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Ferreyro, Esteban

Wittgenstein y la autonomía del lenguaje : una aproximación a


las investigaciones filosóficas / Esteban Ferreyro ; con prólogo
de Federico Penelas. - 1a ed. - Mar del Plata : Universidad
Nacional de Mar del Plata, 2012.

ISBN 978-987-544-444-7

1. Filosofía. 2. Lenguaje. I. Penelas, Federico, prolog. II. Título


CDD 107

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Garay 3648, Mar del Plata, Argentina.

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3. LAS INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS

A pesar de ser su obra más acabada, Investigaciones Filosóficas,


preparada para la publicación en 1945 y publicada póstumamente en
1953 al igual que toda la obra correspondiente a esta segunda etapa,
no consiste en la exposición sistemática de una teoría del significado,
sino en el estudio de los usos efectivos de ciertas expresiones y la
discusión de ciertas concepciones filosóficas tradicionales,
especialmente las contenidas en el Tractatus. Por ese motivo, lo que
podríamos llamar la concepción wittgensteiniana del lenguaje en
esta etapa es más bien una recopilación y posterior sistematización
de un conjunto de conclusiones provisorias extraídas durante
aquellas discusiones.
Para entender cómo eso puede constituir un pensamiento
filosófico es necesario considerar una cuestión metodológica de suma
importancia. El Tractatus ofrecía una concepción del lenguaje de
acuerdo con una forma clásica de hacer filosofía en el siguiente
sentido: es una construcción realizada a priori y consecuentemente
sus pretensiones de validez alcanzan todo lenguaje posible. En
oposición a esto, uno de los más importantes giros del pensamiento
posterior de Wittgenstein consiste precisamente en el abandono de
esa perspectiva para hacer filosofía, lo que se traduce en una
naturalización de los estudios sobre el lenguaje. La perspectiva
apriorista ya no se asume como un punto de partida posible y es
reemplazada por un estudio de los usos efectivos del lenguaje. El
punto de partida de la reflexión no puede ser otro que el de la vida
del lenguaje, aquel espacio de conversación e interacción en el que las
expresiones cobran significado, aquel en el que aprendemos a hablar
y en el que estamos situados cuando surgen los interrogantes. En
relación con lo anterior, entonces, resulta oportuna una segunda
consideración metodológica: Wittgenstein abandona también la
circunscripción fregeana a la semántica como estrategia para la
investigación del significado, involucrando los factores pragmáticos y
sintácticos en la investigación. Podríamos decir que abandona la
separación tajante entre sintaxis, semántica y pragmática, lo que
!33

lleva a la consideración, por ejemplo, de diferencias semánticas y


sintácticas como determinadas por el uso que se hace de las
expresiones, es decir, por factores pragmáticos.
Ahora bien, las Investigaciones consisten en un enorme enjambre
de observaciones y discusiones acerca del modo en que se usan
expresiones como ‘lenguaje’, ‘pensar’, ‘comprender’, ‘seguir una
regla’, del modo en que nos inclinamos a usar esas expresiones y de
las acciones no lingüísticas relacionadas con ellas. De esta manera,
no hay un conjunto de afirmaciones que establezcan el fundamento
de las demás ni una explicación sistemática de cómo funcionaría todo
lenguaje posible. No obstante, sí hay algunas tesis filosóficas muy
generales ―especialmente en torno al lenguaje, pero de gran
alcance― contra las que están dirigidas muchas de aquellas
discusiones, y en contraposición a las cuales Wittgenstein construye
su nueva concepción. Dos de esas tesis o conjuntos de tesis son las
que podemos llamar esencialismo y factualismo.19 Será importante
tener presente que lo que abarcamos bajo cada uno de esos títulos no
son tesis o teorías filosóficas concretas, sino más bien visiones muy
generales acerca del modo en que funciona el lenguaje y el
pensamiento conceptual que Wittgenstein analiza cuidadosamente y
cuyos supuestos tiende a criticar. Esas visiones generales dan forma y
son compartidas por muchas teorías diferentes que pueden incluso
diferir enormemente entre sí. Las concepciones del significado de
Frege, Russell y el propio Tractatus, para poner un ejemplo, son
formas tanto de esencialismo como de factualismo, aún cuando se
opongan en muchas de sus construcciones teóricas sobre ello. En lo
que sigue vamos a abordar primero el esencialismo y luego el
factualismo. Más tarde podremos advertir cuán relacionadas se
encuentran estas visiones como partes de una concepción aún más

19
Cabe aclarar que los dos ejes que aquí propongo no pretenden agotar o clasificar en dos
partes el pensamiento de Wittgenstein; más bien son dos ideas que por su relación con
muchas de las cuestiones tratadas por Wittgenstein resultan de utilidad para trazar un
recorrido por su pensamiento, especialmente por aquello que resulta relevante a los fines de
este trabajo.
!34

general; por ahora convendrá mantenerlas por separado a fin de


adentrarnos en ellas.

Antiesencialismo

Comencemos por esto: ¿por qué el esencialismo como objeto de


crítica? Si recorremos la historia de la filosofía no es difícil advertir la
importancia que cobran las definiciones de ciertos conceptos; y
ofrecer una definición es ofrecer una lista de los caracteres esenciales
de alguna cosa. Entonces, cuando explicamos qué es un perro o ―si
atendemos ahora al giro lingüístico― cuando explicamos el
significado de la palabra ‘perro’ formulamos una definición. Y cuando
comprendemos ese significado es porque captamos las cualidades
que tiene que tener algo para ser un perro. De esta manera, la
explicación y la comprensión del significado de una expresión son
entendidos tradicionalmente como ligados al concepto de esencia.
La tesis esencialista puede adquirir una variedad formas. A fin de
formularlas, podemos tomar el siguiente esquema como punto de
partida:
φ es A y B, necesariamente, por sí mismo
Donde φ es un predicado ―normalmente de clase natural― y A y
B es un conjunto de predicados20 que define al anterior. Un modo de
ejemplificarla sería “El humano es bípedo e implume,
necesariamente, por sí mismo”. Con lo que diríamos entonces que es
esencial a los humanos ser bípedos e implumes. El esquema, como
puede verse, contiene dos cláusulas, una modal y una de realidad, las
cuales será necesario explicar por separado.
La cláusula modal. El agregado de “necesariamente” tras la
definición implica que nada sería un φ si no poseyera a la vez las
propiedades A y B. Es decir, al ser ambas condiciones necesarias,
basta con que una de ellas falte para que algo ya no sea un φ. Por otro

20
Sólo por simplicidad en la exposición estipulamos aquí un conjunto de dos elementos. La
lista de predicados en el definiendum variará, por supuesto, de acuerdo con el concepto a
definir.
!35

lado, decimos que la conjunción de A y B es una condición suficiente


para predicar de un individuo x que es un φ con independencia del
resto de sus propiedades. Aquello de lo que hablamos puede poseer
un sinnúmero de características además de A y B, pero basta con la
presencia de estas dos para decir que es un φ. De este modo, la tesis
esencialista implica que la relación entre las definiciones, las
cualidades y los individuos es de la siguiente manera:

