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Geografía económica: una introducción contemporánea | Christof Parnreiter

mensiones espaciales? Estas preguntas incluyen cuestiones relati-


vas a la relación entre lo social y lo espacial; a la localización, sus
razones y consecuencias; al papel de la proximidad espacial y del
arraigo territorial de las actividades económicas; o al surgimiento
de las aglomeraciones, así como a su papel fecundante para el desa-
rrollo económico.
En este capítulo expondré cómo la geografía económica se ha de-
sarrollado en calidad de disciplina científica y cómo ha enfrentado
los desafíos relacionados con las preguntas anteriores. Se mostrará
que tanto las maneras en que se han planteado estas preguntas así
como las respuestas que se han formulado han variado ampliamen-
te a lo largo del tiempo. Se analizarán también tanto las pregun-
tas que geógrafos económicos han formulado en los últimos 130
años aproximadamente como las reflexiones que hicieron para
contestarlas, las cuales se vieron fuertemente influidas por las con-
diciones sociales respectivas. Como todas las ciencias, la geografía
económica elaboró sus temas, conceptos y métodos en contextos
socioculturales, políticos y económicos particulares. Y al igual que
todo conocimiento, los relacionados con la geografía económica
son productos sociales, desarrollados en circunstancias específicas,
tanto en lo histórico como en lo geográfico. Por esta razón trataré
de delinear, aunque sea de manera breve, el contexto social en el que
se ha elaborado cada uno de los conceptos específicos de la geogra-
fía económica.

4.1. La geografía económica antes de


la geografía económica: las teorías
de localización
Como se ha afirmado en varias ocasiones, la perspectiva espacial
para abordar los procesos y estructuras económicos no se ha desa-
rrollado en forma suficiente en la historia del pensamiento econó-
mico (ver capítulo 2). Más aún, si en las ciencias económicas se ha
considerado a la geografía como algo inherente a las divisiones de
trabajo, las cuales forman la base de todas las actividades econó-
micas (ver capítulo 6), la atención se ha limitado a un solo aspecto
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espacial: a la distancia entre productores y consumidores. De hecho,


ni siquiera a eso: la única dimensión espacial que los economistas
de las tendencias dominantes disciernen es el costo de superar la
distancia entre los actores económicos. Desde esta perspectiva, la
geografía no es más que un factor de costo y, como tal, un obstáculo.
Esta equiparación de la geografía con la distancia por superar se
remonta a las teorías de la localización elaboradas desde la primera
mitad del siglo xix en el norte de Europa, en un territorio que hoy
es Alemania. Mientras el propósito de los modelos de la localización
es conocer la razón por la que surgen ciertos patrones de localiza-
ción de actividades económicas, la forma de descubrirla se sustenta
en relacionar la ubicación de las instalaciones de producción con
la extensión de los mercados (o, en otras palabras, con la distancia
entre productor y consumidor). Por ende, las teorías de localización
tratan dos aspectos geográficos, a saber: la distancia y el área.
En general, se considera a Heinrich von Thünen (1783-1850) como
el primer representante de las teorías de la localización. Su libro Der
isolierte Staat in Beziehung auf Landwirtschaft und Nationalökonomie (El
Estado aislado en relación con la agricultura y la economía), publicado en
1826, es el primer estudio serio sobre aspectos geográficos de la eco-
nomía desde el comienzo de la economía clásica (Essletzbichler 2011).
Von Thünen, terrateniente y agricultor, propietario de una finca en
Mecklenburgo, Prusia, se interesó en la renta de la tierra. Su modelo
de la localización de actividades agrícolas parte de tres suposiciones:
la primera es que, para él, el Estado es uno en el que existe una sola
ciudad, y ésta actúa como único mercado para los productos agríco-
las. Segunda: Von Thünen concebía los territorios agrícolas alrededor
de la ciudad como si fueran un espacio plano y homogéneo, indife-
renciado en términos de superficie, fertilidad y redes de transporte.
Tercera: Von Thünen suponía que los precios de los productos agrí-
colas en el mercado no variaban, por lo que las ganancias de los pro-
ductores se supeditaban al costo de la producción, incluyendo los de
distribución. De esto se desprende que, según Von Thünen, la renta
de la tierra está en esencia en función del costo de transporte, y éste a
su vez es el resultado de dos factores: la distancia entre el productor y
el consumidor, y el peso o el volumen del producto.
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Lo anterior implica que la distancia entre el lugar de producción y


