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Conociendo a Dios

El que tiene fe, no tiene preguntas;


y el que no tiene fe no tiene respuestas
Autor: Salomón Michán Mercado
salomichan@hotmail.com
Edición tipográfica: Salomón Michán Mercado
Michan Editorial
Diseño de Portada: Salomón Michán Mercado
ISBN en trámite

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Salomón Michán Mercado


salomichan@hotmail.com
55-5965-1288
Índice
Índice
Prólogo
Introducción
Principios básicos de la Emuná
Dios está con nosotros en cada momento
Todo viene de Dios
Lo que te toca, nadie te lo toca
Atribuir lo que pasa a Dios
Todo lo que manda Dios es para bien
Conclusión
Prólogo
Mi nombre es Felix Wankel
Una vez iba un hombre en su auto por una larga y muy solitaria carretera
cuando de pronto su auto comenzó a detenerse hasta quedar estático. El
hombre bajó, lo revisó, trató de averiguar qué era lo que tenía.
Pensaba que pronto podría encontrar el desperfecto que tenía su auto pues
hacía muchos años que lo conducía; sin embargo, después de mucho rato se
dio cuenta de que no encontraba la falla del motor.
En ese momento apareció otro auto, del cual bajó un señor a ofrecerle
ayuda. El dueño del primer auto dijo: Mira este es mi auto de toda la vida, lo
conozco como la palma de mi mano. No creo que tú sin ser el dueño puedas o
sepas hacer algo.
El otro hombre insistió con una cierta sonrisa, hasta que finalmente el
primer hombre dijo:
Está bien, haz el intento, pero no creo que puedas, pues este es mi auto.
El segundo hombre echó manos a la obra y en pocos minutos encontró el
daño que tenía el auto y lo pudo arrancar.
El primer hombre quedó atónito y preguntó: ¿Cómo pudiste arreglar el fallo
si es “Mi auto”?
El segundo hombre contestó: Verás, mi nombre es Felix Wankel… Yo
inventé el motor rotativo que usa tu auto.
Cuántas veces decimos: ¡Esta es Mi vida; ¡Este es Mi destino!, ¡Esta es Mi
casa!, ¡Déjenme a mí, sólo yo puedo resolver el problema!
Al enfrentarnos a los problemas y a los días difíciles creemos que nadie nos
podrá ayudar pues "esta es MI vida".
Pero...
¿Quién hizo la vida?
¿Quién hizo el tiempo?
Sólo aquel que es el autor de la vida puede ayudarte cuando te quedes tirado
en la carretera de la vida.
Te doy sus datos por si alguna vez necesitas un buen "mecánico":
Nombre del mecánico del alma: Dios.
Dirección: En todas partes.
Horario: 24 horas al día, 365 días al año, 86,400 segundos por día, por toda
la eternidad.
Garantía: Por todos los siglos.
Respaldo: Eterno.
Teléfono: No tiene. Pero basta con que reces, con fe, además de que esta
línea directa nunca está ocupada... nunca nos pone en “espera”.
Adquirir la fe es un gran trabajo
Aunque ya mencionamos que el tener fe debe ser algo natural, todos
debemos trabajar en adquirirla y nunca caer.
Toda la vida es una prueba de fe, y muchas veces tenemos pruebas duras las
cuales debemos pasarlas y realmente sentir que todo lo que pasa en el mundo
de porque Dios así lo quiere y es bueno.
Vamos a contar una historia para entender cómo debemos de trabajar y cada
vez reforzarnos más.
En una ocasión, llegó un alumno del Rabino Shteinman, que no lo había
visto por 50 años. Llegó a su misma casa que tenía desde hace más de 50
años y saludó al Rabino. El Rabino al principio no lo reconoció, hasta que le
explicó quién era este hombre; y el Rabino Shteinman lo recordó.
Este alumno le dijo al Rabino: Estoy sorprendido, 50 años que no he venido
a su casa y sigue exactamente igual; las paredes siguen iguales, la mesa en su
mismo lugar ¡no hay nada nuevo!
Le contestó el Rabino: ¿Que me quieres decir? ¿Que las paredes tienen que
cambiar? ¡La persona es la que tiene que cambiar!
Así debemos de pensar: uno no debe quedarse como está ahora. Debemos
de hacer un cambio inmediato; y que mejor que mejorar en nuestra fe.[1]
Tener fe incluso dentro de la cámara de gas
Contó el Rabino David Shwekey esta increíble historia de fe:
Un Rabino en Israel vio una vez a un judío diciendo Kadish (rezo que se
dice cuando muere algún familiar) con lágrimas en los ojos. Le preguntó:
—¿Estás diciéndolo por tu mamá, por tu padre o por un ser querido?
—No, lo digo por un amigo que perdí en la guerra —contestó el judío.
—¿Podrías contarme un poco sobre aquel suceso? —le pidió el Rab.
—Sí. Con gusto —dijo el hombre, y habló así:
Cuando el ejército alemán invadió Polonia (1ero de septiembre de 1939) en
la ciudad de Varsovia fueron arrestados dos jóvenes, los cuales prometían
llegar a ser grandes estudiosos de la Torá. Cono era común en aquellos días,
el ejército nazi se comportaba de manera sanguinaria con todo judío que
tuviera la desgracia de caer en sus manos. Este par de amigos fueron
trasladados como ganado al campo de concentración de Auschwitz (1940—
1945). Durante el trayecto, uno decía al otro:
—No pierdas la fe. Dios va a salvarnos.
—Ahora no es tiempo de fe —contestó su amigo—. Es tiempo de pensar
cómo escapar de aquí. Yo también tengo fe, pero debemos pensar en una
estrategia.
—Mira, las estrategias llegan solas. Tú ten fe y deposita tu confianza en
Dios.
Cuando arribaron a Auschwitz, el que tenía fe reiteró a su amigo:
—No te preocupes. Dios va a salvarnos…
—¿Aún lo crees? —preguntó el otro—. Ve estos muros y las condiciones
de supervivencia en que se encuentra la gente…
Al poco tiempo, ambos caminaban hacia las cámaras de gases y el primero
decía:
—Yo tengo fe. Dios va a salvarme. Yo tengo fe. Dios va a salvarme…
Se abrió la enorme puerta metálica de aquella cámara hermética y fueron
entrando todos nuestros hermanos a su terrible final. Los últimos dos que
pasaron adentro fueron este par de amigos, quienes escucharon a tan sólo
unos centímetros de distancia cómo giraba la perilla de la “caja fuerte” para
que aquel recinto de muerte quedara herméticamente cerrado.
—¿Aún tienes esa fe que dices? —preguntó el amigo sin fe al otro.
—¡Sí! —contestó—. Y sé que Dios puede salvarnos aun en estos
momentos.
Luego de estas palabras empezó a salir el gas letal y unos segundos después
volvió a escucharse aquella perilla girando. Milagrosamente se abrió la puerta
y el soldado nazi dijo:
—Necesito a uno de ustedes para que me ayude después a sacar los
cuerpos. Ven tú acá…
Y el amigo con fe salió de aquel infierno y el otro se despidió de él
diciéndole:
—Por favor, di Kadish por mí toda la vida…
El hombre que decía Kadish entre lágrimas agregó con voz entrecortada:
—Ese soy yo, honorable rabino. Esta es mi historia y por mi fe me salvé.
Pero mi amigo, por el cual diré Kadish toda mi vida, como me pidió, corrió
con diferente suerte. Yo mismo lo saqué de la cámara de gases cuando ya
había pasado a mejor vida…
Aprendemos de esta historia que la fe mueve montañas. Y como dijo el Rey
David: “Aunque ande en valle de sombra de muerte no temeré mal alguno,
porque Tú estarás conmigo”.[2]
Debemos encontrar a Dios en nuestras vidas
El Rabino Natan Vajtpoiguel, contó que una vez se detuvo a observar a un
grupo de niños que estaban jugando. Se acercó a ellos y les preguntó sobre el
tipo de juego en el que estaban jugando. Los niños lo rodearon y le
contestaron que estaban jugando a “las escondidas”.
¿Y cuáles son las reglas de este juego?, siguió preguntando el Rabino.
Los niños comenzaron a explicarle: uno de ellos debe esconderse, y una vez
oculto, todos los demás tienen que buscarlo… ¿Y cuál es el resultado del
juego?, preguntó el Rabino. ¿Acaso logran encontrar al niño que se esconde?
Seguro, le contestaron. Si nosotros buscamos bien, y nos esforzamos para
encontrarlo, normalmente conseguimos lo que esperábamos. Rodeamos todos
los lugares posibles hasta dar con el niño escondido.
El Rabino Natan se apresuró para regresar a su casa. Se paró en el medio
del salón de estudio y comenzó a dar una conferencia sobre el juego de “las
escondidas”.
Vean ustedes, por favor, mis queridos “alumnos”, todo el tiempo nosotros
decimos que vivimos en una época en que Dios está “oculto”, y en general,
esto nos causa una debilidad espiritual, haciendo que bajemos los brazos.
Porque pensamos que Dios se esconde, se escapa de nuestra vista, y
entonces, ¿qué podemos hacer?, ¿de dónde podemos sacar fuerzas para
elevarnos?
Pero, observando bien la conducta de los niños, dijo el Rabino a sus
alumnos, descubriremos que no tenemos nada que temer… ya que si Dios se
esconde, tenemos en nuestras manos la posibilidad de buscarlo, buscar y
buscar, y al final, con seguridad, lo encontraremos…
Y esta es la premisa fundamental que nos toca reforzar y aplicar en estos
días. No sentir miedo ante esta realidad, donde Dios no está tan a la vista,
donde hace falta mirar con lupa para ver los milagros que desde luego, sigue
haciendo. En lugar de pensar en el ocultamiento, debemos transportarnos a
una situación de “revelación”, o, de acuerdo a lo que escribieron nuestros
sabios, de bendita memoria, a un estado de “luz”. Y el que esté decidido a
buscar a Dios… lo encontrará.
Hasta los niños más pequeños y más simples, ya saben, que cuando uno de
sus amiguitos se esconde, es necesario buscarlo, ¡y lo encuentran!
La finalidad de la Creación es que el reconocimiento hacia Dios sea una
gran revelación que ilumine y marque el camino a toda la humanidad.