H
x
D I
C y

E J
A
B K
F G

N
L
z M

En el gráfico cada uno de los conjuntos representa a un individuo


y cada letra en su interior una cualidad que le pertenece. Los
individuos x, z e y poseen cada uno de ellos muchas propiedades,
pero todos comparten A y B, lo que los hace a todos pertenecientes a
la clase de los φ. Aunque algunas propiedades son compartidas por
dos de los individuos, decimos de ellas que son contingentes con
respecto a φ, porque no son determinantes para el uso de este
predicado. En efecto, hay individuos de los que predicamos φ sin
predicar esas propiedades. En nuestra definición anterior, el núcleo
compuesto por A y B son las cualidades de bípedo e implume. Algo
puede no ser vertebrado o racional, pero no puede carecer de una de
aquellas dos cualidades sin dejar de ser un humano y, si las posee,
puede ser o no muchas otras cosas pero ello será irrelevante para su
condición de humano.
La cláusula de realidad. La expresión “por sí mismo” añade a lo
anterior una calificación acerca del status ontológico de la necesidad.
Suele distinguirse entre dos tipos de modalidades: con “modalidades
de re” se alude a que las posibilidades, necesidades, etc. pertenecen a
!36

las cosas del mundo por sí mismas con independencia de nuestra


consideración. Con “modalidades de dicto”, por el contrario, se dice
que esas características no son constitutivas de las cosas mismas sino
de nuestro modo de considerarlas, ya sea que se las atribuya a un
esquema conceptual o a un lenguaje.
Así pues, teniendo en cuenta lo anterior, podemos distinguir
distintas formas de esencialismo, de acuerdo con el tipo de esencias
que postulan:
Esencialismo en sentido fuerte es el que sostiene la interpretación
de re de las modalidades, es decir, el que mantiene ambas cláusulas,
la modal y la de realidad, para las definiciones de todos los términos
de clase (al menos los de clase natural). Aristóteles, por ejemplo,
mantenía esta concepción.21
Esencialismo en sentido débil es el que mantiene una
interpretación de dicto de la necesidad, excluyendo la cláusula de
realidad. Así, aunque no pertenezcan a las cosas por sí mismas, hay
para toda expresión un conjunto de condiciones necesarias y
conjuntamente suficientes de su aplicación. Es lo que Locke llamó
esencias nominales, para distinguirlas de las anteriores, a las que
llamó reales.22
Ahora, lo anterior puede aplicarse al uso de cualquier palabra del
lenguaje corriente en la medida en que se conciba su aplicación como
dependiente de que se satisfaga un conjunto de condiciones, pero
resulta especialmente interesante cuando lo consideramos en
relación con aquellos conceptos acerca de los cuales debatimos los
filósofos. En torno a aquellos como los de humano, conocimiento,
tiempo, significado y muchísimos más se han ofrecido ―y se
seguirán ofreciendo― una multitud de definiciones de ese tipo, es
decir, en términos esencialistas. Es en este sentido que el Tractatus
ofrece una teoría esencialista del significado lingüístico. Considera
que hay un funcionamiento uniforme de todo el lenguaje o, en otras

21
Véase, por ejemplo, Metafísica 1022a 25-30
22
Locke (1999) Libro III, Capítulo III, §15, pp. 406-7
!37

palabras, que hay un conjunto de condiciones necesarias y


conjuntamente suficientes para la aplicación de la palabra ‘lenguaje’
y que, además, ese conjunto puede establecerse ―descubrirse― de
una vez y para siempre. Ello consiste en una única condición que es,
como ya se vio, la de figurar posibles estados de cosas. A su vez, esto
es posible porque toda proposición, necesariamente, está compuesta
de nombres por medio de los cuales logra referirse a los objetos del
mundo y porque comparte con el hecho su forma lógica.
Pero, además, el Tractatus responde a una forma de esencialismo
en torno al lenguaje que luego se llamó concepción agustiniana del
lenguaje. Este título se debe a que Wittgenstein comienza las
Investigaciones con una cita de las Confesiones de Agustín en la que
expone el modo en que cree haber aprendido el uso de las palabras.
Es la idea de que las palabras son en general nombres de cosas y que
aprendemos sus significados porque alguien nos señala esos objetos
usando las palabras. Como decíamos antes, la importancia de lo que
refiere Agustín no radica en su presentación de una teoría en
particular, sino en que pone de manifiesto un núcleo compartido por
muchas teorías acerca del funcionamiento del lenguaje. Ahí se hace
patente el conjunto de supuestos que comparte la mayoría de los
filósofos, desde Platón hasta Bertrand Russell y el mismo Tractatus.
Estos supuestos son:
A1. Toda palabra tiene un significado
A2. El significado es algo correlacionado con la palabra.
A3. El significado es el objeto por el que está la palabra.23
Estas son las tres tesis que se encuentran a la base de la
concepción general según la cual las palabras son nombres de objetos
y, por tanto, la función esencial del lenguaje es la de representar.
Asimismo, esta concepción da lugar, entre otras, a las siguientes
tesis:
A4. Las oraciones son combinaciones de nombres.

23
IF §1.
!38

A5. El significado de una oración es determinado por el


significado de sus constituyentes.
A6. El significado no varía por el contexto en que se usa una
expresión.
A7. La definición ostensiva traza una conexión entre el
lenguaje y el mundo.
A8. Comprender una palabra es realizar mentalmente aquella
correlación.
A9. El significado refleja la esencia del mundo.24
Ahora bien, uno de los modos en que Wittgenstein comienza a
deshacer ese entramado es simplemente abandonar aquellos
supuestos iniciales y comenzar a investigar cómo de hecho usamos el
lenguaje y qué hacemos con él. Por eso en las Investigaciones,
inmediatamente después de presentar la visión agustiniana, propone
lo siguiente:
Piensa ahora en este empleo del lenguaje: Envío a alguien a comprar.
Le doy una hoja que tiene los signos: “cinco manzanas rojas”. Lleva la
hoja al tendero, y éste abre el cajón que tiene el signo “manzanas”;
luego busca en una tabla la palabra “rojo” y frente a ella encuentra
una muestra de color; después dice la serie de los números cardinales
―asumo que la sabe de memoria― hasta la palabra “cinco” y por cada
numeral toma del cajón una manzana que tiene el color de la muestra.
―Así, y similarmente, se opera con palabras. […] ―¿Pero cuál es el
significado de la palabra “cinco”? ―No se habla aquí en absoluto de
tal cosa; sólo de cómo se usa la palabra “cinco”. (IF §1)

Observemos con cuidado el ejemplo. De esas tres palabras una se


usa con ayuda de una tabla, otra como parte de una secuencia que es
necesario saber de memoria, y otra como una etiqueta. Sólo ésta
última, la palabra ‘manzanas’, tiene la función de nombrar un
conjunto de cosas. Con esto podemos advertir que no todas las
palabras tienen significado por nombrar un objeto, lo cual implica el

24
Extraigo aquí las tesis más importantes para una introducción teniendo en cuenta los fines
de este trabajo. Para una caracterización exhaustiva de concepción agustiniana véase Baker
& Hacker (1985) pp. 1-27.
!39

rechazo de la tesis A1-A3, y con ello, de todo el modelo agustiniano.


