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¿Qué tan nocivo puede ser un adulto que no es lo que soñó?

A lo largo de nuestra vida, van


formándonos con el fin de ser “alguien”, y generalmente, son otros quienes toman esa decisión. Las
Instituciones educativas, la sociedad y la presión familiar han sido el enemigo número uno de
soñadores, que, silenciando sus deseos se convierten, generalmente en seres infelices incapaces de
desarrollar sus aptitudes. El autor, platea un obstáculo puntual frente a dos temas, la vocación y el
desarrollo de dichas aptitudes. En una época tan convulsionada como la nuestra, mostramos un
lentísimo desarrollo en la formación de seres felices, que, a su vez reproducen en sus quehaceres
diarios dicha frustración. Es entonces cuando somos conscientes que vocación y aptitudes deben ser
pilares en la educación, pues al ver la manera en la que nos hemos convertido en autómatas nos
lleva a cuestionarnos a nosotros mismos en el papel que queremos desarrollar en el aula; pues,
cando un maestro ama verdaderamente lo que hace, lo transmite a sus estudiantes. Por eso creemos
que la educación es un contrato con el amor, el que ama enseñar, enseña a amar el conocimiento.
Desde la escuela, se deben brindar herramientas que lleven a los niños a descubrir sus capacidades,
pues no todos somos hábiles con los números o las letras, debemos romper con el estigma de
estudiar y trabajar en algo que solamente nos supla una necesidad económica, debemos pensar en el
desarrollo integral, en adultos felices que van a su trabajo con una sonrisa, o en niños que, no lloren a
diario cuando lleguen a la escuela. El texto también da un jalón de orejas a los padres, que, en el
intento de generar en los niños el interés por ciertas cosas, solamente los alejan de sus verdaderos
sueños. Muchas veces en el afán por tener hijos brillantes, se olvidan los gustos de él. Se le imponen
clases de futbol cuando este tal vez quisiera el béisbol o el básquet. Se elige por él, la rompa, el
peinado y a veces hasta sus amigos. La familia reproduce la imposición y en la escuela se “fortalece”,
el niño no es niño, sino, que los adultos viven a través de ellos.

Por ello, la escuela debe preocuparse por la forma en la que sus docentes conciben la educación,
pues de ello dependerá la forma en la que sean impartidos y recibidos los conocimientos, el autor
señala que hay una inconformidad tanto de los docentes, como de los estudiantes, sobre la manera
en que se enseña en las escuelas. En la realidad, es solo una institución de reproducción de fechas y
reglas ortográficas, pues se ha dejado de lado el desarrollo de la sensibilidad, de la pasión. Los niños
saben más de programas de televisión, que, de expresar sus sentimientos, porque expresarlos se
convierte en un sinónimo de debilidad, esto los fuerza a ser agresivos y mal geniados. Los niños se
sienten incapaces de levantar su voz y solamente actúan de mala gana, ¿quién hace de buena gana
algo que no le gusta? Eso nos lleva de nuevo al aula. El maestro se convierte pues, en un referente
social, moral e intelectual para el niño, pero, ¿si el maestro también es infeliz e incapaz de expresar
sus sentimientos?, las clases serán aburridas, monótonas y simples requisitos para aprobar. Todo
esto nos conlleva a una monocromía educacional, donde la imposibilidad de expresión se nos es
impuesta desde casa.

Bien, el docente está en la capacidad de frustrar los sueños de sus estudiantes, pero también puede
cultivarlos. Reconocer las aptitudes de un niño a tiempo puede crear adultos más felices, seres
capaces de hacer las cosas con pasión y con la confianza de triunfar en ello. Salirse de la
obligatoriedad y preocuparse más por el bienestar emocional, en la apreciación de la grandeza en las
cosas simples, hacer de la escuela un verdadero y cálido hogar, donde el niño y el docente puedan
ser, desde su individualidad y anhelos SERES FELICES. Saber que maestro y alumno coexisten y se
interrelacionan, es más que suficiente para enfrentar como propia esa “batalla” llamada escuela.

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