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Personajes
Teresiña
Zebedeo
Lyonor
1.
En el ático.
1
Lyonor: Se los comió a todos. Ella tiene unos dientes afiladísimos. Son como cuchillos.
Pero viera qué preciosa es cuando no está convertida; ojos como ágatas sobre la luna.
Verde sobre blanco todo en esta niña es.
Zebedeo: Yo llevo un palo para pegarle en el hocico cuando se me acerque.
Lyonor: Había quien traía un trabuco y no pudo hacer nada.
Lyonor: Me gusta que usted sea valiente. A lo mejor tiene suerte. ¿Está comido?
Zebedeo: Traía una vianda para el camino... Pero el camino fue largo.
Lyonor: Aquí hay jamón para una bacanal de tres días con sus noches. Le traigo.
Chorizo y cecina, envían los señores del Castillo. Creen que ella come de esos
alimentos... A veces hasta mandan una gallina viva..., pero yo estoy vieja y se escapan.
Les crecen las alas y se vuelan, se van. Y eso que dicen que las gallinas no vuelan!
También mandan licor de fruta para la chica, pero si estando sobria se comió siete;
ebria: ¿cuántos querrá no comerse? En este lado del mundo pasan cosas de no creer. Pan
de cebada siempre tenemos. Unas aceitunas, un pimiento morrón, una cebolla...
¿quiere?
Zebedeo: Quiero.
Lyonor: Un traguito de vino?
Zebedeo: ...
Lyonor: Se tira a dormir la siesta aquí y después entra. Lo importante es que entre
fuerte. Cuando ya en la sangre le corra el chorizo y la cebolla y el vino... Claro, que si
ella lo mata, ella se vendrá más fuerte con tantos alimentos que lleva usted adentro del
cuerpo...
Zebedeo: No me dé nada mejor.
Lyonor: Agua?
Zebedeo: Agua.
Lyonor: Aquí hay un manantial, bastante cerca... Es mucha mejor agua que la que yo
puedo servirle, la del pozo. Porque aquella es bien pura y en esta orinan las víboras...
Claro que yo estoy vieja para recorrer aquel tramo de camino... y tendrá que
conformarse con el agua del aljibe que todos bebemos... al fin y al cabo seguimos vivos,
achacosos, pero vivos...
Zebedeo: Iré al manantial.
2
Lyonor: ¿Así, ahora?
Zebedeo: No voy a esperar a que oscurezca.
Lyonor: Pero con el sol de pie como un león rampante, le hará mal al seso...
Zebedeo: Mi sombrero es bueno. Tóquelo. Es fieltro. Lo compré en la feria, hace menos
de un año...
Lyonor: Vaya, entonces. Yo no se lo voy a impedir.
Zebedeo: ¿Dónde hay cántaros?
Lyonor: Fuera. Junto al naranjo.
Zebedeo: Le robaré una naranja.
Lyonor: Robar es pecado. Tómela del árbol, que yo se la regalo. Nunca supe decir que
no a un muchacho...
Zebedeo: Volveré en un momento.
Lyonor: Llévese estas castañas de aquí: ya están casi secas...
Zebedeo: Es un lugar extraño este para secar castañas...
Lyonor: Se ha hecho aquí desde siempre.
Zebedeo: Siempre es una palabra muy larga.
Lyonor: No, es bien corta según como lo piense usted. Pero los higos no los secamos
acá, sino afuera. En otro sitio... Los señores son ricos, muy ricos. Pero el señor es
altanero y presumido. Está la gente que lo quiere porque es dadivoso, y está la gente que
lo teme. La mayoría del poblado lo teme. Ahora no, pero en otro tiempo ha tenido en el
cortijo perreras hasta con quinientos perros y galgos. De cada camada que le nacía,
elegía dos y ahogaba el resto. Ls perros iban por todos lados, mataban las gallinas,
estaban asalvajados... Después el señor se cansó del asunto de los perros. Se puso a
litigar por una herencia del vecino. Los funcionarios del juez lo reciben con respeto, le
acercan la butaca, como corresponde a su rango, a sus años y a su mucha gordura y él
todas las veces se sienta al lado de la ventana abierta, porque sufre de opresión en el
pecho...
