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Dr. Samuel H. Sandweiss

SAI BABA
y el psiquiatra

SAI RAM
4

Título original:
Sai Baba, the holy man… and the psychiatrist
Traducción: María Martínez de Velázquez

© 1975 Samuel H. Sandweiss


Primera edición en castellano: Editora y Distribuidora YUNG SA – México
Primera edición Argentina: 1993
Segunda edición Argentina: 2011

© SRI SATHYA SAI SADHANA TRUST, Publications Division


Prashanti Nilaham 515 134 – Anantapur District Andra Pradesh – India

© Sai Ram 2011

Publicado por la Fundación Sri Sathya Sai Baba de Argentina

Traducción al español: María Martínez de Velázquez

Ventas y/o consultas: pedidos@fundacionsai.org.ar


www.fundacionsai.org.ar

Reservados todos los derechos.

Sandweiss, Samuel H.
Sai Baba y el psiquiatra. - 2a ed. - Buenos Aires : Fund. Sri Sathya Sai Baba
de Argentina, 2011.
90 p. ; 19,5x13,5 cm.

Traducido por: María Martínez de Velázquez


ISBN 978-987-1593-15-6

1. Espiritualidad. I. María Martínez de Velázquez, trad. II. Título


CDD 291.4

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11723.

Libro editado e impreso en la Argentina.


Printed in Argentina.

La fotocopia mata al libro y es un delito (Ley 23741, art. 72 bis).

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la


transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier
medio, sea electrónico o mecánico, mediante copias, digitalización u otros
métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por
las Leyes 11723 y 25446.

Esta edición de 1.000 ejemplares se terminó de imprimir en la planta industrial de


Sevagraf SA; Buenos Aires, República Argentina, en el mes de julio de 2011.
5

A Sai Baba
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Agradecimientos
Deseo manifestar, de modo muy especial, mi agradecimiento
a Dick Croy, escritor y cineasta de Los Ángeles, cuyas aptitudes
y empeños como supervisor y redactor tuvieron parte importante
en la elaboración de este libro. Gracias a su afán, un gran cúmu-
lo de material mal pergeñado por un escritor bisoño fue organi-
zado hasta adquirir forma. Asimismo, expreso reconocimiento
especial a Mary Alice Berning, mi secretaria, quien mecanografió
el borrador las veces necesarias y cuya actitud positiva, servicio
desinteresado y consejo útil fueron muy valiosos durante la pre-
paración de la obra.
Mi gratitud sincera a Larry Smith, artista y dibujante de San
Diego, quien al diseñar el libro e ilustrarlo con sus delicados di-
bujos, le dio dimensión artística; también a Lee Gerlach, Nancy
Sandweiss y Freda Sandweiss, mi madre, quienes colaboraron
en las etapas finales de la edición; a Homer Youngs, quien pro-
porcionó el glosario; a The Sai Baba Cen ter de Los Ángeles y
al Lite Storm Sin ging Group, por facilitar muchas de las foto-
grafías que aparecen en la obra; a The Sri Sathya Sai Baba
Book Cen ter of Ameri ca de Tustin, California, por suministrar
las selecciones de las policromías; a Howard Murphet, por per-
mitir la reproducción de pasajes de su libro Sai Baba, man of mi -
racles; asimismo a Indra Devi y Elsie Cowan, así como a los doc-
tores V. K. Gokak, S. Bhagavantam y John Hislop por autorizar
el empleo de material referente a sus experiencias personales con
Sai Baba.
Expreso particularísimo agradecimiento a Sharon, mi queri-
da esposa, quien ha sido mi apoyo constante en todo y, mientras
me ocupaba en la elaboración del libro, nos atendió amorosa-
mente a los niños y a mí. Sus provechosos comentarios e ince-
sante estímulo constituyeron profunda e inagotable fuente de
energía.
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Unas palabras del editor


La tarea que desempeñé en la edición de este libro la dedico
a mis padres, cuyo amor siempre creciente me ha dado una base
para empezar a comprender la inefable relación entre Sai Baba y
sus seguidores.
Dick Croy
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ÍNDICE
Prólogo por el Dr. V. K. Gokak ....................................... 13
INTRODUCCIÓN .......................................................... 15

PARTE I. EL VIAJE
1 Dulces, dulces ..................................................... 25
2 Buenas noticias ................................................... 31
3 Cartas a casa ...................................................... 39
4 El primer encuentro............................................. 45
5 Del simple aire.................................................... 51
6 Una roca hecha pedazos...................................... 67
7 Psiquiatría y espiritualidad .................................... 73
8 La mente simiesca............................................... 89
9 Caduceo y kundalini ............................................ 99
10 Un alma en transformación.................................. 105

PARTE II. REGRESO A CASA


11 El Avatar ............................................................ 125
12 El punto dorado .................................................. 141
13 Prashanti Nilayam ............................................... 157
14 Arder hasta consumirse ....................................... 167
15 Un viaje de amor................................................. 187
16 Preguntas y respuestas......................................... 205
17 Enseñanzas de Sai Baba ...................................... 255
18 Los pies de loto .................................................. 285

GLOSARIO ................................................................... 307


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Unas palabras al lector


Las afirmaciones de Sai Baba, así como las citas de sus dis-
cursos, se compusieron en cur si vas sin comillas. Al principio, el
lector occidental quizá encontrará un tanto esotéricos algunos de
los pasajes seleccionados. Sin embargo, su cuidadosa lectura re-
velará que, en lo básico, expresan el mismo mensaje antiguo y
universal que se halla en la literatura de las principales religiones
del mundo. Muchos pasajes tienen una semejanza sorprendente
con las enseñanzas de Jesucristo.
Las palabras en sánscrito y telugu —compuestas en cur si -
vas— van seguidas por una traducción al español clara y concisa
colocada entre paréntesis, y de ellas se da una explicación más
amplia en el glosario. A lo largo del libro se hace referencia a
otras obras de Sai Baba y acerca de Él. Para mayor información
por favor consulte la lista de obras de Sai Baba y sobre Él, en las
últimas páginas de este libro.
Para mayor claridad y conveniencia, el trato masculino de
costumbre será utilizado en todo el libro para referirse al aspiran-
te espiritual. Esto de ninguna manera se debe tomar como indi-
cación de que la mujer es en alguna forma menos idónea para
tener buen éxito en la travesía espiritual. La opinión de Sai Baba
acerca de este punto debe dejarse establecida desde ahora: La
mu jer tiene las mismas cuali dades que el varón para seguir el
sen dero espi ri tual. Todaví a hay mu chos hom bres que se in -
quietan cuan do ven mu jeres dedi cadas a prácti cas espi ri tuales
o cuan do las escu chan reci tar el Pranava (Om, el soni do pri -
mor dial). Ol vi dan que el soni do mismo es fun damen tal men te
pranava, que toda respi ración tiene pranava in manen te en sí.
¿Cómo podrí an en ton ces las mu jeres evi tar o man tener se ale-
jadas del Om, el cual está siem pre presen te en el éter en que
la respi ración de ellas ocu rre a cada momen to?… Las mu jeres
tienen i guales opor tu ni dades e i guales derechos para al can zar
la Di vi ni dad.
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PRÓLOGO

En su interesante libro acerca de Bhagavan Sri Sathya Sai


Baba, el doctor Samuel Sandweiss ha hecho accesibles tres vías
principales de comunicación: una fascinante narración de sus
propias vivencias con Baba; su investigación como profesional
de la psiquiatría, de los fundamentos de esta rama de la medici-
na, investigación que lo llevó al descubrimiento de que es una
ciencia incompleta que requiere adicionales esenciales prove-
nientes del campo de la conciencia espiritual, para que sea real-
mente eficaz; y la reproducción de pasajes de escritos y discursos
de Baba que a juicio del doctor Sandweiss son capitales para un
análisis de las enseñanzas de este maestro.
Al hojear el libro y leer estos pasajes capitales, uno se perca-
ta enseguida de que la selección del doctor Sandweiss es afortu-
nada. Baba habla respecto a la avataridad (Avatarhood ); acerca
de las nueve formas de la devoción; de la relación del individuo
con la sociedad; del sadhana: éstas y otras citas cardinales nos
conducen a las entrañas de la filosofía de Sathya Sai.
Las vivencias del doctor Sandweiss en su relación con Baba
son además de interesantes, típicas: primero se inquieta y se le
“deshace”; después se reconstruye a sí mismo a la luz del espíri-
tu. La “mente simiesca” se desmorona gradualmente, desiste de
su lucha y es reemplazada por una sensibilidad y receptividad ge-
nuinas. Permitiendo a su escepticismo campear tan alto como
pueda, comprende no obstante que si hay alguna honradez en la
duda, es necesario admitir y aceptar la existencia de un alma y
14

- 14 - SAMUEL H. SANDWEISS

una realidad trascendental, es decir, una nueva dimensión espiri-


tual del Universo. Él entiende también la verdad acerca del papel
del Avatar en los asuntos humanos. En resumen, el doctor Sand-
weiss experimenta una profunda transformación. Se vuelve una
persona diferente, alcanzando, a medida que esto sucede, una
nueva dimensión espiritual.
Este cambio se refleja en la consecuente actitud hacia su pro-
fesión, la psiquiatría. Hace falta un científico de la conciencia. La
psiquiatría misma tiene que transformarse en un arte terapéutico
basado en la ciencia de la conciencia. Quizás esta inaudita afir-
mación del doctor Sandweiss suscite polémicas. Pero la verdad
tiene que ser aceptada como tal, llueva o truene.
El sutil discernimiento del doctor Sandweiss, su honradez y
rectitud en el curso de su indagación lo harán querido a los lecto-
res de este libro. Una sinceridad transparente impregna este vo-
lumen. El escritor hace sus confidentes a los lectores respecto a
todos los cambios en su pensamiento y estados de ánimo. Llega-
mos a conocer cada recodo del camino que tomó y la dirección
de cada paso. Esto convierte a la obra del doctor Sandweiss en
un genuino documento de la sensibilidad humana y de la psicolo-
gía de los profundos cambios interiores.
El doctor Sandweiss es un valioso amigo mío y compartimos
muchas aficiones. Me complace haber recibido la oportunidad de
escribir estas líneas a manera de opinión sobre su libro.

Vinayak Krishna Gokak


Brindavan
Whitefield
Bangalore, India
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INTRODUCCIÓN

Mi primer encuentro con Sathya Sai Baba fue hace tres


años. Viajé a la India como psiquiatra occidental para estudiar de
fuentes originales la psicología de la religión y salí de allí con una
profunda sensación de misterio respecto a un ser a quien no po-
día comprender.
Sai Baba dice: Mi vida es mi mensaje. Él enseña acerca de
la espiritualidad en un lenguaje universal, atrayendo la atención
de gente de todo el mundo, de todas las clases sociales y de to-
das las creencias religiosas. Infunde nueva vida a las viejas verda-
des de millones de seres. Sólo hay una casta, dice, la casta de
la humanidad; sólo hay un lenguaje: el lenguaje del corazón;
sólo hay una religión: la religión del Amor; sólo hay un Dios,
y Él es Omnipresente.
¿Qué hay en este maestro del mundo que lo hace tan cauti-
vador? Sus seguidores creen que Él es mucho más que un vene-
rado guía espiritual. Científicos, educadores, líderes del gobierno
y figuras públicas, así como los pobres, los débiles y los enfermos
—toda la gama de la humanidad— atestiguan que Sai Baba es
capaz de realizar las acciones más extraordinarias. Se ha relatado
que puede materializar objetos del aire y que posee notables po-
deres de clarividencia, telepáticos y curativos; que puede tomar
otras formas e identidades y trasladarse instantáneamente a
grandes distancias; que se le ha visto en dos o más lugares a la
vez.
16

- 16 - SAMUEL H. SANDWEISS

El alcance de los poderes que se le atribuyen sobrecoge la


mente; de hecho, sus seguidores piensan que se extiende más
allá de las limitaciones del tiempo y el espacio. Para ellos, este
hombre carismático y misterioso es un Avatar : una encarnación
sobrehumana de lo Divino.
Para la mayoría de los occidentales es difícil, para decirlo con
suavidad, tomar en serio tales afirmaciones. Sin embargo, la im-
portancia de la gente convencida de los poderes paranormales de
Sai Baba y la creciente documentación disponible acerca de Él
son impresionantes. Por ejemplo, el doctor S. Bhagavantam —fí-
sico, ex consejero científico del Ministerio de la Defensa de la In-
dia y ex presidente de la Indian Science Congress Association —
quien se describe a sí mismo como “un hombre racional, práctica-
mente agnóstico, que no aceptaría nada sin una explicación cien-
tífica”, ha resuelto así lo que antes fue un conflicto entre su prepa-
ración científica y la evidencia de sus sentidos:
“En nuestros laboratorios”, dice, “los científicos confiamos en la
razón, pero sabemos que cada vez que agregamos un poco a lo
que conocemos, nos enteramos de la existencia de muchas otras
cosas cuya verdadera naturaleza ignoramos. Así, mientras adquiri-
mos conocimiento, también agregamos algo a nuestra ignorancia.
Lo que sabemos se vuelve una fracción cada vez más pequeña de
lo que no sabemos.
”¿Cómo reconciliar mis antecedentes científicos con lo que
hace Sathya Sai Baba? Lo he visto realizar quizá miles de mila-
gros durante los quince años que tengo de conocerlo: materiali-
zaciones de una variedad infinita de objetos físicos, curaciones de
todas clases. Debo confesar que con la lógica que conozco y con
la preparación que tengo, no puedo aceptar que Sai Baba sea
como usted y yo. Él puede trascender las leyes de la física y de la
química. Por lo tanto debo decir que es un fenómeno, un Ser
Trascendental, Divino.”

El mundo de hoy parece estar al borde de la locura. Tal vez


la mitad de su población esté desnutrida o muriéndose de ham-
bre. Somos testigos de tiroteos en las calles; los suicidios y aten-
tados terroristas son algo cotidiano. Ya por costumbre comete-
mos las más grotescas crueldades con el hombre y estupramos
virtualmente la tierra. Estamos atrapados en la red de un apasio-
17

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 17 -

namiento absurdo por las armas y la guerra, y por preocupacio-


nes puramente egoístas.
Todo el mundo es gurú. Las librerías, atestadas de volúme-
nes que supuestamente muestran “el camino”, confirman este
hecho. Pero nada parece funcionar. Estamos perdidos en un ma-
remágnum de ideas, un confuso torbellino de impresiones y ex-
perimentos sin dirección ni disciplina. Es crucial que aprendamos
a discernir la verdad y encontremos una dirección. Y, sin embar-
go, para muchos de nosotros la búsqueda de respuestas funda-
mentales a los problemas personales y sociales parece fútil y sin
sentido.
Mi propia búsqueda de significado y comprensión me condu-
jo a estudiar medicina y luego me llevó al campo de la psiquia-
tría. Pero nueve años de preparación y práctica psiquiátricas, y
una amplia investigación participante de lo que pudiera llamarse
el “movimiento del potencial humano” me proporcionaron po-
cas respuestas.
Las expectativas de lograr una comprensión más profunda y
la “expansión de la conciencia” resultaron superficiales y sin sus-
tancia. ¿Existe en realidad algo así como el potencial infinito de
la humanidad: la facultad de transformar de tal modo la propia
conciencia como para descubrir una dimensión divina, infinita o
eterna del ser y fundirse con ella? Empezaba a convencerme de
que tal búsqueda era inútil.
En ese estado de ánimo me asomé al Oriente… y me encon-
tré con Sai Baba. Aquí estaba un maestro —un científico de la
conciencia— que enseñaba que nuestra verdadera naturaleza no
está limitada por el tiempo o el espacio, y de hecho es infinita,
inmutable, eterna. Que proclamaba que detrás de todas las for-
mas y objetos está el espíritu, y que toda la Creación está basada
en la voluntad de la dimensión espiritual… que nuestra identidad
más verdadera es un estado incorpóreo de Bienaventuranza y
Amor. Sus seguidores creen que la vida misma de Sai Baba es
una prueba concreta de que posee un conocimiento lo bastante
penetrante y una energía lo suficientemente poderosa como para
ayudarlos a lograr la clase más profunda de autorrealización.
Pero ¿cómo puede uno determinar si este santo y místico in-
dio, aún desconocido en el Occidente, es siquiera una fracción
de lo que sus seguidores creen? Para muchos occidentales, el
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- 18 - SAMUEL H. SANDWEISS

enigma del asunto es si efectivamente puede o no demostrar po-


deres que prueben de un modo concreto la realidad de aquellas
dimensiones acerca de las cuales enseña.
Este libro es un intento de describir mi observación directa y
mi experiencia personal en relación con algunos de estos pode-
res. Es el resultado de un conflicto anímico para comprender fe-
nómenos en los cuales, por lo general, en el Occidente no se
cree. He tratado de preparar al lector occidental para su arribo al
extraño territorio que aquí encontrará, y de relacionar lo que ob-
servé con nociones psiquiátricas con las cuales la mayoría de no-
sotros estamos familiarizados de alguna manera. Intentaré esto
pese al hecho de que descubrí que la psiquiatría moderna es insu-
ficiente para comprender este tipo de fenómenos. La realidad de
este hombre santo —su nivel de conciencia evidentemente avan-
zado y su manera de relacionarse con la gente y con el medio—
no se podría abarcar o explicar a satisfacción con los conceptos
y principios que aprendí en mis años de ejercicio psiquiátrico.
Hasta hace poco, los fenómenos que forman gran parte de su
modo de vida han sido casi exclusivamente del dominio de san-
tos y místicos. Estos son científicos, si se quiere, cuyo campo de
investigación es la dinámica de la conciencia expandida, descrip-
ta por los místicos como conciencia cósmica, por las religiones
del mundo como conciencia de Dios o Divina y por la psicología
occidental del siglo XX como supraconsciencia.

Los niveles de conciencia “no-ordinarios” pasaron a ser por


primera vez tema de la psicología occidental en 1908, con el
gran estudio clásico y fundamental de William James, Las varie-
dades de la experiencia religiosa. Una década más tarde, Carl
Jung introdujo el concepto del inconsciente colectivo y la idea de
que es posible extendernos más allá del espacio y el tiempo, y fi-
nalmente ser parte de una dimensión de la realidad más elevada
que aquella representada por el mundo físico. Jung creía que
nuestra conciencia podía comunicarse con esa realidad superior
y obtener de ella penetración intuitiva y creadora, y sabiduría y
guía.
Los adelantos en la psicología durante los últimos veinte
años, al principio agrupados con vaguedad bajo el título general
de “la nueva psicología” y más recientemente como psicología
19

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 19 -

“humanista”, se han caracterizado por explorar la posibilidad de


expandir la conciencia a fin de aumentar la creatividad y revelar
un significado y una finalidad de la vida más profundos.
Creada por Abraham Maslow, la psicología humanista se in-
trodujo en el movimiento del potencial humano y en 1973 fue
aceptada por la American Psychological Association como su
rama más nueva. Maslow fue el primer psicólogo norteamerica-
no de importancia que postuló la tesis de que el hombre es una
criatura evolutiva cuya naturaleza superior también busca mani-
festarse, lo mismo que, sin duda, hace la inferior, y que la enfer-
medad surge cuando esta evolución ascendente, esta necesidad
de autorrealización, es obstruida. “La naturaleza superior”, dijo
Maslow, “requiere un trabajo que tenga sentido, exige responsa-
bilidad, creatividad, conducta honrada y justa, tareas que valgan
la pena de hacerse e inclinación para ejecutarlas bien”. Esto con-
trasta con la naturaleza inferior del hombre, la cual busca la satis-
facción de los impulsos e instintos animales.
Los términos de este nuevo enfoque psicológico —experien-
cias “cumbre” y de éxtasis, autotrascendencia y autorrealización,
corrientes de energía y campos de energía, amor y conciencia…
la dimensión espiritual— crean un lenguaje similar al de los místi-
cos, santos y guías espirituales. Su postura en cuanto a la auto-
exploración y la participación personal se opone al método cien-
tífico clásico en lo que toca a la exigencia de un observador obje-
tivo. Los investigadores de esta novísima rama de la psicología
opinan que es posible entrar en estados tales como la medita-
ción, la hipnosis, la insensibilidad y otros estados de conciencia
alterados, y no obstante hacer observaciones válidas y recoger
datos útiles.

En nuestra cultura está ocurriendo nada menos que una re-


volución en la conciencia humana, al ser enfocada la investiga-
ción hacia la naturaleza de la mente y la conciencia desde casi
todos los puntos de vista científicos y humanísticos. Como reflejo
del alcance y diversidad de este nuevo campo de interés, están
surgiendo cursos en las universidades de todo el país. El Experi-
mental Johnston College, en la Universidad de Redlands en
California, basa todo un curso de cuatro años en la nueva psico-
logía transpersonal que combina lo humanístico y lo espiritual.
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- 20 - SAMUEL H. SANDWEISS

El comité de programas de estudios de la Universidad de Harvard


aprobó recientemente un curso de pregrado referente a los esta-
dos de conciencia alterados. Una vez al año un heterogéneo gru-
po de médicos, psicólogos, antropólogos, físicos, filósofos y san-
tos de todo el mundo se reúnen —bajo los auspicios de la Asso-
ciation for Humanistic Psychol ogy y la Menninger Foun -
dation — en Council Grove, Kansas, para estudiar el tema de la
expansión de la conciencia.
Sin embargo, mi participación en este movimiento incipiente
no ha sido de mucha ayuda en mi esfuerzo por comprender a
Sai Baba. ¿Cómo es posible que aunque si bien en apariencia re-
conocen la naturaleza espiritual del hombre, muchos terapeutas
discuten todavía lo que para mi intuición y sentido común pare-
cen temas absurdos y contradictorios? Por ejemplo, el tópico
“¿Debe un terapeuta profesional acostarse con su paciente si se
atraen mutuamente?”, se ventiló en un foro de la Association
for Humanistic Psychology.
Tales inquietudes tan fuera de lugar son absolutamente con-
trarias a la atmósfera que rodea a Sai Baba. La dirección de mu-
chos parece encauzarse hacia el incremento de la expresión
emocional, aun a costa de la más elemental moralidad —y en es-
to incluyo la entrega de sí mismo a Dios, relegando el plano físi-
co de la existencia a una posición que se subordina a una rela-
ción más elevada con lo Divino. ¿Es anticuado un código así, o,
peor aún, es una negación patológica de la propia identidad bási-
ca? ¿O será que realmente hay una verdad oculta en esa morali-
dad espiritual considerada represiva por la mayoría de los cientí-
ficos conductistas occidentales?

De esta manera muy sorprendente, los fenómenos de la ex-


pansión de la conciencia, considerados desde el punto de vista
del poeta, constituyen la dinámica del amor. El amor y la con-
ciencia, según descubrí, están íntimamente relacionados, quizá
sean uno y lo mismo. Sin embargo, aun aquí, al investigar un as-
pecto central de la condición humana que uno podría estimar de
mayor interés e importancia para la psiquiatría, encontré al co-
nocimiento psiquiátrico moderno burdamente limitado.
El amor del que fui testigo en la India se extendía más allá de
los conceptos de emociones y sentimientos como se los define
21

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 21 -

en la psiquiatría. En la presencia de Sai Baba aprendí que la vi-


vencia de amor más intensa y más profunda nace de una actitud
de devoción hacia lo Divino; un principio que, no necesitamos
decirlo, está ausente casi por completo de la teoría y la práctica
de la psiquiatría moderna. En la India aprendí que nuestra identi-
dad básica es de hecho el amor puro y desinteresado. En su for-
ma pura, el amor se puede definir mejor en términos espirituales
como la chispa divina que hay en nosotros mismos —la esencia
de nuestra identidad, la manifestación de nuestra naturaleza más
verdadera— la cual, al igual que la conciencia, se alarga y se ex-
pande hasta que abarca todo lo que percibimos o conocemos.
Para los psiquiatras que creen que la naturaleza humana es fun-
damentalmente animal, motivada por el principio de placer-dolor
y por la necesidad de alguna forma de autosatisfacción, la de-
mostración de amor desinteresado que hace Baba es una revela-
ción impresionante.
Así, en mi tentativa de integrar lo que observé con lo que co-
nozco de psiquiatría, he tratado de definir áreas de limitación en
la teoría y práctica psiquiátricas modernas; de señalar cómo un
creciente conjunto de conocimientos que se refieren a la dinámi-
ca de la conciencia y el amor está revelando otra dimensión hu-
mana que la psiquiatría necesita considerar e investigar seria-
mente.
Debo advertirles que, si bien he tratado de describir mi en-
cuentro en la forma más objetiva posible, durante el primero de
los cinco viajes que hice a la India hallé que el método de ser un
observador objetivo y no-participante era un obstáculo absoluto
para la comprensión. No pude refugiarme en el papel de experto
visitante. Para entender estos fenómenos tuve que convertirme
en parte de ellos.
De hecho, tomé la dirección que me indicaba el mismo Sai
Baba: Debes bucear profundamente en el mar para obtener
las perlas. ¿De qué sirve chapotear entre las olas cerca de la
playa y jurar que el mar no tiene perlas y que todos los cuen-
tos acerca de ellas son falsos? Si de veras has de realizar el
fruto pleno de este Avatar, bucea profundo y sumérgete en
Sai Baba.
Para los más rígidos en la tradición científica, esto parecerá
una terrible transgresión. Pero en el cuerpo principal de las cien-
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- 22 - SAMUEL H. SANDWEISS

cias de la conducta hay una sana apreciación de este enfoque y


una aceptación de su validez. Incluso en el calor de las más inten-
sas reacciones internas y externas, es posible mantener una posi-
ción de testigo y observador. En mi encuentro con Sai Baba,
creo que mantuve esa posición. Y al hacerlo, siento que aporto a
este relato una nueva dimensión: una observación directa al ex-
perimentar mi propia alma en transformación.
¿Quién es Sai Baba? Si sus poderes son genuinos, ¿cómo
puede conducirnos hacia los más íntimos misterios de nuestra
existencia? Estas fueron las preguntas básicas con las que empe-
cé mi búsqueda. Si usted todavía está conmigo, lo invito a unirse
a mi viaje hacia este hombre santo… a explorar un reino emo-
cionante e inspirador de las posibilidades humanas a través de su
enigmática figura.
23

PARTE I
EL VIAJE
25

1
DULCES,
DULCES

“¿Qué estoy haciendo aquí?”, me preguntaba mientras per-


manecía negligentemente al lado de mi amigo Alf Tidemand en
el vestíbulo de la gran casa de verano donde reside Sai Baba
cuando está en Bangalore. Estaba anocheciendo. Los insectos
hacían círculos desatinados alrededor de las luces y una lagartija
se escapaba en rápidos zigzags por la pared. Me preguntaba có-
mo podía sostenerse. Mis ojos se esforzaban buscando las vento-
sas de succión en sus patas.
Estaba exhausto. Los huesos y el trasero me dolían por ha-
ber estado sentado en el suelo con las piernas cruzadas durante
largas y tediosas horas. Mi estómago gruñía como reacción a los
extraños y picantes platillos indios. Había perdido cinco kilos en
diez días. Un primitivo ventilador pendiente del cielo raso giraba
con una fastidiosa monotonía sobre nuestras cabezas, simple-
mente haciendo circular el aire sin avivar en absoluto mis ánimos
abúlicos y abatidos.
Dos grandes elefantes de madera sobre pedestales, las trom-
pas levantadas, hacían guardia en la puerta que comunicaba el
vestíbulo con el interior de la casa. A un lado frente a mí estaban
un escabel y una silla cubierta con terciopelo rojo, que semejaba
un pequeño trono. Frecuentemente ocupada por Sai Baba, era
casi el único mueble en la sobria habitación.
26

- 26 - SAMUEL H. SANDWEISS

“Ni muerto iría a la India”, había dicho con gracia, simpatía


y espontaneidad mi hermano Don a mi partida. “Sam, ¿qué bus-
cas? Eres un psiquiatra próspero con una buena posición univer-
sitaria. Tienes una familia saludable y feliz. Vives junto al mar en
el mejor clima del mundo. ¿Qué más puedes desear? Estás ha-
ciendo algo temerario y loco al ir a la India en pos de un sueño,
arriesgando tu salud y entristeciendo a tu familia”.
Con frecuencia yo mismo había puesto en tela de juicio este
descontento interior, este viejo anhelo interno por descubrir un
significado más profundo de la vida. Toda esa literatura que bulle
en el Occidente respecto a la clarividencia, la telepatía y la gente
con aparentes poderes curativos; la cuestión de otros niveles de
conciencia, de otras dimensiones de la realidad: ¿existen real-
mente tales fenómenos? Y si así fuera, ¿podrían arrojar alguna
luz sobre el significado y el fin de la vida? ¿No sería solamente
neurótico mi viaje por medio mundo en busca de un hombre que
tiene fama de conocer las respuestas a estas antiguas preguntas,
y además, supuestamente capaz de realizar milagros?
Me había dedicado nueve años a la psiquiatría. Además de
ejercer en privado, era profesor clínico asistente de psiquiatría en
la Universidad de California en San Diego; había tratado a miles
de pacientes y en el proceso de mi adiestramiento había pasado
por mi propio tratamiento, buscando durante muchos años el ca-
mino hacia un sentido de la vida y una paz más profundos; pero
aún anhelaba y buscaba…
“Espero que estés feliz ahora, Sam”, pensé dolorosamente.
“Este Sai Baba, que supuestamente posee poderes semejantes a
los de Cristo, no te ha dirigido ni una sola mirada. Ni siquiera sa-
be que existes.”
“Pero Él puede materializar objetos”, me habían dicho. “Él
es Omnipresente, Omnisciente, Omnipotente, todo Amor.”
Después de diez días en Su presencia yo seguía dudando. De
cuando en cuando parecía estar “materializando” algo, pero yo
estaba demasiado lejos para ver lo que hacía. En todo caso,
¿quién en su sano juicio podría realmente creer a otro ser huma-
no capaz de producir algo a partir del aire? Por supuesto, los tru-
cos mágicos y la charlatanería son otro asunto.
Sai Baba acababa de pronunciar un discurso de hora y me-
dia a unas quinientas personas, el cual había sido totalmente de-
27

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 27 -

silusionador para mí. Lo que había dicho no sólo era contrario al


pensamiento psiquiátrico contemporáneo, parecía también atra-
sado por años respecto a la época y era psicológicamente sim-
plista. Su desafío sin base a mi sistema de creencias fue el último
golpe. ¿Cómo podía considerar siquiera por un momento esta
tontería?
Educado en las mejores escuelas del país más avanzado del
mundo, familiarizado con las principales teorías, con las últimas
prácticas y técnicas de la psiquiatría, ¿cómo podía esperar hallar
aquí algo que valiera la pena? Yo sabía más acerca de la mente y
las emociones, del camino hacia la paz interior, que cualquiera
en este país primitivo y subdesarrollado. ¿Enseñarme a mí Sai
Baba algo acerca del camino hacia la paz interior? ¡Todo este
viaje no era más que una especie de autotormento!
En pocos momentos Alf y yo recorreríamos el sendero del
ashram (comunidad espiritual) hacia nuestro taxi y regresaríamos
a Bangalore. Varios muros nos separaban todavía de la parte tra-
sera de la casa, donde un estruendoso y duradero aplauso seña-
laba el final de la plática. Nosotros permanecimos en silencio.
“Me siento horrible, Alf; como si me estuvieran desgarran-
do. Incluso creo que debo regresar a casa pronto.” Alf asintió
con una cansada sonrisa.
Yo miraba al piso, a mis pies desnudos, moviendo los dedos
para entretenerme. Mi viaje había sido un fracaso. Había venido
buscando el sentido de la vida y había encontrado confusión. No
había visto milagros ni poderes sobrehumanos. Yo era uno entre
miles, no reconocido por Sai Baba. Era un tonto, ya era hora de
regresar a casa.
Entonces apareció de repente. Con rapidez y gracia caminó
hacia nosotros sonriendo y lleno de alegría. Ofreció dos carame-
los diciendo: Dul ces, dul ces. Su mirada bienaventurada traspasó
la mía. ¡Qué mensaje en esos ojos! Parecían hablar de un enten-
dimiento más allá de mi comprensión. Sentí un escalofrío y la
clara impresión de que este hombre conocía en realidad mi senti-
miento de desesperación y estaba respondiendo a él.
Durante diez días no me había dado siquiera un signo de reco-
nocimiento. ¿Cómo podía saber ahora quién era yo y lo que esta-
ba pensando cuando un momento antes Él había estado rodeado
por cientos y yo no había estado en ningún lugar visible para Él?
28

- 28 - SAMUEL H. SANDWEISS

¿Qué había sido comunicado en ese breve momento? ¡El


mundo! Algo se rompió dentro de mí. Algo de la alegría y el
amor de Sai Baba penetró en mi alma y me sentí a mí mismo
riendo como un niño. Había tal amor, gentileza y aprecio en
la presencia de este hombre.
¿Quién era Él?
La autoestima infatuada y el apego egoísta a mis valores y
creencias particulares parecieron pulverizarse, dando lugar de
pronto a un sentimiento de profunda reverencia ante el misterio.
En un momento deslumbrante e increíble me sentí transformado
de alguna manera… Comprendí entonces que todos podemos
ser transformados de este modo, que todos tenemos tan gloriosa
posibilidad.
Baba se volvió con ligereza y desapareció por el mismo ca-
mino que había venido, dejándome boquiabierto, sintiéndome
aturdido y humilde.
“¿Qué ha sucedido?”, logré preguntarle por fin a Alf, miran-
do desconcertado su cara resplandeciente.
“Bueno”, dijo, “si tú crees que éste es un dulce cualquiera,
Sam, estás lastimosamente equivocado. Pruébalo.” Comí el cara-
melo, sintiendo su dulzura en mi boca acompañada por la más
maravillosa sensación que se derramaba dentro de mi cuerpo.
Conforme miraba a Alf podía sentir lo radiante de mi propia ca-
ra. “Me quedaré”, dije.

Por al to que pueda volar un pá ja ro, tar de o


tem prano ten drá que posar se en la copa de un ár -
bol para gozar la quietud. Así tam bién llegará el dí a
en el cual aun los más al taneros, los más obsti na-
dos, los más in crédu los, in clu so aquellos que afir -
man que no hay gozo ni paz en la con tem plación
del Ser Su premo, ten drán que orar: “Dios, con céde-
me paz, con cédeme con suelo, for taleza y alegrí a”.

El doctor Y. J. Rao,1 jefe del Departamento de Geología de


la Universidad de Osmania en Hyderabad, fue apropiado testigo

1 Howard Murphet, Sai Baba, el hom bre mi lagroso, Editorial Errepar, Buenos
Aires, Argentina.
29

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 29 -

de la evidente transmutación de una piedra sólida en algo total-


mente diferente, con una valiosa lección espiritual:
Un día en Put tapar ti 2 Baba recogió un áspero pedazo de
granito quebrado y entregándoselo al doctor Rao le preguntó lo
que contenía. El geólogo mencionó algunos de los minerales de
la roca.
Baba: No me refiero a eso, si no a al go más profun do…
Doctor Rao: “Bueno, moléculas, átomos, electrones, proto-
nes…”.
Baba: ¡No, no; todaví a más profun do!
Doctor Rao: “No lo sé, Swami”.
Baba tomó la masa de granito de la mano del geólogo y sos-
teniéndola con los dedos sopló entre ella. El doctor Rao dice que
aunque nunca la perdió de vista, cuando Baba se la regresó su
forma irregular se había transformado en una estatua del Señor
Krishna tocando su flauta. El sorprendido geólogo notó también
una diferencia en el color y un ligero cambio en la composición
de la roca.
Baba: ¿Ves? Más allá de tus molécu las y átomos, Dios está
en la piedra. Y Dios es dul zu ra y alegrí a. Separa el pie de la
fi gu ra y saboréalo.
El doctor Rao no encontró dificultad alguna en separar el pie
de “granito” de la pequeña estatua, y poniéndolo en su boca des-
cubrió, afirma, que era de caramelo.
El doctor Rao dice que de este incidente aprendió algo más
allá de las palabras y mucho más allá de la ciencia moderna; de
hecho, algo que sobrepasa los límites de la mente racional del
hombre actual: “La ciencia no da sino la primera palabra; la últi-
ma palabra es conocida solamente por los grandes científicos es-
pirituales como Sai Baba”.

2 Puttaparti: Pueblo en el sur de la India donde nació y creció Sai Baba, y don-
de se localiza su ashram .
31

2
BUENAS
NOTICIAS

A fines de 1971 empecé a buscar a alguien que me enseña-


ra yoga y meditación. Había estado experimentando con un nú-
mero de “novísimas” técnicas psicoterapéuticas y sentía que en
algunas de éstas el Occidente se estaba aproximando realmente
a las prácticas yóguicas “espirituales” conocidas desde hace miles
de años en el Oriente. ¿Cómo habían entendido estas antiguas
culturas la naturaleza humana? Y ¿cómo la “práctica espiritual”
conducía a una salud mental mejorada?
Supe que Indra Devi, una mujer con prestigio internacional
en yoga, tenía un rancho y retiro yóguico en Tecate, México, a
sólo 80 kilómetros de San Diego, y tuve la buena suerte de ser
invitado gentilmente a su casa para una plática. La reunión esta-
ba destinada a ser interesante e importante.
Después de cruzar la frontera, mi esposa Sharon y yo nos di-
rigimos hacia el pequeño pueblo de Tecate y avanzamos por un
camino estrecho y de tierra suelta que serpenteaba por las coli-
nas hasta llegar a una gran área descampada y apacible al pie de
una montaña. Este era el Rancho La Cuchuma. Tuve la extraña
sensación de entrar a otro mundo, alejado del barullo de San
Diego por algo más que la distancia. El cálido sol era suave y
amable; el silencio, penetrante.
32

Tal vez hayan oí do decir a la gen te que “tomo” esto y


“doy” aquello, que satisfago todas sus necesi dades, etc., que
cu ro sus en fer medades. Pero estas cosas no son tan im por tan -
tes como la satvaguna (cuali dad espi ri tual de fir meza, pu reza
y desin terés) que promuevo e in fun do. Por su puesto, les con -
fiero estas gracias de salud y prosperi dad para que puedan,
con un en tu siasmo mayor y menos in terrupción, proceder con
el sadhana espi ri tual (trabajo espi ri tual).
33

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 33 -

La vieja y enorme casa española de Indra Devi era de por sí


un acontecimiento. Cuando Sharon y yo entramos a la casa nos
encontramos con un gran cuadro: un hombre indio con rasgos
negroides, un peinado afro natural y una brillante túnica anaran-
jada estaba de pie entre admiradores sentados, quienes lo con-
templaban con reverencia y devoción. Me pareció que el cuadro
y su colocación eran un tanto extraños, pues nunca había visto
esta clase de ornamento al entrar a la casa de alguien.
Indra Devi bajó a saludarnos, y era como un soplo de aire
fresco. Estaba impregnada de un aroma poco usual, muy intere-
sante, casi como el incienso, y tuve la impresión de que era ma-
ravillosamente abierta, como si yo pudiera sentir realmente una
brisa que pasara a través de su cuerpo. Nos invitó a seguirla y
nos condujo por la casa cantando una extraña melodía, la cual
más tarde supe que era un bhajan o cántico devocional.
Nuestra conversación pronto se refirió al misterioso hombre
del cuadro: Sathya Sai Baba. Parecía que, sin importar lo que
yo preguntara, su mente estaba canalizada hacia Él. Sai Baba
esto, Sai Baba aquello. Hasta llegué a considerar cuán raro era
que una mujer a los setenta años tuviera tal reacción. Desde lue-
go, es común que alguien joven y en busca de guía tenga devo-
ción por un maestro; pero Indra Devi es una mujer madura con
mucho mundo. Durante sus extensos viajes había visitado la ma-
yoría de los principales ashrams y conocido algunos de los yo-
guis y sad hus (hombres espirituales) más evolucionados de la In-
dia. Que ella repentinamente, en los últimos años de su vida, se
volviera tan devota de otra persona, un simple mortal, era lo
que yo encontraba tan extraordinario e interesante.
“Hace seis años”, dijo, “Sai Baba transformó mi vida. Él es
un señor y maestro cuyos poderes están más allá de la com-
prensión.” Para mi creciente desaliento e incredulidad, empezó
a hacer una relación al parecer interminable de sus “poderes”;
por ejemplo, materializar cosas del simple aire.
Describía cómo había sido testigo de un gran número de ta-
les materializaciones, mostrándome cómo, moviendo su mano
en círculos, Él producía vibhu ti , o “ceniza sagrada”, una sustan-
cia que supuestamente posee propiedades espirituales y curati-
vas, semejante para los hinduistas al agua bendita de los católi-
cos. Mostró cómo había Él extraído de la atmósfera una gran ur-
34

- 34 - SAMUEL H. SANDWEISS

na metálica llena de vibhu ti , haciendo simplemente, con su ma-


no derecha, unos cuantos círculos horizontales en el sentido de
las manecillas del reloj. Baba le dijo que la urna se volvería a lle-
nar sola y nunca se agotaría. Y de hecho, dijo ella, aunque du-
rante los siguientes años había regalado mucho de este vibhu ti y
la urna había estado casi vacía en numerosas ocasiones, de algu-
na manera siempre se había vuelto a llenar por sí misma.
Esta respetada maestra y escritora pasó luego a describir otras
disposiciones sobrehumanas que atribuía a Sai Baba. Se decía que
había detenido tormentas, que había hecho aparecer un arco iris
frente a un observador que dudaba, que había protegido a la gente
influyendo en los eventos de los hombres y las fuerzas de la natura-
leza, que había rescatado instantáneamente del peligro a devotos
que se encontraban a gran distancia de Él… e incluso que había re-
sucitado por lo menos a una persona.
Después de eso ya no me sorprendió oírle decir que Sai
Baba conocía el pasado, el presente y el futuro de todo aquel
que se llegara ante Él, que podía adoptar otras formas (incluso
no-humanas), o estar en dos lugares a la vez.
A despecho de esta proliferación de asombrosas aptitudes, el
milagro más grande de Sai Baba, de acuerdo con Indra Devi, era
lo genuino de su percepción espiritual y su facultad de volver a la
gente hacia Dios. Dijo que si uno deseaba sentir lo que debe ha-
ber sido conocer a Cristo o a Buda o a Krishna tenía que acer-
carse a Baba, porque Él los encarnaba a todos. “En Su presen-
cia, uno se siente envuelto en un aura tan cargada de amor, en
una atmósfera tan profundamente espiritual y santa, que muchos
se transforman en ese mismo instante. Y casi todo aquel que lle-
ga ante Él puede sentir este ambiente hondamente conmove-
dor.”
Habló de sus impresiones personales, como aquella relativa
a una fotografía que ella tomó a Baba y que reveló en los Esta-
dos Unidos. Alguien al hojear su álbum encontró el retrato y pre-
guntó: “Ma ta ji ” (“Madre”: un nombre de respeto que se da a
Indra Devi), “¿por qué está cubierto de polvo?”. Ella lo miró y casi
perdió el habla; el “polvo” era obviamente vibhu ti materializado
sobre la fotografía a 19.000 kilómetros de Sai Baba. “La puse
en un marco y el vibhu ti continúa produciéndose”, dijo con reve-
rencia.
35

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 35 -

Me mostró el retrato ahora enmarcado. Terroncillos de un


material que parecía polvo comprimido llenaban el espacio entre
la fotografía y el cristal: algo quizá poco usual, pero difícil de to-
mar como evidencia convincente de un milagro. “¿Ella piensa
que voy a creer todas estas historias por esta «prueba»? Es tan fá-
cil que alguien la haya engañado; o tal vez lo haya hecho ella
misma… ciertamente eso no demuestra que el Mesías haya veni-
do”, pensé.
“Muy interesante”, me oí decir.
Sin cesar, la ardiente devota de Sai Baba siguió hablando tan
extensamente de Su grandeza y Su poder ilimitado y contando
relatos tan increíbles que al fin ya no pude captar más y mi men-
te se embotó. Ella continuó hablando de este modo vehemente,
llevándonos por su casa y señalando numerosos objetos que Sai
Baba supuestamente había materializado. ¡Qué extraña impre-
sión! Aquí estaba yo asediado, casi aturdido por todas estas his-
torias, a sabiendas siempre de que no podían ser verdaderas.
Si bien era cierto que otros confirmaban sus relatos —y ella
me dio nombres de personas honorables quienes, según dijo, ha-
bían visto a Sai Baba y se habían transformado—, ésta, simple-
mente, no era para mí la realidad. Tal vez Indra Devi pasaba por
un “estado de fuga” en el cual por su gran necesidad de creer, iba
en un trance parecido al sueño colocando objetos aquí y allá y es-
parciendo vibhu ti , y después, en estado de vigilia, inconsciente de
su comportamiento anterior, atribuía los incidentes a Sai Baba.
Ella me sonrió dándose cuenta de mi incredulidad. “La pri-
mera vez que oí de Sai Baba tampoco podía creer que tal perso-
na existiera realmente”, dijo. “La gente me abrumó con historias
hasta que no pude creer ni una palabra más. Fue como si hubie-
ra comido demasiada azúcar y no pudiera tolerar más. Tuve que
huir para dejar que toda la información se asentara.”
Me fui a casa, y como Indra Devi había dicho de su propia
reacción, simplemente no podía digerir bien todo lo que había
oído. Pregunté a algunas personas de las que ella me había indi-
cado para ver si este hombre existía efectivamente. Se me infor-
mó que no sólo existía sino que millones de personas lo seguían
y que se había escrito mucho acerca de Él.
Yo estaba fascinado: ¡un guía espiritual de millones vivo aho-
ra en la India, y sin embargo, virtualmente desconocido en el
36

- 36 - SAMUEL H. SANDWEISS

mundo occidental! ¿Cómo podía ser esto, en una era de la comu-


nicación electrónica mundial, especialmente si al menos la milési-
ma parte de lo que se ha informado acerca de Él fuera verdad?

Todo sucedió muy rápidamente para mí. Decidí ir a la India


para ver a Sai Baba por mí mismo. Por supuesto, estaba familia-
rizado con otros relatos de la clase de fenómenos que se le acre-
ditaban: clarividencia, telepatía y otros de los llamados poderes
“psíquicos”, tales como los relatos de los milagros de Cristo.
Siempre di por sentado que eran trucos de percepción descriptos
por historiadores y reporteros crédulos o descuidados.
Para mi manera de pensar, la creencia en los milagros sur-
gía de fenómenos psicológicos tales como la histeria colectiva o
la ilusión en masa, o la facultad de alguien para ejercer una mis-
teriosa influencia sobre los demás al grado de alterar su percep-
ción de la realidad.
La oportunidad de observar de modo directo tales aconteci-
mientos y de investigar sus mecanismos psicológicos por mí mis-
mo era muy atractiva. Sentí que el observar a Baba en persona
me daría una idea de lo que pudo haber sucedido en tiempos de
Cristo para propagar aquellas increíbles historias.
“¿No es extraño, pensé, cuánto puede estar comprometido
el concepto que de la realidad tiene un individuo por la necesidad
de creer? Somos seres tan pequeños, insignificantes y vulnera-
bles, demasiado asustados para aceptar la realidad tal cual es,
que fabricamos un Dios y otros dominios de la existencia a fin de
sentirnos más a salvo, más seguros.”
Siempre había creído, al igual que los existencialistas prag-
máticos, que la vida es más bien absurda, incomprensible y sin
sentido; que somos una especie de caprichoso error de la natura-
leza, que no venimos de ningún lugar ni vamos a ninguna parte;
que hemos nacido en un medio oscuro y confuso en el cual las
personas están constantemente haciendo guerras y peleando,
son crueles e insensibles unas con otras. Siempre había sentido
que, a lo sumo, podíamos obtener algunos goces de la vida, algu-
nos fugaces placeres, y eso era todo.
Pero con todo y todo… ¿Qué era este extraño, imponente, casi
electrizante sentimiento interior al pensar en la posibilidad de una
realidad superior, de un orden de conciencia y amor más elevado?
37

Hay que pedir a todos que se me acer quen y me vean


en acción. Para tener i dea de lo que es u na mon taña no bas-
ta que muestres u na piedra y di gas: “La mon taña es un mi -
llón de veces del ta ma ño de es to”. Ten drás que ver u na
mon taña real, al menos a la distan cia.

No, no; eso era solamente una neurosis. Había desechado


estas ideas hacía mucho tiempo, quizá aun antes de ser un ado-
lescente, porque era torpe ceder a la necesidad de creer en algo
más allá de la percepción de los sentidos. No había prueba algu-
na de que existiera cualquier cosa más allá de los sentidos.
Sucedió que Indra Devi iría a la India un mes después de nues-
tra primera entrevista. Decidí ir con ella. Iría como científico, para
estudiar y comprender las realidades psicológicas de una situación
envuelta en misticismo… para probar que los milagros no existen.
39

3
CARTAS A CASA

Londres: 7 a.m.; martes 9 de mayo de 1972

Querida Sharon:
Todos tratan de convencerme de que son las 7 a.m. El sol
ha salido, todo el mundo habla en voz alta y está desayunando;
pero no pueden engañarme: es la 1 a.m., hora de San Diego.
Estoy terriblemente cansado. No puedo desayunar porque cené
hace dos horas apenas.
A pesar de todo, estoy disfrutando realmente mi situación.
Mataji es en verdad amable y protectora. Ha hecho a menudo
este viaje y anda tras de mí como un halcón. En el aeropuerto
John F. Kennedy, buscándome, subió y bajó, casi volando, tres
tramos de escaleras.
He ido comiendo todo lo que me empacaste, menos un tan-
gelo (fruta cítrica, híbrida de mandarina y toronja). Siento haber-
te despertado tan temprano cuando llamé al llegar a Londres.
Mis pensamientos están contigo siempre y te amo mucho. Mi
sentimiento del amor se ha intensificado, o me estoy volviendo
más consciente de él conforme aumenta la distancia entre noso-
tros. No sé en qué clase de situación extraña me estoy metiendo;
tendré que esperar y ver.
Amor, Sam.
40

- 40 - SAMUEL H. SANDWEISS

Bombay: 6 a.m.; jueves 11 de mayo

Mi más querido amor:


Son ahora las seis de la mañana y mi ciclo de sueño ha cam-
biado; tuve un buen descanso después de un agitado día de com-
pras en Bombay, ayer. Te extraño y no quiero que te preocupes
por mí. Mis pensamientos están contigo siempre.
El viaje fue realmente bueno, aunque veintinueve horas en el
aire envejecen y cansan un poco. Viajamos de Nueva York a
Bombay en un espacioso 747, y pude dormir cómodamente to-
do el tiempo, acostado en cuatro asientos. Después de muchas
preguntas internas acerca del porqué del viaje: ¿debo estar aquí y
es real Baba?; ¿qué pasará?, etc., llegamos a Bombay a las 3
a.m.; doce y media horas de diferencia con el horario de San
Diego.
El clima era caluroso y húmedo, así que fue molesto salir del
avión. Mi primera impresión, que continúa, es que no me gusta
Bombay y tengo un fuerte deseo de regresar, de no ser por Ba-
ba. El aeropuerto es sucio y deslucido, incómodo y monótono.
Paredes desnudas, sucias y embarradas con las manos; instala-
ciones primitivas sobreatestadas de individuos delgados, desnutri-
dos y con apariencia de enfermos. Estaba cansado, sudoroso y
ofuscado; sentía que la malaria, la hepatitis, la “fiebre su gong
fu” y todas las enfermedades existentes me amenazaban. No
quería tocar nada.
Recogí mis maletas y me sorprendió mucho ver que nada
hubiera sido robado y aún tuviera mi dinero. Luego de pasar la
aduana y atravesar por entre una multitud de personas, muchas
de ellas pidiendo limosna y otras queriendo hacer cambio ilegal
de moneda, subimos a un viejo taxi que parecía modelo 1942 y
enfilamos a la ciudad. Algunas de mis impresiones: dos pequeños
mosquitos en el coche, y yo orando por mi salud. Caminos rui-
nosos. El chofer del taxi apagaba las luces para no gastar la bate-
ría y tosía: me alejé del chofer y oré otra vez por mi salud.
Gente flaca y demacrada dormía a lo largo del camino,
miembros torcidos aquí y allá. Caliente. Caliente. Húmedo…
Opresivo. Perros y ganado vagaban. A la orilla del camino un
hombre enclenque y encorvado se lavaba con agua sucia.
41

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 41 -

Estaba abatido y me sentía cansado. Me registré en el Hotel


West End en Bombay y permaneceré aquí dos o tres días, ya que
supimos que Baba viene a saludar a la gente en una ceremonia
que se celebrará en un gran estadio.
Gracias a Dios mi cuarto tiene aire acondicionado y es con-
fortable. El primer día fui de compras y me sentí aún más decaí-
do; la ciudad está atestada y sucia y la gente se ve desnutrida.
Los ricos dicen: “Esta gente está pagando por sus pecados”. No
sé… no pienso de esta manera, pero quién sabe, quizá Baba
pueda explicarme.
Al salir del hotel el primer día para ver la ciudad, el encuen-
tro repentino con otra cultura me sacudió materialmente; me
sentía aturdido e inseguro después del largo viaje y el gran cam-
bio de ambiente. El sol era brillante, cálido, deslumbrante. Una
miríada de aromas, sonidos, movimientos y actividades me ha-
cían vacilar y estremecerme. Toda clase de olores: incienso, es-
tiércol, comida en preparación, gente y animales.
Vacas y perros y monos por doquier; gente caminando de
acá para allá en todas direcciones; barahúnda, sobrepoblación.
Escenas y sonidos de todas dimensiones producían una imagen
caleidoscópica, y experimenté un asedio a todos mis sentidos.
Tin, tan, cling, clang… olores por aquí, olores por allá… sol re-
lumbrante, ventanas reflejantes, un mono saltando… un perro
aquí, una vaca allá; la gente mirándome fijamente desde todas
partes. Turbado y un poco atolondrado, gozaba dejándome lle-
var, cautivado por el reto sensorial.
Casi tropecé con una vaca mientras vagaba encandilado, mi-
rando a todos, y pronto me di cuenta de que no era yo el único
que curioseaba: ahí estaba yo también a la vista de todos, vestido
totalmente al estilo occidental, viéndome totalmente fuera de lu-
gar como una criatura de otro planeta.

A temprana hora Mataji pasó por mí en un taxi, y comimos


en casa de gente que participaba en el planeamiento del acto al
que Sai Baba asistiría en el estadio. Eran individuos influyentes:
uno, rico industrial de nombre Kamani; otro, un alto y amigable
noruego llamado Alf Tidemand. Me enteré de que él es el tema
central de un capítulo del libro de Howard Murphet Sai Baba, el
hom bre mi lagroso. Cuando le pregunté acerca de su primer en-
42

- 42 - SAMUEL H. SANDWEISS

cuentro con Baba, dijo que le llevaría mucho tiempo contármelo


y me remitió al capítulo 16 de la obra de Murphet. Quizá luego,
si pasamos más tiempo juntos, pueda escuchar su relato perso-
nal. En realidad fue extremadamente amable, útil y solícito, y dijo
cosas acerca de Baba y de la vida en general que me levantaron
el ánimo.
Es extraño que cuando mi ánimo decae y empiezo a sentir
que voy en pos de un sueño insensato, se eleva si hablo con un
devoto de Baba. No sé si es el entusiasmo que todos comparten
o qué, pero algo genuino y exaltante surge e inmediatamente me
levanta. Hay una extraña similitud de sentimiento y expresión
que comunican los individuos que han estado en contacto con
Baba, como si todos ellos experimentaran alguna vibración co-
mún que son capaces de reflejar. Para mí, éste es un signo muy
optimista.
Mis sentimientos oscilan del pesimismo al júbilo y casi puedo
sentir que algo está a punto de sucederme. Algo muy importante,
algo esencial para mi vida y la tuya; para nuestras vidas, mi queri-
do, mi queridísimo amor. Tú también estás siempre conmigo.
Amor, Sam.

Bombay: viernes 12 de mayo

Querida Sharon:
Hoy será un día atareado. Un amigo de Mataji me ha con-
certado cita para cierta lectura del Libro de Bhrigu. Este es mi
primer encuentro con una situación así y estoy emocionado. Yo
no lo sabía, pero el Libro de Bhrigu es un manuscrito espiritual
muy respetado y prestigioso. Se presume escrito hace siete mil
años por alguien de un nivel superior de conciencia con acceso a
otras dimensiones de la realidad.
Se supone que la vida de todos los humanos está escrita en
ese libro, algo realmente inconcebible para un científico, y desde
luego, si fuera verdad, un revés para las conceptualizaciones del
tiempo y la realidad. Lo que es extraordinario es la manera en que
el lector escoge la página o el capítulo que va a leer. Te mide la
sombra, a cualquier hora del día en que llegues: nada más específi-
co que eso. Hace cálculos en alguna forma misteriosa a partir de
su medición de la sombra y después llega a la página correcta.
43

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 43 -

Piensa en las fuerzas necesarias para lograr esta hazaña fe-


nomenal a partir de lo que parecería un simple procedimiento
aleatorio. A mí, por supuesto, tendrían que mostrarme gran
parte de las lecturas para creerlas; no sólo generalidades, sino
hechos específicos “incognoscibles”. Aunque Mataji me ha ase-
gurado que esto es precisamente lo que le sucedió a ella: narra-
ción exacta de muchos hechos inusitados de su pasado y pre-
sente, así como de datos específicos de su futuro.
Entiendo que Sai Baba ha dicho que el pasado, el presente y
el futuro son lo mismo, y que sólo debido a nuestra condición
humana vemos únicamente una pequeña sección llamada el
“presente”. Quizá si me sucede algo emocionante con el Libro
de Bhrigu cambien mis sentimientos acerca del tiempo, ¿quién
sabe?
Sai Baba vendrá a la ceremonia hoy y tendré la buena fortu-
na de ir con uno de los encargados de iniciar la función. Sin em-
bargo, no espero verlo de cerca, ya que miles de personas esta-
rán allí.
Mataji ya salió hacia Bangalore, una ciudad en las montañas
a 725 kilómetros al sureste de aquí; yo me reuniré con ella dentro
de unos días. La residencia de verano de Baba, Brin davan , don-
de está dirigiendo un curso de verano para estudiantes universita-
rios, se encuentra exactamente en las afueras de Bangalore.
Pienso en ti y en la familia con frecuencia, si no es que siem-
pre. Siento la presencia de ustedes conmigo y beso a cada una
cálidamente. Por favor no te preocupes por mí. Estoy bien, aun-
que un poco solitario.
Amor, Sam.
45

4
EL PRIMER ENCUENTRO

Mi primer encuentro con Sai Baba, tan extraño como llegó


a ser, iba a resultar tan típico como todos los encuentros que le
seguirían. Después de que el avión aterrizó en Bombay supimos
que Baba iba a comparecer en un estadio de ahí y que luego re-
gresaría a su residencia de verano cerca de Bangalore. Decidí
conocer a este líder religioso en el estadio. ¿Cómo se presenta-
ría y qué ocurriría entre Él y la muchedumbre?
La mañana de la presentación de Baba una de sus devotas
me invitó a comer a su departamento, situado en algún lugar de
los suburbios de Bombay. Después de comer me dio las señas
para llegar al estadio y ella se fue temprano con el fin de obte-
ner un buen asiento; así pude reposar un rato y salir ya entrado
el día, puesto que todavía estaba cansado del largo viaje. Ahora
bien, Bombay es una ciudad de unos seis millones de habitantes;
yo me hospedaba en un pequeño apartamento perdido en algu-
na parte de esta extendida metrópoli, a buena distancia del esta-
dio. Baba se presentaría a las seis. Cerca de las cinco y media
salí para abordar un taxi que me condujera al estadio.
Cuando estaba fuera del edificio advertí que algunas personas
desenrollaban una alfombra roja raída y pequeña y ponían flores
en la parte superior de la entrada. Me detuve y pregunté qué sig-
nificaba eso. La respuesta, dada al azar a este occidental del cual
46

A un hom bre mun dano u na per sona ebria de Dios


le parecerá loca y se rei rá de ella. Pero al hom bre ebrio
de Dios, el mun dano le parecerá demen te, ton to, ex tra-
via do, ciego. De todas las demen cias que hos ti gan al
hom bre, la locu ra por Dios es la menos dañi na, la más
benefi ciosa.
47

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 47 -

no se podía esperar que comprendiese su importancia, me produ-


jo una sensación sobrecogedora semejante a la de déjà vu . Y
mientras más pensaba en ello, más crecía mi confusión: ¡el pro-
pio Sai Baba era esperado en este mismo edificio, para visitar a
un devoto, alguien del noveno piso a quien yo no conocía! ¡Qué
extraordinaria coincidencia!… Pero, por otra parte, sumamente
improbable. Con seguridad todo era un sueño de aquella gente.
Ahí sólo había un puñado de individuos tendiendo una al-
fombra roja en el suelo, y mientras tanto había decenas de miles
esperándolo en un estadio. ¡Qué tonto considerar siquiera la po-
sibilidad de que Baba viniera! Sin embargo, para entonces ya
estaba lo suficientemente predispuesto como para estimar reali-
zable cualquier hecho en una cultura tan diferente a la mía, y
decidí aguardar por ahí sólo para ver qué sucedería. Al aparta-
mento del noveno piso fuimos conducidos yo y un grupito de
personas, muchas de ellas mayores, y sus hijos más pequeños;
no había adultos jóvenes ni nadie de cultura occidental.
Un hombre que se encontraba en la puerta me aseguró de
nuevo que en verdad Baba vendría; la señora de la casa se lo ha-
bía dicho y sólo debíamos esperar con paciencia. Miré mi reloj;
en 15 minutos Baba debía presentarse en el estadio. Estaba loco
al creer que en realidad vendría Baba. Sólo era un sentimiento
anhelante de estas personas; quizás así era como se iniciaban to-
das las leyendas acerca de Sai Baba. Pensar que minutos antes
de la hora en que se suponía iba a aparecer en el estadio se aso-
maría exactamente cuando yo saliera, en el preciso lugar del
gran Bombay donde me hallaba por casualidad, ¡qué tontería!
Descendí los nueve pisos por la escalera y caminé en direc-
ción a un taxi; luego me detuve ahí, titubeando entre irme o que-
darme. Lo más razonable era ir al estadio; dentro de unos 10 mi-
nutos Baba debía estar ahí. Pero… ¿no sería mucho mejor verlo
aquí, de muy cerca, sin el clamor y la confusión de una gran mul-
titud? “Sam, te están sucediendo cosas extrañas”, pensé; ser ten-
tado por un hecho tan improbable.
No obstante, cuando estaba a punto de subir al taxi, un co-
che blanco pasó a distancia de un metro; vi la túnica anaranjada
y el peinado característicos, y supe que en verdad Baba visitaría
aquel apartamento. Antes de darme cuenta, corría como loco
tras el coche.
48

- 48 - SAMUEL H. SANDWEISS

Pero me detuve a medio camino; aquí estaba yo, empezando


a actuar como un fanático religioso. Tenía que recordarme a mí
mismo que no creía mucho en Sai Baba. Si bien lo sucedido era
una rara coincidencia, debía conducirme de un modo más mesu-
rado e impedir que la situación me sacara de quicio y perturbara
mis sentidos. Tomé un elevador para regresar al noveno piso y vi
que Baba llegaba a la habitación del fondo, con todos en silencio
esperando su salida.
Algunos devotos me dijeron que desde el primer encuentro
con Él habían sabido que Baba era Divino, y oí de gente que ca-
yó en un desmayo o había experimentado otras reacciones emo-
cionales dramáticas al quedar frente a Él por primera vez. Yo es-
peraba con expectación… y entonces salió: lleno de gracia, son-
riendo, radiante, saludando con la cabeza a todos los presentes,
mostrándose extremadamente seguro: un hombre con gran pre-
sencia y control, de movimientos desenvueltos y elegantes.
Era esbelto y de una estatura de poco más de 1.50 metros.
No me sentí tocado por ninguna reacción emocional abrumado-
ra y en realidad no lo creí particularmente fuera de lo común.
Había visto artistas y comediantes, e incluso a mis propios maes-
tros y profesores, mostrando igual seguridad e imponiendo el
mismo respeto.
No obstante, la gente se empujaba para acercarse más a fin
de tocar sus pies. Cohibido al experimentar participar involunta-
riamente en este género de manifestaciones, me retiré de la mul-
titud y observé. Él se acercó a un hombre, lo miró a los ojos y di-
jo algo; luego partió hacia el elevador. La visita había durado no
más de un par de minutos.
En el camino al estadio reflexioné acerca de la probabilidad
de un encuentro fortuito como ése. Estaba seguro de que si esto
le hubiera sucedido a un devoto, pronto se hubiera convertido en
un ejemplo de la ascendencia de Baba en la vida de la gente. Sin
embargo, para un individuo que todavía creía en las coinciden-
cias no era más que eso, una coincidencia, por más extraña que
pudiera ser.
Llegué al estadio demasiado tarde para entrar y tuve que
contentarme con observar a través de una reja. A lo lejos, ha-
ciendo un lento movimiento circular con una mano, la palma ha-
cia arriba, levantándola pausadamente en un ademán dirigido al
49

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 49 -

cielo, estaba Baba. Lo observé un momento; luego comenzó a


caminar despacio en dirección hacia donde yo me encontraba.
Su rostro mostraba dulce compasión y amor, y una singular
mirada interna, una expresión que parecía reflejar que Él se ha-
llaba en este mundo y al mismo tiempo en otro. Sentí que irra-
diaba una especie de ritmo interior, como si el canto de los bha-
jans entonado por la multitud en realidad se originara dentro de
Él. La gente se estiraba para tocar sus pies. Él retrocedía con
suavidad, haciendo ademanes para que se contuvieran.
Vi la intensidad de los deseos más profundos y las necesida-
des más íntimas del hombre reflejada en los ojos suplicantes y es-
crutadores de la muchedumbre, los brazos y las manos estiradas
con desesperación para tocar a Baba. Entonces, sin reparar en
mí en absoluto, se volvió y caminó de regreso, alejándose.

El Señor tiene que venir en for ma hu mana y actuar


en tre los hom bres, de modo que se le pueda escu char,
tocar, amar, reveren ciar y obedecer. Tiene que hablar la
len gua de los seres hu manos y com por tar se como ellos,
como un miem bro de la especie. De lo con trario, se le
negará o despreciará o se le temerá y evi tará.
51

5
DEL SIMPLE AIRE

Aunque a sólo 177 kilómetros de Put tapar ti , el pueblo don-


de Sai Baba creció, Bangalore se halla a una altura de 914 me-
tros y lo bendicen frescos vientos de las montañas y temperatu-
ras tolerables. En contraste, Put tapar ti se encuentra en una ho-
ya cuyas montañas circundantes reflejan, como las paredes de un
horno, el caliente sol indio. Las temperaturas, que se elevan has-
ta 49 grados centígrados a la sombra, sofocan y parecen cocer
literalmente todo lo que está a la vista.
Cuando llegué, Baba estaba dirigiendo un curso de espiri-
tualidad en Brin davan . El curso se iba a dar una vez al año; ésta
era la primera sesión. Se habían escogido a más o menos tres-
cientos estudiantes universitarios que representaban a todas las
regiones de la India y se quedarían en la propiedad. Baba había
invitado a hombres y mujeres educados y productivos de toda la
India para que dieran las conferencias. Este era el escenario en
el cual yo iba a ver a Baba durante las dos semanas siguientes.
Me hospedaría en un hotel a unos 20 kilómetros de Brin da-
van e iría diariamente en taxi para sentarme entre los estudiantes
a oír las conferencias sobre la historia y la herencia espirituales de
la India. Podría observar a Baba con frecuencia, ya que Él iba a
estar presente en muchas de las conferencias y dedicaría a los es-
tudiantes gran atención. Comería con Él todos los días y podría
asistir por las noches a un discurso suyo de hora y media.
52

- 52 - SAMUEL H. SANDWEISS

En esta situación, al mirar a Baba en muy distintas facetas,


estados de ánimo y situaciones diferentes, esperaba obtener
tanto una imagen redondeada como una visión de cerca de es-
te enigmático individuo. Observaría y anotaría con cuidado. Si
había algo extraordinario, profundo, misterioso, trascendental
o divino en Él, yo debería ser capaz de captar un vislumbre de
ello. Aunque todavía lleno de dudas, sentía la posibilidad de
que algo importante estuviera a punto de revelarse.

Bangalore: 7 a.m.; domingo 14 de mayo

Querido amor:
Estoy en un cuarto estrecho y mal ventilado lleno de anima-
litos que caminan. Grandes hormigas negras en las paredes y el
piso, olores a moho y a mugre, y afuera la lluvia. Aun cuando
Baba todavía está allá, vine de Bombay simplemente para esca-
par de las enormes multitudes y del claro sentimiento de que se-
ría inútil tratar de verlo. Espero mudarme pronto de este lugar,
pero la ciudad está muy concurrida y no hay habitaciones vacías
en ninguna parte.
Baba regresará hoy y espero este acontecimiento con una
mezcla de frustración y ansiedad. Ayer fui a su ashram , a 24 ki-
lómetros de aquí. Me gusta viajar en taxis; encuentro la escena
psicodélica y un poco rara. Los cuadros van de la enloquecedora
actividad de la ciudad a la paz bucólica: vacas y caballos viejos
bamboleándose por ahí; niños mendigos demacrados y tullidos;
taxis entrando y saliendo entre muchedumbres apiñadas alrede-
dor de autobuses que vomitan humaredas negras, el conductor
dando bocinazos sin cesar, sin atropellar a las personas y anima-
les sólo por la Gracia de Dios. A veces chozas e inmundicia, y
luego el olor a hierba, y aparece un pequeño campo. Yo me re-
clino dejando que todo eso suceda, y me conmuevo.
Brin davan es inesperadamente hermoso; los árboles, su mo-
vimiento y color son casi indescriptibles. Su suave ondulación en
la brisa es tranquilamente religiosa. Levanta al cielo bellas flores
rojas. En contraste: personas sin zapatos sentadas en medio de
moscas y hormigas; perros sarnosos vagando por los jardines.
Encontré a algunos norteamericanos, un hombre, su esposa y
53

Dos vistas de los te-


rrenos en Brindavan.

Arriba: Fotografía de
terrenos exteriores. A
la derecha: calzada
que conduce a los jar-
dines interiores y a la
casa donde Sai Baba
recibe a los visitantes.
54

- 54 - SAMUEL H. SANDWEISS

sus hijos; sus historias de la grandeza de Baba y su fuerte devo-


ción por Él levantaron mi ánimo.
Ayer fui de compras y adquirí dos hermosas alfombras tejidas
a mano por refugiados tibetanos. Son sorprendentes y deben re-
flejar mi humor actual. El diseño es rígido y los colores son atrevi-
dos e intensos: dragones y criaturas misteriosas en un motivo en
espiral que se desenvuelve, como si un núcleo de energía estuvie-
ra a punto de brotar, hacer erupción, evolucionar.
Cada vez me pregunto con más frecuencia por qué estoy
aquí. Sigo pensando que hay algún designio en todo esto, pe-
ro ese pensamiento ya no tiene mucho encanto ahora, y espe-
ro a Baba en un estado de ánimo más bien ofuscado y dolido.
Hasta ahora he logrado la entrada a los grandes jardines del
ashram , pero no se me ha permitido trasponer las puertas in-
teriores, que conducen al área en que Baba pasa la mayor
parte del tiempo. Debo tener esperanzas de que se me admita
más cerca. Quizá Mataji me ayude.
Siempre evoco la imagen tuya y la de las niñas y me asom-
bra cómo esto parece vincularme a ustedes a través de tantos mi-
les de kilómetros. Luego miro estas paredes opacas sin adornos
y el primitivo cuarto, y me hallo oscilando entre estos dos mun-
dos con una velocidad pasmosa. Me siento confundido, tratando
de relacionar este mundo con el nuestro. Las extraño a todas y
pronto estaré de vuelta con ustedes.
Amor, Sam.
Posdata: Cuando vea a Baba le pediré que mueva su mano y
me dé algo bonito para Ruthie, Rachel, Bethie y Judy. Quiero
tanto a mis dulces niñas.
Amor, Papi.

