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George Aljian- Cómo sobrellevar la plaga de tu propio corazón

Imagina que vas a salir de viaje. Te han regalado los boletos; un amigo pagó
por ellos. Todo lo que tienes que hacer es empacar y presentarte en el
aeropuerto.
Ahora bien, preparar el equipaje no es tan fácil. Y tampoco es fácil llevarlo de
un lugar a otro en el aeropuerto, sobre todo si pesa mucho. ¿Recuerdan las
maletas que no tenían rueditas? ¡Qué tortura! Cuando el equipaje pesa
mucho, hasta las vacaciones pudieran convertirse en una carga. La cuestión
es esta: todos nosotros ya estamos en un emocionante viaje, el viaje rumbo
al nuevo mundo. Todo está pagado... sí, se pagó con el rescate. A nosotros
solo nos toca llegar. Se dice fácil, ¿verdad? Pero no lo es, porque cada uno de
nosotros lleva consigo un pesado equipaje, por así decirlo. Claro, todos
hemos recibido enormes bendiciones. Isaías 65:13 dice que, simbólicamente,
nosotros comemos y bebemos mientras el mundo se muere de hambre y de
sed. Con todo, Hechos 14:22 afirma que “tenemos que entrar en el reino de
Dios a través de muchas tribulaciones”. Sí, todos tenemos preocupaciones.
Y Proverbios 12:25 menciona que la ansiedad puede agobiar al corazón. Esas
preocupaciones son como un pesado equipaje que podría convertir en una
carga incluso el recorrido hacia el nuevo mundo. La buena noticia es que
tenemos ayuda. Por favor busquen 1 Reyes 8:38, 39. Allí encontramos la
oración que hizo Salomón, en representación del pueblo, cuando se dedicó el
templo. Lo que dijo puede ayudarnos a ponerle “rueditas” a nuestro equipaje
y llevarlo con más facilidad. En 1 Reyes 8, a partir del versículo 38, Salomón le
dice a Jehová: “Sea cual sea la oración, sea cual sea la petición de favor que
se haga de parte de cualquier hombre o de todo tu pueblo Israel, porque
ellos conocen cada cual la plaga de su propio corazón, y realmente
extiendan las palmas de las manos a esta casa, entonces dígnate oír tú
mismo desde los cielos, el lugar establecido de tu morada, y tienes que
perdonar y actuar”.
Hagamos una pausa. ¿Notaron la frase “ellos conocen cada cual la plaga de
su propio corazón”? Salomón no se estaba refiriendo a la nación en general,
sino a las preocupaciones de cada persona, al equipaje que cada uno llevaba,
a los problemas que nadie más siquiera se imagina. Y, aunque Salomón de
seguro tenía en mente asuntos que requerían el perdón de Jehová, sus
palabras pueden referirse a cualquier cosa que agobie nuestro corazón. Por
ejemplo, el capítulo 2 del libro “Amor de Dios” relaciona las palabras de
Salomón con las debilidades que quizás enfrentemos. Y La Atalaya del 1 de
mayo de 2010 las relaciona con la tristeza que causa perder al cónyuge.
Podemos concluir, entonces, que cualquier inquietud que nos haga sentir
agobiados puede considerarse una plaga del corazón. Y ¿cuál es la plaga de
tu corazón? ¿Qué hace pesado el equipaje que llevas en tu camino al nuevo
mundo? Sea lo que sea, lo que acabamos de leer nos garantiza que
disponemos de ayuda. Observen que Salomón no se limitó a pedirle a Jehová
que nos escuchara desde los cielos, sino que actuara, ya fuera para eliminar
la carga o para ayudarnos a llevarla. En este discurso veremos cómo puede
Jehová hacer eso en tres campos:
1) cuando afrontamos circunstancias que nos desaniman,
2) cuando los demás nos hacen sentir mal
y 3) cuando nos abruman los sentimientos negativos.
En todos los casos, Jehová puede ayudarnos a sobrellevar la plaga de nuestro
propio corazón.
Entremos en materia. Primero hablemos de las circunstancias que nos
desaniman. La vida es impredecible; no podemos saber qué enfrentaremos
mañana. Las cosas pueden cambiar en el acto: una llamada, un accidente,
un diagnóstico... Déjenme contarles sobre Anny, a quien le diagnosticaron
fibrosis pulmonar a los 19 años de edad. Al principio, le pareció una injusticia.
