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Cielo de relámpagos

Antología de microficciones y otras instantáneas literarias


de autores latinoamericanos
Ramos, María Cristina
Cielo de relámpagos: Antología de microficciones y otras instantáneas literarias de
autores latinoamericanos.
1ª ed. - Neuquén: Ruedamares, 2008.
ISBN 978-987-23750-1-0

© De los autores
© Septiembre 2007, Editorial Ruedamares
info@editorialruedamares.com.ar
Elordi 3505 (8300) Neuquén
Patagonia, Argentina.

Dirección Editorial
Griselda Martínez

Diseño y Diagramación
Pablo Gabriel Muñoz

Arte de tapa
Jorge Frasca ―Luz después de la tormenta‖, Buenos Aires, Argentina
Acrílico sobre tela, medida 60 x 90 cm.
www.jfrasca.com

Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723.

Impreso en Argentina, Printed in Argentina.


Impreso en Indugraf S.A. - www.indugraf.com.ar
Agradecimientos

Al Maestro Jorge Frasca por acompañarnos con su obra “Luz después de la


tormenta”.
A los autores de larga trayectoria que se sumaron a esta antología.
A Raúl Brasca por el epígrafe y por los espacios abiertos para las
microficciones.
A la escritora salvadoreña Dina Posada por su mediación para la
convocatoria de otros escritores. Al escritor cubano Luis Cabrera Delgado, por
la misma razón.
A Editorial Norma de Argentina, Solar de Perú, Edino de Ecuador y Costa
Rica, por permitir la inclusión de textos de sus autores.
A los integrantes de los talleres de escritura que sostuvieron la esperanza
de esta publicación.

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Acerca de esta Antología

Un repertorio de voces de autores argentinos a los que se sumaron


fecundamente otros de Chile, Bolivia, Uruguay, Perú, Colombia, Ecuador,
Venezuela, Méjico, Nicaragua, Cuba, Panamá, Paraguay, Costa Rica,
Guatemala, El Salvador, Santo Domingo, en respuesta a nuestra convocatoria
alrededor de la brevedad.
Todos tras los fragmentos que se vislumbran y que buscamos para que nos
acompañen, para que den noticia de lo que nos ocurre, para que nos revelen
algo más de nosotros mismos. A veces, sucede el relámpago, la repentina
claridad que huye luego, dejándonos con más sed.
Este libro cuenta con la palabra de grandes autores y con la de otros
menos conocidos, que transitan el oficio en diversas ciudades, en pueblos y
parajes, robando a la vorágine cotidiana recodos de tiempo donde preservar la
intimidad de la escritura. Testimonios de universos, dispuestos y en espera de
los infinitos itinerarios que abre la lectura.
Para lectores que acepten el convite de transitar laberintos llevados con el
hilo de la palabra, saboreando distintas poéticas, avanzando en lo reflexivo,
contando con la respiración de lo humorístico, dialogando con lo filosófico,
ensayando ficciones que nos regresen lo real transfigurado por la mirada de los
escritores.
Conjunción de memorias y tormentas. Voces de países sostenidas por la
urdimbre del relámpago. Escrituras que condensan el augurio de la intensidad.
Con quienes entren a este cielo, seremos parte de la lluvia.

María Cristina Ramos


Primavera de 2008
Neuquén, Patagonia Argentina

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Prólogo

Poéticas del resplandor

LEER MICROFICCIONES. Las ficciones brevísimas se han instalado en la


agenda literaria de la contemporaneidad como uno de los transgéneros
emergentes más notables. Aunque se las asocia con las manifestaciones
artísticas posmodernas en virtud de sus rasgos sobresalientes —tales como el
fragmento, la brevedad, cierta impronta de zapping— es interesante observar
que en el caso de nuestras letras cuentan con una tradición de casi un siglo.
Familiares y novedosas a la vez, son una rara avis de la literatura pues
legitimadas como especie habitan el gerundio, ―son‖ pero también ―están
siendo‖ en la escritura que hoy se produce. A la manera de ―Un ruido secreto‖,
ready-made duchampiano, portan un enigma que las hace objeto de constante
re-visión.
Microrrelato, microficción, minificción, hiperbreve, mini cuento, ficción
súbita, textículos y varios etcéteras, son modos diversos de aludir a estas formas
breves que ya desde el nombre disparan un interrogante. Si bien muchos de los
referentes del estudio y la escritura del género han argumentado al respecto, no
existe uniformidad de criterios. El nombre propio —¡ni más ni menos!— ofrece
una dificultad inicial. Esta fluctuación, que sin duda desorienta a las
motivaciones taxonómicas y metodológicas, más allá de conspirar contra la
identidad del formato lo enriquece pues potencia uno de sus efectos de lectura:
la incertidumbre, entendida como estrategia de retardo al acceso de sentido.
A pesar de ser caracterizables, estas miniaturas literarias se resisten a la
domesticación, se complacen en ejercitar la rebeldía y la puesta en cuestión de
las prescripciones consensuadas, al tiempo que se recrean en quebrantar las
certezas de sus lectores.
Los signos de pregunta y la perplejidad son constituyentes inseparables de
la experiencia de lectura que depara la microficción. Muchos de los breves que

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se publican no solo invitan a adentrase en un mundo posible de pocas líneas
sino también a interrogar la naturaleza del texto que se lee, tanto por su
extensión mínima o máxima, por su cercanía con el poema u otros géneros y
especulaciones que suscitan diversas incógnitas.
A la sorpresa de los finales eficaces, por mencionar uno de los mecanismos
que se activan en el acto de leer, se añade el eco sonoro de la Gran Pregunta
microexistencial, recurrente en entrevistas, congresos, talleres o grupos de
estudio que ―El dinosaurio‖ de Augusto Monterroso nos ha legado: ―¿Por qué
estas líneas son una ficción, por qué este es un microrrelato?‖. Más o menos así
enunciada, la duda que siembra ese texto fundante se actualiza cuando estos
objetos literarios, escurridizos, nos interpelan desde varios niveles. Y en todos
ellos, la incertidumbre abre el juego.
Por eso leer microficción es inaugurar un evento comunicativo complejo.
Si toda literatura celebra la tensión entre lo dicho y lo omitido, puede decirse
que las producciones breves construyen sus blancos de significado y sostienen
al lector en un estado de alerta y vacilación que no siempre se clausura con la
última línea del texto. Por el contrario, la relectura, proceso clave de la dinámica
microficcional, si bien tramita los enigmas planteados, puede colaborar para
fomentar o exacerbar esa tensión. Y esta intensidad que hace vibrar al lector da
paso al placer del texto.
En estas poéticas hay un espacio privilegiado para la representación de
este sujeto que debe redoblar la apuesta del modelo activo, a quien no se le
restan esfuerzos cognitivos y adquiere una suerte de entrenamiento en el riesgo
que implica ir al encuentro del sentido.

LEER Y ESCRIBIR MICROFICCIONES. Una antología es el producto del recorte


de un cuerpo textual. Construirla es inaugurar un canon según un recorrido de
lectura que selecciona temas, períodos o nacionalidades, entre otros tópicos, del
que surge cierta representatividad orientada por sus títulos-subtítulos. Estas
marcas inaugurales son técnicamente instrucciones de lectura, y
pragmáticamente ejercen tanto de señuelos como de señales. En este sentido,
Cielo de relámpagos, Antología de microficciones y otras instantáneas literarias de
autores latinoamericanos ofrece su proyecto lector y su concepción de la poética
del género.
Al respecto, las definiciones más ajustadas provienen de configuraciones
metafóricas pues lo inefable se impone con estas lúdicas producciones. La
lengua en su dimensión comunicativa no alcanza a aprehenderlas, los estudios
críticos también se valen de figuras para formular su discurso. Por eso las

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mejores caracterizaciones las brindan algunas imágenes como las golosinas, las
balas, las botellas al mar, los rábanos picantes, las nueces y los bonsái, entre
otras tan creativas como sutiles.
La escritora María Cristina Ramos, antóloga de esta feliz selección, incluyó
junto a los textos breves otros escritos que contrastan por ser algo más extensos
aunque amparados en el aire de familia y ha elegido como emblema al
relámpago. ―Resplandor vivísimo e instantáneo‖ establece RAE, ―carácter
repentino o brevedad de algo‖, refiere para otros usos; como ―una descarga de
extrema energía en muy poco tiempo cuya única manifestación posible es en
forma de luz‖, coinciden las descripciones del fenómeno.
Sin duda, la semántica que se despliega en estas definiciones, brevedad,
instantaneidad, condensación, repasa la genética de la microficción. Del mismo
modo, algunos efectos derivados de la contemplación de un relámpago,
asombro, incertidumbre y súbito resplandor, pueden homologarse a los
considerados en el acto de leer.
Cuando tomé contacto con este volumen en el estado previo a su puesta
en libro y me puse al tanto de las elecciones estéticas que lo motivaron, destelló
la mirada de Susan Sontag, ―escribir es ejercer, con especial intensidad y
atención el arte de la lectura‖. Porque entre los microcuentistas argentinos y
latinoamericanos que Ramos publica leeremos a los consagrados, aquellos que
cohesionan el género generando un resplandor que posiblemente devino
escritura para los otros nombres que iluminan esta antología. Ellos son autores
que frecuentan los demás géneros y se estrenan con las formas breves, autores
inéditos, artistas de otras disciplinas y alumnos de talleres, todos ellos lectores
apasionados que ―ejercen su derecho al uso de la palabra, pues concretan su
escritura en una experiencia que los ensaya como escritores y los recalifica como
lectores‖. Un Ramos dixit que dialoga con Sontag ―la escritura es, por último,
un conjunto de permisos que se dan para ser expresiva de modos definidos.
Para inventar. Para saltar. Para volar. Para caer. Para encontrar la manera
peculiar de narrar e insistir; es decir para encontrar la libertad interior (...) para
permitirse cuando se cree que va bien (o no muy mal), simplemente seguir
remando. No esperar el empellón de la inspiración‖.
La microficción es una modalidad textual que demanda agudeza y exige
respuestas, es también una práctica estimulante, adictiva. Como sabemos, cada
destinatario, portando su enciclopedia y fantasmas, trabajará las elipsis infinitas
que estos textos ofrecen a través de la interpretación pero aventuremos que
algunos podrán dar un paso más, rescribiendo lo leído, aquello que se desliza,
que se teje en las historias que les/se contaron.
Por qué no arriesgar que Cielo de relámpagos configura una puesta en

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escena de la lectura que alumbra con la práctica escritural aquellos agujeros de
sentido que otras microficciones dejan en suspenso. Por qué no pensar que en
una antología de formas breves no solo hay cruces temáticos y estilísticos sino
microuniversos ficcionales contaminados, fusionados, que se expanden, se
oxigenan, y contagian.
¿Por qué no desear que el resplandor de estos relámpagos irradie nuevas
escrituras?

Sandra Bianchi
Profesora en Letras, crítica literaria,
periodista y gestora cultural.

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Cielo de relámpagos

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La mejor microficción es un relámpago en la noche, una luz repentina que
muestra la fantasmagoría del paisaje sin que alcance a revelar del todo el misterio de lo
oculto.

Raúl Brasca

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Absoluto

Alabado sea aquél que ignora con quién está jugando a la escondida.
Aquél que cada día encuentra y es encontrado, gracias a lo cual la piedra puede
—con absoluto derecho— proclamarse libre.

LUISA VALENZUELA
ARGENTINA
De Juegos de villanos

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En Mónaco

Ante la mesa de Black Jack tres amigos están jugando. El primero vuelca
sin querer su copa de vino,
—¡Mancha! —exclama.
El segundo, sin prestarle atención, continúa con las apuestas y dice
—Pido.
El tercero se indigna,
—¡No juego más!

LUISA VALENZUELA
ARGENTINA
De Juegos de villanos

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Pescadores

—Martín Pescador, ¿me dejará pasar?


—Pasará pasará y el último quedará...
Fue así, jugando, como lamentablemente perdimos a muchos de los
nuestros. Fueron quienes creyendo eso de que los últimos serán los primeros
pelearon por ponerse al final de la cola.

LUISA VALENZUELA
ARGENTINA
De Juegos de villanos

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Avispaditos

—Con esta sí, con esta no, con esta señorita me caso yo —cantó, muy
seguro de sí, Javiercito de cinco años y señaló a la más alta de las nenas.
Ella, con sus seis ya cumplidos, era ni más ni menos que la Señorita de San
Nicolás y por eso aceptó:
—Bueno —le dijo a Javiercito—.Yo pongo el arroz, vos poné la leche...

LUISA VALENZUELA
ARGENTINA
De Juegos de villanos

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Consecuente

para Gaspar

Los nietitos vienen muy avispados hoy en día. Antes preguntaban


cariñosamente, como un juego,
—Abuelita ¿qué hora son?
Ahora nos meten en camisa de once varas. Al menos el mío, que ya de
pequeño complejizó el problema al preguntarme
—¿Abu, qué es el tiempo?
—Mañana te contesto —le prometí—. Mañana.
Y por los años de los años me mantuve firme en mi promesa.

LUISA VALENZUELA
ARGENTINA
De Juegos de villanos

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Así es la cosa

Acá está aquello que nunca dejaremos de perder. Lo pondré sobre la mesa,
a la vista de todos, para que nadie lo encuentre.

LUISA VALENZUELA
ARGENTINA
De Juegos de villanos

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Hermanos

Cuando la coexistencia se les hizo insostenible, dos hermanos muy


competitivos llegaron a un acuerdo tácito pero inquebrantable: aquello en lo
que uno de ellos triunfara quedaría vedado para el otro; eso evitaría toda
comparación entre ambos. Más que un alivio, el pacto resultó una condena. En
la carrera por apropiarse de los triunfos más gratificantes y las privaciones
menos penosas, el que mostró primero ser más inteligente, relegó al otro a la
estolidez y los trabajos rudos. Consecuentemente, cuando el bruto aunque
apuesto ganó con las mujeres, el intelectual tuvo que inclinarse por los
hombres. Pero replicó haciéndose muy rico, con lo que obligó al hermano a
equivocarse en los negocios y arruinarse. No previó que tanta miseria haría que
su rival deseara morir hasta lograrlo y que con ello le escamotearía el triunfo.
Achacoso y cubierto de años, soporta aún la ruina de su cuerpo mientras clama
por una muerte prohibida.

RAÚL BRASCA
ARGENTINA
De Todo tiempo futuro fue peor (Mondadori 2007)

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Salmónidos

Es universalmente reconocido que los salmones concurren a desovar al


lugar donde nacieron. Para ello recorren enormes distancias en el mar y luego
remontan el río hasta la naciente. Allí depositan sus huevos, en el mismo sitio
donde sus padres depositaron los suyos; y también sus abuelos. Me gusta
pensar que hay un único lugar en el mundo, bajo las aguas de un río que no
conozco, hacia donde concurren todos los salmones de la Tierra en la época de
la procreación. Allí Dios depositó el huevo del primer salmón.

RAÚL BRASCA
ARGENTINA
De Todo tiempo futuro fue peor (Mondadori 2007)

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El mundo proyectado

Acusado de pertenecer a un grupo conspirador lo buscaron en su


confortable casa de la playa y lo detuvieron. Fue encarcelado, aunque se le
concedió una celda con ventana. Por la ventana miraba el paisaje: hoy un
bosque, mañana un río, después un valle y sus montañas. Hasta que los
conspiradores triunfaron. Entonces, vio borrarse los muros de la cárcel y, luego
de un destello blanco que lo encegueció, se encontró en un enorme y desnudo
recinto. Hundidos en la penumbra, igualmente distanciados entre sí, había otros
como él. Parecían equilibristas aterrados: se les había desvanecido el mundo y
no se atrevían a dar un paso. Algunos tanteaban el piso con las manos como si
comprobaran la consistencia de ese ignorado sustrato de la realidad. Pero el
terror duró sólo unos instantes: sin que él se moviera del lugar, un nuevo
relámpago de luz blanquísima volvió a instalarlo en su confortable casa de la
playa.

RAÚL BRASCA
ARGENTINA
De Todo tiempo futuro fue peor (Mondadori 2007)

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Revelación de la música

Sentado al piano sobre la banqueta de terciopelo, el adolescente estudia


―Elegía‖ de Massenet. La ejecuta una y otra vez con dulzona morosidad; las
notas languidecen como el propio muchacho que, aburrido, aparta los ojos de la
partitura y recorre vagamente la pared hasta detenerse en la tela. Allí, un par de
flamencos rosados hunden sus largas patas en un estanque azul de ultramar. El
adolescente entra en el cuadro, irrumpe con violencia entre las aves y, con dos
golpes secos, les quiebra las patas. El sonido de los huesos quebrantados
resuena en la sala de música. Los martillos del piano enloquecen: un vertiginoso
―staccato‖ de notas azules salpica la pana de los sillones Luis XV. Las cuerdas se
estiran tanto que emiten graznidos dolorosos. Algunas se cortan con un
estampido y un disonante batir de plumas sobre agua decrece hasta morir. El
muchacho vuelve a su sitio. Palpita de agitación y lo inquieta un oscuro
sentimiento. Ha conocido una música perversa, agónica y equívocamente
sensual. Le ha parecido soberbia.

RAÚL BRASCA
ARGENTINA
De Todo tiempo futuro fue peor (Mondadori 2007)

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El otro

Cuando se disipó el vaho, vio que el espejo reproducía en detalle el baño


donde él estaba, aunque lo que reflejaba era otro baño. Vio la imagen de un
hombre desnudo que se le parecía en todo, pero no era su imagen. Vio que la
extrañeza en la cara del espejo era idéntica a la suya, aunque no era su
extrañeza. Y cuando aterrado abrió la boca para gritar, vio que al otro le
faltaban dos incisivos con los que él efectivamente contaba.
—¡Ah! ¿Conque ésas teníamos?—, murmuró.
Y recuperó la calma.

RAÚL BRASCA
ARGENTINA

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Sobre un tema de Felisberto

Dice que unos ojos lo miran vivir. Él no sabe en qué mundo están esos
ojos, pero sí que le envían palabras a su cabeza. A veces no se da cuenta y las
pronuncia inocentemente; es lo mejor, porque luego las olvida. En cambio
cuando se da cuenta, se niega a decirlas y le quedan rebotando dentro afanosas
por escapar. Ya no puede más, son tantas que la cabeza va a estallarle. Sus
propias palabras han retrocedido y muerto. Entró en un mutismo tan
desesperado que lo tratan como a un loco. Está loco. La metralla de palabras
ajenas lo enloqueció.

RAÚL BRASCA
ARGENTINA
De Todo tiempo futuro fue peor (Mondadori 2007)

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La desmemoria

Para disimular que ya no los recuerda, evita citar nombres propios. Para
disimular que no reconoce las caras, trata a todos los hombres como si fueran
sus íntimos amigos. Observa constantemente a los demás imitando con un
segundo de atraso sus gestos y sus acciones. Su mundo es frágil, extranjero,
desolado, pero tiene, sin embargo, algunas compensaciones.
Nadie más puede tomar cada noche a una mujer distinta con la que está
casado (dice ella) desde hace veinte años.

ANA MARÍA SHUA


ARGENTINA

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Hombre sobre la alfombra

Luis ve al hombre en el suelo, le parece que está muerto y lo dice.


—Se murió.
—No —dice la mamá—. Se quedó dormido.
—Nadie se duerme así tirado. Es incómodo —dice Luis.
—Estaba muy cansado. Yo también a veces me quedaría dormida:
¡exactamente así!
Luis y su mamá tendrían que hablar en voz más baja, porque el hombre no
está muerto ni dormido sino dibujado en un libro, y oye perfectamente todo lo
que dicen de él.

ANA MARÍA SHUA


ARGENTINA

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Prohibido

Estallan lujuriosos los primeros gladiolos y me deslizo en sus corolas a


conocer los secretos de su ayer, cuando dormían a oscuras.
Es entonces cuando escucho las voces que me llaman, que vuelva, que ahí
no, que más tarde, que no sé qué peligro, que Elvira no regresó.
Descubro así que me quieren en la superficie, con ellas otra vez. Para ser
solamente niña. No flor.

ANALÍA VELILLA
ARGENTINA

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Huida

Caminaba lento y con dificultad. Los zapatos eran nuevos o no eran


definitivamente para ella. Los pies estaban apretados, doloridos. Por eso se
descalzó al llegar de la calle, y comenzó a revolver el dulce sobre la cocina a
leña. En cada círculo perfecto de su mano, su cuerpo se hundía más y más
profundo en el río agitado de la tarde. Sólo sus zapatos en la orilla, y el dulce
quemado cuando fueron a buscarla.

ANALÍA VELILLA
ARGENTINA

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Otros jardines

En el palpitante altar las azucenas hervían; eran las trompetas que


anunciaban el camino virginal. La fila avanzaba lenta, y yo enumeraba los
pecados, que iban adquiriendo la dimensión del espanto. Las voces sonaban
estridentes y, tan lejos de esos agudos, sólo podía abrir la boca y sumarme a los
cánticos, pero sin sonido. Venid y vamos todas, con flores a María, que madre
nuestra es. Seguíamos, imperturbables, el olor de miles de parpadeantes luces,
atraídas por el polen encendido. El recuerdo de Juan era una aguja chiquita que
torturaba de a poco. No son dignas de llevar la flor blanca al altar aquellas que
no están en gracia de Dios. La voz de la hermana Albertina, una letanía en mi
cabeza, de nuevo aquí nos tienes, Purísima Doncella. El coro entonaba el
estribillo con la fuerza de una pasión descontrolada. Señora Tú nos ves, Señora,
Tú nos ves, resonaba en mis oídos que no querían escuchar más.
Fue entonces que los encontré, casi sobre el púlpito; unos ángeles
pequeños que bailaban secretos de otros jardines, sin santos ni vírgenes. El
recuerdo de Juan volvió sin dolor ni culpa, y supe que a ellos tendría que
preguntarles, después que entregara la flor y regresara a mi banco, si era
posible que fuera pecado un beso.

ANALÍA VELILLA
ARGENTINA

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Terrestres

Lamentablemente, él había visto todo. Teníamos que eliminarlo. Seguro


iba a mover la cola y emitir esos sonidos agudos que sólo a él le salen y que,
según dicen, es porque en su sangre tiene lo peor de muchas razas. Era
esperable, iba a saltar, girando y girando, señalando el lugar preciso de nuestro
secreto. El Chicho era así, aunque no hablara lo decía todo, y mamá se daría
cuenta de que, en ese cajón de la cocina, algo prohibido teníamos.
Ella no quería otra mascota. Por eso no hubo más remedio y llevamos al
Chicho, en bici, al otro lado del río. Para que perdiera el rastro, como decía el
abuelo. Volvimos alegres, sin remordimientos, a disfrutar del axolotl que
habíamos comprado con los ahorros de todo un año. Le pusimos Códice porque
era una palabra rara que encontramos en el diccionario. El nombre era lo de
menos porque él no entendía nada de nada. Los axolotes no son como los
perros, que casi son humanos.
Mamá lo había puesto, en su pecera, en medio de la mesa. Nosotros,
asombrados la escuchamos. No tenía más que elogios para Códice. Nos contó
que eran de México, que comían larvas de mosquito y pescado. Mamá sabía casi
todo de los axolotes. Estaba embobada. Después fue como si hablara sola, con la
vista perdida en el horizonte; que todas en su curso habían querido tener uno
después de leer el cuento de Cortázar, que sólo lo logró la ricachona de Esther,
porque sus padres viajaron a Tabasco y le trajeron uno. Y siguió diciendo que
podía estar horas mirándolo, que de dónde lo habíamos sacado, que su nombre
en lengua nahuatl significa perro de agua, y muchas cosas más.
Comprendimos que el bicho ese, inmóvil, rosado y con patitas graciosas,
iba a acaparar toda la atención de nuestra madre. Pensamos en lo divertido que
solía ser el Chicho y, sin meditar demasiado, salimos a buscarlo y a darle doble
ración de alimento. Para que nos perdonara el encandilamiento fugaz que
habíamos tenido con el batracio que mamá siempre había deseado tener.
El Chicho lo odió desde el principio. Cuando venían visitas, mamá ponía
la pecera como centro de mesa para que todos lo admiraran. Entonces él

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empezaba a ladrar fuerte, muy fuerte y sin interrupciones. No sólo no se podía
conversar sino que los vecinos se quejaron.
Fue por eso que todos estuvimos de acuerdo con que se lo llevara la tía
Elvira, con pecera y todo. Al final, con el Chicho podíamos jugar y también es
perro. No de agua. Terrestre nomás, como nosotros.

ANALÍA VELILLA
ARGENTINA

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En tránsito

En el aterrizaje, la cordillera de los Andes aparece enorme y cercana,


diluida por la bruma de una casi noche. Ella siente la inquietud de siempre
cuando llega a un lugar de paso: curiosidad, miedo, los sentidos en alerta para
tocar, oler, oír.
En el traslado del aeropuerto a la ciudad los ocasionales compañeros de
ruta conversan de sus cosas, de su país.
De pronto, una voz se impone. La vecina de asiento dice:
Mi General nos salvó del comunismo.
Alguien contesta, desde atrás:
Su General es un asesino.
En el silencio que sigue ella intenta descubrir las caras de los que hablaron,
pero la oscuridad es total.
Al rato, el chofer anuncia un nombre, detiene el pequeño ómnibus y bajan
dos pasajeros. Unas cuadras más adelante vuelven a detenerse. Y más allá. Y
más allá. Hasta que ella queda sola.
El chofer avanza por calles oscuras y por fin exclama:
Acá es.
La semipenumbra deja ver el hotel. Enseguida, un hombre amable baja las
escalinatas para tomar su valija. En la recepción hay un silencio inquietante y
sin embargo, la reserva está.
Sube en el ascensor con el hombre amable, su incomodidad la lleva a
preguntar por la falta de movimiento.
Es que mañana el hotel cierra, señora, usted es la última pasajera.
Cuando el ascensor se detiene en el piso 14, el hombre agrega:
Nos quedamos todos sin trabajo.
Entran a la habitación. En orden las toallas, en orden el frigo.
Ya a solas ella revisa, revisa hasta debajo de la cama.
Pero el sueño no llega. Piensa en el avión que tomará al amanecer, en el
destino del hombre amable y de sus compañeros, en que la habitación que

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ocupa desaparecerá.
Piensa también en el General, que ya no es.
Y no duerme.

LILIA LARDONE
ARGENTINA

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Ojos azules

Siempre llamaron la atención. Sus ojos. Azul intenso, como almendras


azules. También como las montañas en la noche y las aguas frías del Pacífico.
Aun con los años se mantuvieron eficaces. Levantaba una ceja, agrandaba uno
de esos ojos que traspasaban, y el mundo se le rendía. Ella lo sabía. Hasta esa
mañana que la fueron a buscar. La ambulancia con las luces rojas que
parpadeaban en su rostro, el doctor apuntándola desde su traje verde y los
enfermeros envolviéndola con una camisa blanca y ajustada, los alertaron. Sus
ojos azules saltaron desde sus órbitas y se perdieron en el ruido de la ciudad.

MIREYA KELLER
ARGENTINA

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Una mariposa naranja

Era un abandono. O una traición. Pero él lo tenía merecido. Años de


peleas, de burlas. Y cada vez una promesa nueva que ella sabía no iba a
cumplir. Hasta que un día cierra la puerta, por última vez, sin volver la cabeza
atrás. Sin historia. Sola en el mundo.
Eso le dijo cuando lo encontró en el bar. Sola en el mundo. Muchos ojos la
miran, pero sólo los de él le importan: azul acero. Quizás son demasiado duros
para su rostro casi infantil. Él se acerca. Le ofrece algo de beber. Ella acepta.
Afuera el frío y la noche crecen.
—¿Otro trago? —dice él, sobresaltándola. Se había acostumbrado al
silencio. La bebida quema su garganta. A él le suaviza la mirada.
Salen y entran en el primer hotel. No saben nada uno del otro. Ni siquiera
los nombres. Se tocan. Se huelen. La noche se vuelve larga y frenética. Sólo
existen ellos poblando de nuevo el mundo. La madrugada los encuentra
exhaustos. Ella, en silencio, lo mira dormir: es hermoso, un sueño hermoso,
piensa, mientras el sol se posa apenas en su rostro casi de niño, como una
mariposa naranja que abre sus alas. Se levanta despacio y sale. Afuera el día
está claro, radiante. Ella sonríe y no lamenta nada.

MIREYA KELLER
ARGENTINA

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Los perros

Me atemorizan. Digo en voz alta que soy grande y si no corro, no me


hacen nada. No me convenzo. Sigo parada en el mismo lugar, sin atreverme a
dar un paso. Entonces me mira el perro más grande, el negro. Me mira
amigable, como si me entendiera. Yo le creo. Avanzo, como si no tuviera miedo.
Él también avanza, sin miedo. Cuando en un segundo abre su bocota y se
incrusta en mi pierna, confirmo que ya soy grande para creer en la amistad de
los extraños.

MIREYA KELLER
ARGENTINA

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El señor Santiago

Por todos los caminos —te han dicho— se llega a Santiago. Pero las brujas
siempre llegan antes, montadas en antiguas escobas de toxo y cubiertas con el
sombrero redondo de las campesinas. El Apóstol las espera encaramado en el
Pórtico de la Gloria y en la Quintana Dos Mortos, y sentado en el altar mayor y
acostado en la urna de su sepultura, y ofrecido como una estatuita de piedra
molida en las mesas de recuerdos turísticos, y pintado en las marquesinas de los
restaurantes.
El señor Santiago admira a las brujas que vuelan a voluntad, y cuando
bajan en la Rúa do Franco se quitan el sombrero y cuelgan la escoba en el
Museo de San Domingos de Bonaval.
El señor Santiago lleva muchos años de muerto trabajando en tareas
comunitarias. Y aunque es un santo y desayuna a la derecha de Jesucristo, y
tiene su nicho en el Paraíso, que es un lugar seguro, pequeño y bello, suspira
apoyado en su báculo mirando los tacones lejanos de las brujas que toman luz
de luna, y el refulgir de rojas cabelleras.

MARÍA ROSA LOJO


ARGENTINA
De Esperan la mañana verde (1998)

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Museos de palacio

Los palacios acumulan objetos ciegos que resplandecen detrás de las


vitrinas, clavicordios y violoncellos destinados a enmudecer mientras los roe
una polilla imperceptible. Por la corteza de una luz que amortaja resbalan ojos
extranjeros. Miran sin amor las vastas habitaciones inhumanas y las carrozas
varadas, y las caras de bellezas desaparecidas. Recogen los fragmentos de un
mundo inmóvil y obediente, puesto en orden didáctico.
Los guardias de los restos pasean por los corredores prohibiendo
fotografías porque el resplandor carcome las materias antiguas que un día serán
polvo como los huesos de sus artesanos. Los pequeños artífices que han perdido
sus nombres bajo el sello de los maestros y sus manos en las fosas de los
cementerios.
Pero vuelven en las madrugadas con sierras y con buriles, con punzones y
con cinceles. La luna les confiere poderes de disolución. Destruyen y desarman,
recrean y reintegran, convierten en inmensos talleres las salas muertas con que
el día cubre su tarea nocturna, y el temblor de la anarquía y el brote del
crecimiento.

MARÍA ROSA LOJO


ARGENTINA
De Esperan la mañana verde (1998)

38
Santa María Tonantzintla

Del otro lado del mar las ciudades compiten entre sí con los picos de sus
catedrales y los raros colores de unos vidrios que no están hechos para reflejar
las luces de este mundo.
Aquí, en Tonantzintla, las alturas son modestas pero los ángeles de su
cielo más bajo tienen caras oscuras y doradas y sus alas son plumas de quetzal.
La Madrecita baja a la calle en los días de fiesta. La han visto en la feria de
Huejotzingo vendiendo sidra, con trenzas negras unidas en los cabos y un aire
sencillo y cordial de ama de granja. Nadie diría que vive en los altares y que
gasta un solemne miriñaque de encaje. Pero los incrédulos y los réprobos la
reconocen y besan con disimulo la huella de luciérnaga que van dejando en la
tierra sus pies descalzos.

MARÍA ROSA LOJO


ARGENTINA
De Esperan la mañana verde (1998)

39
Las Siniguales. Su definición improbable

Son seres del viento que se posan en la tierra, y que sobre ella necesitan
bastón. Seres femeninos sin cara precisa y con largas cabelleras
desproporcionadas de sirenas aéreas, que seguramente usan para volar, pero
que aquí, en el suelo, deben pesarles como una desmesura.
No se sabe de dónde vienen, y tampoco si son brujas o hadas, aunque
parecen más brujas que hadas por su edad (los bastones, las mechas blancas que
salen bajo los gorros), y más hadas que brujas por las cabelleras de tul y llamas
multicolores y por su compromiso con la luz del día y con las criaturas más
doradas y verdes de la tierra.
Liban en las flores como colibríes, y apoyan sobre las hojas o los pétalos de
carne sus patas levísimas de insectos.
No se sabe dónde tienen los ojos. Quizá todo su cuerpo casi impalpable es
un solo ojo o muchos ojos, quizá tocan con ese cuerpo, con esos ojos, la
superficie de todo lo viviente, y aun de lo muerto, para resucitarlo.
Corren riesgos.
Avanzan por cornisas peligrosas, en puntas de pie sobre desfiladeros de
espinas. Llegan hasta el final de feroces espolones de hierro, suben a rampas de
metal duro y helado, y cuando están a punto de caer, vuelan expandiendo sus
cabelleras de ala de mariposa.
Se protegen con escudos, oblongos o redondos, pulidos como monedas de
plata nueva que se reflejan en los espejos de invierno por donde nadan,
erguidas y guerreras, a paso lento, sin necesidad de patinar.
Lo que tocan, lo encienden.
Lo que dejan, se enfría, pero queda una estela de calor perdurable en el
lugar que pisaron con su pie sigiloso.
Una de ellas tiene un bastón curvo, que se tuerce como el cuello de una
serpiente mientras escucha una música encantada. Parece una góndola o una
barca vikinga, se desplaza en el aire como si trazara un surco, y mientras
navega canta como las maderas cuando crujen, hamacadas por el mar.

40
Una niña vio esa barca varada en las rocas de Finisterre, donde termina un
mundo y empieza otro, donde los muertos viven porque permanecen, flotantes,
en las nubes de espuma que dejan las rompientes.

Otros seres semejantes llegaron a buscar a la barca varada. La niña no


pudo darles nombre. No eran meigas, hechiceras y curadoras, no le parecieron
bruxas, amigas del demonio, y tampoco fadas, de belleza irreal y diamantina.
Entonces las llamó ―Las Siniguales‖.
Intentó persuadirlas con promesas y halagos, y meterlas en uno de sus
bolsillos, pero las Siniguales desaparecieron y volaron de su mano, con barca y
todo, dejándole en la palma un calor tibio, como de estufa, y un olor a canela.

Nadie volvió a verlas en Finisterre.


La niña, en cuanto pudo irse, se echó a rodar tras ellas por la tierra
redonda. A pie y en aviones, en autos y en otras barcas, en patines y en
motocicletas, hasta que se hizo vieja, y aun así continúa buscándolas
dondequiera que estén.

