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© De los autores
© Septiembre 2007, Editorial Ruedamares
info@editorialruedamares.com.ar
Elordi 3505 (8300) Neuquén
Patagonia, Argentina.
Dirección Editorial
Griselda Martínez
Diseño y Diagramación
Pablo Gabriel Muñoz
Arte de tapa
Jorge Frasca ―Luz después de la tormenta‖, Buenos Aires, Argentina
Acrílico sobre tela, medida 60 x 90 cm.
www.jfrasca.com
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Acerca de esta Antología
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Prólogo
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se publican no solo invitan a adentrase en un mundo posible de pocas líneas
sino también a interrogar la naturaleza del texto que se lee, tanto por su
extensión mínima o máxima, por su cercanía con el poema u otros géneros y
especulaciones que suscitan diversas incógnitas.
A la sorpresa de los finales eficaces, por mencionar uno de los mecanismos
que se activan en el acto de leer, se añade el eco sonoro de la Gran Pregunta
microexistencial, recurrente en entrevistas, congresos, talleres o grupos de
estudio que ―El dinosaurio‖ de Augusto Monterroso nos ha legado: ―¿Por qué
estas líneas son una ficción, por qué este es un microrrelato?‖. Más o menos así
enunciada, la duda que siembra ese texto fundante se actualiza cuando estos
objetos literarios, escurridizos, nos interpelan desde varios niveles. Y en todos
ellos, la incertidumbre abre el juego.
Por eso leer microficción es inaugurar un evento comunicativo complejo.
Si toda literatura celebra la tensión entre lo dicho y lo omitido, puede decirse
que las producciones breves construyen sus blancos de significado y sostienen
al lector en un estado de alerta y vacilación que no siempre se clausura con la
última línea del texto. Por el contrario, la relectura, proceso clave de la dinámica
microficcional, si bien tramita los enigmas planteados, puede colaborar para
fomentar o exacerbar esa tensión. Y esta intensidad que hace vibrar al lector da
paso al placer del texto.
En estas poéticas hay un espacio privilegiado para la representación de
este sujeto que debe redoblar la apuesta del modelo activo, a quien no se le
restan esfuerzos cognitivos y adquiere una suerte de entrenamiento en el riesgo
que implica ir al encuentro del sentido.
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mejores caracterizaciones las brindan algunas imágenes como las golosinas, las
balas, las botellas al mar, los rábanos picantes, las nueces y los bonsái, entre
otras tan creativas como sutiles.
La escritora María Cristina Ramos, antóloga de esta feliz selección, incluyó
junto a los textos breves otros escritos que contrastan por ser algo más extensos
aunque amparados en el aire de familia y ha elegido como emblema al
relámpago. ―Resplandor vivísimo e instantáneo‖ establece RAE, ―carácter
repentino o brevedad de algo‖, refiere para otros usos; como ―una descarga de
extrema energía en muy poco tiempo cuya única manifestación posible es en
forma de luz‖, coinciden las descripciones del fenómeno.
Sin duda, la semántica que se despliega en estas definiciones, brevedad,
instantaneidad, condensación, repasa la genética de la microficción. Del mismo
modo, algunos efectos derivados de la contemplación de un relámpago,
asombro, incertidumbre y súbito resplandor, pueden homologarse a los
considerados en el acto de leer.
Cuando tomé contacto con este volumen en el estado previo a su puesta
en libro y me puse al tanto de las elecciones estéticas que lo motivaron, destelló
la mirada de Susan Sontag, ―escribir es ejercer, con especial intensidad y
atención el arte de la lectura‖. Porque entre los microcuentistas argentinos y
latinoamericanos que Ramos publica leeremos a los consagrados, aquellos que
cohesionan el género generando un resplandor que posiblemente devino
escritura para los otros nombres que iluminan esta antología. Ellos son autores
que frecuentan los demás géneros y se estrenan con las formas breves, autores
inéditos, artistas de otras disciplinas y alumnos de talleres, todos ellos lectores
apasionados que ―ejercen su derecho al uso de la palabra, pues concretan su
escritura en una experiencia que los ensaya como escritores y los recalifica como
lectores‖. Un Ramos dixit que dialoga con Sontag ―la escritura es, por último,
un conjunto de permisos que se dan para ser expresiva de modos definidos.
Para inventar. Para saltar. Para volar. Para caer. Para encontrar la manera
peculiar de narrar e insistir; es decir para encontrar la libertad interior (...) para
permitirse cuando se cree que va bien (o no muy mal), simplemente seguir
remando. No esperar el empellón de la inspiración‖.
La microficción es una modalidad textual que demanda agudeza y exige
respuestas, es también una práctica estimulante, adictiva. Como sabemos, cada
destinatario, portando su enciclopedia y fantasmas, trabajará las elipsis infinitas
que estos textos ofrecen a través de la interpretación pero aventuremos que
algunos podrán dar un paso más, rescribiendo lo leído, aquello que se desliza,
que se teje en las historias que les/se contaron.
Por qué no arriesgar que Cielo de relámpagos configura una puesta en
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escena de la lectura que alumbra con la práctica escritural aquellos agujeros de
sentido que otras microficciones dejan en suspenso. Por qué no pensar que en
una antología de formas breves no solo hay cruces temáticos y estilísticos sino
microuniversos ficcionales contaminados, fusionados, que se expanden, se
oxigenan, y contagian.
¿Por qué no desear que el resplandor de estos relámpagos irradie nuevas
escrituras?
Sandra Bianchi
Profesora en Letras, crítica literaria,
periodista y gestora cultural.
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Cielo de relámpagos
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La mejor microficción es un relámpago en la noche, una luz repentina que
muestra la fantasmagoría del paisaje sin que alcance a revelar del todo el misterio de lo
oculto.
Raúl Brasca
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Absoluto
Alabado sea aquél que ignora con quién está jugando a la escondida.
Aquél que cada día encuentra y es encontrado, gracias a lo cual la piedra puede
—con absoluto derecho— proclamarse libre.
LUISA VALENZUELA
ARGENTINA
De Juegos de villanos
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En Mónaco
Ante la mesa de Black Jack tres amigos están jugando. El primero vuelca
sin querer su copa de vino,
—¡Mancha! —exclama.
El segundo, sin prestarle atención, continúa con las apuestas y dice
—Pido.
El tercero se indigna,
—¡No juego más!
LUISA VALENZUELA
ARGENTINA
De Juegos de villanos
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Pescadores
LUISA VALENZUELA
ARGENTINA
De Juegos de villanos
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Avispaditos
—Con esta sí, con esta no, con esta señorita me caso yo —cantó, muy
seguro de sí, Javiercito de cinco años y señaló a la más alta de las nenas.
Ella, con sus seis ya cumplidos, era ni más ni menos que la Señorita de San
Nicolás y por eso aceptó:
—Bueno —le dijo a Javiercito—.Yo pongo el arroz, vos poné la leche...
LUISA VALENZUELA
ARGENTINA
De Juegos de villanos
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Consecuente
para Gaspar
LUISA VALENZUELA
ARGENTINA
De Juegos de villanos
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Así es la cosa
Acá está aquello que nunca dejaremos de perder. Lo pondré sobre la mesa,
a la vista de todos, para que nadie lo encuentre.
LUISA VALENZUELA
ARGENTINA
De Juegos de villanos
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Hermanos
RAÚL BRASCA
ARGENTINA
De Todo tiempo futuro fue peor (Mondadori 2007)
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Salmónidos
RAÚL BRASCA
ARGENTINA
De Todo tiempo futuro fue peor (Mondadori 2007)
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El mundo proyectado
RAÚL BRASCA
ARGENTINA
De Todo tiempo futuro fue peor (Mondadori 2007)
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Revelación de la música
RAÚL BRASCA
ARGENTINA
De Todo tiempo futuro fue peor (Mondadori 2007)
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El otro
RAÚL BRASCA
ARGENTINA
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Sobre un tema de Felisberto
Dice que unos ojos lo miran vivir. Él no sabe en qué mundo están esos
ojos, pero sí que le envían palabras a su cabeza. A veces no se da cuenta y las
pronuncia inocentemente; es lo mejor, porque luego las olvida. En cambio
cuando se da cuenta, se niega a decirlas y le quedan rebotando dentro afanosas
por escapar. Ya no puede más, son tantas que la cabeza va a estallarle. Sus
propias palabras han retrocedido y muerto. Entró en un mutismo tan
desesperado que lo tratan como a un loco. Está loco. La metralla de palabras
ajenas lo enloqueció.
RAÚL BRASCA
ARGENTINA
De Todo tiempo futuro fue peor (Mondadori 2007)
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La desmemoria
Para disimular que ya no los recuerda, evita citar nombres propios. Para
disimular que no reconoce las caras, trata a todos los hombres como si fueran
sus íntimos amigos. Observa constantemente a los demás imitando con un
segundo de atraso sus gestos y sus acciones. Su mundo es frágil, extranjero,
desolado, pero tiene, sin embargo, algunas compensaciones.
Nadie más puede tomar cada noche a una mujer distinta con la que está
casado (dice ella) desde hace veinte años.
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Hombre sobre la alfombra
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Prohibido
ANALÍA VELILLA
ARGENTINA
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Huida
ANALÍA VELILLA
ARGENTINA
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Otros jardines
ANALÍA VELILLA
ARGENTINA
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Terrestres
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empezaba a ladrar fuerte, muy fuerte y sin interrupciones. No sólo no se podía
conversar sino que los vecinos se quejaron.
Fue por eso que todos estuvimos de acuerdo con que se lo llevara la tía
Elvira, con pecera y todo. Al final, con el Chicho podíamos jugar y también es
perro. No de agua. Terrestre nomás, como nosotros.
ANALÍA VELILLA
ARGENTINA
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En tránsito
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ocupa desaparecerá.
Piensa también en el General, que ya no es.
Y no duerme.
LILIA LARDONE
ARGENTINA
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Ojos azules
MIREYA KELLER
ARGENTINA
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Una mariposa naranja
MIREYA KELLER
ARGENTINA
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Los perros
MIREYA KELLER
ARGENTINA
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El señor Santiago
Por todos los caminos —te han dicho— se llega a Santiago. Pero las brujas
siempre llegan antes, montadas en antiguas escobas de toxo y cubiertas con el
sombrero redondo de las campesinas. El Apóstol las espera encaramado en el
Pórtico de la Gloria y en la Quintana Dos Mortos, y sentado en el altar mayor y
acostado en la urna de su sepultura, y ofrecido como una estatuita de piedra
molida en las mesas de recuerdos turísticos, y pintado en las marquesinas de los
restaurantes.
El señor Santiago admira a las brujas que vuelan a voluntad, y cuando
bajan en la Rúa do Franco se quitan el sombrero y cuelgan la escoba en el
Museo de San Domingos de Bonaval.
El señor Santiago lleva muchos años de muerto trabajando en tareas
comunitarias. Y aunque es un santo y desayuna a la derecha de Jesucristo, y
tiene su nicho en el Paraíso, que es un lugar seguro, pequeño y bello, suspira
apoyado en su báculo mirando los tacones lejanos de las brujas que toman luz
de luna, y el refulgir de rojas cabelleras.
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Museos de palacio
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Santa María Tonantzintla
Del otro lado del mar las ciudades compiten entre sí con los picos de sus
catedrales y los raros colores de unos vidrios que no están hechos para reflejar
las luces de este mundo.
Aquí, en Tonantzintla, las alturas son modestas pero los ángeles de su
cielo más bajo tienen caras oscuras y doradas y sus alas son plumas de quetzal.
La Madrecita baja a la calle en los días de fiesta. La han visto en la feria de
Huejotzingo vendiendo sidra, con trenzas negras unidas en los cabos y un aire
sencillo y cordial de ama de granja. Nadie diría que vive en los altares y que
gasta un solemne miriñaque de encaje. Pero los incrédulos y los réprobos la
reconocen y besan con disimulo la huella de luciérnaga que van dejando en la
tierra sus pies descalzos.
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Las Siniguales. Su definición improbable
Son seres del viento que se posan en la tierra, y que sobre ella necesitan
bastón. Seres femeninos sin cara precisa y con largas cabelleras
desproporcionadas de sirenas aéreas, que seguramente usan para volar, pero
que aquí, en el suelo, deben pesarles como una desmesura.
No se sabe de dónde vienen, y tampoco si son brujas o hadas, aunque
parecen más brujas que hadas por su edad (los bastones, las mechas blancas que
salen bajo los gorros), y más hadas que brujas por las cabelleras de tul y llamas
multicolores y por su compromiso con la luz del día y con las criaturas más
doradas y verdes de la tierra.