Zebedeo: ¿Ningun otro tiene castaños aquí?
Lyonor: Ninguno.
Zebedeo: Pero en esta tierra, bellotas y castañas...
Lyonor: Ninguno, muchacho. El señor no permite.
Zebedeo: Si tardo, encienda un candil.
Lyonor: Le espanta la noche?
Zebedeo: no.
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Lyonor: Ella aúlla tremendamente. Se le mete el miedo a uno en los huesos, como si
fuera aire frío. Hace que castañeteen los dientes.
Zebedeo: Vendré antes de la noche.
Lyonor: Dios lo quiera.
Zebedeo: El manantial no está lejos.
Lyonor: Desde aquí no puede verlo. Sube la sierra en aquel sentido y luego... Allí están
las rocas, trepa un poco...
Zebedeo: ¿A cuánto está?
Lyonor: Una hora tal vez.
Zebedeo: Lo hacía más cercano.
Lyonor: Andando a paso rápido. No se detenga con las piedras; son unas piedras que
bullen. Si uno se detiene mucho con ellas, ellas comienzan a enseñarle al viajero cuál es
su destino y el viajero siempre se asusta... Usted piense solo en el manantial.
Zebedeo: Está bien. Me iré ya mismo.
Lyonor: Vaya por la sombra.
Zebedeo: No hay mucha sombra por aquí.
Lyonor: Búsquela. Es delgadita, pero hay. Para que no se le esfume el agua.
Zebedeo: ...
Lyonor: El calor la desaparece con facilidad.
Zebedeo: ¿Hay algo de lo que deba cuidarme?
Lyonor: ¿Por aquí?
Zebedeo: ¿Ladrones, fieras?
Lyonor: Asaltantes de caminos, tal vez. Usted cuídese de todo. Eso le hace a Dios buena
impresión en un cristiano.
Zebedeo: Adiós.
Lyonor: ¡Muchacho!
Zebedeo (se vuelve): ¿Qué?
Lyonor: Vuelva.
Zebedeo: ¿Qué?
Lyonor: No se arrepienta.
4
2.
Lyonor está bordando.
Entra Zebedeo cargado con los cántaros, muy cansado, resollando.
5
Lyonor: La chica.
Zebedeo: ¿Su nombre es Teresa?
Lyonor: Sí. Pero desde que nació la llaman Teresiña. ¿Le gusta el nombre?
Zebedeo: Sï.
Lyonor: ¿Le gusta ella?
Zebedeo: ...
Lyonor: Tenga cuidado. Porque si le va gustando le tendrá piedad y recuerde que se
comió a siete. ¿Ve allí el ventanuco? Por ahí tira después el cuero cabelludo del pobre
muchacho... Todo lo demás se lo come. A veces, durante semanas oímos desde aquí
cómo roe los huesos...
Zebedeo: Yo no le tengo miedo. Ni aunque me gustase...
Lyonor: Se nota que viene usted del servicio.
Zebedeo: ...
Lyonor: ¿Mató muchos moros?
Zebedeo: Algunos.
Lyonor: ¿Quién era su capitán?
Zebedeo: Lope.
Lyonor: Aquí vino una vez un capitán. Le expliqué el caso. Pero no se atrevió. Ella es
una cruz y un ataúd para el hombre.
Zebedeo: ¿Usted entró al desván alguna vez?
Lyonor (niega con la cabeza): Una vez. Me dio mucho miedo.
Zebedeo: ¿Come hembras también?
Lyonor: No. Cuando habla, dice cosas... que a un buen cristiano le duelen. No tiene
usted que ponerse a conversar con ella. Porque enseguida quiere hacerle conversación al
que se allega. ¿Me oye?
Zebedeo: Sí.
Lyonor: Porque si no me oye, ella será para usted su caja negra.
Zebedeo: La oigo.
Lyonor: Es muy mentirosa. Así que al principio hablará solo mentiras. Esto no es
problema si usted no la escucha. Pero después, para confundirlo, mezclará la verdad con
las mentiras. Así lo atacará.
