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HISTORIA DE LA MANIPULACIÓN MEDIÁTICA

Una verdadera sociedad democrática es aquella que puede influir en la forma como el
gobierno actúa. A esta influencia sólo se puede llegar a través del conocimiento de
cómo se está actuando en la función pública y de cómo esta debe comportarse esta
para lograr una mejor convivencia. Quizá el más importante elemento con que cuenta
la comunidad para llegar a este conocimiento, son los medios tradicionales de
comunicación: La radio, la televisión y la prensa escrita. No se puede soslayar la
influencia que en este sector tienen también el Internet y las redes sociales, pero para
el caso del tema que se pretende tratar, la red informática se maneja por distintos
parámetros.
La importancia de estos medios en la vida democrática de un país es elemental, lo que
se refleja en la relación causa a efecto que se da entre la transmisión de la
información, el análisis del receptor, la creación de conocimiento individual, su
incidencia en las decisiones de plan de vida personal y su inserción en el debate
social, lo que lleva a la formación de opinión pública y la participación, individual y
comunal, en la toma de decisiones públicas. Ante este panorama, el manejo tanto
público como privado, de los medios de comunicación debe ser siempre tendiente a
favorecer a la libertad de expresión.
La importancia de la opinión pública se refleja en el hecho que es el factor que
determina los niveles de crítica o aceptación de los políticos y del actuar
gubernamental, los medios de información tienen un papel trascendente en este
aspecto, debido a que en el mundo se genera mucha información y la capacidad de
transmisión de esta se encuentra limitada.
En la radio y la televisión los límites son temporales y en la prensa escrita el límite se
determina por los espacios electrónicos o de papel con que se cuenta.
De lo anterior que la información que los medios transmiten a la sociedad deba pasar
por un proceso de filtración, cuyo cedazo obedece a factores de índole comercial o
ideológica.
Los criterios comerciales dan preferencia a dos tipos de información: la netamente
comercial, es decir la publicidad de los patrocinadores, y la información que gusta al
público y provoca el consumo del medio. Un ejemplo de esto es la violencia, motivo
por el cual muchos medios de comunicación tienen una parte especial dedicada a
esta, a la que denominan generalmente justicia o policial.
Por su parte los criterios ideológicos atenderán a las creencias o inclinaciones
políticas, religiosas o de otra índole, de los encargados de la redacción o los directivos
y propietarios del propio medio.
CASO ORSON WELLES
Hoy día resulta impensable concebir que un fenómeno tan extraordinario como el que
aconteció un 30 de octubre de 1938 pudiera volver a suceder. Hace 75 años un joven
Orson Welles ponía el mundo patas arriba al provocar el pánico entre miles de
personas, convencidas de que Estados Unidos estaba siendo invadida por un ejército
de alienígenas.
Alrededor de las ocho de la tarde, el Estudio Uno de la Columbia Broadcasting en
Nueva York se convertía en el escenario donde Welles iba a interpretar, acompañado
de la compañía teatral Mercury que el mismo dirigía, la novela del escritor británico
H.G. Wells, «La guerra de los mundos».
Welles dejó los 59 minutos de radio más famosos de la historiaTan solo unos meses
después de que la popular emisora CBS le ofreciera llevar a cabo un programa
semanal basado en la dramatización de obras literarias, Welles lograba dejar los 59
minutos de radio más famosos de la historia. En un contexto marcado por la Gran
Depresión, el locutor norteamericano pensó que tal adaptación contada en forma de
noticiario de última hora calaría en el seno de la audiencia. Y vaya si lo hizo.
A pesar de que «la Columbia Broadcasting System (C.B.S.) y sus estaciones
asociadas» habían presentando al inicio del programa tanto a Orson Welles como al
Mercury Theatre en la adaptación de «La guerra de los mundos» de H. G. Wells,
muchos radioyentes sintonizaron más tarde la emisión o, simplemente, no prestaron la
suficiente atención a una simple introducción de lo que parecía un programa
cualquiera.
Así, en plena víspera de Halloween, tan solo tuvo que prender la mecha con un
comienzo espeluznante: «Señoras y señores, interrumpimos nuestro programa de
baile para comunicarles una noticia de último minuto procedente de la agencia
Intercontinental Radio. El profesor Farrel del Observatorio de Mount Jennings de
Chicago reporta que se ha observado en el planeta Marte algunas explosiones que se
dirigen a la Tierra con enorme rapidez... Continuaremos informando».