7:30 a.m.; martes 16 de mayo

Querida Sharon:
Fue magnífico escuchar tu voz por teléfono. Al principio me
sentía tan lejos; me llevó algunos segundos el considerarme a tu
lado. Te extraño mucho y a las niñas también, y pienso en uste-
des a menudo. Estaré de vuelta muy pronto. Déjenme recordar
algunos de los incidentes de los dos días transcurridos desde que
escribí la última vez.
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 55 -

Tuve la suerte de encontrar de nuevo a Alf Tidemand. Él y


Mataji hablaron con Baba y por fin fui admitido más allá de las
puertas interiores. Tengo permiso para comer con los estudian-
tes e incluso para entrar a la casa de Baba. Se supone que esto
es un gran honor; he conocido a personas que han estado aquí
seis meses sin recibir una mirada de Baba. Ciertamente fue un
honor para mí, ya que había estado sentado solo, al frío y la llu-
via, por fuera de las puertas interiores, y empezaba a imaginar
que había recorrido todo este camino y no se me permitiría estar
cerca de Baba.
Parece que cada vez que experimento una frustración, algo
levanta mi ánimo después. Se me ha admitido cerca de Baba y
mantengo los ojos fijos en Él. Es emocionante observarlo. Estoy
fascinado con sus maneras, su energía, sus reacciones fluidas y
espontáneas. No se vale de notas cuando da una plática, y cuen-
ta historias interesantes y prácticas para explicar sus puntos.
Sus charlas son muy amenas e informativas, si bien su estric-
ta moralidad me molesta un poco. Las conferencias en la escuela
recalcan una moralidad que choca con mi orientación moderna:
control estricto sobre el sexo y la agresión, nada de hostilidad,
siempre hagan el bien… Me parece que los estudiantes se revuel-
ven en sus asientos. Cada conferencia dura 55 minutos, una tras
otra, toda la mañana y la tarde. A veces comparece Baba y en-
tonces las cosas se vuelven interesantes.
En una ocasión, durante un discurso sobre los estados de
conciencia, me impacienté con un conferenciante que estaba
diciendo muchas cosas contrarias a mis arraigadas creencias.
Al final, el hombre manifestó algo respecto a que el pensa-
miento es lo mismo que la acción. Sugirió que tener un “mal”
pensamiento es lo mismo que llevarlo a cabo. Esto es absoluta-
mente contrario al ideario psiquiátrico. Comencé a inquietar-
me y me puse tenso; entonces, de repente, las luces y el mi-
crófono se apagaron. En ese momento, entre la alteración que
se produjo, Baba surgió e invitó al orador, a Alf Tidemand, a
algunas otras personas y a mí a su comedor privado. ¡Qué gol-
pe de buena suerte! Otra muestra de buena fortuna que llega
precisamente después de un sentimiento de angustia.
Las acciones de Baba se manifiestan, de algún modo, fuera
de lo común. Es muy vivaz y casi siempre está de buen humor.
56

- 56 - SAMUEL H. SANDWEISS

Tiene voz aguda y suave, ojos brillantes y rapidez felina. A menu-


do actúa con inocencia pueril, pero en un abrir y cerrar de ojos
se transforma en una figura imponente y poderosa. Mientras lle-
naba platos al servirnos, en cierto momento pareció reprender
juguetonamente a un hombre viejo, casi sin dientes, con líneas
pintadas en la cara, de un aspecto bastante primitivo. Dijo algo y
le palmeó el estómago; luego se fue.
Con la ayuda de un intérprete pregunté a este hombre qué
había dicho Baba. Lo había invitado a dar una conferencia ma-
ñana y le preguntó si tenía preferencia por algún tema en parti-
cular. El hombre sonrió y dijo que nunca sabe lo que va a expo-
ner, simplemente sube al podio y siente que Baba es quien habla
a través de él.
Entrado el día, me crucé de nuevo con Baba e hice el signo
de respeto juntando las manos al frente, como orando. Me tocó
las manos y me dijo que regresara mañana. Hasta ahora lo en-
cuentro cálido y en extremo interesante de observar y oír, pero
ciertamente no hasta el punto de sentir que es un Dios. Pronto
escribiré otra vez.
Amor, Sam.

8:15 a.m.; miércoles 17 de mayo

Queridísimas Sharon y familia:


El día de ayer me pareció muy largo. Aún no he presenciado
milagro alguno aunque se me haya otorgado el privilegio de estar
en la casa de Baba y con las personas importantes que se reúnen
con Él. Ayer vi a uno de los más renombrados instructores de
danza de la India dar una plática y una demostración. Hablé con
un hombre de edad que pasó muchos años trabajando estrecha-
mente con Mahatma Ghandi, incluyendo un buen tiempo que es-
tuvo en la cárcel con él. Un gran honor para mí, me sentí con-
movido.
¡Bien! Alf Tidemand acaba de reunirse conmigo para el de-
sayuno y tengo que dejar de escribir. Todos los días desayuna-
mos juntos y luego nos vamos al ashram . Continuaré mañana.
57

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 57 -

Jueves 18 de mayo

Queridas Sharon y familia:


Me siento desanimado aun cuando haya pasado largos días
en el ashram y haya visto mucho de Baba. La gente me dice que
soy muy afortunado; pero todavía no veo milagros aunque sí es-
toy impresionado por la calidad de las personas que vienen aquí.
Baba no se impresiona con mucha facilidad. Un importante ge-
neral de Nueva Delhi vino ayer para verlo y simplemente le dije-
ron que se fuera.
Conocí a uno de los principales científicos en física nuclear
de la India, el doctor S. Bhagavantam, ex consejero científico del
Ministerio de la Defensa. Ayer vino el gobernador de uno de los
Estados. Sin embargo, cuando estoy sentado en un piso duro
con las piernas cruzadas y doloridas, tratando de comer arroz y
pan con las manos y los dedos, bebiendo agua potencialmente
contaminada y sintiendo náuseas por el olor de las especias… y
todo esto junto a un primitivo hombre sin dientes, pintado y en
pijama, que agarra grandes puñados de comida y se lame la ma-
no con su enorme lengua, otra vez empiezo a preguntarme qué
diablos estoy haciendo aquí.
Ayer, durante una de las conferencias más tediosas, pasé lar-
go rato observando las moscas y hormigas que se arrastraban
por una costra en el pie de Alf Tidemand. Todo esto, ningún mi-
lagro aún y mi ánimo decayendo. Mi fantasía varía desde la sen-
sación de que seré un gran portador de la palabra de Dios cuan-
do regrese a los Estados Unidos, donde seré saludado como
campeón de la justicia y llevado por las calles en hombros de ad-
miradores, hasta suponer que retornaré a la deriva en una balsa,
sin un centavo, con las manos vacías y deprimido.
Cada vez estoy menos convencido de que veré a Baba solo,
para no hablar de obtener lo que quiero en forma de visión espi-
ritual. Si Él ha de recibirme, lo hará cuando yo esté a punto de
partir, como ha sido lo usual con otros.
Aunque he tratado de mantener los ojos fijos en Baba cada
vez que supuestamente materializa algo, yo no he podido verlo:
o bien me da comezón y me distraigo, o algo desvía mi atención
hacia un lado. De repente Alf Tidemand me susurra en el oído:
“¿Viste eso, viste eso?” y una vez más me siento disgustado por
perder otra materialización.
58

La gente me dice que Baba puede incluso arreglar las co-


sas de modo que ocurran de esa manera, quizá para excitar
más la curiosidad o probar la resistencia de uno; pero yo no
puedo aceptar la “grandiosa” idea de que Él tenga algún pro-
yecto y designio especial para querer frustrarme. Bueno; por
lo menos afuera el cielo brilla con esplendor y yo estoy fresco
y listo para otro día aburrido. Ojalá pase algo…
Amor, Sam.
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 59 -

10:15 p.m.; jueves 18 de mayo

Amadísima Sharon:
Este día ha sido fatigoso pero extraordinario. En una ceremo-
nia esta mañana, Baba caminó en medio de una multitud de me-
nesterosos, dándoles comida y ropa. Fue hermoso. Él estaba im-
presionante. Aunque hasta ahora no he visto un milagro de bue-
na cepa, se me llenaron los ojos de lágrimas al sentir intensamen-
te y por primera vez la posibilidad de que exista, con apariencia
humana, un Padre que todo lo sabe y todo lo consuela.
Recordé que hace unos meses, al estar meditando y ver una
lucecita a lo lejos, me había preguntado si podría estar mirando a
través de una ventana muy distante, y había imaginado a Dios
del otro lado. Sentí que si tan sólo me pudiera acercar lo sufi-
ciente, lo vería. Mientras observaba a Baba dando regalos a los
pobres con amor y cuidado, me vino a la memoria esa fantasía.
Sentí que estaba mirando directamente a través de la ventana al
Padre amoroso, y las lágrimas fluyeron dentro de mí.

Baba tiene una energía asombrosa. Dirige casi todas las fun-
ciones del ashram por sí mismo, en este caso distribuyendo la
ropa con su propia mano e incansablemente. Sus seguidores cre-
en que conoce a todos y cada uno de aquéllos junto a quienes
pasa. Cuentan que cuando pronuncia discursos puede advertir de
inmediato las preguntas de su auditorio y tejer respuestas en el
curso de su plática. Dicen que hace esto con frecuencia, contes-
tando cientos de preguntas de esta manera. Hoy lo vi pasar al la-
do de miles y saludarlos con gran vigor; en verdad hay un impo-
nente sentido de familiaridad y reconocimiento entre la multitud
y Baba.
El programa vespertino fue muy cansador para mí. La fatiga
me va invadiendo y siento nostalgia del hogar. La gente me dice
que el estado de cosas natural es que Dios no dé regalos con de-
masiada facilidad. Por lo general hay un período de prueba hasta
que un individuo está preparado. Ciertamente, me identifico con
la mayoría de las personas a quienes se pide que crean en Dios
sin ver una prueba directa. Me pregunto por qué yo había de es-
60

- 60 - SAMUEL H. SANDWEISS

perar siquiera vislumbrar un milagro u obtener una visión clara


de una realidad superior; no obstante, sigo porfiando a pesar de
mi frustración.
Esta noche Baba habló de nuevo sobre la conducta recta y la
moralidad. Pienso que es muy contrario al pensamiento psiquiátri-
co moderno cuando proclama la represión y el supercontrol como
en una moralidad victoriana. Quedé con esto tan defraudado que
empecé a planear un pronto regreso a casa. Se refirió a no usar
pantalones ajustados ni cabello largo, a no seguir modas, a contro-
lar los pensamientos y emociones, y a todo género de “debes” y
“no debes”. Al final de la plática y los cantos, la multitud lo asaltó
prosternándose para besarle los pies. Me sentí consternado.
Seguí a Alf a la casa y esperé adentro con algunos otros,
mientras en la parte trasera Baba se ocupaba en saludar a mu-
chos visitantes. Nos hallábamos separados por varios muros y una
distancia considerable. Quizá éste fue el momento más grande de
mi angustia, ya que sentía que las enseñanzas de Baba amenaza-
ban directamente mi modo de vida, incluso la manera de ejercer
mi profesión. Consideraba muy en serio mi partida.
Mas entonces apareció de improviso ante nosotros soste-
niendo dos caramelos y diciendo: Dul ces, dul ces; y luego se fue
con igual rapidez. En el lapso de dos segundos yo era todo sonri-
sas. Mi disposición de ánimo dio un giro completo. Ahí estaba
yo, sonriente como un niño, confundido y arrebatado por mis
sentimientos. Me conquistó el hecho de que haya podido recono-
cer mi dolor y responder a él, aun estando en medio de cientos
de personas y teniendo que acudir desde otra parte de su casa.
Después de este incidente memorable he estado reconside-
rando el enfoque moral de Baba. Ahora me pregunto por qué
tengo tanta fe en mi sistema de valores, ya que este sistema es,
después de todo, sólo el reflejo de una cultura que no está fun-
cionando muy bien. La mitad de los matrimonios actuales en el
sur de California terminan en divorcio; la gente está arrasando la
tierra, contaminando el aire y el agua y matándose entre sí, y pa-
rece que hay muy poca consideración por el amor o por Dios.
¿Por qué, entonces, me había de aferrar con tanta fuerza a
las ideas “modernas” sobre la moralidad: libertad de expresión
en la sexualidad y la agresión… embelesarse con los sentidos y lo
sensual hasta el grado de llegar a la pornografía o lo excéntri-
61

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 61 -

co… ir en pos de los propios pensamientos y fantasías en una


excitante persecución de lo absurdo, hacer siempre lo que uno
quiere más y no lo que uno debe hacer… depositar gran confian-
za, casi hasta adoración, en la mente racional, restando relieve a
la religión y a Dios?
Por otra parte, Baba habla de trabajo, deber, responsabili-
dad, dedicación, devoción, amor de Dios. Es un maestro estricto
y riguroso que procura inculcar, infatigablemente, la importancia
del control sobre los sentidos y el desapego de ellos, como así
también la de tener como miras finalidades superiores. Por mu-
cho tiempo deseé en silencio que estas actitudes hacia la vida re-
flejaran una verdad fundamental y por lo tanto debieran emular-
se; pero mi cultura me ha enseñado que ser demasiado bueno no
te conduce a ninguna parte. Estas posiciones no “rinden”; de he-
cho, sólo lo hacen a uno más vulnerable. Pero ahora empiezo a
sentir que sí hay una buena razón para creer en estas actitudes
tal vez anticuadas, pero muy importantes, sólidas y realistas.
Aquí me están enseñando que las acciones y actitudes rec-
tas acercan a uno más a Dios y al verdadero sentido de la vida.
Baba da a la gente la fuerza para creer en estas posturas olvida-
das y orientar sus vidas, iluminadas por la devoción, hacia esos
elevados ideales. Empiezo a ver cómo me transformo ante Él,
empiezo a ver algo de Su magnificencia. Las amo a todas; pron-
to escribiré otra vez.
Amor, Sam.

6 p.m.; sábado 20 de mayo

Queridas Sharon y familia:


¡Bien!, al fin vi claramente un milagro, una materialización.
Ahora tengo pocas dudas de que Baba tiene este poder. La ma-
teria surgió del puro aire, precisamente ante mis ojos.
No sé por qué debió tardar tanto tiempo en suceder esto;
quizá el punto decisivo fue el hecho de que Él se acercara a mí el
otro día en mi más profunda desesperación. Comienzo a sentir-
me grandemente bienaventurado. Tal vez haya algo de cierto en
el argumento de que Dios espera y prueba, permitiendo ciertas
vivencias sólo cuando uno está preparado para ellas.
62

- 62 - SAMUEL H. SANDWEISS

Yo me encontraba ahí esperando que se nos comunicara el


programa, cuando el maestro de ceremonias anunció que Baba
daría la despedida a un profesor visitante. Baba se levantó a dos
metros y medio de mí, se volvió hacia donde estaba yo, hizo
círculos en el aire con la mano y extrajo del aire un collar religio-
so muy grande, que luego puso alrededor del cuello del profesor.
¡Qué claro sentido de legitimidad y amor acompañó este acto in-
creíble! Tan real, tan simple y natural, como si fuese un incidente
cotidiano para Baba. No obstante, ¡cuán estremecedor! ¿Pueden
ustedes creer que realmente Él logre materializar objetos extra-
yéndolos del aire?

Esta mañana tuve oportunidad de hablar con el doctor Bha-


gavantam. Ya me referí a él antes; es un distinguido físico con
prestigio internacional, una figura importante, educado en Cam-
bridge y muy bien establecido en el mundo de la ciencia. Cono-
ció a Baba siendo un escéptico, creyendo que los hombres san-
tos no estaban haciendo nada para elevar el nivel de vida en la
India. Aunque no tenía interés alguno en conocer a Sai Baba, un
día se encontró hablando con Él mientras caminaban juntos a la
orilla de un río.
Baba dijo: Ustedes los cien tí fi cos tienen u na distor sionada
perspecti va de la vi da y sólo con si deran las cosas que son de
u na na tu ra leza tran si toria. Los cien tí fi cos creen que es tán
descu brien do leyes im por tan tes y apren dien do al go de la rea-
li dad, pero de hecho, sobre las cosas im por tan tes de la vi da
no saben nada.
Baba continuó: ¿Usted cree en Dios? ¿Usted cree en la tra-
di ción in dia?
El doctor Bhagavantam se sintió provocado y replicó:
“¿Acaso necesita uno llegar a ser científico para volverse im-
pío? Hay muchos no científicos que son irreligiosos. Yo estoy
orgulloso de nuestras tradiciones. Mi padre y todos mis ante-
pasados fueron eruditos en sánscrito y respetaban la tradición
india”.
Empezó a citar al distinguido científico norteamericano Ro-
bert Oppenheimer, a quien se llama a menudo el padre de la
bomba atómica. Cuando la primera bomba atómica explotó en
Nuevo México, los periodistas le pidieron que expresara su reac-
63

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 63 -

ción. Oppenheimer citó un pasaje de la escritura india, el Bhaga-


vad Gi ta. Cuando Ar ju na (el devoto y amigo del Señor Krishna)
tuvo una visión de Dios la describió así: “Es como un millar de
soles que brillan al mismo tiempo en el cielo”. Oppenheimer
comparó la luz generada por la explosión atómica con la esplén-
dida visión que del Señor tuvo Ar ju na.
Bhagavantam dijo: “Si un científico norteamericano sin nin-
gún antecedente indio citó un texto indio en el momento de su
mayor logro científico, ¿por qué acusas a los científicos de ser
impíos?”.
La discusión de Bhagavantam con Baba sobre el Bhagavad
Gita no terminó ahí. Poco después, durante una conversación
en la cual Bhagavantam trajo a cuento el tópico, Baba pregun-
tó: ¿Crees en el Bhagavad Gi ta? ¿Leerí as el Gi ta si te diera un
ejem plar ahora mismo?
Bhagavantam replicó: “No haría un fetiche de su lectura hoy
mismo, pero seguramente lo guardaría como un tesoro”.
Bien, ex tien de la mano, dijo Baba, y luego recogió un pu-
ñado de arena y lo virtió en la mano de Bhagavantam. La arena,
asegura Bhagavantam, se transformó en un pequeño ejemplar
del Bhagavad Gi ta.
Me dijo: “Yo soy un hombre racional, casi un agnóstico. Esta-
ba asombrado en extremo, pero no acepto nada sin una adecua-
da explicación científica. Convine para mis adentros en que el vo-
lumen debía haber salido de alguna imprenta y en mi perplejidad
pregunté a Baba dónde se había impreso el libro”. Él replicó: Se
im pri mió en la im pren ta Sai. Escogí la escri tu ra en i dioma te-
lu gu por que para ti será más fácil de leer.
El doctor Bhagavantam rió cuando me contó que todavía pa-
saron cuatro años antes de que se convenciera de la Divinidad de
Baba. Durante este período vio muchos más milagros asombro-
sos y empleó bastante tiempo y energía tratando de descifrar a
Baba. A veces Baba se le acercaba y le decía que estaba pensan-
do erróneamente o bien que lo que pensaba en ese instante era
correcto; parecía en realidad estar en contacto con los pensa-
mientos de Bhagavantam.
El golpe final fue un incidente que sucedió cuatro años des-
pués, cuando Baba estaba en la casa de Bhagavantam: se dirigió
a un gran pliego de estampas que se encontraba en la mesa y
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- 64 - SAMUEL H. SANDWEISS

movió lentamente su mano a través de la superficie. Bhagavan-


tam dijo que cuando se aproximó a ver el pliego descubrió que
cada imagen se había convertido en la de Sai Baba. Sabía que
Baba no había sacado esto de su manga, y por fin se convenció
de que Sai Baba estaba más allá de su posibilidad de compren-
sión.

Mi creencia en estas historias crece. Las oigo de todos, mi-


lagro tras milagro, y ahora yo mismo he visto de cerca con mis
propios ojos un ejemplo muy emocionante. La gente me cuenta
de la capacidad de Baba para conocer todo en su pasado y pre-
sente, lo que están pensando y lo que sucederá en el futuro, con
todo detalle. Yo me digo que no puedo aceptar esto plenamen-
te sólo porque vi la ejecución de un milagro (con la posibilidad
de que se me haya engañado). Pero empiezo a creer que Baba
es así de poderoso y que soy de lo más afortunado al estar en
presencia de un ser como Él.
¡Asombroso! ¡Increíble! ¡Impensable! La vivencia más pas-
mosa y extraordinaria, como si la más descabellada ciencia-fic-
ción en realidad fuera verdad.
Todo esto propina un golpe aplastante a mis anteriores
creencias y sistema de valores y me es doloroso abandonarlos. Pe-
ro cuando veo lo que parece una evidencia concreta de nuestra
existencia más allá del tiempo y el espacio de un ser humano que
no sólo demuestra esta realidad, sino que nos enseña cómo alcan-
zar la realización de este modo de ser más elevado, entonces creo
que debo escuchar. Aquí no estoy escuchando un argumento abs-
tracto de colegio ni debates cerebrales acerca de si Dios existe o
no. Estoy viendo una evidencia concreta de esa realidad.
Cuando uno encuentra a un maestro de este calibre, todo lo
que puede hacer es seguirlo, y esto significa una entrega comple-
ta como se ejemplifica en la Biblia. Esas historias bíblicas eviden-
temente no son simbólicas, sino verdaderas. Hay un modo de
conducirse correcto y uno erróneo. Lo Divino sí se manifiesta a
fin de enseñar a quien no sabe. Dios sí aparece sobre la Tierra.
Hay fuerzas en el Universo, poderes del ser que no logramos si-
quiera imaginar.
Alf dice que la misión de Baba es extirpar el cáncer que de-
vora a la sociedad, que esto no es fácil y que por ahora sólo pre-
65

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 65 -

para gente para esa operación. Alf piensa que habrá una catás-
trofe mundial y que se dará a las personas la oportunidad de lle-
var una existencia recta o de lo contrario…
Ahora me estoy volviendo humilde con el sentimiento de que
en realidad no estoy a cargo de mi propio destino, que yo no soy
el que hace; Dios es el Hacedor. No obstante, debo reunir toda
la fuerza que tenga para cumplir con mi deber lo mejor que pue-
da, para vivir una vida recta y hacer lo que dice un gran maestro
como Baba. No hay otra opción.
Aban dona el apego a las posesiones mun danas, dice Él.
Trabaja con em peño, cum ple con tu deber, su pera los cin co
sen ti dos. Sé amoroso, em pieza a per ci bir tu voz in terior y sí -
guela. Medi ta y en cuen tra a Dios, que resi de arri ba, abajo, al -
rededor y aden tro.
Me entristece y me asusta el sentimiento de que probable-
mente tenga que dejar tantas cosas que yo creía me traían pla-
cer. Tengo una gran sensación de desamparo y vulnerabilidad
frente al pavoroso poder de Baba. Mis creencias básicas están
sacudidas. He comenzado a darme cuenta de que el poder del
mal también debe existir y me siento un poco desamparado al no
lograr entender la dinámica, los mecanismos y las leyes de un
poder superior a mis sentidos.
Como no estoy seguro del plan y la pauta de Baba, a veces
también temo que Él mismo pueda ser un elemento de la magia
negra y me espanto. Anoche me escurrí en la oscuridad de mi
cuarto del hotel, abrí despacio las puertas del baño y del armario
y miré por todas partes; me sentí feliz y agradecido de que no
hubiera duendes ni fantasmas que me saltaran encima.
En verdad estoy como un bebé recién nacido, asustado por
lo que veo y empezando a reconocer esta nueva realidad sin sa-
ber exactamente cómo llegar a ser parte de ella. Aun cuando me
confortan las narraciones sobre los poderes protectores de Baba,
al presente no poseo la gran fe en Su Gracia que tienen muchos
devotos, y por eso no me siento protegido por ella.
…Bueno, estoy exhausto de escribir. Sé que no debo permi-
tir que las primeras impresiones me dominen por completo. De-
jaré que se asienten y buscaré más pruebas; pronto escribiré de
nuevo.
Amor, Sam.
67

6
UNA ROCA HECHA PEDAZOS

Casi inmediatamente después de haber escrito la carta ante-


rior se produjo en mi fuero interno un cambio súbito con propor-
ciones de cataclismo; como si un martillo hubiese golpeado y he-
cho trizas una piedra sólida. Llámesele una alteración de con-
ciencia, un cambio en mi perspectiva mental de la realidad, una
conversión religiosa o una vivencia trascendental; como se quie-
ra: es más fácil denominar que describir. Las cartas que seguirán
irán configurando dicho cambio. Mientras tanto quisiera detener-
me por un momento para reflexionar sobre él e investigar las
causas que han contribuido a tan profunda reacción psicológica y
espiritual, tanto desde mi punto de vista personal como ser hu-
mano pensante y sensitivo, como desde mi postura profesional,
la del psiquiatra.
Una de las motivaciones importantes que me llevaron a es-
cribir este libro es mi deseo de comunicar siquiera algo de la na-
turaleza enaltecedora de lo que ocurrió en mí y compartirla con
aquellos que también anhelan ver la luz. No obstante el hecho de
que en la actualidad sabemos poco sobre las causas y mecanis-
mos operantes en una transformación espiritual, es conveniente
dejar constancia de que dicho fenómeno existe. El sólo saber que
muchas personas la han experimentado, o cuando menos han si-
do testigos de ella en otras personas, puede aportar en las vidas
68

- 68 - SAMUEL H. SANDWEISS

de quienes aún están en pos de la misma, el entusiasmo y la for-


taleza necesarios para seguir buscándola.
¿Qué circunstancias pueden llevar a una persona a la adop-
ción de puntos de vista radicalmente diferentes sobre la realidad?
¿Cómo es que una persona puede cambiar casi por completo
con sólo ver a Sai Baba, en tanto que para otra es necesario el
transcurso de algún tiempo para evaluarlo y estudiarlo… y cómo
alguna otra, no importa cuánto contacto haya tenido con Sai Ba-
ba experimentando las más increíbles demostraciones de su
grandeza, no ha podido cambiar un ápice? Aunque he tratado de
analizar esto, he tenido que darme por vencido; la respuesta está
más allá de mis alcances.
Recuerdo haber leído algo que Baba dijo cuando se le pre-
guntó por qué algunas personas permanecen en el ashram disci-
plinándose, participando en la meditación y la práctica de bue-
nos servicios y en apariencia siendo muy devotos, y no obstante
no han experimentado mayor cambio interno, en tanto que otros
permanecen sólo un momento y de repente se sienten invadidos
de bienaventuranza y alegría y cambian por completo. Para ex-
plicarlo, Sai Baba se valió de la analogía de una roca que tiene
determinado punto de ruptura: digamos veintidós golpes de mar-
tillo. Tal vez haya recibido ya veinte golpes en una vida pasada y
en ésta sólo necesita de dos para estrellarse, en tanto que otra
roca similar solamente haya recibido dos golpes y en esta vida
necesita de otros veinte.
Conceptos que como éste envuelven otra dimensión de la
realidad están por encima del nivel de mi conciencia y, por lo
tanto, soy simplemente desconocedor de las circunstancias que
operan en la realización del fenómeno. Reconozco mis limitacio-
nes para comunicar mi vivencia de manera que permita a otras
personas el participar en una transformación como ésta; pero sí
podré dar alguna luz describiendo mis propios pasos por el cami-
no y asegurar al lector que sí es posible una profunda reacción
in ter na co mo con se cuen cia de la cual se lo gra u na nue va y
asombrosa visión del mundo… y uno siente que ha regresado al
hogar. Esta magnífica transición tuvo lugar en mi fuero interno.

Cuando regresé de la India después de mi primer viaje esta-


ba tan entusiasmado por los hechos que observé, que creí que
69

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 69 -

todo el mundo quedaría interesado y emocionado con mi narra-


ción de todo lo que había experimentado. No podía comprender
cómo, en vez de esto, la mayoría de mis oyentes se encogían de
hombros y continuaban su camino como si tal cosa. ¿Sería yo
quien dejaba de comunicar algún elemento esencial o eran ellos
quienes simplemente no lograban comprenderme?
Muy poco después de mi regreso mi esposa y yo dimos
una fiesta para unos doscientos cincuenta invitados entre ami-
gos y colegas. Yo había solicitado de varias personas bien re-
putadas —tal vez para no correr solo con toda la responsabili-
dad— el que también relataran sus experiencias con Baba y
describieran sus propias impresiones en relación con la talla del
hombre. Exhibimos asimismo preciosas películas que demostra-
ban los poderes de Baba y su magnífica manera de comportarse
con la gente.
Pero quedé sorprendido al ver que muy pocas personas mos-
traron verdadero interés; y por otra parte pude comprobar que
había perdido mucho de mi prestigio entre mis colegas médicos,
y esto hasta el grado de que algunos de mis estudiantes de psi-
quiatría fueron interrogados para determinar qué tan loco estaba
yo y si aún podría seguirles enseñando.
Habiéndola vivido tan intensamente no tuve en cuenta lo in-
creíble y sorprendente que mi historia podría resultar para quie-
nes tenían poco o ningún conocimiento sobre estos fenómenos
en sus propias vidas; había olvidado mi propia reacción cuando
por primera vez escuché a Indra Devi narrar sus impresiones con
Sai Baba; había olvidado también las dificultades por las que yo
mismo había pasado en la India antes de aceptar intelectualmen-
te lo que mis ojos y mi corazón me decían. Si me había resultado
tan difícil creer a mis propios ojos, ¿cómo podía pretender que
aquella gente creyera que lo que yo decía haber visto, en efecto
había sucedido de la manera que ahora lo narraba? ¿Qué califica-
ciones tengo yo, después de todo, para evaluar fenómenos psí-
quicos y psicológicos?
A modo de respuesta permítanme decirles algo sobre mis
antecedentes médicos y científicos, y al irlo haciendo, volver so-
bre los pasos que condujeron a mi transformación espiritual.
70

- 70 - SAMUEL H. SANDWEISS

Nací en una familia de médicos. Mi propio padre, un emi-


nente gastroenterólogo de Detroit, me dijo años más tarde que
poco después de mi nacimiento me había tomado en sus brazos
y murmurado a mi oído: “Hijo mío, tú también serás médico”.
Recuerdo mis frecuentes visitas con él al hospital, donde, a tra-
vés de su manera de proceder a la cabecera de la cama del pa-
ciente, pude apreciar la relación que se establece entre el médico
y el enfermo. Desde muy temprana edad fui su compañero en si-
tuaciones a veces embarazosas y en ocasiones emocionantes
mientras deambulábamos por el hospital enterándonos de las vi-
das de tanta gente.
En 1958 entré a la Escuela de Medicina de la Universidad de
Michigan. Mi primera intención era la de ser capaz de ayudar a
los que sufrían. Creí que me gustaría trabajar en un pabellón de
urgencias, donde la actividad, la emoción y el drama se encontra-
ban a cada paso, o bien ser un cirujano capaz de salvar especta-
cularmente la vida de mis semejantes. Pero al cabo de dos años
de estudios descubrí que la medicina y la cirugía se practicaban
de una manera que, a mi entender, reflejaba no pocos de los in-
convenientes de nuestra cultura. Con esto quiero decir que había
demasiada especialización a expensas del cuidado que debiera
darse al organismo humano considerado como un todo. De algu-
na manera me parecía que al hombre se le segmentaba cuando
los médicos se dejaban llevar por lo fascinante de la especializa-
ción y del instrumental propio de la misma. Sentía que había al-
go demasiado mecanizado y supercientífico en su forma de pro-
ceder.
Recuerdo un suceso que fue para mí la síntesis de esta situa-
ción. Ocurrió durante una clase de neurología en la que uno de
los profesores exhibió a un paciente ante más de ciento cincuenta
estudiantes, para demostrar ciertas limitaciones en los movimien-
tos faciales del enfermo. El hombre se mostraba confuso e inca-
paz de hablar; era obviamente un inválido como resultado de su
deficiencia. El profesor, mirando hacia la clase y sin atención al-
guna al hecho de que el paciente fuese un ser humano, nos pidió
simplemente que observáramos de qué manera reaccionaba al
dolor quien padecía de aquella enfermedad, y luego, sin más ni
más, hundió sus nudillos en el pecho del paciente, lacerando su
piel y oprimiendo duramente contra el hueso. El resultado fue un
71

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 71 -

gesto tremendo de aquel hombre; pero sólo en un lado de su ros-


tro puesto que el otro estaba paralizado. La escena sería super-
científica; pero sin la menor traza de calor humano. Para mí con
esto había quedado demostrado algo más que una parálisis facial…
Mi interés sobre aspectos más abstractos relacionados con la
naturaleza misma de la vida y el contacto humano con los pa-
cientes me llevó a la psiquiatría. El programa que yo escogí para
mi residencia en el hospital tenía fuerte orientación psicoanalítica
debido a que muchos de los supervisores eran médicos del Insti-
tuto de Psicoanálisis de Detroit. Esta práctica me interesó mucho
y me preparaba ya para ser yo mismo analizado, cuando mis pla-
nes se vieron interrumpidos por dos años de servicio militar.
Mi práctica en las fuerzas armadas fue principalmente en el
Hospital de Psiquiatría del Fuerte Sam Houston, en San Antonio.
Allí estuve a cargo de dos y en ocasiones tres pabellones de psi-
quiatría. Para decirlo todo de una vez, he atendido a miles de pa-
cientes en psicoterapia y yo mismo he recibido tratamiento tanto
individual como de grupo. Poseo un certificado del Consejo por
haber pasado las más altas pruebas de competencia en el campo
de la psiquiatría en 1969. Tengo preparación y experiencia en
muchas técnicas psiquiátricas incluyendo terapia psicoanalítica,
terapia Gestalt, terapia bioenergética, terapia de modificación y
condicionamiento de la conducta, terapia familiar y de grupo,
consejería matrimonial, técnicas de la relajación, psiquiatría de la
comunidad, terapia por medio de drogas psicotrópicas y final-
mente psiquiatría de la comunicación en un hospital general.
En 1968 mi familia y yo nos mudamos a San Diego, donde
ahora ejerzo en forma privada. Además, con el título de profesor
adjunto de clínica, enseño psiquiatría aplicada en hospitales y su-
perviso a los estudiantes de la Universidad de California que ha-
cen su residencia en esta rama. Soy también consultor psiquiátri-
co para el Programa de Hemodiálisis y Trasplante de Riñones de
la misma universidad.

Mi interés en la fenomenología de otros niveles de concien-


cia data desde mis años en la escuela de medicina. Desde enton-
ces me sorprendía el hecho de que si bien algunas personas eran
intensamente curiosas en relación con esto, la mayoría no lo era,
cosa que yo no podía comprender. Recuerdo en particular el ha-
72

- 72 - SAMUEL H. SANDWEISS

ber leído Las variedades de la ex perien cia reli giosa, de William


James, cuando todavía estaba yo en la escuela de medicina, y lo
mucho que su tema me atrajo, así como mi sorpresa porque la
mayoría de mis compañeros no estuviesen tan interesados como
yo.
Mi fascinación ante la posibilidad de la transformación espiri-
tual y por penetrar más profundamente en la naturaleza de la
realidad continuó aun después de haber ingresado al adiestra-
miento en psiquiatría. Las más de las veces me aburría la lectura
de los textos psiquiátricos habituales y me atraían en cambio los
libros con temas místicos y espirituales. Me sorprendía que no
hubiese más interés psiquiátrico y de investigación en estas áreas
cuyo estudio parecía ser tan apropiado para el psiquiatra, intere-
sado como debe estar en los cambios psicológicos en general y
la forma en que se manifiestan en la terapéutica.
Las reacciones relacionadas con la conversión religiosa me pa-
recían ser de otra calidad que las que ordinariamente ocurren en la
psicoterapia: ¿de qué manera se relacionan estas dos clases de
reacción y qué tiene que ver la espiritualidad con la psiquiatría?
73

7
PSIQUIATRÍA
Y ESPIRITUALIDAD

En el ejercicio de mi profesión me atrajo pronto el enfoque


psicoanalítico. Sin embargo, observé que, si bien muchas perso-
nas con impedimentos emocionales mejoraban con este enfo-
que, muchas otras que entraban a él relativamente sanas, pero
con curiosidad por su existencia e interesadas en investigarse a sí
mismas a un nivel psicológico más profundo, no me parecían
muy cambiadas por el tratamiento. Tampoco ellas mismas creían
haber experimentado una alteración cualitativa importante en la
actitud o la conducta, aunque muchas pretendían haber obtenido
alguna comprensión personal.
Otra observación fue que muchos analistas, en lugar de ha-
cerse más espontáneos, humanos y accesibles con el ejercicio de
su profesión, se volvían más bien adustos en su modo de ser, ce-
rebrales e intelectualistas en las juntas y distantes en las reunio-
nes sociales. ¿Reflejaba esto ciertas limitaciones básicas en el en-
foque analítico?
Llegué a entender estas observaciones así: en nuestra prácti-
ca uno puede determinar dos procesos principales: el de un de-
venir más diferenciado y superiormente definido, y el de hacerse
menos diferenciado, perdiendo definición y organización.
74

- 74 - SAMUEL H. SANDWEISS

El primer proceso se expresa en la increíble evolución de un


ser humano individual a partir de la fusión de dos células singula-
res, el óvulo y el espermatozoide, que se encuentran en el útero
para formar células no diferenciadas, de las cuales se desarrollan
después sistemas de órganos, brazos, ojos, etc. En esta etapa
primaria las células se dividen repetidamente para formar un gru-
po llamado la mórula, cada una de cuyas células tiene la posibili-
dad múltiple de transformarse en cualquiera de los tres tipos de
tejidos básicos: ectodermo, mesodermo y endodermo.
Entonces empieza a tener lugar una fascinante organización
al mandato de algún director aún desconocido, en la cual los
principales sistemas de tejidos comienzan a desenvolverse y dife-
renciarse. Esto continúa, con diferenciación cada vez mayor has-
ta que se ha consumado el milagro de completarse el organismo
físico con toda su diversidad de funciones.
Este mismo proceso continúa en la evolución de nuestros
cuerpos emocional y mental a través de la niñez, a medida que
la expresión de las emociones y percepciones, inmadura y esca-
samente definida, llega poco a poco a un nivel más alto de dife-
renciación. Desarrollamos un fino sentido de individualidad y se-
paración de todo lo que parece ser no-nosotros: “lo otro”. Des-
pués de que hemos dejado el pecho materno se manifiesta en
nosotros una autosuficiencia creciente, volviéndonos cada vez
más aptos para vivir por nosotros mismos.
El segundo proceso (al cual quizá se pueda llamar en realidad
morir) se caracteriza por un devenir más indiferenciado: per der
el propio sentido de separación y de individualidad. Esto se ex-
presa, en el nivel físico, en el deterioro de los órganos y la consi-
guiente muerte del organismo en su totalidad, seguida por la len-
ta desintegración del cuerpo hasta convertirse en polvo.
Si bien este proceso parece negativo en la superficie, yo sentía
que reflejaba o corría paralelo al proceso del que había leído en la li-
teratura espiritual; esto es, el derrumbe del pequeño ser individual
para que pueda fundirse en un ser universal mayor. Parecía relacio-
nado con el sendero espiritual que uno toma a fin de trascender la
conciencia de la dualidad: fundirse en la unicidad o unidad funda-
mental con el Universo. “Uno tiene que morir para renacer.”
La “dualidad” es aquella clase de conciencia en la cual todo
se ve como separado y distinto en sí mismo, y es evidente que el
75

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 75 -

proceso espiritual intenta abatir esa separación, abolir distincio-


nes, hasta que uno en realidad se funde con “lo otro” y la fronte-
ra sujeto-objeto se trasciende.
Ahora bien, en el psicoanálisis parecía que todo este pro-
ceso se descuidaba o incluso se contradecía. Yo pensaba que
al psicoanálisis le interesaba establecer la separación del indi-
viduo como una entidad completa, vital y fuerte, ayudando, en
otras palabras, a poner en claro la identidad del ser como indi-
viduo. Se suponía que la salud surgía de este sentido de la in-
dividualidad superiormente definido. Los analistas sostenían
que los problemas se originaban en el proceso primario de di-
ferenciación cuando una persona no había desarrollado una
fuerte identidad separada a la edad de seis años más o menos,
ya sea por un conflicto con los padres, un trauma ambiental o
por cualquier otra razón. La tarea del análisis era ayudar a
crear este sentido finito del ser descubriendo el conflicto que
surgía alrededor de la “etapa edipal” de desarrollo, la cual tie-
ne lugar aproximadamente a esta edad.
Y aquí estaba uno de los primeros puntos inconsistentes que
notaba en el enfoque psicoanalítico. Porque si bien era claro pa-
ra mí que la individualización es una etapa esencial en el desarro-
llo sano, todavía queda un mun do de evolución más allá de esta
etapa que no está definido con nitidez en el pensamiento psicoa-
nalítico. Los pasos que se dan para acrecentar un sentido del ser,
separado e individual, poniendo acento en la mente y la emoción
(el núcleo mismo de este ser “pequeño”) pueden ser muy útiles
hasta cierto punto, pero perjudiciales después si una persona ha
de evolucionar más. Muchos psiquiatras y una gran parte de la
sociedad en general piensan erróneamente que las actitudes y
procesos del enfoque psicoanalítico que ayudan a una persona a
recuperar la salud y madurez que debía haber obtenido a la edad
de seis o siete años, necesariamente son útiles para continuar el
desarrollo a través de toda la vida. Es aquí donde está el peligro.
Se puede caer con facilidad en la trampa de sobrevalorar la men-
te y la expresión de la emoción a expensas de la moralidad.
Al restringir el analista su juicio moral y de los valores, la si-
tuación analítica crea un ambiente en el cual casi todo es lícito
para el individuo, a fin de que se haga consciente y exprese los
sentimientos, deseos y necesidades que han sido reprimidos en
su vida emocional. Se alienta y promueve una relación especial
76

- 76 - SAMUEL H. SANDWEISS

con la mente de uno, sus pensamientos y fantasías. Esto impli-


ca la asociación libre: dejar que todo lo que se piensa llegue a la
superficie y sea expresado sin censura. Uno se hace consciente
de la fuerte relación de los pensamientos con las emociones,
deseos, instintos y necesidades. Permitir que esta asociación li-
bre ocurra ayuda a traer estos elementos a la conciencia, donde
se les puede reconocer y tratar. Esta es una manera de familia-
rizarse mejor con nuestros cuerpos emocional y mental.
Ese proceso es esencial en la situación analítica, pero como
un modo de vida puede ser desastroso. No obstante, hay pruebas
suficientes de que estos principios terapéuticos se están transmi-
tiendo a la sociedad como una moralidad distorsionada, lo cual
contribuye a nuestra preocupación por la autosatisfacción cultu-
ralmente prevaleciente. En parte, la psiquiatría puede ser causan-
te de este préstamo y distorsión culturales de los principios psi-
quiátricos, por su titubeo en relacionarse con la moralidad, en su
intento por no emitir juicios y por no definir con claridad las limi-
taciones sanas de la actitud permisiva. Es claro que esas fronte-
ras se deben definir. Nuestra cultura en general ha caído por la
borda al experimentar qué tan lejos podemos ir con la sexuali-
dad, la promiscuidad y la pornografía, la autoestimación, la agre-
sión y la violencia.
Me parece que en nuestro experimento no hay un final cerca-
no; dejando que todo lo reprimido se exprese, nos estamos hun-
diendo cada vez más en la exaltación de los sentidos, las emocio-
nes y todas nuestras fantasías. En lugar de llegar a ser amos de
nosotros mismos como para crear orden y facilitar la evolución de
la conciencia de la humanidad, nos estamos convirtiendo en es-
clavos de nuestras energías emocionales y mentales, y en nuestro
anhelo vehemente de satisfacción sensual somos llevados por to-
dos los caminos. Hemos deformado la tierra y contaminado
nuestro aire, alimentos y agua. Intercambiamos insensibilidad y
violencia unos con otros en lugar de compartir nuestro amor y
dar nuestra ayuda donde se necesita. A lo que parece, hemos
restado relevancia a los preceptos morales y espirituales para di-
rigir nuestras vidas con disciplina y sentido de responsabilidad, y
a la importancia de renunciar a nuestros apetitos y deseos egoís-
tas para alcanzar metas más elevadas para nosotros mismos y
para el bienestar de los demás.
77

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 77 -

Sobrevalorar la expresión emocional no sólo conduce al caos


social, sino que coarta en absoluto el desarrollo espiritual. La li-
bertad de la expresión emocional debe equilibrarse con las actitu-
des espirituales de abandonar el apego a las emociones en deter-
minados aspectos (como se examina después en este capítulo) y
de considerar la posibilidad de que nuestra verdadera identidad
esté más allá de la influencia de las emociones. Creo que el enfo-
que psicoanalítico llegará a ser más equilibrado y puro cuando se
integre con los principios espirituales. Hay una necesidad clara
en nuestra sociedad contemporánea por prácticas espirituales ta-
les como la relajación, el vacío o control de la mente por medio
de la meditación, el desapego de las emociones, y la disciplina y
gobierno de nuestras energías, prácticas que en el nivel social se
expresan en el desarrollo de un sentido de moralidad, responsa-
bilidad y respeto a los demás.

Otra orientación y actitud que propaga la psiquiatría, que lle-


gué a creer útil hasta un punto y dañina más allá, es la sobrevalo-
ración de la facultad de la mente racional para conocer: la fe que
tenemos en que la mente racional puede resolver todos los pro-
blemas, todas las dificultades. Aunque en gran parte el enfoque
psicoanalítico empieza a reconocer las limitaciones de la mente,
aún le da tal preeminencia entre nuestras facultades perceptivas
que restringe grandemente cualquier grado de conciencia más
profundo de la realidad.
Parece que la importancia exagerada que se da a la raciona-
lidad se acentuó con el avance de la ciencia y las revoluciones in-
dustrial y tecnológica. Hasta donde el actual estado de nuestra
tecnología represente un progreso verdadero y todavía no bien
calificado de la civilización, podemos estar justificados por consi-
derar suprema a la mente racional. Sin embargo, un porcentaje
de la población que cada vez se expresa con mayor énfasis, pien-
sa que hemos tenido que pagar un precio demasiado caro por el
bienestar humano y un progreso que ha sido de naturaleza prin-
cipalmente materialista. El vivir al borde de la guerra nuclear así
como la posibilidad de la aniquilación, más que indicar la infalibi-
lidad de la mente racional, dan fe de sus limitaciones.
Me parecía que el enfoque psicoanalítico estaba lleno de
contradicciones y opiniones no estudiadas respecto de la mente.
78

- 78 - SAMUEL H. SANDWEISS

Lo veía de esta manera: por una parte, los analistas se habían


cerciorado con rapidez de que mucha gente no cambia como re-
sultado de interpretaciones intelectuales o discusiones didácticas
de sus problemas. No obstante, podemos lograr comprensión de
nuestros problemas por medio de la técnica no racional de la aso-
ciación libre. Se hizo patente que los analistas reconocían la im-
portancia de ir más allá de la mente racional a fin de sondear de
manera más profunda en la naturaleza de la propia existencia y
luego usar la mente racional para que ayudara a evaluar e inte-
grar lo que se descubría. El enfoque analítico estima esencial que
el paciente entienda los determinantes genéticos de su conducta
(esto es, cómo se relacionan los traumas ambientales de la niñez
con los síntomas presentes) para efectuar una cura duradera.
En realidad, entre los psicoterapeutas hay una duda crecien-
te de que la mente racional siquiera necesite evaluar e integrar lo
que se descubre para que la curación tenga lugar. En otras pala-
bras, uno no tiene que saber necesariamente cómo se relaciona
su problema con los trastornos psíquicos de la niñez por conflic-
tos con los padres o el ambiente para encontrar el alivio de sus
síntomas. Ahora se están empleando psicoterapias en las cuales
todo el trabajo terapéutico se realiza de manera no verbal y no se
hace intento alguno por explicar los porqués. Los índices de
buen éxito de estas psicoterapias parecen al menos tan adecua-
dos como aquellos acerca de los que informa la terapia psicoana-
lítica. ¿O será que la virtud curativa en todas las terapias tenga
que ver más con el amor y el cuidado humanos y que las piruetas
cerebrales e intelectuales signifiquen muy poco?
En todo caso, para llegar a la concepción de la técnica de
asociación libre, los analistas parecían, por una parte, haber re-
conocido suficientes limitaciones de la mente racional en el
proceso del tratamiento. Por la otra, me sorprendía cuán exce-
sivamente intelectualistas eran muchos analistas en sus escritos
y reuniones, como si verdaderamente pensaran que podían en-
tender y definir la naturaleza humana mediante conceptos y
mecanismos, como se hace con un automóvil.
Incluso en los primeros años de mi educación, yo había duda-
do muchísimo de que se pudiera entender la naturaleza humana
de esta manera. Pero muchos analistas porfiaron, y todavía re-
cuerdo lo pesado que era para mí sortear resmas de fastidioso
material profesional de lectura. En lugar de eso prefería leer acer-
79

Basta con que se cul ti ve el Amor —el Amor que no conoce


distin ción en tre u no mismo y el otro— por que todos somos so-
lamen te miem bros del cuer po ú ni co de Dios Todopoderoso. Só-
lo por el Amor se puede obtener la per soni fi cación del Amor.
Para esto no se necesi ta nin gu na eru di ción; de hecho, la eru di -
ción es un im pedi men to, ya que nu tre al egoísmo y en gen dra
du das, lo mismo que el deseo de la dispu ta y del lau rel de la
victoria sobre otros que se vanaglorian de doctos.
80

- 80 - SAMUEL H. SANDWEISS

ca de los místicos, del budismo zen y otras doctrinas espirituales


en las cuales encontraba una y otra vez la aseveración firme de
que los niveles superiores de la realidad simplemente no se pue-
den comprender con la mente… lecturas en las cuales se conside-
ra a la mente un obstáculo que hay que superar y trascender a fin
de que uno vea con más profundidad el interior de su verdadera
naturaleza. La identificación del individuo con la mente, las emo-
ciones o el cuerpo lo hunde más profundamente en el mundo de
la ilusión, en el estado del sufrimiento.
Percibía que la identificación del ser con la mente que pro-
claman los científicos conductistas occidentales era el resultado
de una visión unilateral de la realidad. Mi atracción por los con-
ceptos espirituales como At ma (el verdadero Ser; la propia Divi-
nidad: Imperecedera, Inmutable, Infinita, Eterna) y moksha (la fu-
sión de la ola con el océano del cual parece distinguirse; la libera-
ción de la ilusión, exoneración de la rueda del nacimiento y la
muerte; el logro de la alegría eterna) era sencillamente enorme
para permitirme seguir atado por las limitadas concepciones del
ser a las que se adhiere la psiquiatría moderna. Estas concepcio-
nes orientales y las prácticas espirituales que se derivan de ellas
demandan una investigación exhaustiva.
Una comparación del proceso psicoanalítico de la asociación
libre con la práctica de la meditación de origen oriental señala de
una manera concreta las diferencias entre el Oriente y el Occi-
dente en actitudes y enfoques hacia la mente y el ser. El fin de
estos dos procesos es la realización de nuestra naturaleza interna
más profunda, y un elemento central en cada una de ellas es que
nos hagamos conscientes de ser sólo observadores y testigos, pe-
ro por diferentes razones. En la asociación libre uno se convierte
en el observador como medio para un fin, con el objeto de ob-
servar los pensamientos y emociones cuando suben como burbu-
jas a la superficie de la conciencia. Se supone que estos pensa-
mientos y sentimientos son valiosos porque con el tiempo condu-
cen a los conflictos subyacentes, que cuando se han encontrado
pueden resolverse; por lo tanto, se le indica a uno que les ponga
atención y los siga.
En la meditación, por el contrario, el sólo ser consciente
de uno mismo como testigo puede constituir un fin en sí. La
sensación de estar centrado o enfocado con conciencia plena
81

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 81 -

en el aquí y el ahora puede conducirnos a un conocimiento


más profundo de nuestra verdadera naturaleza. Se supone que
la meditación nos lleva más allá de la mente hasta el punto en
el cual podemos observar los pensamientos y sentimientos que
pasan, sin ser seducidos a prestarles atención y seguirlos.
Si la mente se ha de usar, en todo caso la voluntad del ob-
servador debe dirigirla para crear una vivencia espiritual interna,
como la que invoca un sentimiento de profunda reverencia ante
la Creación o un sentimiento de Amor y Paz que lo abarca todo.
Esto se puede hacer repitiendo mentalmente uno de los muchos
nombres de Dios, tratando de visualizar una luz, imaginando una
forma que se venera o por muchas otras técnicas. Estos ejerci-
cios tienden a domar la mente, alentando en uno la experiencia
de la divinidad que se supone se asienta en el meollo de nuestra
identidad. Permaneciendo en contacto con el propio ser como
testigo y con un aspecto de lo divino, con el tiempo se puede lle-
gar al lugar en que el testigo y lo atestiguado, el “yo” y el “eso”,
se funden y se vuelven uno. En este punto, el sentido profundo
de la gran frase oriental Tat Twam Asi (tú eres Eso) se puede
realizar por fin y se entra en la paz y tranquilidad que desafían al
entendimiento.
En contraste, si un paciente está asociando libremente en el
diván del analista y cae en un estado de gran paz y quietud, esto
se puede interpretar como resistencia a la corriente de material
subconsciente y probablemente aliente al individuo a continuar
expresando sus pensamientos y sentimientos.
En la idea oriental respecto de la naturaleza del hombre se
hace una clara distinción entre la mente y el verdadero ser, distin-
ción que no se aprecia en la psiquiatría contemporánea.1 Baba ha
dicho: El cien tí fi co mi ra hacia afuera y siem pre está di cien do:
1 En la literatura oriental está escrito acerca de la conciencia que los pensamien-
tos empiezan, se desarrollan y terminan a un paso sumamente veloz, del or-
den de trillones por segundo. Se dice que por la práctica de ciertos ejercicios
espirituales, como la meditación, podemos llegar a un nivel de conciencia en
el cual realmente podemos observar la creación de los pensamientos. Es evi-
dente que existe un espacio entre el fin de un pensamiento y el principio de
otro, en el cual somos capaces de deslizarnos cuando hemos alcanzado un ni-
vel de conciencia suficientemente avanzado o expandido, yendo así más allá
de la mente. Esta condición, llamada samad hi , se caracteriza como un estado
de Bienaventuranza absoluta.
82

- 82 - SAMUEL H. SANDWEISS

“¿Qué es esto?” (esto que se puede percibir con los sentidos; que
existe en el mundo de la emoción o mente); pero el sabio siem -
pre está mi ran do hacia aden tro y su pregun ta es: “¿Qué es
eso?” (eso que está más allá de los sentidos, más allá de las emo-
ciones, más allá de la mente).
La men te, dice, es como u na tela cu yo teji do es el deseo.
Si aban donamos el deseo la tela desaparece y se revela nues-
tra ver dadera natu raleza.
Mis dudas más serias acerca del psicoanálisis surgieron cuan-
do vi lo que sucedía dentro de mí durante los primeros intentos
de tratar pacientes con este enfoque. Empezaba a sentirme me-
nos espontáneo, más reservado y aislado de mis pacientes, exac-
tamente lo opuesto a los resultados que había esperado. Comen-
cé a buscar un modo de observar y reaccionar al mundo que fue-
ra menos restrictivo. Esto me llevó a la terapia Gestalt, método
que hallé tan interesante como prometedor. Emprendí una inves-
tigación entusiasta sometiéndome yo mismo a la terapia.
Por el lado positivo este enfoque trataba más directamente
con la naturaleza de la dualidad y la posibilidad de trascenderla, y
por eso parecía reconocer, al menos, la posibilidad de la natura-
leza espiritual del hombre. También había menos insistencia en
la mente racional como medio para obtener un conocimiento
profundo del mundo, y más en asumir la responsabilidad de las
propias acciones, sin culpar a la madre, al padre o a traumas an-
teriores. Con todo, en la mayoría de las psicoterapias revelado-
ras orientales hacia la visión interior se daba un gran valor a la li-
bertad de expresión, sin definir o siquiera plantear hasta qué
punto del desarrollo individual el desapego de las emociones se
hace deseable o necesario.
Al terapeuta de la corriente Gestalt le importan menos que al
psicoanalista los por qués subyacentes en la conducta de un pa-
ciente. Cree que esto sólo lleva a una plática por demás intelec-
tualista acer ca de los problemas, en lugar de la vivencia directa
de ellos. Su trabajo es ayudar al paciente a experimentar directa-
mente lo que está haciendo y cómo es en el aquí y el ahora, vol-
viéndose así consciente de ello. Se estima que el centrarse en es-
ta clase de conciencia, sin estar indebidamente limitado o cons-
treñido por los recuerdos del pasado, las preocupaciones por el
futuro, las emociones transitorias o las pautas de pensamiento
repetitivas y distrayentes, promueve el crecimiento espiritual.
83

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 83 -

Esto me parecía un cambio de orientación bastante grande


con respecto a la terapia analítica. La interpretación y explica-
ción del terapeuta se consideraba una pérdida de tiempo que so-
lamente servía para el envanecimiento de aquél. Ahora su traba-
jo se hacía menos cerebral a medida que cejaba en su intento de
descifrar al paciente, y más espontáneo e intuitivo conforme tra-
taba de experimentar la realidad del mismo. En verdad los tera-
peutas Gestalt se ven diferentes de los analistas; parecen reflejar
al mundo sus orientaciones diferentes. El analista, por lo general
austero, bien vestido, incomunicable, es un contraste con respec-
to al terapeuta Gestalt, con frecuencia más espontáneo, en oca-
siones excesivamente informal, pero siempre más realista.
Los practicantes de Gestalt a menudo quieren que se les lla-
me por su nombre de pila. El fundador del movimiento, Fritz
Perls, daba la impresión de hombre mundano, jovial y bravucón,
a veces incluso al grado de llegar a la vulgaridad. En ocasiones
usaba overol y siempre ropa informal. Escribió un libro con el
“erudito” título: In and out of the gar bage pail (Dentro y fuera
del tarro de la basura). Estas características en el terapeuta y la
terapia eran muy atractivas para mí.
En la terapia Gestalt se pide al paciente que vaya más allá de
la dualidad y rompa la barrera sujeto-objeto —reidentificarse con
aspectos del yo reprimidos o proyectados— para devenir cual-
quier cosa o estado sentimental reprimido o juzgado separado y
aparte del yo, con frecuencia asumiendo el papel de tal cosa o
estado o intentando establecer un diálogo con ellos. Todo lo que
los sentidos perciben o la mente concibe como separado del yo
se considera una proyección del mismo yo, un aspecto del yo al
cual éste, por alguna razón, juzga extraño y trata de segregar y
rechazar. A menudo el tratamiento consiste en dirigir al paciente
para que se reidentifique con ese aspecto rehuido, mediante un
mejor contacto con él o incluso disolviéndose en él y recobrando
la energía consumida en el proceso de proyección.
De particular importancia son aquellas proyecciones clasifi-
cadas como “malas” o las que se evitan a toda costa o se esti-
man particularmente ajenas al yo, y se hace un esfuerzo para es-
tablecer canales hacia estas áreas de modo de terminar la lucha
con ellas. Por ejemplo, si uno tiene fobia o miedo a los perros
que ladran, tal vez se le pida que desempeñe el papel de perro
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- 84 - SAMUEL H. SANDWEISS

ladrando. Si teme a la ira, la violencia o la conducta afirmativa es-


pontánea, al principio puede hallar difícil imitar al perro que la-
dra; pero a medida que su resistencia se va venciendo y se siente
más familiarizado con esta tarea, podrá sentirse igualmente más a
gusto con sus impulsos y su autoafirmación. Lo que una vez fue
un lance temible, ahora se puede convertir en una fuente de ener-
gía. De esta manera uno puede desarrollar la facultad de afirmar-
se cuando se requiera de esa reacción en la vida cotidiana.
A menudo sucede que al participar en esta clase de juego el
paciente se hace consciente de que esas proyecciones se han
transformado en símbolos y que algo importante se oculta en
ellos, algo evitado y temido. Cuando uno reidentifica y redescu-
bre aquellas partes de sí mismo que se reprimen por causa de fo-
bias o culpas, se vuelve más enérgico y más sano.
Usemos el ejemplo anterior: si se teme a la ira, mediante la
imitación de los movimientos y expresiones del perro iracundo
que ladra, aunque uno se espante al principio, se puede llegar a
transformar el temor en una fuente de placer y energía, a medi-
da que se cobra experiencia en esta actividad y ve que nada terri-
ble resulta de ella. En este proceso, puesto que uno restablece el
contacto con los sentimientos reprimidos, incluyéndolos en su
variedad de reacciones para enfrentarse al mundo, ya no tiene
que evitar o asustarse de todas las situaciones en las cuales una
posible elección apropiada de actitud sea la ira o la agresión.
Por medio de ese tratamiento me hice más profundamente
consciente de la naturaleza de la dualidad, me familiaricé más
con algunas de las técnicas que se podían usar para derribar la
barrera sujeto-objeto. Hallé así utilidad en dichas técnicas; pero
después de algún tiempo también me enfrenté con algunas limi-
taciones.
Por ejemplo, en mi experimento conmigo mismo estas técni-
cas no disiparon mis temores a la muerte o al deterioro físico o
mental por la edad. No pude llegar al estado en el cual esos te-
mores no me perturbaran; no pude disminuir mi aversión por la
debilidad. Quería sentirme fuerte y dueño de mí mismo, mas no
débil y desamparado.
Sin importar cuántas veces desempeñara estos papeles se-
guía temiendo a la debilidad y luchando por ser fuerte. Aunque
me daba cuenta de mis áreas de evasión, al tratar de desvanecer-
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 85 -

las me encontraba con frecuencia representando papeles una y


otra vez sin adelanto alguno. Por último, llegó un momento en el
cual sentí que no podía avanzar en la terapia Gestalt. Me era im-
posible superar ciertos problemas cíclicos y me veía repitiendo
interminablemente ciertas pautas de conducta y reacciones, sin
saber cómo salir de esta situación.
Aun cuando empezaba a comprender que lo que considera-
ba el mundo externo era en realidad yo mismo y que luchar con-
tra él sólo reflejaba mi pugna conmigo mismo (que si quería dete-
ner mi lucha interior tendría que dejar de forcejear con el “exte-
rior”) no obstante no podía contenerme. Era como estar atorado
en el surco de un disco gramofónico, repitiéndome una y otra
vez. El único modo de salir sería sacarme a mí mismo del surco y
colocarme en algún otro lugar.
La dificultad y confusión en la terapia parecía hallarse en el
hecho de que para romper el ciclo, uno tenía que llegar a la inal-
terabilidad ante el dolor real y los sentimientos y emociones que
lo acompañan. La psicoterapia puede ser eficaz para superar un
temor irracional o imaginado en el cual se recela de una situa-
ción que “en realidad” no es dolorosa. Pero no temer a una si-
tuación que “realmente” es dolorosa, cosa muy distinta es. Ordi-
nariamente la mayoría de las escuelas de psicoterapia consideran
negativo e indeseable el llegar al punto de permanecer impasible
ante las emociones “reales” y a desentenderse de ellas. Por lo
general clasifican tal operación como una defensa contra la reali-
dad o una negación de ella. Por otra parte, este género de acti-
tud desinteresada hacia aquello que llamamos el mundo “real” o
físico es una parte indispensable del enfoque espiritual. Este es
un punto que la psiquiatría ha criticado mucho a la religión.
La mayoría de las psicoterapias suponen que uno de los
principios básicos subyacentes en la motivación es el de placer-
dolor. Por nuestra sensación del placer o del dolor forjamos el
deseo de preferir una cosa a otra. Nuestro modo de ver las cosas
como separadas y considerarlas más valiosas o menos valiosas se
relaciona directamente con nuestra experimentación anticipada
del placer o el dolor. La satisfacción de las necesidades es pla-
centera; su frustración, dolorosa.
Si hubiera un modo de trascender todo este sistema de ma-
nera que uno pudiera permanecer impasible ante el placer o el
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- 86 - SAMUEL H. SANDWEISS

dolor, todo se juzgaría igual. El apremio para actuar de un modo


u otro terminaría, ya que todas las maneras de actuar serían se-
mejantes. Entonces la dualidad, el considerar las cosas separadas
y aparte, se habría trascendido.
La psiquiatría sostiene que la pretensión de llegar a ser im-
perturbable por ese sistema central en nuestras vidas es en reali-
dad una medida defensiva, una suerte de intento por reprimir o
negar nuestra verdadera identidad. La mayor parte de los psi-
quiatras no creen que haya un yo superior o un nivel de con-
ciencia más allá de la dualidad. Afirman que Dios es fabricado
por el hombre y que la creencia en un yo superior es una defen-
sa contra las emociones. Por el otro lado está la actitud espiri-
tual: la adhesión a las emociones es una defensa contra la reali-
zación del propio yo superior.
Para mí se hizo evidente que en una etapa de nuestro desa-
rrollo —el proceso de volverse más diferenciado y crear un senti-
do del yo— es muy importante ser consciente de las emociones
y aprender a expresarlas. Es esencial el poder sentir tanto el pa-
pel del débil como el del fuerte: experimentar todas las reaccio-
nes implícitas en la vivencia de ambos papeles y saber manifestar
todo el repertorio de sentimientos relacionados con cada uno.
Pero en otra etapa del desarrollo —el proceso del morir, o la
disolución del yo pequeño con el objeto de fundirse con un yo
superior— es importante aprender a desapegarse de las emocio-
nes y los sentidos, aprender a no desear la fuerza sobre la debili-
dad, el placer sobre el dolor o incluso la vida sobre la muerte;
tratar todas las circunstancias como iguales. Esos sentimientos
aparentemente opuestos son una ilusión. Reflejan una percep-
ción dualista del ser en el Universo.
Una de las razones del fracaso de la psiquiatría en su integra-
ción o reconciliación de estos dos enfoques fundamentales en el
desarrollo humano parece ser un malentendido general de la na-
turaleza del desapego, una confusión entre éste y la represión.
Hay una gran diferencia entre los dos.
Mi creencia es que en el período de nuestro desarrollo en el
cual estamos tratando de individualizarnos y definirnos más, pue-
de ser perjudicial desapegarse de las emociones. Hacer esto en-
tonces sería reprimir energías primarias en un momento en que
apenas estamos aprendiendo acerca de ellas. Sería como renun-
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 87 -

ciar a caminar antes de aprender a hacerlo; nos atrofiaríamos


emocionalmente. Uno no puede trascender los sentidos o las
emociones —no puede sacrificarlos a Dios— si no los controla
en realidad, si no ha llegado primero a un estadio de individuali-
dad. No se puede sacrificar lo que aún no se posee.
En realidad, evolucionamos hacia una fusión con el yo uni-
versal o cósmico “a través” del yo humano como un vehículo pa-
ra el desarrollo, como el tallo de una planta. Puesto que el yo hu-
mano o pequeño es tanto mental y emocional como físico, un
fuerte sentido de identidad y una integración de las emociones
son tan importantes en nuestro desarrollo como es para una
planta el crecimiento celular del tallo.
Después de que hemos alcanzado un estadio de individuali-
dad e identidad es hora de sacrificar el ego o la personalidad del
yo pequeño a fin de fundirse con el yo superior, de abandonar la
entrega a los sentidos en favor de una entrega más profunda a
Dios, de transferir nuestra energía de la formación del tallo y el
mantenimiento de la planta a la floración final.
Al hablar del proceso de crecimiento y la etapa final de libe-
ración, Sai Baba ha dicho: …Es como la flor de la propia in di -
vi duali dad que crece, se con vier te en fru to y se llena de dul ce
ju go tomado de su propia esen cia in terior; luego se separa fi -
nal men te del ár bol .2
Por lo tanto, ésta parece ser la diferencia entre la represión
y el desapego. La primera es separarse, por miedo, del contacto
con los propios sentidos y emociones antes de aprender a con-
trolar y utilizar estas energías, permaneciendo con ello incons-
ciente de ellas. El segundo es entregarlos voluntariamente como
parte de nuestro anhelo por continuar evolucionando; pero des-
pués de que hemos obtenido conciencia de los mismos y cierto
grado de autodominio sobre ellos.
La religión presenta muchas técnicas, orientaciones y actitu-
des hacia la vida que ayudan a obtener el desapego de los senti-
mientos, pero la mayoría de los psiquiatras consideran esto dañi-
no para la estabilidad emocional y la salud mental. La actitud oc-
cidental común respecto a este género de desapego concibe a
éste como una defensa contra nuestros instintos y emociones bá-

2 Men sajes de Sathya Sai , vol. VII, Editorial Errepar, Buenos Aires, Argentina.
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- 88 - SAMUEL H. SANDWEISS

sicos y, como consecuencia, puede alentar indiferencia por el


bienestar humano y un retiro egoísta de la sociedad. Los espiri-
tualmente sabios dicen que no es así y señalan ejemplos de la
manifestación superior de las actitudes espirituales correctas que
demostraron en su modo de vida, carácter y actos, personajes ta-
les como Cristo, Krishna y Buda… y afirman que en realidad uno
se vuelve más amoroso, creador y productivo, al grado de que
puede estar en el mundo y permanecer al mismo tiempo inalte-
rado por él en lo fundamental.
Así, surgió la pregunta: ¿cómo escapar de la prisión de la
dualidad; es posible hacerlo sin dejar el apego a los sentidos y
sentimientos?

No debes ser un pedazo de papel secan te que


absor be todas las pasiones y emociones, todas las
alegrí as y pesadum bres que la natu raleza como
actriz presen ta en la escena de la vi da. Debes ser
un loto que abre sus pétalos cuan do el sol se ele-
va en el cielo, sin que lo al teren el cieno don de
nació ni el agua que lo sostiene.
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8
LA MENTE SIMIESCA

Era el fin de un día largo y fatigoso, un día que resultaría cru-


cial en mi vida. Acababa de atender a una mujer muy angustiada
y en el curso de la hora de terapia con ella, a pesar de mis es-
fuerzos por centrar la atención en lo que me decía, sentía que
me iba abrumando una sensación poderosa de malestar extremo.
No supe exactamente cómo había empezado esta vez, pero de
pronto me sentí luchando interiormente de un modo que para
entonces me era muy familiar… ¡de regreso a ese círculo vicioso,
aquí voy de nuevo!
La pauta de este malestar era conocida por mí; la había ob-
servado en muchos de mis pacientes y la había visto manifestarse
incluso dentro de mí, presenciándola de cerca durante mi propio
tratamiento en el curso de mi adiestramiento. Pero reconocerla
era una cosa y sacarme a mí mismo de este género de conflicto
era otra. ¿Cómo había sido minada mi energía? ¿Mi paciente me
había transferido de alguna manera su confusión y angustia? ¿Su
clamor pidiendo ayuda y mi sentimiento de ser incapaz de satis-
facer sus necesidades habían creado esta sensación de impoten-
cia? Simplemente lo ignoraba.
Me sentía muy disperso y confuso después de la consulta.
Me desagradaba la sensación de no dominarme, de hallarme per-
dido, de que se difundía por mi mente y mis miembros una espe-
90

Sobre la esclavi tud


En nuestro país hay un método pecu liar para
atrapar monos. Con siste en colocar u na olla gran de
con boca pequeña y poner aden tro al gu na cosa que
atrai ga al mono. Éste meterá la mano en la olla y se
apoderará de un pu ñado del cebo. En ton ces no po-
drá sacar la mano. I magi nará que al guien aden tro
de la olla se la agarra. Luego in ten tará escapar jun -
to con la olla, pero está atrapado. Nadie lo detiene.
Él solo se ha atrapado por que retiene en la mano
tal pu ñado del cebo. En el momen to en que lo suel -
te estará li bre.
De la misma manera, en esta gran olla del mun -
do con la boca an gosta de la fami lia, el hom bre es
ten ta do por l os pl a ceres mun da nos y cuan do se
pier de al em belesar se en esos placeres cree que al -
guien o al go lo está atan do. Nin gu na otra per sona
es cau san te de ese cau ti verio. En el momen to en
que aban done los placeres y se desapegue será li -
bre. E se es el modo de li berar se de la es cla vi tud
imagi nada.
91

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 91 -

cie de parálisis. Otra vez pugnaba por sentir fuerza y poder. Esta
es la naturaleza de la dualidad.
Cuando quiero deshacerme de un sentimiento y reemplazar-
lo por otro, cuando prefiero una cosa a otra, por supuesto hay
lucha. Si puedo aceptar el dolor al igual que el placer, la tristeza
al igual que la felicidad, la debilidad al igual que la fuerza, no hay
conflicto alguno. Pero cuando comienzo a preferir y desear co-
mienza la lucha. ¿Cómo contenerme?
Al final de la hora de terapia con la mujer, yo estaba atrapa-
do y sabía que no podría salir por mí mismo. Qué sentimiento de
impotencia, como si estuviera completamente destruido por den-
tro, castigándome por no dominarme, queriendo desesperada-
mente salir… de mí mismo, del dilema del autoexamen y la lucha
conmigo mismo: un remolino de sensaciones, pensamientos y
emociones antiguos que se repiten de un modo enloquecedor. Al
practicar este juego espantoso conmigo mismo, sólo me sumía
más hondo en sentimientos de desesperación, confusión, frustra-
ción y futilidad. No podía ya ni pensar en dormir aquella noche.
“¿Hay alguna otra manera de permanecer en este mundo?”,
clamaba en silencio a la habitación. “¿Existe algún lugar interior
donde haya paz y tranquilidad?”
Mientras pensaba en esto con mayor ardor, mi confusión se
agrandaba; mientras mi confusión se acrecentaba, mayor era la
pugna por reemplazarla con un sentimiento de fuerza; mientras
redoblaba mi afán por obtener fortaleza, mi sentido de debilidad
aumentaba; mientras más luchaba, mayor era mi agotamiento.
Finalmente, en mi desesperación, hice algo desacostumbra-
do para mí. Tenía que escapar de mi propia mente. Escudriñan-
do mi memoria en búsqueda de cosas que pudiera haber leído u
oído acerca de otros modos de existir en el mundo, recordé un li-
bro intitulado Through an eastern win dow (“A través de una
ventana oriental”), del psicólogo Jack Huber. Él había experi-
mentado la meditación en el Oriente y su libro describía técnicas
de meditación que lo habían elevado a otro estado de conciencia.
La técnica que me había llamado la atención como la más intere-
sante era una que se centraba en la respiración.
En la desesperación y a sabiendas de que tendría que hacer al-
go más allá de pensar o aparte de pensar si habría de escapar al-
guna vez del remolino que mi frenética actividad mental había
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- 92 - SAMUEL H. SANDWEISS

creado, comencé a concentrarme en mi respiración, manteniendo


la conciencia en ella y nada más. Esto continuó por un día y medio.
Aunque todavía estaba en contacto con lo que había llegado a ser
una sensación de sufrimiento casi autocompasiva, mi concentración
estaba enfocada principalmente en el acto de la respiración.
Ahora bien, podría pensarse que concentrarse en la propia
respiración es relativamente fácil. Pero tener suficiente control
sobre la mente para enfocar y mantener la atención en un punto
por algún tiempo resultó bastante difícil, en especial con la men-
te atrapada en un sentimiento conflictivo de desesperación e im-
potencia. Liberar a la mente de su capricho por este sufrimiento
a fin de que pudiera devenir libre y fluida en grado suficiente pa-
ra quedarse fija en la respiración fue una lucha que duró horas,
antes de que empezara a sentirme de alguna manera en armonía
con el proceso.

