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El principio acusatorio y la necesidad de una reforma

legislativa
por RAMIRO JAVIER RUA
Octubre de 2009
www.saij.jus.gov.ar
Id SAIJ: DACC090075

Este trabajo fue presentado como ponencia en el I Congreso Internacional y II Nacional del Sistema Penal
celebrado en la Universidad de Buenos Aires en el mes de septiembre de 2009 y se centró en investigar las
dificultades que se originan a partir de las diferentes ideologías políticas receptadas por la Constitución Nacional
y por el Código Procesal Penal de la Nación, en particular, en lo que atañe a la observancia del "sistema
acusatorio".

Se analizaron las diferencias entre el sistema acusatorio, inquisitivo y mixto y los problemas que ha planteado al
momento de delimitar los ámbitos de competencia entre el Poder Judicial de la Nación y el Ministerio Público
Fiscal.

Se tomó como punto central que permite desarrollar el conjunto de aspectos relacionados con el tema
estudiado, la aplicación por los Tribunales del artículo 348 del Código Procesal Penal de la Nación y la variación
que produjo la doctrina emanada del fallo "Quiroga" de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.

A lo largo de la ponencia se abordaron tangencialmente aspectos relacionados con el principio de oportunidad,


de oficialidad, de legalidad procesal y la forma en que han sido receptados por los códigos mas modernos a
nivel nacional (Buenos Aires, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Chaco, Chubut, Catamarca, San Juan, San
Luis, etcétera) e internacional (Costa Rica, Colombia, República Dominicana, Uruguay); sin dejar de hacer
referencia al último Proyecto Oficial de Reforma integral al Código Procesal de la Nación del año 2007.

Concluye el trabajo en la necesidad de reconocer, reforzar y ampliar las facultades que constitucionalmente le
son otorgadas al Ministerio Público Fiscal y en implementar legislativamente un sistema acusatorio en que el
fiscal pueda tener cierto margen de discrecionalidad para decidir llevar adelante la acusación o no, con un
control judicial limitado, en que los jueces actúen como garantes y no "instructores".

I.- Introducción Profundos son los dilemas que enfrentan los operadores del sistema jurídico ante la difícil tarea
de ejercer las funciones públicas que le son impuestas en la búsqueda de cumplir con las aspiraciones de
"afianzar la justicia" y "consolidar la paz interior" plasmadas en el preámbulo de la Carta Magna.

Recuerdo la impresión que me causaron las palabras de Von Ihering: "La idea del derecho encierra una antítesis
que nace de esta idea, de la que es completamente inseparable: la lucha y la paz; la paz es el término del
derecho, la lucha es el medio para alcanzarlo" (1).

Es la defensa del Estado de Derecho el faro que guía -o debiera- la actividad de los jueces, los fiscales y los
defensores para evitar incurrir nuevamente en desafortunados errores que guardan los arcones de la historia
argentina, latinoamericana y mundial. La empresa no es sencilla, pero los frutos bien valen el esfuerzo.

En esta senda, el logro de un sistema de enjuiciamiento penal racional que brinde seguridad jurídica y un
equilibrio entre el reclamo ciudadano de justicia y el efectivo aseguramiento y fortalecimiento de las garantías
consagradas al imputado no puede ser desatendido.

De lograrlo, el derecho ira dejando de ser "la forma ritual de la guerra" (2) para convertirse en una herramienta
de convivencia social. Con este anhelo es que plasmaré algunas inquietudes y reflexiones en torno al "principio
acusatorio" en el actual estado de la legislación y la necesidad de una reforma legislativa que permita alcanzar
ese ansiado equilibrio en pos de la libertad, la igualdad y la fraternidad.

II.- Sistema acusatorio, inquisitivo y mixto La temática de esta ponencia se enraiza en la dicotomía que surca la
política criminal argentina. Una constitución nutrida del ideario liberal-iluminista que Alberdi supo plasmar en sus
"Bases" y cuyos lazos con la Constitución de los Estados Unidos de América son sabidos; y una legislación
procesal de corte inquisitivo que se ha prolongado por más de un siglo, calando profundamente en las prácticas
de nuestros tribunales y en la formación de una cultura judicial que aún hoy perdura.