Tras el primer corte y para darle aún mayor veracidad a la noticia, Welles retomaba la
supuesta emisión de una orquesta desde el Hotel Meridian Plaza para volver a parar a
medida que la ficticia invasión extraterrestre se iba desarrollando, «damas y
caballeros, tengo que anunciarles una grave noticia. Por increíble que parezca, tanto
las observaciones científicas como la más palpable realidad nos obligan a creer que
los extraños seres que han aterrizado esta noche en una zona rural de Jersey son la
vanguardia de un ejército invasor procedente del planeta Marte...»
Alrededor de 12 millones de personas escucharon la transmisiónLas interrupciones
eran cada vez más frecuentes y con un mayor tono de alarmismo, como prueba la
secuencia del personaje Carl Philips desde Grovers Mill, en el Estado de Nueva
Jersey, donde supuestamente se estaba sucediendo el aterrizaje: «Señoras y señores,
esto es lo más terrorífico que nunca he presenciado... ¡Espera un minuto! Alguien está
avanzando desde el fondo del hoyo. Alguien... o algo. Puedo ver escudriñando desde
ese hoyo negro dos discos luminosos... ¿Son ojos? Puede que sean una cara. Puede
que sea...»
Los datos de audiencia estiman que cerca de 12 millones de personas escucharon la
transmisión y otras tantas cayeron presa del pánico abandonando sus casas y
colapsando carreteras, estaciones o comisarías de policía. Los teléfonos de
emergencia echaron humo durante varias horas recibiendo multitud de mensajes que
decían haber visto a los extraterrestres. El polémico acontecimiento, que terminaba
con la «muerte» del propio Orson Welles a causa de los gases que emanaban los
invasores, pudo ser el fin de su fulgurante carrera, pero visto en perspectiva, aquello,
en realidad, no fue más que el inicio de su leyenda.
EDWARD BERNAYS
Como los de muchos hombres verdaderamente poderosos o inmensamente ricos, el
nombre de Edward Bernays, inventor de la propaganda y las relaciones públicas,
resulta desconocido pese a haber sido uno de los más influyentes del siglo XX, que
vivió casi completo. Si usted se siente atraído irremediablemente por un producto que,
si se para a pensarlo, en realidad no necesita o siente simpatía por un partido al que
no sabe por qué vota, es porque ha sucumbido, como todos, a las artes de ese mago
de la manipulación que fue Edward Bernays.Antes de él, los estadounidenses no
desayunaban huevos con panceta, los varones no llevaban reloj de pulsera y las
mujeres no fumaban porque estaba mal visto. Todas estas transformaciones las ideó
este vienés nacido el 22 de noviembre de 1891 y doble sobrino de Sigmund Freud: la
madre de Bernays era Anna Freud, hermana del creador del psicoanálisis, quien
estaba casada a su vez con Martha Bernays, hermana del padre de Edward.
La familia de éste emigró a Estados Unidos siendo él niño. Para 1912, Bernays se
había graduado en agricultura y en periodismo, a partir de lo cual empezó a publicar
una revista sobre investigación médica. Desde Europa, su tío Sigmund le enviaba sus
escritos por si eran de interés para el boletín, y así fue como el joven supo de la
existencia de un conjunto de pulsiones inconscientes, a las que su tío aludía como el
ello, que gobernaban buena parte del proceder de cualquier individuo.
Todo el trabajo de Bernays tomó como fundamento el descubrimiento de esos
mecanismos que pronto entendió susceptibles de ser manipulados con fines
económicos -de consumo- y políticos. No había atisbo de mala conciencia en él,
convencido como estaba de que la propaganda y su versión light, las relaciones
públicas, eran disciplinas necesarias para «convivir en una sociedad funcional sin
sobresaltos».En su libro de 1928 titulado precisamente Propaganda, resumía su
maestría en el arte de conseguir que las personas se comportaran de manera
irracional si se lograba vincular los productos (o las políticas) con sus emociones y
deseos más acendrados.
Durante la I Guerra Mundial, se puso al servicio del Gobierno de EEUU para motivar a
los jóvenes para que se alistaran en el ejército.Después lo contrató la Compañía
Americana de Tabaco, que no tenía bastante con los millones de fumadores varones
que había en el país. Bernays envió a un grupo de jóvenes modelos a marchar en el
desfile de Pascua de Nueva York y avisó a la prensa de que aquellas mujeres iban a
encender «antorchas de libertad». A su señal, las chicas encendieron cigarrillos Lucky
Strike frente a los fotógrafos.La operación la remató contratando a cientos de mujeres
para que fumasen en lugares públicos y pagando a directores de cine para que las
actrices fumasen en sus películas, hecho que al poco tiempo se consideró moderno y
sofisticado. Las tabacaleras y el propio Bernays se hicieron ricos con aquella campaña
maestra en lo que hoy llamamos normalización de un hábito mal visto con
anterioridad.El agrónomo y periodista vio antes que nadie el potencial mercantilista de
las teorías de su tío.