Un buen cuen to sobre Gajen dra, el elefan te, transmi te bien el


signi fi cado de la esclavi tud. En la espesa sel va de la vi da un elefan te
sal vaje, la men te del hom bre, an dará de aquí para allá. E sa men te
vagabun da sien te sed de placeres sen suales. Para saciar la se di ri ge a
beber en el lago de las acti vi dades mun danas. En el momen to en
que el elefan te pone la pata en el lago, el cocodri lo del apego se la
agarra. El elefan te no puede li berar se y lu cha con el apego hasta que
se debi li ta. Cuan do se sien te débil ora a Dios y pi de ser sal vado.
Cuan do, desesperada, u na per sona eleva u na plegaria a Dios, la Gra-
cia Di vi na des cen derá sobre ella. Cuan do los ojos del elefan te se
vuel ven a Dios, tam bién los ojos de Él se vuel ven hacia el elefan te.
Esto es lo que se llama sudarshana o vi sión san ta. Cuan do tú mi res
hacia Dios, Él mi rará hacia ti.
93

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 93 -

Al principio podía sostener la atención sólo por unos segun-


dos antes de que la mente fuera atraída a mi lucha interna; luego
lo lograba por períodos cada vez más largos, pero siempre, al fi-
nal, con la mente atraída de nuevo a la pugna de alguna manera
extraña y poderosa. Desgarrado entre los dos focos de lucha y
respiración, sentía que el ejercicio era inútil; sin embargo, no te-
nía otra opción que continuar, en la esperanza de que algo estu-
viera sucediendo más allá de mi nivel de conciencia, algo que me
fuera extrayendo de la trampa.
Entonces ocurrió algo más. Hice lo que no había efectuado
desde la niñez y ahora lo sentía muy extraño y fuera de lugar:
empecé a orar. En este momento estaba dispuesto a intentar casi
cualquier cosa para huir de las garras de mi mente.
“Oh, Dios, si existe algún otro modo de ser distinto a éste”,
oraba, “ayúdame a encontrarlo, por favor.” Y sucedió un hecho
asombroso. Después de unos segundos, sentí que algo se des-
prendía dentro de mí, como si un peso de cierta clase se hubiera
retirado de pronto. Oleadas de energía que se expandían y con-
traían comenzaron a vibrar en todo mi cuerpo. Sentí una gran li-
viandad.
¡Qué rara prueba! ¿Tenía algo que ver con el día y medio de
meditación y el breve período de oración? El conflicto que había
sido tan intenso un segundo antes se había disipado por comple-
to; sencillamente ya no me interesaba, pues me sentía envuelto
en una calma maravillosa y plena de paz.
¿Qué motivó el estado en que me hallaba? No había resuelto
nada mediante conceptos o con el intelecto, pero la sensación de
paz, bienestar y energía en mi cuerpo era maravillosa.
No fue sino hasta después cuando empecé a entender lo que
significaba todo esto. La mente es un poderoso instrumento al
que hay que dominar. Si ella nos controla estamos perdidos.
Cuando la mente se enfrasca en sensaciones y deseos estamos
atrapados. Mi mente se había envuelto en una pugna por el de-
seo de ser fuerte y escapar a una sensación de confusión. Cuan-
do pude desplazar el foco de mi energía mental de esta pugna y
desentenderme de todo el problema sentí gran alivio, una oleada
de paz y energía.
Sai Baba ha dicho que la mente no necesita fundirse con los
sentidos o emociones físicos, que tiene sus propios sentidos con
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- 94 - SAMUEL H. SANDWEISS

los cuales debe relacionarse. Son la Conciencia, la Paz, la Ver-


dad, el Amor y la Bienaventuranza. Mientras la mente se halle
comprometida con ellos todo está bien. Y cuando hay un fuerte
deseo de Dios los pensamientos negativos, aunque surjan, sim-
plemente pasan por la mente y no son retenidos. Baba ha dicho:
E se hábito de pensar está muy arraigado; aun cuando se venza,
per sisti rá por cier to lapso. Un ven ti lador, aun después de que
se ha desconectado la corrien te, si gue gi ran do por un rato.
El mejor método es en cami nar el pen samien to hacia u na me-
ta espi ri tual: la per fección, Dios, Rama.
Baba cuenta la historia de un pobre hombre abrumado por
muchas labores domésticas por las cuales se sentía sujeto y atra-
pado. Un día encontró a un sabio que le preguntó cuál era su
mayor deseo y él pidió un sirviente para que le ayudara. El sabio
dijo que su deseo sería cumplido, pero con una condición: el
criado trabajaría y sería productivo mientras el hombre pudiera
proporcionarle ocupación; pero si llegare a estar desocupado y
ocioso se volvería contra él y lo mataría. El hombre aceptó, pues
se sentía muy seguro: sabía que el trabajo era suficiente para
ocupar a un sirviente por mucho tiempo.
Poco después, en efecto, un criado llegó a su casa y convino
en trabajar para el hombre. Al principio, éste pudo proveer a su
nuevo sirviente con tareas continuas, pero pronto, y un poco an-
tes de lo que había creído, todo el trabajo había sido terminado y
el criado estaba a punto de quedar ocioso. El hombre se llenó de
pánico y se apresuró a volver con el sabio. “¿Qué debo hacer?”,
gimió.
El sabio replicó: “Hay una solución a tu problema: cuando el
sirviente haya terminado todo su trabajo, haz que construya un
pilar frente a tu casa; cuando haya acabado, haz que suba y baje
de continuo por el pilar. De esta manera puedes mantenerlo
siempre ocupado”.
Por supuesto, el sirviente de esta historia representa a la
mente. Conducida por el camino recto puede ser un instrumento
poderoso. Pero si se la deja ociosa y sin dirección y control fir-
mes, puede tornarse muy peligrosa. El pilar de la historia es sim-
bólico de Dios. El ocupar de un modo constante nuestra mente
en Dios la domará y pondrá bajo nuestro control. Cuando pude
desasir la mente de mi lucha y se tranquilizó y simplemente se
95

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 95 -

centró en la tarea de ser consciente de mi respiración, sentí gran


calma y alivio.
Este fue el principio de mi fascinación con las técnicas no ce-
rebrales, no verbales sino ex peri men tales de la psicoterapia. Es-
ta vivencia fundamental en mi vida aludía a otros modos de ser
en el mundo, de los cuales yo no había sido consciente, los que
podían traer una sensación extrema de unión y de paz. No podía
conceptualizarlos; dejé que la creencia en su existencia se orien-
tara hacia el reforzamiento de una facultad que siempre había
considerado inferior a la racionalidad: mi intuición.
Busqué un maestro en una técnica terapéutica que se llama
terapia bioenergética. “Bioenergía” es un nombre corriente para
una forma de fuerza sobre la cual se han elaborado hipótesis du-
rante milenios, afirmándose que existe dentro del cuerpo y por
todo el Universo en un estado demasiado sutil para la percepción
humana ordinaria.
Esta energía cósmica o fuerza vital, en una forma u otra, ha
sido un elemento religioso o filosófico de casi todas las culturas
humanas de la historia. Por ejemplo, los hindúes la han conocido
por miles de años como prana. Para los pueblos polinesios es el
mana, y en los mundos panteístas de la mayoría de las culturas
anteriores a la escritura es la fuerza que penetra todo y da vida
incluso a los que nosotros en el Occidente consideramos objetos
inanimados.
Debido principalmente a la prolongada incapacidad de nues-
tra ciencia para detectar o evaluar esa fuerza o energía, la civili-
zación occidental no está familiarizada con su existencia y es es-
céptica respecto a la misma. Sin embargo, el moderno instru-
mental ultrasensitivo de estado sólido señala ahora la posibilidad
de que, después de todo, en verdad exista. Los físicos y psicólo-
gos rusos, que al parecer son los líderes en los diversos campos
de la exploración científica unidos bajo el título general de “pa-
rapsicología”, han dado a la elusiva fuerza un nombre propia-
mente científico: “energía bioplasmática”.
Sea como fuere, la teoría moderna acerca de la bioenergía
es que su circulación libre por el cuerpo y su transferencia entre
éste y la atmósfera es fundamental para la salud física, mental y
espiritual. Sin embargo, la mayoría de nosotros hemos creado in-
tercepciones en la corriente e intercambio libre de esta energía.
96

- 96 - SAMUEL H. SANDWEISS

Estas intercepciones están representadas por ciertas tensiones,


contracciones y constricciones en la musculatura corporal; sensa-
ciones de malestar en los órganos viscerales o en otros sistemas
de órganos; o bien condiciones de enfermedad en cualquier par-
te del cuerpo. Al estorbar la corriente y fluidez de la energía da-
mos ocasión a que se presenten malestares y dolores en el nivel
físico, ansiedades y depresiones en el nivel emocional, y pensa-
mientos impulsivos, preocupaciones y fantasías en el nivel men-
tal.
Este género de corriente energética no es diferente del que
describen los acupunturistas; ellos conciben el uso de sus agujas
como un medio para eliminar las intercepciones y permitir que la
corriente adecuada se reanude por todo el cuerpo. Otras técni-
cas, como colocar el cuerpo en posturas que producen tensión y
suscitan temblor involuntario, infligir dolor o usar el masaje pro-
fundo, toques o movimientos, también pueden provocar la desa-
parición de las intercepciones. Su liberación ayuda al logro de un
estado de expansión y fluidez que convierte la observación de
uno mismo y los demás en un suceso más profundo, más emo-
cionante y penetrante.
Después de liberar la energía de esta manera, tornándose
uno sutil y flexible, se hace consciente de un proceso que se lla-
ma “centramiento” o “cimentación”, en el cual se percibe una
sensación de estabilidad respecto de la propia postura ante la vi-
da. Uno desarrolla un conocimiento más pleno de sí mismo y de
los demás, adquiere mayor confianza, se siente más seguro. Este
es un sentimiento concreto, que se experimenta dentro del cuer-
po tanto física como emocionalmente.
Wilhelm Reich, contemporáneo de Freud, fue el creador de
este modo de tratamiento. Pensaba —y muchos creyeron que es-
taba loco por esta idea— que había en la atmósfera una energía
llamada or gone, desconocida hasta entonces. Suponía que la
gente se podía hacer sensible a ella incorporándola, quizá fun-
diéndose con ella y obteniendo así una gran cantidad de fuerza y
vigor.
Reich trató de concentrar esta energía or gone por medio de
unas cajas de apariencia extraña en las cuales metía a la gente.
Incluso pensaba que podía curar el cáncer con este procedimien-
to. Esto parecía absurdo a muchos observadores casuales y a
97

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 97 -

gran número de sus contemporáneos. La vida de Reich tuvo un


final más bien triste cuando se vio involucrado en dificultades lega-
les por sus ideas de curar el cáncer con la energía or gone y por
algunos de sus otros métodos terapéuticos. Murió en la cárcel.
Si bien al principio hallé extraños los conceptos de Reich,
estaba muy interesado en ellos y me fascinaron aún más después
de aprender acerca de las semejanzas entre algunos de los méto-
dos bioenergéticos y el yoga. Este es el caso tanto en los ejerci-
cios y posturas que se practican, como en los conceptos respec-
to a la energía en la atmósfera y en el cuerpo. Los yoguis habla-
ban de la energía prana en el aire; Reich, de la energía or gone.
Me mezclé en la terapia bioenergética dos meses después de
mi prueba del “día crucial” con la paciente mencionada, y pronto
noté concretamente una gran apertura de mi cuerpo y liberación
de energía, una sensación muy semejante a la que siguió al pe-
ríodo anterior de meditación y oración. La práctica bioenergética
empezó a enseñarme un nuevo modo de existir en el mundo.
Comencé a reconocer que ahora tenía una alternativa real a
mi prolongada estancia en la mente, las emociones o los senti-
dos. Concentrándome en esta energía interna podía escaparme
de la mente. Meditando en su fluir, sus ondas que se expanden y
se contraen, descubrí que me podía hacer más intuitivo en mi
ejercicio con los pacientes y mucho más feliz en mi vida.
No entendía bien cómo funcionaba esto, cómo podía obtener
tanto de ese modo no cerebral de existir en el mundo; sólo sabía
que sí obraba para mí. ¿Podría ser que poniéndome en armonía
con estas energías atraía alguna forma de fuerza vital que era la
fuente fundamental de mi vigor, creatividad e intuición? Esto no lo
entendía todavía, ni podía comprender cómo se relacionaba este
proceso con el psicoanálisis u otras teorías psiquiátricas.

A partir de esto me interesé en una variedad de otras técni-


cas para liberar energía. Hay muchas para escoger; actualmente
nos estamos embelesando con las técnicas: tenemos Rolfing, te-
rapia de contacto corporal, masaje, toda suerte de grupos de “to-
ca y siente”, sesiones de encuentro y sensibilidad, terapia del gri-
to primigenio, Tai Chi, etc., etc. Abandonando a mi familia, iba
a los “centros de desarrollo” y bailaba de una manera más bien
propia de un animal salvaje, dando patadas en el piso, alaridos,
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- 98 - SAMUEL H. SANDWEISS

chillando, lamentándome, gimiendo, aullando; poniéndome en


contacto con sentimientos primitivos que habitualmente no me
permitía expresar. Luego venía el rodar por el suelo, abrazando
a todos y compartiendo pensamientos y sentimientos íntimos… y
yacer boca arriba sobre el piso con los brazos extendidos esfor-
zándome por alcanzar un seno supuesto, con los labios fruncidos
mamando imaginariamente de él.
No cabía duda de que técnicas y más técnicas me estaban be-
neficiando bastante. Me observaba a mí mismo hacerme menos
temeroso de experimentar con todo el impulso y el anhelo imagi-
nables y sentir que en realidad me volvía más vivaz y sensitivo.
Descubrí que me era dable evadirme de viejos conflictos repetiti-
vos; ahora tenía una opción y podía ya ser diferente. Pero tam-
bién veía algunos peligros: un gran peligro para mi hogar, mi re-
lación íntima con mi esposa y mis hijas. Hay muchas tentaciones
para uno que anda por ahí explorando sin rumbo fijo…
Veía a muchas personas excitándose a sí mismas y compar-
tiendo intimidades, y pude comprender que pasando un tiempo
suficiente en este escenario uno podía con facilidad enredarse
sexualmente con los demás. Me encontré a mí mismo pregun-
tándome: “Bien, heme aquí con toda esta energía, pero ¿cómo
puedo estructurarla y enfocarla, dirigirla de modo que yo pueda
evolucionar sin que en el proceso me destruya yo y destruya a
los que amo?”.
Parecía que de nuevo había llegado a un callejón sin salida.
Los líderes de los grupos del potencial humano habían prometi-
do perspectivas dilatadas y libertades nuevas, y yo había escucha-
do con esperanza sus afirmaciones sobre la posibilidad de una
evolución ilimitada. Pero una vez más encontraba que los líderes
mismos no demostraban en la realidad lo que prometían en las
palabras. Y así seguí siendo tan desconfiado como siempre de las
técnicas que parecían hasta cierto punto carentes de moralidad o
disciplina. ¿Faltaba algo en verdad en estas técnicas o acaso yo
perseguía una especie de fantasía?
99

9
CADUCEO Y KUNDALINI

Una semana después de mi encuentro con Baba me hice


consciente de un mensaje oculto en el símbolo familiar de la me-
dicina: el caduceo.1 Se piensa que una energía latente, pero po-
derosa en extremo, llamada kun dali ni o “fuego serpentino” yace
“dormida” dentro del cuerpo; una fuerza escondida acerca de la
cual la mayoría de las personas permanecen ignorantes durante
toda su vida. El principio de kun dali ni es importante en el hin-
duismo, el yoga y virtualmente en todas las doctrinas místicas y
ocultas. El caduceo simboliza la manera en que despierta esta
energía. Cuando descubrí lo anterior me di cuenta de que podría
dar respuesta a muchas de mis preguntas.
Consideremos un momento el símbolo del caduceo. Es una
vara alrededor de la cual están entrelazadas dos serpientes que se
cruzan en varios sitios. En la punta de la vara hay un par de alas.
Charles W. Leadbeater, erudito notable de la literatura oculta y
mística, ha teorizado que el caduceo representa un antiguo secre-
to de los medios para consumar la trascendencia del cuerpo y del
ego. Cree que la vara es una representación de la espina dorsal y
las dos serpientes simbolizan los caminos que kun dali ni toma a

1 El caduceo de Mercurio, símbolo de la medicina; antes de la mitología griega


puede haber sido originalmente el símbolo de kun dali ni o el fuego serpentino.
100

- 100 - SAMUEL H. SANDWEISS

medida que se pone en movimiento y se desenvuelve desde su


fuente en la base de la columna vertebral. El camino que empie-
za a la izquierda se llama en sánscrito I da, y el de la derecha Pin -
gala; la senda que va del centro de la espina dorsal hasta la cabe-
za se llama Sushum na.
Se supone que por medio de la práctica disciplinada de la
meditación, el canto devocional o ejercicios yóguicos específicos
—generalmente por un período de varios años— un individuo
puede liberar su kun dali ni dormida.
A medida que la energía kun dali ni despierta y evoluciona,
ciertas áreas a lo largo de la espina dorsal llamadas chak ras tam-
bién despiertan o se abren para convertirse en centros de siste-
mas de energía organizada. Conforme esta energía se desarrolla,
la conciencia del individuo se transforma. Cambia su modo de
percibir el mundo y, por ende, su manera de reaccionar a él.
Mi propio experimento con la terapia bioenergética me hizo
más receptivo a ese concepto de lo que de otro modo hubiera ocu-
rrido y me dio una idea de cómo podría tener lugar una transfor-
mación tal. Yo mismo estaba empezando a observar vibraciones y
percepciones extrañas y nuevas. También comencé a encontrar
más consideraciones sobre esta clase de energía. Por ejemplo, el
doctor William Tiller, afamado físico de la Universidad de Stanford,
incluye los chak ras en su arquetipo científico del modo de evolucio-
nar del cuerpo humano en reacción a la irradiación de energía e in-
formación del ambiente.2 Y en Breakthrough to creati vity (“Irrup-
ción hacia la creatividad”), Shafica Karagulla, neuropsiquiatra de
Los Ángeles, describe con detalles fascinantes los chak ras tal como
los ven los “sensitivos” con quienes trabaja, individuos con poderes
sensoriales o extrasensoriales sumamente desarrollados.
Se supone que hay siete chak ras que se localizan en el cuer-
po etéreo, el cual se piensa que existe en correspondencia con el
cuerpo físico. (El doctor Tiller se refiere al cuerpo etéreo como
“el cuerpo negativo en el marco del tiempo y el espacio” y consi-
dera que cada uno de los cuerpos actúan como un “circuito sin-
tonizado por medio del cual uno puede extraer energía del cos-
mos o comunicarse con otro aspecto del yo”.) 3
2 William Tiller, Radionics, Radiest hesia and Physics; A.P.M. transcripción del
simposio “The Varieties of Healing Experience”, octubre de 1971, págs. 55/78.
3 Ibíd.
101

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 101 -

Se estima que los chak ras están relacionados íntimamente


con el sistema endocrino del cuerpo. Con el despertar sucesivo
de cada uno se afirma que hay cambios correspondientes en el
organismo, así como en las emociones, la mente y el nivel de
conciencia. La expansión progresiva de la conciencia produce un
incremento en el saber acerca de uno mismo y un conocimiento
profundo respecto de su relación con el cosmos. Finalmente,
cuando despierta y se abre el séptimo chak ra o chak ra supremo,
que se halla en la parte superior del cerebro, el individuo es su-
puestamente apto para dejar su entidad física, logrando así que
el alma trascienda al cuerpo.
Se piensa que llegar a la comprensión plena de que la natu-
raleza de nuestra identidad fundamental es la energía consciente
o conciencia —y no el cuerpo, el ego o la personalidad—, es el
supremo nivel humano del conocimiento. Y en realidad la eleva-
ción del grado de conciencia normal a ese nivel supremo está re-
presentada, naturalmente, por las alas del caduceo.

¿Cuál es el nexo de todo esto con la psiquiatría? Se afirma


que el primero y segundo chak ras, supuestamente relacionados
con las glándulas suprarrenales y las gónadas del sistema endo-
crino, están situados en correspondencia con las áreas anal y ge-
nital en la pelvis. Desde el punto de vista anatómico esto parece
correr parejo con la observación de Freud acerca de la importan-
cia de estas áreas corporales en el desarrollo de la personalidad.
Estos dos chak ras aparentan relación con energías más burdas,
inferiores, como la agresión y la hostilidad —o lo que Freud lla-
maba actitudes anales— y con actitudes genitales o sexuales. Se-
gún la teoría de kun dali ni , cuando los chak ras despiertan, la
personalidad adopta determinadas cualidades psicológicas que
reflejan las correspondientes energías de los chak ras. Y en efec-
to, muchos de los tipos de personalidad de la psiquiatría y su des-
cripción de las orientaciones respecto a la vida están vinculados
con características anales y genitales en diferentes combinacio-
nes e intensidades.
La mayoría de nosotros somos conscientes de estas energías
básicas, y una parte del trabajo de nuestra vida es mantenernos
en contacto con ellas a fin de encauzarlas de manera apropiada
para nuestra supervivencia. (En realidad, al primer chak ra se le
102

- 102 - SAMUEL H. SANDWEISS

llama a menudo chak ra basal .) Sin embargo, hay algunas perso-


nas que no tienen relación con estas energías biológicas funda-
mentales o de supervivencia, como si los chak ras de que habla-
mos no hubieran despertado en ellas. Estas personas no han ex-
perimentado la agresividad o la sexualidad en sus vidas; efectiva-
mente, casi se hallan desprovistas de cualquier medio de hacer
contacto con el mundo.
Me parece que los psiquiatras deberían ocuparse en ayudar a
la gente, primero a vincularse con estas energías inferiores, y
luego a encontrar modos de encauzarlas para una mejor adapta-
ción y felicidad en la vida. No obstante, la mayoría de los psiquia-
tras cometen el error de despertar estas energías sin tratar su ca-
nalización y disciplina adecuadas. Entonces caemos en algunas
de las dificultades de nuestro tiempo, como dejar que todo se ex-
prese y exaltar las emociones y los instintos a costa del aprendi-
zaje de la disciplina y el control.
Ya expuse la suerte de trampa a la que esto nos puede lle-
var, y en nuestra cultura podemos observar algunas de las secue-
las destructivas de esta actitud. Por el contrario, en el sistema yó-
guico se pone mucho acento en la disciplina y encauzamiento
adecuados de estas energías inferiores. Después de que uno se
hace consciente de la agresión y la sexualidad, le enseñan el de-
sapego de ellas, de manera que luego se pueda concentrar en el
despertar de las áreas de los chak ras superiores. Efectivamente,
cuando los yoguis han alcanzado determinado nivel de desarrollo
practican en general la abstinencia sexual, junto con el control de
los pensamientos y emociones, no dando lugar a la ira ni a los
“malos pensamientos”. Como dije, por lo común la mayoría de
los psiquiatras consideran represivo esto.
Hasta aquí en cuanto a los chak ras primero y segundo. El
tercer chak ra se supone ubicado en el área abdominal (y se rela-
ciona con el páncreas); el cuarto en el pecho, cerca del corazón
(se relaciona con el timo); el quinto en el cuello (la tiroides); el
sexto en el entrecejo —en el área del llamado “tercer ojo”— (la
pituitaria); y el séptimo en la coronilla (la glándula pineal). Cuan-
do cada una de estas áreas despierta, uno alcanza un nuevo nivel
de conciencia y observa el mundo de manera diferente. Por
ejemplo, el chak ra del corazón se asocia con la capacidad de
amor desinteresado. Cuando se pone en movimiento el chak ra
103

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 103 -

del entrecejo o tercer ojo, uno puede experimentar la clarividen-


cia y los fenómenos telepáticos; cuando se aviva el de la coronilla
se desarrolla la facultad de dejar el cuerpo y sentirse como con-
ciencia pura.
Los poderes yóguicos que se manifiestan durante este viaje
ascendente de kun dali ni pueden representar desventajas y obs-
táculos que hay que su perar cuando tienden a atraer al aspirante
espiritual al apego a los poderes mismos y a hacer que pierda de
vista la meta primaria: la unión con el Ser Supremo. Este es el
mismo peligro que hay en nuestro apego a las energías más bur-
das como la agresión, la asertividad y la sensualidad: podemos
quedar atrapados, exaltar el poder propio de estas energías y no
evolucionar más.
Si el caduceo y las teorías relacionadas con él pueden reflejar
sin duda la realidad, no es de extrañar que yo encontrara las teo-
rías y prácticas de la psiquiatría carentes de perspicacia en su
concepción del lugar del hombre en el cosmos. Después de des-
pertar las energías inferiores de la agresión y la sexualidad, el ob-
jeto de la mayoría de las psicoterapias, el viaje apenas ha empe-
zado. Hay todo un mundo de evolución por delante.
A este respecto, las enseñanzas de Sai Baba sobre cómo con-
formar nuestras vidas sociales adquirieron un significado mayor.
Actitudes como la responsabilidad, la disciplina, el trabajo, el de-
ber, la devoción, la dedicación, la acción recta y la renunciación
son importantes no sólo para la conducta apropiada entre la gen-
te, sino, muy especialmente, para fomentar la disciplina interna
necesaria en uno mismo a fin de manejar las energías superiores
cuando han despertado. Según todos los sistemas religiosos estas
actitudes son absolutamente esenciales para la evolución del yo y
la estabilidad de la sociedad mundial. Y, en contraste, cuán caóti-
cos se vuelven los individuos y la sociedad sin ellas.
Aunque el marco de referencia religioso parece anticuado en
relación con el sistema de valores occidental contemporáneo,
empezó a manifestárseme que es exactamente lo que se requiere
en el mundo; ¡como si nadie hubiera dicho esto nunca antes! Se
hizo patente que el caos es lo que se presenta cuando perdemos
de vista la realidad superior que la mayoría de la gente llama
Dios y ponemos en su lugar la mente, la emoción y el mundo
material.
104

- 104 - SAMUEL H. SANDWEISS

El sistema que representa el caduceo y los sistemas que se


expresan en la mayoría de las religiones, pues, parecen estructu-
rar nuestras energías, definiendo las prioridades y proyectando
las actitudes desde una perspectiva más alta que la que propor-
cionan las rutinas y demandas de nuestras vidas materiales coti-
dianas. Pero lo que falta en la cultura moderna es la convicción
de que estos sistemas religiosos en efecto representan la realidad
o la ver dad . Parece que la religión ha caído en mala reputación.
¿Qué gran prueba puede devolvernos a la realización de las
verdades eternas encarnadas en las religiones del mundo y a la
resolución de llevar vidas rectas? ¿Qué clase de suceso monu-
mental se requiere para ello?
105

10
UN ALMA EN TRANSFORMACIÓN

Si el símbolo del caduceo, que representa la dinámica de la


energía kun dali ni , en verdad manifiesta una visión tan profunda
de la realidad, nos ofrece un panorama por el cual entender la re-
lación de la psiquiatría occidental con la espiritualidad y nos pro-
porciona bastante conocimiento acerca de la naturaleza del sen-
dero hacia Dios. Hay pronunciamientos específicos sobre la for-
ma de guiar nuestra vida, descripciones específicas de señales que
encontraremos a lo largo del camino y comentarios acerca de las
trampas y peligros que se van a presentar. La pregunta más hon-
da al respecto parece ser: ¿Existe efectivamente este sistema?;
¿es una expresión verdadera “del Sendero”?
Considero que para la mayoría de nosotros —envueltos co-
mo estamos en nuestra cultura inclinada a lo científico y lo tec-
nológico— el factor esencial en la respuesta a esta pregunta es la
comprobación directa, concreta y no ideas abstractas. El argu-
mento más convincente para la generalidad es experiencia per-
ceptible y evaluable por medio de los sentidos. En este aspecto
los rusos parecen ir muy por delante de nosotros. El libro La pa-
rapsi cologí a en los pa í ses socia lis tas , de Sheila Ostrander y
Lynn Schroeder, informa que los científicos rusos han experi-
mentado con fenómenos llamados “psíquicos” o “paranormales”
tales como la telepatía, la clarividencia, la psicoquinesia, las cura-
106

- 106 - SAMUEL H. SANDWEISS

ciones psíquicas y la naturaleza de las auras, y ahora pueden eva-


luarlos de un modo científico.
Nosotros, en los Estados Unidos, nos hemos persuadido más
recientemente de la posible validez de estos fenómenos. Estamos
fascinados con ellos y, al mismo tiempo, tratamos de encontrar
un sistema de explicaciones que nos permita entenderlos mejor.
Uri Geller, a quien han estudiado los científicos del Instituto de
Investigaciones de Stanford, parece poseer ciertos poderes psí-
quicos o sidd his, lo que se funda en considerables datos probato-
rios acumulados. Por ejemplo, fue notablemente exacto al repro-
ducir dibujos que en apariencia le comunicaron por telepatía los
sujetos de prueba. Y parecería que puede doblar objetos de me-
tal a distancia con sólo la fuerza de la voluntad, si bien esto se
discute todavía en algunos círculos de estudio.
Edgar Cayce adquirió una gran reputación porque aparente-
mente puede reunir información a distancia, por telepatía o clari-
videncia, y luego establecer tratamientos terapéuticos complica-
dos desde el punto de vista médico, para individuos que ni siquie-
ra ha visto nunca. Su éxito evidente con estos poderes curativos
consta en una documentación impresionante.
Los “psíquicos” como Geller y Cayce parecen capaces de
percibir cosas que sobrepasan el alcance de los sentidos. A me-
nudo relatan fenómenos semejantes respecto a sus poderes, y
muchos han llegado a conclusiones similares acerca de ellos. La
mayoría piensa que hay un orden de realidad superior a aquel del
cual nos damos cuenta habitualmente, y que por alguna razón
más allá de la conciencia de ellos se les está usando como cana-
les entre ese orden y el mundo con el cual estamos familiariza-
dos.
Kathryn Kuhlman, la conocida ministra ya fallecida de una
iglesia en la cual aparentemente se han hecho muchas curacio-
nes milagrosas, también se vio en esta relación con una realidad
superior y afirmó que podía sentir absolutamente la presencia del
“Espíritu Santo”. De pie ante miles de su congregación podía se-
ñalar áreas en el auditorio, haciendo aseveraciones como: “Hay
allá un caballero que desde hace mucho tiempo padece cáncer
en la cadera; acaba de ser curado... En esa parte del auditorio
hay una persona con un tobillo roto que ahora queda curada y
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 107 -

aliviada del dolor... Hay alguien por allá que ha estado durante
años en una silla de ruedas; ahora ya está curada y puede levan-
tarse. ¿Quieren ponerse de pie estas personas y pasar al frente
del auditorio?”. Y en una demostración asombrosa y emotiva de
al gu na clase de fuerza extraordinaria en acción, estos individuos
se levantan y caminan hacia adelante.
No está en el alcance de este libro más que apuntar esos no-
torios ejemplos demostrativos que indican la existencia de pode-
res paranormales en posesión de seres que afirman haber hecho
contacto con una realidad superior; pero el lector debe saber que
hay un rico material disponible sobre este tema. Desde luego,
gran parte de él es absurdo, sensacionalista y con fines comercia-
les. Sin embargo, gran cantidad de la literatura la constituye do-
cumentación apremiante y elocuente acerca de dimensiones del
ser más allá del mundo físico.
En la historia del hombre ha habido ciertas figuras raras, su-
puestamente divinas, capaces de demostrar poderes extraordina-
rios de la manera más concreta, que no sólo han dicho que co-
nocían esa realidad superior, sino que ellos eran efectivamente
esa realidad, indicando así que habían trascendido por completo
la dualidad y se habían fundido en la unicidad del Universo.
Todos los conceptos que aborda este libro: el asunto de la
realidad subyacente en el caduceo, los límites de las posibilidades
humanas, la finalidad de la vida, la realidad de Dios y la naturale-
za del sendero hacia Él; todas las preguntas más profundas que
son objeto de ansiedad en nuestra existencia y para las cuales
anhelamos respuestas a fin de poder ajustar nuestras vidas con la
verdad, las contesta la aparición de esos seres magníficos. Sus
apariciones sobre la Tierra han tenido un impacto monumental
en la humanidad. Son los momentos más brillantes de ésta.
Ellos demuestran, por la naturaleza, calidad y ritmo mismos
de sus vidas, la realidad de las dimensiones superiores, el miste-
rio imponente de ese algo más allá. Y por el milagro de su amor
y aliento, dan fe, fuerza y dirección a nuestras vidas, creando en
muchos la Bienaventuranza y el Amor que vienen del contacto
con lo Divino. Sólo un puñado de esas figuras divinas son bien
conocidas para el mundo hoy en día; entre ellas, los legendarios
Rama y Krishna en la tradición hindú, Buda y Jesucristo.
108

- 108 - SAMUEL H. SANDWEISS

En este libro me propongo presentarles a otra: Sathya Sai


Baba, que en mi opinión es la prueba vi va más brillante, más cla-
ra de una realidad superior; que encarna una evidencia objetiva
que se puede observar y evaluar. Él mismo ha dicho que en ver-
dad somos singularmente afortunados, ya que ningún otro Ava-
tar —encarnación de Dios o el espíritu de Dios— ha actuado
con tanta libertad y tan abiertamente entre la gente, permitiendo
a todos ver y experimentar la grandeza que personifica. Pide a la
gente que vaya, lo evalúe, lo escrute, lo investigue y luego saque
sus propias conclusiones.
De todas las reacciones y fenómenos emocionales, psicológi-
cos y sociales que he observado, de todos los sucesos por los
cuales he pasado, ninguno ha igualado al misterio y magnificen-
cia de mi acontecer con Sai Baba. Él me enseñó que el impulso
y anhelo innato más hondo, más intenso en nosotros, no es la
agresión o el dominio o la sexualidad, sino el fundirse, el regresar
al hogar divino.
Sai Baba me mostró dónde y por qué otras teorías psicoló-
gicas que he seguido carecen de perspicacia y son limitadas
cuando dejan de reconocer la realidad de Dios y la dimensión
espiritual. Me mostró cómo continuar, pese a todos los obstácu-
los, por el sendero espiritual. Siento que es un maestro tan pro-
fundo, tan penetrante, que las palabras o conceptos son insufi-
cientes para describirlo bien. Está más allá de cualquier defini-
ción o límite.

Bangalore: 8 a.m., 22 de mayo de 1972

Querida Sharon:
No hay duda en mi mente acerca de que Sai Baba es Divino.
Me asombro de decir tal cosa. ¿Qué puedo haber experimentado
yo, un científico racional, para expresar algo así? Creo que ni si-
quiera puedo comunicar lo que aconteció. Sé que todo esto no
es hipnosis, ilusión colectiva, alucinación, histeria, efecto del cho-
que cultural ni intoxicación por drogas. Es demasiado simple de-
cir que vi una materialización y luego, de pronto, cambié. Me
maravillo del fenómeno; soy incapaz de relatarlo por completo
pero estoy lleno de alegría al poder compartirlo con tantos otros
que también lo han presenciado.
109

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 109 -

Creo que Baba es una encarnación de Dios. Ahora percibo


con claridad que todas esas narraciones de la literatura hindú,
cristiana y hebrea no son simbólicas; realmente hay un nivel es-
piritual de la realidad que se puede manifestar. Una de las sensa-
ciones más admirables que he tenido ha sido la de experimentar
de qué manera tan repentina puede uno cambiar al contemplar
esta realidad superior. Es como si una persona saltara de un nivel
de conciencia a otro; todo parece diferente.
Cuando hablo con gente devota de Baba puedo ahora sentir
una cierta vibración sutil entre nosotros que nos dice que hemos
conocido una realidad nueva; y al charlar con los que no son de-
votos es evidente que simplemente no entienden ciertos matices
de significado y expresión usados por aquellos que lo son. No
puedo describir con más claridad lo que sucede durante este
cambio repentino; sólo sé que puedo ver mi vida poderosamente
alterada por este acontecimiento y esta visión de una realidad
nueva que embellece todo lo que miro.
Si soy lo bastante fuerte para continuar comprendiendo la
importancia de todo esto, sé que cambiaré profundamente. Aho-
ra veo con claridad que hay leyes morales y espirituales que go-
biernan nuestra existencia —leyes que debemos observar— quizá
aún más reales que las leyes científicas. Si las acatamos, nos con-
ducirán más cerca de la verdad, la bienaventuranza y el sentido
últimos; si las despreciamos, nos llevarán al dolor, la insensatez y
el sufrimiento. Qué extraño es para mí creer tan cabalmente en
una realidad superior, en un nivel de cosas más elevado, cuando
apenas hace unos días aún dudaba y era un escéptico.
Ayer presencié más milagros. Es como si Baba me estuviera
permitiendo observar de cerca este poder maravilloso. Precisa-
mente ante mis ojos vi la creación de un anillo para un profesor
visitante; también mucho vibhu ti . He conocido a muchas, mu-
chas personas que me han contado del misterioso conocimiento
de Baba acerca de los secretos más íntimos de ellas. En el ash-
ram se aproxima a la gente que discute y al instante agrega pe-
netración y sentido a su conversación, sin antes haber estado físi-
camente presente para saber de qué hablaban.
En resumen, quiero decir que estoy presenciando en colores
vívidos y sintiendo en la carne misma un prodigio un millón de ve-
ces más asombroso que los cuentos de hadas que les he narrado a
110

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mis cuatro dulces niñas. En efecto, ahora creo que esas historias
de brujas y ángeles, monstruos y dioses, probablemente se refieren
a una dimensión del ser más auténtica que el mundo físico al que
consideramos la vida real. Ahora me doy cuenta de que en verdad
hay cosas como la magia negra y el mal, los ángeles y los dioses.
Me siento bendito por estar aquí para experimentar tal fenó-
meno. El amor y la protección de Baba son más palpables para
mí; mis recelos y preocupación de hace unos días al contemplar
ese poder se están disipando. Baba se muestra amantísimo: está
por doquier, haciendo dones a cada uno con una energía sin fin.
No concibo cómo un ser humano puede desempeñar con tanto
vigor las tareas que Él hace. Su sonrisa es entusiasmante y puede
cambiar de una expresión candorosa a una feroz en un abrir y
cerrar de ojos. Después de presenciar la manifestación de sus
poderes y ver materializaciones en directo, estoy convencido de
que los cientos de historias que he oído de él son verídicas.
Comprendo que mi tarea en lo venidero es concordar con
ciertos elementos en mi vida para adaptarme más plenamente al
pensamiento de Baba. Sus enseñanzas son claras: Él muestra el
camino. Predica la meditación y el contacto incesantes con Dios;
pide que uno se consagre a propósitos divinos y lleve un modo
de vida recto; que no admita pensamientos o acciones malos; de-
manda el control y desapego de las emociones, la orientación
adecuada de las pasiones. Disciplina, disciplina; trascender el ni-
vel de los placeres corporales. No pierdas un segundo del tiempo
precioso, recuerda tu meta espiritual, trabaja con ahínco, dedíca-
te a Dios, busca la sabiduría. Luché terriblemente contra lo que
creí era un moralismo puritano; pero después de contemplar la
grandeza de Baba no puedo más que aceptar plenamente lo que
dice. En verdad es magnífico.
La hora de mi regreso a casa se acerca y me emociona el
pensamiento de verlas pronto.
Con todo mi amor, Sam.

6:30 a.m., 24 de mayo

Mi querido amor:
Ayer tuve un día durísimo y doloroso. Me puse muy enfermo,
con una temperatura de 39.8° y dolor en todo el cuerpo, diarrea
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 111 -

y espasmos abdominales. Estaba aturdido y muy incómodo. Aun-


que, como tú sabes, por lo general me asusta hallarme en este es-
tado, me encontraba asombrosamente en paz, a pesar de que su-
fría mucho. Presentía la protección de Baba. Subió a verme en
persona, me tomó el pulso y dijo que me aliviaría pronto. Lloré
después de esto, sintiendo que se preocupaba lo suficiente como
para acercarse a mí. Hoy me siento mucho mejor.
Solía cohibirme al admitir mi dependencia, pero ahora me he
convencido de que este género de dependencia es realista, ya que
el ser humano es en realidad muy frágil y vulnerable, y anhela en-
trar en contacto con su Padre y avanzar hacia una realidad supe-
rior. En efecto, creo que éste es probablemente el instinto más
básico del hombre y representa la verdadera labor de su vida.
Las últimas conferencias han sido un poco mejores. Una ver-
só sobre Sri Aurobindo. Se le considera un santo que en una
época de su vida fue encarcelado y confinado en una celda solita-
ria por causa de sus actividades de resistencia al gobierno inglés.
Luego de un lapso breve irrumpió en otro nivel de conciencia y
durante catorce días sostuvo conversación con un gran yogui di-
funto, Swami Vivekananda, quien le enseñó principios más pro-
fundos en la práctica del yoga. Después de su liberación escribió
sobre lo que había aprendido de su contacto con esa dimensión
superior y así aportó luz y vida renovadas a la espiritualidad. Tan
pronto como fue liberado de la prisión abrió un ashram y vivió
cuarenta años en un solo cuarto, sin salir jamás.
Imagínate; sólo un loco o un santo podría hacer algo así. Se
le tiene por un científico de la conciencia que, evidentemente,
encontró todo en el espacio interior y no necesitaba estar en nin-
gún momento en el mundo que consideramos el espacio exte-
rior, excepto para conquistarlo. Esta clase de enfoque respecto a
la sabiduría es profundamente fascinante para mí. En contraste
con la insistencia occidental en lo cerebral y en la adquisición de
conocimiento intelectual, un yogui podría estar colgado de un ár-
bol con un brazo durante diez años y aprender por medio de esa
técnica todo lo que hay que saber. Extraño, pero cierto.
Esta organización cósmica de las cosas, este entretejido de las
realidades me sigue entusiasmando y emocionando. Para mí es ab-
solutamente asombroso que nosotros, como humanos, podamos
desligarnos de nuestra realidad cotidiana —aquí la gente la llama
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ilusión—y ascender a una conciencia mayor en la cual realmente


estamos en contacto con grandes espíritus del pasado o del futuro.
He leído de niveles de conciencia superiores y a diario presencio
una prueba objetiva de la existencia de ellos y las cualidades que
uno puede desarrollar a medida que su evolución es mayor.
Es evidente que el hombre tiene que hacer a un lado su ape-
go a la vida material y sensual y esforzarse por lo espiritual. Baba
ha afirmado que su finalidad es devolver a la vida recta tanto a la
gente como al mundo. Dice que no fallará. Es obvio que debo
ocuparme por mi transformación a fin de convertirme en un
hombre espiritual.
Amor, Sam.

8 a.m., 25 de mayo

Queridísimas Sharon y familia:


Cada día aprendo cosas nuevas. Ayer vino el doctor S. Bha-
gavantam, físico nuclear muy conocido y de reputación interna-
cional. Su veneración, suavidad, humildad, gentileza y respeto
me llenaron de profunda reverencia. Lo vi postrarse a los pies de
Baba y luego acercarse a Él con humildad para hacer tímidamen-
te una pregunta. Baba sonrió y se dirigió a una cesta que conte-
nía paquetes de vibhu ti ; le dio un puñado. Entonces el renom-
brado científico se volvió y se alejó con una sonrisa que reflejaba
satisfacción completa.

10 p.m., 27 de mayo

Queridísimas Sharon y familia:


Es tarde; me siento cansado, he estado en pie mucho tiempo;
el día de hoy empezó a las tres de la mañana. Participé en el Na-
gara-San kir tan , una costumbre restablecida por Baba que se está
extendiendo por la India. A las cinco de la mañana por las calles
de una ciudad cercana ya estaba caminando descalzo con los estu-
diantes varones y cantando bhajans, cantos devocionales que repi-
ten los nombres de los muchos diferentes aspectos o formas de
Dios que Él ha adoptado al aparecerse al hombre a lo largo de to-
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 113 -

da la historia. Baba dice que es conveniente sentirse movido por


vibraciones tan santas como el canto del Nombre de Dios, y es
muy impresionante ver a esta congregación de hombres caminan-
do por la ciudad en una actitud tan espiritual y devota. Pero yo es-
toy muy cansado ahora y apenas puedo describir lo que hicimos.
También vi hoy, por primera vez, la energía que vibra en la
cabeza de Baba: pude ver con claridad su aura. Este debe ser el
halo que pintan alrededor de la cabeza de los santos. ¡Qué acon-
tecimiento!
Amor, Sam.

9 a.m., 29 de mayo

Muy amada Sharon:


El de ayer fue un día muy agitado también. De nuevo des-
perté a las 3 a.m., de modo que pudiéramos llegar a la casa de
Baba a tiempo para cantar en las calles. Me he estado sintiendo
crónicamente débil y cansado a causa de este horario.
Pese a todo, sucedió algo emocionante. La ansiedad me está
invadiendo porque arreglé mi partida para el día 31 y todavía no
he tenido una entrevista personal con Baba. Comencé a pensar
que no obtendría esta oportunidad, así que pregunté a la gente lo
que debía hacer. Alf comprendió que como yo estaba a su cuidado
era su deber preguntarle a Baba; cuando lo hizo, Baba dijo que yo
no me iría el 31 sino el 1°. De modo que ahora debo apresurarme
y cambiar las reservaciones del avión. Imagino que esto significa
que debo quedarme para ver las ceremonias de clausura de los cur-
sos de verano, que tendrán lugar el último día del mes. También
tengo la esperanza de que Él me vea. Estoy de muy buen humor.
Amor, Sam.

12:45 a.m., 2 de junio —sentado en un aeroplano esperando


que despegue de Bombay hacia Nueva York—

Mi querido amor:
Estoy aguardando el despegue del avión que me llevará a ca-
sa; es enorme mi ansiedad por verlas y estar con todas. Los últi-
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- 114 - SAMUEL H. SANDWEISS

mos días fueron agitados y desacostumbrados. Retrasar mi parti-


da hasta el 1° de junio me permitió ver el acto de clausura de los
cursos de verano. Fue impresionante y puso de manifiesto el he-
cho de que Baba está interesado vitalmente en la educación y
que mucha gente importante de la India está entre sus seguido-
res. Estuvieron presentes numerosos altos funcionarios que pro-
nunciaron algunos discursos en la ceremonia.
También me di cuenta de que muchas personas quisieran ver
a Baba pero pocas logran entrar a visitarlo en la intimidad.
Aconsejé a varios jóvenes norteamericanos que lo visitaran, y lle-
garon, pero sólo para sentarse a la puerta durante largas y calu-
rosas horas e irse por fin desanimados. Fui afortunado en extre-
mo al estar tan cerca de Baba y en especial al contar con un guía
tan excelente, y ahora amigo íntimo, en Alf. Sin embargo, espe-
rando tener una entrevista personal me mantuve expectante...
pero Baba apenas me concedió una mirada.
Antes de partir, esta mañana fui temprano al ashram y Él no
bajó a verme. Para no hacer el cuento largo, no tuve una entre-
vista personal y me voy más bien descorazonado y herido, a no
ser por algunas salvedades importantes. Una: sé que Baba posee
un conocimiento mayor que el mío y que lo que deseo podría no
ser lo que necesito; lo que Él hace no se debe poner en duda. En
segundo lugar, he obtenido todo aquello por lo que vine, y más:
Él me hizo reconocer la existencia de una realidad superior y me
convenció de Su grandeza. Su importancia y significado son muy
profundos para mí. Me concedió un don precioso, y el que no
me haya visto individualmente debe ser lo conveniente para mí.
Así pues, heme aquí en un avión más bien sofocante, espe-
rando el despegue y pensando siempre en ti. ¡Al fin!, el avión se
mueve ya y debo abrocharme el cinturón. Te veré pronto.
Amor, Sam.
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PARTE II
REGRESO A CASA
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Para la protección de los vir tuosos, para la destrucción


de l os mal va dos y pa ra el es ta bl eci mien to de l a Recti tud
(Dharma) sobre u na base fir me Yo en car no de E dad en E dad.
Siem pre que asanthi, o desar moní a, agobia al mun do, el Se-
ñor en car na en for ma hu mana a fin de insti tuir las ví as para
obtener Prashanti, o Paz Espi ri tual Su prema, y en señar de
nuevo a la hu mani dad los sen deros de la Paz. En la actuali -
dad, la ri vali dad y la discor dia han robado la paz y la u ni dad
a la fami lia, la escuela, la sociedad, las reli giones, las ciu da-
des y el país.
La llegada del Señor tam bién era esperada an siosamen te
por los san tos y los sabios. Los sadhus (aspi ran tes espi ri tua-
les) oraron y he veni do. Mis prin ci pales tareas son el fomen -
tar el conoci mien to de los Vedas (las Escri tu ras hin dú es) y el
im pul sar a los devotos. La vir tud de ustedes, su au tocon trol,
su desapego, su fe, su fir meza, son las señales por medio de
las cuales el mun do se en tera de Mi Gloria. Ustedes pueden
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proclamar que son devotos solamen te cuan do se hayan pues-


to total y com pletamen te en mis manos, sin restos de ego.
Ustedes pueden gozar de la Bienaven tu ran za por medio de la
ex perien cia que les con fiere el Avatar. El Avatar se con du ce
de manera hu mana a fin de que la hu mani dad pueda sen tir
afi ni dad, pero se eleva hasta al tu ras sobrehu manas para que
la hu mani dad pueda aspi rar a al can zar las, y a través de esa
aspi ración, lo al can ce real men te a Él. La tarea para la cual
Él ha veni do en for ma hu mana consiste en que ustedes se
den cuen ta de que el Señor está en ustedes y los hace actuar.
Los Avatares como Rama y Krishna tu vieron que destruir
a in di vi duos que podí an ser i den ti fi cados como enemi gos del
modo de vi da dhár mi co (recto) y así restau rar el ejer ci cio de
la vir tud. Pero ahora no hay al guien com pletamen te bueno,
¿y quién merece la protección de Dios? Todos están man cha-
dos por la per ver si dad, ¿y quién sobrevi vi rá si el Avatar deci -
de arrasar la mal dad? Así, Yo he veni do para en men dar el
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buddhi (la in teli gen cia), por varios medios. He de acon sejar,
ayu dar, or denar, con denar y apoyar a todos como un ami go
bienamado, con el objeto de que puedan aban donar todas
esas malas propen siones, y reconocien do el cami no recto se
en cami nen por él y lleguen a la meta. Ten go que revelar a la
gen te la im por tan cia de los Vedas, los Sastras y otros tex tos
espi ri tuales que establecieron las nor mas. Si me aceptan y di -
cen: “Sí”, Yo tam bién respon deré y di ré: “Sí, sí, sí”. Si me re-
hú san y di cen: “No”, Yo tam bién repi to: “No”. Ven gan, exa-
mi nen, ex peri men ten, ten gan fe, és te es el método pa ra
aprovechar me.
Yo no men ciono a Sai Baba en nin gu no de mis discur sos,
pero llevo el nom bre como Avatar de Sai Baba. Yo no le doy
im por tan cia en absolu to a la distin ción en tre las varias apa-
rien cias de Dios: Sai, Rama, Krishna, etc. Yo no proclamo
que éste sea más im por tan te o que otros lo sean menos. Con -
ti nú en adoran do al Dios de su elección de la manera que les
es fami liar; en ton ces se darán cuen ta de que se están acer -
can do más y más a Mí; por que todos los nom bres son Mí os y
todas las for mas son Mí as. No hay nin gu na necesi dad de
cam biar su Dios elegi do y adoptar u no nuevo después de ha-
ber me visto y oí do.
Cada paso en el trán si to del Avatar está predeter mi nado.
Rama vi no para nu trir las raí ces de Sathya, o Ver dad, y de
Dharma, o Recti tud. Krishna vi no para fomen tar Shanti, o Paz,
y Prema, o Amor. Ahora estas cuatro vir tu des están en peli gro
de ex tin guir se. Por ello ha veni do el presen te Avatar. El Dhar-
ma que habí a hui do a los mon tes debe ser con du ci do de nue-
vo a los pueblos y ciu dades. El antidharma que está arrui nan -
do los pueblos y ciu dades debe ser rechazado a la sel va.
He veni do para dar les la llave del tesoro de Ananda o
Bienaven tu ran za; para decir les cómo aprovechar este manan -
tial, pues ustedes han ol vi dado el cami no que con du ce a la
Bienaven tu ran za. Si ustedes desper di cian esta opor tu ni dad
de sal var se es por que ése es su desti no. Han veni do para ob-
tener de Mí oropeles y cachi vaches, las pequeñas cu ras y las
mejoras mez qui nas, la alegrí a y el con fort mun danos. Muy
pocos de ustedes desean obtener de Mí lo que he veni do a
dar les, es decir, la Li beración misma, y en tre esos pocos, los
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 119 -

que si guen el cami no de sadhana, o prácti ca espi ri tual, y lo


logran, se cuen tan con los dedos de la mano.
Su in teli gen cia mun dana no puede desen trañar los mo-
dos de obrar di vi nos. Dios no puede ser reconoci do por el
mero ejer ci cio in telectual. Us tedes pueden benefi ciar se de
Dios, pero no pueden ex pli car lo. Sus ex pli caciones son sim -
ples su posi ciones, in ten tos de revestir su ignoran cia con ex -
presiones pom posas. Pon gan al go en su prácti ca diaria que
pruebe que han conoci do de Mí el secreto de la vi da su perior.
Demuestren que sien ten mayor frater ni dad, que hablan con
más dul zu ra y au tocon trol, que con llevan tan to las derrotas
como las victorias con tran qui la resignación. Siem pre he es-
ta do en tera do del fu tu ro, el pa sa do y el presen te de ca da
uno de ustedes; por ello lo que me mueve no es la mi seri cor -
dia. En vista de que conoz co el pasado, los an teceden tes, la
reacción es di feren te. Lo que su cede es con secuen cia de ac-
ciones malas hechas deli beradamen te en la vi da an terior y
por esto dejo que su su fri mien to con ti nú e, a menu do modi fi -
cado por cier ta pequeña com pen sación. Yo no cau so alegrí a
ni aflicción. Ustedes son los for jadores de esas cadenas que
los atan. Yo soy Anandaswarupa (En car nación de la Biena-
ven tu ran za). Ven gan y tomen Ananda de Mí. Moren en Anan-
da (Bienaven tu ran za) y llénen se de Shanti (Paz).
Mis actos son los ci mien tos sobre los cuales estoy cons-
tru yen do Mi obra, la tarea para la cual he veni do. Todos los
actos mi lagrosos que ustedes obser van deben in ter pretar se
así. Las cor ti nas de un di que requieren u na variedad de ma-
teriales. Sin éstos no du rarí an ni sopor tarí an la fuer za del
agua. Una en car nación del Señor debe ser aprovechada de
di feren tes for mas por el hom bre para su elevación.
El Señor no tiene in ten ción de hacer se propagan da. Yo
no necesi to pu bli ci dad ni la necesi ta nin gún otro Avatar del
Señor. ¿Qué se atreven ustedes a di vul gar? ¿A Mí? ¿Qué sa-
ben de Mí? Un dí a di cen u na cosa de Mí, otro dí a u na di fe-
ren te. Su fe no se ha afir mado. Me alaban si las cosas mar -
chan bien y me cul pan si mar chan mal. Cuan do comien zan a
hacer pu bli ci dad descien den al ni vel de los que com pi ten pa-
ra con seguir ri queza deni gran do a los demás y en sal zán dose
a sí mismos.
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- 120 - SAMUEL H. SANDWEISS

Don de se recau da, acu mu la o ex hi be di nero no me pre-


sen taré. Voy solamen te don de la sin ceri dad, la fe y la en tre-
ga son esti madas. Sólo las men tes in feriores se regodean en
la pu bli ci dad del au toen gran deci mien to. Esto no tiene razón
de ser en el caso de los Avatares. No preci san propagan da al -
gu na.
El estableci mien to del Dharma (Recti tud) es Mi meta. La
en señan za del Dharma, la di fu sión del Dharma es Mi objeti -
vo. Estos mi lagros, como los llaman ustedes, son sim plemen -
te medios para lograr este fin. Al gu nos de ustedes hacen no-
tar que Ramak rishna Paramaham sa (san to in dio) di jo que los
siddhis o poderes yógui cos son obstácu los en el cami no del
sadhaka (as pi ran te es pi ri tual). Es cier to, los siddhis pueden
descarriar al sadhaka, el aspi ran te espi ri tual. Él debe seguir el
cami no recto sin dejar se en vol ver por ellos. Su ego lo hará
caer si cede a la ten tación de demostrar sus poderes yógui -
cos. Este es el con sejo correcto que cada aspi ran te debe escu -
char. Pero el error está en i gualar me con un sadhaka, como
el que Ramakrishna querí a a yu dar, guiar y prevenir. Es tos
siddhis o poderes yógui cos están preci samen te en la natu rale-
za del Avatar; la producción de cosas con la in ten ción de pro-
teger y dar alegrí a como u na creación espon tánea y per ma-
nen te. La preser vación y la di solu ción sólo pueden ser lleva-
dos a cabo por el Todopoderoso... por nadie más.
Los cí ni cos cri ti can sin saber. Si estu diaran los Sastras o
Escri tu ras, o cul ti varan la ex perien cia di recta, podrí an en ten -
der me. Su pereza in nata les im pi de hacer los ejer ci cios espi ri -
tuales necesarios para descu brir la natu raleza de Dios. Esta
pereza debe desaparecer. Debe ser eli mi nada de la natu rale-
za del hom bre en cual quier for ma que se mani fieste. Esta es
Mi mi sión. Mi tarea no es meramen te cu rar y con solar y po-
ner fin a sus aflicciones in di vi duales, si no al go mu chí si mo
más im por tan te. El poner fin a las aflicciones y las an gustias
es in ci den tal en Mi mi sión. Mi tarea prin ci pal es el restableci -
mien to de los Vedas y los Sastras (Escri tu ras espi ri tuales) y la
revelación del conoci mien to de los mismos a todos. Esta ta-
rea ten drá buen éxi to. No será coar tada. No será frenada.
Cuan do el Señor deci de y or dena, Su Volun tad Di vi na no
puede ser obstacu li zada.
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 121 -

Qui zá hayan oí do decir que lo mí o es pu ra magia, pero la


mani festación de poderes di vi nos no debe in ter pretar se en
tér mi nos de magia. Los magos hacen sus tru cos para ganar se
la subsisten cia, la fama y las ri quezas mun danas. E llos se ba-
san en la fal sedad y medran en el en gaño, pero este cuer po
nun ca descen derá a ni veles tan bajos. Este cuer po ha veni do
por que el Señor así lo deter mi nó. Esta deter mi nación la to-
mó para apoyar a Sathya, o Ver dad. Una resolu ción di vi na es
siem pre u na resolu ción justa. Recuer den, no hay nada que el
Poder Di vi no no pueda acometer; puede transmu tar la tierra
en cielo y el cielo en tierra. Du dar esto es probar que son de-
masiado débi les para aprehen der gran des cosas, la gran deza
del Uni ver so.
He veni do para instruir los a todos en la esen cia de los
Vedas; pa ra derra mar sobre todos es te don precioso; pa ra
proteger el Sanathana Dharma, la An ti gua Sabi du rí a, y pre-
ser var la. Mi mi sión es la de traer les la feli ci dad y por eso es-
toy siem pre listo para an dar en tre ustedes no u na vez, si no
dos, tres, tan a menu do como deman den.
Mu chos de ustedes qui zá pien sen que dado que viene a
Puttaparti gen te de todas par tes de la In dia y de paí ses ex -
tran jeros, ella debe estar derraman do sus con tri bu ciones en
los cofres del Nilayam (Prashan ti Ni layam: nom bre del ash-
ram de Sai Baba). Pero déjen me declarar la ver dad. No acep-
to nada de nadie, ex cepto su amor y devoción. Esta ha si do
mi prácti ca constan te du ran te todos estos años. Las per sonas
que vienen aquí sólo me han dado la ri queza de su fe, de su
devoción y de su amor. Es todo.
Mu chos vienen a Mí con problemas de salud y preocu pa-
ciones men tales de u na especie u otra, que no son más que
señuelos para atraer los aquí, pero el fin prin ci pal es que ad -
quieran Gracia y for talez can su fe en lo Di vi no. Los proble-
mas y preocu paciones, en reali dad, deben ser bien veni dos,
pues en señan la lección de la hu mil dad y de la reveren cia. El
correr en pos de las cosas ex ter nas produ ce todo este descon -
ten to. Este género de deseo no tiene fin. Una vez que se con -
vier tan en esclavos de los sen ti dos, éstos no los dejarán li bres
hasta que ustedes mueran. Produ cen u na sed in saciable. Pe-
ro llamo a ustedes hacia Mí y hasta les doy regalos mun da-
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- 122 - SAMUEL H. SANDWEISS

nos para que vuel van la cara hacia Dios. Nin gún Avatar ha
hecho esto an tes; esto de ir por en tre las mul ti tu des acon se-
jan do, guian do, con solan do, elevan do y di ri gien do por el ca-
mi no de Sathya, Dharma, Shanti y Prema.
Mis acti vi dades y hechos jamás serán al terados, cual quie-
ra que sea la opi nión que merez can. No modi fi caré Mis pla-
nes para Dharmasthapana (estableci mien to de la Recti tud), ni
Mis discur sos ni Mis acciones. He per severado en esta deter -
mi nación por mu chos años y estoy ahora dedi cado a la tarea
para la cual he veni do, o sea la de in cul car fe en el cami no
de Prashanti (Paz Espi ri tual Su prema). No me deten dré ni re-
trocederé un solo paso.
Ni el más gran de cien tí fi co puede en ten der me median te
sus conoci mien tos de gabi nete. Estoy siem pre lleno de Biena-
ven tu ran za. Ocu rra lo que ocu rra, nada puede in ter poner se
en la sen da de mi disposi ción favorable. Por ello puedo im -
par tir les feli ci dad a ustedes y hacer que su car ga sea más li -
gera. Nun ca me a legro cuan do me en sal zan, ni me a poco
cuan do me vi li pen dian. Con tados son los que se han per cata-
do de Mi propósi to e im por tan cia, pero esto no me preocu pa.
Cuan do se me atri bu yen cosas que no están en Mí, ¿por qué
habrí a de preocu par me? Cuan do se men cionan cosas que es-
tán en Mí, ¿por qué habrí a de alegrar me? Yo siem pre di go:
“Sí, sí, sí”. Si ustedes se con sagran y se rin den al Señor, Él
los protegerá y guiará. El Señor ha veni do preci samen te para
esta tarea. Está declaran do que esto es lo que hará y ésa es
la ver dadera tarea que me ha traí do aquí. Conoz co la agi ta-
ción de sus corazones y sus aspi raciones; pero ustedes no co-
nocen Mi corazón. Reacciono an te el dolor que están su frien -
do y an te la alegrí a que sien ten por que estoy en sus corazo-
nes. Soy el morador del tem plo de cada corazón. No pier dan
Mi con tacto y com pañí a, pues sólo cuan do el car bón se jun ta
con las brasas se puede con ver tir tam bién en brasa.
Cul ti ven la cer caní a con mi go en su corazón y serán re-
com pen sados. En ton ces ustedes tam bién ad qui ri rán u na frac-
ción de ese Amor Su premo. Esta es u na gran opor tu ni dad.
Con fí en en que serán li bera dos. Sepan que es tán a sal vo.
Mu chos vaci lan en creer que las cosas van a mejorar, que la
vi da será feliz y llena de alegrí a para todos y que habrá de
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 123 -

vol ver la E dad de Oro. Per mí tan me que les asegu re que este
Dharmaswarupa, este cuer po Di vi no, no ha veni do en vano.
Ten drá buen éxi to en con ju rar la cri sis que em bar ga a la hu -
mani dad.1

1 Palabras de Sai Baba a sus devotos cuando cumplió 43 años (23 de noviem-
bre de 1968).
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125

11
EL AVATAR

En la religión hindú un Avatar es un ser extraordinario, la


personificación milagrosa de lo Divino, que encarna para el bie-
nestar de la humanidad. Por definición, el Avatar manifiesta die-
ciséis cualidades especiales. Las más profundas, que lo distinguen
con claridad del hombre mortal, son su completo dominio y tras-
cendencia del mundo físico, incluyendo la facultad de materializar
objetos a voluntad; otras son las cualidades de Omnisciencia,
Omnipresencia y Omnipotencia, la aptitud de transmitir una co-
rriente de Amor puro e inagotable y una Gracia especial que
trasciende todas las circunstancias del kar ma (el resarcimiento
exigido por los actos llevados a cabo en el pasado), que se paten-
tiza en su poder de transformar milagrosamente la vida de una
persona por un acto de Voluntad Divina. Tradicionalmente, en la
religión hindú se cree que el último Avatar completo fue Krish-
na, que vivió hace cerca de cinco mil años.
Sai Baba establece esta distinción entre un Avatar y un aspi-
rante espiritual o un individuo espiritualmente evolucionado: los
dos últimos pueden ascender, por medio de la práctica espiritual,
a niveles superiores de autorrealización, incluso quizá desarro-
llando sidd his o poderes yóguicos. Por contraste, el Avatar nace
con plena conciencia. Más que nacer en la Tierra y ascender al
cielo o a planos de la existencia superiormente evolucionados, el
Avatar , ya Divino por completo, elige descender a la Tierra.
126

- 126 - SAMUEL H. SANDWEISS

Las acciones del Avatar son completamente libres. No están


ligadas al kar ma ni determinadas por él. Su vida es un acto de
amor, un gran juego, una expresión pura de lo Divino. Su tarea
es con ceder paz y alegrí a, dar un sen ti do de pleni tud a los
bus ca dores que se han es for za do l ar go tiem po, a l en tar el
Dharma (la Recti tud), su pri mir el mal, abatir a los mal vados.
El descen so de Dios a la Tierra, la en car nación de lo in for me
en u na for ma, es la con creción del an helo de los que buscan.
Es la dul zu ra soli di fi cada de la devoción de los aspi ran tes a
Dios.1
El Avatar es considerado poseedor de un conocimiento total
del pasado, el presente y el futuro, así como de una conciencia ca-
bal de su misión y el curso de su vida. Escogiendo el lugar y la fami-
lia de su nacimiento, elige ser encarnado a fin de traer amor al mun-
do físico y elevar la conciencia espiritual de los hombres. Baba de-
clara que Él es un Avatar completo y que su aparición sobre la Tie-
rra ha sido profetizada en la literatura sacra, incluyendo la Biblia.
Sai Baba vino al mundo en Put tapar ti , un remoto pueblo en
el sur de la India, el 23 de noviembre de 1926, y se le dio el ape-
llido de Sathyanarayana Raju. Las anécdotas familiares y de los lu-
gareños hablan de “milagros” que empezaron a ocurrir poco an-
tes de su nacimiento. Por ejemplo, se dice que los instrumentos
musicales de la casa familiar tocaron por sí solos. Se cuenta otro
incidente extraordinario que sucedió poco después de que había
nacido el bebé: alguien notó movimientos bajo sus mantas en el
piso y rápidamente lo tomaron en brazos. Debajo de las mantas
había una mortífera cobra, que por alguna razón no había dañado
al pequeño. (La cobra, por coincidencia o no, es el símbolo de
Shi va, un miembro de la santa trinidad del hinduismo.)
Desde la infancia se evidenció que el joven Sathya era bas-
tante diferente de sus compañeros de juegos. Aunque su familia
comía carne, Él era un vegetariano natural que aborrecía el pen-
samiento de matar animales. Era servicial en extremo con toda la
gente del pueblo; trabajaba desinteresadamente y llevaba con fre-
cuencia indigentes a su casa a fin de que sus padres los alimenta-
ran, aunque ellos lo reñían a menudo por lo que creían una ge-

1 El Bhagavata (la versión de Sai Baba de las Escrituras Hindúes), Editorial


Errepar, Buenos Aires, Argentina.
127

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 127 -

nerosidad improcedente de Él. Sus compañeros de juegos lo lla-


maban “gurú”, porque los dirigía en cánticos devocionales antes
de entrar a la escuela y los fascinaba y divertía extrayendo dulces
y juguetes de una bolsa aparentemente vacía.
Ocurrió un misterioso incidente cuando Sathyanarayana te-
nía trece años. Un día, mientras jugaba fuera, lanzó un grito y
brincó agarrándose uno de sus descalzos pies. Su familia temía
que le hubiera picado un escorpión y no sobreviviera. Pero esa
noche durmió sin dolor ni malestar aparentes. Veinticuatro horas
más tarde perdió el sentido y permaneció así durante un día.
Cuando despertó, su conducta era extraña; alternaba períodos
de inconsciencia con lo que parecían ser estados de trance. Em-
pezó a cantar y a citar largos pasajes de poesía y filosofía sáns-
crita, fuera del alcance de su educación formal.
A veces se ponía rígido y a quienes estaban a su alrededor
les parecía que abandonaba su cuerpo; luego describía lugares
distantes que sus padres decían que nunca había visitado y gente
que, según ellos sabían, jamás había conocido. Reía y lloraba, ex-
plicaba complicadas doctrinas religiosas. ¿Estaría poseído por es-
píritus malignos?
Sathya sufrió un período torturante, ya que sus padres lo
llevaron con exorcistas por toda aquella región del país. Un
exorcista famoso y temido, para quien el demonio en el mucha-
cho se había convertido en un reto personal, rasuró la cabeza
de Sathya, le hizo tres incisiones en forma de cruz en el cráneo
y luego virtió material cáustico en la herida, así como en los
ojos hasta que se inflamaron, hasta que casi se cerraron. Por fin
sus padres no pudieron soportar más estas ordalías y pidieron
detenerlas, aunque en apariencia su hijo no estaba curado.
Baba declaró con posterioridad que desde entonces demos-
traba que Él está por encima del placer y el dolor, por encima de
la dualidad. Reveló que de hecho no hubo una picadura real de
escorpión: Nin gu na pi cadu ra así podrí a crear un Sathya Sai
Baba, y si pu diera, los escor piones deberí an ser objeto de la
mayor veneración y adoración.
Dos meses después de la supuesta picadura, en mayo de
1940, el padre de Sathya vio una multitud reunida alrededor de
su hijo. Parecía que estaba materializando dulces y fruta a partir
del simple aire, y mucha gente se desplomaba gritando que Él
128

- 128 - SAMUEL H. SANDWEISS

era una encarnación de Dios. Confundido y frustrado por la ex-


traña conducta de su hijo y ahora por este despliegue de prestidi-
gitación, o peor, de magia negra, el padre de Sathya recogió una
vara y se acercó amenazadoramente: “¿Quién eres tú... quién
eres tú?”, preguntó con enojo.
Con voz calmada pero firme, el muchacho anunció: Yo soy
Sai Baba. Entonces procedió a relatar cómo había escogido esta
familia en particular para su encarnación en atención a las plega-
rias de un devoto sabio ancestral. Dijo que era la reencarnación
de un santo mahometano poco conocido, pero respetadísimo,
llamado Sai Baba de Shir di , quien vestía como musulmán, pero
llevaba ceniza en la frente al igual que un hindú. El primitivo Sai
Baba había muerto ocho años antes de que Sathya naciera, que
era el lapso que aquél había dicho a sus devotos que transcurriría
antes de su reencarnación.
Naturalmente, para muchos en el pueblo era difícil aceptar a
este muchacho, por más extraordinario y encantador que fuera,
como la reencarnación real de un hombre que sus seguidores
consideraban santo. En verdad, el joven Sathyanarayana empe-
zaba a ser más bien un misterio. Luego, un par de meses des-
pués, un jueves —el Día del Gurú en la India— un grupo de luga-
reños inquisitivos se le acercaron rogando: “¡Múestranos una se-
ñal!”.
Con un ademán rápido e inesperado, Sathya arrojó al piso
un ramo de flores de jazmín. Se cuenta que al caer formaron cla-
ramente —en escritura telugu, la lengua del pueblo— las pala-
bras “Sai Baba”.
Más tarde, Sathya dijo a su familia que ya no residiría con ella,
pues sus devotos lo llamaban y tenía que irse. Dejó la escuela en
octubre de su año decimotercero y comenzó a reunir seguidores
en torno de Él. El número de éstos creció y fue necesario estable-
cer un ashram donde hubiera la posibilidad de que vivieran con su
gurú, y los que buscaran su conducción lo vieran. La construcción
de Prashan ti Ni layam (la Morada de la Paz Eterna) continúa toda-
vía, en un intento por alojar al creciente número de devotos de Sai
Baba. Aquí y en Brin davan , su residencia de verano, Baba ha re-
cibido a millones de personas de la India y de todo el mundo.
Sai Baba dice que su nombre es significativo. “Sai” denota el
aspecto femenino del Universo y “Baba” el masculino; el nombre
129

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 129 -

completo expresa el enlace de los dos. También ha proclamado


que Él es la manifestación tanto de Shi va como de Shak ti , fases
del Universo y aspectos masculino/femenino de lo Divino. A al-
gunos les parece que revela estas dos cualidades: sus movimien-
tos son delicados y ligeros, a la vez que fuertes y autoritarios.
Baba habla con frecuencia de la vida de Shir di Sai Baba y
materializa retratos de él para sus seguidores e ilustra además sus
lazos con el santo mediante la formación de vibhu ti o ceniza sa-
grada. Shir di Sai Baba también distribuía ceniza entre sus devo-
tos, pero lo hacía tomándola de un hogar constantemente pren-
dido. Ahora, es evidente que Sai Baba de Puttaparti tiene este
fuego encendido en otra dimensión a la cual penetra con un sim-
ple movimiento de su mano para extraer, de una provisión apa-
rentemente ilimitada, la ceniza sagrada.
Se dice que Sai Baba ha efectuado la mayoría de los mila-
gros que se atribuyen a Jesucristo. Sus seguidores creen que Él

Rara fotografía de Shirdi Sai Baba (se-


gundo de la izquierda) con unos devotos.
130

- 130 - SAMUEL H. SANDWEISS

está por encima del tiempo y el espacio y no lo limitan las leyes


de la física. Informes bien documentados de testigos oculares dig-
nos de confianza —muchos de los cuales son citados a lo largo
de este libro— según parece demuestran que Baba puede leer las
mentes y ver hacia el pasado y el futuro; transportarse instantá-
neamente a cualquier parte del mundo y estar en muchos lugares
al mismo tiempo; adquirir diferentes formas; e influir en los ele-
mentos: aplacar tormentas, provocar vientos, conjurar al instante
catástrofes inminentes.
Hay relatos de que ha contraído la enfermedad o el daño de
una persona para preservar la salud de la misma o salvar su vida,
indisponiéndose físicamente en su lugar y curándose enseguida.
Otros informes dicen que cura mediante la materialización de
instrumentos quirúrgicos que Él mismo maneja con gran pericia,
o manifestándose Él mismo realmente en el cuerpo de un ciruja-
no para llevar a cabo operaciones peligrosas. Virtualmente, no
hay enfermedad de la cual se dé razón que no haya curado y hay
pruebas de que incluso resucitó a un devoto.
El yogui Suddhananda Bharathi, famoso poeta místico de la
India meridional, dijo en una conferencia que presidió Sai Baba:
“He practicado yoga por cincuenta años. Una vez observé las le-
yes del silencio durante más de veinte años, y he tenido contacto
con Sri Shir di Baba, Sri Ramana Maharishi , Sri Au robin do,
Sri Meher Ba ba 2 y otros. Como resultado de este sad ha na
(práctica espiritual), ahora he conocido a Sri Sathya Sai Baba”.
Yo vi ne, dice Baba, por que los hom bres buenos del mun -
do —el sabio, el sadhu y el sadhaka (aspi ran te espi ri tual), el
gurú y el piadoso— suspi raban por Mí. Regocí jen se los pu ros
y rectos.