Liban en las flores como colibríes, y apoyan sobre las hojas o los pétalos de
carne sus patas levísimas de insectos.
No se sabe dónde tienen los ojos. Quizá todo su cuerpo casi impalpable es
un solo ojo o muchos ojos, quizá tocan con ese cuerpo, con esos ojos, la
superficie de todo lo viviente, y aun de lo muerto, para resucitarlo.
Corren riesgos.
Avanzan por cornisas peligrosas, en puntas de pie sobre desfiladeros de
espinas. Llegan hasta el final de feroces espolones de hierro, suben a rampas de
metal duro y helado, y cuando están a punto de caer, vuelan expandiendo sus
cabelleras de ala de mariposa.
Se protegen con escudos, oblongos o redondos, pulidos como monedas de
plata nueva que se reflejan en los espejos de invierno por donde nadan,
erguidas y guerreras, a paso lento, sin necesidad de patinar.
Lo que tocan, lo encienden.
Lo que dejan, se enfría, pero queda una estela de calor perdurable en el
lugar que pisaron con su pie sigiloso.
Una de ellas tiene un bastón curvo, que se tuerce como el cuello de una
serpiente mientras escucha una música encantada. Parece una góndola o una
barca vikinga, se desplaza en el aire como si trazara un surco, y mientras
navega canta como las maderas cuando crujen, hamacadas por el mar.
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Una niña vio esa barca varada en las rocas de Finisterre, donde termina un
mundo y empieza otro, donde los muertos viven porque permanecen, flotantes,
en las nubes de espuma que dejan las rompientes.
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La reproducción de las Siniguales
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mirar el mundo. Nadie ha podido atestiguar, en cambio, si esa mirada múltiple
es una decepción o una alegría.
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La levitación de las Siniguales
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MARÍA ROSA LOJO
ARGENTINA
De Libro de las Siniguales y del único Sinigual (inédito)
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Un hombre
Como una semilla sin tierra, un hombre cae en la calle, se dobla sobre sí,
muere. Errante, un perro se detiene, lo huele, lame su frente, y silencioso, se
acuesta a su lado.
Un trueno anuncia la lluvia que, lentamente, comienza a caer sobre ellos.
HUGO MUJICA
ARGENTINA
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El rincón
Había que tirarla con la inclinación exacta y fuerte para que rebotara en el
ángulo que formaban las dos paredes. Los gritos de los hinchas subían hasta el
cielorraso y bajaban ensordecedores por las paredes celestes, mientras esperaba,
inquieto, el centro de su compañero imaginario. Había tomado Crush en el
almuerzo, así que la tapita era flamante.
La pelota salió despedida como un rayo desde el rincón y vino directo a él,
que arqueó hacia atrás su cuerpo por encima del mágico defensor y aplicó el
frentazo desviando la trayectoria de la pelota hacia el arco contrario, formado
por la mesita de luz y la otra pared. Mientras aterrizaba sobre el césped a
cuadritos de su cama, sin desviar la mirada de la pelota, vio cómo se colaba por
debajo del guante del arquero rival. Ya estaban sobre el final, era el gol del
campeonato. El referí dio los tres pitazos y el delirio de la hinchada bajó para
levantarlo y depositarlo en los hombros de sus compañeros, que lo llevaron en
andas por todo el perímetro de la cancha.
Alcanzó a acomodar la frazada justo antes de que su mamá entrara al
cuarto pidiendo explicaciones por los ruidos. El corazón le latía con fuerza y
aún se le notaba la agitación. La copa se iría con ellos a casa.
ROBERTO DI BIASE
ARGENTINA
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El mago
ROBERTO DI BIASE
ARGENTINA
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Resumen de a dos
Él se vistió de ella, ella se desvistió por él. Ellos se vivieron las vidas, las
que inventaban, las suyas. Ella se desvivió por él, él vivió de ella. La vida los
mudó. Él, mudo, no supo la dirección.
Ella quería dirigir las vidas. Las direcciones eran opuestas. Él se fue con lo
puesto, ella lo recuerda en la puesta del sol. Los soles se hicieron lunas. Él se
vistió de ella, ella...
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La pampa
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Luna de agua
El hombre sintió que al entrar en la noche, esa noche que no era la de San
Juan, pero que tal vez lo era, anclaban por fin obsesiones de siglos. Fedor, con
un gesto casual de sus manos de hueso, hizo que la mujer de agua se
desprendiera de la ronda. Con la levitud del cuerpo sobre la espalda, de aquel
cuerpo que empezaba a ser de luna, penetró hacia la sombra de los olivos sobre
la tierra.
LILÍ MUÑOZ
ARGENTINA
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El año dio la vuelta
Cada vez resultaba más difícil cosechar los piñones suficientes para la
provisión del largo y duro invierno del sur. Los otros, los que después vinieron,
les habían plantado cercos y alambradas a los montes y a los ríos. Tercos, el año,
la tierra y la vida con él, estaban dando su vuelta. Una vez más.
En la ruca, ambas, abuela y nieta, habían esperado ya cuatro jornadas. En
las mutuas miradas, abundosas como piñas maduras, la joven y la vieja
comenzaban a reconocerse en el silencio. Primero fue espesa y tibia. Cálida,
calaba dentro del cuerpo núbil.
A Lihuel apenas la sorprendieron las manchas que se apretujaban en sus
calzas. No tardó en darse cuenta. Allí, en la soledad de la Cueva, finalmente
había llegado. Al cuarto día, abuela y nieta se encontraban ya listas para el
regreso. Celebrarían. Regresaban dos mujeres.
LILÍ MUÑOZ
ARGENTINA
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La vigilia
MERCEDES MORILLO
ARGENTINA
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Amor a la especie
ESTEBAN VALENTINO
ARGENTINA
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Relax
ESTEBAN VALENTINO
ARGENTINA
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Decisión
ESTEBAN VALENTINO
ARGENTINA
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Bestiario
Sobre nosotros pesaba cierta incapacidad para distinguir una cosa de otra
en la llanura. Todo era plano y previsible desde la ventanilla del tren. No
obstante, ni bien nos instalábamos en la casa de los tíos y salíamos a bebernos el
campo, el cardo se distanciaba del finucho, las palomas de los chimangos y el
tableteo de las perdices del silencio de la pampa que parecía un poncho
derrumbado sobre la tierra.
Ese proceso de diferenciación y diversidad, esa parición continua, hizo de
la sorpresa un hábito. Por eso nos sorprendió, y no, la primera vaca azul. Las
que siguieron conservaron su poder sobre nosotros. No se acostumbra uno al
brillo de las estrellas si está vivo. Nunca estuvimos tan vivos como entonces.
¿Qué otra cosa, sino la vida atravesándonos, nos llevaba a despertarnos a las
cuatro de la mañana y salir con la escarcha, llevándole los baldes al tío Mingo,
para beber de aquellas vacas, su leche tibia y blanca?
Nunca, en la casa, se hizo mención a esos animales azules que algunas
mañanas se ocultaban en la niebla y por las noches se volvían negros contra la
fuerza de la luna. Solamente vos y yo hablábamos de ellos, a escondidas. No
podíamos contarlos con precisión. El que derramó el añil sobre sus cuerpos, les
dio también fugacidad, acaso para que vos y yo no perdiéramos esa manera
cazadora de avistar.
Los tíos se mudaron al pueblo. Nosotros no volvimos al campo y no nos
permitimos la evocación o la nostalgia de esos días. Sospecho, sin embargo, que
a vos te pasa como a mí. Cada mañana, la leche en el tazón, tiembla en
promesas de celeste.
RAÚL TAMARGO
ARGENTINA
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Nepal
RAÚL TAMARGO
ARGENTINA
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Lo ilusorio
RAÚL TAMARGO
ARGENTINA
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Azul profundo
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generosa.
Se desvaneció la noche. Podía verse el humo viajando en el aire, trayendo
el olor fétido. Acomodé el fusil, ajusté el casco, el cuerpo recobró calor. Ya
pronto. Una bocanada de aire, horror, cobardía, su reflejo. Mi grito profundo en
el azul abierto; corrí a su encuentro. Sentí el fusilazo, las balas, el lodo. Lejos,
pitaba aún el silbato.
Alguien abría la puerta.
MALENA COLANTONIO
ARGENTINA
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Carencia
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perdido en sus brazos. Ella calla, como siempre.
MALENA COLANTONIO
ARGENTINA
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Manía de sabio
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El león
Plegó las patas, al acecho. Alzando la cabeza oteó el aire, husmeó el viento:
olía a presa segura. Ah, sí, allí, perfilado en el horizonte, tembloroso por la
intuición del peligro, se erguía el cervatillo. Al verlo se encogió y reptó con la
seguridad del depredador. Mientras saltaba intentó un rugido victorioso. Le
salió un chirrido que no asustaría ni a una anciana. El salto fue de cinco
centímetros. Su compañera lo miró con lástima. No había caso: aquel grillo, más
loco que una cabra, se empeñaba en creerse león.
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Niños
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Ella y él
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Bocetos
Estaban juntos desde hacía un tiempo. Por las tardes él solía dibujar junto
a la ventana los personajes de sus historietas. A veces se detenía para seguir con
la vista a la mujer, en su ir y venir por el cuarto.
—Sos linda —le decía— y buscaba la perspectiva deslizando el lápiz por el
contorno de su espalda, como si la estuviera dibujando. Ella reía.
A mitad de camino entre el pecho y el vientre, la mujer tenía un lunar. Una
mancha breve, indeleble, sobre la blancura ondulada.
—Este es el oscuro centro de mi cuerpo —bromeaba, y cruzaba sus manos
sobre el punto exacto protegiéndolo de la mirada de él.
Antes de que empezara el otoño, el lunar había crecido transformándose
en un ovillito oscuro. Fue entonces cuando le aconsejaron extirparlo.
El cirujano asegura que el bisturí apenas había rozado la piel, cuando
sucedió aquello. Atónitos, vieron cómo desaparecía la figura de ella en una
huida vertiginosa hacia la forma pura. Sobre la camilla, iluminado por la luz
intensa de la lámpara cialítica, sólo quedó un manojo de líneas sueltas. Algunas,
de colores.
MARCELA CEBALLOS
ARGENTINA
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Número impar
MARCELA CEBALLOS
ARGENTINA
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Parpadeos
Una mariposa vuela sobre el jazmín florecido, en lo más alto del muro. No
sabe que le queda poco tiempo bajo el sol del otoño. Quizás esta sea su última
tarde de alas agitadas. Sin embargo se apura de una flor a otra, como si tanto
afán retrasara el final.
La miro y pienso, ¿me acordaré de ella dentro de unos días? Acaso el
aleteo de otras mariposas me haga recordarla. Y si esta fuera la última
mariposa, si mañana la escarcha termina con todas las que quedan y ya no veo
otras hasta la próxima primavera, ¿me acordaré de ella?
Anaranjada y breve, sigue abanicando las pequeñas flores blancas, casi
con desesperación. Sus alas de papel se recortan a contraluz en un parpadeo
incansable.
A mí, que sólo puedo volar en algún sueño, pero que también me apuro
de un lugar a otro sin saber cuánto tiempo queda, cuántos minutos, cuántos
otoños, si alguna primavera, ¿alguien me mira? ¿Alguien se pregunta?
Adonde irán las mariposas de las alas inertes, aquellas que no volverán a
vibrar bajo el sol de la tarde.
MARCELA CEBALLOS
ARGENTINA
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Memorias
Si fuera una novela de ciencia ficción tal vez diría que una extraña nube o
un gas desconocido había provocado el fenómeno. Pero no hubo nada de eso,
apenas un instante en que la tierra se detuvo y el aire se quebró. Una fracción
de tiempo tan pequeña que ni los instrumentos más precisos pudieron medirla
y, a partir de ese momento, todos perdieron la memoria.
Algunos, asustados, se apuraban sin rumbo por las calles. Otros intentaron
preguntar a alguien por qué estaban ahí, qué había pasado, pero era inútil,
nadie tenía respuestas. Bastaba reconocer en la mirada de los demás el mismo
desconcierto para que la pregunta perdiera sentido. Duró poco o tal vez mucho,
quién podría decirlo.
Cuando volvieron los recuerdos, nada fue igual. Los objetos tenían
utilidades distintas o habían caído en desuso. Los peines, por ejemplo, se
usaban para rascarse o para dejar huellas uniformes en la arena. Algunos
enemigos dejaron de serlo porque no volvieron a encontrar los motivos para el
odio. Muchas parejas perdieron las razones para estar juntos, otras se unieron
aún más porque los sentires no saben de memoria. Hubo quienes se alegraron
de recordar el camino de regreso y quienes no volvieron, aunque sabían cómo
hacerlo.