Ella cuenta: “La fibrosis pulmonar normalmente les da a quienes fuman
mucho, ¡pero yo jamás he fumado un cigarrillo! Estuve muy deprimida:
no comía ni hablaba con nadie. Me quedaba tumbada en la cama
todo el día, pensando en lo desafortunada que era”. Anny es testigo de
Jehová, y ya lo era antes de enfermarse. Ella sabe por qué se enferma la
gente y también cree en el nuevo mundo. Pero esta circunstancia inesperada
la desestabilizó. Anny sigue diciendo: “Oraba una y otra y otra vez, pero
sentía que le estaba hablando a la pared”. La verdad, seamos jóvenes o
mayores, podríamos sentirnos como ella. Estamos acostumbrados a orar a
Jehová cuando pasamos por una situación complicada. Pero si las cosas
no mejoran, podemos llegar a preguntarnos si a él realmente le importa o si
siquiera se da cuenta de lo que nos sucede. Pasar por una circunstancia
adversa puede ser una plaga del corazón. ¿Qué hacer en un caso así? Bueno,
analicemos 2 Corintios 12:7-9. Allí veremos que Pablo sobrellevaba una
situación desalentadora a la que llamó “una espina en la carne”. Pero no se
dan detalles de lo que era. Quizás se trataba de un problema de salud. Ahora
bien, al leer esta parte, identifiquemos dos cosas:
1) lo que Pablo sí podía controlar y 2) lo que no podía controlar.
Leamos a partir de 2 Corintios 12:7: “Para que no me sintiera
desmedidamente ensalzado, me fue dada una espina en la carne, un ángel de
Satanás, que siguiera abofeteándome, para que no me ensalzara
desmedidamente. Tocante a esto, tres veces supliqué al Señor que esta se
apartara de mí; y, con todo, él realmente me dijo: ‘Mi bondad inmerecida
es suficiente para ti; porque mi poder está perfeccionándose en la
debilidad’”.
Veamos aquí las dos cosas. Primero, ¿qué era lo que Pablo no podía
controlar? Obviamente, la situación en sí, la “espina en la carne”. Ya había
orado tres veces al respecto, pero no había pasado nada. Él no podía hacer
nada para cambiar las cosas.
Pero ¿qué era lo que sí podía controlar? Su reacción. Y eso implicaba aceptar
la realidad. Pablo aceptó su realidad a tal grado que pudo expresarse así en el
versículo 9: “Muy gustosamente prefiero jactarme [...] de mis debilidades”.
Cuando Pablo logró entender que su situación no iba a cambiar, no perdió el
tiempo preguntándose si Jehová realmente lo amaba. No decía: “¿Por qué a
mí?”, ni se la pasaba comparando su vida con la de los demás. No, Pablo
aceptó las cosas como eran. Veía su espina como “un ángel de Satanás”
y se concentraba en aguantar. Lo que Pablo hizo también nos puede servir a
nosotros cuando afrontamos circunstancias que nos desaniman. Primero hay
que distinguir entre 1) lo que sí podemos controlar y 2) lo que no podemos
controlar. Al igual que Pablo, a veces lo único que podemos controlar es
nuestra reacción. Eso sí depende de nosotros. Ante una situación complicada,
podríamos optar por amargarnos... enojarnos con Jehová. Podríamos incluso
perder el paso en sentido espiritual, como les ha ocurrido a algunos.
O podemos optar por un mejor camino. Sí, como Pablo, podemos empezar
por aceptar la realidad.
Es verdad que puede sonar duro, pero hacerlo es fundamental. ¿Por qué?
La ¡Despertad! de abril de 2014 da la respuesta en la página 7 cuando dice
que, si aceptamos que hay cosas que no podemos cambiar, quizás
encontremos nuevas formas de sobrellevarlas, y veremos que “es posible
controlar, hasta cierto grado, circunstancias que parecían incontrolables”.
¿Recuerdan al hermano Harold King? Él fue encarcelado por su fe, confinado
a una celda de menos de cuatro metros cuadrados. Definitivamente,
no podía controlar la situación, pero sí su forma de reaccionar. Una vez que
aceptó su realidad, se concentró en las cosas que sí podía hacer, a pesar de
encontrarse encerrado entre cuatro paredes. Oraba, se aprendía de memoria
textos bíblicos, componía canciones del Reino, celebraba él solo la
Conmemoración... ¡hasta predicaba imaginándose a los amos de casa!
Como vemos, cuando aceptó su realidad, pudo asumir —hasta cierto grado—
el control de circunstancias que parecían incontrolables. Un hermano y su
esposa —que estaba enferma de cáncer— se esforzaron por hacer algo
parecido. No podían controlar la enfermedad. ¿Pero qué sí podían controlar?
En agosto de 2011, ¡Despertad! publicó sus palabras: “Decidimos pasar un
día cada cierto tiempo sin mencionar para nada el cáncer y centrarnos, más
bien, en los aspectos positivos de nuestra vida. Era como tomarnos unas
vacaciones de la enfermedad”. Sí, ellos lo llamaban “un día sin cáncer”.