Él hizo surgir la asociación entre automóvil y masculinidad, y la del reloj de muñeca
-que por iniciativa suya comenzaron a llevar los soldados en las trincheras- con la
hombría y el coraje. La conquista por las tabacaleras del mercado femenino obedecía
a un mecanismo semejante que debía mucho a Freud: fumar era para ellas una
manera de apropiarse de un atributo masculino, algo que según el eminente psiquiatra
desea inconscientemente toda mujer.
Bernays, de confesión judía, dijo haberse distanciado del término propaganda cuando
se enteró de que Goebbels consultaba su libroCristalizando la opinión pública. Pero
propaganda era convencer a cada estadounidense de que necesitaba un coche -y que
por tanto había que desmantelar los tranvías- y, sobre todo, orientar al electorado
hacia un modelo de dos partidos hegemónicos para evitar la fragmentación del voto y
el «caos».

ERA DIGITAL
El sociólogo y economista español Manuel Castells Oliván acuñó el término era de la
información en su trilogía homónima, publicada en la década de los 90. En ella
profundizó en la relación existente entre la evolución económica y las
transformaciones políticas, sociales y culturales, para crear una teoría global de la
información. El asesor de Tony Blair, Anthony Giddens, valoró su trabajo al nivel de las
teorías sociológicas de Karl Marx o Max Weber.
La “era de la información”, también llamada era digital o era informática, designa al
periodo en el que el movimiento de información se volvió más rápido que el
movimiento físico, gracias a la creación y desarrollo de las tecnologías digitales de la
información y la comunicación (TICs).
Su origen se asocia con la revolución digital, a pesar de que tiene antecedentes en
aparatos como el teléfono, la radio y la televisión.
La evolución de los medios de comunicación digitales, según Castells y otros
especialistas, ha modificado el funcionamiento de la sociedad a partir de los años 70
hasta crear una estructura social formada de redes de información; se trata de una
transformación multidimensional que involucra todos los ámbitos de la actividad
humana, creando, modificando o anulando las reglas sociales ya existentes.
Uno de los cambios más evidentes provocados por el surgimiento de la “era de la
información” es la migración de los medios de generación de capital del sector
industrial al sector de los servicios; es decir, los empleos relacionados con la
producción de bienes materiales han disminuido paulatinamente mientras que los
puestos involucrados en la generación, almacenamiento y procesamiento de
información han aumentado. Esto recibe el nombre de economía del conocimiento o
economía basada en el conocimiento (EBC).
La EBC genera riquezas mediante la transformación del conocimiento en información
que cumpla con ciertas características: relevancia, significado, vigencia, validez y
valor. La inversión en este capital intangible se ha volcado en actividades relacionadas
con la investigación, la educación, el Internet, la alta tecnología, la informática, las
telecomunicaciones, la robótica, la nanotecnología y la industria aeroespacial.
Profundamente ligada a los medios de producción, la población pasó de la sociedad
industrial a la informacional, la cual surgió y se desenvuelve dentro de la era digital y la
economía del conocimiento. Este nuevo modelo social también es conocido como
sociedad post-industrial (concepto acuñado por Daniel Bell), posfordismo, sociedad
postmoderna o sociedad del conocimiento.
El economista Fritz Machlup fue el primer autor en analizar dicha evolución social a
través de su libro La producción y distribución del conocimiento en los Estados Unidos
(1962). Así mismo, Machlup detectó una serie de características que diferencian a la
sociedad informacional de sus predecesoras:
Irradiación: Desaparecen las barreras geográficas y de lenguaje, por lo que un
mensaje puede llegar a distintas partes del Globo.
Velocidad: La comunicación y la visualización de imágenes o videos es casi
instantánea.
Interactividad: Los usuarios pueden consumir y crear sus propios contenidos y
mensajes.
Multilateralidad: La sociedad cuenta con incontables fuentes de información, cada una
con un enfoque diferente, aunque son pocas las consideradas verídicas o fiables.