La amnesia colectiva no se repitió, pero desde ese día y por las dudas
acostumbro marcar, con piedritas de colores o anudando hebras de lana en el
tronco de los árboles, los senderos que me llevan de regreso a los lugares
queridos.
MARCELA CEBALLOS
ARGENTINA
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Pelirroja
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Fantasmas en la pecera
Cuando mi hija cumplió cinco años le regalé una pecera con tres peces.
Había que alimentarlos, yo tenía poco tiempo y ella era muy pequeña. Al año
comprendí que hay regalos para quienes saben valorarlos. Ahora, al encender la
pecera, ya no hay a quién alimentar, y yo tengo tiempo para hacerlo.
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El viaje
Tenía en mis manos una taza china, con agua. A través del líquido
transparente veía la estampa de una mujer, en colores. El coche en movimiento
hizo temblar la superficie, entonces los brazos se movieron como implorando.
Me aferré a ellos.
—El fondo es muy chico para los dos —me dijo.
DANIEL AUER
ARGENTINA
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Clavel del aire
Besó a la viejita y después del saludo, la pregunta: ¿Por qué esa planta
tiene la raíz al aire?
El niño subió al barril para descolgarlo —con la debida autorización— y lo
llevó a su casa, envuelto en una pompa de alegría.
DANIEL AUER
ARGENTINA
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Gallo
El gallo a las cinco dejó el dormidero, subió por los peldaños la larga
escalera y se puso al lado de la veleta. ¡Kikirikí! Pero con voz de bajo, a pesar de
las íes.
Repitió tres veces su despertador grito, luego levantó una pata y le dijo al
otro gallo: ¡Tomá! Y se bajó por la escalera, airoso.
Las gallinas, orgullosas, recibieron a su guapo consorte. Y todos siguieron
sin moverse hasta las siete, cuando nuevamente Perico volvió al techo para
anunciar la alborada en rosa y dejarle bien sentado al gallo mudo que el que allí
manda es él.
DANIEL AUER
ARGENTINA
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Jack y el afilador
OSVALDO PELLÍN
ARGENTINA
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El caballo carneado
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caminando hasta el boliche, pateando algunas piedras del camino, como
jugando.
OSVALDO PELLÍN
ARGENTINA
De Afuera de nosotros y otros silencios (Ruedamares, 2006)
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Entre nosotros
OSVALDO PELLÍN
ARGENTINA
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Sur
GLADIS IGLESIAS
ARGENTINA
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En el muelle
Aún no estoy en la mañana que vine a reconstruir. Ando por varios años
atrás, cuando los sauces bailaban suave, cuando el bar olía a perfumes caros y
cigarros importados. El pensamiento es así. Arma ovillos tan gordos que su
principio, la punta del hilo, queda guardado como para siempre en el fondo.
Me detengo en el muelle preocupado de que me invada el miedo pero,
descuidadamente, me entretengo con la memoria, que me ha sido más fiel que
la salud.
Las olas rompen y se rearman. Reviso si las cosas han cambiado tanto y
llego a la conclusión de que sólo yo no soy el mismo.
GLADIS IGLESIAS
ARGENTINA
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Partidas
Ismael Centeno se había jubilado hacía diez años y quedado viudo dos
años más tarde. Sus tres hijos habían elegido irse del país con excusas
razonables.
La plaza, el bar, la lectura y, de vez en cuando, los vecinos le amenizaban
el tiempo al hombre que, cada vez un poco más, se entregaba al abandono de su
vida y de su propia apariencia.
Llevaba un par de horas sentado en ese sofá incómodo pero que, ubicado
a la luz de la ventana, le permitía descansar las piernas. Abrió el libro al azar y
se entusiasmó con un párrafo imprevisto que describía a un personaje solitario.
Trató de concentrarse. Rítmicamente fue avanzando en el texto. Fausto Espósito
se parecía más a él en cada línea: resentido, huraño, incomprendido; muy claro
cuando describía que la agrura llegaba como un sabor hueco, todos los días. A
Espósito, el autor le había destinado un final milagroso de reencuentros.
Pero Centeno entendió que no le daba la noche para tantas páginas y cerró
el libro, nostálgicamente enfurecido por lo ingrato de su aislamiento y de su
encierro.
Pegó un vistazo al dormitorio y lo caminó. Miró el reloj, luego el teléfono.
Cerró la puerta y apretó el gatillo.
GLADIS IGLESIAS
ARGENTINA
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Al polvo vamos
VIRGINIA SCIOSCIA
ARGENTINA
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El hilo
VIRGINIA SCIOSCIA
ARGENTINA
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Retrato
VIRGINIA SCIOSCIA
ARGENTINA
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Invisibles
Como hojas de papel absorbían hasta lo último que quedaba. Tomar agua
debajo de las alcantarillas se había convertido en un juego que calmaba cuando
el frío dolía en el cuerpo.
A veces, tocar las raíces era viajar trepados en ellas, como en carruajes
enarbolados. Los efluentes nauseabundos se convertían en cristales de un río.
No había que mirar hacia arriba. Cuando asomaba algún indicio de luz, lo
tapaban con trozos de cartón.
Eran sus tiempos; todo estaba permitido y nadie notaría sus ausencias.
YOLI MARZIALETTI
ARGENTINA
87
Abandonos
YOLI MARZIALETTI
ARGENTINA
88
La rampa
Tarde de sábado, corre viento, hay muy poca gente en la calle. Estoy
bajando la rampa cuando algo golpea en mi espalda, me deja sin aliento, caigo
de rodillas. Algunas personas gritan pidiendo ayuda. Las voces se pierden en
ecos, algo me oprime el pecho, me impide respirar.
Rostros que se espejan en prismas, dan directivas. Por momentos, escucho
la resonancia de voces que buscan respuestas donde no existen las preguntas.
Alguien coloca sus manos debajo de mi cabeza y me abandono a esa sensación
desconocida que me produce alivio. Quiero permanecer despierta, mi cuerpo
estalla en dolores. Entre los murmullos una voz chillona maldice porque
alguien huyó con mi cartera. Y ahora cómo sabremos quién es, grita como
desafiando al viento, a quién avisamos, ¿tendrá familia? Mi boca reseca no
puede con ninguna palabra, mis párpados no se abren y otra vez esas manos
debajo de mi cabeza con la misión de sostener quizás mis últimas horas. Me
relajo; lejos, se escucha una sirena.
YOLI MARZIALETTI
ARGENTINA
89
En la ruta
VIOLETA CRIBARI
ARGENTINA
90
La última cita
VIOLETA CRIBARI
ARGENTINA
91
La estrategia de las hilachas
92
Nadie se animó a rasgarse las vestiduras.
VIOLETA CRIBARI
ARGENTINA
93
La voz
GRISELDA MARTÍNEZ
ARGENTINA
94
El barril
Otras veces era el abuelo quien me alzaba para sentarme aquí. Ahora,
aunque mis pies cuelgan y se balancean, el barril dejó de ser una cumbre
inalcanzable. Ya no es atalaya de mis descubrimientos infantiles. Lo que ahora
veo no me depara sorpresa. Pero me detengo en la parra que tejía de sombras el
patio, la parra que de tan alta era casi cielo y distingo lo que entonces no
alcanzaba a ver, lo que de tan cercano se hacía invisible, los dibujos que hace el
cielo entre las hojas, y los racimos cargados y los otros, que han sido casi
despojados por los gorriones; y veo hilos de telarañas suspendidos en el aire y
hormiguitas que aparecen y desaparecen entre las uvas, y veo las uvas, algunas
casi transparentes, otras que parecen a punto de estallar, otras que brillan de sol
y otras que se opacan de tierra, y veo unas manos con tijera que cortan los
racimos más cargados, y la risa de mi abuela que los recibe en un balde con
agua, y veo a mi hermana corriendo detrás de las uvas que rodaron por las
baldosas, entonces unas zapatillitas se acercan y escucho la voz de mi hija que
me pide que la suba al barril.
GRISELDA MARTÍNEZ
ARGENTINA
95
Señales
96
GRISELDA MARTÍNEZ
ARGENTINA
97
Nunca nadie
Nunca nadie más lo vio llorar. De la misma manera, nadie más lo vio
carcajear como antes. Sin embargo, él ya no volvió a sentirse ni humillado ni
vencido. Nadie lo vio caminar por la calle de siempre ni parar en el bar de la
esquina a perder tiempo con sus amigos. Ya nadie lo esperó en la oficina y
nadie le ofreció fuego para su cigarrillo. No volvió a hacer el amor con su mujer,
ni a abrazarla, ni siquiera a discutir con ella. No ocupó nunca más la cabecera
de la mesa, ni descorchó una botella, ni cortó el pan. Los domingos ya no
escuchó el partido por la radio, ni fue con los chicos al parque, ni los arropó por
la noche. Ya no volvió a leer; la biblioteca se fue cubriendo de polvo y los libros
comenzaron a teñir sus hojas de amarillo. Tampoco escribió ya más nada. Su
escritorio se convirtió en un santuario en el que todos posaban la mirada,
inclinando la cabeza como en oración y encendían alguna palabra que apenas
sobrevivía. Nunca más fue al cine, ni al teatro, ni a un concierto de piano. Su
saco cuelga del perchero, junto a la puerta, en la que no volvió a escucharse el
ruido de su llave. Esa puerta forzada por la que un día desapareció.
GRISELDA MARTÍNEZ
ARGENTINA
98
El desvelo del oráculo
AMADEO COLANTONIO
ARGENTINA
99
Pan triste
Intentaron separarlos lo más posible. La miga del pan fue enviada al norte
y la piel al sur. El hambre se estiró para alcanzar a ambos. Tanto se estiró que
creció, se hizo grande y abarcó todo. De norte a sur.
AMADEO COLANTONIO
ARGENTINA
100
Caídas
Mil imágenes se cuelan por la comisura de mis ojos, quinientas por cada
lado. Esa boca en apariencia partida, que desde el sentido no conoce
interrupciones, es un pozo para el mundo. Más de mil palabras por cada
imagen caída y yo no encuentro ni siquiera una. Nada que defina eso que no
veo, esas imágenes que como las estrellas completan el espacio. Imágenes como
caídas de agua, como cataratas que se precipitan hacia el fondo del pozo,
transparentes pero con peso, con sustancia, con miles y miles de palabras. La
boca casi siempre abierta, con un hambre insaciable o una capacidad infinita;
boca que no cuenta, que es un oído de imágenes, que escucha en colores y
formas, que no habla más que con una mirada. Y las lágrimas, las lágrimas caen
hacia adentro, se mezclan con el agua de la cascada y uno se llena como un vaso
de boca ancha y redonda, y al mundo le devolvemos agua. Y a otras personas
una imagen, el retrato de la lluvia, miles de palabras. Y ni siquiera una definida.
AMADEO COLANTONIO
ARGENTINA
101
Eco eterno
AMADEO COLANTONIO
ARGENTINA
102
Domingo
103
Vecindad
104
Velorio
Dentro del sombrero de cada una había un rodete. Damas de trajes negros.
Un desafío de conjuros y seducción. Un viudo de premio.
105
Ángeles de ajedrez
DANIELA LAURENZI
ARGENTINA
106
Ventana
DANIELA LAURENZI
ARGENTINA
107
Epílogo
DANIELA LAURENZI
ARGENTINA
108
El reo
PAULA ASENCIO
ARGENTINA
109
Nacimiento
PAULA ASENCIO
ARGENTINA
110
Los dos sonidos
PAULA ASENCIO
ARGENTINA
111
De las apariciones
PAULA ASENCIO
ARGENTINA
112
El piano
Me parece verla venir con las manos llenas de harina. El piano se tocaba
solamente por las tardes, después de la siesta. Por eso cuando nos escuchaba
hacerlo sonar a otra hora, sólo podíamos conquistarla si sacábamos de entre las
ropas, una rosa o un clavel robado de su propio jardín.
TELMA FORGIONE
ARGENTINA
113
Quejas varias
TELMA FORGIONE
ARGENTINA
114
Espejito, espejito
SANDRA BIANCHI
ARGENTINA
115
Fauno
SANDRA BIANCHI
ARGENTINA
116
Pasional
OMAR MANSILLA
ARGENTINA
117
Pausa
118
es el de Juana Ramona.
Ya amanece. Se extingue el momento, el instante, la tregua.
OMAR MANSILLA
ARGENTINA
119
Desastres / alegrías
Solamente tembló la tierra, tal vez fue piedra y barro o sólo lo imaginé. No
lo sé. Escuché un quejido, un llanto, parecido a muchos, igual al mío;
doliéndome todo. Se llamó Natalia, Joselo o Marianito. Fue en Estados Unidos,
Colombia o por acá. Fue hace mucho, será mañana o está sucediendo en este
momento. Tampoco lo sé. Era de día.
