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Temas / Revolución Francesa

HUÍDA FALLIDA TRAS LA REVOLUCIÓN

La fuga de luis XVI y su captura en Varennes


En la noche del 21 de junio de 1791, Luis XVI y su familia salieron en secreto de París, en
una carroza con destino a la frontera. Cuando casi habían llegado a la meta, fueron
reconocidos y arrestados
Juan José Sánchez Arreseigor
el 6 de octubre de 1789, después de que una muchedumbre asaltara el palacio de
Versalles, Luis XVI decidió trasladarse con su familia a otro palacio en el mismo centro de
París, el de las Tullerías. Acostumbrados al lujo y a la libertad de movimientos de que
gozaban en Versalles, Luis y su esposa, la reina María Antonieta, se vieron de repente
recluidos en unos apartamentos relativamente pequeños, rodeados por el tumulto de la
ciudad y debiendo soportar la presencia constante de la Guardia Nacional, que más que
protegerlos parecía a veces vigilarlos.

Para muchos partidarios de la vieja monarquía, aquello parecía un arresto domiciliario. La


prueba definitiva llegó el 19 de abril de 1791, cuando los reyes decidieron salir de París para
pasar el Domingo de Ramos en su residencia campestre de Saint-Cloud y se vieron
envueltos por una multitud que les impidió partir e incluso los cubrió de insultos. Tras el
incidente, el rey no se recató en declarar públicamente que era un prisionero; en privado,
instado por su esposa, decidió escapar.

Tras el asalto a Versalles en 1789, Luis XVI se trasladó al palacio de las Tullerías, hoy
ocupado por un parque junto al Louvre

PLAN DE FUGA
Hacía meses que muchos nobles le habían aconsejado huir; de hecho, sus hermanos
pequeños, el duque de Anjou y el conde de Artois, habían emigrado justo después de la
toma de la Bastilla. El rey se había mostrado indeciso, pero no así María Antonieta, quien
pese a su fama de frivolidad demostró estar forjada en un metal más duro que su marido.
Decidida a escapar, buscó la ayuda del conde Axel von Fersen, un aristócrata sueco que
se había ganado su confianza. Tras el fiasco de Saint-Cloud, el proyecto se puso en
marcha.

El plan consistía en escapar de noche y viajar de incógnito hasta la ciudad fronteriza más
próxima, Montmédy, unos 287 kilómetros al este de París, en la actual frontera con Bélgica
(entonces posesión austríaca); veinte horas de viaje sin pausa podían ser suficientes. Allí, el
rey lanzaría una proclama para denunciar los abusos de la Revolución.

LA GRAN ESCAPADA
A las diez de la noche del 20 de junio de 1791, la reina llevó a sus hijos a Fersen en
secreto. Luego volvió al salón, como si nada hubiera sucedido. Poco después se retiró a su
dormitorio, dio las instrucciones a sus doncellas para el día siguiente y se acostó. Pero nada
más quedarse sola se vistió con un traje sencillo de color gris, se tapó la cara con un velo y
salió por unas puertas ocultas del palacio.

El rey, por su parte, debió quedarse departiendo con los cortesanos hasta las once y media
de la noche. Cuando se fue a dormir, su ayuda de cámara, como era tradición, se acostó a
sus pies con un cordel atado a su muñeca para que el monarca pudiera llamarlo en
cualquier momento. Para despistarlo, Luis le hizo un encargo; cuando el ayuda de cámara
volvió, pensó que el rey estaba dormido dentro de su cama con dosel, pero, en realidad, el
monarca ya había huido. Luis, María Antonieta, sus dos hijos y Fersen se reunieron por fin a
las dos de la madrugada, con dos horas de retraso. Iban en un vehículo nuevo, enorme y
lujoso, en el que cabían cómodamente los cinco fugitivos más el aya de los príncipes, dos
camareras, el peluquero de la reina y otros ayudantes, con baúles repletos de ropa, vajilla,
botellas de vino y otros lujos. No era una comitiva precisamente discreta, pero aun así salió
de París sin levantar sospechas.

EL REY DESCUBIERTO
La fuga se descubrió a las ocho de la mañana. Al principio, algunos intentaron hacer creer
que el rey había sido raptado por contrarrevolucionarios, pero a mediodía se descubrió que
Luis había dejado un documento en el que explicaba las razones de su huida. Las
autoridades reaccionaron ordenando el arresto de cualquier persona que intentara
abandonar el reino.