Pasividad: El intercambio de contenidos comerciales prevalece sobre el intercambio de
conocimientos y contenidos creativos, por lo que la sociedad carece de suficientes
estímulos que inviten a la reflexión.
Heterogeneidad: Ya que cada usuario de las TICs puede crear sus propios contenidos,
la sociedad dispone de información sobre rubros diversos, desde arte, ciencia y alta
literatura hasta prejuicios, violencia y crímenes.
Desorientación: Los usuarios quedan expuestos a demasiada información para
procesar, por ello pueden caer en contradicciones, sentirse agobiados o frustrados.
Omnipresencia: Las TICs actualmente son parte de la vida diaria, privada y pública de
la sociedad informacional.
Estructura de red: la sociedad está formada por miles de nodos igual de importantes
en constante actividad, lo que permite que se renueve a sí misma permanentemente.
En un mundo cada vez más conectado y dependiente de las herramientas digitales
como es la era de la información, resulta crucial detectar y potenciar los beneficios del
Internet, pues permite acceder a fuentes muy variadas y ricas en información digital.
Sin embargo, la sociedad informacional se enfrenta a dos grandes obstáculos: el
acceso desigual a la red y la multiplicidad de ideas y mensajes –muchas veces
contradictorios—.
Gracias a los fondos gubernamentales, individuos de diferentes nacionalidades
cuentan con un servicio a bajo costo o gratuito, pero ni siquiera los países
primermundistas aseguran un acceso a la banda ancha regular en todo su territorio.
Por otro lado, la basta cantidad de conocimientos disponible en la web hace cada vez
más patente la necesidad de que los usuarios sepan seleccionar críticamente la
información disponible, objetivo que se pretende alcanzar mediante la educación
digital temprana, cuya integración en el programa educativo regular aún está en
desarrollo en la mayoría de los países.

TELEVISIÓN EN EL PERÚ
La televisión peruana, en muchos días y en diversos horarios, es un cruel espejo de la
deformación social en que vivimos. Esa caja boba cada vez más nítida y plana es
también un Frankenstein monstruoso que cultiva todos los vicios: sexismo, violencia,
homofobia y racismo. Eso es más conocido que la canción del “Taxi”. Pero proponer
una marcha contra la televisión basura puede tropezar con la ineficacia y con la
banalización. Con tantas apuradas protestas, ahora en Facebook están proponiendo
marchas para que Marco encuentre a su mamá y para que Quico pueda jugar con su
pelota cuadrada.
Como cuestión previa deberíamos definir: ¿qué es televisión basura? Preferiría utilizar
otro término: televisión degradante. Allí podríamos reunir a las producciones que
abusan del sexismo (el concurso de traseros en “La noche es mía”), los que atentan
contra la dignidad (los bizarros concursos de los programas de Laura Bozzo) o los que
despiertan racismo y homofobia (casi todos los programas cómicos de nuestra historia
televisiva alguna vez han caído en eso). A pesar de que todos estos ejemplos son casi
irrefutables, hay que reconocer que cualquier sentencia a un programa de TV está
dentro del terreno de lo subjetivo. Para mí pudo ser televisión degradante aquel
“Trampolín a la fama” de Ferrando, para otros no.
No es ridícula la idea de marchar contra los pobres contenidos de la señal abierta, sin
embargo tampoco es una medida que determine los cambios que muchos soñamos
después de, quizá, lanzar el control remoto por la ventana. Es casi como salir a
protestar en contra del tráfico en Lima o para que en la comida de los restaurantes ya
no aparezcan inoportunos insectos. Una protesta política es distinta, la mayoría se
enfoca en exigirle reformas o buenas conductas al Estado. Aquí hay más actores. Los
culpables en las miserias de nuestra TV no solo están en el switcher de un canal.
Si un niño de 12 años hace abdominales todos los días en casa para parecerse a uno
de los modelos de “Esto es guerra”, la responsabilidad no solo es del programador o
de los conductores. Hay padres de familia o hermanos mayores que pueden ser más
decisivos en la educación de estos adolescentes. No sé si tengamos la televisión que
merecemos, pero sí una que se empata con nuestros niveles de educación.
Una protesta no modificará el ráting de Magaly o de ‘Peluchín’. Dejemos mejor las
marchas para cuando los políticos se porten mal. No malgastemos un derecho cívico
que estos últimos tiempos ha recuperado un terreno perdido. Si no quieren saber de la
última pelea entre Sheyla y Pavón, mejor sigan las enseñanzas de ese filósofo de calle
llamado Melcochita. ¿Te parece basura? Entonces: no los veas.

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