MARÍA ROSA LOJO


ARGENTINA
De Libro de las Siniguales y del único Sinigual (inédito)

41
La reproducción de las Siniguales

No se ha podido determinar si las Siniguales tienen alguna clase de


órgano sexual. No se dejan ver desnudas por ojos extraños y ninguno de los
humanos que fugazmente las ha capturado o espiado en un momento de
descuido se ha atrevido jamás a desnudarlas o ha contado con tiempo suficiente
para hacerlo.
No se sabe si las Siniguales preservan la visión de su cuerpo por pudor o
por coquetería o porque su aparición resplandeciente podría enceguecer a los
mortales.
Sus rivales y a veces sus detractoras, las Temperarias, opinan que las
Siniguales no tienen nada para mostrar, y que se mofan de todos los curiosos
envolviendo en tules, terciopelos y brocados de oro y de plata el centro vacío de
sus extremidades de alambre forradas de hilos de colores.
Se ha podido explicar, en cambio, cómo se reproducen.
Cada nueva Sinigual agregada a la especie es el fruto cuidadoso de una
decisión colectiva. Se debaten, en un cónclave secreto, la forma y la estatura del
cuerpo, el color y la longitud del pelo traslúcido, así como la textura y el corte
de las ropas. Las Siniguales son sensibles a los aportes autóctonos, y adoptan las
vestimentas más apropiadas para cada geografía y aun los cambios de moda y
de costumbres que los humanos llaman, pomposamente, Historia.
Cuando los planos están hechos y la decisión está tomada, salen a buscar
los materiales para forjar la criatura que sueñan. Traen de sus costureros-
dormitorios telas y velos y en ciertos casos los botones brillantes que servirán
de escudos. Durante una noche o más noches, cortan y cosen, pegan y suturan.
Luego, un zumbido de abejas conmueve levemente los costureros en el aire
oscuro de las habitaciones cerradas, y por los intersticios de las canastas se filtra
el fogonazo de una explosión sin ruido.
A la mañana siguiente, envuelta completamente en gasas blancas, como
una larva de mariposa o una momia, sale a la luz del día la Sinigual recién
hecha. Le quitan las vendas y abre entonces todo su cuerpo lleno de ojos para

42
mirar el mundo. Nadie ha podido atestiguar, en cambio, si esa mirada múltiple
es una decepción o una alegría.

MARÍA ROSA LOJO


ARGENTINA
De Libro de las Siniguales y del único Sinigual (inédito)

43
La levitación de las Siniguales

Algunos atardeceres, en los jardines, ciertos humanos particularmente


observadores han creído ver un enjambre de puntos brillantes que vacilan en la
frontera delicada entre la luz y la oscuridad.
No son aves, ni insectos, ni ascuas, ni cenizas iluminadas ni fuegos de
artificio, ni puntas de cigarrillos ni bengalas encendidas ni ánimas en pena.
Dicen que son las Siniguales, y que no vuelan, aunque eso está a su
alcance.
Se mantienen extáticas, suspendidas, a veces a varios metros del suelo y a
veces, también, durante horas.
Los especialistas en las costumbres de las Siniguales juran haber percibido
una vibración constante e inaudible.
Algo se perturba en el aire como si lo movieran las hélices de un motor, el
ronquido del mar cuando se despereza como el lomo de un gato, el murmullo
monótono y sagrado de una letanía, de un mantra, de todos los almuecines
llamando a la plegaria.
Algo más se perturba en el aire.
Las puntas de los dedos del que escucha, sin oír nada.
Las puntas de los pelos y de todos los vellos del cuerpo, electrizados por
esa irradiación que llega de lo alto, y que pone todos los seres a vibrar en divina
consonancia.
Los mortales que se acercan levitan también, por unas horas o por unos
segundos, nadie lo sabe, porque sus cuerpos aparecen luego tendidos y
exánimes, mojados de rocío, sin memoria de cuanto ha sucedido a varios metros
del suelo.
Al atardecer siguiente se acercan, mareados pero seguros, como la yegua
joven que busca el olor de su madre, como el caballo viejo que vuelve a la
querencia, y otean el cielo con los labios secos del que pide la lluvia, y esperan a
que las Siniguales aparezcan y levanten sus cuerpos hacia esa dicha
nuevamente olvidada y desconocida.

44
MARÍA ROSA LOJO
ARGENTINA
De Libro de las Siniguales y del único Sinigual (inédito)

45
Un hombre

Como una semilla sin tierra, un hombre cae en la calle, se dobla sobre sí,
muere. Errante, un perro se detiene, lo huele, lame su frente, y silencioso, se
acuesta a su lado.
Un trueno anuncia la lluvia que, lentamente, comienza a caer sobre ellos.

HUGO MUJICA
ARGENTINA

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El rincón

Había que tirarla con la inclinación exacta y fuerte para que rebotara en el
ángulo que formaban las dos paredes. Los gritos de los hinchas subían hasta el
cielorraso y bajaban ensordecedores por las paredes celestes, mientras esperaba,
inquieto, el centro de su compañero imaginario. Había tomado Crush en el
almuerzo, así que la tapita era flamante.
La pelota salió despedida como un rayo desde el rincón y vino directo a él,
que arqueó hacia atrás su cuerpo por encima del mágico defensor y aplicó el
frentazo desviando la trayectoria de la pelota hacia el arco contrario, formado
por la mesita de luz y la otra pared. Mientras aterrizaba sobre el césped a
cuadritos de su cama, sin desviar la mirada de la pelota, vio cómo se colaba por
debajo del guante del arquero rival. Ya estaban sobre el final, era el gol del
campeonato. El referí dio los tres pitazos y el delirio de la hinchada bajó para
levantarlo y depositarlo en los hombros de sus compañeros, que lo llevaron en
andas por todo el perímetro de la cancha.
Alcanzó a acomodar la frazada justo antes de que su mamá entrara al
cuarto pidiendo explicaciones por los ruidos. El corazón le latía con fuerza y
aún se le notaba la agitación. La copa se iría con ellos a casa.

ROBERTO DI BIASE
ARGENTINA

47
El mago

Siempre pensé que se necesitaría de una inspiración divina, o que sería


algo parecido a la alquimia de los magos antiguos.
Con la práctica, poco a poco fui creyendo que podría, un día hasta me dije:
es un juego de niños, y me pareció que ya lo había logrado.
Tan solo cuando la lectura de un libro logra desvelarme vuelvo a tener esa
sensación de necesitar una inspiración superior o sencillamente ser un antiguo
mago.
En realidad la culpa es de esta vida cotidiana que me atrapa y me sumerge
dentro de este pozo de mediocridad.
Es que yo debería abandonarlo todo y zambullirme de lleno a
experimentar nuevas sensaciones, a sufrir verdaderamente, a sentir,
entregarme, tal como lo hacen los verdaderos escritores.
Pero es inútil, no me atrevo a vivir sin mí.

ROBERTO DI BIASE
ARGENTINA

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Resumen de a dos

Él se vistió de ella, ella se desvistió por él. Ellos se vivieron las vidas, las
que inventaban, las suyas. Ella se desvivió por él, él vivió de ella. La vida los
mudó. Él, mudo, no supo la dirección.
Ella quería dirigir las vidas. Las direcciones eran opuestas. Él se fue con lo
puesto, ella lo recuerda en la puesta del sol. Los soles se hicieron lunas. Él se
vistió de ella, ella...

JUAN IGNACIO DORCAZBERRO


ARGENTINA

49
La pampa

Ni el invierno era tan lógico ni Sócrates tenía relación con la capa de


ozono, pero Estanislao dijo: Va’ llover. Ni el paisano había ido a la escuela ni la
educación da experiencia, pero Estanislao: Si hay luna roja, llueve.
Ni el paisaje era de cartón ni la televisión es el escenario del mundo, pero
Estanislao decidió salir a trabajar para seguir existiendo. Ni Clint Eastwood es
tan duro ni los gauchos tan cariñosos, por eso Estanislao le pegó al perro y se
despidió de la china con un beso.
Ni la historia está escrita ni la verdad supuesta, por eso Estanislao
concluyó: Ya vendrán tiempos mejores.

JUAN IGNACIO DORCAZBERRO


ARGENTINA
De Lazos y edades secretas

50
Luna de agua

El hombre sintió que al entrar en la noche, esa noche que no era la de San
Juan, pero que tal vez lo era, anclaban por fin obsesiones de siglos. Fedor, con
un gesto casual de sus manos de hueso, hizo que la mujer de agua se
desprendiera de la ronda. Con la levitud del cuerpo sobre la espalda, de aquel
cuerpo que empezaba a ser de luna, penetró hacia la sombra de los olivos sobre
la tierra.

LILÍ MUÑOZ
ARGENTINA

51
El año dio la vuelta

Cada vez resultaba más difícil cosechar los piñones suficientes para la
provisión del largo y duro invierno del sur. Los otros, los que después vinieron,
les habían plantado cercos y alambradas a los montes y a los ríos. Tercos, el año,
la tierra y la vida con él, estaban dando su vuelta. Una vez más.
En la ruca, ambas, abuela y nieta, habían esperado ya cuatro jornadas. En
las mutuas miradas, abundosas como piñas maduras, la joven y la vieja
comenzaban a reconocerse en el silencio. Primero fue espesa y tibia. Cálida,
calaba dentro del cuerpo núbil.
A Lihuel apenas la sorprendieron las manchas que se apretujaban en sus
calzas. No tardó en darse cuenta. Allí, en la soledad de la Cueva, finalmente
había llegado. Al cuarto día, abuela y nieta se encontraban ya listas para el
regreso. Celebrarían. Regresaban dos mujeres.

LILÍ MUÑOZ
ARGENTINA

52
La vigilia

Con la garganta áspera como si el aire lastimara al pasar, María cuenta,


una a una, las gotas que lentamente se deslizan por el pequeño tubo que
alimenta a la enferma. Lo mira y le parece un cordón umbilical.
Pasan las horas, los uniformes blancos, las caras desdibujadas. Ella, casi
sin pestañear, cuenta las gotas hasta mil y vuelve a comenzar. Amanece; afuera,
llueve. Anochece y no se da cuenta. Sólo sigue contando, sin tener noción de las
veces que ha reiniciado su letanía.
El alba la sorprende con grandes copos de nieve que caen despacio. Se
levanta, desperezando las piernas que se mueven torpes, debilitadas por la
vigilia. Corre del todo las cortinas. Fugaces, reaparecen en su memoria las risas
y los juegos compartidos sobre un manto igual al que ahora pinta de invierno
las calles aún dormidas del amanecer.
María fantasea con la idea de que un viento bondadoso le ha traído, desde
sus amadas montañas, el color de la nieve para blanquear este gris. Hace un
gesto de bienvenida y se da vuelta al notar que la respiración jadeante se ha
vuelto acompasada.
—Está nevando, mamá —susurra.
Luego se sienta y, fijando la mirada en las gotas, comienza nuevamente a
contar.

MERCEDES MORILLO
ARGENTINA

53
Amor a la especie

Cuando se despertó, no había ningún dinosaurio. Y ese detalle,


ciertamente, le llamó la atención. El doctor Aldous McMallorn, eminente
veterinario de origen escocés, se había afincado hacía unos 170 millones de años
en lo que sería luego la región patagónica, en el extremo meridional de
Sudamérica, por amor a esa especie y, desde su arribo, los dinosaurios acudían
en tropel a que aliviara sus dolencias. Que al despertar no hubiera ninguno
esperando respetuosamente que abriera lo ojos, no era en verdad algo habitual.

ESTEBAN VALENTINO
ARGENTINA

54
Relax

Arrellanado en su sillón, el hombre mira hacia la ventana que muestra el


suelo sin relieves de la enorme y suave llanura boliviana. Una hormiga se trepa
al vidrio e interrumpe, siquiera momentáneamente, su vista. Luego otra. Y otra.
Y otra. Y luego muchas más. Y al fin cientos que vuelven negro el vidrio. Pero él
no se mueve. Cuando empieza a caerle viruta del techo de madera, el hombre se
sirve con fatiga un nuevo vaso de whisky. Se queda sentado mientras la viruta,
lentamente, comienza a cubrirle los tobillos.

ESTEBAN VALENTINO
ARGENTINA

55
Decisión

El vaquero monta al mismo tiempo que suena de fondo la música


pegadiza. Se marcha de Kansas City. No vuelve atrás la cabeza ni un solo
instante. Todos los habitantes del pueblo lo miran alejarse acongojados. Acaba
de terminar con el flagelo de los Hermanos Clampton pero su casa es el camino,
su lecho el cielo estrellado.
De pronto, un ruido insoportable interrumpe su silenciosa marcha. Un
caza F17, indetectable para los radares rusos, atraviesa el apacible aire del
estado. Veloz como un rayo el hombre desenfunda pero cuando dirige el Colt
hacia arriba ya no se ve más que nubes y sol y celeste.
Entonces el vaquero desmonta, golpea a su caballo en las ancas para que
se marche y regresa caminando al pueblo. Tal vez la viuda todavía quiera y,
después de todo, ser granjero no ha de ser tan terrible.

ESTEBAN VALENTINO
ARGENTINA

56
Bestiario

Sobre nosotros pesaba cierta incapacidad para distinguir una cosa de otra
en la llanura. Todo era plano y previsible desde la ventanilla del tren. No
obstante, ni bien nos instalábamos en la casa de los tíos y salíamos a bebernos el
campo, el cardo se distanciaba del finucho, las palomas de los chimangos y el
tableteo de las perdices del silencio de la pampa que parecía un poncho
derrumbado sobre la tierra.
Ese proceso de diferenciación y diversidad, esa parición continua, hizo de
la sorpresa un hábito. Por eso nos sorprendió, y no, la primera vaca azul. Las
que siguieron conservaron su poder sobre nosotros. No se acostumbra uno al
brillo de las estrellas si está vivo. Nunca estuvimos tan vivos como entonces.
¿Qué otra cosa, sino la vida atravesándonos, nos llevaba a despertarnos a las
cuatro de la mañana y salir con la escarcha, llevándole los baldes al tío Mingo,
para beber de aquellas vacas, su leche tibia y blanca?
Nunca, en la casa, se hizo mención a esos animales azules que algunas
mañanas se ocultaban en la niebla y por las noches se volvían negros contra la
fuerza de la luna. Solamente vos y yo hablábamos de ellos, a escondidas. No
podíamos contarlos con precisión. El que derramó el añil sobre sus cuerpos, les
dio también fugacidad, acaso para que vos y yo no perdiéramos esa manera
cazadora de avistar.
Los tíos se mudaron al pueblo. Nosotros no volvimos al campo y no nos
permitimos la evocación o la nostalgia de esos días. Sospecho, sin embargo, que
a vos te pasa como a mí. Cada mañana, la leche en el tazón, tiembla en
promesas de celeste.

RAÚL TAMARGO
ARGENTINA

57
Nepal

Unos opinaban que la población no debía perseguir lo inexistente para


poder abocarse a las tareas necesarias al país. Otros, por el contrario, que esa
persecución es madre de los saltos que da una cultura que evoluciona. Todos
creyeron fortificar sus posiciones promulgando una ley que prohíbe la cacería
del yeti.

RAÚL TAMARGO
ARGENTINA

58
Lo ilusorio

La cosecha de miel había sido lo suficientemente buena como para que la


muchacha hiciera planes en el camino del mercado. Partió en silencio desde el
suburbio donde vivía, con su tarro de miel sobre la cabeza, acompañada por el
sonido de su pensamiento.
Con el dinero de la miel, se dijo, compraré pollos; los pollos serán gallinas;
las gallinas pondrán huevos; los huevos serán dinero; el dinero me dará
corderos. Adelantada en sus proyectos, liviana en el andar, podía ver a sus hijos
dueños de una fortuna inmensa. En cambio, no pudo ver la piedra que
atravesaba el camino en aquel punto; tropezó con ella y el tarro de miel, que
contenía todas sus ilusiones, se quebró contra el piso y se vació.
Hasta aquí, el relato del maestro, quien olvidando que la elocuencia es
también una forma de la ilusión, preguntó a la alumna:
—¿Qué enseñanza encierra la historia que acabas de escuchar?
—El camino entre el suburbio y el mercado es espantoso, maestro —
respondió—. Mientras los pies descalzos de la muchacha pisaban los duros
guijarros y su vista evitaba las chozas miserables, su pensamiento le otorgó
unos momentos de felicidad.

RAÚL TAMARGO
ARGENTINA

59
Azul profundo

Lodo, oscuridad y, por momentos, azotes de luz que dividen el cielo.


Pronto el goteo, el frío en el cuerpo y un silencio afónico. La escena parecía
repetirse cada noche. Con la claridad, el silbato resonaba empujándonos fuera
del hoyo. Esa noche yo estaba fundido en el barro y con poco abrigo. Detenía el
tiempo pensando en la cantidad de bolsillos que llevaba en la casaca, el chaleco,
la camisa o a lo largo del pantalón musgoso. Cuántas pertenencias querría
guardar alguien como yo, apostado en un lugar desconocido, carcomido por el
miedo y suplicando por una noche infinita, que contuviera la muerte. Reparé en
mis borceguíes, y la mente escapó en recuerdos.
Ahí estoy, como siempre, en cuclillas tras la puerta. Mis manos aferran las
piernas temblorosas y el llanto mudo comienza a secarse formando salinas.
Distante puedo escuchar el paso cargado, la voz gruesa y el zigzagueo del cinto
arrastrando el piso. El rebajo de la puerta descubre la sombra de sus botas,
acercándose.
En el hoyo la noche se acentuaba y las miradas seguían perdidas en
pensamientos. Busqué el perfil de uno de mis compañeros, su rostro surgía
entre fogonazos, con su cabeza inclinada en plegaria. Quise pensar que dormía,
que alguien descansaba, muy cerca de mí.
Volví al recuerdo. Salir de la casa, disimulado bajo la ropa y ocultando la
piel, fruta podrida. Ridículo era verme, con pantalones que barrían el polvo y
un buzo gris cuyas mangas derrochaban tela hasta esconder mis manos. Intenté
borrar cualquier memoria, pero el reflejo de sus botas acechando tras la puerta
permanecía inmune, exento de olvido.
Pronto, la claridad, me dije. Comenzaba ese sudor frío a avanzar por el
espinazo, presintiendo quizá el silbato. Moví las piernas para despejar el
cansancio que dormía los huesos y recobré un poco de saliva. Volví la mirada a
mis compañeros, en posición de guardia. Faltaba menos.
Cuando crecí, quise entenderlo, comprender ese enojo contenido, pero el
destino pegó primero. Papá nació bruto y, en su carencia, la muerte le pareció

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generosa.
Se desvaneció la noche. Podía verse el humo viajando en el aire, trayendo
el olor fétido. Acomodé el fusil, ajusté el casco, el cuerpo recobró calor. Ya
pronto. Una bocanada de aire, horror, cobardía, su reflejo. Mi grito profundo en
el azul abierto; corrí a su encuentro. Sentí el fusilazo, las balas, el lodo. Lejos,
pitaba aún el silbato.
Alguien abría la puerta.

MALENA COLANTONIO
ARGENTINA

61
Carencia

Hoy mis pensamientos aturden, puedo ver cómo alteran el ambiente.


Incluso a mi madre que, dejando su bordado, se desplomó con un suspiro en el
sillón. Mi mirada se posa un segundo sobre ella, y la veo gris. Consagrada
siempre a sus labores. Hubo un tiempo en que pensé que había perdido el
habla; sólo deambulaba por la casa, aseando, con su mirada triste. En algún
momento recordó que sabía bordar y entonces todo cambió. Pasaba horas entre
hilos de colores. Ya la cocina no lucía impecable, los muebles se mostraban
opacos y en el baño comenzaba a juntarse la roña entre azulejos.
Todos lo notamos, imposible no hacerlo, pero nadie dijo nada. Quizá
porque creíamos que era un merecido descanso. Había días que olvidaba
comer, se concentraba en hilvanar flores de colores en todos los almohadones
de la casa; era como entrar en un calidoscopio gigante. Mi hermano y yo nos
encargábamos de todo. Preparábamos un escueto desayuno antes de partir al
colegio y al regreso pasábamos por la panadería por unas ayuyas. La comida, la
de siempre, una sopa frustrada y pan. Papá llegaba tarde en la noche, comía la
sopa del mediodía y se preparaba un sándwich de queso y salame. Jamás lo
escuché quejarse.
Hoy el silencio oprime la casa. Estoy en la cocina, no hay colegio. Mi
hermano ya huyó a lo del vecino, volverá seguro tarde, en la noche. No puedo
irme y dejarla sola. Me mantengo absorto en el pensamiento que surgió con
tanta fuerza: acaso escapa el niño a la carencia. En ese instante la veo a mamá.
Se levanta con un paso pesado, agobiada, empuja su colorido cojín a medio
bordar hacia el centro de la mesa y la sigo con la mirada al living, donde se
desploma en el sillón. Tengo miedo. Miedo de que deje de bordar para siempre,
olvidándose, postrada, rodeada de matices tan ajenos al ambiente. Pero logro
que me mire; hacía tanto. Pronto siento una lágrima, y caigo en un llanto
profundo.
Mamá, pienso. Y al instante percibo su presencia, me abraza, sin fuerza,
sólo ternura. Acaricia mi pelo, y mi mente hace silencio. Me asumo dormido,

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perdido en sus brazos. Ella calla, como siempre.

MALENA COLANTONIO
ARGENTINA

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Manía de sabio

El profesor Rudolf Lipezki tenía un hábito incordioso: cada noche, hacia


las cuatro de la madrugada, salía al balcón y aullaba. Sus vecinos, hartos, poco
podían hacer: el profesor era un hombre influyente. Golpeaban a su puerta: no
respondía. Fueron en delegación a increparlo en su laboratorio. Cuando la
secretaria los hizo pasar, en el diálogo descubrieron el problema: de día, entre
tubos y retortas, el profesor era un lobo hecho y derecho. De noche, al
descubrirse otra vez humano, la frustración lo impulsaba al aullido.

JORGE ARIEL MADRAZO


ARGENTINA

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El león

Plegó las patas, al acecho. Alzando la cabeza oteó el aire, husmeó el viento:
olía a presa segura. Ah, sí, allí, perfilado en el horizonte, tembloroso por la
intuición del peligro, se erguía el cervatillo. Al verlo se encogió y reptó con la
seguridad del depredador. Mientras saltaba intentó un rugido victorioso. Le
salió un chirrido que no asustaría ni a una anciana. El salto fue de cinco
centímetros. Su compañera lo miró con lástima. No había caso: aquel grillo, más
loco que una cabra, se empeñaba en creerse león.

JORGE ARIEL MADRAZO


ARGENTINA

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Niños

Algarabía en el patio escolar tras el muro que lo separa de la vereda, por


donde camino atento al barullo. Todos los niños —la muralla no me permite
verlos— gritan al unísono pasalapelota aycorré daleluisita y chillidos de
sorpresa, alegría de la ronda y esa estridencia y las carreras hasta una raya
blanca pintada sobre los mosaicos elúltimocoladeperro ganéyonovale
¿ysijugamosalasestatuas? Cortomano cortafierro, sosmalaeh? Atraído por el
bochinche infernal me empino y miro por encima del antipático muro divisorio.
Veo un patio desolado, una escuela en ruinas.

JORGE ARIEL MADRAZO


ARGENTINA

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Ella y él

Ella se levantó con movimientos perezosos y felinos.


Él permaneció de pie, quieto y con la mirada perdida en algún punto
infinito, soñado.
Ella avanzó, el oído atento a los rumores silenciosos que la rodeaban.
Él admiró su cuerpo desnudo y su andar sigiloso, sin huellas como el del
fantasma de una ninfa.
Ella abrió la boca voraz pero volvió a cerrarla sin emitir sonido alguno.
Él se estremeció como si un frío repentino le recorriera el cuerpo.
Permanecieron así, frente a frente, midiéndose en silencio unos instantes
durante los cuales el mundo pareció desvanecerse a su alrededor.
Ella se vio en los ojos de él, que como espejos de su pesar, la miraban con
tristeza y compasión.
Él alzó la mano pero detuvo el movimiento a mitad de camino, sabía que
era imposible acariciar su piel de terciopelo negro.
Ella, la dulce fiera, desvió la mirada y continuó su paseo indiferente junto
a los barrotes que la separaban del niño.

MÓNICA SILVINA CANCELO


ARGENTINA

67
Bocetos

Estaban juntos desde hacía un tiempo. Por las tardes él solía dibujar junto
a la ventana los personajes de sus historietas. A veces se detenía para seguir con
la vista a la mujer, en su ir y venir por el cuarto.
—Sos linda —le decía— y buscaba la perspectiva deslizando el lápiz por el
contorno de su espalda, como si la estuviera dibujando. Ella reía.
A mitad de camino entre el pecho y el vientre, la mujer tenía un lunar. Una
mancha breve, indeleble, sobre la blancura ondulada.
—Este es el oscuro centro de mi cuerpo —bromeaba, y cruzaba sus manos
sobre el punto exacto protegiéndolo de la mirada de él.
Antes de que empezara el otoño, el lunar había crecido transformándose
en un ovillito oscuro. Fue entonces cuando le aconsejaron extirparlo.
El cirujano asegura que el bisturí apenas había rozado la piel, cuando
sucedió aquello. Atónitos, vieron cómo desaparecía la figura de ella en una
huida vertiginosa hacia la forma pura. Sobre la camilla, iluminado por la luz
intensa de la lámpara cialítica, sólo quedó un manojo de líneas sueltas. Algunas,
de colores.

MARCELA CEBALLOS
ARGENTINA

68
Número impar

Ellos se miraban en el juego de los espejos y los vidrios de los ventanales.


Ellos eran dos pero se hacían cuatro, luego ocho, y así se multiplicaban
infinitamente en una secuencia de números pares.
Un día, ella se asustó. Eran una muchedumbre. Y cerró los ojos para no
verlos, para no verse.
Ahora estira la mano, una sola, y recorre la línea de su cuerpo. Una sola.

MARCELA CEBALLOS
ARGENTINA

69
Parpadeos

Una mariposa vuela sobre el jazmín florecido, en lo más alto del muro. No
sabe que le queda poco tiempo bajo el sol del otoño. Quizás esta sea su última
tarde de alas agitadas. Sin embargo se apura de una flor a otra, como si tanto
afán retrasara el final.
La miro y pienso, ¿me acordaré de ella dentro de unos días? Acaso el
aleteo de otras mariposas me haga recordarla. Y si esta fuera la última
mariposa, si mañana la escarcha termina con todas las que quedan y ya no veo
otras hasta la próxima primavera, ¿me acordaré de ella?
Anaranjada y breve, sigue abanicando las pequeñas flores blancas, casi
con desesperación. Sus alas de papel se recortan a contraluz en un parpadeo
incansable.
A mí, que sólo puedo volar en algún sueño, pero que también me apuro
de un lugar a otro sin saber cuánto tiempo queda, cuántos minutos, cuántos
otoños, si alguna primavera, ¿alguien me mira? ¿Alguien se pregunta?
Adonde irán las mariposas de las alas inertes, aquellas que no volverán a
vibrar bajo el sol de la tarde.

MARCELA CEBALLOS
ARGENTINA

70
Memorias

Si fuera una novela de ciencia ficción tal vez diría que una extraña nube o
un gas desconocido había provocado el fenómeno. Pero no hubo nada de eso,
apenas un instante en que la tierra se detuvo y el aire se quebró. Una fracción
de tiempo tan pequeña que ni los instrumentos más precisos pudieron medirla
y, a partir de ese momento, todos perdieron la memoria.
Algunos, asustados, se apuraban sin rumbo por las calles. Otros intentaron
preguntar a alguien por qué estaban ahí, qué había pasado, pero era inútil,
nadie tenía respuestas. Bastaba reconocer en la mirada de los demás el mismo
desconcierto para que la pregunta perdiera sentido. Duró poco o tal vez mucho,
quién podría decirlo.
Cuando volvieron los recuerdos, nada fue igual. Los objetos tenían
utilidades distintas o habían caído en desuso. Los peines, por ejemplo, se
usaban para rascarse o para dejar huellas uniformes en la arena. Algunos
enemigos dejaron de serlo porque no volvieron a encontrar los motivos para el
odio. Muchas parejas perdieron las razones para estar juntos, otras se unieron
aún más porque los sentires no saben de memoria. Hubo quienes se alegraron
de recordar el camino de regreso y quienes no volvieron, aunque sabían cómo
hacerlo.
La amnesia colectiva no se repitió, pero desde ese día y por las dudas
acostumbro marcar, con piedritas de colores o anudando hebras de lana en el
tronco de los árboles, los senderos que me llevan de regreso a los lugares
queridos.

MARCELA CEBALLOS
ARGENTINA

71
Pelirroja

Una tarde apacible de primavera con un aire cargado de frescura,


descansaba en mi jardín. De pronto descubrí, atónito, cómo una tierna y
pelirroja hormiga transportaba lentamente una lenteja rumbo a su hormiguero,
noble tarea. Fiel a su instinto, estaba siendo laboriosa y organizada, respetando
su fama de buena trabajadora; y yo también fui fiel a mi instinto y no pude
controlarme.

MARCELO OSCAR PALADINO


ARGENTINA

72
Fantasmas en la pecera

Cuando mi hija cumplió cinco años le regalé una pecera con tres peces.
Había que alimentarlos, yo tenía poco tiempo y ella era muy pequeña. Al año
comprendí que hay regalos para quienes saben valorarlos. Ahora, al encender la
pecera, ya no hay a quién alimentar, y yo tengo tiempo para hacerlo.

MARCELO OSCAR PALADINO


ARGENTINA

73
El viaje

Tenía en mis manos una taza china, con agua. A través del líquido
transparente veía la estampa de una mujer, en colores. El coche en movimiento
hizo temblar la superficie, entonces los brazos se movieron como implorando.
Me aferré a ellos.
—El fondo es muy chico para los dos —me dijo.

DANIEL AUER
ARGENTINA

74
Clavel del aire

Besó a la viejita y después del saludo, la pregunta: ¿Por qué esa planta
tiene la raíz al aire?
El niño subió al barril para descolgarlo —con la debida autorización— y lo
llevó a su casa, envuelto en una pompa de alegría.

DANIEL AUER
ARGENTINA

75
Gallo

El gallo a las cinco dejó el dormidero, subió por los peldaños la larga
escalera y se puso al lado de la veleta. ¡Kikirikí! Pero con voz de bajo, a pesar de
las íes.
Repitió tres veces su despertador grito, luego levantó una pata y le dijo al
otro gallo: ¡Tomá! Y se bajó por la escalera, airoso.
Las gallinas, orgullosas, recibieron a su guapo consorte. Y todos siguieron
sin moverse hasta las siete, cuando nuevamente Perico volvió al techo para
anunciar la alborada en rosa y dejarle bien sentado al gallo mudo que el que allí
manda es él.

DANIEL AUER
ARGENTINA

76
Jack y el afilador

Mientras el afilador avanzaba por la ciudad, Jack aguardaba lujurioso en


una angosta calle londinense. Oyó el silbato del afilador que se acercaba.
Cuando su figura se recortó a pocos metros, despejada la bruma de la
madrugada, desechó, por sospechosa, la idea de huir. Relajó su cuerpo,
recostándolo contra el muro en actitud distraída y sacó, hábilmente, un enorme
cuchillo que relumbró entre sus manos. Miró a los ojos del hombre que seguía
anunciándose con su silbato y le pidió, con cortesía, si era tan amable de afilar
la hoja de su cuchillo.
Lo que Scotland Yard no había logrado en largos meses de torpes
investigaciones, el modesto afilador obtenía en animada charla con el prófugo
criminal. Veía su rostro y aceptaba los chelines que merecía su trabajo.
Se despidieron sin dejar de mirarse en silencio, mientras el lento amanecer
parecía negarles toda protección.

OSVALDO PELLÍN
ARGENTINA

77
El caballo carneado

El comisario era joven y de débil contextura. Sería por eso que no le


impresionaba mal, ni le inspiraba temor. Finalmente optó por revelárselo, como
quien cuenta una impostergable necesidad.
Hacía ya cuatro semanas que estaba detenido y pensar en su Bernarda lo
colmaba de una confusa sensación, mezcla de celos y deseo.
Le pidió al comisario que le permitiera verla, estar con ella, porque ya veía
que su delito lo demoraría más de lo pensado. El castigo por matar aquel
matungo ajeno se podía aceptar, pero no hasta el extremo de convertir el
encierro en una tortura.
El comisario escuchó y no le respondió, aunque por su mirada, Sebastián
creyó entender que había alguna esperanza.
Al día siguiente casi de madrugada, el milico avisó al cabo de su partida.
Montó y guió al paso a su yegua hasta el puesto. Llegó casi al mediodía cuando
el sol desplazaba levemente la fresca de la mañana en aquellas alturas.
Bernarda era mujer de campo, de edad incierta. El resplandor de los pocos
años entraba en un tiempo prematuramente robado por la seguidilla de hijos y
la pobreza.
Todavía colgaban hechas charque algunas lonjas del matungo carneado
con inútil apuro, que de lástima se habían salvado de ser confiscadas.
El comisario dijo pocas palabras acerca del motivo de su visita. Algo así,
como que el hombre está urgido de usted.
La mujer entendió y en un manojo envuelto en un pañuelo, puso un poco
de yerba y pan casero, una lonja del charque, una camisa para su Sebastián y
una poquedad para ella misma.
Montó en el anca de la yegua del comisario y cayendo la noche y
retornadas las estrellas en el cielo inmenso, llegaron al destacamento.
El comisario alcanzó a ver el silencio anhelante y respetuoso con que se
miraron.
Decidió cerrar el destacamento, para que nadie molestara y se fue

78
caminando hasta el boliche, pateando algunas piedras del camino, como
jugando.

OSVALDO PELLÍN
ARGENTINA
De Afuera de nosotros y otros silencios (Ruedamares, 2006)

79
Entre nosotros

El rostro apareció en la foto familiar. Sonreía complacido entre mi madre y


mi hermano. Me llamó la atención, pero no le di importancia hasta que la
imagen fue apreciada por los otros que sumaron sus dudas acerca de aquella
persona. Nadie la recordaba. Es más, nadie la conocía. Su condescendiente
sonrisa, el brazo que tiernamente descansaba sobre el hombro de mamá nos
hablaba de alguien que sabía de nosotros de manera entrañable. Comenzamos a
recordar aquel día, raramente sosegado, donde menudearon las sonrisas y los
diálogos animados aún entre aquellos que arrastraban largas rencillas. Los más
pequeños jugaron sin desbordarse, como si fueran viejos amigos. Había sido
una jornada de tregua, de esas en que las sensaciones son más memorables que
los hechos. Finalmente el brindis de mamá, tan emotivo, recordando a papá que
ya no estaba entre nosotros.

OSVALDO PELLÍN
ARGENTINA

80
Sur

Si lo miro encuentro el sur. A veces, en sus pies ardidos de corteza áspera


y callosa. Otras, el sur está en sus ojos, cuando me miro y entiendo que el pan
vendrá más tarde. Que ése fue un mal día.

GLADIS IGLESIAS
ARGENTINA

81
En el muelle

Aún no estoy en la mañana que vine a reconstruir. Ando por varios años
atrás, cuando los sauces bailaban suave, cuando el bar olía a perfumes caros y
cigarros importados. El pensamiento es así. Arma ovillos tan gordos que su
principio, la punta del hilo, queda guardado como para siempre en el fondo.
Me detengo en el muelle preocupado de que me invada el miedo pero,
descuidadamente, me entretengo con la memoria, que me ha sido más fiel que
la salud.
Las olas rompen y se rearman. Reviso si las cosas han cambiado tanto y
llego a la conclusión de que sólo yo no soy el mismo.