Los fugitivos viajaban bajo identidades falsas: la marquesa de Tourzel, aya de los príncipes,
se hacía pasar por una aristócrata rusa, la baronesa De Korff, mientras que la reina y la
hermana del rey fingirían ser sus doncellas; el rey, por su parte, era el criado Durand.
Cambiaron de caballos en Bondy, a media hora de París. Allí, por voluntad del rey, se
separaron de Fersen, que al marcharse gritó bien fuerte: «¡Adiós, madame De Korff!».
Continuaron sin novedad hasta Châlons, adonde llegaron a las seis de la tarde. Se pararon
a merendar y tuvieron una avería en una rueda, que les llevó media hora reparar, lo que
hizo que llegaran a Pont-de-Somme-Vesle con dos horas de retraso, cuando las tropas que
los esperaban para escoltarlos se habían marchado ya.

Los reyes avanzaron hasta llegar a Sainte-Menehould a eso de las ocho. La noticia de la
huida del rey se había difundido ya y cundía la agitación entre el pueblo. Uno de los más
exaltados era el maestro de postas del lugar, Jean-Baptiste Drouet, quien había visto a la
reina tiempo atrás, cuando era militar. Cuando echó un vistazo al interior de la carroza
reconoció a María Antonieta de inmediato y también se percató de que el supuesto criado
Durand tenía los mismos rasgos que el rey, tal como se lo representaba en los billetes que
circulaban por entonces.

EL DRAMA DE VARENNES
La carroza real logró continuar el camino, pero Drouet, tomando otra ruta, llegó antes que
ellos a la siguiente etapa, el pequeño municipio de Varennes-en-Argonne, a tan sólo 50
kilómetros de Montmédy. Los fugitivos llegaron allí cuando ya era de noche y se detuvieron
a las afueras. Drouet había dado la voz de alerta e hizo que el procurador, monsieur Sauce,
máxima autoridad del lugar dado que el alcalde estaba ausente, examinara los papeles a
los viajeros. Inicialmente, Sauce declaró que los pasaportes estaban en regla y no había
motivo para retener a la carroza, pero Drouet dio un puñetazo sobre la mesa y respondió:
«Son el rey y su familia, y si los dejáis marchar al extranjero seréis culpable de alta
traición». Sauce se inclinó; a la espera de comprobar la identidad de los viajeros, los alojó
en su propia casa. El glotón Luis XVI aceptó gustosamente el pan y el queso que la esposa
del anfitrión les ofreció para reponerse.

Entonces a Sauce se le ocurrió despertar a un vecino ya mayor, antiguo juez de paz, que
había estado en Versalles y que sin duda había visto al monarca; él podría resolver la duda
de si aquél era verdaderamente el rey. Así sucedió. Cuando el anciano se presentó ante el
rey se arrodilló y exclamó «¡Ah, Sire!»; Luis XVI no pudo, o no quiso, seguir ocultando su
identidad. Declaró a todos que era el monarca y les pidió que lo dejaran continuar a
Montmédy.

Justo entonces se presentó en el pueblo un destacamento de húsares alemanes dispuesto


a rescatar a sablazos al rey. Pero Luis XVI temía por la seguridad de su familia y quiso
esperar a que acudieran más tropas. Entrada la madrugada ya era demasiado tarde: los
revolucionarios les bloqueaban el paso. Luego llegaron dos de los muchos comisarios que
la Asamblea Nacional había enviado en todas direcciones para detener al rey. Luis XVI no
marcharía a Montmédy, sino que regresaría con su familia a París.

EL HUMILLANTE REGRESO
Los fugitivos tardaron tres días en desandar lo que habían recorrido en veinte horas de
frenética fuga. Seis mil ciudadanos armados y guardias nacionales los acompañaron
durante el trayecto. El 25 de junio entraron en París, en medio de un silencio sepulcral.
Según los testigos, el abúlico monarca parecía extraordinariamente tranquilo, como si nada
especial hubiese pasado.

Tras la huida de Varennes, la oposición de los revolucionarios a la monarquía se hizo cada


vez más virulenta. El 10 de agosto de 1792, el palacio de las Tullerías fue asaltado y un mes
después se proclamó la República, mientras la familia real era encerrada en el Temple. Luis
XVI sería juzgado ante la Asamblea por traición, condenado a muerte y ejecutado en la
guillotina el 21 de enero de 1793. Meses más tarde, el 16 de octubre, su esposa María
Antonieta también fue ajusticiada. Fersen, el artífice de la huida, no corrió mejor suerte. De
vuelta en Suecia, sería linchado en 1810 por una multitud que lo acusaba de haber
envenenado al príncipe heredero.

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