Haciendo esto, la pareja pudo manejar mejor la situación. Otros quizás
decidan hacer algo distinto, pero la idea es la misma: cuando aceptamos la
realidad, es más probable que encontremos formas de sobrellevar
o, incluso, de conservar cierto grado de control. Pero ¿es aceptar la realidad
lo único que podemos hacer? No. El artículo “Amoldándose a la vida con lo
incambiable”, de La Atalaya del 15 de agosto de 1978 sugería que, sin
importar la situación en que nos encontremos, siempre tratemos de buscar
lo bueno entre lo malo. Eso es justo lo que hizo el apóstol Pablo. Si volvemos
a leer 2 Corintios 12:7, veremos que en dos ocasiones él afirmó que su espina
lo había ayudado a no ensalzarse desmedidamente —a ser más humilde—,
primer beneficio. Y en el versículo 9 dijo que el poder de Dios se
perfeccionaba “en la debilidad”. Segundo beneficio: las pruebas ayudaron a
Pablo a confiar más en Jehová. Hablemos de un tercer beneficio que obtuvo
Pablo. Vayamos a Filipenses 4:11. La carta a los Filipenses se escribió solo
cinco o seis años después de que Pablo les hablara a los corintios sobre su
espina en la carne. ¿Estaría pensando Pablo en aquella espina cuando
escribió lo que vamos a leer? Filipenses 4:11 dice hacia el final: “He
aprendido, en cualesquiera circunstancias que esté, a ser autosuficiente”.
Es decir, a “estar contento”, según la nota. Aquí Pablo expresa una verdad
fundamental: ser feliz no depende de tener una vida ideal. Pero a veces nos
expresamos como si así fuera. Decimos cosas como: “Voy a ser feliz cuando
me den otra asignación de trabajo”, “Voy a ser feliz cuando me case”, “Voy a
ser feliz cuando tenga una nueva habitación”, “Voy a ser feliz cuando tenga
otro compañero de cuarto”. En esencia, estamos diciendo: “Solo voy a ser
feliz si cambian mis circunstancias”. Pero se ha dicho que quienes piensan así
corren y corren, pero nunca llegan. Porque siempre que alcanzan lo
anhelado, surge otra cosa que eclipsa su felicidad. Pablo no era así: eligió ser
feliz, más allá de todo. Y noten que en el versículo 11 dijo que había tenido
que aprender a hacerlo, pues no es algo automático. Quizás, como nos pasa a
muchos al enfrentar una prueba, Pablo se fijaba más en lo negativo. Pero
incluso después de orar vez tras vez y no recibir la respuesta que esperaba,
aprendió a sentirse satisfecho. La lección que aprendió podría resumirse así:
“No dejes que la respuesta que estás esperando te impida valorar lo bueno
que ya tienes”. A veces, en nuestras oraciones, tendemos a concentrarnos
tanto en nuestro problema que hasta le decimos a Jehová cómo debería
ayudarnos, y no alcanzamos a ver de qué formas ya lo está haciendo. Así le
ocurrió a Anny, la joven con fibrosis pulmonar. ¿Recuerdan sus palabras?
“Oraba una y otra y otra vez, pero sentía que le estaba hablando a la pared”.
Ella admite: “Al principio, estaba enojada con Jehová por no ayudarme como
yo quería que lo hiciera”. Pero Anny logró ver lo bueno entre lo malo en
medio de su grave enfermedad. ¿Qué la motivó? Escuchemos su respuesta:
“Mi papá me ayudó a abrir los ojos. Yo estaba muy enojada con Jehová,
pero mi papá no dejaba de agradecerle que fuera tan bueno conmigo.
En medio del peor momento de mi vida, él solo tenía palabras de gratitud.
¿Y por qué? Cuando se lo pregunté, me dijo: ‘No tienes idea de lo costosas
que eran tus medicinas...y encima yo sin trabajo. Pero nunca nos faltó nada.
Siempre había comida, pues los hermanos se encargaban de eso. Jehová nos
tomó de la mano para que no desfalleciéramos en el camino’”. Y también le
dijo: “Que Jehová no te respondiera justo como esperabas no significa que
no te haya escuchado”. En pocas palabras, su papá la estaba animando a
no dejar de ver lo bueno por limitarse a ver lo malo. Ahora Anny piensa así:
“Cuando nos sentimos muy abrumados, Jehová nos ayuda de maneras
que no vemos a simple vista. Él tiene su propia forma de hacer las cosas,
y siempre es mejor que la nuestra”. Todos podemos estar convencidos de
eso como ella. Si nos esforzamos por siempre buscar lo bueno entre lo malo,
nos resultará más fácil sobrellevar cualquier plaga de nuestro corazón.
Repasemos. ¿Cómo nos ayuda el ejemplo de Pablo cuando afrontamos
circunstancias que nos desaniman?
1) Hay que aceptar la realidad. Así, con un enfoque más claro, encontraremos
formas de lidiar con la situación.
2) Busquemos lo bueno entre lo malo. No dejemos de valorar lo que ya
tenemos por estar pendientes de otra respuesta a nuestras oraciones.
Estas dos cosas nos ayudarán a sobrellevar cualquier situación que se haya
convertido en una plaga de nuestro corazón. Hablemos ahora del segundo
campo: cuando los demás nos hacen sentir mal. Una hermana a quien
llamaremos Elena ha sido precursora por seis años. También es voluntaria de
construcción y sirvió durante un buen tiempo en el proyecto de Warwick.