GLADIS IGLESIAS
ARGENTINA

82
Partidas

Ismael Centeno se había jubilado hacía diez años y quedado viudo dos
años más tarde. Sus tres hijos habían elegido irse del país con excusas
razonables.
La plaza, el bar, la lectura y, de vez en cuando, los vecinos le amenizaban
el tiempo al hombre que, cada vez un poco más, se entregaba al abandono de su
vida y de su propia apariencia.
Llevaba un par de horas sentado en ese sofá incómodo pero que, ubicado
a la luz de la ventana, le permitía descansar las piernas. Abrió el libro al azar y
se entusiasmó con un párrafo imprevisto que describía a un personaje solitario.
Trató de concentrarse. Rítmicamente fue avanzando en el texto. Fausto Espósito
se parecía más a él en cada línea: resentido, huraño, incomprendido; muy claro
cuando describía que la agrura llegaba como un sabor hueco, todos los días. A
Espósito, el autor le había destinado un final milagroso de reencuentros.
Pero Centeno entendió que no le daba la noche para tantas páginas y cerró
el libro, nostálgicamente enfurecido por lo ingrato de su aislamiento y de su
encierro.
Pegó un vistazo al dormitorio y lo caminó. Miró el reloj, luego el teléfono.
Cerró la puerta y apretó el gatillo.

GLADIS IGLESIAS
ARGENTINA

83
Al polvo vamos

No era la tierra de promisión la que estábamos esperando. Sólo queríamos


un lugar para los nuestros. Tampoco habíamos caminado tanto por una tierra
prestada. Entonces, cansados de tanto polvo, abrimos el libro para que nos diera
su próxima pista.
No hubo preguntas. Algunos desistieron, otros lloraron la suerte de los
caídos y unos pocos decidimos continuar en el juego.
La peor parte estaba frente a nosotros, el tablero parecía comerse las
piezas. Nadie tenía la jugada maestra bajo la manga pero sabíamos que había
una salida. Negábamos el destierro y la hora del jaque estaba por llegar. Y llegó.
Fuimos polvo otra vez, como al principio. Partículas volátiles de donde
venimos.

VIRGINIA SCIOSCIA
ARGENTINA

84
El hilo

Hay un hilo pendiendo donde se acaba el mundo. Llegaremos a él,


pelearemos por no soltarnos.
Cuando suene la última campana se cortará, y nos pesará la piedrita del
vértigo. Entonces miles de fantasmas saldrán a buscar lo que les pertenece.

VIRGINIA SCIOSCIA
ARGENTINA

85
Retrato

De todas las visiones había una de la que no podía escapar. Recurrí a la


caja de fotos, buscando aquella que me develara quién volvía en mis sueños,
cargado cada vez con más furia.
—Sólo tres días para deshacerte de mí —una voz desconocida y
amenazante.
Tres días pasaron y yo sin encontrar nada. Mi desesperación y la pesadilla
manejaban mis noches, mis días. Decidí entonces quemar una a una las fotos y
así destruir el vínculo real con mi tormento.
Comenzó como un desafío, se inmortalizó en una tragedia. Todas las fotos
quemadas y el mismo fuego, consumiéndome.

VIRGINIA SCIOSCIA
ARGENTINA

86
Invisibles

Como hojas de papel absorbían hasta lo último que quedaba. Tomar agua
debajo de las alcantarillas se había convertido en un juego que calmaba cuando
el frío dolía en el cuerpo.
A veces, tocar las raíces era viajar trepados en ellas, como en carruajes
enarbolados. Los efluentes nauseabundos se convertían en cristales de un río.
No había que mirar hacia arriba. Cuando asomaba algún indicio de luz, lo
tapaban con trozos de cartón.
Eran sus tiempos; todo estaba permitido y nadie notaría sus ausencias.

YOLI MARZIALETTI
ARGENTINA

87
Abandonos

El cansancio no le dio tregua. Abandonó la cabeza en la almohada, puso


una marca y leyó la última hoja.
Él había bebido el último néctar y, sin mirarla, se deslizó casi sin zumbido.

YOLI MARZIALETTI
ARGENTINA

88
La rampa

Tarde de sábado, corre viento, hay muy poca gente en la calle. Estoy
bajando la rampa cuando algo golpea en mi espalda, me deja sin aliento, caigo
de rodillas. Algunas personas gritan pidiendo ayuda. Las voces se pierden en
ecos, algo me oprime el pecho, me impide respirar.
Rostros que se espejan en prismas, dan directivas. Por momentos, escucho
la resonancia de voces que buscan respuestas donde no existen las preguntas.
Alguien coloca sus manos debajo de mi cabeza y me abandono a esa sensación
desconocida que me produce alivio. Quiero permanecer despierta, mi cuerpo
estalla en dolores. Entre los murmullos una voz chillona maldice porque
alguien huyó con mi cartera. Y ahora cómo sabremos quién es, grita como
desafiando al viento, a quién avisamos, ¿tendrá familia? Mi boca reseca no
puede con ninguna palabra, mis párpados no se abren y otra vez esas manos
debajo de mi cabeza con la misión de sostener quizás mis últimas horas. Me
relajo; lejos, se escucha una sirena.

YOLI MARZIALETTI
ARGENTINA

89
En la ruta

La vorágine se había detenido y todo se hundía en el silencio, boca abajo.


Hasta la pampa parecía cielo, un ciclo tornasolado donde no se escuchaba ni el
ruido de las moscas molestando las patas de los caballos, ni las crines
balanceándose de norte a sur.
En un instante, sólo existió el chillido de las cubiertas sobre el asfalto y el
humo negro sobre los cuerpos. Se paralizaron las savias en los tallos del clavel
del aire y se partieron de espanto las espinas de los cardales.
El espíritu del silencio rompió su cáscara y se extendió sobre los seres y las
cosas.
Abrió los ojos, una llovizna porfiada se escurría sobre el lomo de la ruta.
Ésta, tiesa de miedo, larga, infinita, se dejaba llevar hacia el punto que no pudo
ser, al que nadie llegó.
Lo único que se movía era ese hilo de sangre tibia desde la nariz hacia la
boca.
Sus ojos, espantados, se clavaron en el rostro inmóvil, y hubieron de pasar
muchos días con sus noches para que pudiera cerrarlos.
Una sombra salió de entre los matorrales, la alzó en sus brazos y se la llevó
camino abajo. Él no supo nunca quién se la había llevado y la lloró como si no
fueran a verse más.
Dicen que por las noches se lo ve caminar por la banquina. Dicen que va
sin ver, con los ojos abiertos, y anda sin oír los bocinazos ni las frenadas. Ni
siquiera se ha dado cuenta de la savia que desde hace un tiempo ha vuelto a
correr, pudorosa, en los tallos del clavel del aire.

VIOLETA CRIBARI
ARGENTINA

90
La última cita

Ala Gris abandona el palomar y vuela hasta la plaza de la pirámide. Es su


vuelo tres mil novecientos noventa y nueve. Ve a Jacinto, sentado como cada
día. No hay palomas a su alrededor.
—Hoy no tengo nada para darte, pero mañana, sí. Mañana es mi
cumpleaños, llegué a los noventa. ¿Desayunaremos juntos?
La paloma lo mira. El viejo se va arrastrando los pies. Ella se acurruca bajo
el banco de la plaza y decide esperar hasta la mañana siguiente.
Sobre el banco, en la última hoja de un diario abandonado se lee:
Científicos australianos han descubierto que las palomas realizan cerca de
cuatro mil vuelos a lo largo de su vida.

VIOLETA CRIBARI
ARGENTINA

91
La estrategia de las hilachas

Las hilachas nunca se habían preocupado en sorprender, pero sin embargo


lo consiguieron.
Ellas sabían que una hilacha no nace porque sí, nunca. Surge de un uso
desenfrenado, de una vivencia estremecedora, de un ímpetu desmedido. Una
hilacha nace entre gritos de dolor, alaridos de dicha, improperios, insultos o
carcajadas. Es una buena manera de nacer.
Jamás la hilacha llega sola, nace de partos múltiples, en familias
numerosas. ¿Quién que mereciera haber tenido alguna hilacha, recuerda sólo a
una? A lo sumo una hebra floja en el tejido de una bufanda, un hilo mal cortado
en una batita. Pero hilachas, lo que se dice hilachas, vienen en tandas, en
bandadas, enlazadas, anudadas para no desprenderse. Unidas en el vértigo
delirante del centrifugado del lavarropas, juntas hasta la muerte, bajo el calor
aplastante de la plancha; rebeldes ante los filos amenazantes de las tijeras;
soberbias en el tacho de lavandina. Decididas a sobrevivir.
Por cierto que no se adaptan a cualquier medio. Nadie recuerda haber
visto una hilacha viviendo en el centro. Son orilleras, crecen en los suburbios.
Desentonan en los lujos de las casonas, molestan sobre los tapices de los sillones
de las señoras o en los acolchados de las suites, o en las cortinas de los
ventanales suntuosos.
Las verdaderas hilachas están cómodas en los bultos de ropa dada, en los
armarios de las sacristías, en los vagones de los trenes de carga, en los
basurales, en las villas. A diario se topan con nosotros. Deberían ruborizarnos,
humillarnos, herirnos. Pero no, nos son indiferentes.
Un día, las hilachas dijeron basta. Desplegaron su estrategia y el mundo
sufrió un gran olvido colectivo, un inmanejable ataque de limpieza general.
Permanecieron encendidas todas las máquinas lavadoras, por tiempo
indeterminado; todo fue borrado con miles de litros de lavandina, arrasado con
baldes de ácidos y punzantes tijeras. Nos terminaron invadiendo las hilachas.
Habían vencido.

92
Nadie se animó a rasgarse las vestiduras.

VIOLETA CRIBARI
ARGENTINA

93
La voz

Terminó de leer la carta y las aspas del molino se detuvieron, como si el


viento hubiera enmudecido también con la noticia. Se sentaron en la galería, no
ya a esperar sino a intentar el recuerdo de la última vez, del día en que el hijo se
fue buscando lo que ellos no pudieron darle. Como siempre, Carmen pidió a su
marido que le leyera otra vez la carta y con la vista perdida en el campo
amarillo del mediodía intentó imaginar la voz del hijo hombre.
Por la tarde hizo el pan de todos los días y aumentó la cantidad de harina
y la cantidad de sal y la cantidad de espera. Puso a secar en las piedras el
cedrón, el poleo, la manzanilla con que hacer el té de la noche para el hijo, como
antes.
Al atardecer cuando Alfredo volvió de sus tareas, Carmen tenía listo el
mate amargo. Se sentaron en la galería, ahora sí a esperar el minuto en que
llegara Miguel. La conversación suave y repetida no distraía las miradas atentas
al camino. Fue el ladrido de los perros lo que anunció el reencuentro. Allá venía
su Miguel, tan alto, tan cuidado, con su novia tan bonita y educada como decían
las cartas. En el abrazo Carmen casi lo desconoció, tan firme y robusto. Cuando
se separaron, Miguel les presentó a su novia y se dijeron algo más en su lengua
de señas. Y con una voz que nacía, nombró a los padres por primera vez.

GRISELDA MARTÍNEZ
ARGENTINA

94
El barril

Otras veces era el abuelo quien me alzaba para sentarme aquí. Ahora,
aunque mis pies cuelgan y se balancean, el barril dejó de ser una cumbre
inalcanzable. Ya no es atalaya de mis descubrimientos infantiles. Lo que ahora
veo no me depara sorpresa. Pero me detengo en la parra que tejía de sombras el
patio, la parra que de tan alta era casi cielo y distingo lo que entonces no
alcanzaba a ver, lo que de tan cercano se hacía invisible, los dibujos que hace el
cielo entre las hojas, y los racimos cargados y los otros, que han sido casi
despojados por los gorriones; y veo hilos de telarañas suspendidos en el aire y
hormiguitas que aparecen y desaparecen entre las uvas, y veo las uvas, algunas
casi transparentes, otras que parecen a punto de estallar, otras que brillan de sol
y otras que se opacan de tierra, y veo unas manos con tijera que cortan los
racimos más cargados, y la risa de mi abuela que los recibe en un balde con
agua, y veo a mi hermana corriendo detrás de las uvas que rodaron por las
baldosas, entonces unas zapatillitas se acercan y escucho la voz de mi hija que
me pide que la suba al barril.

GRISELDA MARTÍNEZ
ARGENTINA

95
Señales

El hombre tras la ventana ha llegado de trabajar hace aproximadamente


veinte minutos. En la cocina improvisa lo que será la cena, mientras escucha las
noticias y mira de reojo las violentas y veloces imágenes de la pantalla del
televisor. Su mujer llegará de un momento a otro, se besarán, ella lo abrazará
por la cintura y él, complacido, seguirá con las cebollas y los tomates, sintiendo
sobre su hombro la voz del abrazo. El hombre tras la ventana, a pesar del
cansancio, se siente satisfecho con su trabajo, hace lo que le gusta, considera que
lo hace bien y lo disfruta. Ama los jardines, ama su pequeño jardín de macetas,
ama los jardines que sueña para él y para sus clientes. Sonríe de pronto, solo,
así, mientras enjuaga la lechuga, porque se acuerda de la insinuación de su
madre que en el almuerzo del domingo le expresó el deseo de tener un nieto.
Un hijo, seguro que lo ha pensado muchas veces pero por ahora no mencionará
la idea. Sus proyectos actuales son más pequeños, pero les otorga una
importancia especial, una pasión que le merecen las cosas que le gustan. La
creación de un jardincito en el frente de su casa, para lo que ha tenido que
levantar baldosas y cemento (resultaba irónico que la casa de un ingeniero
agrónomo no tuviera un pequeño espacio de tierra). El cuidado de sus
colecciones, la de cactus en macetas, la de botellas y frasquitos extraños, la de
hojas de árboles y plantas. Piensa que ese álbum sería un maravilloso regalo
para un hijo. El curso de horticultura que dicta en la biblioteca del barrio le da
muchas satisfacciones. También la música, esa materia pendiente, pero que de
todas formas practica en cuanta ocasión se presenta, el sábado de reunión con
los amigos tocando la guitarra y cantando un repertorio cada vez más amplio,
con su mujer en velada romántica o con sus alumnos en recreos o festejos
varios. El hombre tras la ventana ya casi tiene a punto la cena, en el mismo
momento suena el teléfono. Ahora todo es ventana. De todos modos el
semáforo ha gritado el verde y los de atrás me lo recuerdan a bocinazos. Sigo mi
camino.

96
GRISELDA MARTÍNEZ
ARGENTINA

97
Nunca nadie

Nunca nadie más lo vio llorar. De la misma manera, nadie más lo vio
carcajear como antes. Sin embargo, él ya no volvió a sentirse ni humillado ni
vencido. Nadie lo vio caminar por la calle de siempre ni parar en el bar de la
esquina a perder tiempo con sus amigos. Ya nadie lo esperó en la oficina y
nadie le ofreció fuego para su cigarrillo. No volvió a hacer el amor con su mujer,
ni a abrazarla, ni siquiera a discutir con ella. No ocupó nunca más la cabecera
de la mesa, ni descorchó una botella, ni cortó el pan. Los domingos ya no
escuchó el partido por la radio, ni fue con los chicos al parque, ni los arropó por
la noche. Ya no volvió a leer; la biblioteca se fue cubriendo de polvo y los libros
comenzaron a teñir sus hojas de amarillo. Tampoco escribió ya más nada. Su
escritorio se convirtió en un santuario en el que todos posaban la mirada,
inclinando la cabeza como en oración y encendían alguna palabra que apenas
sobrevivía. Nunca más fue al cine, ni al teatro, ni a un concierto de piano. Su
saco cuelga del perchero, junto a la puerta, en la que no volvió a escucharse el
ruido de su llave. Esa puerta forzada por la que un día desapareció.

GRISELDA MARTÍNEZ
ARGENTINA

98
El desvelo del oráculo

Nunca la serpiente dejaba entrever el lugar preciso en donde iba a anclar


su velero. ¿El golfo del tobillo o la rodilla del mar?

AMADEO COLANTONIO
ARGENTINA

99
Pan triste

Intentaron separarlos lo más posible. La miga del pan fue enviada al norte
y la piel al sur. El hambre se estiró para alcanzar a ambos. Tanto se estiró que
creció, se hizo grande y abarcó todo. De norte a sur.

AMADEO COLANTONIO
ARGENTINA

100
Caídas

Mil imágenes se cuelan por la comisura de mis ojos, quinientas por cada
lado. Esa boca en apariencia partida, que desde el sentido no conoce
interrupciones, es un pozo para el mundo. Más de mil palabras por cada
imagen caída y yo no encuentro ni siquiera una. Nada que defina eso que no
veo, esas imágenes que como las estrellas completan el espacio. Imágenes como
caídas de agua, como cataratas que se precipitan hacia el fondo del pozo,
transparentes pero con peso, con sustancia, con miles y miles de palabras. La
boca casi siempre abierta, con un hambre insaciable o una capacidad infinita;
boca que no cuenta, que es un oído de imágenes, que escucha en colores y
formas, que no habla más que con una mirada. Y las lágrimas, las lágrimas caen
hacia adentro, se mezclan con el agua de la cascada y uno se llena como un vaso
de boca ancha y redonda, y al mundo le devolvemos agua. Y a otras personas
una imagen, el retrato de la lluvia, miles de palabras. Y ni siquiera una definida.

AMADEO COLANTONIO
ARGENTINA

101
Eco eterno

En un abrir y cerrar de alas me ubico detrás de ella, y a los costados. Pero


ella no me ve. Posado en una rama distante, en una parra de uvas azules y
violetas hinchadas por la nostalgia, me alimento. Perdido en el encanto de los
sentidos, vivo el presente desde un pasado eterno; en un cruce, entre sus ojos y
los míos, también de los de él. Ajeno a todo, hasta de mí. No me pertenezco.
Él, una sombra en el follaje, entre los álamos, como un fantasma o un traje
negro. Yo, entre las hojas de la parra, parado delicadamente sobre la rama como
se para la mira sobre la escopeta. Un instante con eco eterno y ella toda
alrededor, como flotando con su mejor vestido, con su música y su perfume de
día claro. Ella tan cercana, y yo, a punto de partir. Ella en mis plumas y en mi
sangre, en las uvas violetas que se deshinchan, en sus pellejos llenos de sombras
como la luna. En la pólvora y su aroma, en el gatillo y en el dedo.
Desparramada a su antojo en el frío del día cálido, cada vez más lejos y esquiva
y, como tiempo muerto, más presente que nunca. Un racimo húmedo y
colmado para mí que ya no tengo boca. Un lago planchado para él que perdió la
calma. Un oído fino sin nadie que le cante.
En un abrir y cerrar de alas me ubico detrás de ella, y a los costados. Pero
ella no me ve.

AMADEO COLANTONIO
ARGENTINA

102
Domingo

El pescador llegó a la casa de citas. En su bolsillo, unos pesos y el tabaco.


Recorrió el laberinto de cuartos vacíos. Lo invadió la desolación. Las sirenas
tenían su día libre.

MARÍA INÉS RUSSO


ARGENTINA

103
Vecindad

Me crucé con mi nuevo vecino en la escalera. Como pétalo de agua, tres


noches después, me deslicé por la tubería de su baño. Con los pies húmedos,
contemplo su espalda.

MARÍA INÉS RUSSO


ARGENTINA

104
Velorio

Dentro del sombrero de cada una había un rodete. Damas de trajes negros.
Un desafío de conjuros y seducción. Un viudo de premio.

MARÍA INÉS RUSSO


ARGENTINA

105
Ángeles de ajedrez

En el último instante se enfrentaron. Uno le traía flores blancas, brisa


fresca y campos azules. El otro, luces de fuego y frutas apetecibles, prohibidas
por siempre.
Tan rápido como el movimiento de sus pupilas, giró hacia la vida y dio
vuelta el tablero.

DANIELA LAURENZI
ARGENTINA

106
Ventana

De puntillas prepara el cuerpo, se estira y alcanza el pan que se airea en la


ventana. Un pañuelo cae sobre sus pies como una pluma. No lo siente. La
cocina se cubre de mundo y mis ojos parecen dos gotas que esquivan la muerte.
Madura el día en su pelo corto, en sus rodillas, en sus pies en punta. Una
sonrisa gana la jugada esta tarde, en la cocina.

DANIELA LAURENZI
ARGENTINA

107
Epílogo

Nuevamente el cuento es contado. Como si lo hubiese visto en sueños, no


puede detenerse a pensar mientras lo cuenta. No sabe que versa a escondidas la
sinfonía del último instante. El juego de la creación comienza a filtrarse por la
grieta del olvido. Los hombres parecen dormir.

DANIELA LAURENZI
ARGENTINA

108
El reo

Si el reo arrancaba, los fines de semana eran en el campo. Cargábamos la


comida para los animales y nos íbamos los cuatro en el camión.
El camino desierto terminaba en las primeras jarillas. Permanecían allí
para escuchar finalmente nuestro coro: ¡Llegamos a Senillosa!
El motor del reo acompañaba; salían los patos y los gansos a perseguirnos.
Los perros, ladrando a los costados. Bajábamos y nuestros devotos recibían la
lluvia de alimento.
Por la tarde, Miguel era el jinete del chanchito manso. Mamá aprendía a
manejar; lo más difícil era la marcha atrás. Por eso no vio al caballito. El
relincho no se escuchó más.

PAULA ASENCIO
ARGENTINA

109
Nacimiento

El silbido pájaro de un niño entró por la ventana. La mujer se asomó para


ver su procedencia, pero el niño ya había volado.

PAULA ASENCIO
ARGENTINA

110
Los dos sonidos

Arena y roca. De lejos, parecen piedras gigantescas. Están ahí quietas,


como pensantes. Dicen que están perdidas, desorientadas. ¿Cómo saber lo que
piensa una ballena?
Las regresan al mar. El aliento y el desaliento. El ruido del miedo y el
canto de la ballena.

PAULA ASENCIO
ARGENTINA

111
De las apariciones

Muchos hombres y mujeres hablan de nosotros. Lo cierto es que pocos nos


ven. Algunos nos niegan; no quieren que aparezcamos.
El primer aviso de que la desaparición está por comenzar es que se pierde
el trabajo. Entonces ya no se sienten los dedos. Y a los pocos días desaparecen
las manos. La mayoría de los amigos siguen en la cuenta de las pérdidas, como
un olvido. Si uno conserva la vista, aparecen otros que nos auxilian, pies y
manos nuestros.
El segundo aviso es cuando se desvanecen el techo y las paredes. De a
poquito, sólo queda el pensamiento. Y así se comienza a vagar; vivir donde se
pueda, comer lo que se encuentre.
Como nadie nos ve, trabajamos de noche, aprovechando el tiempo de los
sueños. Es arriesgado. A veces, somos las pesadillas de los otros, de los que se
acostaron con miedo.
Hasta ahora, nunca desaparecimos.

PAULA ASENCIO
ARGENTINA

112
El piano

Me parece verla venir con las manos llenas de harina. El piano se tocaba
solamente por las tardes, después de la siesta. Por eso cuando nos escuchaba
hacerlo sonar a otra hora, sólo podíamos conquistarla si sacábamos de entre las
ropas, una rosa o un clavel robado de su propio jardín.

TELMA FORGIONE
ARGENTINA

113
Quejas varias

Se quejaba de todo y por todo. Cuando, finalmente y con mucho esfuerzo,


decidió asomarse por sobre el paredón de la vida, alguien le sacó el banquito.

TELMA FORGIONE
ARGENTINA

114
Espejito, espejito

Todos creen que es la más engreída porque se mira en cuanta superficie


reflejante encuentra a su paso. Se mira en los espejos de su casa, en los de las
petacas de rubor de las perfumerías, en los de los baños públicos, en los
retrovisores de los autos.
Nadie cree que no es delectación sino peregrinaje.
Se mira en las siluetas que le devuelven las vidrieras de los comercios, en
los ventanales de las casas, en las paredes transparentes de los supermodernos
edificios.
Nadie cree que no es obsesión sino una pregunta recurrente.
Se mira en sus poses, registradas en las pantallas de las cámaras de
seguridad, en las de los teléfonos celulares y en las de las webcam.
Nadie creería que ya no quiere verse más. Se ha mirado en los papeles
aluminizados de los regalos que da y recibe, en las cacerolas de acero, la
retrataron sus voluminosos aros de plata, atravesó el jarrón con el agua de las
flores. Sólo le queda la cara de la luna.
Pero cuando llegue hasta allí, su rostro no será el mismo y seguirá sin
encontrar lo que no se le ha perdido.

SANDRA BIANCHI
ARGENTINA

115
Fauno

¡―Ahhh, aaaahhhaaahhh, aaaah‖, en mi espalda!


Aunque el jadeo es masculino, me recuerda a la famosa escena de Meg
Ryan en Cuando Sally conoció a Harry. Al principio me horrorizo un poco, más
por lo sorpresivo de las onomatopeyas que por tanta extraversión. Al rato me
gusta y creo sentir que la respiración del musculoso señor me acaricia la
espalda. Y él de nuevo al ataque, aaaahhh, aoooohhhjjj.
Quiero espiarlo con el rabillo del ojo pero temo ser descubierta. Me
avergüenzo por estar fuera de estado para estos trotes. No puedo evitar unas
buenas gotas de transpiración, que se van congelando junto con los últimos
jadeos de fondo cuando el gemidor alcanza su instante triunfal. Me resigno.
Hace mil años que vengo a este gimnasio y lo único que puedo levantar es la
velocidad de la cinta aeróbica en la que estoy caminando En cambio él pudo
batir su propio récord y alzar una pesa de cincuenta kilos. Tantos como los
míos.

SANDRA BIANCHI
ARGENTINA

116
Pasional

Amanecí enojado, envuelto en la sábana del resentimiento. Olí su cuerpo,


percibí el descanso. La dejé, la abandoné. Caminé tres cuadras y siete pasos, me
arrepentí. Retrocedí corriendo, entré en silencio. Aún dormía. Ya estaba
decidido, me preparé sigiloso y, en un certero golpe, me deshice de todo.
Quemé esos tontos recuerdos, la perdoné y recibimos el día abrazados.

OMAR MANSILLA
ARGENTINA

117
Pausa

Su nombre es Juana Ramona. Es lo único que se sabe, los olvidos bailan en


su mente desierta. Es muy difícil adivinar cuáles son los recuerdos que ha
perdido. Es terrible el dolor que duele sin saber por qué.
Claudio tiene pocas referencias de la paciente de la cama número ocho del
pabellón azul. Sabe que es una pequeña mujer que llora en la noche; llanto que
lo puebla de angustia y, a medida que su oído se acostumbra a esa queja
continua y dolorosa, su razón sucumbe a desesperación. Igual se reparte
atendiendo a las doce internas del pabellón azul. Pone chatas, medica, controla
la presión, y todo eso no basta. En este, su segundo año de trabajo, no ha habido
altas, no hay mejorías, aunque algunas mujeres se han ido.
Siempre se cuestiona qué hacer, tal vez debería animarse y preguntarles o
sentarse a su lado y simplemente cobijarlas. No puede, no se anima a ese
sendero tan lleno de piedras.
Hoy, a punto de terminar su guardia, cerca de las veintidós, ve cómo las
manos de la número ocho toman las hebras del hilo de coser y bordan una
escalera en la cortina blanca de la ventana enrejada.
Él, que ya está a su lado, toma otro hilo y dibuja un camino; ella sigue con
una casa y unos niños que sonríen. Y mientras la noche los cuida, ella cuenta sin
hablar.
Poco a poco, en el dibujo crece una sombra que cubre de frío la casa, luego
a los niños, después a Juana Ramona. Es un frío con rostro y piel.
En ese cielo sin nubes en el que se presiente la tormenta, empieza a soplar
el viento. Cae la primera piedra y la lluvia furiosa arrasa el paisaje, arranca las
flores, y deja desguarnecida y sola a la casa.
Claudio ha escuchado su primer relato mudo. Relato que ha rasgado la
cortina y ha quebrado su espíritu. Pero sin dudarlo, levanta la cabeza, estira sus
brazos, enrolla la cortina y la tira por la ventana.
Nuevamente se sienta. La mira y entiende su desmemoria. La abraza y se
abraza; duermen abrazados. Descansan. Esta noche, el llanto que se escucha no

118
es el de Juana Ramona.
Ya amanece. Se extingue el momento, el instante, la tregua.

OMAR MANSILLA
ARGENTINA

119
Desastres / alegrías

Solamente tembló la tierra, tal vez fue piedra y barro o sólo lo imaginé. No
lo sé. Escuché un quejido, un llanto, parecido a muchos, igual al mío;
doliéndome todo. Se llamó Natalia, Joselo o Marianito. Fue en Estados Unidos,
Colombia o por acá. Fue hace mucho, será mañana o está sucediendo en este
momento. Tampoco lo sé. Era de día.
Fue en un pozo, se había caído, la empujaron o se tropezó. Fue
negligencia, el destino o un temporal. Fue una noticia, una pesadilla o una
premonición. Pidió ayuda, se calló o alguien la percibió. Trabajaron rápido, se
demoraron o no supieron cómo. Ayunó, tuvo sed o sólo rezó. Que ya sale, que
está viva, que ayudemos. Es de noche.

Solamente tembló la boca, tal vez fue miedo y llanto o sólo lo imaginé. No
lo sé. Escuché un quejido, un lamento, parecido a muchos, igual al mío;
doliéndome todo. Se llamó Natalia, Joselo o Marianito. Fue en Estados Unidos,
Colombia o por acá. Fue hace mucho, será mañana o está sucediendo en este
momento. Tampoco lo sé. Es de día.
Fue en un refugio, se había acostado, la ayudaron o pujaba. Fue soberbio,
tal vez único o un temporal. Fue una noticia, una esperanza o un camino. Pidió
ayuda, se calló o alguien la percibió.
Trabajaron rápido, se emocionaron o quisieron arrullar. Ayunó, tuvo sed o
sólo rezó. Que ya sale, que está viva, que festejemos. Sigue siendo de día.

OMAR MANSILLA
ARGENTINA

120
Laiseca, el niño el taxidermista

Ese niño arrodillado en el fondo de un jardín rosarino intenta


aprovecharse de la breve impunidad de la siesta: despierta, la lógica autoritaria
de su padre le impediría consumar el juego que lo preserva del calor
impeorable del verano. En verdad, esa figura hincada bajo la copa de un ceibo
es una caja china: un niño temeroso y reconcentrado que contiene a un pequeño
aprendiz de megalómano que contiene a su vez a un venerable taxidermista
egipcio de la época de Kheops. Con la cámara miope de una vecina insomne,
sólo se ve al mocoso, de proporciones desmesuradas, manipulando turbiamente
un pájaro muerto. Pero una subjetiva del párvulo inclinado sobre la tierra
despareja permite descubrir que la tarde impiadosa está pariendo un prodigio:
el presunto pájaro es el cadáver de un miembro de la dinastía real; la, en
apariencia, mórbida evisceración del ave, el sagrado trabajo del embalsamador
para proteger de las injurias del tiempo al doble astral del muerto. De modo
que ese frasco de colonia de la Franco Inglesa contiene, en verdad, la pócima
que detendrá la fruición de los gusanos; y eso que se confunde con un mero
rejunte de carozos, ramitas y envoltorios de caramelos Media Hora es la
amalgama secreta que impedirá a la carne tergiversar en sus contracciones la
noble estampa del difunto.
El niño ha envuelto el pájaro con gasas embebidas en mostaza, mientras el
sabio egipcio fue dibujando el contorno de una momia definitiva y perfecta.
Cuando la tarde se disuelve en el chirriar de las cigarras, el niño es una caja más
china que nunca: como Chuan Tzú, no sabe si es un embalsamador que sueña
un futuro literario en una tierra extraña junto a un río infinito, o si es ya el
escritor que sueña una novela y la titula: La hija de Kheops.

GUILLERMO SAAVEDRA
ARGENTINA

121
Una noche de Cavalcanti

Desde donde está parado, tendría que esperar un siglo y medio para
admirar, alzando la cabeza, la monumental cúpula del Duomo. Pero ahora, en
ese atardecer de 1274, ve frente a él la iglesia de Santa Reparata. Y, al darse
vuelta, puede llenarse los ojos con la armonía octogonal del Battistero. Se queda
absorto, congelado en un gesto que lo convierte en mirlo: está buscando el hilo
de plata de unos versos. De pronto escucha cascos de caballos y, enseguida, los
jinetes lo acorralan contra las tumbas que rodean el Battistero. ―¿Qué harás,
Cavalcanti, cuando descubras que Dios no existe?‖, lo azuza socarrón el güelfo
negro, Betto Brunelleschi. Pero él está pensando en otra cosa cuando responde,
en medio del silencio literalmente sepulcral: ―No quiero discutir: esta es su
casa‖. Mientras todos se ríen del aparente desvarío del poeta, el propio
Brunelleschi, un poco menos craso que los otros, acusa el dardo envenenado:
―Imbéciles, si un cementerio es nuestra casa, quiere decir que estamos
muertos‖. Pero no hay tiempo para que los provocadores se desquiten: el ágil
güelfo blanco Cavalcanti montaba ya en el aire cuando dijo lo suyo; apoyando
una mano firme sobre una de las altas urnas funerarias, saltó como un venado,
como un gamo, como el endecasílabo ligero y transparente que al fin le vino a la
conciencia: lo vidi li occhi dove Amor si mise. Y se perdió en la extensa noche
florentina.

GUILLERMO SAAVEDRA
ARGENTINA

122
El guitarrista equivocado

La manzana, casi centenaria, queda en el corazón de Pompeya, a cuatro


cuadras de una iglesia famosa, y tiene una torre en su centro, una torre
cuadrada coronada por un reloj que nunca funcionó. El solar fue donado por el
Jockey Club a las Damas de San Vicente de Paul y esas señoras lo convirtieron
en un modesto rosario de casitas con patio y frentes enrejados, distribuidas
alrededor de la torre, hacia el interior y el exterior de la manzana. Pasajes
internos bordeados de árboles, completan el diseño de un lugar único que las
mencionadas Damas alquilan desde siempre y por un precio ínfimo a ―familias
de pocos recursos‖.
En una de esas casas interiores, murió mi abuela materna y nació mi
madre. Al frente de ella estaba, una noche de invierno, mi futuro padre, para
dar una serenata a su inminente esposa. Estaban, puntuales, él y el
imprescindible cantor, pero el guitarrista brillaba en el silencio de su
inoportuna ausencia. El frío calaba hondo mientras desandaban el pasaje hacia
la entrada de la manzana, para campanear la llegada del músico que, suponían,
vendría caminando por Traful desde la avenida Sáenz. De pronto apareció: por
el medio de la calle empedrada, bajo la débil luz de los faroles, enfundado en un
sobretodo neorrealista y portando un indudable estuche de guitarra. Novio y
cantor corrieron a recibirlo. El tipo, creyendo que iban a asaltarlo, se arrodilló
en plena calle y, abrazado al instrumento, clamó: ―¡Llévense lo que quieran,
pero la viola no. La viola no!‖. No era el guitarrista esperado pero, aclarada la
confusión, el hombre acompañó con delicadeza al cantor. Mis padres se casaron
y vivieron en esa misma casa por muchos años. A veces, el guitarrista pasaba a
visitarlos y tocaba el vals ―Temblando‖.