el mercado es un factor determinante para el uso del suelo, lo cual se
da por dos razones: porque los productos voluminosos y/o pesados
(como, por ejemplo la madera) deben ser producidos cerca del mer-
cado, porque de lo contrario los costos de transporte se comen las
ganancias, y por las ventajas en términos de los costos de transporte
que ofrece el que una ubicación esté cerca de la ciudad, lo cual hace
que el precio del suelo en esa zona aumente. Eso implica que el uso
del suelo debe ser más intensivo cerca de la ciudad, con granjas más
pequeñas pero que empleen más mano de obra (como, por ejemplo,
en el caso del cultivo de verduras). Siendo así, para cada produc-
to hay una cierta distancia de la ciudad en la que la producción es
mérito. Según Von Thünen, existe una localización óptima para la
producción de cada bien. Para identificarla, define círculos concén-
tricos alrededor de la ciudad, en que los productores se especializan
en el bien que tenga el equilibrio óptimo entre los costos del suelo y
del transporte y los precios asequibles en el mercado (ver figura 4-1).

Figura 4-1: Modelo de Von Thünen de usos del suelo agrícola

Fuente: Klara Kolhoff.

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El segundo representante importante de las teorías de la localización


es Alfred Weber (1868-1958), economista y sociólogo alemán, herma-
no del famoso sociólogo Max Weber (1864-1920). Alfred Weber creció
en las últimas décadas del siglo xix en el Imperio Alemán, y fue testigo
de los cambios radicales provocados por la industrialización; también
fue testigo de la emigración masiva desde Europa a América, y del des-
censo del Imperio Británico. En la introducción a su libro Über den
Standort der Industrien (Acerca de la ubicación de las industrias) explicó su
interés en el tema de la manera siguiente:

Somos testigos de desplazamientos locales enormes de las fuerzas


económicas, de movimientos de capitales y de personas como nunca
antes se ha visto. Vemos imperios que se derrocan y otros que se eri-
gen, al parecer como resultado de tales cambios en las ubicaciones
de la economía. […] Vemos también enormes cambios similares a
nivel nacional, y vemos allí también áreas que se empobrecen rá-
pidamente tanto de personas como de capitales, mientras otras se
sobresaturan (Weber 192212: 1-2).

Esta cita muestra con claridad que Weber se interesó en la ubicación


de las industrias por motivos concretos (y no por desarrollar una pura
teoría [ver capítulo 2]), a saber, la enorme polarización espacial que la
industrialización y la era del imperialismo provocaron. En la introduc-
ción a su libro Über den Standort der Industrien, afirma también que las
preguntas de su tiempo que exigen respuesta no pueden ser contesta-
das sin conocimientos profundos sobre las leyes generales de la ubica-
ción de la actividad económica; es decir, sin conocimientos que, según
él, la ciencia económica no había podido crear hasta entonces.
Como hijo de su tiempo, Weber se interesó –contrario a Von Thü-
nen– en los patrones de la ubicación de la industria manufacturera.
Su preocupación principal fue desarrollar un método para estable-
cer la ubicación más rentable para una fábrica. Se preguntó cómo
la localización influye en las ganancias, y buscó reglas generales
que determinaran la localización de las empresas de la industria

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Este texto fue originalmente publicado en 1909.
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manufacturera, para así poder comprender mejor los orígenes de la


aglomeración en Alemania a principios del siglo xx.
Según Weber, el objetivo principal de los empresarios es minimi-
zar los costos (y no maximizar las ganancias). Establecen sus fábri-
cas, entonces, en el lugar que más les permite reducir sus gastos. Su-
poniendo que el precio de muchos insumos (como por ejemplo las
materias primas, el capital fijo o las tasas de interés) sea constante
a lo largo del espacio, Weber asume que sólo el costo de transporte
(que por su parte está en función de la distancia entre productor y el
mercado y del peso de los bienes) y los costos laborales varían en el
espacio. Estos dos factores son, por ende, los que determinan la de-
cisión de la localización. En el modelo de Weber, primero se busca
el punto de producción en el que los costos de transporte para llegar
al mercado sean los más bajos. Después toma en cuenta los costos
laborales, que según él pueden modificar la localización óptima. Si
el ahorro en el costo de la mano de obra en un lugar es mayor que
el costo adicional para una empresa que de este lugar tiene que su-
perar una distancia más grande para llegar al mercado, la empresa
optará por ubicarse en dicho sitio (ver figura 4-2).