Sobra decir que Elena ha conocido infinidad de hermanos, lo cual es una
bendición. Pero admite que, a veces, no todo es color de rosa. ¿Por qué?
Ella responde: “Uno de mis puntos débiles es el ojo crítico. Rara vez me llevo
una buena impresión cuando converso con alguien por primera vez. Solo me
fijo en lo que no me ha gustado de la persona. Para mí, hasta las personas
más agradables se ríen de más, son demasiado populares o hasta demasiado
espirituales. Es un defecto terrible que tengo”. ¿Nos suena familiar lo que
dice Elena? Tal vez tengamos la costumbre de ponernos de malas o incluso
guardar rencor cuando alguien dice o hace algo fuera de lugar. Seguramente
pensábamos que dejaríamos de reaccionar así cuando nos invitaran a Betel.
“¡Al fin voy a estar rodeado de pura gente linda!”. Pero en algún momento
—unos meses, o incluso minutos, más tarde— se rompe el encanto y ya
no sabemos a ciencia cierta si los hermanos son una bendición de Jehová
o una prueba del Diablo. ¿Cómo deberíamos reaccionar cuando alguien nos
hace daño? Leamos Romanos 12:18. Mientras lo leemos, tratemos de ver
1) lo que sí podemos controlar y 2) lo que no podemos controlar. Romanos
12:18 dice: “Si es posible, en cuanto dependa de ustedes, sean pacíficos con
todos los hombres”.
Bien, veamos los dos ángulos. Por un lado, hay cosas que no podemos
controlar, que no dependen de nosotros, como lo que otros dicen y hacen.
Pero ¿qué sí depende de nosotros? Nuestra reacción. Cuando alguien nos
hace sentir mal, podemos, o seguir dándole vueltas al asunto, o hacerlo a un
lado. Siempre podemos optar por ser “pacíficos con todos los hombres”.
Según hemos leído en Romanos 12:18, eso sí depende de nosotros. ¿Cómo
podemos ser pacíficos cuando alguien nos hace sentir mal? Vayamos a Jueces
8:2. Allí veremos algo que podemos hacer. Jueces 8:2. Veamos cómo manejó
Gedeón las cosas para evitar un grave desacuerdo. Todos conocemos la
historia. Gedeón y sus hombres acaban de vencer a los madianitas en una
batalla. Entonces, los de la tribu de Efraín empiezan a quejarse. Aunque
habían sido convocados para la batalla y habían capturado a dos príncipes de
Madián, sentían que se les debía haber llamado antes, y culpaban a Gedeón
de eso. Jueces 8:1 dice que “vehementemente trataron de armar riña con
él”. Aquí había un problema. ¿Cómo lo manejó Gedeón? Veamos lo que les
dice a los efraimitas en Jueces 8:2: “¿Qué he hecho yo en comparación con
ustedes? ¿No son mejores las rebuscas de Efraín que la vendimia de Abí-
ézer?”. ¿Qué quiso decir con esto último? Gedeón era de la familia de Abí-
ézer. Así que estaba diciendo algo como: “Las mejores uvas que cosecha mi
familia jamás podrán compararse con las peores uvas que ustedes dejan
atrás”. Luego les recordó que la participación de ellos en la batalla había sido
crucial y les preguntó una vez más: “¿Qué he hecho yo en comparación con
ustedes?”. El versículo 3 dice que fue entonces cuando “el espíritu de ellos
se calmó”. Problema resuelto. ¿Y cómo? ¿Qué hizo Gedeón? Al tratar el
asunto, no los hizo sentir inferiores, sino todo lo contrario. Se concentró en
algo bueno de ellos, en este caso las uvas que cosechaban, aunque eso
no tuviera nada que ver con el asunto. Pero, para restaurar la paz, los elogió
por eso. ¿Podríamos hacer lo mismo? Cuando alguien nos haga sentir mal,
¿podríamos concentrarnos en lo que hace bien, aunque no lo digamos en voz
alta ni tenga que ver con el asunto? Eso es lo que ahora se esfuerza por hacer
Elena, de quien ya hablamos. Ella cuenta: “Cada vez que me viene a la mente
algo negativo sobre otra persona, me obligo a pensar en algo positivo sobre
ella. Cuando amplío el panorama, puedo enfocar a la persona desde un
ángulo más amoroso”. Hagamos nosotros lo mismo: cuando alguien nos haga
sentir mal, ampliemos la visión y busquemos lo bueno en esa persona.
Ese es el primer paso. El segundo paso se desprende de las palabras que
encontramos en el capítulo 2 de Gálatas. Vamos a verlo. Antes de empezar a
leer, pensemos en estas preguntas: ¿Con quién es más fácil molestarse?