Fue en un pozo, se había caído, la empujaron o se tropezó. Fue
negligencia, el destino o un temporal. Fue una noticia, una pesadilla o una
premonición. Pidió ayuda, se calló o alguien la percibió. Trabajaron rápido, se
demoraron o no supieron cómo. Ayunó, tuvo sed o sólo rezó. Que ya sale, que
está viva, que ayudemos. Es de noche.
Solamente tembló la boca, tal vez fue miedo y llanto o sólo lo imaginé. No
lo sé. Escuché un quejido, un lamento, parecido a muchos, igual al mío;
doliéndome todo. Se llamó Natalia, Joselo o Marianito. Fue en Estados Unidos,
Colombia o por acá. Fue hace mucho, será mañana o está sucediendo en este
momento. Tampoco lo sé. Es de día.
Fue en un refugio, se había acostado, la ayudaron o pujaba. Fue soberbio,
tal vez único o un temporal. Fue una noticia, una esperanza o un camino. Pidió
ayuda, se calló o alguien la percibió.
Trabajaron rápido, se emocionaron o quisieron arrullar. Ayunó, tuvo sed o
sólo rezó. Que ya sale, que está viva, que festejemos. Sigue siendo de día.
OMAR MANSILLA
ARGENTINA
120
Laiseca, el niño el taxidermista
GUILLERMO SAAVEDRA
ARGENTINA
121
Una noche de Cavalcanti
Desde donde está parado, tendría que esperar un siglo y medio para
admirar, alzando la cabeza, la monumental cúpula del Duomo. Pero ahora, en
ese atardecer de 1274, ve frente a él la iglesia de Santa Reparata. Y, al darse
vuelta, puede llenarse los ojos con la armonía octogonal del Battistero. Se queda
absorto, congelado en un gesto que lo convierte en mirlo: está buscando el hilo
de plata de unos versos. De pronto escucha cascos de caballos y, enseguida, los
jinetes lo acorralan contra las tumbas que rodean el Battistero. ―¿Qué harás,
Cavalcanti, cuando descubras que Dios no existe?‖, lo azuza socarrón el güelfo
negro, Betto Brunelleschi. Pero él está pensando en otra cosa cuando responde,
en medio del silencio literalmente sepulcral: ―No quiero discutir: esta es su
casa‖. Mientras todos se ríen del aparente desvarío del poeta, el propio
Brunelleschi, un poco menos craso que los otros, acusa el dardo envenenado:
―Imbéciles, si un cementerio es nuestra casa, quiere decir que estamos
muertos‖. Pero no hay tiempo para que los provocadores se desquiten: el ágil
güelfo blanco Cavalcanti montaba ya en el aire cuando dijo lo suyo; apoyando
una mano firme sobre una de las altas urnas funerarias, saltó como un venado,
como un gamo, como el endecasílabo ligero y transparente que al fin le vino a la
conciencia: lo vidi li occhi dove Amor si mise. Y se perdió en la extensa noche
florentina.
GUILLERMO SAAVEDRA
ARGENTINA
122
El guitarrista equivocado
GUILLERMO SAAVEDRA
ARGENTINA
123
Flaubert encuentra a Bovary
Aún no desayunó, pero ya está abriendo el sobre, con el alfanje breve que
Du Camp eligió para él en aquella sórdida tiendita egipcia. ¿Por qué no puede
esperar a que el café lo devuelva del todo a la vigilia? ¿Qué le atrae de esa
caligrafía que dibuja su nombre con familiaridad y falsa displicencia? El cuerpo
de la letra le trae, de ella, lo que la sensualidad puede tener de portátil: temblor
que no es debilidad sino cansancio, dibujo de un estilo hecho de vacilación y
espasmódicas firmezas. ¡Ah, cómo remedan esos trazos los bucles que ella luce!
Y el sobre exhala un leve vaho a sándalo que él detestaría si no trajese también
noticia de ella: ―No vengas, los ingleses han desembarcado‖. La breve frase en
clave lo calcina: perplejidad, amargura, finalmente sorda irritación porque ya
sabe que ella no va a recibirlo. En el sobresaltado intercambio de fervores, el
sexo ocupa el centro de todos sus encuentros. Si éste no cabe, sencillamente no
se ven. Y así es ahora porque los rojos uniformes marchan victoriosos por las
orillas del sexo de su dama. Sí, sí, tiene el período. Maldita regla.
Bebe el café tibio y, taza en mano, se sienta al escritorio. La opaca
indignación va decantando, un sedimento que empieza a cobrar forma de
llamado. El tono, en su conciencia, no es el mismo. Hay música en él, una
escanción donde coagulan, por fin, varios meses de notas y escarceos. Hoy va a
escribir, por fin, ese comienzo. Al fin y al cabo, era muy fácil: no se trataba de la
primera persona sino de la tercera, pero deliberadamente constreñida al
personaje. Ni más ni menos. Vamos a ver, probemos. Olvidemos por un rato a
nuestra dama de París y tratemos de comprender a esta tierna burguesa de
provincias.
GUILLERMO SAAVEDRA
ARGENTINA
124
Mi madre y la enfermedad mental
125
De viajes
126
La razón del aire
127
Travesía
128
Los caminos de las cabras
129
Alimento
ADRIÁN ARGENTO
ARGENTINA
130
Novela breve
ADRIÁN ARGENTO
ARGENTINA
131
El mar
—Yo leí en un diario que en el fondo del mar hay muchas personas.
—No, eso es mentira.
—En serio, debe ser verdad, porque mi abuela, cada vez que vamos a Mar
del Plata, se para en el balcón, mira un rato el mar y llora.
—¿Y no le preguntaste nada?
—Sí, pero dice que todavía soy muy chico para algunas cosas.
ADRIÁN ARGENTO
ARGENTINA
132
Letra y música
133
Cacería
134
Espuma
135
La número uno
136
El bosque
DELIA BARONIO
ARGENTINA
137
Volver
DELIA BARONIO
ARGENTINA
138
De la infancia
HAYDÉE GONZÁLEZ
ARGENTINA
139
Seso o insensatez
HAYDÉE GONZÁLEZ
ARGENTINA
140
Mente criminal
JANET DICKINSON
ARGENTINA
141
De balde
JANET DICKINSON
ARGENTINA
142
Micro-defensa
ORLANDO ROMANO
ARGENTINA
143
Lujuria y decepción
ORLANDO ROMANO
ARGENTINA
144
Confesiones de mujer
ORLANDO ROMANO
ARGENTINA
145
Otros tiempos
Mi abuelo, que es poeta, me dice que le cuesta mucho trabajo poner sus
creaciones a la altura de los tiempos que corren.
―Por ejemplo‖, me explica, ―en mi época, la soledad era un beso que no
llega... Mientras que hoy, es un mail que no se escribe.‖
ORLANDO ROMANO
ARGENTINA
__
146
Fantasmas III
ORLANDO ROMANO
ARGENTINA
147
El final III
ORLANDO ROMANO
ARGENTINA
148
El banquete
ESTELA SMANIA
ARGENTINA
149
La crítica
Era un escritor que aceptaba las críticas como de quien venían. Con este
sentido práctico evitaba ser destruido. Sólo lo desconcertaba la autocrítica.
ESTELA SMANIA
ARGENTINA
150
Medias tintas
ESTELA SMANIA
ARGENTINA
151
Suspendido en el andén
Me voy a tener que apurar, queda poco tiempo, pensó mientras buscaba
en el galpón la bicicleta.
La había dejado de usar desde su partida. Tardó en encontrarla pero allí
estaba, también esperando.
De color negro, algo presuntuosa, pero sólida. Una de esas bicicletas de
paseo, con guardabarros cromados, timbre redondo de sonido metálico, un
farol que funcionaba a dínamo, y una pequeña alforja que colgaba por debajo
del asiento. Los años y el óxido le habían hecho perder algo de su belleza. Pero
a sus ojos era otra cosa. Al verla resucitaban momentos repletos de tiempo, de
esos que nos regalan vida para los años.
El inflador no estaba muy lejos. Ajustó la manguerita a la válvula con
mucho cuidado. Lo afirmó entre sus pies con cierta dificultad porque una de
sus bases estaba partida. Comenzó el ritual. Su cuerpo, desde la cintura a la
cabeza, subía y bajaba acompañando el recorrido de la varilla que desaparecía
dentro del inflador. En cada uno de esos movimientos, más que inflar las
cámaras, insuflaba vida. Un dios menor actuando una modesta creación.
Llego miércoles próximo. Tren de las dieciséis. El telegrama fue un
derrumbe. El corazón atropellaba la memoria y gatillaba imágenes que estaban
escondidas y esperaban. Hubiese preferido encontrar una señal, un gesto. Pero
no traía ni una sola palabra más que las imprescindibles. Igual que cuando
partió y la vida empezó a demorarse. A partir de entonces, cada día fue igual al
anterior e idéntico al siguiente.
La densidad del verano conquistaba la siesta del pueblo y limpiaba las
calles de miradas absurdas. Los bancos de piedra en la vereda, silenciosos y
baldíos, escuchaban la bicicleta urgente que quería encontrar la estación como
una respuesta. O como un alivio.
Ya falta poco, pensaba mientras pisaba con fuerza los pedales. Esta vez
voy a poder llegar a tiempo, se decía al abandonar la tierra para rodar por el
asfalto de la calle principal que llevaba derechito a la estación.
152
El reloj, que parecía colgar suspendido en el andén, le reveló que todavía
faltaban veinte minutos. En la estación no había un alma.
Apoyó la bicicleta y se quedó esperando.
FERNANDO DALMAZZO
ARGENTINA
153
Ventanilla
El miedo siempre le ganaba. ¿Por qué esta vez habría de ser diferente?
Casi todos habían bajado. Unos asientos más adelante, en la mitad del vagón
quedaba esa mujer a la que no podía dejar de mirar. Él conocía bien el
recorrido, pero sentía que sus ojos eran una advertencia. Faltaban solo dos
estaciones. Dos estaciones y llegaba a destino. Dos estaciones y fin del viaje. No
pudo esperar. Subió la ventanilla y se estrelló en la oscuridad.
FERNANDO DALMAZZO
ARGENTINA
154
Escondite
FERNANDO DALMAZZO
ARGENTINA
155
Bicho bolita
GRISELDA GAMBARO
ARGENTINA
De Los animales salvajes (Norma, 2006)
156
Centauro
157
Baile
158
En el ascensor
Mientras bajan, él imagina lo que haría con ella si ella quisiera. Ella se
imagina lo que él imagina y lo mira. Él ve en los ojos de ella lo que ha
imaginado y se llena de vergüenza. Ella se lamenta, otra vez, de la eterna
indecisión de ambos.
159
Hombre desconfiado
160
Loro
En homenaje de Perico
Y el loro habló, durante dos horas habló. Con voz enérgica, dura,
recriminatoria al principio, reflexiva después. Dijo que el amor, que los hijos,
que la tolerancia, que la comprensión, que el sagrado sacramento del
matrimonio, que, que, que. Tanto habló, que la pareja decidió reconciliarse. Y
fueron felices. Eso sí: regalaron el loro.
161
Viejo oficio
162
Lágrimas de mujer
EDUARDO GOTTHELF
ARGENTINA
163
Cuentos Pendientes 2
EDUARDO GOTTHELF
ARGENTINA
De Cuentos Pendientes (Ruedamares, 2007)
164
Cuentos Pendientes 3
Tzipora, excelente cocinera, sabía hacer una masa más liviana que el aire.
La cortaba en tiras muy delgadas, que se elevaban en el calor del desierto. Cerca
del sol se cocinaban y, al atardecer, descendían crocantes y listas para comer.
Así alimentó a Moisés y los suyos durante cuarenta años.
Los incrédulos lo atribuyeron a un milagro.
EDUARDO GOTTHELF
ARGENTINA
De Cuentos Pendientes (Ruedamares, 2007)
165
Mentira histórica
EDUARDO GOTTHELF
ARGENTINA
166
La vereda de enfrente
La casa de Tolosa era tan común como las de los primeros dibujos. Puerta,
ventana, techo a dos aguas, chimenea con humo y caminito con árbol de copa
redonda. Lo que la hacía diferente era un cuadro que se veía de afuera, cuando
las cortinas estaban corridas. Representaba la imagen de una chica que miraba
como a través de un vidrio, esperando. Yo creo que a veces lo cambiaban y
ponían otro de la misma chica, pero sentada con las piernas colgando, también
como si esperara. Eran tan realistas que, si pasaba rápido por la vereda de
enfrente, me parecía ver que las piernas se balanceaban.
