Está en la página 1de 7

Apropiación cultural en la música

afroamericana

13 de agosto de 2021

Formación Integral III: Quehacer psicológico y diversidad


Docentes : Mauricio Carreño & Marina Muñoz
Estudiante: Carlos Benjamín Silva Gálvez
Recientemente me hallé leyendo un artículo de Wesley Morgan, redactor del New
York Times, titulado “El robo de la música negra” que habla sobre cómo los artistas blancos
habitan espacios, símbolos y técnicas de la música negra, estableciendo que, todo músico
existente abarca un cierto degree of blackness (Morgan, 2019). Data de esta apropiación hay
por montes, sin ir más lejos hace pocos meses se acusó a la cantante argentina Nathy Peluso
de hacer “blackfishing” en el lanzamiento de su último álbum, término empleado para tildar a
personas que fingen ser negras o mestizas, manifestándose cuando la cantante implementa un
maquillaje para oscurecer su piel, utiliza un acento afroamericano en sus letras o cuando se
jacta con orgullo cantando a viva voz “soy la mulata”, término en demasía delicado, pues
remite a un insulto para referirse a las hijas e hijos de esclavas negras violadas por sus amos.

Si bien la apropiación cultural ha sido un activismo recurrente en el último tiempo, se


podría decir que es un fenómeno latente en la historia de nuestra humanidad que entiende a
dos posturas, una cultura hegemónica que se sobrepone a otra, sometiendo generalmente a
colectivos étnicos haciendo uso de sus elementos culturales. El más claro ejemplo de esta
disputa es el colonialismo en América donde el abuso, violación y exterminio de los
aborígenes da cuenta de un racismo sistemático a lo largo de todo el continente, que a su vez
incluye una intolerancia hacia la convivencia conjunta de diversas personas, en que la cultura
dominante saca provecho de las costumbres y comportamientos de los oprimidos.

Aquello, se retrata en la renombrada leyenda estadounidense Jump Jim Crow, donde


Thomas Dartmouth Rice -un neoyorquino blanco- se pintaba la cara con corcho quemado
para aparentar ser un esclavo negro en un espectáculo que constaba en mofarse de los gestos,
acento y cánticos de los afroamericanos que observaba. Acto que logró exitosamente la
convocatoria de cientos de personas a sus funciones, trascendiendo incluso el performance a
otros actores y a la cultura popular, convirtiéndose el personaje de Jim Crow en una forma
despectiva de referirse a los afrodescendientes, que se arraigó de tal manera en el ideario
estadounidense que dio nombre a las “Leyes Jim Crow”, leyes estatales y locales que
legitimaron la segregación racista de afrodescendientes y grupos étnicos en espacios públicos
desde 1876 hasta 1965 (Grunstein, 2005). Así, Rice inventó en 1830 sin saberlo, al personaje
que se convertiría en la mascota de casi dos siglos de racismo legalizado (Morgan, 2019).

Este caso da cuenta de la relevancia que pueden tomar nuestras palabras y acciones en
la discriminación de la otredad pero que a su vez, como veremos en el presente ensayo,
considera que al momento de apropiarse y consumir los valores y símbolos de otras culturas
implica una interpretación, y con ello, una renovación y resignificación de costumbres y
símbolos ajenos, que transgrede la subjetividad y patrimonio cultural de las agrupaciones de
igual manera que lo hace una discriminación directa como la segregación. A raíz de esto,
nace la siguiente interrogante: ¿Cómo se puede salvaguardar en el plano musical el
patrimonio de la cultura afrodescendiente? Para esto, se apunta a describir e investigar qué
afirman diferentes autores sobre la apropiación cultural, y como repercute en la
resignificación y subjetividad de las culturas afrodescendientes.

Antes de aventar cualquier análisis, es menester sentar las bases de la noción de


apropiación cultural, pues la popularidad reciente del término ha desvirtuado el significado
según algunos autores, además de ser un complejo término capaz de desglosarse en varias
ramas. Para un entendimiento general, el concepto refiere a la acción de tomar sin
autorización algo producido de una cultura por parte de miembros de otra y que los
beneficios asociados por su manejo no son destinados a la cultura usada (Young, 2005). Ese
algo, en función de la interrogante, alude al patrimonio cultural, que según el Consejo de
Monumentos Nacionales (CMN) y la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena
(CONADI) lo señalan como “el conjunto de bienes materiales e inmateriales, testigos o
testimonios vinculados a hechos, episodios, personajes que ilustran el pasado, el presente, y
grafican la identidad de una nación” (citado en Araya, p.7, 2020).