¿Será con quienes nos hacen daño? Bueno, hay otras personas con quienes
quizás nos molestemos más fácilmente. ¿De quién se trata? No son quienes
nos hacen daño, sino quienes nos corrigen cuando lo necesitamos. Veamos
un caso así en el capítulo 2 de Gálatas. Al apóstol Pedro lo corrigieron, y
no por nada. Pero lo interesante es la forma en que se le dio el consejo.
Quizás eso le hiciera particularmente difícil aceptar la disciplina. En Gálatas
2:11, Pablo dice: “Sin embargo, cuando Cefas [es decir, Pedro] vino a
Antioquía, lo resistí cara a cara, porque se hallaba condenado”. ¿Por qué
estaba Pablo tan molesto con Pedro? Nos lo explica en el versículo 12:
“Porque, antes de la llegada de ciertos hombres desde Santiago [quienes
eran cristianos judíos], [Pedro] solía comer gente de las naciones; pero
cuando estos llegaron, se puso a retirarse y a separarse, por temor a los de la
clase circuncisa”. ¿De qué estaba hablando Pablo? De que el
comportamiento de Pedro dependía de quién lo estuviera viendo, y Pablo se
lo echó en cara. Él dice: “Lo resistí cara a cara”. Y en el versículo 14, fue muy
duro con Pedro y en pocas palabras le dijo: “¡Te comportas de una manera
cuando los hermanos judíos te están viendo, pero de otra muy distinta
cuando se van!”. En el versículo 13, Pablo calificó esto de “simulación” o,
según la nota, de “hipocresía”. ¡Imagínense! Tildó a Pedro de hipócrita, y
no lo hizo en privado, sino, como dice el 14, “delante de todos”. ¿Paró ahí la
cosa? No, pues Pablo todavía se dio tiempo para hablar de este incidente
en la carta a los Gálatas, y por eso nos enteramos nosotros también.
Pensemos en nuestros tiempos. Ahora los mensajes electrónicos pasan de
una persona a otra. Y cuando circulan a toda velocidad, se dice que se hacen
virales. Bueno, en el primer siglo no existía Internet, pero sí circulaban cartas.
Y esta, la carta a los Gálatas, no solo pasó de una persona a otra o de una
congregación a otra. Más bien, Jehová hizo que fuera parte de la Biblia,
de la que se han impreso miles de millones de copias en miles de idiomas
a lo largo de los siglos. Así que todo el mundo puede leer sobre el día en que
Pedro actúo de manera hipócrita. La Biblia no dice cuál fue la primera
reacción de Pedro. Quizá se haya molestado con Pablo. Pero al final eligió
abogar por la paz. ¿Cómo lo sabemos? En su segunda carta, escrita entre
doce y catorce años después, Pedro llamó a Pablo “nuestro amado
hermano” y dijo que era un hombre a quien Jehová había concedido
sabiduría. Así lo dice 2 Pedro 3:15. Así que Pedro admiraba a Pablo, y con
justa razón. Reconocía que era capaz de ver más allá de la superficie, no solo
en temas espirituales, sino al tratar con la gente, incluido él. En lugar de verlo
como rival, Pedro lo consideraba una bendición. ¿Y todo por qué? Porque
eligió ser pacífico. Todos nosotros podemos ser así. De hecho, tenemos que
serlo. ¿Por qué? Porque tarde o temprano nos toparemos con un “Pablo”, sí,
con alguien que nos diga lo que necesitamos oír y que nos aplique el consejo
sin anestesia y en el peor momento. Sin duda, nos va a doler. Pero, a veces,
lo que más nos duele es lo que más necesitamos. Ahora bien, si optamos por
ser pacíficos como Pedro, podremos soportar el dolor que nos cause tanto
quien nos haga daño como quien nos dé un consejo. Claro, seamos sinceros:
no es fácil ir tras la paz. Pudiéramos tener la costumbre de defendernos
demasiado. ¡Y cómo no, si vivimos en un mundo en el que la gente siempre le
echa la culpa a alguien más! Si algo se rompe, es culpa del fabricante. Si nos
dan una multa, es solo porque el oficial tiene que llenar una cuota. Si el hijo
reprueba una asignatura, es porque el maestro no sabe nada de nada.
A muchos les parece que corregir es agredir, no instruir. Pero la Biblia
no apoya esa opinión. Es más, habla de personas que conservaron o
perdieron la bendición de Dios por su manera de reaccionar a la disciplina.
Entonces, si elegimos el camino del rencor cuando alguien nos corrija,
estaremos permitiendo que los sentimientos nos dominen. El rencor es muy
pesado y va a hacer que nuestro equipaje sea todavía más difícil de llevar
hasta el nuevo mundo. ¿Y quién necesita eso? Mejor elijamos ser pacíficos
cuando nos hagan daño y también cuando nos corrijan. Repasemos: ¿cómo
podemos aligerar nuestro equipaje cuando alguien nos hace sentir mal?