MARIANA SIROTE
ARGENTINA
167
La sombra
MARIANA SIROTE
ARGENTINA
168
Delicias
MARIANA SIROTE
ARGENTINA
169
El otro deseo del otro
GUILLERMO INDA
ARGENTINA
170
Olvido
GUILLERMO INDA
ARGENTINA
171
Pasaje
LUCÍA CASTELLO
ARGENTINA
172
Danza pagana
LUCÍA CASTELLO
ARGENTINA
173
Apología de la ingenuidad
LUCÍA CASTELLO
ARGENTINA
174
La botella
LUCÍA CASTELLO
ARGENTINA
175
El potro
LUCÍA CASTELLO
ARGENTINA
176
El jardín
Era un pueblo encantado. Decían que alguien había robado todas las
espinas para llevarlas lejos, y que el jardín solo tenía rosas con olor a rosas.
Hombres y mujeres llegaban en las tardes a comprobar el embrujo.
Me bajé del tren. Era noche cerrada, me adentré en el jardín. Sabía que él,
pacientemente, esperaba. Nos recostamos en las rosas. Jugamos al amor, reímos.
Mis ojos se cerraron.
Desperté con el primer trinar; estaba sola. Mi vestido y mi pelo eran lluvia
torrencial de un rojo casi obsceno.
LUCÍA CASTELLO
ARGENTINA
177
Alianza fraterna
ANDREA QUIRÓS
ARGENTINA
178
Huellas
Podría decirse que fue una conspiración, una vez más un conjuro siniestro
del destino. Si esta era su última carta, el último intento de rescatar su soledad y
redimirse del desaliento, estaba acabada.
No sabía si era el frío, la desazón o el conocido sabor del fracaso lo que le
calaba los huesos. Un rumor lejano de risas infantiles le dibujó apenas una
mueca en su boca, mientras contaba cada huella que se alejaba en el camino.
No debía ser cierto. No era posible que el único día en que nevaba en la
ciudad, todos disfrutaran de la nieve y ella llegara tarde a su única cita en años.
ANDREA QUIRÓS
ARGENTINA
179
Sosiego
ANDREA QUIRÓS
ARGENTINA
180
Rayuela
NELLY GAMONDI
ARGENTINA
181
Poca cosa
Uno. El único café. Sólo pretendo una infusión de poco precio, simple en
calidad y cantidad. No importa si de Colombia o de Brasil. Es más, ni siquiera
pido azúcar.
No parece mucho para una relación de tantos años. Tanto tiempo de
emociones devenidas en bostezos. Tanto tiempo de sorpresas transformadas en
rutinas. Tanto tiempo de promesas que pude, al fin, reconocer como mentiras.
Sólo te propongo un café, que es el ritual de la amistad o los negocios. Vos
asignale la intención que se te antoje. Para mí, como cierre, alcanza que sea uno.
NELLY GAMONDI
ARGENTINA
182
Magnolias
183
NELLY GAMONDI
ARGENTINA
184
Tango
No eran aun las nueve en la mañana de febrero, hacía mucho calor y ella
interrumpía el tránsito aplastada contra el pavimento, de cara al cielo, una blusa
azul vibrante, el pelo casi naranja. Eso fue minutos antes de que la cubrieran
con una bolsa negra; la ciudad olía a mierda de perro, a desesperanza.
ZULMA FRAGA
ARGENTINA
185
La vida por delante
a FLB
San Lorenzo dio vuelta el partido, pero en el silencio ominoso que siguió a
cada gol de Racing, yo había ido llenando el bolso con lo más imprescindible,
libros, unas fotos, documentos, algo de ropa.
El griterío que se desató después, cuando San Lorenzo dio vuelta el
partido, me permitió ponerme los zapatos, moverme con menos sigilo, dejar
una notita apoyada en la mesa de luz, y con el cuarto gol cerré la puerta de
calle, sin preocuparme por el ruido, total, San Lorenzo dio vuelta el partido, una
fecha histórica.
ZULMA FRAGA
ARGENTINA
186
Ojos de pupila brillante
La pura mirada de ella ante el otoño de las islas, el mar furioso, la barca
grisácea que la lleva entre ganado lanar, bolsas de mariscos, niños dormidos
entre camiones. Millones de arrugas entrelazadas no tapan el brillo de esos ojos
de pupila brillante, que las ráfagas no cierran, duros en mirar al verdugo y al
más flagrante castigo. No ha de bajar en toda la travesía al refugio donde los
viajeros se amontonan; afronta así la frágil existencia, el viento helado y los
golpes de agua contra la cubierta. Mastica una papa con ají y bebe pisco que
lleva en un frasquito, parece elevarse con el zarandeo como una imagen sagrada
de los chilotes, su silencio posee una sonrisa para no creer en nada, en su
memoria caben criminales venidos de ultramar y meros compatriotas de
uniforme. Cede su única manta a un pequeño mapuche que puede ser su nieto
o su enemigo. Hay que tener paciencia, para eso nos hizo dios, musita.
(Quellón - Chile)
CRISTIAN ALIAGA
ARGENTINA
De Música desconocida para viajes (Ediciones Deldragón, 2002)
187
Maledicencia
El terror, el amor porque el día pasa. Ha de pasar aquí con más penas de
las que preveía el hombre cuyo apodo se repite en monedas y edificios.
Asesinado, toman su nombre como banderola, los usos son ilimitados, las
monedas llevan su permanencia. Sabía él quién era, pero no lo que podrían
hacer de él ya muerto. Los visitantes quieren llevarse alguna muestra de su
paso por estas tierras: eso alienta a la invención, el narrar de historias lejanas
que nadie ha presenciado para venir a repetirlas ante los viajeros. Hay sin
embargo un brillo que bordea las palabras de la mentira, un aire que despiden
los relatos a despecho de los que hablan. Ese hombre, despeñado por la historia,
saqueado por la mordida del tiempo, dejó señales que ni la maledicencia puede
borrar del todo.
(Matanzas - Cuba)
CRISTIAN ALIAGA
ARGENTINA
De Música desconocida para viajes (Ediciones Deldragón, 2002)
188
Últimos herejes
Nos están alambrando el campo los raza blanca, señor, dijo el cacique
Quilchamal a Roca, el general. Antes había mucho animal, yegua, vaca, oveja, le
dijo, pero ahora dejan a los animales del lado de adentro de los alambres y a mi
gente afuera. Yo le digo con respeto esta cuestión, señor general, yo para qué
voy a hablar mentiras. No sería hombre, entonces. ¿Un general sabe eso? El
problema de recordar es el temblor, piensa el cacique mientras avanza hacia
Chalía. Cuida de no dormirse, de no caer sobre el caballo que avanza
pisoteando las mentiras del general, la baba de mercaderes y mercachifles que
ha acumulado el siglo con su viento sobre la planicie. Quilchamal duerme, en
realidad, aferrado al animal que lo conduce a la muerte en un malón sin
esperanza. Duerme en medio de un malón ya sin lanza ni enemigos, para la
muerte basta el viento helado y la nieve que cae sobre los últimos tehuelches,
puntitos en medio de la pampa, animales sin leña ni carne; últimos herejes de la
llanura repleta de rocas.
189
La sombra
Hay un chico inmóvil en la mitad del tiempo. Tiene una extraña rigidez, se
diría que su silencio busca una palabra que no encuentra. Está en el claroscuro
de la casa, instalado como un tótem en el espacio intercostal en el que duelen
los olvidos. Está mirando hacia un lugar del zócalo, espera un tren que no pasa,
apenas saluda y espera. Tiene veinte años, tiene diez, tiene tres. Lo han
golpeado, está solo, no sabe por quién preguntar. Nadie lo ayudó, nadie lo
asiste, ya no pregunta. Hay un chico, solo pide resguardo en la música, un
pedazo de sombra, un reparo en el bosque. Escucha voces ajenas, ajenas
conversaciones. Un chico de tres. Los hombres se han ido y las mujeres están
tratando de juntar las pizcas de sal necesarias, la verdura en pedacitos, el aroma
de la sopa que hace falta beber para ser fuertes. Las mujeres trajinan y una le
canta una canción. Él no entiende el idioma pero se arrulla en el redondeo de
eses de la melodía. Cierra los ojos, se duerme, tiene diez. Quiere salir al mundo
pero un insecto gigantesco le ha tramado una caja de clausura alrededor de su
deseo.
Los otros chicos revientan un cántaro viejo y dejan salir varios demonios y
un ángel al que no pueden ver. Los otros pelean y sangran y festejan. Él junta
anillos de sombra, los guarda en una cajita, escucha música de grandes. Hay un
chico inmóvil, un niño sin llorar. Tal vez alguien haga el gesto liberador para
que suceda, tal vez él pueda dar el salto de felino que la selva merece, el salto
que lo revele y lo ilumine. Tal vez en la selva recupere la vida con sus contornos
y hojas fallidas, con sus floraciones esperadas. Hay un chico suelto dentro del
resplandor de una siesta, nimbado de luz, mirando hacia adentro por la
ventana. Lejos, tal vez cerca, la sombra de un hombre recorre el laberinto.
190
Pronósticos
191
Emboscados
192
El beso
193
Pachamama
194
Parábola de Pedro Yomeye
Pedro Yomeye, hijo de Juan, nacido de Casiano, hijo a su vez de José quien
fuera hermano de Néstor, primo de la Locajarichi, quien fuera hija de Jumeruco,
conocido en el territorio de Mojos como ―Cacique Grande‖, no esperó el tercer
canto del gallo para negar a sus padres. Antes de morir de consunción, tomó su
única mudada de ropa y se largó del pueblo y sus dilatados veranos.
Cambió su apellido nativo por uno de sonoras sílabas italianas que
escuchó por ahí y se metió de cura en el primer seminario católico que encontró.
Ahora habla con ese acento extranjero que caracteriza a los representantes de
Dios en la Tierra, y se lo conoce como el padre Pedro Carnivella, guardián de
los bienes de la iglesia y administrador de ―Espíritu Santo‖, la hacienda del
templo.
195
La vida es sueño
196
Cábala
197
Parábola del tiempo perdido
Dicen que en los Andes existió una secta, singular, formada por hombres
que se dedicaban, exclusivamente, a pintar vicuñas. Lo hacían como si, cada
día, entablaran una batalla en la que triunfaba el más bello animal de la
creación. Al día siguiente ejecutaban otra nueva pintura, buscaban que la
imagen de la tela quede perfecta, pues a medida que la obra se perfeccionaba
ellos adquirían mayor sabiduría. También aseguran que sobreviven algunos de
estos singulares hombres, cargando bolsas ajenas en los mercados de
Chuquiago Marka.
198
A la deriva
199
Miedo
200
La casa
He aquí una casa loca, cuyas escaleras no conducen a nada. Uno abre la
puerta y cree entrar y en realidad ha salido. Pero cuando uno cree salir sucede
lo contrario: uno ha entrado. Y la mayoría de las veces uno no se explica a
dónde ha llegado, o qué ha sido del cuerpo de uno en esta casa. Las ventanas
tienen la peculiaridad de no mirar hacia afuera sino hacia adentro. Todos los
muebles cuelgan a medio metro del techo principal. De manera que para llegar
a ellos es necesaria la imposibilidad de volar, o un salto largo y elástico que le
permita a uno aferrarse de una silla, por ejemplo, y luego escalarla y sentarse en
ella, como en un peligroso columpio. Y lo peor ocurre cuando cada uno de los
movimientos oscilantes de los muebles tiende a vencer el equilibrio de los
ocupantes, de manera que muchos se han despedazado intentando resistir más
de una hora sentados en el mismo sitio. Todos los muebles confabulan sus
movimientos para desbaratar a sus ocupantes, y ya se sabe que los muebles
flotantes procuran sobre todo que los cuerpos sean derrotados de cabeza; nadie
ha podido saltar incólume. Siempre, en la caída, hay otro mueble oscilante que
se las arregla para que el cuerpo en condena se estrelle de cabeza contra el
suelo.
A pesar de esas aparentes incomodidades, se escuchan, en la casa, cuando
cae la noche, muchas voces y risas, y chocar de copas (y muebles). Nadie ve
llegar a los invitados, y tampoco salir, y eso se debe seguramente a la otra
originalidad de la puerta, que da la sensación de permitir entrar y salir al
mismo tiempo, sin que verdaderamente se haya salido o entrado. Nadie sabe,
además, quién es el dueño o quiénes habitan la casa permanentemente. Alguien
nos cuenta que vive una pareja de niños. Otros aseguran que no son niños, sino
enanos: de lo contrario no se justificarían las fiestas de siempre, escandalizadas
por las exclamaciones más obscenas que sea posible imaginar. Hay quienes
afirman que nadie vive en la casa, y que en caso contrario no serían niños y
tampoco enanos sus habitantes, sino dos jorobadas dementes. Ni unos ni otros
dicen la verdad. No han acabado de entender que todos son en realidad mis
201
habitantes, que están dentro de mí como también yo estoy dentro de ellos, que
yo soy algo vivo, y que a pesar de todas las vueltas que puedan dar por el
mundo, quizá nunca les sea posible abandonar mi tiranía para siempre, porque
también yo estoy dentro de mí.