La noche del 28 de junio de 1963, Baba pidió al se-


ñor N. Kasturi, su intérprete y biógrafo, historiador y de-
voto íntimo, que anunciara en el ashram que durante la
semana no se concederían entrevistas. A la mañana si-
guiente, temprano, Baba perdió el sentido de pronto.
Al principio, sus devotos íntimos pensaron que sim-
plemente había caído en un trance, como lo hacía a me-

2 Venerados santos indios.


131

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 131 -

nudo en el pasado cuando se suponía que viajaba en su


cuerpo sutil o astral para llevar asistencia urgente a un
adepto en algún lugar. Se sabía que estos trances duraban
unas horas; pero esta vez Baba permanecía inconsciente
por un lapso mucho más largo, hasta que sus devotos se
pusieron aprensivos y pidieron ayuda médica.
Además de un médico del hospital del ashram , fue lla-
mado de Bangalore el doctor Prasannasimba Rao, director
auxiliar de los Servicios Médicos del Estado de Mysore. Es-
te médico escribe, después de especificar todos los sínto-
mas: “El diagnóstico diferencial de tal estado... me inclina-
ba por el de meningitis tuberculosa, quizá con un tubercu-
loma (masa de tejido inflamatorio semejante a un tumor,
debida a una infección tuberculosa) latente durante mucho
tiempo...”.
Cuando el doctor trató de aplicar el tratamiento suge-
rido por este diagnóstico, Baba pareció volver en sí y re-
chazó las inyecciones y cualquier otra asistencia médica.
Afirmó que el problema pasaría en el lapso de cinco días.
Baba dijo que un adepto lejano estaba a punto de sufrir un
ataque apoplético y un síncope cardíaco tan graves que
podrían matarlo. Él había decidido recibir este padeci-
miento —con todos sus síntomas de parálisis, ataques car-
díacos, pérdida parcial de la vista, temperaturas altas y
fuertes dolores físicos— para salvar del sufrimiento, si no
es que de una muerte segura, al devoto. Durante los si-
guientes cinco días tuvo cuatro ataques cardíacos graves,
su lado izquierdo estaba paralizado y su habla y la visión
de su ojo izquierdo se vieron muy afectadas.
Luego, el jueves 4 de julio, Baba llegó a estar lo bas-
tante lúcido y fuerte para anunciar que un coágulo de san-
gre en su cerebro se había disuelto y no habría más ata-
ques cardíacos. Sin embargo, el lado izquierdo de su cuer-
po aún estaba inmovilizado y su habla era apagada y tarta-
josa. Sus seguidores creían que le llevaría varios meses re-
cobrar la salud.
Se acercaba el Gu rú Purni ma, día festivo religioso, y
muchos visitantes se habían ido congregando en el ash-
ram . Por supuesto, las historias que oían acerca del estado
132

- 132 - SAMUEL H. SANDWEISS

de Baba los trastornaban y abatían. Ignorando la causa, o


no creyendo en ella, empezaron a dudar: “Si Baba es Dios
en forma humana”, se preguntaban entre sí, “¿por qué pa-
dece dolencias físicas? ¿Por qué no se cura a sí mismo?”.
La noche del Gu rú Pur ni ma, el 6 de julio, casi carga-
do por varios discípulos, Baba bajó por la escalera de ca-
racol de su habitación a la atestada sala de oración en el
piso inferior. Todo el lado izquierdo de su cuerpo todavía
se hallaba inmovilizado y su habla era un débil murmullo
apenas inteligible.
Un médico presente describe la escena: “Su andar era
el característico del hemipléjico: al arrastrar su pierna iz-
quierda paralítica trazaba un semicírculo, los dedos del pie
rozaban el piso. Al ver a Baba en este estado, aun los más
serenos lloraban a gritos”.
Durante unos minutos permaneció sentado en su silla
en el estrado ante unas cinco mil personas calladas, tris-
tes, profundamente conmovidas, reunidas dentro y fuera
de la sala. Luego hizo un ademán para pedir agua. Se le
trajo en un vaso y se le acercó a los torcidos labios.
Bebió un poco; después, metiendo en el agua la punta
de los dedos de su diestra, roció su mano y su pierna iz-
quierdas paralíticas. Enseguida golpeó su mano izquierda
con la derecha y pegó varias veces con ambas manos en
su rígida pierna izquierda.
T. A. Ramantha Reddy, un ingeniero del gobierno
que se hallaba en una de las filas del frente y muy cerca de
Baba, declara: “En un segundo, la pierna, el ojo y todo el
lado izquierdo de Swamiji parecieron volver a la normali-
dad. Fue algo digno de los dioses ver su recuperación re-
pentina; los devotos presentes contemplaron el mayor de
sus poderes divinos...”.
N. Kasturi describe el suceso de esta manera: “Se le-
vantó e inició su discurso del Gu rú Pur ni ma. Los asistentes
no creían a sus ojos y oídos. Pero cuando se dieron cuenta
de que Baba estaba de pie hablando ante ellos saltaron de
alegría. Bailaban, vitoreaban, lloraban. Algunos anonada-
dos, arrobados de gratitud, reían histéricamente y corrían
alborozados entre la multitud que irrumpió de afuera.
133

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 133 -

”Baba siguió de pie hablando por más de una hora.


Luego cantó numerosos bhajans. Finalmente, sin ayuda,
subió las escaleras rumbo a su habitación. Esa noche tomó
su alimento habitual; los días siguientes le vieron de nuevo
con su acostumbrada energía y robustez, ocupado en un
amplio programa de actividades. El evidente ataque que
parecía haber venido a su mandato, se fue en el período
que Él había predicho, sin dejar tras de sí secuela alguna.”
En el discurso que Baba pronunció aquella noche se
refirió a este episodio: Esta no es en fer medad de Swami,
ésta es u na en fer medad que Swami reci bió a fin de sal -
var a otra per sona. Swami no tiene padeci mien to al gu -
no ni en fer mará en nin gún momen to. Todos ustedes
deben estar feli ces; sólo eso hará feliz a Swami. Si se
afli gen, Swami no será feliz. La alegrí a de ustedes es el
ali men to de Swami .3

Subsecuentemente, Baba dijo en Su discurso: Para quienes no


tienen nin gún refu gio, Dios es el refu gio. Esta es exactamen te
la razón por la cual era preci so que Yo reci biese la en fer medad
que, de otro modo, un devoto desam parado habrí a su fri do. Él
hu biera su fri do esta horri ble afección, así como los cuatro ata-
ques cardíacos con comi tan tes y no habrí a sobrevi vi do. Así pues,
de acuer do con mi Dharma (Deber) de bhaktasamrakshana (sal var
del daño a los devotos), era Mi obli gación rescatar lo.
Hay otra razón, tam bién, por la cual era necesario obser -
var el perí odo de ocho dí as; es al go que no he revelado hasta
ahora, al go que he guar dado en Mí du ran te los úl ti mos trein -
ta y siete años. Ha llegado el momen to de anun ciar lo. Lo que
sigue es, en resumen, la historia que Baba relató a un auditorio
fascinado.
Hace mi les de años el gran sabio Bharad waja, desean do
apren der todos los Vedas (Escri tu ras), fue acon sejado por In-
dra (el soberano de los dioses) que ejecu tara u na yaga (ri tual
védi co). Deseoso de que Shakti (la con sor te de Shiva) la presi -
diera a fin de reci bir sus ben di ciones, Bharad waja par tió hacia

3 Howard Murphet, Sai Baba, el hombre milagroso, Editorial Errepar, Buenos


Aires, Argentina.
134

- 134 - SAMUEL H. SANDWEISS

el Kailas (un pi co sagrado en los Hi malayas), la morada de


Shiva y Shakti (los aspectos mascu li no y femeni no de Dios) pa-
ra transmi tir la in vi tación. En con trán dolos u ni dos en la dan -
za cósmi ca, Bharad waja esperó ocho dí as, en aparien cia des-
deñado por ellos, aun que no habí a com pren di do la son ri sa de
bien veni da que Shakti le habí a di ri gi do.
Triste y decepcionado, Bharad waja deci dió regresar a ca-
sa. Pero cuan do em pezó a descen der su frió un ataque apoplé-
ti co y su lado iz quier do se parali zó como resul tado del frí o y
la fati ga. En ton ces Shiva se le acer có y lo cu ró por com pleto
rocián dolo con agua del Kamandalu (vasi ja). Con solado por
Shiva, tan to éste como Shakti dispen saron gracias a Bharad -
waja y tam bién se com placieron en asistir a la yaga. Shiva pro-
metió al rishi (sabio) que am bos tomarí an for ma hu mana y na-
cerí an tres veces en el li naje o gothra (gru po de paren tesco re-
li gioso) Bharad waja: Shiva solo en Shirdi, como Sai Baba; Shi-
va y Shakti jun tos en Puttaparti, como Sathya Sai Baba; y lue-
go Shakti sola como Prema Sai.4
Además, como reparación por la en fer medad que Bharad -
waja habí a su fri do en el Kailas, Shiva hi zo otra promesa: “Esta
Shakti su fri rá el ataque por ocho dí as cuan do los dos naz ca-
mos como Sathya Sai, y al octavo dí a la ali viaré de todos los
signos de la en fer medad rocián dola con agua, preci samen te
como lo hi ce en el Kailas para cu rar tu in disposi ción”.
Baba continuó: E jecu ción de esta afir mación fue lo que us-
tedes presen ciaron hoy. La promesa hecha en Threthayuga (la
edad lejana en que todo esto tu vo lu gar) debí a ser cum pli da.
El pobre devoto desam parado que habí a de su frir los males
que yo reci bí fue un pretex to opor tu no que u ti li cé. E ra preci -
so que la en fer medad se su friera; era preci so que el devoto
fuera sal vado, la afir mación reali zada, el misterio despejado.
La Di vi ni dad tení a que ser anun ciada con más clari dad por la
mani festación de este gran mi lagro. Todo esto se con su mó
por un solo in ci den te.
Déjen me decir les u na cosa más: nada puede im pedir o de-
tener la obra de este Avatar. Mien tras yo estu ve reclui do arri -
ba todos estos dí as, al gu nas per sonas vagaban tor pemen te di -
4 Sai Baba dice que reencarnará una vez más en el futuro, como Prema Sai
Baba.
135

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 135 -

cien do: “Ya se acabó Sai Baba”; y por ello regresaron mu chos
que vení an a Puttaparti. Unos decí an que estaba en samadhi
(comu nión con Dios), como si yo fuera un sadhaka (aspi ran te).
Otros temí an que era vícti ma de la magia negra como si al go
pu diera afectar me.
El esplen dor de este Avatar segui rá au men tan do dí a tras
dí a. En la an ti güedad, cuan do el ni ñi to (Krishna) levan tó en
al to la govardhanagiri (cier ta mon taña), las Gopis y los Gopalas
(lecheras y pastores de vacas, ami gos y com pañeros de Krish-
na) se dieron cuen ta de que Krishna era el Señor. Ahora no
sólo u na govardhanagiri, si no toda u na cor di llera será levan ta-
da: ¡lo verán! Ten gan pacien cia; ten gan fe.
Desde su declaración de que Él es la encarnación de Shi va-
Shak ti , el número de devotos de Baba ha aumentado con rapi-
dez. Pras han ti Ni la yam se con ver ti rá muy pron to en o tra
Mathura (ciu dad san ta, lu gar de naci mien to de Krishna) o Ti ru -
pati (otra ciu dad san ta en la In dia), que atraerá a cien tos de
mi les de devotos. Mu chos san tos y sabios se api ñarán en el
Nilayam y reali zarán su gran aspi ración de Bienaven tu ran za
E ter na, ha declarado Baba.

Los relatos documentados de los poderes de Sai Baba deben


contarse por miles. Muchos han sido reunidos en el emocionante
e informativo libro de Howard Murphet, Sai Baba, el hom bre mi -
lagroso. La siguiente es una de las historias más dramáticas que
he oído y que relato aquí por su singularidad y su relación con lo
que me sucedió después. Se refiere a la resurrección, según se in-
forma, de Walter Cowan, supuestamente devuelto a la vida el día
de Navidad de 1971. El doctor John Hislop, ex profesor y ejecuti-
vo empresarial, ahora retirado y residente en México, fue testigo
de este drama extraordinario. He aquí un resumen de su relato:

“La mañana de Navidad, temprano, se esparció la noti-


cia entre los devotos reunidos en torno de Baba de que un
norteamericano de edad avanzada había sufrido un ataque
cardíaco fatal. Al oír el rumor, mi esposa y yo fuimos al
punto al hotel en que se alojaban los Cowan, donde Elsie
nos confirmó que su esposo Walter había fallecido. Ella oró
a Sai Baba pidiendo ayuda, y con gran dominio de sí mis-
136

- 136 - SAMUEL H. SANDWEISS

ma, recordando la mortalidad humana, terminó su plegaria


con estas palabras: ‘Que se haga la voluntad de Dios’.
”El cuerpo de Walter fue llevado al hospital en una am-
bulancia. Ese día, más tarde, cuando Elsie y su amiga la se-
ñora Ratan Lal fueron al hospital, se enteraron de que Sai
Baba ya había estado ahí. Atónitas, hallaron vivo a Walter.”
Dándose cuenta de la necesidad de probar con docu-
mentos la muerte de Walter por medio de informes médicos
y declaraciones de testigos, el doctor Hislop investigó el
asunto por completo. “A petición mía, el juez Damadar Rao,
de Madrás, entrevistó al médico que había reconocido el
cuerpo de Walter cuando lo llevaron al hospital. La declara-
ción del doctor fue que, indudablemente, Walter estaba
muerto cuando él lo examinó, poco después de que la ambu-
lancia llegó al hospital. No había signo alguno de vida en él.
”Declaró muerto a Walter, luego ocluyó sus oídos y
nariz con algodón. El cuerpo fue cubierto con una sábana
y conducido a un cuarto vacío. Enseguida, el médico salió
del hospital y no pudo ver a Baba cuando estuvo ahí. Al
regresar, después de que Sai Baba se había ido, el doctor
encontró vivo a Walter. No logró explicar esto.
”Posteriormente, el mismo día, Sai Baba informó a
sus devotos que en verdad había devuelto la vida a Walter.
Sin embargo, no reveló las razones que lo impulsaron a
hacerlo; esto continúa siendo un misterio que todavía no
ha querido explicar.”
Hubo dos o tres ocasiones subsecuentes en que Baba
cuidó de la salud de Walter de una manera extraordinaria.
El doctor Hislop dice que Baba estaba pronunciando una
disertación de tema espiritual y repartiendo premios en
una reunión a la que él asistió, y que después de la reu-
nión Baba se volvió a él y le dijo: Mien tras hablaba en la
jun ta, la señora Cowan me llamó. Fui al hospi tal in me-
diatamen te e hi ce lo necesario. La salud del señor Co-
wan habí a tomado mal cariz.
Hislop continúa: “Así pues, incluso mientras seguía en
la tribuna, Sai Baba había ido al hospital y había ejecutado
lo que era preciso, aunque a los ojos de mis amigos y de mí
mismo, todo el tiempo había continuado hablando y mo-
viéndose en la tribuna. ¿Cómo explicarse este misterio?”.
137

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 137 -

Cuando Walter se había recuperado lo suficiente para


ser trasladado de Madrás a Bangalore, Hislop notó en él
una apariencia extraordinariamente buena. “El doctor Gna-
neswaran, a quien mi esposa y yo conocíamos desde hacía
algunos años, era el médico que atendía a los Cowan en
Bangalore. Había obtenido la historia clínica de Walter, con
las pruebas específicas de laboratorio que mostraban diabe-
tes grave que databa de mucho tiempo y diversos estados
morbosos. La comparó con sus propias pruebas de labora-
torio y apenas podía creer los resultados. Ahora no sólo ha-
bían desaparecido por completo los síntomas diabéticos, si-
no que las demás pruebas de los otros estados patológicos
resultaron igualmente negativas. Exclamó asombrado: ‘¡Só-
lo el Divino Baba, sólo Dios mismo pudo hacer esto!’”

Lo siguiente es el relato de Walter Cowan mismo acerca de


su muerte y resurrección bajo la Gracia de Sai Baba:

“Estando en el Hotel Connemara en Madrás, dos días


después de mi llegada, enfermé gravemente de neumonía.
Cuando, anhelante, trataba de obtener aire, la lucha del
cuerpo terminó súbitamente y morí. Me hallaba muy tran-
quilo, en un estado de maravillosa Bienaventuranza; el Se-
ñor Sai Baba se encontraba a mi lado.
”Aunque mi cuerpo yacía en el lecho, yerto, mi mente
siguió funcionando mientras Baba me traía de regreso a la
vida. No experimentaba ansiedad ni miedo alguno sino
una magnífica sensación de bienestar, ya que había perdi-
do todo temor a la muerte.
”Luego Baba me llevó a una sala muy grande donde
había cientos de personas deambulando. Es la sala donde
se guardan las crónicas de todas mis vidas anteriores. Ba-
ba y yo estábamos de pie ante la Corte de Justicia. La
persona encargada conocía muy bien a Baba y Él pidió las
crónicas de todas mis vidas anteriores. Fue muy amable;
yo tenía la sensación de que cualquier cosa que se decidie-
ra sería lo mejor para mi alma.
”Trajeron las relaciones a la sala: rimeros de rollos, to-
dos los cuales parecían estar en diferentes lenguas. A me-
138

- 138 - SAMUEL H. SANDWEISS

dida que los leían Baba los interpretaba. Al principio ha-


blaban de países que dejaron de existir hace miles de años
y no pude recordarlos. Cuando llegaron a la época del rey
David, la lectura de mis vidas se hizo más emocionante.
Apenas podía creer cuán grande había sido yo en aparien-
cia en cada vida que siguió.
”Conforme continuaba la lectura de mis vidas parecía
que lo que en realidad contaba eran mis motivaciones y
carácter, ya que había sido partidario decidido de una acti-
vidad política fundamentalmente pacífica y espiritual. No
recuerdo todos los nombres, pero estoy incluido en casi
todos los libros de historia del mundo, desde el principio
de los tiempos. Conforme encarnaba en distintos países
efectuaba mi misión, que era de paz y espiritualidad.
”Casi dos horas después terminaron de leer los rollos,
y el Señor —Sai Baba— dijo que aún no había completa-
do la obra para la cual nací y solicitó al juez se me transfi-
riera a Él para cumplir mi misión de difundir la Verdad.
Demandó que por Su Gracia mi alma fuera devuelta a mi
cuerpo. El juez dijo: ‘Así sea’.
”El caso fue cerrado y yo me fui con Baba para regre-
sar a mi cuerpo. Titubeaba en dejar esta maravillosa Bie-
naventuranza. Miraba mi cuerpo y pensaba que retornar a
él sería como entrar en una cloaca, pero sabía que era
mejor completar mi misión para poder, con el tiempo,
fundirme con el Señor, Sai Baba. Así que entré de nuevo
en mi cuerpo... y en ese mismo instante todo empezó otra
vez: tratar de respirar, hallarme tan enfermo como el que
más y, con todo, estar vivo. Abrí los ojos, miré a mi espo-
sa y dije: ‘De veras te ves linda vestida de rosa...’”

Después de que Hislop hubo oído el relato de Walter, pre-


guntó a Sai Baba si lo sucedido a aquél era real o una especie de
alucinación. Baba replicó: Lo que ex peri men tó fue real, no i lu -
sión. Fue un epi sodio que ocu rrió den tro de la men te del se-
ñor Cowan: Yo mismo estu ve ahí di ri gien do y aclaran do los
pen samien tos. Cuando se le preguntó si a su muerte toda perso-
na pasa pruebas semejantes, Baba dijo: No es así necesariamen -
te; unos pueden pasar pruebas semejan tes, otros no.
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- 140 - SAMUEL H. SANDWEISS

Men saje
Ustedes, como cuer po, men te o al ma son un
sueño; lo que son en reali dad es E xisten cia, Co-
no ci mien to, Bie na ven tu ran za. Us te des son el
DIOS de es te Uni ver so. Es tán crean do todo el
Uni ver so y atrayén dolo hacia ustedes. Para ganar
la in di vi duali dad u ni ver sal in fi ni ta, la mi serable y
pequeña pri sión en la in di vi duali dad per sonal de-
be ter mi nar. Bhakti no es llorar ni es con di ción
negati va al gu na. Es ver el todo en todo cuan to
vemos.
Es el corazón el que llega a la meta. Sí gan lo.
Un corazón pu ro busca más allá del in telecto. Se
inspi ra.
Todo lo que reali zamos tiene un efecto sobre
nosotros. Si ha cemos el bien, ten dremos feli ci -
dad; si el mal, in for tu nio. Den tro de ustedes se
halla la feli ci dad real, den tro de ustedes se halla
el enor me océano del néctar Di vi no. Búsquen lo
en ustedes, sién tan lo, sién tan lo, está aquí: el ser
no es el cuer po, la men te, el in telecto, el cerebro;
no es el deseo ni el que desea, no es el objeto del
deseo. Por en ci ma de éstos, ustedes son. Todos
éstos son sim plemen te mani festaciones. Ustedes
aparecen como la flor son rien te, como las estre-
l l as cen tel l ean tes. ¿Qué hay en el mun do que
pueda hacer les desear al go?

Con Ben di ciones y Amor


Sri Sathya Sai Baba
141

12
EL PUNTO DORADO

Después de regresar de mi primer viaje a la India, comencé a


sentir un “despertar” interno, como si un centro muy conocido
en un tiempo, pero clausurado y escondido, se estuviera abrien-
do y yo me fuera acostumbrando de nuevo a una parte de mí
mismo que había olvidado hacía mucho. Reconocí la sensación
como devocional y empecé a preguntarme si un centro tal yace
dormido en todos nosotros, aguardando la liberación por medio
de alguna experiencia espiritual. Este despertar o apertura o de-
senvolvimiento era fuente de una gran alegría, y con él vino un
sentimiento de amor cada vez más profundo hacia Baba y por
las personas en general. ¿Estaba experimentando algo de la di-
námica del amor que la psiquiatría moderna no percibía?
Nada era más importante que esta realidad nueva. Comencé
a seguir con fascinación el desenvolvimiento de esa fuerza inter-
na. Las enseñanzas de Baba devinieron un modo de vida. Me hi-
ce vegetariano y empecé a practicar hat ha yoga y a meditar fiel-
mente.
En la serenidad de la meditación me regocijé al volver a ex-
perimentar mi cercanía con Baba; y pronto llegué a darme cuen-
ta de que la única separación entre nosotros era una limitación
en mi aptitud para concentrarme y enfocarme en Él, mas no la
distancia geográfica. No pier das Mi con tacto y Mi com pañí a,
142

- 142 - SAMUEL H. SANDWEISS

pues sólo cuan do el car bón está jun to a las brasas se puede
con ver tir tam bién en brasa, ha dicho Baba. Yo trataba de per-
manecer en contacto incesante.
Este cambio de actitud se extendió a mi trabajo y vida social.
Como una prolongación de la meditación, trataba de llevar a ca-
bo mis actividades diarias reflexionando en la forma física de Ba-
ba y mis impresiones con Él, como si los servicios que yo presta-
ra se los ofrendara. Intentaba verlo en cualquier circunstancia, re-
accionar como si en efecto Él interviniera.
Esto era un verdadero desafío para mi control y concentra-
ción y una manera maravillosa de conformarme a un modelo en
mi vida diaria. Conservar su forma en mi corazón y mente me
acercaron a Él tanto como en la India. Quería pasar todo el tiem-
po reflexionando en este despertar magnífico, por la gozosa sen-
sación en sí y también porque Baba alienta ese género de aten-
ción profunda como un modo de acercarse más a Dios. La finali-
dad de nuestra vida es realizar a Dios, dice Él, la cual se cumple
poniéndolo de manera concreta en todas nuestras actividades.
Lo Di vi no debe ex presar se en men te, corazón y acción; en
pen samien to, palabra y obra. Por supuesto, esta actitud frente
a la vida entraña disciplina, paciencia y perseverancia. Pero si
uno está dirigido en la tarea por alguien como Sai Baba, con tan-
to amor y cuidado, la empresa se convierte en un placer.

De hecho, las reglas y restricciones son las que dan en -


can to al juego de la vi da. Si en el juego de fút bol un ju gador
pu diera hacer cual quier cosa con la pelota y no hu biera in -
fracción ni fuera de juego, ni posición adelantada ni gol, ni ti -
ro li bre ni penal, serí a un juego sin sen ti do, in capaz de dar
Ananda (Bienaven tu ran za).1

Empecé a ver que debo dedicarme con diligencia a la prácti-


ca espiritual porque, en gran medida, yo soy el creador de mi
propio destino. Baba lo expresó de esta manera en un mensaje a
los devotos norteamericanos en 1972: Ustedes como cuer po,
men te o al ma son un sueño; lo que son en reali dad es E xis-
ten cia, Conoci mien to, Bienaven tu ran za. Ustedes son el Dios
de este Uni ver so. Están crean do todo el Uni ver so y atrayén -
dolo hacia ustedes.
1 Mensajes de Sathya Sai , vol. II, Editorial Errepar, Buenos Aires, Argentina.
143

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 143 -

Enseguida, Baba describe el mecanismo o tipo de trabajo es-


piritual por medio del cual podemos lograr devenir el Universo
entero: Para ganar la in di vi duali dad u ni ver sal in fi ni ta, la mi -
serable y pequeña pri sión en la in di vi duali dad per sonal debe
ter mi nar. Bhakti (devoción) no es llorar ni es con di ción negati -
va al gu na. Es ver el todo en todo cuan to vemos. Es el corazón
el que llega a la meta. Síganlo. Un corazón pu ro busca más
allá del in telecto. Se inspi ra.
En mí crecía la convicción de que toda la fuerza de uno viene
del contacto con Dios y de la meditación en Él; sintonizarse con
el amor de Dios convirtiéndose en realidad en el proceso, la vi-
bración o frecuencia llamada devoción, meditación o reveren-
cia… llegando a ser de hecho Dios mismo. ¿Podría ser que sinto-
nizándonos de esta manera —como con un receptor de radio—
pudiéramos recibir mensajes más profundos del Universo? ¿Y
que ahora sólo experimentemos la realidad a la que estamos
acostumbrados porque nos mantenemos sintonizados con “esta-
ciones” inferiores, como la afición por las cosas sensuales y la lu-
cha constante por adquirir prestigio y poder?
En las enseñanzas de Baba vi la posibilidad de un crecimien-
to y evolución infinitos. Tanto espiritual como profesionalmente,
mi tra ba jo se hi zo más sen si ble, e mo cio nan te y pro duc ti vo.
Adoptando una actitud meditativa me encontraba más intuitiva-
mente en armonía con mis pacientes.
El notar estos cambios incrementó mi interés en Baba como
maestro. ¿Cómo podría acercarme más a Él? ¿Debía tratarlo co-
mo había tratado a otros maestros: era el mejor modo de apren-
der a mantenerme en estrecha proximidad física y comunicación
verbal con Él?
Unas cuantas semanas después de mi regreso, decidí que era
necesario volver a la India para hacer esta pregunta al propio
Sai. Anhelaba retornar y seguir presenciando acontecimientos
que ahora consideraba paralelos a los de la vida de Cristo. Sabía
que estaba contemplando la manifestación de un suceso monu-
mental en la historia de la humanidad. ¿Podría sentarme a los
pies de este gran maestro? Tal vez si encontrara trabajo en un
hospital en algún lugar de la India y Él me permitiera visitarlo
con regularidad…
144

- 144 - SAMUEL H. SANDWEISS

Se hicieron planes para un viaje en octubre de 1972. Esta


vez iríamos mi hermano y yo con nuestras esposas —que, a pro-
pósito, son hermanas— y un primo. Nos uniríamos a Indra Devi
y otras treinta y cinco personas más o menos.

Recordaba que antes del primer viaje, una noche, durante la


cena, mi esposa y yo habíamos estado sentados a la mesa frente
a mi hermano y mi cuñada, discutiendo la aventura próxima.
Don se mostraba escéptico; que yo tenía un tornillo flojo en el
cerebro, decía. Recuerdo muy bien su comentario: “Ni muerto
iría a ese subcontinente, Sam. Allá sólo hay pobreza, un modo
de vida primitivo e insalubridad”. Y pensar que aquí, acompa-
ñán do me, es ta ba es te mé di co su per cien tí fi co; es cép ti co por
completo, pero empezando a sentir algo de la emoción de la in-
vestigación, quizá hasta la posibilidad de descubrir lo que había
transformado de tal manera a su extraño hermano.
Había recibido una llamada de larga distancia de mi primo
Jerry, profesor de matemáticas en el este de los Estados Unidos,
a quien no veía hacía mucho y que recientemente se había recu-
perado de una enfermedad más o menos grave. La enfermedad
y la muerte tienen la particularidad de incitarnos a pensar en
cuestiones tan profundas: quiénes somos y adónde vamos; si hay
un Dios y cuál es el sentido de nuestras vidas. Considerando el
asunto desde un punto de vista puramente matemático, Jerry
creía que sin duda era probable que un Avatar pudiera existir al
presente. “Todas las leyendas de esos grandes acontecimientos
en el pasado no podían ser simples invenciones de la imagina-
ción”, decía. “Probablemente fueron sucesos poco frecuentes,
pero reales. Y por las semejanzas de las leyendas y los intervalos
históricos entre las apariciones de esos grandes seres, es proba-
bilísimo que un acontecimiento tal pudiera suceder ahora.”
Lila, una amiga mía, también iba con nosotros. Cerca de un
año antes del viaje, sin haber oído de Sai Baba alguna vez, Lila
fue internada en el Hospital Universitario para una biopsia de los
senos. Cuando esperaba la operación, temerosa y aprensiva, una
compañera de cuarto fue amable y le dio una oración. La leyó
precisamente antes de su operación y sintió de inmediato un ali-
geramiento de su tensión y una sensación de paz. No le encon-
traron nada grave.
145

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 145 -

Algún tiempo después, Lila y yo hablábamos sobre Sai Baba


y ella se intrigó. Leyó un libro acerca de Él y empezó a conside-
rar la posibilidad de conocerlo en persona. Sin embargo, enton-
ces estaba muy endeudada y no parecía haber una manera facti-
ble de que obtuviera el dinero para ir a la India. Su esposo, Ho-
mero, inventor, a la sazón no tenía ingresos fijos y no había po-
dido vender un solo invento en cinco años. No obstante, así de
irreal como se presentaba el viaje, ella hizo planes para ir, acudió
a aplicarse las vacunas requeridas y obtuvo su pasaporte.
Entonces comenzaron a ocurrir algunas cosas extrañas. Lila,
sintiéndose particularmente deprimida, tuvo un raro sueño. Yen-
do en un coche, alzó de pronto la vista y vio a Sai Baba bailando
en el techo de una casa, como el violinista de la película Un vio-
li nista en el tejado. Baba guiñaba sus ojos; parecía estar muy di-
vertido. Probablemente, esto levantó el ánimo de Lila.
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- 146 - SAMUEL H. SANDWEISS

Poco después, Homero dio con un invento. Luego de una


acelerada e improbable cadena de sucesos, hubo quien se intere-
sara en el invento, y su situación económica mejoró de repente e
inesperadamente; la primera vez en años que esto había ocurri-
do. Así Lila tuvo suficiente dinero para el viaje, a una semana
precisamente de la partida, y puesto que había hecho todos los
preparativos, ahora, jubilosa, se hallaba abordando el avión con
nosotros.
Una extraña mezcla de individuos iban en este viaje, desde
los que sentían tener poderes sobrenaturales hasta los supercien-
tíficos; así como jovencitos y ancianos; personas de todas las
ocupaciones, atraídas por Baba. En el avión, una mujer de edad,
cuya dieta había sido casi exclusivamente de frutas, enfermó de
dolores abdominales, y me asombré y divertí por la cantidad de
técnicas curativas que se usaron en ella. Había un quiropráctico
que la torció para acá y para allá, y un curandero que dijo que
tomando agua de una taza a cierta distancia, él podía sanarla lim-
piando sus entrañas. Hubo quienes ensayaron la meditación y el
llamar a los espíritus, y también había un psiquiatra (yo) que tra-
taba de darle confianza, además de un tranquilizante. Cada uno
con su propia técnica en medio de los gemidos y el malestar con-
tinuo de esta pobre mujer… el milagro fue que a pesar de todos
nosotros se recuperó a medio camino.
Después de llegar a Bombay y luego a Bangalore, supimos
que Baba estaba en Puttaparti; así que nos pusimos en camino;
fuimos al ashram cuarenta personas en una caravana de diez co-
ches. La distancia de Bangalore a Puttaparti es de aproximada-
mente 175 kilómetros y el viaje fue desusadamente placentero y
hermoso. A corto trecho de Bangalore pasamos una desierta pis-
ta de aterrizaje. Una señal al lado de la carretera rezaba: PRECAU-
CIÓN, CUIDADO CON LOS AVIONES QUE VUELAN BAJO. Me reí: todo lo que
pude ver fueron una vaca y un mono.
El viaje nos llevó por pueblecitos interesantes y laboriosos,
colinas y largos trechos de campo raso; el paisaje cambiaba
constantemente. En cierta etapa del camino cayó una lluvia que
refrescó el aire. Finalmente llegamos a Puttaparti a las seis de la
tarde. El sol se acababa de poner y el aire frío olía a limpio y
fresco. Nos aproximamos a Prashanti Nilayam por la calle princi-
pal de Puttaparti, un camino sin pavimentar, con gente y anima-
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 147 -

les y pequeñas chozas alineadas. En las ventanas y frentes de las


tiendas estaban a la vista retratos de Baba. Un alto muro de pie-
dra que rodea a Prashanti Nilayam separa al ashram del pueblo.
Doblamos a la izquierda, pasamos por una vieja puerta y ya
nos encontrábamos dentro de los terrenos del ashram . Todo el
mundo estaba emocionado. De alguna parte del interior podía-
mos oír el canto rítmico de los bhajans y supimos que había gen-
te reunida esperando la aparición de Baba. Nos habían dicho
que caminaba dos veces al día entre los devotos sentados, dándo-
les darshan , la bendición de ver al Señor. Con frecuencia, du-
rante estos períodos selecciona a los seres afortunados a quienes
concederá después una entrevista.
Todos saltamos apresuradamente de los taxis y nos dirigimos
al lugar de donde partían los cantos. Imbuidos de un sentimiento
de reverencia y devoción, las vibraciones anunciaron que ahora
estábamos en tierra santa. Cuando nos acercamos a la reunión,
Baba caminaba con lentitud alrededor de un área circular despe-
jada frente al templo. Allí estaban sentados unos quince mil de-
votos, los ojos pegados al maestro. Aunque dirigida hacia el inte-
rior, su mirada parecía llegar a todos y mantenernos en profunda
reverencia. Una vez más experimenté gran alegría por hacer
contacto con Baba… el momento fue hondamente conmovedor.
Permanecimos en silencio y alejados hasta que terminó el
paseo y volvió a entrar al templo. Luego algunos norteamerica-
nos se a cer ca ron y nos a yu da ron a a lo jar nos e sa no che.
Prashanti Nilayam aún se hallaba en proceso de construcción.
Aunque todavía se estaban construyendo dormitorios en la peri-
feria de los terrenos del ashram para proporcionar albergue a re-
sidentes permanentes y visitantes, sólo unos cuantos se encon-
traban listos. Había montones de piedra y arena por todas par-
tes, y los obreros creaban un laborioso movimiento de fondo en
un escenario que de otro modo sería quieto y pacífico.
Un festival importante —Dasara, el Festival de la Victoria—
acababa de finalizar y aún había miles de personas en los terre-
nos, demasiadas para los limitados medios de hospedaje. Sin em-
bargo, considerando los problemas que planteaba esta muche-
dumbre, las operaciones eran sorprendentemente ordenadas.
Dos grandes áreas techadas, cada una quizá del tamaño de un
campo de fútbol, proporcionaban cierto abrigo a centenares que
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- 148 - SAMUEL H. SANDWEISS

por la noche dormían en el suelo raso. Nuestro grupo estuvo en-


tre los más afortunados que fueron alojados en los dormitorios.
Aún así, nuestra situación era un tanto espartana. Hombres
y mujeres fueron separados, y a siete de nosotros se nos asignó
una habitación de tres por cuatro metros aproximadamente. Los
que no tenían colchones de aire durmieron sobre el piso de con-
creto. Había una sola llave de agua disponible para bañarse; el
excusado era un agujero en el suelo. Las mujeres también fueron
apretujadas en un cuarto estrecho, pero beneficiado con un ex-
cusado inglés con agua y todo. El cuarto era en verdad muy
atractivo.
El choque cultural es grave para muchos norteamericanos
recién llegados a la India. Yo me sentía disgustado hasta de sólo
poner los pies en el piso de un cuarto de baño lleno de telara-
ñas, insectos y olores desagradables. Me dijeron que el sistema
de desagüe se hallaba en malas condiciones a causa de la super-
población y de una fuerte lluvia que había inundado algunas de
las áreas del drenaje.
Pese a la incomodidad, la mayoría encontraba que Prashanti
Nilayam era un lugar especial con fuertes vibraciones espirituales.
Las estatuas de dioses, los retratos de Baba y la constante limpie-
za de las áreas sagradas que circundan el templo contribuían a la
cre a ción de u na at mós fe ra de si len cio car ga da de san ti dad.
Muchos sentían que su meditación era extremadamente elevada.
La presencia de Baba permeaba el ashram ; durante los cantos
casi se podía percibir Su Forma en las vibraciones.
Sai Baba ocupa sólo una habitación en el segundo piso del
gran templo al centro de los terrenos del ashram . El templo se
hallaba en proceso de reconstrucción y había trabajadores siem-
pre ocupados a su alrededor y en el techo. Frente al templo esta-
ba el área despejada donde los devotos, sentados, esperaban a
Baba. Aunque se permitía usar zapatos en la mayoría de los te-
rrenos del ashram , aquí no estaban permitidos.
Dos veces al día, hacia las once de la mañana y las cinco
treinta de la tarde, Baba se presentaba para el darshan . Como la
hora exacta de sus apariciones era impredecible, la gente por lo
general llegaba temprano y aguardaba. Para la mayoría de los
norteamericanos la principal actividad del día era sentarse en si-
lencio en torno del templo y esperar con frecuencia durante lar-
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 149 -

gas horas bajo el caliente sol. Muchos, acostumbrados a un ritmo


de vida más rápido, se desasosegaban.
Mi hermano y yo tuvimos tiempo suficiente para acercarnos
mucho. Aunque demostraba un vigor y perseverancia enormes,
me aseguraba que antes de que él considerara Divino a Baba
tendrían que satisfacerse ciertas pruebas: primero, que Baba
cambiara el curso del sol; segundo, que detuviera la corriente de
un río impetuoso; tercero, que creara una vaca a distancia; y
cuarto, que se convirtiera en montaña.
Mi primo Jerry estaba ansioso. La primera mañana se le-
vantó jovial y listo para la batalla. Dijo que se sentaría por el
templo todo el día, sin comer ni perder un momento. Durante
el día mi hermano y yo íbamos a verlo periódicamente para en-
terarnos de su estado. Permanecía decidido, aunque a medida
que pasaba el día parecía flaquear un poco. Al final de la prime-
ra jornada sin que Baba topase con él, su ánimo había decaído
notablemente.
Al segundo día, uno de los hombres con los cuales compar-
tíamos el cuarto contrajo una fuerte tos, fiebre alta y períodos de
delirio. Estaba demasiado enfermo para salir de la habitación; tu-
vimos que llevarle comida y cuidarlo. Buen número de personas
decidieron súbitamente que no podían lidiar con estas situaciones
y se irían tan pronto como les fuera posible. Esperarían sólo el
tiempo suficiente para ver a Baba en privado. Al anochecer del
segundo día supimos que nos recibiría la mañana siguiente. Está-
bamos jubilosos. Temprano, los cuarenta nos apretujamos en un
pequeño cuarto para aguardarlo.
Por fin, hallarnos ante Él significó un cambio emocionante
del tedio de la simple espera. Al parecer, se encuentra en un es-
tado de constante Bienaventuranza. Su rostro y su cuerpo están
iluminados por un aura de energía que nunca he observado en
otro ser humano. Sus movimientos son garbosos y ligeros, su
sonrisa estimulante. Con una mirada penetrante clavada en no-
sotros, se detuvo un momento al lado de su silla; ubicó a una
persona aquí y a otra allá, asegurándose de que todos estuviéra-
mos cómodos; luego se sentó. Esto solo nos llenó de gozo. Con
todos nosotros sentados a sus pies, empezó a hablar con fluidez
y en chanza.
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- 150 - SAMUEL H. SANDWEISS

De pronto se volvió a Lila y con voz dulcísima recitó la ora-


ción que le habían dado a ella en el hospital un año antes. En
honor a la verdad, la repitió palabra por palabra; enseguida mo-
vió su mano en el aire y produjo un gran collar religioso, o japa-
mala, hecho de ciento ocho cuentas como de cristal, y lo arrojó
a Lila. Ahora bien, antes del viaje ella me había dicho que si Ba-
ba materializara algo para ella, querría un japamala, y lo había
descrito con cierto detalle. El collar que Baba le dio igualaba la
descripción perfectamente. Lila se quedó estupefacta. Luego
rompió a llorar.
¡No, no; debes ser fuer te!, exclamó Baba.
“Trato… trato de serlo”, dijo ella.
Baba replicó: No trates. ¡Haz lo!
Después, volviéndose a un hombre, preguntó: ¿Qué quie-
res? El hombre no contestó. Con su ademán acostumbrado, Ba-
ba hizo varios circulitos rápidos en el aire con su mano derecha y
al momento produjo un anillo con diversas piedras preciosas or-
lando el engarce. Más tarde, quien lo recibió dijo que eso era
exactamente lo que deseaba y que había descrito el anillo en de-
talle a alguien en Los Ángeles antes del viaje. Era de la medida
justa.
Baba pasó casi media hora con nosotros. Yo me sentía inun-
dado de gozo con su atención y amor. Dijo que en los días poste-
riores vería en privado a cada uno de nosotros. A continuación
mi primo Jerry pidió a Baba que hiciera algo para él. Había
comprado un anillo barato en Grecia y lo llevaba en el dedo me-
ñique. Quería que Baba transformara el anillo en otra cosa. Baba
se rehusó.
Jerry se sintió desencantado; aparentemente Baba no quería
condescender ni probar nada. Jerry decidió irse pronto. No se
adaptaba a las condiciones del ashram y estaba decepcionado con
Baba porque no lo convenció más plenamente de sus poderes.
Las primitivas condiciones de vida y las incomodidades ago-
biaban a muchos norteamericanos. Algunos determinaron partir
después del segundo día. Los que se iban tendrían entrevistas
personales al día siguiente y Jerry se inscribió en la lista.
Había un extraño contraste entre la magnificencia de Baba y
el severo medio físico en que todo eso tenía lugar. Era fácil desi-
lusionarse a causa de la incomodidad material. La víspera de la
151

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 151 -

partida de Jerry, Donald, Jerry y yo salimos del ashram y cami-


namos por la calle principal de Puttaparti hasta nuestro comedor
favorito: un pequeño establecimiento, poco más que una cabaña,
pero con la distinción de tener el único refrigerador en el pueblo.
Aquí se servían bebidas carbonatadas embotelladas, incluyendo
Coca-Cola, y la bebida que ordenábamos habitualmente se llama-
ba Punto Dorado, un refresco de naranja embotellado. Como te-
níamos cautela con el agua, la mayoría de las veces bebíamos
Punto Dorado, comíamos galletas y helado, y en ocasiones un
plátano.
Esa tarde en particular estábamos exhaustos por el calor y
por el prolongado tiempo en que permanecimos sentados. En
una disposición anímica más bien descorazonada, vagábamos le-
tárgicamente por la calle principal de Puttaparti, evitando el ex-
cremento de vaca y otros desechos animales. Nuestro humor se
abatió aún más por el encuentro en el camino con un par de
mendigos: un niño deforme y un hombre con parálisis cerebral
que se arrastraba por el suelo con una taza de mendicante pen-
diente de su cuello.
En qué ambiente físico nos hallábamos, cuando apenas cinco
o seis días antes estábamos en medio de áreas metropolitanas
norteamericanas inundadas por la riqueza y la comodidad mate-
riales. Caminamos hasta el puesto de refrescos, posamos nues-
tros cuerpos cansados alrededor de la mesa y ordenamos un
Punto Dorado, plátanos y galletas para cada uno. Cuando el pro-
pietario, un hombre discreto de piel oscura envuelto de la cintura
para abajo en una simple tela blanca, caminó hacia la parte tra-
sera del puesto, un enjambre de moscas zumbantes se levantó de
pronto del extractor de jugo de naranja. Nos congratulamos de
haber escogido una bebida embotellada.
La conversación pronto empezó a reflejar nuestro lánguido
estado de ánimo. A casi noventa mil kilómetros del hogar, Do-
nald y Jerry no sólo comenzaron a examinar su propia cordura,
sino que decidieron muy en serio que yo también debía ponerme
bajo psicoterapia intensiva.
¡Ah, cómo me reí! Yo sabí a la magnificencia que estábamos
observando aunque estuviéramos en el engaño de hallarnos entre
dolor y privación; pero en un momento como ése, ¿qué podría
decir? ¡Qué influjo tan grande tiene la incomodidad emocional y
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- 152 - SAMUEL H. SANDWEISS

física en el equilibrio de nuestro estado de conciencia! Este dese-


quilibrio me ocurre con frecuencia; me asombro de cómo pue-
den engañarme las emociones, aun cuando me doy cuenta de
cuán pobremente reflejan la realidad.
Cuando algo así sucede, me prometo a mí mismo desape-
garme más de mis sentimientos, pero poco después me sorpren-
do agobiado por ellos de nuevo y sólo murmuro: “Bueno, aquí
vamos de nuevo, Sam; espero que esta vez salgas pronto del pa-
so”. Baba habla seguido de la trampa de los sentidos; yo sé que
desunirme de ellos requerirá mucho trabajo espiritual.

Al día siguiente Donald y yo esperamos bajo el sol fuera del


templo, observando a quienes partirían esa mañana y entraban a
su entrevista. Yo oraba rogando a Baba que hiciera algo gentil
por Jerry. Él anhelaba tan profundamente tener un vislumbre de
Dios y yo sabía cuánta paz y sentido traería la fe a su vida. Espe-
ramos la mayor parte de la mañana; luego, de repente, muchas
de las personas, jubilosas, comenzaron a marcharse. Empezamos
a escuchar sus relatos.
Baba había estado maravilloso como siempre, regalando con
tanta plenitud, con toda su energía amorosa y protectora ema-
nando de Él. Para algunos había extendido su mano de modo
que la gente pudiera ver los objetos que caían de su palma. Bus-
camos a Jerry y lo encontramos de un humor desusadamente
brillante y receptivo, la cara radiante.
Dijo que todavía no sabía bien qué deducir de su entrevista,
pero ahora estaba contento de haber efectuado el viaje. De algu-
na manera la entrevista había logrado que todo valiera la pena.
Incluso parecía haber cambiado un poco sus modales habituales:
una mujer del grupo pidió que alguien la ayudara a llevar sus ma-
letas y él se ofreció con mucha espontaneidad. “¡Nunca hago es-
to!”, afirmó. “Debo estar volviéndome loco.”
Baba lo había conducido a un cuarto privado y había empe-
zado a hablarle, pero una conversación no era lo que Jerry que-
ría. Pidió otra vez a Baba que hiciera algo con el anillo y se lo
quitó del dedo. Baba dijo que no deseaba hacer esto. Jerry siguió
pidiendo. Por fin, Baba puso el anillo en su mano, sopló sobre
él… y devolvió a Jerry un anillo del todo diferente, que no obs-
tante ajustaba a la perfección.
153

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 153 -

Esto obviamente lo había estremecido. Aún así no estaba to-


talmente convencido de que todo no fuera sino un truco mágico.
Por otra parte, ¿cómo podía explicar su gran sensación de ale-
gría y emoción? Necesitaba la seguridad y familiaridad del hogar
para reflexionar más profundamente acerca de lo que experi-
mentó aquí.

Mi esposa, mi hermano, mi cuñada y yo tuvimos que esperar


más bajo el sol ardiente. Nos volvimos cada vez más irritables
por el hecho de dormir apiñados, por las instalaciones desagra-
dables del cuarto de baño y por nuestro creciente desaliño. Em-
pezaron a surgir disgustos entre nosotros; se estaba probando ri-
gurosamente nuestro control emocional. El joven en el extremo
del cuarto continuaba con su tos, su fiebre y sus frenéticos viajes
al cuarto de baño. Mi hermano y yo nos hicimos cada vez más
reacios a usar el agujero en el suelo, y finalmente, intentamos
contener del todo la actividad regular de nuestros intestinos.
Con su “lujoso” baño de estilo occidental al lado, las mujeres
también tenían sus problemas. Tan apretujadas en su habitación
como lo estábamos nosotros en la propia, les era difícil incluso
vestirse. Intentaban vestirse a la manera india con saris, pero te-
nían dificultades para mantenerlos enrollados alrededor del cuer-
po. Parecían estar constantemente ocupadas en enredarse y de-
senredarse en un vano intento de comodidad.
Junto a ellas vivía una hermosa mujer india llamada Uma,
esposa de un médico de Delhi, que era maravillosamente amable
y servicial. Tenía bellísima voz y todas las noches las mujeres
eran regaladas con música india y bhajans cantados de una ma-
nera exquisita. También les contaba historias de la magnificencia
de Baba que intensificaban sus sentimientos hacia Él.
Yo estaba impresionado por la gentileza y la bondad de las
personas indias en general. Eran muy serviciales con nosotros en
el ashram , inquirían acerca del estilo de vida norteamericano y
estaban llenas de reverencia profunda y humilde por Baba. La In-
dia es la madre de la espiritualidad en el mundo y el fervor reli-
gioso se encuentra por doquier.
Una tarde Donald y yo visitamos el pequeño hospital en los
terrenos del ashram . Yo le contaba que había oído que uno de
los trabajadores de una obra de construcción de dormitorios en
154

- 154 - SAMUEL H. SANDWEISS

el ashram había caído recientemente y había muerto. Con sar-


casmo, Donald interrogó: “Me pregunto ¿qué hizo Baba enton-
ces?”.
“Tal vez no haya lugar mejor para morir que donde se halla
la presencia de Baba”, medité en voz alta. “Probablemente reci-
bió su recompensa justa encontrando a Baba al otro lado.” Mi
hermano sólo se encogió de hombros y rió.
Habíamos estado juntos casi de continuo, permaneciendo to-
dos los hombres en un área y las mujeres en otra. El sol caliente
grababa a fuego el vínculo entre nosotros. Caminamos por ahí
deslumbrados, desaliñados e incómodos alrededor de una sema-
na; pero juntos.
155

No me di gan que no les im por ta esta


Bienaven tu ran za, que están satisfechos con
el en gaño y no están dispuestos a su frir los
ri gores del desvelo. Su natu raleza bási ca,
créan me, aborrece esta ru ti na in sul sa, mo-
nótona, de comer, beber y dor mir. Busca
al go que sa be que ha per di do: shanti, el
con ten to in terior. Busca la li beración de la
es cla vi tud de lo tri vial y de lo tem poral.
Todo el mun do la an hela en el fon do de su
corazón. Sólo hay un medio para obtener -
la: la con tem plación del Ser Su premo, la
base de toda esta aparien cia.
156
157

13
PRASHANTI
NILAYAM

Después de casi una semana se nos dijo que a quienes parti-


rían pronto les sería permitido ver a Baba. Pensando que no po-
dríamos soportar la incomodidad física por mucho tiempo más,
ocho de nosotros hicimos arreglos para una entrevista. Una tar-
de, a la hora convenida, se nos introdujo en un pequeño cuarto
donde nos sentamos en el piso formando un semicírculo. Baba
entró y, cerrando el círculo, se dirigió a cada uno de nosotros.
Una vez más, el estar en Su presencia nos hizo olvidar a todos la
incomodidad. De repente estábamos llenos de alegría.
Luego su actitud cambió. Se volvió distante y desapegado,
impersonal. Materializó algún vibhu ti . Después de un largo silen-
cio, empezó a dirigirse a cada uno de nosotros, pero de un mo-
do extraño, mirándonos de soslayo, sonriendo a veces.
Preguntaba el nombre de un individuo y enseguida parecía
irse en un sueño, moviendo la cabeza hacia atrás y hacia adelan-
te, sonriendo y riendo, como si platicara con una persona imagi-
naria. En ocasiones movía su mano con la palma hacia arriba y
en un círculo lento, después hacía una extraña evolución con los
dedos como si escribiera en el aire. Cuando alguien le preguntó
qué hacía, respondió que lo más que llegaríamos a entender era
que estaba leyendo las mentes de la gente y hablando con sus
devotos.
158

- 158 - SAMUEL H. SANDWEISS

Hizo esto con casi todos los del grupo. Y aunque no habló
con ninguno de nosotros en persona, simplemente gozamos el
estar en Su presencia. Predijo algunos sucesos: que la esposa de
mi hermano estaría encinta pronto y daría a luz una niña; que ya
tenía un niño, e hizo comentarios semejantes a los demás. Esto
fue exactamente lo que ocurrió. Mi hermano y mi cuñada ya te-
nían un hijo bien parecido, David, y poco después del viaje
Nancy quedó embarazada y ahora es madre de una niña encan-
tadora que se llama Débora.
A continuación Baba preguntó a Donald si le gustaría verlo a
solas, y se fueron a un área privada tras una cortina. Estuvieron
ahí unos minutos y salieron, mi hermano con un semblante un
tanto turbado e incómodo, Baba radiante, lleno de alegría. Indicó
que podíamos irnos y que nos vería de nuevo por la mañana en
entrevistas privadas.
Afuera, mi hermano refirió que Baba lo había llevado al cuarto
y lo había abrazado; después le preguntó: “¿Estás asustado?”.
Donald contestó que se sentía un poco cohibido y Baba le dijo
que no se sintiera así y lo abrazó otra vez. Donald se hallaba con-
fuso, sin saber cómo interpretar los actos de Baba o cómo reac-
cionar a ellos; le hacían dar vueltas a su mente.

“Simplemente no comprendo por qué todo el mundo no gri-


ta: ‘¡Me voy!’ y se va.” Don admiraba el aguante de los occiden-
tales, que podían perseverar en un medio tan primitivo. Cada vez
que veía a mi hermano sentado quietamente, deslumbrado por el
sol, le preguntaba cómo estaba. “¡Todavía no digo ‘me voy’!”,
era su respuesta invariable. Aunque yo nunca me di cuenta si lo
decía con una sonrisa o mascullando.
A la mañana siguiente a nuestra entrevista despertamos muy
temprano, después de pasar una noche incómoda en el piso de
concreto, ya que nuestros colchones de aire baratos se habían
pinchado. Mi hermano se incorporó apoyándose en los codos,
giró y palmeó mi hombro. Yo abrí un ojo y lo vi arrastrarse tra-
bajosamente hacia mí. Se hizo el silencio por unos segundos,
luego oí en un susurro ronco, de recién despierto… “¡Me voy!”
“¿Qué pasa, Donald?”, inquirí.
“Ya me oíste: ¡Me voy!” Silencio de nuevo. Don prosiguió:
“¿Sabes?, no puedo descifrarlo. He estado observando a Paul
159

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 159 -

desde la semana pasada acostado ahí bajo su mosquitero, sudan-


do y enfermo de una especie de disentería, y todavía se sostiene;
¿cómo es posible que la gente haga eso?”. Donald se levantó de
nuevo con un brazo. “¡Paul!” Un ruido surgió del otro lado del
cuarto. “No comprendo por qué todavía no has dicho ‘¡me voy!’”
Paul se movió otra vez. “¿Sabes dónde puedo abordar el
próximo taxi para salir de aquí?”
Nos preparamos apresuradamente para las entrevistas inmi-
nentes; luego, después del desayuno, nos ubicamos cerca del
templo y esperamos. En breve, nos introdujeron en un pequeño
cuarto trasero y de nuevo nos colocamos en semicírculo a los
pies de la silla de Baba. Yo me encontraba precisamente a la de-
recha de la silla y Sharon estaba junto a mí. Baba entró radiante,
mostrando su habitual estado de ánimo amoroso y franco.
Empezó por hablar un poco con nosotros y luego giró ágil-
mente su mano en el aire para producir un enorme terrón de
dulce que se elevaba diez o doce centímetros sobre su palma.
Distribuyó una buena porción a cada uno de nosotros. Me sentí
convertido en un niño sentado a los pies de San Nicolás en algún
cuento de hadas encantador. Y podría añadir que he visto a los
individuos más austeros, más duros, a los más ostentosos, trans-
formarse en niños a los pies de Baba.
Llamó a mi hermano para que se acercara y le pidió que se
sentara a su derecha, frente a mí. Guiñó los ojos cuando le pre-
guntó a Don lo que quería. A continuación movió la mano y ma-
terializó un hermoso anillo hecho de un metal pesado con figuri-
llas de oro adornadas de su elefante favorito, Sai Gita, a cada la-
do, y al frente una imagen de Baba en oro. Puso el anillo en el
dedo de Donald y le ajustó perfectamente. Donald estaba alegre,
yo me emocioné y Sharon comenzó a llorar.
Yo me sentía tan feliz de que Baba obsequiara un regalo tan
fino a mi hermano mostrándole tanto amor, probándonos a to-
dos su gran poder, que apenas podía contener las lágrimas. Baba
le dijo que tendría una vida larga, sana y feliz, y sería un médico
muy bueno. Luego la gente empezó a hacer preguntas a Baba.
¿Cómo sabríamos cuando Él estuviera con nosotros, encon-
trándonos tan lejos? Él se volvió a una mujer del grupo, alguien a
quien todavía no había hablado: E lla sabe cuán do Baba está
con ella, y de repente la invadió la emoción y rompió a llorar.
160

- 160 - SAMUEL H. SANDWEISS

Posteriormente, ella relató la historia de cómo había percibi-


do por primera vez la presencia de Baba en los Estados Unidos.
Contra el parecer de su familia, había sacado a su madre de un
hospital de convalecencia para cuidarla en casa. Hizo esto por
amor, aun cuando era una tarea fatigosa y difícil. La madre no
podía controlar sus necesidades fisiológicas y requería mucha
atención, pero la hija la atendía con gran devoción.
A medida que el tiempo transcurría, entraba a la habitación
de su madre y oleadas de emoción súbitas e inexplicables la tras-
pasaban. No tenía idea del origen de esto, si bien percibía la pre-
sencia de alguien desconocido, pero cercano a ella, e identificó
la emoción como amor. Luego supo de las reuniones de Sai Ba-
ba que organizaba Elsie Cowan y decidió asistir a una.
Al ir por primera vez, conoció a Elsie, quien le enseñó un
trozo de tela de las túnicas de Baba. Lo tocó y de pronto se sin-
tió electrizada, experimentando un estado de éxtasis casi convul-
sivo. Ahora, en la entrevista con Baba, tenía la certeza de que Él
sabía lo que le había ocurrido y se refería a ella.
Baba prosiguió materializando más objetos y hablando con
otras personas como si estuviera bien enterado de sus vidas y
dándoles consejo. En atención a una mujer que se quejaba de
problemas en los ojos, produjo un medallón y le indicó que lo su-
mergiera en agua y se pusiera en los ojos unas gotas de esa agua
cada día.
Después Baba nos vio a cada uno por separado. Lila pidió
algo por lo que había rogado desde hacía meses. Él retrocedió ju-
guetonamente, los ojos traviesos, el rostro con amplia sonrisa
amorosa y pronunció las mismas palabras que ella había usado
en sus oraciones a Baba. Él simplemente no había tenido mane-
ra de saber cuáles habían sido estas palabras y ella se sintió llena
de felicidad.
A las preocupaciones y deseos de mi esposa por nuestras hi-
jas, Baba respondió con una exposición en la que ella sintió que
Baba tenía claro conocimiento de sus personalidades individua-
les, y materializó un medallón para una de ellas. A mí me dijo
que no me preocupara por cuestiones monetarias y me habló de
mi desarrollo espiritual. Claramente consciente de que Él conocía
mis anhelos y aspiraciones más profundas, me llené de Biena-
161

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 161 -

venturanza. En respuesta a mi pregunta acerca de venirme a vivir


a la India para estar con Él, expresó: Pri mero tienes que aten -
der a tus deberes en casa; serás más li bre después de que tus
hi jas hayan creci do.
Cuando estábamos sentados juntos de nuevo, Baba movió su
mano en el aire y produjo ocho pequeñas tarjetas de visita con
su retrato y dirección, y entregó un ejemplar a cada uno. Dijo
que siempre estaba con nosotros. Después de mostrarnos mucho
aliento y amor, repartió paquetes de vibhu ti .
Como de costumbre, aunque las materializaciones durante la
entrevista fueron impresionantes, para mí el mayor impacto vino
de su misterioso conocimiento de cada uno de nosotros y su ca-
pacidad para mostrarme que en verdad se halla concretamente
con nosotros aun cuando esté ausente en lo físico. ¡Esta percep-
ción real de la omnipresencia de un ser amante —percepción
que continúa por toda la vida, llenándola de una profunda sensa-
ción de seguridad y resguardo— es el don más milagroso!
162

- 162 - SAMUEL H. SANDWEISS

Este viaje fue útil para dar respuesta a varias preguntas. Por
ejemplo, por qué Baba, supuestamente tan grande y poderoso,
permitía que existieran en su ashram condiciones de vida tan in-
cómodas. Al principio eso me confundía y al fin me lo expliqué
de esta manera: quizá era injusto juzgar las condiciones del ash-
ram entonces, ya que estuvimos ahí durante un período de cons-
trucción, con muchos obstáculos para la comodidad personal
normal en una situación tal; pero aún así, no se rechazaba a na-
die y todos estuvimos ahí gratis.
Luego, también, por qué el sufrimiento está tan diseminado
en el mundo; no obstante, según mi modo de pensar, esto cierta-
mente no es argumento válido en contra de la existencia de
Dios. Ahora es claro para mí que nosotros mismos tenemos la
obligación de elegir lo correcto en lugar de lo erróneo, lo bueno
en lugar de lo malo, y que las circunstancias en las cuales nos ha-
llamos se deben a nuestras acciones, ya sea en esta vida o tal vez
incluso en vidas pasadas. Es nuestra obligación ayudarnos y cu-
rarnos nosotros mismos.
Empiezo a apreciar el concepto de kar ma. Cosechamos lo
que sembramos, se nos paga en especie por el bien y el mal que
hacemos. Nosotros somos responsables por entero de sacarnos
del embrollo en que nos hemos metido y es tonto y fútil tratar de
encomendar esta tarea a otro.
Es tan fácil quedar atrapado en la emoción que produce Ba-
ba —con todos los cambios que uno hace en sus concepciones
de la naturaleza de la realidad y todas las impugnaciones a las
creencias que uno sostenía antes— que podemos comenzar a
sentir que Él velará por todo exactamente como deseamos, no
sólo en el nivel espiritual, sino también en el plano físico. Cuan-
do los linderos de nuestras realidades antiguas son derribados,
muchos de nosotros deambulamos por ahí como extraviados,
tratando de aferrarnos a Dios pidiendo nueva orientación. En es-
ta etapa es fácil perder el propio sentido de la perspectiva y res-
ponsabilidad. Así pasa con nosotros cuando esperamos que Ba-
ba asuma la tarea de limpiar el ashram : ondeando una varita
mágica y haciendo que todo de repente sea limpio y hermoso.
Ahora es más evidente para mí que la aparición de Baba so-
bre la Tierra tiene como objeto proporcionar a la gente fe en la
existencia de una realidad más elevada y en la verdad de las leyes
163

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 163 -

espirituales, a fin de que podamos adquirir la pujanza para vol-


vernos a la Rectitud y trabajar con firmeza para mejorar nuestra
condición. Si alguna gran fuerza curara toda la enfermedad que
nos afecta y acabara con la pobreza que nos ahoga, pero nos de-
jara en nuestro nivel de conciencia actual, pronto estaríamos de
nuevo unos contra otros y la misma situación caótica se presen-
taría en el mundo.
Estoy aprendiendo bastante acerca de los poderes yóguicos
o sidd his. Muchos yoguis, y el mismo Baba, han declarado que
estos poderes con frecuencia desvían a uno del sendero espiri-
tual. Ahora he visto a individuos que son seducidos por la fasci-
nación provocada por esas facultades y pierden de vista la meta
última de fundirse con Dios. Baba nos recuerda que tanto el líder
espiritual como el que aún busca a Dios pueden caer presa de es-
ta tentación.
Pero Sai Baba nos exhorta a que no lo consideremos un as-
pirante espiritual que todavía puede ceder a tales tendencias infe-
riores. Sus hechos simplemente son parte de su naturaleza mis-
ma, dice, puesto que es un Avatar , por encima del kar ma y del
mal, por encima del tiempo y del espacio, por encima de cual-
quier clasificación… por encima de la dualidad. Sus poderes sen-
cillamente son una expresión externa de la realidad de su ser in-
merso en todo, en dondequiera, en todos los tiempos.
Al hablar de sus hechos extraordinarios que millones de se-
res llaman milagros, Baba ha expresado: E llos atañen al poder
natu ral i li mi tado de Dios y en nin gún sen ti do son producto
de poderes síddhicos, como con los yoguis, o de la magia, co-
mo con los magos. El poder creador de nin gu na manera se lo-
gra ni se desarrolla; es sólo natu ral. Swami crea al gu nos obje-
tos preci sa men te del mis mo modo como creó el Uni ver so.
Otros objetos deter mi nados son traí dos desde don de estaban.
No hay seres invisibles que ayu den a Swami a transportar cosas.
Su Sankalpa, Su Volun tad Di vi na, trae los objetos en el acto.
Él está en todas par tes.
La mayoría de los individuos con poderes paranormales cono-
cen sus limitaciones. La extensión de sus poderes se puede definir.
Por lo general sienten que son conductos o mediums en contacto
con una realidad superior, tal vez utilizados por ella, y, sea como
fue re, su re la ción con e lla por lo común los ha ce humil des.
164

- 164 - SAMUEL H. SANDWEISS

En contraste, los poderes de Baba parecen ser ilimitados. Él afir-


ma que no sólo hay otras dimensiones de la realidad y otros nive-
les de conciencia —un camino a una percepción mayor— sino
que Él, de hecho, es estas otras dimensiones y el sendero hacia
ellas. No hay separación alguna entre Él y cualquier dimensión, o
entre Él y usted y yo.
Aun con su inmenso poder, no hay de parte de Baba trazas
de espectáculo pomposo ni de conducta intencionada para for-
jarse una imagen pública; sólo dar, enseñar, amar. En toda mi
experiencia personal y profesional con la gente y mi conocimien-
to de la motivación, nunca he visto a nadie comportarse de este
modo. Es el milagro más estremecedor que haya presenciado.
También me estoy haciendo consciente de la esencia de lo
que en sánscrito se denomina maya: la naturaleza ilusoria de lo
que consideramos la realidad; cómo nuestras percepciones sen-
soriales, nuestros pensamientos y emociones nos orientan al
mundo de una manera que es sólo ilusión. Que los sentidos y
sentimientos tienen un modo de oscurecer o estrechar nuestra vi-
sión seduciéndonos a abandonar la senda espiritual, se me reveló
concretamente por la forma en que mis sensaciones de incomo-
didad física y mi reacción a la enfermedad, pobreza y condición
primitiva de Puttaparti, al engañarme, casi me alejaron de mi va-
loración de la grandeza de Sai Baba.
Mucha gente que se aproxima a Baba pasa por pruebas fatigo-
sas a través de las cuales aprende de la futilidad y frustración que
resultan del deseo. Algunos individuos se lastiman tanto que se en-
fadan con Baba y se van. Sin embargo, para la mayoría, al encon-
trarse ante la alternativa de abandonar sus deseos o a Sai Baba, es
patente que no es a éste a quien debe dejarse, sino al deseo.

Fue e vi den te pa ra mí que no de bí a pen sar en vi vir en


Prashanti Nilayam, que debía pensar en hallar un modo de esta-
blecer mi relación con Baba a la vez que continuar viviendo y tra-
bajando en los Estados Unidos. Había oído a Baba hablar de esto
con frecuencia: no separarse del mundo e irse a los bosques o a
una cueva en las montañas para recluirse, sino seguir cumplien-
do el deber dondequiera que uno esté… ser de utilidad y fomen-
tar la relación con Baba poniendo en práctica una y otra vez sus
enseñanzas en medio de la vida cotidiana.
165

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 165 -

Empezaba a ver que Baba es mucho más grande que su apa-


riencia física. Él es verdaderamente su enseñanza, su amor, su
verdad, su solicitud. Había comenzado a entender la superficiali-
dad de tratar de acercársele físicamente y a reconocer que si que-
ría un contacto real con Él, debía llevar a cabo esto fundiéndome
con Él en un nivel espiritual. Debo tejer sus enseñanzas y su espí-
ritu cada vez más tupidamente en la trama de mi vida, hasta que
yo deven ga Él.
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167

14
ARDER HASTA
CONSUMIRSE

Después de regresar del segundo viaje, concluí que no era


importante vivir cerca de Baba en lo físico, sino psicológica y es-
piritualmente; tenerlo siempre en la mente y el corazón. Comen-
cé a estudiar sus enseñanzas con más diligencia y a hacer un in-
tento serio por ponerlas en acción en mi vida. Empecé a ejerci-
tarme en yoga y meditación, al principio por períodos cortos e
intermitentes, luego con regularidad dos veces al día, en la maña-
na y en la tarde. Mientras más me empeñaba en esta práctica,
más la gozaba; sin esfuerzo me encontré aumentando la cantidad
de tiempo dedicado a ella. También comencé a asistir a grupos
de bhajans y yo mismo organicé un grupo de estudio, de manera
que varias noches a la semana me reunía con otros devotos de
Baba para estudiar y participar en servicios devocionales.
Estaba fascinado al observar lo que comenzó a suceder. Mis
reacciones emocionales y mentales comenzaron a cambiar de un
modo como no había ocurrido después de largos años de psico-
terapia. Como vientos fuertes y constantes cuyo soplo se llevara
una cubierta de nubarrones, mis ejercicios espirituales empeza-
ron a revelar una dimensión interna que nunca antes había vis-
lumbrado. Había oído de quienes experimentaban en cosas tales
como la luz, la expansión, la atemporalidad y el amor ilimitado,
pero había creído que esos sentimientos eran imaginarios o iluso-
168

- 168 - SAMUEL H. SANDWEISS

rios. Ahora comenzaba a preguntarme acerca de esta vasta parte


inexplorada de mí mismo. Así como el orgasmo proporciona
una liberación física y emocional después de que uno ha alcanza-
do un determinado nivel de madurez sexual, ¿habrá mecanismos
inherentes a esta dimensión interna que una vez descubiertos y
franqueados puedan liberarnos a fin de ascender a niveles de
conciencia superiores?
Cuando doy clases de psiquiatría me detengo para preguntar
si alguno de los alumnos dedica tiempo a la meditación. Casi nin-
gún psiquiatra o residente al que haya interrogado medita con re-
gularidad, y sólo uno o dos se han dedicado alguna vez a ello.
Para muchos el proceso es desconocido por completo; esto en
un grupo de individuos cuyo interés es la curación de los proble-
mas mentales y emocionales y que supuestamente tratan con el
mundo interior. Ahora bien, ¿cómo es la meditación?
Aunque hay muchas técnicas diferentes para la meditación,
por lo general uno entra en un estado en el que los sonidos cir-
cundantes, los fragmentos de pensamientos, las fantasías y las
emociones dejan de molestarlo. En esta quietud podemos experi-
mentar lo eterno. Con si deren la pan talla en el ci ne, dice Baba.
Cuan do la pelí cu la transcu rre no ven la pan talla, sólo ven el
drama; cuan do ter mi na el espectácu lo no ven si no u na pan ta-
lla, u na pan talla sin men saje al gu no: ni voz, ni hom bre, ni
for ma, ni color, ni credo. E so es Brahman. En la oscu ri dad,
una cuer da tiene la aparien cia de u na ser pien te; aquí, toda la
pan talla era di lui da por la pelí cu la.1
¿Cuáles son algunas de las prácticas que podrían seguir? Pri -
mero tú estás en la luz, luego la luz está en ti y fi nal men te la
luz y tú son u no, dice Baba. Él enseña que se puede empezar a
experimentar la luz de la Energía Divina primero como algo aparte
y fuera de uno, luego penetrando en uno y, aunque separada, ori-
ginándose dentro de uno. El último estado —la luz y tú son u no,
sentirse luz— refleja el estado de ir más allá de la dualidad, fundir-
se con el At ma o Ser Universal, el Dios que tenemos dentro.
Cuando empecé a experimentar la emoción y el regocijo del
descubrimiento en la meditación y comencé a ver en Baba a un

1 Mensajes de Sathya Sai , vol. II, Editorial Errepar, Buenos Aires, Argentina.
169

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 169 -

gran científico y maestro de la conciencia, de nuevo surgió en mí


el anhelo de estar con Él. Quería preguntarle específicamente
acerca de los diversos pasos en la meditación y seguir con exacti-
tud sus instrucciones al desenvolverme en esta dimensión de la
conciencia que se abría ante mí.
También, habiendo estado lejos de Baba seis meses, era muy
tentador el pensamiento de verlo y sentir directamente Su Biena-
venturanza otra vez. Bien, Indra Devi emprendería el viaje pron-
to, así que después de breves consideraciones de las opciones
decidí acompañarla. Salí por tercera vez a la India.