Primero: como Gedeón, “hablemos de las uvas”, es decir, encontremos
algo bueno en esa persona. Segundo: como Pedro, valoremos la disciplina,
sin importar cómo nos la den. Estas dos cosas pueden hacer más llevadera
nuestra carga al tratar con los demás. Hablemos ahora del tercer y último
campo: cuando nos abruman los sentimientos negativos. Somos imperfectos,
y por eso no nos vemos como somos en realidad. Por ejemplo,
Romanos 12:3 dice que algunos piensan que son más importantes de lo que
realmente son. Pero hay quien se va al otro extremo y siente que no vale
nada. Cuando se miran, ven una imagen muy distorsionada de la realidad,
como si estuvieran en una de esas casas de los espejos que hay en los
parques de diversiones. La Atalaya del 15 de septiembre de 2014
publicó este comentario de una hermana: “Cuando pienso en todas las cosas
que he hecho mal, me parece que nadie jamás podrá amarme, ni siquiera
Jehová”. Y este otro comentario se publicó en enero de 2006 en ¡Despertad!:
“Aun cuando me daba cuenta de que Jehová había perdonado mis errores,
yo no quería que lo hiciera. Me odiaba tanto que pensaba que merecía sufrir.
Sabía que Jehová nunca concebiría un lugar de tormento como el infierno de
la cristiandad, pero deseaba que inventara uno solo para mí”. Como vemos,
resulta irónico que los sentimientos, que Jehová nos dio para experimentar
amor y adorarlo con alegría, se vuelvan en nuestra contra y nos hagan sentir
condenados. Eso nos robaría la alegría y la capacidad de corresponderle a
Jehová por todo el amor que nos ha mostrado. Entonces, ¿cómo podemos
lidiar con los sentimientos que nos abruman? Analicemos las palabras de
Romanos 7:22-25. Allí Pablo describe algunos de los sentimientos con los que
tenía que luchar de vez en cuando. Mientras leemos, veamos dos cosas
nuevamente: 1) lo que Pablo sí podía controlar y 2) lo que no podía controlar.
Leamos Romanos 7, a partir del 22: “Verdaderamente me deleito en la ley
de Dios conforme al hombre que soy por dentro, pero contemplo en mis
miembros otra ley que guerrea contra la ley de mi mente y que me conduce
cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Hombre desdichado
que soy! ¿Quién me librará del cuerpo que está padeciendo esta muerte?
¡Gracias a Dios mediante Jesucristo nuestro Señor!”. Bien, analicemos la
situación de Pablo. Primero, ¿qué no podía controlar? Que de vez en cuando l
o asaltaran sentimientos de inseguridad. Pero ¿qué sí podía controlar?
Una vez más, su reacción. Y podemos verla en el versículo 25. Pablo dijo:
“¡Gracias a Dios mediante Jesucristo nuestro Señor!”. Aquí encontramos la
primera clave para lidiar con los sentimientos negativos: meditar en el
sacrificio de Jesús. Estudiemos más sobre eso si es necesario. Hagamos un
compendio de textos de la Biblia e información publicada por la organización
que nos ayude a comprender y valorar más lo que el rescate hace, no solo
por la humanidad en general, sino por cada uno de nosotros. Pensar en todo
eso puede hacernos sentir mejor. ¿En qué sentido? La Atalaya del 1 de abril
de 1995 dice: “El sacrificio redentor de Cristo es sin duda la respuesta más
convincente a la mentira satánica de que nada valemos y que nadie nos
quiere”. Pensémoslo un segundo. ¿Por qué se dice que la idea de que
no valemos y que nadie nos quiere es una mentira satánica? ¿Quién sale
ganando si empezamos a creer que Jehová no nos quiere? ¿Quién gana si
empezamos a condenarnos a nosotros mismos? ¿Quién se beneficia
si terminamos convenciéndonos de que no vale la pena seguir adelante?
Obviamente, Satanás. ¡Y qué ironía! ¿No es Satanás quien no se merece
que Jehová lo ame? ¡Sí, es él! ¿Quién está más allá del perdón de Dios?
¡Él! ¿A quién no le puede ayudar el sacrificio de Jesús?¡A él! Y aun así,
con una de sus más grandes artimañas, como dice Efesios 6:11, Satanás
quiere que nosotros llevemos a cuestas los sentimientos de condenación
que a él le corresponde cargar. Pero el rescate nos brinda la oportunidad
de quitarnos todo eso de encima. ¡Eso hizo Pablo! A veces se sentía muy mal,
como hemos leído en Romanos 7:24. Pero en Gálatas 2:20 afirmó: “Vivo por
la fe que es para con el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí”.
Al decir estas palabras, no es que Pablo se estuviera dando demasiada
importancia. Más bien, tenía muy clara una verdad fundamental: Cristo dio
su vida por los pecadores, no por seres perfectos. Pablo estaba muy al tanto
de sus errores, y eso mismo le confirmaba que era de la clase de personas
por las que Cristo había muerto. El rescate ayudaba a Pablo a luchar contra
los sentimientos de inseguridad, y también puede ayudarnos a nosotros.