Introducción
¿Dónde comienza la fe?
Comencemos el tema con una pregunta interesante:
¿Dónde comienza la fe?
La fe comienza donde termina la razón de la persona.[3]
Cuando la razón y la lógica de la naturaleza, o más bien, de lo que estamos
acostumbrados llega a su fin, donde ya la lógica dice que no es capaz de
seguir; así comienza la fe. La fe es confiar en un ser supremo, ilimitado y
todopoderoso. Cuando confiamos en Él, no existen los límites, ya que Él es
ilimitado.
En muchas ocasiones escuchamos que la gente dice: "Yo creo en Dios, pero
hay cosas que no entiendo". Sin embargo, el Rabino Yejezkel Levinshtein,
nos enseña que este es un razonamiento equivocado, ya que lo que la persona
entiende no se puede llamar fe o creencia, pues es palpable para él.
La fe comienza a partir del momento en que la mente humana no puede
entender lo que está viendo. Es debido a eso que estamos obligados a creer
que todo lo que Dios hace es para bien.
No es necesario ver a Dios para saber que existe
Cuentan que en un colegio entró una maestra atea y preguntó a los niños:
—“¿Ustedes ven el sol?” – “Si”, contestaron ellos , —“significa que hay
sol”.
—“¿Ustedes ven el árbol?” – “Sí”, repitieron. —“significa que existe el
árbol”.
—“¿Ustedes ven a Dios?” –“No”, dijeron. —“¡Significa que no existe!”
Se levantó un alumno inteligente y preguntó a sus compañeros:
—“¿Ustedes ven el pizarrón?” –“Sí”, —“significa que existe”;
—“¿Ustedes ven a la maestra?” –“Sí”, —“significa que existe”;
—“¿Ustedes ven su cerebro? –“No”, contestaron, —“significa que no
tiene”.
Dios no tiene limitantes
Dijo el Rabino Yehezkel Levinshtein: La persona que va caminando en la
calle y ve a una persona sin una mano o sin un pie, y piensa que Dios no es
capaz de curarlo, o de mandarle una mano o un pie; se considera que tiene
falta de fe, ya que está limitando a la capacidad de Dios.
La contraseña es la “fe”
En una ocasión un hombre le preguntó a Dios: ¡Si tú te encuentras en todas
partes, ¿Por qué no te siento ni siento esa conexión contigo?
Le contestó Dios: ¡Yo soy como el WiFi! ¡Siempre estoy ahí, sólo es
necesario tener la contraseña para conectarte! ¡Esa contraseña se llama fe!
Principios básicos de la Emuná
El tema de la fe, es muy grande e interesante.
Demostraremos en este escrito, que por medio de la fe en Dios, podremos
vivir mucho más tranquilos, y nos daremos cuenta de que todo lo que
recibimos, es para nuestro bien.
Los tres principios básicos de fe
Para comenzar con este tema, debemos introducir las 3 categorías de fe.
1. Todo lo que sucede en este mundo, es dirigido por Dios. Esto significa
que, todo lo que pasa en nuestras vidas (incluso en los animales,
vegetales, mundo inerte, etc.), es manejado por Dios.
2. Todo lo que hace Dios en este mundo es para bien. Debemos arraigar
en nuestros corazones lo siguiente: “no existe el mal en este mundo”.
Todo lo que hace Dios es para bien. Más adelante explicaremos este
tema.
3. Ya dijimos que todo lo que pasa en este mundo es de Dios. Además,
todo es que pasa es para bien. El tercer punto es, que lo que nos pasa a
cada uno de nosotros, es un mensaje que Dios nos quiere dar
específicamente a cada uno de nosotros.
Lo primero que debemos saber
La Torá empieza diciéndonos lo siguiente: “Bereshit, Bará Elokim Et
Hashamaim Veet Haaretz” – “En el principio, creó Dios el cielo y la tierra”.
Explican los Sabios, que “en el principio”, es decir, lo primero que un ser
humano debe saber, es que Dios creó el cielo y la tierra.
Que existe un conductor en este mundo y no hay nada ni nadie, que pueda
impedirlo ni frenarlo.[4]
Escuché de un Rabino la definición de fe: “Saber que todos nosotros somos
NADA a lo que Dios hace con nosotros”.
El que tiene fe no tiene preguntas
El Rabino Malka en Israel hizo una vez una prueba, estaban haciendo una
excavación arqueológica; llevó dos testigos, agarró una botella vieja, la
envejeció con lodo, metió un pergamino, lo quemó un poquito para
envejecerlo y escribió cualquier garabato con unas plumas viejas, lo aventó
en las excavaciones con dos testigos.
Al otro día en las noticias salió que los arqueólogos hallaron una botella
que se calcula que tiene trescientos mil años en un idioma que se usaba en los
tiempos de antes. Ni idioma, ni trescientos mil, pura falsedad, puro negocio.
Pero todo eso confunde a la persona.
Dijo una vez un Rab: “El que tiene fe no tiene preguntas y el que no tiene fe
no tiene respuestas”.
Un mundo tan hermoso, alguien lo tuvo que hacer
En una ocasión, estaba el Rabino Eben Ezra discutiendo con un filósofo
no judío sobre la creación del mundo. El Rabino opinaba, por supuesto, que
Dios había creado el mundo y el filósofo opinaba y apoyaba las opiniones del
Bing Bang.
A la mitad de la discusión, el filósofo tuvo que salir del cuarto y el Rabino
encontró sobre la mesa una poesía del filósofo que estaba escribiendo,
aunque todavía no la terminaba, le faltaban dos renglones. En ese momento,
el Rabino tomó una pluma y concluyó esos dos renglones con poesías
hermosas.
Cuando regresó el filósofo, se dio cuenta que alguien había completado su
poesía y preguntó quién lo había escrito tan bello.
Le contestó el Rabino, que cuando salió del cuarto, la tinta se había
derramado y se había escrito esos renglones al derramarse.
El filósofo enfadado le dijo que eso no es lógico, ¿cómo es posible que, al
derramarse una tinta, se escriba algo y no sólo eso, sino algo tan hermoso?
Le contestó el Rabino: Si dos renglones no son capaces de escribirse solos,
con mayor razón el mundo no es capaz de hacerse sólo.
Todo lo hace Dios
Cuentan que una vez fue un alumno con su Rabino Moshe MiKobrin, para
desahogarse y contarle todas sus penas y problemas que tiene en su vida.
En ese momento, el Rab tomó un vaso con agua, dijo la Berajá “Sheakol
Nihiya Bidbaró” – “Que todo fue creado con su nombre” y se tomó el agua.
Le dijo el Rabino al alumno: Veo que no has llegado a la categoría de tu
padre; ya que, en una ocasión, tu padre vino conmigo igual para contarme
todos sus problemas y sufrimientos que tenía; e hice lo mismo que estoy
haciendo ahora: dije la Berajá de Sheakol, que quiere decir que Dios hace
todo en el mundo. Y al escuchar eso, tu padre se retiró. Le pregunté a tu
padre: ¿Por qué te vas? Todavía ni hablamos.
Me contestó tu padre, que al escuchar “Sheakol Nihiya Bidbaró” – “Que
todo fue creado con su nombre”, cualquier ser humano se debe quedar
tranquilo, ya que todo lo manda Dios y es para bien.[5]
¿Dónde está Dios?
En una ocasión le dijeron a Rab Yonatan Aishbitz, mientras este era
todavía un niño. Te doy 1 moneda, si me dices dónde está Dios.
Rab Yonatan Aishbitz, con su picardía le contestó: Te doy 2 monedas si
me dices dónde no está Dios.
El bordado de Dios
Cuando yo era pequeño, mi mamá solía coser mucho. Yo me sentaba cerca
de ella y le preguntaba qué estaba haciendo. Ella me respondía que estaba
bordando.
Siendo yo pequeño, observaba el trabajo de mi mamá desde abajo, por eso
siempre me quejaba diciéndole que solo veía hilos feos. Ella me sonreía,
miraba hacia abajo y gentilmente me decía: “Hijo, ve afuera a jugar un rato y
cuando haya terminado mi bordado te pondré sobre mi regazo y te dejaré
verlo desde arriba”.
Me preguntaba por qué ella usaba algunos hilos de colores oscuros y porqué
me parecían tan desordenados desde donde yo estaba. Mas tarde escuchaba la
voz de mamá diciéndome: “Hijo, ven y siéntate en mi regazo.”
Yo lo hacía de inmediato y me sorprendía y emocionaba al ver la hermosa
flor o el bello atardecer en el bordado. No podía creerlo; desde abajo solo
veía hilos enredados.
Entonces mi mamá me decía: “Hijo mío, desde abajo se veía confuso y
desordenado, pero no te dabas cuenta de que había un plan arriba. Yo tenía
un hermoso diseño. Ahora míralo desde mi posición, que bello”.
Muchas veces a lo largo de los años he mirado al Cielo y he dicho:
—“Padre, ¿qué estás haciendo?”.
Él responde:
—“Estoy bordando tu vida”.
Entonces yo le replico:
—“Pero se ve tan confuso, es un desorden. Los hilos parecen tan oscuros,
¿por qué no son más brillantes?”.
El Padre parecía decirme:
— “Mi niño, ocúpate de tu trabajo confiando en Mi y un día te traeré al
cielo y te pondré sobre mi regazo y verás el plan desde mi posición. Entonces
entenderás…”
¿Cómo es posible llegar a una fe completa?
Preguntó el famoso Rabino Jazón Ish en una ocasión:
¿Cómo es posible llegar a una fe completa?
Contestó el mismo Rabino Jazón Ish: Cualquier necesidad que se tenga,
pídeselo a Dios.
Si necesitas un par de zapatos nuevos, dile a Dios: “Mira mis zapatos rotos,
favor de mandarme dinero para comprarme unos nuevos”. Y así para
cualquier necesidad, aunque sea muy mínima.
Con estos ejercicios, la persona se acostumbrará y sentirá que todo viene de
Dios. Así se llega a una fe completa.
Cada segundo se cumple una Mitzvá
Una de las 613 obligaciones y mandamientos, es creer en la existencia en
Dios y creer que él supervisa en cada momento. Esta es una de los pocas
mandamientos que se pueden cumplir en cada momento y en cualquier lugar;
y no necesita hacer algún acto para cumplirlo, sino únicamente con el
pensamiento.