Para esta ocasión ya era un viajero experto. La jornada fue


placentera y acogí con gusto la oportunidad de estar solo y medi-
tar por períodos prolongados, sentado tranquilamente y sumer-
giéndome en la magnificencia de Baba. Después del largo viaje el
avión aterrizó en Bombay, donde las escenas ahora eran familia-
res y agradables en extremo, la sensación realmente psicodélica.
Los olores, las imágenes, el movimiento, el perderse en toda esta
actividad maravillosa, todo ello acrecentaba mi amor por la India
que ya conocía.
Al arribar a Bangalore entrada la noche, nos enteramos de
que Baba se hallaba en Brindavan, su residencia veraniega. A la
mañana siguiente, temprano, yo estaba sentado al lado de una
vereda con otros treinta norteamericanos y cientos de indios, es-
perando que Él saliera de la casa.
Junto a mí se encontraba un compañero de viaje, un joven
pintor de Santa Bárbara. Cuando vi aparecer la túnica anaranja-
da, mi corazón se aceleró y retornaron todo el amor y la emo-
ción habituales y anhelantes. Baba flotaba lleno de Bienaventu-
ranza por el camino desde la casa; su porte era celestialmente
hermoso. Era un milagro notar cómo yo empezaba a vibrar y ser
consciente de tan cálido sentimiento en mi interior.
Estábamos sentados a la derecha de Baba. A unos tres me-
tros de nosotros se volvió hacia un grupo de personas que se ha-
llaban al otro lado de la vereda y giró su mano derecha con toda
la serena majestad que yo recordaba. De pronto en la mano, su
manga se había deslizado, estaba la ceniza sagrada, el vibhu ti .
Steve, el pintor, se acercó a mí y dijo en un susurro: “Eso valió la
pena todo el viaje”. Calló luego por un momento y enseguida
170

- 170 - SAMUEL H. SANDWEISS

continuó casi en un murmullo: “Puedo sentir que están quitando


de mis hombros un kar ma de muchos años. ¡Soy libre! ¡Estoy
volando!”.
Baba paseó entre nosotros durante 15 o 20 minutos, salu-
dándonos con sonrisas amorosas; a continuación empezó a ca-
minar de regreso a la casa. De repente miró hacia donde yo es-
taba y se aproximó a mí. ¿Cómo está tu her mano?, inquirió.
Con súbita intensidad evoqué a Donald preguntándome precisa-
mente antes de mi partida si creía que Baba lo recordaría. Yo
había replicado: “Claro, Él recuerda a todos”. La pregunta de
Baba sería un gran regalo para Don; mi sonrisa se amplió y mi
corazón salió a su encuentro: “Está muy bien, Baba”, dije, el to-
no de mi voz lleno de una sonrisa a la vez alegre y humilde que
podía sentir sobre mi rostro.
¡Bien, bien!, exclamó Él en inglés sonriendo igualmente. Lue-
go se volvió y enfiló hacia la casa. Indra Devi se dirigió al grupo y
anunció que Baba nos invitaría a entrar y que debíamos aguardar.
Esa mañana, más tarde, se nos pasó a una gran sala. Había casi
treinta de nosotros sentados sosegadamente en círculo, los hom-
bres de un lado y las mujeres del otro. Baba se presentó con su
aura literalmente electrizante y rodeó con lentitud el círculo, son-
riendo y mirando a cada uno de nosotros juguetonamente. Ense-
guida pidió al doctor Gokak que hiciera como intérprete para Él y
se sentó con nosotros para conversar y contestar preguntas. Ha-
bló cerca de una hora sobre el significado y valor de volver nues-
tras vidas hacia Dios, a la realidad del Ser Superior: La fi nali dad
de sus vi das —dijo— es pu ri fi car se a sí mismos.
Parecía dar respuesta a los interrogantes de todos sin que
nadie pronunciara una palabra. Su encanto era indescriptible.
Hizo que algunos ayudantes trajeran refrescos y después que los
tomamos nos dijo que ese día ya no nos podría ver, pero que
pronto estaría con nosotros de nuevo. Todos los demás se fue-
ron, mas yo estaba tan emocionado que me quedé; no quería ir-
me a menos que me echaran.
Desafortunadamente hay tantos seres que suspiran por Sai
Baba que algunos se aprovechan de su hospitalidad, como yo lo
hacía. Ahora no pensaría en imponérmele de esa manera, pero
entonces todavía pasaba por demasiados cambios psicológicos
en mi relación con Él para discernir con claridad la cortesía de la
171

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 171 -

devoción. Como nadie me sacó, decidí que permanecería ahí por


la eternidad, a no ser que alguien se opusiera.
Desde mi ventajosa situación podía mirar dentro de la casa y
ver a Baba caminando por ahí, hablando con la gente, leyendo
sus cartas y llevando a cabo otras actividades. Pensé que este via-
je sería realmente grande; me iba a apostar en el zaguán y nunca
me iría. Luego Baba subió a descansar y yo me acosté en el duro
piso a esperar su salida.
Dormitaba cuando de súbito hubo un remolino de actividad.
Un coche se detuvo frente a la puerta, Baba apareció con unas
cuantas personas y saltó al interior, metieron en el coche cestas
con alimentos y se fue. Tan rápido como ocurrió esto, mi sueño
de estar cerca de Él se desvaneció. Otra vez estaba afuera, al ra-
yo del sol, con sólo un plátano por compañía. “¿Cómo pudo ha-
cerme esto?”
Sólo algunos de los más allegados a Él habían sabido que sa-
lía a Puttaparti. Más tarde descubrí que había enviado a Indra
Devi a Bombay a dirigir una breve alocución en su ausencia a
unas doscientas mil personas decepcionadas que esperaban su
visita anual ahí. ¡Qué carga caía sobre los hombros de ella! Pero
contaba con la ayuda de Baba desde lejos para atenuar la desilu-
sión de tantas personas.
En cuanto a mí, decidí seguir a Baba. A la mañana siguiente,
temprano, un amigo y yo viajábamos en un taxi. El día había em-
pezado frío y despejado. A corta distancia de la ciudad el ritmo
agitado de las calles de Bangalore cedía al pausado despertar del
campo. El camino tenía pavimentado un carril por cada sentido;
por largos trechos no había nadie a la vista. Mi mente se aquietó
dejándose llevar hacia colinas distantes y grandes extensiones de
campo raso.
Dejamos atrás carretas tiradas por bueyes, grandes y pesa-
dos animales arreados por un conductor que, como sus bestias,
parecía abismado en un estado semejante al sueño. La proximi-
dad de los pueblos la indicaba la aparición de hombres pasto-
reando cabras, y mujeres enredadas en desgastados saris del co-
lor de la tierra llevando objetos sobre sus cabezas. Al pasar por
las ciudades, sonreía por la ingenuidad de los pequeños mucha-
chos indios que se contorsionaban para montar en bicicletas mu-
cho más grandes que lo apropiado para ellos. Por lo general el
172

Vista de los terrenos de Prashanti Nilayam. Acercamiento de la fachada del tem-


plo en la página siguiente.

asiento era muy alto y la barra transversal entre éste y los manu-
brios no les permitía centrarse, de modo que tenían que montar
torcidos hacia un lado, como arañas. Aparentemente la hazaña
no era tan difícil como se veía, ya que había muchos de estos
chicos en el camino.
La mayoría de los pueblos eran agrícolas por completo y su
ritmo de vida semejaba una película en cámara lenta bajo el inmi-
sericorde calor indio. Simplemente dar un paso era una carga.
Poco después de la mitad del camino pasamos por una comuni-
dad de extensión regular, asentada tras una gran muralla de pie-
dra. Se nos informó que éstos habían sido los terrenos de la rea-
leza hacia unos ochocientos años y que la ciudad todavía estaba
floreciente.
173
174

- 174 - SAMUEL H. SANDWEISS

Hacía un calor sofocante en Puttaparti. Casi nadie estaba al


sol. Después de encontrar un lugar para permanecer en uno de
los dormitorios de Prashanti Nilayam y comer unos mangos, nos
colocamos cerca del templo a fin de aguardar la aparición de Ba-
ba para el darshan . El ashram había crecido considerablemente
desde la última vez que yo estuve ahí. Con tan poca gente ahora,
los terrenos se veían más limpios y tranquilos. Perduraba la mis-
ma atmósfera santa —un silencio sereno— y el sol parecía calci-
narlo todo hasta dejarlo blanco y puro.
También persistía el mismo aire de agitación cuando los devo-
tos se reunían para el darshan ; los bhajans aún tenían el mismo y
particular sonido de devoción. Nos sentimos felices al oír que a la
mañana siguiente Baba presidiría en un sitio cercano la ceremonia
de iniciación de la construcción de una escuela que llevaría el nom-
bre de su madre. Podríamos verlo de nuevo entonces.
¡Cuán impredecibles son las actividades de Baba! Al día si-
guiente unos cuantos y yo nos dirigimos al área de la futura escue-
la y no hallamos casi a nadie. A la hora en que Baba se presentó
no había más de veinte o treinta personas y unos cuantos perros
sarnosos. No pude entender por qué había elegido presentarse
aquí mientras doscientas mil personas lo esperaban en Bombay.
Sencillamente acepté la situación y la disfruté plenamente.
Paseándose con gracia, pero con energía, Baba llegó con
una llamativa túnica anaranjada, de un tono más oscuro que el
que había visto antes. Sosteniendo un coco en cada mano, los
rompió con habilidad golpeándolos uno contra el otro y roció su
líquido lechoso sobre el terreno; luego materializó un poco de
vibhu ti que esparció sobre el líquido regado. Estaba en la pleni-
tud de su benevolencia; concluida la ceremonia de los cocos, to-
mó una bolsa llena de paquetitos de galletas y comenzó a cami-
nar entre la concurrencia repartiéndolos. Es sorprendente cuán
misterioso es Baba durante su gesto encantador de distribuir dul-
ces. No se le escapa nadie.
Estar atrapado en medio de este grupo fue una impresión
alegremente placentera: los niñitos saltando, sus rostros sonrien-
tes, la danza de sus dedos ansiosos extendidos; y al fondo de to-
do esto, la imagen mental de doscientas mil personas sentadas
en un estadio de Bombay…
175

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 175 -

Todos los empujones y tirones, la risa y entusiasmo de esta


bandada de pequeñuelos me transportaron momentáneamente a
la niñez. El clímax del acontecimiento tuvo lugar cuando Baba se
acercó para darme algunas galletas, y en la conmoción ¡me pisó
el dedo gordo del pie! Sentí alegría desde la punta de ese dedo
hasta la coronilla.
El día posterior Baba retornó a Brindavan y nos invitó a en-
trar para una gran sesión de bhajans. Él pediría cantos devocio-
nales que nosotros entonaríamos. Indra Devi dijo que muchos de
los norteamericanos sabían bhajans. Yo sólo conocía uno y es-
peraba con fervor que Baba me solicitara que lo cantara antes
que otro me lo ganara.
Baba parecía complacido por la ocasión. Señaló a una mujer
joven que estaba sentada frente a mí y le pidió que cantara. El
desaliento me invadió. Ella empezó a entonar el único bhajan
que yo sabía. Todos nos unimos y le cantamos a Baba, palmean-
do al ritmo, llenos de la emoción producida por una devoción
profunda. Yo decidí quedarme muy quieto, como para pasar
inadvertido; pero entonces, para mi incomodidad, Indra Devi,
con el rostro radiante, soltó: “¡Ah!, el doctor Sandweiss tiene se-
siones de bhajans en su casa cada semana y él los canta”. ¡Mi
suerte estaba echada!
Baba se volvió a mí: ¡An da!, dijo. Tosí y tartamudeé, me
aclaré la garganta y señalé finalmente: “Baba, el único bhajan
que sé es Ganesha Sharanam y ése ya lo cantaron”. No hubo
respuesta, así que decidí cantarlo. Tal vez si lo hacía con mucho
entusiasmo la repetición sería aceptable. Pero después de las dos
primeras palabras, Baba hizo un gesto y exclamó: ¡No, no; ya lo
can taron!, y yo retrocedí apenado, abatido. Me llevó dos o tres
días superar mi turbación. Resolví aprender más bhajans.
Baba considera muy importante entonar estos cantos devo-
cionales; se supone que tienen un gran efecto sobre nuestra me-
ditación y perspectiva espiritual; se ejecutan en grupo, del cual
una persona canta un verso que es repetido por el resto del gru-
po. Todas las palabras de un bhajan son los nombres sánscritos
de Dios en las diversas formas y aspectos en que ha aparecido.
Se cree que en su sonido hay vibraciones que pueden abrir los
centros espirituales de quienes los oyen. Muchas de las palabras
se usan como man tras.
176

- 176 - SAMUEL H. SANDWEISS

Sobre los bhajans


Qui zás al guien rí a de las sesiones de bhajans, las con si dere mero
espectácu lo y ex hi bi ción, y en su lu gar recomien de la medi tación
tran qui la en el callado reti ro de un cuar to de san tuario. Pero el reu -
nir se con otros y celebrar sesiones de bhajans ayu da a ex tir par el
egoísmo. En tal caso u no no teme ser objeto de bur las ni tiene por
qué aver gon zar se de in vocar en voz al ta el Nom bre del Señor. Uno
tam bién se inspi ra con la devoción de otros. La com pañí a de seres
hu manos con pen samien tos afi nes coad yu va a nu trir la plan ti ta de la
devoción y a cui dar la de ser abrasada por el calor de la bur la.
Por ejem plo, u na per sona barrerá el pi so de su cuar to con u na
escoba cuan do nadie lo ve, pero el hacer lo cuan do al guien lo obser va
requiere cier to domi nio sobre el ego. En ver dad, Nama Sankirtana (el
can tar bhajans en gru po) lo apar tará gradual men te de los pen samien -
tos distrayen tes, los cuales lo in vadi rán cuan do lo hace a solas. Así
que can ten con fuer za la Gloria de Dios y llenen la at mósfera de
adoración di vi na.
El Nom bre de Dios es el tóni co más efi caz para alejar todas las
en fer medades, así que no se refu gien en las ex cu sas: asistan a todas
las sesiones de bhajans. Si están en fer mos, ellos les ayu darán a cu -
rar se; o déjen me decir les: es mu cho mejor morir can tan do bhajans
con el Nom bre de Dios en los labios que en cual quier otro momen to.
No se recreen en Nama Sankirtana como en un pasatiem po o
moda o etapa pasajera, o como período desagradable de un horario
im puesto y por cum plir cada dí a. Con si déren lo par te del adiestra-
mien to espi ri tual que se lleva a cabo seriamen te con objeto de redu -
cir los apegos a los objetos tran si torios y para pu ri fi car se y for tale-
cer se a fin de li berar se del ci clo de naci mien to y muer te, y con se-
cuen temen te de la desdi cha. Tal vez esto parez ca remedio im poten te
para en fer medad tan grave; sin em bar go, es u na panacea.
La ex cu sa común para elu dir este deber im perioso para u no mis-
mo es que “no hay tiem po” para sesiones de bhajans en el agi tado
programa de acti vi dades en que se ha con ver ti do el ser hu mano en
la actuali dad. Si la car ga de cien to y tan tos trabajos se sopor ta por -
que son i nelu di bles, ¿se con si derará añadi du ra in deseable el trabajo
ex tra de Nama Sankirtana? Quien car ga un cen tenar de cosas car gará
con segu ri dad u na más.
Hagan reuniones de bhajans tan tos dí as como sea posi ble o por
lo menos u na vez a la semana. Lo mejor es celebrar las en jueves o
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178

- 178 - SAMUEL H. SANDWEISS

domin gos al atar decer; aun que esto no debe hacer se de modo estric-
to, ya que lo que cuen ta no es el dí a de la semana, si no el amor con
que se asista a las reu niones. E fectú en las en un lu gar adon de todos
puedan llegar y jun tar se, y no en la casa de cier tas per sonas en la
cual qui zá no todos sean bien reci bi dos. Hágan las con la mayor sim -
pleza posi ble y sin áni mo com peti ti vo ni acti tud ex hi bi cionista. Re-
duz can los gastos al mí ni mo, pues a Dios le im por ta el an helo in te-
rior y no los ador nos ex ter nos. Nin gu na su ma deberá ser recau dada,
ni median te el hacer cir cu lar u na vasi ja, ni por suscripciones, ni por
lista de donati vos.
Dios es Om ni presen te. Él mora en ca da cora zón y todos los
nom bres son Su yos. De manera que pueden llamar lo con cual quier
nom bre que les cau se alegrí a. No deben cavi lar en otros nom bres y
for mas ni vol ver se fa ná ti cos, ciegos a su gloria. Cuan do en tonen
can tos devocionales con cén tren se en el signi fi cado de ellos y en el
men saje de cada Nom bre y For ma de Dios y paladeen su dul zu ra.
Rama: este Nom bre debe evocar en ustedes el Dharma o justi cia
que Él en car nó y demostró. Rada: este Nom bre debe evocar en uste-
des el amor su pramen tal y su prahu mano que ella tu vo como la más
gran de de las gopis (pastoras; devotas aman tí si mas del Señor Krish-
na). Krishna: este Nom bre debe evocar en ustedes el amor dul ce y
sostenedor con el cual atrajo a todos hacia Él. Shiva: este Nom bre
debe evocar en ustedes el sacri fi cio su premo que hi zo al tomar el ve-
neno mor tal para el bien de todo el mun do, la gracia refrescan te
exal tada por la cascada del Ganga (el rí o sagrado) y la luz de la Lu na
en su fase crecien te.
Ten gan presen te que cada can to en tonado en alaban za del Se-
ñor es u na espada que cor ta los nu dos de la pereza. Es u na fi na pie-
za de ser vi cio social que nos recuer da cum plir nuestros deberes con
el Todopoderoso, quien nos obser va. Ten gan siem pre el Nom bre de
Dios en sus labios y verán que todos los pen samien tos de en vi dia y
odio desaparecen de sus corazones. Si tan sólo muestran al go de in -
terés genui no en su mejoramien to real yo estoy listo para ayu dar los
y coronar sus esfuer zos con el buen éxi to. Por eso no mal gasten su
tiem po in necesariamen te. Dejen que cada momen to sea un bhajan.
E vi ten toda pláti ca su per fi cial. Conoz can el propósi to de los bhajans
y dedí quen se a ellos con todo su corazón. Obten gan el benefi cio má-
xi mo de los años que se les han asignado.
179

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 179 -

Después de cantar, todos empezaban a irse cuando Baba lla-


mó aparte a uno de los voluntarios que habían trabajado con Él
durante muchos años. Un grupo de jóvenes indios los rodearon
con rapidez. Todos nos acercamos más y luego el característico
movimiento circular de su brazo atrajo nuestros ojos como si es-
tuvieran tirando de ellos hacia el vórtice invisible que en aparien-
cia Él estaba creando en el aire. Súbitamente, algo plateado bri-
lló en su mano. Era un hermoso reloj. El hombre que recibió el
regalo se sintió encogido y abrumado cuando lo tomó.
Esa noche nos invitaron a entrar de nuevo para los bhajans.
Estaba ahí un conjunto de cantantes norteamericanos llamado
Lite Storm que grabó un disco de bhajans estadounidenses. To-
caban sus guitarras, tambores y otros instrumentos y cantaban
alternadamente con los hombres indios. Baba inició la sesión
con la voz más bella, clara y emotiva imaginable, dando el tono
para una noche muy espiritual. El acto fue una demostración
palpable de cómo el amor y el canto gozoso del Nombre de
Dios unen a seres de índole tan diversa. Dado que experimentá-
bamos juntos el anhelo de Dios, el anhelo del amor y de fundir-
nos con la grandeza de Dios, todos nos convertimos en esos
momentos en algo así como parientes muy cercanos.
Baba presta mucha atención a los estudiantes en su escuela.
Siempre se les permite que estén junto a Él, y la gozosa admira-
ción de sus rostros imberbes es una expresión vívida de la unión
íntima que experimentan con Él. Esta noche había veinte o trein-
ta estudiantes sentados a sus pies. Su facilidad y familiaridad con
los bhajans más complejos, su tonalidad y uso especiales de la
voz, su pronunciación precisa así como su actitud de profunda
devoción, reflejaban con claridad su herencia en esta magnífica
tierra de la espiritualidad.
En contraste estaban la guitarra, los bongós y lo sugestivo
del ritmo de rock de los occidentales, que cantaban sólo el géne-
ro más sencillo de bhajans. No obstante, era obvio que los indios
entendían nuestros anhelos y nosotros los suyos. Existía una
comprensión cordial.
El amor, el respeto y un profundo sentimiento de afinidad,
sin atender a la etnia, la nacionalidad o la religión, surgen en
esas condiciones. Yo estaba saturado de la más cálida exaltación
y agradecía a Baba el permitirme ver cómo todos nos hermana-
180

- 180 - SAMUEL H. SANDWEISS

mos cuando estamos en contacto con el Padre. No cabe duda de


que esta reacción podría suceder entre toda la gente de todo el
mundo, si se le pudiera mover de alguna manera a la compren-
sión de lo real de la paternidad de Dios.

Uno de los aspectos de Baba que me parecen más importan-


tes es su aspecto de Shi va, o de Destructor. En la religión hindú,
los tres aspectos principales de Dios como Creador, Conserva-
dor y Destructor están representados por Brah ma , Vish nu y
Shi va, respectivamente. Al principio, cuando empecé a aprender
acerca del hinduismo, me preguntaba por qué uno debía adorar
la apariencia destructora de Dios, pero a medida que mi relación
con Baba se profundizaba, comencé a reconocer su significado.
He mencionado antes que sin importar cuánto me prepare, al
acercarme más a Baba empiezo a sentirme aniquilado. Esto siem-
pre sucede como resultado de estar demasiado apegado a la men-
te —con su capacidad casi infinita de dudar— y a las emociones,
que con facilidad me llevan a la inquietud. Si Él me desdeña, me
siento lastimado y de mal humor. Cuando me exhorta a no entre-
garme a los placeres momentáneos, me enfado por ese consejo
“simplista”. Si parece que comete un error, pienso que éste no
puede ser el modo de actuar de la Divinidad. Cuando permite el
sufrimiento, dudo. Cuando hay un choque entre mis sentimientos
y pensamientos y sus palabras o acciones, siento que es como
morir el tener que dejar de confiar en las impresiones de mis sen-
tidos y las conceptualizaciones mentales y rendirme totalmente a
Su voluntad. Y aunque ahora me prometo no desear ni pedir na-
da de Baba, el deseo siempre vuelve a brotar al contacto con Él,
malográndome hasta el grado de la autocompasión y la derrota.
Entiendo que esta reacción es la de mi ego que lucha para
no ser depuesto; la lucha del ser pequeño (la mente y las emocio-
nes) a medida que su dominio empieza a ser vencido. Pero la
comprensión no conduce necesariamente al dominio sobre uno
mismo. En este viaje, como en los demás, yo querí a que el pe-
queño ser limitante fuera destruido a fin de poder empezar a fun-
dirme con el Ser Universal Superior. Pero es tan difícil abando-
nar la identificación con la emoción y la mente —eso que por
tanto tiempo pensé que era yo— y poner plena confianza en el
Avatar … creer que Él representa la verdadera realidad y que mis
sentidos, emociones y mente ven sólo una ilusión.
181

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 181 -

Es imposible experimentar una lucha tan crucial y elemental


sin ambivalencia. Parecía no haber fin para mi ego; sin embargo,
en Su Amor Infinito, Baba continuaba devastándolo como con
un cincel. Naciste con u na fi nali dad , dice Baba: morir. Es de-
cir, para matar el “yo”. Si Brahma muere, tú te con vier tes en
Brahman, o mejor di cho, sabes que tú eres Brahman. Toda es-
ta li teratu ra, todo este esfuer zo, toda esta en señan za es sim -
plemen te para sostener un espejo delan te de ti de modo que
puedas ver te a ti mismo.2
Después de haber pasado una semana con Baba, Él empezó
a llamar a los que partirían en breve para que concertaran entre-
vistas privadas. Otros tres hombres y yo fuimos introducidos en
un cuarto pequeño, donde, sobre el piso alfombrado, nos senta-
mos con Baba y el doctor Gokak, el intérprete. Baba sonreía y
se balanceaba con Bienaventuranza. Se volvió al compañero
próximo a mí, Jeff, y dijo despreocupadamente: Vi ne a ti dos
veces en sueños.
Ahora bien, como psiquiatra nunca he oído de un colega que
hablara de esta manera a un paciente. Los psiquiatras tratan con
los sueños todo el tiempo; pero decir: “Vine a ti dos veces en
sueños”, sería algo desconcertante para el paciente medio. Sin
embargo, ahora esas observaciones sólo sirven para ampliar mi
concepción de los poderes supranormales de Baba.
En este caso atestigüé un suceso que, relacionado con el tra-
bajo que hago, estaba tan por encima de él que mi fe se reafirmó
muchas veces más: Baba empezó a describir e interpretar uno de
los sueños de Jeff, y para mí fue muy evidente que de algún mo-
do había producido el hecho psíquico de este hombre, en rigor
había creado sueños para Jeff y lo había visitado en otra dimen-
sión de la realidad. Jeff confirmó todo lo que Baba dijo. ¡Aquí es-
taba el psiquiatra más grande que yo haya visto!
Un pasaje del sueño que Jeff no podía entender tenía que
ver con Baba cortando un pez, distribuyéndolo a las personas
presentes y dando un poco a Jeff, aun cuando él es vegetariano.
Baba sonrió e indicó: E goís ta, egoís ta; des truir el egoís mo,
usando el pez, en otras palabras, como un símbolo del “yo” pe-

2 Mensajes de Sathya Sai , vol. II, Editorial Errepar, Buenos Aires, Argentina.
182

- 182 - SAMUEL H. SANDWEISS

queño, una de cuyas cualidades es el egoísmo. Con frecuencia


hace estos juegos de palabras, incluso en inglés.3
Baba habló enseguida de un mensaje subyacente en el cruci-
fijo: el ser pequeño, el pequeño “yo”, está simbolizado por la
parte vertical de la cruz y es negado (tachado) por la sección ho-
rizontal, ¡el aspecto Shi va de Dios! Ahora estaba yo preparado
para una verdadera revelación: Baba enseña con palabras, pero
invariablemente “las templa” al calor de los hechos.
Jeff señaló que había recibido un mantra de Indra Devi y
quería saber el modo correcto de decirlo. Baba accedió a ayudar.
Yo sabía que al aconsejar a las personas la repetición del Nom-
bre de Dios, Baba a menudo las instruye en el uso de un japama-
la, un collar religioso de ciento ocho cuentas, semejante a un ro-
sario. El objeto es repetir el Nombre con cada cuenta.
Me dije: “¡Ajá! Apuesto a que Baba va a crear un japamala
para Jeff”. Cuando lo observaba, sacó de detrás de su espalda,
en su mano izquierda, lo que sin duda era un japamala. Siguió
hablando con Jeff, y me pareció que nadie más miraba su mano
izquierda, que yo era el único que la veía. Mi mente empezó a
trabajar:
“¿Podría ser que Baba fuera después de todo sólo un presti-
digitador que esconde objetos tras su espalda y además tan des-
cuidado que ahora toma este collar de detrás de su espalda y jue-
ga con él frente a mi nariz?… ¡Qué idea tan estúpida!” Y aunque
mi mente intentaba alejar con argumentos esa duda, un senti-
miento desgarrador me invadía. No, no dejaría que me engañara
trayéndome el pensamiento de que sólo era un mal prestidigita-
dor. Él continuaba hablándonos, sonriendo con bienaventuranza,
y yo seguía observando su mano izquierda con cuidado.
Regresó la mano a su espalda, luego al frente otra vez, y yo
temía que iba a dar a Jeff el japamala como si lo hubiera mate-
rializado. Pero no; de pronto hizo el habitual ademán circular
con su diestra, y hete aquí que en ella apareció un hermoso japa-
mala muy diferente del que estaba en su mano izquierda. El que
yo viera en esa mano había desaparecido.
Quedé estupefacto por este giro de los acontecimientos. Por
supuesto, mi duda no era reciente. Levanta su fea cabeza siem-
3 La palabra ego en inglés es self ; la palabra pez en inglés es fish, y la palabra
egoísta, selfish. De ahí que al cortar el pez (fish), Baba significa que hay que
destruir el egoísmo (selfishness) [N. del T.].
183

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 183 -

pre que empiezo a sentirme orgulloso de mi fe, a creer que es


sólida e inconmovible. Una niebla de confusión me envuelve; sé
que Baba me está destruyendo y me siento casi desamparado an-
te esta reacción.
Él siguió conversando con los otros tres hombres y desde-
ñándome. No me importó. Trataba de recuperarme del incidente
del japamala. Dijo luego que siempre estaba en contacto con
nosotros, pero para el caso de que deseáramos escribirle nos da-
ría una tarjeta de visita con su dirección. Movió su mano en el ai-
re y aparecieron en ella tres tarjetas de visita, las cuales dio a ca-
da uno de aquellos tres hombres. A mí ni siquiera me miró.
Lo que me sorprendió en esto es que en una breve entrevista
seis meses antes, Él me había dado una tarjeta igual a las que aca-
baba de producir. ¿Me estaba indicando que recordaba esto, que Él
me conocía mejor de lo que yo creía, que no ignoraba mis dudas?
A diario ve a cientos de personas; verdaderamente es asediado por
los visitantes. Él mero hecho de que pudiera haber recordado un
suceso tan trivial ocurrido seis meses antes ya me parecía una ha-
zaña, para no mencionar la materialización de las tarjetas y la ma-
nera tranquila y habitual en que llevó a cabo todo esto, lo que por
cierto me ayudó a retirar mi mente del incidente del japamala.
Luego de esta demostración aprendí a decirme a mí mismo:
“Sam, no caigas en ninguno de estos trucos; no te sientas des-
truido; sencillamente no esperes nada, no desees nada y no pi-
das nada”. Salí de la entrevista lleno de sonrisas más que de sos-
pechas o sentimientos heridos. Baba anunció que se nos llamaría
de nuevo algún otro día para entrevistas privadas.
Días después estábamos de vuelta y yo me sentía bien prepara-
do, capaz de resistir cualquiera de los trucos de Baba. “Hoy no me
hará eso”, musité con firmeza para mí. “¡No seré destruido!” Cuan-
do nos sentamos, me miró y dijo: Tu men te está con fun di da.
Sentí que flaqueaba; pero me tranquilicé con rapidez: “No,
no seré destruido. Ni sus críticas ni sus trucos, nada me destruirá
hoy”. Sonriente, Baba seguía mirándome.
Men te de mono, expresó en un tono de voz suavemente
burlón.
Pasó a hablar con los demás, pero después de un rato se di-
rigió de nuevo a mí: ¿Qué es lo que quiere usted, señor? Ya ha
estado aquí an tes.
“Baba”, dije de un modo lastimero, “quisiera fundirme contigo.”
184

Apégate a todas las cir cunstan cias a la fuen te, sus-


tan cia y su ma de todo poder: el Señor… y en ton ces
puedes sacar de esa fuen te toda la fuer za que necesi tas.
Este apego se llama bhakti (devoción).
Para el pájaro que vuela en medio del océano sobre
las aguas oscu ras, azul su bi do, el ú ni co lu gar de descan -
so es el mástil de al gún bar co que navega por ellas. De
la misma manera, el Señor es el ú ni co refu gio para el
hom bre que es arrastrado por las tor men tas sobre un
mar desasosegado. Por más lejos que pueda volar el pá-
jaro, sabe dón de puede descan sar; ese conoci mien to le
da con fian za. Tiene la i magen de ese mástil fi ja en su
men te; su for ma está fi ja en el ojo. El Nom bre del Se-
ñor es el mástil para ti; recuér dalo siem pre. Asócialo
con la For ma y ten esa For ma fi ja en el ojo de la men -
te. Es u na lám para que derrama luz en los lu gares re-
cón di tos de tu corazón. Ten su Nom bre en la len gua y
él te li brará de la oscu ri dad tan to in ter na como ex ter -
na. Paz aden tro, frater ni dad afuera —ése es el signo de
u na per sona ocu pada en namajapam (la reci tación del
Nom bre de Dios)—.
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 185 -

Bien, pri mero tú estás en la luz, luego la luz está en ti y


después tú y la luz son u no… Flaqueaba otra vez; era demasia-
do tarde para detener la reacción. Sentí un dolor atroz, un decai-
miento terrible; mi niebla de confusión ahora tenía un crudo ribe-
te de duda:
“Este es mi tercer viaje”, pensaba. “Cuarenta mil kilómetros
en cada viaje: lleno de ansiedad, tres veces he emprendido el ca-
mino hacia el Avatar , y escuchen lo que me dice: ¡clichés! Lo he
oído pronunciar esto un centenar de veces. Esta parecía ser mi
oportunidad… pero se ha ido.”
Las palabras de Baba se desvanecieron en el aire. Se volvió
a un tipo llamado Steve y lo rodeó con el brazo, riendo y hablan-
do amorosamente con él, mostrándole que conocía cosas de él
que nadie podría saber. Yo comencé a ponerme celoso. Baba
notó una cadena con medalla de aspecto más bien barato que
colgaba del cuello de Steve: Te daré u na fi na, afirmó.
“¡Oh Dios, aquí vamos de nuevo!” Empecé a rogar que no
materializara nada para mí. Aún no había hecho algo especial
para mí y concluí que quería que así quedaran las cosas, que no
me diera nada.
Quería sacar algo útil de lo que sentía que ya era una desa-
tención de su parte. “Si vas a pasarme por alto todo el tiempo,
¡bien! ¡Allá tú!”, me dije de mal humor. “Pero en ese caso hazlo
así siem pre, para tener cuando menos esa distinción sobre los
demás.” Comencé a abrigar el pensamiento de que en realidad
era un símbolo de prestigio el hecho de que Baba no hubiera
materializado una medalla para mí en el pasado. En eso, movió
su mano en el aire con suavidad, creó cuatro hermosas medalli-
tas y despreocupadamente nos lanzó una a cada uno de noso-
tros. Ahora sí que yo no tenía ventaja alguna sobre nadie. Baba
me había negado hasta su desprecio.

Este aspecto de Shi va en Baba se me hace dolorosamente


evidente mientras más me acerco a Él en un nivel físico. Baba se
comporta tan hermosamente. Es tan juguetón. Aun cuando por
encima puede parecer que está regañando a uno con rudeza, en
realidad ésa es la forma de “destrucción” más amable, más amo-
rosa que haya presenciado yo.
186

- 186 - SAMUEL H. SANDWEISS

Condujo a uno por uno de los demás hombres a otro cuarto


para una corta charla privada. Volvieron radiantes, anonadados,
imbuidos de profunda reverencia, transformados por completo.
Luego se aproximó a mí y me preguntó cuándo me iría. Te veré
después, dijo. Heme ahí: el único sin entrevista privada, con una
medalla que no había deseado y sintiendo que nunca estaría cer-
ca de Baba en el plano físico; pero aún quedaba la esperanza de
que quizá lograría verlo más tarde.

Pocos días después debían empezar las clases en la escuela de


verano —la escuela establecida por Baba para enseñar espirituali-
dad a los estudiantes universitarios— y el ashram bullía de activi-
dad con los preparativos. Yo comprendía que sería difícil ver a Ba-
ba en estas circunstancias, mas todavía conservaba alguna espe-
ranza. Sentir que la esperanza ganaba terreno en mí me hacía es-
tremecer. Me daba cuenta de que podría llevarme otra gran decep-
ción. Por fin vino el último día; de todas partes de la India llegaban
estudiantes y conferencistas. Yo había estado esforzándome al má-
ximo para pensar en algún modo de obtener una plática privada.
Esperé y esperé bajo el sol caliente, traté de enviar una nota
a Baba, y aguardé un poco más. El día empezó a refrescar, se
juntaron las nubes… yo esperaba. Pregunté dónde estaba Baba:
inspeccionaba los detalles de última hora para la ceremonia inau-
gural de los cursos. Aguardé. Las nubes se hicieron más grandes
y amenazadoras. Luego empezó a llover. Me empapé.
Seguí esperando bajo la lluvia hasta que hizo frío y cayó la
noche. Era evidente que no tenía ya probabilidad de lograr la en-
trevista privada.
Completamente mojado, calado hasta los huesos por la brisa
nocturna, regresé a Bangalore en la parte trasera de una desven-
cijada motocicleta de tres ruedas convertida en “taxi”. Fueron ne-
cesarios tres viajes para descubrir cuán fútil y frustrante era tratar
de establecer una relación interpersonal estrecha con Baba. No
regresaría ya, ni a molestarlo ni a frustrarme, a menos que para
retornar surgiese alguna razón clara, inequívoca e irresistible. Esa
fue la decisión que tomé durante aquella jornada nocturna y fría
en una motocicleta desvencijada, de vuelta a Bangalore.
187

15
UN VIAJE DE AMOR

Después de mi tercer viaje a la India estaba seguro de que


nada que no fuese algo como un relámpago quemando el cielo
nocturno con un mensaje para que retornara, me haría volver a
sus tierras. Llevaba cuatro meses en casa cuando recibí la noticia
de que Walter Cowan había fallecido luego de haber vivido un
año y medio después de su aparente resurrección por Baba. El-
sie, la esposa de Walter, me informó que Baba le había escrito
declarando su interés en ir a los Estados Unidos, y que ella pla-
neaba ir a Puttaparti a fin de hacer los arreglos para ese viaje.
Pensé que Elsie se estaba forjando muchas ilusiones, ya que este
rumor se había propagado durante varios años. Pero luego de
leer la carta que Elsie había recibido de Baba deduje que era la
señal más clara de que estaba considerando en serio efectuar un
viaje al país.
Más tarde Elsie me pidió que la acompañara. Me vi así en-
vuelto en un tremendo dilema: iba y venía en desesperados sí,
no, sí, no, y empecé a demandar señales que me ayudasen a
de ci dir. Mi ra ba las ar di llas co rre te an do en el pa tio y de cí a:
“Bueno, si saltan a ese agujero significa que iré; si no lo hacen
me quedaré”.
Sharon, que había tolerado mis extravagancias durante un
año y medio, indicó que podría aceptar que yo partiera por cuar-
188

- 188 - SAMUEL H. SANDWEISS

ta vez si hubiera una especie de señal que nos mostrara a ambos


que debía ir. Le mencionó esto a Elsie por teléfono un domingo
en la mañana. Ese día, más tarde, me arrastraba en el sótano re-
parando algunas tuberías. A continuación de eso me preparaba
para darme una ducha cuando noté que la medalla que Baba ha-
bía materializado para mí durante mi último viaje no se hallaba
en la cadena que pendía de mi cuello.
Me sentí muy abatido y mi mente empezó a girar al tratar de
descifrar dónde podría haberla perdido. Me extrañaba que en to-
da mi actividad durante los últimos seis meses, ahora fuera la pri-
mera vez que esto sucediera; pero sería descabellado considerar
este incidente una señal. Al gatear debajo de la casa, simplemen-
te se habría zafado la medalla de su cadena, y estaría ahí abajo,
en alguna parte entre el polvo.
Luego, al ponerme mis pantalones cortos me quedé sobre-
cogido al hallar la alhaja pendiente de un hilo de la bastilla de
una pierna de la prenda. El pequeño anillo que aseguraba la me-
dalla a la cadena estaba abierto apenas lo suficiente para permitir
que se deslizara y se enredara en la bastilla. La alhaja colgaba ju-
guetonamente de mis pantaloncitos, recordándome de alguna
manera el juego de manos que hace un prestidigitador para sacar
una moneda de la oreja de alguien.
La sorpresa me hizo carcajear, sin dejar de experimentar la
misteriosa sensación de que después de todo esto no hubiera si-
do sólo un evento fortuito: había oído muchas historias semejan-
tes acerca de circunstancias desusadas en relación con los rega-
los de Baba. Pese a todo, difícilmente podía llamar a esto una
verdadera señal, aunque la resistencia de Sharon se suavizó un
poco cuando se lo conté. Sin embargo, al fin la tentación de po-
der participar de algún modo en la planificación de un viaje de
Baba a los Estados Unidos —sin importar cuán improbables eran
las oportunidades de que ocurriera— se hizo demasiado grande
para soportarla. Sabía que otra vez sería desilusionado, sabía que
la destrucción de Samuel Sandweiss recomenzaría de veras… pe-
ro decidí volver.
Mi amorosa y auxiliadora familia, acostumbrada ya a mis fre-
cuentes viajes a la India, me despidió con todo el calor que uno
podría pedir. Y una vez más viajé por el cielo, enfilado hacia los
pies de Baba. Por coincidencia, la película que exhibieron a bor-
189

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 189 -

do fue El hom bre de La Man cha. Sonreí al ver a Don Quijote


luchando con molinos de viento y viajando tras un sueño. ¿Qué
su cederí a? ¿Continuaría sintiendo ese distanciamiento atormen-
tador y la falta de contacto personal con Baba durante esta visita,
o bien el acompañar a Elsie resultaría por fin en la intimidad con
Él que deseaba con tanto fervor?

Tan pronto como llegamos a Prashanti Nilayam tuve la cer-


teza de que observaría a Baba desde un punto de vista distinto.
Desde el principio fue muy atento con Elsie. Sé que Baba profe-
sa igual amor por todos sus devotos, aunque a veces parezca que
en realidad los evita o los desdeña; pero en su relación con Elsie
pude contemplar su amor expresado de una manera inequívoca.
Cuan do nos a pro xi má ba mos al tem plo, Ba ba en vió u na
plantita como regalo de bienvenida para ella. Era singular: del ta-
maño de una pelota de golf, de tallo corto y hojas verdes circula-
res, semejaba un loto. Exhalaba una fragancia maravillosa, una
mezcla de olores de todo género de frutas, flores y perfumes, al-
go que yo nunca antes había aspirado. Él aroma de esta planta
estableció el estado de ánimo para el resto del viaje.
Aunque no pudimos ver a Baba en privado esa tarde, tuvi-
mos nuestra primera entrevista con Él al día siguiente. Más o
menos a las cinco de la tarde nos pasaron a un cuarto pequeño
donde había ya tres o cuatro indios. Aquí empecé a ver la tierna
manifestación del Amor de Baba y a sentir que mi relación con
Él se profundizaba.
Juguetonamente sostuvo la mano de Elsie, dándole palmadi-
tas afectuosas. Volviéndose a mí dijo con fingida gravedad: El sie
está debi li tada en lo fí si co por la edad. Luego, risueño, añadió:
Pero es bri llan te y recta como un diaman te en lo espi ri tual . En
el rostro de Elsie se dibujó una sonrisa de oreja a oreja.
Manifestó Baba que ahora Walter se hallaba con Él y que Él
había estado con Walter al momento de su muerte en los Esta-
dos Unidos y le había dado darshan . Baba sabía que Walter y El-
sie habían repetido sin cesar Su Nombre y que Walter se encon-
traba en Bienaventuranza en el momento de su muerte. Todo lo
que dijo Baba, Elsie me lo había contado antes del viaje.
De pronto e inesperadamente, Baba se volvió hacia mí y
me a tra jo a Él. Me sen tí sub yu ga do por e sa gran a ten ción.
190

- 190 - SAMUEL H. SANDWEISS

¿Qué quieres?, preguntó de la manera más gentil imaginable.


Pero no pude pronunciar palabra en Su presencia y únicamente
proferí la palabra: “Dios”. Él sonrió comprendiendo y me palme-
ó en la espalda con ternura; a continuación, moviendo con deli-
cadeza su brazo en el aire, produjo un hermoso anillo. El dilema
de si debía haber venido o debía haberme quedado estaba despeja-
do: me sentí una vez más entregándome y deshaciéndome ante Él.
Baba creó un japamala para una mujer india, algún vibhu ti ,
por supuesto, y luego anunció que más tarde nos vería en nues-
tro cuarto. Volviéndose a mí dijo: Des pués ha bl a ré con ti go
acer ca del viaje. Yo estaba sobrecogido, fuera de mí. ¿Realmen-
te estaría dispuesto a tratar detalles específicos de su viaje a los
Estados Unidos? Elsie y su hermana Floy eran todo júbilo cuando
lo escucharon.
Al día siguiente, alrededor de las ocho de la mañana, nos si-
tuamos cerca del templo y aguardamos. Ocupado con entrevistas,
Baba debe haber visto a unas veinte personas mientras estuvimos
sentados ahí. Por fin invitó a unos diez indios a entrar al cuarto e
hizo señas a Elsie, Floy, Helene Vreeland (una devota de Santa
Bárbara) y a mí para que lo siguiéramos. Una hora aproximada-
mente habló en telugu, sin traductor, a los indios, discurriendo so-
bre Dios, los valores superiores y el camino hacia la Paz.
Escucharlo hablar en esta lengua extranjera era casi más be-
llo y estimulante que oírlo en inglés. Me traspasó la intensa ener-
gía que irradiaba de su cuerpo y sus ademanes. Rebosaba amor
sereno, feliz; sus gestos, risa y bienaventuranza llenaban tangible-
mente el cuarto, dibujando amplias sonrisas en nuestras caras.
Vio a la mayoría de las personas indias individualmente en entre-
vistas cortas y produjo un recipiente de vibhu ti para una de las
mujeres indias, y para otra un pequeño marco dorado para retra-
to, de más o menos cinco por siete centímetros, el cual contenía
dos fotografías: una de Shirdi Sai Baba y otra de Él mismo.
Seguidamente, de manera muy inesperada, me invitó a en-
trar a un pequeño vestíbulo privado. En inglés dijo: Sé que ella
(El sie) está muy an siosa y yo estoy dispuesto.
“¿Qué quieres decir, Baba? ¿Quieres decir que irás a los Es-
tados Unidos?”
Sí, sí, respondió. I ré pron to. Estoy listo.
“¿Cuándo, Baba?”
191

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 191 -

He preparado u na car ta con instrucciones para que la lle-


ves a Bhagavan tam en Ban galore. Trabaja con él en los arre-
glos. Puede haber u na pequeña di fi cul tad con las vi sas, pero
Yo estoy dispuesto a ir de in mediato, an tes de Mi cum pleaños
(el 23 de noviem bre). Te quedarás aquí en Put tapar ti y te veré
u na vez más; después sal drás al rededor de las cin co de la ma-
ñana e i rás di rectamen te a ver al doctor Bhagavan tam. I re-
mos a los Es ta dos Uni dos cua tro de nosotros: yo, Gokak,
Bhagavan tam y otra per sona.
Baba hizo señales a Elsie para que entrara en el vestíbulo y
repitió lo que me había dicho. Nos entusiasmamos al pensar que
Sai Baba llegaría pronto y en persona a las vidas de millones de
norteamericanos allá en los Estados Unidos.
Pero luego vino una serie de acontecimientos que parecían
demostrar la lección que Baba enseña de continuo: la vida es un
gran juego; juégalo. Estábamos envueltos en el despliegue más
gracioso de excentricidades, tratando de arreglar lo que resultó
ser un viaje elusivo en extremo. Pese a que pretendíamos mante-
ner todo en secreto, nos precipitábamos de acá para allá a fin de
ver a los agentes de viajes, correteábamos para legalizar ante no-
tario los papeles, nos apresurábamos bajo la lluvia y chapoteába-
mos en lodazales —parecíamos en verdad caracteres extraídos
de Don Qui jote, riendo entre nosotros y de nosotros—: estába-
mos representando una gran pieza cómica. Esta lección es difícil
de aprender por mí, porque la mayor parte de mi vida he sido un
hombre más bien serio; pero en circunstancias tan cómicas, la
aprendí sin duda alguna.
Despidiéndonos de Baba, fuimos a entregar la carta al doc-
tor Bhagavantam. Él vería a Baba al día siguiente y se decidió
que yo lo acompañaría. Después de gastar una buena dosis de
energía con el agente de viajes en el hotel, arreglando los deta-
lles de la obtención de pasaportes, visas y boletos, llamé a Sha-
ron para darle la buena noticia. Por mi impaciencia soslayé el
hecho de que en San Diego eran las 2 a.m.
Como era de esperarse, tuvimos una comunicación telefóni-
ca defectuosa, de modo que ahí estaba yo desgañitándome; con
todos oyéndome en el hotel, le decía a Sharon que guardara en
secreto la noticia de los planes de Baba. Entre los ruidos de nues-
tra llamada telefónica transcontinental y el sueño de Sharon, in-
192

- 192 - SAMUEL H. SANDWEISS

terrumpido pero no del todo disipado, ella todavía trataba de de-


terminar con exactitud qué es lo que debía guardar en secreto.
Cuando por fin logramos aclararlo todo, ella se emocionó tanto
como yo, pero convino en no decirle nada a nadie hasta que los
planes fueran concretos.
A la mañana siguiente cerca de las diez llamé a Bhagavan-
tam. Para mi sorpresa me informó que había vuelto a leer la car-
ta de Baba y como no hacía mención de que yo debía acompa-
ñarlo en el viaje a Puttaparti, creía que debía ir solo. “Bueno, en-
tonces iré a Puttaparti por mi lado”, repliqué, “sólo por si me ne-
cesitase, y lo encontraré allá.”
“Bien”, dijo, “pero tendrá que hacerlo por su cuenta, ya que
Baba no me da instrucciones de que lo lleve.” Aunque decepcio-
nado, entendí que Bhagavantam hacía exactamente lo que debía:
responder a la carta de instrucciones de Baba y asegurarse de
que un devoto superentusiasta no se convirtiera en un estorbo.
Me lancé por ahí para contratar a un taxi. Rápidamente se
determinó que Elsie también iría. En nuestra prisa por alistar-
nos, todavía teníamos tiempo para reírnos del lado cómico del
asunto. Éramos la caballería tratando de atajar el paso a Bha-
gavantam a fin de salvar nuestra posición. Era imposible dejar
a Elsie. Actuaba como mariscal de campo, ordenando marchar
hacia adelante en todos los frentes. Casi se podían oír toques
de clarines por las colinas a medida que avanzábamos veloz-
mente hacia Puttaparti.
El viaje fue placentero y Elsie durmió unas horas en el asien-
to posterior. Cuando nos aproximamos a la pequeña ciudad em-
pezó a caer una lluvia suave y en el cielo apareció el arco iris. El
aire tomó el olor fresco y limpio que acompaña a una llovizna li-
gera. El desvencijado taxi entró a los terrenos del ashram , donde
la lluvia había obligado a muchos a buscar abrigo. Como era
nuestra costumbre, nos sentamos cerca del templo. Elsie mandó
u na no ta bre ve: “Ba ba, de bo ver te de in me dia to. Ur gen te.
Amor, Rani”.
Cuando me acercaba al área donde se sientan los hombres a
la puerta del templo, Bhagavantam salía. Todavía no había visto
a Baba y también esperaría. Estuve sentado casi media hora, con
los ojos cerrados, sintiéndome muy bien y entusiasmado con la
situación. De repente una fragancia muy dulce, semejante a la de
193

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 193 -

la planta que Baba había dado a Elsie unos días antes, captó mi
atención. Al abrir los ojos con rapidez vi a Baba que precisamen-
te salía del templo para acercarse a la reunión exterior. La simul-
taneidad del olor y su aparición me llenó aún más de éxtasis. Mi
coronilla parecía flotar.
Baba caminó entre la multitud, majestuoso y divino. Habló
con unos, distribuyó vibhu ti a otros e invitó a varios para pláti-
cas personales. Con éstos entró de nuevo al templo.
Transcurrida media hora y habiendo atendido a otro grupo,
pidió que fuéramos Bhagavantam, Elsie y yo; poco después se
nos unió. Primero habló en telugu con Bhagavantam, quien tra-
dujo para nosotros. Resultó que, pese a que Baba estaba dis-
puesto a ir, Bhagavantam tenía un compromiso para hablar en
Ghana el 1° de noviembre. Como se le necesitaba para que tra-
dujera, esto significaría posponer el viaje de Baba.
De una manera jovial, casi caprichosa, como si desempeñara
un papel, Baba dijo: No soy Yo, Yo quiero ir; es Bhagavan tam .
Mis sentimientos se desplomaron. La dilatada fantasía de una gi-
ra mundial con Baba —toda la gloria, diversión e importancia
que mi mente de mono había invocado— se evaporó en un ins-
tante.
Ahora se i rán a casa, y en tre el 1° y el 6 de noviem bre,
cuan do el doctor Bhagavan tam regrese de Ghana, les dará ra-
zón del viaje. Guar den todo en secreto, instruyó Baba. Dijo
que permanecería siete u ocho días; que iba para cumplir su
compromiso con los Cowan y se hospedaría con Elsie para lle-
varle felicidad. Estaría de regreso en la India para Su cumplea-
ños, temporada de grandes celebraciones públicas en el ashram .
A continuación Elsie trató algunos negocios respecto a sus
derechos de impresión de los libros de Baba en los Estados Uni-
dos. Tenía dificultades para obtener libros desde la India y seña-
ló que si se imprimieran en los Estados Unidos los norteamerica-
nos podrían conseguirlos con facilidad. Baba dio su permiso y la
instruyó para que ultimara detalles con el jefe de su Comité de
Educación, ya que en verdad estaba interesado en la difusión de
sus libros en los Estados Unidos. Pidió cartas de los devotos nor-
teamericanos, y Elsie prometió traerlas cuando regresara. Con
eso terminó la entrevista y decidimos retornar a Bangalore por
la noche.
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- 194 - SAMUEL H. SANDWEISS

Yo estaba hecho polvo, completamente destruido. De nuevo


me había dejado seducir por esperanzas y fantasías, permitiendo
que mi mente se desenfrenara. Aunque desilusionado en un nivel
emocional, yo sabía por una visión más alta que esto era como
debe ser y que, a la larga, resultaría absolutamente correcto. Pe-
ro los sentimientos negativos eran tan fuertes que sin importar
cuánto entendiera y quisiera aceptar, me absorbieron.
Estábamos ya cansados en el camino de regreso a Bangalo-
re. El viaje fue largo y doloroso para mí; la sensación de decep-
ción inquietó mi sueño. Experimenté un ligero alivio al compren-
der que en unos días la herida sanaría y yo recobraría el equili-
brio. Por un momento caí en un sueño ligero y me sorprendió la
aparición de una vívida imagen de Baba. Observé tal tangibilidad
en ella que no pude distinguir entre sueño y realidad. En este ex-
traño estado de conciencia contemplé ininterrumpidamente su
forma brillante y me sentí confortado.

Después de un sábado tranquilo en Bangalore, el doctor M.


B. Sunder Rao, oculista, llegó con objeto de examinar a Elsie al
día siguiente. Nos sorprendió agradablemente enterarnos de que
él era también un devoto muy cercano de Baba: en efecto, es el
presidente del comité central de Bangalore, que interviene en la
administración de actividades que se relacionan con Sai Baba.
Habiendo examinado los ojos de Elsie, explicó la forma en que
se han organizado en la India los devotos de Baba. En muchas
ciudades hay un comité central compuesto por veinticinco miem-
bros más o menos. Este comité se reúne una vez al mes en dife-
rentes rumbos de la ciudad o en distritos foráneos. En Bangalore
hay unas veinte organizaciones locales que, como ramas del co-
mité central, tienen el encargo de organizar cada semana sesio-
nes de bhajans.
También tienen el encargo de instaurar programas educati-
vos para niños de seis a diez años y de diez a catorce, y de for-
mar grupos de adolescentes y adultos jóvenes para auxiliar a los
sectores necesitados de la comunidad. Enseñan a los estudiantes
de lento aprendizaje o trabajan en la solución de problemas sani-
tarios locales. Hay una sesión formal de bhajans una noche a la
semana. Se cantan bhajans durante hora y media y a esto sigue
un período de meditación. Otra noche, por una hora, se reúnen
195

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 195 -

grupos de estudio; se pueden leer obras de cualquier religión, pe-


ro se dedica un lapso determinado a los escritos de Baba.
Una vez a la semana, a las 4:30 de la mañana, hay Nama
San kir tana bhajans, acto en el cual los devotos cantan mientras
recorren las calles de su barrio. Otro día, las madres juntan a diez
o quince niños para leer historias religiosas y transmitir las ense-
ñanzas de Baba. Los textos de todas las religiones se aceptan
siempre que tengan un mensaje moral o espiritual. Los represen-
tantes de los comités centrales de todo el estado se reúnen una
vez cada tres o cuatro meses para compartir y coordinar infor-
mación reciente. Ese sistema está implantado también en otros
estados de la India, y tal vez los representantes de todos los esta-
dos se reúnan una vez al año en una conferencia nacional.
Después de la visita del doctor Sunder Rao, Elsie recibió una
llamada de Bombay del señor Ratan Lal, jefe del Comité de Edu-
cación de Baba, y se concertaron los convenios para imprimir to-
dos los libros de Baba en los Estados Unidos. Ahora hay muchas
obras, tanto biográficas como de enseñanzas y discursos. Están
listadas en el Apéndice de este libro.
Al día siguiente, temprano, Elsie, excitada, llamó a mi cuar-
to. “Esta mañana me siento muy cerca de Walter”, dijo. “Siento
que Baba y Walter me han hecho una visita especial. He estado
bien despierta desde las seis llena de energía.”
Bajo el mando de Elsie tomamos un desayuno tempranero y
hacia las 8:30 estábamos en la carretera a fin de efectuar nues-
tro tercer viaje a Puttaparti en ocho días. El chofer, un joven
muy atento llamado Lingapow, nos informó que nunca había
manejado con tanta frecuencia a Puttaparti. “Una vez al mes o
una vez cada seis meses, sí; pero tan a menudo como ahora…”
y sonrió ligeramente.
A Elsie, a Floy y a mí se unió una agente de viajes que nos
había ayudado en los preparativos del viaje de Baba y quería re-
cibir darshan de Él. Hicimos una breve parada para comprar al-
gunas flores de aroma dulce para Baba. El día anterior había llo-
vido mucho y ciertas zonas estaban inundadas, por lo cual tuvi-
mos que tomar una ruta más larga a Puttaparti. Nos mantuvimos
silenciosos en el coche, con el propósito de no revelar los planes
de Baba a la señora Swami, la agente de viajes.
196

- 196 - SAMUEL H. SANDWEISS

Llegamos al ashram cerca del mediodía, almorzamos y dor-


mimos una siesta corta. Pese a que había llovido, en Puttaparti el
calor era como la cobija extra que uno emplea para eliminar un
resfriado por la transpiración. Elsie me pidió que escribiera con
su lápiz para las cejas una nota a Baba en un recorte de papel:
“Baba, tengo mucho que discutir, Amor, Rani. Habitación A-7”.
Luego salimos a esperar por la vecindad del templo.
Baba se presentó a las cuatro menos cuarto, mucho más
temprano que de costumbre. Apenas había terminado su paseo
entre las dos mil o tres mil personas reunidas y comenzaba a ca-
minar de regreso al templo, cuando se inició una fuerte lluvia.
Hizo señas a los presentes para que se refugiaran en un área cu-
bierta frente al templo. La gente empezó a precipitarse en busca
de abrigo y en la confusión Elsie fue atropellada y estuvo a punto
de caer. “Temí que me pisotearan”, refirió después, “pero en la
conmoción, miré hacia arriba y vi una pequeña mano morena:
ahí estaba Baba sonriendo, lleno de Paz y Omniprotector. Me
sostuvo e impidió mi caída. ¡Me emocioné tanto con esta sensa-
ción de protección!”
Esa tarde estuvo presente en nuestra entrevista una mujer
que hablaba inglés, de unos cincuenta años y que parecía ser del
Cercano Oriente. Obviamente sufría mucho. Le dijo a Baba que
tenía dos hijos y le rogó que la ayudara. Se sentía poco amada e
infeliz y se preocupaba por el futuro de los hijos debido a una
grave enfermedad física que padecía. Yo sé, Yo sé, expresó Ba-
ba con simpatía. Sen tir se poco amado no es ex traño, ahora es
común en este mun do; u no debe ser fuer te.
Habló de la importancia del carácter, la perseverancia y la
fe. Las emociones vienen y van: el dolor es el momen to en tre
dos placeres, el placer es el lapso en tre dos dolores; am bos
son tran si torios y siem pre cam bian tes. Am bos vienen y van
como las olas en el océano, como la bri sa; u no no debe pres-
tar les mu cha aten ción. Recuer da: tú eres lo in mu table, in fi ni -
to, in mor tal.
Todos di cen: “Yo quiero paz”, continuó. La paz es como
u na car ta en un sobre. El “yo” de “yo quiero paz” es el an ver -
so del sobre y el “quiero” es el rever so. La “paz” misma es la
car ta que está den tro. Desecha el sobre del “yo” y del “quie-
ro” y guar da la car ta preciosa de la paz.
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 197 -

Citó varios dichos familiares que adquirieron un significado


nuevo y más profundo. Gesticulando con vehemencia desde su
corazón, casi parecía desvanecerse en la Bienaventuranza que
irradiaba sobre nosotros de manera tan natural y espontánea. La
mayorí a de las ru tas hacia Dios son in di rectas, dijo: como la
japa (reci tación del Nom bre de Dios con un japamala en las
manos, semejan te al u so del rosario), la medi tación y los bha-
jans. Pero la sen da di recta es el Amor.
Em pieza el dí a con Amor, llena el dí a de Amor, ter mi na
el dí a con Amor. Este es el cami no hacia Dios, éste es el sen -
dero más rápi do. Cuando expresaba esto, hacía ademanes a la
mujer doliente y a todos nosotros como si Él estuviese en ese
momento en el cielo, flotando en el espacio.
“Pero Baba, yo estoy enferma; me duele”, fue la respuesta
de ella.
Él asintió con suavidad y gentileza. Lo sé; tu cos ta do iz -
quier do su fre espasmos; ahí hay glán du las.
Ella se sorprendió: “Sí, Baba, glándulas. Sí, en esa parte su-
fro fuertes espasmos”.
Lo sé, lo sé, repetía Él con voz consoladora. No duer mes
bien por la noche, te preocu pas por esto y aquello. Tus en tra-
ñas están en un tor belli no; a veces orinas san gre.
“Es cierto, Baba, es cierto.” Empezó a calmarse y a suavizar-
se con esta manifestación de la Omnipresencia y Omnisciencia
evidentes de Baba.
…Sí, estos ojos son rayos X , dijo Él sonriendo, y continuó
describiendo el estado de ella, citando síntomas médicos específi-
cos que ella reconocía; pero seguía rogando y preguntando con
ansiedad si se recuperaría. No te preocu pes por el cuer po. Él
cuer po es como u na bur bu ja de agua que desaparece. Tú eres
el “Yo” que está más allá del cuer po, tú eres eter na; te ali via-
rás.
“Pero mis hijos, Baba, mi salud”, insistía ella. Él produjo algo
de vibhu ti para ella y le indicó que tomara un poco en agua a la
hora de dormir durante tres o cuatro noches; con ello dormiría
profundamente, su costado empezaría a mejorar y pronto estaría
bien.
Se inquirió a Baba acerca de una mujer que había querido
permanecer en el ashram , pero a quien el administrador de los
198

- 198 - SAMUEL H. SANDWEISS

edificios le había indicado que se fuera. Baba aprovechó esa


oportunidad para hablar sobre la necesidad de una disciplina
adecuada y para expresar su desaprobación del estilo de vida
hippie. Hay mu chos jóvenes in disci pli nados que vienen aquí,
dijo, que al prin ci pio vi ven separados, pero en tres o cuatro
días em piezan a decir: “E lla es mi mu jer, estoy casado con
ella”.
E so no es bueno, señaló. No es bueno aquí y no es bueno
afuera. Carácter, carácter; eso es im por tan te. El placer sin
pu reza no es con venien te. El deber sin amor es deplorable; el
deber con amor es agradable. El Amor sin deber es Di vi no;
Amor… Amor… Amor. Sonrió de un modo luminoso, impri-
miendo el mensaje profundamente en nuestras almas. Fue du-
rante esta entrevista cuando empecé a ver a Baba menos como
el controlador omnipresente de grandes fuerzas, que como una
manifestación de puro Amor. Es obvio que el Amor por sus de-
votos motiva sus acciones.
Uno podría especular que la finalidad de Baba al visitar los
Estados Unidos es llevar un mensaje para el despertar espiritual
de Occidente, o ayudar a aliviar el sufrimiento de los norteameri-
canos, agobiados por las caóticas condiciones políticas, sociales
y económicas; o quizá hacer algo respecto al polvorín en el Cer-
cano Oriente; o como parte de algún gran designio. Pero cuando
le preguntamos a Baba, sonríe con dulzura y sólo dice: Hago es-
to por El sie y Wal ter, y para llevar feli ci dad.
Justamente unas semanas antes Baba había participado en
una conferencia ante unas doscientas mil personas. Es visitado
de un modo constante por seres de todo el mundo. Aún así, está
dispuesto a emprender un viaje tan largo simplemente para brin-
dar amor a uno de sus devotos, y al hacer eso, para demostrar
su disposición y buena voluntad para llegar a todos ellos.
Produjo más vibhu ti para nosotros, y Helene Vreeland se
notaba desbordante de amor por Él: “Tú me has dado todo, Ba-
ba”, musitó. Con titubeos preguntó si podía posar su cabeza so-
bre los pies de Baba. Él consintió y se puso de pie. Helene se
arrodilló, la cara llena de un tenue rubor, los ojos cubiertos por
un velo de amorosas lágrimas, y con lentitud y dulzura pegó su
mejilla en los pies de Baba. Descansó ahí un momento, los ojos
cerrados, inmersa en un estado de paz proveniente del contacto
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 199 -

con lo Divino. Baba se quedó quieto, sonriendo, reconociendo lo


genuino de los sentimientos de Helene y complacido de conce-
der esta petición salida del corazón.
Elsie dio a Baba cartas de devotos norteamericanos y le mos-
tró fotografías ampliadas de la figura de Cristo en la cruz que Él
había manifestado para el doctor John Hislop. Tratando de ne-
gocios, ella preguntó a Baba si podía vender la fotografía y cuán-
to debía cobrar. Él sonrió: No, no, a Mí no me in teresa el di ne-
ro; no hables de di nero con mi go. Cum ple con tu deber: ése es
tu negocio. El di nero viene y va, la morali dad llega y se acre-
cien ta.
De nuevo esos aforismos adquieren un significado más pro-
fundo en la presencia de Baba. Es claro que su pensamiento es
consecuente con la realidad cuando declara que no le interesa el
dinero y no quiere hablar de él, que es fuente de muchos conflic-
tos en los cuales no pretende inmiscuirse de ningún modo. Al
mismo tiempo entiende y acepta la importancia del dinero en las
vidas de sus devotos.
Wal ter y Yo te vi si tamos esta mañana, dijo de pronto a
Elsie. “¡Sí, sí! A las seis. Me sentí tan satisfecha.”
No, fue fal tan do cin co mi nu tos para las seis, la corrigió
sonriendo amorosamente y viéndose otra vez como si estuviera
fuera de su cuerpo y flotando en algún lugar en el espacio. A es-
to se le llama reali zación; cuan do sien tes a Baba den tro, ex-
presó. Luego, volviéndose al resto de nosotros, dijo: El corazón
de El sie es pu ro. A Swami le gusta ver el corazón de un devo-
to tan lleno de amor y devoción.
El amor que Elsie tiene por Baba es seguramente la fuerza
central en su vida. He aquí a una mujer de edad, debilitada en lo
físico, con dificultades para ver y moverse, y sin embargo, im-
pulsada por la devoción y el amor; siempre pensando en Baba.
Elsie no se quejó de enfermedad o incomodidad en todo el viaje.
En lugar de eso, nos conminaba a ir más adelante y más rápido
hacia Dios y a llevar a cabo nuestros deberes y obligaciones te-
rrenales.
Baba la ayudó a levantarse. Llevándola aparte para una pláti-
ca personal, le preguntó si había algo que quisiera. La oí decir
que estaba colmada de amor, luego dirigí mi atención a otra par-
te a fin de no inmiscuirme en su privacidad. Recordé a un amigo
200

- 200 - SAMUEL H. SANDWEISS

que, antes de que yo conociera a Baba, me dijo: “Él puede llenar


tu copa hasta que se desborda, hasta que tú sencillamente no tie-
nes cabida para más; y sin embargo, Él sigue dando”.
La mujer enferma que había estado tan angustiada al princi-
pio de la entrevista, se levantó para dar gracias a Baba. Él le son-
rió con amor y empezó a agitar el aire con esa mano suya mara-
villosamente pródiga. Pronto apareció ahí un anillo magnífico
para ella. Esta fue la gota que derramó el vaso. Exclamando:
“Gracias, gracias”, cayó desvanecida a sus pies. La transmuta-
ción de su miedo terrible al inicio de la entrevista en esta intensa
irradiación de devoción y amor fue tan abrumadora que mi pro-
pio corazón parecía un depósito de gozo indirecto y personal, y
luchaba por impedir que sus compuertas estallaran.
¡Hay tanto amor en el mundo! Nunca había experimentado
esta sensación con tanta intensidad. Baba me mostró en un ins-
tante lo que no habían hecho años de psiquiatría: los medios pa-
ra encender este amor. Un amor tan profundo nace del anhelo
devocional por lo Divino, de la jornada a veces dolorosa hacia la
Divinidad.

Em pieza el dí a con Amor,


llena el dí a de Amor,
ter mi na el dí a con Amor;
éste es el cami no hacia Dios.

Baba distribuyó paquetes de vibhu ti que tomó de una bolsa.


Virtió puñado tras puñado en la cajita portátil de Elsie hasta que
se desbordó. Por supuesto, ella estaba muda de alegría. Baba me
tomó por el hombro: Tú vuel ves con el doctor Bhagavan tam
pa sa do ma ña na y dis cu ti remos los pla nes con más deta lle.
Ahora regresa a Ban galore con El sie. Nos despedimos de Ba-
ba, hicimos nuestras maletas y partimos —como en todos los mi-
tos y películas— al ocaso. La puesta de sol era magnífica, con
grandes nubes que se remontaban, tachonadas en rojos y plata,
llenando el firmamento occidental.
La mortecina luz del atardecer se filtraba por las ventanillas
abiertas del taxi cuando Elsie y yo nos sosegamos de nuevo
abstrayéndonos en nuestros pensamientos y reminiscencias de
los últimos días. Viejos árboles nudosos flanqueaban el camino.
201
202

- 202 - SAMUEL H. SANDWEISS

Dejamos atrás perros, monos, vacas y ovejas en los oscuros cam-


pos que se extendían suavemente ante nosotros. Yo estaba des-
lumbrado y asombrado; aún así, mi mente y mis sentidos se ha-
llaban en su máxima claridad. La tarde india era un vivo y delica-
damente sutil collage de colores, texturas, secretos, sonidos. Mi
mente se refugió en pensamientos de amor.
¡Cuán intensas y hermosas pueden ser las expresiones de
amor y qué fuerza tan importante constituyen en la vida de uno!
Cómo llenan de significado nuestra existencia, dándole orienta-
ción y sirviendo como base a nuestra evolución, expansión e
identidad. Presenciar el intercambio entre Baba y Elsie había sido
profundamente conmovedor y pleno de sentido.
Observar mis reacciones frente a Baba ha sido una invalua-
ble oportunidad para aprender acerca de la naturaleza de la men-
te y las emociones. Pero aun después de acontecimientos tan
exaltantes con Él, me doy cuenta de que mi fe puede ser sacudi-
da con facilidad y he descubierto que otros experimentan lo mis-
mo; tal vez —como dije— debido al aspecto Shi va de Baba. Ex-
perimentarlo a Él da como resultado la eliminación de todas las
impurezas: la falta de fe, duda, incongruencias. En apariencia es-
to es parte de la jornada hacia la entrega total.

En lu gar de transfor mar su hogar, su pueblo, su


es ta do y su pa tria, y con ello a es te mun do, en un
Prashanti Nilayam —la morada de la Paz que sobrepa-
sa el en ten di mien to— el hom bre ha hecho de todos
ellos arenas para las pasiones sal vajes de la i ra, la co-
di cia, el odio y la violen cia. En vez de hacer de los sen -
ti dos —que son, cuan do más, guí as e in for man tes muy
pobres— sus sir vien tes, los ha hecho sus amos. Se ha
con ver ti do en el esclavo de la belleza efí mera, la melo-
dí a que se desvanece, la blan du ra momen tánea, la fra-
gan cia fu gaz y el gus to tran si torio. Gas ta todas sus
ener gí as y los fru tos de todos sus afanes en la satisfac-
ción de las deman das tri viales y degradan tes de estos
su bor di nados rebel des. ¡Ah, qué lásti ma!