Figura 4-2: Triángulo de localización según Weber

Fuente: Klara Kolhoff.

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Sin embargo, la ubicación optima, determinada con base en estos


parámetros, se puede modificar una vez más. Weber se da cuenta de
la influencia de las fuerzas de aglomeración y desaglomeración so-
bre el repartimiento geográfico de las industrias. Demuestra cómo
las empresas pueden prepararse para incurrir en mayores costos de
transporte y mano de obra si la producción en un lugar, por las eco-
nomías de escala logradas, aumenta lo suficiente como para conducir a
una reducción general de los costos unitarios de producción.
Las economías de aglomeración, entendidas como las ventajas o
ahorros que resultan por instalarse donde ya hay otras industrias,
pueden, según Weber, justificar la ubicación de una planta en un
sito que a primera vista no parece ser el óptimo. Sin embargo, la
mejor utilización de los equipos o la cercanía espacial con oficios
auxiliares pueden, en el planteamiento de Weber, hacer que el costo
de producción descienda en un sitio que ni es el más cercano del
mercado ni esté dotado de la mano de obra más barata, haciendo ahí
la producción más económica.

Recuadro 4-1
Alfred Weber, la globalización y el fin de la geografía

Los acelerados procesos de globalización económica y el rápido desarrollo


de las tecnologías de la información y de la comunicación condujeron a un
debate sobre la metamorfosis del mundo en una “aldea global” (McLuhan y
Powers 1989). Se proclamaba la “muerte de la distancia” (Cairncross 1997) y
“el fin de la geografía” (O‘Brien 1992). Con base en el modelo de Alfred Weber,
pero a partir de datos actuales, se muestra aquí que tales suposiciones son
incorrectas.

Weber sostiene que los costos de transporte y de mano de obra son los fac-
tores clave para determinar la localización de una industria. Si el ahorro en
el costo de la mano de obra en un lugar remoto del mercado compensa los
adicionales de transporte que implica la mayor distancia, la ubicación de
una empresa podría estar más lejos del mercado –a pesar del mayor costo
de transporte que esto exija. El razonamiento de Weber se sustenta, en con-

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secuencia, en que si uno de los dos factores tiende a cero, el otro factor se
convertirá en determinante para decidir el sitio de la ubicación.

Eso es exactamente lo que ocurre en los procesos de la globalización: para


muchos productos, el costo de transporte es un factor que cada vez tiene
menos peso en el costo total, por lo menos mientras se trate de transpor-
te marítimo. En 2015, mover un contenedor normalizado de 20 pies (6.1 m),
medido en teu (por sus siglas en inglés: twenty-foot equivalent unit), de Sha-
nghái a Hamburgo, el segundo puerto más grande de Europa, costaba 629
dólares (Clarksons Research 2016). Según la compañía de transporte maríti-
mo danés Maersk (2016), en un contenedor caben, por ejemplo, 6,000 pares
de zapatos deportivos. Resulta que el costo de embarcar un par de tenis de
Shanghái a Hamburgo es alrededor de 10 centavos de dólar. Los zapatos ex-
pedidos desde Shanghái vienen, quizá, de Vietnam, a donde empresas como
Nike, Adidas, Reebok o Timberland subcontratan su producción de zapatos
deportivos, echando mano de una serie de subcontratistas (ver también el
capítulo 7.2 sobre las cadenas productivas). Ahora bien, si comparamos los
salarios de Alemania, país de origen de la empresa Adidas, y los de Vietnam,
encontraremos una brecha abismal. En la industria del calzado, una trabaja-
dora en Alemania gana aproximadamente 90 veces más que una trabajadora
en Vietnam. En términos absolutos esto significa una diferencia en el costo de
la mano de obra por hora de aproximadamente 9.80 dólares. Siendo así, y en
el contexto de los costos de transporte mínimos, sólo se requieren 37 segun-
dos de trabajo en un par de zapatos para hacer rentable para empresas como
Adidas subcontratar producción a empresas en Vietnam. Incluso si el salario
en Vietnam fuera diez veces más alto, el costo de transporte se compensaría
en tan sólo 43 segundos de trabajo de una trabajadora vietnamita.