La Atalaya del 1 de abril de 1995 también habló sobre esto de forma
conmovedora al decir: “Si la vida en este sistema le ha enseñado a verse
usted mismo como un obstáculo tan enorme que ni siquiera el inmenso amor
de Dios puede superar [...]o que sus pecados son tantos que ni siquiera la
muerte de su precioso Hijo puede cubrir, a usted se le ha enseñado una
mentira. Rechace esa mentira repugnante con todas sus fuerzas” ¿No
hacemos exactamente eso con las demás mentiras del Diablo? ¿Creemos en
la Trinidad? ¡No! ¿En el infierno? ¡Tampoco! ¿En la evolución ¡Menos!
¿Creemos que no valemos y que Jehová no puede amarnos? También
deberíamos responder con un rotundo no a esta pregunta, igual que a las
otras. ¿Por qué? Porque la idea de que no valemos y de que es imposible
que Jehová nos pueda amares una enseñanza falsa, tan falsa y repugnante
como el resto de las mentiras satánicas que difaman a Dios ¡Cuánto nos
ayuda meditar en el rescate! Además de meditar en el rescate, hay otra cosa
que podemos hacer para combatir los sentimientos negativos. Leamos juntos
el Salmo 61:2, donde David habla de algo que puede ayuda si alguna vez
llegamos a sentir que no valemos nada. En el Salmo 61:2, David le dice a
Jehová: “Desde la extremidad de la tierra clamaré, aun a ti, cuando mi
corazón se haga endeble. A una roca más alta que yo quieras guiarme”.
David le pide a Jehová que lo ayude a ver las cosas desde un punto más alto.
Y eso es lo que se necesita cuando nuestro corazón llega a estar plagado de
sentimientos negativos. Como dijo David, necesitamos llegar hasta un punto
que nos permita ver más allá de nuestra imperfección y de nuestras ideas
distorsionadas. La Biblia puede ayudarnos a llegar hasta allí. Veamos algunos
ejemplos. Cuando el corazón se hace endeble, cuando estamos sufriendo,
pudiéramos sentir que nadie nos quiere, ni siquiera Jehová. Pero si subimos a
un punto más alto, si vamos a Romanos 8:38, 39, veremos que nada ni nadie
“podrá separarnos del amor de Dios”. En ocasiones, también nos duele el
corazón porque creemos que nuestros errores son tan grandes que Jehová
jamás nos perdonará. Pero desde la perspectiva más elevada de las Escrituras
alcanzamos a apreciar lo que dice Romanos 5:8, que, “mientras todavía
éramos pecadores, Cristo murió por nosotros”. Como ya hemos dicho,
Cristo dio su vida por los pecadores, no por seres perfectos. En otras
ocasiones, por el dolor y la culpa, podríamos dejar de vernos en el nuevo
mundo, pues el corazón nos condena. Pero lo que se puede ver desde un
punto más alto es lo que dice 1 Juan 3:20: “Dios es mayor que nuestro
corazón y conoce todas las cosas”. Y eso incluye las cosas que han hecho
que seamos tan severos con nosotros mismos. Poco a poco, podemos
empezar a ver estos asuntos que nos preocupan desde un punto de vista
más elevado, el de Jehová. Miremos de nuevo las cosas desde un punto más
alto. Vayamos a Malaquías 3:17. El capítulo 3 de Malaquías habla sobre el
templo espiritual de Jehová, pero también refleja el gran valor que él le
confiere a su pueblo. Leamos Malaquías 3:17: “Y ciertamente llegarán a ser
míos —ha dicho Jehová de los ejércitos— en el día en que produzca una
propiedad especial”, una propiedad muy valiosa. Paremos un momento.
¿Vemos qué orgulloso se siente Jehová de sus siervos? Él dice: “Llegarán a ser
míos”. Incluso llama a su pueblo “una propiedad especial”. Y no vayamos a
pensar que la Biblia lo expresa así solo para hacernos sentir bien o por
echarnos flores. ¡Nada de eso! Para Jehová, su pueblo es realmente especial.
¿Por qué razón? Porque él mismo lo ha ido formando. En otras palabras,
Jehová va esculpiendo con esmero hermosas cualidades en cada uno de
nosotros. ¡Por eso nos valora tanto! Como hemos visto en el Salmo 61:2,
cuando el corazón se hace endeble, quizá solo veamos lo negativo en
nosotros. Pero, si subimos a un punto más alto, podremos apreciar la verdad
expresada en Malaquías 3:17, que pese a nuestros defectos somos “una
propiedad especial” de Jehová. Y si nos cuesta aceptar ese hecho,
no olvidemos que es Jehová el que decide quién es especial, no nosotros.