Zebedeo: ¿Conversando? ¿Soy yo una hilandera para andarme en conversaciones con
una muchacha?
Lyonor: Más de uno dijo que mantendría la boca cerrada y ya ve...
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Zebedeo: Soy soldado.
Lyonor: Lo sé. Pero qué tal si ella le menta, digamos, ciertos hechos malos de algún
pariente suyo...
Zebedeo: ¿Qué dice? Llevo un palo le dije antes. Es una rama de roble cortada en luna
menguante, que dura más tiempo sin pudrirse. Aserrada por un hombre santo...
Lyonor: Digamos de su madre. ¿Qué tal si la chica le dice que su padre no es su
padre...? No sé si con este lenguaje. Antes, cuando vivía con los señores tenía el pico
muy fino, pero aquí se vino una mal hablada...
Zebedeo: Voy a entrar.
Lyonor: ¿Así de sencillo?
Zebedeo: Sí.
Lyonor: Espere. Pruebe unas castañas.
Zebedeo: Me darán sed.
Lyonor: Tiene el agua fresca. Le darán fuerzas. Pruebe estas (saca unas castañas de su
delantal.) No son unas castañas cualquiera; son de cerca de un árbol sagrado, el Malato.
Zebedeo: ¿Qué árbol es ese?
Lyonor: Uno viejo.
Zebedeo (toma las castañas, las mastica): ¿Qué frutos dá? ¿Estos?
Lyonor: Dá la gloria.
Zebedeo (escupe las cascarrillas): Muy bien. Me voy.
Lyonor: ¿A quién aviso si usted no sale del desván?
Zebedeo: Saldré.
Lyonor: ¿Y si no sale?
Zebedeo: A mi madre. María Viñas, la del tintorero...
Lyonor: Lo haré.
Zebedeo: Muy bien. Me voy. Adiós.
Lyonor: Adiós.
Zebedeo se marcha. A los pocos momentos vuelve sobre sus pasos. Se arrodilla frente a
Lyonor.
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Lyonor: Sí, pero...
Zebedeo: Déme su bendición.
Lyonor: Yo te bendigo, Juan Zebedeo, para que logres tus propósitos...
Zebedeo: Muy bien. Ahora bendiga al garrote.
Lyonor: ¿Qué dice?
Zebedeo: El Capitán Lope bendecía las espadas; usted bendiga el garrote.
Lyonor: Yo no puedo...
Zebedeo: Hágalo.
Lyonor: No. Es una herejía...
Zebedeo: Le estoy pidiendo una bendición, no un beso.
Lyonor (a desgano): Palo, yo te bendigo.
Zebedeo: Así, mucho no ayudará.
Lyonor: Lo siento.
Zebedeo: Adiós.
Se marcha; se vuelve.
Zebedeo: Señora...
Lyonor: ¿Qué pasa?
Zebedeo: Dijo usted que el padre la maldijo porque ella cometió un pecado grande.
Lyonor: Sí.
Zebedeo: ¿Qué pecado era?
Lyonor: No...
Zebedeo: ¿Qué pecado puede dar tanto horror para que el padre eche al hijo de la casa?
Lyonor: La verdad es que yo no sé...
Zebedeo: Dígamelo o no entro.
Lyonor: Fue, creo yo,... un pecado de amor.
Zebedeo: ¿Un pecado de amor? ¿Un pecado de amor cómo?
Lyonor: Como son los pecados de amor...
Zebedeo: ¿Y cómo son? ¿Qué le picó a ésta? Algunas quieren meterse a monja.
Lyonor: No, no, no fue así.
Zebedeo: ¿Cómo, entonces?
Lyonor: Está bien. Se lo diré para quitarle esa curiosidad. No puede usted estarse en
ascuas delante de ella...
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Zebedeo: Está bien. Dígamelo.
Lyonor: Pero en voz baja.
Zebedeo: Aquí, para que la oiga bien.
Lyonor: Claro. Estaba ella en el lecho con su amado, cuando la encontró...
3.
En el desván.
Penumbras.
Entra Zebedeo sigiloso.
De pronto se vuelve un bulto que no se distinguía: es Teresiña. Es una muchacha muy
hermosa, dulce.