¿Qué es lo que nos muestra este ejemplo? Primero, que lo que murió con la
globalización no es la distancia, como sugiere Cairncross (1997), sino el costo
de superarla (y eso tampoco se aplica a todos los productos). Segundo, y más
importante, es que esta muerte no ha causado “el fin de la geografía” (O’Brien
1992), sino por lo contrario –parafraseando a Raymond Williams, académico
y novelista galés– se puede afirmar que, cuando el capital se mueve con más
facilidad, la importancia de un lugar se revela más claramente (citado en Har-
vey 2001a, 170). Cuanto más fácil –es decir, más barato y/o más rápido– sea

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el modo en que el capital pueda desplazarse de un lugar a otro, más podrán


aprovecharse las diferencias entre los lugares. Más aún: las variedades que
presenta el espacio real –en contraste con el espacio desnaturalizado y abs-
tracto de los modelos de localización– sólo se pueden explotar económica-
mente si los capitalistas no encuentran (grandes) obstáculos para trasladar
su capital al lugar que les ofrezca ciertas ventajas derivadas de las diferencias
sociales o físicas. En otras palabras, es sólo por los avances en las tecnologías
de transporte y de comunicación, junto con la progresiva desregulación del
comercio y de las inversiones extranjeras directas, como se puede dar valor a
las más mínimas discrepancias salariales, a las diferenciaciones en la regula-
ción laboral, o a las variedades en la legislación fiscal que existen en el mundo.

Figura 4-3: Portacontenedores

Fuente: Klaus Friese; reproducido de https://en.wikipedia.org/wiki/File:Monte_


Sarmiento_Hamburg_S%C3%BCd.jpg.

El único geógrafo en las filas de los teóricos de la localización es el


también alemán Walter Christaller (1893-1969). Este autor, en su
tesis doctoral titulada Die zentralen Orte in Süddeutschland (1933) (Los
lugares centrales en Alemania meridional) añade los servicios a los mo-
delos de su predecesores, y también cambia de escala. Mientras Von
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Thünen y Weber reflexionaron sobre la localización de empresas, la


cuestión principal para Christaller es responder a la cuestión sobre
cómo podemos encontrar una explicación general para el tamaño,
el número y la distribución de las ciudades. El objetivo de Christa-
ller era, entonces, desarrollar una teoría de la distribución geográfi-
ca de las ciudades y de la localización de los servicios urbanos.
El modelo de Christaller consiste en crear mercados hexagonales
basados en tres conceptos básicos: centralidad, umbral y alcance.
La “centralidad” se refiere a sitios en los que se prestan servicios que
la población requiere. Como lugar central se denomina, por ende,
un lugar al que acude la población para satisfacer su demanda por
un servicio particular. De eso se deduce que, en la conceptualiza-
ción de Christaller, la “centralidad” no sólo se refiere –ni siquiera
de manera principal– a la localización espacial, sino a una función de
centro, a saber, la tarea de abastecer el entorno con insumos necesa-
rios. Sin embargo, la demanda varía de servicio a servicio; es decir,
la necesidad de obtener cierto servicio, y con ella la disponibilidad
de la población de desplazarse para obtenerlo, difieren. También
varían los costos y la complejidad de los servicios, lo cual impli-
ca que cada servicio necesita una cantidad diferente de demanda
mínima para obtener los ingresos que mantienen el negocio. La
población más pequeña a la que una empresa le puede prestar un
servicio con ganancias se le llama “umbral” de demanda mínimo.
Finalmente, “alcance” significa la distancia física a la que los consu-
midores están dispuestos a desplazarse para obtener cierto servicio.
Este alcance será más grande para servicios caros y especializados,
y menor para los servicios cotidianos. Tomados en conjunto, estos
tres elementos significan que existe una lógica de comportamiento
económico que gobierna la ubicación de servicios y la zona de cap-
tación. Centralidad, umbral y alcance definen el tamaño del mer-
cado en términos de su superficie y de su ordenamiento. Para los
servicios más sofisticados habrá un número limitado de lugares de
los que se los prestan –los centros mayores, en palabras de Chris-
taller. Sus servicios tienen un umbral grande y un alto alcance, y el
espacio que suministran es extenso. También resulta una dinámica
de concentración demográfica, ya que la población buscará alojarse
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cerca de los lugares centrales para que los servicios le salgan más
baratos. Por otro lado, para el suministro de los servicios menos
especializados y más baratos surgen los centros menores, que son
más pequeños, y la distancia de uno al otro también es menor. Con
frecuencia, de esta conceptualización de centros mayores y meno-
res se ha deducido la idea de jerarquías de ciudades, por lo general
a nivel de Estados nacionales. Sin embargo, como se analizará más
adelante (ver capítulo 4.9), es una noción equivocada, ya que la je-
rarquía es una relación entre actores que no sólo se puede deducir a
partir de relaciones de tamaño.

