooke?" la redacción enciende
todas sus alarmas de fact cheking. Basta con pronunciar ese
nombre, el que representa el "símbolo del peor periodismo
americano" en palabras del mismísimo Ben Bradlee, para echarse
a temblar profesionalmente. Así lo dejó por escrito el que fuese
director de The Washington Post entre 1968 y 1991 en La vida de
un periodista, las memorias que editó en 1995 donde recordaba
uno de los traumas profesionales que se llevaría a la tumba:
haberle publicado a la periodista Janet Cooke el reportaje El
mundo de Jimmy, un historión sobre un supuesto niño yonqui
del sureste de Washington, Jimmy, tercera generación de una
familia de heroinómanos, al que el amante de su madre llevaba
inyectándole heroína en sus brazos desde los cinco. El texto,
obviamente, ocupó la portada del domingo 28 de septiembre de
1980 y le valió a Cooke el premio Pulitzer en la categoría de
reportaje de fondo de 1981. Dos días después de anunciar el
premio, y ante la presión de sus compañeros, la propia Cooke
confesaría que se lo había inventado absolutamente todo. Ni
había amante suministrando inyecciones ni niño "precoz" de "pelo
rubio rojizo, ojos marrones atorciopelados y con una piel suave
como la de un bebé, cuyos delgados brazos morenos se ven
manchados por señales de agujas". Todo, desde los detalles del
polo Lacoste que vestía Jimmy al sofá de plástico en el que se
inyectaba o el reproductor Panasonic que sonaba de fondo
mientras "despegaba", era pura inventiva de la periodista.

Nada fascina más que ser espectador de ese crac que hace la
inocencia interrumpida por la adicción a la droga. Publicar la
historia de un niño yonqui de ocho años en la portada de un
diario con una tirada de 900.000 ejemplares supuso que los
teléfonos de la redacción "diesen botes", que el jefe de Policía se
comprometiese "a una titánica operación de búsqueda" del
muchacho y su madre y que hasta el alcalde de Washington,
Marion Barry, ante la alarma social generada por el artículo,
anunciase que la ciudad conocía la identidad de Jimmy para
calmar a sus conciudadanos (no fue así como se pudo comprobar
después). Joan Didion también sabe lo cotizadas que están este
tipo de historias. Ella no se topó con un niño yonqui, pero sí
escribió sobre una niña de cinco años puesta hasta arriba de
ácido en 1967 mientras escribía sobre la epidemia de chavales de
clase media que huyeron hacia San Francisco en búsqueda de
libertad y montones de LSD. "¿Cómo te sentiste cuando viste algo
así?", le preguntó hace unos años su sobrino, el actor Griffin
Dunne, en el documental El centro cederá, disponible en Netflix,
esperando posiblemente una respuesta conmocionada y
compungida frente al estupor de esa estampa. "No lo negaré, era
oro. Cuando estás escribiendo un artículo, das tu vida por un
momento así", le dijo la ensayista, sincerándose sobre qué peso e
impacto real tienen este tipo de historias en el imaginario popular
y qué supone para un cronista encontrárselas.

Christiane F. en el reportaje de Stern que conmocionó a Alemania en 1978. FOTO: D.R.

Eso mismo debieron pensar allá por 1978 los periodistas Kai
Hermann y Horst Hieck de la resvista Stern, quienes publicarían
en la revista el testimonio en primera persona de Christiane V.
Felscherinow, una niña que comenzó a fumar porros con 13 años,
coqueteó con el éxtasis, el valium y el Mandrax y acabó
prostituyéndose por heroína junto a otros chavales en la estación
del Zoo de Berlín y con la que contactaron después de que
declarase en un juicio por pederastia. El mundo se volvió loco con
el reportaje. En el texto Christiane contaba cómo fumó por
primera vez heroína tras un concierto de David Bowie a los 13 y a
los 14 años ya se inyectaba en pisos cochambrosos junto a sus
amigos y pareja, otros chavales convertidos a chaperos y
prostitutas, congregados en la mítica estación de transporte
berlinesa.

Todo el elenco de 'Los niños de la estación del Zoo', la serie que revive y estetiza la historia de Christiane y sus
amigos yonquis.