Sería muy buena costumbre decir lo siguiente y estará cumpliendo con este
mandamiento: “Yo creo en ti Dios, que existes y te encuentras enfrente de mí,
que supervisas todo el mundo en cada detalle, y tú le pagas a toda persona
que haga un mandamiento ya sea sencilla o complicada.
Con este pensamiento, estará cumpliendo un mandamiento y le estará
dando gusto y deleite a Dios, ya que sus hijos, confían en él y aceptamos lo
que es.[6]
Todas las religiones están enfermas
Cuentan que en los tiempos de Rabí Yonatan Aishbitz, había gente dentro
del gobierno, que estaban en contra de los judíos. Esta gente, quería
demostrarle al rey, que los judíos son capaces de renegar y cambiar su
religión por algo de dinero.
Ellos sabían que no podían hacer la prueba con Rabí Yonatan Aishbitz, ya
que era un gran Sabio; pero pensaron que lo podían hacer con un cargador de
mercancía pobre que vivía en la ciudad. El rey ordenó que traigan al pobre
inmediatamente para convencerlo que cambie su religión
Llegó el pobre al castillo del rey, y los empleados del rey le dijeron que
tenían un trabajo para él. El trabajo era ir todos los días a tocar la campana de
la iglesia, para que los católicos lleguen a rezar a ahí. Por este trabajo, iba a
ganar mucho dinero y a parte iba a tener mucho tiempo disponible. La única
condición era, que se tenía que convertir al catolicismo.
El pobre pensó bien y les dijo que no podía aceptar esa propuesta. Ya que
su padre le había enseñado algo importante en una ocasión y es lo siguiente:
Si alguna persona te ofrece un burro por otro y a parte te ofrece dinero, no
hagas el cambio; ya que seguramente, esta persona que te quiere vender su
burro, es porque su burro está enfermo o no le queda mucho tiempo de vida.
Les contestó el pobre a esta gente: Por cuanto que ustedes están dispuestos
a pagar dinero para que yo cambie mi religión, es porque su religión está
enferma y tiene muchos defectos. Pero nunca cambiaré mi religión (el
judaísmo), ya que es perfecta y no tiene ningún problema.
El rey se dio cuenta de la fe de este pobre y lo despidió del castillo con
mucho dinero.[7]
Dios está con nosotros en cada momento
Nunca estamos solos
Un niño abordó un avión para viajar a NY, llamando la atención de todos,
sube al avión busca su asiento y se sienta al lado mío.
Se veía un niño educado, seguro e inteligente. Me miro, sonrío y saco su
libro para dibujar, a pesar de su corta edad no presentaba rasgos de ansiedad
y nerviosismo.
El vuelo no fue bueno con mucha turbulencia, pero El Niño conservaba su
serenidad, le pregunte: ¿no tienes miedo? Y me contestó " no, mi padre es el
piloto" y siguió en su libro.
A lo largo del camino nos encontraremos con sucesos que nos sacuden
como en una turbulencia, habrá momentos que no sentiremos el terreno
sólido y estaremos inseguros, en esos momentos recordemos quien es el
piloto en nuestras vidas y no hay de qué preocuparse.
Y siempre que necesites que alguien te ayude medita esto " mi padre es el
piloto".
Dios siempre nos escucha
Dijo un niño: "Dios, habla conmigo".
Y entonces un ave del campo cantó, pero el niño no la escuchó.
El niño exclamó: "¡Dios, háblame!"
Y un trueno resonó por todo el cielo, pero el niño no lo escuchó.
El niño miró a su alrededor y dijo: "Dios, déjame mirarte".
Y una estrella se iluminó, radiante, pero el niño no se dio cuenta.
Y el niño gritó de nuevo: "Dios, Muéstrame un milagro".
Y un pajarillo nació de un huevo, pero el niño no lo notó.
Llorando desesperadamente, dijo: "Tócame, Dios, para saber que estás
conmigo".
Dios se inclinó y tocó al niño. Pero él se sacudió la mariposa.
Muchas veces las cosas que pasamos por alto son aquellas que hemos
estado buscando.
Dios es el primero, el único y el último
¿Para qué fue creado el GPS?
El GPS se creó para enseñarnos algo en la vida; y todo ser humano lo debe
saber, y son 2 puntos esenciales.
1. En todo lugar donde estemos, estamos siendo vigilados desde una parte
superior.
2. Si el GPS nos dice a la derecha y fuimos a la izquierda, inmediatamente
el mismo GPS nos cambia el rumbo y nos da un nuevo camino.
Al final de cuentas, todos debemos llegar al mismo lugar. Incluso que nos
desviamos del camino, tenemos quien nos dirija y nos vuelva a encaminar
para llegar a la meta, que es Dios.
Dios siempre nos cuida
Cuando fue la guerra en de Independencia de Israel, realmente fue muy
dura y se vieron situaciones muy difíciles.
Un gran Sabio Rabino contó, que cuando él era niño, él veía las bombas del
enemigo casi cara a cara, caían muy cerca de él.
Este Rabino cuenta que cayó una bomba en un tubo de gas y éste empezó a
arder y estaban preocupadísimos porque podía explotar todo el edificio. De
repente, cayó otra bomba en un tanque de agua del edificio y toda el agua del
tanque cayó sobre el tubo de gas y apagó todo.
Vemos que hay alguien que maneja el mundo.
Preguntó el Rabino: Si Dios quiere hacer el milagro de que no explote el
edificio, ¿por qué permitió la primera bomba?
La respuesta es: Si no hubiera caído la primera, ni notarías que Dios te está
cuidando; para eso vino la segunda.
Ya que estamos tan acostumbrados a vivir bien y poseemos mucho, muchas
veces no notamos que Dios nos cuida y Él es quien nos manda todo.
No caigamos en la rutina ni en la costumbre de que todo lo merecemos y
que todo lo tenemos.
La difunta que no era su mamá y la enterraron
La familia Kohan residía en Flatbush, en el área de Nueva York, en los
Estados Unidos. La madre del señor Kohan era ya una mujer mayor que vivía
en un hogar para ancianos.
Un día, el señor Kohan recibió una llamada del asilo donde se encontraba
su madre. Cuando le informaron que su madre había dejado este mundo, el
hombre corrió hacia el lugar para comenzar los trámites del entierro. Al llegar
ahí, le pidieron que reconociera el cuerpo. Y bueno, el señor Kohan, con toda
tristeza, observó rápidamente y afirmó que era su madre. El papeleo concluyó
y finalmente su madre fue enterrada, y su hijo comenzó el periodo de duelo.
En el cuarto día de la Shivá (los siete días de duelo), en casa del señor
Kohan, que estaba rodeado de sus seres queridos, quienes lo consolaban,
suena el teléfono. El hijo mayor de la familia se dirige a atender la llamada y,
al responder, del otro lado de la línea dice una señora mayor:
—¿Qué está pasando, que hace cuatro días que no me visitan?
El joven, desconcertado y asustado, cuelga rápidamente. A los pocos
minutos de esa llamada, suena nuevamente el teléfono.
El joven no se anima a atender, por lo sucedido anteriormente. Pero cuando
el señor Kohan, luego de pedir a su hijo que atienda el teléfono y al ver que
éste no se mueve de donde está parado, él mismo se levanta a contestar.
Entonces le dice una señora del otro lado:
—Hola… ¿Qué está pasando que hace cuatro días que no me visitan?
El hombre lanza un grito desaforado diciendo:
—¡Mamá…!
El señor Kohan y su familia se dirigen a toda prisa al hogar de ancianos
para ver qué sucede. Y cuando llegan, la supuesta difunta está ahí, sentada en
su lugar habitual esperando que llegue su familia a visitarla.
Del emotivo reencuentro entre el hijo y su madre, que fue casi inexplicable,
el señor Kohan se dirigió a las oficinas del lugar para exigir una explicación
de tan gran confusión. Luego de explicar el caso a uno de los encargados,
finalmente se dieron cuenta de que la señora que había fallecido se apellidaba
Kogan, no Kohan.
De este modo, habían enterrado a una persona sin avisar a sus familiares, y
sin que sus seres queridos pudieran despedirse de ella.
Un empleado del asilo reunió el coraje de llamar al único hijo de la difunta
tratando de disculparse por el malentendido.
(Hace falta aclarar que el señor Kohan, quien debió reconocer el cuerpo, lo
hizo con suma rapidez y, a causa de la edad que tenía la difunta, no se fijó en
ciertos detalles para verificar si era su madre o no.)
Cuando llamaron al hijo de la señora Kogan y le dijeron que llamaban del
hogar para ancianos donde se encontraba su madre, con tono de voz un poco
alto exclamó:
—Si llaman para decirme que mi mamá falleció, desde ya les digo que
pueden cremarla. Tienen toda mi aprobación.
La persona del hogar de ancianos no tuvo, sin embargo, el coraje de decirle
por teléfono acerca del malentendido que hubo, y que su madre ya había sido
enterrada. Entonces le preguntó si podía ir a su casa para intercambiar unas
palabras…
Además de todo esto, el señor Kohan, que apenas unas horas atrás estaba
haciendo duelo, también se ofreció a ir a la casa del hombre para disculparse
por haber enterrado a su madre, aunque en realidad no había sido su culpa.
Cuando llegaron a la casa del señor Kogan, el señor Kohan le dijo:
—Señor, quiero disculparme, ya que su mamá falleció hace cuatro días y,
pensando que era la mía, le hicimos un entierro como corresponde. Dije
Kadish y estudiamos Torá en memoria de ella.
El señor Kogan se levantó de su asiento y, a punto de llorar, dijo lo
siguiente:
—Mi mamá fue una sobreviviente del Holocausto. La única que sobrevivió
de su familia fue ella. Sus hermanos, padres y hasta el que iba ser su futuro
esposo fueron asesinados ahí. Luego ella pudo escapar y terminó aquí. Pudo
formar una familia y progresar, aunque las heridas de lo sucedido siempre
quedaron en ella. Todo el tiempo yo discutía con mi mamá, ya que ella nunca
dejó de cumplir una Mitzvá, nunca dejó de ayunar en Yom Kipur.