Los constituyentes de 1853/1860 regaron a lo largo del articulado constitucional las ideas que guiaron el
reglamento primario de la Nación naciente, en concordancia con la forma representativa, republicana y federal
de gobierno (artículo 1°), sin que fuera necesario recurrir a un método similar al "Bill of Rights" norteamericano.

Este espíritu que buscó alejarse de prácticas autoritarias propias del sistema monárquico español, se afianzó
con la reforma operada en el año 1994 que incorporó al nuevo artículo 75.12 de la Constitución Nacional un
bloque de tratados y convenciones internacionales sobre Derechos Humanos a los que se le atribuyó jerarquía
constitucional y que permitieron ampliar las garantías del individuo contra al avance arbitrario e irracional del
Estado.

En el área del Derecho que aquí interesa, los artículos 18 y 19 de la Constitución Nacional son la columna
vertebral en que se sustentan una serie de derechos y garantías que obligatoriamente habrán de observarse en
el proceso penal. Al mismo tiempo, con la sabiduría de quien reconoce sus limitaciones humanas y con clara
visión de futuro, aquellos establecieron la fórmula del artículo 33 que establece: "Las declaraciones, derechos y
garantías que enumera esta Constitución, no serán entendidos como negación de otros derechos y garantías no
enumerados, pero que nacen del principio de la soberanía del pueblo y de la forma republicana de gobierno".

Este acertado recaudo y la instauración del sistema de juicio por jurados (artículos 24, 75.12 y 118) como
garantía del enjuiciado e instrumento para resolver los pleitos penales, permite concluir que nuestra Carta
Magna se inclina por un sistema penal acusatorio. Refuerza esta idea el trámite establecido para el juicio político
a los integrantes del poder legislativo (artículos 53 y 59) y para la remoción de magistrados (artículos 114.5 y
115).

Sin desconocer que no existe aplicación pura de los sistemas a los que aquí brevemente nos referimos,
encontramos que el "sistema acusatorio" presenta las siguientes características: 1) La Jurisdicción Penal se
encuentra en poder de Tribunales Populares; 2) la persecución penal está a cargo de una persona física, no un
órgano estatal; 3) el acusado es un sujeto de derechos que se encuentra en igualdad de condiciones con la
parte acusadora ("igualdad de armas"); 4) existe una separación entre la función acusatoria y la decisoria; 5) el
procedimiento consiste en un debate público, oral, continuo y contradictorio; y 6) las pruebas son valoradas de
acuerdo a las reglas de la sana crítica.

Por el contrario, en el "sistema inquisitivo", las funciones acusatorias, investigativas y decisorias se centran en el
inquisidor, quien mediante un proceso secreto y escrito valorará los datos que colecte de acuerdo con el método
de "prueba tazada".

Sin pretender ahondar en la historia de cómo fueron confundiéndose ambos sistemas, basta con señalar que
con el triunfo de las ideas que guiaron la revolución estadounidense (1776) y la francesa (1789), junto al
desprestigio de la inquisición fue abriéndose camino el sistema acusatorio, aunque, forzoso es reconocerlo, su
andar en estas latitudes es lento.

En la Argentina, tal vez por la premura que las circunstancias de la época exigían, el 4 de octubre de 1888 se
sancionaba la ley 2372 que establecía el Código de Procedimientos en Materia Penal que, tal como consta en la
exposición de motivos firmada por Manuel Obarrio decididamente se apartaba del método del "Juicio por
Jurados" anglosajón, tomando el modelo el Español, aunque para entonces ya era inaplicable en aquel país.

Recién el 21 de agosto de 1991 con el dictado de la ley 23.984 se instaura el nuevo Código Procesal Penal de la
Nación, en el cual se adoptó un "sistema mixto" donde convive una primera etapa investigativa de contenido
inquisitivo y una segunda en que priman principios de corte acusatorio.