Para comenzar, la frase “cinco manzanas rojas” contiene palabras
que se usan de maneras muy diferentes, que no son nombres, y en
consecuencia deberíamos abandonar la idea de que una oración sea,
o sólo pueda ser, una combinación de ellos, es decir, lo que se
sostenía en A4.
De la misma manera, si atendemos a los usos de aquellas palabras
podemos tomar nota de que cada una requiere una habilidad
diferente de parte del hablante. El signo ‘manzanas’ exige conocer
que la etiqueta en el cajón hace referencia a los objetos que podemos
encontrar dentro de él; la palabra ‘cinco’, a su vez, requiere recordar
de memoria una serie; y finalmente, ‘rojas’ requiere saber usar una
tabla en la que se asocian palabras y muestras de color. Esa variedad
de destrezas que se requiere para interactuar con otras personas
usando palabras es muestra de un punto importante al que se
arribará más adelante en las Investigaciones, que «entender un
lenguaje significa dominar una técnica»25 o una variedad de técnicas.
Y comprender una palabra, en consecuencia, no se puede reducir al
conocimiento de aquello que nombra, que es lo que afirmaba con A7
y A8.
Por otra parte, ¿podríamos considerar a esa oración como una
representación de un estado de cosas? Ciertamente eso sería posible
dado cierto contexto; por ejemplo, si estuviera incluida en el informe
de stock de la frutería. Pero no sería razonable considerarla de esa
manera en el caso que describe Wittgenstein. Allí es una nota que
una persona lleva para entregársela a otra con una finalidad
diferente. Como tal, sólo tiene sentido porque existe la práctica social
de comprar y vender cosas, y porque el vendedor desempeña una
función particular dentro de ella. De hecho, el uso de ese papel
podría ser completamente diferente: la oración “cinco manzanas
rojas” podría ser un informe de deuda que me envía el vendedor,
podría ser una aclaración acerca de una receta de cocina, el título de
un artículo que olvidé mencionarle al editor o un código secreto para

25
IF §199.
!40

cualquier otra cosa. Parece evidente, entonces que, contrariamente a


lo postulado por A6, el significado de una expresión sí varía de
acuerdo con el contexto social en que se la usa y, en consecuencia, ya
no puede decirse que el significado de la oración se encuentre
completamente determinado por el de sus componentes (A5) en
tanto haya una dependencia del contexto de uso.
Llegados a este punto, podemos decir: el lenguaje sirve a una
multitud de funciones, y representar es sólo una de ellas.26 Puede que
sea una función muy importante, pero no nos va a servir para
explicar por medio de ella todas las otras funciones del lenguaje
como representaciones derivadas o disfrazadas. Pero ahora, si
representar no es la esencia del lenguaje, sino una de sus muchas
funciones posibles, entonces ¿qué es lo común a todos los usos del
lenguaje? O, de otro modo ¿qué características de un fenómeno
determinan que usemos la palabra ‘lenguaje’ para referirnos a él?
Para dar una respuesta a lo anterior atendamos primero a la idea
que subyace a la pregunta, la idea de que hay características comunes
a todas las aplicaciones de una palabra o expresión. Consideremos el
uso de una palabra cualquiera, ‘juego’, por ejemplo. Existen juegos de
lucha, de pelota, de tablero, de cartas, de computadora, de rol,27 de
soga, etc. ¿Qué es común a todos ellos? ¿Diríamos de todos los juegos
que involucran, por ejemplo, la competición entre sus participantes?
Ciertamente no: los niños y niñas cuando juegan a asumir el rol de
médico, cuando juegan a las muñecas, o cuando juegan dentro de un
pelotero, no compiten como parte del juego; sin embargo, esto es
algo que, al parecer, resulta constitutivo de la mayoría de los juegos
de cartas y deportes como el fútbol. Por otra parte, ¿Hay reglas en
todos ellos? Supóngase que una niña toma una pelota de tenis, la
lanza al aire y la ataja, luego pinta un rostro en ella y le construye un
cuerpo en la arena. Sin lugar a dudas, la niña está jugando, pero no
hay reglas ―reglas que pertenezcan al juego― que ella pudiera
transgredir. Por otro lado, hay reglas que son constitutivas de

26
Véase IF §12.
27
Aquel en que los niños juegan a ser policías, ladrones, vendedores, cocineros, médicos, etc.
!41

muchos juegos: no podríamos jugar sin reglas al ajedrez. Así, no


todos los juegos, aunque sí muchos, involucran la competencia, y lo
mismo vale para las reglas.
Podríamos pensar, sin embargo, que todos los juegos son
divertidos, o que al menos tienen al entretenimiento como algo
fundamental en ellos. Esto de seguro es verdadero para muchos de
los juegos, pero no en todas las situaciones en las que alguien juega
tiene al entretenimiento por finalidad, ni se entretiene o divierte en
absoluto. El fútbol ―o cualquier otro deporte― es divertido para
quienes lo juegan en una determinada situación, pero no
necesariamente lo es para un jugador profesional, y es claro que en
ambos casos decimos que es un juego. En muchas situaciones la
finalidad de los jugadores es obtener dinero; es lo que sucede cuando
se juega al poker, por ejemplo, aunque no siempre. En esos casos,
podríamos decir, las situaciones más similares a las del nacimiento
del juego conservan el elemento lúdico, pero eso comienza a
desdibujarse con su profesionalización. No obstante, seguimos
afirmando que todos ellos son juegos aún cuando los participantes no
lo hagan por diversión. Por último, si un niño juega a pintar, y sigue
haciéndolo hasta que, luego de años, se convierte en un artista. ¿En
qué momento reemplazamos ‘juego’ por ‘arte’ para describir lo que
hace? ¿Y qué es lo que ha cambiado? Tal vez diríamos que ahora gana
dinero, o que sus obras son valoradas en ciertos ámbitos de la
sociedad, pero eso también sucede con un jugador de fútbol. Vemos
cómo de pronto nos encontramos en un enjambre de usos y
condiciones, y que todo aquello que nos parecía ser la esencia del
juego resulta inútil para dar una definición.

No digas: “Tiene que haber algo común a ellos o no los llamaríamos


‘juegos’”―sino mira si hay algo común a todos ellos. ―Pues si los
miras no verás por cierto algo que sea común a todos, sino que verás
semejanzas, parentescos y por cierto toda una serie de ellos. (IF §66)

En efecto, aún cuando ninguna de esas características sea común


a todos los casos, aún cuando la competición, las reglas, la diversión,
etc. no estén presentes en todo lo que llamamos ‘juego’, es verdad
!42

que sí lo están en la mayoría de ellos. De todo esto concluye


Wittgenstein:
Vemos una complicada red de parecidos que se superponen y
entrecruzan. Parecidos a gran escala y de detalle.