GUILLERMO SAAVEDRA
ARGENTINA

123
Flaubert encuentra a Bovary

Aún no desayunó, pero ya está abriendo el sobre, con el alfanje breve que
Du Camp eligió para él en aquella sórdida tiendita egipcia. ¿Por qué no puede
esperar a que el café lo devuelva del todo a la vigilia? ¿Qué le atrae de esa
caligrafía que dibuja su nombre con familiaridad y falsa displicencia? El cuerpo
de la letra le trae, de ella, lo que la sensualidad puede tener de portátil: temblor
que no es debilidad sino cansancio, dibujo de un estilo hecho de vacilación y
espasmódicas firmezas. ¡Ah, cómo remedan esos trazos los bucles que ella luce!
Y el sobre exhala un leve vaho a sándalo que él detestaría si no trajese también
noticia de ella: ―No vengas, los ingleses han desembarcado‖. La breve frase en
clave lo calcina: perplejidad, amargura, finalmente sorda irritación porque ya
sabe que ella no va a recibirlo. En el sobresaltado intercambio de fervores, el
sexo ocupa el centro de todos sus encuentros. Si éste no cabe, sencillamente no
se ven. Y así es ahora porque los rojos uniformes marchan victoriosos por las
orillas del sexo de su dama. Sí, sí, tiene el período. Maldita regla.
Bebe el café tibio y, taza en mano, se sienta al escritorio. La opaca
indignación va decantando, un sedimento que empieza a cobrar forma de
llamado. El tono, en su conciencia, no es el mismo. Hay música en él, una
escanción donde coagulan, por fin, varios meses de notas y escarceos. Hoy va a
escribir, por fin, ese comienzo. Al fin y al cabo, era muy fácil: no se trataba de la
primera persona sino de la tercera, pero deliberadamente constreñida al
personaje. Ni más ni menos. Vamos a ver, probemos. Olvidemos por un rato a
nuestra dama de París y tratemos de comprender a esta tierna burguesa de
provincias.

GUILLERMO SAAVEDRA
ARGENTINA

124
Mi madre y la enfermedad mental

Me da miedo sentirla tan cerca, ¿mi propia madre me da miedo? ¿Esa


mujer indefensa que se pasea en camisón o bata, todos los días igual, como
sonámbula por la pequeña casa?
Después de almorzar me paro en la puerta principal y la observo. Detrás
de sus grandes anteojos espía durante mucho tiempo al sol. Parece besarlo,
tocarlo apenas con los labios. Son demasiadas las horas que pasa delante de él.
Yo me voy a trabajar.
Estudié psicología para entender a mi madre, pero su enfermedad supera
mis conocimientos. Uso anteojos, pero más pequeños que los de ella. Vivo con
mi abuela que no entiende qué pasó, qué fuerzas extrañas participaron, cómo
una persona jovial de setenta años (con novio) tiene que estar dando de comer
en la boca a su hija. Heredé de ella mi cuerpo pequeño.
Mi madre parece haber transcurrido una infancia feliz (o no, quién sabe, a
estas alturas). En definitiva, yo no sé nada de ella y a la inversa.
Su mundo será amarillo, brillante como el sol, o plateado, o gris. Acostada
pasa los días y días; su piel blanca, blanca. Sus ojos abiertos miran imágenes
que no comprendo.
Pensé en matarla, pero últimamente me gustan los finales felices. Prefiero
que siga mirando al sol; quizás lo alcance.

MARÍA LUZ SEPÚLVEDA


ARGENTINA

125
De viajes

El viaje se tornaría interminable y la noche nos envolvía en su oscuridad.


Pasaban los autos con sus luces amarillas, fuertes, que nos ahogaban la vista. El
asfalto se convirtió en tierra. El silencio se hizo total: no había señales de radio y
los dos no teníamos de qué hablar. Pronto ya no existiría nada, ni autos. Pero
una figura se nos presenta a lo lejos, visible ante las luces del auto, un joven
haciendo dedo. Seguimos. Era demasiado misterioso alguien en el medio de ese
camino inhóspito. El camino continuaba, parecía empecinado en repetirse.
Otro kilómetro y al costado nos sorprendió otro. Seguimos. La cuestión era
no inquietarse con la suposición de que el pueblo quedaba cerca. Apareció.
Tranquilo, de nuevo. No. Debió ser pura coincidencia, las mismas ropas, el
cabello... Seguimos. Nos miramos en la penumbra y nos acariciamos las manos.
Ya estábamos inmóviles, mejor dicho, nuestro auto estaba inmóvil. La puerta
trasera se abrió. Entró y cerró la puerta con fuerza y dijo con su voz más
tenebrosa y ronca:
—Pueden seguir.
Y seguimos, en viaje perpetuo.

MARÍA LUZ SEPÚLVEDA


ARGENTINA

126
La razón del aire

¿Cuál sería la razón del aire si acaso la respetáramos? ¿Qué sentiríamos


con tan sólo el aire, el agua y la tierra?
—¿Quién anda allí? —dijo el ciego y sólo sintió el aire. El mudo se calló
para sentir el agua de la cascada que soñó blanca. El sordo vio entre nubes de
tierra llegar la ambulancia de donde bajaron una camilla al cotolengo, que
estaba pintado con el verde de las plantas donde vagaban sus hombres y
mujeres. Los tres se acercaron para ver a una angelical niña deforme, que abría
apenas sus ojos queriendo recibir toda la luz disponible —como si se pudiera
atrapar toda la luminosidad del día en dos círculos— y respiraba profundo todo
el aire del lugar. Los tres, desde entonces, la cuidaron. El ciego salía al patio,
tragaba el aire y le soplaba en los oídos la tibieza de afuera; el sordo la recostaba
en el pasto luego de haberlo regado; y el mudo le llevaba su zorzal enjaulado en
el espacio.
Y los cuatro se fueron despidiendo, despacio, del mundo, del aire.

MARÍA LUZ SEPÚLVEDA


ARGENTINA

127
Travesía

Un caballo salvaje cruzaba hacia el poniente y el sonido de sus cascos


rompía la quietud y el silencio. El aire despedía un aroma a sal y el crujir del
suelo acusaba la velocidad de su galope. Después se detuvo y relinchó. La luna
iluminaba la salina que se perdía en la oscuridad del cerro.
El hombre apoyó la bicicleta sobre un árbol seco y vencido, se quitó las
zapatillas y caminó; en sus pies, el cosquilleo del salitre.
Mientras avanzaba recordó que ya había soñado con ese caballo.
Cabalgaba por la misma salina y bajo la misma luna. En esa oscuridad que lo
aplastaba sintió frío y ya no pudo pensar.

JUAN FACUNDO QUIROGA


ARGENTINA

128
Los caminos de las cabras

Necesitaba un descanso para recobrar las fuerzas. Había caminado


durante horas pero el cansancio y la sed no lo iban a doblegar; tenía que llegar a
tiempo. La noche lo obligó a detenerse. Con unas ramas secas y el resto de un
tronco encendió fuego. Se acostó sobre hojas muertas, se cubrió con el poncho,
se sumergió en el sueño.
Despertó con el sol y con el trinar de los pájaros. Masticó un trozo de
charque y se puso en movimiento. Iba imaginando el encuentro con su gente
que esperaba la noticia. Entonces apresuró su marcha hasta que la tierra devoró
al sol. Otra vez, la noche.
A la mañana siguiente inició el ascenso por la montaña. Como viejas
cicatrices iban y venían los caminos de las cabras. No sabía cuál tomar. Unas
gotas de sudor formaron finas vertientes en su pecho. Una oración en sus
labios; pidió no equivocarse y eligió el más ancho y profundo. Cuando pudo
alcanzar la cima, por fin divisó el pueblo a lo lejos.
Al llegar, un escalofrío le mordió los huesos. El pueblo estaba vacío. Un
anciano sentado sobre una roca contemplaba un mar ausente de oleajes.
—Vinieron esta mañana y se los llevaron a todos. A mí me dejaron porque
soy muy viejo —dijo—. ¿Le avisaron que no viniera por el camino de las cabras?
Se pierde mucho tiempo por ahí.
Arrojó el papel al suelo. La sequedad de un grito lastimó su garganta.

JUAN FACUNDO QUIROGA


ARGENTINA

129
Alimento

Todas las mañanas el anciano se hundía en un banco de la plaza.


Todas las mañanas aguardaba que alguna paloma comiera de su mano.
Todas las mañanas, volvía satisfecho a su casa. Todas las mañanas, una
paloma menos volaba.

ADRIÁN ARGENTO
ARGENTINA

130
Novela breve

Esto no es una microficción, es lo que quedó de mi primera novela luego


del duro trabajo de extraerle todo lo que sobraba. No obstante, tenía
muchísimos deseos de escribirla.

ADRIÁN ARGENTO
ARGENTINA

131
El mar

—Yo leí en un diario que en el fondo del mar hay muchas personas.
—No, eso es mentira.
—En serio, debe ser verdad, porque mi abuela, cada vez que vamos a Mar
del Plata, se para en el balcón, mira un rato el mar y llora.
—¿Y no le preguntaste nada?
—Sí, pero dice que todavía soy muy chico para algunas cosas.

ADRIÁN ARGENTO
ARGENTINA

132
Letra y música

Tiene dedos ágiles y música en su aliento. Sus palabras fluyen en notas


leves y armoniosas. Tras la primera discusión, comienza a desafinar. Al igual
que el pez, el flautista muere por la boca.

MARIÁNGELES ABELLI BONARDI


ARGENTINA

133
Cacería

El ronroneo huele a noche. La noche muta en pantera. La pantera es


negrura sigilosa que sabe vadear el silencio. El silencio precede al pavor, recibe
el zarpazo. El zarpazo rasga la tráquea. Antes de morir, oigo el alarido en mi
cabeza.

MARIÁNGELES ABELLI BONARDI


ARGENTINA

134
Espuma

Una cinta de tibieza atravesó el cúmulo de arena, se filtró hasta el fondo


del pozo y la sacó de su letargo. Había quedado sola. Asomada al borde del
nido, buscó a las otras. Algunas ya iban a mitad de camino; otras se debatían en
el incesante ondular de la playa. Presurosa, fue tras ellas. Era difícil remontar la
aridez, pero la fragancia del mar impregnaba su memoria y sólo quería
alcanzarla.
Un picotazo imprevisto cercenó sus ambiciones. Vio la herida en su
armadura y supo que la espuma le estaba vedada.

MARIÁNGELES ABELLI BONARDI


ARGENTINA

135
La número uno

Tuve que abrir el paraguas. Un estruendo de ranas brotó de la nube. Corrí


unos cuantos metros intentando no resbalar; el cordón de la vereda parecía irse.
Cuando llegué a la esquina, el chaparrón amainó, pero otra nube, una bien roja,
ya se adivinaba en el cielo. Con la certeza de que el paraguas no sería suficiente
busqué cobijo y me armé de paciencia. Ahora tocaba esperar, porque esa no
sería la última plaga.

MARIÁNGELES ABELLI BONARDI


ARGENTINA

136
El bosque

Cuando por fin lo encontré le dije, fuiste el último en irte. El resto de la


noche lo pasé pensando, hasta que cerré el sobre con los recuerdos.
Entonces salí del bosque, siguiendo la huella de los pájaros.

DELIA BARONIO
ARGENTINA

137
Volver

Creyó que volar resolvería su problema. Como no podía, decidió correr;


rompió en lágrimas. Agotado, supo que no podía vivir restando amor. Entonces
volvió al mundo y se fue a dormir mirando el mar.

DELIA BARONIO
ARGENTINA

138
De la infancia

De niña, la sal de la arena tenía otro gusto, y el mar golpeaba distinto.


Llegaba a la playa temprano. Allí me encontraba con Marta, y juntas
buscábamos el mágico caracol que transformado en navío nos alejaría de la
costa, de esa costa aburrida, monótona y deslucida que nos tragaba la infancia.
En la arena dibujábamos los continentes y, al azar, luego de dar cinco
vueltas y casi mareadas, apoyábamos el dedo en un sitio; ese día, el futuro
destino. Y nos íbamos, y el lunes estábamos en Japón, el martes en Alaska. Y
reíamos, y nos pensábamos juntas por el mundo, dos vidas viajeras.
Pruebo la arena y el mar. Son otros. Yo estoy aquí. ¿Y Marta?

HAYDÉE GONZÁLEZ
ARGENTINA

139
Seso o insensatez

El genio me pide cordura; y él ¿qué hace dentro de una botella?

HAYDÉE GONZÁLEZ
ARGENTINA

140
Mente criminal

Mameluco limpio, la gorra puesta prolijamente sobre la espesa cabellera


negra, Manuel se encaminó hacia el primer día del trabajo nuevo. A sus pies
corría un perro vagabundo, como lo hacen siempre.
Después de la sentencia tenía que andar con mucho cuidado. El trabajo
consistía en podar una hilera de álamos. Al tomar la motosierra percibió un
colibrí entre las hojas. Si bajaba la madera se iba a quedar sin nido. Con un
fugaz sentimiento de culpa miró hacia la catedral que apenas se divisaba entre
los árboles. Luego se encogió de hombros. Él era un convicto; ese, un pájaro, el
perro que olfateaba alrededor, un animal. ¿Cuál era la diferencia?
Puso en marcha la motosierra.

JANET DICKINSON
ARGENTINA

141
De balde

Una turista preguntó:


—¿Cuántos litros de agua hay en el lago Nahuel Huapi?
—No sabemos, señora, todavía estamos contando los baldes.

JANET DICKINSON
ARGENTINA

142
Micro-defensa

Culminaba el Congreso de Microficción en Suiza. De pronto irrumpieron


en la sala unos novelistas que portaban antorchas. Huimos a toda prisa por la
ciudad, hasta que un gran muro nos cerró el paso al final de una calle. Los
novelistas sacaron sus revólveres.
Por suerte era un sueño. Por suerte estaban Borges y Monterroso entre
nosotros. Entonces sacamos nuestros tigres y nuestros dinosaurios para
defendernos.

ORLANDO ROMANO
ARGENTINA

143
Lujuria y decepción

Un amigo me cuenta que tiene una pesadilla recurrente: completamente


desnudo, huye de unas salvajes amazonas a través de una jungla.
Lo que más lo aterra es que, cuando él levanta los brazos, y se rinde, las
amazonas lo miran de pies y cabeza, y se marchan sin prestarle la menor
atención.

ORLANDO ROMANO
ARGENTINA

144
Confesiones de mujer

―El pobre está convencido de que es un amante estupendo. No sé si algún


día se dará cuenta de que, cuando me quedo sin aliento, cierro mis ojos y digo
AAAHHH, es porque tiene las manos heladas.‖

ORLANDO ROMANO
ARGENTINA

145
Otros tiempos

Mi abuelo, que es poeta, me dice que le cuesta mucho trabajo poner sus
creaciones a la altura de los tiempos que corren.
―Por ejemplo‖, me explica, ―en mi época, la soledad era un beso que no
llega... Mientras que hoy, es un mail que no se escribe.‖

ORLANDO ROMANO
ARGENTINA

__

146
Fantasmas III

El doctor Follet ocupó gran parte de su vida tratando de atravesar paredes


como un fantasma. Luego de un nuevo intento malogrado, rompió a pedazos el
muro de la sala con un martillo.
Sobresaltada por el alboroto, la familia acudió. Follet contó su impotencia,
su enorme desaliento, su pena. Los otros aceptaron de buena gana las
explicaciones, y se desvanecieron.

ORLANDO ROMANO
ARGENTINA

147
El final III

La última página del capítulo titulado De las lágrimas, en el libro sexto de


Las Revelaciones, cuenta que desde la matanza de los inocentes cada grito de
dolor que brota de un niño vuela hacia un lugar remoto del océano para
juntarse con otros que van formando una gigantesca mano invisible y que
cuando esa mano esté terminada sus dedos huracanados se alargarán sobre la
Tierra y luego se cerrará en un breve y colosal alarido y allí será el fin del
mundo.

ORLANDO ROMANO
ARGENTINA

148
El banquete

Él acercó la boca a la oreja de ella y le pidió lo que hacía tiempo deseaba.


Ella aceptó.
Él la besó con ternura. Ella se sirvió sobre las sábanas, desnuda, pequeña,
ondulada. La blancura de su piel crujió en la penumbra.
Él empezó por los pies y paladeó el resabio de la alfalfa húmeda. Siguió
con los muslos con gusto a pan recién horneado. Más tarde se perdió en la
delicadeza del pubis y saboreó aquel castor salvaje. Llegó al abismo de las
entrañas y hundió con avidez la lengua en el cuenco del ombligo.
Al subir a los pechos se entretuvo en mordisquear las almendras de los
pezones, para después saciar, con abundante leche pálida, la sed que lo
consumía. Los brazos y las manos tenían un dejo a azúcar quemada que lo
enfrentó a sus días de niño hambriento.
En la boca hurgó el sabor de la ciruela madura. Y en los ojos, en los ojos se
demoró como sobre dos aceitunas inquietas y oscuras.
Cuando acabó, se sentó en la cama satisfecho.
Y para que no le doliera la ausencia de ella ni lo entristeciera el soplo de
mar que despedía su propio aliento, se acarició el vientre distendido. Eructó.
Después encendió un cigarrillo.

ESTELA SMANIA
ARGENTINA

149
La crítica

Era un escritor que aceptaba las críticas como de quien venían. Con este
sentido práctico evitaba ser destruido. Sólo lo desconcertaba la autocrítica.

ESTELA SMANIA
ARGENTINA

150
Medias tintas

Las medias tintas tienen una mala prensa, para mí incomprensible.


Siempre es posible, llegado el momento, lograr con ellas la invisibilidad.

ESTELA SMANIA
ARGENTINA

151
Suspendido en el andén

Me voy a tener que apurar, queda poco tiempo, pensó mientras buscaba
en el galpón la bicicleta.
La había dejado de usar desde su partida. Tardó en encontrarla pero allí
estaba, también esperando.
De color negro, algo presuntuosa, pero sólida. Una de esas bicicletas de
paseo, con guardabarros cromados, timbre redondo de sonido metálico, un
farol que funcionaba a dínamo, y una pequeña alforja que colgaba por debajo
del asiento. Los años y el óxido le habían hecho perder algo de su belleza. Pero
a sus ojos era otra cosa. Al verla resucitaban momentos repletos de tiempo, de
esos que nos regalan vida para los años.
El inflador no estaba muy lejos. Ajustó la manguerita a la válvula con
mucho cuidado. Lo afirmó entre sus pies con cierta dificultad porque una de
sus bases estaba partida. Comenzó el ritual. Su cuerpo, desde la cintura a la
cabeza, subía y bajaba acompañando el recorrido de la varilla que desaparecía
dentro del inflador. En cada uno de esos movimientos, más que inflar las
cámaras, insuflaba vida. Un dios menor actuando una modesta creación.
Llego miércoles próximo. Tren de las dieciséis. El telegrama fue un
derrumbe. El corazón atropellaba la memoria y gatillaba imágenes que estaban
escondidas y esperaban. Hubiese preferido encontrar una señal, un gesto. Pero
no traía ni una sola palabra más que las imprescindibles. Igual que cuando
partió y la vida empezó a demorarse. A partir de entonces, cada día fue igual al
anterior e idéntico al siguiente.
La densidad del verano conquistaba la siesta del pueblo y limpiaba las
calles de miradas absurdas. Los bancos de piedra en la vereda, silenciosos y
baldíos, escuchaban la bicicleta urgente que quería encontrar la estación como
una respuesta. O como un alivio.
Ya falta poco, pensaba mientras pisaba con fuerza los pedales. Esta vez
voy a poder llegar a tiempo, se decía al abandonar la tierra para rodar por el
asfalto de la calle principal que llevaba derechito a la estación.

152
El reloj, que parecía colgar suspendido en el andén, le reveló que todavía
faltaban veinte minutos. En la estación no había un alma.
Apoyó la bicicleta y se quedó esperando.

FERNANDO DALMAZZO
ARGENTINA

153
Ventanilla

El miedo siempre le ganaba. ¿Por qué esta vez habría de ser diferente?
Casi todos habían bajado. Unos asientos más adelante, en la mitad del vagón
quedaba esa mujer a la que no podía dejar de mirar. Él conocía bien el
recorrido, pero sentía que sus ojos eran una advertencia. Faltaban solo dos
estaciones. Dos estaciones y llegaba a destino. Dos estaciones y fin del viaje. No
pudo esperar. Subió la ventanilla y se estrelló en la oscuridad.

FERNANDO DALMAZZO
ARGENTINA

154
Escondite

No puede ser tan difícil. ¿Cómo no encontrar un lugar? En algún rincón


indiferente. Dentro de una media desertora perdida en el cajón de los
calzoncillos. O mejor dejarlo a la vista de todos, como en ese cuento de Poe que
nunca leí.
Pero no, no hay forma. Por más que me esfuerce es imposible. Un trébol
de cinco hojas. Como atrapar arena con la mano, encarcelar el aire o vaciar el
mar en un pozo. No, imposible esconder el dinero malgastado.

FERNANDO DALMAZZO
ARGENTINA

155
Bicho bolita

No había manera de entrar en confianza. No presentaba el mínimo


intersticio que permitiera entrar en su intimidad. Apenas lo tocaba con la yema
del dedo, se volvía redondo. Y como se sabe, la esfera es la más reservada de las
formas.

GRISELDA GAMBARO
ARGENTINA
De Los animales salvajes (Norma, 2006)

156
Centauro

Si para un hombre cualquiera, la vida está llena de obstáculos y


contrariedades, qué decir, para un centauro como yo. ¿Qué soy, al final?
¿Hombre o caballo? ¿Una burla de los dioses? Con mi amigo Omega hemos
decidido huir del Olimpo, visitar esta tierra de los mortales, confundirnos con
los animales, las plantas y la gente. En la ciudad es imposible. Todos se ríen de
nosotros. Los momentos más tristes llegan en primavera con la excitación de la
sangre. Somos todavía muy jóvenes, casi adolescentes. En este instante, por
ejemplo, en esta llanura que nos insulta con tanta belleza nueva hemos
descubierto dos yeguas pastando y ahí nomás, en una breve laguna, dos
muchachas se bañan alegres y desnudas. Nuestros ojos van de un lado al otro.
La primavera nos acosa.
—¿Y ahora qué hacemos?—me pregunta Omega.
—No nos podemos pasar la vida dudando —le respondo—. Habrá que
tomar una decisión.
—Claro que sí —dice Omega. Y arremetemos.

ORLANDO VAN BREDAM


ARGENTINA

157
Baile

El odio, a diferencia del amor, siempre es recíproco. El bailarín de tango y


la bailarina se despreciaban con la misma tenacidad con que alguna vez se
quisieron. Sólo los unía la fama y contratos envidiables. Cada baile era un
desafío a los mecanismos más profundos del rencor. Se deleitaban en esa
humillación mutua más cercana a la perversidad que al oficio. Cuanto más se
odiaban, más los aplaudían. Ella incorporó al vestuario inconsulto, dos largas
trenzas criollas, vivaces y relampagueantes bajo la luz de los reflectores. Las
agitaba como cadenas, como látigos, como sables. Él soñaba con quebrarla sobre
sus rodillas como una caña hueca. Se miraban siempre a los ojos, no dejaban de
mirarse nunca en esa guerra bailada, en ese combate florido.
La noche que más los aplaudieron fue la última, cuando ella, después de
tantos ensayos, logró enredar sus trenzas en el cuello del bailarín y siguió
girando y girando hasta el último compás.

ORLANDO VAN BREDAM


ARGENTINA

158
En el ascensor

Mientras bajan, él imagina lo que haría con ella si ella quisiera. Ella se
imagina lo que él imagina y lo mira. Él ve en los ojos de ella lo que ha
imaginado y se llena de vergüenza. Ella se lamenta, otra vez, de la eterna
indecisión de ambos.

ORLANDO VAN BREDAM


ARGENTINA

159
Hombre desconfiado

―Por las dudas‖ dijo mi abuelo Pablo y se llevó la escopeta a la iglesia. No


desconfiaba del cura ni del monaguillo, sino de mi padre. Se sentó en el primer
banco, muy cerca del altar, colocó el arma entre sus piernas y de vez en cuando
acariciaba el gatillo. Así, durante toda la ceremonia. Después, la guardó en su
funda y salió al atrio donde mis padres eran recibidos por una lluvia de arroz.

ORLANDO VAN BREDAM


ARGENTINA

160
Loro

En homenaje de Perico

Y el loro habló, durante dos horas habló. Con voz enérgica, dura,
recriminatoria al principio, reflexiva después. Dijo que el amor, que los hijos,
que la tolerancia, que la comprensión, que el sagrado sacramento del
matrimonio, que, que, que. Tanto habló, que la pareja decidió reconciliarse. Y
fueron felices. Eso sí: regalaron el loro.

ORLANDO VAN BREDAM


ARGENTINA

161
Viejo oficio

Todas las noches, la joven prostituta muerta sale de su tumba y se ofrece


en una esquina cercana al cementerio. Regresa cuando escucha el primer gallo.
Algunas veces, satisfecha por lo obtenido; otras, decepcionada. Es tan duro
ganarse la eternidad.

ORLANDO VAN BREDAM


ARGENTINA

162
Lágrimas de mujer

Mi mujer, a mi lado, llora. No puedo consolar sus lágrimas de viuda.

EDUARDO GOTTHELF
ARGENTINA

163
Cuentos Pendientes 2

Las vides recibieron, agradecidas, la bendición del agua. A media mañana


dejó de llover y salió un sol tan fuerte y tan caluroso, que evaporó el contenido
de los racimos. Las nubes se tiñeron de malbec y el crepúsculo las fue añejando.
Poco antes de la medianoche comenzó otra lluvia. Los hombres recibieron,
agradecidos, la bendición del vino.
Las esposas no lo creyeron.

EDUARDO GOTTHELF
ARGENTINA
De Cuentos Pendientes (Ruedamares, 2007)

164
Cuentos Pendientes 3

Tzipora, excelente cocinera, sabía hacer una masa más liviana que el aire.
La cortaba en tiras muy delgadas, que se elevaban en el calor del desierto. Cerca
del sol se cocinaban y, al atardecer, descendían crocantes y listas para comer.
Así alimentó a Moisés y los suyos durante cuarenta años.
Los incrédulos lo atribuyeron a un milagro.

EDUARDO GOTTHELF
ARGENTINA
De Cuentos Pendientes (Ruedamares, 2007)

165
Mentira histórica

En batalla singular, un ejército gigantesco fue vencido por el valor de un


solo iluminado. Su resentido biógrafo, mutilado de guerra él mismo, en lugar
de mencionar gigantes, consignó molinos.

EDUARDO GOTTHELF
ARGENTINA

166
La vereda de enfrente

La casa de Tolosa era tan común como las de los primeros dibujos. Puerta,
ventana, techo a dos aguas, chimenea con humo y caminito con árbol de copa
redonda. Lo que la hacía diferente era un cuadro que se veía de afuera, cuando
las cortinas estaban corridas. Representaba la imagen de una chica que miraba
como a través de un vidrio, esperando. Yo creo que a veces lo cambiaban y
ponían otro de la misma chica, pero sentada con las piernas colgando, también
como si esperara. Eran tan realistas que, si pasaba rápido por la vereda de
enfrente, me parecía ver que las piernas se balanceaban.

MARIANA SIROTE
ARGENTINA

167
La sombra

Uno tanteaba en la oscuridad la entrada al camarote ajeno; el otro,


parapetado detrás de los salvavidas, vigilaba la cubierta. Pero una sombra
invadió por completo los escasos espacios de luz. Nadie se enteró de que
desaparecieron, porque nadie sabía de su existencia.

MARIANA SIROTE
ARGENTINA

168
Delicias

Esquivando el gris de la amargura que había teñido todo el salón, me


escabullí por la puerta del fondo. Salí a buscar algo de calma, en la oscuridad,
en el silencio, en el vacío del afuera.
Siempre las mismas escenas, esos domingos densos en familia. En el
centro de la imagen, él desparramando violencia y ninguneos sin reparo. ¿Por
qué seguimos asistiendo a sus cenas dionisíacas? Convoca el tío mayor, el
referente de la familia, el propietario del apellido. Convoca a su ritual: farsa,
fantoche y bofetada. ¿Cómo podemos olvidar cada lunes, para aceptar cada
viernes el nuevo convite? Nos embriagan de antemano la abundancia, los
aromas, los alcoholes, los sabores. Nos envuelven las delicias del derroche.
Caemos embrujados en lo atemperado, lo plácido, lo acústico.
Pero morimos en la trampa porque es una muerte anunciada la de cada
domingo. Va quedando algo nuestro destrozado. Nos vamos comiendo, de a
poco. Canibalismo.

MARIANA SIROTE
ARGENTINA

169
El otro deseo del otro

Manteniendo la actitud estática le permitió el acercamiento sólo para


probarle que lo suyo era un espejismo. Pero cuando las miradas estuvieron
cerca —acariciándola ya—, la de ella reflejó un brillo intenso que dio
consistencia a esa casi desesperanzada ilusión de él que, con toda la alegría que
puede caber en un corazón, salió corriendo del hall y, a los tropezones, entró en
la oscuridad buscando el lugar más solitario para poder disfrutar el comienzo,
ahora sí —por fin—, de la verdadera película que prometía el afiche.

GUILLERMO INDA
ARGENTINA

170
Olvido

Recién a la noche me acuerdo de las masitas de la abuela. Qué lástima,


pensaba comerlas esta mañana con unos mates. Mañana no va a ser lo mismo —
aparte de que se me acaba de terminar la yerba—. Quería comerlas con esa
sensación de haber estado con ella, charlando.
Las masitas no son de las que más me gustan, pero como tantas cosas
comunes, sin pretensiones, hechas simplemente, me resultan tan accesibles,
agradables, que quería comerlas como una ceremonia, celebrando el recuerdo.
Siento en el alma haberme olvidado.
Mañana a la tarde, después de comprar yerba, voy a pasar a verla de
nuevo para conversar más de todo —mi pasado, mis pasados, mis antepasados,
mi sangre que viene desde hace muchos de ellos— para comprender que me
encuentro en el tiempo y recordar que es imposible saber por qué soy así.

GUILLERMO INDA
ARGENTINA

171
Pasaje

Se sentía el agua correr a lo lejos. No había puentes ni senderos. No


estaban las gaviotas buscando la brisa que hacía a sus alas sentirse seguras.
Todo estaba suspendido. El muelle callado, noble, sentía en sus entrañas la
pertenencia de aquel pedazo de cielo anidado en la tierra.
Me detuve, suspiré, quise ser parte de ese perfecto pasaje. No abrieron la
puerta.
Lentamente me alejé del muelle. Caminé sobre esta extensión de olas casi
perfectas.

LUCÍA CASTELLO
ARGENTINA

172
Danza pagana

Después de ayer tiré el sombrero de ala ancha, el mismo que me ocultaba.


Aventuré mis manos libres, las dejé volar sobre papel de seda, escribí nombres,
lugares, canciones, y jugué con el viento una danza pagana.
Después de ayer grité mi nombre, puede el mundo romper en llamas y
aún el barco de oro anclar en mi mano. Después de ayer busqué los ojos, la
mirada franca, el cabello rojo.
Me inundó el miedo, la desesperanza. Los rostros, seguros puertos de paz,
estaban sedientos, maltrechos. No había perdones, ni siquiera pecados. Había la
urna de cenizas vacías que en tiempos cercanos regalara milagros.

LUCÍA CASTELLO
ARGENTINA

173
Apología de la ingenuidad

En el sillón que tantas veces recibiera lágrimas y preguntas, ella comenzó a


reír. Era el festejo del arribo a puerto.
Años había pasado sintiendo que las intrigas le llevaban la delantera. Se
repetían como los vagones de un tren las veces en que la inocencia la trasladaba
a la orilla opuesta, como el aire al humo que cruza los campos. Siempre sentía
que era tarde. No entendía el humo en el minuto certero.
Se detuvo. Preguntó al espejo qué hubiese sido, de saberlo. Volvió a reír.
Se levantó de la sesión. Salió al sol, buscó la nube; guiñó un ojo. Hay dioses
sabios que envuelven a las reinas en sublime ingenuidad, hasta que pasa el
peligro de las bestias.

LUCÍA CASTELLO
ARGENTINA

174
La botella

El arte de los sueños llevaba siglos guardado en un cardumen de botellas,


esperando a su princesa encantada.
Con arena en las sandalias, la mujer de vestido raído llegó desde el bosque
desierto. Se acercó a los cientos de misterios guardados; tomó la más pequeña,
la dejó resbalar de sus manos; los vidrios estallaron.
El papel romaní rezaba una sola frase: ya no queda misterio en el mar que
me trajo.

LUCÍA CASTELLO
ARGENTINA

175
El potro

Mutilado en sus sentimientos, sujeto a madera maloliente, embravecido,


luchaba por huir. La presencia de niños, con estrellas y fogatas, era sólo un
cuento. Como en un lamento de viejos indios, su sangre era el río que atrapan
los sauces.
Alguien asechaba; él lo sabía. Una oscura figura de modales principescos
comenzaba a enamorarlo.
Negro, lustroso, brillante. En la mañana, ya sus latidos eran cenizas.

LUCÍA CASTELLO
ARGENTINA

176
El jardín

Era un pueblo encantado. Decían que alguien había robado todas las
espinas para llevarlas lejos, y que el jardín solo tenía rosas con olor a rosas.
Hombres y mujeres llegaban en las tardes a comprobar el embrujo.
Me bajé del tren. Era noche cerrada, me adentré en el jardín. Sabía que él,
pacientemente, esperaba. Nos recostamos en las rosas. Jugamos al amor, reímos.
Mis ojos se cerraron.
Desperté con el primer trinar; estaba sola. Mi vestido y mi pelo eran lluvia
torrencial de un rojo casi obsceno.

LUCÍA CASTELLO
ARGENTINA

177
Alianza fraterna

Renovaban la promesa de mutua fidelidad cada vez que alzaban con


malicia la copa del vino familiar. Hermanos de silencio como en los viejos
tiempos.
La sangre los unió por salir del mismo vientre el día que la campana
estrenó su balanceo en el atormentado pueblo minero.
Y otra sangre los volvió a unir la tarde en que vengaron la memoria del
padre que ninguno de los dos conoció.

ANDREA QUIRÓS
ARGENTINA

178
Huellas

Podría decirse que fue una conspiración, una vez más un conjuro siniestro
del destino. Si esta era su última carta, el último intento de rescatar su soledad y
redimirse del desaliento, estaba acabada.
No sabía si era el frío, la desazón o el conocido sabor del fracaso lo que le
calaba los huesos. Un rumor lejano de risas infantiles le dibujó apenas una
mueca en su boca, mientras contaba cada huella que se alejaba en el camino.
No debía ser cierto. No era posible que el único día en que nevaba en la
ciudad, todos disfrutaran de la nieve y ella llegara tarde a su única cita en años.

ANDREA QUIRÓS
ARGENTINA

179
Sosiego

Lejos del ruido y de la noche, obedezco a las fuerzas de la tierra y cedo mi


cuerpo, lienzo húmedo abandonado a la planicie. Un calor creciente se cuela
por los párpados, desmedido. Esa viva fiebre se traspasa como un candil, me
acaricia y se queda. Una desconocida placidez me obliga a seguir sobre la
alfalfa, retozando bajo la sabiduría de un cielo pródigo para mi tarde de sábado.

