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Tras el asalto a Versalles en 1789, Luis XVI se trasladó al palacio de las Tullerías, hoy
ocupado por un parque junto al Louvre
PLAN DE FUGA
Hacía meses que muchos nobles le habían aconsejado huir; de hecho, sus hermanos
pequeños, el duque de Anjou y el conde de Artois, habían emigrado justo después de la
toma de la Bastilla. El rey se había mostrado indeciso, pero no así María Antonieta, quien
pese a su fama de frivolidad demostró estar forjada en un metal más duro que su marido.
Decidida a escapar, buscó la ayuda del conde Axel von Fersen, un aristócrata sueco que
se había ganado su confianza. Tras el fiasco de Saint-Cloud, el proyecto se puso en
marcha.
El plan consistía en escapar de noche y viajar de incógnito hasta la ciudad fronteriza más
próxima, Montmédy, unos 287 kilómetros al este de París, en la actual frontera con Bélgica
(entonces posesión austríaca); veinte horas de viaje sin pausa podían ser suficientes. Allí, el
rey lanzaría una proclama para denunciar los abusos de la Revolución.
LA GRAN ESCAPADA
A las diez de la noche del 20 de junio de 1791, la reina llevó a sus hijos a Fersen en
secreto. Luego volvió al salón, como si nada hubiera sucedido. Poco después se retiró a su
dormitorio, dio las instrucciones a sus doncellas para el día siguiente y se acostó. Pero nada
más quedarse sola se vistió con un traje sencillo de color gris, se tapó la cara con un velo y
salió por unas puertas ocultas del palacio.
El rey, por su parte, debió quedarse departiendo con los cortesanos hasta las once y media
de la noche. Cuando se fue a dormir, su ayuda de cámara, como era tradición, se acostó a
sus pies con un cordel atado a su muñeca para que el monarca pudiera llamarlo en
cualquier momento. Para despistarlo, Luis le hizo un encargo; cuando el ayuda de cámara
volvió, pensó que el rey estaba dormido dentro de su cama con dosel, pero, en realidad, el
monarca ya había huido. Luis, María Antonieta, sus dos hijos y Fersen se reunieron por fin a
las dos de la madrugada, con dos horas de retraso. Iban en un vehículo nuevo, enorme y
lujoso, en el que cabían cómodamente los cinco fugitivos más el aya de los príncipes, dos
camareras, el peluquero de la reina y otros ayudantes, con baúles repletos de ropa, vajilla,
botellas de vino y otros lujos. No era una comitiva precisamente discreta, pero aun así salió
de París sin levantar sospechas.
EL REY DESCUBIERTO
La fuga se descubrió a las ocho de la mañana. Al principio, algunos intentaron hacer creer
que el rey había sido raptado por contrarrevolucionarios, pero a mediodía se descubrió que
Luis había dejado un documento en el que explicaba las razones de su huida. Las
autoridades reaccionaron ordenando el arresto de cualquier persona que intentara
abandonar el reino.
Los fugitivos viajaban bajo identidades falsas: la marquesa de Tourzel, aya de los príncipes,
se hacía pasar por una aristócrata rusa, la baronesa De Korff, mientras que la reina y la
hermana del rey fingirían ser sus doncellas; el rey, por su parte, era el criado Durand.
Cambiaron de caballos en Bondy, a media hora de París. Allí, por voluntad del rey, se
separaron de Fersen, que al marcharse gritó bien fuerte: «¡Adiós, madame De Korff!».
Continuaron sin novedad hasta Châlons, adonde llegaron a las seis de la tarde. Se pararon
a merendar y tuvieron una avería en una rueda, que les llevó media hora reparar, lo que
hizo que llegaran a Pont-de-Somme-Vesle con dos horas de retraso, cuando las tropas que
los esperaban para escoltarlos se habían marchado ya.
Los reyes avanzaron hasta llegar a Sainte-Menehould a eso de las ocho. La noticia de la
huida del rey se había difundido ya y cundía la agitación entre el pueblo. Uno de los más
exaltados era el maestro de postas del lugar, Jean-Baptiste Drouet, quien había visto a la
reina tiempo atrás, cuando era militar. Cuando echó un vistazo al interior de la carroza
reconoció a María Antonieta de inmediato y también se percató de que el supuesto criado
Durand tenía los mismos rasgos que el rey, tal como se lo representaba en los billetes que
circulaban por entonces.
EL DRAMA DE VARENNES
La carroza real logró continuar el camino, pero Drouet, tomando otra ruta, llegó antes que
ellos a la siguiente etapa, el pequeño municipio de Varennes-en-Argonne, a tan sólo 50
kilómetros de Montmédy. Los fugitivos llegaron allí cuando ya era de noche y se detuvieron
a las afueras. Drouet había dado la voz de alerta e hizo que el procurador, monsieur Sauce,
máxima autoridad del lugar dado que el alcalde estaba ausente, examinara los papeles a
los viajeros. Inicialmente, Sauce declaró que los pasaportes estaban en regla y no había
motivo para retener a la carroza, pero Drouet dio un puñetazo sobre la mesa y respondió:
«Son el rey y su familia, y si los dejáis marchar al extranjero seréis culpable de alta
traición». Sauce se inclinó; a la espera de comprobar la identidad de los viajeros, los alojó
en su propia casa. El glotón Luis XVI aceptó gustosamente el pan y el queso que la esposa
del anfitrión les ofreció para reponerse.
Entonces a Sauce se le ocurrió despertar a un vecino ya mayor, antiguo juez de paz, que
había estado en Versalles y que sin duda había visto al monarca; él podría resolver la duda
de si aquél era verdaderamente el rey. Así sucedió. Cuando el anciano se presentó ante el
rey se arrodilló y exclamó «¡Ah, Sire!»; Luis XVI no pudo, o no quiso, seguir ocultando su
identidad. Declaró a todos que era el monarca y les pidió que lo dejaran continuar a
Montmédy.
EL HUMILLANTE REGRESO
Los fugitivos tardaron tres días en desandar lo que habían recorrido en veinte horas de
frenética fuga. Seis mil ciudadanos armados y guardias nacionales los acompañaron
durante el trayecto. El 25 de junio entraron en París, en medio de un silencio sepulcral.
Según los testigos, el abúlico monarca parecía extraordinariamente tranquilo, como si nada
especial hubiese pasado.