No puedo caracterizar mejor esos parecidos que con la expresión


“parecidos de familia”; pues es así como se superponen y entrecruzan
los diversos parecidos que se dan entre los miembros de una familia:
estatura, facciones, color de los ojos, andares, temperamento, etc.,
etc. ―Y diré: los 'juegos' componen una familia. (IF §66-7)

En otras palabras, parece que podemos usar una expresión sin


que existan características comunes a todas sus aplicaciones, que no
necesitamos condiciones necesarias y conjuntamente suficientes para
usar una palabra. Por eso el concepto de parecidos de familia viene a
oponerse precisamente al de esencia como lo designado por una
palabra. De esta manera el gráfico anterior sobre el uso de φ es
reemplazado por una estructura como la siguiente:

v w
u M P
U O
L N J
Y
Z A I
E B Q
F H G
D C
K
X
V R x
S
T
W
z y

Podemos ver que, aunque encontramos muchas coincidencias, no


hay ninguna propiedad común a todos los casos. Sin embargo, las
propiedades A, B, C, D y E son buenos indicios de encontrarnos ante
la presencia de un caso de φ. Más aún, son cualidades que por su
carácter central en el uso de φ son motivo de que se extienda su
alcance a nuevos casos, sólo por el hecho de compartir una de esas
propiedades. A esas características Wittgenstein las llama criterios:28

28
CAM p.52-3; IF §164.
!43

empleamos la palabra para una familia de casos y lo hacemos usando


diferentes criterios en distintas circunstancias. Más adelante en las
Investigaciones esto se aplica también a la palabra ‘leer’, donde tras
el análisis de varios casos se arriba a que «bajo diferentes
circunstancias aplicamos diferentes criterios para decir que alguien
lee».29 Años más tarde y con otra terminología Nelson Goodman
alcanza similares conclusiones en un análisis del concepto de ‘arte’,
denominando “síntomas de lo artístico” a lo que aquí venimos
llamando criterios.30
Por supuesto, no se está diciendo que todas las palabras
funcionen así, que no haya características comunes a todas las
aplicaciones de ninguna palabra. Eso es algo que debería
determinarse individualmente para cada concepto de un lenguaje y
en una época determinada, y es muy probable que podamos
encontrar esas definiciones para la mayoría de las palabras de
nuestro lenguaje actual. Lo único que con esto se rechaza es la
necesidad de un criterio unívoco para usar significativamente una
expresión, esto es, la necesidad de que haya un conjunto de
condiciones que determine todos los casos de aplicación. En otras
palabras, lo que deberíamos abandonar de acuerdo con lo que
venimos viendo es la idea de que necesitamos contar con una regla
que nos guíe a través de cada aplicación de una palabra.
Pero entonces, volviendo a nuestro tema central, ¿qué sucede con
el lenguaje? ¿Hay algo que constituya la esencia de todo lenguaje
posible? La respuesta de Wittgenstein es: no, ‘lenguaje’ es un término
asociado a parecidos de familia. Obsérvese la siguiente lista de usos
del lenguaje.

Dar órdenes y actuar siguiendo órdenes ―Describir un objeto por su


apariencia o por sus medidas ―Fabricar un objeto de acuerdo con una
descripción (dibujo) ―Relatar un suceso ―Hacer conjeturas sobre el
suceso ―Formar y comprobar una hipótesis ―Presentar los
resultados de un experimento mediante tablas y diagramas ―Inventar

29
IF §164.
30
Goodman (1990), cap. 4 “¿Cuándo hay arte?”.
!44

una historia; y leerla ―Actuar en teatro ―Cantar a coro ―Adivinar


acertijos ―Hacer un chiste; contarlo ―Resolver un problema de
aritmética aplicada ―Traducir de un lenguaje a otro ―Suplicar,
agradecer, maldecir, saludar, rezar. (IF §23)

Wittgenstein usa la expresión juegos de lenguaje para referirse a


esas prácticas por dos motivos: en primer lugar, para resaltar esta
diversidad de usos o funciones que abarca.31 Así, al igual que en los
juegos, cada una de esas prácticas posee sus propios fines y sus
propias reglas; y usar el lenguaje para saludar involucra una destreza
muy diferente a la necesaria para predecir hechos astronómicos, por
ejemplo. En segundo lugar, pero no menos importante, Wittgenstein
usa esa expresión para poner de relieve que «hablar el lenguaje
forma parte de una actividad o de una forma de vida».32 Para ver esto
con claridad podemos considerar el juego de lenguaje del comercio
de mercaderías: las palabras ‘comprar’, ‘vender’, ‘pagar’, etc., tienen
significado sólo porque hay una práctica social que las sustenta o,
mejor aún, porque forman parte de las reglas para cierto modo de
interactuar entre las personas; forman parte de un conjunto de
acciones lingüísticas y no lingüísticas que se encuentran entretejidas.
La expresión formas de vida que acaba de aparecer resulta
igualmente importante para esta manera de entender el lenguaje.
Con ella pretende Wittgenstein referirse a ese conjunto de acciones
no lingüísticas de carácter social. Constituyen la parte no lingüística
de los juegos de lenguaje. La práctica de saludar involucra
expresiones como ‘hola’, ‘chau’ y muchas otras, pero también el dar la
mano y realizar ciertos gestos a la distancia. Ambas formas de
expresión responden a una práctica, a una costumbre que tenemos de
saludar a los demás cuando los encontramos y cuando nos retiramos.
En el comercio de mercaderías toman parte muchas palabras pero
también el hecho de que tenemos esa costumbre con ciertas
características particulares. De este modo, podemos formular la

31
Véase al respecto IF §12.
32
IF §23.
!45

observación más general de Wittgenstein acerca del significado


lingüístico. En sus palabras:
Para una gran clase de casos de utilización de la palabra ‘significado’
―aunque no para todos los casos de su utilización― puede explicarse
esta palabra así: El significado de una palabra es su uso en el lenguaje.
(IF §43)

Ahora ¿por qué «no para todos los casos»? Porque hay
expresiones tales como “el significado de la vida” en las que la
palabra aparece pero no debe entenderse de este modo. Sin embargo,
esto pone de relieve una cuestión metodológica de suma importancia
que será oportuno aclarar. Y es que todos los usos del lenguaje no
pueden ser considerados simplemente porque muchos de ellos ni
siquiera existen todavía. La asociación de significado y uso no es otra
cosa que una generalización, producto del análisis de la práctica
lingüística efectiva, y por oposición a lo que sería el resultado de un
estudio puro del lenguaje, esto es, un estudio que ofreciera sus
características necesarias, su esencia,33 no puede ofrecernos sino
resultados parciales y provisorios. Dice Wittgenstein con respecto a
la construcción a priori de teorías :
[…] la característica de una teoría tal es que contemple un caso
especial, claramente intuitivo, y diga: "esto muestra cómo son las
cosas en todas las situaciones; este caso es el arquetipo de todos los
casos". […] Pues nos domina la ilusión de que lo sublime, lo esencial
de nuestra investigación consiste en que abarque una esencia
omnicomprensiva. (Z §444)

Por el contrario, aquella tesis es el resultado una investigación de


ciertos usos particulares del lenguaje, un estudio de los fenómenos a
los que nosotros ahora llamamos lenguaje. Y sucede que éste no es
algo dado, estático y uniforme, sino algo creciente, cambiante y
heterogéneo, al igual que las prácticas sociales de las que forma
parte. A cada momento surgen nuevas prácticas sociales y nuevas
expresiones asociadas a ellas; piénsese en el surgimiento de los blogs