No pueden negarse las bondades sobre la reglamentación anterior ni la modernización legislativa que trajo
aparejada, pero tampoco que luego de diecisiete años de vigencia -y varias reformas- no se superaron viejas
formas (v.gr. el juez como director del proceso, la imposición del secreto de sumario en casos particulares y la
declaración indagatoria como presupuesto del procesamiento y como acto interruptivo de la prescripción), y han
surgido nuevos cuestionamientos que exigieron la inteligencia de los juristas (v.gr. el control judicial de los actos
del fiscal, el juicio abreviado y la violación a la presunción de inocencia, el rol del querellante como acusador
único en delitos de acción pública, etcétera).

Estos conflictos, a mi modo de ver, se originan en la conformación de una ideología cultural penal fuertemente
ligada a la figura del juez como soberano encargado de "hacer justicia", la imposibilidad de lograr una clara
separación entre las funciones de acusar y juzgar, tal vez, cierta resistencia judicial a "perder el control del
proceso", que como veremos a continuación hace años se encuentra en franca crisis III.- De Jueces y Fiscales.

Con la reforma constitucional operada en el año 1994 se incorporó el artículo 120 el cual establece al Ministerio
Público (3) como un ".órgano independiente con autonomía funcional y autarquía financiera, que tiene por fin
promover la actuación de la justicia en defensa de la legalidad, de los intereses generales de la sociedad, en
coordinación con las demás autoridades de la República", pero ".sin sujeción a instrucciones o directivas
emanadas de órganos ajenos a su estructura" (art. 1, ley n° 24.946).

"El Fiscal" cobra una autonomía e independencia que resulta de vital importancia para poder desempeñar el
papel de acusador público cómo titular priortario de la acción pública (artículos 5, 65, 180 y 195 del CPPN, 25
inciso c, 29 de la ley 24.946). Decimos "prioritario" porque el propio código faculta a los particulares a participar
en la investigación de los delitos de acción pública como parte querellante (arts. 82 y siguientes) y hoy, luego del
fallo "Santillán" (4) a llevar adelante la acusación en forma autónoma, aún cuando el fiscal sostenga lo contrario.

Si queremos cumplir con el mandato constitucional, debemos comprender, en forma definitiva, que el Fiscal, en
el sistema Argentino, es el único órgano estatal con el poder de llevar adelante la acusación y que para cumplir
con la trascendental función que le es asignada no puede recibir ni presiones, ni directivas ya sea directa o
indirectamente de otros órganos.

No se trata de una pugna de poderes y tampoco resulta importante determinar bajo la órbita de que poder se
encuentra el Ministerio Público o si la reforma operada en el año 1994 implicó la creación de un cuarto poder,
sino de tener una conciencia jurídica y aplicar el derecho en forma respetuosa de los principios, derechos y
garantías consagrados por nuestra constitución nacional y para ello, no nos cansaremos de señalar que el rol
que asignamos al fiscal es imprescindible y que debe extenderse a todas las etapas del proceso.
Pero esto no debería ser novedad. La exposición de motivos del llamado "Proyecto Levene" (5) explicaba:
"Hemos sostenido que así como el juez debe limitarse a su función de decidir, y por lo tanto no debe
mantenerse una de las formas de iniciación del proceso, la de oficio, el ministerio fiscal debe limitarse por su
parte a su función de accionar, peticionando que las necesidades económicas no pueden alterar las funciones
básicas y diferenciadas de la acusación, defensa y sentencia." (6) Así quedó plasmado en los artículos 65, 180
primer párrafo, 181, 188, 196, 347, 381 y 393 del Código Procesal Penal de la Nación. El principio guía es que el
juez no puede promover el proceso por iniciativa propia ("ne procedat iudex ex oficio") ya que carece de
"instancia" (7). Resulta que ".es necesario que el juez no tenga un interés acusatorio, y que por esto no ejercite
simultáneamente las funciones de acusación, como, por el contrario ocurre en el proceso inquisitivo y, aunque
sea de manera ambigua, también el mixto. Sólo así puede el proceso conservar un carácter 'cognoscitivo' o,
como dice Beccaria, 'informativo' y no degenerar en 'proceso ofensivo', donde 'el juez se hace enemigo del reo'.
No basta, sin embargo para asegurar la separación del juez la acusación, que las funciones acusatorias sean
ejercidas en el proceso por un sujeto distinto del juez. Salvo la hipótesis aberrante del proceso ante el juez, esta
separación se produciría formalmente incluso en nuestro viejo sistema mixto" (8).