Y yo siempre la criticaba y le preguntaba cómo podía ser que siguiera
creyendo en Dios… luego de lo que ella misma fue testigo, de cómo
masacraron a millones de judíos.
Y ella siempre me decía que Dios sabe por qué hace las cosas, que Él nunca
abandona a su pueblo.
En una de las tantas discusiones acerca de este tema, le grité:
—¡Cuando mueras, yo te voy a cremar, y si realmente Dios existe, entonces
que te entierre Él![8]
Huellas de Dios
En un día caluroso de verano, en el sur de Florida, un niño decidió ir a
nadar en la laguna detrás de su casa. Salió corriendo por la puerta trasera, se
tiró en el agua y nadaba feliz.
Su mamá desde la casa lo miraba por la ventana, y vio con horror lo que
sucedía. Enseguida corrió hacia su hijo gritándole lo más fuerte que podía.
Oyéndole el niño se alarmó, miró y comenzó a nadar hacia su mamá lo más
rápido que podía. Pero fue demasiado tarde. Desde el muelle la mamá agarró
al niño por sus brazos, justo cuando el caimán le agarraba sus piernitas. La
mujer tiraba determinada, con toda la fuerza de su corazón. El cocodrilo era
más fuerte, pero la mamá era mucho más apasionada y su amor no la
abandonaba.
Un señor que escuchó los gritos y se apresuró hacia el lugar con una pistola
y mató al cocodrilo. El niño sobrevivió y, aunque sus piernas sufrieron
bastante, se recuperó y pudo llegar a caminar, unas semanas después. Cuando
salió del trauma, un periodista le preguntó al niño si le quería enseñar las
cicatrices de sus piernas. El niño levanto la colcha y se las mostró. Pero
entonces, con gran orgullo se remangó las mangas y dijo:
—"Pero las que usted debe de ver son estas”. Eran las marcas de las uñas de
su mamá que habían presionado con fuerza. Las tengo porque mamá no me
soltó nunca, me salvó la vida y de las garras del cocodrilo.
Moraleja: Nosotros también tenemos cicatrices de un pasado doloroso.
Algunas son causadas por nuestras malas decisiones, pero algunas son las
huellas de Dios que nos ha sostenido con fuerza para que no caigamos en las
garras del instinto del mal.
Si yo estoy aquí, todo está aquí
Dice el Talmud, que el Rabino Hilel Hazaken, el gran sabio y humilde,
dijo lo siguiente:
“Si yo estoy aquí, todo está aquí, si no está el yo aquí, ¿quién está?”
Se entendería que es una frase muy presumida o con mucho ego, ya que él
quiere decir que él es todo y si no está él, no hay nada en el mundo.
Pero esa no es la intención del Rabino Hilel; sino lo que él quiso decir fue
lo siguiente:
El Rabino Hilel habló directamente refiriéndose a Dios: Si yo estoy aquí,
todo está aquí. Es decir, si “Yo” refiriéndose a Dios, está aquí, todo está aquí.
Así como dice la Torá: “Yo soy Dios tu Dios”. Si ese “Yo”, que es Dios lo
tengo dentro de mí, todo está aquí, ya que tengo a lo máximo conmigo; y si
no está ese “Yo” conmigo, ¿quién está? Es decir, nadie está y no hay nada.
Creer o saber que existe Dios
Cuentan sobre un gran Rabino, que estaba sentado con sus alumnos
alrededor de una mesa y en ese momento, el Rabino les preguntó: ¿ustedes
creen que existe Dios? Por supuesto que todos contestaron que sí; no
entendían la pregunta del Rabino.
Les dijo el Rabino:
—“Realmente yo no creo en Dios”
Todos los alumnos quedaron sorprendidos, y querían entender al Rabino;
hasta que el Rabino les explicó con una pregunta: ¿ustedes creen que aquí
hay una mesa?
Los alumnos le dijeron:
—No creemos que hay una mesa, sabemos que hay una mesa, ya que la
estamos viendo.
—Así mismo, les dijo el Rabino. ¿Es necesario creer que existe Dios? ¡No!,
ya que yo veo a Dios. Entonces yo no creo que existe Dios, yo veo a Dios.
¿De qué tamaño es Dios?
Un niño le preguntó a su papá:
¿De qué tamaño es Dios?
Entonces al mirar al cielo, su padre vio un avión y le preguntó a su hijo:
¿De qué tamaño vez a aquel avión?
El niño le dijo: ¡Es pequeño, casi ni se alcanza a ver!
Entonces el papá lo llevó al aeropuerto y al estar cerca de un avión le
preguntó: Y ahora, ¿de qué tamaño dices que es el avión?
El niño le respondió con asombro: ¡Papá, es enorme!
El papá le dijo entonces: ¡Dios así es, el tamaño va a depender de la
distancia que ti estés de Él!
¡Cuánto más cerca estés de Él, Mayor Él será en tu vida!
Gente que no estuvo en el 11 de septiembre
Después del 11 de septiembre, una empresa que tenía sus oficinas cerca del
World Trade Center invitó a ejecutivos y empleados de otras compañías que
habían sido afectadas por el ataque a las Torres Gemelas, para compartir su
oficina a fin de que pudieran reiniciar temporalmente sus operaciones.
En una reunión de la mañana, el jefe de seguridad contó historias de por
qué su gente estaba viva... y todas tenían que ver con pequeños detalles como
éstos:
Al director de una compañía se le hizo tarde porque era el primer día de
kínder de su hijo.
Una mujer se retrasó porque su despertador no sonó a tiempo.
A uno se le hizo tarde porque se quedó atorado en la carretera en la que
había un accidente.
A otro sobreviviente se le fue el autobús.
Alguien se tiró comida encima y necesitó el tiempo para cambiarse.
Uno tuvo un problema con su auto, que no arrancó.
Otra regresó a contestar el teléfono.
Otra ¡tuvo un bebé!, y otro no consiguió un taxi.
Pero la historia que más impresionó fue la de un señor que se puso un par
de zapatos nuevos esa mañana, y antes de llegar al trabajo le había salido una
ampolla. Se detuvo en la farmacia por una curita y por eso está vivo hoy.
Ahora, cuando me quedo atorado en el tráfico, cuando pierdo un elevador,
cuando regreso a contestar un teléfono, y muchas otras cosas que me
desesperan, pienso primero:
“Este es el lugar exacto en el que debes estar en este preciso momento”.
La próxima vez que tu mañana te parezca enloquecedora, los niños tarden
en vestirse, no logres encontrar las llaves del auto, te encuentres todos los
semáforos en rojo... no te enojes ni te frustres; recuerda que Alguien está
cuidándote…
Si cambias de perspectiva, como lo dice esta lectura, lo más seguro es que
empieces a ver muchos más guardianes que te cuidan.
¿Has pensado por qué suceden ciertas cosas de manera de coincidencia?
¿Está el universo perfectamente sincronizado?
¿Será que la casualidad no existe, y sí existe la “causalidad”?
¿Para qué usamos lo que tenemos?
Dicen los Sabios: “Mientras más bienes se tengan, más preocupaciones se
tendrán”.
¿Cuál es la explicación?
Mientras más bienes, propiedades, pertenencias, etc., tengamos; debemos
preocuparnos más en saber para qué Dios nos lo mandó.
Mientras más recibimos de Dios, Él pide más de nosotros.
Mientras más dinero nos da, nos pide que demos más caridad.
Mientras más salud nos da, debemos ocuparla para cumplir su voluntad.
Mientras más hijos nos manda, debemos educarlos mejor en el camino de
Dios.
Mientras más bendición tenemos, debemos darle más a Dios.
Esa es la clave para nuestras vidas. Mientras más recibimos, más
comprometidos debemos sentirnos.
Por eso dicen los Sabios: Mientras más tienes, preocúpate en saber qué
Dios desea de ti.
Debemos mirar en la vida en cinco direcciones:
Toda persona debe mirar a lo largo de su vida en cinco direcciones:
Adelante: para saber a dónde se dirige.
Detrás: para recordar de donde viene
Debajo: para no pisar a nadie
A los costados para ver quien lo acompaña en los momentos difíciles
Arriba: para que sepa que siempre alguien lo mira y lo está cuidando…
ese es Dios.
Todo viene de Dios
Lo que Dios te designó, nadie va a tocarlo
En una ocasión llegó un hombre a consultar al Rabino Meir de
Premiszlan, y le explicó que otro hombre había abierto un negocio similar al
suyo y esto le estaba quitando clientes, y por ende, el sustento.
El Rabino Meir le contestó con una pregunta:
—¿Has visto cómo beben los caballos en el río?
—No —contestó el hombre.
—Primero se agachan y con una pata mueven el agua, pues al ver su propia
imagen creen que es otro caballo que les va a quitar su bebida. Pero cuando
mueven el agua y ya no lo ven, entonces beben. No te preocupes —le dijo
Rab Meir—, lo que Dios te designó a principios del año, nadie va a tocarlo, y
recuerda que Dios da sustento a todo ser viviente, porque Dios por siempre es
todo favor. No te olvides de dónde viene la fuente de la vida.
Por no saber hebreo, consiguió trabajo
Pasó con una persona que vivía en Marruecos y quería ir a vivir a Israel.
Esta persona, fue con el Rabino Baruj Toledano y le dijo:
—“Rab, Quiero ir a vivir a Israel, pero tengo miedo de mi situación
económica; ¿cómo le haré para sobrevivir allá? De hecho, no sé ni el
abecedario hebreo; entonces ,¿cómo encontraré trabajo?
Le contestó el Rabino:
—“No te preocupes, precisamente porque no sabes hebreo, encontrarás
trabajo”.
El hombre no entendió muy bien; pero le hizo caso al Rabino y viajó a
Israel.
En Israel, necesitaban a una persona precisamente que no sepa hebreo, ya
que el trabajo era quemar todos los papeles confidenciales del ejército y
estos, no podían ser leídos por nadie; entonces la única persona que podía
tomar el trabajo, era alguien que no sepa nada de hebreo. Este hombre se dio
cuenta que su Rabino tenía razón y pudo vivir muchos años con este trabajo.
Cuando se iba a pensionar, le dijeron a este hombre: “Quédate con nosotros
y aunque estés recibiendo tu pensión, nosotros también te pagaremos, ya que
no podemos encontrar otro hombre como tú que no sabes hebreo”.