ANDREA QUIRÓS
ARGENTINA

180
Rayuela

Estoy en el jardín y arrojo la piedra en la casita número dos. Mi hermano


me mira con el deseo escondido de que pise la raya. Brinco entre risas
desplegando certezas en una sola pierna. Retozo entre saltos y, como en todo
sueño, logro llegar al Cielo. Cuando despierto, el sueño y mi infancia han
terminado.

NELLY GAMONDI
ARGENTINA

181
Poca cosa

Uno. El único café. Sólo pretendo una infusión de poco precio, simple en
calidad y cantidad. No importa si de Colombia o de Brasil. Es más, ni siquiera
pido azúcar.
No parece mucho para una relación de tantos años. Tanto tiempo de
emociones devenidas en bostezos. Tanto tiempo de sorpresas transformadas en
rutinas. Tanto tiempo de promesas que pude, al fin, reconocer como mentiras.
Sólo te propongo un café, que es el ritual de la amistad o los negocios. Vos
asignale la intención que se te antoje. Para mí, como cierre, alcanza que sea uno.

NELLY GAMONDI
ARGENTINA

182
Magnolias

El viejo edificio de la generación del 80 peleaba con las carencias,


conservando un inconfundible aire de soberbia afrancesada. Las ventanas de los
tres pisos balconeaban, unas al que había sido un frondoso jardín, y otras a los
amplios veredones sobre los que la gente transcurría sumergida vaya a saber en
qué sueños.
Desde hacía meses, Alicia se paraba junto a una de esas ventanas,
esperando. A veces se distraía con las flores de magnolia que cada verano se
abrían desafiantes en la altura, o con las gotas de la lluvia que cada otoño
dibujaban los cristales. Pero la mayor parte del tiempo, su mirada se fijaba en el
acceso al hospital hasta que los veía llegar. Bajaban de los autos, algunos se
distribuían por el parque mientras los más se internaban en el edificio.
Entonces Alicia se sentaba ante su máquina de escribir, incapaz de ningún
pensamiento, concentrada sólo en su propia respiración que parecía volverse
lenta, como cuando se duerme. Cuando sentía los portazos, las voces airadas,
las rápidas partidas, dejaba de escuchar la sangre en sus oídos y, solo por aquel
día, recobraba la cordura.
La de hoy era otra mañana como tantas. No sabía por qué se quedaba, qué
lugar de la culpa, después de la desaparición de Daniel, le impedía huir, buscar
protección, diluirse en el anonimato de alguna gran ciudad. Intentó respuestas
hasta que los vio llegar. Se ubicó como siempre de espaldas a la puerta, frente al
blanco papel de su máquina, esperando. Sintió un atropello de carreras por la
escalera, los pasos aproximándose a la puerta y su pánico convirtiéndose en
náusea.
Tampoco aquella vez venían por ella, pero el terror próximo logró desatar
lo que hacía tanto tiempo se debía: llorar tanta pérdida. Entonces sí, se levantó,
traspuso la puerta, bajó los tres pisos, y se mezcló entre la gente.
Antes de la esquina, volvió la mirada y contempló por última vez el
edificio. La magnolia seguiría floreciendo, ignorando dictaduras.

183
NELLY GAMONDI
ARGENTINA

184
Tango

No eran aun las nueve en la mañana de febrero, hacía mucho calor y ella
interrumpía el tránsito aplastada contra el pavimento, de cara al cielo, una blusa
azul vibrante, el pelo casi naranja. Eso fue minutos antes de que la cubrieran
con una bolsa negra; la ciudad olía a mierda de perro, a desesperanza.

ZULMA FRAGA
ARGENTINA

185
La vida por delante

a FLB

San Lorenzo dio vuelta el partido, pero en el silencio ominoso que siguió a
cada gol de Racing, yo había ido llenando el bolso con lo más imprescindible,
libros, unas fotos, documentos, algo de ropa.
El griterío que se desató después, cuando San Lorenzo dio vuelta el
partido, me permitió ponerme los zapatos, moverme con menos sigilo, dejar
una notita apoyada en la mesa de luz, y con el cuarto gol cerré la puerta de
calle, sin preocuparme por el ruido, total, San Lorenzo dio vuelta el partido, una
fecha histórica.

ZULMA FRAGA
ARGENTINA

186
Ojos de pupila brillante

La pura mirada de ella ante el otoño de las islas, el mar furioso, la barca
grisácea que la lleva entre ganado lanar, bolsas de mariscos, niños dormidos
entre camiones. Millones de arrugas entrelazadas no tapan el brillo de esos ojos
de pupila brillante, que las ráfagas no cierran, duros en mirar al verdugo y al
más flagrante castigo. No ha de bajar en toda la travesía al refugio donde los
viajeros se amontonan; afronta así la frágil existencia, el viento helado y los
golpes de agua contra la cubierta. Mastica una papa con ají y bebe pisco que
lleva en un frasquito, parece elevarse con el zarandeo como una imagen sagrada
de los chilotes, su silencio posee una sonrisa para no creer en nada, en su
memoria caben criminales venidos de ultramar y meros compatriotas de
uniforme. Cede su única manta a un pequeño mapuche que puede ser su nieto
o su enemigo. Hay que tener paciencia, para eso nos hizo dios, musita.

(Quellón - Chile)
CRISTIAN ALIAGA
ARGENTINA
De Música desconocida para viajes (Ediciones Deldragón, 2002)

187
Maledicencia

El terror, el amor porque el día pasa. Ha de pasar aquí con más penas de
las que preveía el hombre cuyo apodo se repite en monedas y edificios.
Asesinado, toman su nombre como banderola, los usos son ilimitados, las
monedas llevan su permanencia. Sabía él quién era, pero no lo que podrían
hacer de él ya muerto. Los visitantes quieren llevarse alguna muestra de su
paso por estas tierras: eso alienta a la invención, el narrar de historias lejanas
que nadie ha presenciado para venir a repetirlas ante los viajeros. Hay sin
embargo un brillo que bordea las palabras de la mentira, un aire que despiden
los relatos a despecho de los que hablan. Ese hombre, despeñado por la historia,
saqueado por la mordida del tiempo, dejó señales que ni la maledicencia puede
borrar del todo.

(Matanzas - Cuba)
CRISTIAN ALIAGA
ARGENTINA
De Música desconocida para viajes (Ediciones Deldragón, 2002)

188
Últimos herejes

En memoria de Manuel Quilchamal

Nos están alambrando el campo los raza blanca, señor, dijo el cacique
Quilchamal a Roca, el general. Antes había mucho animal, yegua, vaca, oveja, le
dijo, pero ahora dejan a los animales del lado de adentro de los alambres y a mi
gente afuera. Yo le digo con respeto esta cuestión, señor general, yo para qué
voy a hablar mentiras. No sería hombre, entonces. ¿Un general sabe eso? El
problema de recordar es el temblor, piensa el cacique mientras avanza hacia
Chalía. Cuida de no dormirse, de no caer sobre el caballo que avanza
pisoteando las mentiras del general, la baba de mercaderes y mercachifles que
ha acumulado el siglo con su viento sobre la planicie. Quilchamal duerme, en
realidad, aferrado al animal que lo conduce a la muerte en un malón sin
esperanza. Duerme en medio de un malón ya sin lanza ni enemigos, para la
muerte basta el viento helado y la nieve que cae sobre los últimos tehuelches,
puntitos en medio de la pampa, animales sin leña ni carne; últimos herejes de la
llanura repleta de rocas.

(Lago Blanco - Chubut)


CRISTIAN ALIAGA
ARGENTINA
De Música desconocida para viajes (Ediciones Deldragón, 2002)

189
La sombra

Hay un chico inmóvil en la mitad del tiempo. Tiene una extraña rigidez, se
diría que su silencio busca una palabra que no encuentra. Está en el claroscuro
de la casa, instalado como un tótem en el espacio intercostal en el que duelen
los olvidos. Está mirando hacia un lugar del zócalo, espera un tren que no pasa,
apenas saluda y espera. Tiene veinte años, tiene diez, tiene tres. Lo han
golpeado, está solo, no sabe por quién preguntar. Nadie lo ayudó, nadie lo
asiste, ya no pregunta. Hay un chico, solo pide resguardo en la música, un
pedazo de sombra, un reparo en el bosque. Escucha voces ajenas, ajenas
conversaciones. Un chico de tres. Los hombres se han ido y las mujeres están
tratando de juntar las pizcas de sal necesarias, la verdura en pedacitos, el aroma
de la sopa que hace falta beber para ser fuertes. Las mujeres trajinan y una le
canta una canción. Él no entiende el idioma pero se arrulla en el redondeo de
eses de la melodía. Cierra los ojos, se duerme, tiene diez. Quiere salir al mundo
pero un insecto gigantesco le ha tramado una caja de clausura alrededor de su
deseo.
Los otros chicos revientan un cántaro viejo y dejan salir varios demonios y
un ángel al que no pueden ver. Los otros pelean y sangran y festejan. Él junta
anillos de sombra, los guarda en una cajita, escucha música de grandes. Hay un
chico inmóvil, un niño sin llorar. Tal vez alguien haga el gesto liberador para
que suceda, tal vez él pueda dar el salto de felino que la selva merece, el salto
que lo revele y lo ilumine. Tal vez en la selva recupere la vida con sus contornos
y hojas fallidas, con sus floraciones esperadas. Hay un chico suelto dentro del
resplandor de una siesta, nimbado de luz, mirando hacia adentro por la
ventana. Lejos, tal vez cerca, la sombra de un hombre recorre el laberinto.

MARÍA CRISTINA RAMOS


ARGENTINA

190
Pronósticos

Dijeron que caerían cuatro gotas. Y cayeron.


Con una, Laurentino lavó los caballos del amarradero, agua dulce a
raudales sobre los lomos, agua dulce relumbrando en las crines. Con otra
repletamos el vientre del aljibe. La tercera alcanzó para repetir la aguada y que
vinieran a beber los otros animales.
Sólo la cuarta trajo la desgracia. Se ensartó en los extremos de los álamos y
derrumbó su capullo de lago sobre las hojas, quebró las horquetas, arrasó con
los nidos, ahogó a los cuises y arrancó una por una las estacas de los corrales.
Dicen que recién mañana lloverá como Dios manda.

MARÍA CRISTINA RAMOS


ARGENTINA

191
Emboscados

El balde estaba lleno de sombra. Mojábamos los dedos y nos pintábamos


la cara. Entonces nos cubría la oscuridad y sólo seguía brillando la pregunta de
los ojos. Cuando venían a buscarnos, bajábamos los párpados y no nos
encontraban.
Un día el balde estuvo lleno de verde. Nos pintamos. Ahora vivimos en el
bosque, y nadie entiende cuando el idioma de los pájaros deja pasar también
una palabra. Alguna de las que todavía pronunciamos.

MARÍA CRISTINA RAMOS


ARGENTINA

192
El beso

Vino a decirme que la había besado, a la mujer de azul, la de su sueño.


Vino a decirme nada más y todo eso, en la heredad de transparencias que nos
tendía la vereda.
Era su voz que tanto quise y aquel tono arracimado en lo secreto. Estaba
como siempre viniendo del trabajo, siete horas de pie, gente que sale y entra,
salario tan llovido. Su abrigo espigado aún despedía el olor a vainilla del
encierro. Me acerqué a esas espigas —para que me llegara su voz casi
murmullo— menos mal que te encuentro, yo la estaba besando y era hermosa.
Entonces, mientras rozaba con mi mano el límite gris de su solapa quién es
ella, sabiendo que no iba a responder a lo que no se pregunta, pero cerca,
sintiendo otra vez su respiración algo intranquila.
Pasó el bosque con su bandada de sombras, pasó el color adamascado de
un abril lejano y, con su paso de ángel, el silencio. Está en la lista de las dulces,
dijo con los párpados bajos, replegando al misterio el nombre que nadie
escucharía.
Pasó un carro, el cloquear de los cascos del caballo, una mujer cerró una
ventana que cantaba. Yo la estaba besando y era hermosa pero se deshizo en el
aire, se me fue de las manos, tengo en la piel aún las flores del vestido, dijo.
Rozábamos el plumaje del instante, estiba de sol donde es posible el
secreto. Lo acompañé a buscar los vestigios que había dejado ella, la de azul que
yo no conocía. Lo acompañé a guardarla en una línea anónima de su sonrisa en
la penumbra.
Después, dejó como siempre una caricia en mi cabeza. Y se fue. Se fue
borrando otra vez, entre los muertos.

MARÍA CRISTINA RAMOS


ARGENTINA

193
Pachamama

Doña Justina Cusicanqui, tierna y sabia anciana, cuenta que escuchó a su


abuela relatar la historia de un Aymara que, ante los porfiados sacerdotes que
pretendían obligarlo a bautizarse cristianamente, respondió muy sereno:
—Yo nada espero del Cielo, todo me lo dio la Tierra.

HOMERO CARVALHO OLIVA


BOLIVIA

194
Parábola de Pedro Yomeye

Pedro Yomeye, hijo de Juan, nacido de Casiano, hijo a su vez de José quien
fuera hermano de Néstor, primo de la Locajarichi, quien fuera hija de Jumeruco,
conocido en el territorio de Mojos como ―Cacique Grande‖, no esperó el tercer
canto del gallo para negar a sus padres. Antes de morir de consunción, tomó su
única mudada de ropa y se largó del pueblo y sus dilatados veranos.
Cambió su apellido nativo por uno de sonoras sílabas italianas que
escuchó por ahí y se metió de cura en el primer seminario católico que encontró.
Ahora habla con ese acento extranjero que caracteriza a los representantes de
Dios en la Tierra, y se lo conoce como el padre Pedro Carnivella, guardián de
los bienes de la iglesia y administrador de ―Espíritu Santo‖, la hacienda del
templo.

HOMERO CARVALHO OLIVA


BOLIVIA

195
La vida es sueño

Vivir, dormir, morir, soñar acaso.


Hamlet

En aquellos tiempos, preservados en la memoria de los sabios, un hombre


imaginaba ser Dios. Creó La Tierra y los seres que la habitan. Diseñó el curso de
los ríos y dibujó el perfil de las montañas. Modeló al hombre con sus manos
creadoras, los soñó macho y hembra. Instituyó la palabra y edificó milenarias
civilizaciones. Determinó los días y sus noches y encargó que las estaciones
llegaran cada año, puntuales, para cultivar sus alimentos. Ordenó que la Luna y
las estrellas cuidaran de nuestros sueños y que albergaran nuestros amores.
Cayó tan agotado al séptimo día de trabajo que pensó que no despertaría jamás,
pero lo hizo. Despertó cubierto de periódicos, hambriento y desesperado por un
mañana mejor, en una calle perdida entre la agitación de las grandes ciudades,
esos monstruos que ni en sus pesadillas imaginó. A veces recuerda que él fue
un Dios creador y nadie se lo cree.

HOMERO CARVALHO OLIVA


BOLIVIA

196
Cábala

Esto que les cuento no lo escribió aquel sacerdote y soldado conocido


como el Inca Garcilazo de la Vega, ni se encuentra en los documentos
catalogados por don Gabriel René Moreno. Consta, eso sí, en algún otro legajo
de Mojos y Chiquitos que el tiempo y los insectos consumen en un perdido
rincón del Archivo Histórico de la Ciudad de los Cuatro Nombres. En ellos se
da noticia de un individuo hallado culpable y condenado a la horca por
blasfemias y herejías. La crónica dice que el hombre andaba, en esos días del
Señor, repartiendo pasquines cuya prédica afirmaba que Dios es una invención
del Diablo, para que la gente pueda pecar en paz pensando que luego serán
perdonados.

HOMERO CARVALHO OLIVA


BOLIVIA

197
Parábola del tiempo perdido

Dicen que en los Andes existió una secta, singular, formada por hombres
que se dedicaban, exclusivamente, a pintar vicuñas. Lo hacían como si, cada
día, entablaran una batalla en la que triunfaba el más bello animal de la
creación. Al día siguiente ejecutaban otra nueva pintura, buscaban que la
imagen de la tela quede perfecta, pues a medida que la obra se perfeccionaba
ellos adquirían mayor sabiduría. También aseguran que sobreviven algunos de
estos singulares hombres, cargando bolsas ajenas en los mercados de
Chuquiago Marka.

HOMERO CARVALHO OLIVA


BOLIVIA

198
A la deriva

Encontró en el bosque a un niño de once años que le dijo que en realidad


no era un niño de once años y tampoco un niño sino una niña de quince años y
que además no estaban en el bosque sino en un valle y que ella nunca había
sido encontrada por él sino que ella lo había encontrado a él con el único deseo
de explicarle que ella no era un niño de once años en el bosque y que aquello no
era un bosque sino un valle y que lo mejor que podían hacer era caminar
tomados de la mano hasta un bosque para entonces acabar de comprenderse o
comprender que a lo mejor él tampoco era él sino era otro y que bien pudiera
suceder que ninguno de los dos supiera a qué atenerse finalmente frente a un
autor que huye inmóvil en la calle bajo esta lluvia dura y delirante.

EVELIO JOSÉ ROSERO DIAGO


COLOMBIA

199
Miedo

Una vez llamó a su casa, por teléfono, y se contestó él mismo. No pudo


creerlo, y colgó. Volvió a intentarlo y nuevamente volvió a escuchar su propia
voz, respondiendo. Entonces tuvo el coraje de preguntar por él mismo y su
propia voz le dijo que no siguiera insistiendo porque él mismo nunca más iba a
volver. ―Con quién hablo‖, preguntó, por fin, y escuchó, anonadado, lo que
nunca debió oír. ¿Qué escuchó?
Nadie lo sabe, pero debió ser algo terrible porque él no pudo controlar la
carcajada creciente, asfixiándolo. Al día siguiente los periódicos no registraron
la noticia, cosa lamentable si se tiene en cuenta que todo periodismo de verdad
consiste en ir más allá de lo aparente, hasta la verdad total, y más si el hecho
tiene que ver acaso con un problema de orden metafísico en la compañía de
teléfonos. Usted mismo podría indagar la realidad de este suceso, exponiéndose
—eso sí, por su propio riesgo— a que todos los teléfonos se confabulen una
tarde contra usted y lo silencien, definitivamente.

EVELIO JOSÉ ROSERO DIAGO


COLOMBIA

200
La casa

He aquí una casa loca, cuyas escaleras no conducen a nada. Uno abre la
puerta y cree entrar y en realidad ha salido. Pero cuando uno cree salir sucede
lo contrario: uno ha entrado. Y la mayoría de las veces uno no se explica a
dónde ha llegado, o qué ha sido del cuerpo de uno en esta casa. Las ventanas
tienen la peculiaridad de no mirar hacia afuera sino hacia adentro. Todos los
muebles cuelgan a medio metro del techo principal. De manera que para llegar
a ellos es necesaria la imposibilidad de volar, o un salto largo y elástico que le
permita a uno aferrarse de una silla, por ejemplo, y luego escalarla y sentarse en
ella, como en un peligroso columpio. Y lo peor ocurre cuando cada uno de los
movimientos oscilantes de los muebles tiende a vencer el equilibrio de los
ocupantes, de manera que muchos se han despedazado intentando resistir más
de una hora sentados en el mismo sitio. Todos los muebles confabulan sus
movimientos para desbaratar a sus ocupantes, y ya se sabe que los muebles
flotantes procuran sobre todo que los cuerpos sean derrotados de cabeza; nadie
ha podido saltar incólume. Siempre, en la caída, hay otro mueble oscilante que
se las arregla para que el cuerpo en condena se estrelle de cabeza contra el
suelo.
A pesar de esas aparentes incomodidades, se escuchan, en la casa, cuando
cae la noche, muchas voces y risas, y chocar de copas (y muebles). Nadie ve
llegar a los invitados, y tampoco salir, y eso se debe seguramente a la otra
originalidad de la puerta, que da la sensación de permitir entrar y salir al
mismo tiempo, sin que verdaderamente se haya salido o entrado. Nadie sabe,
además, quién es el dueño o quiénes habitan la casa permanentemente. Alguien
nos cuenta que vive una pareja de niños. Otros aseguran que no son niños, sino
enanos: de lo contrario no se justificarían las fiestas de siempre, escandalizadas
por las exclamaciones más obscenas que sea posible imaginar. Hay quienes
afirman que nadie vive en la casa, y que en caso contrario no serían niños y
tampoco enanos sus habitantes, sino dos jorobadas dementes. Ni unos ni otros
dicen la verdad. No han acabado de entender que todos son en realidad mis

201
habitantes, que están dentro de mí como también yo estoy dentro de ellos, que
yo soy algo vivo, y que a pesar de todas las vueltas que puedan dar por el
mundo, quizá nunca les sea posible abandonar mi tiranía para siempre, porque
también yo estoy dentro de mí.

EVELIO JOSÉ ROSERO DIAGO


COLOMBIA

202
Un hombre

Un hombre puso el siguiente aviso frente a la puerta de su casa: Se venden


pobres. Otro hombre que pasaba se acercó a preguntar el precio. ―Depende‖,
dijo el primer hombre, ―tendría usted que elegir qué pobre quiere‖. Entraron los
dos hombres en la casa y no tardó en salir el comprador con un pobre bajo el
brazo —sin explicarse aún para qué realmente necesitaba un pobre—. Al poco
tiempo los demás hombres se enteraron de la noticia y no tardó en llenarse la
casa de compradores. Cada quien salía con su respectivo pobre bajo el brazo.
Algunos llevaban hasta tres y cinco pobres bajo el brazo. Eran paquetes de
pobres. Se anunciaban pobres en los periódicos. Se exportaban. Todo siguió así
hasta que el primer hombre quedó sin más pobres para vender. El último pobre
que se llevaron fue su mujer, aunque meses más tarde también él tendría que
venderse como pobre. Entonces la competencia no se hizo esperar. Aparecieron
empresas vendedoras de pobres, industrias productoras de pobres. Y eran
pobres de todos los tamaños y colores. Hubo muchos concilios y guerras,
exposiciones y discusiones que intentaron determinar el origen de tanto pobre.
Se publicaron cientos de libros. Nadie habló de pobreza. Únicamente de pobres.
Demasiado tarde. Se remataban pobres en África, en Pakistán, en los Estados
Unidos, en la Argentina. No tardó el mundo entero en llenarse de pobres.

EVELIO JOSÉ ROSERO DIAGO


COLOMBIA

203
El tamaño del miedo

El loco estaba tirando piedras a diestra y siniestra cuando surgió el


camión, cuadras más allá, primero del tamaño de un juguete, luego del tamaño
del miedo, verde y repleto de soldados, y el milico se bajó, lo amenazó con el
arma desenfundada, y el loco tiró piedras, piedrecitas, polvo, se fue.

TRIUNFO ARCINIEGAS
COLOMBIA

204
Pequeños cuerpos

Los niños entraron a la casa y destrozaron las jaulas. La mujer encontró los
cuerpos muertos y enloqueció. Los pájaros no regresaron.

TRIUNFO ARCINIEGAS
COLOMBIA

205
En tinta verde

El hombre terminó de escribir la tarjeta y sonrió ante la belleza y la


precisión de las frases. Imaginó que la mujer sería muy feliz leyéndola. Saldría
del baño con la toalla en la cabeza, descalza, sonaría el timbre y sin prisa se
colgaría la bata para abrir la puerta: nunca tiene prisa, es bella. Sin duda
reconocería a primera vista los garabatos y la tinta verde, pero postergaría la
lectura con el propósito del goce perfecto. O no, se quitaría la bata y así,
desnuda como es ella, bebiéndose el café, leería la tarjeta una y otra vez, se
reiría, sería muy feliz. Entonces, sin perder la sonrisa, el hombre destrozó la
tarjeta y acercó un fósforo a uno de los pedacitos, que se encendió como el
rostro de una muchacha avergonzada, para terminar encendiendo el pedacito
contiguo, y todos se hicieron ceniza. Vio con toda precisión a la mujer
metiéndose en la bata, triste, llorando la tarjeta sin leer, el timbre sin sonar, el
café sin tomar.

TRIUNFO ARCINIEGAS
COLOMBIA

206
Mientras mamá lava su cuerpo

Como todos los domingos, el niño patea la pelota de colores en la calle. La


pelota se desliza sobre el cemento mientras mamá hace el amor, sube al andén
como una babosa mientras mamá toma la bata y corre a lavarse, se ríe entre las
hojas secas mientras el agua envuelve a mamá desnuda y dichosa. El niño la
llama, la grita, la mima, y la pelota se niega desde la sombra de los árboles
mientras mamá cierra la llave y se embadurna de jabón, entre las hojas secas
mientras el agua se lleva el jabón del cuerpo desnudo de mamá. Cuando el niño
atraviesa la calle corriendo y mamá sale del baño despacio, el auto ciego lo
golpea, mamá deja la bata sobre la cama mientras papá enciende otro cigarrillo,
lo avienta descalzo hasta los árboles, mamá escoge su vestido más hermoso
para este domingo plácido mientras papá fabrica volutas de humo con
dedicación de artesano, hasta un montón de hojas secas, mamá peina
perezosamente sus sedosos cabellos mientras papá recuerda los senos de otra,
recién vista en el cine, hasta una pelota de colores que disfruta la sombra de los
árboles sobre un montón de hojas secas, mamá tararea esa linda canción hasta
que papá arroja la colilla y la atrapa por la cintura, hojas secas que se quiebran
bajo el peso del pequeño cuerpo, mamá olvida la canción.

TRIUNFO ARCINIEGAS
COLOMBIA

207
Actos de fe

Los hombres inventaron los dioses y levantaron los templos. Pronto


encontraron y perfeccionaron diversas maneras de adorar a sus dioses, tan
diversas que incluso rivalizaban. Los hombres pelearon entre sí por sus
creencias y destruyeron los templos ajenos con tal saña que, después de la
guerra, no quedan hombres ni templos ni dioses.

TRIUNFO ARCINIEGAS
COLOMBIA

208
Poética

Los hombres, en cuatro patas, ladraban a la luna mientras los perros le


escribían poemas. Sobra agregar que ni los perros entendían los ladridos ni los
hombres los poemas. Batían la cola ante el papel que el amo les sacudía como
un trozo de carne, corrían alrededor y acezaban, ladraban. Amarrados a un
árbol, veían en la ventana el perfil inclinado del perro que escribía.

TRIUNFO ARCINIEGAS
COLOMBIA

209
Del golpeteo de las mesas

El golpeteo de las mesas, las risas, nos decían que algo no andaba bien en
el fondo del salón adonde llegamos, ya tarde, con la idea de bailar un poco. El
escarceo de sus risas nos puso en guardia, era de nosotros que reían, de
nuestros torpes gestos de adolescentes, olorosos a alcohol, sudorosos y tristes.
De modo que ni siquiera intentamos sacarlas a bailar, más bien las
mirábamos de lejos, sintiendo que quizás ellas también, como nosotros,
andarían ebrias de soledad en las noches perdidas de los barrios del sur.

EDMUNDO RETANA
COSTA RICA
De Pasajero de la lluvia, (Costa Rica, 2006)

210
De la casa que todos hicimos

De la casa que todos hicimos no quedan ya ni los cimientos. La casa de


techo de teja, con una acera larga que daba a la sala donde las muchachas
esperaban a sus novios no fue destruida por un cataclismo. Fueron nuestros
actos que la saquearon, la avidez, el rencor en los pequeños hechos de cada día.
Los muebles, las sábanas y hasta los platos y los vasos fueron atesorados
por los que partían. Cada uno tasó lo que le correspondía y tomó lo suyo sin
que nada quedara sin repartirse. Cada uno despobló la casa al querer llevársela.
No fue una cama ni un comodín sino la imagen oscura de esas cosas lo que cada
uno sacó en la noche de la casa en llamas.
Como de los escombros no puede erguirse lo ya arrasado, no pretendamos
que esa casa exista, es su sombra lo que aún pervive en nosotros.

EDMUNDO RETANA
COSTA RICA
De Pasajero de la lluvia, (Costa Rica, 2006)

211
Mañana

Su vida era una constante posposición. Había aplazado el matrimonio


para cuando tuviera más solvencia económica, los hijos para cuando gozara de
una casa más amplia y la mudanza para el momento en que dejaran de serle
útiles los vecinos cercanos.
Aquella mañana debía haber realizado su más importante viaje de trabajo,
pero como lo había postergado debido al cansancio, la Muerte, al llegar, se lo
encontró en su más dócil estado. Satisfecha con la circunstancia, decidió
concederle el favor de seleccionar cómo quería morir pero, atónita, sólo escuchó
una frase:
—Mañana, cuando despierte, te digo.

ANETTE MARÍA JIMÉNEZ MARATA


CUBA

212
La princesa del dragón

Sheherezade despierta de su largo sueño. El cielo es fuego y el estruendo


ruge sobre la gran ciudad de las cúpulas y los minaretes dorados o plateados.
También la guerra y el fuego llegaron hasta su palacio, al que una vez vino para
contarle un cuento al sultán y salvar así a su hermana de una muerte segura.
Mil y una noches pasó en vela Sheherezade deleitando los oídos del sultán que
se fue volviendo dócil cual animalito domesticado, fiel oyente como nadie,
amante y amigo.
Fueron más de mil y una noches, se dice al recordar ahora la princesa. Fue
una vida entera. Las canas del invierno los cubrieron a ambos, la geografía de
sus rostros se tornó llena de accidentes, pero solo la memoria de tantos cuentos
contados vivió con ellos para siempre.
Sheherezade sabe que vive allí y en otros, en muchos cuentos aún no
escritos, en las voces que los narran, en los oídos que escuchan y en el sueño
donde todavía duermen todas las historias.
El sultán le hizo un obsequio antes de morir. Toma, algún día lo
necesitarás. En su regazo todavía Sheherezade guarda el pequeño cofre que
nunca osó abrir, pero ahora, viendo su ciudad herida de fuego y bombas,
escuchando el llanto de los niños sin madre... Juguetea con el pequeño cofre de
ámbar entre sus dedos y al fin se decide. Al darle la vuelta, un reguero de humo
y luz, un batir de alas, el rugido más potente que las bombas: un dragón rojo
como sangre, azul marino, esperanza verde, dorado sol. Montada en él se va la
princesa, bien lejos, sobre un océano desconocido e infinito.
Desde entonces, en la casa de una ciudad grande y fría —que muy bien
podría ser Nueva York—, cuando un niño pide un cuento y la madre ocupada y
deprimida se lo niega, aparece la princesa árabe para contarle, esta vez, cuántos
libros menos existen desde que su padre-soldado, la víspera, arrojó mortíferas
bombas sobre el encapotado cielo de la mítica y legendaria ciudad de Bagdad.

213
ENRIQUE PÉREZ DÍAZ
CUBA

214
El ―almohadón de plumas‖, como diría Quiroga

Poco antes de despertar de la última pesadilla de su vida, Rodríguez tuvo


aquella visión nítida e incomprensible: una carta de baraja, la Sota de Bastos, se
deslizaba sigilosa debajo de su cama de moribundo.
Abrió los ojos e hizo un esfuerzo por preguntarle a Irene el sentido de la
carta furtiva, algo dañino sin dudas. ¿Traición? ¿Venganza? ¿Destrucción?
Irene observó con indiferencia el rostro demudado de su marido, pero no
se movió de la silla ni le habló. Volvió la vista al libro que estaba leyendo y
pensó que su vida junto a Rodríguez había sido ―un largo escalofrío‖, como
diría Quiroga.
La Sota de Bastos, se angustiaba Rodríguez, en dónde estaría escondida la
metáfora que se le escapaba. Si tan siquiera Irene lo ayudara a encontrar una
explicación, alguna lógica. En la lejanía, Irene supo que Rodríguez acusaba en
carne propia la sensación que tantas veces la laceró a ella, ―indemne en la casa
hostil‖, como diría Quiroga.
Rodríguez suspiró hondo para llamar la atención, apenas con una frase
ella sabría calmarlo. Irene, sin embargo, siguió leyendo, simulando un
desinterés que estaba muy lejos de sentir. Durante mucho, demasiado tiempo,
Rodríguez la había sometido a sus mudeces, a sus enquistamientos ya inocuos,
pero que antaño había odiado con ―todo su espanto callado‖, como diría
Quiroga.
Qué importaba ahora nada, se dijo a su vez Rodríguez. La sangre se fue
yendo de su rostro y recostó desfallecido la cabeza. En un vago impulso, Irene
no pudo dejar de mirar los pliegues de la piel que alguna vez había amado
tanto, el dejo de brillantez en la mirada, ahora desvaída, que le había hecho
soportar todos aquellos años ―en el silencio agónico de la casa‖, como diría
Quiroga.
La expresión de horror en la cara de Rodríguez hizo que, por fin, Irene se
acercase y acomodara mejor la cabeza del enfermo sobre ―el almohadón de
plumas‖, como diría Quiroga.

215
Rodríguez cerró los ojos. A Irene nadie, nadie podría culparla de nada. Ni
siquiera que mientras Rodríguez dormía, el almohadón de plumas hiciera su
trabajo. ―Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a
adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana
parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los
almohadones de plumas‖, como diría Quiroga.

MIRTA YÁÑEZ
CUBA

216
Vulgar agnición

Mientras pasaba como uno más, las fuerzas vivas del barrio no molestaban
mucho a Jorgito. La gentualla simplemente aguardaba a que se saliera un poco
del carril y les diera la oportunidad de ejercer el poder del rebaño, del todos
contra uno.
Aparte de otras razones más arduas de comentar, les irritaba, dentro del
ambiente de suciedad y ordinariez del vecindario, la obcecación de Jorgito en
cuidar los arbustos del jardín. Su mera presencia les afloraba, por contraste, la
miseria y zafiedad de sus vidas.
En un domingo de labores, Jorgito terminó por quedar al descubierto. Una
gota de sangre de su pulgar herido fecundó, a una velocidad imposible, una
frondosa mata de amapolas. Como es de sobra sabido, incluso para los ígnaros,
sólo así se descubre a los dragones auténticos.
Jorgito no tuvo más remedio que marcharse entre bocanadas de fuego. Los
vecinos, al fin, se sintieron aliviados, pero con la impresión de haber extraviado
no se sabe cuál arcana oportunidad.

MIRTA YÁÑEZ
CUBA

217
Orden

Es de noche. El hombre toma un taxi. Viaja. El taxista asalta al hombre. Le


quita dinero y documentos. El hombre queda abandonado en una esquina.
Vienen asaltantes, cuchillo en mano. Lo despojan de sus vestimentas. Huyen. El
hombre, desnudo, va en procura de auxilio. Detiene un coche policial. Lo
golpean. Es arrestado por no portar identificación. Sospechan delincuencia
sexual. Lo encierran en la celda de los sodomitas. Es violado. Grita. Los
guardias no vienen. Al día siguiente lo trasladan a enfermería. El médico
ordena cambiarlo de celda. Lo dan de alta. Es trasladado a la sección de presos
políticos. Después de algunos días lo interrogan. Nada le creen, pues no posee
documentos. Nadie sabe o recuerda a quienes lo detuvieron. Lo torturan.
Exigen entregue el nombre de sus contactos. El hombre cuenta su historia.
Todos ríen. Es incomunicado. Permanece en la celda solitaria por varios meses.
Cuando se acuerdan de él, está flaquísimo y loco. Lo envían al Manicomio.
Grita que lo dejen en paz. Muere.

DIEGO MUÑOZ VALENZUELA


CHILE

218
El ángel

Un ángel que realiza prácticas de vuelo ilegales en plena urbe, es detenido


y juzgado por infringir las leyes de los caminos aéreos, provocar desorden
público y no señalizar debidamente.
Ante tamaña acusación el ángel no puede defenderse. En la cárcel medita
sobre el significado de la libertad y decide buscar una ocupación menos
riesgosa.