33
Rorty (1993) p. 79-80.
!46

o las redes sociales tras la popularización del acceso a internet. Esas


prácticas han dado lugar a nuevos modos de interactuar entre las
personas y, en consecuencia, a nuevas expresiones lingüísticas que no
tienen sentido fuera de ese contexto.
Pero no es sólo que hay lenguajes que descubrir o usos
particulares que pudieran surgir, sino que además nuestro propio
concepto de lenguaje no es algo homogéneo ni estático. Por eso el
punto de partida de esta investigación son los conceptos de lenguaje,
significado, comprensión, etc., que encontramos como dados en
nuestra comunidad lingüística. Y nosotros usamos esas palabras de
acuerdo con algunas características muy comunes a los casos de
aplicación, pero también las extendemos a prácticas similares que no
poseen esas características. El propio punto de partida de la
investigación es un conjunto de conceptos cuyas características son
contingentes. Ahora, a pesar de lo anterior, con respecto a la
formulación del significado como uso es necesario aclarar que la tesis
de Wittgenstein, enmarcada dentro de su estudio naturalizado del
lenguaje, no carece de generalidad. Es más, aquella observación
sobre el significado podría ser verdadera para todos los usos del
lenguaje que conocemos. Lo que se le ha quitado, sin embargo, es el
carácter de necesidad que acompañaba a este tipo de tesis en el
modelo esencialista. Ya no valen ni la cláusula de realidad, ni la
cláusula modal que forman parte de ese tipo de teorías.
Volviendo a nuestro eje principal y para resumir podemos decir
que los significados no son cosas. Pensar que sí lo son era la
confusión principal a la que nos conducía la visión agustiniana del
lenguaje. Esto ya lo había advertido Wittgenstein mucho tiempo
antes en el Cuaderno Azul (1933-34) cuando decía: «Nos hallamos
frente a una de las grandes fuentes de confusión filosófica: un
sustantivo nos hace buscar una cosa que le corresponda».34 En
cambio, la explicación del significado en términos de uso dentro de
un juego de lenguaje ha puesto al descubierto algo que resulta de
suma importancia: que el de significado es un concepto normativo.

34
CAM p.27.
!47

Al igual que un juego como el ajedrez, cada juego de lenguaje posee


sus propias reglas y esas reglas determinan los usos correctos e
incorrectos de las expresiones. Wittgenstein usa la palabra
gramática para hablar de las reglas de uso de una expresión
particular así como de las de un juego de lenguaje completo. Así, por
ejemplo, decimos que la gramática de los colores incluye predicar del
rojo, el amarillo y el verde el predicado “color primario”, pero excluye
decir de algo que es rojo y verde a la vez, así como también las
expresiones “negro oscuro” o “blanco claro”.
Ahora, la concepción agustiniana, ejemplificada de manera
paradigmática en el Tractatus, decía que los significados reflejan la
estructura del mundo (la tesis A9), que las reglas para la formación
de proposiciones significativas ―la sintaxis lógica― refleja la forma
de la realidad, la forma lógica. Contrariamente a esto, Wittgenstein
afirma ahora que la gramática es arbitraria,35 esto es, que no
responde a ninguna realidad más allá de lo social, y defiende esa tesis
con una serie de argumentos, los cuales serán objeto de tratamiento
en el capítulo III de este libro. Por su parte, la tesis A7 sobre la
definición ostensiva, cuya crítica ha quedado pendiente, será
abordada hacia el final del próximo capítulo. Ésta es el blanco de
muchas discusiones de Wittgenstein y constituye uno de los caminos
hacia la tesis de la arbitrariedad de la gramática.
Para resumir, se vio hasta ahora el rechazo de Wittgenstein a toda
forma de esencialismo ―no sólo con respecto al lenguaje mismo, sino
también, en general, a la necesidad de un conjunto de condiciones
para el uso de cualquier palabra―, la visión agustiniana del lenguaje
fue reemplazada por otra que no supone la homogeneidad en su
funcionamiento y se incorporaron los conceptos de parecidos de
familia, juego de lenguaje y formas de vida. Fue así como arribamos
al concepto de regla, el cual será de suma importancia para lo que
vendrá más adelante.

35
GF §133, IF §497.
!48

Antifactualismo

Esta vez Wittgenstein lleva a cabo el desmantelamiento de una


concepción tan tradicional que cuesta encontrar un pensamiento en
la historia de la filosofía anterior a él que no lo haya dado por
supuesto.36 La idea de que hay hechos acerca del significado de
nuestras palabras ha sido tan difundida y considerada tan obvia que
en nuestros días sigue siendo difícil incluso explicar qué es lo que se
está rechazando cuando se presenta el argumento. Sin embargo, la
estructura e incluso las conclusiones de Wittgenstein no siempre han
sido vistas con claridad. La manera en que él argumenta sobre este
tema en las Investigaciones es, al igual que en los otros casos,
siempre parcial, analizando usos lingüísticos, reflexionando, pero
nunca presentando un argumento ordenado con una conclusión
definitiva. De modo que la discusión sobre el seguimiento de reglas y
el argumento contra el lenguaje privado por muchos años fueron
considerados como teniendo cierta relación pero como dos
cuestiones diferentes. Sólo en 1980, casi tres décadas después de la
publicación póstuma de las Investigaciones, otro filósofo tomó la
obra y la interpretó de la manera que ahora la vemos. Saul Kripke vio
en el centro de las Investigaciones la formulación de una paradoja
acerca del seguimiento de reglas.37 Esta es precisamente la
interpretación que aquí tenemos en cuenta y de acuerdo con la cual
veremos ahora el argumento. Lo primero será presentar lo que
llamamos factualismo semántico, el objeto de crítica.
La posición factualista es una tesis acerca del significado de las
expresiones lingüísticas que considera que el significado de una
proposición son sus condiciones de verdad y que, en consecuencia,
hay hechos acerca del significado ―a los que llamamos hechos
semánticos―. Tratemos de ver cómo es esta relación. Cuando
decimos que el significado de una proposición son sus condiciones de
verdad lo que estamos afirmando es que hay condiciones necesarias y

36
Gottfried Herder en el siglo XIX y luego Martin Heidegger quizá sean los únicos casos.
37
Kripke (1989).
!49

suficientes para que ésta sea verdadera y que esas condiciones son
constitutivas de su significado, es decir, se identifican con él. Una
consecuencia de esto es que comprender la oración involucra
comprender las situaciones en las que es verdadera y, por supuesto,
aquellas en las que es falsa. En otras palabras, lo que comprendo de
una oración es qué tiene que suceder para que sea verdadera. Cabe
aclarar, lo constitutivo del significado no es la verdad, sino sus
condiciones, pues una oración falsa también es significativa. En esto
se advierte que la cuestión de su significatividad es previa a la de su
verdad; para saber o averiguar si es verdadera, primero debe tener un
significado que podamos comprender.
Entonces, si nos preguntamos por las condiciones de verdad de “el
gato es gris”, diremos que tiene que haber un gato al que nos estamos
refiriendo y que tiene que ser de determinado color. Pero ¿qué
sucede si en vez de preguntarnos por las condiciones de verdad de
esa proposición, nos preguntamos por las de “Morel dice que el gato
es gris”? o, mejor, por las condiciones de verdad de “Morel quiere
decir que el gato es gris con el signo “el gato es gris””. ¿Qué debemos
responder en ese caso? La propuesta factualista consiste en decir que
hay un hecho que hace verdadera a esa proposición acerca de Morel,
concretamente, el hecho de que Morel tenga el estado mental
correspondiente. En otras palabras, lo que el factualismo dice es que
el significado de lo que decimos está determinado por nuestro estado
mental, que el significado de las palabras de Morel está determinado
por sus intenciones.
Como puede advertirse, una concepción del significado como ésta
es perfectamente compatible con la idea de un hablante único. Esto
es, pensar el lenguaje en términos de estados mentales del hablante
hace que sea concebible la posesión de lenguaje por parte de un
sujeto completamente aislado de una comunidad. Ese sujeto tendría
pensamiento y lenguaje aún cuando jamás hubiera interactuado con
otro ser humano, eso se debe a que lo que provee significado a las
palabras se encuentra ya disponible en él. Esta es la idea de un
lenguaje privado a la que criticará Wittgenstein como consecuencia
!50