202
Un hombre
203
El tamaño del miedo
TRIUNFO ARCINIEGAS
COLOMBIA
204
Pequeños cuerpos
Los niños entraron a la casa y destrozaron las jaulas. La mujer encontró los
cuerpos muertos y enloqueció. Los pájaros no regresaron.
TRIUNFO ARCINIEGAS
COLOMBIA
205
En tinta verde
TRIUNFO ARCINIEGAS
COLOMBIA
206
Mientras mamá lava su cuerpo
TRIUNFO ARCINIEGAS
COLOMBIA
207
Actos de fe
TRIUNFO ARCINIEGAS
COLOMBIA
208
Poética
TRIUNFO ARCINIEGAS
COLOMBIA
209
Del golpeteo de las mesas
El golpeteo de las mesas, las risas, nos decían que algo no andaba bien en
el fondo del salón adonde llegamos, ya tarde, con la idea de bailar un poco. El
escarceo de sus risas nos puso en guardia, era de nosotros que reían, de
nuestros torpes gestos de adolescentes, olorosos a alcohol, sudorosos y tristes.
De modo que ni siquiera intentamos sacarlas a bailar, más bien las
mirábamos de lejos, sintiendo que quizás ellas también, como nosotros,
andarían ebrias de soledad en las noches perdidas de los barrios del sur.
EDMUNDO RETANA
COSTA RICA
De Pasajero de la lluvia, (Costa Rica, 2006)
210
De la casa que todos hicimos
EDMUNDO RETANA
COSTA RICA
De Pasajero de la lluvia, (Costa Rica, 2006)
211
Mañana
212
La princesa del dragón
213
ENRIQUE PÉREZ DÍAZ
CUBA
214
El ―almohadón de plumas‖, como diría Quiroga
215
Rodríguez cerró los ojos. A Irene nadie, nadie podría culparla de nada. Ni
siquiera que mientras Rodríguez dormía, el almohadón de plumas hiciera su
trabajo. ―Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a
adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana
parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los
almohadones de plumas‖, como diría Quiroga.
MIRTA YÁÑEZ
CUBA
216
Vulgar agnición
Mientras pasaba como uno más, las fuerzas vivas del barrio no molestaban
mucho a Jorgito. La gentualla simplemente aguardaba a que se saliera un poco
del carril y les diera la oportunidad de ejercer el poder del rebaño, del todos
contra uno.
Aparte de otras razones más arduas de comentar, les irritaba, dentro del
ambiente de suciedad y ordinariez del vecindario, la obcecación de Jorgito en
cuidar los arbustos del jardín. Su mera presencia les afloraba, por contraste, la
miseria y zafiedad de sus vidas.
En un domingo de labores, Jorgito terminó por quedar al descubierto. Una
gota de sangre de su pulgar herido fecundó, a una velocidad imposible, una
frondosa mata de amapolas. Como es de sobra sabido, incluso para los ígnaros,
sólo así se descubre a los dragones auténticos.
Jorgito no tuvo más remedio que marcharse entre bocanadas de fuego. Los
vecinos, al fin, se sintieron aliviados, pero con la impresión de haber extraviado
no se sabe cuál arcana oportunidad.
MIRTA YÁÑEZ
CUBA
217
Orden
218
El ángel
219
Amor cibernauta
220
A los niños no se les golpea
PÍA BARROS
CHILE
221
Paisaje urbano
PÍA BARROS
CHILE
222
Baño de conjuros
a mis hijas
PÍA BARROS
CHILE
223
Rara vez peligrosa
PÍA BARROS
CHILE
224
Callada
PÍA BARROS
CHILE
225
Qué haría usted, dígame
Caminé tanto en ese sueño, que amanecí con ampollas en los pies. Pero ése
es sólo el comienzo, porque el hombre alto y bello que me seguía ha llegado
hasta el borde de mi cama y se niega a partir. Mi esposo balbucea que sólo
fueron un par de infidelidades las suyas, que nada significaron y que en ningún
caso, justifican eso de traerse un extraño hasta nuestra casa y menos con esa
cara de extasiado con la que me contempla. Dice que es de mal gusto, y qué
dirán sus amigos...
PÍA BARROS
CHILE
226
Hombre armado
227
SOLANGE RODRÍGUEZ PAPPE
ECUADOR
De Las balas perdidas (inédito)
228
Tensión dramática
229
Conversación de los amantes
230
Un tal Cortázar
231
El grito
ALFONSO KIJADURÍAS
EL SALVADOR
232
El Estado
Desde ahora eres libre, me dijeron y, desde entonces yo, que vagaba en la
selva y el desierto, confundido entre los animales, vi cómo a mi alrededor la
libertad anunciada se fue volviendo esta muralla sin principio ni fin.
ALFONSO KIJADURÍAS
EL SALVADOR
233
Corrido
ALFONSO KIJADURÍAS
EL SALVADOR
234
Impunidad
ALFONSO KIJADURÍAS
EL SALVADOR
235
Para vencer el insomnio
ALFONSO KIJADURÍAS
EL SALVADOR
236
Encuentro-desencuentro
ALFONSO KIJADURÍAS
EL SALVADOR
237
City
JAVIER PAYERAS
GUATEMALA
238
Make up
JAVIER PAYERAS
GUATEMALA
239
Nociones de historia natural
JAVIER PAYERAS
GUATEMALA
240
Atracción
ELENA DRESER
MÉXICO
241
Familia modelo
ELENA DRESER
MÉXICO
242
El robo
MARCIAL FERNÁNDEZ
MÉXICO
243
Mefistófeles 24:8:79
MARCIAL FERNÁNDEZ
MÉXICO
244
Epitafio de Borges
MARCIAL FERNÁNDEZ
MÉXICO
245
Insensible
a Rodrigo Toledo
MARCIAL FERNÁNDEZ
MÉXICO
246
El problema
ANDIRA WATSON
NICARAGUA
247
Sobreviviente
Uno a veces hace las cosas sin estar del todo conciente del contexto, de las
consecuencias. Como en un dulce o exaltado estado de sonambulismo. Como
ligeramente ―ido‖, fuera de foco, descentrado. ¿Te ha pasado en alguna ocasión
lo mismo?
No se es del todo uno mismo cuando pasa algo así, o lo es sólo
oblicuamente, de manera apenas tangencial. O acaso, ahora que lo pienso bien,
sea entonces cuando en realidad más somos la auténtica versión del ser
verdadero, del yo profundo. No pretendo meterme aquí en complejidades, en
teorías psicoanalíticas que desentrañen enigmas de la personalidad, ni nada de
eso. Pero lo cierto es que esos momentos existen, suceden, de pronto acontecen
dentro o fuera del perímetro estrecho del ser. Y a veces dan frutos.
Entonces, lo que inesperadamente brota del mar interior, del laguito
remoto o del riachuelo oculto asume en determinado instante el meollo de su
situación, sus contornos, se hace fuerte en sus audacias y en sus límites, no se
esconde nunca más. Decide abiertamente ser, nada le arredra, no se deja
intimidar. Puede al fin ser un ente nuevo, una criatura auténtica, independiente,
propia. Algo que antes no existía, o que al menos no se había manifestado: un
pensamiento, una emoción, una actitud, una novedosa sensibilidad; o bien un
temor, un miedo inexorable, una fobia ancestral que apenas ahora se reconoce,
encarna, se exterioriza.
Lo primero casi siempre se esfuerza por defender su autonomía, su íntimo
orgullo, y de algún modo termina sobreviviendo. Lo segundo, menos
afortunado y sin duda más frágil, a menudo acaba en mutilación o suicidio, o
haciendo daño a otros. Y en el proceso te arrastra consigo al abismo.
Para bien o para mal —eso lo dirá el tiempo—, soy de la estirpe de lo
primero: un pequeño texto espontáneo, híbrido, fundamentalmente reflexivo,
acaso efímera escritura que mordiéndose la cola cuenta su propia historia. En
todo caso, altivo sobreviviente de mí mismo.
248
ENRIQUE JARAMILLO LEVY
PANAMÁ
249
Oídos sordos
Es verdad que no hay que hacerles caso a las sandeces, y mucho menos a
las mentiras, se dice Federico. Porque a palabras necias oídos sordos. Pero por
más que trata de convencerse de la necesidad de permanecer emocionalmente
al margen de las insinuaciones, de ciertas señales que percibe y que tienen toda
la pinta de convertirse a corto plazo en diatribas y maledicencias fraguadas
contra él, no deja de reconocer que tiene una espinita clavada en algún sitio que
no es fácil ubicar, y que a falta de precisión —la verdad es que en lo que queda
de su persona no hay casi de dónde escoger— habría que llamar simplemente
alma. Una molestia, a veces angustia, que a ratos no lo deja dormir. Y es que
uno no puede andar con tranquilidad por el mundo, o al menos en sus propios
predios como Pedro por su casa, sabiendo que los colegas murmuran a mis
espaldas, dudan de mi integridad, que tal vez varios de ellos traman incluso
una encerrona intelectual o emotiva, buscan la manera de humillarme en el
momento menos pensado para así asestarme en público —este no es el mejor
término, lo sé— un golpe demoledor. Pero no puedo estar cuidándome siempre
las espaldas, a la defensiva, pendiente de cada sugerencia, de cada posible
movida. No voy a propiciar, yo mismo, el avance de una ansiedad que ya se
torna enfermiza, que puede desembocar en paranoia. Porque, ¿y si todo esto no
es más que inseguridad; incapacidad para adaptarme a la nueva situación, a
este entorno tan poco definido, tan etéreo; si mis temores no fueran más que
producto de mi imaginación? ¿Si ocurre simplemente —y como es natural—
que estoy viendo fantasmas? Podría ser, por supuesto. Y, la verdad, con uno
basta.
Entonces, recapacitando, desapareció.
250
En resumidas cuentas
251
Comienzo
252
En el origen
El fruto que había arrancado tenía sabroso aspecto, pero la cáscara era
dura. Entonces, en la mente elemental surgió una idea: podía golpear el fruto
con una piedra y romper la envoltura. Así lo hizo con éxito, e inventó de esta
manera la primera herramienta: el martillo. Contento, fue a buscar otro fruto.
Lo halló y al repetir la operación se aplastó el dedo. Entonces, inventó la
primera palabrota.
253
La pandorga
254
Dentro de 20 años
255
Extremos
256
Lección de Arte
ISAAC GOLDEMBERG
PERÚ
257
Lección de Ley
ISAAC GOLDEMBERG
PERÚ
258
Nada
ISAAC GOLDEMBERG
PERÚ
259
Los muñecos de don Sebastián
260
El árbol de la buena suerte
261
reunirse, y después empezaron a escribir sus nombres alrededor del de
Arístides. Con los años, ese fue el árbol de la buena suerte. Poner el nombre de
uno en él traía felicidad. No hubo enamorado que no lo hiciera. La fe se
extendió a gente de todas las edades y alguien plantó en el árbol una cruz, y
luego el lugar se convirtió en un santuario. Lo rodearon con una cerca de
puntas de hierro e hileras de candelabros de lata. El pueblo fue creciendo. La
cruz se llenó de corazones de plata, y el árbol de nombres grabados y hollín de
velas.
262
Entre jefes
263
Fuego
264
Compactado
265
La niña fuego
Los vecinos del caserío Llacadén dicen que la niña María de los Ángeles,
que tiene cinco meses, enciende las cosas con sólo mirarlas, que un día se
quemó un colchón de la casa donde vive, que otro día se quemó un mantel,
unos papeles y hasta la hamaca donde dormía la bebe. Que se le ponen los ojos
rojos y lanza fuego con la mirada. La madre de la niña se ríe, la tía dice que
cerca de allí hay otra niña de cuatro años que también bota fuego por los ojos y
que eso le pasa porque su mamá se volvió atea, y que Dios es celoso. Los
vecinos dicen que lo bueno es que la niña va a atraer al turismo. La madre de
María de los Ángeles se ríe y arroja un fósforo prendido contra ellos. La niña
fuego, vestida de rosado, también se ríe.
266
Convergencias
267
Ahora descubro que me baño con tus sueños, que suspiro con tus deseos y que
me inundan tus fantasías.