Incluso el presidente cae en las manos de Dios
Washington, 15 enero 2002.
George Bush se desmayó y se golpeó la cabeza contra una mesa al caer al
suelo por una bajada de tensión que se produjo, según los médicos, al
atragantarse con un "pretzel", una pequeña galleta salada. Cuando el
incidente ocurrió, Bush se encontraba solo en una habitación de la Casa
Blanca.
Su equipo médico y de relaciones públicas se esforzó por no decir que Bush
se había "atragantado": insistían en que, simplemente, la galleta "se fue por
mal camino", lo cual esconde la preocupación no por lo que pasó, sino por lo
que podía haber pasado.
El aval es Dios
Se cuenta una historia sorprendente.[9]
Había una persona, que sus negocios cayeron muy bajo y tenía la necesidad
de pedir un gran préstamo para volver a levantarse. El préstamo del cual
estamos hablando, sobre pasaba los cientos de miles de dólares.
Llegó este hombre y fue con su amigo para que le preste el dinero.
El amigo con todo gusto le iba a prestar el dinero, sólo que quería un aval.
Ya que, con esas cantidades, es necesario un buen aval.
El hombre no quería tener un aval, ya que, si la gente se entera que está
pidiendo dinero, lo ficharán como que ya no es un hombre de negocios y ya
nunca podrá volver a levantarse.
El hombre tomó la decisión, que Dios será su aval. Los 2 hombres
aceptaron y se firmó el préstamo.
Pasaron los 3 meses del plazo del préstamo y el hombre le habla a su amigo
para pedirle su dinero; pero se da cuenta que no tiene con qué pagarlo, ni ve
muchas esperanzas para recuperarlo.
Volvió a marcarle varias veces, pero no había ninguna respuesta positiva.
Pero recordó que el negocio de su aval si iba bien, así que decidió pedirle el
pago al aval, y dijo lo siguiente:
“Dios, le presté el dinero, por cuanto que tú eras el aval, y en estos
momentos estoy requiriendo el pago. El pago que te pido no es dinero, sino te
pido que me ayudes y que se case mi hija, que ya es mayor de edad y no ha
podido casarse en muchos años de intentos”.
¡Pasaron 2 semanas y se comprometió su hija!
Pasaron muchos meses de esto y el amigo recibe una llamada del deudor,
que le agradece por el préstamo, que lo levantó económicamente y ahora le
quiere pagar. El amigo le dijo: “Yo ya cobré tu deuda y yo no voy a cobrar
doble”. El hombre no entendía nada, ya que nunca le había pagado ni una
sola moneda y el amigo seguía en su postura, que ya había cobrado del aval.
Fueron al juicio para ver quién tiene razón y se tomó la decisión, que ese
dinero sea usado para los campos que cuidan el mandato de cuidar la tierra
cada siete años, año sabático.[10]
Lo que te toca, nadie te lo toca
Uno de los temas más importantes en la fe, es saber lo siguiente:
“Lo que te toca, aunque te quites y lo que no te toca, aunque te pongas”.
Todo ya está destinado desde Rosh Hashaná
Está escrito en el Talmud:[11] “Todo el sustento de la persona está destinado
desde el principio del año hasta el final del año menos los gastos de Shabat,
de las fiestas judías y mandar a los hijos a estudiar Torá. Si la persona gasta
en estos detalles, no se le descuentan de lo que tenía destinado”.[12]
Vemos de esta parte del Talmud, que lo que le toque a la persona nadie se
lo puede quitar, ya que del cielo se le decretó que lo tendrá.
Nadie es capaz de tocar lo que te corresponde
¿Por qué es tan grave el robo?
Uno de los peores pecados que marca la Torá y Dios odia es: el “robo”. La
pregunta es ¿por qué?…
Por cuanto que el dinero ya está destinado a cada uno y uno de nosotros,
entonces ¿para qué robamos?
Dios ve a la persona que roba, como una falta de fe, ya que la persona que
roba, está demostrando que ese dinero si no lo roba, no le iba a llegar a sus
manos. Si le toca el dinero, aunque no robe le va a llegar de una manera
permitida. Si no le toca el dinero, aunque lo robe, no le va a llegar.
Igual te iba llegar, hazlo de una forma permitida
Le contaron al Rabino Jafetz Jaim que dos hombres habían robado un
banco, y uno de los dos logró escapar con el dinero y el otro fue llevado a la
cárcel. El Rabino Jafetz Jaim al escuchar esto, comenzó a llorar por el que
logró escapar. Lo lógico sería que se llore por el que quedó encerrado; pero el
Rabino Jafetz Jaim tenía otra visión de vida y visión de la Torá.
El Rabino Jafetz Jaim les explicó: El que fue atrapado y llevado a la cárcel,
le tocaba ese castigo por el pecado y error que cometió. Pero e que logró
escaparse con el dinero, seguramente tenía destinado ese dinero, pero que
lástima que tomó ese dinero de una forma prohibida, ya que, si ahora lo tiene,
seguramente le iba a llegar de una forma permitida.
Cada uno de nosotros, tiene destinado exactamente lo que le debe tocar.
Lástima de la persona que toma el dinero de una manera prohibida, ya que
igual le iba a llegar de una manera permitida. Y aparte de eso, cuando la
persona roba o comete actos indebidos, está traspasando por una ley de la
Torá, que dice que no es permitido jugar chueco con el dinero.
La bendición te perseguirá
Esta historia sucedió hace varios años en Jerusalén, con un hombre llamado
Abraham. Era un carpintero que trabajó muy duro en su vida y logró tener
mucho éxito económico. Trabajaba con mucha fe y utilizaba la riqueza que
Dios le había mandado para repartir caridad entre la gente necesitada, ayudar
a los pobres, recibir gente en su casa, etcétera.
En una ocasión, Abraham y su familia decidieron darse unas vacaciones.
Cerraron la casa con llave, para cuidar todo el dinero que tenían guardado en
ella. Sin embargo, su vecino, que era un malvado, vio que no había nadie en
casa y decidió entrar a robar lo que pudiera. Encontró en una bolsa todo el
dinero obtenido por Abraham en tantos años. Lo tomó y se retiró de ahí sin
que nadie lo notara.
Regresó Abraham de su viaje y vio que ya no había nada del dinero en su
casa. Trató de encontrar al causante del robo, pero no lo logró.
El ladrón, en la noche del robo, salió de la ciudad con la bolsa del dinero.
Rumbo a un lugar llamado Ein Gdi, lo atacó una enfermedad (pagando así su
acción de robo), cayó al suelo y murió en el camino.
Al otro día por la mañana, un hombre llamado Efraim vio al ladrón tirado
en la tierra y trató de despertarlo, pero se dio cuenta de que ya estaba muerto.
Efraim quiso enterrarlo y, al desvestirlo, encontró una bolsa llena de dinero.
Enterró al ladrón y, por supuesto, se quedó con el dinero pensando que Dios
se lo había mandado por el hecho de haber enterrado a alguien.
Esa noche Efraim soñó con su padre, quien le decía que ese dinero no le
pertenecía, ya que no lo había ganado con su esfuerzo. Efraim no confió en el
sueño y siguió su vida con la bolsa de dinero.
Efraim se enteró de que su padre estaba enfermo y fue a visitarlo. Temió
dejar el dinero en su casa y decidió dejarlo dentro de un árbol que tenía su
padre, ya que el árbol era muy alto y tenía espacios profundos para guardarlo.
Al cabo de varias horas, su padre murió.
Efraim pasó los siete días de duelo. En esos días, el poblado de Ein Gdi fue
azotado por un viento muy fuerte, intensas lluvias y corrientes caudalosas.
Por tanta lluvia, el jardín de su casa y el árbol de casa de su padre fueron
arrastrados por la corriente.
Tiempo después, un hombre encontró ese árbol y pensó que podría
venderlo. Así que tomó ese tronco y se dirigió a Jerusalén para encontrar
cliente. ¡Y al que encontró fue Abraham, el carpintero (el dueño original de
ese dinero)!
Cuando Abraham cortó el tronco, se dio cuenta de que su bolsa de dinero se
encontraba ahí dentro. Infinitamente agradeció a Dios, que le había regresado
su dinero.
Al terminar los días de duelo, Efraim se dio cuenta de que el árbol donde
guardó la bolsa de dinero ya no estaba… ni su casa, la que también se había
llevado la corriente. Y recordó el sueño que había tenido sobre su padre
diciéndole que ese dinero no le pertenecía.
Efraim se quedó sin un centavo y se dirigió a varios lugares para buscar
trabajo, pero no tuvo éxito. Así, llegó a Jerusalén y pronto se encontró ante
Abraham pidiéndole empleo. Abraham lo vio como una persona buena y
trabajadora y le ofreció trabajo.
Luego de varios días en que Efraim estuviera trabajando en la casa de
Abraham, entraron en confianza entre ellos y Abraham le contó sobre el
milagro que Dios había hecho con él (regresarle su bolsa de dinero).
Efraim lo interrumpió contándole a su vez sobre el dinero dentro del árbol.
Abraham se quedó sorprendido, ya que no había contado antes a nadie sobre
el milagro del árbol.
Efraim le contó que él había encontrado el dinero dentro de las ropas del
ladrón y lo había puesto dentro del árbol de su padre, y que, debido a la
corriente, el árbol fue arrastrado hasta que un hombre lo encontró. Era el
mismo tronco que compró Abraham.
El carpintero entendió que ese dinero pertenecía a Efraim, ya que él lo
había encontrado en las ropas del fallecido, por lo cual quiso dárselo.
Pero Efraim se negó y dijo que el dinero pertenecía a Abraham, ya que del
Cielo se lo habían regresado y, seguramente, él era quien debía disfrutarlo, y
le contó sobre el sueño con su padre.
Aunque Abraham lo presionó a tomar el dinero, Efraim no lo recibió.
Después de un tiempo, Abraham iba a casar a su hija y tenía que salir de su
casa por una semana. Así que dijo a Efraim que se tomara ese tiempo de
descanso para ir a ver a su familia.