Figura 4-4: Modelo de Christaller

Fuente: reproducido de https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Christa-


ller_model_1.svg.

El último de los clásicos modelos de localización es el de August


Lösch (1906-1945), economista, también de nacionalidad alemana.
En su trabajo principal Die Räumliche Ordnung der Wirtschaft (Lösch
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1940, El orden espacial de la economía), el autor extiende la teoría de los


lugares centrales de Christaller para incluir en ella también la ubi-
cación de la agricultura y la industria manufacturera. Además, am-
plía el modelo en el sentido de que presenta un sistema de equilibrio
general. Lösch parte de varios supuestos: distribución uniforme de
la población y de las materias primas, costos iguales del transpor-
te en todos los puntos, preferencias iguales de los consumidores, y
oportunidades de negocios accesibles para todos. Además, establece
un sistema de ecuaciones que en su opinión determina un equilibrio
general de la economía en el espacio. Este equilibrio resulta, por un
lado, del hecho de que los productores buscan la mayor ganancia
mientras que los consumidores buscan los bienes más baratos. Por
otra parte, la competencia entre los productores implica que el nú-
mero de empresas de la misma actividad en una localidad sólo crece
hasta que ya no existen ganancias extraordinarias. En este momen-
to, y con una estructura espacial particular alcanzada (a saber, por
mercados hexagonales), se logra el equilibrio. Según Lösch, el tama-
ño de estos hexágonos varía entre las industrias, dependiendo del
umbral y del alcance de los productos específicos. Lösch también
sostiene que la producción tiende a concentrarse, lo cual produce
diferenciaciones en el espacio, concebido originalmente como abs-
tracto: la aglomeración de la producción genera paisajes ricos en
centros económicos (en otras palabras: ricos en ciudades) y los que
son más pobres en ellos.
Debido a que las ideas científicas sólo se pueden evaluar de ma-
nera adecuada si se les discute en el contexto histórico y geográfi-
co concreto en que ocurren, lo primero que una evaluación de las
teorías de la localización debería subrayar es que, en la economía
moderna, la obra de Von Thünen es el primer análisis sensato sobre
los aspectos geográficos de la economía (Essletzbichler 2011). Com-
parado con las ideas totalmente aespaciales de la economía clásica
británica, en las que el espacio sólo representa una complicación in-
necesaria, las proposiciones de Von Thünen presentaron “una idea
radicalmente nueva” (Blaug 1985: 615).

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Figura 4-5: Modelo de Lösch

Fuente: Ivan Matejic; reproducido de https://de.wikipedia.org/wiki/Da-


tei:Location_Theory_by_August_Losch-sr.svg.