Siento que tu payaso, aquel que arranca de tus labios madejas de risa,
también se adueña de mi corazón. Son dos corazones. ¿Permites, Esther, que él
me regale un beso a tu espalda?
268
El doblaje
Con una voz nítida y perfecta, como un ruego al cielo que pareció volar
lejos del teatro, había cantado las dos palabras del aria que decían: ¡Ámame
Alfredo!... y que, por el efecto de una sublimación musical, decían mucho más
que las palabras.
Había cantado ese pasaje fugaz y total de la ópera con una técnica exacta y
un fluir lírico impecable, más real que un orgasmo, haciendo vibrar las
quinientas almas anónimas de los espectadores, con la excepción de algunos
oyentes distraídos que solamente pensaron en la cursilería textual que había
cantado ella. La crítica especializada en el género lírico, sentada en la fila siete,
trataba de autoconvencerse de que la ópera no era más que una idiotez
lacrimógena.
Ella había entonado magistralmente su ruego y, en ese instante, lo que
realmente había pensado era: ―pequeño canalla, reptil del Egeo, algún día
encontraré verdaderamente a Alfredo, a ese Alfredo con el que estoy
soñando…‖.
Desde la noche del estreno (noche ya muy lejana) hasta la última
representación, en primera fila estaba sentado un hombre extraño y paralítico,
sobre un sillón de ruedas. En su interior vivía el ser con el que soñaba María
Callas, escondido en su envoltura patética: un rostro repulsivo que —según
algunos teólogos— no fue creado especialmente para que ella jamás encontrara
al que buscaba. Fue un error de la naturaleza tal vez cometido para bien de la
lírica aunque ella optara, un cierto día, por autoeliminarse en silencio.
ENRIQUE ESTRÁZULAS
URUGUAY
269
Lo inasible
ENRIQUE ESTRÁZULAS
URUGUAY
270
Acaso la palabra
GUSTAVO LESPADA
URUGUAY
271
Onírico III
encaramados a la ventana del dormitorio como cuando eran niños vio ondear
las escamas brillosas entre los ligustros, enseguida se la señala a su hermana
(¿su hermana?), después de atravesar el alambrado que limita con el terreno del
vecino, avanza sigilosa hacia su presa: un paralizado batracio que sólo mueve el
buche, dan la vuelta corriendo hacia la huerta del fondo y mientras él busca un
palo o algo que sirva de horqueta para sujetarle la cabeza, escucha los gritos
cercanos de su hija: lo picó, lo picó, y su hermana que le contesta: sí, ahora se lo
va a comer, al llegar con la tabla la ve intentando alcanzar el resguardo de los
arbustos ante la fascinación de las niñas, pero apenas puede desplazarse en la
hierba por el peso del almuerzo que se le mueve adentro, ahora ella es presa
fácil, pero su hija, qué hace ahí su hija en medio de su infancia, se pregunta el
hombre cuando comienza a despertarse, a recuperar las coordenadas de la cama
en el cuarto de la cabaña en el bosque, mientras tantea la oscuridad buscando
las alpargatas para ir al baño, todavía impregnado de las imágenes, el hombre
pudo sonreír al pensar en los curiosos mecanismos del sueño, fue entonces
cuando pisó algo blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie.
GUSTAVO LESPADA
URUGUAY
272
Condición
GUSTAVO LESPADA
URUGUAY
273
La escritura descalza
A la altura de Castillos, entre el Cabo Polonio y Punta del Diablo, hay un barco
encallado en la costa. Bueno, los restos de lo que fuera un barco y ahora es sólo
un haz de hierros herrumbrados que brotan desde el suelo. Lugar de
tempestades y naufragios, de cuentos a la luz de las fogatas o faroles a mantilla,
de antiguas historias desgranadas por los vientos sureños de salitre implacable.
Son varios kilómetros caminando por la playa desde ―La esmeralda‖. La
voluntad resuella bajo el sol del verano. Racionamos el agua, hablamos, nos
reímos, escudriñamos horizonte y orilla con obstinación atávica de recolectores.
Encontramos una tortuga dada vuelta. La devolvemos al agua pero no se
mueve, flota pero no nada, las olas la regresan a la arena, esta vez boca abajo.
Un grupo de gaviotas levanta vuelo cada vez que las alcanzamos. Nostalgias de
aventuras se combinan con el ruido del mar que acompaña nuestro andar
paralelo en esa inmensidad desierta apenas interrumpida por algún pescador
solitario, donde un cangrejo agoniza en una agüita tibia y un lobo de mar,
definitivamente varado, empieza a echar olor. Finalmente llegamos. Anfitrión
de bivalvos, apenas esqueleto de costillas carcomidas, verdoso por las algas, al
que ubicarle la proa requiere un esfuerzo de la imaginación. Este resto cilíndrico
debió ser chimenea, nada queda del casco ni el timón, aquella empapada
chatarra apenas nos sugiere el castillo de popa. En tus ojos conspiran cuentos de
bucaneros, de hazañas ignoradas, de botines hundidos. Con entusiasmo
atesoras pequeños restos del buque naufragado, fragmentos de hierro que la
furia del mar descama y dispersa y que has venido juntando para hacerte un
collar, un caracol o dos, alguna piedra rara, pulida, en los bolsillos. Cuando
emprendemos el regreso sobre nuestro propio rastro, me decís: ¿ves que la
huella no es vacío? Y es verdad: atrás quedan las marcas de nuestro paso por la
arena que la marea pronto borraría; pero algo permanece en la fugacidad de ese
testimonio, algo como una escritura descalza que viniera a nuestro encuentro
con una clave compartida: la fraternidad en la distancia, el poder estar juntos
por estar separados, adultos en el tiempo. Y caminar los dos hacia el ocaso sin
274
pensar en las sombras que se alargan a nuestra espalda.
275
Describir
TATIANA OROÑO
URUGUAY
De Morada Móvil (Uruguay, 2004)
276
Esto es lo otro
Me gusta escribir sobre los chiquilines y sobre cosas que pasan en los
salones de clase. Un montón de ellas se repiten porque el sistema es rutinario.
Como las rutinas son desordenadas por lo más jóvenes no es fácil el ejercicio
ordenado de aquéllas: se iba a hacer esto y resulta que hay que hacer lo otro
(rompieron un banco, se apretaron un dedo, desapareció un cuaderno o la plata,
tiene mononucleosis, se peleó con el novio, dice que lo van a agarrar a la salida).
Eso confunde un poco porque esto no puede quedar sin hacer aunque deba
atenderse a eso, que es lo otro. Y además porque la rutina de timbres y señales
—más compleja en un liceo privado que en otro— enreda cuerpo y mente en su
exigente cadena de respuestas cuya calidad se mide en tiempo como la de un
Monza o la de un depósito a plazo fijo. (Puntualidad y presentismo son las
mejores prendas, sobre todo en un privado, de un profesor liceal que en general
es una profesora). A pesar de todo (la rutina y las confusiones de ruta que
dentro de ella se producen: ¿adónde me tocaba?, ¿al 2, el 3 o el 4?, ¿qué hora,
qué día es hoy?, ¿me toca subir o bajar?), llega el momento en que la puerta se
cierra a nuestras espaldas. Por fin solos. Adiós a la mirada que nos pescó
llegando a la puerta del salón cinco minutos después del timbre, y no dos, que
sería el máximo tolerable en un privado. Es una marejada de ojos que nos
salpica mientras se aquieta. Normalmente el resto de la clase es una tarea
marítima: vamos subiendo a bordo, soltamos amarras y remamos hacia adentro.
En ese aire limpio de la media hora que queda, en esas aguas calmas,
ocurre lo que nadie más que los que estuvimos podemos contar.
TATIANA OROÑO
URUGUAY
De Morada Móvil (Uruguay, 2004)
277
Química
TATIANA OROÑO
URUGUAY
De Morada Móvil (Uruguay, 2004)
278
Uno
RAMÓN NÚÑEZ
VENEZUELA
De El hermano menor (UC, 2000)
279
Dos
A Teresa
RAMÓN NÚÑEZ
VENEZUELA
De El hermano menor (UC, 2000)
280
Tres
RAMÓN NÚÑEZ
VENEZUELA
De El hermano menor (UC, 2000)
281
Cuatro
A Mariela
Aquella niña venía sólo en las vacaciones; y fue por esos días que él,
después de mucho esmero, terminó la cometa.
Esperó un vendaval y la cometa le fue pidiendo pabilo; se ladeaba
majestuosa a cada templón, y él era ese vuelo.
Pero lo llamó aquella niña tan esperada, tan ausente, y su alegría
incontrolable fue también esa cometa; aunque ahora suelta, escapando, botín de
otros niños.
RAMÓN NÚÑEZ
VENEZUELA
De El hermano menor (UC, 2000)
282
¿Por qué estás llorando tú, gafo?
RAMÓN NÚÑEZ
VENEZUELA
De El hermano menor (UC, 2000)
283
Datos biográficos y bibliográficos
Paula Asencio. Cinco Saltos, Río Negro, 1964. Es profesora de música. Reside
en Neuquén desde 1987. Trabaja con niños en educación musical. Dirige el
Instituto Crecer con Música. Participó en la Antología Escritura Furtiva
(Neuquén, 2005).
284
Sandra Bianchi. Buenos Aires, Argentina. Es profesora en Letras. Coordina el
Taller Literario del Hospital de Día del Departamento de Salud Mental del
Hospital de Clínicas de la Ciudad de Buenos Aires. Fue coordinadora del Área
de Literatura de Malba-Colección Costantini. Se desempeña como editora,
crítica literaria, periodista y gestora cultural. Realiza trabajos para editoriales
nacionales y extranjeras. Publica artículos sobre arte y literatura. En 2006
organizó junto a Luisa Valenzuela y Raúl Brasca el ―Primer Encuentro Nacional
de Microficción‖ celebrado en Buenos Aires. Tiene un libro de microficciones en
preparación.
Violeta Cribari. Buenos Aires, 1946. Reside en Neuquén desde 1990. Es Médica
Cardióloga Infantil. Participó en las Antologías Umbrales (Neuquén, 1997) y
Escritura Furtiva (Neuquén, 2005).
285
Fernando Dalmazzo. Buenos Aires, 1960. Reside en Neuquén desde 1990. Es
abogado y desempeña su profesión en temas relacionados con Derechos
Humanos.
Roberto Di Biase. Punta Alta, Buenos Aires, 1957. Reside en Neuquén desde
1986. Es Maestro mayor de obras. Asiste a talleres literarios.
Zulma Fraga. Realicó, La Pampa. Reside en Buenos Aires. Publicó Relatos del
piso 12 (1998), Marginales (2004), El músico y Angelita (2005). Ha obtenido
premios literarios y participado en muestras de plástica y literatura en
Argentina y Canadá. Integra el grupo de producción del programa de radio
―Contextos‖ de FM Radio Cultura de Buenos Aires.
Griselda Gambaro. Buenos Aires, 1928. Una de las escritoras más relevantes de
la literatura argentina. Sus obras dramáticas han sido presentadas en
prestigiosos escenarios de Latinoamérica y Europa. Ha publicado entre otras
obras: El desatino, (1965), Una felicidad con menos pena, (1965), Ganarse la muerte,
(1976/Norma 2002), Dios no nos quiere contentos, (1979/Norma 2003), Lo
impenetrable, (1984/Norma 2000), El mar que nos trajo, (Norma 2001), Los animales
salvajes, (Norma 2006). A esta última pertenece el texto publicado en esta
antología.
Nelly Gamondi. Olavarría, Buenos Aires, 1945. Reside en Neuquén desde 1978.
Es Profesora en Historia. Asiste a talleres literarios.
286
Ingeniero de Petróleos. Realiza trabajos de consultoría. Publicó El sueño robado y
otros sueños (Ediciones Culturales de Mendoza) y Cuentos Pendientes,
(Ruedamares, Neuquén 2007). También ha publicado en antologías de Editorial
Ruedamares y de Editorial Sudamericana.
Gladys Iglesias. Puerto de Santa Cruz, 1960. Reside en Neuquén desde 1968.
Ha producido y conducido programas de radio y televisión. Trabaja en el
ámbito judicial. Participa en talleres de escritura, desde hace varios años.
287
Teoría sobre Ella (2006). Integra el Consejo de la revista ―Trilce‖ (Concepción,
Chile). Publicó el libro de relatos La mujer equivocada (2006).
Omar Mansilla. Buenos Aires, 1966. Radicado en Neuquén desde 1973. Asiste a
Talleres literarios. Trabaja como empleado administrativo.
Griselda Martínez. San Rafael, Mendoza, 1976. Reside en Neuquén desde 1978.