Abraham seguía con la idea de dar una parte de aquel dinero a su empleado,
por lo cual pidió a su esposa que preparara a Efraim algo de comida para el
camino, y dentro de la comida le pusiera algo de dinero, sin que Efraim se
diera cuenta, a fin de que éste se enterara hasta hallarse lejos de su casa.
Cuando Efraim iba a salir, la esposa de Abraham le ofreció la comida.
Efraim la tomó y se retiró de ahí.
Era una costumbre en esa época dar como regalo al padre de la novia
diversos tipos de comida y bebidas.
Cuando Efraim iba a pasar la frontera, el guardia vio que tenía algo de
comida con él y le ofreció comprársela para regalársela a su querido amigo
Abraham, como regalo de bodas para su hija, ya que estaba invitado a la
boda.
Efraim aceptó el dinero y le entregó la comida que le había dado Abraham.
Cuando llegó el guardia a la boda de la hija de Abraham con el regalo, éste se
dio cuenta de que era la misma comida que había entregado a Efraim. Así
entendió finalmente que ese dinero le pertenecía únicamente a él y a nadie
más.
Al terminar los siete días, Efraim regresó a casa de su patrón y, después de
platicar un rato, Abraham preguntó a aquél si había disfrutado de la comida.
Cuando Efraim le contó la historia del guardia, Abraham le dijo que esa
comida había regresado a él, y se la mostró, la partió y le enseñó el dinero
que había dentro. Luego le contó que el guardia era su amigo y se la había
regalado por la boda de su hija. Y agregó que su intención era darle algo de
dinero, como siempre quiso, pero del Cielo se decretó que pertenecía a
Abraham.
Efraim siguió trabajando con Abraham y, después de muchos años de buen
trabajo y gran fidelidad, Abraham decidió casar a su segunda hija con Efraim,
quien, por supuesto, aceptó. Por cuanto que el dinero era para su hija y su
ahora yerno, Abraham les ofreció un tercio de su fortuna, lo cual les trajo
mucho éxito y bendiciones. De esta manera, Efraim y la hija de Abraham
vivieron muy felices.[13]
Al analizar esta historia, podemos darnos cuenta de que aquello destinado
para cada persona, nadie puede tocarlo. Y a quien no le toca, aunque haga
cualquier cosa, no le llegará jamás el dinero.
Como dicen: “Si te toca, aunque te quites; si no te toca, aunque te pongas”.
Quien analiza esta historia, se puede dar cuenta que lo que tiene destinado
cada persona, nadie lo puede tocar. Y a quien no le toca, aunque haga
cualquier cosa, no le llegará el dinero.
La hija del Rey Salomón
Esta idea no es únicamente para temas económicos, sino para cualquier
detalle en la vida. Vamos a contar una historia donde podremos ver, que Dios
controla el mundo y cuando alguien le toca recibir algo, no hay nada en el
mundo que se imponga contra la decisión tomada por Dios.
El Rey Salomón tenía una hija, noble de corazón, de nombre Ktzia.
Además, era inteligente y agradable, razón por la que su padre la quería
mucho.
Cuando creció y se convirtió en una joven, el Rey Salomón comenzó a
preocuparse por buscarle una pareja adecuada con la que habría de construir
un hogar. El rey decidió solicitar al Cohen que consultara a Dios por medio
del pectoral del Cohen y la respuesta divina determinó que un joven carente
de todo tomaría por esposa a Ktzia, su hija amada. Cuando el Rey Salomón
escuchó esta noticia, se entristeció y pensó para sí: “Alejaré a Ktzia de
Jerusalén y la ubicaré en un algún sitio donde nadie haya llegado. Veremos
las maravillas que hará Dios para cumplir con su palabra”.
Convocó el rey a cincuenta de sus más leales hombres y les ordenó.
—Tengo un secreto para ustedes. ¡Atiendan y escuchen! He preparado un
barco en el que navegarán hasta un sitio desolado, en medio del mar. Allí
construirán una torre muy alta alrededor de la cual levantarán una muralla
infranqueable, sin puerta ni pasaje. Cuando terminen la obra, regresen en
silencio a Jerusalén y preséntense ante mí.
Los servidores se inclinaron en señal de aceptación y antes de partir fueron
advertidos por el rey:
—Cuídense de no revelar esta misión a nadie.
A ello sus hombres respondieron:
—Que se pegue nuestra lengua al paladar si revelamos el secreto del rey.
Los sirvientes comenzaron su misión y emprendieron el largo camino.
Luego de transcurrir tres meses, arribaron a una de las islas más lejanas en
un océano desconocido. Arrojaron el ancla cerca de la costa y descendieron a
tierra firme. Sin demora comenzaron con la construcción de la torre
utilizando las piedras gigantes y fuertes que habían llevado en el barco. En la
cima de la torre construyeron un cuarto en el que acomodaron una cama, una
mesa, una silla y una lámpara.
Cuando terminaron con la obra retornaron a Jerusalén, se presentaron ante
el rey y le detallaron la construcción; inclusive le mostraron un plano de la
torre. Todo causó al rey una muy buena impresión.
Entonces les dijo:
—Retornen a mí en dos semanas, pues tengo algo que encargarles.
El Rey Salomón mandó llamar a su hija Ktzia y le dijo:
—Hija, prepara ropa en abundancia, ya que en dos semanas te despedirás
del palacio de tu padre. Vivirás en otro lugar.
Su hija le preguntó:
—¿Hasta cuándo estaré en ese nuevo lugar?
El rey le respondió:
—No podrás saberlo, ya que se trata de un gran secreto.
Trascurridos los catorce días, los sirvientes regresaron para cumplir con las
órdenes del rey.
El rey les indicó:
—Lleven a mi hija a la torre que construyeron y ubíquenla en el cuarto
superior. Luego retornen aquí guardando este secreto.
Durante varios días navegaron hasta llegar a la isla y la torre. Llevaron a la
joven y le prepararon comida para cuatro meses. Se despidieron de ella y la
dejaron sola en medio de aquella isla desierta y solitaria.
Los sirvientes llegaron a Jerusalén e informaron al rey que la misión se
había cumplido.
El rey ordenó[14] al águila de grandes alas que cada día llevara a su hija un
manjar caliente de la cocina del palacio.
Por aquellos días, en Acco vivía una familia muy humilde. Abiam, el padre,
trabajaba arduamente para conseguir su pan. Sus hijos vestían ropas viejas y
muy usadas, y toda la familia sufría la dureza de una vida golpeada por la
necesidad de la pobreza.
Uno de los hijos de Abiam, Rubén, era muy sabio, ya que su padre le había
enseñado Torá y además cumplía con todas las Mitzvot (preceptos). Cuando
Rubén creció, comprendió cuán difícil le resultaba a su padre alimentar a toda
la familia, razón por la cual decidió irse a vivir a otra ciudad y buscar allí
algún trabajo que aliviara el sufrimiento de su padre. El padre lo entendió y
despidió a su hijo con las mejores bendiciones.
Rubén partió de su ciudad y recorrió un largo camino.
Al caer la tarde, se encontraba en medio del campo y allí permaneció para
pasar la noche. Estaba sediento y el hambre lo acosaba, mas, ¿dónde
encontraría comida?
Cansado de tanto caminar, tomó algunas piedras y las colocó bajo su cabeza
para usarlas como almohada. Pero antes de dormir, rezó a Dios a fin de que le
enviara un sueño tan profundo que no le dejara sentir el hambre. Luego estiró
su cuerpo sobre la tierra y cayó profundamente dormido.
Un fuerte viento sopló esa noche y el frío penetró hasta los huesos de
Rubén. Poco rato después despertó, ya que una intensa helada lo azotaba y no
le dejaba dormir.
De pronto, observó muy cerca de él el cuerpo de un toro muerto y
abandonado. Se acercó a él y junto a su gruesa piel logró refugiarse del frío.
Así pudo volver a dormirse.
En medio de la noche, una gran águila tomó con sus garras el cuerpo del
toro junto al cual Rubén dormía. Levantó a ambos y voló durante varias
horas, hasta llegar a la isla donde estaba cautiva la hija del rey. Luego devoró
al toro y, satisfecha, abandonó la isla.
Con la llegada de la mañana, Ktzia se despertó y, como todos los días,
subió a la azotea de la torre. Para su sorpresa encontró los huesos de un
animal. Más fue su asombro al acercarse al animal y descubrir a un joven
durmiendo plácidamente junto a aquél.
Con mucho cuidado y delicadeza lo despertó y le preguntó:
—¿Quién eres? ¿Quién te ha traído hasta este sitio tan lejano?
Rubén le respondió:
—Soy un joven muy pobre. Me refugié del frío cerca de un animal muerto
y me dormí. Ahora me encuentro aquí. Seguramente que una gran ave me ha
traído entre sus alas.
Rubén agradó a Ktzia y, después de invitarlo a su cuarto, le sirvió la comida
caliente, lo que permitió al joven recuperarse completamente.
Ktzia contó a Rubén que era imposible descender de la torre y que ambos
debían esperar a que los sirvientes del Rey Salomón volvieran a buscarlos.
Al día siguiente, cuando el águila trajo la comida caliente para la hija del
rey, distinguió a otra persona sobre la torre. Al otro día trajo dos platos de
comida, y así continuó desde entonces.
Pasado cierto tiempo, Rubén tomó como esposa a Ktzia y le escribió un
contrato matrimonial de acuerdo con la Ley de Moisés. Continuaron viviendo
en la torre durante varios meses. Tuvieron un hijo y entonces el águila
comenzó a llevar comida caliente también para el recién nacido.
Transcurrieron los años y el Rey Salomón quiso saber cómo se encontraba
su hija. Llamó al águila y ésta le contestó al respecto:
—Tanto la mujer como su marido y el niño se encuentran perfectamente
bien.
Asombrado, el Rey Salomón insistió.
—¿Quién llevó a ese hombre hasta la cima de la torre?
Mas el águila desconocía la respuesta. Le informó que ningún barco había
pasado por la isla donde se encontraba su hija y que nadie había descubierto
su paradero. Extremadamente confundido, el Rey Salomón decidió
presentarse en persona en la lejana isla.
Luego de varias semanas, los pies del Rey Salomón pisaron la lejana isla.
Se acercó hasta la torre y ascendió a su cima.
Cuando Ktzia vio a su padre, corrió hacia él y se abrazó llorando a su
cuello.