DIEGO MUÑOZ VALENZUELA


CHILE

219
Amor cibernauta

Se conocieron por la red. Él era tartamudo y tenía un rostro de


neanderthal: cabeza gigantesca, frente abultada, ojos separados, redondos y
rojos, dientes de conejo que sobresalían de una boca enorme y abierta, cuerpo
endeble y barriga prominente. Ella estaba inválida del cuello hacia abajo y
dictaba los mensajes al computador con una voz hermosa, pausada y clara que
no parecía tener nada que ver con ella; tenía el cuerpo de una muñeca
maltratada. Fue un amor a primer intercambio de mensajes: hablaron de la
armonía del universo y de los sufrimientos terrestres, de la necesidad del
imperio de la belleza y de los abyectos afanes de los mercaderes de la guerra, de
la abrumadora generosidad del espíritu humano que contradice la miseria de
unos pocos. Leían incrédulos las réplicas donde encontraban una mirada
equivalente del mundo, no igual, similar aunque enriquecida por historias y
percepciones diferentes. Durante meses evitaron hablar de sí mismos, menos
aún de la posibilidad de encontrarse en un sitio real y no virtual. Un día él le
envió la foto digitalizada de un galán. Ella le retribuyó con la imagen de una
bailarina. Él le escribió encendidos versos de amor que ella leyó embelesada.
Ella le envió canciones con su propia voz, él lloró de emoción al escuchar esa
música maravillosa. Él le narraba con gracia su agitada vida social, burlándose
agudamente de los mediocres. Ella le enviaba descripciones pormenorizadas de
sus giras por el mundo con compañías famosas. Ninguno de los dos jamás
propuso encontrarse en el mundo real. Fue un amor verdadero, no virtual,
como los que suelen acontecernos en ese lugar que llamamos realidad.

DIEGO MUÑOZ VALENZUELA


CHILE

220
A los niños no se les golpea

A la niña la castigan con silencio. Va donde la abuela, que no le habla,


donde la madre, el padre, la cocinera... Desesperada, corre hasta su cuarto:
―Dime que me amas‖ implora a su muñeca. Nadie contesta. Asustada,
comprueba la horrorosa conspiración de los adultos con los juguetes que
regalan para navidad.

PÍA BARROS
CHILE

221
Paisaje urbano

Desde el último asiento del bus, escucha su voz y el rasguido de las


cuerdas, y entrecierra los ojos, agradeciendo una vez más haber acertado en el
horario.
El albino toca su guitarra de noche. Así sube a las micros y ella puede ver
lo abisal de sus ojos aguados, de su pelo blanco hasta el resplandor, de su vida
en nebulosa.
El amor se le acalla entre bocinazos y frenadas, sólo deposita a diario una
moneda entre sus manos y se dice que mañana sí, mañana se atreverá a
hablarle.

PÍA BARROS
CHILE

222
Baño de conjuros

a mis hijas

La mujer en la tina se va sacando trocitos de piel que guarda en un cofre


para la hija que tendrá. Escamas llenas de historias que la protegerán cuando
abra su piel al desgarro del abandono.

PÍA BARROS
CHILE

223
Rara vez peligrosa

Sobre la piel de los besos se queda una ceniza transparente, de aspecto


inofensivo, algo picante, rara vez peligrosa, que hiberna largos años
olvidándose a sí misma, que se activa en la vejez y produce escozor en los ojos.
Los nietos preguntan ―¿Qué le pasa a la abuela?‖
Las madres, comprensivas, arrastran la lengua por los labios, atrapando
recuerdos y contestan en susurro cómplice:
—Cenizas, sólo cenizas.

PÍA BARROS
CHILE

224
Callada

Se muere ante sus ojos y su poder es inconmensurable: sólo ella lo sabe. En


cambio, cada noche él extiende su pie para alcanzar el sueño a través del
contacto. Agoniza disfrutando la venganza silenciosa que deja como herencia: el
insomnio.

PÍA BARROS
CHILE

225
Qué haría usted, dígame

Caminé tanto en ese sueño, que amanecí con ampollas en los pies. Pero ése
es sólo el comienzo, porque el hombre alto y bello que me seguía ha llegado
hasta el borde de mi cama y se niega a partir. Mi esposo balbucea que sólo
fueron un par de infidelidades las suyas, que nada significaron y que en ningún
caso, justifican eso de traerse un extraño hasta nuestra casa y menos con esa
cara de extasiado con la que me contempla. Dice que es de mal gusto, y qué
dirán sus amigos...

PÍA BARROS
CHILE

226
Hombre armado

El amor, piensa el hombre, es como un misil en el pecho: una munición


que a lo largo de la vida se va volviendo más pesada y contundente. Si es que
no tiene un objetivo al cual dirigirse, el misil se oxida entre los flujos humanos,
y el alma es, entonces, una tumba de tierra, una mina que nunca llegó a la
explosión redentora.
Todo esto lo medita el hombre armado cuando ve a la mujer que lo
apasiona caminando hacia la trinchera de su vida, lejana y plácida, sin
sobresaltos. A ella el cariño le sabe a refrescantes copos de algodón en las
heridas. No tiene idea de las cicatrices porque nunca ha sangrado, pero a veces,
por sentir algo, sospecha que se muerde el interior de sus labios para repasar el
dolor con la lengua y entretenerse con la sensación.
El hombre no ha entrenado su puntería nunca y menos aún con un blanco
tan móvil y bello; verla a salvo de todo lo resiente, pero también le incomoda
saberla tan sana e indemne de la guerra de su amor.
Llegado a ese punto, el hombre no lo piensa y dispara. El sonido de la bala
enciende la cuadra y consterna el aire. El proyectil va confiando hacia la carne
que le pertenece, pero en un último segundo la mujer lo nota y lo esquiva
empleando una indiferente sacudida de cabello. El misil, confundido, emprende
su regreso al hombre llevándose todo lo que puede por delante.
Uno a uno van cayendo cuerpos secundarios mientras el tirador, pasmado,
no da crédito a tanto desastre. Finalmente, la bala se incrusta en el alma del
hombre y la destroza con estruendo.
Del hombre y del misil han quedado, únicamente, sangre enamorada que
brilla en medio de las velas, que algún caritativo ha puesto en la calzada. A los
heridos se les aplican los primeros auxilios. La mujer es llevada para
investigaciones. Mientras la registran, ella cuida muy bien ese blindaje que
guarda en el pecho y que la ha salvado de tantas muertes violentas.
—No lo vi venir —afirma, y el metal palpita tranquilo, aplomando su
pulso en el detector de mentiras.

227
SOLANGE RODRÍGUEZ PAPPE
ECUADOR
De Las balas perdidas (inédito)

228
Tensión dramática

Para efectos de la historia, supongamos que la familia despierta en la alta


noche y escucha inexplicables ruidos en el sótano. Se ha ido la luz y sólo
disponen de una linterna con dudosas baterías. Llueve, no hay teléfono y en ese
barrio residencial la casa más cercana está a un kilómetro de distancia. La
familia, asustada, se reúne en un dormitorio y enumeran a sus miembros para
ver si están completos: un abuelo veterano de la guerra de Paquisha, un tío
gorrón, un padre cándido, una madre temblorosa y un bebé.
Porque la noche da para el deliro, el abuelo sospecha que quien hace
escándalo allá abajo es un peruano armado; el tío imagina que es un cobrador;
el padre piensa que es una amante inconforme y la mujer supone que es la
vejez, que ya no ha podido detener con cremas hidratantes. El sonido,
progresivo e insistente, parece una sierra o un martillo que rompe con la
paciencia de todos y es más aterrador a la luz de las escasas velas. Como era de
esperarse, primero va a inspeccionar el abuelo y luego el tío empuñando un
rodillo —no me pregunten de dónde lo ha sacado—, pero ninguno regresa. A
las cuatro de la mañana la pareja de esposos ya se ha resignado a separarse y se
despiden con el beso frío del miedo.
Amanece cuando la madre sale de la habitación para cumplir su destino,
dejando al bebé tras una barricada de mantas. Es cosa de tiempo que el crío
desobedezca las instrucciones maternas y baje por las escaleras. Ahora el cuento
está deshabitado pero aún hay ruidos en el sótano y alguien debe ir a mirar. Es
mi turno como autor del relato, pero antes debo hacer una advertencia: si es que
esta ficción me sobrevive, después de mi inspección, le toca ir a quien esté
leyendo.

SOLANGE RODRÍGUEZ PAPPE


ECUADOR

229
Conversación de los amantes

—¡Cuídate! —le dice él antes de soltarle la mano y entregarla a la ciudad


abierta. Ella, húmeda libélula en la garganta. Azul aún por tanto mirarse en los
espejos de la habitación con el agua brillando todavía sobre la carne
compartida, lo mira, aleteando con los ojos.
—¿De qué? —ansiosa por estrenar las calles, la energía del amor en la vida
verdadera.
—De todo: de la mala educación, de la cerradura que no abre, de las
miradas furiosas, de las especulaciones, del calor, del tiempo, de la falta de
esperanza... de todo, cuídate de todo.
—Cuídate de todo— repite también ella, distraída, mientras sale corriendo
hacia la muerte, sin poder esperar, sin entender por qué la imaginación de los
amantes siempre tiende a lo triste.

SOLANGE RODRÍGUEZ PAPPE


ECUADOR
De El lugar de las apariciones (Edino, 2007)

230
Un tal Cortázar

No entiendo qué tiene de extraordinario ese tal Cortázar. En el colegio nos


obligan a leerlo y mi profesora, cuando habla de sus cuentos, se pone frenética.
Agita los brazos y hasta la voz se le altera porque parece que le gusta mucho
cómo escribe, aunque a mí no me parece la gran cosa ¿Qué es eso de temerles a
los relojes?, ¿fabricar hombrecitos verdes y llamarlos cronopios? Para mí que
estaba loco.
Ella va uno por uno haciéndonos preguntas y mis compañeros, que
opinan como yo que eso de la fantasía es una estupidez, se niegan a contestarle
y la pobre se va poniendo cada vez más furiosa, furiosa, furiosa, más furiosa,
hasta que cambia por completo. La profesora se molesta tanto, pero tanto, que
las plumas se le esponjan (es gracioso porque siempre las usa bien arregladas,
como las de los dragones) y tiene que salir volando por la ventana y pararse en
el techo hasta calmarse. Y nosotros nos asomamos y le gritamos: ¡Señorita, baje,
baje que ya va vamos a leer a Cortázar! y ella no baja porque está resentida.
Toda la clase es, entonces, un gran revoloteo de antenas y de alas. En eso,
me descubro una escama azul en la mano y me da alegría porque estoy
creciendo y quizá para las vacaciones pueda lucir, por fin, una gran cola roja y
la profesora que no baja y no baja del techo, pero no importa porque si pongo la
mano bajo el sol puedo ver los destellos turquesas de mis nuevas escamas,
ahora amarillos, turquesas, amarillos...

SOLANGE RODRÍGUEZ PAPPE


ECUADOR
De El lugar de las apariciones (Edino, 2007)

231
El grito

Si grito, le dijo la cantante calva, te partiré el alma en pedazos, no me


obligues a hacerlo. Pero el asaltante, con el puñal en la mano, como si aquellas
palabras fueran un ensalmo que estimulara su curiosidad, le contestó, con un
dejo de ironía, que eso precisamente quería oír y ver.
Entonces, la cantante calva emitió un grito agudo como la punta del
mismo puñal del asesino, con tal horror que bandadas de gatos y murciélagos
salieron en desbandada de callejones y techos de aquella barriada maltrecha.
Pasado el grito, llegó un silencio denso como la misma noche. El asesino
aflojando el puñal de su mano, se puso de rodillas y comenzó a recoger, una por
una, igual que los fragmentos de un espejo roto por el impacto de una piedra,
las minúsculas partículas de su alma.

ALFONSO KIJADURÍAS
EL SALVADOR

232
El Estado

Desde ahora eres libre, me dijeron y, desde entonces yo, que vagaba en la
selva y el desierto, confundido entre los animales, vi cómo a mi alrededor la
libertad anunciada se fue volviendo esta muralla sin principio ni fin.

ALFONSO KIJADURÍAS
EL SALVADOR

233
Corrido

He oído cantar la historia de un hombre que salió una noche armado de


un revólver, dispuesto a quitarse la vida. En el trayecto salieron unos ladrones y
lo atacaron, sacó su revolver, se defendió y mató a uno de ellos, mientras los
otros huyeron, y al ver que en lugar de segar su vida había segado la de uno de
los ladrones, renunció a su propósito y desde entonces no para de cantar la
historia de un hombre que salió una noche armado de un revólver, dispuesto a
quitarse la vida. En el trayecto salieron unos ladrones y lo atacaron, sacó su
revólver, se defendió y mató a uno de ellos, mientras los otros huyeron, y al ver
que en lugar de segar su vida había segado la de uno de los ladrones, renunció
a su propósito y desde entonces no para de cantar, de día y de noche, el mismo
corrido.

ALFONSO KIJADURÍAS
EL SALVADOR

234
Impunidad

Al asesino en serie, jamás lo encontrarán, porque es el mismo detective


que sigue, lupa en mano, de noche y de día, sus propias huellas en la escena del
crimen.

ALFONSO KIJADURÍAS
EL SALVADOR

235
Para vencer el insomnio

Para conjurar el insomnio, escribí un libro sobre Baltasar Brenes, quien


una noche, después de una sesión de opio, tuvo la terrible revelación de que
entraba por las anchas puertas del libro que durante la noche escribía un
hombre, sin otro objeto que el de conjurar su insomnio.

ALFONSO KIJADURÍAS
EL SALVADOR

236
Encuentro-desencuentro

La vi y la deseé. La seguí hasta darle encuentro. Nos besamos y


abrazamos. En ese instante, dejé de percibir su presencia y palpar su cuerpo,
hecho a la medida de mis manos. Dejé así mismo de verla, presa de la
dispersión de su cuerpo deseado. Ya no veía su cuello, iluminado, hacía unos
segundos, por el resplandor de la lámpara. Había desaparecido. En la
oscuridad, sólo quedaba la vibración de sus caderas y una sombra
descendiendo hasta su ombligo.
Su cuerpo sin forma, se había convertido en ese espacio infinito, donde no
tardamos en perdernos y encontrarnos de nuevo. Tenía la sensación de haber
caído en un océano inmenso y profundo, o en un lugar donde se había
evaporado su esencia. Ni forma ni presencia. Sólo la ola que golpeaba el
aprisco. El golpe del caballo en la noche, la nocturna salmodia del grillo.
Fue aquella una experiencia circular, originada a partir de la abolición de
los cuerpos; el hallazgo de esa zona de palpitaciones, hechas de la amorosa
sustancia, donde cada quien se esconde a sí mismo.

ALFONSO KIJADURÍAS
EL SALVADOR

237
City

Decidieron amarse el peor día de la semana y la ciudad no prometía nada


más que la contaminación total de las estaciones. Se adaptaron el uno al otro en
un instante. Fue un amor silvestre y saludable, un besarse y codiciarse, lejos de
los protocolos del tiempo; tratando de ahuyentar el infierno de las bocinas, el
tedio de los ascensores y las demoníacas fluctuaciones del dólar.
Nadie va a escribir acerca de ellos, porque siguen con vida. Tomando con
deseo las avenidas, conectando su cuerpo lejos del ruido, los engranajes de la
rutina y la ausencia. Son una bocanada salvaje de aire puro, unos gigantes
blindados de vida.
Ellos, desde una esquina cercana, salvan las calles del desastre de la
indiferencia.

JAVIER PAYERAS
GUATEMALA

238
Make up

La muchacha siguió desnudándose hasta desaparecer por completo.


Cuando él entró al cuarto no podía verla, pero sí escucharla, y la buscó
desesperadamente por toda la habitación.
Ella deambulaba completamente desnuda, realmente desnuda, y tuvo que
vestirse para hacerse visible de nuevo.
—Así me gustas más, por favor, quédate vestida —dijo él con toda
sinceridad.

JAVIER PAYERAS
GUATEMALA

239
Nociones de historia natural

Nada más pongo la cápsula en mi mano, subo al carro. La luz de la


bombilla se enciende cuando detengo el vehículo, tomo un poco de ron, el licor
me atraviesa y la acidez me corroe el esófago. Pasa un ciclista, es de noche,
llueve; prendo la radio, me dan ganas de llorar. La carretera está vacía como la
luna, luna con árboles. El parabrisas me recuerda algo. Pequeños animales
corren espantados por la luz de los faroles, apago el switch y la oscuridad lo
inunda todo, arranco y avanzo hacia el frente. Sigo avanzando, tarde o
temprano llegaré al barranco (mezclar ron con la gasolina), acelerar, caer en una
ciénega de lodo, hundirse, el carro comenzará a hundirse (otro trago), el fango
se colará lentamente por todos lados, me inmovilizará los brazos, luego alguien
me encontrará, quizá mucho tiempo después, me sacarán con una grúa,
especularán sobre lo horrible de mi muerte, el pánico que habré sentido en ese
instante. Ni siquiera les pasará por la mente, que aun sus rostros de compasión
por mí estaban meticulosamente planeados.

JAVIER PAYERAS
GUATEMALA

240
Atracción

Quizás él supo que estaba cayendo en una trampa de la que sería


imposible escapar. Tal vez presintió que no era su belleza, sino la hipnosis de su
mirada que lo acercaba a ella, paso a paso, irremediablemente.
Sólo resistía unos segundos al magnetismo de su presencia, y volvía a caer
en la atracción de esos ojos negros, del cuerpo perfecto que inmóvil sobre la
superficie blanca parecía aguardar sin prisa su acercamiento.
Ella, en cambio, se veía serena, como acostumbrada a ese tipo de
conquistas. Cuando por fin tuvo a su alcance al pequeño insecto, la bella
mariposa negra agitó sus alas en señal de triunfo.

ELENA DRESER
MÉXICO

241
Familia modelo

En este mes cumpliría cuatro años. Ahora me pregunto si de veras mi


salud era tan delicada entonces, si nuestra situación económica realmente no lo
admitía, si mis nervios en verdad no lo hubieran soportado.
O si fue nada más que el número tres no nos agradaba, que se perdía el
orden, que desaparecía el arquetipo y la aparente inteligencia de quedarse sólo
con dos.

ELENA DRESER
MÉXICO

242
El robo

A Diego Muñoz Valenzuela

Siempre pensé que lo suyo era simple y llana cleptomanía. Le gustaba


robarse el cenicero, el platito de la taza de café, tal o cual libro, la pipa de su
mejor amigo. Sin embargo, la otra vez entendí que lo suyo era algo más grande:
poco a poco se apoderaba del mundo.

MARCIAL FERNÁNDEZ
MÉXICO

243
Mefistófeles 24:8:79

La sentencia bíblica fue clara: los pecadores y pecadoras de Sodoma y


Gomorra se convertirían en piedra. Luego hizo erupción el Vesubio. Y la
historia de Pompeya y sus habitantes todos la conocemos.

MARCIAL FERNÁNDEZ
MÉXICO

244
Epitafio de Borges

Aquí yace el otro.

MARCIAL FERNÁNDEZ
MÉXICO

245
Insensible

a Rodrigo Toledo

Después de tantos años de trabajo no es raro que el ventrílocuo acabara


hablando como su muñeco, y el muñeco, como el ventrílocuo. Lo que sí parece
un exceso es que el muñeco, sin pizca de piedad, revelara que el ventrílocuo es
mudo.

MARCIAL FERNÁNDEZ
MÉXICO

246
El problema

¡Movete! Me decía a mí misma. ¡Movete! mové al menos un dedo. Pero no.


Nada se movía. Mis ojos estaban cerrados. La boca entreabierta. Las manos
sobre el pecho justo como me quedé una hora antes.
Si tan sólo pudiera empujarte un poco, me decía. Entonces empecé a
empujar mis paredes. Adentro todo era de proporciones gigantes. Mi cuerpo un
túnel de carnes vivas. Venas, músculos, órganos rosáceos, sangre. ¡Bum, bum,
bum, bum! Mi corazón latiendo. ¡Dios mío! ¡Quiero salir! Necesito levantarme.
¿Estaré viva? Parece que sí. Respiro. ¡Abrí los ojos! ¡Parpadeá!, me decía. Pero
nada. Tranquila seguía durmiendo.
Fue ahí que pude verme de cuerpo entero como en un espejo. Esa era mi
cara dormida. Me desprendí, dije.
Al fondo escuché a mi madre en la cocina. Pedía candelas y fósforo.
¡Mamá! Vení a mi cuarto, por favor, vení tocame. Necesito moverme. Gritar.
Necesito gritar. ¡Ayúdenme! ¡Ayúdenme!
Entonces apareció la sombra. Una silueta desgarbada y oscura de hombre.
Puso su mano en mi vientre e imantándolo hacia arriba formó en mi cuerpo una
curvatura que me suspendía hacia él. Yo temblaba. Nadie alcanzaba a oírme.
Invoqué el padrenuestro y varios fiat y así como vino, despareció. El problema,
sin embargo, todavía es abrir los ojos.

ANDIRA WATSON
NICARAGUA

247
Sobreviviente

Uno a veces hace las cosas sin estar del todo conciente del contexto, de las
consecuencias. Como en un dulce o exaltado estado de sonambulismo. Como
ligeramente ―ido‖, fuera de foco, descentrado. ¿Te ha pasado en alguna ocasión
lo mismo?
No se es del todo uno mismo cuando pasa algo así, o lo es sólo
oblicuamente, de manera apenas tangencial. O acaso, ahora que lo pienso bien,
sea entonces cuando en realidad más somos la auténtica versión del ser
verdadero, del yo profundo. No pretendo meterme aquí en complejidades, en
teorías psicoanalíticas que desentrañen enigmas de la personalidad, ni nada de
eso. Pero lo cierto es que esos momentos existen, suceden, de pronto acontecen
dentro o fuera del perímetro estrecho del ser. Y a veces dan frutos.
Entonces, lo que inesperadamente brota del mar interior, del laguito
remoto o del riachuelo oculto asume en determinado instante el meollo de su
situación, sus contornos, se hace fuerte en sus audacias y en sus límites, no se
esconde nunca más. Decide abiertamente ser, nada le arredra, no se deja
intimidar. Puede al fin ser un ente nuevo, una criatura auténtica, independiente,
propia. Algo que antes no existía, o que al menos no se había manifestado: un
pensamiento, una emoción, una actitud, una novedosa sensibilidad; o bien un
temor, un miedo inexorable, una fobia ancestral que apenas ahora se reconoce,
encarna, se exterioriza.
Lo primero casi siempre se esfuerza por defender su autonomía, su íntimo
orgullo, y de algún modo termina sobreviviendo. Lo segundo, menos
afortunado y sin duda más frágil, a menudo acaba en mutilación o suicidio, o
haciendo daño a otros. Y en el proceso te arrastra consigo al abismo.
Para bien o para mal —eso lo dirá el tiempo—, soy de la estirpe de lo
primero: un pequeño texto espontáneo, híbrido, fundamentalmente reflexivo,
acaso efímera escritura que mordiéndose la cola cuenta su propia historia. En
todo caso, altivo sobreviviente de mí mismo.

248
ENRIQUE JARAMILLO LEVY
PANAMÁ

249
Oídos sordos

Para mi hijo Enrique, con mi cariño

Es verdad que no hay que hacerles caso a las sandeces, y mucho menos a
las mentiras, se dice Federico. Porque a palabras necias oídos sordos. Pero por
más que trata de convencerse de la necesidad de permanecer emocionalmente
al margen de las insinuaciones, de ciertas señales que percibe y que tienen toda
la pinta de convertirse a corto plazo en diatribas y maledicencias fraguadas
contra él, no deja de reconocer que tiene una espinita clavada en algún sitio que
no es fácil ubicar, y que a falta de precisión —la verdad es que en lo que queda
de su persona no hay casi de dónde escoger— habría que llamar simplemente
alma. Una molestia, a veces angustia, que a ratos no lo deja dormir. Y es que
uno no puede andar con tranquilidad por el mundo, o al menos en sus propios
predios como Pedro por su casa, sabiendo que los colegas murmuran a mis
espaldas, dudan de mi integridad, que tal vez varios de ellos traman incluso
una encerrona intelectual o emotiva, buscan la manera de humillarme en el
momento menos pensado para así asestarme en público —este no es el mejor
término, lo sé— un golpe demoledor. Pero no puedo estar cuidándome siempre
las espaldas, a la defensiva, pendiente de cada sugerencia, de cada posible
movida. No voy a propiciar, yo mismo, el avance de una ansiedad que ya se
torna enfermiza, que puede desembocar en paranoia. Porque, ¿y si todo esto no
es más que inseguridad; incapacidad para adaptarme a la nueva situación, a
este entorno tan poco definido, tan etéreo; si mis temores no fueran más que
producto de mi imaginación? ¿Si ocurre simplemente —y como es natural—
que estoy viendo fantasmas? Podría ser, por supuesto. Y, la verdad, con uno
basta.
Entonces, recapacitando, desapareció.

ENRIQUE JARAMILLO LEVY


PANAMÁ

250
En resumidas cuentas

En resumidas cuentas, lo que ha determinado su angustia es la mirada esa


que la taladra. Insondable, inquisitiva, carente de cualquier contención ni
recato, desde el principio la mujer se sintió intranquila en su más íntimo
reducto bajo aquel pertinaz escrutinio. ¿Cómo relajarse y estar a gusto consigo
misma con esos ojos terribles horadando los linderos todos de su privacidad,
desmenuzando sin palabras pasado y presente de sus actos e inseguridades?
¿Dónde refugiarse a estas alturas —¿a estas honduras?—, si nada más se tiene a
sí misma como confidente y amiga, y aun eso parece estar en duda ahora?
Inexorablemente neutral, el espejo hace poco después su puntual trabajo:
refleja la patética minucia del suicidio.

ENRIQUE JARAMILLO LEVY


PANAMÁ

251
Comienzo

De pronto cayó en la cuenta de que era inteligente. Hizo de la caverna un


hogar. Fabricó herramientas, aprendió a encender y conservar el fuego e
inventó las armas. Se sintió orgullosamente superior a toda criatura viviente
sobre la faz de la tierra, y necesitó una medida de su propia importancia.
Entonces, creó a Dios a su imagen y semejanza.

MARIO HALLEY MORA


PARAGUAY
De Cuentos, microcuentos y anticuentos (Paraguay 1987)

252
En el origen

El fruto que había arrancado tenía sabroso aspecto, pero la cáscara era
dura. Entonces, en la mente elemental surgió una idea: podía golpear el fruto
con una piedra y romper la envoltura. Así lo hizo con éxito, e inventó de esta
manera la primera herramienta: el martillo. Contento, fue a buscar otro fruto.
Lo halló y al repetir la operación se aplastó el dedo. Entonces, inventó la
primera palabrota.

MARIO HALLEY MORA


PARAGUAY
De Cuentos, microcuentos y anticuentos (Paraguay 1987)

253
La pandorga

La pandorga quedó preciosa. Los ―palitos‖ de tacuara pulidos y rectos. El


armazón redondo y equilibrado. Las ―tajaditas cortadas‖ azules y rojas,
perfectas y minuciosamente pegadas. Las largas ―piriritas‖ amarillas rodeaban
a la pandorga como una cabellera rumorosa de viento y rubia de sol. Y
finalmente, los ―barbijos‖ simétricos, milimétricos, matemáticos. Era toda una
pandorga hecha para conquistar todos los cielos y las alturas más azules. Una
obra de arte volandera que el padre fabricaba para la admiración del hijo.
Salieron a la calle llenos de gozo para asistir al vuelo inaugural de ese nuevo
astro de tacuaras y papel de seda. El padre esperó viento, que sopló, tironeó de
la pandorga y el padre dio hilo permitiendo que se elevara con un rumor de
alegría sedosa. Vino otra ráfaga, y la pandorga la escaló victoriosa, sacudiendo
su melena dorada. Ya se hacía pequeña en la altura, cuando de pronto
sobrevino el fin del mundo. Aflojó el empuje del viento, que quedó calmo, y
luego sopló en ángulo distinto. La armonía se rompió, los barbijos
enloquecieron, la larga cola se agitaba buscando apoyo en el viento que había
dado la espalda, y de pronto, una ráfaga inesperada, impetuosa, salvaje, y la
pandorga cabeza abajo que cae trazando un itinerario de meteoro que se estrella
estrepitosamente, con un rasguido de palitos y seda rotos, en los hilos eléctricos.
Y allí queda, irremediablemente prisionera. El niño mira al padre, pensando
que aquel hacedor de estrellas no es tal genio ni tan infalible como creía.

MARIO HALLEY MORA


PARAGUAY
De Cuentos, microcuentos y anticuentos (Paraguay 1987)

254
Dentro de 20 años

El muchachito de aspecto saludable y vigoroso montaba una bruñida


bicicleta. Pasó pedaleando raudamente junto a un lustrabotas descalzo y flaco
que inopinadamente arrojó un palo entre los rayos de las ruedas que
produjeron un ominoso ruido de metales rotos. El ciclista se detuvo y con enojo
se dispuso a castigar al malhechor. El lustrabotas esgrimió amenazante su cajón,
como porra y escudo al mismo tiempo. Un señor que pasaba los separó. La
pelea no empezó, pero tampoco terminó. Simplemente estaba postergada.

MARIO HALLEY MORA


PARAGUAY
De Cuentos, microcuentos y anticuentos (Paraguay 1987)

255
Extremos

El nieto y el abuelo, sentados en el verde césped, veían pasar el tren, como


de juguete, allá en el fondo del valle. El abuelo, que había venido de muchas
partes y estaba llegando a destino, se preguntaba: ―¿De dónde vendrá?‖ El
nieto, que aun tenía que andar todos los caminos, se preguntaba: ―¿Adónde
irá?‖

MARIO HALLEY MORA


PARAGUAY
De Cuentos, microcuentos y anticuentos (Paraguay 1987)

256
Lección de Arte

Adinerado, el Arte pintaba desde una vieja y distinguida mansión


campestre llena de imágenes fantasiosas. Ángeles y demonios lo acechaban por
todas partes, pérdidas irrecuperables. Afuera sucedió una guerra y luego otra.
Su anterior paleta de colores dejó paso a tonalidades oscuras y efectos
tenebrosos.
Otro día subió hasta el techo del gran salón para decorarlo. Este trabajo
estuvo impregnado de un humor y una fantasía salidos de su subconsciente.
Sombras y luces hacían resaltar la dignidad solitaria de las cosas. La infancia fue
un río en el que le gustaba sumergirse para enseñar su otra cara, pesadillas que
determinaron su definitiva consagración universal.

ISAAC GOLDEMBERG
PERÚ

257
Lección de Ley

Cuando la Ley fue entregada al humano, su palabra repercutió de un lado


al otro del universo. Los habitantes de la galaxia se llenaron de pánico, se
reunieron sus gobernantes y preguntaron:
—¿Qué es este tremendo ruido que escuchamos? ¿Puede que se aproxime
una nueva explosión en el universo?
El Ser Supremo había prometido no traer otra explosión al mundo. Pero
ellos volvieron a preguntar:
—¿Puede que caiga otra lluvia de fuego?
El Ser Supremo había prometido no intentar destruir nunca más al
humano. Pero ellos preguntaron una vez más:
—Entonces, ¿qué significa ese tremendo ruido que escuchamos?
El Ser Supremo había prometido darles Su palabra porque el humano
había perdido el equilibrio entre los cielos y la tierra y el impulso físico había
sobrepasado el espíritu. Entonces la Ley ordenó que la vida del humano se
volviese más corta.

ISAAC GOLDEMBERG
PERÚ

258
Nada

Se dijeron muchas verdades acerca de la incomprensión del humano para


la figura y doctrina del Ser Supremo, pero sería erróneo creer que llegó a
odiarlo. Ocurrió que no estaba en relación con Él. Ocurrió que se sintió turbado,
desagradablemente irritado, ante algo que estaba más allá de su entendimiento.
¿Qué necesidad interna impulsó al humano a fundar la religión del Ser
Supremo? ¿El deseo de extinguir el primitivo ser? ¿Libró la batalla decisiva solo
y en pie, y sin moverse de su lugar?
El humano nació y no encontró resuelto ningún problema. En él todo
estaba amenazado y en peligro, y todo debió de conquistarlo por su propio
esfuerzo. Tembló ante la posibilidad del pecado, materialmente diverso para
cada uno. Ocurrió que fundó la religión del Ser Supremo porque en él
albergaron las pasiones terrenas, y hubo de permanecer cuarenta días en el
desierto, luchando con el enemigo interior. Ocurrió que humanizó al Ser
Supremo, pero no pudo vencerlo.
Entonces, aquí uno, allá otro, el humano eligió lo que carecía de sentido,
prefirió el instinto y la Nada en la propia persona: ser pensante constituyó un
enigma. Todo el universo le fue problemático, pero también aprendió el modo
de dar respuesta al enigma y colocó firmemente su pie sobre el abismo.

ISAAC GOLDEMBERG
PERÚ

259
Los muñecos de don Sebastián

Don Sebastián dejó la adobería y se dedicó de lleno a los muñecos de


papel amasado con agua de yeso. Porque yo siempre quise ser artista y así me
parece que lo estoy logrando. Y tuvo mucho éxito en las competencias y las
ferias de artesanía, y pronto resultaron llegando muchos forasteros al pueblo
para comprarle un muñeco suyo. Pero la mala suerte no se hizo esperar, y
pienso que tal vez hubiese sido mejor quedarme representando a personas de
mi pensamiento en lugar de a gente de carne y hueso: y primero fue la coja
Manuela, que se murió al poco tiempo de cólico miserere, y después la pobre
doña Emilia, que se quebró varios huesos cayéndose en un pozo, y luego los
hermanos Chanduví, el mayor y el último, a quienes los mató la bubónica. Y me
culparon no solo de esas sino también de otras desgracias. Y casi todo el pueblo
fue hasta su puerta para gritarle: si dices que son puras casualidades y tus
muñecos no son de mal agüero, por qué no la representas a tu mujer y por qué
no te representas a ti mismo. Y don Sebastián no se amedrentó y salió a
responderles: ya están grandazos para creer en zonceras, y mañana mismo les
mostraré mi figura y la figura de mi mujer en cuerpo entero. Y ellos se fueron:
mañana volvemos. Y don Sebastián amasó una buena cantidad de papel con
agua de yeso y la puso sobre su mesa de trabajo para moldearla e hizo dos
montones y le dijo a su mujer: uno para que sea yo y el otro para que seas tú. Y
cuando ya estaban hechos los cuerpos y les iba a moldear las caras, se quedó
pensando largo rato y movió la cabeza de uno a otro lado varias veces y aplastó
de un solo golpe los cuerpos contra la mesa porque, ¿y si la cojudez resulta ser
cierta? Y le dijo a su mujer: mejor envolvemos nuestras cosas. Y, aprovechando
la noche, se fueron del pueblo para no volver.