El segundo mérito de las teorías de localización es de tipo metodo-


lógico. Según Essletzbichler (2011), su contribución más importante
tal vez fue el uso temprano de la abstracción con la intención de ais-
lar las relaciones causales, además de que también se reconoció (por
lo menos por Von Thünen y por Weber) que los modelos formales
necesitaban complementarse con microanálisis de casos concretos,
para poder captar las complejidades de la realidad económica. Sin
embargo, estas preocupaciones empíricas se perdieron con Chris-
taller y Lösch, cuyo paso por la dirección de análisis de equilibrio
general implicó alejarse de estudios a una escala mayor.
Otro mérito de Von Thünen y de sus sucesores es su afán por ex-
plicar teóricamente los patrones de localización. La disciplina de la
geografía, que comenzó a establecerse en los sistemas universitarios
desde el último tercio del siglo xix, se caracterizó hasta mediados de
la década de 1950-1959 por su enfoque ateórico, que pretendía expli-
car la ubicación con un inventario de factores geográficos compila-

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do ad hoc, pero supuestamente único de una región (ver capítulo 4.2).


Sin embargo, los teóricos de la localización buscaron lo general, lo
conceptual. Von Thünen, por ejemplo, es elogiado por David Harvey
(1981: 2) por sus “intentos sistemáticos para formular una teoría co-
herente de la ubicación y de la organización social del espacio”. Alfred
Weber, por otra parte, con su búsqueda para entender el porqué y el
cómo el espacio –originalmente concebido como espacio abstracto–
se divide en lugares ricos de actividad y otros pobres de actividad, se
interesó en algo que hoy día llamamos “desarrollo desigual”.
Por otro lado, y desde la perspectiva de la geografía económica de
hoy, se pueden hacer varias críticas a las teorías de la localización. La
más importante es, tal vez, que sus teóricos tenían una comprensión
bastante limitada de la espacialidad de la economía: pensaron el es-
pacio sólo como distancia. Lo que Von Thünen, Weber, Christaller y
Lösch entendieron como geografía fue la distancia entre productor y
cliente y, en términos más generales, la extensión del mercado. Fue
sólo esta reducción la que hizo posible incorporar la geografía a un
pensamiento económico abstracto y a los modelos y ecuaciones de
la economía clásica (ver también el capítulo 2 sobre la nge de Paul
Krugman [1988]). Sin embargo, pensar la geografía sólo en términos
de la distancia implica reducir su variedad y complejidad a una sola
dimensión. El espacio de los teóricos de la localización es –como
lo demuestran los supuestos de Von Thünen, Weber, Christaller y
Lösch– homogéneo y unidimensional, tanto en lo físico –como son
las llanuras sin ríos, bosques, montañas u otros “obstáculos”–, como
en lo social –los costos del suelo, del capital fijo, de las materias pri-
mas, y el poder de compra–, fenómenos todos ellos presentados como
invariables y distribuidos de manera equitativa, mientras que existe
competencia perfecta en el mercado. Más aún, el espacio sólo tiene
una ciudad (en el caso de Von Thünen) o sólo ciudades que prestan
servicios (Christaller). En suma, el espacio que concibieron los teó-
ricos de la localización es irreal, es una ficción. Aunque no preten-
dieron que el espacio en sus modelos fuera más que una abstracción,
sí afirmaron que las relaciones que se dedujeron a partir de estas
abstracciones (como, por ejemplo, entre el costo del transporte y la
ubicación de una empresa) son reales. Segundo, la imagen del hom-
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bre como actor económico de los teóricos de la localización también