Fotograma de 'Los niños de la estación del Zoo'. FOTO: AMAZON PRIME

Como pasó en EEUU con el moralista Pregúntale a Alicia unos


años antes (un supuesto ensayo que se publicó en 1971 sobre la
historia una niña que acaba adicta a las drogas de la que siempre
se ha dudado de su veracidad, pero que sigue editándose hoy en
día, convertida ya en fábula de culto), la historia de Christiane
conmocionó a Alemania entera. Los periodistas firmaron un libro
superventas titulado Los niños de la estación del Zoo, traducido
en España como Yo, Christiane F: hijos de la droga y el tomo llegó
a publicarse hasta en 30 idiomas más. Ese libro inspiraría la
película Yo, Cristina F ., dirigida por Uli Edel, convertida en
clásico del cine yonqui como aquí lo fue El pico. Cuarenta años
después de aquel éxito internacional, Amazon Prime ha adaptado
aquella historia en formato serie y estrenó a principios de mes Los
niños de la estación del Zoo, una miniserie de ocho capítulos,
producida por Amazon Studios y Constantin Television con una
banda sonora de órdago – suena desde Bowie (personaje clave en
la vida de Christiane), a Tame Impala, Cigarettes After Sex o una
versión del Chandelier de SIA de Damien Rice–, en la que la
cuadrilla de Cristiane tiene un armario envidiable y donde los
primeros cuelgues de heroína se romantizan de forma onírica y
surrealista, recordando por momentos al derroche visual
politoxicómano de Euphoria pero mezclado aquí con guiños a los
chutes de Danny Boyle en Trainspotting.

Curiosamente la serie comienza con una secuencia de Christiane


ya más adulta, cuando coincidió con David Bowie en el jet privado
de los Rolling Stones. Porque la vida de Christiane quedó
marcada para siempre, para bien y para mal, tras ese reportaje, el
libro y la película que la convirtieron en la pobre niña bien
berlinesa convertida en yonqui y puta en una estación de
transporte. Una estrella mundial a la que la prensa lleva acosando
durante décadas con el único fin de saber si sigue pinchándose o
no. Ella misma se lo contó a la periodista Sonja Vukovic en Yo,
Christiane F. Mi segunda vida (Alpha Decay, 2015), un relato en
primera persona donde Christiane, a sus 51 años, rememoraba su
vida tras esa fama global y desvelaba que ha acabado viviendo
sola, con la única compañía de Leon, su chow chow, en un piso
de Berlín sin apenas muebles, muy enferma (tiene fibrosis y la
Hepatitis C más agresiva que se puede contraer en Europa
debido a décadas de politoxicomanías), atormentada por la
presión de los periodistas que siguen llamando a su puerta,
sobreviviendo de las royalties de aquella historia y pasando sus
jornadas leyendo libros de Carlos Ruiz Zafón o testimonios
biográficos de mujeres para combatir sus dolores. "Una vida de
mierda", como ella misma contó a Vukovic.

Christiane a principios de los 80 y en la sesión fotográfica en Sunset Boulevard durante la promoción en EE


UU de la película ‘Yo, Cristina F.’

Tras el boom de su historia, Christiane formó parte de la Nueva


Ola alemana (el movimiento musical Neue Deutsche Welle), se
hizo íntima de Nina Hagen en el Chateau Marmont de Los
Ángeles durante la promoción de su película, pasó las tardes en
el mítico estudio de la KROCQ de Rod Bingenheimer, se fue de
farra a la mansión de los Van Halen y conoció a los Depeche
Mode, a Billy Idol e incluso cenó con Yves Saint Laurent, Oskar
Kokoscha o Andy Warholl en su etapa de Zurich, donde vivió con
los editores de su libro; pero la vida de Christiane F. también fue
una vida repleta de sombras.

Con un trastorno de personalidad múltiple debido a ser una


persona adicta, la paranoia mental sobre su entorno es constante.
Vive atormentada por la supuesta presión de unos medios de
comunicación que la han perseguido por todo el planeta,
acosándola para saber si seguía drogándose o no. Acabó en
prisión al ser pillada con cinco gramos de heroína encima y sufrió
dos abortos (especialmente impactante es cómo revela el que
sufrió en pleno vuelo de avión), además de una severa depresión
que le provocó que los servicios sociales se hiciesen cargo de la
custodia de su único hijo. "Su historia no es la de la una yonqui o
una historia sobre la heroína, es la de una chica que creció con la
figura de un padre alcohólico y una madre que no se preocupó
nunca", explicó a S Moda la autora de la segunda parte de sus
memorias. Sin moralismos sobre Christiane, Vukovic supo
trasladar el peso de esa dualidad en la que se sexualizó y convirtió
en estrella global a una chavala que tan solo buscaba sentirse
querida: "A ella le encantó ser famosa, conocer a muchísima
gente y afrontar todos esos retos. Se podría pensar que era la
mejor ayuda para superar una adicción, sintiéndose necesitada,
ocupada y con la sensación de que valía la pena. Pero, por otro
lado, descubrió demasiado pronto que siempre sería la niña de la
estación del Zoo y que a la gente solo le interesaría si todavía se
pincha o no. Un estigma que ha terminado convirtiéndose en una
profecía autocumplida".