Cursó el Profesorado en Letras. Coordina talleres de lectura y escritura para
niños y adolescentes. Participó en las antologías Umbrales (Neuquén, 1997) y
Escritura Furtiva (Neuquén, 2005).
Hugo Mujica. Buenos Aires, 1942. Estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología
Filosófica y Teología. Ha publicado ensayos: Kirie Eleison (1991), Kénosis (1992),
La palabra inicial (1995), Flecha en la niebla (1997), Poéticas del vacío (2002). Su obra
poética ha sido editada en Argentina, España e Italia y reunida en Poesía
completa (Seix Barral, 2007). Solemne y mesurado, en (1990), fue su primer libro de
cuentos. Y acaba de publicar Bajo toda la lluvia del mundo, (Seix Barral, 2008).
Marcelo Oscar Paladino. Buenos Aires, 1965. Reside en Neuquén desde 1988.
Licenciado en Educación Física, trabajó en escuelas primarias durante dieciocho
años. Desarrolla en esta disciplina una investigación respaldada en principios
teológicos, en busca de una mejor calidad de vida. Asiste a talleres literarios.
Osvaldo Pellín. Buenos Aires, 1940. Reside en Neuquén desde 1965. Participó
en la elaboración y aplicación del Plan de Salud de la Provincia entre 1970 y
288
1976. Fue diputado Nacional en dos períodos. Ha publicado Afuera de nosotros y
otros silencios (Ruedamares, Neuquén, 2006).
Juan Facundo Quiroga. San Martín de los Andes, Neuquén, 1943. Ejerció la
docencia en Cutral Co; reside en Neuquén. Publicó en narrativa Había una vez
un juez, (Ruedamares, 2008).
Andrea Fernanda Quirós. Buenos Aires, 1965. Reside en Neuquén desde 1995.
Es docente y asiste a talleres de escritura. Participó en la antología Escritura
Furtiva (Neuquén, 2005).
María Cristina Ramos. San Rafael, Mendoza, 1952. Reside en Neuquén desde
1978. Es profesora de Lengua y Literatura. Trabajó en todos los niveles
educativos y en capacitación docente. Coordina talleres literarios en la
provincia desde 1980. Sus libros de literatura para niños y jóvenes se publican
en Argentina, Méjico, Colombia y España. Publicó La secreta sílaba del beso
(Ruedamares 2003), microficciones, muchas de las cuales fueron luego
reproducidas en antologías de España y Latinoamérica. Dirige desde 2002 la
Editorial Ruedamares.
María Inés Russo. Cipolletti, Río Negro, 1963. Reside en Neuquén desde 1970.
Es Técnico en Administración de Recursos Humanos. Es cuentacuentos y
participó en la Antología Escritura Furtiva (Neuquén, 2005).
289
en un nuevo libro de poesía. Actualmente, es editor de Losada en la Argentina,
director de publicaciones del Complejo Teatral de Buenos Aires y de la revista
de cultura Las ranas.
Virginia Scioscia. Mar del Plata, 1965. Reside en Neuquén desde 1986.
Cartógrafa de profesión, realizó para la Municipalidad de Neuquén un plano
táctil de la ciudad para no videntes. Asiste desde hace varios años a talleres
literarios. Participó en la antología Escritura Furtiva (Neuquén, 2005).
Ana María Shua. Buenos Aires, 1951. Ha publicado más de cuarenta libros.
Novelas: Soy Paciente, Premio Editorial Losada; Los amores de Laurita, El libro de
los recuerdos (Beca Guggenheim) y La muerte como efecto secundario (Premio Club
de los XIII y Premio Municipal Ciudad de Buenos Aires). Libros de
microrrelatos: La sueñera, Casa de Geishas, Botánica del caos y Temporada de
fantasmas. Libros de cuentos: Los días de pesca, Viajando se conoce gente y Como una
buena madre. Con Miedo en el sur obtuvo el Premio Municipal Ciudad de Buenos
Aires en el género cuento. Recibió premios nacionales e internacionales por su
producción infantil-juvenil. Integra antologías editadas en diversos países del
mundo. Algunas de sus novelas han sido publicadas en Brasil, España, Italia,
Alemania y los Estados Unidos.
Raúl Tamargo. Buenos Aires, 1958. Cursó Lengua, Literatura y Latín. Participó
290
en distintos talleres literarios. Integró el grupo ―La Nuez‖ de estudios en
literatura infantil. Coordinó talleres literarios en Buenos Aires, Lobos y Carlos
Casares. Publicó el poemario Los otros cómo juegan, A Capella, (1995) y la novela
infantil Por la ventana de Sol, Premio Libresa, Ecuador, 2001. Participó en
antologías de poesía. Fue encargado de redacción de la revista Una de CAL
(1993-2002). Colabora con la revista Imaginaria. Es propietario de la librería El
hablador.
Orlando Van Bredam. Villa San Marcial, Entre Ríos, 1952. Reside desde 1975 en
El Colorado, Formosa. Es profesor en Letras y Licenciado en gestión educativa.
Dicta Literatura Iberoamericana y Teoría y Crítica Literaria en la Universidad
Nacional de Formosa. Libros de cuentos editados: Fabulaciones (1989), Simulacros
(1991), La vida te cambia los planes, minificciones, (1994), Las armas que carga el
diablo (1996), editado con apoyo de Fundación Antorchas y Música de entonces,
(2005). Publicó también las novelas Colgado de los tobillos (Formosa, 2001), Nada
bueno bajo el sol (2004) y Teoría del desamparo, (Premio Emecé de Novela, 2007).
Ha sido traducido al portugués, al francés y al flamenco.
Luisa Valenzuela. Nació en Buenos Aires, donde reside actualmente. Vivió diez
años en Nueva York; dictó talleres literarios en NYU. Sus libros más recientes
son: Cuentos Completos y uno más, Editorial Alfaguara, México, La travesía
(novela), Los deseos oscuros y los otros (diario de NY), Cambio de armas (primera
edición argentina, cuentos de 1979), El placer rebelde (antología general de su
obra), Fondo de Cultura Económica, 2003, Brevs, (microrrelatos) Alción Editora
2004.
Analía Velilla. Choele Choel, Río Negro 1961 – Cipolletti, 2008. Bioquímica,
Cuentacuentos. Durante varios años participó en talleres literarios. Integra la
Antología Escritura Furtiva (Neuquén, 2005).
291
poesía Las puertas, Los Reinos Dorados. Cuento súbito reúne sus microcuentos.
292
con La negra y el diablo el Premio Nacional de Literatura Parker. Su obra forma
parte de las antologías Colombia à choer ouvert (París, 1991) y Und träumten vom
Leben: Erzählungen aus Kolumbien (Zürich, 2001).
Edmundo Retana. San José, Costa Rica, 1956. Impartió conferencias y coordinó
talleres literarios en Guayaquil, Ecuador, por invitación de la Universidad
Católica de Guayaquil y la Sociedad Ecuatoriana de Escritores. Autor de Los
bailes íntimos (1991), Las sílabas de la tierra (1995) y Pasajero de la lluvia, (2006). Su
obra poética aparece publicada en varias antologías de Costa Rica y América
Latina.
293
Solange Rodríguez Pappe. Guayaquil, Ecuador, 1976. Licenciada en Literatura
y Comunicación. Coordina talleres de escritura. Como cuentista ha publicado
Tinta sangre, (2000). En 2005 Dracofilia, microrrelatosy poesía. En 2007 El lugar de
las apariciones, narrativa breve. Escribe artículos literarios para varias
publicaciones y medios de comunicación.
294
Eva, Fondo Editorial CIRA, 2002. Fue miembro del Consejo Editorial de la
Revista Literaria Horizonte de Palabras y es colaboradora de las revistas
Deshonoris Causa de León y de la Asociación Nicaragüense de Escritoras,
ANIDE. Ha publicado en antologías.
Mario Halley Mora. Coronel Oviedo, Paraguay, 1926 - Asunción, 2003. Fue
periodista, narrador, poeta y autor de teatro. De su abundante producción
dramática sobresalen En busca de María, El juego del tiempo, Magdalena Servín,
Interrogante y Un rostro para Ana. También escribió el libreto de la zarzuela
paraguaya Loma Tarumá, en yopará (guaraní-castellano). Su producción
narrativa incluye novelas y cuentos, entre los que se destacan La quema de Judas
(1965), Los hombres de Celina (1981), Cuentos, microcuentos y anticuentos (1987),
Memoria adentro (1989), Amor de invierno (1992), Manuscrito alucinado (1993), Ocho
mujeres y los demás (1994) y, la última novela, Cita en el San Roque (1999). Es
además autor de un poemario, Piel adentro (1967). En 1999 Halley Mora recibió
la Condecoración Honor al Mérito, concedida por el Estado Paraguayo, y en
2001 ganó el Premio Nacional de Literatura.
Isaac Goldemberg. Chepén, Perú, 1945. Reside en Nueva York desde 1964. Es
autor de trece libros de poesía, tres novelas, dos libros de relatos, tres obras de
teatro y una antología de literatura judía latinoamericana: El gran libro de
América judía. En el 2001, su novela La vida a plazos de don Jacobo Lerner fue
seleccionada por el National Yiddish Book Center de E.E.U.U. como una de las
100 obras más importantes de la literatura judía mundial de los últimos 150
años. Sus publicaciones más recientes son Libro de las transformaciones (2007),
Tierra de nadie (2006), Los cuerpos y las cuentas (2006), La vida son los ríos (2005),
Los Cementerios Reales (2004) y Golpe de gracia (2003). Actualmente, es Profesor
295
Distinguido en Eugenio María de Hostos Community College de la City
University of New York, donde también dirige el Instituto de Escritores
Latinoamericanos y la revista internacional de cultura Hostos Review.
296
Tatiana Oroño. San José, Uruguay, 1947. Profesora de Literatura egresada del
IPA, Profesora de Lengua y Literatura Españolas, AECI, Madrid. Cursó
Maestría en Literatura Latinoamericana. Crítica literaria y de arte, colabora
regularmente con el semanario Brecha. Participó en la organización del Primer
Encuentro de Literatura Uruguaya de Mujeres, Montevideo, 2003. Es autora de
catálogos de arte y colaboradora en publicaciones colectivas de arte y literatura.
Ha publicado entre otras obras: Morada móvil, (Editorial Artefacto, Montevideo,
2004), Tout fut ce qui ne fut pas / Todo tuvo la forma que no tuvo, (edición bilingüe,
Autres Temps-Les Écrits des Forges, Marsella, 2002), La piedra nada sabe, (Hum
Editor, Colección Estuario, Montevideo 2008).
297
Índice
Agradecimientos ............................................................................................................ 4
Acerca de esta Antología .............................................................................................. 5
Prólogo ............................................................................................................................ 6
298
Otros jardines ............................................................................................................... 29
Terrestres....................................................................................................................... 30
299
Esteban Valentino - Argentina
Amor a la especie ......................................................................................................... 54
Relax .............................................................................................................................. 55
Decisión ......................................................................................................................... 56
300
Osvaldo Pellín - Argentina
Jack y el afilador ........................................................................................................... 77
El caballo carneado ...................................................................................................... 78
Entre nosotros .............................................................................................................. 80
301
María Inés Russo - Argentina
Domingo ..................................................................................................................... 103
Vecindad ..................................................................................................................... 104
Velorio ......................................................................................................................... 105
302
De viajes ...................................................................................................................... 126
La razón del aire ........................................................................................................ 127
303
Estela Smania - Argentina
El banquete ................................................................................................................. 149
La crítica ...................................................................................................................... 150
Medias tintas .............................................................................................................. 151
304
Lucía Castello - Argentina
Pasaje ........................................................................................................................... 172
Danza pagana ............................................................................................................. 173
Apología de la ingenuidad ....................................................................................... 174
La botella ..................................................................................................................... 175
El potro ........................................................................................................................ 176
El jardín ....................................................................................................................... 177
305
Cábala .......................................................................................................................... 197
Parábola del tiempo perdido ................................................................................... 198
306
Pía Barros - Chile
A los niños no se les golpea...................................................................................... 221
Paisaje urbano ............................................................................................................ 222
Baño de conjuros ........................................................................................................ 223
Rara vez peligrosa ..................................................................................................... 224
Callada......................................................................................................................... 225
Qué haría usted, dígame........................................................................................... 226
307
Andira Watson - Nicaragua
El problema................................................................................................................. 247
308
Gustavo Lespada - Uruguay
Acaso la palabra ......................................................................................................... 271
Onírico III .................................................................................................................... 272
Condición .................................................................................................................... 273
La escritura descalza ................................................................................................. 274
309