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Ella lo hace; se tiende de espaldas, para que él le pegue en la nuca. Zebedeo levanta el
palo y se dispone a pegarle. Se vuelve y lo mira un largo momento.
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Teresiña se vuelve, le besa las manos. Le lame el dorso de las manos.
Zebedeo: Déjeme.
Teresiña: Voy a mostrarle. ¿Ve este? Es para la pechera de un vestido de novia... ¿Ve
aquí las estrellas? No, no ve nada. Acerquése.
Zebedeo: No.
Teresiña: No voy a comérmelo.
Zebedeo: Usted es una muchacha maldita. Yo no voy a dar un paso hacia usted.
Teresiña: Entonces lo daré yo.
Zebedeo: No se acerque a mí, porque la mato.
Teresiña: ¿Puede ver el encaje desde allí?
Zebedeo: Sí.
Teresiña: Es de novia. Con este encaje pensaba casarme. Ponérmelo así sobre el corpiño
(le muestra) y recibir la bendición del cura. Pero no pudo ser... ¿Cómo me queda?
Zebedeo: ...
Teresiña: No hay aquí ni un espejito en que pueda contemplarme. Dígame, buen señor,
cómo me queda.
Zebedeo: ...
Teresiña: O déjeme mirarme en sus ojos.
Zebedeo: ¡No! Le queda bien.
Teresiña: A lo mejor tendría que ser más ceñido. Así.
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Zebedeo: Un pecado hizo.
Teresiña: Esta Vieja y Leopoldina lo pusieron lejos mío. Pero él me quería.
Zebedeo: un pecado grande.
Teresiña: En el amor no hay pecado.
Zebedeo: Ese es un dicho de las brujas.
Teresiña: Porque usted no ha querido nunca, no sabe lo que es perder al amado. El me
llamaba: ‘Ven, palomita mía, ven’, y yo iba. Y yo lo llamaba: ‘Ven, halconcito mío’, y
él venía. Mire, tanto bordar aprendí a bordar la violeta. Nadie en toda Cambados la sabe
hacer... se precisa mucha maña... Venga, mire. Ah, para qué le digo. Usted no vendrá.
Me tiene más odio que a la peste negra.
Zebedeo: Yo no la odio.
Teresiña: Viene a matarme.
Zebedeo: Vengo a librar este pueblo de un mal.
Teresiña: Ay, pobre de mí.
Zebedeo:...
Teresiña: Abandonada de Dios y de todos. Sufro este castigo porque odian a mi padre.
Él ha sido violento, pero justo. Trató a los campesinos con dureza y eso le reprochan.
Quieren vivir de jolgorio en jolgorio.
Zebedeo: Su padre la maldijo a usted.
Teresiña (enfurecida): ¡Mentira!
Zebedeo: Su padre la echó de su casa.
Teresiña: ¡Esta Vieja y Leopoldina se pusieron de acuerdo para sacarme de allí, del lado
de mi padre! Porque estaban enamoradas de él y lo querían para ellas solas...
Zebedeo: Su padre...
Teresiña (tapándose los oídos): ¡Cállese, cállese!
Largo silencio.
Zebedeo: Borde.
Teresiña (obediente): Sí.
Zebedeo: ¿Quién es Leopoldina?
Teresiña (abstraída, como catatónica): ¿Qué?
Zebedeo: ¿Quién es Leopoldina?
Teresiña: Mi madre.
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Zebedeo: La mujer de su padre?
Teresiña: No, mi madre.
Largo silencio.
Zebedeo piensa lo que le parece un acertijo de parentescos.
Teresiña: Creo que con el tiempo me saldrá un león. Vengo practicando. Pero no pasa
de gato. ¿Quiere verlo?
Zebedeo: Sí.
Zebedeo: ¿No habrá una luz, una ventana que se pueda abrir?
Teresiña: No. Venga, mire el a medias león.
4.
Momentos después.
Zebedeo está sentado junto a ella sobre el arconcito, ella borda, lo besa muy cariñosa, le
muestra el bordado.