Si pretendemos dejar definitivamente atrás las prácticas judiciales del "Malleus Maleficarum", las Ordalías u todo
otro procedimiento inquisitivo es aconsejable prestar atención a las palabras del maestro italiano. Más aún
cuando desde determinados ámbitos intelectuales y políticos se impulsan formas que so pretexto de un derecho
penal sin lagunas y de la condena a cualquier costo, sostienen la aplicación atenuada de los derechos humanos
y de las garantías que nutren el sistema de enjuiciamiento penal liberal (9).

El sistema acusatorio, asegura el respeto a las garantías de imparcialidad (8.1 CADH, 10 DUDH), inocencia:
(artículos XXVI, DADDH, 8.2 CADH, 14.2 PIDCP, 11.1 DUDH), igualdad (artículos 14.3 PIDCP, 8.2.s CADH,
14.3 PIDCP) y debido proceso. Este bloque normativo, se resquebraja frente a situaciones en las cuales la
separación de funciones que supone el sistema acusatorio se diluye y el poder judicial avanza sobre la
competencia del Ministerio Público Fiscal. Sus motivos pueden ser loables y hasta el mismo ordenamiento
procesal, que parecería instituirlos como "directores" del proceso (artículos 181, 194 y 196 del cuerpo normativo
citado) les brinda la posibilidad de ejercer control sobre ciertos actos que realiza el Ministerio Público Fiscal (
artículos 180 último párrafo y 348 del Código Procesal Penal de la Nación), pero las tensiones no siempre se
resuelven de la mejor manera y es necesario preguntarse cuál es el límite.

El punto que en la actualidad dejó al descubierto la confusión de la frontera entre los poderes y el desafío de
intentar amalgamar los espíritus políticos disímiles que nutren a la Constitución Nacional y al procedimiento
penal es la discusión en torno a la constitucionalidad del sistema implementado en el artículo 348 del CPPN.

IV.- La punta del Iceberg La constitucionalidad del art. 348 del CPPN, tanto en su aplicación estricta, como en la
llamada "analógica" (10), reconoce dos momentos marcados por el hito del fallo "Quiroga" (11) que declaró
inconstitucional la primera opción del segundo párrafo que establece: "El juez dictará sobreseimiento si estuviere
de acuerdo con lo requerido. De lo contrario, sea que no esté de acuerdo con el sobreseimiento pedido por el
fiscal o sea que sólo el querellante estimara que debe elevar la causa a juicio, dará intervención por seis (6) días
a la Cámara de Apelaciones. Si ésta entiende que corresponde elevar la causa a juicio, apartará al fiscal
interviniente e instruirá en tal sentido al fiscal que designe el fiscal de Cámara o que le siga en orden de turno"
(el resaltado nos pertenece).

A fuerza de verdad, debe reconocerse que el fallo dictado no habría sido posible sin la incidencia que tuvo la
reforma constitucional del año 1994, la incorporación de un bloque normativo internacional sobre Derechos
Humanos, la modificación de los integrantes de nuestro máximo tribunal que habían comenzado a dar muestras
de cierto "progresismo" (12), y los múltiples planteos que eran resueltos por los tribunales inferiores con criterios
encontrados (13) que recomendaba marcar cierta línea argumental.

Este caso recalcó la necesidad de separar los roles de acuerdo a las formas del proceso y en atención a los
derechos y garantías internacionales incorporados a nuestra constitución (14).