Sin embargo, aquí nos encontramos con la primera inflexión, pues si nos sentamos a
describir la identidad de algún pueblo o nación en base a sus rasgos distintivos, sería un
imperioso trabajo debido a la versatilidad y diversidad que caracteriza al ser humano, en
virtud de aquello, Canclini (1999) reformula el patrimonio en términos de capital cultural ya
que tiene la ventaja de no presentarlo “(...) como un conjunto de bienes estables, neutros, con
valores y sentidos fijos, sino como un proceso social que, como el otro capital, se acumula, se
renueva, produce rendimientos que los diversos sectores se apropian de forma desigual”
(p.18). Por lo tanto, al ser el patrimonio o capital cultural un elemento intangible que cambia
constantemente con el tiempo, el problema de la apropiación no reside en la resignificación
de los símbolos ajenos, sino en quién hace el cambio y bajo qué criterios (Araya, 2020), por
lo que las preguntas del por qué, quién y para qué son las atingentes a considerar.

Pues claro, si nos ponemos a pensar la autenticidad y procedencia de cada acto, objeto
o tradición con el que convivimos, sostendremos que todo es apropiación cultural. En
relación con el tópico en cuestión, hay ciertos componentes que caracterizan a la música
afroamericana desde sus orígenes como; las capas de síncopa; la narración instrumental-vocal
de los músicos; los doce compases; la improvisación de un solo; entre otros, serie de
elementos que comparten de forma inexorable la mayoría de los géneros musicales en su
composición (Palomares, 2016), por ende, figurando en una apropiación cultural de la música
negra. No obstante, Young (2005) sugiere que se analice detenidamente para saber si en
efecto son perjudiciales o no, por lo que, si la apropiación fue consensuada,
respeta/homenajea el material de origen y ayuda en la expansión artística de la música
afroamericana, en lo que a mí respecta, dicha apropiación cultural no necesariamente es
negativa.

En cambio, si ocurren situaciones como Jump Jim Crow donde se saque provecho del
capital cultural transgrediendo a la cultura o “cuando el empleo de elementos de la cultura no
trae compensación, o cuando humilla y disminuye la autonomía de identificación cultural de
la comunidad” (Räikkä & Puumala, 2019, citado en Araya, 2020, p.13), si corresponde a una
apropiación cultural denunciable, pues además de no respetar la dignidad de esas personas,
no reconoce la música afrodescendiente como elemento que dota de riqueza y significado a
su patrimonio cultural, puesto que la música que practicaban era:

(...) el arte más importante para las culturas africanas y todos los actos estaban
acompañados por melodías y ritmos. La música era la base de sus vidas, y no dejó
de serlo cuando la esclavitud llegó a ellos (...) en cierto modo, les daban un ligero
alivio ante las condiciones infrahumanas de sus vidas (Palomares, 2016, p.16).

Es aquí, cuando la apropiación cultural tiende a producirse en una suerte de


aburguesamiento que subraya que los negros a menudo se han vuelto innecesarios para
intentar el blackness (Morgan, 2019). La apropiación figura entonces como un tipo de
neocolonialismo que entiende a una cultura hegemónica que subyuga a la otra mediante la
explotación de sus técnicas, tradiciones y su cosmovisión, ya que tal y como ocurre:

en la colonialidad, las otras formas de organización de la sociedad, las otras


formas del saber y de ser son concebidas “no sólo en diferentes, sino en carentes,
en arcaicas, primitivas, tradicionales, premodernas [y] son ubicadas en un
momento anterior del desarrollo histórico de la humanidad, lo cual, dentro del
imaginario del progreso, enfatiza su inferioridad” (Cortés, 2014, citado en
Cordova & Velez, 2016, p.1002).
En síntesis, los cambios que entiende el capital cultural pueden darse por la
misma agrupación en cuestión o por el consumo que otros hacen de ella, fenómeno que
apropia elementos no solamente por su valor patrimonial sino también por su valor
simbólico, que al provenir de una cultura distinta se renuevan las identidades de ambos
grupos (Araya, 2020). Diferentes identidades y perspectivas que van mutando la forma
en que miramos, decimos, hacemos e interpretamos la manera de habitar lo social como
espacio de génesis de intersubjetividad, un mundo que finalmente se comparte con
otros (Cabrera, 2017; Berger & Luckman, 1989).