del argumento sobre seguir reglas. Un lenguaje tal es aquel cuyos


significados son hechos o entidades sólo accesibles a un único
individuo. Si el significado de mis palabras se encuentra en mis
propios estados mentales, entonces estos son privados. Puedo tener
la creencia de que los demás atribuirán significados iguales o
similares a las palabras, pero nunca podrían ser algo compartido. El
argumento que presentaremos a continuación tendrá consecuencias
negativas para este tipo de concepción del lenguaje.
Lo que hace Wittgenstein es presentar una paradoja sobre el
seguimiento de reglas y lo que surge como conclusión del argumento
es una solución escéptica a la paradoja, al modo en que siglos antes
Hume presentara su respuesta positiva tras sus críticas a la noción de
causalidad. Así, la forma general de lo que vamos a ver es la
presentación de una paradoja basada en la concepción factualista del
significado, y, si no se puede ofrecer una solución, habrá que
abandonar algunos supuestos de esa concepción. De esta manera, el
argumento puede ser visto como terapéutico en la medida en que nos
presenta un desafío que nos hace advertir nuestros supuestos y será
nuestro fracaso al dar una respuesta lo que nos fuerce a abandonar
una visión metafísica del significado.
Comencemos entonces por lo siguiente: supongamos que nos
encontramos con nuestro amigo Martínez y nos pregunta por el
resultado de una suma cuyos sumandos son tan elevados que nunca
hemos realizado ese cálculo con dichas cantidades. Por simplicidad
podemos estipular que ese número es 57, de cualquier manera
siempre habrá un número, por alto que sea, que nunca hayamos
sumado. Entonces, él pregunta “¿57 más 68?” y nuestra respuesta
normal sería “125”. Pero ahora Martínez pregunta “¿por qué no 5?” y
sugiere que tal como yo usaba la palabra ‘más’ en el pasado mi
respuesta a la pregunta debería ser ‘5’. La sugerencia es, obviamente,
un disparate, pero nos vemos en el compromiso de responder por
qué estamos tan seguros de haber usado la palabra en el pasado de
una manera y no de otra. Una aclaración resulta oportuna: lo que
está cuestionando Martínez no es la corrección aritmética del
!51

resultado, sino la relación semántica entre la palabra ‘más’ y la regla


a la que me refiero. Lo que él hace es una pregunta de carácter
metalingüístico, es decir, pregunta por qué estoy tan seguro de que la
palabra refiere a una función determinada.
Está claro que la respuesta ‘125’ no puede deberse a que yo me
haya dado instrucciones explícitas en el pasado para responder a “¿57
más 68?” porque ya hemos establecido que es la primera vez que
hago ese cálculo. Sin embargo, estamos seguros de que el resultado
es 125 porque, aunque no nos hayamos dado instrucciones explícitas
acerca de cada cálculo, siempre nos hemos referido a la misma regla.
Y ésta, por supuesto, no se aplica sólo a el conjunto de cálculos
realizados en el pasado, sino infinitos casos. Pero ¿cuál es la misma
regla?
Martínez sugiere que si lo nombrado por la palabra ‘más’ es la
regla o función tás, entonces la respuesta correcta a su pregunta
debería en efecto ser ‘5’. La función tás, para la que usaremos el signo
‘⊕’, se define de la siguiente manera:
x ⊕ y = x + y, si x, y < 57
= 5 en cualquier otro caso
Como vemos, esta función es igual a más para todos los números
que son menores a 57, en cambio, si los números son mayores, el
resultado es siempre 5. De este modo, los usos de la palabra ‘más’ que
yo hice en el pasado son consistentes con ambas reglas. Cada caso es
tanto una aplicación de la función más como de tás. El problema es
que en este nuevo caso las reglas difieren y si yo siempre me referí a
la regla tás, entonces ahora debería responder ‘5’. Las respuestas ‘5’ o
‘125’ son aritméticamente correctas respecto de cada función. El
problema es qué regla nombra la palabra ‘más’ y las aplicaciones
realizadas en el pasado no nos sirven para decidir qué regla
aplicábamos. Lo que Martínez sugiere es que yo estoy
malinterpretando mi propio uso pasado de la palabra ‘más’. La
formulación de Wittgenstein nos sirve para resumir lo dicho hasta
ahora:
!52

Nuestra paradoja era ésta: una regla no podía determinar ningún


curso de acción porque todo curso de acción puede hacerse concordar
con la regla. La respuesta era: Si todo puede hacerse concordar con la
regla, entonces también puede hacerse discordar. De donde no habría
ni concordancia ni desacuerdo. (IF §201)

Ahora, no hay duda de que la hipótesis de Martínez es


disparatada. El problema es que, si esto es así, entonces debería
haber un hecho que desempeñe dos roles: primero, que hiciera
verdadero que mediante la palabra ‘más’ yo siempre, en el pasado y
en el presente, me he referido a la regla de la suma; segundo, que
hiciera correcta a la respuesta ‘125’ e incorrecta a ‘5’. Esto es
precisamente lo que llamamos hecho semántico, un hecho
constitutivo de mi querer decir una determinada cosa con una
determinada palabra, las condiciones necesarias y suficientes de mi
referirme a la regla más con la palabra ‘más’. Ese hecho es lo que nos
desafía a encontrar Martínez.
Consecuentemente con esos dos roles, una respuesta al desafío
debe satisfacer dos condiciones: debe dar cuenta de cuál sería el
hecho referente al estado mental constitutivo de que yo me refiera a
más y no a tás, y, a su vez, el hecho propuesto debe mostrar que estoy
justificado a dar la respuesta ‘125’. Esto mostraría que mi respuesta
no es arbitraria.
Hasta el momento hemos estado usando un modelo de cálculo
aritmético que asume que lo que yo me he dado es sólo un número
finito de instrucciones. Sin embargo, una descripción más razonable
de esa actividad reconocería que a pesar de que yo aprendo el
concepto de suma a partir de un número finito de cálculos, lo que
hago al aprenderlo es una extrapolación hacia una regla que vale para
infinitos casos. Es esa regla lo que está en mi mente y que yo uso para
realizar cada cálculo, sea nuevo o no. Esto puede resultar bastante
alentador, e incluso podría servir para descartar la hipótesis de que
siempre me he referido a tás, el problema es que esa regla de la que
ahora hablamos debe tener alguna formulación. Como sea que
expliquemos la regla de la suma, vamos a ofrecer una definición que
!53

contendrá varios conceptos, tales como contar, añadir, conjunto, etc.