Teresiña: La gente aquí hace muchos cuentos de hadas. Y los cuentos de hadas son
como los sueños, que varían según el humor del durmiente. Cene usted una fabada y
tendrá pesadillas. Para uno es un sitio donde no hay ley y donde la gente ama u odia a
simple vista y todos tienen sus virtudes y vicios claramente escritos en el rostro. Para
otro es una campiña llena de castillos donde viven dulces damas vestidas de seda,
hilando y cantando mientras hilan, y nobles caballeros que libran combates entre sí en
los claros del bosque... No hay dos mentes que vean igual el país de las hadas. Por eso
se habla mucho, se hace chisme, se quiere que la gente común viva como esos seres de
sueño...
Zebedeo: No se aburre de bordar?
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Teresiña: ¿Qué quiere que haga todo el día acá encerrada?
Zebedeo:...
Teresiña: También hago la digestión. Recuerde que me comí siete hombres antes de que
usted llegara.
Zebedeo ríe.
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Zebedeo: ¡No diga esas cosas! ¡Habla como una bruja!
Teresiña: Usted es bruto y no observa la Naturaleza bien. No sabe en qué consiste la
ciencia médica.
Zebedeo: Déjese de tonterías.
Teresiña: Ase en el fuego unas castañas.
Zebedeo: No harán humareda?
Teresiña: No.
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Zebedeo: Es noche cerrada. La luna está alta.
Teresiña: Cómo lo sabe?
Zebedeo: La siento.
Teresiña: ¿Usted? Solo las mujeres sienten el movimiento de la luna en el cuerpo.
Zebedeo (se toca la sien): La siento aquí.
Teresiña: Qué extraño. ¡No se vaya!
Zebedeo: ¿Y qué quiere que haga?
Teresiña: Lléveme con usted.
Zebedeo: No, no.
Teresiña: Voy a ser buena.
Zebedeo: No.
Teresiña: Verá lo buena que soy. Y algún día tendré tierras.
Zebedeo: No, he dicho.
Teresiña: Quédese a dormir acá. Mañana hablaremos.
Zebedeo: ¿Quedarme con usted, una señorita?
Teresiña: Soy una loba.
Zebedeo: Ah, pero si yo no le creo.
Teresiña (se despeina con rabia): Ya verá, ya verá. No saldrá por esa puerta.
Zebedeo: No veo cómo habrá de impedirlo con esas manos pequeñitas que tiene...
Teresiña hace el gesto de abrir el arcón, pero Zebedeo es más rápido. Lo abre y saca de
ahí una piel de lobo. Rápidamente la echa al fuego, se aparta a unos pasos y abraza a
Teresiña que lucha por zafarse de él para rescatar la piel. Aúlla, se desespera.
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Zebedeo: Y quién mira lo que usted quiere o no? Se casará conmigo. Con ese encajito
tan precioso sobre el corpiño...
Teresiña: Mire; si un pelo me quedara de la piel, lo más grande que iba a quedar de
usted era una oreja...
Zebedeo: Ya no sirve ser brava, Teresiña. ¡Abra, señora Lyonor! ¿Dónde se habrá
metido esa Vieja? Estará dormida...?
Teresiña: Habrá huído a robar el oro de los arcones de mi padre. La Vieja Bruja tiene
ojos por todas partes. Hasta en la espalda los tiene. Estará celosa de usted. ¡Seguro que
se enamoró de usted también! ¡De siete hombres se enamoró, la insaciable! ¡Hasta de
mi padre! ¡Mi padre para quien yo era la luz de sus ojos y ella me apartó! El me
llamaba: ‘Ven, palomita mía, ven’, y yo iba. Y yo lo llamaba: ‘Ven, halconcito mío’, y
él venía. Entonces yo me acostaba con él porque allá abajo la noche es fría y el calor si
no es del cuerpo humano no escuece...
5.
Lyonor: No puede llevársela: está maldita.
Zebedeo: La curé.
Lyonor: Ese mal no se cura.
Teresiña: ¡Vieja bruja!
Lyonor: Cállate. ¿Le dijo lo que hizo?
Zebedeo: Me lo dijo usted.