El sol estaba saliendo precisamente del templo de Prashanti


Nilayam. Yo había regresado del darshan matutino y estaba sen-
tado en el pórtico hilvanando mis ideas, sin saber aún cómo
transcurriría el día.
203

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 203 -

Baba me había dicho que el jueves retornara al ashram con


el doctor Bhagavantam. Pero cuando telefoneé a Bhagavantam
me informó que no había sabido nada acerca de esto de labios
de Baba, y que no esperaba ir a Puttaparti sino hasta el sábado,
así que el viaje no se haría en lo que a él se refería. Esto parecía
ser otro de esos famosos trucos de Baba. De cualquier modo yo
iría el jueves, aunque esto significaba una decepción, pues yo te-
nía programado partir hacia los Estados Unidos el viernes. Ten-
dría que cambiar mis reservaciones de avión y aguardar.
A la mañana siguiente me levanté a las 4:30 y hacia las 5 ya
me hallaba en camino. Surgieron algunos contratiempos, como
una llanta desinflada y el motor que se paró a cincuenta kilóme-
tros de Puttaparti, lo que hizo necesario cambiar de taxi; fuera de
eso, el viaje fue placentero. Al llegar al ashram unas cinco horas
después, supe que ese día se celebraba una fiesta singular —el
Día de Di vali , el Festival de las Luces—, y Baba pronunciaría un
mensaje especial. Bhagavantam debía traducir y llegaría en cual-
quier momento. Me sentí de mejor humor, ya que todavía existía
la posibilidad de que los tres nos encontráramos y acaso aún pu-
diera tomar el avión el viernes.
Cerca de las tres de la mañana, mente y corazón anhelantes,
me encaminé al templo con una nota en la mano para informar
a Baba que estaba a su disposición para charlar. Alrededor de las
cuatro todos se reunieron en el templo con el objeto de escuchar
el discurso de Baba. Primero, dos elocuentes devotos, uno juez
prominente y otro educador erudito, hablaron brevemente sobre
la importancia de Baba en sus vidas. Luego tocó el turno a Baba,
quien durante casi una hora y media habló respecto al significado
del Festival de Di vali : el modo de llevar la luz a nuestra existen-
cia a fin de vencer la oscuridad e identificarnos con lo Divino.
Aunque mis piernas me mataban por haber estado sentado tres
horas con ellas cruzadas y sobre duras baldosas, oí con mucho
disfrute los discursos. Después Baba cantó bhajans; en todos se
notaba una dulce exaltación. Sin embargo, para entonces eran
casi las siete y me di cuenta de que ya era demasiado tarde para
verlo. Ah bueno, quizá mañana.
De modo que ahí estaba al día siguiente, el viernes, con el
sol brillante y cálido que orlaba el techo del templo con un delga-
do filo de oro. Escribí otra nota a Baba y fui con algunas otras
204

- 204 - SAMUEL H. SANDWEISS

personas al templo a esperar. Cuando supe que Bhagavantam ya


había estado con Baba y se retiraba, y viendo que Baba no me
había lanzado ni siquiera una segunda ojeada desde la partida de
Elsie, deduje que tenía pocas oportunidades de hablar con Él; pe-
ro de todos modos aguardaría.
Permanecí sentado por un par de horas y finalmente escribí
una nota diciendo a Baba que estaba proyectado que mi avión
saliera ese día, y le preguntaba si quería decirme algo más o te-
nía Su bendición para marcharme. Una hora después alguien
trajo una respuesta. Baba no tenía nada más que decir respecto
a sus planes y podía irme; así de sencillo.
Quizá Baba me había pedido que regresara como una mane-
ra de invitarme a oír sus discursos, lo que había sido un gran pla-
cer. En todo caso, reconocía que ya no me iba a dedicar ninguna
atención. Tal vez volvería a verlo pronto en los Estados Unidos.
Cuando hube empacado retorné al área del templo y desde lejos
observé a Baba caminando entre los devotos mientras ellos le
cantaban bhajans. Dije adiós en silencio.
El viaje a casa fue fácil y cómodo. Las conexiones se fueron
haciendo con la precisión de engranajes y llegué a San Diego a las
diez de la noche siguiente. La travesía había sido un éxito maravi-
lloso. Yo estaba feliz y lleno de un gran sentimiento de alegría.
205

16
PREGUNTAS Y RESPUESTAS

La creencia genuina en Dios y el conocimiento de la existen-


cia de una realidad superior representan un salto en la concien-
cia para la mayoría de nosotros, racionalistas modernos. Sai Ba-
ba puede ayudarnos a muchos a dar este gran salto, y al ejecutar-
lo, se puede ya empezar en serio la búsqueda de la autorrealiza-
ción. La concentración en cualquier forma que uno reconozca
como un aspecto de Dios —ya sea el amor, las actitudes huma-
nistas, un man tra o símbolo espiritual o una encarnación de
Dios— o en el Dios sin forma, nos libera de manera natural de la
garra de los sentidos, las emociones y la mente. Uno tiende a
convertirse en aquello en lo que se concentra.
Baba aconseja que se tenga un acercamiento consciente a
cualquier sensación que se experimente de Dios y se medite en
ella tanto como sea posible. Uno puede dedicarse formalmente a
la meditación sentándose solo en quietud y tratando de estable-
cer relación con la luz interior; o bien se puede practicar la repe-
tición constante de uno de los nombres de Dios, de modo que Él
esté en la lengua en todo momento. Baba también enseña que
uno debe vincularse con toda circunstancia de la vida como si ésa
fuera Dios, con el mismo sentido de responsabilidad, devoción y
amor. Así nuestras tareas diarias se convertirán en un servicio
devocional y nuestra vida en un acto de adoración.
Ver a Dios tras una multitud de formas y nombres es una
manera nueva y estimulante de enlazarse con el mundo. Como
206

- 206 - SAMUEL H. SANDWEISS

psiquiatra considero que esta actitud es suficientemente poderosa


para alejarnos del mundo de la dualidad, donde todo lo que está
“afuera” de uno se ve como separado y distinto, aparte de uno, y
para llevarlo a reconocer el único principio universal que satura
la realidad. Esta actitud también promueve maravillosamente el
desarrollo, porque todas las propias energías mentales y emocio-
nales están concentradas en un acto que es regocijante de conti-
nuo. Los pensamientos distrayentes y mezquinos parecen derre-
tirse, y uno se imbuye de una sensación de paz y expansión.
La elección nos toca hacerla a nosotros: poner a Dios en el
centro de nuestra conciencia, en vez de la preocupación, el do-
lor, el conflicto o la confusión. En verdad nosotros creamos
nuestro propio universo; el secreto está en nuestro buen juicio
para ordenarlo, nuestra disciplina y voluntad para poner manos
a la obra, nuestra fe en que alcanzaremos la meta.
Antes de ser despertado a la realidad de la existencia de Dios
yo solía pensar que un estado del ser como éste sólo era posible
por medio de la sugestión, el uso de nuestra imaginación y los
principios psicológicos que se supone gobiernan el condiciona-
miento en la conducta humana. Ahora creo que en realidad hay
otra fuerza actuante que nos hace aptos para recibir ayuda, de
una manera concreta, de los niveles espirituales de la realidad.
Baba afirma que si llevamos a cabo la disciplina espiritual de
concentrarnos siempre en Dios, tratando de dar ese solo paso
hacia Él, Dios en Su Gracia y Benevolencia amorosa dará diez
pasos hacia nosotros. Evidentemente, esto es lo que Dios nos ha
dicho a través de todas las edades. Desde que conocí a Baba me
ha inspirado una confianza muy profunda la verdad de esta pro-
mesa amorosa.

Ustedes pueden decir que el progreso sólo es


posi ble por Mi Gracia, expresa Baba, pero aun que
mi corazón es suave como la man tequi lla, sólo se
derri te cuan do hay al gún calor en la oración de
ustedes. A menos que hagan al gún esfuer zo disci -
pli nado, al gún sadhana, la Gracia no puede des-
cen der sobre ustedes. El an helo, la agoní a que re-
sul ta de u na fi nali dad no al can zada, ése es el ca-
lor que derri te mi cora zón. Es ta es la an gus tia
(avedana) que obtiene la Gracia.
207

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 207 -

El sadhana (prácti ca espi ri tual) debe hacer los


tran qui los, serenos, equi li brados, im per tur bables.
Tor nen su men te fresca y agradable como la luz
de la Lu na, por que la Lu na es la dei dad que tie-
ne in flu jo sobre la men te. Sean cal mados al ha-
blar, sean cal mados al respon der a la mali cia, los
plei tos y la alaban za. El sosiego de los sen ti dos,
las pasiones, las emociones, los sen ti mien tos, los
im pul sos, ésa es la ver dadera Shanti (Paz). Previe-
ne: Que no los ex traví en la du da y los ar gu men -
tos vanos; no se pregun ten cómo puedo Yo hacer
todo esto ni si de veras puedo hacer lo.
Una vez Krishna y Arjuna i ban jun tos por un
cami no. Al ver un pájaro en el cielo, Krishna pre-
gun tó a Arjuna: “¿Es u na paloma?”.
Arjuna repli có: “Sí, es u na paloma”.
Luego Krishna in qui rió: “¿Es un águi la?”.
Arjuna con testó: “Sí, es un águi la”.
“No, Arjuna, a Mí me parece un cuer vo; ¿no
es un cuer vo?”.
Arjuna res pon dió: “Sí, sin du da es un cuer -
vo”. Krishna rió y le ri ñó por asen tir a cual quier
su gestión que se le daba.
Pero Arjuna di jo: “Per dóname; Tus palabras
pesan mu cho más que la evi den cia de mis ojos.
Tú puedes hacer de ello un cuer vo o u na paloma
o un águi la; cuan do Tú di ces que es un cuer vo, lo
será”. La fe absolu ta es el cami no al buen éxi to
espi ri tual.

He tenido la oportunidad de hablar a muchos grupos acerca


de Sai Baba. Estas son algunas de las preguntas sobre Él plantea-
das con más frecuencia:
P.: ¿Existen personas que habiendo conocido a Baba hayan du-
dado de Él?
R.: Existen personas que han ido a la India para verlo y han re-
gresado decepcionadas, y también hay indios que no creen
en sus milagros. Hay quienes lo critican e intentan rebajarlo.
Pero rara vez he conocido a un individuo, sin importar su tí-
208

- 208 - SAMUEL H. SANDWEISS

tulo y posición, que habiéndose acercado a Baba haya per-


manecido inalterado. La reacción habitual es que uno se im-
presione hondamente. Yo estoy asombrado y siento una
profunda reverencia por el respeto que inspira.
Cuando Baba tenía veinte años y empezaba a ser cono-
cido por la gente de las afueras de Puttaparti, su hermano
mayor llegó a preocuparse bastante de que las habladurías y
críticas y los intereses egoístas pudieran dañar de alguna ma-
nera a su hermano menor. Le escribió acerca de esta preo-
cupación. Quizá la comprensión más clara de la actitud apro-
piada que hay que adoptar respecto a esta clase de chismes,
así como un enunciado específico de Baba sobre su verdade-
ra identidad, se hallen en su respuesta. El doctor N. Kasturi,
autor de la biografía de Baba, describe este incidente en el li-
bro Sathyam Shi vam Sun daram , parte II, página 7:

Entonces Baba tenía veinte años de edad; su


hermano mayor, Seshamaraju, el maestro de telugu,
no podía comprender bien el misterio de este fenó-
meno. Observaba con aflicción creciente y genuino
amor fraterno la hilera de coches que llegaban a la
orilla derecha del río y veía que se llevaban a su sen-
cillo hermano, crecido en el pueblo, a las ciudades
que relucían más allá del horizonte, llenas de tenta-
ciones y trampas. Unos cuantos comentarios perio-
dísticos surgidos de la ignorancia le causaron dolor.
Así que escribió una carta a su hermano advirtiéndo-
le e impartiéndole la lección que había aprendido en
la vida sobre la sociedad y las debilidades humanas,
sobre la fama y el mal que suele venir con ella.
La respuesta que Sai Baba le escribió el 25 de
mayo de 1947 está en mi poder. Es un documento
que revela a Baba en términos inequívocos. Así
pues, debo permitir a ustedes conocerla:
A todos los que me son devotos [Aunque la
carta fue escrita al hermano, la contestación se diri-
ge a todos, incluyéndolos a ustedes y a mí, porque
es esencial que sepamos cuál es la naturaleza real
del fenómeno que ha aparecido para nuestro bien.]
209

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 209 -

Queri do her mano: Reci bí la car ta que escri -


biste y en viaste; veo en ella las aguas agi tadas de
tu devoción y afecto, más las corrien tes subterrá-
neas de las du das y la an siedad. Déjame decir te
que es im posi ble son dear los corazones y descu -
brir las natu ralezas de los jñanis (los que han ad -
qui ri do la sa bi du rí a es pi ri tual), yoguis, as cetas,
san tos, sabios y sus semejan tes. La gen te está do-
tada de u na variedad de característi cas y acti tu -
des men tales; así pues, cada u no juz ga según su
propio án gu lo, habla y ar gu ye a la luz de su pro-
pia natu raleza.
Pero tenemos que ad herir nos a nuestro sen -
dero recto, nuestra propia sabi du rí a, nuestra pro-
pia resolu ción, sin que nos per tur be la aprecia-
ción popu lar. Como di ce el prover bio, sólo el ár -
bol car gado de fru tos reci be las pedradas de los
tran seún tes. Los buenos siem pre serán calum nia-
dos por los malos; los malos siem pre harán a los
buenos objeto de su escar nio. Esta es la natu rale-
za de este mun do. Ya puede u no sor pren der se si
no son así las cosas.
Tam bién hay que com padecer a las per sonas
más que con denar las. No saben. No tienen pa-
cien cia al gu na para juz gar lo recto. Están dema-
siado llenas de lu ju ria, i ra y presun ción para ver
con clari dad y saber con pleni tud. Así pues, escri -
ben toda clase de cosas. Si tan sólo su pieran no
ha bla rí an ni es cri bi rí an a sí. Tam poco debemos
ad ju di car valor al gu no a esos comen tarios ni to-
mar los a pecho, como tú pareces hacer lo. Sin du -
da, l a ver dad al gún dí a triun fa rá; l a fal se dad
nun ca puede ganar. Tal vez parez ca que la fal se-
dad subyu ga a la ver dad, pero su victoria se em -
pañará y la ver dad se establecerá fir memen te.
No es propio de los gran des u fanar se cuan do
la gen te ofrece veneración ni ami lanar se cuan do
la gen te se mofa. En reali dad, nin gún tex to sa-
grado establece nor mas para regu lar las vi das de
los gran des prescri bien do los hábi tos y acti tu des
210

- 210 - SAMUEL H. SANDWEISS

que deben adoptar. E llos mismos conocen la sen -


da que deben seguir; su sabi du rí a nor ma y san ti -
fi ca sus actos. La con fian za en sí mismos y el ha-
cer el bien a todos, estos dos son sus signos dis-
tin ti vos. Tam bién pueden em peñar se en la pro-
moción del bienestar de los devotos y en otor gar -
les los fru tos de sus acciones. ¿Por qué te han de
al terar la con fu sión y preocu pación mien tras Yo
esté dedi cado a estas tareas? Después de todo, la
alaban za y la vi tu peración del popu lacho no to-
can al Atma, la Rea li dad: sólo pueden tocar el
mar co fí si co.
Ten go u na mi sión: proteger a toda la hu ma-
ni dad y asegu rar para todos u na vi da plena de
Ananda (Bienaven tu ran za). Me he hecho u na pro-
mesa solem ne: con du cir de retor no a la bon dad y
sal var a todos los que se ex traví an del sen dero
recto. Es toy dedi ca do a un “tra ba jo” que a mo:
qui tar los su fri mien tos de los pobres y con ceder -
les aquello de que carecen. Ten go u na “razón pa-
ra es tar or gu lloso”, por que res ca to a todos los
que me veneran y adoran con sin ceri dad. Ten go
mi defi ni ción de la “devoción” que espero: los que
me son devotos deben aceptar la alegrí a y el pe-
sar, la ganan cia y la pér di da con i gual for taleza.
Esto signi fi ca que Yo nun ca aban donaré a los
que se apegan a Mí. Cuan do estoy com prometi do
de tal modo en Mi tarea benéfi ca, ¿cómo puede
ser man ci llado mi nom bre al gu na vez? ¿Por qué
temes? Te acon sejarí a que no prestaras aten ción
a esa habladu rí a absur da. Los mahatmas (al mas
gran des) no ad quieren gran deza por que al guien
les llame gran des, ni se em pequeñecen por que al -
guien los llame pequeños. Sólo aquellos rui nes
que se delei tan en el opio y la mari huana pero
preten den ser yoguis no i gualados, sólo aquellos
que ci tan tex tos de las Escri tu ras para justi fi car
su glotonerí a y or gu llo, sólo aquellos eru di tos pe-
dan tes que se regoci jan en su casuísti ca y habi li -
211

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 211 -

dades ar gu men tadoras serán movi dos por la ala-


ban za o la vi tu peración.
Con segu ri dad has leí do la vi da de los san tos
y per sonajes di vi nos; en esos li bros debes haber te
en terado de fal sedades aún peores o im pu tacio-
nes más atroces que se arrojaron con tra ellos. Es-
ta es la suer te de los mahatmas en todas par tes,
en todos los tiem pos. En ton ces, ¿por qué tomas
estas cosas tan a pecho? ¿No has oí do a los perros
que aú llan a las estrellas? ¿Cuán to tiem po pue-
den con ti nuar? La au ten ti ci dad ganará pron to.
No a ban dona ré Mi mi sión ni Mi deter mi na -
ción. Sé que las llevaré a cabo; trato con ecuani mi -
dad el honor y el deshonor, la fama y la vi tu pera-
ción que pueden ser su con secuen cia. En lo in ter -
no si go in di feren te. Sólo actú o en el mun do ex ter -
no; hablo y deam bu lo para benefi cio del mun do
ex ter no y para anun ciar a la gen te Mi veni da; de
no ser así no me preocu parí a si quiera por ella.
No per tenez co a nin gún lu gar, no estoy ape-
gado a nin gún nom bre. No ten go “mí o” ni “tu -
yo”. Con testo cual quiera que sea el nom bre con
el cual se me llame. Voy adon dequiera que me
llevan. Este es Mi voto pri merí si mo. Hasta ahora
no he revelado esto a nadie. Para Mí el mun do es
al go distan te, apar te. Actú o y me muevo sólo por
el bien de la hu mani dad. Nadie puede com pren -
der Mi Gl oria quien quiera que sea, cual quiera
que sea su método de in vesti gación, no im por ta
cuán grande sea su in ten to.
Tú podrás ver por ti mismo Mi plena gloria
en los años por venir. Los devotos deben tener
pacien cia y per severan cia.
No me in teresa ni deseo que estos hechos se
hagan conoci dos; no ten go nin gu na necesi dad de
escri bir estas palabras; las escri bo por que sien to
que te cau sarí a dolor si no con testara.
Así, tu Baba.
212

- 212 - SAMUEL H. SANDWEISS

P.: ¿Quiere Baba que la gente lo adore como a Dios?


R.: Aunque Sai Baba está atrayendo a muchos seguidores y hay
pocas dudas de que Él es el objeto de adoración para un mo-
vimiento religioso que crece con rapidez, no busca publicidad
ni adoración de sí mismo. Pese a que nació en una familia
hinduista y con frecuencia habla a los hinduistas de sus dio-
ses y escrituras, no predica ninguna religión con exclusión de
las demás. Lo he oído hablar de Cristo a los cristianos, y he
oído que hace igual con personas de otros credos. Trata de
ayudar al individuo a ver y alcanzar la divinidad inherente a sí
mismo mediante la observación de las escrituras de su creen-
cia particular, la meditación y el canto devocional, el apaci-
guamiento gradual de los deseos terrenales y el apego a la
acción recta basada en la verdad.
Enseña que todos somos hermanos y hermanas con el
mismo anhelo central de fundirnos con Dios, y muestra que
este anhelo no es el resultado de ninguna doctrina eclesiásti-
ca particular ni de la manifestación extraordinaria de Dios, si-
no que es la representación de una verdad universal dentro
de todos nosotros. Debemos aprender a experimentar esta
ver dad in te rior por no so tros mis mos; es res pon sa bi li dad
nuestra, de nadie más. Debemos buscar la realidad superior
propia y a Dios dentro de cada uno de nosotros.

P.: Usted habló de la voluminosa documentación de los milagros


de Baba y de sus grandes poderes. Entonces no entiendo có-
mo el mundo occidental se halla tan poco informado acerca
de Él.
R.: Yo tampoco me lo explico; muchos de sus devotos creen que
Baba mismo se ha propuesto este relativo anonimato. Él ha
dicho que su tiempo es diferente del nuestro, que en ocasio-
nes espera hasta que pueda realizar varias cosas a la vez y
que ahora aguarda que ciertas situaciones se definan antes
de revelarse a escala mundial. Simplemente no quiere publi-
cidad. He visto llegar al ashram a personas de muchos paí-
ses que quieren entrevistar o fotografiar a Baba y permane-
cen sentadas días y días bajo el ardiente sol sin lograr acer-
carse a Él. Por fin se cansan y se van.
213

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 213 -

Creo que posee dominio absoluto acerca del tiempo y la


forma en que la gente llegará a saber de Él. Considero que Él
es el maestro del mundo y que pronto vendrá el día en que
todo el orbe lo conocerá.
Cuando niño, Baba solía danzar y cantar para los habi-
tantes de su pueblo. Les contaba historias de un día en que
seres de todo el mundo se congregarían en Puttaparti y en-
tonces Él sólo sería una manchita anaranjada en el horizonte;
los lugareños ya no podrían siquiera acercarse a Él. Ellos sólo
reían de esta declaración del pequeño niño a quien tanto
amaban. Ahora la predicción se ha realizado. Temo que
pronto esto será verdad para todos nosotros.
Hace poco vi algo que me divirtió. Unos reporteros de la
revista Newsweek viajaron a la India con el objeto de hablar
con algunos de los gurús y líderes espirituales menos conoci-
dos acerca de su opinión sobre los gurús que han venido a
los Estados Unidos, han creado renombre y han formado
aquí un grupo de seguidores. Por supuesto, hubo comenta-
rios en pro y en contra; pero lo que me divirtió mucho fue la
fotografía de un hombre espiritual, un asceta, barbado y sin
peinar, acostado en una cama de clavos. En el fondo, a lo le-
jos, había una pequeña estampa de Rama y junto a ella una
fotografía de Baba.
Tuve que reír porque ésta parece ser la mayor publicidad
que Baba permitirá en este país. Allí estaba el líder espiritual
de este asceta: Sai Baba, y la fotografía no era mucho más
grande que un punto.
Recientemente se realizó un documental televisivo en co-
lores sobre Sai Baba, de una hora de duración; Rod Serling
es el narrador, y contiene buenas secuencias de Baba mate-
rializando objetos y derramando amor y belleza sobre los de-
votos. Varios adeptos norteamericanos dan testimonio de Su
grandeza, y a mi modo de ver, la película es objetiva, muy in-
formativa e interesante. Sin embargo, para mi asombro, me
he enterado de que la compañía que la produjo ha tenido di-
ficultades para encontrar quien la distribuya.
Por otra parte, el Lon don Ti mes Magazi ne de marzo de
1975 publicó un artículo interesante sobre Baba. La noticia
acerca de Él se está extendiendo, pero la hora de su aparición
para todo el mundo se encuentra bajo su propio control.
214

- 214 - SAMUEL H. SANDWEISS

P.: Si Sai Baba tiene tanto poder, ¿por qué no ayuda a resolver
con más rapidez algunos de los problemas de la India, y por
qué no atenúa el sufrimiento del mundo en general?
R.: Pienso que Sai Baba está produciendo vastos cambios a lar-
go plazo para el mejoramiento de la India, así como del mun-
do en general. Debido a mi contacto con Él sé que no puedo
poner en tela de juicio sus acciones o su programa para el
cambio, porque lo que Él ve y sabe está muy por encima de
mi visión y comprensión. Baba ha dicho: Es absolu ta Mi se-
gu ri dad de que llevaré a cabo la fi nali dad de este Avatar,
no du den de ello. Me tomaré mi propio tiem po para eje-
cu tar Mis planes en lo que a ustedes respecta. Yo no pue-
do apresu rar me por que ustedes se apresu ran. A veces de-
bo aguar dar hasta que puedo reali zar diez cosas a la vez,
así como u na locomotora no se u sa para ti rar de un solo
vagón, si no que espera hasta que estén listos los carros
su fi cien tes en propor ción a su capaci dad. Pero Mi palabra
nun ca fallará, todo debe su ceder como Yo quiera.

¿Por qué permite Dios que el sufrimiento exista? Este te-


ma sigue siendo uno de los grandes misterios de la vida, un
misterio que no puedo ni comenzar a sondear. Pero después
de conocer a Baba he llegado a aceptar ciertas explicaciones
espirituales del significado y finalidad del sufrimiento, y he
comenzado a darme cuenta de que nosotros, los habitantes
del mundo, tenemos la responsabilidad de corregir los males
que existen. Creo que existe el libre albedrío y que el sufri-
miento en el mundo no es producido por Dios: es el resulta-
do de nuestras propias opciones escogidas libremente, de las
acciones que efectuamos en esta vida y quizá también en vi-
das pasadas.
En rigor, el único modo en que puedo explicarme la pre-
valencia del sufrimiento de millones de seres en apariencia
inocentes, es admitiendo la posibilidad de la reencarnación.
He llegado a aceptar por la fe la ley espiritual del kar ma: co-
sechamos lo que sembramos; se nos recompensa en especie
por nuestras acciones —tanto las buenas como las malas— y
somos responsables, a través de nuestras propias opciones,
del mejoramiento de nuestra suerte en el futuro. Me parece
215

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 215 -

que Baba puede ayudarnos durante el difícil período de retri-


bución e incluso puede eliminar por completo el kar ma pasa-
do o el sufrimiento presente de uno. Por supuesto, el por qué
Él haga esto para uno y no para otro está más allá de mí.
Aun cuando Baba puede decidir la supresión de un pro-
blema físico, emocional o económico, dice que ésta no es su
tarea principal. Su meta primaria es proveer solución a nues-
tros problemas espirituales y curar la enfermedad que nos
impide ver nuestra verdadera naturaleza.
Yo creo que la situación actual del mundo es consecuen-
cia de nuestro bajo nivel de conciencia, al cual la injusticia y
el sufrimiento son inherentes. Si aún lastimamos a los demás
por ganancia o satisfacción sensual y destruimos voluntaria-
mente la tierra y sus criaturas por dinero, prestigio o poder,
es porque nos hallamos en ese nivel de conciencia en el cual
acontece el sufrimiento. Dados nuestros presentes estados de
conciencia y grado de percepción, si alguien hubiera de libe-
rar hoy al mundo de todos sus males y dolores, mañana esta-
ríamos inevitablemente de nuevo en la misma confusión.
Todos nosotros juntos debemos asumir la responsabilidad
de corregir los males de nuestro mundo. Debemos dejar de cul-
par a Dios por nuestros problemas y empezar a buscar fuerza
dentro de nosotros mismos. Es mi creencia que al asumir la
responsabilidad de trascender la aflicción humana no sólo me-
joraremos la condición humana, sino también la transfor ma-
remos en algo divino. En esta transformación puede estribar el
significado y el fin más profundo del sufrimiento.
Si bien considero que cada individuo es responsable de
su propia aflicción, puede ser que Dios permita que ésta exis-
ta en primer lugar, y aun quizá la intensifique como en el ca-
so de Job en el Antiguo Testamento, para probar a los hom-
bres y enseñarles. Baba ha dicho: ¿Ustedes creen que Yo
los en fren tarí a al dolor si no hu biera u na razón para ello?
Abran su corazón al dolor como lo hacen ahora para el
pla cer, pues tal es Mi volun tad, for ja da por Mí pa ra el
bien de ustedes. Den la bien veni da al dolor como un desa-
fí o. No le den la espal da; vuél van se hacia aden tro de uste-
des mis mos y ob ten gan l a for ta l eza pa ra sopor tar l o y
aprovechar lo. Todo es Mi plan: con du cir los por las an gus-
216

- 216 - SAMUEL H. SANDWEISS

tias de la necesi dad in satisfecha a escu char Mi voz, que


cuan do es oí da di suel ve al ego… y a la men te con él.
A lo largo de mi ejercicio de la psiquiatría he llegado a
percibir la cómoda disposición de la gente a depender de los
médicos y las píldoras porque no creen que su curación pue-
da venir de adentro. Y ciertamente no puedo condenar o juz-
gar a otro por no confiar que en realidad tenemos la fuerza
para curarnos a nosotros mismos, porque hasta hace muy
poco tiempo yo mismo no daba crédito a esto, aunque había
ya practicado la psiquiatría durante nueve años antes de que
conociera a Baba. Sabía de la suposición de que poseemos
un vasto caudal de energía y posibilidades creadoras internas
que están sin usar en su mayor parte… y que aprendiendo a
escuchar una especie de voz interior podíamos descubrir el
secreto para aprovechar esta fuente. Pero aunque había tra-
tado a miles de pacientes y había pasado también por mi
propia terapia no había encontrado una prueba convincente
de tal caudal escondido ni dicha voz interior iluminadora.
¿Qué es esta voz interior; existe en realidad? Por mi ex-
periencia sobre Baba y la meditación y mi apreciación cre-
ciente de la fuente que se deriva de la devoción, así como
por una nueva percepción de energías más sutiles dentro de
mí mismo, he llegado a reconocer que efectivamente existe
una voz interior. Creo que atendiéndola alcanzamos un nue-
vo nivel de conciencia cuando percibimos que la fuerza no
simplemente para curarnos, sino para resucitarnos, está den-
tro de nosotros.

P.: ¿Puede usted citar algunos ejemplos prácticos y concretos de


la influencia de Baba?
R.: Ya hay más de tres mil centros Sai Baba en la India, así co-
mo muchos otros por todo el mundo, con unos treinta cen-
tros en los Estados Unidos. Baba guía a la gente a la conduc-
ta recta; sus devotos llegan a sentirse atraídos por prestar
servicio desinteresado en sus comunidades, auxiliando a los
necesitados de manera práctica con alimentos, ropa, aloja-
miento y atención médica, etc. En la India se han construido
varios hospitales que se han dedicado a Baba.
217

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 217 -

Baba está interesado vitalmente en la educación y se ha


fijado la meta de ayudar a establecer dos nuevas escuelas su-
periores en cada estado indio. Ya se han terminado cuatro
de esos planteles, y otras instalaciones también se han cons-
truido o se hallan en etapa de planeamiento.1 El mismo Ba-
ba dirige una escuela de verano en Brindavan. Algunos de
los estudiantes más aventajados de toda la India reciben allí
un curso de espiritualidad y cultura india.

P.: ¿Baba está sacando provecho de alguna manera de su popu-


laridad o su despliegue de poderes?
R.: En ningún momento durante mis cinco visitas a Baba se me
ha solicitado nada de valor material. En realidad ha sido
exactamente lo contrario: cada vez se me ha alojado y ali-
mentado y Baba no ha pedido nada a cambio, excepto mi
amor. Advierte a la gente que se cuide del líder espiritual que
vende su conocimiento como una mercancía, y señala que si
un mago cualquiera no sólo no cobrara dinero por sus de-
mostraciones sino regalase todo lo que materializara, pronto
estaría en bancarrota. Los objetos que Baba materializa se
regalan de veras a sus devotos para que ellos los estimen. Es-
ta actitud respecto al dinero me parece una de las señales
patentes de su autenticidad.
Las necesidades personales de Sai Baba son mínimas.
Vive en una sola habitación parcamente amueblada del tem-
plo de Prashanti Nilayam, y come nada más que arroz, re-
quesón, lentejas y dahl (una variedad de proteínas de frijol);
no usa sino túnicas simples de seda o de algodón. Recuerda
a sus devotos que Él no tiene necesidad de un ashram u or-
ganización y deja que los ashrams existan sólo por amor a
los devotos. Permite a éstos que lo transporten de un lugar a
otro y le proporcionen alojamiento y comida, pero nada

1 La Escuela Superior Sri Sathya Sai de Artes, Ciencia y Comercio para Muje-
res, en Anantapur, establecida en 1969; la Escuela Superior Sri Sathya Sai de
Artes, Ciencia y Comercio para Varones, en Whitefield, fundada en 1969; la
Escuela Superior Sri Sathya Sai para Mujeres, en Jaipur, establecida en
1974; la Escuela Superior Sri Sathya Sai para Mujeres, en Bhapal, fundada
en 1975; una residencia para estudiantes varones, en Poona; una escuela po-
litécnica para aprendizaje de oficios en Bombay.
218

- 218 - SAMUEL H. SANDWEISS

más. A quienes desean dar regalos o emplear su tiempo,


energía y dinero en la causa de Baba, les da instrucciones
para que sirvan en sus propias comunidades.

P.: ¿No cree usted que adorar estatuas o retratos de seres huma-
nos tiene un matiz de idolatría?
R.: Yo solía pensar que entendía esas cosas y podía decir si un
modo de adorar a Dios era razonable, racional y correcto, y
otro era neurótico y erróneo. Sin embargo, después de co-
nocer a Baba llegué a reconocer que soy un neófito cuando
se trata de entender la espiritualidad, la dinámica y las técni-
cas para expandir la conciencia.
Yo fui educado en la religión judía con la idea de que
Dios no tiene forma y, por tanto, uno no debe adorar ídolos
dorados ni la figura humana. En esta actitud se da poca o
ninguna importancia a la posibilidad de hacer contacto real-
mente con Dios, sin forma o con ella. Esto es desafortunado,
porque ahora me percato de que en el judaísmo hay muchas
cosas que enseñan un contacto más cercano con Dios y la
Conciencia Divina; pero esto es considerado un aspecto mís-
tico del judaísmo y se le da poca expresión popular.
La religión hinduista permite una mayor gama y variedad
en las maneras de relacionarse con Dios, y ahora me siento
muy a gusto con estas opiniones hinduistas. Baba enseña
que Dios es el aspecto fundamental de todas las formas y que
si podemos aprender a considerar esto, con el tiempo cual-
quier forma a la que nos dirijamos nos llevará a Dios.
Ra mak rish na , un venerado santo indio, comenzó su
búsqueda espiritual eligiendo como su centro y forma de
Dios la de la madre universal, la Diosa Kali . La adoraba en la
figura de una estatua a la que alimentaba, bañaba, cantaba y
cuidaba esmeradamente. Su anhelo de que Kali se le mani-
festara por medio de esta forma creció con intensidad hasta
que simplemente no pudo tolerar la vida sin dicha manifesta-
ción. Finalmente su adoración y devoción llegaron a consu-
mirlo de tal modo que, incapaz de existir un momento más
sin hacer contacto con ella, tomó un cuchillo para matarse.
Fue entonces, en la cumbre de su grandísima desesperación,
cuando Kali por fin se apareció a Ramak rishna, transfor-
219

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 219 -

mando su miseria en Bienaventuranza total. Había realizado


la experiencia espiritual suprema.
La sola intensidad del éxtasis en esta clase de experien-
cia la distingue de un estado negativo o desorganizador; pero
¿qué la diferencia de lo imaginario —de la satisfacción del
deseo o la alucinación— para caracterizarla como una expe-
riencia auténtica, objetiva, espiritual? Por una parte, cuando
las personas tienen esta clase de experiencia trascendental
describen todas ellas acontecimientos semejantes respecto a
lo que sucedió a su conciencia: lo que vieron y lo que des-
pués creen —y sienten que saben — acerca de quiénes son.
Reconocen que son más que el cuerpo, que no están apega-
dos al plano físico de la existencia. Y describen otras dimen-
siones percibidas o vislumbradas durante su vivencia en tér-
minos sorprendentemente similares.
Otro hecho significativo es que durante tal suceso las
personas a menudo logran recabar información acerca de
acontecimientos del pasado, presente y futuro, que no pue-
den conocer de un modo “normal”. Cuando esta informa-
ción es verificada por otros que no han experimentado el es-
tado trascendental, con frecuencia resulta ser verdadera, o lo
que presumimos “verdadero”.

Ramak rishna llegó también a conocer a la Divinidad en


otras formas y por diferentes métodos de adoración. Anhela-
ba realizar al Señor Rama como Hanu man lo había realiza-
do en el Ramayana, la escritura clásica hindú de la vida de
Rama, una encarnación de Dios que se supone vivió hace un
millón de años. Hanu man , un ser con apariencia de mono,
ejemplificaba la devoción pura en su adoración al Señor Ra-
ma.
Cuando Ramak rishna intentaba realizar a Rama como
lo había hecho Hanu man , llegó a tanto la intensidad de su
devoción que comenzó a tomar las características de un mo-
no. Finalmente fue bendecido una vez más con una visión de
lo Divino, esta vez con Rama como figura central.
Luego deseó sentir al Señor Krish na como lo habían
sentido las gopis (doncellas lecheras) cuando vivían con esta
220

- 220 - SAMUEL H. SANDWEISS

gran deidad hindú y la reverenciaban. Adorando a Krishna


desde el punto de vista de una mujer, empezó a verse y ac-
tuar como tal hasta que los demás realmente lo consideraron
mujer. Forjó un anhelo femenino por tener una vivencia de
Krishna y por fin fue bendecido con una aparición de Él. Pu-
do lograr una imagen mental de Él caminando y jugando e
incluso entrando a su cuerpo, momento en el cual sintió que
él mismo se con ver tí a en Krishna.
Después Ramak rishna deseó conocer a Cristo y comen-
zó a adorarlo y a suspirar por Él con la misma intensidad de
su búsqueda de Dios en las otras formas. Como antes, con el
tiempo fue bendecido con una visión de Dios en la forma de
Cristo, una encarnación de puro amor.
Ramak rishna era consciente de que se podía percibir a
Dios sin forma, y se cree que llevó a cabo también esto. As-
cendía a niveles tan elevados de éxtasis y conciencia expan-
dida, que a menudo parecía no estar en su cuerpo. Su “au-
sencia” más larga fue un período extraordinario de seis me-
ses. Durante este lapso sus devotos y amigos íntimos cuida-
ron su cuerpo.
Baba dice que hay un estado tan elevado que cuando uno
lo ha alcanzado sólo le quedan veintiún días de vida. Ya no
existe interés por el placer o el dolor, por comer o no hacer-
lo. El cuerpo se seca y sólo queda el espíritu. Si uno permane-
ce sobre la Tierra es únicamente por la voluntad de Dios. Uno
existe por encima del kar ma y se convierte en una imagen
brillante de lo Divino, un maestro de maestros. Esas fueron
las alturas que Ramak rishna alcanzó, según se refiere.
Ahora pienso que uno puede evolucionar por el sendero
espiritual reverenciando a cualquier forma (o a ninguna),
mientras ella represente lo Divino para el individuo. Y estimo
que respecto a esta forma uno puede adoptar cualquier rela-
ción que efectivamente lo acerque a alcanzar esa divinidad en
su propia vida. Puede verse a Dios como madre, padre,
amo, sirviente o amigo.
Pienso que uno necesita un maestro; si la propia intui-
ción no está suficientemente desarrollada, es útil tener un gu-
rú en el mundo externo. Sin embargo, hay que ser muy cau-
teloso en la elección. Baba ha expresado que en la actualidad
221

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 221 -

existen muy pocos gurús genuinos. El hom bre san to debe


en señar con el ejem plo y hay muy pocos que merecen este
respeto. ¿En qué for ma puede un hom bre que se debate
en la mis ma a rena movedi za que todos los demás, con
apegos como los demás, ganar el derecho de ser llamado
maestro y estar cali fi cado para sacar a otros de la arena
movedi za? En estos dí as hay muy pocos lí deres espi ri tua-
les genui nos. Uno debe vol ver se di rectamen te a Dios para
pedir guí a.

P.: ¿Cuánto tiempo va a vivir Baba?


R.: Él dice que dejará su cuerpo físico a la edad de noventa y cin-
co años. Afirma que vendrá de nuevo y en su próxima forma
se llamará Prema Sai Baba. (Prema es la palabra sánscrita
que significa Amor.)
Nos exhorta para que no seamos engañados; dice que Él
no está limitado a este cuerpo o apariencia, sino que en rea-
lidad es inmortal, eterno, infinito. Declara que en esta forma
su misión es la de establecer una nueva edad de oro y que
durante nuestro tiempo el mundo será testigo de una estimu-
lante revolución espiritual.

P.: ¿Qué dice Sai Baba de la muerte?


R.: El momento de la muerte es tal vez el punto cumbre de nues-
tra existencia sobre la Tierra, la culminación de la tarea de
nuestra vida y una circunstancia de importancia crucial para
nosotros. Baba ha expresado que lo que devenimos después
de la muerte está determinado por lo que pensamos en el
instante de morir, y que debemos prepararnos para ese ins-
tante a lo largo de toda nuestra vida.
Si nuestros pensamientos y nuestro corazón —nuestro
ser— han estado con Dios durante toda nuestra existencia, y
nuestro anhelo primordial ha sido el contacto con Dios, si
hemos saturado nuestras vidas con este anhelo de tal modo
que al momento de la muerte aún nos aferramos con firmeza
a Él, entonces a Él iremos: a Dios. Y de manera semejante,
si hemos sido seducidos por la competición, el orgullo o la
sensualidad —los elementos más animales de nuestra natura-
leza— haremos la transición a ese nivel de conciencia.
222

- 222 - SAMUEL H. SANDWEISS

Para muchos que hemos sido educados y orientados


científicamente en nuestra cultura, es difícil aceptar una afir-
mación tan acientífica como la que sostiene que en realidad
podemos seguir existiendo de alguna manera más allá de es-
ta vida sobre la Tierra. Antes de conocer a Baba yo juzgaba
fútil pensar en la vida después de la muerte y prepararse pa-
ra una existencia de la que no se sabía nada. Solía racionali-
zar que una creencia tal en todo caso no alteraría la propia
vida. Pero ahora veo que ésta cambia dramáticamente en re-
lación con las actitudes que se adoptan acerca de la muerte.
Parece haber un conjunto creciente y sincrético de evi-
dencias que proviene de la experiencia de individuos en apa-
riencia dignos de crédito, para verificar las antiguas enseñan-
zas religiosas de que la muerte sólo es una transición de este
plano de la existencia a otro. De los grandes maestros espiri-
tuales obtenemos las opiniones más fehacientes sobre la rea-
lidad de las dimensiones más allá del plano físico. Ellos las
han experimentado por medio de la conciencia expandida, y
con frecuencia traen consigo una prueba de la existencia de
estas dimensiones; por ejemplo, un mensaje pertinente y lle-
no de significado de parte del pariente muerto de un devoto
a quien el maestro nunca conoció.
También hay elementos de prueba en las narraciones
fascinantes de personas que han estado al borde de la muer-
te —de hecho, en algunos casos declaradas realmente muer-
tas— quienes en el trance han sentido que su conciencia se
desplaza en direcciones y espacios que nunca antes habían
conocido, y han vuelto a la vida (en este mundo) con dicha
sensación aún viva y sublime en sus mentes.
Estudios psicológicos recientes en personas a punto de
encontrar lo que parecía ser una muerte segura por acciden-
te, como caer de un avión o ahogarse, se supone verifican,
para algunos observadores, lo que grandes videntes han di-
cho acerca de la Conciencia Cósmica y la realidad de otras
di men sio nes. Las re ac cio nes de los su je tos fren te a u na
muerte inminente fueron asombrosamente semejantes. En
general informaron de una desesperada búsqueda inicial de
escape, seguida por un momento en que reconocían que no
habí a escape posible, punto en el cual caían en un estado de
rendición final y aceptación de su fatal destino.
223

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 223 -

Para muchos esto iba acompañado de una gran sensa-


ción de alegría, liberación y bienaventuranza. Unos descri-
bían i má ge nes de su vi da que ha bí an pa sa do ante e llos.
Otros notaron un cambio en su conciencia, como si estuvie-
ran entrando, decían, a otro reino. Muchos que han tenido
ataques cardíacos y supuestamente murieron, han informado
que sintieron que hacían “un viaje”: perdieron la conciencia
de su cuerpo, pero sabían que iban a otro lugar donde se ha-
llarían a salvo. Estas personas están infundidas, a partir de
los hechos que experimentaron, de una gran fe en que no
hay nada que temer de la muerte, que simplemente es una
transición a “otro lugar”.
En el periódico San Diego Union , fechado el 25 de ma-
yo de 1975, apareció un título acerca de una psiquiatra muy
conocida que ha hecho algunas observaciones interesantes
sobre los moribundos y los muertos. La doctora Elizabeth
Kübler-Ross, que ha estudiado el tema por más de diez años,
declaró: “Ellos ‘murieron’ y sintieron paz e integridad. Los
ciegos podían ver y los que sufrían quedaban libres del dolor.
Y a medida que los médicos pugnaban por salvarlos, ellos se
resistían a que se les trajera de nuevo a ‘la vida’”.
Autora de On death and dying, questions and answers
about dying (“Sobre la muerte y el morir, preguntas y res-
puestas acerca del morir”), y más recientemente de Death:
the fi nal stage of growth (“La muerte: la etapa final del desa-
rrollo”), la doctora Kübler-Ross dijo que ha sacado varias con-
clusiones de cientos de entrevistas con personas que han so-
brevivido a un encuentro con la muerte. Ha descubierto que
se resisten a que se les traiga a la vida, aunque después de la
convalecencia están muy contentos de tener una segunda
oportunidad… Pasando un determinado umbral, a muchos
los recibe en el más allá alguien ya muerto, habitualmente un
ser amado. Ninguno vuelve jamás a temer a la muerte.
Describe el caso de un niño de dos años que fue llevado
a un hospital ya sin los signos vitales ni ondas cerebrales
mensurables. Estaba “muerto” por una reacción alérgica a
cierta droga. Los doctores lo devolvieron a la vida. “Sé que
estaba muerto”, dijo el niño a su madre después; y afirmó
que mientras estuvo muerto vio a Jesús y a la Virgen María.
224

- 224 - SAMUEL H. SANDWEISS

Era tan hermoso ahí, que volvió sólo porque la Virgen le pi-
dió que “salvara a mami del fuego”.
En otro caso, una mujer que había padecido una larga
enfermedad “murió” en un pequeño hospital de Indiana.
Tres horas y media después, el grupo de resucitación la de-
volvió a la vida. La mujer dijo que mientras estuvo “muerta”
sintió que flotaba fuera de su cuerpo y vio su propio cadáver.
Según la doctora Kübler-Ross, la mujer describió los movi-
mientos del grupo resucitador con todo detalle.
“También describió esa fantástica sensación de paz e in-
tegridad”, informa la investigadora. “Trataba de decir a los
que luchaban por su vida que no se preocuparan, que toma-
ran las cosas con calma, que estaría bien que desistieran. Pe-
ro se dio cuenta de que no podían oírla. Mientras más trata-
ba de decirles que desistieran, más activos se ponían. Por fin
se dio por vencida y —éstas son sus palabras— ‘entonces
perdí la conciencia’.”
La doctora Kübler-Ross dice que su investigación la ha
tornado “religiosa de una hermosa manera no dogmática”.

¿Por qué temen a la muer te?


La muer te es con si derada al go a lo que hay
que temer, al go de lo que no se debe hablar en
ocasiones alegres. Pero la muer te no es buena ni
mala. Ustedes no eli gen al respecto: no pueden
reci bir la más pron to si la tienen por bien veni da,
ni pueden rehuir la si la tienen por in deseable; es
u na con su mación i nevi table. Desde el momen to
del naci mien to se i ni cia la mar cha al crematorio.
Unos llegan al lu gar más pron to que otros; al gu -
nos hacen un rodeo y llegan tar de; ésa es la ú ni -
ca di feren cia en tre u na per sona y otra; no obs-
tan te, el hom bre va por la vi da como si la muer te
fuese u na calami dad distan te.
La muer te no es más que un pasaje de esta vi -
da a la próxi ma. Es un cam bio de vesti dos viejos
por nuevos, como di ce el Gita. Pero al gu nos cí ni -
cos rí en de la com paración y pregun tan: “¿Qué se
225

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 225 -

di ce de la muer te de los recién naci dos, los ni ños,


l as per sonas jóvenes y de media na edad? ¡Sus
cuer pos no pueden con si derar se en vejeci dos o en
cual quier for ma desgastados!”. Bueno, los vesti -
dos podrí an no ser viejos, pero la tela de la cual
se hi cieron debe haber estado ya en muy malas
con di ciones. Aun que con ella se fabri caron vesti -
dos nuevos, hay que desechar los pron to.
A si mis mo, hay al gu nos hom bres per ver sos
que se rehú san a creer en u na vi da an terior por -
que no pueden recor dar los acon teci mien tos de
ella. Estas per sonas no pueden a veces ni recor -
dar los su cesos de un par ti cu lar magha shuddha
dashami (el déci mo dí a de un mes en par ti cu lar),
di ga mos ha ce cin co o diez a ños, pero sí sa ben
que sin du da estaban vi vos ese dí a. ¿Cómo pue-
den pues tener un presen te o acor dar se de acon -
teci mien tos en naci mien tos pasados? Que hayan
ol vi dado los su cesos de ese dí a no signi fi ca que
no estaban vi vos; sólo signi fi ca que no les presta-
ron aten ción especial y no tení an u na razón par -
ti cu lar para con ser var los en la memoria.
Ten gan presen te a la muer te. El cuer po es
sólo el carro en el que van a la muer te. Pueden
en con trar la en cual quier momen to del cami no.
Al gún ár bol o un tran ví a, u na al can tari lla desta-
pada o el sim ple fan go resbaloso la pon drán en
acción. Si toman en cuen ta que el tiem po corre a
cada momen to no ten drán la ten tación de des-
per di ciar lo en char la ociosa o em peños va nos,
travesu ras retozonas o di ver siones vul gares. Via-
jen en el carro con cui dado, con len ti tud y con la
debi da con si deración por las necesi dades de los
demás en el cami no. No an sí en al can zar a los de-
más o com petir en veloci dad. Reconoz can las li -
mi taciones del vehícu lo y del cami no. En ton ces
no les sobreven drá nin gún acci den te. Su jor nada
será un a con teci mien to feliz pa ra us tedes y el
resto de la gen te.
226

- 226 - SAMUEL H. SANDWEISS

Si al guien es arrebatado por la muer te en la


peregri nación a Kashi o Badri nath, se con suelan
por que tu vo un modo en vi diable de ir se. Pero si
en Put tapar ti les ataca un dolor de cabeza in clu so
leve, ¡em piezan a cul par me! Según ustedes, los
que u na vez han en trado a este recin to no deben
morir; si lo hacen, su fe vaci la y dismi nu ye. Bue-
no, ni si quiera un pár pado se puede cerrar o abrir
sin la volun tad del Señor. Así pues, traten de ob-
tener la Gracia del Señor y dejen que Él con teste
todas las pregun tas de acuer do con su ar bi trio.
Cuando ha yan deci di do vi vir en el Nom bre
del Señor, que es la dul zu ra misma, Él desper ta-
rá toda la dul zu ra laten te en ustedes. Cuan do ha-
yan probado esa alegrí a, nun ca podrán ya existir,
ni por un momen to, sin ese susten to. Se vuel ve
tan esen cial como el ai re para los pul mones.
Al escu char al gu nas narraciones puránicas (de
las Escri tu ras), tal vez pien sen que es su fi cien te
con que se evoque el Nom bre del Señor en el
preci so momen to de la muer te. Pero es di fí cil
evocar ese Nom bre al fi nal si no lo han practi ca-
do por años. En el oleaje de emociones y pen sa-
mien tos que los in vadi rá en el úl ti mo momen to,
el Nom bre de Dios será su mer gi do a menos que
apren dan desde ahora a traer ese Nom bre a la
su per fi cie de su con cien cia siem pre que quieran.
Una vez habí a un ten dero que se sin tió inspi -
rado por el cuen to de Ajami la y deci dió recor dar
el Nom bre de Dios con su úl ti mo alien to; pero
por medio de un ar did: bau ti zó a sus seis hi jos
con los nom bres de otros tan tos dioses, pues sa-
bí a que tení a que lla mar a cual quiera de ellos
cuan do estu viese a pun to de morir. Por fin llegó
el momen to, y de acuer do con su plan, llamó al
Señor seis veces en total.
Los mu chachos vi nieron y se pararon al rede-
dor de su cama, y cuan do mi raba al gru po, el úl -
ti mo pen samien to que vi no a la men te del hom -
bre mori bun do, justamen te cuan do estaba a pun -
227

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 227 -

to de ir se, fue: “¡Cómo!, si todos ustedes han ve-


ni do, ¿quién cui da de la tien da ahora?”.
Ya ven, su tien da fue su alien to mismo du -
ran te toda su vi da y no pu do vol ver se a Dios así
de pron to. Las ten den cias laten tes se mani festa-
rán a pesar de lo que ustedes hayan planeado.
No es un logro fácil tener el Nom bre del Se-
ñor en la len gua en el úl ti mo momen to. Requiere
la prácti ca de mu chos a ños, ba sa da en u na fe
profun damen te arrai gada y un carácter fuer te sin
odio ni mali cia. El pen samien to en Dios no pue-
de sobrevi vir en u na at mósfera de or gu llo y codi -
cia. Más aún, ¿cómo saben cuál es el úl ti mo mo-
men to? El Dios de la muer te no da avi so de su
llegada para apoderar se de ustedes. No es como
el fotógrafo que di ce: “Voy a apretar el dispara-
dor, ¿están listos?”.
Si desean que su retrato sea col gado en las
paredes del cielo, debe ser atracti vo; su postu ra,
su pose y su son ri sa, todo debe ser a gra da ble,
¿no? Así pues, estén listos para el “clic” de dí a y
de noche, con el Nom bre de Dios en los labios y
Su Gloria siem pre radian te en la men te. En ton -
ces, cual quiera que sea el instan te en que se opri -
ma el disparador, su foto será buena.

P.: ¿Habla Baba acerca de la reencarnación? ¿Quién fue en el


pasado según Él?
R.: Sí, Baba habla con frecuencia de la reencarnación. Dice que
Él es la personificación de todas las formas y aspectos de
Dios que se han manifestado para nosotros en la Tierra. Más
específicamente, describe su encarnación precedente como
la de Sai Baba de Shirdi, un santo musulmán que murió ocho
años antes del nacimiento de Baba y que al momento de su
fallecimiento declaró que volvería a la India meridional ocho
años después.
Baba subraya su relación con Shirdi Sai Baba al materiali-
zar vibhu ti , o ceniza sagrada, semejante al agua bendita del ca-
tolicismo en su significado espiritual; se supone que el vibhu ti
posee también grandes virtudes curativas. Baba lo ha prescrip-
228

- 228 - SAMUEL H. SANDWEISS

to para toda clase de enfermedades y lesiones internas o exter-


nas y lo crea de continuo para sus seguidores.
Se cree que Shirdi Sai Baba también distribuía ceniza a
sus devotos, pero tomándola de un hogar que mantenía en-
cendido constantemente. Es evidente que Sathya Sai Baba
tiene su hogar en otra dimensión a la cual penetra para pro-
ducir la ceniza misteriosamente dulce y picante.
El vibhu ti no sólo es manifestación del vínculo entre los
dos Sai Babas, sino que Baba ha dicho que la ceniza simboli-
za la naturaleza universal, inmutable e infinita de toda forma.
Simboliza al Dios o At ma, que está dentro de nosotros; es la
sustancia que queda cuando todo lo transitorio y cambiante
en la materia se ha consumido. El vibhu ti también hace pa-
tente un nexo entre Baba y Shi va. Shi va, una de las tres dei-
dades centrales en la religión hinduista, es el Dios de la des-
trucción y uno de sus instrumentos es el fuego. Ayudando a
consumir nuestros deseos y apegos al cuerpo y al mundo de
la sensación —el plano físico— Shi va nos hace aptos para
ver aquella parte eterna que existe en nuestro ser.
La relación de Baba con Shi va no termina con la ceniza;
Él mismo parece asumir el aspecto de destructor con muchos
de sus devotos. En la religión hinduista, así como en la tradi-
ción cristiana, el proceso de romper con la esclavitud de
nuestra conciencia inferior y elevarse a la conciencia superior
o espiritual es comparado a la muerte. Y con frecuencia, a
medida que uno se acerca más a Baba, realmente se siente
morir, experimenta cómo su ego desaparece en medio de un
dolor físico y emocional muy real.
Una de las sensaciones más extrañas que se experimen-
tan con Sai Baba es esta destrucción del yo pequeño, y con
ella, una intensificación del amor de uno por Él, cuando re-
conoce que Baba en realidad hace esto por Amor, que es
una bendición y un don recibir de Él esta devota atención.
A propósito, ésta es una de las experiencias centrales
que enseña a muchos que en realidad no hay diferencia algu-
na entre el placer y el dolor. Reconocemos que lo que esta-
mos experimentando como dolor, de hecho es un don in-
menso, y que considerarlo dolor sólo es una ilusión de los
sentidos. Ustedes no saben hacer un or namen to de oro, di-
229

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 229 -

ce Baba, así que le dan su oro a un or febre para que se los


haga; ¿por qué preocu par se si lo fun de y lo gol pea y lo ta-
ladra y lo esti ra hasta hacer lo un alam bre y lo tuer ce y lo
cor ta? Dejen que tam bién aquel que conoce el ar te trans-
for me a la criatu ra en un or namen to de la sociedad; no se
preocu pen.

Se informa que el 20 de abril de 1972, estando Ba-


ba sentado en medio de un pequeño grupo de devotos
norteamericanos, realizó un milagro que muestra mejor
de lo que podrían hacerlo las palabras la relación entre
Cristo, Shi va y Él. Los devotos declararon que con una
ondulación de su mano creó este medallón que represen-
taba a Jesús en su superficie. El medallón fue pasado a
cada uno de los integrantes del grupo de devotos para
que lo examinaran. Tomándolo de nuevo en su mano,
Baba sopló sobre él dos veces, transformando la imagen
de su superficie, según los presentes, en la del Señor Shi -
va, como aparece tanto en el medallón que se reproduce
aquí, como en la cubierta posterior de este libro.
230

- 230 - SAMUEL H. SANDWEISS

Sobre el vibhu ti
El Festi val Shivaratri (dedi cado a la adoración de Shi va)
como se celebra a quí es un ejem plo pa ra us tedes. Podrí an
pregun tar: “Swami ha declarado a menu do que todos los dí as
son san tos, que no hay un ri to especial que deba obser var se
en un dí a par ti cu lar; pero el mismo Swami está derraman do
vibhuti sobre el í dolo y llama a eso Abhisheka (lavado ri tual);
¿es correcto?”. Swami está hacien do eso para dar les u na lec-
ción.
El vibhuti abhisheka tiene un poderoso signi fi cado in ter no
que Swami quiere que ustedes capten. El vibhuti es el objeto
más precioso en el sen ti do genui namen te espi ri tual. Ustedes
saben que Shiva quemó al Dios del Deseo, o Kama, llamado
Manmatha (por que agi ta la men te y em brolla la con fu sión que
ya existe ahí), con vir tién dolo en un mon tón de ceni zas. Shiva
se ador nó con esa ceni za y así bri lló en su gloria como el ven -
cedor del deseo. Cuan do Kama fue destrui do, Prema (el Amor)
rei nó su premo. Cuan do no hay nin gún deseo que con fun da la
men te, el Amor es ver dadero y pleno.
¿Es posi ble dar ma yor ofren da a Dios pa ra glori fi car lo
que la ceni za que signi fi ca el triun fo de ustedes sobre el deseo
ator men tador? La ceni za es el úl ti mo estado de las cosas; no
puede su frir nin gún cam bio posterior. El abhisheka con vibhuti
se hace para inspi rar les el aban dono del deseo y ofrecer sus
ceni zas a Shiva como la más valiosa de todas las cosas que
han obteni do. La ceni za no se mar chi ta en u no o dos dí as co-
mo las flores; no se seca ni desaparece, no se en su cia ni se
vuel ve in salu bre como el agua; no pier de su color en u nas
cuan tas horas como las hojas; no se pu dre en u nos dí as como
las fru tas. La ceni za es ceni za por la eter ni dad. Así pues, que-
men sus ar di des, sus vi cios, sus malos hábi tos, y adoren a Shi-
va pu ri fi cán dose en pen samien to, palabra y obra. Derramar
sobre Él la ceni za com prada en paquetes en las tien das no le
agradará en absolu to.
231

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 231 -

P.: ¿Usted cree que los conceptos hinduistas de kar ma y reencar-


nación tienen algún nexo con el judaísmo o el cristianismo?
R.: Sí. Veo más semejanzas que diferencias cuando examino es-
tas doctrinas espirituales. La idea del kar ma de que cosecha-
mos lo que sembramos, que creamos nuestro futuro incluso
con la más nimia de nuestras acciones presentes, está empa-
rentada en espíritu con la regla de oro: “Haz para los demás
lo que quisieras que ellos hicieran para ti”. Esta regla refleja
la verdad espiritual de que cada uno de nosotros es una parte
interrelacionada de un todo, de manera que lastimar a los de-
más es lo mismo que lastimarnos a nosotros mismos.
Además, también la mayoría de las religiones tienen un
concepto de vida futura ligada directamente con nuestras ac-
ciones en esta vida, como el cielo y el infierno del cristianis-
mo. No he leído nada que indique la imposibilidad de la reen-
carnación. Paramahansa Yogananda, en su interesante y fas-
cinante libro Au tobiografí a de un yogui , hizo referencia a es-
critos bíblicos que le mostraban que el pensamiento cristiano
de los primeros tiempos aceptaba la idea de la reencarnación,
y en efecto sugerían que Juan el Bautista y Jesús en su última
encarnación eran respectivamente el profeta Elías y su discí-
pulo Eliseo.

P.: ¿Baba ha mencionado algo referente a la vida en otros pla-


netas?
R.: No lo he oído hablar específicamente de eso; pero sí dice
que Él es el Señor de todos los Señores y tiene el completo
dominio de todos los aspectos de Universo. He oído narra-
ciones de que da a la gente regalos supuestamente traídos de
otros planetas.

P.: ¿Cuál es la relación de Baba con Cristo?


R.: Esta es una pregunta muy interesante. Antes mencioné que
Él ha expresado que es todos los Nombres y todas las For-
mas, que Él y Cristo, o cualquier Forma o Personificación de
Dios, son lo mismo. Pero ha delineado la relación entre Cris-
to y Él en una diversidad de modos muy curiosos. Por ejem-
plo, he leído de individuos que poniendo en tela de juicio la
autenticidad de Baba, han orado ante estampas de Cristo o
232

- 232 - SAMUEL H. SANDWEISS

de su santo o maestro predilectos, pidiendo una señal feha-


ciente de la estatura espiritual de Baba, y que entonces la fi-
gura en la estampa se ha transformado en la de Sai Baba.
También he oído que en el oratorio de alguien hay un cuadro
de Cristo que produce vibhu ti .
Además está la historia extraordinaria que cuenta el doc-
tor John Hislop —un devoto íntimo cuyo relato de la aparen-
te resurrección de Walter Cowan apareció antes en este li-
bro— de que Baba cortó dos ramitas de un árbol y las juntó
para formar una cruz. Le preguntó a John qué semejaban y
John respondió que era una cruz. Luego Baba puso las rami-
tas en su mano, sopló tres veces sobre ella y la abrió para
mostrar una cruz de madera con una figura en plata de Cris-
to encima. Dijo que la figura no era simplemente una repre-
sentación artística de Jesús, sino una réplica exacta de cómo
se había visto Cristo en la cruz cuando fue crucificado. La pe-
queña cruz de madera sobre la cual se hallaba montada la fi-
gura de plata, afirmó, estaba hecha con madera de la verda-
dera cruz de Cristo. Este es el relato del doctor Hislop:

Baba, un nutrido grupo de estudiantes de la Es-


cuela Superior Sathya de Artes y Ciencia de Brinda-
van y algunas otras personas, incluyéndome a mí,
bajábamos una loma para caminar por la extensión
llana y arenosa del lecho seco del río Kekkanahalla.
Yo iba al lado de Swami . Cuando pasamos al lado
de un arbusto, Él alargó la mano y cortó un par de
ramitas que sostuvo en alto como una cruz: “His-
lop”, exclamó, “¿qué es esto?”.
“Bueno, Swami , es una cruz”, contesté. Puso
las ramas en su mano, la cerró y con cierta lentitud
sopló sobre ella tres veces. Luego la abrió y me dio
una cruz con una figura de Cristo encima. Esta es
una i magen de Cristo en la cruz, dijo, no como los
ar tistas lo han i magi nado ni como los historiado-
res han relatado acer ca de ello, si no en la posi -
ción exacta, au tén ti ca y ver dadera en que estaba,
con el estómago con traído y mostran do las costi -
llas, ya que no habí a comi do du ran te ocho dí as.
233

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 233 -

Entonces yo apunté: “Bien, la cruz, Swami ; há-


blame de ella”.
Él dijo: Esta cruz está hecha de un trozo de la
madera misma de la cruz ori gi nal en la cual Cris-
to fue cru ci fi cado. Luego refirió algo muy intere-
sante. En con trar un trozo de esa madera después
de dos mil años presen tó u na pequeña di fi cul tad.
Supongo que ésta fue la causa por la cual sopló con
tal lentitud y tres veces. Por lo general da sólo un
soplo y aparece un anillo o lo que sea.
Noté algo extraño y pregunté: “Swami, ¿qué es
ese agujero en lo alto de la cruz?”.
Replicó: E se es el agu jero del cual col garon la
cruz en el poste que la sostení a. Esto es una cosa
que nunca antes habíamos oído. Las pinturas de
Cristo crucificado muestran la cruz plantada en el
suelo; pero, según Swami , fue colgada de algo, y
uno puede ver en efecto, el agujero en la madera.
La cruz es tan pequeña que los detalles de la fi-
gura de Cristo no los capta el ojo. Un amigo, Wal-
ter Wolfe, vino a nuestra casa en Baja California,
México, y tomó algunas fotografías de la cruz, las
cuales, al ser muy amplificadas, muestran los deta-
lles y la belleza de la figura de Cristo (el tamaño real
de la cabeza no llega a 5 mm, y la longitud total del
cuerpo es apenas un poco más de 2 cm).
Cuando me envió algunas de las impresiones,
mi esposa y yo quedamos totalmente asombrados.
Escribí a Walter diciéndole que si las fotografías se
mostraban en todo el mundo producirían sensación
en el arte. Estoy seguro de que esta miniatura es la
mejor escultura de Cristo que se haya hecho. En las
amplificaciones a 20 x 25 cm puede verse la sangre
fluyendo de Su frente, donde fue golpeado. Puede
observarse la saliva negra y solidificada por el polvo
en las comisuras de Su boca. La expresión de ago-
nía, dolor y sufrimiento en Sus ojos y rostro les des-
garraría el corazón. Para mí es el objeto más extra-
234

- 234 - SAMUEL H. SANDWEISS

ordinario que haya materializado Baba. No tengo


idea de por qué me lo dio.
Walter Wolfe trajo a nuestra casa algunas am-
pliaciones de la fotografía, y estábamos de pie alre-
dedor de la mesa contemplando las imágenes y
pensando en Cristo y en Baba, cuando de pronto y
proveniente de un cielo totalmente despejado, se
escuchó un terrible trueno; luego sopló un viento
muy fuerte que sacudió los postigos, azotó las puer-
tas e hizo volar las cortinas. Al día siguiente un ar-
tículo en el San Diego Tri bu ne informaba que la
tarde anterior, a las cinco, un trueno y viento miste-
riosos habían venido de un modo inesperado de un
cielo completamente claro… Mi esposa me recordó
que Cristo murió en la cruz a las cinco de la tarde y
que la Biblia habla de truenos y terremotos que ocu-
rrieron de repente.
Sólo puedo concluir que hay una enorme canti-
dad de poder en esa pequeña cruz.2

Baba quizá pase junto a alguien que nunca ha conocido en


nuestro nivel de conciencia y mueva su mano en el aire para pro-
ducir una imagen del santo predilecto del individuo, o bien una
imagen de Cristo. Con frecuencia se dirige a los cristianos sobre
el tema de las enseñanzas de Cristo, en ocasiones con el fin de
aclarar un tema particular o una distorsión que Él dice se ha pro-
ducido en el decurso de la historia.
Para mí, el acontecimiento más estremecedor de todos los
referentes a la relación de Baba con Cristo sucedió el día de Na-
vidad de 1972: Baba expresó entonces a un grupo de personas:
Cris to di jo: “El que Me en vió ven drá de nue vo”. Pa ra mi
asombro, Baba afirmó que Él es aquel a quien Cristo aludía.