Se ha sostenido que nuestra Corte trata de decir lo menos posible en materia penal ya que su foco de atención
es el derecho federal y constitucional, importándole bastante poco como se las arreglará después con sus
doctrinas los jueces inferiores, los legisladores, los autores, etcétera (15). Creemos que esta afirmación luce un
tanto apresurada ya que los magistrados no pueden permanecer al margen de la realidad en la que dictan sus
fallos (16) y así parecen haber actuado los ministros de la Corte en el caso "Rosza, Carlos Alberto" (17). De otra
manera no podría tenerse seriamente que la doctrina que emana de ellos opera como guía para los tribunales
inferiores (18).

Sin embargo con su dictado no concluyeron los inconvenientes.

Si la Cámara de Apelaciones respectiva no podía controlar el criterio Fiscal para no iniciar una investigación o
elevar la causa a juicio, sí existía la posibilidad de que lo hiciera el Fiscal General por ser el superior jerárquico.
Consecuentemente, los jueces de primera instancia remitían las actuaciones a la Cámara para que ésta la
redirija al Fiscal General quien analizaría si debía continuarse la pesquisa y en ese caso, apartaba al final y
designaba otro en su reemplazo el apartamiento del fiscal.

Esta solución se fue imponiendo en la práctica tribunalicia junto con el visto bueno de las Resoluciones 32/02 y
13/05 de la Procuración General de la Nación (19), pero el criterio fue fuertemente resistido, por entender que
igualmente se implementaba un método de control de los actos del Ministerio Público por fuera del marco de la
regulación legal (praeter legem) (20).

A ello se opusieron quienes sostenían que no se verificaba conflicto constitucional alguno cuando la elevación
no era dispuesta de oficio por el juez, por no haber sustitución indebida de funciones (21).

Nuevamente la divergencia de criterios y la inseguridad jurídica consecuente, provocaron el control por los
tribunales superiores dictándose diversos pronunciamientos de la Cámara Nacional de Casación Penal (22).
Pero es particularmente lo decidido por la Corte en el caso "Sotelo, Rubén Anibal" (23), los tribunales inferiores,
se fueron inclinando hacia el criterio que sostiene que frente al pedido de sobreseimiento, el Juez carece de
requisitoria y por ende no puede continuar. La sola elevación al Fiscal General implica, de por sí, sostener que la
acción proviene, en su origen, de un órgano judicial (24), siendo tal proceder producto de una construcción
pretoriana in malam parten, opuesto al principio constitucional de legalidad material, colocando al imputado en
una situación injustificablemente perjudical (25), y una reedición del anterior "acuerdo de fiscales" (26).

V.- Conclusión Toda la problemática, se inscribe en una mayor, que, como hemos adelantado, hace a la
potestad de los jueces de controlar los dictámenes fiscales, principalmente cuando propician un temperamento
liberatorio.

¿El Fiscal dispone de la ación penal en forma discrecional? ¿El juez es un "cero al as"? Responder estas
preguntas exigiría un trabajo de mayor extensión por la necesaria referencia a la tensión existente entre el
principio de legalidad procesal y el principio de oportunidad, de lo que prescindiremos dado los alcances que
pretende este trabajo.

En consecuencia, nos limitaremos simplemente a brindar nuestra opinión, dando por sabidas las críticas que se
dirigen contra esta postura y estimando que en el desarrollo de nuestro pensamiento podrá encontrarse
respuesta a las mismas.

Creemos que en la actualidad, la Corte, a través de sus diferentes integrantes (27), ha trazado el camino para
establecer nítidamente la necesidad constitucional de diferenciar entre las funciones de acusar y juzgar.

Así lo puntualizaron los Ministros Zaffaroni y Lorenzetti en su voto disidente en la causa "Amodio, Héctor Luis"
(28) al afirmar que "la exigencia de acusación, como forma sustancial de todo proceso penal, salvaguarda la
defensa en juicio del justiciable, sin que tal requisito tenga otro alcance que el antes expuesto [principio de
bilateralidad] o contenga distingo alguno respecto del carácter público o privado de quien la formula (Fallos
143:5 y 321:2021)".

Esta realidad no puede negarse y lleva necesariamente a la necesidad de brindar mayor poder político al
Ministerio Público Fiscal para que pueda cumplir con el mandato constitucionalmente impuesto de llevar
adelante la acusación frente a una situación que estime prima facie criminal.