JORGE DÍAZ HERRERA


PERÚ

260
El árbol de la buena suerte

Arístides juraba por lo más sagrado y la memoria de su madre que jamás


llegó a encontrar una sola gitana en los tantos burdeles que recorrió por el
mundo, porque las gitanas podrán ser pobres, pero putas nunca. Viejo hombre
de mar: motorista, ballenero, contrabandista, peleador de pelo en pecho,
transportista, estibador, llevaba en cada uno de sus muchos tatuajes la historia
de su vida. Concluía sus conversaciones mostrando al muchacherío que lo
rodeaba la cara de una bellísima mujer tatuada en el centro del vientre. Tenía
una gracia inigualable para mover el ombligo y hacer que aquel rostro
incomparable encarrujara los labios para lanzar besos a todo el mundo. Nada lo
entristecía. La tristeza se había hecho para los tontos, y él no podía darse
semejante lujo. De lo contrario, haría ya mucho tiempo que me hubiesen
comido los tiburones. Fumador. Reilón. Borracho. Respetuoso. Saludaba a las
mujeres sacándose la gorra verde que jamás abandonaba e inclinaba
ceremoniosamente la cabeza. Si todas las mujeres aprendieran de las gitanas, el
mundo sería quizá más ladrón pero mucho más honrado. Nunca pudo precisar
con claridad de dónde venía: porque si a cualquiera se le antoja decirme que un
pájaro vuela de la rama de donde estaba, no es sino pura mentira, que nadie
puede negarme que antes estuvo en otra rama y antes todavía en otra y en otra.
Y él venía de tantos lugares. Y soltaba una carcajada cuando, al fin de cuentas,
no sabría decirles si me estoy yendo o estoy viniendo. De lo que sí estaba seguro
es de no quejarse de la vida y ser feliz. Si alguna vez decidiera quedarme en
alguna parte, sería en una carpa de gitanos, porque los gitanos no se quedan en
ninguna parte y ellos son los únicos que saben vivir como Dios manda. Al
despertar los primeros asomos del invierno se fue. Se convirtió en un recuerdo
que tardó en extinguirse entre los muchachos de la calle. Cuando estuvo casi
olvidado, Arístides reapareció, pañuelo celeste amarrado al cuello y una
muñequera de cuero en cada brazo. Estuvo solo unos días y volvió a irse, esta
vez para siempre. Dejó la historia de su amor con una gitana y su nombre
grabado en el tronco del árbol junto al cual los muchachos acostumbraban

261
reunirse, y después empezaron a escribir sus nombres alrededor del de
Arístides. Con los años, ese fue el árbol de la buena suerte. Poner el nombre de
uno en él traía felicidad. No hubo enamorado que no lo hiciera. La fe se
extendió a gente de todas las edades y alguien plantó en el árbol una cruz, y
luego el lugar se convirtió en un santuario. Lo rodearon con una cerca de
puntas de hierro e hileras de candelabros de lata. El pueblo fue creciendo. La
cruz se llenó de corazones de plata, y el árbol de nombres grabados y hollín de
velas.

JORGE DÍAZ HERRERA


PERÚ
De Alforja de Ciego (Perú, 1979)

262
Entre jefes

Después de la batalla, el jefe de los vencedores, antes de entregar a los


vencidos el cadáver de su jefe, le llenó la boca con un puñado de pólvora. Para
que no se le oliera la pestilencia a alcohol que le salía de adentro.

JORGE DÍAZ HERRERA


PERÚ
De Alforja de Ciego (Perú, 1979)

263
Fuego

Lo siento cerca, su furia, lo siento cerca, su fuego, sus ojos centelleantes, su


pelo, su saliva abundante, el olor a hierba húmeda de su cuerpo. Para él me
guardo intacta y temerosa, en silencio jadeante, en espera. Para él camino
mirando las plantas, cogiendo frutos, aprisionando luciérnagas entre mis dedos.
Para él engullo flores y sonrío en las mañanas. Para él discuto con Dios todas las
noches.

MARÍA LUISA DEL RÍO


PERÚ
De No mires atrás (Solar, 2006)

264
Compactado

Conversación entre Miguelito y yo:


Miguelito: Tengo un gato negro.
Yo: ¿Y cómo se llama?
Miguelito: Compactado. Mi hermana dice que es negro porque ha compactado
con el diablo.
Yo: ¿Y tú cómo le dices al gato?
Miguelito: Compactado, pues.

MARÍA LUISA DEL RÍO


PERÚ
De No mires atrás (Solar, 2006)

265
La niña fuego

Los vecinos del caserío Llacadén dicen que la niña María de los Ángeles,
que tiene cinco meses, enciende las cosas con sólo mirarlas, que un día se
quemó un colchón de la casa donde vive, que otro día se quemó un mantel,
unos papeles y hasta la hamaca donde dormía la bebe. Que se le ponen los ojos
rojos y lanza fuego con la mirada. La madre de la niña se ríe, la tía dice que
cerca de allí hay otra niña de cuatro años que también bota fuego por los ojos y
que eso le pasa porque su mamá se volvió atea, y que Dios es celoso. Los
vecinos dicen que lo bueno es que la niña va a atraer al turismo. La madre de
María de los Ángeles se ríe y arroja un fósforo prendido contra ellos. La niña
fuego, vestida de rosado, también se ríe.

MARÍA LUISA DEL RÍO


PERÚ
De No mires atrás (Solar, 2006)

266
Convergencias

Ahora que interrumpes el ritmo de mis reflexiones, te recuerdo que somos


dos en una, que compartimos la misma espalda y debemos respetarnos, darnos
apoyo.
Te has enamorado de ese payaso. Eso faltaba. Desde que te llama por
teléfono, me arrastras cada vez que se te antoja y en seguida te lanzas a oír su
inquietante voz. ¿Por qué no me dejas descansar, pensar un rato; componer mi
propia melodía?
Eres caracol disfrazado de liebre, y yo cargo con tu prisa. ¿Por qué en
lugar de la espalda, no compartimos el mismo brazo? Así te contemplaría yo de
perfil y te hablaría con la mirada. Leerías el murmullo de mis labios o te lo diría
con el lenguaje de mis dedos. Pero no, sólo mi voz, tu voz; la monotonía eterna
de tu eco me persigue.
Recuerdo cuando ensayábamos los primeros pasos. Tú querías correr, y
yo, simplemente caminar. Engullías la comida a ritmo supersónico; yo, en
cambio, nunca terminaba la porción servida. En cuanto te lamías los dedos, yo
daba la vuelta para que ingirieras el resto de la comida, con tal de poder
contemplar a mi antojo los peces multicolores que retozaban m el estanque. Les
tiraba algunas migajas de pan recién cocido y los adormecía con las melodías de
mi pequeña armónica.
A veces te pones nostálgica y yo quiero danzar para alegrarte. Me torno
inquieta, como avecilla ansiosa. Toco lo que alcanzo de tu cabeza y escucho
cuando absorbes el llanto. Te prefiero así: niña, seda, silencio.
Me siento mejor en compañía del pensamiento. Él roza mi cuerpo de pies a
cabeza. Lo siento frotarme como el ojo mágico que recorre mi interioridad.
Entonces me convierto en risa, deseo, timidez, llanto.
Por suerte, llegó la noche y durmió tu alboroto, y yo puedo susurrar lo que
leo en mi alma; eres revoloteo de mariposa, y yo, cascada en remanso.
Esther, somos esencias de la misma piel. Es nuestro destino trazar los
mismos senderos, acariciar la misma brisa, aunque en direcciones opuestas...

267
Ahora descubro que me baño con tus sueños, que suspiro con tus deseos y que
me inundan tus fantasías.
Siento que tu payaso, aquel que arranca de tus labios madejas de risa,
también se adueña de mi corazón. Son dos corazones. ¿Permites, Esther, que él
me regale un beso a tu espalda?

CARMEN DINORAH CORONADO


SANTO DOMINGO

268
El doblaje

Con una voz nítida y perfecta, como un ruego al cielo que pareció volar
lejos del teatro, había cantado las dos palabras del aria que decían: ¡Ámame
Alfredo!... y que, por el efecto de una sublimación musical, decían mucho más
que las palabras.
Había cantado ese pasaje fugaz y total de la ópera con una técnica exacta y
un fluir lírico impecable, más real que un orgasmo, haciendo vibrar las
quinientas almas anónimas de los espectadores, con la excepción de algunos
oyentes distraídos que solamente pensaron en la cursilería textual que había
cantado ella. La crítica especializada en el género lírico, sentada en la fila siete,
trataba de autoconvencerse de que la ópera no era más que una idiotez
lacrimógena.
Ella había entonado magistralmente su ruego y, en ese instante, lo que
realmente había pensado era: ―pequeño canalla, reptil del Egeo, algún día
encontraré verdaderamente a Alfredo, a ese Alfredo con el que estoy
soñando…‖.
Desde la noche del estreno (noche ya muy lejana) hasta la última
representación, en primera fila estaba sentado un hombre extraño y paralítico,
sobre un sillón de ruedas. En su interior vivía el ser con el que soñaba María
Callas, escondido en su envoltura patética: un rostro repulsivo que —según
algunos teólogos— no fue creado especialmente para que ella jamás encontrara
al que buscaba. Fue un error de la naturaleza tal vez cometido para bien de la
lírica aunque ella optara, un cierto día, por autoeliminarse en silencio.

ENRIQUE ESTRÁZULAS
URUGUAY

269
Lo inasible

Para leer uso lentes, ojos, dedos. Y una lámpara.


La mente está dormida a la espera de que despierte otra inteligencia.
Y abro un libro. Mi sombra invisible se prepara para admirar a un
semejante. Mi capacidad está al acecho del terror, mi benevolencia alienta un
poco de esperanza.
La esperanza es gozar del asombro que produce el talento. Y si el asombro
llega, exagero el asombro.
Un hombre habla a través de un libro. Y yo lo oigo. Me aburro lentamente
y por fin lo desprecio hasta ser despiadado.
Entonces me pongo a pensar en Lalia. Pienso en Lalia llorando por la
muerte de Guma. Apasionadamente pienso en ella. Aunque nunca vi a Lalia.
Solamente me hablaron de Lalia y su pelo.
En este instante juro que hay millones de libros inferiores a Lalia. A Lalia
vestida, desnuda, a Lalia llorando. Estoy leyendo a Lalia quien nunca escribió
un libro y se me cae el tomo como un mueble en un sótano. Oigo como un
ladrillo que se parte en un pozo. Es el ruido del libro.
Estoy leyendo a Lalia a través del gran río.
Voy de mi noche insomne a la noche de Lalia. Estoy en un instante
perfecto y ya lejano. Con una mano arrimo aquel llanto de Lalia a través del
estuario y de la inmensa noche.
El agua entre los dedos es una despedida.
Cayó un libro al abismo y Lalia ya no está.

ENRIQUE ESTRÁZULAS
URUGUAY

270
Acaso la palabra

en homenaje a César Vallejo

acaso desde aquellos originarios rasgos en la arcilla o surcos de palitos en el


barro, acaso la palabra sea, en última instancia, sobrevolando representaciones,
más allá de la superficie bruñida o escarpada de los nombres, más allá de
sintácticas cadenas o anclas circunstanciales, sorteando los deícticos del tiempo,
invocación acaso, conjuro, actos verbales —digo— como ―saltar‖, pongamos un
ejemplo, y nos salte la imagen sudorosa y olímpica sobre las arbustivas
escrituras, digo, pregunto, acaso la palabra sea escarbar el rumbo de la sombra,
un resto mutilado, el cadáver reseco de algún pan que en la puerta del horno se nos
quema, boñiga de una bestia mitológica, el vestigio de tanto malogrado o
imposible nadie, acaso la palabra, esa ramita, sea todo lo que no es, acaso sólo
témpanos: una preparación para el silencio.

GUSTAVO LESPADA
URUGUAY

271
Onírico III

en homenaje a Horacio Quiroga

encaramados a la ventana del dormitorio como cuando eran niños vio ondear
las escamas brillosas entre los ligustros, enseguida se la señala a su hermana
(¿su hermana?), después de atravesar el alambrado que limita con el terreno del
vecino, avanza sigilosa hacia su presa: un paralizado batracio que sólo mueve el
buche, dan la vuelta corriendo hacia la huerta del fondo y mientras él busca un
palo o algo que sirva de horqueta para sujetarle la cabeza, escucha los gritos
cercanos de su hija: lo picó, lo picó, y su hermana que le contesta: sí, ahora se lo
va a comer, al llegar con la tabla la ve intentando alcanzar el resguardo de los
arbustos ante la fascinación de las niñas, pero apenas puede desplazarse en la
hierba por el peso del almuerzo que se le mueve adentro, ahora ella es presa
fácil, pero su hija, qué hace ahí su hija en medio de su infancia, se pregunta el
hombre cuando comienza a despertarse, a recuperar las coordenadas de la cama
en el cuarto de la cabaña en el bosque, mientras tantea la oscuridad buscando
las alpargatas para ir al baño, todavía impregnado de las imágenes, el hombre
pudo sonreír al pensar en los curiosos mecanismos del sueño, fue entonces
cuando pisó algo blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie.

GUSTAVO LESPADA
URUGUAY

272
Condición

La mujer despierta entre sus prendas furtivas cardúmenes de peces ancestrales


que esconden nuestra escurridiza memoria de pescadores íntimos.

La mujer esconde entre sus prendas íntimas cardúmenes de escurridizos peces


que despiertan nuestra ancestral memoria de pescadores furtivos.

GUSTAVO LESPADA
URUGUAY

273
La escritura descalza

A la altura de Castillos, entre el Cabo Polonio y Punta del Diablo, hay un barco
encallado en la costa. Bueno, los restos de lo que fuera un barco y ahora es sólo
un haz de hierros herrumbrados que brotan desde el suelo. Lugar de
tempestades y naufragios, de cuentos a la luz de las fogatas o faroles a mantilla,
de antiguas historias desgranadas por los vientos sureños de salitre implacable.
Son varios kilómetros caminando por la playa desde ―La esmeralda‖. La
voluntad resuella bajo el sol del verano. Racionamos el agua, hablamos, nos
reímos, escudriñamos horizonte y orilla con obstinación atávica de recolectores.
Encontramos una tortuga dada vuelta. La devolvemos al agua pero no se
mueve, flota pero no nada, las olas la regresan a la arena, esta vez boca abajo.
Un grupo de gaviotas levanta vuelo cada vez que las alcanzamos. Nostalgias de
aventuras se combinan con el ruido del mar que acompaña nuestro andar
paralelo en esa inmensidad desierta apenas interrumpida por algún pescador
solitario, donde un cangrejo agoniza en una agüita tibia y un lobo de mar,
definitivamente varado, empieza a echar olor. Finalmente llegamos. Anfitrión
de bivalvos, apenas esqueleto de costillas carcomidas, verdoso por las algas, al
que ubicarle la proa requiere un esfuerzo de la imaginación. Este resto cilíndrico
debió ser chimenea, nada queda del casco ni el timón, aquella empapada
chatarra apenas nos sugiere el castillo de popa. En tus ojos conspiran cuentos de
bucaneros, de hazañas ignoradas, de botines hundidos. Con entusiasmo
atesoras pequeños restos del buque naufragado, fragmentos de hierro que la
furia del mar descama y dispersa y que has venido juntando para hacerte un
collar, un caracol o dos, alguna piedra rara, pulida, en los bolsillos. Cuando
emprendemos el regreso sobre nuestro propio rastro, me decís: ¿ves que la
huella no es vacío? Y es verdad: atrás quedan las marcas de nuestro paso por la
arena que la marea pronto borraría; pero algo permanece en la fugacidad de ese
testimonio, algo como una escritura descalza que viniera a nuestro encuentro
con una clave compartida: la fraternidad en la distancia, el poder estar juntos
por estar separados, adultos en el tiempo. Y caminar los dos hacia el ocaso sin

274
pensar en las sombras que se alargan a nuestra espalda.

Rocha, febrero de 2007


GUSTAVO LESPADA
URUGUAY

275
Describir

La clave de la operación es el menudeo, la administración fraccionada. Se


transacciona desde cada dato. Describir es romper la soledad de las impresiones
únicas. Desgastar el imperio del sentimiento. Verlo mezclado. Hacerlo entrar en
las reglas de la vida corriente.
Un sentimiento nunca es uno solo. Hace falta tacto de ciego para palpar
ese nudo. Otra razón que justifica tomarse el trabajo de entrar en detalles.

TATIANA OROÑO
URUGUAY
De Morada Móvil (Uruguay, 2004)

276
Esto es lo otro

Me gusta escribir sobre los chiquilines y sobre cosas que pasan en los
salones de clase. Un montón de ellas se repiten porque el sistema es rutinario.
Como las rutinas son desordenadas por lo más jóvenes no es fácil el ejercicio
ordenado de aquéllas: se iba a hacer esto y resulta que hay que hacer lo otro
(rompieron un banco, se apretaron un dedo, desapareció un cuaderno o la plata,
tiene mononucleosis, se peleó con el novio, dice que lo van a agarrar a la salida).
Eso confunde un poco porque esto no puede quedar sin hacer aunque deba
atenderse a eso, que es lo otro. Y además porque la rutina de timbres y señales
—más compleja en un liceo privado que en otro— enreda cuerpo y mente en su
exigente cadena de respuestas cuya calidad se mide en tiempo como la de un
Monza o la de un depósito a plazo fijo. (Puntualidad y presentismo son las
mejores prendas, sobre todo en un privado, de un profesor liceal que en general
es una profesora). A pesar de todo (la rutina y las confusiones de ruta que
dentro de ella se producen: ¿adónde me tocaba?, ¿al 2, el 3 o el 4?, ¿qué hora,
qué día es hoy?, ¿me toca subir o bajar?), llega el momento en que la puerta se
cierra a nuestras espaldas. Por fin solos. Adiós a la mirada que nos pescó
llegando a la puerta del salón cinco minutos después del timbre, y no dos, que
sería el máximo tolerable en un privado. Es una marejada de ojos que nos
salpica mientras se aquieta. Normalmente el resto de la clase es una tarea
marítima: vamos subiendo a bordo, soltamos amarras y remamos hacia adentro.
En ese aire limpio de la media hora que queda, en esas aguas calmas,
ocurre lo que nadie más que los que estuvimos podemos contar.

TATIANA OROÑO
URUGUAY
De Morada Móvil (Uruguay, 2004)

277
Química

La del químico es una curiosidad aliada a la sospecha y una forma


disimulada de la transgresión: es posible desenmascarar esto al mezclarlo con
aquello otro. Una cadena libre muestra cosas que la sustancia mantenía ocultas.
Quien se comporte como un químico, pero fuera de laboratorio, será
perseguido.

TATIANA OROÑO
URUGUAY
De Morada Móvil (Uruguay, 2004)

278
Uno

Me insistía: ―Helena está llena de paisajes. En sus ojos encontré aquel


camino al río (escapado de la escuela). Y otro día la vi de espaldas, y el viento
descubrió su cuello, y justo allí pasé ante un portal entrañable una tarde‖.
Para él, Helena era muchos lugares íntimos; no una geografía vasta y
extenuante como lo es para mí, que nunca pude acabar de desnudarla.

RAMÓN NÚÑEZ
VENEZUELA
De El hermano menor (UC, 2000)

279
Dos

A Teresa

A ella sólo le gustaban los caramelos verdes: compraba el paquetico de


caramelos, sacaba el verde y regalaba el resto, a cualquiera.
Entonces, a escondidas, yo compraba de aquellos caramelos y la besaba, la
besaba largamente.

RAMÓN NÚÑEZ
VENEZUELA
De El hermano menor (UC, 2000)

280
Tres

A Johanna y sus naves

Cualquier pequeño envoltorio que llegara a sus manos se convertía,


inevitablemente, en un barquito de papel.
Y se los encontraba después entre los libros, en los bolsillos... Era, en fin,
una flota numerosa y ubicua, y los incautos creían que sin rutas ni bitácoras.
Pero se hacían a la mar desesperados, hasta que el empapado barquito
volvía a ser envoltorio, es decir, naufragio.

RAMÓN NÚÑEZ
VENEZUELA
De El hermano menor (UC, 2000)

281
Cuatro

A Mariela

Aquella niña venía sólo en las vacaciones; y fue por esos días que él,
después de mucho esmero, terminó la cometa.
Esperó un vendaval y la cometa le fue pidiendo pabilo; se ladeaba
majestuosa a cada templón, y él era ese vuelo.
Pero lo llamó aquella niña tan esperada, tan ausente, y su alegría
incontrolable fue también esa cometa; aunque ahora suelta, escapando, botín de
otros niños.

RAMÓN NÚÑEZ
VENEZUELA
De El hermano menor (UC, 2000)

282
¿Por qué estás llorando tú, gafo?

Cuando Josefina murió, yo estaba orinando en el patio; recuerdo que esa


noche había llovido y que el solar estaba lleno de charcos. Yo acababa de
levantarme y me entretenía deformando mi reflejo en el agua.
En eso oí que alguien gritaba el nombre de Josefina y que lloraban en su
cuarto.
En mi rebeldía corté las cuerdas del columpio y desbaraté la pequeña casa
de palos y ramas y estrellé contra la pared las tortas de tierra que habíamos
guardado para el desayuno.
Después reconocí una voz que decía mi nombre y que se burlaba de mí
porque yo estaba tirado en el patio llorando.
Josefina me dijo que no les hiciera caso, que mientras yo ataba de nuevo el
columpio y volvía a armar nuestra casa, ella prepararía las tortas de tierra para
el desayuno.

RAMÓN NÚÑEZ
VENEZUELA
De El hermano menor (UC, 2000)

283
Datos biográficos y bibliográficos

Mariángeles Abelli Bonardi. Neuquén, 1974. Es profesora y traductora de


Inglés. Participó en la antología Escritura Furtiva (Neuquén, 2005). Asiste a
talleres literarios.

Cristian Aliaga. Darregueira, Buenos Aires, 1962. Reside en Comodoro


Rivadavia. Es periodista y docente universitario. Publicó cuatro libros de
poemas: Lejía (Buenos Aires, 1988), No es el aura de Kant (Buenos Aires, 1992), El
pasto azul (Buenos Aires, 1996) y Estancia La Adivinación (Buenos Aires, 1998). En
narrativa Música desconocida para viajes (Ediciones Deldragón, 2002). Es autor de
varias antologías. Dirige la Editorial Universitaria de la Patagonia y la revista
digital Revuelto Magallanes. Recibió el Primer Premio XXX Aniversario del
Fondo Nacional de las Artes.

Adrián Santiago Argento. Cinco Saltos, Río Negro, 1968. Licenciado en


Kinesiología y Fisioterapia. Becario en 2007 del Taller de Poesía del Ciclo
Pertenencias del Fondo Nacional de las Artes. Asiste a Talleres Literarios.

Paula Asencio. Cinco Saltos, Río Negro, 1964. Es profesora de música. Reside
en Neuquén desde 1987. Trabaja con niños en educación musical. Dirige el
Instituto Crecer con Música. Participó en la Antología Escritura Furtiva
(Neuquén, 2005).

Daniel Auer. Trieste, 1928. Reside en Neuquén desde 1974. Es Ingeniero


Agrónomo. Ha coordinado huertas comunitarias y el Club de Jardinería de
Neuquén. Asistió a talleres literarios. Participó en la antología Umbrales
(Neuquén, 1997).

Delia Isabel Baronio. Alejandro, Córdoba, 1944. Profesora en Ciencias


Económicas. Reside en Neuquén desde 1973. Asiste a talleres literarios.

284
Sandra Bianchi. Buenos Aires, Argentina. Es profesora en Letras. Coordina el
Taller Literario del Hospital de Día del Departamento de Salud Mental del
Hospital de Clínicas de la Ciudad de Buenos Aires. Fue coordinadora del Área
de Literatura de Malba-Colección Costantini. Se desempeña como editora,
crítica literaria, periodista y gestora cultural. Realiza trabajos para editoriales
nacionales y extranjeras. Publica artículos sobre arte y literatura. En 2006
organizó junto a Luisa Valenzuela y Raúl Brasca el ―Primer Encuentro Nacional
de Microficción‖ celebrado en Buenos Aires. Tiene un libro de microficciones en
preparación.

Raúl Brasca. Autor de cuentos y ensayos, se ha dedicado en los últimos años


especialmente a la microficción. En 1989 fundó, con otros escritores, la revista
Maniático Textual. Compiló varias antologías. Colabora en revistas de crítica
literaria y en el suplemento de cultura del diario La Nación. Ha publicado entre
otras obras: Las aguas madres, (Sudamericana, Buenos Aires, 1994), Todo tiempo
futuro fue peor (Thule Ediciones, Barcelona, 2004 y Mondadori, 2007), Antología
del cuento breve y oculto (Sudamericana, Buenos Aires, 2001, en colaboración con
Luis Chitarroni), Dos veces bueno - Cuentos brevísimos latinoamericanos (Desde la
Gente, Buenos Aires, 1996 y 2002), Dos reces bueno 2 - Más cuentos brevísimos
latinoamericanos (Desde la Gente, Buenos Aires, 1997), Dos veces bueno 3 - Cuentos
brevísimos de América y España (Desde la Gente, Buenos Aires, 2002).

Lucía Castello. Córdoba, 1957. Reside en Neuquén desde 1990. Es Nefróloga.


Asiste a talleres literarios. Participó en las Antologías Umbrales (Neuquén, 1997)
y Escritura Furtiva (Neuquén, 2005).

Marcela Ceballos. Buenos Aires, 1956. Cursa la carrera de Derecho. Asiste a


talleres literarios. Participó en la antología Escritura Furtiva (Neuquén, 2005).

Amadeo Alfredo Colantonio. Neuquén, 1979. Cursó estudios de


Cinematografía y de Filosofía. Participa en talleres literarios desde hace varios
años.

Malena Colantonio. Neuquén, 1974. Cursa consultoría inmobiliaria. Asiste a


talleres literarios desde hace algunos años.

Violeta Cribari. Buenos Aires, 1946. Reside en Neuquén desde 1990. Es Médica
Cardióloga Infantil. Participó en las Antologías Umbrales (Neuquén, 1997) y
Escritura Furtiva (Neuquén, 2005).

285
Fernando Dalmazzo. Buenos Aires, 1960. Reside en Neuquén desde 1990. Es
abogado y desempeña su profesión en temas relacionados con Derechos
Humanos.

Roberto Di Biase. Punta Alta, Buenos Aires, 1957. Reside en Neuquén desde
1986. Es Maestro mayor de obras. Asiste a talleres literarios.

Juan Ignacio Dorcazberro. Neuquén, 1976. Estudió periodismo. Publicó Lazos y


edades secretas (Buenos Aires, 2004).

Telma Forgione. Justiniano Posse, Córdoba, 1944. Reside en Neuquén desde


1972. Es Profesora en Ciencias Económicas. Asiste a talleres literarios. Participó
en la antología Escritura Furtiva (Neuquén, 2005).

Zulma Fraga. Realicó, La Pampa. Reside en Buenos Aires. Publicó Relatos del
piso 12 (1998), Marginales (2004), El músico y Angelita (2005). Ha obtenido
premios literarios y participado en muestras de plástica y literatura en
Argentina y Canadá. Integra el grupo de producción del programa de radio
―Contextos‖ de FM Radio Cultura de Buenos Aires.

Griselda Gambaro. Buenos Aires, 1928. Una de las escritoras más relevantes de
la literatura argentina. Sus obras dramáticas han sido presentadas en
prestigiosos escenarios de Latinoamérica y Europa. Ha publicado entre otras
obras: El desatino, (1965), Una felicidad con menos pena, (1965), Ganarse la muerte,
(1976/Norma 2002), Dios no nos quiere contentos, (1979/Norma 2003), Lo
impenetrable, (1984/Norma 2000), El mar que nos trajo, (Norma 2001), Los animales
salvajes, (Norma 2006). A esta última pertenece el texto publicado en esta
antología.

Nelly Gamondi. Olavarría, Buenos Aires, 1945. Reside en Neuquén desde 1978.
Es Profesora en Historia. Asiste a talleres literarios.

Haydée González. Bahía Blanca, Buenos Aires, 1953. Reside en la provincia de


Neuquén desde 1977 y desde 1981 en San Martín de los Andes. Es docente y ha
trabajado en forma permanente como promotora de lectura en escuelas y
bibliotecas populares. Integró el grupo fundador de la Biblioteca Popular del
Barrio El Arenal.

Eduardo Gotthelf. Buenos Aires, 1945. Vive en la Patagonia desde 1974. Es

286
Ingeniero de Petróleos. Realiza trabajos de consultoría. Publicó El sueño robado y
otros sueños (Ediciones Culturales de Mendoza) y Cuentos Pendientes,
(Ruedamares, Neuquén 2007). También ha publicado en antologías de Editorial
Ruedamares y de Editorial Sudamericana.

Gladys Iglesias. Puerto de Santa Cruz, 1960. Reside en Neuquén desde 1968.
Ha producido y conducido programas de radio y televisión. Trabaja en el
ámbito judicial. Participa en talleres de escritura, desde hace varios años.

Guillermo Inda. Neuquén, 1956. Diseñador industrial, escritor y artista


plástico. Es productor de ediciones artesanales. Realiza instalaciones literarias
en espacios institucionales.

Mireya Keller. Santiago de Chile. Reside en Argentina. Es Licenciada en


Filosofía. Ha obtenido numerosos premios literarios en Chile y en Argentina.
Ha publicado cuentos: El sol tenía escote en V (1987), El ojo en la cerradura (1996),
Veranos turbulentos (2004). Integra el grupo de producción del programa de
radio ―Contextos‖ de FM Radio Cultura de Buenos Aires. Su novela En el tren de
los muertos fue en 1997 Mención Honorífica del Fondo Nacional de las Artes.

Lilia Lardone. Córdoba, 1941. Licenciada en Letras Modernas. Desde 1988,


coordina talleres de escritura y corrección. Publicó poemarios, novelas, cuentos
y textos informativos, además de libros dirigidos a niños y jóvenes. Algunos de
sus títulos: Puertas Adentro, Esa chica y La fábrica de cristal, novelas; Vidas de
mentira y Papiros, cuentos; Pequeña Ofelia y Diario del río, poemas. Para público
infantil: Caballero Negro (novela que recibió el Premio Latinoamericano de
Literatura infantil 1999 de Norma/Fundalectura, Bogotá), Los Picucos y Los
asesinos de la calle Lafinur.

Daniela Laurenzi. Neuquén, 1974. Es docente. Ha coordinado talleres de


lectura y escritura para niños y adolescentes. Becaria en 2007 del Taller de
Poesía del Ciclo Pertenencias del Fondo Nacional de las Artes. Uno de sus
cuentos fue seleccionado en el concurso de relatos ―Neuquén Joven Escribe
2005‖. Desde 2003 participa en talleres literarios.

Jorge Ariel Madrazo. Buenos Aires, 1931. También traductor y narrador. Ha


publicado poemarios, Blues de Muertevida (1984), Cuerpo Textual (1987, LAR,
Chile, Premios Nacional-Regional y Municipal Ciudad de Buenos Aires),
Cantiga del Otro (1992), Para amar a una deidad (1998), De mujer nacido (2003) y

287
Teoría sobre Ella (2006). Integra el Consejo de la revista ―Trilce‖ (Concepción,
Chile). Publicó el libro de relatos La mujer equivocada (2006).

Omar Mansilla. Buenos Aires, 1966. Radicado en Neuquén desde 1973. Asiste a
Talleres literarios. Trabaja como empleado administrativo.

Griselda Martínez. San Rafael, Mendoza, 1976. Reside en Neuquén desde 1978.
Cursó el Profesorado en Letras. Coordina talleres de lectura y escritura para
niños y adolescentes. Participó en las antologías Umbrales (Neuquén, 1997) y
Escritura Furtiva (Neuquén, 2005).

Yoly Marzialetti. Alien, Río Negro, 1953. Es Fisioterapeuta. Reside en Neuquén


desde 1978. Asiste a Talleres literarios. Participó en la antología Escritura Furtiva
(Neuquén, 2005).

Hugo Mujica. Buenos Aires, 1942. Estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología
Filosófica y Teología. Ha publicado ensayos: Kirie Eleison (1991), Kénosis (1992),
La palabra inicial (1995), Flecha en la niebla (1997), Poéticas del vacío (2002). Su obra
poética ha sido editada en Argentina, España e Italia y reunida en Poesía
completa (Seix Barral, 2007). Solemne y mesurado, en (1990), fue su primer libro de
cuentos. Y acaba de publicar Bajo toda la lluvia del mundo, (Seix Barral, 2008).

Mercedes Morillo. Nació en el Buque Cabo de Buena Esperanza, de bandera


española. Reside en Neuquén desde 1982. Es Psicóloga social. Participó en la
Antología Escritura Furtiva (Neuquén, 2005).

Lilí Muñoz. Victoria, Entre Ríos. Reside en Neuquén. Profesora en Letras y


Especialista en Literatura Hispanoamericana del Siglo XX, Magíster y
Especialista en Didáctica. Ha publicado en narrativa Cueva de la Barda y otros
relatos (1997), Clara de Huevo (2001), Pupilas del desierto (2003), en poesía: Catedral
de Pinares (1999) y Puro limón y azúcar (2006).

Marcelo Oscar Paladino. Buenos Aires, 1965. Reside en Neuquén desde 1988.
Licenciado en Educación Física, trabajó en escuelas primarias durante dieciocho
años. Desarrolla en esta disciplina una investigación respaldada en principios
teológicos, en busca de una mejor calidad de vida. Asiste a talleres literarios.

Osvaldo Pellín. Buenos Aires, 1940. Reside en Neuquén desde 1965. Participó
en la elaboración y aplicación del Plan de Salud de la Provincia entre 1970 y

288
1976. Fue diputado Nacional en dos períodos. Ha publicado Afuera de nosotros y
otros silencios (Ruedamares, Neuquén, 2006).

Juan Facundo Quiroga. San Martín de los Andes, Neuquén, 1943. Ejerció la
docencia en Cutral Co; reside en Neuquén. Publicó en narrativa Había una vez
un juez, (Ruedamares, 2008).

Andrea Fernanda Quirós. Buenos Aires, 1965. Reside en Neuquén desde 1995.
Es docente y asiste a talleres de escritura. Participó en la antología Escritura
Furtiva (Neuquén, 2005).

María Cristina Ramos. San Rafael, Mendoza, 1952. Reside en Neuquén desde
1978. Es profesora de Lengua y Literatura. Trabajó en todos los niveles
educativos y en capacitación docente. Coordina talleres literarios en la
provincia desde 1980. Sus libros de literatura para niños y jóvenes se publican
en Argentina, Méjico, Colombia y España. Publicó La secreta sílaba del beso
(Ruedamares 2003), microficciones, muchas de las cuales fueron luego
reproducidas en antologías de España y Latinoamérica. Dirige desde 2002 la
Editorial Ruedamares.

Orlando Romano. San Miguel de Tucumán, 1972. Periodista y escritor. Se


desempeña como cronista en diversas publicaciones gráficas de España y
Argentina, entre ellas el diario La Nación de Buenos Aires. Coordina talleres de
escritura creativa en Castilla La Mancha. Obras publicadas: Cuentos de un minuto
(Primer Premio de Narrativa otorgado por el Centro Argentino para el
Desarrollo y Difusión de Autores Noveles, 1999), Perro-diablo, novela (Editorial
Progreso, México D.F., 2007), Escritores preferidos de nuestros escritores
(Entrevistas, Ediciones Desde la Gente, Buenos Aires, 2007).

María Inés Russo. Cipolletti, Río Negro, 1963. Reside en Neuquén desde 1970.
Es Técnico en Administración de Recursos Humanos. Es cuentacuentos y
participó en la Antología Escritura Furtiva (Neuquén, 2005).