Tiny y su disraz de Halloween, Seattle, Washington, 1983. Según dejó por escrito Mary Ellen Mark, se lo puso
durante el rodaje de 'Streetwise' porque quería parecerse "a una puta francesa". "Aunque vaya vestida de
mujer mayor, puedes percibir su vulnerabilidad. Evoca cierta sensación, reconocimiento y, junto a su belleza,
la ha convertido en una imagen que todavía perdura". FOTO: © MARY ELLEN MARK

Casualmente, el retorno de Christiane F. convive con el de Erin


Blackwell, conocida como Tiny, la niña heroinómana de 13 años
que la fotógrafa Mary Ellen Mark se encontró malviviendo en 1983
cuando John Loengard y Dick Stolley de la revista Life le
encargaron un reportaje sobre los niños de la calle en América y
le pidieron viajar hasta Seattle, la ciudad que había sido votada
como la mejor de todo el país para vivir en aquella época, por lo
que no era especialemente violenta en el imaginario de los
lectores y se necesitaba ese choque visual para ganar impacto al
enseñar a esos chavales. Parte de la serie de fotografías de Mark a
Tiny se pueden contemplar en Mary Ellen Mark. Vidas de mujeres,
la retrospectiva de la fotógrafa que exhibe Foto Colectania hasta el
31 de julio en Barcelona. En la muestra, comisariada por Anne
Morin y producida por diChroma photography, se incluyen
también las intantáneas de Mark en Pike Street, el punto de
encuentro de los chavales heroinómanos y sin techo de la época.
"La periodista, Cheryl McCall, y yo empezamos a frecuentar los
sitios en los que los chavales pillaban las drogas. Nos dimos
cuenta de que la mayoría se prostituían. Fotografié a muchos,
pero Tiny se convirtió en la protagonista para mí y mi marido,
Martin Bell, que después hizo un documental sobre esa escena
callejera, Streetwise", explica Mark en el libro On the portrait and
the moment (Aperture, 2015). El documental acabaría nominado
al Oscar en 1984 y Mark siguió fotografiando a Tiny durante tres
décadas, convirtiéndose en una de las personas que han marcado
su obra.

Erin (cuyo nombre callejero había sido "Tiny") embarazada de Daylon, Seattle, Washington, Estados Unidos,
1985 FOTO: © MARY ELLEN MARK

Aunque en un primer momento salió corriendo al ver la cámara


pensando que se había topado con la policía, Mary Ellen Mark y la
niña se hicieron amigas y Tiny ha sido sujeto de numerosos
proyectos de la fotógrafa y su marido."La primera vez que la vi
estaba en el parking de un club. Ella parecía una niñita, solo tenía
13 años y tenía un aspecto insólito. Era muy pequeña, pero vestía
como una adulta. Se prostituía". Al día siguiente Mary Ellen Mark
volvió a buscarla y se hicieron íntimas. Durante las tres décadas
en las que se relacionaron, Tiny tuvo 10 hijos con diferentes
padres, marcada por la pobreza en los márgenes del sistema. No
solo ha sido fotografiada por Mary Ellen Mark, también
protagonizó Tiny: The life of Erin Blackwell , el documental de
2016 que dirigieron Mark y su marido y que se pudo ver en la
Filmoteca de Catalunya hace unos días. "¿Qué le ocurre a una niña
con esta vida? ¿Hacia dónde irá su vida? La he fotografiado
durante treinta y dos años, y lo haré hasta que me muera", dejé
escrito Mark, que falleció en 2015.

La evolución de la niña yonqui, de aquella pequeña esbelta,


sabelotodo y risueña con la que se topó Mark en aquel parking
fue la de una joven en lucha contra sus adicciones, las de su
madre y la crianza de sus hijos. "Cada vez que voy a verla, es como
si no me hubiese marchado. Cuando compartes tanto tiempo con
un sujeto al que fotografiar, acabas formando parte de su escena.
Ellos nunca se olvidan de que estás ahí, en alguna parte de su
mente saben que les estás fotografiando, pero no siempre
interactuan contigo o con la cámara", escribió Mark sobre su
relación con el paso del tiempo. También sobre las emociones de
una niña yonqui que creció sin ayudas pero con un objetivo
vigilante, cada ciertos años, pendiente sobre su persona y
tragedia: "A veces parece triste cuando fuma un cigarrillo. Creo
que piensa en su pasado y en su futuro. Y aunque en muchos
momentos es fuerte y dura, es ahí cuando se vislumbra su propia
vulnerabilidad".

https://www.youtube.com/watch?v=9l137gN6KaE

Cartel promocional del documental Streetwise, con una fotografía de Mary Ellen Mark en la que se ve a Tiny.

Artículo actualizado el 22 abril, 2021 | 10:52 h

ETIQUETAS: Drogas | series de televisión

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