Y está claro que cada uno de esos conceptos puede tener una
alternativa igualmente confirmada por los casos pasados pero que
ahora nos lleve a resultados diferentes. De modo que si seguimos
construyendo reglas tendremos un regreso infinito de ellas y a cada
paso no haremos más que aplazar la aceptación de que los supuestos
significados no son capaces de guiarme en el uso de la palabra.
Llegados a este punto podemos advertir varias cosas que se han
puesto de relieve, creo que dos de ellas son de suma importancia:
primero, la visión factualista atribuye la normatividad a los
significados. Piensa que lo que me guía al aplicar las palabra y hace
correctas unas respuestas e incorrectas a otras es una regla, y esa
regla se identifica con el significado de la palabra. En segundo lugar,
el significado es, de acuerdo con esa concepción, un estado mental
del hablante. Cuando yo comprendo el significado de una expresión,
formo en mi mente una regla que vale para infinitos casos de
aplicación.
Ahora ¿Hay algún hecho que determine lo que significan mis
palabras? Pues si no podemos ofrecer un hecho semántico, entonces,
si mantenemos los supuestos factualistas deberemos aceptar que no
hay nada significado por las palabras. En su libro, Kripke dedica
varias páginas a la discusión y rechazo de los intentos de respuesta.38
No es el objetivo de este libro realizar una discusión pormenorizada
de esas propuestas, pero cabe resumir los tres intentos principales y
los motivos de rechazo por parte de Kripke.
El primer intento de salida es lo que llamamos disposicionalismo.
Su respuesta al desafío consiste en decir que referirse a la suma
mediante ‘más’ es estar dispuesto, cuando se me pregunta por
cualquier suma ‘x + y’, a dar como respuesta la suma x e y. Afirmar
que yo en el pasado quise decir más es afirmar que si se me hubiera
preguntado acerca de ‘68 + 57’ yo habría respondido ‘125’. El hecho

38
Kripke (1989) pp. 29-50. Posteriormente, varios trabajos se han dedicado a analizar las
propuestas con más detalle y actualizar el debate. Satne (2005) discute y descarta varios
intentos de respuesta que se han ofrecido tras la publicación del libro de Kripke.
!54

semántico propuesto es un hecho disposicional de la misma manera


en que lo es la solubilidad en agua que tiene el azúcar. Esta respuesta
tiene varios problemas. En primer lugar, ¿Cómo podría algo de todo
esto indicar que ‘125’ era una respuesta justificada, correcta? Lo que
esta salida propone involucra que mi reacción será la respuesta
correcta, de modo que es imposible distinguir entre aplicaciones
correctas e incorrectas. En segundo lugar, el disposicionalismo
ignora el hecho de que yo soy un ser finito y que por eso mis
disposiciones también lo son. Pero la regla de la suma no lo es, y en
consecuencia reducir una función finita a un conjunto finito de
reacciones no parece resolver la cuestión. Tercero, el
disposicionalista no puede dar sentido a la afirmación de que el
hablante comete errores; todos tenemos disposiciones a cometer
errores, por lo que la función resultante de la lectura de las
disposiciones incluirá los errores. Para resumir, el disposicionalismo
no ofrece una explicación del aspecto normativo de la relación entre
mi significar la a adición mediante ‘más’ y mi respuesta, sino sólo una
descripción de qué es lo que hago.
Otro intento de responder al desafío consiste en apelar a la mayor
simplicidad de la función suma. Dado que la definición de la función
tás se da en términos de ésta, podemos concluir que la suma es más
simple y está presupuesta en aquella definición, por lo que siempre
debemos preferirla. Lo que sucede es que así como la función más se
tomó como primitiva para definir tás, también esto puede realizarse
de manera inversa, lo que nos llevaría a aceptar la mayor simplicidad
de tás. El punto ahora sería decidir por qué una de ellas debe tener
una prioridad. Por otra parte, la respuesta de la simplicidad pone al
descubierto un error común. El desafío no es de carácter epistémico,
es decir, no se pregunta por el conocimiento de un hecho semántico,
sino por su existencia; el escéptico argumenta que no hay ningún
hecho acerca de lo que quise decir. Las consideraciones en torno a la
simplicidad pueden ayudarnos a elegir con cuál quedarnos entre dos
o más hipótesis en competencia, pero no a decidir cuestiones
ontológicas. Nuestro desafiante sugiere que no parece haber ningún
!55

hecho acerca de un individuo que pudiera constituir su estado de


significación de más en contraposición al de tás; en contra de esta
afirmación las consideraciones sobre la simplicidad resultan
irrelevantes.
El tercer y último intento de respuesta considerado por Kripke
argumenta que nosotros conocemos de manera directa los hechos
semánticos. Es decir, sostiene que yo tengo un conocimiento directo
del hecho que hace que quiera decir más con el signo ‘más’. Según
esto, el acto de significar es una experiencia irreductible, con su
cualidad propia y especial reconocida por nosotros de manera
introspectiva. Sería similar a lo que nos sucede con un dolor de
cabeza, por ejemplo, donde tengo una experiencia de cierta cualidad.
Sin embargo, lo que sucede con esto es lo que sucedía con la
propuesta disposicionalista. El desafío es ofrecer un hecho que
explique por qué yo debería responder ‘125’, y la interpretación del
signo ‘más’ como tás es perfectamente compatible con todo lo que yo
haya pensado. Tener una experiencia con una cualidad específica
correspondiente al signo ‘más’ no puede ser relevante para decidir si
una de las respuestas es correcta. La experiencia en cuestión sólo
puede explicar por qué actué de cierta manera, dando una de las
respuestas, pero no puede justificarla. Parece que nuevamente
estamos dejando de lado el papel normativo que atribuíamos al
significado.
Si estos rechazos son correctos, si ningunos de los intentos logra
dar en el blanco ofreciendo un hecho constitutivo del significado, y
no siendo aceptable la conclusión escéptica de que las palabras no
significan nada, no quedará más alternativa que abandonar uno o
varios supuestos del factualismo. Podemos ahora volver a considerar
la estructura del argumento y notar que el rechazo del factualismo
por parte de Wittgenstein no se debe a un argumento construido a
priori que concluya la negación de esa concepción, sino a un desafío
que se presenta y que no es posible responder dentro de ese marco.
Pero volvamos también a las observaciones de Wittgenstein:
!56

Que hay ahí un malentendido se muestra ya en que en este curso de


pensamientos damos interpretación tras interpretación; como si cada
una nos contentase al menos por un momento, hasta que pensamos
en una interpretación que está aún detrás de ella. Con ello mostramos
que hay una captación de una regla que no es una interpretación, sino
que se manifiesta, de caso en caso de aplicación, en lo que llamamos
«seguir la regla» y en lo que llamamos «contravenirla». (IF §201)