Lyonor: Se lo escondiste, ¡serpiente!
Zebedeo: Quemé la piel. Huela el aire.
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Lyonor: Crédulo. ¿Cómo sabe usted que no se vendrá loba cuando esté en su casa?
Zebedeo: No lo hará, no...
Lyonor: Ha cobrado el vicio. Está cebada. Este mal no se cura.
Zebedeo: La vigilaré.
Lyonor: ¿Cómo sabe que mañana no le parirá una hija y la devore como se comió a los
otros siete?
Teresiña: ¡Yo no me comí a nadie!
Lyonor: ¡Mentirosa!
Zebedeo: Veré de... La mantendré enjaulada.
Lyonor: ¡No podrá! El lobo hace el cuerpo flaco y pasa por cualquier hendija. Al lobo,
si no se le hiere de muerte es peor. De noche les crece el corazón y son muy valientes.
Debió haberla matado.
Zebedeo: ...Quemé la piel...
Lyonor: Eso no basta. El padre es lobo y ella es loba. Su hijo lo será. No respetan la ley
de Dios. Son una raza inmunda. Los perreros llevan los perros a la iglesia de Dios y los
perros huyen de la iglesia. Así son ellos. ¿Qué hará usted, el pobrecito, cuando entre un
día a su casa y la encuentre a esta ayuntada como las bestias con su propio hijo, tal
como la encontró la pobre señora, en el lecho, con el padre?
Teresiña (se tapa las orejas): ¡Cállate, cállate!
Zebedeo: Enviaré a mis hijos a estudiar con los curas.
Lyonor: Volverán cuando sientan el llamado. No podrá evitarlo.
Zebedeo: Los enviaré lejos, a Portugal...
Lyonor: ¡Vendrán igual, aunque los envíe al otro lado del Oceáno! Arruinarán su
nombre comiendo carne humana, holgándose entre ellos... Pestes, lacras, escorias, eso
son. Mátela ahora mismo.
Teresiña: ¡¡No!!
Zebedeo: No puedo. Aunque quisiera, no puedo. Hágalo usted.
Lyonor: no. Usted quemó la piel. Sólo usted puede.
Zebedeo: No...
Teresiña: no tienen derecho a discutir mi muerte así, como si yo fuera un cachorro de un
perro paria, un mal nacido... (A Lyonor) ¡A ti te espera la horca! Y a usted, a usted...
(hace el gesto de abalanzarse, pero se queda).
18
Zebedeo: Me la llevo.
Teresiña (a Lyonor): Ahí tienes. (Cae de rodillas delante de Zebedeo y le lame las
manos). Seré tu perro, tu esclava. Comeré de tu mano, me darás de patadas, pero no me
iré de tu lado...
Lyonor: Usted me da pena, Juan Zebedeo.
Zebedeo: Soy un hombre bueno.
Lyonor: Necio. No tendrá toda la vida para deshacerse de ella. Mucho menos para
matarla. Cuando cruce la frontera, perderá el derecho...
Teresiña (se acerca a Lyonor y le da un cachetazo, feliz): Vieja zorra.
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Zebedeo: ¿Y cuándo tengas hambre, qué harás?
Teresiña (se encoge de hombros): ...
Zebedeo: Te comerás a un extraño...?
Teresiña: habrá extranjeros de vez en cuando en tu tierra, viajeros...
Zebedeo: No, eso no lo harás.
Teresiña: Me dejarás morir de hambre?
Zebedeo: Sí.
Teresiña: Me volveré contra ti.
Zebedeo: Ya veremos.
Teresiña: Viviremos en guerra constante. Mi hambre y tu desesperación por calmar mi
hambre...
Zebedeo: Sí.
Teresiña: Viviremos en la ira.
Zebedeo: La ira es una fuerza.
Teresiña: ¿Cómo podremos, así...?
Zebedeo: ...y la guerra constante será nuestra paz.
Teresiña: Marido, yo no sé si pueda... la pureza es un reino que a mí...
Zebedeo: Ya me has dicho marido.
Teresiña: Yo...
Zebedeo: Ya me dijiste marido, Teresiña. Ya hemos empezado.
Apagón final
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