Al observar a Rubén y al hijo, el Rey Salomón comprendió que se trataba
de su nieto. Dirigiéndose a Rubén le preguntó:
—¿Cómo llegaste hasta aquí?
Entonces Rubén le relató todo lo sucedido. Rápidamente el rey comprendió
que se trataba de un hombre sabio, temeroso de Dios y respetuoso de las
Mitzvot, y agradeció a Dios por haber acercado hasta su hija a un judío tan
inteligente y cuidadoso de la Torá.
Todos juntos regresaron a Jerusalén y el Rey Salomón organizó un gran
banquete en el que relató a los invitados lo sucedido a su hija. Emocionado,
reconoció:
—Nuevamente he comprobado que es imposible esconderse de los decretos
de Dios. Envié a mi hija a un sitio muy lejano a fin de que no contrajera
matrimonio con un joven tan pobre, tal como lo reveló el pectoral. Mas
finalmente y de manera muy extraña, este joven fue conducido hasta la cima
de la torre solitaria para que pudiera tomar a mi hija por mujer. Debido a esto,
es importante que sepan: no hay inteligencia ni sabiduría que pueda
enfrentarse con las decisiones de Dios.
Atribuir lo que pasa a Dios
Pensamos que nosotros controlamos el volante
En una ocasión, estaba el Rabino de Pretesburgo y se subió a un coche que
tenía dos volantes. El Rabino de Pretesburgo se impresionó ya que nadie
había visto eso. Le explicaron al Rabino, que el hijo del dueño del coche es
muy travieso y siempre que se sube al coche, quiere manejar y no deja al
papá tranquilo hasta el grado que se pasa al asiento principal y mueve el
volante del coche.
Los padres pensaron y encontraron una solución. Pusieron un volante en el
otro asiento del coche para que el niño lo maneje y él piense que realmente
está manejando el coche. Aunque realmente no está manejando el coche, el
niño ya está tranquilo, pensando que está manejando el coche.
Dijo el Rabino de Pretesburgo que esto es una gran enseñanza. Cada uno de
nosotros pensamos lo mismo que ese niño. Cada uno de nosotros pensamos
que controlamos el mundo, desde los negocios, los dineros, las compras, la
cobranza, etc., pero debemos saber que somos como ese niño pequeño que
parece que está manejando, pero realmente hay Otro que es quien mueve todo
el mundo.
Todo lo que manda Dios es para bien
Debemos saber que no existe el mal en el mundo; incluso que algo parezca
malo, realmente no lo es y algún día nos daremos cuenta que era para nuestro
bien.
Si tú fueras Dios
En una ocasión, les preguntó Rabino Itzjak de Barditchov a sus alumnos.
Si tu fueras Dios, es decir, si Dios te daría el poder de manejar el mundo a
tu entender, ¿qué harías?
Un alumno contestó: Si yo fuera Dios, le daría sustento a toda esa gente
pobre que habita en el mundo.
Otro alumno dio su opinión: Si yo fuera Dios, curaría a todos los enfermos
del planeta.
Otro alumno dijo: Si yo fuera Dios, reviviría a todas esas madres que
dejaron huérfanos a sus hijos.
Rab Itzjak de Barditchov también dio su opinión: Si yo fuera Dios, dejaría
el mundo exactamente como está, ya que nadie sabe los caminos perfectos de
Dios, que seguramente todo está como debe estar. Le daría las llaves de
regreso a Dios y le diría: No soy capaz de manejar el mundo como tú lo
haces.
Los dos panes envenenados
Un hombre judío estaba en un campo de exterminio nazi al final de la
guerra. Con él se encontraban muchos soldados rusos cautivos de guerra. Un
día las fieras nazis dijeron:
—Les daremos un pan a cada uno para que cuando vengan los aliados digan
cuán bien los hemos tratado.
Este hombre se emocionó mucho con la noticia, como también los rusos,
quienes no estaban en condiciones tan patéticas. Cuando logró formarse,
pudo conseguir dos panecillos, extremadamente pequeños, pero algo de
comida al fin, gracias a Dios.
Sin embargo, su alegría no fue duradera, pues un corpulento ruso le ordenó
darle los panes. El hombre se opuso con las pocas fuerzas que le quedaban,
pero el otro prisionero lo golpeó hasta casi dejarlo inconsciente… y sin su
alimento. Sus últimos pensamientos antes de caer en un profundo sueño
fueron: “Dios mío, ¿por qué? ¿Por qué me mantuviste vivo hasta ahora, sólo
para matarme de hambre?”.
Despertó horas después bajo un radiante sol… algo extremadamente raro,
pues las bestias nazis solían despertar a todos mientras todavía era de noche.
Cuando volvió en sí por completo, se levantó y se percató de que habían sido
liberados. También notó que todos los prisioneros rusos estaban muertos en
el piso.
Ahí se dio cuenta de que, en realidad, Dios sólo quería salvarlo, pues los
panes estaban envenenados. Por eso fue atacado, con tal de que no los
comiera…
La enseñanza del agricultor
El Gaón Rabí Eljanán Vaserman, fue uno de los más grandes personajes
de su época. Después de fundar universidades para enseñar Torá a miles de
alumnos y mostrar sus extraordinarias cualidades, las garras asesinas nazis
profanaron su cuerpo, aunque su corazón sigue latiendo en cada uno de
nosotros.
Según un testigo, éstas fueron sus últimas palabras, antes de que su alma se
elevara a las alturas. Le preguntaron por qué Dios estaba haciendo esto con
su pueblo. El Gaón respondió con una parábola:
Una vez, una persona que nada sabía de agricultura fue al campo y preguntó
a un campesino cómo era todo el proceso hasta que el pan llega a la mesa. El
agricultor lo llevó al campo y le preguntó qué veía. El visitante respondió:
“Veo un campo muy verde y hermoso”.
De repente, el agricultor se puso a arar la tierra y el hombre le dijo:
¿Por qué destruiste toda la vegetación del hermoso campo? “Ten paciencia
y verás”, le respondió el agricultor.
Después, le mostró a su visitante una bolsa llena de semillas y le preguntó
qué veía. “Unas semillas muy gordas”, contestó.
Y qué grande fue su sorpresa al ver que el agricultor “echaba a perder” otra
vez algo tan valioso: tomó la bolsa y arrojó todas las semillas a los surcos de
la tierra, para luego enterrarlas.
“¿Te volviste loco?”, le gritó el visitante. “Antes destruiste toda la tierra, y
ahora tiras todas las semillas que tienes”. “Ten paciencia y verás”, le
respondió el campesino.
Pasó un tiempo y el campesino llevó nuevamente al campo a su invitado y
le mostró la siembra. “Tengo que reconocer que tuviste razón: dejaste el
campo mejor que antes. Ahora me doy cuenta de por qué hiciste lo que
hiciste.”
“Sí, pero el trabajo aún no está terminado. Todavía necesitas tener mucha
paciencia”, dijo el campesino. Y no pasó mucho tiempo cuando éste tomó
una guadaña y cortó todas las espigas que tenían dentro unas semillas más
gordas que las que había sembrado. Y ante la mirada atónita del visitante,
dejó el campo desolado, como si no hubiera pasado nada. Luego amarró las
espigas y “adornó” el campo con parvas muy bonitas. Pero la belleza duró
muy poco: se llevó las parvas a otro campo, y allí comenzó a golpear las
espigas duramente, hasta convertir todo eso en un montón de plantas
despedazadas. A continuación, separó las semillas de las espigas y juntó a
todas ellas en un gigantesco depósito. Y cada vez que hacía cada uno de los
trabajos, le decía al visitante: “Ten paciencia, ya verás”.
El campesino tomó las semillas y las colocó en un molino por el otro lado
apareció la harina.
“¿Qué hiciste? ¡Todas las semillas que juntaste, las hiciste polvo!” A lo que
recibió como respuesta: “Ten paciencia, ya verás”.
Cuando el visitante vio que el agricultor mezcló la harina con agua, se tomó
la cabeza, mientras decía para sí: “¿Qué querrá hacer éste ahora, con esa
pasta blanca?” Pero al ver que esa “pasta blanca” tomó una forma agradable
en las manos del campesino, se calmó.
Sin embargo, la calma no le duró mucho: todas esas formas armoniosas
fueron a parar al horno.
“Ya no me queda ninguna duda de que has perdido la razón”, exclamó el
visitante. Tanto trabajo te costó conseguir lo que tenías, ¡y ahora lo estás
quemando con tus propias manos!
Una carcajada salió de la boca del campesino, mientras le decía:
“¿No te dije que debías tener paciencia y esperar?”
“¿Más todavía?”, repetía una y otra vez el visitante. “¡Pero si ya está todo
perdido!”
Pasó un rato nada más, y el campesino sacó del horno unos panes calientes
y dorados y los puso frente a él, en la mesa. Y mientras le cortaba un pedazo
y se lo daba para comer, le decía: “Ahora, ¿ya entiendes todo?”
El Rabino Eljanán Vaserman, concluyó diciendo a los que lo escuchaban:
“Dios, nuestro Creador, es el agricultor y nosotros, los humanos, somos los
visitantes ignorantes de una vida que no entendemos ni conocemos. No
tenemos ni la más mínima idea de cuál va a ser el resultado de todas las
acciones de Dios, y cada cosa que pasa pensamos que no tiene lógica, porque
la medimos con nuestra propia vara. Pero cuando se termine “Su trabajo”,
recién vamos a entender por qué Dios hizo todo lo que hizo.
Tenemos que tener fe y paciencia”, – concluyó el Gaón sus palabras – “al
final, sabremos el porqué de las cosas, aunque éstas aparezcan como ilógicas
o terribles. Porque, ¡todo lo que hace Dios es para bien![15]
Le pusieron injertos en la mano
En una ciudad alemana, justo antes de la Segunda Guerra Mundial, un
prestigiado panadero judío horneaba su pan con mucho esmero. Tenía dos
hijos pequeños, un niño y una niña, y vivían felices. En una ocasión, que
nadie sepa, su hijo, que lo había acompañado al trabajo, se acercó demasiado
al horno, puso su mano cerca del fuego y se quemó la mano. Sufrió lesiones
de tercer grado.