En efecto, tiene que haber una salida a la paradoja, pues tenemos


esas expresiones en nuestro lenguaje y eso se debe a que concebimos
en nuestras comunidades la diferencia entre seguir una regla y
contravenirla, pero esa salida no puede ser hacia un nuevo
factualismo, sino hacia la intersubjetividad. Así, aceptada la
imposibilidad de responder al desafío, arribamos a lo que Kripke
llama la “solución escéptica”.39 Una solución directa al desafío
consistiría en ofrecer el hecho semántico en cuestión; sin embargo, lo
que Wittgenstein ofrece no es una solución de esa clase, sino una en
la que se aceptan las consecuencias negativas de no poder responder
a él. Esto implica ofrecer una explicación de la normatividad en los
usos lingüísticos que no apele a los estados mentales que el
factualismo postulaba. Esa explicación propone las condiciones de
aserción o, mejor aún, condiciones de uso, como reemplazo de las
condiciones de verdad del factualismo. Más precisamente, el
abandono de la concepción agustiniana y el factualismo nos lleva a
abandonar también a la proposición como forma general de toda
expresión lingüística, pues ésta se encuentra restringida a la función
representacional. En lugar de eso, Wittgenstein habla de movimiento
en un juego de lenguaje. De este modo, el significado de una
expresión no se considera ya asociado a la pregunta “¿Qué debe ser el
caso para que esta oración sea verdadera?” sino más bien a “¿Bajo
qué condiciones debe hacerse este movimiento en el juego de
lenguaje?” o “Bajo qué condiciones es correcto usar esta expresión?”.

39
Kripke (1989) pp. 67 y ss. traza una comparación de ésta con la respuesta de Hume al
problema de la inducción.
!57

Ahora, una de las consecuencias más importantes de esto es el


rechazo de la privacidad de los significados. Las atribuciones de
significado ahora sólo tienen sentido en un contexto social. No
habiendo ningún hecho que corresponda a “x significa Y con el signo
‘z’” sólo una comunidad de hablantes puede dar cuenta de la
normatividad del fenómeno. En general, el seguimiento de reglas es
una práctica que no tiene sentido fuera de un contexto social.

[...] 'seguir la regla' es una práctica. Y creer seguir la regla no es seguir


la regla. Y por tanto no se puede seguir 'privadamente' la regla,
porque de lo contrario creer seguir la regla sería lo mismo que seguir
la regla. (IF §202)

Esta es la manera en que se inserta en el marco de la lectura


kripkeana lo que usualmente se conoce como el argumento contra el
lenguaje privado de Wittgenstein. Un lenguaje privado
―recordemos― es aquel en el que los significados de las palabras
sólo pueden ser accesibles a un único individuo, tal como es el caso
de los estados mentales, y un individuo no puede dar cuenta,
privadamente, de la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto.
Somos corregidos por los demás, y justificamos nuestros usos de las
expresiones basándonos en criterios públicos. La justificación de
nuestro uso de las palabras ha dejado de ser una cuestión ontológica .
Decimos “porque así lo enseñó la maestra”, “porque así lo dice el
libro”, “porque así lo demuestra este experimento”: la normatividad
es un fenómeno intersubjetivo.
Dado el planteo anterior y dicho que somos corregidos, guiados
por los demás en las aplicaciones de las reglas, cabría preguntarse: ¿Y
qué guía a los demás? Y la respuesta es: simplemente nuestras
inclinaciones a usar las palabras de determinado modo. Estas
inclinaciones, ese acuerdo en las aplicaciones, es primitivo y no
puede explicarse por la captación de significados o el acaecer de
hechos en nuestras mentes. Decimos que los demás han usado
correctamente una expresión simplemente porque nosotros nos
inclinamos a hacerlo de la misma manera.
!58

Esto es algo que hacemos todo el tiempo. Cuando conversamos


con alguien estamos aceptando y aprobando todo el tiempo el uso
que nuestro interlocutor hace de las palabras. Aceptar como
significativo lo que alguien dice y actuar coherentemente con ello es
un modo de aprobar el uso que hace de las palabras; es concederle al
hablante un determinado status social.
Como puede advertirse, la visión de Wittgenstein trastorna por
completo la idea tradicional de qué es lo que da significado a las
expresiones, de qué es lo que hace que una acción ―lingüística o de
cualquier índole― sea correcta o incorrecta. Cabe repetir esto con
toda claridad: la consecuencia del argumento no es que no pueda
haber normatividad en el uso de las palabras, sino que ella no
depende de un estado mental llamado ‘significado’. La normatividad
es un fenómeno intersubjetivo y, como tal, su existencia depende de
la interacción entre los individuos de una comunidad.
Para resumir, hemos llegados a atribuirle a Wittgenstein
aproximadamente las siguientes afirmaciones:
1. Los significados no son cosas.
2. El de significado es un concepto normativo, esto es, involucra
reglas acerca del uso correcto e incorrecto de las expresiones.
3. La normatividad no proviene de los significados entendidos
como entidades mentales.
4. La normatividad sólo puede entenderse en su corporización en
prácticas sociales (formas de vida).
5. No hay un funcionamiento uniforme del lenguaje, sino que hay
juegos de lenguaje, es decir, el lenguaje es un fenómeno
heterogéneo.
6. El significado de las expresiones está dado por las condiciones
para su uso dentro de la práctica social.
Como podemos advertir, los dos ejes propuestos al comienzo, la
discusión del esencialismo y la crítica del factualismo semántico,
confluyen en una misma visión. Cada uno de ellos agrega elementos
diferentes y, especialmente, provee distintas razones para abandonar
!59

las ideas tradicionales respecto del significado y la normatividad.


Esbozados entonces los puntos más importantes del pensamiento
wittgensteiniano, será posible ahora plantear con claridad las
afirmaciones sobre la autonomía del lenguaje que serán objeto de
discusión en los próximos capítulos.

3. LAS TESIS DE LA AUTONOMÍA

Como muchos otros juegos, el ajedrez posee de manera explícita o


implícita un conjunto de reglas que dicen, por ejemplo, cómo debe
conformarse el tablero, cómo deben moverse las piezas, cuál es el
objetivo del juego y cuándo alguien ha ganado. Decimos que esas
reglas constituyen el juego porque éste no puede existir con
independencia de ellas. En efecto, ninguna acción puede contar como
“hacer jaque” y ningún objeto como un alfil más allá de las reglas del
ajedrez, pues las reglas conforman el juego. Por eso decimos que no
hay ninguna realidad cuya estructura esas reglas tengan que copiar.
Sería absurdo intentar justificar una regla frente a otra alternativa
arguyendo que refleja de mejor manera la esencia del ajedrez. En este
sentido, sus reglas son autónomas, arbitrarias.
Por su parte, el lenguaje también consta de reglas que dicen cómo
pueden combinarse las palabras entre ellas, con acciones y en qué
situaciones. Es correcto decir de un objeto que es más pesado que
otro, pero no que es más idéntico; es correcto decir de algo que es
azul y oscuro, pero no que es azul y naranja. Del mismo modo, es
correcto saludar a alguien estrechándole la mano y diciendo “Hola,
¿cómo está usted?” cuando se encuentra esa la persona, pero no
cuando se la despide.
El problema es hasta dónde debe llevarse la analogía: si debemos
decir que las reglas del lenguaje son, como las del juego, autónomas,
es decir, que su estructura no es el reflejo de una realidad
trascendente a él, o que, a diferencia del juego, sus reglas ―al menos
en ciertos casos― se encuentran determinadas por algún tipo de
realidad. Entendida la gramática como el conjunto de reglas que

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