A una hermana que tenía una imagen deformada de sí misma la animaron a
meditar en eso. Ella cuenta: “Una cristiana muy madura me ayudó a verme
desde una óptica más realista, como persona imperfecta que soy...con mis
defectos y virtudes, ni mejor ni peor que los demás, quienes también están
luchando contra sus imperfecciones. Y uno de mis ancianos también me
ayudó mucho al asegurarme que nadie puede acercarse a Jehová a menos
que él lo atraiga con su espíritu, como dice Juan 6:44. Así que Jehová debe
haber visto algo bueno en mí. ¿Y quién soy yo para menospreciar lo bueno
que él ve?”. Ella se ha ido alejando de la imagen distorsionada de sí misma
y comienza a verse tal como la ve Jehová. Nosotros podemos hacer lo mismo.
Claro, no es fácil. En 2 Corintios 10:4 se habla de “cosas fuertemente
atrincheradas” que debemos hacer a un lado, como ciertos razonamientos.
Uno de ellos podría ser la idea equivocada de que no valemos para Jehová.
Esa forma de pensar puede estar tan arraigada en nosotros que quizás
tengamos que orar una y otra vez al respecto y estudiar y meditar más
sobre el rescate, como ya hemos dicho. Así, a medida que vayamos viendo
las cosas desde un punto más alto, el de las Escrituras, nos será más fácil
alejarnos de aquella casa de los espejos y empezar a vernos como Jehová lo
hace. Hagamos un repaso. ¿Qué nos ayudará a combatir esos sentimientos
negativos que tanto nos abruman? Primero, meditar en el sacrificio de Jesús,
la respuesta más convincente a la mentira satánica de que no valemos nada
y de que Dios no nos ama. Segundo, ir viendo las cosas desde un punto más
alto, el de las verdades de la Biblia, la cual nos permite vernos como Jehová
nos ve. Estas dos cosas pueden ayudarnos a sobrellevar los sentimientos
negativos que podrían convertirse en una plaga en nuestro corazón.
Para terminar, un pensamiento final: sea cual sea la plaga de nuestro corazón
—así no hayamos hablado de ella hoy—, sigamos muy activos en sentido
espiritual. Eso aliviará la carga. En Betel contamos con la bendición de tener
mucho que hacer en la obra de Jehová. Aunque, sinceramente, estemos
donde estemos, las actividades espirituales nos ayudan a mantener el
equilibrio y a llevar a la práctica los principios analizados en este discurso.
Pero lo que más puede ayudarnos a sobrellevar la plaga de nuestro corazón
es lo que dice el Salmo 62:1, 2. Vamos a leerlo. Estas palabras de David
realmente pueden aligerarnos la carga, sí, hacerla más fácil de llevar.
Salmo 62, a partir del versículo 1, dice: “Realmente hacia Dios mi alma está
esperando en silencio. De él procede mi salvación. Realmente él es mi roca
y mi salvación, mi altura segura; no se me hará tambalear mucho”.
Fijémonos en esta última expresión: “No se me hará tambalear mucho”.
¿Qué significa? ¿Y cómo nos ayuda con la plaga de nuestro corazón?
Permítanme ilustrarlo. El año pasado, mi esposa y yo regresábamos a Nueva
York en un vuelo desde la ciudad de El Paso. De repente, pasamos por una
turbulencia. ¡Y no cualquier turbulencia! Había tanto movimiento que el
capitán le ordenó a la tripulación sentarse y abrochar sus cinturones de
seguridad. ¡Fue un momento espantoso! Pero sobrevivimos, como podrán
ver. Un par de días más tarde, decidí investigar un poco sobre esos
fenómenos y aprendí algo que casi todos los pasajeros ignoran. ¿Saben qué
es? Que los aviones están diseñados para soportar las turbulencias, incluso
las más severas. De hecho, cuando los pilotos optan por esquivar una de
ellas, no lo hacen porque haya grandes riesgos, sino porque están pensando
en nuestra comodidad, en que no se nos derrame el café. Una turbulencia
puede sacudir un avión, pero no más allá de lo que puede soportar. Del
mismo modo, para sobrellevar la plaga de nuestro corazón, debemos
comprender el verdadero alcance de las turbulencias de la vida. Al atravesar
por ellas, no entremos en pánico, no arañemos el asiento, no pensemos que
viene lo peor, que nos vamos a estrellar, porque podemos estar seguros de
que, como al rey David, las turbulencias de la vida no van a sacudirnos
demasiado, más allá de lo que podamos soportar. Sí, podemos seguir el
vuelo. ¿Por qué? No por nuestras propias fuerzas, sino porque pensamos
como David, quien dijo de Jehová en el versículo 2: “Él es mi roca y mi
salvación, mi altura segura”. En efecto, las pruebas nos pueden sacudir,
pero, con la ayuda de Jehová, nunca nos derribarán. Entonces, cuando se te
presente una prueba—cuando afrontes circunstancias que te desanimen,
cuando los demás te hagan sentir mal o cuando te sientas abrumado por los
sentimientos negativos—, recuerda que puedes refugiarte en Jehová, seguro
de que siempre te ayudará a sobrellevar la plaga de tu propio corazón.

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