Y la historia cuen ta que en el cielo habí a u na


estrella que caí a bri llan do con nueva luz y que
guió a u nos ti betanos y a otros al lu gar don de ha-

2 Extractos de Sanat hana Sarat hi (El E ter no Con ductor , publicación mensual
de Prashanti Nilayam), abril de 1975, junto con los comentarios del Dr. His-
lop.
235

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 235 -

bí a naci do el Sal vador. El hom bre lee y cree esta


historia, aun que las estrellas no caen, ni si quiera
se desli zan tan repen ti namen te. Lo que la histo-
ria quiere decir es esto: hu bo u na enor me i rradia-
ción de esplen dor que i lu mi naba el cielo sobre el
pueblo cuan do nació Cristo. Esto signi fi caba que
habí a naci do Aquel que ven cerí a la oscu ri dad del
mal y la ignoran cia, que Él di fun di rí a la Luz del
Amor en el corazón del hom bre y los con ci lios de
la hu mani dad. Las apari ciones de esplen dor o de
otros signos de la era que ha amaneci do son na-
tu rales cuan do las en car naciones de Dios tienen
lu gar sobre la Tierra.
La i rradiación de luz era un signo de que las
ti nieblas serí an di si pa das. Un ma es tro llega en
aten ción a la plegaria del hom bre: Thamaso maa
jyothirgamaya (Con dú cenos de la oscu ri dad a la
Luz).
Hay un pun to que no puedo menos que traer
hoy a la con si deración especial de ustedes. En el
momen to en que Jesús se estaba fun dien do en
el Prin ci pio Su premo de la Di vi ni dad, comu ni có
al gu nas noti cias a sus segui dores, las cuales han
si do in ter pretadas en mu chas for mas por los co-
men taristas y aquellos que gustan de api lar es-
cri tos y signi fi ca do sobre signi fi ca do has ta que
todo se tor na u na enor me con fu sión. La declara-
ción misma ha si do mani pu lada y en redada has-
ta con ver tir la en un a cer ti jo. La a fir ma ción es
sim ple:
“El que me en vió en tre us tedes ven drá de
nuevo”, y señaló un cor dero. El cor dero es tan
sólo un sím bolo, un signo. Represen ta el soni do
“Ba-Ba”; era el anun cio del ad veni mien to de Ba-
ba. “Su nom bre será Ver dad”, decl a ró Cris to.
“Sath ya” signi fi ca Ver dad. “Lleva rá u na tú ni ca
roja, una tú ni ca rojo san gre.” (Aquí Baba señaló
la tú ni ca que llevaba.) “Será pequeño de estatu -
ra, con u na corona (de cabello).” El cor dero es el
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 237 -

signo y sím bolo del Amor. Cristo no declaró que


Él ven drí a de nuevo; di jo: “El que me en vió ven -
drá de nuevo”. E se “Ba-Ba” es este Baba.3

P.: ¿Cómo puede estar seguro de que Baba no es un mesías fal-


so y una manifestación del demonio? Esto también se profe-
tizó en la Biblia.
R.: Yo siempre había supuesto que conocía la realidad; pero ob-
servar a Baba en la India la primera vez me probó que no sa-
bía nada. La realidad cambió para mí. Pensaba que si un po-
der tan extraordinario existía para el bien, también debía ha-
ber un poder maligno; pero me sentía incapaz para discernir
uno del otro. Realmente estuve muy asustado, y escurriéndo-
me de regreso a mi cuarto de hotel, atisbaba con miedo en
los armarios y detrás de las cortinas de la ducha. De pronto
me sentí expuesto al peligro y desprotegido; aún no era
consciente de los medios y fuerzas que poseía para evitar los
poderes del mal.
La pregunta de cómo distinguir lo auténtico de lo falso
es decisiva. Con tanta clase de causas malas y disolventes cu-
biertas con el disfraz de “espiritualidad”, muchas personas
han concluido en efecto que todo lo que se califique de “reli-
gioso” o “espiritual” debe desecharse de inmediato. Desde
luego, es cierto que una entrega semejante a la espiritual, pe-
ro guiada erróneamente hacia una mala causa, puede ser su-
mamente peligrosa y destructiva, como lo han ejemplificado
de manera tan trágica las Cruzadas, la era de Hitler y la pro-
liferación del gurú drogadicto de ahora, y no hace mucho,
los asesinatos brutales perpetrados por la familia Manson,
que proclamaba una grotesca perversidad de la actitud espiri-
tual como una explicación para sus acciones.
Reconociendo este peligro y las implicaciones de largo
alcance de entregarse a un individuo o una causa o movi-
miento, uno debe tomar una decisión tal sólo después de la
deliberación más cuidadosa y con un gran sentido de respon-
sabilidad en el asunto. ¿Cómo, entonces, ha de evaluar uno a
un ser o un movimiento para determinar su autenticidad y si
en verdad es o no digno de la propia entrega total?
3 Extractos del discurso de Sai Baba el día de Navidad de 1972.
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- 238 - SAMUEL H. SANDWEISS

Desde aquel período inicial de susto he cobrado una con-


fianza y un amor enormes por Baba. En primer lugar, he lle-
gado a creer que aun cuando no somos conscientes de nues-
tros poderes, tenemos una facultad intuitiva para sentir si al-
go es bueno o malo, si un individuo es genuino o falso. Esta
facultad de discernimiento no es una función de los sentidos
o de la mente racional, sino una expresión de nuestro Ser
Superior o At ma. A medida que evolucionamos, la facultad
se hace cada vez más aguda. La fe que pongamos en esta
potencia será diferente para cada uno de nosotros, lo que
dependerá del grado de confianza que tengamos en nosotros
mismos; cuán bueno ha sido nuestro juicio en el pasado: qué
tan estable, congruente, confiable y sensitivamente armoni-
zados hemos estado. Además, cuenta la evaluación del hom-
bre y del movimiento por el carácter y la calidad de sus segui-
dores. Los que rodean a Sai Baba en verdad son impresio-
nantes.
Todas las almas grandemente desarrolladas que han es-
tado ante la presencia de Baba y que he conocido, tienen
una percepción abrumadoramente intuitiva de Su grandeza y
bondad. La mayoría de los convencidos por Baba se vuelven
más amables, más amorosos, más tranquilos. Y en todos los
relatos de las fuerzas del mal o del demonio que conozco, en
ningún momento el mal se ha disfrazado de amor puro ni ha
trabajado de modo incansable por la curación y el logro de la
conciencia espiritual superior entre la gente.
Finalmente, la forma de vida, las actividades, valores y
poderes de un Avatar real han sido definidos con claridad en
las Escrituras cristianas e hinduistas. El Avatar permite que lo
evalúen y despliega con amplitud Su grandeza para ayudar a
disipar la duda. En efecto, Baba se refiere a sus poderes co-
mo “tarjetas de presentación”. Estos poderes no son sólo la
verbalización de abstracciones vagas y parloteo intelectual
que ocultan motivos ulteriores. Lo que uno observa y experi-
menta son señales claras y concretas de Su Omnisciencia,
Omnipresencia y Amor: un Amor que se mide en la promo-
ción de la salud y el bienestar para todas las personas en to-
das partes.
239

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 239 -

P.: Surgen tantos y tan diversos movimientos espirituales. ¿Qué


piensa usted de los más fanáticos, especialmente aquellos en
los cuales los jóvenes parecen romper de modo tan radical
con nuestra cultura?
R.: Si para mí es bastante difícil determinar lo que sucede en mi
fuero interno, cuánto más lo será juzgar a los demás. Siento
que es muy importante evitar lastimar a alguna otra persona
en la propia búsqueda espiritual; pero como psiquiatra creo
que el fanatismo y el cambio violento, por lo general no re-
flejan un juicio maduro. Con frecuencia, cuando un individuo
intenta hacer un cambio demasiado drástico en su conducta
tiene lugar una repercusión dañina. Por ejemplo, si uno trata
de ayunar sin prepararse para este abandono de la rutina, el
ayuno puede terminar en un hartazgo. Un sendero espiritual
antinatural puede cansar a uno con rapidez y terminar por
llevarlo lejos de Dios más que hacia Él; o puede frustrarlo a
uno haciéndolo seguir caminos de una manera inconstante,
de modo que ningún rumbo se mantiene nunca por un tiem-
po suficientemente largo.
¿Cómo se inicia uno en un sendero espiritual? ¿Qué se
quiere decir realmente con las palabras entrega, renuncia-
ción, desapego? ¿Debe uno hacer cambios violentos y espec-
taculares en su modo de vida, torturando el cuerpo, despre-
ciando la mente, haciendo a un lado todo lo que ha aprendi-
do, yéndose a los bosques y desistiendo de toda actividad, a
menos que reciba instrucciones concretas de espíritus y enti-
dades de otras dimensiones?
Considero que es fácil caer en el error al interpretar la
doctrina espiritual, en especial cuando los occidentales tratan
de entender prácticas orientales más bien complicadas y eso-
téricas. Yo mismo soy un principiante, un verdadero novicio
en el tema de la espiritualidad, y de todo corazón remito al
lector a los discursos de Baba para un estudio a fondo. Sus
obras son hermosas; su mensaje, profundo.
Aún así, desde mi punto de vista de psiquiatra, quisiera
señalar lo que estimo interpretaciones erróneas de las ense-
ñanzas espirituales. Hago esto para prevenir a unos a fin de
que no se fanaticen, y asegurar a otros que no es preciso vol-
verse locos ni extravagantes ni cambiar espectacularmente su
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 241 -

forma de vida para emprender el sendero espiritual. La inter-


pretación equivocada de la doctrina religiosa puede ser, en
parte, la razón por la cual esas verdades antiguas han caído
en descrédito para tantos.
Después de los hechos que experimenté con Sai Baba
entiendo por qué es tan común cometer errores. En primer
lugar, muchos de nosotros no estamos muy avanzados en lo
espiritual y, en general, tenemos una visión limitada, poca au-
todisciplina y un juicio estrecho con respecto a la realidad y al
modo como debemos gobernar nuestras vidas. Agreguen a
esto una embriaguez con la grandeza y belleza de Baba y el
resquebrajamiento de las nociones de la realidad que se tenían
antes —junto con el despertar de un anhelo profundamente
asentado de fundirse con Dios— y pueden ver cuán fácil es
perder el aplomo.
He observado a muchas personas que adoptan una con-
ducta errónea y distorsionada al probar primero una cosa y
luego otra si la primera no obra en unos cuantos días, al in-
tentar sentir a Dios de una manera frenética e indisciplinada
y, sobre todo, sin saber exactamente qué es lo que pretenden
alcanzar.
Ya mencioné la confusión que existe tanto en el indivi-
duo como en el ejercicio de la psiquiatría al tomar equivoca-
damente el desapego por represión. Otro de los desaciertos
que he notado en el inicio de la senda que Baba nos ha reve-
lado es el deseo de llegar a nuestro destino con demasiada
rapidez. En este caso podemos reprimirnos más que desape-
garnos, desempeñar papeles en lugar de conducirnos con
honradez, parecer tontos a los demás en vez de proporcio-
nar un ejemplo digno de crédito e inspirador.
Buda predicó que hay que seguir el sendero medio. Baba
da lecciones de paciencia constantemente. No obstante, la
gente adopta a menudo formas de vida fanáticas e irreales a
fin de progresar con rapidez. Si uno está practicando hat ha
yoga y su cuerpo es todavía rígido, inflexible, es peligrosa-
mente tonto pretender ejecutar alguna de las asanas o postu-
ras aventajadas. La consecuencia puede ser ligamentos, ten-
dones y músculos desgarrados. El cuerpo debe aprender con
lentitud y paciencia. El arte del hat ha yoga está en obtener la
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- 242 - SAMUEL H. SANDWEISS

suficiencia necesaria para poder sentir hasta dónde llegan


nuestros límites físicos, sin atormentar al cuerpo y a uno mis-
mo porque no se puede aún ejecutar cierta postura avanza-
da. Cuando se llega a uno de dichos límites se debe insistir
con cautela y muy gradualmente, dando al cuerpo oportuni-
dad para que se adapte poco a poco, alentándolo, no forzán-
dolo.
Esto es aplicable a quienes, meditando veinticuatro horas
al día, desean emular a los grandes santos ya aptos para re-
montarse a los Himalayas y vivir entre las nieves con poco
alimento y escaso abrigo. Si no sabemos lo que esos santos
saben —igual que nuestros cuerpos no son tan flexibles co-
mo los de los grandes yoguis—, tratar de emularlos totalmen-
te es, desde luego, tontería extrema. Sólo nos atormentare-
mos y lastimaremos.
Cuando una persona está beneficiándose realmente en
su vida emocional por medio de la terapia psiquiátrica, sólo
hay una integración gradual de lo que uno aprende con la
trama de lo que ha sido. Creo que esto es un indicio de que
el conocimiento ha sido integrado en los alcances más pro-
fundos de la personalidad, en contraste con algo entendido
sólo cerebral y superficialmente. Cuando la gente actúa co-
mo si supiera algo, cuando de hecho su conocimiento no va
más allá del nivel cerebral, me parece irreal, y debo admitir
que pienso que muchos individuos que se consideran espiri-
tuales están en esta categoría.

P.: ¿Cuál es su opinión de la gente dedicada al fenómeno para-


normal?
R.: Mucha gente parece empeñada en hablar con sus parientes
muertos o en aprender a ver las auras o mover objetos a dis-
tancia, invocando a la “tabla kármica” o a la “llama púrpu-
ra”, o cualquier otro símbolo esotérico en el que cree, a fin
de desarrollar poderes tales como la facultad de curar una
enfermedad o de resolver un problema particular en su vida.
Yo estimo que nuestra tarea espiritual más importante es
aprender a mantener un vínculo íntimo con Dios, concen-
trándonos y meditando siempre en Él, aprendiendo a llevar
nuestras vidas como un servicio devocional y expresando es-
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 243 -

ta devoción y amor de maneras muy prácticas y concretas en


nuestras relaciones cotidianas con la gente. Baba y muchos
otros han dicho que los poderes yóguicos pueden tentar y
desviar al aspirante espiritual de la meta principal de fundirse
con Dios. Las personas pueden quedar tan cautivadas en la
emoción por lo que en el Occidente llamamos comúnmente
poderes extrasensoriales o paranormales, que olvidan que in-
cluso éstos, como la agresividad y la sexualidad, pueden hun-
dirnos más en el egoísmo —el estado de anhelar y pedir, de
frustración y sufrimiento—, el estado de la dualidad.
Sin embargo, de esto no se debe inferir que si uno irrum-
pe en niveles de conciencia más elevados y desarrolla algu-
nos poderes extraordinarios está sujeto a extraviarse. Uno
puede dominar y trascender estos poderes superiores lo mis-
mo que las energías más comunes; pero esto requiere una
disciplina considerable.

P.: ¿Qué dice Baba sobre las drogas que alteran la mente?
R.: Como psiquiatra me he dado cuenta de que el impulso hu-
mano primordial es fundirse con Dios, quien constituye nues-
tra verdadera identidad: volver a la seguridad y fuerza del Pa-
dre. Veo la fascinación por las drogas psicodélicas como una
expresión de nuestro anhelo por destruir el yo pequeño y ha-
cer contacto con una realidad superior y fundirse con ella.
Hay poca duda de que uno de los elementos importantes
que se experimentan al ingerir drogas es la disminución del
valor de la personalidad o ego a medida que uno es alcanzado,
envuelto y sumergido en un mundo nuevo de remolineantes
energías. Sin embargo, Baba ha dicho reiteradamente que
éste no es el sendero que conduce a la verdadera fusión, sino
que es un callejón sin salida.
La sensación trascendente que producen las drogas
—por más que revele el hecho de que la “realidad”, tal
como la conocemos la mayoría de nosotros, sea efectiva-
mente una especie arbitraria de visión estrecha en un
mundo de fenómenos de los cuales ignoramos la mayor
parte— es, empero, falsa y transitoria en sí misma y no
lleva a la verdadera comprensión. En efecto, Baba ha
comparado esa sensación a una fruta de plástico. Es evi-
244

- 244 - SAMUEL H. SANDWEISS

dente que el samad hi instantáneo y duradero no se puede


lograr con una píldora.
Baba siempre alecciona acerca de la paciencia, la perse-
verancia y la disciplina. Junto con la Gracia de Dios, estas
virtudes sabias son las que hacen posible encontrar a Dios
dentro de nosotros mismos. Baba ha prometido que si em-
prendemos la prueba y obtenemos la experiencia de la disci-
plina espiritual, Él estará con nosotros de una manera ínti-
ma, guiándonos, viendo por nuestra salvación, ayudándonos
a alcanzar la meta de la autorrealización genuina. ¿Puede
prometer más un maestro?

P.: ¿Tiene uno que ir a la India para establecer relación con Sai
Baba?
R.: No. Con frecuencia Él se relaciona de diferentes modos con
personas de todo el mundo. Por ejemplo, conozco individuos
que han estado a miles de kilómetros de Baba cuando un re-
trato que tienen de Él comienza a producir vibhu ti . Otros tie-
nen un sentimiento imponente de que Él se está comunican-
do con ellos, o viene en un sueño para enseñarles algo. Inclu-
so he hablado con personas honorables que afirman haberlo
visto materializarse frente a ellas aquí, en los Estados Unidos.
Ahora es claro para mí que la dimensión de la oración o la
meditación es un lugar tan adecuado y fructífero para vincu-
larse con Baba, como lo es el pueblo indio de Puttaparti.
Baba cuenta la historia de un devoto que se hallaba en gran
peligro y a punto de ser asaltado. El devoto invocó el Nombre y
la Forma de Dios que reverenciaba e imaginó a la deidad en su
lejano lugar de residencia, como se describe en las Escrituras
hinduistas. Oró hasta que sus atacantes casi lo habían vencido;
pero en el último momento apareció Dios para salvarlo.
Cuando le preguntó a Dios por qué había tardado tanto
en llegar, Dios replicó que tuvo que venir de un sitio muy dis-
tante porque él le había imaginado tan lejos. Si el devoto lo
hubiera evocado dentro de su propio corazón, Él habría po-
dido llegar al instante.

P.: ¿Esto significa que si nosotros queremos que Baba se nos


aparezca, Él vendrá?
245

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 245 -

R.: Baba dice que mora en el corazón de todos y cada uno de


nosotros y si lo buscamos ahí, lo encontraremos. Pero en
cuanto a sus acciones en el plano físico, debo decir que sus
movimientos no están determinados por nuestras carencias o
deseos, sino por nuestra devoción, nuestra práctica espiritual
y Su Gracia. Hace poco, mientras uno de mis amigos, un
psiquiatra llamado Warren Gershwin, visitaba a Baba, su es-
posa y una joven que trabajaba como su ama de llaves esta-
ban sentadas en casa conversando. Sylvia, el ama de llaves,
que se había criado en Tijuana, México, en un medio familiar
más bien difícil, era una mujer joven muy laboriosa, estable y
sana. Esa tarde se encontraba un poco triste y dijo a la espo-
sa de Warren, Madelaine, que aun cuando cantaba bhajans y
quería creer en Baba, simplemente no se había convencido
de sus poderes especiales. Madelaine trataba de consolarla,
sin buen resultado.
Sylvia levantó la vista a la repisa donde colgaba el retrato
de Baba y en silencio le pidió que le ayudara a edificar su fe.
Madelaine relata que de pronto la cara de Sylvia empalideció
y empezó a musitar: “¡Oh, Dios mío… Oh, Dios mío!”, lue-
go corrió a la cocina. Madelaine, temerosa de que Sylvia hu-
biera visto a un merodeador, la siguió con rapidez para de-
terminar lo que la había trastornado tanto:
“Cuando quité la vista de la repisa y miré hacia la cocina,
vi claramente a Baba entrando por la puerta”, dijo Sylvia en
un susurro reverente. “Ahora entiendo por qué ustedes can-
tan bhajans.” Insistió en dormir ahí en la cocina, y esa noche
entonaron bhajans hasta las dos de la mañana.

P.: Si yo fuese a la India, ¿qué probabilidades tendría de ver a


Baba y hablar con Él?
R.: Eso en realidad es algo entre usted y Baba. No hay modo al-
guno de decir lo que Él hará; en general es difícil verlo. Si us-
ted está considerando en serio hacer ese viaje le sugiero que
concurra a uno de los Centros Sai Baba para ver si un grupo
de devotos planea también un viaje. Podría haber una mejor
oportunidad de ver a Baba yendo con un grupo. Si desea ir
solo, le aconsejo que pregunte en uno de los Centros dónde
estará Baba al momento de su visita. Esta información, junto
246

- 246 - SAMUEL H. SANDWEISS

con una lista de los centros más cercanos al lugar de su resi-


dencia, puede obtenerse escribiendo al Sri Sathya Sai Book
Center of America. En las últimas páginas de este libro se in-
cluye una lista de las obras de Baba y sobre Él.
Debo además recordarle que el ambiente en Puttaparti
es austero. Hay muchos obstáculos por superar y el viaje es
difícil en muchos sentidos. Pero para el buscador verdadero
la posibilidad de encontrarlo es grande.

P.: ¿Cuándo vendrá a los Estados Unidos?


R.: Esa es una buena pregunta. Nadie conoce los planes, itinera-
rios o movimientos de Baba, y a menudo burla hasta sacarlos
de sus casillas a sus seguidores cuando tratan de adivinar
dónde se halla. Hasta ahora, el único lugar al que ha viajado
fuera de la India es Africa, en 1968. Durante años los norte-
americanos le han estado preguntando cuándo vendrá a los
Estados Unidos, y su respuesta es que lo hará cuando este-
mos listos.
Yo presencié cuando un joven lo interrogó sobre esto, y
Baba replicó que se iría a casa con él; luego le dio palmaditas
en el pecho sobre el corazón. Creo que en verdad ha venido
a los Estados Unidos en el corazón de miles de norteamerica-
nos a quienes Él ha convencido.
A otra persona le dijo que primero uno debe cuidar de sí
mismo, y cuando eso se ha logrado, uno cuida de su familia,
a continuación de sus vecinos, después de su ciudad y final-
mente de su país; entonces puede uno ir a otros países. Pa-
rece evidente que antes de dirigirse a otra parte planea dedi-
carse a la recuperación y al remozamiento que deben efec-
tuarse en la India.

P.: ¿Cómo ha influido lo que ha sentido con Sai Baba en la for-


ma en que usted ejerce la psiquiatría?
R.: He experimentado un cambio básico en mi modo de ser que
se refleja en mi trabajo. Ante todo, desde que conocí a Sai
Baba he sido más feliz y he estado más tranquilo; he perdido
en gran medida mi miedo a la muerte y al mismo tiempo he
adquirido un sentimiento de protección omnipresente. Este
cambio básico en el modo de ver las cosas y el sentimiento
247

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 247 -

de seguridad a que me refiero han traído a mi vida un mejor


conocimiento de mí mismo y me han orientado; en conse-
cuencia, me considero apto para percibir los sentimientos de
los demás con mayor claridad.
Mi actitud respecto al lugar que ocupan los sentimientos
y emociones en la vida se ha transformado. Me hice cons-
ciente de los peligros que encierra la represión de los senti-
mientos, consecuencia de mi instrucción psiquiátrica, y des-
pués de conocer a Baba me he percatado igualmente de los
peligros del apego ex cesi vo a los sentimientos y de la mane-
ra en que ese apego puede restringir el crecimiento espiri-
tual.
Por alguna razón extraña, la enseñanza a los psiquiatras
casi tiende a convertirlos en agnósticos y ateos. Quizá por-
que sobrevalúan y se fascinan con los sentimientos y emocio-
nes pasan por alto un orden espiritual de realidad que está
más allá de los sentidos. De ahí se deriva naturalmente que
en sus objetivos terapéuticos hagan hincapié en los sentidos
y emociones. A estos elementos del yo pequeño se les ha da-
do tal importancia que han llegado a formar el marco de lo
que es prácticamente una adoración en la psiquiatría con-
temporánea.
Creo que hay algunas limitaciones considerables en la
teoría y la práctica psiquiátricas que deben exponerse al pa-
ciente. Es cierto que incontables personas con problemas
emocionales reciben ayuda para comprenderlos, lo que se
hace por medio de una investigación de sus sentimientos y
pensamientos. Muchas personas tienen que identificarse más
profundamente con sus sentimientos a fin de llegar a un pun-
to en que entiendan y puedan controlar sus reacciones.
Pero hay un límite que señala el grado de crecimiento y
evolución que se puede alcanzar al compenetrarse en estos
sistemas. Y pienso que la psiquiatría debe aclarar dónde es-
tán estos límites; considero que, después de cierto punto, es-
tar compenetrado en lo sensual por la pura alegría y libera-
ción que significa experimentar realmente la agresión o la se-
xualidad —sin gobernar estos sentimientos con un sentido de
moralidad bien desarrollado— es peligroso.
248

- 248 - SAMUEL H. SANDWEISS

La psiquiatría no debe temer al reconocimiento de una


moralidad que refleje la existencia de una dimensión espiri-
tual; tampoco debe temer a la determinación de cauces ade-
cuados de conducta que lleven al desarrollo espiritual. Aun
cuando en un punto del tratamiento es apropiado abstenerse
de juzgar, así como pedir al paciente que no censure los pen-
samientos ni reprima las emociones, se debe aclarar que esta
actitud es peligrosa si se toma como un modo general de vi-
da. Aunque la mayoría de los psiquiatras dirán que esta gene-
ralización es sólo un burdo malentendido respecto de la acti-
tud psiquiátrica, a mi manera de ver la psiquiatría ha contri-
buido en cierta medida a esta visión distorsionada por parte
de toda la sociedad. Al rehusarse a reconocer una dimensión
espiritual más allá de los sentidos la psiquiatría, de hecho, los
sobrevalúa.
Antes de conocer a Sai Baba yo malinterpretaba como
represivas en general las prácticas espirituales monistas de
desapego de las emociones y adhesión a un sistema de mo-
ralidad autocontrolado, disciplinado; en efecto, las tenía por
una negación patológica de la propia identidad básica. Pen-
saba que la propia identidad era principalmente emocional.
Así pues, esta actitud respecto a un lugar más limitado
de las emociones en la vida de una persona, y la necesidad
de que los terapeutas discutan con más franqueza y claridad
la moralidad y los modos apropiados de conducta necesarios
para el propio desarrollo espiritual, se reflejan en mi terapia.
He visto que esto se puede hacer sin que el paciente se sien-
ta castigado o criticado y sin detener la corriente de material
necesaria para esclarecer sus sentimientos reprimidos. Lle-
gué a darme cuenta de que, con mucha más frecuencia de la
que era necesaria o apropiada, me había estado protegiendo
bajo la máscara del observador que no juzga.
Creo que la psiquiatría debe hacerse espiritual. La edu -
cación sin carácter, la cien cia sin hu mani dad y el comer -
cio sin morali dad son i nú ti les y peli grosos, dice Baba, ilus-
trando con el ejemplo siguiente su explicación, al definir el
lugar limitado de los sentidos en la propia vida.
Como nosotros, la cámara fotográfica se dirige al mundo
para recabar información. La mente es la capacidad técnica
249

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 249 -

que sabe cómo captar con la cámara ésta o aquélla de las


imágenes del mundo; pero un aspecto más elevado de la
mente, que se llama budd hi , o intelecto, dirige la mente a lo
que es realmente importante fotografiar y le dice cómo en-
cuadrar y enfocar. Los sentidos son como la lente a través de
la cual debe pasar la información para llegar a la película; y
la película sobre la que se expone la imagen es el corazón. Si
el intelecto es sabio y discriminador en sus elecciones uno
pue de, en con se cuen cia, lo grar fo to gra fí as ex qui si tas en
cuanto a la verdad y belleza con que manifiestan la vida.
La bienaventuranza que resulta de ver lo que uno siente
que es un momento de verdad absoluta captado en una foto-
grafía, es análoga a la sensación que uno experimenta con lo
Divino. Así como la finalidad de la fotografía no se cumple
con sólo enfocar la lente, tampoco se cumple el fin de la vida
con sólo agudizar los sentidos. Si el empleo de la cámara no
está gobernado por la inteligencia, sino por el solo conoci-
miento técnico del equipo y los materiales fotográficos, las
imágenes en la película, por supuesto, representarán un re-
trato caótico del mundo.

Ahora percibo en las declaraciones de los pacientes, e


incluso en sus movimientos corporales, una cierta vibración o
elemento que antes pasaba inadvertido y que ahora identifico
como intereses y expresiones espirituales. Todavía me siento
apto para identificar los conflictos que giran alrededor de la
agresión o la sexualidad, pero soy más consciente de la di-
mensión espiritual —siempre presente antes, pero percibida
sólo oscuramente— ¡o aun considerada neurótica!
Donde antes sólo veía una dependencia neurótica en un
adulto que ansiaba la protección de un padre amoroso, aho-
ra también veo elementos de la muy real sensación de de-
samparo y aislamiento que resulta de sentirse separado de
Dios, y percibo un anhelo espiritual por fundirse con Él.
Donde sólo podía observar un miedo neurótico en un pa-
ciente que se abstenía de expresar la sexualidad o la agre-
sión, ahora observo también un entendimiento espiritual in-
tuitivo que mueve a un individuo al desapego de las emocio-
nes y que nota el peligro de mezclarse demasiado con los
sentimientos.
250

- 250 - SAMUEL H. SANDWEISS

En un paciente interesado en extremo por ser amable y


gentil y amoroso, que parece estar defendiéndose de la ex-
presión de impulsos totalmente animales, también podría ver
el anhelo de fundirse con Dios, al adoptar aquellas cualidades
que llevan al hombre hacia Él. Y con el paciente que una vez
creí que contendía únicamente con una culpa neurótica y se
condenaba y anticipaba al castigo, puedo estar más dispues-
to a investigar los “pecados” que ha cometido y a descubrir
su conciencia espiritual intuitiva de la necesidad de arrepenti-
miento, o un temor de Dios que puede estar experimentando
por causa del kar ma: la necesidad de pagar en especie por
todas sus acciones.
Incluso podemos hablar de la posibilidad de que un esta-
do morboso específico haya surgido como consecuencia de
acciones en una vida anterior. Un paciente que entienda algo
del concepto de reencarnación puede extraer suficiente fuer-
za de esta concepción para ayudarse a salir de un período de
tormento o depresión mental.
Antes solía ver sólo una actitud masoquista en la soledad
y depresión de una viuda o viudo que no se citara con perso-
nas del sexo opuesto después de la muerte de su consorte;
pero ahora veo también el impulso espiritual a considerar el
matrimonio un asunto sagrado, y a observar la castidad y tro-
car el plano físico de la existencia por una relación más ele-
vada con Dios y un ser amado con quien la ligazón es defini-
tiva, aunque ya no por más tiempo en este plano de la exis-
tencia. Acostumbraba considerar atolondrados aquellos pen-
samientos del paciente deprimido que decía poder captar vi-
braciones de un ser amado separado por la distancia o la
muerte; pero ahora estoy dispuesto a tomar esto como una
verdadera posibilidad.
La realidad de una facultad humana tal se me ha mani-
festado de manera espectacular en más de una ocasión. Por
ejemplo, estaba atendiendo a una paciente que ya se sentía
bien y no tenía un motivo claro para la depresión; no obstan-
te, me detalló la hora y el día exactos del inicio de un estado
depresivo más bien profundo que duró cerca de diez días. No
fue sino hasta unas semanas después cuando supo que su
amigo más íntimo, a quien no había visto durante algunos
251

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 251 -

meses, había estado a punto del suicidio y en aquel momento


había puesto todas sus medicinas en la mesa dispuesto a to-
marlas y llevar a cabo su decisión fatal. Sin embargo, decidió
no matarse y su depresión fue pasando casi al mismo tiempo
que yo presenciaba la recuperación de mi paciente.
Las cuestiones espirituales no son las inquietudes raras o
circunstanciales que yo pensaba: en realidad son cruciales y
primordiales en el centro de la existencia misma del paciente.

Un psiquiatra se hace consciente de aquellos problemas


de la vida de un paciente con los cuales se ha enfrentado en
la suya propia, y cura a los demás en la medida en que se ha
curado a sí mismo al integrar y armonizar sus propias ener-
gías vitales. Yo practico yoga y meditación diariamente; así,
llevo elementos de estas disciplinas al plan de tratamiento
para que el paciente se ejercite en ellos. Por ejemplo, puedo
sugerir la meditación para ayudar a un paciente a calmar
pensamientos distrayentes o emociones agitadoras; o puedo
introducir ciertas técnicas y posturas de yoga para llevar
energía y fluidez a las regiones contraídas del cuerpo. Yo
mismo trato de mantener un estado de meditación en el cur-
so del tratamiento, confiando en él más que en pensamien-
tos, sentimientos o teorías. Estoy infundido de una gran fe en
que esta actitud despierta y aguza mi intuición al transformar-
se, de algún modo, en un método de tratamiento.
Por fin, tengo también en cuenta el mensaje más cardi-
nal en la enseñanza de Sai Baba: el amor, un amor que se
debe mostrar al efectuar el tratamiento. Para mí es un hecho
que la psiquiatría contemporánea está burdamente limitada
para entender y comprender la clase de amor que Él enseña.
Después de mi primera visita a Sai Baba y de la sensa-
ción del despertar de un centro devocional dentro de mí, em-
pecé a darme cuenta de que en esta reacción estaba obser-
vando algo acerca de la dinámica del amor a la que no me
había sido posible penetrar en el campo de la psiquiatría. Es-
ta sensación interior de la devoción hacia lo Divino es el fue-
go en el cual nuestro amor se intensifica, expande y purifica;
es la fuente de nuestro más profundo sentido del significado
trascendental de las cosas, que da origen a nuestro más hon-
252

- 252 - SAMUEL H. SANDWEISS

do sentimiento de Paz y Amor. Baba señala cuán primordial


es la devoción en nuestras vidas. El bhakti o devoción es el
único sendero para alcanzar el destino divino. El bhakti es
la ú ni ca panacea para todos los males de este mun do. El
bhakti es el ú ni co método para hacer les reali zar la Ver -
dad .4 Yo sabía que con esta actitud tenía que encontrar un
modo de completar no sólo mi terapia, sino toda mi vida.
La mayoría de los psiquiatras, incluyéndome a mí, han
sido adiestrados para adoptar una actitud más bien egoísta
dentro de su papel en el proceso terapéutico. La suposición
de que cualquier persona puede entender por completo la
naturaleza humana y curar a los demás no sólo es una burda
ilusión, sino también la fuente de gran malestar para muchos
psiquiatras que se fatigan bajo el peso de sentir que deben
saberlo todo. Estar ante Sai Baba y presenciar el alcance de
su conciencia fue suficiente para humillar a este psiquiatra en
todo sentido, hasta reconocer cuánto no sabemos. En mí
surgió un intento de cambiar toda mi actitud acerca de lo que
realmente se lleva a cabo en el proceso terapéutico y cuáles
son sus metas y finalidad.
Swami Vivekananda, un santo indio y discípulo de Sri
Ramak rishna, dijo: “Todo el trabajo que ustedes efectúan es
hecho para su propia salvación; es hecho para su propio be-
neficio. ¡Dios no se ha caído en una zanja para que ustedes y
yo lo auxiliemos construyendo un hospital o algo de esa es-
pecie! Él les permite trabajar, no para que lo auxilien, sino
para que puedan ayudarse a sí mismos. ¿Ustedes creen que
incluso una hormiga moriría por falta de su ayuda? ¡Qué
blasfemia más infame! El mundo no los necesita en absolu-
to… excluyan la palabra ‘auxilio’ de su mente. Ustedes no
pueden auxiliar; ¡eso es una blasfemia! Ustedes adoran cuan-
do dan un bocado de alimento a un perro, adoran al perro
como a Dios. Él es todo y está en todo… estén agradecidos
de que se les permita ejercer su poder de benevolencia y mi-
sericordia en el mundo, y así, hacerse puros y perfectos. Es-
tén agradecidos con el hombre al que auxilian, véanlo como

4 Cur sos de Verano 1972, Editorial Errepar, Buenos Aires, Argentina.


253

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 253 -

a Dios. ¿No es un privilegio tener acceso a la adoración de


Dios ayudando a nuestro semejante?”.5
Baba lo ha expresado de esta manera: La obra es de
Él; nuestro papel en la obra es un regalo que Él nos ha-
ce; los par lamen tos están escri tos por Él; Él di ri ge, Él de-
ci de el vestuario y la decoración, los gestos y el tono, la
en trada y la sali da. Ustedes tienen que desem peñar bien
el pa pel y reci bir su a proba ción cuan do cai ga el telón.
Merez can, por su efi cien cia y en tu sias mo, desem peñar
papeles cada vez más elevados; ése es el sen ti do y el pro-
pósi to de la vi da.
Yo he llegado a la convicción de que el proceso terapéu-
tico es para beneficio tanto del terapeuta como del paciente.
He intentado hacer de él un acto de devoción y adoración. Si
el terapeuta está meditando en lo Divino mientras se halla en
su tarea curativa, si ve a lo Divino en el paciente y mantiene
un contacto constante con esta sensación interior, adquiere
más paz, se vuelve más amoroso y más intuitivo. Yo creo
que la transformación de nuestras almas tiene lugar en esta
clase de atmósfera. Un ambiente tal no puede dejar de tener
un profundo significado tanto para el paciente como para el
terapeuta.
Ba ba ha di cho: Es su fi cien te con que se cul ti ve el
Amor —el Amor que no conoce distin ción al gu na en tre
uno mismo y el otro— por que todos somos solamen te los
miem bros del cuer po ú ni co de Dios Todopoderoso. Sólo
median te el Amor puede obtener se la per soni fi cación del
A mor. Pa ra es to no se necesi ta nin gu na eru di ción; en
efecto, la eru di ción es un im pedi men to por que nu tre al
egoísmo y en gen dra du das de dispu tar y de ganar lau reles
de victoria sobre otros que tam bién se vanaglorian de eru -
di tos.
Además de ver la actitud devocional como de una impor-
tancia fundamental en mi propia vida, he alentado más de
una vez a un paciente a investigar por sí mismo esta actitud.
Cuando los pacientes discuten su sensación de aislamiento,

5 Thus Spoke Vi veka nan da (A sí ha bla ba Vi veka nan da), Sri Ramakrishna
Math Publishers.
254

- 254 - SAMUEL H. SANDWEISS

depresión, vacío y soledad les recuerdo, cuando lo juzgo


apropiado, su vínculo con Dios, sugiriendo que dediquen
tiempo para desarrollar tanto este vínculo espiritual como sus
relaciones interpersonales. Les digo francamente que su apti-
tud para experimentar el amor está en razón directa de su fo-
mento de una actitud devocional hacia lo Divino.
He llegado a darme cuenta de que por medio del amor,
tanto el terapeuta como el paciente pueden elevarse en la
comprensión de que nuestra identidad básica es el At ma :
que en verdad nos extendemos más allá del tiempo y del es-
pacio. La gente puede experimentar el amor que interpene-
tra y sostiene al mundo físico.
La valoración de la realidad espiritual del amor como la
energía fundamental del Universo y el percatarse de que la
devoción es el medio por el cual nuestro amor se desenvuel-
ve y expande, deben ser la meta del tratamiento. En otras
palabras, el fin de la terapia debe ser aliviar el sufrimiento en
las esferas corporal, emocional y mental: suavizar y relajar
las regiones endurecidas por el dolor. Entonces uno puede
abrirse a la vibración de la energía del amor, como la flor de
loto abre sus pétalos al sol para estar en comunión íntima
con la fuente de vida y belleza.
Creo que la meta última de la psiquiatría es la misma que
la de la religión: encontrar al Dios o At ma en nosotros mis-
mos mediante el sentimiento del amor. Reflejando mi espe-
ranza ferviente de que la psiquiatría despierte a la realidad de
Sai Baba, yo llamaría más bien a esta ciencia aún joven “Sai -
quiatría”, la Sai -quiatría de la conciencia del At ma, la Sai -
quiatría del amor.
255

17
ENSEÑANZAS DE SAI BABA

¿Quién es Sai?
Dios es i nescru table. No se le puede com pren der en el
mun do objeti vo ex terior; Él está en el corazón mismo de cada
ser. Las gemas tienen que buscar se en el subsuelo profun do;
no flotan en el ai re. Busquen a Dios en las hon du ras de su
ser, no en la na tu ra leza a tor men ta dora, ca lei dos cópi ca. El
cuer po se les con cede para este al to fin, pero ustedes lo están
u san do mal ahora, como la per sona que coci naba su ali men to
diario en el vaso de oro guar neci do de gemas que llegó a sus
manos como heren cia.
El hom bre en sal za a Dios como Om ni presen te, Om nis -
cien te y Om ni poten te, ¡pero ignora Su presen cia en sí mismo!
Por su puesto, mu chos se aven tu ran a descri bir los atri bu tos
de Dios y proclaman que Él es esto y aquello; pero éstas no
son si no sus propias con jetu ras y los reflejos de sus propias
predi lecciones y preferen cias.
¿Quién puede afir mar que Dios es de este modo o de este
otro? ¿Quién puede afir mar que Dios no sea de esta for ma o
con este atri bu to? Cada u no puede tomar de la vasta ex ten -
sión del océano sólo tan to como puede con tener la vasi ja que
lleva a la ori lla. De esa in men si dad oceáni ca no puede captar
más que u na can ti dad mí ni ma.
256
257

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 257 -

Cada reli gión defi ne a Dios den tro de los lí mi tes de su


credo y luego preten de haber lo aprehen di do en su totali dad,
como los siete ciegos que hablaban del elefan te como de un
pi lar el u no, de un a ba ni co el otro, és te de u na cuer da o
aquél de un mu ro, por que cada u no habí a pal pado sólo u na
par te del elefan te y no podí a com pren der al ani mal en tero.
Así tam bién las reli giones hablan de sólo u na par te de Dios y
afir man que su vi sión es plena y total.
Cada reli gión ol vi da que Dios es todas las for mas y todos
los nom bres, todos los atri bu tos y todas las afir maciones. La
reli gión de la hu mani dad es la su ma y sustan cia de todas es-
tas fes par ciales; por que sólo hay u na reli gión: la reli gión del
Amor. Las di ver sas par tes del elefan te que parecí an separa-
das y distin tas a los ciegos que las pal paron estaban todas nu -
tri das y movi das por u na ú ni ca corrien te de san gre. Las di ver -
sas reli giones y fes que se tienen por separadas y distin tas es-
tán todas nu tri das por u na ú ni ca corrien te de Amor.
El sen ti do de la vista no puede con cebir toda la ver dad;
sólo da u na in for mación falsa y li mi tada. Por ejem plo, hay
mu chos que obser van Mis acciones y declaran que Mi natu ra-
leza es tal o cual. Son in capaces de apreciar la San ti dad, la
Majestad y la Reali dad E ter na que soy Yo. El poder de Sai es
i li mi tado; se mani fiesta por siem pre. Todas las for mas de “po-
der” resi den en esta pal ma de Sai.
Pero aquellos que declaran que me han en ten di do —los
doctos, los yoguis, los pundits (eru di tos), los jñanis (quienes po-
seen el conoci mien to espi ri tual)— todos ellos son conscien tes
sólo de lo menos im por tan te, la mani festación ex ter na y for tui -
ta de sólo u na par te in fi ni tesi mal de ese poder: Mis “mi lagros”.
No desean en trar en con tacto con la fuen te de todo poder y to-
da sabi du rí a que está a su disposi ción aquí en Brin davan. Están
satisfechos cuan do logran u na opor tu ni dad para ex hi bir su sabi -
du rí a li bresca y hacer alar de de su eru di ción en el saber védi co,
sin dar se cuen ta de que la per sona de quien emanaron los Ve-
das está en medio de ellos y ha veni do para su benefi cio.
Este ha si do el caso en todas las edades. La gen te puede
estar muy cer ca (fí si camen te) del Avatar, pero vi ve su vi da in -
conscien te de su di cha y exageran do el papel de los mi lagros;
los mi lagros son tri viales cuan do se los com para con la pleni -
258

- 258 - SAMUEL H. SANDWEISS

tud de Mi gloria y majestad; son como un mosqui to al lado de


un elefan te. Por eso cuan do ustedes hablan de estos “mi la-
gros” Yo son rí o para mis aden tros com padeci do, porque pier -
den de vista con tan ta faci li dad la preciosa con cien cia de Mi
Reali dad en toda su ver dadera magni tud.
Mi poder es in con men su rable; Mi ver dad es i nefable, in -
son dable. Di go esto de Mí por que me parece necesario que lo
sepan; lo que hago ahora sólo es regalar les u na “tar jeta de vi -
si ta”. Déjen me decir les que declaraciones tan objeti vas de la
Ver dad por par te de los avatares fueron hechas an tes con tan -
ta clari dad y tan i nequí vocamen te sólo por Krishna. A pesar
de es tas decla ra ciones us tedes ad ver ti rán en la ca rrera del
mismo Krishna que su frió derrotas en sus esfuer zos y em pe-
ños en u nas cuan tas ocasiones, aun que tam bién pueden ad -
ver tir que esas derrotas sólo eran par te del drama que Él ha-
bí a planeado y que Él mismo di ri gí a.
Cuan do mu chos reyes abogaban an te Él para que alejara
la guerra con los Kau ravas (un gru po conoci do de la famosa
epopeya hin dú, el Mahabharata), Él con fesó que Su mi sión en
la cor te Kau rava para asegu rar la paz habí a “fallado”. Pero Él
no habí a deseado que llegara a buen éxi to. Habí a deci di do
que se em pren diera la guerra. Su mi sión tení a la in ten ción de
hacer pú bli ca la codi cia e i ni qui dad de los Kau ravas y con de-
nar los an te todo el mun do.
¡Pero debo decir les que du ran te este Avatar Sai no hay lu -
gar ni si quiera para un “drama” tal, con escenas de fracasos y
derrotas! Lo que Yo quiero debe tener lu gar; lo que Yo pla-
neo debe llegar a buen éxi to. Yo soy la Ver dad, y la Ver dad
no tiene necesi dad de ti tu bear ni temer ni doblegar se.
“Desear” es su per fluo para Mí, por que Mi Gracia siem pre
está a disposi ción de los devotos que tienen amor y fe fir mes.
Como me mez clo con ellos hablan do y can tan do, aun los in te-
lectuales son in capaces de captar Mi Ver dad, Mi Poder, Mi
Gloria y Mi ver dadera tarea como Avatar. Puedo resol ver cual -
quier problema por más in trin cado que sea; estoy más allá
del al can ce de la in vesti gación más profun da y la evaluación
más meti cu losa. Sólo aquellos que han reconoci do Mi Amor y
ex peri men tado ese Amor pueden afir mar que han vislum bra-
do Mi Reali dad. El sen dero del Amor es el cami no real que
trae hacia Mí a la hu mani dad.
259

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 259 -

No in ten ten conocer me por medio de los ojos del cuer po.
Cuan do van a un tem plo y están de pie an te la i magen de Dios,
oran con los ojos cerrados, ¿no es así? ¿Por qué? Pues por que
sien ten que sólo la mi rada in terior de la sabi du rí a les puede re-
velar a Dios. Por eso no im ploren de Mí objetos materiales tri -
viales; pí dan me a Mí y serán recom pen sados. No es que no de-
ban reci bir cualesquiera objetos que regalo como signos de Gra-
cia provenien tes de la pleni tud del Amor. Les di ré por qué re-
galo estos ani llos, talismanes, rosarios, etc.; lo hago sólo para
sellar el víncu lo en tre Mí y aquellos a quienes se los doy. Cuan -
do la calami dad les sobreven ga, el ar tícu lo regalado ven drá a
Mí en un relám pago y regresará tam bién en un relám pago; pe-
ro lleván doles de Mí la Gracia reparadora de la protección. E sa
Gracia está disponi ble para todos los que me in vocan en cual -
quier nom bre o for ma, no solamen te para los que reci ben estos
regalos. El Amor es el víncu lo que gana la Gracia.
Con si deren el signi fi cado del nom bre: Sai Baba. “Sa” sig-
ni fi ca “Di vi no”; “ai” o “ayi” signi fi ca “Madre” y Baba signi fi ca
“Padre”; Mi nom bre in di ca a la Madre y al Padre Di vi nos. Sus
padres fí si cos podrí an cul ti var el amor con u na dosis de egoís-
mo, pero esta Sai Madre y Padre derrama afecto o en su caso
repri men das sólo para con du cir los hacia la victoria de la lu -
cha por la au torreali zación.
Este Sai ha veni do para llevar a cabo la tarea su prema de
u nir a toda la hu mani dad como u na sola fami lia por medio
del víncu lo de la frater ni dad; de afir mar e i lu mi nar la reali -
dad átmica de cada ser a fin de revelar lo Di vi no, que es la ba-
se sobre la que descan sa el cosmos en tero; y de instruir a to-
dos para que reconoz can la heren cia di vi na común que u ne a
hom bre con hom bre de modo que éste se pueda li berar del
ani mal y se eleve a la Di vi ni dad que es su meta.
Yo soy la per soni fi cación del Amor; el Amor es Mi instru -
men to. No hay nin gu na cria tu ra sin A mor; la más ba ja se
ama a sí misma por lo menos. Y su Ser es Dios. Así pues, no
hay ateos; aun que al gu nos podrí an tener aver sión a Dios o re-
chazar lo, como los en fer mos de malaria o los pacien tes diabé-
ti cos se rehú san a tener al go que ver con los dul ces. Los que
se jactan de ser ateos, cuan do hayan sanado de esa en fer me-
dad disfru tarán de Dios y Lo venerarán.
260

- 260 - SAMUEL H. SANDWEISS

Tení a que decir les tan to acer ca de Mi Ver dad por que de-
seo que medi ten sobre esto y deri ven de ello alegrí a, de ma-
nera que se puedan inspi rar para obser var las disci pli nas deli -
neadas y puedan progresar hacia la meta de la au torreali za-
ción, la reali zación del Sai que bri lla en sus corazones.1
¡Hay al gu nos que se dejan engañar por las demostra-
ciones histéricas de ciertos individuos de mente débil a
quienes se su pone que Yo hablo a través de ellos o actú o
a través de ellos! ¡Óiganlo de Mí, Yo no soy dado a esos
absurdos! No uso a otros como mediums míos; no tengo
necesidad de ello. ¡Yo no me balanceo de un lado a otro
ni parloteo! Si aun aquellos que tortu ran sus cuerpos y
su fren los dolores del ascetismo por años hasta que mon-
tecitos de hormigas los cu bren y se ponen rígidos como
tocones de ár boles en cuen tran di fí cil reali zar al Señor,
¿cómo en ton ces aquellos haraganes que comen hasta
hartarse y vagan por ahí como esclavos de sus sentidos
pueden ganar esa posición de modo tan barato? Sus ges-
tos, palabras y acciones son huecas y vanas; los que que-
man incienso ante ellos y los reverencian se están alejan-
do de Mí y corren tras la fal sedad.
Porque, ¿cómo puede la plenitud al gu na vez entrete-
nerse con lo vil mente mezquino y u sar la vestidu ra de lo
frívolo? Cuando Dios ha venido y toma forma, óiganlo de
Mí, no se escancia en malos vasos ni embellece el oropel
ni entra en cuerpos impu ros. Así pues, no ensal cen estas
fal sedades ni arruinen a esos infortu nados; trátenlos con
severidad y se cu rarán. Los que han visto la brillantez del
diaman te no serán deslum brados con chu cherí as de vi -
drio. El Señor es como el diaman te, cual quier nom bre
que se le dé; pero u na chu chería no puede convertirse en
diaman te por muy gran de que sea la alaban za y fir me
que sea la demanda.

1 Sa nat ha na Sa rat hi (El E ter no Con ductor , una publicación mensual de


Prashanti Nilayam), julio de 1974.
261

Practi ca el si len cio. Por que la voz de Dios


se puede oír en la in ti mi dad del corazón sólo
cuan do la len gua está acallada… El si len cio es
el habla del buscador espi ri tual. El habla sua-
ve y dul ce es la ex presión del amor genui no.
El odio a ú lla, el miedo chi lla, la presun ción
pregona; mas el amor arru lla, apaci gua, apli ca
bál samo.
262

- 262 - SAMUEL H. SANDWEISS

El aliento mismo
Los nueve pa sos en la peregri na ción del hom bre ha cia
Dios por el sen dero de la dedi cación y la en trega son: … 1.
For jar el deseo de escu char cuan to se di ce de la gloria y gran -
deza de la obra de Dios y de las di ver sas mani festaciones de
la Di vi ni dad que inspi ran u na reveren cia profun da. Este es el
pun to de par ti da. Oyen do sin cesar acer ca del Señor es como
podemos con ver tir nos nosotros mismos en la Di vi ni dad. 2.
Can tar u no mismo las acciones del Señor en alaban za a su
magni fi cen cia y múl ti ples hazañas. 3. Man tener al Señor en
la men te gozán donos en la con tem plación de Su Belleza, Ma-
jestad y Com pasión. 4. I ni ciar la adoración del Señor con cen -
trán donos en hon rar sus pies o sus huellas.
5. Lo an terior se transfor ma en u na propi ciación total del
Señor y u na adoración ri tual sistemáti ca en la cual el aspi ran -
te obtiene satisfacción e inspi ración in ter nas. 6. El aspi ran te
em pieza a ver la for ma favori ta de Dios (aquella en la que le
agrada más adorar lo) en todos los seres y todos los objetos y
don dequiera que se vuel ve, y así adopta u na acti tud de vanda-
na o reveren cia hacia la natu raleza y hacia toda mani festación
de vi da. 7. Colocado en esta disposi ción men tal, se con vier te
en el devoto ser vi dor de todos, pero sin nin gún sen ti mien to
de su periori dad o in feriori dad. Este es un paso vi tal que al -
can zado presagia gran éxi to espi ri tual.
8. Esto lleva al buscador tan cer ca del Señor, que sien te
que es el con fi den te y camarada, el com pañero y ami go, el
que com par te el poder y la piedad de Dios, los triun fos y lo-
gros de Dios; sien te que es Su sakha (ami go), como lo habí a
llegado a ser Arjuna. 9. Como se puede inferir, éste es el pre-
lu dio al paso fi nal de la en trega total o Atma-nivedanam: ren -
dir se por com pleto a la volun tad del Señor, que el buscador
conoce por su propia in tui ción pu ri fi cada.
Notarán que el sépti mo paso es dasyam, el estado de ser -
vir. E sa es la etapa de ser vi cio que toda per sona que se llama
a sí misma un trabajador social o volun tario o sevak tiene que
al can zar. Es más fructí fera que reci tar el Nom bre de Dios o
repetir lo sobre las cuen tas del rosario, o em plear horas en la
medi tación, si bien el propio ser vi cio será más producti vo y
263

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 263 -

más satisfactorio si se hace con base en la disci pli na espi ri -


tual. Deben mi rar a todos como si fuesen par tes de su cuer po,
y así como tratan de cu rar cual quier con tu sión o heri da en
cual quier par te del propio cuer po con tan ta rapi dez y efi cacia
como sea posi ble, así deben cu rar las aflicciones y dolores de
otros con lo mejor de su capaci dad y hasta don de lo per mi tan
sus medios.
Ahora se adora al Señor ofren dán dole todas las cosas que
ustedes an helan, tratán dolo con todo el honor que les gusta
que se les haga a ustedes. El í dolo es bañado y lavado, ador -
nado con joyas, ali men tado y abani cado, rodeado de fragan -
cia, ya que éstas son cosas que ustedes desean. ¡Pero al Señor
se le agrada sólo cuan do se hacen cosas que el Señor desea!
¿De qué otro modo pueden ganar Su Gracia? ¿De qué otra
manera si no cui dan do y nu trien do, socorrien do y sal van do a
Sus hi jos? ¿De qué otro modo mejor que ayu dán doles a per ci -
bir lo como su Señor y guar dián, y cul ti van do la fe en Él por la
propia vi da recta y sin cera de ustedes?
Uno de los pri meros prin ci pios de la vi da recta es la prác-
ti ca del si len cio, por que la voz de Dios se puede oír en la in ti -
mi dad del cora zón sólo cuan do la len gua es tá a ca lla da, la
tem pestad sosegada y las olas en cal ma. Los demás no se ve-
rán ten tados a gri tar cuan do ustedes les hablen en su su rros.
Establez can ustedes mismos la in ten si dad de su voz: tan baja
como sea posi ble y tan al ta como sea necesario para llegar al
pun to más alejado del círcu lo al que se di ri gen. E conomi cen
el soni do, ya que es el tesoro del elemen to akasa, u na emana-
ción de Dios mismo. La razón puede prevalecer sólo cuan do
los ar gu men tos se ex ponen sin levan tar la voz. El si len cio es
el habla del buscador espi ri tual. El habla suave y dul ce es la
ex presión del amor genui no. El odio aú lla, el miedo chi lla, la
presun ción pregona; mas el a mor a rru lla, a pa ci gua, a pli ca
bál samo. Practi quen el vocabu lario del amor; ol vi den la len -
gua del odio y el desprecio.
El segun do signo es la lim pieza; no sólo la lim pieza ex ter -
na, sino más aún la in ter na. Ustedes no pueden estar frescos
y sen tir se bien llevan do u na cami seta su cia bajo u na cami sa
lim pia o u na cami sa sin lavar sobre u na cami seta lavada; am -
bas tienen que estar lim pias para propor cionar la sen sación
264

- 264 - SAMUEL H. SANDWEISS

de ver dadera lim pieza. Así tam bién se tienen que buscar y ga-
nar tan to la lim pieza ex ter na como la in ter na. En reali dad, la
lim pieza ex ter na no es si no el reflejo del logro in ter no. Hay
un bri llo pu ro en el rostro de u na per sona sin dolo. La lim pie-
za in ter na tiene su propio jabón y agua: el jabón de u na fe
fuer te y el agua de la prácti ca constan te.
El ter cer signo es que el ver dadero aspi ran te ten drá u na
acti tud reveren te respecto al deber al que está li gado. Llevará
a cabo toda tarea que le sea asignada como si fuera un acto
de adoración por medio del cual se agradará al Señor, por el
cual se puede acer car al pedestal de Dios. El deber es Dios: el
trabajo es adoración; ése es el lema. La adoración no es un
uni for me para poner se y qui tar se a horas fi jas del dí a. Con -
vier tan cada pen samien to en u na flor digna de ser ofreci da a
Sus dedos; con vier tan cada hecho en u na fru ta llena del dul ce
ju go del amor, apropiada para poner la en Su mano; hagan ca-
da lágri ma san ta y pu ra, adecuada para lavar Sus pies de lo-
to. El signo del estan dar te de Prashan ti Ni layam es un recor -
datorio de este i deal que tienen que poner en prácti ca. Es el
sím bolo de la victoria lograda por el esfuer zo constan te sobre
los enemi gos diabóli cos: la lu ju ria, la codi cia, la en vi dia y el
odio, la mala volun tad y la presun ción. Es el sím bolo del esta-
do si len cioso de la Bienaven tu ran za Su prema, obteni da por el
au tocon trol y la au torreali zación.
No juz guen a los demás para deci dir si merecen su ser vi -
cio; sólo vean si están en desgracia; ésa es u na creden cial su fi -
cien te. No exami nen cómo se com por tan los demás; segura-
mente se les puede transfor mar por el amor. El seva o ser vi -
cio es tan sagrado para ustedes como u na promesa solem ne,
u n sadhana, un sen dero espi ri tual. Es el alien to mismo; sólo
puede ter mi nar cuan do el alien to se aleje de ustedes.2

2 Men sajes de Sathya Sai , vol. III, Editorial Errepar, Buenos Aires, Argentina.
265

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 265 -

Sai sobre el sad hana…

Devoto: Por lo general, en el Occidente se tiene al sad hana


por un proceso de automejoramiento. ¿Implica una
identificación con la personalidad que cambia?
Sai Baba: Pri mero puede ha ber el es tí mu lo del au tomejora -
mien to; pero la etapa si guien te es la in vesti gación,
la in ves ti ga ción en la rea li dad de “es to” y “eso”.
Siete déci mos del sadhana son in vesti gación.
Devoto: Tal como se describe, el sad ha na parece erróneo,
porque es un esfuerzo consciente que apunta a obte-
ner una recompensa. Me parece que el sad hana sólo
es real cuando es espontáneo, es decir, como cuando
uno ama a Dios naturalmente: no puede evitar amar-
lo, ni puede evitar dirigirse a Él.
Sai Baba: Es como tú di ces; pero aún no has ex peri men tado
el amor espon táneo por Dios; todaví a es sólo u na
idea. Tienes u na con vicción de que el a mor por
Dios existe natu ral men te en ti. E sa misma con vic-
ción es el resul tado de mu chas vi das transcu rri das
en la prácti ca espi ri tual.
Devoto: Es la médula misma de mis huesos la convicción que
tengo de que la vida es una; que los demás y yo somos
uno. El At ma es ese uno y está por completo aquí en
este momento, y estoy constantemente empeñado en
el sad hana. Así que la pregunta subsiste: ¿por qué no
experimento en efecto esa unidad como no distinta de
mí mismo?
Sai Baba: Tu con vicción de la u ni dad es u na i dea, un pen sa-
mien to. No la ex peri men tas. Por ejem plo, cuan do
tu esposa tiene dolor de cabeza, ¿lo tienes tú tam -
bién? Si no, ¿dón de está la ex peri men tación de la
uni dad? La u ni dad debe ser ex peri men tada, no sólo
se debe tener como u na i dea o se debe man tener
como un pen samien to.
Devoto: ¡Swami! Si el sad hana y la convicción no traen la ex-
periencia ¿cómo la ha de obtener uno?
Sai Baba: Por medio del sadhana constan te. Así como noso-
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- 266 - SAMUEL H. SANDWEISS

tros mismos ahora, en este coche, sólo necesi tamos


ocu par nos de ma nejar con cui da do. A su debi do
tiem po llegaremos a Anan tapur, ¿ver dad? Con u n
sadhana correcto y constan te, la ex perien cia real del
Uno se produ ci rá por sí misma.
Devoto: ¿Cómo experimenta u no en realidad que es lo mismo
que el otro? Uno siente por el otro a través de la compa-
sión, y la compasión es una idea, algo convencional, no
es la experiencia directa de la unidad. Cuando alguien le
pegaba a un perro, Sai Baba de Shirdi mostraba los mo-
retones; eso es la experiencia real de la unidad.
Sai Baba: Todo es Di vi no. Cuan do tú estés fir memen te esta-
bleci do en el hecho de tu di vi ni dad, conocerás di -
rectamen te que los demás son di vi nos. La com pa-
sión por los demás se sien te sólo mien tras te con si -
deras una en ti dad separada, como u na con secuen -
cia de la con cien cia del cuer po. La historia de Sai
Baba de Shir di que has oí do no es correcta del to-
do. Los hechos son éstos: u na señora coci nó y ador -
nó un plato de dul ces para Baba; pero vino un pe-
rro y se los comió.
La señora alejó al perro a golpes. Luego llevó otro
plato de dulces a Baba, quien los rechazó di cien do
que habí a comi do los dul ces que le habí a dado an -
tes y su ham bre ya estaba satisfecha. La señora re-
pli có que ésta era la pri mera vez que ofrecí a los dul -
ces. Ba ba di jo: “No, tú me l os ofrecis te an tes, y
mien tras los comí a me apaleaste”. Así le dio u na
lección de lo que es la Om ni presen cia y que sólo
hay u na vi da u ni ver sal.
Devoto: ¿Qué quiere decir Swami con “Omnipresencia”?
Sai Baba: “Om ni presen cia” signi fi ca estar en todas par tes al
mismo tiem po y todo el tiem po.
Devoto: Swami dice que en una determinada etapa del sad ha-
na la naturaleza exterior cesa. ¿Cómo es eso?
Sai Baba: Hay diez etapas en el sadhana; cada u na se conoce
por soni dos de di ver sos ti pos que se propagan a tra-
vés de di feren tes vi braciones: cam pana, flau ta, con -
cha, Om, trueno, etc. El déci mo estado se al can za
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 267 -

cuan do los sen ti dos se trascien den. Más allá de los


sen ti dos se halla el estado de Bienaven tu ran za.
Devoto: ¿Ese estado de Bienaventuranza se experimenta sólo
una vez? ¿Qué sucede en la rutina diaria de la vida?
Sai Baba: E se estado per manece siem pre. En este estado u no
pien sa en Dios, come a Dios, bebe a Dios, respi ra a
Dios, vi ve en Dios.
Devoto: ¿Todos pasan por estas diez etapas?
Sai Baba: No, u no puede ir di rectamen te al déci mo estado, el
trascen den tal, o a la etapa seis o siete, o no progre-
sar en absolu to. De nin gu na manera el cami no es
uni for me para todos.
Devoto: ¿Cuál debe ser la actitud de uno respecto a estas eta-
pas del sad hana cuando las recorre una a una?
Sai Baba: Los estados cam bian, pero las acti tu des deben ser
in mu tables.
Devoto: ¿Pero qué valor debe dar uno a los diversos estados?
Sai Baba: El sadhaka (aspi ran te espi ri tual) no estará satisfecho
con nin gu no de los estados, por que la meta es la
unión com pleta. El deseo si gue sien do fuer te hasta
que se reali za la Bienaven tu ran za trascen den tal, y
en ton ces el deseo cesa. En ese estado, todo es Dios.
Los pen samien tos, los deseos, todo es Dios.
Devoto: Estos pensamientos que corren por la mente, ¿son
materiales?
Sai Baba: Sí, son materia. Toda materia es im per manen te.
Devoto: ¿De dónde vienen los pensamientos?
Sai Baba: Vienen del ali men to y el am bien te. Si comes ali -
men tos sátvicos (ni em botadores ni ex ci tan tes) y de-
seas sólo cosas buenas y u na at mósfera adecuada a
tu al rededor, sólo ven drán buenos pen samien tos.
Devoto: ¿Adónde van los pensamientos?
Sai Baba: No van a par te al gu na, por que los pen samien tos no
flu yen a través de la men te. La men te sale y capta y
se in volu cra con los pen samien tos. Si el deseo es de
Dios, la men te no sale. El mejor modo es no mez -
clar se en el problema de cómo li berar se de los pen -
samien tos. Ve todos los pen samien tos como a Dios;
en ton ces sólo ven drán pen samien tos de Dios. Todo
el mecanismo del cuer po, la men te y la in teli gen cia
268

- 268 - SAMUEL H. SANDWEISS

trabajará de u na manera coor di nada para benefi cio


de la meta su perior.
Devoto: Entonces, ¿para quién debe funcionar todo el meca-
nismo?
Sai Baba: Para el Atma. Un pequeño ejem plo: la Tierra gi ra
sobre su propio eje, pero al mismo tiem po da vuel -
tas al rededor del Sol. Las fa cul ta des mis mas del
hom bre deben hacer su propio trabajo, pero el At-
ma es el cen tro de su u ni ver so.
Devoto: Swami, ¿cómo puede uno poner estas facultades bajo
el control del At ma?
Sai Baba: Cuan do u no se da cuen ta de que el Atma es la Rea-
li dad, el Uno, en ton ces todo fun ciona con suavi dad.
Es cuestión de en tregar lo todo al Atma.
Devoto: Pe ro Swa mi ha di cho que de be mos pre gun tar nos:
“¿Quién soy yo para atreverme a hablar de entregar
mi mente e inteligencia a Dios? Ellas no me pertene-
cen. ¿Cómo puedo entregar lo que no es mío y no
puedo siquiera controlar?”.
Sai Baba: No se trata de en tregar o dar a al gún otro. Uno se
en trega a sí mismo. El reconoci mien to de que el At-
ma es u no mismo es la en trega.
Devoto: Entonces Swami quiere decir que entregarse en reali-
dad es hacer a un lado lo que uno percibe como inco-
rrecto o falso.
Sai Baba: Sí.
Devoto: Ahora entiendo. “Entregarse” implica por parte de
una persona el ofrecimiento de sí mismo o sus pose-
siones a otra persona. Pero, en realidad es algo más,
como abandonar las ideas y conceptos para los cuales
uno ya no tiene uso, o que uno ve como inadecuados
o erróneos.
Sai Baba: Sí.3

3 Del cuaderno de notas de un devoto norteamericano.


269

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 269 -

Baba contesta

Devoto: Baba, por favor dinos cómo se te alcanza. Encuentro


mi sad hana (práctica espiritual) improductivo.
Sai Baba: Yo sé que te estás im ponien do mu chos ri gores. Debo
decir te que a Mí se me al can za sólo por la devoción
y por un modo de vi da que esté i lu mi nado por esa
devoción. No pri ves al cuer po de sus necesi dades
elemen tales; es un instru men to sagrado que has ga-
nado para que te lleve a la meta. Lleva u na vi da sim -
ple sátvica (equi li brada, pu ra, buena), come ali men -
tos sim ples sátvicos, sé sin cero cuan do hablas, presta
ser vi cio amoroso, sé hu mil de y toleran te, man tén
una ecua ni mi dad im per tur ba ble; di ri ge todos tus
pen samien tos a Mí que resi do en tu corazón.
Devoto: ¿Cómo, Baba, cómo podemos progresar en la devo-
ción?
Sai Baba: Hay di feren tes modos de devoción: la del que llora
por Mí ton tamen te cuan do no estoy presen te en lo
fí si co; la del que se me en trega con un aban dono im -
petuoso; y la que es fir me y fuer te, siem pre apegada
a Mi volun tad. Yo acepto todas estas for mas de de-
voción. La elección en tre u na u otra no es tu ya, por -
que soy Yo quien gobier na tus sen ti mien tos y los
modi fi ca. Si tratas de ir adon de yo no quiero, te de-
ten dré; no puedes hacer nada fuera de Mi volun tad.
Está segu ro de eso; ésta es la devoción más elevada.
Devoto: Así pues, ¿qué me queda por hacer?
Sai Baba: ¿Qué te hace pen sar que “hacer” es tan im por tan te?
Ten u na men te ecuáni me y no te preocu parás por
“hacer” o “no hacer”, por el éxi to o el fracaso; el
equi li brio debe per manecer i nal terado por cual quiera
de las dos cir cunstan cias. Deja pasar la ola de la me-
moria, la tem pestad del deseo, el fuego de la emo-
ción, sin que per tur ben tu ecuani mi dad; presén cialos
tan sólo. El com promi so en gen dra reten ción, estre-
chamien to, li mi tación. Está dispuesto a no ser nada.
Deja que todas las duali dades se di suel van en tu neu -
trali dad.
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- 270 - SAMUEL H. SANDWEISS

Devoto: Sí, Baba, pero cuando es un dolor lo que uno tiene


que soportar…
Sai Baba: ¿Ustedes creen que Yo los en fren tarí a al dolor si no
hu biera u na razón para ello? Abran su corazón al
dolor como lo hacen ahora para el placer, pues tal
es Mi volun tad, for jada por Mí para el bien de uste-
des. Den la bien veni da al dolor como un desafí o.
No le den la espal da. No escu chen a su men te, por -
que la men te no es si no otra palabra para ex presar
“necesi dad”. La men te en gen dra necesi dad; la men -
te se mani festó en este mun do cuan do “necesi tó”
al go. Todo esto es Mi plan: con du cir los por las an -
gustias de la necesi dad in satisfecha a escu char mi
voz, que cuan do es oí da di suel ve al ego y a la men -
te con él.
Devoto: Baba, yo anhelo siempre tu darshan (bendición que se
confiere por estar en la presencia de un santo). Dime
adónde vas y cuándo.
Sai Baba: Quiero que sobrepases estos cri terios y esperes pre-
parado y no obstan te con in cer ti dum bre. La locali -
zación es li mi tación; deja que los acon teci mien tos
se mul ti pli quen. Está dispuesto a ser con du ci do por
Mí como Yo lo eli ja.
Devoto: Pero estando tan llenos de defectos, ¿cómo podemos
ascender a tan elevadas expectativas?
Sai Baba: Tus defi cien cias te hacen necesi tar me y refrenar la
arrogan cia de tu men te. Están ahí a propósi to, co-
mo instru men tos para agui jonear te. Por medio de
ellas hago que me quieras. El sen ti mien to de sepa-
ración es sólo un ar did de tu men te. Sacas con clu -
siones y ellas se con vier ten en creen cias que dan
for ma a tus acti vi dades y acti tu des.
Devoto: Es duro pasar tus pruebas.
Sai Baba: Es como hor near un pastel: te bato, te amaso, te
gol peo, te tuer zo y te hor neo. Te ahogo en lágri mas
y te abraso en sollozos. Te hago dul ce y sabroso,
una ofren da digna de Dios. He veni do para refor -
mar te. Mi plan es transmu tar te en un sadhaka (aspi -
ran te espi ri tual) exi toso. No te dejaré hasta que ha-
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 271 -

ga eso. Aun si te descarriases an tes de que llegues a


ser lo, Yo per sisti ré con ti go. No puedes escapar de Mí.
Devoto: ¡Eres tan compasivo!
Sai Baba: No hay na da que Yo no vea, nin gún lu gar ha cia
don de no conoz ca el cami no. Mi su fi cien cia es in -
con di cional, in depen dien te de todo. Yo soy la tota-
li dad, toda ella.
Devoto: ¿Cómo podemos aspirar a Tu Gracia?
Sai Baba: Yo no pi do con cen tración per fecta o renun ciación
plena. Sólo pi do amor, un amor que me en cuen tre y
me sir va en todos los seres. Sólo pi do que se vuel van
a Mí cuan do su men te los arrastre a la aflicción o al
or gu llo o a la en vi dia. Trái gan me las in ti mi dades de
sus men tes, no im por ta cuán grotescas sean, cuán
cruel men te asoladas por las du das o desi lu siones se
hallen; Yo sé cómo tratar las. No los rechazaré. Yo
soy su madre. No im por ta adón de vayan, Yo estoy
ahí. Puedo trabajar con ustedes en todas par tes.
Devoto: Clamo por darshan ; pero tú me pides que retorne a
mi casa allende los mares.
Sai Baba: Los que creen que Yo soy esta for ma ex ter na me
necesi tan mu cho más que tú. Su fe es más in segu ra
y a menu do carecen de ella en absolu to. Su con fu -
sión sur ge del hábi to de que su men te depen da de
las con di ciones ex ter nas y saque su sen sación de se-
gu ri dad de esas con di ciones ex ter nas.
Devoto: Baba, por más inadecuado que sea, sólo te pido esta
gracia: hazme tu instrumento.
Sai Baba: Todos son mis instru men tos. Tal vez crean que es-
cojo: éste es bueno, aquél es peor, etc. No. Cual -
quiera de los dos será ú til. Mi volun tad es la fuen te
de todo lo que es y su cede; ella penetra en todas las
cosas y actos; lo in clu ye todo. Fi nal men te, déjen me
decir les esto: Mi propósi to es que ustedes mani fies-
ten Mi volun tad en ustedes y a través de ustedes.4

4 Sanat hana Sarat hi , agosto de 1974, pág. 185.


272

- 272 - SAMUEL H. SANDWEISS

Vida social y sad hana át mi co

¿Qué tiene que ver la sociologí a o las cien cias sociales con
las cien cias del espí ri tu o la in vesti gación del espí ri tu hu mano?
Esta es u na pregun ta que es plan teada común men te. Así tam -
bién, mu chos in quieren: ¿qué tiene que ver el estu dian te espi -
ri tual y el sadhaka (aspi ran te espi ri tual) con la sociedad y sus
problemas? Debe decir se que estas dos acti tu des son erróneas.
Nin gu na sociedad puede en con trar su pleni tud, nin gún
ideal social puede fructi fi car sin el floreci mien to del espí ri tu
del hom bre. La hu mani dad no puede reali zar la Di vi ni dad de
la cual es ex presión, sin poner aten ción cui dadosa y constan te
al cul ti vo del espí ri tu. ¿De qué otro modo se puede ex presar
esta Di vi ni dad si no en los in di vi duos y a través de ellos? Pode-
mos aprehen der sólo el jagath (mun do tran si torio), esta fan ta-
sí a movien te, in constan te; no podemos ver ni oír, oler ni gus-
tar ni tocar al di rector de la fan tasí a: Dios. De i gual modo, po-
demos aprehen der al in di vi duo pero no a la en ti dad nom brada
sociedad, por que la sociedad no es un com plejo separado, dis-
tin to, for mado de com ponen tes elemen tales. La sociedad es la
proli feración di vi na produ ci da por la Volun tad Su prema.
El hom bre es mor tal: pol vo es y al pol vo retor nará. Pero
en él bri lla el Atma como u na chispa de la llama in mor tal. Es-
te no es un tér mi no de adu lación in ven tado por los vedantis-
tas; el Atma es la fuen te, el susten to de todo ser y toda or ga-
ni zación de seres; es la sola y ú ni ca fuen te, sustan cia y sus-
ten to. El Atma es Dios; lo par ti cu lar es el Uni ver so. Por lo
tan to, reconoz can en cada ser, en cada hom bre, a un her ma-
no, al hi jo de Dios, y desdeñen todos los pen samien tos y pre-
jui cios li mi tadores que se basan en la posi ción social, el color,
la clase, el naci mien to y la casta. Sai siem pre está em peñado
en ex hor tar los y guiar los a fin de que puedan pen sar, hablar y
actuar con esta acti tud de amor.
La sociedad no puede justi fi car se planean do di vi dir el bo-
tín ganado a la natu raleza, ya sea en par tes i guales o desi gua-
les. La con su mación que debe inspi rar a la sociedad tiene que
ser el estableci mien to y elaboración, en todo acto y resolu ción
social, del conoci mien to del Atma Uni ver sal y la Bienaven tu -
ran za que ese conoci mien to con fiere.
273

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 273 -

Sai no prescri be: “El Atma no tiene muer te; por tan to,
maten las en vol tu ras fí si cas, los cuer pos”. No, Sai no alien ta
las guerras. Sai les en seña a reconocer al Atma como su pa-
rien te más cer cano, más próxi mo que los miem bros de su fa-
mi lia, sus parien tes car nales y sus descen dien tes más queri -
dos. Cuan do se ha hecho esto, ya nun ca más se ex traviarán
del sen dero de lo recto, que es el ú ni co que puede man tener
ese paren tesco.
Aun el apego fami liar opera en con tra de la ejecu ción de
los propios deberes legí ti mos. Pero el apego a lo Di vi no llena
ese deber de u na dedi cación nueva que asegu ra tan to la ale-
grí a como el éxi to. Acti va al hom bre como no puede hacer lo
nin gu na otra cosa; le con fiere, du ran te el proceso de cum plir
con su deber, la sabi du rí a más elevada. De ahí el con sejo: no
en tren al mun do objeti vo (prakriti) con la esperan za de reali -
zar al Atma; en tren al mun do ob jeti vo des pués de ha cer se
conscien tes del Atma; por que en ton ces mi rarán la natu raleza
desde un pun to de vista nuevo y su vi da misma se con ver ti rá
en un prolon gado festi val amoroso.
Hay mu chos que se valen de su eru di ción e in teli gen cia,
aun la eru di ción védica, para el debate monótono y el desplie-
gue de com peten cia in telectual. Es tán ena mora dos de sus
triun fos mez qui nos. Declaran que la sociedad es u na arena
para obtener esos triun fos. Pero Sai les pi de que busquen y
for talez can otro ti po de sociedad don de no haya lu gar para
esos deseos tri viales.
Los eru di tos védicos dispu tadores im ploran los fru tos de
sus em peños y esfuer zos por medio del ri tual. La natu raleza
no se im plora así; las nu bes traen la llu via como un homenaje
a Dios, que es su Señor. Pero ellos la atri bu yen a la efi cacia
de sus ri tos y la u san para en vanecer se. Ju guetean en tre las
ramas del ár bol del deseo copiosamen te mul ti pli cadas. Están
en redados en las tres “cuer das”: la tamásica, la rajásica y la
sátvica.5

5 Según la filosofía Samkhya, prak ri ti (la naturaleza), en contraste con Pu -


rusha (el Alma), consta de tres gu nas (cualidades) conocidas como tamas,
rajas y satva. Tamas representa la inercia o embotamiento, rajas la activi-
dad o desasosiego y sat va la sabiduría equilibrada.
274

- 274 - SAMUEL H. SANDWEISS

Tienen que ir más allá de las tres cuer das, los tres lazos.
Siem pre tienen que estar en la Ver dad eter na in mu table. De-
ben estar radi cados en el Uno, como el Uno, sin rastro o gus-
to al gu no de duali dad. Ganar y acu mu lar no debe in teresar -
les; no deben dejar se sedu cir por la per secu ción de yaga (la
acti vi dad di ri gi da hacia afuera) y kshema (la posesi vi dad), por -
que ya están plenos y no tienen caren cias.
El an helo de un ni vel de vi da al to en vez de un ni vel su pe-
rior del vi vir ha hecho estragos en la sociedad hu mana. Un ni -
vel su perior del vi vir in siste en la morali dad, la hu mil dad, el
desapego, la com pasión; así la avi dez com peti tiva de lu jo y
con su mo notorio no reci bi rá alien to y será destrui da. Ahora
el hom bre es el esclavo de sus deseos; es im poten te para ven -
cer la sed de placer y lu jo; es demasiado débil para man tener
bajo domi nio a su natu raleza; no sabe cómo desper tar la Con -
cien cia Di vi na laten te en él.
Las meras prácti cas o instrucción morales no pueden ayu -
dar les a lograr esto. Sólo es posi ble por el sadhana espi ri tual
(trabajo espi ri tual), por que es u na transfor mación bási ca. Im -
pli ca la eli mi nación de la men te, que es el ar chiobstácu lo en
el sen dero. La Gracia de Dios, si se in voca y se obtiene, puede
dotar los del poder, y la Gracia existe den tro de ustedes a la
espera de su llamado.
El hom bre debe dejar de con fiar en los capri chos de la
men te. Debe actuar siem pre con la con cien cia de su di vi ni dad
in nata. Cuan do esto se ha logrado, su natu raleza tri ple [com -
puesta de las gunas (cuali dades): la tamásica, la rajásica y la
sátvica] se ex presará au tomáti camen te sólo a través de canales
san tos. E sa es la mani festación genui na.
Otro pun to. Se puede plan tear el ar gu men to: “Si u no tie-
ne que a ban do nar el de se o de co mo di dad, l u jo y pl a cer,
¿por qué se debe mez clar en la sociedad?”. Es to presu pone
la creen cia de que ésta se justi fi ca sólo por la provi sión de
esos goces mun danos. Pero, ¿qué clase de sociedad se puede
construir sobre bases tan débi les? Si se constru ye, puede ser
u na sociedad sólo de nom bre. No estará u ni da por el amor y
la cooperación mu tuos. El fuerte eliminará al débil. El descon-
tento estropeará las relaciones sociales. Aun cuando se hagan
intentos de dividir los recursos de la natu raleza por igual en tre
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 275 -

todos, la cor diali dad se hallará sólo en la su per fi cie, no será


espon tánea. Podemos li mi tar los recur sos disponi bles, pero
no podemos poner coto a la codi cia, el deseo y el an sia vehe-
men te.
El deseo im pli ca buscar más allá de los lin deros de la po-
si bi li dad. Lo que se tiene que hacer es arran car de raíz el de-
seo. El hom bre debe dejar el deseo de placer objeti vo, basado
en la i lu sión de que el mun do es mu chos, múl ti ple, mul ti co-
lor, etc., y no en la ver dad de que el mun do, la natu raleza, to-
da la Creación es Uno. Cuan do u no es conscien te sólo del
Uno, ¿quién desea qué?, ¿qué puede ser ad qui ri do y disfru ta-
do por la segun da per sona? La vi sión átmica destru ye el deseo
de goces objeti vos, por que no hay nin gún objeto distin to del
su jeto.
Esta es la ver dadera fun ción de la sociedad: capaci tar a
cada miem bro para reali zar esta vi sión átmica. Los hom bres y
mu jeres li gados por in tereses mu tuos en u na sociedad no son
meramen te fami lias, castas, clases, gru pos o parien tes; son
un Atma. Están atados por el más estrecho de los lazos fami -
liares; no sólo la sociedad a la que sien ten que están li gados,
si no toda la hu mani dad es Uno. Vasudhaika kutumbakam, co-
mo declaran los Sastras (Escri tu ras): todo el mun do es u na fa-
mi lia. Esta u ni dad debe ser ex peri men tada por todos.
Ahora, y sólo en aras del en vaneci mien to, se desper di cian
los recur sos natu rales y la ri queza. Pero cuan do se reali ce la
u ni dad át mi ca fo men ta rán el nue vo mo do de vi da por el
amor. Lo que ahora es “mi seri cor dia” o “ayu da” mu tua obli -
gada por la ley, se tor nará en ton ces en “Amor Di vi no” que
puede pu ri fi car efecti vamen te al que reci be y al que da. Esta
con su mación está más allá del ám bi to de la polí ti ca, la éti ca o
la economí a comu nes. Estas no pueden transfor mar al que re-
ci be y hacer vi brar al que da, por mu cho que in ten ten i gualar.
No tienen el atracti vo y carecen de poder para sostener. La
igual dad que establez can estará per segui da por u na som bra,
la som bra del ego. Esta som bra sólo puede desaparecer cuan -
do la i den ti dad como Uno se conoce y se sien te.
Puede decir se que no todos los deseos son erróneos; los
rajásicos que dañan y ex plotan a los demás pueden con denar -
se, pero ¿por qué renun ciar a los deseos sátvicos? Por que el
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- 276 - SAMUEL H. SANDWEISS

deseo es el deseo aun que el objeto pueda ser benéfi co y pu ro.