Así lo entienden los modernos códigos procesales de las Provincias de Buenos Aires (29), Chaco (30),
Catamarca (31), Chubut (32), Mendoza (33), San Juan (34), San Luis (35)y de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires (36); los de Costa Rica (37), Colombia (38), República Dominicana (39), Uruguay (40), El Salvador (41) y
el Proyecto de Reforma elaborado por la Comisión Asesora para la Reforma de la Legislación Procesal Penal
(42).

En efecto, el Fiscal puede solicitar la instrucción de la causa, su archivo o desestimación por inexistencia de
delito, o el sobreseimiento, dependiendo de la forma en que se haya instrumentado el proceso (artículos 180 a
196 del Código Procesal Penal de la Nación). Inclusive, el legislador, a través de las reformas que fue
efectuando al articulado del Código Procesal (suspensión de juicio a prueba y el juicio abreviado) permite
vislumbrar en un futuro cercano una reforma profunda que resulta indispensable.

Por ello, si el fiscal opta por "no acusar", debe forzosamente concluirse que no se "instó" la acción. El órgano
estatal competente e investido de los poderes para materializar dicho acto bien puede entender que no existe
mérito alguno para proseguir las actuaciones. Pero sostener cierta discrecionalidad u oportunidad, no implica
desconocer la razonabilidad y legalidad que debe guiar los actos del Estado.

El dictamen del fiscal deberá encontrarse debidamente fundado a derecho y a las constancias de la causa,
desprendiéndose de sus términos las razones que lo llevaron a no acusar. Su cumplimiento irregular invalidaría
el acto y haría plausible de responsabilidad penal o administrativa al funcionario.

La intervención del juez deberá limitarse a estos aspectos. Es decir, que su control no debe dirigirse a verificar
los fundamentos de la "no acusación", sino a determinar si ésta no resulta arbitraria (43) y en ese caso
declararla nula.

El juez actúa como "veedor imparcial" de la falta de acusación, es quien debe velar por el respeto a las
garantías del imputado y la legalidad del proceso. El juez no debe ser "inquisidor" sino "garantizador" (44).

En definitiva, el juez no es un "cero al as", pero tampoco puede subrogarse en las funciones de otro órgano y
forzar una acusación sobre la que luego habrá de juzgar.

Sostener la violación del principio de división de poderes porque el fiscal decida no llevar adelante la acusación
creemos que es estancarse en una vieja disputa entre dos ideologías (Inquisitiva vs. Acusatoria) que no puede
seguir teniendo cabida en nuestra legislación. El principio de oportunidad no es un "fantasma" que viene a
aterrorizar la paz social. Tampoco es una especie de "virus" portador de la inseguridad social, ni atenta contra
nuestras bases legales. Por el contrario, es uno de los basamentos sobre los cuales nuestros constituyentes
construyeron la idea de cómo debe alcanzarse o hacerse justicia. "Justicia" no es sinónimo de pena, ni se logra
administrando castigos, sino respetando "la ley", especialmente la que "constituye" el Estado y nos ordena como
República: La Constitución Nacional (45).

Es por ello, que ante el abrazo legislativo y la imposibilidad de la justicia de establecer métodos alternativos,
resulta imprescindible y urgente una respuesta del órgano legislativo para seguir avanzando en el camino de
cumplir con los mandatos de nuestra ley suprema.

Notas al pie:

1) Von Ihering, R., La lucha por el derecho, pág. 2, Madrid, 1921.

2) Foucault, Michel, La verdad y las formas jurídicas, pág. 67, Ed. Gedisa, Barcelona, 2000.

3) El Ministerio Público abarca tanto el Ministerio Público Fiscal como el Ministerio Público de la Defensa.

4) Fallos 321:2021 5) Trabajo sobre el cual se basó la sanción de la ley 23.984 6) Código Procesal Penal,
publicación de la Dirección Nacional del Registro Oficial, Ministerio de Justicia, 1991.