Guillermo Saavedra. Buenos Aires, 1960. Es poeta, editor, crítico de literatura y


teatro y periodista cultural de extensa trayectoria. Publicó los libros de poesía
Caracol (1989), Tentativas sobre Cage (1995), El velador (1998) y La voz inútil (2003),
además de los volúmenes de cuentos en verso para niños Pancitas argentinas
(Alfaguara, 2000) y Cenicienta no escarmienta (Alfaguara, 2003) y numerosas
antologías. En 2001, recibió una beca de la Fundación Guggenheim para trabajar

289
en un nuevo libro de poesía. Actualmente, es editor de Losada en la Argentina,
director de publicaciones del Complejo Teatral de Buenos Aires y de la revista
de cultura Las ranas.

Virginia Scioscia. Mar del Plata, 1965. Reside en Neuquén desde 1986.
Cartógrafa de profesión, realizó para la Municipalidad de Neuquén un plano
táctil de la ciudad para no videntes. Asiste desde hace varios años a talleres
literarios. Participó en la antología Escritura Furtiva (Neuquén, 2005).

María Luz Sepúlveda. Plaza Huincul, Neuquén, 1983. Cursa el Profesorado de


Historia en la UNCO. Participó en la antología Escritura Furtiva (Neuquén,
2005).

Ana María Shua. Buenos Aires, 1951. Ha publicado más de cuarenta libros.
Novelas: Soy Paciente, Premio Editorial Losada; Los amores de Laurita, El libro de
los recuerdos (Beca Guggenheim) y La muerte como efecto secundario (Premio Club
de los XIII y Premio Municipal Ciudad de Buenos Aires). Libros de
microrrelatos: La sueñera, Casa de Geishas, Botánica del caos y Temporada de
fantasmas. Libros de cuentos: Los días de pesca, Viajando se conoce gente y Como una
buena madre. Con Miedo en el sur obtuvo el Premio Municipal Ciudad de Buenos
Aires en el género cuento. Recibió premios nacionales e internacionales por su
producción infantil-juvenil. Integra antologías editadas en diversos países del
mundo. Algunas de sus novelas han sido publicadas en Brasil, España, Italia,
Alemania y los Estados Unidos.

Mariana Sirote. Buenos Aires, 1956. Bailarina y coreógrafa. Reside en Neuquén


desde 1988. Fundadora y directora de la Escuela Experimental de Danza
Contemporánea y de la Compañía Locas Margaritas. Participa en talleres
literarios.

Estela Smania. Paraná, Entre Ríos. Abogada y Notaria egresada de la UNC.


Reside en Córdoba. En infantil y juvenil publicó, entre otros: Día de Visitas,
Cambalache, La noche de los ruidos, ¡Ay, Renata!, Pido gancho I y II, El niño que
perdió su nombre, Girasol al sol, Jacinto, Los Malaventurados, Bajo siete llaves, El
Talliem Real. Para adultos, cuentos, novelas y libros de poesía. Triste Eros, La
última puerta, La Conjetura, Intemperie, Piedra Menuda. Ha recibido distinciones a
nivel provincial, nacional e internacional.

Raúl Tamargo. Buenos Aires, 1958. Cursó Lengua, Literatura y Latín. Participó

290
en distintos talleres literarios. Integró el grupo ―La Nuez‖ de estudios en
literatura infantil. Coordinó talleres literarios en Buenos Aires, Lobos y Carlos
Casares. Publicó el poemario Los otros cómo juegan, A Capella, (1995) y la novela
infantil Por la ventana de Sol, Premio Libresa, Ecuador, 2001. Participó en
antologías de poesía. Fue encargado de redacción de la revista Una de CAL
(1993-2002). Colabora con la revista Imaginaria. Es propietario de la librería El
hablador.

Orlando Van Bredam. Villa San Marcial, Entre Ríos, 1952. Reside desde 1975 en
El Colorado, Formosa. Es profesor en Letras y Licenciado en gestión educativa.
Dicta Literatura Iberoamericana y Teoría y Crítica Literaria en la Universidad
Nacional de Formosa. Libros de cuentos editados: Fabulaciones (1989), Simulacros
(1991), La vida te cambia los planes, minificciones, (1994), Las armas que carga el
diablo (1996), editado con apoyo de Fundación Antorchas y Música de entonces,
(2005). Publicó también las novelas Colgado de los tobillos (Formosa, 2001), Nada
bueno bajo el sol (2004) y Teoría del desamparo, (Premio Emecé de Novela, 2007).
Ha sido traducido al portugués, al francés y al flamenco.

Luisa Valenzuela. Nació en Buenos Aires, donde reside actualmente. Vivió diez
años en Nueva York; dictó talleres literarios en NYU. Sus libros más recientes
son: Cuentos Completos y uno más, Editorial Alfaguara, México, La travesía
(novela), Los deseos oscuros y los otros (diario de NY), Cambio de armas (primera
edición argentina, cuentos de 1979), El placer rebelde (antología general de su
obra), Fondo de Cultura Económica, 2003, Brevs, (microrrelatos) Alción Editora
2004.

Analía Velilla. Choele Choel, Río Negro 1961 – Cipolletti, 2008. Bioquímica,
Cuentacuentos. Durante varios años participó en talleres literarios. Integra la
Antología Escritura Furtiva (Neuquén, 2005).

Homero Carvalho Oliva. Bolivia, 1957. Ha publicado entre otros libros:


Biografía de un otoño, El Rey Ilusión, Seres de Palabras, Territorios invadidos y Ajuste
de Cuentos. Integra varias antologías bolivianas como Antología del cuento
boliviano contemporáneo, Antología del Cuento erótico, The fatman from La Paz e
internacionales entre las que se destacan El nuevo cuento latinoamericano,
Ediciones del norte; Antología del cuento latinoamericano del siglo XXI, de Julio
Ortega, Editorial siglo XXI y Se habla español, Alfaguara. Su novela Memoria de
los espejos mereció el Premio Municipal de Novela en 1995. Otras: El espíritu de
las cosas, Santo Vituperio, La ciudad de los inmortales, El tesoro de las guerras. En

291
poesía Las puertas, Los Reinos Dorados. Cuento súbito reúne sus microcuentos.

Diego Muñoz Valenzuela. Constitución, Chile, 1956. Como cuentista ha


publicado: Nada ha terminado, Lugares secretos (1993), Ángeles y verdugos (2002),
Déjalo ser, (2003), De monstruos y bellezas (2007). Como novelista: Todo el amor en
sus ojos (1990), Flores para un cyborg (1997). Ha sido incluido en cuarenta
antologías publicadas en Latinoamérica y Europa.

Pía Barros. Melipilla, Chile 1956, Narradora y tallerista. Como cuentista ha


publicado: Miedos Transitorios (De a uno, de a dos, de a todos) (1985). A Horcajadas
(1990), Signos bajo la piel (1994), Los Que Sobran (2002), Ropa Usada, microcuentos
(2000), Llamadas perdidas, microcuentos (2006). También El Tono Menor del Deseo,
novela, (1991). Lo Que Ya Nos Encontró, novela digital, (2001). Aparece en más de
treinta antologías, tanto de Chile, como de Estados Unidos, Italia, Alemania,
Hawai, Rusia, Francia, Venezuela, Costa Rica y otros. Es directora, desde 1976,
del Centro de Talleres Literarios Ergo Sum y de Ediciones Asterión.

Evelio Rosero. Bogotá, Colombia, 1958. Cursó Comunicación Social en la


Universidad Externado de Colombia. Es autor de la trilogía novelística Primera
vez, integrada por Mateo solo (1984), Juliana los mira (1986, traducida al sueco,
noruego, danés, finlandés y alemán) y El incendiado (1988, II Premio Pedro
Gómez Valderrama a la mejor novela colombiana publicada en el quinquenio
1988-1992). Sus novelas posteriores, Señor que no conoce la luna (1992), Las
muertes de fiesta (1995), Plutón (2000), Los almuerzos (2001) y En el lejero (2003) así
como sus libros de relatos Las esquinas más largas (1998) y Cuento para matar un
perro y otros cuentos (1989), han sido tema de estudio y tesis universitarias. En
2006 obtuvo en Colombia el Premio Nacional de Literatura, otorgado por el
Ministerio de Cultura. En el mismo año, el Premio Tusquets, con Los ejércitos,
una novela sobre la violencia colombiana.

Triunfo Arciniegas. Málaga, Colombia. Ha publicado El cadáver de sol, En


concierto, Noticias de la niebla y El jardín del unicornio y otros lugares para hombres
solos. Para niños, La silla que perdió una pata y otras historias, El león que escribía
cartas de amor, La media perdida, Los casibandidos que casi roban el sol, El Superburro,
El vampiro y otras visitas, La sirena de agua dulce, entre otros. Con Las batallas de
Rosalino obtuvo el VII Premio Enka de Literatura Infantil, con Caperucita Roja y
otras historias perversas el Premio Comfamiliar del Atlántico, con La muchacha de
Transilvania y otras historias de amor el Premio Nacional de Literatura de
Colcultura, con Torcuato es un león viejo el Premio Nacional de Dramaturgia y

292
con La negra y el diablo el Premio Nacional de Literatura Parker. Su obra forma
parte de las antologías Colombia à choer ouvert (París, 1991) y Und träumten vom
Leben: Erzählungen aus Kolumbien (Zürich, 2001).

Edmundo Retana. San José, Costa Rica, 1956. Impartió conferencias y coordinó
talleres literarios en Guayaquil, Ecuador, por invitación de la Universidad
Católica de Guayaquil y la Sociedad Ecuatoriana de Escritores. Autor de Los
bailes íntimos (1991), Las sílabas de la tierra (1995) y Pasajero de la lluvia, (2006). Su
obra poética aparece publicada en varias antologías de Costa Rica y América
Latina.

Anette María Jiménez Marata. La Habana, 1983. Licenciada en Letras, 2006 en


la Facultad de Artes y Letras, Universidad de La Habana. Actualmente labora
en el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello. Colabora con
distintas revistas del país como Cubaliteraria, Extramuros, Movimiento y
Palabra nueva. Investiga temas relacionados con la literatura para niños y el
análisis del discurso en el rap cubano.

Enrique Pérez Díaz. La Habana, Cuba 1958. Escritor, periodista, investigador,


crítico y promotor cultural. Autor de la serie policial Los Pelusos, (editada entre
1990 y 1993). También de Inventarse un amigo (Bilbao, 1993), El (des) concierto de
los gatos (México, 1995), Los extraños oficios de abuela bruja (Bilbao, 1996), Escuelita
de los horrores (La Habana, 1999), El niño que conversaba con la mar (Barcelona,
1999), Micifúz y Minino son grandes amigos (Ediciones SM, España, 2000), Las
cartas de Alain (Ed. Anaya, Madrid, 2001), El baile de los tres diablos (Bolivia,
2003), Fábulas de antes para contar siempre (Madrid, 2003) y El fantasma soñador y la
princesa, (Colombia, 2005).

Mirta Yáñez. La Habana, Cuba, 1947. Doctora en Ciencias Filológicas, y


Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas. Ha publicado en poesía Las
visitas (Imprenta Universitaria, La Habana, 1971), Notas de clase (Ministerio de
Cultura, La Habana, 1989), Algún lugar en ruinas (Unión, La Habana, 1997),
Poesía casi completa de Jiribilla el Conejo (Gente Nueva, La Habana, 1994). Cuento:
Todos los negros tomamos café (Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1976), El
diablo son las cosas (Letras Cubanas, La Habana, 1988 y 2000). Novelas: La hora de
los mameyes (Letras Cubanas, La Habana, 1983). Ensayos, Cubanas a capítulo,
(Oriente, Santiago de Cuba, 2000), La narrativa romántica en Latinoamérica (Letras
Cubanas, La Habana, 1990). También numerosas antologías.

293
Solange Rodríguez Pappe. Guayaquil, Ecuador, 1976. Licenciada en Literatura
y Comunicación. Coordina talleres de escritura. Como cuentista ha publicado
Tinta sangre, (2000). En 2005 Dracofilia, microrrelatosy poesía. En 2007 El lugar de
las apariciones, narrativa breve. Escribe artículos literarios para varias
publicaciones y medios de comunicación.

Alfonso Kijadurías. Quezaltepeque, El Salvador, 1940. Ha vivido en Madrid,


París, Nueva York y Vancouver, haciendo de traductor y otros oficios. Participó
durante dos décadas junto a los poetas de la Generación Comprometida en
publicaciones como la revista La Pájara Pinta. Obtuvo varios galardones por su
obra poética como dos menciones honoríficas consecutivas en el certamen Casa
de las Américas en el 69 y el 70 por El Otro Infierno y Sagradas Escrituras,
respectivamente. Algunas obras: Toda Razón Dispersa (Antología, 1998), Reunión
(Antología, 1992), Obscuro (1997), Es Cara Musa (1997). También ha escrito obras
en prosa, desde Cuentos (San Salvador, 1971) hasta Gravísima, altisonante,
mínima, dulce e imaginada historia (1967-1991).

Javier Payeras. Guatemala, 1974. Narrador, poeta y ensayista, ha publicado


Ruido de Fondo (Novela 2003 y 2006), Soledadbrother (2003), Afuera (Novela 2006),
Poesía Incompleta (Antología ebook 2006) y (...) y Once Relatos Breves (Cuento
2000 y 2007). Sus ensayos han sido incluidos en diversas revistas y antologías
especializadas en Latinoamérica, Europa y Estados Unidos. Actualmente
escribe reseñas literarias para Revista Recrearte, Revista de la Universidad de
San Carlos y sophosenlinea.com, así como la columna de opinión ―El Intruso‖
en el diario Siglo XXI en Guatemala.

Elena Dreser. Cipolletti, Río Negro, Argentina, 1946. Reside en Estado de


Morelos, México, desde 1969. Es maestra de español y literatura. Ha publicado
más de diez títulos de Literatura Infantil en editoriales de México y España.

Marcial Fernández. Ciudad de México, 1965. Tiene publicado el microrrelatario


Andy Watson, contador de historias (Daga Editores, 1997, 2001 y 2002; Ficticia
Editorial, 2005; Molino de Letras, 2007) y la novela Balas de salva, (Ficticia
Editorial, 2003). Además, con el pseudónimo de Pepe Malasombra, es autor de
siete libros de temas taurinos.

Andira Watson. Caribe Nicaragüense, 1977. Licenciada en Relaciones


Internacionales con estudios de Maestría en la misma disciplina. Actriz
graduada de la Escuela Nacional de Teatro. Autora del poemario Más excelsa que

294
Eva, Fondo Editorial CIRA, 2002. Fue miembro del Consejo Editorial de la
Revista Literaria Horizonte de Palabras y es colaboradora de las revistas
Deshonoris Causa de León y de la Asociación Nicaragüense de Escritoras,
ANIDE. Ha publicado en antologías.

Enrique Jaramillo Levi. Colón, Panamá, 1944. Cuentista, poeta y ensayista,


también es profesor universitario, editor, investigador, antologista y promotor
cultural. Ha publicado más de 50 libros entre colecciones de cuentos,
poemarios, obras de teatro, colecciones de ensayos y antologías en torno a la
literatura mexicana, centroamericana y panameña. Algunos de sus libros de
cuentos son: Duplicaciones (1973); Caracol y otros cuentos (1998), Luminoso tiempo
gris (2002), En un abrir y cerrar de ojos (2002), En un instante y otras eternidades
(2006), La agonía de la palabra (2006), Gato encerrado (2006), Cuentos enigmáticos
(2006), Todo es nuevo bajo el sol (2007), Secreto a voces (2008) y Justicia poética
(2008). Su poemario más reciente es: Entrar saliendo (2006), mientras que su libro
de ensayos más reciente es: Gajes del oficio (2007).

Mario Halley Mora. Coronel Oviedo, Paraguay, 1926 - Asunción, 2003. Fue
periodista, narrador, poeta y autor de teatro. De su abundante producción
dramática sobresalen En busca de María, El juego del tiempo, Magdalena Servín,
Interrogante y Un rostro para Ana. También escribió el libreto de la zarzuela
paraguaya Loma Tarumá, en yopará (guaraní-castellano). Su producción
narrativa incluye novelas y cuentos, entre los que se destacan La quema de Judas
(1965), Los hombres de Celina (1981), Cuentos, microcuentos y anticuentos (1987),
Memoria adentro (1989), Amor de invierno (1992), Manuscrito alucinado (1993), Ocho
mujeres y los demás (1994) y, la última novela, Cita en el San Roque (1999). Es
además autor de un poemario, Piel adentro (1967). En 1999 Halley Mora recibió
la Condecoración Honor al Mérito, concedida por el Estado Paraguayo, y en
2001 ganó el Premio Nacional de Literatura.

Isaac Goldemberg. Chepén, Perú, 1945. Reside en Nueva York desde 1964. Es
autor de trece libros de poesía, tres novelas, dos libros de relatos, tres obras de
teatro y una antología de literatura judía latinoamericana: El gran libro de
América judía. En el 2001, su novela La vida a plazos de don Jacobo Lerner fue
seleccionada por el National Yiddish Book Center de E.E.U.U. como una de las
100 obras más importantes de la literatura judía mundial de los últimos 150
años. Sus publicaciones más recientes son Libro de las transformaciones (2007),
Tierra de nadie (2006), Los cuerpos y las cuentas (2006), La vida son los ríos (2005),
Los Cementerios Reales (2004) y Golpe de gracia (2003). Actualmente, es Profesor

295
Distinguido en Eugenio María de Hostos Community College de la City
University of New York, donde también dirige el Instituto de Escritores
Latinoamericanos y la revista internacional de cultura Hostos Review.

Jorge Díaz Herrera. Celendín, Cajamarca, Perú, 1941. Ejerció la docencia


universitaria en el Perú y en España. Ha publicado en poesía Orillas
(Aguafiestas, 1974), Mi amigo caballo (cuentos, 1980), Alforja de ciego (1975),
Cuéntame lo que nos pasa (2004), Historias para contar, reír y jugar (cuentos para
niños, 2005), Sones para los preguntones (divertimento familiar en verso, 2005).
Novelas: La agonía del inmortal (1985), Por qué morimos tanto (1995), La colina de
Irupé (2003), Pata de perro (2007). Actualmente reside en las afueras de Lima.

María Luisa del Río. Lima, Perú, 1968. Periodista y narradora. Se ha


especializado en el relato corto y es aficionada a la fotografía. Es autora del libro
No mires atrás (Solar, Lima 2006). Colabora con las revistas Somos, Aqua, Cosas,
elgourmet.com, Rolling Stone, Etiqueta Negra y Dedomedio. Ha vivido en
Manhattan, en la costa norte del Perú, donde administró el bar La Tribu; y en la
selva amazónica, donde trabajó en un proyecto de desarrollo con comunidades
jíbaras, dirigiendo un boletín de noticias. Acaba de publicar el libro Cusco
Bizarro (Aguilar, 2008), después de una larga estadía en el Valle Sagrado de los
Incas.

Enrique Estrázulas. Montevideo, Uruguay, 1942. También fue bancario y


periodista. En 1968 creó el semanario Brecha con un grupo de amigos. Trabajó
en el diario El Día y colaboró con otras publicaciones rioplatenses como El País,
La Opinión y Somos. Fue agregado cultural en distintas embajadas uruguayas
(Roma, París, Buenos Aires). Ha publicado en poesía El sótano y otros poemas,
Fueye, Caja de tiempo; en cuento, Los viejísimos cielos, Soledades pobladas de mujeres;
en novela, Pepe Corvina, Lucifer ha llorado.

Gustavo Lespada. Fray Bentos, 1953. Reside en Argentina desde 1974. Es


Docente e investigador de Literatura Latinoamericana en la Carrera de Letras
de la UBA. Ha publicado Naufragio (Libros de Tierra Firme, 2005), Esa promiscua
escritura, (Alción, 2002), e Hilo de Ariadna, (Ultimo Reino, 1999). Fue co-editor de
una antología crítica de Noé Jitrik, Suspender toda certeza, (Biblos, 1997). Obtuvo
el premio Juan Rulfo 2003 (categoría ensayo literario), y un premio de la
Academia Nacional de Letras del Uruguay en 1997. Miembro del Consejo de
Redacción de la Revista Zama del Instituto de Literatura Hispanoamericana
(UBA) y de la Revista virtual Everba, Berkeley (EEUU).

296
Tatiana Oroño. San José, Uruguay, 1947. Profesora de Literatura egresada del
IPA, Profesora de Lengua y Literatura Españolas, AECI, Madrid. Cursó
Maestría en Literatura Latinoamericana. Crítica literaria y de arte, colabora
regularmente con el semanario Brecha. Participó en la organización del Primer
Encuentro de Literatura Uruguaya de Mujeres, Montevideo, 2003. Es autora de
catálogos de arte y colaboradora en publicaciones colectivas de arte y literatura.
Ha publicado entre otras obras: Morada móvil, (Editorial Artefacto, Montevideo,
2004), Tout fut ce qui ne fut pas / Todo tuvo la forma que no tuvo, (edición bilingüe,
Autres Temps-Les Écrits des Forges, Marsella, 2002), La piedra nada sabe, (Hum
Editor, Colección Estuario, Montevideo 2008).

297
Índice

Agradecimientos ............................................................................................................ 4
Acerca de esta Antología .............................................................................................. 5
Prólogo ............................................................................................................................ 6

Luisa Valenzuela - Argentina


Absoluto ........................................................................................................................ 13
En Mónaco .................................................................................................................... 14
Pescadores..................................................................................................................... 15
Avispaditos ................................................................................................................... 16
Consecuente.................................................................................................................. 17
Así es la cosa ................................................................................................................. 18

Raúl Brasca - Argentina


Hermanos...................................................................................................................... 19
Salmónidos ................................................................................................................... 20
El mundo proyectado .................................................................................................. 21
Revelación de la música .............................................................................................. 22
El otro ............................................................................................................................ 23
Sobre un tema de Felisberto ....................................................................................... 24

Ana María Shua - Argentina


La desmemoria ............................................................................................................. 25
Hombre sobre la alfombra .......................................................................................... 26

Analía Velilla - Argentina


Prohibido....................................................................................................................... 27
Huida ............................................................................................................................. 28

298
Otros jardines ............................................................................................................... 29
Terrestres....................................................................................................................... 30

Lilia Lardone - Argentina


En tránsito ..................................................................................................................... 32

Mireya Keller - Argentina


Ojos azules .................................................................................................................... 34
Una mariposa naranja ................................................................................................. 35
Los perros...................................................................................................................... 36

María Rosa Lojo - Argentina


El señor Santiago.......................................................................................................... 37
Museos de palacio ....................................................................................................... 38
Santa María Tonantzintla ........................................................................................... 39
Las Siniguales. Su definición improbable ................................................................ 40
La reproducción de las Siniguales ............................................................................. 42
La levitación de las Siniguales ................................................................................... 44

Hugo Mujica - Argentina


Un hombre .................................................................................................................... 46

Roberto Di Biase - Argentina


El rincón ........................................................................................................................ 47
El mago .......................................................................................................................... 48

Juan Ignacio Dorcazberro - Argentina


Resumen de a dos ........................................................................................................ 49
La pampa ...................................................................................................................... 50

Lilí Muñoz - Argentina


Luna de agua ................................................................................................................ 51
El año dio la vuelta ...................................................................................................... 52

Mercedes Morillo - Argentina


La vigilia ........................................................................................................................ 53

299
Esteban Valentino - Argentina
Amor a la especie ......................................................................................................... 54
Relax .............................................................................................................................. 55
Decisión ......................................................................................................................... 56

Raúl Tamargo - Argentina


Bestiario ......................................................................................................................... 57
Nepal ............................................................................................................................. 58
Lo ilusorio ..................................................................................................................... 59

Malena Colantonio - Argentina


Azul profundo.............................................................................................................. 60
Carencia......................................................................................................................... 62

Jorge Ariel Madrazo - Argentina


Manía de sabio ............................................................................................................. 64
El león ............................................................................................................................ 65
Niños.............................................................................................................................. 66

Mónica Silvina Cancelo - Argentina


Ella y él .......................................................................................................................... 67

Marcela Ceballos - Argentina


Bocetos ........................................................................................................................... 68
Número impar.............................................................................................................. 69
Parpadeos...................................................................................................................... 70
Memorias ...................................................................................................................... 71

Marcelo Oscar Paladino - Argentina


Pelirroja ......................................................................................................................... 72
Fantasmas en la pecera ............................................................................................... 73

Daniel Auer - Argentina


El viaje ........................................................................................................................... 74
Clavel del aire ............................................................................................................... 75
Gallo ............................................................................................................................... 76

300
Osvaldo Pellín - Argentina
Jack y el afilador ........................................................................................................... 77
El caballo carneado ...................................................................................................... 78
Entre nosotros .............................................................................................................. 80

Gladis Iglesias - Argentina


Sur .................................................................................................................................. 81
En el muelle .................................................................................................................. 82
Partidas.......................................................................................................................... 83

Virginia Scioscia - Argentina


Al polvo vamos ............................................................................................................ 84
El hilo ............................................................................................................................. 85
Retrato ........................................................................................................................... 86

Yoli Marzialetti - Argentina


Invisibles ....................................................................................................................... 87
Abandonos .................................................................................................................... 88
La rampa ....................................................................................................................... 89

Violeta Cribari - Argentina


En la ruta ....................................................................................................................... 90
La última cita ................................................................................................................ 91
La estrategia de las hilachas ....................................................................................... 92

Griselda Martínez - Argentina


La voz ............................................................................................................................ 94
El barril .......................................................................................................................... 95
Señales ........................................................................................................................... 96
Nunca nadie.................................................................................................................. 98

Amadeo Colantonio - Argentina


El desvelo del oráculo ................................................................................................. 99
Pan triste ..................................................................................................................... 100
Caídas .......................................................................................................................... 101
Eco eterno.................................................................................................................... 102

301
María Inés Russo - Argentina
Domingo ..................................................................................................................... 103
Vecindad ..................................................................................................................... 104
Velorio ......................................................................................................................... 105

Daniela Laurenzi - Argentina


Ángeles de ajedrez..................................................................................................... 106
Ventana ....................................................................................................................... 107
Epílogo ........................................................................................................................ 108

Paula Asencio - Argentina


El reo ............................................................................................................................ 109
Nacimiento.................................................................................................................. 110
Los dos sonidos .......................................................................................................... 111
De las apariciones ...................................................................................................... 112

Telma Forgione - Argentina


El piano........................................................................................................................ 113
Quejas varias .............................................................................................................. 114

Sandra Bianchi - Argentina


Espejito, espejito......................................................................................................... 115
Fauno ........................................................................................................................... 116

Omar Mansilla - Argentina


Pasional ....................................................................................................................... 117
Pausa ............................................................................................................................ 118
Desastres / alegrías ................................................................................................... 120

Guillermo Saavedra - Argentina


Laiseca, el niño el taxidermista ................................................................................ 121
Una noche de Cavalcanti .......................................................................................... 122
El guitarrista equivocado.......................................................................................... 123
Flaubert encuentra a Bovary .................................................................................... 124

María Luz Sepúlveda - Argentina


Mi madre y la enfermedad mental .......................................................................... 125

302
De viajes ...................................................................................................................... 126
La razón del aire ........................................................................................................ 127

Juan Facundo Quiroga - Argentina


Travesía ....................................................................................................................... 128
Los caminos de las cabras ......................................................................................... 129

Adrián Argento - Argentina


Alimento ..................................................................................................................... 130
Novela breve .............................................................................................................. 131
El mar .......................................................................................................................... 132

Mariángeles Abelli Bonardi - Argentina


Letra y música ............................................................................................................ 133
Cacería ......................................................................................................................... 134
Espuma ........................................................................................................................ 135
La número uno ........................................................................................................... 136

Delia Baronio - Argentina


El bosque ..................................................................................................................... 137
Volver .......................................................................................................................... 138

Haydée González - Argentina


De la infancia .............................................................................................................. 139
Seso o insensatez ........................................................................................................ 140

Janet Dickinson - Argentina


Mente criminal ........................................................................................................... 141
De balde ...................................................................................................................... 142

Orlando Romano - Argentina


Micro-defensa ............................................................................................................. 143
Lujuria y decepción ................................................................................................... 144
Confesiones de mujer ................................................................................................ 145
Otros tiempos ............................................................................................................. 146
Fantasmas III .............................................................................................................. 147
El final III..................................................................................................................... 148

303
Estela Smania - Argentina
El banquete ................................................................................................................. 149
La crítica ...................................................................................................................... 150
Medias tintas .............................................................................................................. 151

Fernando Dalmazzo - Argentina


Suspendido en el andén ............................................................................................ 152
Ventanilla .................................................................................................................... 154
Escondite ..................................................................................................................... 155

Griselda Gambaro - Argentina


Bicho bolita ................................................................................................................. 156

Orlando Van Bredam - Argentina


Centauro...................................................................................................................... 157
Baile.............................................................................................................................. 158
En el ascensor ............................................................................................................. 159
Hombre desconfiado ................................................................................................. 160
Loro .............................................................................................................................. 161
Viejo oficio .................................................................................................................. 162

Eduardo Gotthelf - Argentina


Lágrimas de mujer ..................................................................................................... 163
Cuentos Pendientes 2 ................................................................................................ 164
Cuentos Pendientes 3 ................................................................................................ 165
Mentira histórica ........................................................................................................ 166

Mariana Sirote - Argentina


La vereda de enfrente ................................................................................................ 167
La sombra.................................................................................................................... 168
Delicias ........................................................................................................................ 169

Guillermo Inda - Argentina


El otro deseo del otro ................................................................................................ 170
Olvido .......................................................................................................................... 171

304
Lucía Castello - Argentina
Pasaje ........................................................................................................................... 172
Danza pagana ............................................................................................................. 173
Apología de la ingenuidad ....................................................................................... 174
La botella ..................................................................................................................... 175
El potro ........................................................................................................................ 176
El jardín ....................................................................................................................... 177

Andrea Quirós - Argentina


Alianza fraterna ......................................................................................................... 178
Huellas......................................................................................................................... 179
Sosiego ......................................................................................................................... 180

Nelly Gamondi - Argentina


Rayuela ........................................................................................................................ 181
Poca cosa ..................................................................................................................... 182
Magnolias .................................................................................................................... 183

Zulma Fraga - Argentina


Tango ........................................................................................................................... 185
La vida por delante.................................................................................................... 186

Cristian Aliaga - Argentina


Ojos de pupila brillante ............................................................................................ 187
Maledicencia ............................................................................................................... 188
Últimos herejes ........................................................................................................... 189

María Cristina Ramos - Argentina


La sombra.................................................................................................................... 190
Pronósticos .................................................................................................................. 191
Emboscados ................................................................................................................ 192
El beso.......................................................................................................................... 193

Homero Carvalho Oliva - Bolivia


Pachamama................................................................................................................. 194
Parábola de Pedro Yomeye ...................................................................................... 195
La vida es sueño ......................................................................................................... 196

305
Cábala .......................................................................................................................... 197
Parábola del tiempo perdido ................................................................................... 198

Evelio José Rosero Diago - Colombia


A la deriva................................................................................................................... 199
Miedo ........................................................................................................................... 200
La casa ......................................................................................................................... 201
Un hombre .................................................................................................................. 203

Triunfo Arciniegas - Colombia


El tamaño del miedo ................................................................................................. 204
Pequeños cuerpos ...................................................................................................... 205
En tinta verde ............................................................................................................. 206
Mientras mamá lava su cuerpo................................................................................ 207
Actos de fe................................................................................................................... 208
Poética ......................................................................................................................... 209

Edmundo Retana - Costa Rica


Del golpeteo de las mesas ......................................................................................... 210
De la casa que todos hicimos ................................................................................... 211

Anette María Jiménez Marata - Cuba


Mañana ........................................................................................................................ 212

Enrique Pérez Díaz - Cuba


La princesa del dragón.............................................................................................. 213

Mirta Yáñez - Cuba


El ―almohadón de plumas‖, como diría Quiroga ................................................. 215
Vulgar agnición .......................................................................................................... 217

Diego Muñoz Valenzuela - Chile


Orden ........................................................................................................................... 218
El ángel ........................................................................................................................ 219
Amor cibernauta ........................................................................................................ 220

306
Pía Barros - Chile
A los niños no se les golpea...................................................................................... 221
Paisaje urbano ............................................................................................................ 222
Baño de conjuros ........................................................................................................ 223
Rara vez peligrosa ..................................................................................................... 224
Callada......................................................................................................................... 225
Qué haría usted, dígame........................................................................................... 226

Solange Rodríguez Pappe - Ecuador


Hombre armado ......................................................................................................... 227
Tensión dramática ..................................................................................................... 229
Conversación de los amantes ................................................................................... 230
Un tal Cortázar ........................................................................................................... 231

Alfonso Kijadurías - El Salvador


El grito ......................................................................................................................... 232
El Estado...................................................................................................................... 233
Corrido ........................................................................................................................ 234
Impunidad .................................................................................................................. 235
Para vencer el insomnio ............................................................................................ 236
Encuentro-desencuentro ........................................................................................... 237

Javier Payeras - Guatemala


City............................................................................................................................... 238
Make up ...................................................................................................................... 239
Nociones de historia natural .................................................................................... 240

Elena Dreser - México


Atracción ..................................................................................................................... 241
Familia modelo........................................................................................................... 242

Marcial Fernández - México


El robo ......................................................................................................................... 243
Mefistófeles 24:8:79 .................................................................................................... 244
Epitafio de Borges ...................................................................................................... 245
Insensible .................................................................................................................... 246

307
Andira Watson - Nicaragua
El problema................................................................................................................. 247

Enrique Jaramillo Levy - Panamá


Sobreviviente .............................................................................................................. 248
Oídos sordos ............................................................................................................... 250
En resumidas cuentas................................................................................................ 251

Mario Halley Mora - Paraguay


Comienzo .................................................................................................................... 252
En el origen ................................................................................................................. 253
La pandorga................................................................................................................ 254
Dentro de 20 años ...................................................................................................... 255
Extremos ..................................................................................................................... 256

Isaac Goldemberg - Perú


Lección de Arte .......................................................................................................... 257
Lección de Ley............................................................................................................ 258
Nada ............................................................................................................................ 259

Jorge Díaz Herrera - Perú


Los muñecos de don Sebastián ................................................................................ 260
El árbol de la buena suerte ....................................................................................... 261
Entre jefes .................................................................................................................... 263

María Luisa del Río - Perú


Fuego ........................................................................................................................... 264
Compactado................................................................................................................ 265
La niña fuego .............................................................................................................. 266

Carmen Dinorah Coronado - Santo Domingo


Convergencias ............................................................................................................ 267

Enrique Estrázulas - Uruguay


El doblaje ..................................................................................................................... 269
Lo inasible ................................................................................................................... 270

308
Gustavo Lespada - Uruguay
Acaso la palabra ......................................................................................................... 271
Onírico III .................................................................................................................... 272
Condición .................................................................................................................... 273
La escritura descalza ................................................................................................. 274

Tatiana Oroño - Uruguay


Describir ...................................................................................................................... 276
Esto es lo otro ............................................................................................................. 277
Química ....................................................................................................................... 278

Ramón Núñez - Venezuela


Uno............................................................................................................................... 279
Dos ............................................................................................................................... 280
Tres............................................................................................................................... 281
Cuatro .......................................................................................................................... 282
¿Por qué estás llorando tú, gafo? ............................................................................. 283

Datos biográficos y bibliográficos ........................................................................... 284

309

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