En un intento de responder la interrogante planteada, se puede salvaguardar la


resignificación del capital cultural de los afrodescendientes con la intervención de la
ética de alteridad, que según Dussel (1995), “es el saber pensar el mundo desde la
exterioridad alterativa del otro, lo que tiene como consecuencia el reconocimiento del
otro como (...) alguien que responde más bien a una experiencia y una temporalidad que
no le pertenecen” (citado en p.1003), por lo que al tener voluntad de alteridad se
integrará de forma armoniosa las diferentes culturas, permitiendo mediante el diálogo
enriquecer a ambas partes (Cordova & Velez, 2016,). Reconocimiento que surge con la
finalidad de acercarse a la humanidad de las personas, del mismo modo que en el
ejercicio etnográfico, pues si se instrumentaliza y no se reconoce el cuerpo del otro, que
viene con un pasado, con una relación histórica, puede ser muy problemático: en este
caso hombres blancos que se apropian del capital cultural de un grupo de descendientes
de esclavos (Dunier, citado en Back, 2013). En lo que a mí concierne, lo mencionado se
traduce en un límite consensuado entre artista y fuente de apropiación donde se trabaje
desde el respeto, entendimiento y profundización para representar una fuente
enriquecedora para ambas culturas.

Dejo al lector, la semilla plantada sobre la relevancia que tiene el fenómeno de


apropiación en un mundo que prolifera día a día los procesos de globalización, y que
cada vez se torna más complejo construir las representaciones de las identidades a raíz
de la gran interconectividad y transformaciones sociopolíticas que no atingen al
presente ensayo. Reflexionar también, como esta creciente intersubjetividad atañe a una
“reja transparente” que cada vez será más borrosa, delgada y errática: observador-
observado y apropiador-apropiado se verá constantemente inmerso en el
cuestionamiento de sus privilegios frente a nuevas perspectivas y disidencias.
Referencias bibliográficas

Araya, B. (2020). Apropiación Cultural del Patrimonio Indígena Selk’nam. (Proyecto de

Grado, Maestría). Pontificia Universidad Católica de Chile.

https://repositorio.uc.cl/xmlui/bitstream/handle/11534/48450/Araya_Beatriz_2020.pdf

?sequence=1&isAllowed=y.

Back, L. (2013). Voces de la vereda: etnografía y estudios de raza. En Duneier. M., & Back,

L. (2013). Bifurcaciones, Revista de estudios culturales urbanos. Recuperado de

http://www.bifurcaciones.cl/2013/04/voces-de-la-vereda-etnografia-y-estudios-de-

raza/

Berger, P. & Luckman, T. (1989). Los fundamentos del conocimiento en la vida cotidiana. En

P. Berger &; T. Luckmann (Comps.), La construcción social de la realidad (pp. 34-

63). Buenos Aires: Amorrortu.

Cabrera, P. (2017). El estudio de la subjetividad desde una perspectiva antropológica. En P.

Cabrera (Comp.), Antropología de la subjetividad, pp. 23-58. Buenos Aires: Editorial

de la Facultad de Filosofía y Letras.

Canclini, N. (1999). Los Usos Sociales del Patrimonio Cultural. Cuadernos: Patrimonio

Etnológico : Nuevas Perspectivas de Estudio, 16–33.

Córdoba, M. & Vélez‒De La Calle, C. (2016). La alteridad desde la perspectiva de la

transmodernidad de Enrique Dussel. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales,

Niñez y Juventud, 14(2), 1001-1015.

Grunstein, A. (2005). Segregación y discriminación: el nacimiento de Jim Crowen el sur de

los Estados Unidos. El Cotidiano. (134),95-102. https://www.redalyc.org/articulo.oa?

id=32513413
Morris, W. (2019). Why Is Everyone Always Stealing Black Music?. The New York Times

Magazine. https://www.nytimes.com/interactive/2019/08/14/magazine/music-black-

culture-appropriation.html.

Palomares, P. (2016). El origen y evolución de la música afroamericana en un contexto

bilingüe. (Proyecto de Grado, Maestría). Universidad de Jaén.

http://tauja.ujaen.es/bitstream/10953.1/4147/1/Anexo_V.pdf

Young, J. O. (2005). Profound Offense and Cultural Appropriation. The Journal of Aesthetics

and Art Criticism, 63, 135–146.

También podría gustarte