7) (del latin "instancia"): "Acción y efecto de instar". Instar (del latín "instare") "Promover el curso de actuaciones
judiciales o la práctica de alguna diligencia ante los tribunales", diccionario enciclopédico, El Ateneo, 5ta.
Edición, 1982.

8) Ferrajoli, Luigi, Derecho y Razón. Teoría del Garantísmo Penal, págs 581/582, Ed. Trotta España, tercera
edición, 1998 9) En esta línea encontramos aquellos autores que bregan por un "Derecho Penal de Enemigo"
que para lograr la condena de delitos de compleja investigación y que causan gran impacto mundial (terrorismo,
genocidio, tráfico de armas o estupefacientes, lavado de dinero), aceptan regulaciones especiales en las que se
no se contemplan garantías básicas de los "ciudadanos".

10) Por mencionar a modo de ejemplo: CNCP, Sala II, "Avila, Blanca Noemí", resuelta el 2 de marzo de 1993;
CNAPE, Sala B, "Cablevisión", rta. el 3/9/1999 (L.L. 2000-C-248); CCC, Sala I, causa nro. 7280, "Spoto, Carlos",
rta. el 18/7/1997; CCC, Sala IV, "Telinex SAIC", rta. el 21/10/1992 y "Tripodi, Horacio", rta. el 3/5/2004 (L.L.
21/1/2005); CCC, Sala VI, causa nro. 3589, "Stabio, Adriana", rta. el 12/9/1995; CCC, Sala VII, causa nro. 2202,
"Segundo, Ruperto", rta. el 3/10/1994 11) CSJN, Q. 162. XXXVII, 23/12/2004 12) CSJN "Marcilese" (Fallos
325:2005); "Mostaccio" (Fallos 327:120), "Mattio" (Fallos 327:5959.

13) Recomendamos la lectura de TOCF, nro. 2 "Prestera, Oscar", rta. el 2/12/1996, CCC, Sala I, causa "Storchi,
Fernando", rta. el 8/3/2004 (LL, 6/10/2004) y sus citas; CCC, Sala IV, causa "Tripodi, Horacio" (L.L. 21/1/2005);
CNCP, Sala III, casa "Huaman, Narciso" (LL 2005-D-359); CCCF, Sala I, causa nro. 38.579, "Figueras,
Francisco", rta. el 30/5/2006, entre otras.

14) "17. Que la exigencia de "acusación", si es que ha de salvaguardar la defensa en juicio y la imparcialidad
como condiciones del debido proceso, presupone que dicho acto provenga de un tercero diferente de quien ha
de juzgar acerca de su viabilidad, sin que tal principio pueda quedar limitado a la etapa del "debate" (como se
planteó en los precedentes indicados), sino su vigencia debe extenderse a la etapa previa, de discusión acerca
de la necesidad de su realización.

18. Que ello es así por cuanto en el marco de un sistema procesal regido por el principio de legalidad procesal,
en el cual la pretensión penal pública es llevada adelante por dos representantes del Estado (el fiscal y el juez),
la exigencia de que las funciones de acusar y juzgar se encuentren, al menos formalmente, en cabeza de
funcionarios distintos queda completamente diluida si también el tribunal de alzada puede, en contra del criterio
del Ministerio Público, decidir, por sí solo, que se produzca la acusación y la apertura del debate.

19. Que, en efecto, aun en un contexto normativo limitado a lo que ha dado en llamarse el principio "acusatorio
formal" (conf. acerca de este concepto, Claus Roxin, Derecho Procesal Penal, Editorial del Puerto, Buenos
Aires, 2000, págs. 86 y sgtes.), resulta insostenible que sea el tribunal encargado de controlar la investigación
preparatoria el que pueda ordenarle al fiscal que acuse. Pues el ejercicio de tal facultad de sustituir al acusador
hace que los jueces, en vez de reaccionar frente a un estímulo externo en favor de la persecución, asuman un
compromiso activo en favor de ella. Tal actitud es susceptible de generar dudas en cuanto a la imparcialidad con
que debieron haber controlado el procedimiento de instrucción, esto es, permaneciendo "ajenos". Cabe recordar
que este Tribunal ha reconocido desde siempre que el derecho a ser juzgado por los jueces designados por la
ley antes del hecho de la causa (art. 18, Constitución Nacional) debe ser entendida como sujeta a la garantía de
imparcialidad, reconocida como garantía implícita de la forma republicana de gobierno y derivada del principio
acusatorio (Fallos: 125:10; 240:160), sin restricción alguna en cuanto al mayor o menor avance de las etapas
procesales" 15) Ver ponencia del Dr. Javier De Luca en "1ra. Jornada de Análisis y Crítica de Jurisprudencia"
celebrada el 12 de julio de 2007 por la Secretaría de Jurisprudencia de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Criminal y Correccional de la Capital Federal.