El fru to del esfuer zo, la men te que lo busca, la vi tali dad que
acti va la men te, la vi da misma, cada u na de estas cosas se tie-
ne que orien tar al Señor con u na devoción que nace de la vi -
sión del Uno.
Los que ar gu yen que el sen dero espi ri tual sólo es para el
in di vi duo y que la sociedad no se debe mez clar en él, come-
ten u na gran equi vocación. Es como in sistir en que debe ha-
ber luz den tro de la casa y decir que no im por ta que afuera
sólo haya oscu ri dad. La devoción a Dios se lleva mal con el
odio al próji mo.
El próji mo y el mun do deben ver se siem pre en el espejo
de Sat-Chit-Ananda (E xis ten cia, Conoci mien to, Biena ven tu -
ran za; el Estado Su premo). Sólo el paren tesco basado en este
reconoci mien to per du rará. E se es el paren tesco de Sai. Cuan -
do arrai guen en ese paren tesco la ver dadera presen cia, la pre-
sen cia constan te de Sathya Sai será de ustedes. No se dejen
llevar por sus fan tasí as a la sel va de las palabras y sen ti mien -
tos. Sean fir mes y sin ceros con su más ín ti ma natu raleza.
El bien y el mal están basados en las reacciones de los in -
di vi duos; no son in heren tes a las cosas o a con teci mien tos.
Tan to la vedanta como el ateísmo se aceptan o se rechazan se-
gún que a u no le agraden o le desagraden. No son objeto de
la aceptación o el rechazo lógi cos. Sólo la ex perien cia puede
establecer su vali dez. ¿Quién puede deli near la Bon dad como
tal cosa o tal otra? Los que lo hacen in cu rren en un ejer ci cio
vano. No tienen au tori dad para declarar lo. Si reclaman ese
derecho no son si no per sonas en greí das que con fí an en sus
in telectos li mi tados.
La Di vi ni dad es plenamen te in manen te a cada u no; eso
es paten te para los ojos que pueden ver con clari dad y pro-
fun di dad. Quien quiera que niegue esto sólo se está en gañan -
do acer ca de su propia reali dad. No se puede desechar la Di vi -
ni dad por u na negación, ni provenien te de u no mismo ni de
los demás.
Por con si guien te, la con clu sión es i nevi table: es el deber
del hom bre ver en la sociedad la ex presión de la Di vi ni dad y
u sar toda su habi li dad y esfuer zo para promover el bienestar
y la prosperi dad de la sociedad. El hom bre debe cul ti var este
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 277 -

sen ti mien to ex pan si vo, este pen samien to in clu si vo y esta vi -


sión in tui ti va. Sin estos tres cul ti vos el hom bre no es más que
un ser i ner te; si se bur la de ellos pier de su derecho a ser hu -
mano.
El es pí ri tu de renun cia ción, la ad hesión a la vir tud, el
afán de cooperar, el sen ti do de her man dad, son los signos ca-
racterísti cos del hom bre. La vi da que con si dera a estos signos
como estor bos no se puede valuar como vi da.
La frater ni dad del hom bre sólo se puede tradu cir en vi da
sobre la base de la vi sión átmica. Todos los hom bres tienen
sed de Paz, Feli ci dad y Bienaven tu ran za. Estas son la heren -
cia preciosa que es el derecho del hom bre, por que son el teso-
ro de Dios. Sólo se les puede ganar reconocien do el víncu lo
que u ne a hom bre con hom bre. Todos los hom bres son de un
mismo li naje: el li naje di vi no.
Todos los hom bres son célu las en el mismo or ganismo di -
vi no, en el cuer po di vi no. E so debería ser su fe, su for tu na,
su for taleza, su pleni tud. Sólo la con cien cia de esto les da de-
recho a llamar se hom bres. Apren dan a vi vir como hom bres.
Éste es el sadhana, éste es el men saje de Sai.
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 279 -

Máximas

1. Prema (el Amor) debe con si derar se como el alien to mismo


de la vi da.
2. Más que todas las otras for mas de Prema, el prin ci pal es-
fuer zo del hom bre debe ser fi jar su amor en el Señor.
3. E se amor di ri gi do a Dios es bhakti (la devoción); ésa es la
prueba fun damen tal: la ad qui si ción de bhakti.
4. Los que buscan la Bienaven tu ran za del Atma (del al ma, la
chispa de Dios en nosotros) no deben ir en pos de los go-
ces que produ cen los objetos de los sen ti dos.
5. Sathya (la Ver dad) debe tratar se como a la dadora de vi da,
como a la respi ración misma.
6. Así como un cuer po que no tiene alien to es i nú til y em pie-
za a pu drir se y heder en poco tiem po, de manera seme-
jan te la vi da sin la ver dad es i nú til y se con vier te en la
morada malolien te de la dispu ta y la pesadum bre.
7. Cree que no hay nada más gran de que la ver dad, nada
más precioso, nada más dul ce y nada más du radero.
8. La Ver dad es el Dios Om ni protector. No hay un guar dián
más poderoso que la Ver dad.
9. El Señor, que es Sathyaswarupa (la per soni fi cación de la
Ver dad), con cede su darshan (ben di ción de estar an te la
presen cia del Señor) a los de discur so verí di co y corazón
amoroso.
10. Ten bon dad i li mi tada para todos los seres; ten tam bién el
espí ri tu de au tosacri fi cio.
11. Tam bién debes poseer con trol de los sen ti dos, carácter se-
reno y desapego.
12. Man tén te siem pre aler ta con tra los cuatro pecados que la
len gua propen de a cometer: la fal sedad, el hablar mal de
los demás, la di famación y la char la ex cesi va. Es mejor es-
for zar se por con trolar estas ten den cias.
13. Trata de im pedir los cin co pecados que comete el cuer po:
el matar, el adul terio, el robo, el beber in toxi can tes y el
comer car ne. Será u na gran ayu da para la vi da más eleva-
da el que tam bién se man ten ga a estos pecados tan aleja-
dos como sea posi ble.
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 281 -

14. Uno siem pre debe ser cau to con los ocho pecados que la
men te per petra: kaman o el deseo vehemen te, krodham o
la i ra, lobham o la codi cia, moham o el apego, la im pa-
cien cia, el odio, el egoísmo, el or gu llo. El deber pri mario
del hom bre es man tener todas estas cosas a u na distan cia
con venien te.
15. La men te del hom bre corre con rapi dez per si guien do ac-
ciones erróneas. Sin dejar la que se apresu re así, recuer da
el Nom bre del Señor en ese momen to o in ten ta hacer u na
obra buena. Los que hagan así sin du da llegarán a ser ap-
tos para reci bir la Gracia del Señor.
16. Pri mero aban dona la mala ten den cia a sen tir te im pacien -
te por la prosperi dad de otros y a desear per ju di car los. Sé
feliz de que otros sean feli ces. Sim pati za con los que es-
tán en si tuación ad ver sa y haz votos por su prosperi dad.
E se es el cami no para cul ti var el Amor de Dios.
17. Pacien cia es toda la fuer za que el hom bre necesi ta.
18. Los que deseen vi vir en la alegrí a deben estar siem pre ha-
cien do el bien.
19. Es fácil ven cer la i ra con el amor, el apego con el razona-
mien to, la fal sedad con la ver dad, los malos pen samien -
tos con los buenos y la codi cia con la cari dad.
20. Nin gu na répli ca debe dar se a las palabras de los mal va-
dos. Man tén te a gran dis tan cia de ellos; eso es por tu
bien. Rom pe toda relación con esa gen te.
21. Busca la com pañí a de los hom bres buenos, aun con sacri -
fi cio de tu honor y vi da. Pero ruega a Dios que te ben di ga
con el discer ni mien to que se necesi ta para distin guir en tre
los hom bres buenos y los malos. Para ese discer ni mien to
u sa tam bién el in telecto que se te ha otor gado.
22. Los que con quistan estados y ganan fama en el mun do
son salu dados como héroes, no cabe du da; pero los que
han con quistado los sen ti dos son héroes que deben ser
aclamados como los con quistadores de lo u ni ver sal.
23. Cualesquiera de los actos que un hom bre bueno o malo
lleve a cabo, las con secuen cias de ellos i rán detrás de él y
nun ca dejarán de per seguir lo.
24. La codi cia sólo produ ce tristeza; el con ten to es lo mejor.
No hay feli ci dad mayor que el con ten to.
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- 282 - SAMUEL H. SANDWEISS

25. La ten den cia a maqui nar agravios debe arran car se de raíz
y ti rar la. Si se le deja subsistir mi nará la vi da misma.
26. Sopor ta con for taleza tan to las pér di das como el pesar;
trata de hacer planes para lograr alegrí a y ganan cia.
27. Guar da si l en cio cuan do te in va da l a i ra o recuer da el
Nom bre del Señor. No recuer des cosas que au men tarán
más tu i ra. E so te hará un daño in cal cu lable.
28. Desde este momen to evi ta todos los malos hábi tos. No di -
fieras ni pospon gas; no con tri bu yen con la menor alegrí a.
29. Trata, tan to como sea posi ble den tro de tus recur sos, de
satisfacer las necesi dades de los pobres, que son en reali -
dad daridranarayana (los pobres de Dios). Com par te con
ellos cual quier ali men to que ten gas y haz los feli ces al me-
nos esa vez.
30. Cual quier cosa que con si deres que los demás no te deben
hacer debes evi tar hacer la a otros.
31. Por las fal tas y pecados cometi dos en la ignoran cia, arre-
pién tete con sin ceri dad; trata de no repetir los. Ruega a
Dios que te ben di ga con la fuer za y el valor que son nece-
sarios para per severar en el sen dero de la Recti tud.
32. No cedas a la cobar dí a; no aban dones la Ananda (Biena-
ven tu ran za).
33. No per mi tas que se te acer que nada que destru ya tu an he-
lo y en tu siasmo por Dios. La fal ta de an helo cau sará la
rui na de la fuer za del hom bre.
34. No te en vanez cas cuan do la gen te te alabe y no te abatas
cuan do te cen su re.
35. Si tus ami gos se odian mu tuamen te y em piezan a quere-
llar, no in ten tes enar decer los y hacer que se odien más
uno al otro; por el con trario, con amor y sim patí a trata de
restau rar su amistad an terior.
36. En lu gar de buscar las fal tas de los demás, busca las tu -
yas, arrán calas de raíz y tí ralas. Descu brir u na fal ta tu ya
es mejor que en con trar decenas de cien tos de fal tas en los
demás.
37. Aun cuan do no puedas hacer o no hagas nin gún punya, o
acto bueno, no con ci bas ni lleves a cabo nin gún papa, o
acto malo.
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 283 -

38. Aun que las per sonas aleguen lo que quieran de las fal tas
que tú sabes que no están en ti, no te duelas de ello; en
cuan to a las fal tas que están en ti, trata de corregir las tú
mismo, an tes de que otros te las señalen. No al ber gues i ra
o ven gan za con tra las per sonas que señalan tus errores;
no repli ques in di can do los errores de esas mismas per so-
nas, si no muéstrales tu grati tud. Tratar de descu brir sus
errores es u na gran equi voca ción tu ya. Es con venien te
que conoz cas tus fal tas; pero es in con venien te que conoz -
cas las fal tas de otros.
39. Siem pre que te hayas ganado un pequeño descan so, no lo
pases hablan do in necesariamen te; u ti lí zalo en medi tar en
Dios o en prestar ser vi cio a los demás.
40. Sólo el bhakta (devoto) en tien de al Señor; sólo el Señor
en tien de al bhakta. Los demás no pueden en ten der los. Así
pues, no discu tas con los que no tienen bhakti (devoción)
las cosas referen tes al Señor. Por cau sa de esas discu sio-
nes tu devoción dismi nui rá.
41. Si al guien ha bla de cual quier tema y lo has en ten di do
erróneamen te, no pien ses en otras nociones equi vocadas
que apoyen esa posi ción; capta sólo lo bueno y lo dul ce
en lo que él di ce. Hay que apreciar como deseable el signi -
fi cado ver dadero, no el signi fi cado erróneo o los signi fi ca-
dos con tradictorios que no aclaran nada en absolu to y só-
lo cau sarán estor bos para la Ananda.
42. Si deseas cul tivar la concentración en u na sola idea, cuan-
do estés en u na mul titud o en un bazar no disperses tu vis-
ta a los cuatro vientos y sobre todas las cosas: ve ú nicamen-
te el camino frente a ti tan sólo lo su ficiente para evitarte
accidentes. La concentración en u na sola idea se hará más
firme si u no camina sin quitar su atención del camino, evi-
tando los peligros y no poniendo cuidado en los demás.
43. Aban dona todas las du das respecto al gu rú y a Dios. Si
tus deseos mun danos no se reali zan, no cul pes de eso a tu
devoción; no hay relación al gu na en tre esos deseos y la
devoción a Dios. Estos deseos mun danos tienen que ser
aban donados al gún dí a; los sen ti mien tos de bhakti tienen
que ser ad qui ri dos un dí a u otro. Sién tete fir memen te
con ven ci do de esto.
284

- 284 - SAMUEL H. SANDWEISS

44. Si tu dhyanam (medi tación) o japam (reci tación del Nom -


bre de Dios) no progresan de manera apropiada, o si los
deseos que has abri gado no llegan a dar fru to, no te desa-
lien tes con respecto a Dios; eso te desalen tarí a aún más y
per derí as la paz, poca o mu cha, que pu dieras haber gana-
do. Du ran te la dhyanam y la japam no debes estar desani -
mado, desesperado o desalen tado. Cuan do esos sen ti mien -
tos vienen pien sa que se deben a fal tas en tu sadhana (tra-
bajo espi ri tual) y esfuér zate por hacer lo correctamen te.
Sólo si en tu con ducta diaria y en todas tus acciones te
com por tas y actú as au tén ti camen te de esta manera y según
estas lí neas, puedes al can zar el Prin ci pio Di vi no con mu cha
faci li dad. Por eso ad hiérete a estas máxi mas con fir meza.6

6 San deha Ni vari ni (un libro de preguntas y respuestas de Sai Baba).


285

18
LOS PIES DE LOTO

Poco después de regresar de mi cuarto viaje a la India empe-


cé a trabajar con el Sri Sathya Sai Baba Book Center of Ameri-
ca, que se ocupa de reimprimir y distribuir las enseñanzas de Ba-
ba. Al encontrar que ahí se carecía de material escrito por occi-
dentales, comencé a redactar este libro en febrero de 1974.
En octubre siguiente mi hermano Donald decidió visitar de
nuevo a Baba. Para entonces yo había escrito ya gran parte del
libro para presentarlo a Baba y pedir su orientación, así que deci-
dí unirme a Don. Había pensado siempre que el libro tendría su
aprobación y que, realmente, todo el tiempo me había estado di-
rigiendo… pero en verdad no estaba seguro.
Empecé a preocuparme: ¿cómo me recibiría? ¿Reconocerá
el libro como una obra devocional para Él; lo aceptará como una
manifestación de los anhelos más hondos de mi corazón por es-
tar cerca de Él? ¿Me dirá que siga adelante con él, que está com-
placido, o me dirá que lo queme? Salimos el 6 de diciembre.
Esta quinta vez ya no pude pasar por alto cierta sensación de
culpa por haberme alejado tantas veces de mi esposa y mi fami-
lia en los últimos tres años. ¡Gracias a Dios que la misma Sha-
ron había presenciado acontecimientos importantes y únicos con
Baba! Tales acontecimientos habían llevado a profundizar su pro-
pia relación con Él y le habían dado comprensión de mi relación
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- 286 - SAMUEL H. SANDWEISS

creciente. Los cambios y presiones en nuestro matrimonio habían


sido grandes, y aunque Sharon ahora aceptaba y apoyaba mi
rumbo en la vida, esto no había sucedido sin una buena dosis de
dolor y dificultad.
Recordé con una sonrisa cuál debe haber sido su impresión
inicial de mí cuando volví del primer viaje. Me había ido siendo
un psiquiatra contemporáneo, librepensador, y había regresado
en una condición comparable a un harapiento, cubierto de ceni-
za, musitando incomprensibles palabras sánscritas y pidiendo a
todos mis vecinos que se unieran a mí para entonar cantos devo-
cionales al Señor.
Ella me había visto saltando de la cama antes del alba para
sentarme a meditar, tieso como un poste. Añádanse a esto las
llamadas de los profesores respecto a historias extrañas que
contaban nuestras hijas acerca de un hombre que podía extraer
objetos del simple aire y la preocupación de los parientes que
percibían el cambio como un rechazo desafiante de mi propio
pasado y religión.
Luego estaba la continua intromisión en nuestras vidas de
devotos de Baba de toda especie —con barba y descalzos o ali-
ñados— con todo lo que esto entrañaba en lo que toca a grupos
de bhajans, grupos de estudio y conversación incesante acerca
de Dios. Para colmo de esto, mi regreso a la India de cuando en
cuando, el haberme sumido posteriormente en la escritura de un
libro que con frecuencia me sustraía de las actividades familia-
res… y ahora, el ir a la India por quinta vez.
Por fortuna la primera impresión de Sharon con Baba había
sido tan conmovedora, que tanto ésa como las impresiones sub-
secuentes habían sellado un vínculo en su relación con Él, dándo-
le fortaleza para lidiar con todos estos cambios. En nuestra pri-
mera reunión, Indra Devi había exhibido algunas películas de Sai
Baba. En cierto momento noté que Sharon se agitó de repente y
empezó a moverse desasosegadamente en su silla. Me pregunté
qué había pasado, pero no dije nada y seguí viendo la película.
Finalmente estalló: “Indra Devi, ¿cuándo es el cumpleaños de Sai
Baba?”.
“El 23 de noviembre”, fue la respuesta. Sharon se quedó
electrizada. No sólo era ésta la misma fecha del suyo, sino que
de algún modo había intuido claramente que ella y Baba compar-
287

SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 287 -

tían el mismo aniversario. Ambos estábamos muy sorprendidos


porque Sharon nunca antes había mostrado facultades de clarivi-
dencia o precognición.
Este fue el primero de una serie de sucesos extraordinarios.
En otra ocasión —precisamente antes de estar a punto de salir
conmigo en su primera ida a la India y en una época en que ella
tenía mucho miedo de viajar en avión— Sharon manejaba del su-
permercado a casa, sus pensamientos muy lejos de Sai Baba o
del viaje. De pronto percibió un fuerte olor a vibhu ti que perma-
neció en el coche varios minutos. El hecho le produjo una impo-
nente sensación de la presencia de Baba, presencia que siguió
sintiendo y que le ayudó sobremanera a superar las dificultades
de la travesía. Luego, una tarde, semanas después de nuestro re-
greso, Sharon y las niñas estaban hablando de Sai Baba en la
habitación. Querían saber ellas si Él era verdaderamente real.
“Yo pienso que es real; lo vi hacer cosas asombrosas”, dijo Sha-
ron.
“Yo no sé si será real”, contestó titubeando una de las niñas.
En ese preciso momento, un gran retrato de Baba se estrelló de
repente contra el suelo y cayó en una mesa cercana, aturdiéndo-
nos a todos. Entonces, con exclamaciones de profunda reveren-
cia, todas ellas comenzaron a decir: “¡Tiene que ser real!”.
En lo subsiguiente, Sharon ha tenido cinco o seis sueños en
los cuales ella está con Baba y Él le da enseñanzas. Ella hace pre-
guntas y Él responde con tal amor y cordialidad que Sharon ha
experimentado una duradera y agradable sensación de calor cor-
poral. Considera sus sueños mucho más que producto de su ima-
ginación. Han sido invaluables para ayudarle a reconciliar la in-
fluencia creciente de Sai Baba en nuestras vidas con su forma-
ción judía.
Si bien al principio Sharon había reaccionado a la intensi-
dad de mi entusiasmo, quizá su mayor aflicción se la había cau-
sado el observar la proliferación de fotografías de Baba por toda
la casa. Puesto que en la tradición hebrea es tabú adorar a un
ser humano como representación de la Divinidad, ella se sentía
incómoda cuando sus amigos y parientes judíos venían a nuestra
casa y veían tal colección.
Sin embargo, la contradicción entre Baba y el judaísmo se
acabó gradualmente cuando Sharon comenzó a descubrir la uni-
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- 288 - SAMUEL H. SANDWEISS

versalidad del mensaje de Baba; cuando supo que Él alienta a la


gente a seguir su propia religión familiar y enseña que como
Dios subyace en todas las denominaciones y formas, todo cuanto
existe es una manifestación de Él. Cualquier forma se puede usar
como objeto de adoración si simboliza la Divinidad para el devo-
to. Adora a Dios como la i magen y no a la i magen como Dios,
dice Baba.
Al Señor se le puede in vocar con cual quier
nom bre que ten ga un gusto dul ce para tu len gua,
o se le puede represen tar con cual quier for ma
que apele a tu sen ti do de ad mi ración y reveren -
cia profun da. Cán talo como Mu ru ga, Ganapathi,
Sarada, Jesús, Mai treyi, Sak ti; o in vócalo como
Alá, o como el Amor fo, o como el Dueño de to-
das las For mas. No hay absolu tamen te nin gu na
di feren cia. Él es el prin ci pio, el medio y el fi nal;
la base, la sustan cia y la fuen te.
Este llamado universal se ve en Prashanti Nilayam, porque
allí uno entra a un mundo misterioso y maravilloso en el cual
personas de todas las fes y todas las ocupaciones, de todas las
posiciones sociales imaginables, experimentan al mismo tiempo
cambios internos profundos, se les moldea para formar una fra-
ternidad de aspirantes espirituales. La variedad de personas atraí-
das por Baba, y las historias que narran, son notables. Por ejem-
plo, en el quinto viaje encontré a un monje budista de Sri Lanka
(Ceilán) que encabeza un monasterio budista, a dos estudiantes
de medicina cristianos de Inglaterra, a un sikh del Punjab de la
India Septentrional; a europeos, nepaleses, japoneses, africanos;
todos con historias milagrosas que hacen dar vueltas la cabeza.
Paulatinamente, Sharon empezó a darse cuenta de cambios
dentro de ella que comenzaron a volverla hacia Baba con más
fuerza. Comenzó a gozar de que abriéramos nuestro hogar para
actividades religiosas. En el acto de otorgarse a la gente estaba
recibiendo mucho más de lo que había pensado. Empezó a expe-
rimentar una gran calma y un nuevo sentimiento de alegría en su
vida, y observó cómo disminuía su pretérito miedo a la muerte.
Pero quizá su goce más grande, me confesó cuando trabajamos
juntos en esta parte del libro, provino de ver a su esposo conver-
tirse en un ser más generoso, amoroso y contento.
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 289 -

En cuanto a nuestras cuatro encantadoras hijas, podemos


decir que los niños tienen una hermosa aprehensión de lo espiri-
tual, innata en apariencia. Ya sea por su relación de dependen-
cia con los padres o porque, como dijo Wordsworth, acaban de
venir de Dios, “llevando tras de sí nubes de gloria”, a ellos les pa-
rece enteramente natural que haya un Dios amoroso con quien
vincularse. La inocencia y sinceridad con las que entonan cantos

espirituales y dicen sus oraciones son gratas al corazón; parece


haber una comunicación muy directa entre los pequeños y Dios.
Sharon y yo creímos al principio que podrían surgir contrarieda-
des al enseñar a los niños sobre Sai Baba y el judaísmo; pero he-
mos concluido que esto no es cierto. Sus preguntas pueden ser
contestadas desde cualquiera de las dos orientaciones espirituales
o desde ambas. Esto nos ha dado un ejemplo vivo de la única
verdad inherente a todas las religiones.
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- 290 - SAMUEL H. SANDWEISS

Tales eran mis pensamientos al abordar el avión esta quinta


vez. Sentía un profundo amor y gratitud por la libertad que Sha-
ron me otorgaba al hacer este viaje, mientras ella se quedaba en
casa con las niñas. Y reconocí que, aunque todavía podría haber
tiempos difíciles a lo largo del sendero, la dimensión que éste
añadía a todo lo que constituye nuestras vidas compensaba más
que suficiente las incomodidades y problemas que entrañaba. Me
iba con la certeza de que Sharon sentía que la entrada de Baba
en nuestra vida había sido una profunda bendición, que a través
de este contacto nuestra relación se estaba llenando de un mayor
significado y amor.

Ese domingo hermosamente claro y fresco el sol era cálido y


rejuvenecedor. Casi mil personas se habían reunido en los terre-
nos de Brindavan; Don y yo estábamos sentados atrás de la mul-
titud. Después de cuarenta horas de viaje y muy poco sueño era
agradable estar simplemente sentados allí y absorber la energía
del sol, mientras llegaba el momento de la aparición de Baba.
De pronto surgió la figura de anaranjado. Ahora, por mi
reacción a la primera vista de esa túnica anaranjada, me percato
del progreso espiritual que he logrado entre viajes. Esa reacción
se ha vuelto tan avasalladora que ya no tengo absolutamente nin-
gún control sobre mí mismo. Súbitamente empiezo a temblar y a
experimentar sensaciones internas que no tengo en ninguna otra
ocasión. Me pregunto: “Dios mío, ¿me estoy volviendo histérico
de algún modo?” y todo lo que puedo hacer es simplemente que-
darme sentado y esperar que nadie me esté observando.
Lo bueno era que me sentía más inadvertido sentado atrás.
Cuando Baba se nos acercó levantó su mano en señal de reco-
nocimiento y saludo y nos brindó como en un relámpago la son-
risa más dulce que se pueda imaginar. Una mirada y un ademán
de su mano: esto bastó para desmoronarme. Todos los demás
comenzaron a correr tras Él, y todo lo que yo pude hacer fue se-
guir sentado ahí por media hora tratando de recobrar mi com-
postura. Más tarde, Indra Devi salió y nos avisó que tendríamos
una entrevista a la mañana siguiente.
Empecé a preocuparme. Una cosa es estar en San Diego
teorizando sobre la Omnipresencia y Omnisciencia de Baba; pero
es otra muy distinta estar presente junto a Él y, cuando las cartas
están sobre la mesa, decir: “Mira, escribí un libro sobre Ti y quisiera
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 291 -

saber qué piensas de él”. Cuando uno siente este anhelo de dar
todo lo que tiene, entregar todo a lo Divino, siempre es grato
que lo Divino realmente esté presente para recibirlo. Si uno se
acerca a Baba queriendo volcar su corazón y Él espeta: “¿Quién
eres y qué haces aquí?”, eso duele un poco. Pero cuando la reci-
procidad es completa y el amor se acepta y se devuelve, la ale-
gría y la plenitud son estremecedoras.
Se nos había invitado a entrar para una entrevista de grupo.
Baba habló durante una hora con palabras claras y sencillas.
Luego me puse de pie: “Swami , ¿puedo hablarte en relación con
el libro que escribí?”. Tomando mi mano con suavidad me llevó
a un cuarto privado. Bien, ¿qué quieres?, preguntó.
Empecé a temblar. ¡Oh Dios mío, esta reacción otra vez!…
¿podré conducirme bien? Saqué mi manuscrito y comencé a bus-
car una explicación, sin darme a entender en absoluto. ¿Él com-
prende realmente, pensé, y sólo estoy haciendo el tonto? “Ten-
go este libro que acabo de escribir sobre Ti, Baba”, dije.
Cuando uno se arrima a Él, tiene una manera de verse tan
humano —tan limitado y falible como cualquier otro— y ahora
yo me preguntaba en serio si tan sólo había entendido lo que yo
estaba diciendo. Me miró de manera inquisitiva, así que intenté
otra explicación. Empezaba a sentirme malinterpretado por com-
pleto. Luego levantó la vista sonriendo y con mirada inteligente
dijo: Magní fi co, regresa el jueves y hablaremos du ran te u na
hora sobre aspectos especí fi cos del li bro; el doctor Gokak es-
tará ahí; trae tam bién a tu her mano.
“Muy bien”, dije aturdido. Aún con cierta confusión, me en-
caminé luego hacia el grupo, y de nuevo todo lo que pude hacer
fue permanecer sentado en el piso por algún tiempo hasta reco-
brar mi compostura. Todavía estoy asombrado de verme derrum-
bándome así, aunque he oído que muchas personas experimen-
tan esa reacción cuando están más cerca de Baba: las lágrimas
simplemente brotan, el corazón se exalta, y me parece que mien-
tras más me aproximo a Él menos control tengo sobre mí.
Baba dio el libro al doctor Gokak para que lo leyera. Bajo la
supervisión de Baba, el doctor Gokak dirige la Fundación Educa-
tiva Sathya Sai Baba y administra la escuela de verano para espi-
ritualidad y cultura india. Cuando revisamos juntos el libro duran-
te los días siguientes, uno de sus comentarios me hizo compren-
der muchas cosas.
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- 292 - SAMUEL H. SANDWEISS

Se ha escrito tanto acerca de la pobreza de la India y en es-


pecial por occidentales acostumbrados a las comodidades mate-
riales. Con frecuencia la censuran, sin pensar que el Occidente
es, en cierta manera, culpable de ello. El doctor Gokak me ase-
guró que los indios aborrecen esta opinión de pobreza y falta de
iniciativa y han iniciado algunos programas de largo alcance para
corregirla. Pero afirmó que el Occidente no debe rechazar su
parte de culpabilidad por haber contribuido a crearla original-
mente.
Hasta alrededor del siglo XVI, según el doctor Gokak, el
Oriente y el Occidente estaban más o menos en el mismo nivel
material. Pero cuando el Occidente empezó a ganar conoci-
miento del mundo físico a partir de su naciente ciencia moder-
na, lo guardó para sí rehusándose a compartirlo, enriquecién-
dose gradualmente a costa de los países sin conocimiento tec-
nológico. Estos países fueron utilizados como proveedores de
materias primas, siendo literalmente desangrados hasta que se
secaron. La otra cara de la moneda de la riqueza y poder ma-
teriales de Occidente ha sido la pobreza y subyugación de mu-
chos pueblos.
Una historia que me contaron algunos indios ilustrados fue
muy conmovedora y expresa la herida que con toda seguridad
yace en las profundidades de la psique india: un grupo de tejedo-
res de Dacca —ahora de Paquistán— se dedicaba al tejido de
hermosa tela de muselina y lo había convertido en un arte refina-
do en extremo que pasaba de generación en generación dentro
de las familias. Estos artistas de la tela se dejaban crecer mucho
las uñas de los dedos, bajo las cuales colocaban delicadas ruede-
cillas como parte de su técnica de tejido. Desafortunadamente,
esta fina tela hecha con tan exquisito esmero competía con telas
hechas en el Occidente. Por eso, me dijeron, los ingleses les cor-
taron los dedos a los tejedores de Dacca.
…Sí, es fácil para nosotros los occidentales señalar al Orien-
te y expresar: “Miren en qué lamentables condiciones vive su
gente. ¿Por qué sus gurús no se encargan de sacarlos del atolla-
dero?”. Pero cada vez para mí es más claro que todo está inte-
rrelacionado en este orbe y todos compartimos la culpabilidad
por el sufrimiento del mundo.
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 293 -

El día de la entrevista llegó. Nueve de nosotros estábamos


presentes, incluyendo a dos estudiantes de medicina ingleses, a
otros dos norteamericanos de Los Ángeles y a una mujer india
ya de edad a quien Baba presentó como una de las primeras mu-
jeres políticamente activas en la India, que había hecho mucho
para ayudar en la lucha de su país por la independencia.
Sentado y meciéndose a un suave ritmo interior, empezó a
decir sus palabras de amor. Siempre es el mismo. La mayoría de
nosotros moramos en una “realidad” formada por la naturaleza
transitoria e ilusoria de nuestras mentes, configurada por nues-
tros deseos y carencias. Así, para la gran mayoría de nosotros la
realidad está cambiando constantemente. Cuando estamos des-
piertos, una serie de circunstancias parece real; cuando dormi-
mos sin soñar, otra serie; cuando soñamos, otra más. Igualmen-
te, percibimos la realidad de manera diferente según nuestra
edad. El niño la ve de un modo, el adolescente de otro, el adulto
maduro y luego el anciano y moribundo, de otro más. Por su-
puesto, no es la realidad lo que cambia, sino nuestro estado
mental.
¿Es entonces la realidad sólo una manifestación de la mente?
¿O hay un grado o nivel de ella que nunca cambia, una realidad
separada de las creaciones distrayentes de nuestra mente? ¿Po-
demos estar centrados en algún lugar —o quizá más correcta-
mente, en todos los lugares— donde nuestras vivencias sean las
mismas, sin importar si estamos dormidos o despiertos, soñando
o no, en cualquier edad, en cualquier etapa de nuestras vidas?
¿Somos aptos para darnos cuenta de una realidad inmutable,
atemporal, en la cual todo sea uno y todo sea lo mismo… donde
no haya diferencia entre el pasado, el presente y el futuro, y don-
de se esté en contacto constante con su inmortalidad, su inmuta-
bilidad y su capacidad infinita, su identidad última con lo Divino?
La identidad de Sai Baba es evidencia plena de una realidad tal.
Yo solía preguntarme qué llevaba a miles de personas que a
veces viajaban a pie por semanas a través de grandes distancias y
a menudo venciendo obstáculos abrumadores, para llegar y sen-
tarse a la vera del camino bajo el abrasador sol indio y simple-
mente vislumbrar a un hombre santo. El secreto se me reveló
cuando experimenté yo mismo semejante vivencia. Hay una cua-
lidad única y una vibración increíblemente sutil que cuando se
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perciben proclaman con certeza absoluta el estado glorioso y


eterno que el hombre es capaz de alcanzar.
Cuando la gente habla de materializaciones y todos los de-
más poderes yóguicos o paranormales o “psíquicos”, se refieren
sólo a la punta de un i ceberg cuya magnificencia total a menudo
se puede apreciar mejor con sólo estar en la presencia cercana
del maestro. Esta es en realidad la gran bendición del darshan .
La convicción en el alma de que uno está contemplando la For-
ma y Personificación de lo Divino es un don que ha impulsado a
millones a una vida de devoción.
Para mi deleite, cuando Baba empezó a dirigirse a nosotros
nueve en la entrevista, centró su conversación en el libro. Duran-
te quince minutos me envolvió en su maravilloso efluvio de ener-
gía, atendiendo con ello a todas mis plegarias y asegurándome
que el circuito había sido completado y Él recibía mi ofrenda en
una forma que yo nunca pude haber pensado. Habló del fin y el
significado del libro como yo lo había imaginado y de un modo
que me convenció de que lo entendía y aceptaba. Finalmente,
mirándome con amor y suavidad, dijo: Estoy satisfecho. A conti-
nuación miró a los ojos de cada uno de nosotros con una sonrisa
casi traviesa y agregó: Y todaví a ni si quiera he leí do este li bro.
Yo reventé: la liberación de la tensión fue enorme.
Durante este viaje, como en los demás, personas de la más
variada condición siguieron hablando de los más extraordinarios
hechos de Baba. Una de esas narraciones provino del doctor R.
Bhagavantam, el hijo del doctor S. Bhagavantam, a quien ya
mencioné. El joven Bhagavantam, que creció en la tradición
científica, tiene un doctorado en ingeniería y es profesor de inge-
niería aeronáutica en el Instituto Indio de Ciencias, en Bangalo-
re. Relató un incidente que ocurrió hace algunos años cuando él
tenía veintitrés.
Un día, él y cuatro de sus amigos fueron al campo en coche
acompañando a Baba. Era cerca del mediodía y todos pensaban
en el almuerzo. Baba anunció un alto y preguntó al grupo qué
clase de fruta les gustaba. Sospechando que algo extraordinario
podría ocurrir decidieron, en un acuerdo tácito, que cada uno es-
cogería algo diferente. Uno eligió un mango, otro una manzana,
otro una naranja, etc. Baba sonrió y escuchó con paciencia; lue-
go, según Bhagavantam, les hizo señas para que fueran hasta un
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 295 -

arbolito a la vera del camino y les dijo que tomaran las frutas que
habían escogido. Para su asombro absoluto, balanceándose de
las ramas del mismo árbol estaban las cinco diferentes frutas que
habían elegido, cada una pendiente de su propio tallo. El doctor
Bhagavantam me miró directamente a los ojos y sonrió.

Una tarde Baba llamó a seis de nosotros para una entrevista


y nos dio instrucciones de que nos preparáramos para salir con
Él a la mañana siguiente temprano. Hacia las cinco tomaríamos
un taxi, iríamos a un lugar a poco menos de dos kilómetros de
Puttaparti y lo esperaríamos. Esta será su gran opor tu ni dad ,
afirmó. Voy a salir para Brin davan y ustedes i rán tras de Mí.
Es Mi in ten ción que viajen par te del cami no con mi go.
Estábamos tan emocionados. Punto en boca; no le digan a
nadie, fue el acuerdo de todos, ya que sabíamos que siempre que
Baba viaja lo siguen enjambres de personas. En secreto planea-
mos nuestra estrategia y estábamos muy seguros de que podría-
mos ejecutar el plan sin traicionarnos.
A la mañana siguiente, cerca de la una y media, Don empezó
a desinflar su colchón de aire. “Todavía no”, murmuré. Alrededor
de las tres y media, incapaces de aguardar más, nos levantamos y
nos movimos furtivamente, cepillándonos los dientes en silencio;
luego, equipaje en mano, caminamos de puntillas hasta el taxi.
Pero encontramos que, llenos hasta el techo y con los moto-
res calentándose, ya estaban ahí otros diez taxis y lo que parecía
quinientas personas reunidas alrededor. Era misterioso… ¿cómo
lo descubrieron? ¡Otra vez frustrados! Aguardamos en el lugar
designado fuera de Puttaparti, pero cuando Baba pasó sólo vi-
mos una nube de polvo. Ni siquiera pudimos ver el coche, tanta
era la gente que había delante de nosotros.
Al día siguiente, jueves, Baba invitó a unos veinte norteame-
ricanos a entrar para otra charla. Después de producir algún
vibhu ti , materializó pequeñas medallas para los niños presen-
tes. “Estas medallitas los protegerán cuando corran peligro”, di-
jo, “porque de ellas radiará un mensaje al cual Él responderá
instantáneamente.” Enseguida movió su mano en el aire y, a
plena vista mía, donde antes no había nada de pronto hubo una
gran bola de caramelo de unos ocho centímetros de diámetro.
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Rompió un poco y lo dio a los niños. Seguidamente, volvién-


dose a mí dijo que el resto era para mi esposa y las niñas y Don
y su familia, y que después nos daría algo más para los niños. El
dulce era muy sabroso.
El jueves es un día en que se cantan continuamente bhajans y
Baba sale dos veces para el darshan. Nos había dicho a Don y a mí
en nuestra plática personal que después de todo sí daríamos un pa-
seo en su coche. Cerca de las cuatro y media nos situamos a espe-
rarlo en la puerta que da a los terrenos interiores del ashram. Salió
casi a las cinco y al pasar nos hizo señas de que fuéramos a su co-
che; Él siguió en dirección de los más o menos mil devotos reunidos
para el darshan. En breve, rumbo a la calle, el automóvil se desliza-
ba por el camino a través de los terrenos exteriores del ashram.
Cuando íbamos lentamente por los terrenos, presencié algo
que no podía haber imaginado en mis sueños más descabellados.
Una enorme ola de seres humanos, los corazones abiertos, las
caras llenas de anhelo, envolvía el coche, concentrando energía
en él con una intensidad casi insoportable. De pronto me vino a
la mente el recuerdo de uno de mis primeros encuentros con Ba-
ba, cuando lo observaba desde afuera del estadio en Bombay.
Entonces yo había sido uno entre miles y Baba estaba en el
centro; ahora yo mismo me hallaba en el centro, sentado junto a Él.
No puedo ni comenzar a comunicar lo que experimenté. Me sentía
terriblemente notorio y quería encogerme hasta el piso del vehículo.
El incidente dio una nueva dimensión a mi relación con Baba.
Él dice que uno debe atender a la práctica espiritual y el trabajo
devocional en la confianza de que se está acercando al Señor. Yo
empezaba a experimentar este fenómeno de una manera muy
concreta. Tantos de nosotros pensamos que nuestras vidas son
largas y sin rumbo, que no vamos a ninguna parte. Quizá estamos
aburridos: el tiempo transcurre y nada sucede. En realidad nos
lanzamos a través del espacio y el tiempo de nuestras vidas a una
velocidad enorme.
Es en un momento como éste, cuando me veo concretamen-
te yendo de la periferia al centro en tres años, cuando compren-
do que esto es cierto. Nosotros en ver dad formamos nuestro
destino. En ver dad hacemos el camino. Sí podemos acercarnos
a lo Divino. Debes crecer dí a a dí a, no sólo fí si camen te, si no
tam bién en la vi da espi ri tual. ¿Cuán to tiem po per maneceré
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 297 -

en la escuela pri maria escri bien do el al fabeto? ¡Leván tate, pi -


de un examen, pásalo y avan za a la clase su perior!
Con respecto a nuestra responsabilidad en dirigirnos por este
sendero, Baba escribe: Dios no se mez cla ni en recom pen sas ni
en casti gos. ¡Él sólo refleja, resuena y reacciona! ¡Él es el Tes-
ti go E ter no e In con movi ble! Tú deci des tu propio desti no. Haz
el bien, sé bueno, y obten drás el bien a cam bio; sé malo, come-
te actos per ver sos, y cosecharás malos fru tos. No agradez cas
ni cul pes a Dios. ¡Agradécete a ti mismo, cúl pate a ti mismo!
Baba me estaba permitiendo sentir el movimiento cerca del
centro. Aquí estaba Él: sin timidez, sin torpeza, sonriendo y salu-
dando, manifestándose plenamente unificado con sus devotos.
Me volví para mirarlo y al punto fui envuelto yo mismo en Su
Bienaventuranza, seducido por Su Amor de un modo que desva-
neció toda timidez. Luego Él miró a mi hermano y, guiñando los
ojos, con una sonrisa maliciosa dijo: Todos los nor teameri canos
están muy celosos; no sé por qué.
Eso me desintegró. Baba puede ser a veces tan travieso al
intensificar el fuego del ego y mostrar sus impurezas y celos para
que los pueda uno ver y trascender. Parece desempeñar su papel
de Destructor como parte de un gran juego. Muchas personas
me han dicho que Baba, en medida no pequeña, parece contra-
poner a los egoísmos, a las facciones y las querellas unos a otros.
¡Qué emoción experimentar la personalidad de Baba tan cer-
ca durante este paseo! Parecía tan humano, tan falible, al estar
con nosotros a nuestro nivel para permitirnos ser amistosos y fa-
miliares con Él. El hecho de que se permita a uno contemplar al
Avatar como amigo se describe bellamente en el Bhagavad Gi ta,
en la relación entre Ar ju na y Krishna. Ar ju na prefería mucho
más ser amigo de Krishna a ser totalmente consciente de todo su
poder y gloria. En un punto (en el capítulo 11), Ar ju na pidió ver
la realidad y magnificencia de Krishna, y la visión fue a la vez tan
esplendorosa y aterradora, que se estremeció por completo y ro-
gó a Krishna que volviera a su forma familiar y limitada.

En una entrevista para el periódico norteamericano de temas


espirituales “The Movement”, en octubre de 1974, durante la vi-
sita del Dr. Gokak a los Estados Unidos, comentó esta relación
especial como sigue:
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Entrevistador: A veces debe ser extraño tratar con Baba, estar tan
cerca de Él y conocerlo. ¿Cuál es el trato de usted
con Él, el de un amigo íntimo o el de un vehículo
para que Dios se manifieste a través de ese casca-
rón llamado Sai Baba? ¿Cuál es su relación con esa
situación?
Dr. Gokak: Él es el amigo al que amo, el Dios al que temo y
Krish na , en cu yas ma nos e nig má ti cas qui sie ra
morir para hacerme inmortal. Así es como me re-
laciono con Él. Estoy preparado para todo. Para
mi provecho, para mi ruina, para todo eso. Y tam-
bién estoy preparado para la relación humana. En
la mañana, cuando estoy en la habitación contigua
y el Avatar entra y dice: “¿Tienes una brocha de
rasurar?”, le doy la mía porque Él olvidó la suya.
También me trato con Él de esta manera. Es tan
intensamente humano. Puede ser tan divino.
Entrevistador: ¿Le parece esto una paradoja?
Dr. Gokak: No. Aun cuando soy consciente de todo lo que re-
presenta, cuando estoy cerca de Él y bromea conmi-
go olvido todo lo que es y empiezo a hablar como
un amigo. Sólo cuando me alejo de Él y vengo a los
Estados Unidos, por ejemplo, y veo lo que en rela-
ción a Él está aconteciendo en todos estos hogares,
todas estas fotografías por doquier, digo: “¿Es éste
el Baba con quien estoy?”, y comienzo a experi-
mentar una sensación de profunda reverencia.
Una vez le dije: “¿Cuándo me mostrarás Tu For-
ma Cósmica?”. Él repuso: “Espera, espera, ya te
mostraré”. “¿Por qué crees que te traje tan cerca de
Mí? Por esa razón te tengo aquí.” Pero en realidad
no sé que más me va a mostrar además de lo que
ya he visto. Cuando estoy junto a Él, olvido, no
obstante, que es Baba. Pienso en Él como muy
grande y todo eso, y próximo a mí. Puedo tomar-
me libertades y bromear de vez en vez, cuando Él
sonríe; pero no de otra manera; sólo entonces olvi-
do Su Divinidad. Cuando voy a otros lugares y veo
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 299 -

el vibhu ti que se derrama en fotografías e imáge-


nes, aparecido de la nada, y a la gente que cae en
éxtasis repitiendo Su Nombre, entonces digo: “Sí,
ésta es la Forma Cósmica”.1
Y así, a mí también se me estaba permitiendo un contacto
más cercano con el personaje. Cuando comenzamos nuestro pa-
seo, Baba se inclinó y puso su codo en el respaldo del asiento
delantero. Sus movimientos eran animados y parecía estar de
muy buen humor. Me gusta hacer bromas, dijo. Volviéndose al
joven chofer del coche, empezó a reñirlo juguetonamente pidién-
dole que manejara con más lentitud. Era la personificación del
pasajero aprensivo del asiento trasero: Más len to… más len to…
más len to, seguía pidiendo, hasta que el pobre conductor estaba
guiando a menos de diez kilómetros por hora.
A la iz quier da, más a la iz quier da, decía sonriendo todo el
tiempo. (En la India los automóviles van por el lado izquierdo del
camino.) Un pequeño coche desvencijado pasó a nuestra dere-
cha. Me gustan los coches pequeños, comentó. Luego empezó
a hablar de nuestras familias y nuestros matrimonios. Les daré
al go para los ni ños, y materializó seis estampas del tamaño de
timbres postales.
Durante una parte del paseo pareció estar pensando, relajándo-
se y sustrayéndose a un día ocupado. Pero no estaba quieto mucho
tiempo. Su habla y sus movimientos se tornaban rápidos, a veces
casi staccat to. Mantenía una corriente constante de conversación
en un tono despreocupado y amistoso que nos hacía sentir a gusto.
A medio paseo, Baba dio instrucciones al chofer para que se
detuviera y nos invitó a caminar. En unos minutos marchábamos
a la vera del camino como viejos amigos. El sol se estaba ponien-
do y el cielo occidental era un radiante abanico anaranjado. A lo
lejos pudimos ver unos faros que se acercaban.
Us tedes rodéen me y ca mi na remos de modo que na die
pueda ver me, por que si eso es un au tobús y me ven, se deten -
drán y pon drán fin a nuestro paseo. Las instrucciones de Baba
me desconcertaron momentáneamente, ya que me había puesto
tan a mis anchas en Su presencia que casi había olvidado Su in-
mensa importancia y popularidad; entonces me di cuenta de
que, después de todo, me hallaba junto a un Avatar . Él estaba di-
ciendo simplemente la verdad.
1 Sanathana Sarathi , enero de 1975, pág. 340.
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 301 -

En ver dad, ustedes no pueden en ten der la natu rale-


za de Mi Reali dad ni hoy ni aun después de mil años de
austeri dad constan te e in vesti gación profun da, aun que
toda la hu mani dad se u na en el em peño. Pero en un
tiem po breve llegarán a ser conocedores de la Bienaven -
tu ran za derramada por el Prin ci pio Di vi no, que se ha
posesionado de este Cuer po Sagrado y de este Nom bre
Sagrado. ¡La buena for tu na de ustedes que les propor -
cionará esta opor tu ni dad es mayor que aquella de que
dispu sieron los mon jes, sabios, san tos, e in clu so las per -
sonali dades que en car naron facetas de la Gloria Di vi na!
Puesto que cami no con ustedes, como con ustedes
y hablo con ustedes, se en gañan al caer en la creen cia
de que ésta no es si no u na si tuación de hu mani dad co-
mún. Prevén gan se con tra este error. Yo tam bién los es-
toy en gañan do al can tar con ustedes, al hablar con us-
tedes y al mez clar me en varias acti vi dades con ustedes.
Pero en cual quier momen to Mi Di vi ni dad se les puede
revelar; tienen que es tar prepa ra dos, lis tos pa ra ese
momen to. Dado que la Di vi ni dad está en vuel ta en la
hu mani dad, tienen que esfor zar se por su perar la maya
(i lu sión) que la ocul ta a sus ojos. La mí a es u na for ma
hu mana en la cual toda En ti dad Di vi na, todo Prin ci pio
Di vi no —es decir, todos los Nom bres y For mas que el
hom bre ad ju di ca a Dios— están mani fiestos.
Qué a for tu na dos son us tedes de poder presen ciar
que todos los paí ses del mun do rin den homenaje a Bha-
ratha (la In dia); pueden oír la adoración del Nom bre de
Sathya Sai resonan do por todo el mun do todaví a cuan do
Él existe cor poral men te; no en al gu na fecha fu tu ra si no
ahora, cuan do Él está con ustedes y an te ustedes.2
…Rama y Krishna y Sai Baba parecen di feren tes por
la vesti du ra que cada u no ha por tado, pero son u na y la
misma en ti dad, créan me. No se ex traví en en el error y
l a per pl eji dad. Pron to l l ega rá el tiem po en que es te
enor me edi fi cio, o in clu so otros más vastos, serán dema-
siado pequeños para las reu niones de los que están lla-

2 Mensajes de Sathya Sai , vol. VI, Editorial Errepar, Buenos Aires, Argentina.
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mados a este lu gar. El cielo mismo ten drá que ser el te-
cho del au di torio del fu tu ro; ten dré que prescin dir del
au tomóvil y hasta del aeroplano cuan do vaya de un lu -
gar a otro, por que las mul ti tu des que se apretu jarán en
tor no a ellos serán demasiado gran des. Ten dré que ir a
través del cielo; sí, eso tam bién su cederá, créan me.3

Los cuatro nos juntamos alrededor de Él, todos encorvados y


esbozando grandes sonrisas; era obvio que escondíamos algo.
Los faros cayeron sobre nosotros —y el tiempo que tardó el ve-
hículo en llegar ahí nos pareció larguísimo mientras nos apretujá-
bamos unos a otros como ganado— hasta que pudimos ver que
era sólo un camión de carga. Los choferes apenas se molestaron
en mirar en nuestra dirección. Estoy seguro de que si lo hubieran
hecho, se habrían detenido sólo para ver lo que ocultábamos.
Baba había estado sonriendo todo el tiempo, en apariencia go-
zando mucho del juego.
En el camino de regreso al coche, mi hermano estaba a pun-
to de pisar un montón de estiércol cuando Baba lo asió jugueto-
namente por el brazo y lo puso a salvo. Ex cremen to de vaca, di-
jo, señalando hacia abajo; después procedió a darnos una breve
lección sobre la correcta pronunciación de “excremento de vaca”
en telugu. Todos reíamos cuando llegamos al coche. Luego, de
nuevo en su juego, y como si no supiera, Baba nos preguntó el
número de niños en nuestras familias, sólo para darnos otro vis-
lumbre de su poder infinito al crear con un giro de su mano seis
hermosas medallitas de plata, una para cada niño.
Cuando estuvimos a bordo y el coche comenzó a avanzar,
Baba reasumió sus regaños al chofer y la conversación, en su
mayor parte, fue ligera, pero también tocamos algunos temas de
cierta hondura. A una pregunta sobre la inflación y depresión
económicas, Baba contestó: Sólo cuan do el hom bre apren da a
valorar a la hu mani dad, todo lo demás en con trará su propio
valor. Habrá un tiem po de desasosiego y cam bio en el mun -
do, un tiem po en el cual la hu mani dad se vol verá más a lo es-
pi ri tual para buscar guí a.

3 Mensajes de Sathya Sai , vol. II, Editorial Errepar, Buenos Aires, Argentina.
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 303 -

“Baba”, pregunté, “¿se conocerá pronto Tu mensaje en todo


el mundo?”
No pron to, dijo, su cederá len tamen te. Será di fí cil para la
gen te en ten der Mi men saje; eso sólo se efectuará len tamen te.
“¿Cuándo irás a los Estados Unidos?”, interrogué.
An tes de que u no pueda salir a vi si tar a otros, tiene que
poner en or den su propia casa, replicó, y al gu nos gu rús han
dado al san to in dio u na du dosa repu tación.
Pero iré, iré… y siempre estoy con ustedes; siempre… siem-
pre… siempre. Cuando nos aproximábamos a la entrada de los te-
rrenos del ashram, se volvió a nosotros y dijo: Ha sido u na buena
fortu na pasar este tiempo conmigo. Cuando estén de regreso en
casa recuerden este su ceso. Será meditación para ustedes.
Eran las ocho de la noche y mi hermano y yo tendríamos
que partir a la mañana siguiente. Baba nos invitó a un cuarto pri-
vado. Yo sentía que tal vez este paseo muy especial marcaba el
principio de una relación más personal con Él. A pesar de todas
mis anteriores racionalizaciones en contra, le pregunté si podría
venir a vivir cerca de Él. Sólo en tu i magi nación hay distan cia,
fue su paciente respuesta. Me permitió poner mi frente en sus
pies de loto… y partí.

Estoy seguro de que la buena nueva de la presencia de Sai


Baba entre los hombres se esparcirá con rapidez por todo el
mundo aunque, como Él dice, nos tomará tiempo comprender su
pleno significado o el sentido de Su mensaje. Fue mi buena suerte
aproximarme a Él en un momento en que todavía es posible ha-
cerse su amigo en un nivel personal y ver los signos claros de Su
grandeza de un modo cercano e íntimo. Sin embargo, creo que
Baba pronto se convertirá en sólo una manchita anaranjada en el
horizonte, rodeada por millones de rostros ansiosos. Y como la
gente de su pueblo que una vez fue bendecida al conocer la dulzu-
ra de su ser por el contacto personal diario con Él, yo también
me entristeceré un día por tener que verlo sólo a la distancia.
Pero es suficiente saber que Sai Baba existe. Me siento hon-
damente afortunado de poder desempeñar un papel, aunque en
pequeña medida, a través de este libro en un fenómeno evolutivo
que va inexorablemente hacia la realización: el despertar de la
conciencia del mundo a su propio poder glorioso, y la presencia
entre nosotros de un ser que sin duda está instaurando una nue-
va edad de oro.
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Fotografía materializada por Sai Baba para un devoto.


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Sean sim ples y sin ceros. Es pu ro desper di cio


de di nero car gar las i mágenes e í dolos de los san -
tuarios y al tares de sus hogares con el peso de
guir nal das, y osten tar costosos u ten si lios y vasi -
jas y ofren das para mani festar su devoción. Esto
es su per cherí a; degrada a la Di vi ni dad im pu tán -
dole el deseo de pom pa y pu bli ci dad. Yo sólo pi -
do pu reza de corazón para derramar Gracia. No
pon gan dis tan cia en tre us tedes y Yo; no in ter -
pon gan las for mali dades de la relación gu rú-ami -
go, ni si quiera las distin ciones de acti tud de la re-
la ción Dios-devoto, en tre us tedes y Yo. Yo no
soy ni gu rú ni Dios; Yo soy ustedes; ustedes son
Yo; ésa es la Ver dad. No hay distin ción. Lo que
parece así es el en gaño. Ustedes son olas; Yo soy
el océano. Sepan esto y sean li bres, sean Di vi nos.
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GLOSARIO

Abhisheka: Ablución, lavado ritual.


Akasa: Éter o espacio, el primero de los cinco elementos que evolucio-
naron a partir de Brahman ; la forma más sutil de la materia.
Ananda: Bienaventuranza, alegría. Se considera que la Bienaventuranza
es la sustancia misma de Dios (Dios es bienaventuranza, no “tiene”
bienaventuranza).
Anandaswarupa: De la forma o naturaleza misma de la Bienaventuran-
za; Ananda.
Arjuna: Un héroe del Mahabharata (una famosa epopeya hindú) y el
amigo de Krishna.
Asana: Postura para sentarse fácil y cómoda. Postura de Hatha yoga.
Asanthi: Pesar, ansiedad (ausencia de Paz).
Ashram: Ermita, monasterio.
Atma: El Alma, la chispa de Dios inmanente en nosotros.
Avatar: Una Encarnación de Dios.
Avedana: Anhelo por el Señor.

Baba: Padre.
Bhagavad Gita: La “Biblia” hinduista.
Bhajan: Un canto de alabanza a Dios.
Bhakta, bhakti: Un bhakta es un devoto, el que tiene bhakti ; virtud,
autocontrol, fe, devoción.
Bharath: La India, la tierra que tiene rathi , o apego a Bha o Bhagavan ,
el Señor.
Brahma: El Dios Creador en la Trinidad hinduista, los otros dos son
Vishnu y Shiva.
Brahman: El Principio Inmanente, del que se dice que tiene tres aspec-
tos: la Creación, la Conservación y la Destrucción. El Absoluto, la
Realidad Suprema.
Brindavan: Lugar donde Sai Baba reside con frecuencia cuando está
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ausente de Prashanti Nilayam, su ashram . También el nombre de un


pueblo asociado con la niñez de Sri Krishna, a orillas del río Jamuna.
Buddhi: El intelecto, la inteligencia o facultad discriminadora.

Chakra: Centros o “lotos” de energía potencial colocados en orden as-


cendente en el hombre desde la base de la espina dorsal hasta la par-
te superior del cerebro.

Darshan: Visión directa de una persona santa, que otorga su Gracia al


espectador. Literalmente, “respirar el mismo aire que”.
Dasara: Festival que celebra la victoria del bien sobre las fuerzas que se
resisten al avance hacia la luz.
Dharma: Rectitud, deber, código de conducta —uno de los cuatro fines
que la humanidad trata de lograr.
Dharmaswarupa: De la misma forma o naturaleza de la Rectitud;
Dharma.
Dhyana: Meditación.

Ganesha, Ganapathi: Nombres del dios con cabeza de elefante, hijo de


Shiva.
Ganga: El Ganges.
Ganja: Marihuana.
Gopas: Los niños vaqueros de Brindavan, compañeros de juegos de Sri
Krishna.
Gopis: Las doncellas lecheras de Brindavan, compañeras y devotas de
Sri Krishna.
Guna: Característica o cualidad humana.
Gurú: Maestro, guía para la liberación espiritual.

Hanuman: Uno de los más devotos de los bhaktas de Rama, represen-


tado en parte como mono, en parte como hombre; se le menciona
en el Ramayana.
Hatha yoga: Una escuela de yoga; la práctica de asanas o posturas yó-
guicas con fines de bienestar físico y para despertar los centros espi-
rituales.

Indra: El Rey de los Dioses.

Jagath: El mundo objetivo, transitorio, no verdadero.


Japa, japam: Recitación o repetición del Nombre del Señor.
Japamala: Rosario hindú de ciento ocho cuentas.
Jñana, jñani: Un jñani es el que tiene jñana, conocimiento de Dios ob-
tenido por el razonamiento y la discriminación.
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SAI BABA Y EL PSIQUIATRA - 309 -

Kailas: Un pico de los Himalayas que se considera la morada sagrada


de Shiva.
Kali: Un nombre de la Madre Divina; la energía primaria.
Karma: Acción; la ley que gobierna toda acción y sus consecuencias
inevitables sobre el que actúa; la ley de causa y efecto de la compen-
sación moral por actos llevados a cabo en el pasado.
Krishna: Un Avatar de Vishnu . “El que te atrae por medio de la alegría
que imparte.”
Kshema: La preservación de lo que uno ha adquirido.
Kundalini: La energía espiritual que yace dormida en todos los indivi-
duos.

Mahatma: Un alma grande.


Manas: La mente.
Mantra: Canto, palabras sagradas o fórmula sagrada.
Mathura: La ciudad donde nació Krishna.
Maya: La ignorancia que oscurece la visión de Dios; la ilusión primaria
seductora que se llama el mundo; apego.
Moksha: El estado de liberación tanto de la alegría como del pesar, li-
bertad del nacimiento y la muerte —la meta de la práctica espiritual.

Nagara-sankirtan: Cantar bhajans en un grupo mientras se camina


lentamente por las calles; se hace en las horas tempranas antes del
alba.
Nilayam: Prashanti Nilayam: la morada de la Paz Eterna. Nombre del
ashram de Sai Baba.

Om: El sonido primordial, pronunciado A-U-M, la palabra más sagrada


de los Vedas. Es el símbolo de Dios y de Brahman .

Prakriti: La naturaleza primordial, que en asociación con Purusha (el


Principio de la Conciencia Eterna) crea el Universo.
Prana: El aliento vital que sostiene la vida en el cuerpo físico.
Prashanti Nilayam: La morada de la paz interior imperturbable. El
nombre del ashram de Sai Baba.
Prema: El Amor Divino de la clase más intensa; el amor universal, in-
condicional, sin tacha.
Premarasa: El saber de Prema.
Pundit: Erudito.
Pura: El cuerpo físico.
Purana(s): Libros de mitología hindú.
Purusha: El Principio de la Conciencia Eterna; el Alma.
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Puttaparti: El pueblo tranquilo y remoto en la India Meridional donde


nació Sai Baba (el 23 de noviembre de 1926) y donde ahora tiene su
ashram , Prashanti Nilayam.

Radha: La amada de Krishna.


Rajásico: El aspecto activo, pasional, de la naturaleza.
Rama: Un Avatar de Dios, un Ser Divino. Un Avatar cuyo nombre sig-
nifica: “el que agrada; el que llena de Ananda (Bienaventuranza)”.
Ramakrishna Paramahansa: Maestro hindú reverenciado y semejante
a Cristo.
Rishi: Un sabio, el que lleva una vida sin deseos, con apego sólo al
Atma. Un vidente de la Verdad.

Saadrisya: Adquirir la naturaleza divina.


Saalokya: La existencia en Dios.
Saathi: La tranquilidad de los sentidos, las pasiones, las emociones.
Sadhaka: Un aspirante espiritual empeñado en vencer su egoísmo y co-
dicia, el sentido del “yo” y de “lo mío”.
Sadhana: La disciplina o práctica espiritual por medio de actividades
como la meditación y la recitación de los nombres santos.
Sadhu: Un hombre bueno, desapegado, devoto, virtuoso, sabio.
Sakhya: Una de las cinco actividades que aprecia el adorador dualista
respecto a su ideal escogido: la actitud de un amigo hacia el otro.
Samadhi: La ecuanimidad perfecta, desprovista de altas y bajas, no to-
cada por la alegría ni la tristeza —comunión con Dios.
Samkhya: Uno de los seis sistemas de la filosofía hindú ortodoxa.
Sankirtan: Recitar o cantar con alegría.
Samsara: El mundo físico.
Samskara: Las tendencias inherentes que provienen de los nacimientos
anteriores.
Sanathana Dharma: La sabiduría antigua, el sendero eterno de la Rec-
titud.
Sanathana Sarathi: El auriga eterno —nombre de la publicación men-
sual de Prashanti Nilayam.
Sastra: La escritura que ilumina, el código moral.
Sat-Chit-Ananda: El estado supremo, generalmente se traduce como
Existencia, Conocimiento, Bienaventuranza.
Sátvico: Puro, bueno, piadoso; el principio de equilibrio o sabiduría.
Sathya: La Verdad —lo que es lo mismo en el pasado, el presente y el
futuro.
Sevak: El que se dedica al servicio.
Shakti: El gran poder o energía universal —el poder creador de Brah-
man ; un nombre del Maestro Divino.
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Shanti: La Paz, la Paz imperturbable. Una bendición que a menudo se


repite tres veces después de las oraciones védicas.
Shirdi Sai Baba: Santo indio de quien Sai Baba de Puttaparti dice ser
la reencarnación.
Shiva: El Dios Destructor de la Trinidad hinduista, los otros dos son
Brahma y Vishnu .
Siddha, siddhi: Un siddha es el que ha alcanzado siddhis (poderes
ocultos).
Sri Aurobindo: 1872-1950: Su ashram en Pondicherri, en la India Me-
ridional, fue convertido en una comunidad de buscadores espirituales
de todo el mundo, llamada Auroville. Un escritor prolífico, sus obras
incluyen “La vida divina”, “Ensayos sobre el Gita”, “La síntesis del
yoga”, “Cartas sobre el yoga”, y muchas otras.
Sri Meher Baba: 1894-1969: Su escuela se llamó Meherabad. Observó
un voto de silencio durante muchos años; viajó por Europa y Améri-
ca; escribió “Discursos de Meher Baba” y “Dios habla”.
Sri Ramana Maharshi: 1879-1950: Fue un rishi iluminado de la India
Meridional; enseñó la no-dualidad por la autoinvestigación —uno de-
be preguntarse constantemente: “¿Quién soy?”. Su ashram se locali-
zaba en una colina sagrada llamada Arunachala.
Sudarshana: La visión santa.
Swami: Señor, preceptor espiritual.
Swarupa: Forma, cuerpo.

Tapa: Austeridad religiosa, sacrificio, ascetismo.


Tamásico: La cualidad densa o inerte.
Treta Yuga: La segunda de las cuatro yugas o ciclos o períodos del
mundo. La mitología hindú divide la duración del mundo en cuatro yu-
gas: Satya, Treta, Dwapara y Kali . La primera se conoce como la
Edad de Oro, ya que en ella hay una gran preponderancia de la virtud
entre los hombres; pero con cada yuga sucesiva la virtud disminuye y
el vicio aumenta. En la Kali Yuga hay un mínimo de virtud y un gran
exceso de vicio. Se supone que ahora estamos en la Kali Yuga.

Vahini: Corriente, torrente, río.


Vandana: La reverencia hacia toda vida.
Veda: Conocimiento.
Vedanta: Uno de los seis sistemas de la filosofía hindú ortodoxa, formu-
lado por Vyasa (recopilador de los Vedas).
Vedas: Las Escrituras más sagradas de la religión hinduista, considera-
das como revelaciones a grandes videntes y no de origen humano.
Hay cuatro Vedas: el Rig-Veda, el Yajur-Veda, el Soma-Veda y el
Atharva-Veda.
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Vibhuti: Ceniza sagrada (materializada con frecuencia por Sai Baba).


Vishnu: El Dios Conservador de la Trinidad hinduista, los otros dos son
Brahma y Shiva.

Yaga: Actividad dirigida hacia afuera; sacrificio.


Yasada: Nodriza de Krishna.
Yoga: La unión del alma individual y el Alma Universal; también el mé-
todo por el cual realizar esta unión. Es el término general para los va-
rios tipos de práctica devocional que son disciplinas para controlar la
mente y transformarla en un instrumento para realizar a Dios.
Yogui: El que es dado a la vida simple y que practica yoga.

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