es sumamente reducida. Suponen productores y consumidores cuyo
objetivo y fundamento es maximizar ganancias (o minimizar costos,
en el caso de Weber), y que la toma de las decisiones de estos actores es
racional y se basa en información perfecta. Desde luego cabe objetar
que la realidad es más compleja. Cada localización de una empresa
surge de una decisión de uno o varios actores sociales que actúan no
en el vacío, sino desde estructuras sociales, que a su vez están arrai-
gadas en el espacio y en el tiempo concreto. La distancia entre el lugar
de producción y el mercado, y el costo de superarla, sí pueden ser un
factor importante, y habrá casos en que este factor resulte decisivo
para elegir el lugar en donde se ubicará una empresa. Pero eso no
permite reducir la actuación del hombre enteramente a indicadores
físicos; la decisión de ubicar una empresa en un lugar determinado se
guía por muchos más motivos que sólo por la búsqueda de un balan-
ce óptimo entre costos e ingresos (ver, por ejemplo, los capítulos 4.6
y 4.7 sobre la geografía económica institucional y evolucionista y la
geografía económica cultural). La localización es, entonces, resultado
del proceso de considerar y negociar los diversos argumentos y moti-
vos que los diferentes actores económicos pueden tener. Sus intereses
casi siempre son complejos y a veces contradictorios, por lo cual el
patrón de localización o, en términos más generales, la geografía eco-
nómica, es el producto de un proceso histórico complejo.
Para terminar esta sección, cabe mencionar que las teorías de la
localización no tuvieron mucho impacto en la economía ni en la geo-
grafía de sus tiempos respectivos. La razón de esta inadvertencia qui-
zá sea que, para los economistas, las teorías de la localización fueron
demasiado empíricas, ya que trataron, aunque sea de manera superfi-
cial, con la incomodidad que la geografía representa para los modelos
econométricos, mientras que para los geógrafos fueron demasiado
abstractas y poco ideográficas.
Sin embargo, el modelo de Walter Christaller fue bien recibido en
la planificación regional de la Alemania fascista. A partir de 1940,
Christaller trabajó en el Departamento Principal de Planificación y
Ordenación, cuyas tareas incluyeron la reorganización espacial de
los territorios conquistados por los nazis en Polonia. Más tarde, las
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Figura 4-6. Planificación de los nacionalsocialistas


para el este de Polonia, 1941

Fuente: Udo von Schauroth: Raumordnungsskizzen und ländliche Planung,


in: Neues Bauerntum 33 (1941), Nr. 3, S. 125; reproducido de http://www.dfg.
de/pub/generalplan/planung_4.html.

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ideas de Christaller fueron comunicadas por el propio Lösch a Ed-


ward L. Ullman, geógrafo en la Universidad de Chicago, y entonces
Christaller se convirtió en “una figura de culto entre los geógrafos
cuantitativos de Estados Unidos”. (Essletzbichler 2011: 32)

4.2. Los orígenes de la


geografía económica en el siglo xix
Con excepción de Walter Christaller, los teóricos de la localización
no pertenecían a la disciplina científica de la geografía. Por esta ra-
zón, en el pensamiento de la economía clásica, los comienzos de una
reflexión seria sobre aspectos geográficos vienen desde afuera de la
propia geografía. Sin embargo, en las últimas décadas del siglo xix,
la geografía comenzó a institucionalizarse en los sistemas universi-
tarios de Europa y Estados Unidos. En Alemania, donde mediaban
más de cincuenta años desde la fundación de la primera cátedra de
geografía, en 1820, y la segunda, que se fundó en 1871, justamente en
el año en que también se instauró el Imperio Alemán, se requerirían
sólo cuatro décadas para establecer 22 cátedras de geografía más. En
Francia, Vidal de la Blache, de quien me ocuparé en párrafos poste-
riores, ocupó una cátedra de historia y geografía en 1872, mientras
que en el Reino Unido no fue sino hasta 1903 cuando se fundó una
cátedra de geografía, aunque ésta, sin embargo, estaba dedicada en
forma exclusiva a la geografía económica. En Estados Unidos, el pri-
mer instituto dedicado ex profeso a la geografía se fundó en 1898, en
la Universidad de California (Sandner y Rössler 1994; Dunbar 2001).
Llama la atención el paralelismo temporal de la fundación de
los institutos de geografía (económica) con la era del imperialismo
europeo. Además, la orientación temática de la nueva disciplina
científica demuestra que la geografía económica, que surgió en
las últimas décadas del siglo xix, nació como una “servidumbre”
(Sheppard et al. 2004: 3) de la expansión comercial europea y su
proyecto de dominio del resto del mundo. Esta relación es obvia,
por ejemplo, en el caso del Instituto de Geografía de la Universidad
de Hamburgo, fundada en 1908, con el nombre de Instituto Co-
lonial. En el contexto de la globalización económica del siglo xix,
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