16) Ya lo recomendaba Piero Calamadrei en El Elogio de los Jueces escrito por un Abogado que "No basta que
los magistrados conozcan a la perfección las leyes escritas: Sería necesario que conocieran perfectamente
también la sociedad en que esas leyes tienen que vivir", pág. 183, Ediciones Jurídicas Europeas América, 1980.

17) R.1309, XLII, resuelta el 23/5/2007 - considerandos 21 y 22 - 18) Fallos 16:364; 212:51 19) CCC, Sala VI,
causa nro. 32.832 "Carrizo, Raúl", rta. el 6/9/2007, CCC, Sala I, causa nro. 34.451 "Bianchi, Gustavo", rta. el
15/8/2008 (voto del Dr. Filozof); CCC, Sala VII, Cucho Muñoz, Maria", rta. el 24/2/2005 20) CCC, Sala I, causa
nro. 26.932 "Varela, Héctor", rta. el 21/12/2005 (votos del Dr. Bruzzone y Rimondi) y nro. 34.725 "Pizzati, Juan",
rta. el 23/2/2009; CCC, Sala VII, causa nro. 36.608 "Tolay, Pedo", rta. el 13/5/2009.

21) CCC, Sala IV, causa nro. 32/09 "O.V.", rta. el 17/4/2009 22) CNCP, Sala I causa nro. 7872 "Baez", rta. el
19/2/2007; Sala II, causa nro. 6733, "Luna, Marí R.", rta. el 16/11/2006; Sala III, causa nro. 6586 "Santos
Caballeros, María I.", rta. el 31/8/2006 y nro. 8600 "Kalstein, David", rta. 24/11/2008, Sala IV, causa nro. 7005
"Villegas Robles" rta. el 28/5/2007 y nro. 8227 "Ramos", rta. el 6/3/2008 23) S. 207 XLIV, rto. el 21/10/2008,
donde la mayoría del Tribunal se remitió a lo resuelto en "Quiroga" 24) CCC, Sala VI, causa nro. 36.802
"Gómez, Carlos", rta. el 5/3/2009 y CCC, Sala VII, causa nro. 36.404 "L., R.", rta. el 8/5/2009 25) CCCF, Sala I
causa nro. 42.543 "Paltian Rentz, Ignacio", rta. 28/4/2009.

26) Arts. 460 al 462 del CPMP (ley 2372) 27) En un ligero repaso cronológico encontramos "Tarifeo" (LL
1995-B32), "Cáseres" (SC C.397.XXVIII), "Fiscal c/ Fernández" (F. 18. XXXV), "Marcilese", (M. 896. XXXVI),
"Mostaccio" (M. 528. XXXV), "Martínez Areco" (M. 1451. XXXIX), "Llerena" (L. 486. XXXVI), "Quiroga" (Q. 162.
XXXVIII), "Santillán" (Fallos 321:2021). Corresponde sumar el dictamen del Procrador General en "Banco
Nación Argentina" (B. 320. XXXVII) y el reciente caso "Cárdenas Almonacid" (LL Online) 28) A. 2098. XLI, rta. el
12/6/2007 29) Arts. 6, 56, 6bis, 266, 267, 268, 321 y 326.

30) Arts. 6, 70, 73, 300, 331, 332, 346 y 356.

31) Arts. 5, 70, 75, 300, 334 y 344.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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