Entre gran dolor y gritos, fue llevado por su padre al hospital. Una vez allí,
los médicos tuvieron que quitarle la piel quemada y tomar piel fresca de su
muslo, e injertarla en la palma de su mano.
Con el tiempo, que cura todas las heridas, su mano cicatrizó. Sin embargo,
ya que la piel para el injerto fue tomada de un lugar en el que crece vello, este
muchachito, ya en su juventud, escondía su mano para que no se le viera el
vello.
No entendía por qué Dios le había hecho esto. ―¿Por qué no tomaron piel
de otro lado?, se preguntaba.
Estalló la guerra y las cosas empeoraron para los judíos. Repentinamente, el
panadero fue despojado de todo y llevado, junto con su esposa, a su destino
final.
Los dos niños pudieron esconderse en un sótano, y el jovencito se prometió
no dejar nunca a su hermana. Solía salir por las noches y recogía de la basura
lo que podía; lo llevaba al sótano y así sobrevivían en un verdadero
submundo de miseria.
Una noche, al regresar, vio a un comando de la policía de la Gestapo partir
de la entrada del sótano. Corrió adentro y estaba vacío; ¡su hermanita no
estaba! Comprendió que se la habían llevado.
No titubeó. Caminó sin parar hasta el cuartel central nazi. Entró y empezó a
gritar que le devolvieran a su hermana. ¡Era una muerte segura! Los
alemanes, al verlo gritar y llorar de esa forma, empezaron a reír. Gozaban al
ver cómo sufría el joven judío; mientras más, mejor.
El alboroto llamó la atención del jefe en turno. Salió y dijo —¡Callen al
judío!
Pero las risas eran tantas que el mismo jefe sacó su pistola Luger 380 y se la
puso al joven en la cabeza, advirtiéndole:
—Un grito más y te mato.
El joven calló. Prosiguió el nazi diciéndole:
—¿Sabes cuándo voy a devolverte a tu hermana y van a salir vivos de aquí?
¡Cuando te salgan pelos en la mano!
El jovencito judío le preguntó:
—¿Me lo promete?
Riéndose, el nazi dijo:
—Te lo prometo.
Levantó su mano llena de pelos, la mostró a todos y el rostro del alemán se
puso blanco.
—¡Es un signo del demonio! ¡Traigan a su hermana de inmediato! —gritó
el oficial. Cuando cumplieron su orden, dijo al joven:
—Aquí está, como te lo prometí. Con el Satán no nos metemos.
Salieron caminando juntos los hermanos y entonces comprendió el
muchacho el porqué del injerto y la grandeza de Dios, lo salvaron.
Todo es para bien
Sucedió con el gran sabio Rabi Akiba que durante un viaje llevaba consigo
un burro, un gallo para que lo despertara y una vela para poder estudiar de
noche.
Llego a una ciudadela donde pidió un lugar donde pasar la noche y se lo
negaron.
Dijo: — Todo lo que hacen del cielo es para bien.
Siguió su camino y se dispuso a pernoctar en el bosque.
Apareció un león y devoro al burro. Vino un gato y se comió al gallo. Sopló
un viento y apago la vela.
Dijo: — Todo lo que hacen del cielo es para bien.
En esa noche una horda de criminales tomó por asalto la ciudadela
causando estragos entre los habitantes.
Les dijo a ellos: — Esto es lo que siempre sostengo “Todo lo que hacen del
cielo, todo es para bien”.
Ya que si hubiera estado la vela encendida los delincuentes me hubieran
visto, Y si el burro rebuznaba o el gallo cacareaba entonces los criminales me
hubieran atrapado.
Todo esto fue para bien.[16]
Tengo todo lo que yo necesito
En una ocasión, llegó una persona a reclamarle al Rabino Mijel
Mitzlochkov, y le dijo que todos los días decía una bendición en vano. El
Rabino Mijel se sorprendió y le preguntó cuál era la bendición que todos los
días decía en vano.
Esta persona le contestó que todas las mañanas dice la bendición de:
“Sheasa Li Kol Tzorki” – “Que Dios hizo todo lo que yo necesito”; y
realmente, viendo tu casa, tu situación económica, no deberías recitar esa
bendición.
El Rab Mijel le dijo a esta persona que estaba equivocado, ya que todo lo
que nos manda Dios, es exactamente nuestra necesidad y lo que requerimos;
y por cuanto que no está en nuestra capacidad de saber cuánto necesitamos,
por eso yo todos los días le agradezco a Dios por todo lo que me da, y aunque
sea poco, es exactamente lo que necesito.
Cada uno tiene lo que necesita
Dice el Talmud algo aparentemente lógico: “Que la persona no haga
diferencias con sus hijos”, ya que vimos en la Torá que Yaakob hizo
diferencia entre sus hijos, ya que a Yosef le regaló una ropa especial y no a
sus demás hijos, y eso provocó[17] que vayan a Egipto y sufran por muchos
años”.[18]
El padre que más hace diferencia en el mundo es Dios. ¿Cómo puede ser
que Dios a un hijo le da más que a otro? Dios le manda muchos hijos a unos
padres y a otros padres ni un hijo. Dios le manda mucho dinero a una familia
y a otra familia no le manda nada.
La explicación es la siguiente: Vamos a contestar con algunas preguntas: Si
dijimos que un padre le debe dar lo mismo a cada hijo, ¿acaso se le debe dar
a los hijos exactamente lo mismo a todos? Si uno requiere medicina, ¿acaso a
todos debemos darle medicina? Si uno requiere zapatos, ¿acaso a todos se les
debe comprar zapatos?
La respuesta es: “Un buen padre le da a cada hijo lo que necesita, no le
debe dar lo que no necesita”. En el caso que un hijo necesite zapatos y otro
no, únicamente se le debe dar zapatos a quien necesita. Y si no necesita, que
no se los dé.
Así se comporta Dios. Si no necesitamos algo, Dios no nos lo manda. En el
caso que sí lo necesitemos, Dios si lo manda.
No preguntes por qué
No tenemos ningún derecho a preguntar ¿Por qué me sucede esto a mí?
cuando viene una tristeza o algún tipo de sufrimiento, a menos que nos
hagamos la misma pregunta por cada momento de felicidad que recibimos en
nuestra vida.
¿Por qué vivió 108 años?
Había un señor en Argentina que vivió 108 años. Cuando tenía 102 se le
acercaron jóvenes y le preguntaron ¿cuál es el secreto de su longevidad? Y
éste les respondió:
—“No soy muy religioso pero te diré, hay muchas personas que tienen
preguntas, por qué esto y por qué lo otro; hay veces que Dios se fastidia y
dice: “¿Sabes qué? Ven aquí arriba y te contesto todas tus preguntas”.
Le dijo a Dios: “Yo creo en ti, sé que lo que hace sabes, por qué lo haces,
no tengo preguntas, quiero vivir 120 años”. Falleció a los 108; quizás tuvo
alguna pregunta y le quitaron doce años.
Sólo Dios sabe qué es lo mejor para nosotros
Esta historia nos deja un mensaje realmente interesante para nuestras vidas.
Era un niño pequeño que se subió al camión de la escuela, junto al chofer.
Era un niño pequeño, bello, bien vestido, bien arreglado, etc.
Le pregunta el chofer al niño: ¿Cómo te llamas?
—Me llamo Yosi, dijo el niño.
—¿Cuántos hermanos tiene Yosi? Preguntó el chofer
—2 hermanos y 1 hermana, contestó Yosi.
—¿Se te ofrece algo de mi parte Yosi? Preguntó el chofer
—Sí por favor. Dijo Yosi. Favor de chocar en la próxima cuadra.
—¿Qué? ¿Acaso quieres que choque? ¿Qué, estás loco?
—Es que mi madre siempre lee el periódico y dice que cada rato hay
accidentes de coches y yo quiero ver un accidente en carne propia. Por eso te
pido que choques.
—Por supuesto que no lo haré, dijo el chofer.
El niño comenzó a llorar y nadie lo consolaba. El niño seguía pidiendo y
rogando al chofer que choque, ya que él quería presenciar y ser parte de un
choque.
El chofer siguió su rumbo, y por supuesto que no chocó.
Claro que cada uno e nosotros entendemos al chofer, ya que es lógico que
nadie hará algo daño con su persona.
Pero el problema es que a veces a nosotros nos pasa lo mismo que ese niño.
Nosotros le pedimos a Dios cosas que no nos conviene y es como un
accidente de coches para nosotros.
Muchas veces le “exigimos” a Dios que nos mande diferentes situaciones,
pero no sabemos que eso no nos conviene y nosotros, como ese niño,
lloramos y exigimos a Dios que nos lo mande.
Debemos entender que todo lo que manda Dios es para bien y no somos
nada ni nadie para exigirle cosas a Dios, ya que no sabemos qué es lo mejor
para nosotros.
Conclusión

El Rabino Eljanan Vaserman escribió en una de sus


cartas:

Debemos siempre recordar lo que el Rabino Jafetz


Jaim solía decir:

“Cuando hay fe, nos hay preguntas; y


cuando no hay fe, no hay respuestas”.
[1]
Mejudadim Bepija Metzorá No. 133.
[2]
Tehilim 23, 4.
[3]
Rab Jaim Solovetchik.
[4]
Rab Menajem De Kotzk.
[5]
Guilión Mejudadim Bepija.
[6]
Pele Yoetz Emuná.
[7]
Halijot Musar Jelek 1 hoja 60.
[8]
Rab Itzjak Zilvernshtein.
[9]
Rab Shlomo Levinshtein disco 153.
[10]
Rab Israel Zijerman dio el veredicto.
[11]
Por eso la persona no puede gastar más de lo normal, ya que su dinero está limitado a lo que le
destinaron en Rosh Hashaná (Rashí).
[12]
Betzá 16a (según la explicación de Baj y Rif)
[13]
Niflaim Maaseja (Ben Ish Jay), Perek 55.
[14]
El Rey Salomón conocía los idiomas de los animales.
[15]
Or Eljajan.
[16]
Masejet Berajot 61b.
[17]
Aunque la Torá nos dice que desde el tiempo de Abraham Abinu ya se había decretado que bajaran
a Egipto, esto provocó que sufran más allá (Tosafot en Masejet Shabat 10b).
[18]
Masejet Shabat 10b.

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